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Enterrar a los muertos ignacio martinez de pison

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El asesinato de José Robles fue ensu momento una causa célebre, y aél se han referido, a menudo deforma incorrecta, muchos de losprincipales historiadores de laguerra civil. José Robles y John DosPassos se conocieron a finales de1916, y su amistad sólo seinterrumpiría con la muerte delprimero en 1937. Traductor deManhattan Transfer al español,Robles era un republicano fervienteque en julio de 1936 no dudó enponerse al servicio del gobiernolegítimo. Tiempo después, fue

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detenido en Valencia por losservicios secretos soviéticos ydesapareció. John Dos Passos nosupo de su asesinato hasta abril de1937, cuando se encontraba enEspaña colaborando en undocumental de propagandarepublicana. Empeñado en averiguarla verdad, Dos Passos chocó contrauna tupida conspiración de silencio ymentiras, y lo que entonces entrevióacabaría determinando su evoluciónideológica y provocando la rupturade su vieja amistad con Hemingway.Con agilidad narrativa y rigordocumental, Ignacio Martínez de

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Pisón ilumina un capítulo oscuro denuestro pasado reciente y componeun fresco de nuestra historiacolectiva. Enterrar a los muertos esun libro de apasionante lectura en elque la recreación biográfica convivecon el reportaje histórico y lainvestigación detectivesca.

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Ignacio Martínez de Pisón

Enterrar a losmuertos

ePub r1.0jasopa1963 26.09.14

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Título original: Enterrar a los muertosIgnacio Martínez de Pisón, 2005

Editor digital: jasopa1963ePub base r1.1

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Supe de la existencia de José Robles

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Pazos por un libro de finales de lossetenta titulado John Dos Passos:Rocinante pierde el camino. Partiendosobre todo de los escritos del propionovelista, su autor, el argentino HéctorBaggio, recreaba en él la relación deDos Passos con España hasta llegar a laguerra civil, que tan determinante seríaen su vida y su obra. El personaje deRobles era en ese libro una figura algoborrosa y secundaria, y sólo sudesdichado final acababa otorgando alrelato de su amistad con Dos Passos unatrascendencia inesperada. La curiosidadme llevó a rastrear esa amistad en otraslecturas. Buscaba nuevos testimonios y

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noticias, que a su vez conducían a mástestimonios y más noticias, y en algúnmomento tuve la sensación de que eranellas las que acudían a mí, las que mebuscaban. Para entonces esa curiosidadinicial se había convertido ya en unaobsesión, y un buen día me descubrí amí mismo tratando de reconstruir lahistoria desde el principio, desde queDos Passos y Robles se encontraron porprimera vez en el invierno de 1916.

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Por esas fechas, Pepe Robles teníadiecinueve años y estudiaba Filosofía yLetras en la Universidad de Madrid.Aunque nacido en Santiago deCompostela, se había criado en lacapital, donde su padre, traductor

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ocasional de poesía gallega, trabajabacomo archivero. Su economía deestudiante debía de ser bastante frágil,pero de vez en cuando se permitía unbreve viaje a alguna de las ciudades delos alrededores. En una excursión aToledo en un vagón de tercera claseentabló conversación con unnorteamericano apenas un año mayorque él. Hablaron de pintura y de poesía,y luego fueron juntos a admirar Elentierro del conde de Orgaz . Que entreellos surgiera la amistad era cuestión detiempo. Compartían la afición a losviajes y las inquietudes culturales y, siRobles estaba tratando de mejorar su

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inglés, lo mismo intentaba Dos Passoscon su español. También losaproximaban los ambientes académicosen los que ambos se movían. LaResidencia de Estudiantes y el Centro deEstudios Históricos, que no tardarían enser importantes en la vida de RoblesPazos, lo eran ya en la de Dos Passos,quien, a la espera de una vacante en laprimera, se alojaba en una pensióncercana a la Puerta del Sol y, mientrastanto, asistía en el segundo a unos cursosque sobre lengua y literatura españolasimpartía Tomás Navarro Tomás.

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Sólo la muerte de Roblesinterrumpiría esa amistad. En TheTheme Is Freedom[1], Dos Passos diríade él que era «un hombre vigoroso,escéptico, de espíritu inquisitivo». EnAños inolvidables (The Best Times),libro de memorias escrito medio siglo

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después de aquel primer encuentro, lodescribiría como un hombre irónico yhasta mordaz, dispuesto a reírse decualquier cosa, un excelenteconversador cuyo desenfado lo hacíamás afín al espíritu de las novelas deBaroja que al de sus amigos de laInstitución Libre de Enseñanza. Así,mientras para éstos las corridas erantabú, Dos Passos recuerda lo mucho queRobles disfrutaba yendo a la plaza yhaciendo dibujos de los toreros. EraRobles, además, un buen compañero deviaje. Dos Passos y él tuvieron tiempode hacer más excursiones juntos antes deque, a finales del siguiente mes de

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enero, el norteamericano recibiera en laResidencia de Estudiantes un telegramacomunicándole la muerte de su padre ytuviera que hacer las maletas paravolver a los Estados Unidos. Partió DosPassos tan precipitadamente que nisiquiera pudo despedirse personalmentede su amigo, y acabaría haciéndolo porcarta a bordo del Touraine. En esacarta, primera de las muchas queescribiría a Robles y la única de todasredactada en francés, anunciaba ya sudeseo de volver cuanto antes a España,un país por el que se confesaba«vraiment fasciné».

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En 1918, tras licenciarse[2] con untrabajo de fin de carrera sobre lapresencia del refranero en el Persiles deCervantes, José Robles empezó atrabajar como profesor de literaturaespañola en el Instituto-Escuela,dependiente de la Residencia. Durantelos dos cursos siguientes compaginó ladocencia con la condición decolaborador del Centro de EstudiosHistóricos. Las satisfacciones

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personales que le reportaban ambasactividades debieron de ser superiores alas económicas. Buena prueba de susestrecheces de aquellos años nos laproporciona el hecho de que, cuando, afinales de la primavera de 1920, fueadmitido como profesor por laUniversidad Johns Hopkins, ni siquieratenía dinero para costearse el viaje.Recurrió para ello a la Junta para laAmpliación de Estudios, a la que el 12de junio, «atendiendo a que no poseemedios suficientes», solicitó una ayudade dos mil pesetas. Su instancia veníaavalada por la firma de RamónMenéndez Pidal, director del centro, y la

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subvención le fue concedida el día 5 delmes siguiente.

José Robles se había casado el añoanterior con Márgara Villegas, alumnade la Escuela de Bellas Artes de San

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Fernando que procedía de la InstituciónLibre de Enseñanza. Hacían buenapareja: alto, moreno, bien parecido él,más menuda ella, morena también, decara redonda y expresión dulce.Márgara era hermana de AmparoVillegas, una célebre actriz de la época,y el joven matrimonio aprovechaba lasinvitaciones que ésta les facilitaba paraentrar gratis al teatro. Con ellos ibaalgunas veces su buen amigo MauriceCoindreau, que por entonces estudiabaen la Universidad de Madrid y pocosaños después traduciría al francésDivinas palabras y ManhattanTransfer. Fue a través de Pepe Robles

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como Coindreau conoció tanto a Valle-Inclán como a Dos Passos. Su primerencuentro con éste lo recordaría elfrancés en unas entrevistas para France-Culture publicadas con el títuloMémoires d’un traducteur. Tuvo lugaren la biblioteca del Ateneo. Robles lemostró a un «desgarbado mocetón queno tenía nada de madrileño» y le dijoque era un hombre que siempre estabade aquí para allá. Según Coindreau, siRobles solicitó la plaza de profesor enla Johns Hopkins «no fue tanto por ganarmás dinero como por conocer América yreencontrarse con su amigo DosPassos».

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En marzo de 1920, mientrasesperaban la respuesta de laUniversidad Johns Hopkins, Márgara yPepe tuvieron su primer hijo, Francisco

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(Coco). A finales de aquel verano seinstalaron en Baltimore. Contratado enprincipio como profesor auxiliar(instructor) de lengua española, Roblesascendería en 1922 a la categoría deprofesor asociado. Durante aquellosprimeros años en los Estados Unidos fueabundante la correspondencia entreRobles y Dos Passos[3], con el que habíareanudado la amistad en España afinales de 1919 y comienzos de 1920.En una de esas cartas, Dos Passosacogía con alegría la noticia del trasladode los Robles y se ofrecía a enseñarles«el nuevo Babylon». En otra, describíaBaltimore como «una población muy

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provincial [sic], muy típica, muyaburrida», cuyos habitantes tenían famade hospitalarios.

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En febrero de 1924 nació en la muyprovinciana, muy típica y muy aburridaBaltimore la segunda hija de la pareja,cuyo padrino no sería otro que MauriceCoindreau, que había empezado a darclases en la Universidad de Princeton.Pusieron a la niña el nombre deMargarita, aunque desde el principio lallamaron Miggie, como una cantante deópera a la que habían conocido en unode sus viajes en barco. Vivían entoncesen una modesta casa de la calleMaryland pero, en cuanto su situacióneconómica se lo permitió, se mudaron aun piso algo mejor en la calle 25. Entrela educación de los niños y las

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obligaciones académicas, los primerosaños en Norteamérica pasaron conaparente placidez, y Pepe dedicaba sutiempo libre a tocar el piano y estudiarruso, ya que se había propuesto leer alos clásicos rusos en su propio idioma.

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A juzgar por la correspondencia[4]

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de Dos, que era como familiarmente seconocía a John Dos Passos, el PepeRobles de los años veinte no carecía deambiciones literarias. Hacía tiempo quetrabajaba en la redacción de una novela(«mi interminable novela»), y teníaescritos varios poemas y una obra deteatro que soñaba con estrenar algún díaen Madrid. En sus cartas, Doscomentaba elogiosamente los fragmentosque Pepe le daba a leer, y le hablaba desus apuros económicos y su mala salud,de sus viajes y sus dificultades paraencontrar vivienda en Nueva York, desus propios progresos como escritor.También de sus lecturas, y Dos

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demostraba que su interés por laactualidad cultural española no decaía:en una carta de 1924 preguntó por eldestierro de Unamuno a Fuerteventura,en otra de 1926 expresaba su entusiasmopo r Los cuernos de Don Friolera deValle-Inclán, un autor cuyas obrasanteriores le «habían gustado poco»…Acaso lo más sorprendente sea que, enfecha tan temprana como 1924, habíaleído «un libro de poesías de unargentino, Jorge Luis Borges, que meparecen bien, aunque tal vez pesadas ymetafísicas». Las cartas de Dos Passosinforman asimismo de las novedadesdomésticas de los Robles, como el

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delicado estado de salud de Márgarapoco antes del nacimiento de Miggie ola operación de apendicitis a que fuesometido Coco en 1926. Con respecto aesta operación bromeó: «Tendrás queponerte a escribir comedias como losQuintero y hacerte rico si tus hijossiguen la moda en operaciones. Este añoson las úlceras en el estómago lo máschic».

Entre abril de 1927 y enero de 1928,Pepe Robles colaboró con La GacetaLiteraria, que por entonces era elprincipal medio de expresión de losjóvenes escritores españoles (y dealgunos hispanófilos extranjeros, como

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el mismo Coindreau). En la revista deErnesto Giménez Caballero, Robles erael responsable de una sección titulada«Libros yankis», en la que, a menudocon ilustraciones propias, informaba dela actualidad literaria estadounidense.Sus primeras reseñas, de abril y junio de1927, están dedicadas a ManhattanTransfer de Dos Passos y Fiesta (TheSun Also Rises) de Hemingway, y casicon toda seguridad se puede afirmar quefueron ésas las primeras noticias que enEspaña se publicaron sobre la obra deambos escritores.

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Los Robles tenían por costumbrepasar en Madrid las largas vacacionesuniversitarias. Viajaban de Baltimore aNueva York, donde se alojaban en elapartamento de Dos, y allí embarcaban

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en un transatlántico que les llevaba a lospuertos de Vigo o El Havre. También enel viaje de regreso pasaban por elapartamento de Dos. En ese apartamentocoincidían a veces con MauriceCoindreau, que al poco de lapublicación de Manhattan Transferestaba ya trabajando en su traducción yse acercaba con frecuencia a NuevaYork para consultar sus dudas con elautor. No es aventurado suponer que fuedurante alguno de esos encuentroscuando Pepe y Márgara concibieron laidea de traducir sus libros al español. Afinales de la década consagraron partede su tiempo a esa labor. Mientras Pepe

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trabajaba en la versión de ManhattanTransfer, su novela más emblemática,Márgara lo hacía en la de Rocinantevuelve al camino, recopilación de textosen los que el norteamericano recreabasus primeros viajes por España.

Ambas obras serían publicadas porla recién creada editorial Cenit, demarcado carácter izquierdista. Esamisma editorial acogió en su catálogolas otras traducciones que el matrimoniorealizó por esa época: las que Márgarahizo de tres novelas hoy olvidadas deMichael Gold, Julia Peterkin y EdwinSeaver, y la que Pepe firmó deBabbitt[5] de Sinclair Lewis. De

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Manhattan Transfer, que tanto acabaríainfluyendo en la novelística española, sehizo pronto una segunda edición, queincorporaba un prólogo del traductor. Enél Robles Pazos, además de demostrarun profundo conocimiento de la obraliteraria de Dos Passos, retrataba a suamigo como un hombre de «seis pies detalla, desgarbado, miope», un viajerocurioso e infatigable, un «radical hastala médula de los huesos» quesimpatizaba con las causas de laizquierda.

También Robles, aunque nunca seafilió a organización política alguna, eraun hombre de izquierdas. Su ferviente

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republicanismo, de hecho, le habíadistanciado de parte de su familia,monárquica y conservadora. La salidade España de Alfonso XIII y laconsiguiente proclamación de laSegunda República fueron sin dudaacogidas con auténtico alborozo en elhogar de los Robles en Baltimore. Viajóese verano a la nueva Españarepublicana, y debió de ser entoncescuando, por medio de un judíoapellidado Estrugo al que habíaconocido en los Estados Unidos, entablóamistad con el escritor FranciscoAyala[6], que había publicado una reseñad e Manhattan Transfer en Revista de

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Occidente. Con él, con su propia familiay con la de José Estrugo hizo Robles unanueva visita a Toledo. En sus memorias,Ayala evoca su «risa pronta y abierta yuna mirada donde se reflejaba suinocente bondad».

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Durante el siguiente curso, el de 1931-1932, Robles Pazos disfrutó de unaño sabático, que por supuesto pasó enMadrid con su familia. Vivieron ese añoen un piso alquilado junto a la plaza detoros de la Carretera de Aragón, en laque, todavía y hasta su cierre en 1934,se celebraban corridas: de hecho,podían verlas desde la ventana. PepeRobles[7], hombre hablador y vitalista,buen amigo de sus amigos, disfrutabacon las tertulias de café. «No hay nadatan fecundo como perder el tiempo, ypara perder el tiempo ningún sitio comoel café», escribiría años después. Suteoría sobre las tertulias va más allá:

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«El café es el refugio de la sinceridad.Las convenciones sociales nos obligan ahacer una vida más o menos ficticiadurante todo el día, pero llega la hora dela tertulia, siempre esperada conimpaciencia, y entonces podemos soltartodas las verdades que se nos ocurran».

A los cafés solía Pepe acudir solo,

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aunque a veces le acompañaba Márgara,y en esas ocasiones dejaban a Coco y aMiggie al cuidado de una niñera. De lasdiferentes tertulias, la que Pepe másfrecuentaba era la de La Granja delHenar, en la calle de Alcalá. Allí naciósu amistad con escritores como Valle-Inclán, León Felipe o Ramón J. Sender,con los que, cuando el tiempo lopermitía, compartía velador en la terrazadel café. Con frecuencia la conversaciónse prolongaba en el piso de los Robles.En su salón no era raro encontrar aValle-Inclán (al que más de una vez tuvoRobles que socorrer económicamente) ya León Felipe (que aspiraba a ocupar

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una plaza de profesor en algunauniversidad norteamericana y que mástarde se cartearía con Pepe en busca deconsejo), pero tampoco a poetas comoRafael Alberti, traductores comoWenceslao Roces o editores comoRafael Giménez Siles. Para calibrar laimportancia que esas reuniones tenían enla vida cultural de la época no está demás recordar que a Giménez Siles,fundador y responsable de Cenit, sueleatribuírsele la autoría del prólogo que,firmado por Valle-Inclán, figura alcomienzo del libro de Sender Elproblema religioso en Méjico [8], lo quesin duda le asegura un pequeño hueco en

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la historia de la edición española.

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Por aquellos años, Dos Passosmantenía sus ya conocidos hábitos deviajero impenitente. Aunque en 1930había establecido su residencia enProvincetown, Massachussetts, nodesperdiciaba ninguna ocasión deembarcarse con su mujer hacia Europa oCentroamérica. Otro de sus destinosfavoritos era Key West, Florida, dondesolía encontrarse con uno de sus mejoresamigos de entonces, Ernest Hemingway.En Key West, gracias a Hemingway,había conocido en 1928 a Katy Smith,que sería su compañera de fatigas hastaque encontrara la muerte en un accidentede circulación casi veinte años después.

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De vuelta a Norteamérica, losRobles alquilaron en Provincetown unacasita en la que pasar las vacaciones.Tenía un pequeño jardín y estaba cercade la playa y de la vivienda del propioDos Passos. Como no podía ser de otromodo tratándose de alguien como PepeRobles, fue aquél un verano de largastertulias nocturnas con Dos Passos yKaty, alrededor de los cuales solíacongregarse la pequeña colonia deescritores y artistas. Entre ellos estabael más ilustre crítico literario de laépoca, Edmund Wilson[9], que pasabatemporadas en una vieja casa frente alpuerto. Además de a esas tertulias,

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Wilson dedicó el verano a la redacciónde la obra de teatro Beppo and Beth y auna aventura extraconyugal en la que seembarcó aprovechando la ausencia deMargaret, su segunda mujer (quien, porcierto, moriría en un estúpido accidenteen septiembre de ese mismo año). Lasanotaciones de Wilson en sus diariospermiten imaginar cómo pasaron losRobles aquellas vacaciones: paseosjunto al faro de Long Point, picnics en laplaya, salidas al mar con los pescadoresde Truro, asistencia quizás al torneolocal de tenis… Si en esos diarios no semenciona el nombre de Robles, síaparece algunas veces en su epistolario:

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en una carta de enero de 1940 ledescribiría como un hombre claramentede izquierdas y dotado de un carácterexcelente. La amistad con Dos seguíapues estrechándose y, cuando visitaba lacasa de los Robles, lo que más divertíaa los niños eran sus continuos despistes:en alguna ocasión llegó a dejarseolvidada una loncha de queso entre laspáginas de un libro.

La constante movilidad de Dos hacíaque su relación con Robles quedara confrecuencia limitada al intercambioepistolar, y casi todas las cartas que seconservan de la época anuncianprecisamente futuros encuentros en

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Baltimore o Nueva York. Por razoneseconómicas, esa movilidad se vio sinembargo restringida a comienzos de1933. Mientras planeaba nuevos viajesfuera de los Estados Unidos, Dos Passosvisitó a los Robles en Baltimore afinales de enero. Volvieron a verse dosmeses después, cuando el novelistaacompañó a Katy a Baltimore, dondedebían extirparle las amígdalas. En ladecisión de elegir Baltimore pararealizar la intervención influyó el hechode que el doctor Horsley Gantt, viejoamigo de Dos, se hubiera incorporado ala Universidad Johns Hopkins comoprofesor. La operación se llevó a cabo

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sin problemas, pero la recuperación deKaty coincidió con una de las habitualescrisis de fiebre reumática de DosPassos, que le obligó a ocupar la camade hospital que aquélla acababa de dejarlibre. Permaneció ingresado durantevarias semanas, en las que se dedicó aleer En busca del tiempo perdido y acultivar algunas de sus amistades. Entreellas estaba Robles pero tambiénEdmund Wilson y Francis ScottFitzgerald, cuya mujer, Zelda, estabasiendo sometida a tratamiento porAdolph Meyer, con el que Ganttcolaboraba. A Hemingway lo trataríaPepe muy poco después, durante el

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verano, que tanto ellos como Dos y Katypasaron en España.

Ahora los Robles vivían en elsegundo de los tres pisos del 3221 de laavenida Guilford, muy cerca de launiversidad. Su gran ilusión seguíasiendo el regreso a Madrid para lasvacaciones. El verano de 1934 hicieronuna excepción, porque una universidadmexicana contrató a Pepe para impartirun curso sobre literatura española. Viajóla familia a bordo del Morro Castle,que unía el puerto de Nueva York conlos de La Habana y Veracruz. Concluidoel curso, debían regresar a Baltimore enel mismo barco, pero en el último

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momento decidieron hacer el viaje portierra para disfrutar del paisaje. Esposible que eso les salvara la vida.Llegaron a la frontera en tren y allícogieron un autobús de la Greyhoundque realizaba múltiples paradas. En unade ellas Pepe bajó a estirar las piernas ycomprar cigarrillos. Al cabo de un rato,su mujer y sus hijos le vieron volver conel rostro demudado. Acababa deenterarse de que en la madrugada de esemismo día, 8 de septiembre, el MorroCastle se había incendiado frente a lacosta de Nueva Jersey. El balance finalde víctimas mortales alcanzaría lasciento treinta y cuatro.

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A finales de ese año y principios delsiguiente, Dos Passos, aquejadonuevamente de fiebre reumática, pasóuna temporada con Katy en Key West.Desde allí escribió varias cartas a PepeRobles[10] en las que le hablaba de sureciente experiencia como guionistapara The Devil Is a Woman de Josef vonSternberg («no vale la pena pasar losdías elaborando idioteces deespañoladas para Marlene Dietrich») yle animaba a visitarles con su familia.No parece que tal visita llegara aproducirse, debido acaso a loscompromisos universitarios de Robles,que por entonces compaginaba la

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docencia con la investigaciónacadémica.

Su faceta de erudito le había llevadoa especializarse en el teatro clásicoespañol. De 1935 son su recopilaciónd e l Cancionero teatral de Lope deVega, publicado por la editorial de lapropia Johns Hopkins, y un artículo dela revista Modern Languages Notes entorno a la fecha de redacción deFuenteovejuna. En enero del mismo añohabía aparecido una obrita suya decarácter menos ambicioso pero tambiénmás entretenido. Se trata de Cartillaespañola, una colección de textos encastellano, con ejercicios y un

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vocabulario, dirigida a los estudiantesnorteamericanos de español. El volumenproponía un simpático recorrido por lascostumbres, la historia y la culturaespañolas, y sus ilustraciones, obra delpropio Robles, acreditaban esa facilidadpara el trazo ágil y desenfadado que yaDos Passos había podido comprobarveinte años antes.

La acogida de Cartilla española fuelo bastante favorable para que Pepe seanimara a preparar un nuevo volumen decaracterísticas similares. Su título,levemente nostálgico, iba a ser Tertuliasespañolas. Para la primavera de 1936 eltexto y los dibujos estaban ya

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terminados, pero José Robles nuncallegaría a ver editado ese libro. Acomienzos de junio, como en añosanteriores, cerró su casa de la avenidaGuilford y viajó a España con su familiapara disfrutar de las vacaciones. Teníapor costumbre alquilar un piso enMadrid para los meses de verano, peroaquel año un buen amigo que estabafuera de la ciudad le cedió el suyo de lacalle Menéndez y Pelayo. En su equipajellevaba el texto y los dibujos originales,a los que se proponía añadir lasobligadas secciones de vocabulario yejercicios. El estallido de la guerra civille impidió hacerlo. Tras su detención, en

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diciembre de ese mismo año, MárgaraVillegas conservaba intacto elmanuscrito. Recuperado por un profesorde la Universidad de Cincinnati ycompletado por otro de la de Princeton,fue publicado como un «homenaje alvaleroso y apreciado autor de Cartillaespañola». Acaso no sea casualidad queel prólogo del volumen, firmado por F.Courtney Tarr, lleve la fecha del 14 deabril de 1938, aniversario de laproclamación de la Segunda República,un detalle que sin duda habría gustado alautor del libro.

¿Qué había sido de Robles Pazos?Al producirse el levantamiento,

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consiguió un permiso temporal de laUniversidad Johns Hopkins parapermanecer en España y ponerse alservicio del gobierno legítimo. Éste,necesitado de ayuda exterior yabandonado casi desde los primerosdías por las potencias europeas, acogiódurante el mes de agosto a los primerosconsejeros militares soviéticos. Sumáxima autoridad era Yan Berzin, quehasta entonces había dirigido el serviciode inteligencia militar (GRU), y entreellos destacaba la figura del generalVladimir Gorev, agregado militar yprincipal agente del GRU en Madrid.Con los consejeros iría llegando

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también un nutrido grupo de intérpretes.La ruso-argentina Adelina Abramsonformaba parte de ese grupo, y en su libroMosaico roto, escrito en colaboracióncon su hermana Paulina, se cifran endoscientos cuatro los traductoresenviados por Moscú. Por distintosmotivos han quedado los nombres dealgunos de ellos: Benjamín Abramson(padre de Paulina y Adelina), ElizavetaParshina (autora de unas memoriast i t u l a d a s La brigadista), SofíaBessmertnaia (muerta en Brunete)…

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El historiador Daniel Kowalsky hapuntualizado que, de los casicuatrocientos soviéticos que había enEspaña a comienzos de noviembre del36, sólo catorce pertenecían alcontingente de traductores, por lo que laincomunicación entre algunos de losmilitares rusos y sus colegasrepublicanos dio lugar a más de unasituación absurda. Mientras en Moscúlos futuros intérpretes, muchos de ellosescasamente familiarizados con elidioma, recibían cursos intensivos y sepreparaban para partir, se intentósolucionar el problema recurriendo atraductores que por entonces se

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encontraban en España. Entre éstos serecuerdan los nombres de la propiaPaulina Abramson, de la española deorigen ruso Lydia Kúper[11]

(responsable de una de las más alabadastraducciones de Guerra y paz) y de JoséRobles, quien, como sabemos, poseíaalgunos conocimientos de ruso.

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Vladimir Gorev hablaba inglés yfrancés. Durante la mayor parte de losquince meses que pasó en España, su

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intérprete habitual (y, según lasAbramson, también su amante) fueEmma Wolf. Pero, antes de que éstallegara, Pepe Robles hubo de servirle deintérprete, lo que le obligó a frecuentarla sede principal de los consejerossoviéticos, instalada primero en el HotelAlfonso, en la Gran Vía, y luego en elPalace, en la plaza de las Cortes. Encuartillas con membrete de ese hotelescribió Robles a Henry CarringtonLancaster[12], jefe del departamento deLenguas Romances de la UniversidadJohns Hopkins, un par de cartas en lasque trataba de tranquilizarle sobre lasituación de la República: «No se crea

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las exageraciones de la propagandafascista. Estamos bien y la cosa se va aarreglar».

Hombre despreocupado y calmoso,impenitente fumador de pipa, VladimirGorev gozaba de la simpatía de losmadrileños y de un indiscutible prestigiomilitar: con apenas cuarenta años era elgeneral más joven del Ejército Rojo. Elescritor Arturo Barea lo describió en La

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forja de un rebelde como un hombre«rubio, alto y fuerte, con pómulossalientes, los ojos frígidos», correcto ensu trato con los oficiales españoles perorudo y frío en la discusión de los asuntosmilitares. Aunque la actividad de losconsejeros soviéticos se desarrollabaprincipalmente en el Palace, Gorevdisponía también de un despacho en elpalacio de Buenavista, sede delMinisterio de la Guerra situada en elcruce entre Alcalá y Recoletos, y estabaen comunicación constante con elcomandante Manuel Estrada, jefe delalto Estado Mayor. Entre losdocumentos secretos que fueron

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desclasificados[13] tras eldesmoronamiento de la Unión Soviéticahay un informe de André Marty, elorganizador de las BrigadasInternacionales, que describe elambiente del ministerio, en el quecualquiera podía entrar «sin serdetenido ni registrado». Para disgusto deMarty, la recepción registraba uncontinuado trasiego de oficiales queestaban de visita, trabajadoressindicales que trataban alegrementeasuntos confidenciales y funcionariosque dictaban en cualquier sitio a lasmecanógrafas, y le escandalizócomprobar que las mujeres del Socorro

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Rojo entraban en la oficina del ministro,Largo Caballero, sin pedir permiso.

La opinión que los militaresrepublicanos merecían a los consejerossoviéticos no podía ser peor. Losconsideraban incapaces de ganar por símismos la guerra, y el desbarajuste y laindisciplina que percibían en el propioministerio no eran sino síntomas de laimprovisación y el desorden quereinaban en las milicias populares.Gorev no constituía una excepción. Enlos informes que, firmados con sunombre de guerra (Sancho), enviaba aMoscú, hablaba a las claras de losrecelos que le inspiraban Estrada y,

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sobre todo, el general Asensio,subsecretario del ministerio ycomandante en jefe del frente central. Deéste, protegido por Largo Caballero,sospechaba que recibía instrucciones deFranco y pensaba que, en el caso de quealgún día consiguiera desplazar a aquélde la jefatura del alto Estado Mayor, lascosas sólo podrían empeorar. En todocaso, las constantes disputas entreEstrada y Asensio no beneficiaban a laRepública, y los militares soviéticos,ansiosos por recortar el poder de LargoCaballero, iniciaron bien pronto elasedio contra su hombre de confianza.

Las pequeñas conspiraciones y las

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obligaciones propias de su cargomantenían tan ocupado a Gorev que susjornadas de trabajo se prolongabandesde el mediodía hasta bien entrada lamadrugada, lo que muy a menudo leimpedía acercarse al frente. Algunosasuntos de rutina los delegaba en YosifRatner, agregado militar que trabajaba amedia jornada en el Estado Mayor y alque sus colegas conocían como Juan.Para otros confiaba en Robles Pazos,quien llegó a atender en su nombre alagregado militar norteamericano cuandoéste le visitó para pedirle información.Tenía Robles el grado de tenientecoronel, pero su mentalidad civil le

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inducía a vestir siempre de paisano,detalle que sólo podía disgustar aquienes, como André Marty,consideraban bochornoso que lasecretaria del ministro de la Guerra nofuera una militar sino una trabajadorasindical. En torno a su personalevantaba asimismo suspicacias el hechode que su hermano Ramón, oficial delejército que en los años sesenta llegaríaa ser Capitán General de la 9.ª RegiónMilitar, se hubiera negado a colaborarcon las milicias pese a encontrarse enMadrid cuando se produjo la rebelión.

A principios de noviembre, lastropas de Franco habían alcanzado las

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riberas del Manzanares, y la caída deMadrid, que era objeto deininterrumpidos bombardeos, parecíainminente. El día 4 el consejo deministros decidió trasladar el gobierno aValencia. Cuatro días después, losministros estaban ya en la nueva capitalde la República y sus colaboradoresmás inmediatos preparaban a toda prisael desalojo de sus despachosmadrileños. El socialista JuliánZugazagoitia[14] dejó escrito en quécondiciones se efectuó la evacuación delMinisterio de la Guerra, con ordenanzasque, temiendo que el enemigo lessorprendiese en su trabajo, «vaciaban

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archivos, cargaban cajones, movíanmesas y asustaban con las noticias,malas y peores, que llegaban del frente».Sin duda, en medio de todo ese tráfagose encontraba José Robles. Sus amigosle habían aconsejado desde el principioque regresara con su familia a losEstados Unidos, donde no correríaningún peligro y sería más útil a la causarepublicana, pero él creía que su sitioestaba en España y, acompañado de suhijo, siguió a sus superiores hastaValencia.

De camino hacia la nueva capital dela República, José y Coco Robles sedesviaron hacia Alicante para recoger a

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Márgara y Miggie. Por razones deseguridad eran numerosos losmadrileños que habían enviado a susfamilias a la entonces tranquila ciudadlevantina. La mujer y la hija de Pepepermanecían en Alicante desde finalesde agosto, y en el mismo hotel en el queestaban instaladas, el Hotel Samper,coincidieron con los hijos del toreroBelmonte y con un hijo del ministroNegrín llamado Rómulo. Cuando por finPepe y los suyos llegaron a Valencia, elaluvión de evacuados y funcionarios queacompañaba al gobierno era tal que,según algunas fuentes, la población de laciudad se había triplicado. No había

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viviendas suficientes para tanta gente, ylos recién llegados debían conformarsecon encontrar acomodo en pueblossituados a más de veinte kilómetros delcentro o hacinarse en pisos abandonadospor sus propietarios. En aquel primermomento, los Robles fueron acogidospor una familia de la ciudad.

En Valencia, José Robles prestabasus servicios como traductor en elMinisterio de la Guerra y en laembajada soviética, que se habíainstalado en el edificio del HotelMetropol, justo enfrente de la plaza detoros. Después de comer tenía porcostumbre acudir al Ideal Room, en la

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esquina de las populares calles de laPaz y Comedias, cerca del antiguo HotelPalace, convertido en Casa de laCultura. Max Aub[15] nos dejó una brevedescripción del café: «Los veladores demármol lechoso, el piso de baldosinesblancos y negros, los espejos querecubren las paredes, los ventiladoresque cuelgan del techo». Y EstebanSalazar Chapela escribió: «Entrar por latarde en el Ideal Room no era comoentrar en La Granja, en el Lyon o en elRegina, cafés literarios y artísticosmadrileños; era como entrar en esos trescafés a la vez, pues en el Ideal Room seencontraban siempre elementos de las

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peñas de todos ellos». Las principalestertulias madrileñas reunidas en unmismo lugar: ¿con qué otra cosa podíasoñar alguien como Pepe Robles? En elIdeal Room se daban cita muchos de losintelectuales y artistas locales, perosobre todo muchos de los que estaban depaso por la ciudad. Entre los primerosse puede citar al conocido cartelistaJosé Renau y a su mujer, ManuelaBallester (colaboradora de la editorialCenit y autora, por ejemplo, de lacubierta de Babbitt); entre los segundos,a Corpus Barga, Rosa Chacel, DavidAlfaro Siqueiros… Algunos de losasiduos eran viejos amigos de Robles:

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León Felipe, al que Salazar Chapela seencontraba una y otra vez por la calle dela Paz, Francisco Ayala, que estaba enValencia debido a su cargo en lasecretaría del ministro Álvarez delVayo, o Rafael Alberti, que viajaba confrecuencia a la ciudad y había cambiadosu chalina y su sombrero de poeta por elmono y las alpargatas de los milicianos.También en el Ideal Room solíanencontrarse corresponsales extranjeros ymiembros de legaciones diplomáticas, yparece ser que Pepe Robles manteníacierta amistad, entre otros, con HerbertL. Matthews, de The New York Times , ycon el agregado cultural de la embajada

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norteamericana. En sus memorias, Ayalarecuerda que, una tarde de principios dediciembre, Robles faltó a su tertulia ynunca más se le volvió a ver. La imagenque le quedó grabada al escritorgranadino fue la de una angustiadaMárgara Villegas que, de la mano de susdos hijos, iba «de un sitio para otro,preguntando, averiguando, inquiriendosiempre sin el menor resultado».

La desaparición, de hecho, se habíaproducido la noche anterior. Los Roblesacababan de cenar con sus anfitriones, yPepe se disponía a leer un libro derelatos de Edgar Allan Poe cuandollamaron a la puerta de la vivienda. Un

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grupo de hombres de paisano entró en elsalón. Sin dar explicaciones ni atender asus ruegos, le ordenaron que searreglara y les acompañara.

Al día siguiente, tal como recuerdaAyala, su mujer y sus dos hijosrecorrieron la ciudad en busca deinformación sobre su suerte. La angustiade Márgara estaba más que justificada:enseguida supo que había sido acusadode traición a la República yencarcelado. Las circunstancias, porotro lado, parecían haberse aliado en sucontra: esa misma mañana, la familiavalenciana en cuya casa vivían los echóa la calle sin contemplaciones.

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Pese a la ya citada escasez deviviendas, consiguieron instalarse en unapartamento de un moderno edificio conascensor. Para obtener dinero con el quepagar el elevado alquiler, Coco notardaría en ponerse a trabajar en laOficina de Prensa Extranjera. Márgara,mientras tanto, seguía con susaveriguaciones, que acabaronconduciéndola a la Cárcel deExtranjeros, en la que Pepe había sidoencerrado. Le visitó en dos ocasionesantes de su desaparición definitiva, y deambas visitas volvió con mensajestranquilizadores: todo era producto deun simple error, había que dejar que la

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investigación siguiera su curso, lascosas acabarían arreglándose. Laprisión estaba situada junto al cauce delTuria, y Márgara insistía a Miggie paraque paseara por una de las callespróximas al río, de forma que su padrepudiera verla por la ventana de su celda.

Fue aquél un triste fin de año paralos Robles. Aunque la mayoría de susconocidos les manifestaba una y otra vezsu incredulidad y su apoyo, hubotambién algunos que les volvieron laespalda. Entre éstos estaban los dosamigos de Pepe que más influenciatenían en aquel momento. Uno de ellosera Wenceslao Roces, a la sazón

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subsecretario del Ministerio deInstrucción Pública, y el otro, RafaelAlberti. En un artículo de 1977, elescritor y pintor surrealista EugenioFernández Granell reprocharía al poetagaditano su silencio ante losinnumerables asesinatos del estalinismo,entre ellos el «del profesor José Robles,poeta y dibujante, ordenado por losgenerales rusos». Sólo en un posteriorlibro de conversaciones hablaríaAlberti[16] del caso Robles, pero susdeclaraciones no resultan especialmentereveladoras. Según Alberti, JoséBergamín y él fueron a interceder porRobles ante «las autoridades». Les

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hablaron de su relación con Dos Passosy de la importancia de éste comoescritor y como luchador por la libertad,«pero no hubo manera: decían queestaba probado que José Robles era unespía y lo fusilaron».

Más constancia tenemos de lasgestiones que desde el otro lado delAtlántico se iniciaron para liberar aRobles. A principios de año, HenryCarrington Lancaster pidió para elloayuda al Departamento de Estadonorteamericano, que le contestódiciendo que, como el profesor Roblesera ciudadano español, lamentaban «nopoder hacer nada para conseguir su

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puesta en libertad[17]». Para esas fechas,sin embargo, la posibilidad de que fueraejecutado parecía todavía impensable, yentre las preocupaciones de la familia,que se había visto privada de suprincipal fuente de ingresos, estaba la dela simple subsistencia, por lo quenuevamente recurrieron a Lancaster paraobtener ayuda financiera. La Oficina dePrensa dependía entonces del Ministeriode Propaganda, instalado en el que habíasido el edificio central de la Caja deAhorros y Monte de Piedad. A finalesde enero se recibió en ese ministerio uncheque por trescientos dólares a nombrede Margarita Robles Villegas, la única

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de la familia que poseía la nacionalidadestadounidense.

En una de las cartas dirigidas[18] alos colegas de su padre en la JohnsHopkins escribía Coco: «Nadie, ni en elMinisterio de Estado ni en la embajadarusa, ha encontrado razones concretaspara este ridículo arresto». La inquietudde la familia, sin embargo, crecía con elpaso del tiempo, y para cuando llegó elcheque la alarma era absoluta. JoséRobles no se encontraba ya en la Cárcelde Extranjeros. De acuerdo con lo que élmismo le había dicho a Márgara en lasegunda visita de ésta a la prisión,habría sido trasladado a Madrid, pero lo

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cierto era que su nuevo paraderopermanecía en secreto. ¿Qué garantíaspodían esperarse de una situación así?Por Valencia empezaron a circularrumores sobre la desaparición deRobles. Algunos sugerían la posibilidadde que hubiera sido llevado a Rusia oenviado al frente; otros hablabandirectamente de su asesinato. El 11 defebrero, Maurice Coindreau escribió aLancaster para informarle de queacababa de recibir una carta de Márgaraen la que le manifestaba supreocupación por el seguro de vida desu marido, «que, por supuesto, es másimportante que nunca para ellos»: eso

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indica que los temores por la suerte deRobles se habían acrecentadorepentinamente. La confirmación,todavía oficiosa, de su muerte la recibióCoco de Luis Rubio Hidalgo, su jefe enla Oficina de Prensa. Debía de ser undía de finales de febrero o principios demarzo, y esa misma tarde Coco se lodijo a su madre y su hermana en elascensor de su casa.

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Cuando llegó a Madrid a finales deoctubre de 1916, John Dos Passos era unjoven que quería conocer mundo yescribir. Aquél era su primer contactocon España y, aunque la estancia seinterrumpiría al cabo de tres meses, tuvo

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tiempo de recorrer buena parte del país.Solía dedicar los domingos a hacerexcursiones por los alrededores de lacapital: Aranjuez, El Pardo, la Sierra deGuadarrama y, por supuesto, Toledoeran algunos de sus destinos habituales.En varias de estas visitas le hizo de guíasu amigo José Giner, quien, consecuentecon los ideales de la Institución Libre deEnseñanza en la que se había educado(no en vano era sobrino de su fundador),sentía un amor sincero por los pueblos ylas tierras de España. Más tarde estuvotambién en La Mancha, cuyo paisajetantas veces había entrevisto en laspáginas del Quijote, y cruzó de sur a

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norte las provincias levantinas hastallegar a Tarragona. Viajaba en vagonesde tercera o simplemente a pie, ysiempre había quien le recogía en sucarro o tartana y compartía con él subota de vino.

Los itinerarios de Dos en aquellaépoca son fáciles de reconstruir graciasa sus cartas y diarios, recopilados porsu biógrafo, Townsend Ludington[19].También de sus impresiones de entoncespodemos formarnos una idea cabal através de esos textos. «Me vuelve locoEspaña», escribió en referencia a ladulzura y la nobleza de sus gentes. DosPassos era, en efecto, un entusiasta de

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España y lo español. Le encantaban elchocolate, las campanadas de lasiglesias, las bufandas de diversoscolores con que los madrileños seabrigaban, su costumbre de apurar eltiempo en los cafés, incluso la constantealgarabía de la Puerta del Sol, «lamayor y más ruidosa plaza de laciudad». Le encantaban también suhistoria y su cultura, y no tardó endecorar la habitación de su pensión conreproducciones de Velázquez y ElGreco. Para Dos Passos, España era un«templo de anacronismos», y en lamanera de vestir de los españoles, en sumúsica y sus ritos, en su alfarería y su

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gastronomía percibía indicios de un paísque era a la vez romano, griego, fenicio,semítico, árabe. Los poemas queentonces escribió (y que más tarderecogería en su único volumen depoesía) celebraban la belleza y ladignidad de esa España eterna, que élcontraponía al pragmático materialismode los países más avanzados. Por eselado venían, sin duda, las discrepanciasque mantenía con sus amigos de laInstitución Libre de Enseñanza,partidaria de europeizar España.

No volvería a España hasta dos añosy medio después[20]. Para entonces eraya un escritor, aunque todavía inédito.

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De hecho, aquel día de agosto de 1919procedía de Londres, donde habíafirmado el contrato de edición dePrimer encuentro (One Man’sInitiation: 1917), novela inspirada ensus experiencias como conductor deambulancias durante la Primera GuerraMundial. En compañía de un amigonorteamericano recorrió la cornisacantábrica. Desde Motrico, en laprovincia de Guipúzcoa, escribió aRobles para anunciar su llegada a lacapital de España y cantar lasexcelencias de la costa vasca: «Hay entodas partes bailes, cohetes, fiestas,sidrerías». Tras escalar los Picos de

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Europa, pasó por Madrid en dirección aJaén, Málaga y Granada, ciudad en laque se instaló a mediados deseptiembre. Allí observó que, en verano,la gente de esos lugares alquilaba unahiguera para ir con sus cerdos, suscabras, sus gatos y sus pollos a comerselos higos y disfrutar de la sombra: «Enesas condiciones la vida no planteaproblemas».

Dos seguía teniendo una visiónidílica de España[21]. Cruzar la fronteraequivalía para él a salir de la «fétidanube» europea y respirar por fin airepuro: «El Bidasoa se ha convertido enun Rubicón, y los Pirineos, gracias a

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Dios, son maravillosamente altos». Surecién estrenada condición decorresponsal de un periódico laboristabritánico le llevó a pasar ocho días delmes de octubre en Lisboa. De vuelta aGranada, hubo de permanecer un mesentero en cama aquejado de fiebrereumática. Aprovechó ese tiempo paraleer y trabajar en el que sería su primergran éxito literario, la novela Tressoldados. Entre mediados de noviembrey principios de marzo del año siguientevivió en Madrid. Durante esos cuatromeses, además de frecuentar a susamigos madrileños y visitar con ellosalgunos de sus destinos favoritos

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(Aranjuez, Yepes, Toledo), trató deconcentrarse en la redacción de sunovela, que, como la anterior, recreabalos horrores de la guerra de los quehabía sido testigo. Escribía en labiblioteca del Ateneo, para la que JoséGiner le había facilitado un pase. Fueallí donde Pepe Robles le presentó aquien más tarde traduciría algunos desus libros al francés, MauriceCoindreau. Dos consideraba esabiblioteca el lugar más apropiado paratrabajar, y en una carta la describiócomo «anormalmente llena decaballeros con aire de literatos, que serodean de pilas de libros y con sus

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gargantas hacen tristes ruidos de eruditocada vez que pasan una página».

En marzo viajó a Barcelona, desdedonde escribió a Robles[22] parafelicitarle por el nacimiento de Coco einformarle de sus progresos en elestudio de la poesía catalana: por lo quehabía leído de él, Joan Maragall leparecía «un gran poeta», y en todos lospoetas catalanes percibía «un lirismopuro y humilde, con un olor de tierra queme gusta mucho». De Barcelona, trasuna breve estancia en Palma deMallorca, saldría para Francia yEstados Unidos a mediados de abril.

Justo un año después estaba de

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vuelta en la Península[23]. En esaocasión viajaba con el poeta E. E.Cummings, que deseaba tanto como élhuir de la vida literaria neoyorquina.Desembarcaron en Lisboa, desde dondeDos Passos escribió una carta a PepeRobles en la que le anunciaba supropósito de pasar por Madrid y, en suvacilante español, comentaba: «¡Seríagracioso si llegaba en Madrid a tiempode ver el estreno de la sua comedia!».Robles nunca estrenó la obra en la queestaba trabajando. No mucho antes, en1920, había publicado en la colecciónUniversal su traducción de un drama deAlfred de Vigny: su afán por ganarse al

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público teatral no pasó de ahí. De todosmodos, su amigo Dos tampoco habríapodido asistir al improbable estrenomadrileño. Debido a una dolorosainfección en un diente, Cummings noestaba en la disposición ideal parainteresarse por el arte y la culturalocales, como Dos pretendía. Éste yCummings abandonaron la capitalportuguesa para, tras visitar brevementeSalamanca y Plasencia, viajar a Sevilla,donde un dentista sajó por fin el abscesode Cummings. Los días siguientes losdedicaron a ir a los toros y a disfrutar dela sensualidad de la ciudad andaluza,incluida la de sus prostitutas, y luego, al

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parecer sin tiempo para detenerse enMadrid, partieron para Francia.

Las andanzas de Dos Passos porEspaña inspiraron, total o parcialmente,sus dos libros siguientes, ambospublicados en 1922. Rocinante vuelveal camino refleja con nitidez la Españaque Dos quiso encontrar y encontró: unrefugio frente a la materialista sociedadnorteamericana que tanto habíacriticado. Es la suya una España devirtudes antiguas como la hospitalidad oel apego a la tierra y las tradiciones, unaEspaña de hombres pobres que sinembargo prolongaban sus horas dealegría hasta la madrugada: el triunfo de

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la vida y del ser humano en un mundo demugre y harapos. Aunando metafísica yrealismo, recurriendo por igual a laalegoría y el relato de viaje,combinando la España leída con laEspaña vivida, Dos Passos propuso enRocinante vuelve al camino unainterpretación de la historia y el carácterespañoles que no se alejaba demasiadode la visión noventayochista entoncesimperante. No sólo los autores sinotambién los temas preferidos de esageneración nos asaltan una y otra vezdesde las páginas del libro, y no porcasualidad cierto individualismoinmutable, rasgo que previamente habían

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definido los escritores del 98, estátambién para Dos Passos en la esenciade lo español. Basándose en la «fuerteconfianza anarquista en el individuo»,llega a afirmar que «España es la patriaclásica del anarquista».

También en bastantes de los poemasd e A Pushcart at the Curb[24] canta aesa España individualista y nocontaminada. De las seis secciones queintegran el volumen, dos («Winter inCastile» y «Vagones de tercera», de laque Pepe Robles hizo una traducciónparcial) están dedicadas a España eilustran sus ya conocidos vagabundeos:hay poemas dedicados a Madrid, pero

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también a Toledo, Aranjuez, Cercedilla,Navacerrada, Alcázar de San Juan,Getafe, Denia, Villajoyosa, Granada,Lanjarón… La profesora CatalinaMontes analizó estas composiciones enun estudio de 1980 y llegó a laconclusión de que Dos Passos admirabala dignidad con que los españolesaceptaban su atraso económico: mejorser pobres que ser esclavos «de laindustrialización, del ansia de dinero».

Su rechazo del capitalismo seradicalizaría con motivo de la condena amuerte de Sacco y Vanzetti [25], en cuyainocencia creía a pie juntillas. «Sacco yVanzetti me interesaban porque eran

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anarquistas y yo simpatizaba mucho consus ingenuas convicciones», escribiríamucho tiempo después en Añosinolvidables. Dos asumió su defensacomo un asunto personal: escribió unpanfleto denunciando el caso, seentrevistó con ellos, formó parte delcomité creado para defenderles. Duranteel verano de 1927, en un nuevo esfuerzopor evitar su ejecución, publicó unartículo en varios periódicos, y fuedetenido en Boston junto a otrosmanifestantes. La campaña no sirvió denada. Sacco y Vanzetti fueron ejecutadosel 23 de agosto, y Dos Passos,decepcionado por el sistema capitalista

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norteamericano, al que considerabaculpable del asesinato de los dosanarquistas, volvió la mirada hacia elsocialismo. En mayo del año siguienteviajó a Rusia para examinar la nuevasociedad soviética. Producto de eseviaje es «El visado ruso», un texto queexpresa sus simpatías por el pueblo rusoy su revolución, pero también algunosreparos hacia el clima de miedo ypersecución que percibió.

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En febrero de 1930, Dos Passos, yacon Katy y en viaje de placer, cruzóEspaña de norte a sur[26]. En marzollegaron a Cádiz, donde embarcaron en

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e l Antonio López hacia las IslasCanarias y Cuba. Más significativo seríasu siguiente viaje, en el verano de 1933.Para entonces, merced a su participaciónen el asunto de Sacco y Vanzetti ytambién a su campaña de denuncia delas condiciones de trabajo de losmineros de Harlan County, Kentucky, sehabía convertido en uno de los másinfluyentes intelectuales de izquierdas, ysu propósito era escribir un largoreportaje sobre la joven Repúblicaespañola, en la que tantas esperanzashabía depositado. De hecho, acababa defirmar el contrato de edición de «Larepública de los hombres honrados»,

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que finalmente, en abril del añosiguiente, aparecería publicado junto a«El visado ruso» y otros relatos deviajes dentro del volumen titulado Entodos los países. En una de las cartasque escribió a Hemingway bromeabasobre su proyecto de reportaje, que sería«quemado por Hitler, cubierto de orinesen el Kremlin, usado como papelhigiénico por los anarcosindicalistas,deplorado por The Nation, señalado porThe New York Times, ridiculizado por elDaily Worker y no leído por el GranPúblico Americano».

El matrimonio Dos Passos habíaprevisto viajar a España[27] en compañía

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de Hemingway, que debía buscarlocalizaciones para el rodaje de laadaptación cinematográfica de Muerteen la tarde. Sin embargo, uno de los yamencionados ataques de fiebrereumática de Dos alteró los planes. Katyy él llegaron en julio, y lo primero quehicieron fue comprar un pequeño Fiat desegunda mano, al que llamaronCockroach (Cucaracha) y en el querecorrieron la península de sur a norte.En Pontevedra presenciaron unespectáculo pirotécnico en el que losfuegos artificiales exhibían los coloresde la bandera republicana, y enSantander asistieron a un mitin del

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diputado socialista Fernando de losRíos, primo de José Giner. El acto tuvolugar en la plaza de toros, y alguiensoltó dos palomas que debían simbolizarla paz y que, sin duda mareadas por elcalor, no llegaron a alzar el vuelo. Enese detalle vio Dos un mal presagio parala frágil República, y acaso un indiciode que los buenos tiempos estabantambién acabando para él. De hecho,cuando, más de treinta años después,redacte sus memorias, concluiránprecisamente con este viaje a España.Edmund Wilson no dejaría entonces dereprochárselo de forma amistosa, yTownsend Ludington, aludiendo al título

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original del libro (The Best Times),señalaría más tarde que la breve vida dela República marcó para el escritor «losúltimos momentos de los mejorestiempos».

En agosto, Katy y Dos se instalaronen Madrid en el Hotel Alfonso, quehasta 1931 se había llamado AlfonsoXII. Hemingway llegó unos días despuésy cogió habitación en el Biarritz, pero,demasiado ocupado en sus propiosasuntos, sólo de vez en cuando se reuníacon ellos para almorzar en Casa Botín.En sus viajes a España, Dos Passoshabía conocido a varios de los másrelevantes intelectuales: en el primero

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fue recibido por Juan Ramón Jiménez,cuya familiaridad con la poesíanorteamericana le deslumbró, y en elsegundo, acompañado de Robles, visitóen Segovia a Antonio Machado, al quetenía intención de traducir al inglés. Eneste nuevo viaje entrevistó para sutrabajo a Manuel Azaña y Miguel deUnamuno. De ambas entrevistas saliótambién Dos Passos con malospresagios para el régimen republicano:si, mientras esperaba a ser recibido porel presidente del gobierno, se sintió«oprimido por la atmósfera de oficinagubernamental, por la sensación deaislamiento con respecto al mundo

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real», cuando se reunió con Unamuno(quien «con su piel apergaminada y sufrente estrecha y abombada cada vez separecía más a don Quijote»), el únicocomentario sobre la República queconsiguió extraerle fue: «¿Dónde estánlos grandes hombres?».

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Fiel a su gente, Dos Passos visitóasimismo a sus amigos españoles. PepeGiner le mostró el Palacio Real (ahorallamado Nacional), del que había sidonombrado conservador, y lo que más lellamó la atención fue que, mientras hacíael inventario de los bienes reales,hubiera encontrado la corona de España«escondida en un viejo armario ropero».Al otro Pepe, a Robles Pazos, queestaba de vacaciones en Madrid, lo veíasobre todo en las tertulias de café.Debió de ser en La Granja del Henardonde José Robles le presentó a RamónJ. Sender, que acababa de llegar de unviaje a la URSS. La amistad entre

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Sender y Dos Passos se reanudaríabastantes años después en Norteamérica,y de ella habla el aragonés en Álbum deradiografías secretas. Sus trayectoriasvitales e ideológicas discurrirían enparalelo: activistas de las causas deizquierdas en su juventud, la guerra civilles convertiría en ferocesanticomunistas, y sólo gracias a sucomún e «irreprimible independencia decriterio» se enfrentaron al «sistema decalumnias» que les aguardaba. Peroaquel encuentro del verano del 33 fuesignificativo porque unos meses antes sehabía producido la matanza decampesinos por guardias de asalto en la

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localidad gaditana de Casas Viejas[28],un episodio que no constituía ya un malpresagio para el nuevo régimenrepublicano sino un serio descalabro desu credibilidad, y Sender, como afirmael propio Dos Passos en «La repúblicade los hombres honrados», fue el únicoque desde las páginas de un periódicoluchó para evitar que el escándalo fuerasilenciado. Las crónicas de Sender enLa Libertad, que pronto seríanrecogidas en un volumen, constituyeronde hecho una de las principales fuentesde información del escritornorteamericano.

El gobierno de Azaña, que

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inicialmente negó los hechos, tuvo queacceder a que se creara una comisión deinvestigación cuando la prensa desvelólo ocurrido. Para Sender, la posteriorpugna parlamentaria no fue sino «unpleito entre verdugos, donde se tratabade ventilar si las ejecuciones habíansido realizadas correctamente o no».Para Dos Passos, el espíritu de CasasViejas acabó provocando la derrota delgobierno de hombres honrados, y al finalde su reportaje censuraba la impotenciacon que los demócratas bienintencionados contemplaban «el colapsode la vida civilizada que tan altamenteestiman». Sus antiguas simpatías hacia

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ese individualismo y ese anarquismo tangenuinamente españoles habíanalimentado una desconfianza visceralhacia los políticos que habíanconsentido su aplastamiento.

A esa quiebra en la confianza en laRepública se sumaba además laaversión que le inspiraba la nacienteburocracia. Katy y él la sufrieron encarne propia a finales de septiembre,cuando, en vísperas de salir de España,pusieron en venta su automóvil. Unjoven oficial les pidió permiso paraprobar el motor y desapareció. Lapolicía recuperó bien pronto elCockroach, y Dos acudió a la Puerta del

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Sol y vio el pequeño Fiat rodeado deuna tela metálica en el patio deGobernación. Allí estaba y allí, retenidocomo prueba, seguiría estando cuando elmatrimonio Dos Passos embarcara en elExchorda en el puerto de Gibraltar. «Nohay remedio. Es la ley», les había dichoel funcionario de policía, por mucho queellos le habían insistido en su urgenciapor venderlo. El episodio delCockroach, unido a las secuelas quetodavía arrastraba Dos Passos de suenfermedad, hizo que su estancia enEspaña fuera también un fracaso en elplano personal.

Eso, sin embargo, no impidió que su

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interés por la inestable actualidadespañola se mantuviera firme, y elantiguo activista volvió a ponerse enmovimiento cuando un amigo suyo, elartista santanderino Luis Quintanilla, fuedetenido con motivo del movimientoinsurreccional de Asturias de octubre de1934 por formar parte del comitérevolucionario de Madrid. Quintanillaera también (y sobre todo) amigo deHemingway, al que había conocido enuna borrachera en un bar deMontparnasse en 1922. Hombre deagitada biografía que en su juventudhabía sido marino y boxeador y quedesde 1927 militaba en el PSOE, iba a

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ser juzgado por un tribunal militar, y lacondena amenazaba con serparticularmente severa: el fiscal pedíapara él dieciséis años de cárcel.

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Para dar publicidad[29] al caso yforzar al gobierno español a serclemente, Hem y Dos organizaron unaexposición de sus aguafuertes en lagalería neoyorquina Pierre Matisse y, aligual que se estaba haciendo enInglaterra y Francia (en este país, ainiciativa de André Malraux),promovieron una campaña de recogidade firmas entre personalidades comoHenri Matisse, Thomas Mann, SinclairLewis o Theodor Dreiser, con el queDos Passos había colaborado en ladefensa de Sacco y Vanzetti. Laexposición debía asimismo servir pararecaudar fondos para los encarcelados,

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y los dos escritores recurrieron paraello a sus contactos con liberales de laalta sociedad. Entre ellos estaban, porejemplo, los adinerados y elegantes Saray Gerald Murphy, buenos amigos deHemingway y Dos Passos desdeprincipios de la década anterior. En subiografía de los Murphy, Amanda Vaillreproduce un telegrama de Gerald en elque se alude a la excelente acogida de laexposición: «CUATRO VENDIDOSPRIMER DÍA».

El catálogo incluía sendos textos deHemingway y Dos Passos. El de ésteseñalaba que «Quintanilla ha expresadosu disgusto por medio de sus aguafuertes

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y de su actividad revolucionaria. Esnatural que los burócratas civiles yreligiosos, los latifundistas y losexplotadores industriales que hanrecurrido al ejército, los políticosaprovechados y especialmente losguardias civiles, esos fieles perrosguardianes de los propietarios, le hayanmetido en la cárcel para devolver elpoder en España a la propiedad». Losdos novelistas no se conformaban conayudar a su amigo, sino que ademásbuscaban denunciar la forma en que elgobierno había aplastado la rebelión.«No es bonito usar tropas moras,bombarderos y artillería pesada sobre

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tus propias gentes y ciudades», escribióDos Passos a Malcolm Cowley, directordel New Republic. Una de las cartas quepor entonces envió a Robles revela, noobstante, el escepticismo que leinspiraban campañas de ese tipo.Aunque en ella dice haber firmado«varias protestas de Barbusse» y «unapetition[30] en el caso de Quintanilla»,no cree que eso pueda influir en Gil-Robles o Lerroux, al que en otra cartallama «hijo de perra».

Para su sorpresa, las cosas salieronmejor de lo esperado. En febrero del 35,Dos informó a Edmund Wilson[31] deque Quintanilla había «sido trasladado a

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una fantástica celda que Juan Marchhabía arreglado para sí mismo, y losrumores apuntan a que dentro de seismeses estará en libertad». A finales demayo Quintanilla estaba ya en libertadprovisional, y escribió al novelista unalarga carta en la que le informaba de sunueva situación y le expresaba suagradecimiento: «Vd. no podráimaginarse lo que es leer a la caída deuna tarde de invierno, en la celda de unacárcel, donde todo son humillaciones yviolencias, el prólogo que para elcatálogo de mi exposición escribieronVds». El fiscal había rebajado supetición a cuatro años de cárcel, y lo

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más probable era que Quintanilla notuviera que reingresar en prisión.

La inquietud de Dos Passos por elpintor santanderino se reavivaría en elverano del año siguiente, cuando a losEstados Unidos llegaron noticias de quehabía sido asesinado por pistolerosfascistas. Luego se supo que Quintanilla,que había participado en el asalto almadrileño Cuartel de la Montaña, estabavivo. La guerra civil española acababade estallar.

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La preocupación de Dos Passos porel destino de la República española lellevó, en el otoño de 1936, a proponerla creación de un servicio de noticiasque informara de un modo independientey veraz sobre el desarrollo de los

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acontecimientos. Dos pensaba que,presentando a los norteamericanos laauténtica situación española, laadministración Roosevelt se veríaforzada a permitir la venta de armas algobierno. Por entonces no eran pocoslos que consideraban trotskista a DosPassos, cuyo nombre figuraba entre losde los miembros del Comité Americanopara la Defensa de Trotski. En subiografía del escritor, Virginia SpencerCarr[32] ha demostrado que esa inclusiónse realizó sin su consentimiento, pero elcompromiso de Dos Passos con lascausas de la izquierda seguía en pie.Una vez que se hubo frustrado el

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proyecto del servicio de noticias, elnovelista concibió la idea de rodar undocumental que mostrara la precariedadde las condiciones de vida del puebloespañol durante la guerra. Con talmotivo se asoció con Lillian Hellman,Archibald MacLeish y ErnestHemingway para constituir la empresaContemporary Historians, que debíaproducir la película. Para dirigirlahablaron con el holandés Joris Ivens,que se encontraba en los Estados Unidosinvitado por la Film Alliance y habíaempezado a trabajar en un proyecto parala Fundación Rockefeller. Elresponsable de la fotografía sería John

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Ferno, colaborador habitual de Ivens.Tanto Ivens como Ferno eran

militantes comunistas. Según contaría elpropio Dos Passos en The Theme IsFreedom, poco antes de embarcar conKaty en el transatlántico que les llevaríaa Europa, estuvo cenando en NuevaYork con el anarquista Carlo Tresca,que le advirtió de que le iban a poner enridículo: «John, they goin’ make amonkey outa you…, a beeg monkey».Cuando Dos replicó que Hemingway yél tenían el control sobre lo que se iba afilmar, Tresca se echó a reír y señalóque Ivens era miembro del PartidoComunista. Según él, todo lo que vieran

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o hicieran sería aprovechado por elpartido para sus propios intereses. «Sien España a los comunistas no les gustaalguien, le pegan un tiro», añadió.

Las advertencias de Tresca noalteraron los planes. Ivens se haríacargo de la realización, y Hemingway,ayudado por Dos Passos, del guión.Surgieron entonces las primerasdiscrepancias entre los dos viejosamigos: mientras Dos quería que Tierraespañola se centrara en los problemascotidianos de la gente, a Hem leinteresaba reflejar la evolución de lacampaña militar. Como sugiereTownsend Ludington, tales diferencias

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podían encubrir otras de naturaleza biendistinta: Hemingway acababa de iniciarsu relación con Martha Gellhorn, y esprobable que sus sentimientos de culpacon respecto a su mujer, Pauline, seintensificaran ante la presencia de DosPassos y Katy, dos de los mejoresamigos de ésta.

En esta ocasión, Dos no viajaba aEspaña para escribir artículos oreportajes sino para colaborar en unapelícula de propaganda de la causarepublicana. A pesar de todo, buenaparte del viaje puede reconstruirsegracias, en primer lugar, a los textos quedurante esas semanas escribió para los

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medios de comunicación y que al añosiguiente recogería en JourneysBetween Wars [33] y, en segundo lugaraunque con las lógicas reservas, a larecreación novelística que al final de suvida haría en Century’s Ebb. Katy y élse detuvieron primero en París, dondeDos constató que la sociedad francesaestaba dividida entre los conservadorestemerosos del socialismo y losizquierdistas temerosos del fascismo.Asistió al funeral por unos jóvenesmuertos por miembros de laorganización filofascista Croix de Feudel coronel Casimir de la Rocque, hablócon ultraderechistas que acusaban a los

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gobernantes del Frente Popular de serlacayos de Moscú y acudió al Quai deBourbon a entrevistar a Léon Blum, «unconversador claro e inteligente, que seadelanta a hablar de otra cosa en cuantotus labios empiezan a formar la palabraEspaña». La cuestión de la ayuda militara la República no pudo, por lo tanto, serplanteada.

Siguiendo un consejo que les habíadado Carlo Tresca[34], Katy noacompañaría a su marido a España. Acomienzos de abril, Dos se despidió deella y tomó un tren para Perpiñán. En elcafé de la antigua Bolsa se encontró congrupos de hombres con boinas

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polvorientas que hablaban en catalán, yanotó: «Más españoles, una numerosapoblación de refugiados andrajosos».Buscó el Café Continental y preguntópor el dueño. Éste le presentó a unindividuo que le hizo pasar a un cuarto.En la pared había un mapa de Españacon las líneas del frente señaladas conbanderitas. «Los nuestros», dijo elhombre, indicando la zona republicana.Del Continental salió para montar en elcamión que debía llevarle a Valencia.Su conductor era un comunista francésque hasta la pérdida de dos dedos en unaccidente laboral había trabajado comotapicero. El camión transportaba un

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cargamento de armas y teléfonos decampaña y, para conseguir introducirloen territorio español, tuvieron que burlarun par de controles policiales.

Una vez cruzada la frontera,realizaron frecuentes paradas paraencontrar a las personas encargadas deproporcionarles los vales decombustible. En Gerona, Dos se fijó enque «las paredes estaban cubiertas deproclamas de guerra» y «los cristales delos negocios habían sido reforzados condelgadas cintas de papel engomado».Tras pasar la noche en un hotel queestaba bajo control de la CNT, salieronpara Barcelona. Lo primero que hicieron

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fue tomar un café en las Ramblas, dondelos locales exhibían unos rótulos queanunciaban su incautación por la CNT ola Generalitat. Después dieron bastantesvueltas hasta encontrar una escuelatransformada en depósito central demaquinaria: era allí donde debían dejarsu «carga de máquinas mortíferas».Reanudaron el viaje, y al pasar porSitges se detuvieron en el bar de unamigo del conductor que «apoyabadecididamente al gobierno de Valencia yestaba en contra del de Barcelona y detodos los comités y sindicatos locales».De camino hacia Tarragona, «a la luz delos faros, proyectándose sobre las

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paredes pintadas de blanco», vieron acinco jóvenes que cruzaban el caminopor delante del camión. «Había algoextraño en su forma de andar. A todosellos les faltaba una pierna», escribióDos Passos. Más tarde recogieron enuna gasolinera a un miliciano que se ibade permiso a su casa. Se enteraron deque había habido bombardeos enTortosa y el miliciano exclamó:«¡Magnífico! Iremos a Tortosa ydormiremos tranquilamente». Eso fue, enefecto, lo que hicieron, y a la mañanasiguiente se despidieron del milicianoen Castellón.

Cuando llegaron a Valencia, Dos

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observó que la ciudad no ofrecía unaspecto muy distinto del de las otrasveces que había estado allí: «Losvendedores callejeros y los anuncioseran semejantes a los de la época de laferia anual, y la única diferencia residíaen el abigarramiento de los uniformesmilitares y los rifles y las cartucheras ylas gorras con borlas de los milicianos.En vez de corridas de toros, los cartelesanunciaban la guerra civil». Frente al«heroico Madrid» se hablaba entoncesdel «Levante festivo», y la percepciónde Dos Passos coincide en líneasgenerales con la de Salazar Chapela[35],quien dejó escrito que «únicamente

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identificábamos entonces la guerra porla profusión en los hombres de zamarrasde cuero, por la construcción de refugiospúblicos aquí y allá, por algunos sacosterreros colocados protectivamentedelante de algunas puertas y ventanas ypor el paso de algún que otro camión,casi siempre a noventa por hora,cargado de milicianos barbudos yarmígeros».

Dos Passos y el conductor pararonante el Hotel Internacional, próximo a laestación y ocupado en gran parte pormiembros de las BrigadasInternacionales. Allí el novelista sedespidió de su compañero de viaje, que

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debía entregar el camión y regresar aParís en tren. Acto seguido, acudió a laOficina de Prensa Extranjera a presentarsus credenciales.

La oficina tenía su sede en el últimopiso de una antigua y destartaladamansión a la que, en palabras de ArturoBarea[36], se accedía por una «suntuosay sucia» escalera que, a través de unvestíbulo «con las paredes tapizadas debrocado, descolorido por los años»,conducía a un laberinto de pasillos yhabitaciones «llenas de máquinas deescribir, de multicopistas, de sellos decaucho, de montañas de papel». No muydistinta es la descripción que en sus

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memorias hace Constancia de la Mora,entonces subdirectora y poco despuésdirectora de la oficina: máquinas deescribir, desordenadas pilas de papelcarbón, sucias cuartillas aquí y allá,paredes desconchadas, mesas rebosantesde carteles de propaganda y periódicosde todos los países del mundo… Enmedio de ese desbarajuste, losempleados preparaban paquetes,corregían artículos y buscabandirecciones en los ficheros, mientras loscorresponsales extranjeros esperaban enuna salita contigua, sentados en un sofáde alto respaldo que hacía juego con lasdos butacas de la estancia.

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A Dos Passos la oficina le pareció«agradable pero un poco molesta: comoun club. Uno se encuentra con viejosamigos, lee las hojas mimeografiadasque informan sobre lo que el gobiernoquiere que uno sepa. Se recogenrumores. En el interior, después de unasala de mecanógrafos, en una alcoba depesados cortinajes, se encuentra elcensor en persona, que tiene aspecto delechuza con sus grandes gafas, sentadodetrás de un pequeño escritorio, bajouna luz azul». Por la descripción queDos Passos hace de él sabemos quequien le recibió fue el director de laoficina, Luis Rubio Hidalgo, del que

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tanto Barea como Constancia de la Morahablan en sus respectivos librosautobiográficos. Si el retrato que ArturoBarea nos dejó de Rubio Hidalgo resultapoco seductor («un cráneo lívido ycalvo provisto de gafas ahumadas conmontura de concha»), tampoco el que lehizo Constancia de la Mora lo mejorademasiado: un hombre de calvicieincipiente, bigote pequeño y gafasazules, cuyo color malsano no hacía sinodelatar la oscuridad casi constante deldespacho en el que trabajaba.

No es la primera vez que el nombrede Luis Rubio Hidalgo aparece en estahistoria: había sido él quien, un mes

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antes, había dado oficiosamente a CocoRobles[37] la noticia de la más queprobable ejecución de su padre. Aquellamañana de abril, un desconsolado CocoRobles salió al encuentro de Dos en laoficina y rápidamente le puso alcorriente de lo ocurrido. Laconsternación del escritornorteamericano resulta fácil deimaginar: las últimas noticias que teníade su amigo español (al que,«conociendo su saber y su sensibilidad,consideraba indispensable para eldocumental») eran anteriores a sudesaparición. Esa consternación, porotro lado, no estaba exenta de un punto

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de incredulidad. También de esperanza:si la muerte de Pepe Robles no habíasido confirmada oficialmente, cabía laposibilidad de considerarla uno más delos muchos «rumores» que se recogíanen sitios como aquél. De su entrevistacon Rubio Hidalgo salió Dos Passos conla promesa de que, al día siguiente, en elcurso de un almuerzo con periodistas,podría tratar personalmente el asuntocon el ministro Álvarez del Vayo.

Esa misma tarde acudió a visitar aMárgara. La vivienda de los Robles enValencia no estaba ya en el edificio encuyo ascensor Coco había dado a sumadre y su hermana la trágica noticia.

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Hacía un par de semanas que, porrazones económicas, se habían mudado aun modesto piso de barrio. Dosconsiguió encontrarlo no sindificultades, y el aire desesperado deMárgara y la precariedad de suscondiciones de vida le convencieron dela gravedad de la situación. Más tardecomentaría a Maurice Coindreau[38] quehasta le pareció que estaba «muyenferma, probablemente contuberculosis en un pulmón». Lainopinada aparición de Dos Passos fuepara Márgara una última esperanza a laque agarrarse. Siendo él quien era, lasautoridades tendrían que proporcionarle

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todas esas informaciones que a ella lehabían sido negadas una y otra vez: porqué había sido detenido su marido, quécargos había contra él, si era cierto o noque había sido ejecutado. No es difícilimaginar la conversación que ambossostuvieron, y el propio Dos Passosproporciona algunas pistas en Century’sEbb, en la que José, Márgara, Coco yMiggie Robles aparecenrespectivamente como Ramón, Amparo,Paco y Lou Echevarría. «¿Puede ser quese hubiera hecho enemigos? Estabaacostumbrado a hablar con libertad»,pregunta a Amparo el alter ego delescritor, Jay Pignatelli, y ella contesta:

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«No últimamente. No le habríasreconocido. Se había vuelto muycuidadoso con lo que decía».

Sin dar nombres e incluyendo, acasode forma deliberada, alguna leveimprecisión, Dos Passos escribió sobrela tragedia de los Robles en un texto deJourneys Between Wars en el queevocaba a una «mujer con su hijo quedispone apenas de lo necesario parapagar una habitación barata, sin aire,mientras aguarda a su esposo. No ledijeron nada, se lo llevaron parainterrogarlo, algunas cositas que debíanaclararse, tiempos de guerra, no hay quealarmarse. Pero pasaron días y meses

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sin noticias. Las colas en las comisarías,la apelación a los amigos influyentes, elterror creciendo lentamente que destrozaa la mujer». Un poco más adelante, darienda suelta a los peores augurios sobrela suerte de Pepe Robles y habla de «lasmil maneras en que puede declararseculpable a un hombre, la observaciónque uno formuló de pasada en un café yque alguien anotó, la carta que habíaescrito el año anterior, la frasegarabateada en una libreta de apuntes, elhecho de que un primo se encuentre enlas filas enemigas, y el extraño sonidoque las propias palabras causan en losoídos cuando las citan en la acusación».

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Y añade: «Le ponen a uno un cigarrilloen la mano y se camina hacia el patio aenfrentar a seis hombres a los que jamásse ha visto. Apuntan. Esperan la orden.Disparan».

Se alojaba Dos Passos en la Casa dela Cultura, un hotel (el Palace) que elgobierno había puesto a disposición dealgunos profesores y escritoresrepublicanos y que popularmente eraconocido como la Casa de los Sabios.El estado de ánimo del novelista leimpediría guardar un buen recuerdo deella: «La entrada es triste; la cena, unamelancólica función. Es como estar encuarentena. Nos sentimos como baúles

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colocados en el desván de alguien».Al día siguiente acudió al almuerzo

con el que Álvarez del Vayo agasajaba alos periodistas extranjeros en el Grao,«el grande y viejo restaurante de laplaya donde hace años… ¡la paella eratan buena!». Dos Passos tomó nota de la«curiosa dicción sibilante» con la que,producto sin duda de su acentuadoprognatismo, pronunció el ministro sudiscurso en español y francés, y dejóconstancia de su malestar cuandoescribió: «El vino es bueno. La vieja yfamosa paella. Pero en los almuerzosoficiales los alimentos no se digieren».Dos Passos había coincidido en el

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Ateneo con Álvarez del Vayo en lostiempos en que éste era un prestigiosoperiodista de izquierdas, pero nunca lehabía resultado demasiado simpático.Consiguió abordarle al final de lacomida, y el ministro insistió en hablard e Tierra española, a cuyo equipo derodaje estaba dispuesto a dar toda clasede facilidades. Pero de lo que DosPassos quería hablarle era del asunto deRobles. Álvarez del Vayo le dejó hablarunos instantes. Luego declaró sentir«ignorancia y disgusto», prometióaveriguar más cosas y se despidió conprecipitación. El escritor le mirómarchar, rodeado de su séquito de

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colaboradores.

¿Ignorancia sobre el caso Robles,que había sido uno de los temashabituales de conversación entre losintelectuales desplazados a Valencia?¿Ignorancia cuando es más que probableque Márgara hubiera acudido a él en

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petición de auxilio? La alusión de DosPassos a la mala digestión de la paellapodría encubrir no sólo una sensaciónde malestar sino también un razonableescepticismo ante los buenos deseosexpresados por el ministro. ¿Cumpliríaéste su promesa de averiguar más cosas?Fuera como fuese, Dos Passos decidióseguir con sus propias indagaciones enMadrid.

Debió de ser esa tarde cuandoconcedió al corresponsal de ÚltimaHora unas declaraciones que el día 19aparecerían publicadas con el titular:«Els espanyols destruiran el feixisme aEuropa i, per consegüent, al món». En la

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entrevista hablaba de su viaje a España(«me ha resultado muy agradable no verpor los caminos los tricornios de losguardias civiles, que eran muypintorescos pero tenían un airedemasiado siniestro») y de las simpatíasque por la causa republicana habíanmanifestado artistas como CharlesChaplin, Clark Gable o James Cagney.Después Dos Passos paseó por el puertoen compañía de unos periodistasfranceses y contempló algunos de losbarcos rusos que transportaban armaspara la República, «buques de carga conlos nombres tachados con pintura que sedeslizan sin luces a través del bloqueo,

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los “mexicanos”, como se los llama».En algún momento se produjo su

encuentro con «un viejo amigo que melleva a ver el sitio donde estándepositados los cuadros del Prado».¿Quién era ese viejo amigo cuyo nombreomite Dos Passos? Según todos losindicios, no era sino Luis Quintanilla[39],el artista santanderino a cuyaexcarcelación habían contribuidoHemingway y Dos Passos tras lafracasada insurrección de Asturias. Enabril de 1937, Quintanilla era miembrode la Junta de Incautación y Proteccióndel Tesoro Artístico, creada por elgobierno republicano con el propósito

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de poner a buen recaudo las principalesobras del patrimonio artístico nacional:eso explica su fácil acceso a losalmacenes en los que estabandepositados los cuadros del Museo delPrado. Pero en abril de 1937 Quintanillaera también un espía. Debido a suestrecha amistad con Luis Araquistáin,embajador de la República en París,hacía unos meses que Quintanilla sededicaba a recabar información entrelos núcleos de refugiados españoles enel sur de Francia (principalmente, enBiarritz y Bayona) y a transmitirla algobierno a través de una red decontactos de la que formaba parte el

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cineasta Luis Buñuel. Sus visitas aValencia eran habituales. Allí seencontraba cuando Dos Passos llegó a laciudad y, aunque éste da a entender queel encuentro tuvo lugar por la tarde, nose puede descartar la posibilidad de quese hubiera producido en el curso delalmuerzo con Álvarez del Vayo, viejoamigo de Quintanilla. ¿De qué hablaronel pintor y el novelista mientraspaseaban entre los cuadros protegidospor lonas y bastidores? Indudablemente,de Robles, y Quintanilla recomendó alangustiado Dos Passos que, cuandofuera a Madrid, hablara con su hermanoPepe. Éste, que en Century’s Ebb

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aparece como Juanito Posada, trabajabaen los servicios de contraespionajerepublicano como miembro de laBrigada de Policía de la AgrupaciónSocialista Madrileña (y, a partir deagosto, del Servicio de InvestigaciónMilitar o SIM). Sin duda, PepeQuintanilla podría ayudarle a averiguarlo ocurrido con Robles.

Tras su encuentro con elsantanderino, el norteamericano pasónuevamente la noche en la Casa de laCultura, y por la mañana acudió al HotelVictoria: «Ese nido de corresponsales,agentes gubernamentales, espías,traficantes de municiones y mujeres

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misteriosas se halla ahora vacío ysilencioso». Ante el hotel le esperaba elHispano-Suiza que la Generalitat habíapuesto a disposición de un «famosoperiodista francés» no identificado[40].La carretera que llevaba a Madridpresentaba un estado bastante mejor delque Dos Passos había supuesto, y losviajeros aprovecharon las paradas enlos diferentes controles para bajar yestirar las piernas. No vieronmovimientos de tropas hasta quellegaron a las afueras de Alcalá deHenares: «jóvenes con cascosinadecuados, camiones y hombresmarchando en formación». El automóvil

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les dejó delante del Hotel Florida, en laplaza de Callao. Allí Dos Passos sintiópor primera vez la proximidad delfrente: «Mientras acomodamos losbultos en la acera, nos detenemossúbitamente. El ruido que se oyó cuandoel motor se detuvo fue deametralladoras».

El Florida era el hotel en el que sealojaban los corresponsales y escritoresextranjeros, entre ellos Hemingway, quesolía pasearse con un singular uniformecaqui y unas lustrosas botas de cañaalta. La primera persona conocida a laque Dos Passos vio en el hotel fueSidney Franklin, torero de Brooklyn y

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buen amigo de Hemingway que habíaviajado desde Valencia en compañía deMartha Gellhorn. El encuentro entre losdos escritores fue brusco. Hemingway lepreguntó cuánta comida les llevaba yreaccionó con indignación cuando le viosacar cuatro tabletas de chocolate ycuatro naranjas: «We damn near killedhim». Persistía entre ellos la tirantez queya en Nueva York había empezado amanifestarse, y la exaltación con queHemingway vivía la experiencia de laguerra, tan alejada de la sensibilidadpacifista de Dos Passos, no parecía quepudiera contribuir a arreglar las cosas.

Dos Passos no tardó en reanudar sus

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averiguaciones sobre la suerte deRobles. Por supuesto, una de laspersonas con las que se entrevistó fuePepe Quintanilla[41], quien, de acuerdocon lo que se dice en Century’s Ebb,tenía su despacho en el edificio de laTelefónica en la Gran Vía madrileña. Elsobrino de Pepe e hijo de Luis, PaulQuintanilla, ha escrito en la biografía desu padre: «Pepe le dijo que sí, queconocía los pormenores del caso peroque carecían de importancia, y que él,Dos Passos, no tenía que darle másvueltas». Dos Passos no se dio porsatisfecho con esta respuesta y siguióinvestigando, pero toda la gente con la

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que hablaba se limitaba a asegurarle quesu amigo tendría un juicio justo. Nadie,sin embargo, sabía darle noticiasprecisas sobre su paradero, y Dos, quetodavía albergaba la esperanza de queRobles estuviera preso y no cesaba derevisar listas, sospechaba que a sualrededor se estaba urdiendo unaconspiración de silencio y mentiras.Algún tiempo después, recordaría quesus constantes indagaciones disgustabana varias de las personas con las quecolaboraba en el proyecto dedocumental: «¿Qué es la vida de unhombre en un momento como éste? Nodebemos permitir que nuestros

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sentimientos personales nos dominen…»Entre esas personas se encontraba, sinduda, Hemingway. La antigua amistadentre ambos estaba a punto de romperse.

No muy lejos del Hotel Florida, elrascacielos de la Telefónica (« theproud New York baroque tower of Wall Street’s International Tel and Tel ,símbolo del poder colonizador deldólar») se había convertido en elemblema de la defensa de la ciudad.«Cinco meses de bombardeos le hancausado en realidad muy pocosperjuicios», escribió Dos Passos. En eseedificio, además del despacho de PepeQuintanilla, estaba la sede madrileña de

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la Oficina de Prensa Extranjera, en laque el novelista se encontró con «unespañol cadavérico y una mujeraustríaca pequeña y rolliza, de vozagradable», que no eran otros queArturo Barea y su compañera, IlsaKulcsar. Barea, que aún no habíapublicado ningún libro, había sidocontratado por Luis Rubio Hidalgo enlas primeras semanas de la contienda.Luego éste había seguido al gobiernorepublicano a Valencia, y Barea sehabía tenido que hacer cargo de laoficina madrileña y de los escasos cincoempleados que habían permanecido enla capital. Todavía en noviembre del 36

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había aparecido Ilsa, una veteranasocialista que había viajado a Españapara participar en la lucha contra elfascismo y que le ayudó a reorganizar elservicio de censura y prensa extranjera.El abandono en el que había quedado eldepartamento había dado pie a una sordapugna por su control. Buena prueba deello es el hecho de que el enviado dePravda, Mijail Koltsov (hombre de granautoridad pese a que Koestler[42] lodescriba como «de baja estatura,delgadito, de aspecto insignificante, deademanes pausados y ojosdescoloridos»), se hubiera presentadoen la oficina y hubiera amenazado a

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Barea: «Esto es una vergüenza.Quienquiera que sea el responsable deesta clase de sabotaje merece que lefusilen». Entre esas tensiones y untrabajo que le ocupaba dieciocho horasdiarias, la salud física y mental de Barease resintió gravemente: no es de extrañarque Dos Passos lo retratara como «unhombre nervioso, mal nutrido y falto desueño».

Cuando escribió esto, no podíaimaginar hasta qué punto eran atinadassus impresiones[43]. Un día antes, unobús había entrado en la habitación deBarea en el Hotel Gran Vía y reducidolos zapatos de Ilsa a un montón de trozos

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de cuero retorcidos y chamuscados y, almontar él en un automóvil, habíaencontrado un pedazo todavíatembloroso de cerebro humano pegadoal cristal. Eso, unido a dos bombardeosde los que fue testigo desde la ventanade la habitación, le provocó un colapsonervioso que durante unas semanas lomantuvo prácticamente incapacitadopara el desempeño de su misión.Aquella tarde en la Oficina de Prensa,mientras Dos Passos le regalaba unejemplar dedicado de El paralelo 42,Barea estaba a punto de hundirse en loque más adelante le sería diagnosticadocomo un shell shock o síndrome de los

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bombardeos, que suele incluir fiebre yvómitos pero también pesadillas,alucinaciones, ataques de pánico: «Lasgentes y las cosas alrededor de mí seborraban y contorsionaban en formasfantasmales, tan pronto como perdían elcontacto directo conmigo. Meaterrorizaba estar en una habitación soloy me aterrorizaba estar en la calle entrelas gentes». Su lastimoso estado, sinembargo, no le impediría recordar en Laforja de un rebelde el encuentro suyo yde Ilsa con Dos Passos, «un huésped aquien yo quería y respetaba, que hablabade nuestros campesinos con unacomprensión gentil y profunda,

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mirándonos a uno y a otro con sus ojoscastaños, inquisitivos».

Lo curioso es que eldesmoronamiento de Barea se habíagestado mientras Ilsa y él atendían a unadelegación de damas británicasencabezada por la duquesa de Atholl, yque Dos Passos iba a aludir a esasmismas señoras en uno de sus escritosde esos días. Barea e Ilsa fueron losencargados de organizarles unasjornadas de «turismo de guerra» queincluían una excursión por el Madridbombardeado, una visita al frente, unarecepción oficial ofrecida por el generalMiaja… Cuando el gerente del hotel les

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avisó del incendio que el obús habíacausado en su habitación, las damassubieron con ellos y manifestaron a Ilsasu consternación por el asunto de loszapatos. El episodio sobre el queescribió Dos Passos tuvo también lugaren el Hotel Gran Vía, concretamente enel comedor subterráneo en el que loscorresponsales solían reunirse para darcuenta de sus tristes menús deracionamiento. En las mesas habíatambién milicianos, brigadistas deparranda y algunas «jovencitas de labrigada del placer», y un hombreborracho, al ver los manjares con que seagasajaba a la duquesa y las otras

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damas, protestó de forma tan airada quelos camareros se apresuraron a servir alos demás unas raciones de pescado conespinacas.

En su libro autobiográfico dejóescrito Barea: «Convites en el bar delGran Vía, convites en el bar Miami,convites en el bar del Hotel Florida».Ése era el ambiente en el que se movíanlos periodistas y escritores extranjeros,que apenas si salían de «un círculo deellos, con una atmósfera suya, rodeadosde un coro de hombres de las BrigadasInternacionales, de españoles ansiososde noticias y de prostitutas atraídas porel dinero abundante y fácil». Ése fue

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también el ambiente que Dos Passosconoció durante aquella estancia enMadrid. Sus textos de ese mes de abrilincluidos en Journeys Between Warsreflejan sus paseos por la ciudadsitiada: la primera barricada de defensa,muy próxima al hotel; la barricadasiguiente, en la que un sonrientecentinela cubano le pidió elsalvoconducto; las trincheras con sacosterreros de la plaza de España, en unade cuyas esquinas un grupo de lasBrigadas Internacionales esperaba lacomida… Después, «uno abre unapuerta de cristal y se encuentra con… ¡elfrente! La puerta de cristal se abre al

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espacio, y a nuestros pies hay una fuentellena de trozos de mampostería ymuebles destrozados, luego la avenidadesierta y, del otro lado, cruzando elManzanares, una magnífica visión delcampo enemigo». Es probable que fueraentonces cuando se produjo uno de losencuentros con Hemingway a los que sealude en Century’s Ebb[44]. Según DosPassos, Hemingway había salido a darun temerario paseo por el frente encompañía de un científico inglés.Estaban los dos a tiro de la artilleríafranquista y, cuando un cabo del ejércitorepublicano les reprochó suimprudencia, ellos se alejaron con

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andares majestuosos. Muy pocodespués, Dos Passos se los encontró«hinchados como pavos». Si no leshabían disparado fue porque era la horade comer y, al menos en teoría, lossoldados españoles esperaban aterminarse el almuerzo antes de volver apegar tiros.

En otra de sus caminatas no pudoDos Passos dejar de registrar que elHotel Alfonso (en el que se habíaalojado con Katy en el verano de 1933)había recibido tantos impactos de obúsque parecía un queso suizo. Y en otra,finalmente, se topó con «la división deEl Campesino, con sus nuevos uniformes

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de color caqui, desfilando con lasbanderas, los cañones y los vehículositalianos capturados en Brihuega».

Hizo pocas salidas fuera de Madrid.La más destacada fue la visita al cuartelque las Brigadas Internacionales teníanen el antiguo castillo del duque deTovar, en la provincia de Guadalajara.Junto a otros corresponsales, DosPassos fue invitado a la ceremonia conque se celebraba la creación de unanueva brigada, formada sobre la antiguaBrigada 15. Además de varios altosfuncionarios del Ministerio de laGuerra, estuvieron presentes el generalWalter, Miaja, Líster, el coronel Rojo.

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Se pasó revista a las tropas, sepronunciaron discursos en español,francés, alemán y ruso, y al final labailaora Pastora Imperio y la cantaoraPastora Pavón («La Niña de losPeines»), a las que Hemingwayhomenajearía en Por quién doblan lascampanas, actuaron para los soldadosallí reunidos. «Fue una fiesta bastanteangustiosa, con los vítores, los desfiles,e l Himno de Riego, las arengas de losjóvenes jefes que en sus vidas privadashabían sido carpinteros o estibadores oherreros», se dice en Century’s Ebb.

María Teresa León habla enMemoria de la melancolía de una foto

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hecha en el frente en la que aparecenella, Dos Passos, Alberti, Hemingway yel general Walter, «aquél que luegomataron justo cuando entraba victoriosoen Varsovia después de besar la tierrados veces suya». Fue ese día cuando setomó la foto. Hacía poco que Alberti yMaría Teresa habían regresado deMoscú, y es probable que Dos Passos yel poeta gaditano se hubieran visto conanterioridad en Madrid. Lo que esseguro es que, dondequiera que hubieratenido lugar ese primer encuentro, eltrágico destino de Robles Pazos ocupóbuena parte de su conversación.

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Recordemos que, antes de la llegadade Dos Passos a España, Rafael Albertiya había recurrido a «las autoridades»por la misma causa. Parece, de todosmodos, que las simpatías mutuas eranlimitadas. Ya en una carta de 1934 aPepe Robles[45], Dos Passos se habíareferido al andaluz con cierta

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displicencia: «¿Te he escrito que herecibido las poesías de Alberti? Es unmuchacho simpático, pero francamente¿no te parecen un poco sosas laspoesías? Si todos los muchachos sintalento se ponen revolucionarios, notendremos revolución hasta el JuicioFinal». Ahora, convertido Alberti en unade las estrellas más rutilantes delcomunismo español, las antiguasreticencias de Dos Passos debían dehaberse robustecido, y a ello no podíanser ajenas las quejas de Márgara sobreel comportamiento de algunos viejosamigos de su marido que, habiendopodido ayudarla, ni siquiera se habían

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interesado por su situación. ¿A quéviejos amigos iban principalmentedirigidas esas quejas? A aquéllos quecon el creciente poder del PartidoComunista habían adquirido notoriedade influencia: uno de ellos era el entoncessubsecretario del Ministerio deInstrucción Pública, Wenceslao Roces;otro, el propio Alberti, quien, cuandoDos Passos estaba a punto de descubrirla trágica suerte que el destino habíadeparado a Robles, era recibido en elKremlin. La prensa comunista dio granrelevancia a esa recepción. Al díasiguiente de la fiesta de la Brigada 15,Dos Passos pudo leer las declaraciones

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de Alberti al diario Ahora, órgano delas JSU (Juventudes SocialistasUnificadas, controladas de hecho por loscomunistas): «Tengo una gran fe —nosdijo el camarada Stalin— en la juventudespañola». Y cuatro días después esposible que leyera también el artículoque María Teresa León publicó en esemismo periódico sobre la calurosaacogida que a su marido y a ella leshabía sido dispensada en el Kremlin. Deesas mismas fechas es la media páginaque Mundo Obrero les dedicó y en lasque Alberti ponderaba la figura deStalin, «tan noblemente humano», «tansencillamente afectuoso».

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La foto de la que habla María TeresaLeón debe de ser la última que DosPassos y Hemingway se hicieron juntos,ya que la ruptura entre ellosprácticamente se consumó esa mismatarde[46]. Entre los otros corresponsalesque asistieron a la celebración militarestaba la escritora Josephine Herbst,que en The Starched Blue Sky of Spainnos dejó la más completa versión sobrelo ocurrido. Como los otros, JosieHerbst se alojaba esos días en elFlorida, y Dos Passos la menciona deforma indirecta en una de sus crónicasespañolas, aquélla en la que relata unamadrugada de bombardeos en el hotel.

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Por los despachos que por esas fechasmandaba Hemingway a la NorthAmerican Newspaper Alliance (NANA)podemos imaginar las consecuencias deesos bombardeos, como el cadáver delhombre que yacía con la ropa rota ypolvorienta junto a «un montón deescombros y un hoyo grande en la acera,de donde el gas de la tubería escapabacausando la impresión de un espejismoen el fresco aire de la mañana». DosPassos vivió el bombardeo desde elinterior del hotel: «Nuevamente esechillido, ése estruendo, ese ruido, esecampanilleo de una bomba explotandoen algún sitio. Luego, otra vez el

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silencio, sólo interrumpido por losdébiles aullidos de un perro herido, ymuy despacio desde uno de los techosde abajo asciende una mancha de humoamarillo que se espesa y desparrama enel aire sereno». Los proyectilessiguieron cayendo y, en mitad de laconfusión y de las precipitadas carrerasde los huéspedes a medio vestir, «unanovelista de Iowa completamentevestida» se hizo cargo del café y lodistribuyó en vasos entre las personasque la rodeaban.

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Josephine Herbst había nacido enSioux City, Iowa, en 1892. El 17 deabril, después de que las bombas

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despertaran intempestivamente a loshuéspedes del hotel, Hemingway lainvitó a tomar un trago de coñac en suhabitación del cuarto piso. El novelista,aprovechando la antigua amistad deJosie con Dos Passos, quería quehablara con éste y le disuadiera deseguir indagando sobre Robles. Peroella ya sabía que Robles estaba muerto:se lo habían dicho confidencialmente enValencia, donde, preocupados por elcelo investigador de Dos, temían que«pudiera volverse contra su causa sidescubría la verdad y confiaban enevitar que hiciera ninguna averiguaciónmientras estuviera en España». El

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problema era que Josie, para proteger elanonimato de su informante, habíajurado guardar el secreto. Ahora, sinembargo, le parecía injusto mantener aDos en su «angustiada ignorancia», y sesinceró con Hemingway: «El hombre yaestá muerto. Quintanilla tendría quehabérselo dicho a Dos». A Hemingwayla noticia le cogió por sorpresa. ¿Quépodían hacer? Decírselo, por supuesto.Pero, como Josie había prometido nohacerlo, Hemingway decidió que se lodiría él mismo en cuanto se presentara laocasión y que alegaría haberlo sabidopor «alguien de Valencia que estaba depaso y cuyo nombre no debía ser

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revelado».Ese mismo día iba a celebrarse la

fiesta de la Brigada 15. De invitar a losescritores norteamericanos se habíanocupado Rafael Alberti y María TeresaLeón. Pese a su admiración por Sobrelos ángeles, Josephine Herbst no pudoevitar sentirse a disgusto en presenciade la pareja, cuya animación y parloteo,«que fluían con una vivacidad decanarios alegres, no conectaban con miestado de ánimo», y habría preferidoahorrarse la compañía del poeta, con sus«relucientes botas militares y su cámaraen la mano, y con su afición a organizarfotos de grupo, para en el último

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momento confiar la cámara a cualquierotro y colocarse de un salto en el centrodel grupo». El almuerzo tuvo lugar en unsalón decorado con retratos de losantepasados del duque de Tovar. A lahora de los cafés, Hemingway había yahablado con Dos Passos, y éste, con unataza en la mano, se aproximó a JosieHerbst y «con la voz alterada preguntópor qué no podía él ver al hombre quehabía llevado la noticia, por qué nopodía hablar con él». Lo único que laescritora acertó a decirle fue queesperara a llegar a Valencia y allítratara de averiguar más cosas a travésde alguien como Álvarez del Vayo.

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El matrimonio Alberti y los tresescritores norteamericanos volvieron aMadrid en el mismo coche. Salvo porlos «gorjeos» con que María Teresaintentaba suavizar la tensión, el viaje sehizo en medio de un completo silencio.En cuanto el automóvil se detuvo delantedel hotel, Hemingway y los Alberti seprecipitaron a abandonarlo. Antes deretirarse a sus respectivas habitaciones,Herbst y Dos Passos dieron un paseonocturno por la plaza Mayor.

Éste es, en síntesis, el relato deJosephine Herbst. La interpretación que,e n El fin de la inocencia (DoubleLives), Stephen Koch hace de él es bien

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diferente. Koch parte nada menos que dela suposición de que «la agentesoviética» Herbst fue «enviada a Españapara vigilar y controlar a lascelebridades norteamericanas enMadrid». Según él, Josephine Herbst,que habría salido de Valencia despuésde una reunión de consulta con suscolegas de la policía secreta delaparato, «organizó la humillación y eldescrédito públicos de su querido amigoJohn Dos Passos, mientras hacía circularla mentira de que el íntimo amigo deJohn en España era un espía fascistafusilado por ello». Con tal fin, siempresegún Koch, urdió un plan que consistía

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en escoger el momento y el lugaradecuados para la revelación («unaimportante reunión de rusos y alemanesfamosos»), así como el emisario ideal,Hemingway, cuyo «lado sádico» viodespertarse «con sumo interés». Todosería pues una estudiada y eficaz puestaen escena, y el aparato, que «se habíaembarcado en conquistar a Hemingwayy al mismo tiempo en desacreditar a unDos Passos demasiado entrometido»,debió de felicitar efusivamente a Herbstpor haber sabido crear «la impresiónpública de que Hemingway era unapersona políticamente responsable, adiferencia de John Dos Passos».

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Un simple cotejo de las versiones deHerbst y Koch demuestra la alegreirresponsabilidad con que este últimodeforma los datos para adaptarlos a susprejuicios y fantasías (o simplemente asu desinformación: a Robles Pazos lollama siempre Robles Villa). Losdetalles con que adorna la historiahablan por sí mismos. Baste citar laforma en que «Hemingway se abrió pasohasta John entre la gente que searremolinaba en torno a ellos y anunciólo más mordazmente posible» la noticiade la muerte de Robles, mientras«Herbst observaba a cierta distancia,anónima y segura, cómo su labor

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producía el deseado y cruel efecto». ¿Lomás mordazmente posible? ¿Cruelefecto? La tergiversación que Koch hacedel relato original no se permite elmenor descanso, pero su meticulosatraición a cualquier idea de objetividadnunca llega a ser tan alarmante comocuando se decide a dar rienda suelta a suinventiva y desliza aquí y allá comodatos contrastados lo que no son sinomeras conjeturas. Herbst y Hemingway,por ejemplo, habrían pactado que lafuente de la noticia era un supuesto«corresponsal alemán», y en la fiesta dela Brigada 15, haciendo las veces decorresponsal alemán, habría estado

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presente nada menos que Otto Katz, unode los jefes de la propaganda comunistaa los que Koch tantas veces alude en sulibro… ¿Qué pruebas aporta éste parademostrar que Katz, «mentor, maestro yposiblemente control» de JosephineHerbst, «merodeaba por allí observandola escena»? Absolutamente ninguna, y detodos modos, aunque fuera cierto queKatz asistió a la fiesta, tampoco esodemostraría nada: ¿qué tendría deextraño, tratándose de una celebraciónde las Brigadas Internacionales?

La versión de Koch tendría algúnfundamento si Josie Herbst hubiera sidode verdad una agente soviética. Para

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decepción de Koch, eso no es cierto.Aunque él mismo reconoce no habervisto «documento alguno que lo pruebeo lo niegue», sus conjeturas (otra vez lasconjeturas) se basan en dos hechos. Elprimero es que, al parecer, el aparatocomunista habría confiado en algúnmomento al marido de Josie, un pococonocido escritor llamado JohnHerrmann, alguna misión de espionaje.El segundo, que la propia Herbst, por supresunto filocomunismo, sería en 1942despedida de una agencia de inteligencianorteamericana a la que se habíaincorporado tras el bombardeo japonéssobre Pearl Harbor.

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Ambos hechos están perfectamenteestudiados en la biografía de JosephineHerbst que Elinor Langer publicó aprincipios de los ochenta[47]. Nada enesa biografía induce a creer que Herbstfuera lo que en El fin de la inocencia seafirma que fue, y también en este casollaman la atención los esfuerzos de Kochpor deformar la realidad de modo queacabe justificando su peculiar caza debrujas. En el caso de Herrmann (del queen la práctica Josie se había separado en1932), Langer cuenta que entre 1934 y1935 intervino en el «transporte demateriales entre funcionarios del partidoen Washington y funcionarios del

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partido en Nueva York». ¿Quémateriales eran ésos? Según todos losindicios, documentos sobre losprogramas oficiales de desarrolloagrícola que los comunistasnorteamericanos pretendían usar parasus propios intereses políticos. Eso estodo: la destacada figura del espionajesoviético que Koch cree haberidentificado en Herrmann resulta no sermás que un simple correveidile delpartido.

Con respecto al segundo punto, lainvestigación de Elinor Langer no esmenos esclarecedora. A finales dediciembre de 1941, Josephine Herbst

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comenzó a trabajar en la Oficina delCoordinador de Información (OCI), unaagencia independiente de inteligenciaque, entre otras funciones, tenía la deorganizar emisiones de propagandaradiofónica para los países con los queNorteamérica había entrado en guerra.Josie, que hablaba perfectamentealemán, formaba parte del equipo deguionistas para las transmisiones en eseidioma y, en efecto, el FBI abrió unainvestigación en torno a ella paradeterminar la naturaleza de susrelaciones con el Partido Comunista ycon la URSS. La investigaciónconcluiría con la exculpación oficial de

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Herbst (detalle que, por cierto, Koch seencarga primorosamente de ocultar),pero para entonces el director de la OCIhabía ya prescindido de ella. Losinvestigadores del FBI recabaronnumerosos testimonios sobre lasactividades políticas de Josie, y lo másllamativo es que entre los informantesconfidenciales que la acusaron estabaotra conocida escritora de la época. Enmayo de 1942, la fantasiosa KatharineAnne Porter viajó a Reno, Nevada, paraobtener el divorcio de su cuarto marido,y allí, convenientemente protegida por elanonimato, testificó en contra deJosephine, que había sido su «amiga» y

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seguiría siéndolo algunos años más. Ensu libro, Elinor Langer no sólo desvelade forma incontestable la identidad de lainformante sino que reproduce sudeclaración ante las autoridadesfederales, para luego certificar lo quehabía de verdadero y falso en susacusaciones y desmontar la máscomprometedora de ellas: la de queJosie había ejercido de correo a sueldodel gobierno soviético.

Por lo visto, las patrañas deKatharine Anne Porter[48], que nisiquiera merecieron credibilidad a losinvestigadores del FBI, sí le parecieronverosímiles a Stephen Koch, y el retrato

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que hace de Josephine Herbst es no sólodelirante sino también ofensivo. No esde extrañar que, al poco de aparecer Elfin de la inocencia, la propia ElinorLanger se apresurara a refutar en TheNation sus afirmaciones. Como afirmaen ese artículo, el libro de Koch «es unataque a la integridad de toda unageneración de intelectuales occidentalessurgida después de la RevoluciónRusa».

El trabajo de Langer demuestra, entodo caso, que la versión de Herbstsobre lo sucedido el 17 de abril en elantiguo castillo del duque de Tovar esfiable. Aquella noche, Josie y Dos

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fueron a dar un paseo por la plazaMayor. Solitarios y tristes por el viejoMadrid bombardeado, tenían más cosasen común de las que podían imaginar.Lo que esos días habían visto y vividoen España inevitablementecondicionaría la posterior evoluciónideológica de ambos. De latransformación de Dos Passos yaconocemos los primeros síntomas. Conrespecto a la de Herbst, baste con citar aLanger cuando dice que, a su regreso deEspaña, «dio por terminadas susconexiones con el Partido Comunista. Sehabía enterado de demasiadas cosas.Como nunca se había afiliado, no dio

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carácter público a su renuncia ni realizóotros actos públicos, pero dejó de ver ala gente con la que antes había estadovinculada; en su fuero interno “rompió”,y nunca más volvió a tener actividadespolíticas».

Dos años después, Dos Passosescribiría a Herbst para, en referencia ala madrugada del bombardeo[49],decirle: «Siempre recordaré lo humanaque parecías y actuabas aquella mañanaen el viejo Florida; en medio de muchascircunstancias deprimentes fue lo únicoque me hizo sentir bien». Entre esascircunstancias estaba, por supuesto, lamuerte de Robles, que Dos Passos había

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terminado dando por cierta antes de queHemingway creyera estar revelándosela.Si nos guiáramos por lo que se cuenta enCentury’s Ebb, habría sido PepeQuintanilla quien se lo habría dicho.«Lo han fusilado», le dice JuanitoPosada (Pepe Quintanilla) mientrasbeben whisky, y luego añade: «Meocuparé de que nadie importune a sumujer y a sus hijos… Lo prometo…Pero de ahora en adelante… silencio».Del mismo modo, en una carta aldirector publicada en el New Republicen 1939, Dos Passos dejó escrito que laejecución de Robles no le había sidoconfirmada por Hemingway sino por un

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tal Carlos Posada (curiosacoincidencia), al que había conocido en1916 y que en 1937 era uno de losresponsables del contraespionaje enMadrid (como Posada-Quintanilla).

Así pues, parece razonable pensarque, antes de asistir a la fiesta de laBrigada 15, Dos Passos conocía ya loocurrido, por lo que su ruptura conHemingway no tendría que ver con elhecho de que éste le hubiera dado latrágica noticia. Su ruptura tuvo que vercon la escasa sensibilidad queHemingway demostró hacia el dolorhumano: aquello era una guerra, ¿quéimportaba la vida de un hombre? En

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palabras de Josephine Herbst: «Dosodiaba la guerra en todas sus formas ysufrió en Madrid no sólo por el destinode su amigo sino también por la actitudde cierta gente que se tomaba la guerracomo un deporte». ¿Cabe una alusiónmás transparente a Hemingway, al que laguerra había proporcionado la ocasiónperfecta para el exhibicionismo y lajactancia?

Dos Passos salió de Madrid pocodespués de la fiesta de la Brigada 15.Aunque otros testimonios contradicentales acusaciones, Hemingway pondríamás tarde en entredicho el valor de suexamigo: «En cuanto el hotel fue

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bombardeado, Dos hizo sus maletas ysalió huyendo hacia Francia». Sinembargo, como Hemingway sabía, laabrupta marcha de Dos Passos no sedebió a la cobardía sino a laconsternación causada por todo lo quehabía descubierto. En una carta de juliode 1939[50] lo explicaría así: «En cuantomis amigos americanos empezaron aladrar, decidí que permanecer por mástiempo en España no sólo era inútil sinoque podría ser peligroso para algunaspersonas próximas a mí».

Quienes habían callado sobre elasesinato de Robles lo habían hecho pordos motivos: en primer lugar, porque

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querían evitar su utilizaciónpropagandística en contra de laRepública; en segundo lugar, por miedo,porque confiar a Dos Passos la verdadhabría podido ponerles en peligro. Elnovelista norteamericano no habíaconseguido averiguar gran cosa sobre suamigo español, pero sus indagaciones lehabían llevado a asomarse a una de lasfuentes de ese miedo: el amplio sistemaparapolicial y penitenciario en manos dela NKVD, la policía secreta soviética.

Pasados los primeros momentos dela contienda, en los que habían sidovarias las organizaciones de izquierdasque habían dispuesto de cárceles

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provisionales, la NKVD habíadesarrollado una red de prisiones paradisciplinar (o directamente liquidar) amiembros de las BrigadasInternacionales. Acogida por estemotivo a una suerte deextraterritorialidad (y al margen de todocontrol y toda apariencia de respeto a lalegalidad), su creador había sido el jefede la NKVD en España, AlexanderOrlov. La red no estaba formadaúnicamente por checas y prisiones sinoque contaba incluso con un crematoriopropio en el que deshacerse de loscadáveres y, según Stanley G. Payne[51],«un creciente número de españoles

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disidentes» fue encerrado y ejecutado enesos locales junto a ciudadanos de otrasnacionalidades. ¿Formaba parte de estesiniestro sistema penitenciario la Cárcelde Extranjeros en la que Márgara habíavisitado en dos ocasiones a su marido?De acuerdo con el testimonio de MiggieRobles, la cárcel estaba situada junto alcauce del Turia. También cerca delTuria, donde actualmente se encuentra elMuseo Fallero, estaba el penal deMonteolivete, que en la posguerra seconvertiría en Prisión Militar. Cabe,pues, la posibilidad de que esa cárcelpara brigadistas se hubiera habilitado enlas dependencias de Monteolivete, pero

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eso no cambia las cosas: el letrero, a lavista de Miggie y de todos los quepasaban por delante, apuntala lahipótesis de la extraterritorialidadpenitenciaria.

La última crónica madrileña deJourneys Between Wars recrea la salidade Dos Passos de la ciudad. Al pasarjunto a la fuente de la Cibeles, dosbombas estallaron en algún lugar de laCastellana. El automóvil siguió hacia laPuerta de Alcalá y pasó junto a un «caféahora cerrado, frente al edificio deCorreos y bajo los árboles, donde laúltima vez que estuve en Madrid mesentaba las tardes de verano a charlar

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con amigos, algunos de los cualesacaban de morir». El café, por supuesto,era La Granja del Henar, y el plural de«amigos» sólo a medias ocultaba laalusión a Robles Pazos, con el quetantas tertulias había compartido en losveladores de la calle de Alcalá. Con esareferencia cifrada, Dos Passos sedespedía a la vez de Madrid y del amigomuerto.

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Quizás sea éste el momento depreguntarnos por qué asesinaron a JoséRobles. Esa misma pregunta siguióhaciéndose durante mucho tiempo DosPassos, quien a comienzos de noviembreescribió una carta[52] a Henry Carrington

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Lancaster en la que daba por «seguroque Robles fue fusilado por alguna razónpor los comunistas de la GPU [laNKVD], y nadie se atreve a abrir laboca al respecto. ¿Por qué fue fusilado?Todavía tengo esperanzas deaveriguarlo». Unos meses antes, enjulio, Márgara había escrito también aLancaster para decirle que «una fatalequivocación o tal vez una venganzapersonal» le parecían las únicasexplicaciones posibles de la muerte desu marido.

Probablemente, las razones últimasnunca llegarán a conocerse, pero sípodemos desmontar algunos de los bulos

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con que se quiso alimentar lasacusaciones de traición contra Robles.Entre ellos estaba el de la ayuda que,supuestamente, éste habría prestado a suhermano Ramón para que pasara a lallamada zona nacional y se incorporaraal ejército rebelde. Un simple vistazo asu hoja de servicios basta paradesmentirlo[53]. Cuando se produjo larebelión militar, Ramón Robles Pazos,dos años más joven que Pepe y veteranode la guerra de África, tenía el empleode capitán en el arma de infantería y seencontraba de vacaciones en Madrid.Buena prueba de su orientaciónideológica la proporciona el hecho de

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que, el 21 de ese mismo mes de julio,intentara llegar a Toledo para contribuira la defensa del Alcázar, que tanta cargasimbólica acabaría teniendo para elbando franquista. No lo consiguió. Fuedetenido en Getafe y conducido a unacheca madrileña, la del paseo de lasDelicias, de la que salió esa mismanoche. ¿Intervino su hermano mayor enla rápida puesta en libertad? Es posible.Lo que sí parece seguro es que Pepetrató de convencerle de que se pusiera alservicio de la República, en esosmomentos tan necesitada de oficiales.

Fuera cual fuese el compromisoadquirido por Ramón, éste logró pasar

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inadvertido durante casi tres meses en elMadrid asediado, y el 16 de octubre fuenuevamente detenido «por no prestarservicio de ninguna clase». Trasladadoa la comisaría de Buenavista, en la calleHermosilla, persistió en su oposición a«servir en las filas del Ejército Rojo», ycuatro días después fue recluido en laCárcel Modelo, de la que saldría el 17de noviembre para ser llevado a la deVentas. Allí permanecería encerradohasta que, el 26 de enero siguiente, trasreiterar su negativa y ser procesado pordesafección al régimen, se le concedióla libertad provisional. Las fechas noadmiten discusión: a esas alturas, hacía

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algo más de dos meses y medio quePepe Robles había dejado Madrid yaproximadamente un mes y medio quehabía desaparecido del piso deValencia. Era difícil, por tanto, quehubiera ayudado a su hermano en unafuga que ni siquiera se había producido.

La fuga, de hecho, no se produciríahasta mucho más tarde. El 28 de enero,sólo dos días después de suexcarcelación, Ramón buscó refugio enla Embajada de Chile, en la quecoincidió con el escritor falangistaRafael Sánchez Mazas. El 19 del messiguiente logró ser transferido a laEmbajada de Francia, en la que

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permaneció durante once meses. El 18de enero del 38, «siempre bajo laprotección de Francia», varios jóvenesen edad militar fueron sacados de laembajada y conducidos en coche a laestación de ferrocarril de Tembleque, enla provincia de Toledo, dondeemprendieron viaje hacia la localidadcostera de Caldetas, cerca de Barcelona.Dos meses después, Ramón consiguióembarcar en un destructor francés queestaba fondeado a una milla de la playay llegar a Port-Vendres, primer puerto alotro lado de la frontera. Pasarían otrosdos meses antes de que, por Hendaya,lograra llegar a la España de Franco. El

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20 de mayo se presentó en Burgos. Apartir de ese momento, todo fue másdeprisa: el 21 de junio fue ascendido acomandante y el 26 se incorporó alcombate al mando de un Tabor deRegulares. Para entonces hacía un año ycuatro meses que su hermano Pepe habíasido asesinado en Valencia.

Hubo otro bulo aún más zafio ydisparatado. En junio de 1986, StephenKoch entrevistó a un anciano JorisIvens[54], que, convencido todavía deque las acusaciones contra Robles eranciertas, le dijo que éste «había estadoenviando por las noches mensajesluminosos a las líneas fascistas». La

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versión de Ivens cae por su propio peso:difícilmente podía alguien comunicarsecon el enemigo por medio de señalesluminosas en un momento como aquél,en el que el frente más cercano, tal comoproclamaba un enorme cartel instaladoen la céntrica plaza de Castelar, estaba aciento cuarenta kilómetros de Valencia.

De acuerdo con un documentoanónimo encontrado en uno de los pisosde la familia por Cristina Allott, sobrinanieta de Robles, la caída en desgraciade éste fue debida, según «opina suhijo», a que era demasiado franco eindiscreto en las tertulias y «a que notenía antecedentes políticos y nunca se

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adhirió a ningún grupo político». Estaversión coincide con la ofrecida porFrancisco Ayala [55], para quien, «segúnse decía, algún comentario hecho por élal descuido en la tertulia del café dejótraslucir una noticia, por lo demásanodina, que sólo a través de un cablecifrado podía haberse conocido, y eso lecostó la vida». ¿Cometió Robles algunaindiscreción así? No podemos saberlo, ysin embargo es probable que su destinohubiera sido el mismo aunque no lohubiera hecho. José Robles era unrepublicano leal pero no era comunista,y su condición de intérprete de losconsejeros militares soviéticos le había

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convertido en un «hombre que sabíademasiado».

Informes confidencialesrecientemente desclasificadosdemuestran que los planes del Kremlinpara, por un lado, controlar elMinisterio de la Guerra y, por otro,aplastar a la CNT y al POUM estándocumentados desde el comienzo mismode la colaboración militar rusa con laRepública, y hay incluso un informe delpropio Gorev[56] en el que se dice que«una lucha contra los anarquistas resultaabsolutamente inevitable». Robles teníapor fuerza que conocer esos planes.Robles sabía demasiado sobre el

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creciente poder soviético dentro delgobierno español y sobre la encarnizadarepresión que se avecinaba, y esobastaba para hacerle sospechoso a ojosde la inteligencia militar soviética,porque, como escribió StanleyWeintraub, «en su calidad de nocomunista no era lo suficientemente deconfianza como para que “olvidara” lainformación adquirida a través de Miajay Gorev».

Pero es probable que a Robles loasesinaran no porque hubiera habladosino para que no hablara, y para DosPassos, que nunca dio crédito a la tesisde la supuesta indiscreción, su muerte

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«tuvo el efecto deseado de hacer que lagente se volviera muy cautelosa cuandohablaba» de los rusos. Se trataba portanto de una advertencia: quienes noquisieran correr la suerte de Roblestendrían que callar sobre todo aquelloque vieran y no les gustara, incorporarsea ésa inmensa conspiración de silenciocon la que el propio Dos se habíatopado mientras investigaba lo ocurridocon su amigo.

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Pero para que haya un asesinato hacefalta un asesino, y en algún momento deesta historia había que preguntarse quiénmató a Robles. Si en el archivo de laNKVD, depositado en el ArchivoCentral de los Servicios de Seguridad

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de la Federación, existe documentaciónsobre el caso, es seguro que en ellafiguran los nombres del autor material ysus colaboradores. Ésa era, sin duda, lavía más directa para desentrañar elenigma, pero no se presentaba sencilla.Daniel Kowalsky, en La UniónSoviética y la guerra civil española,afirma que tal archivo «sigue siendoprácticamente inaccesible»: la únicavisita realizada por el propio Kowalsky«fue recibida entre risas socarronas y elrechazo más absoluto». Pedí, por siacaso, consejo a especialistas, y susrespuestas tampoco animaban aloptimismo. Stanley G. Payne me informó

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de que esos archivos estaban«totalmente cerrados a extranjeros (y acasi todos los rusos)» y de que, si haceunos años algunos investigadores se lasarreglaron para consultarlos, en laactualidad «la ventana se ha cerrado».Descartada por tanto esa vía, ¿qué debíahacer? ¿Esperar una improbableapertura de la ventana antes de dar porterminadas mis indagaciones? ¿Publicarunas conclusiones provisionales yconfiar en que alguien llegara acompletarlas en el futuro? De la formamás inesperada, mientras trataba deresolver el dilema, se abrió ante mí unanueva vía, si bien indirecta.

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Las cosas ocurrieron del siguientemodo. A principios de noviembre de2003, el escritor Andrés Trapiello mehabló de una exposición de un amigosuyo, Carlos García-Alix, que por fuerzatenía que interesarme[57]. Se titulabaMadrid-Moscú y permanecería en unagalería de la madrileña calle delBarquillo hasta mediados de diciembre.Por esas fechas tenía previsto pasarunos días en Madrid consultando losfondos de la Hemeroteca Municipal, y loprimero que hice en cuanto llegué fueacudir a la galería de arte. La calidad delos cuadros me pareció excepcional, conuna soberbia recreación de atmósferas y

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una evidente fascinación por laarquitectura racionalista, pero lo quemás llamó mi atención fue la rarafamiliaridad del pintor con los paisajesurbanos que habían frecuentado losenviados soviéticos. En una de laspinturas aparecía la fachada del Hotel Gaylord’s, que había sido uno de susprincipales centros de operaciones. Enotra, la del Cine Europa, cuyos sótanoshabían albergado una checa. En unatercera reconocí a Mijail Koltsov entrelos misteriosos personajes retratadosdelante del Bar María Cristina…

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Llamé a Andrés Trapiello paracomentarle mis impresiones y quedamosen cenar juntos al día siguiente. Acudí ala cita y Andrés me presentó a lapersona que tenía a su izquierda. EraCarlos García-Alix. Por supuesto, la

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conversación no tardó en orientarsehacia las actividades de los agentessoviéticos durante la guerra. Esafamiliaridad suya que los cuadrospermitían intuir era, en realidad, muysuperior a la que cualquiera habríapodido imaginar. Los nombres deGorev, Berzin o Koltsov, junto a otrosque yo jamás había oído mencionar, eranevocados por Carlos con la naturalidadde quien alude a allegados o parientesfallecidos no hace demasiado tiempo.Cuando le pregunté por sus fuentes deinformación, me reconoció que habíamanejado bibliografía en muy diversosidiomas y que incluso había encargado

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para su uso personal la traducción dealgunas obras que sólo se habíanpublicado en ruso. En un momento dado,me soltó la siguiente pregunta:«¿Quieres saber quién mató a Robles?».Al notar mi desconcierto, puntualizó:«No te puedo asegurar que fuera élquien lo matara. Lo que sí te aseguro esque tuvo una relación directa con sumuerte. Es más sencillo de lo queparece. Sólo tienes que saber quién erapor esas fechas el hombre de Orlov enValencia. ¿Quieres saber quién era?».Acto seguido, pronunció lentamente unnombre y un apellido, y me indicó laprimera de una serie de pistas que tenía

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que seguir para llegar por mí mismo aesa conclusión. Esa pista era un libro yse titulaba Nosotros, los asesinos.

El autor de Nosotros, los asesinos,el periodista Eduardo de Guzmán,habría podido aparecer en esta historiacomo uno de esos personajes menoresen los que no se repara demasiado.Aunque Dos Passos, en «La repúblicade los hombres honrados», afirmó queRamón J. Sender había sido el único quehabía levantado la voz contra la matanzade Casas Viejas, lo cierto es que Senderno estaba solo. Tres días después de loshechos, Eduardo de Guzmán y elnovelista aragonés viajaron juntos a la

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localidad gaditana (primero en avión deGetafe a Sevilla, después en autobús deJerez a Medina Sidonia, finalmente encoche hasta Casas Viejas) y, si Senderdenunció lo ocurrido desde las páginasde La Libertad, Guzmán hizo lo mismodesde las de La Tierra. Mientrasredactaba ese capítulo de mi historia, nome había parecido necesario corregir laimprecisión de Dos Passos, y el nombredel periodista no habría figurado en estelibro si Carlos García-Alix no mehubiera señalado otro de sus trabajoscomo la primera de las pistas quedebían conducirme hasta el asesino deRobles.

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Guzmán, redactor jefe de La Tierrahasta 1935 y director entre 1937 y 1939del periódico anarquista Castilla Libre,reconstruye en Nosotros, los asesinos suvía crucis carcelario desde que fueapresado por las tropas de Franco enAlicante hasta que, en mayo del 41, lefue conmutada la pena de muerte. Nooculta el autor las identidades dealgunas de las personas con las quecompartió cautiverio (los poetas MiguelHernández y Pedro Luis de Gálvez, eldramaturgo Joaquín Dicenta), pero losque no aparecen por ningún lado son elnombre y el apellido que Carlos mehabía mencionado. Entre los episodios

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más escalofriantes del libro está el de lamuerte de Felipe Sandoval, por el queGuzmán no sentía muchas simpatías: «Lopoco que sabía de él antes de que laguerra terminara no decía nada en sufavor». Felipe Sandoval, «un estafadorvulgar, un delincuente común» quecircunstancialmente había abrazado lalucha obrera, fue sometido a durísimosinterrogatorios por la policía franquistaen una cárcel madrileña, y los otrospresos, para evitar que hablara, seconfabularon para inducirle al suicidio.«¿Qué esperas conseguir, canalla,traicionando a tus compañeros? ¿A quéaguardas para morir como un hombre,

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tirándote por la ventana?», le decíancada vez que pasaban por su lado.Finalmente consiguieron su objetivo y,al enterarse de lo ocurrido, comentóGuzmán: «Nadie es tan malo comosuponemos. Al final ha resultado quehasta Sandoval tenía conciencia».

Pero Sandoval había hablado antesde tirarse por la ventana, y su confesiónse conserva en la Causa General[58]. Eséste un archivo en el que, con finespropagandísticos, las autoridadesfranquistas reunieron las pruebas de loque llamaban el «terror rojo»: se tratapor tanto de una fuente que ha demanejarse con las debidas reservas.

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Carlos García-Alix, que habíainvestigado la historia de Sandoval, mefacilitó una copia de esa confesión, apartir de la cual puede establecerse sutrayectoria vital durante los casi tresaños de guerra. Cuando se produjo larebelión militar, Sandoval se encontrabaen la Cárcel Modelo de Madridcumpliendo condena por suparticipación en un atraco a un banco.Puesto en libertad a los pocos días,destacó por la inmisericordia con quedirigió algunas de las principales checasmadrileñas (como la del Cine Europa ola de Bellas Artes, más tarde llamada deFomento) y una «sección especial» de

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los servicios de contraespionaje. Susactividades como agente delcontraespionaje le llevaron después aotras provincias, especialmente aCuenca y a Valencia. En su confesiónsobre su etapa valenciana, el apellidoque andaba buscando aparece en dosocasiones. La primera vez esmencionado como el «fatídicoApellániz, factótum entonces del SIM enValencia a pesar de ser Sierra el jefe yFrancés el secretario general». Lasegunda vez, tras citar de nuevo a Sierray a Francés, alude al «ogro» Apellániz,quien, «sin ostentar oficialmente ningunade las dos representaciones, era el amo

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[del SIM valenciano]».El contacto de Sandoval con

Apellániz, sin embargo, no debió de sermuy estrecho, y sus declaraciones selimitan a atribuirle en una solaoperación la injustificada detención deochenta hombres, a uno de los cuales, uncomandante apellidado Molina,«ahorcaron dentro de los sótanos, y alayudante le dejaron inútil por completo,y a un tercero lo llevaron a la cárcel ydicen que se tiró del último piso de unagalería». ¿Quién era Apellániz? ¿Quiénera Loreto Apellániz García, esefatídico ogro cuyas atrocidades podíanescandalizar a un hombre tan

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encallecido como Sandoval?Para averiguarlo hay que acudir al

libro Chantaje a un pueblo, de JustoMartínez Amutio. Aunque nacido en LaRioja, Martínez Amutio era en julio del36 uno de los principales dirigentes dela Federación Socialista Valenciana y,durante el medio año de la presidenciade Largo Caballero, ocupó el cargo degobernador civil de Albacete, principalbase de operaciones de las BrigadasInternacionales. También LoretoApellániz era un riojano que vivía enValencia, pero ahí acaban todas lascoincidencias. Hijo de un pastorprotestante muy conocido en el valle del

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Ebro por su bondad y honradez,Apellániz había llegado a Valenciadurante la dictadura de Primo de Riveratras aprobar con excelentescalificaciones los exámenes de ingresoal cuerpo técnico de Correos. Poraquella época estaba afiliado alSindicato de Correos de la UGT y se leconocía como republicano. Inteligente«pero de fuerte carácter, altanero eimpulsivo», su conversión al comunismose produjo antes de octubre del 34. Suintervención en las huelgas de aquellasfechas le costó dos meses de prisión.Fue a través de Apellániz comoMartínez Amutio conoció a Mijail

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Koltsov. Éste, con fondos delComintern, había montado en Franciauna distribuidora de películassoviéticas. Apellániz, que trabajabapara la distribuidora, los presentó en1935, y Martínez Amutio escribiría deKoltsov que «se mostraba muysimpático e interesado por las cosas deEspaña, especialmente en todo loreferente al arte y la literatura». Susactividades durante la guerra lemerecerían, en cambio, una opiniónbastante menos favorable.

Volvieron a reunirse los tres aprimeros de agosto del 36, cuandoApellániz llamó a Martínez Amutio para

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decirle que Koltsov deseaba saludarle.El enviado especial de Pravda estaba enValencia de paso para Madrid, y elencuentro, que tuvo lugar en el AteneoMercantil, duró apenas una hora. Paraentonces, Apellániz, recién nombradoinspector de policía, había iniciado yala serie de sus «innumerables atropellosy crueldades». Dice Martínez Amutio:«Desde el primer día supimos querecibía instrucciones de [los jefes de laNKVD] “Pedro” y Orlov y que actuabacon cierta autonomía del Comité delPartido Comunista de Valencia […], yaque lo consideraban, además de ser deplena confianza, bien adiestrado».

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La labor de Apellániz se distinguióno sólo por su dureza, sino también porno someterse al control de la Jefatura dePolicía. Eso provocó no pocosenfrentamientos con las autoridadesrepublicanas. Parece ser que losconflictos con el gobernador civil deValencia, Ricardo Zabalza, fueronconstantes, y el propio Martínez Amutiorecuerda en su libro un serio incidenteque tuvo a ambos por protagonistas.Ocurrió a finales del 36, cuando recibióen su despacho del Gobierno Civil deAlbacete la visita de Apellániz,acompañado por el consejero de laembajada rusa León Gaikis, el jefe de la

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NKVD Erno Gerö (Pedro) y un dirigentecomunista valenciano apellidado Taléns.La NKVD tenía entonces el proyecto decrear una estructura policialindependiente de las fuerzas deseguridad y controlada por comunistas,las Oficinas de Seguridad del Estado,que llevarían las investigaciones «enforma secreta y al margen de toda normaestablecida». El centro de la red iba aestablecerse en Valencia, de dondedebía extenderse hasta Albacete,Madrid, Ciudad Real, Jaén, Baeza yCartagena, y Apellániz sería uno de susjefes. En cuanto Gaikis hubo expuestolos planes, Martínez Amutio señaló a

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Apellániz y, aludiendo a algunas de susúltimas incursiones criminales, leadvirtió: «No vuelvas a irrumpir enCasas Ibáñez ni ningún pueblo de estaprovincia o la zona militar, ni trates dedetener o molestar a nadie sin miconocimiento y permiso […]. Somos delmismo pueblo y nos conocemos bien,sabes que no me gustan las bromas ymenos cómo estás actuando; así que lomejor que puedes hacer es no pasar dela raya de la provincia de Valenciahacia aquí».

Las palabras de Martínez Amutioson importantes porque sugieren que, endiciembre del 36, la NKVD actuaba en

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Valencia con absoluta libertad, y élmismo lo confirma un poco más adelantecuando escribe que, pese a que elgobierno de Largo Caballero rechazó elintento de crear las Oficinas deSeguridad, «quedó establecida unabarrera para la actuación de la NKVD apartir de la margen derecha del Ebropara abajo». En esa Valencia en la quela NKVD de Orlov se movía a susanchas, Loreto Apellániz era el hombrede la NKVD y de Orlov, y esto ocurríaprecisamente en la época en la queRobles Pazos fue detenido y ejecutado.

Por supuesto, la historia deApellániz no acaba ahí. El proyecto de

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las Oficinas de Seguridad del Estado nosalió adelante pero en su lugar acabóorganizándose el SIM. Apellániz, «bienadiestrado por Orlov y Pedro», ingresóen la Jefatura regional de Valencia, y susactuaciones al mando de una BrigadaEspecial del SIM le hicieron«tristemente célebre». En agosto de1938, Martínez Amutio no era yagobernador sino que trabajaba para laSubsecretaría de Armamento, quedisponía de fábricas en Linares. Poresas fechas se produjo el último de susenfrentamientos personales. La brigadade Apellániz acababa de detener a unmédico empleado en la subsecretaría,

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así como a un perito y un especialista deuna de las fábricas de armamento deValencia, que fueron liberados tras unlargo interrogatorio. En cuanto la noticiallegó a Linares, Martínez Amutio viajó aValencia, donde se reunió con Apellánizy con el jefe regional del SIM (elcomandante Atilano Sierra, «queactuaba como elemento decorativo») yles exigió que demostraran laculpabilidad del médico y los motivosdel interrogatorio de los otros dos.Como ellos pretextaron que la ordenhabía partido de la Jefatura deBarcelona, Martínez Amutio llamó aljefe superior del SIM, que le confirmó

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que «era cosa de los de Valencia». Enmedio de una atmósfera cada vez mástensa, Martínez Amutio consiguió que eldetenido le fuera entregado. Más tarde,con el apoyo del entonces gobernadorcivil de Valencia, Molina Conejero,exigió la destitución de Sierra, que seproduciría a los pocos días.

Con un historial de crímenes comoel de Apellániz, su impunidad no podíaser eterna. A finales de ese mismo año,cometió el error de detener al exalcaldesocialista de Mérida, Andrés Nieto, quecon el grado de coronel mandaba unadivisión de carabineros en el frente deSegorbe. Cesado de su cargo en el SIM,

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el juez militar dictó una orden dedetención contra Apellániz. Éste trató deeludirla huyendo junto al resto demiembros de su Brigada Especial a lacercana población de El Saler yhaciéndose fuerte con bombas de mano,fusiles ametralladores y morteros en unchalet previamente incautado. Eledificio fue cercado por guardias deasalto. Apellániz sólo aceptó entregarsea una autoridad que les garantizara queno morirían. Mientras se negociabaquién podía ser esa persona, aparecióuna compañía de carabineros que habíapartido de Segorbe con la intención deponer en libertad a su coronel y

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escarmentar a sus captores. Viendo loque les venía encima, los sitiados seapresuraron a rendirse a los guardias deasalto, que los encerraron en la PrisiónMilitar de Monteolivete (la misma encuyas dependencias pudo haber estadoencerrado Robles).

Más de dos meses duró el procesocontra Apellániz y los miembros de subrigada. Entre ellos destacaba por sucrueldad un joven universitario cuyopadre, detenido por su supuestapertenencia a la Falange, habíarecobrado la libertad a cambio dedelatar a posibles quintacolumnistas. Deacuerdo con Martínez Amutio, sólo esta

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delación habría costado la vida a más decien personas, ejecutadas sumariamentepor los hombres de Apellániz, quienes«bajo capa de defender a la Repúblicacometieron una infinidad de crímenes,saqueos y atropellos». La calificaciónsumarial únicamente eximía de la penacapital a dos de los acusados, losmecanógrafos que asistían a losinterrogatorios. El final de la guerraimpidió, sin embargo, que se dictarasentencia. Cuando las tropas de Francoentraron en Valencia, se encontrabantodos en prisión y, según MartínezAmutio, «fueron los primeros ejecutadospor los nacionales».

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Otra versión, la del estudiosovalenciano Francisco Agramunt[59],afirma que al «más cruel de loscabecillas del SIM» no le detuvieron losmilitares republicanos hasta que, enmarzo del 39, se produjo el golpe delcoronel Segismundo Casado: entoncesfue «encerrado en la Cárcel Modelo deValencia, cuyo director, Tomás Ronda,se negó a liberarlo y lo entregó a losnacionales en un intento de reconciliarsecon ellos y conseguir su perdón». Sinembargo, la decisión de mantenerlo enprisión mientras las autoridadesevacuaban Valencia pudo tomarla elsocialista Wenceslao Carrillo, máximo

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responsable de seguridad en el consejoformado por Casado. Así se desprendedel capítulo de Campo de los almendrosen el que Max Aub presenta a Carrillodeclarando su intención de liberar atodos los presos menos a unos a los quecalifica de «puñado de hijos de puta,asesinos, chantajistas, vendidos». Poruna referencia anterior sabemos que setrata de unos hombres del SIM, y elescritor menciona directamente a LoretoApellániz y da los alias de otros dos, el«Pataqueta» y el «Esmolaor». Alguienreplica que los militares franquistas losvan a fusilar, y Wenceslao Carrillo dice:«Seguramente, y de los primeros. Lo

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malo es que no he podido hacerlo yo[…]. Unos chulos de carreró [callejón]menos no le harán daño al mundo».

En efecto, las nuevas autoridadesjuzgaron y ajusticiaron con prontitud aApellániz, que fue fusilado junto a suscolaboradores el 3 de abril en el campode tiro de Paterna. En la Causa Generalconstan las identidades del mecanógrafoo secretario que se libró de la penacapital (frente a lo afirmado por Amutio,no eran dos sino uno), así como las delas veinte personas que fueron pasadaspor las armas al mismo tiempo queApellániz. ¿Cuál de esas identidadescorresponde al «Pataqueta»? ¿Cuál al

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«Esmolaor»? No reproduciré los veintenombres por si entre ellos estuviera elde algún inocente, pero sí diré que hayvarios Martínez, varios Pérez, algúnLópez y Ramírez… Ninguno de esosnombres dice nada, y sin embargo esprobable que detrás de alguno de ellosse esconda la identidad de la personaque acabó con la vida de Robles.¿Cuántos de esos hombres estaban ya enfebrero del 37 a las órdenes deApellániz? ¿Y cuáles de los que estabancon él en febrero del 37 intervinieron enel asesinato de Robles?

Las respuestas a estas preguntasdifícilmente podían encontrarse en la

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Causa General. La tardía (y, como severá, irregular) confirmación oficial dela muerte de Robles, su condición derepublicano que trabajaba para elgobierno legítimo y el hecho mismo deque su viuda no pudiera presentar unadenuncia sobre el caso son razones másque suficientes para explicar que elnombre de Robles no aparezca entre losabundantes documentos depositados enla sección valenciana de ese archivo. Sunombre, en efecto, no consta en larelación de personas «que durante ladominación roja fueron muertasviolentamente o desaparecieron y secree fueron torturadas» ni en la de

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«tormentos, torturas […] cometidos eneste término municipal durante ladominación roja». Su nombre tampocofigura en las listas de «recluidos enPrisión Central de San Miguel de losReyes» y de «recluidos en PrisiónCelular» o Cárcel Modelo, y esorefuerza la hipótesis de que Robles pudoinicialmente ser encerrado en la PrisiónMilitar de Monteolivete, la única de lasotras tres cárceles valencianas que seajusta a la descripción hecha por Miggie(las dos restantes eran la Cárcel deMujeres y el Monasterio de El Puig,situado a unos quince kilómetros de laciudad).

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¿Qué fue de Robles tras su eventualpaso por Monteolivete? La CausaGeneral no ofrece datos concluyentes alrespecto, pero sí algunas pistas quepueden ayudar a conjeturarlo. Sinembargo, para seguir esas pistas hay quesaber primero cómo funcionaba laNKVD en Valencia. Según todos losindicios (incluidas sus propiasdeclaraciones), el organizador de losservicios secretos soviéticos en Españaera Alexander Orlov. Nacido enBielorrusia en 1895, su verdaderonombre era Lev Feldbine, y entre susprincipales contribuciones al espionajesoviético estaba la de haber tutelado a

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los agentes de la famosa red deCambridge: Kim Philby, DonaldMaclean, Guy Burgess. Justo por debajode Orlov había un reducido grupo deoficiales de la NKVD cuyo rastro nosiempre es fácil seguir. El másimportante de ellos era Leonid Eitingon,conocido en España como Kotov, quepor esas fechas era el responsable de lapreparación de unidades de guerrilleros;en julio de 1938 Eitingon sucedería aOrlov en la jefatura española de laNKVD y dos años después organizaríael asesinato de Trotski por RamónMercader. El primer atentado contraTrotski en México (y posteriormente un

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intento de asesinato del mariscal Tito)había sido organizado por otro de lossubordinados de Orlov en España, YosifRomualdovich Grigulevich, un lituanoque hablaba español a la perfecciónporque había vivido en Argentina yotros países latinoamericanos; alparecer, las actividades de Grigulevichdurante la guerra civil se centraron en laeliminación de los hombres del POUM.Junto a Eitingon y Grigulevich estaba unhombre llamado Vasily AfanasievichBelyaev, o al menos eso es lo que sedesprende del testimonio aportado enMen and Politics por el periodistanorteamericano Louis Fischer, quien no

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tardó en identificar a Orlov y Belyaevcomo agentes de la NKVD cuando elembajador Rosenberg se los presentócomo secretarios de la embajada. PorEdward P. Gazur, un agente del FBI quee n Secret Assignment reconstruyó labiografía de Orlov a partir de lasnumerosas entrevistas mantenidas conéste, sabemos que Eitingon, Grigulevichy Belyaev no eran los únicoscolaboradores próximos a Orlov. En eselibro aparecen los nombres de otrosdos: Lev Mironov, ejecutado en laURSS cuando todavía Orlov seencontraba en España, y un tal BorisBerman, del que no he hallado más

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información.Daniel Kowalsky, que ha dedicado

al tema algunas páginas de su libro,afirma que el número de agentessoviéticos de la NKVD en Españaosciló entre los veinte y los cuarenta.Por otro lado, según un informe del jefede la sección internacional de laorganización, ésta disponía a comienzosde mayo del 37 de unos doscientosagentes españoles cualificados. Unnúmero no pequeño de ellos operaba enValencia, y entre los lugartenientes deApellániz destacan los nombres delcomandante Justiniano García, que habíasido jefe de escolta del ministro de la

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Gobernación Ángel Galarza y al que enlos testimonios se suele aludir comoJustin, del comisario Juan Cobo, quedirigía la checa de Santa Úrsula, y delcapitán de milicias Alberto Vázquez,que se ocupaba de la de la calle Baylíajunto a dos hermanos suyos[60].

Salta a la vista que estamos ante unaestructura piramidal. En el punto másalto de esa pirámide se encontraríaOrlov; algo más abajo, Eitingon,Grigulevich, Belyaev y los otros agentessoviéticos de confianza; en un tercernivel, Apellániz con sus lugartenientes; yen la base, finalmente, estaría el resto deagentes de nacionalidad española, esos

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colaboradores de nombre opaco a losque correspondería hacer de brazoejecutor. El reparto de funciones inducea pensar que la decisión de eliminar aRobles la tomó personalmente Orlov:tratándose de alguien que había sidointérprete de un consejero como Gorev,difícilmente podría haberla tomado otrode rango inferior. Sus colaboradoressoviéticos se habrían encargadopreviamente de los interrogatorios, yApellániz y sus hombres de la custodia.Al final, una vez que Orlov hubieratomado la decisión, de nuevo los agentesespañoles se habrían ocupado dellevarla a la práctica.

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Vayamos ahora a las pistas queofrece la Causa General. El relato antescitado de un socialista íntegro comoMartínez Amutio otorga verosimilitud avarios de los testimonios contenidos enla causa. Entre ellos está el de unhombre llamado José María MelisSaera, que pasó por dos de las checas enlas que operaba Apellániz (la de Baylíay la del antiguo convento de SantaÚrsula) y que declaró que en ellasestuvieron también «Rossembuch,intérprete del Hotel Victoria deValencia, y el intérprete del HotelImperio, Polit».

La profesión que se atribuye a esos

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dos hombres no puede sino llamarnuestra atención: como el propioRobles, eran intérpretes. También debellamar la atención que el primero deellos trabaje en un hotel que ya haaparecido en estas páginas: el Victoria.Fue a la entrada de ese hotel de la callede las Barcas donde recogieron a DosPassos para llevarle a Madrid en unHispano-Suiza, y el novelista lo calificóde «nido de corresponsales, agentesgubernamentales, espías, traficantes demuniciones y mujeres misteriosas». Queel Victoria era exactamente lo que DosPassos escribió lo confirma ArthurKoestler en su Autobiografía, en la que

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habla de una reunión que mantuvo con elenviado especial de Pravda, MijailKoltsov, poco antes de partir en unamisión de espionaje. También IlyaEhrenburg, corresponsal de Izvestia, serefiere en Gentes, años, vida al HotelVictoria, en el que por esas mismasfechas solía alojarse cuando pasaba porValencia. Dice Ehrenburg que en él «losperiodistas extranjeros tomabancócteles, jugaban por las noches alpóquer y se quejaban del aburrimiento»,y un poco más adelante añadeescuetamente: «Un día descubrieron a unespía en el Victoria». ¿SeríaRossembuch ése espía?

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Como veremos, la vacilaciónortográfica, sobre todo en latranscripción de apellidos extranjeros,es corriente en los documentosdepositados en la Causa General, y dehecho el tal Rossembuch no tarda enreaparecer como Juan RosemboomBarkhausen, que fue acusado deespionaje el 17 de enero del 37 y pasópor las checas de Baylía, Santa Úrsula ySalmerón. También Félix Politi Caresi(es decir, «el intérprete del HotelImperio, Polit»), acusado asimismo deespionaje, pasó por esas tres checas, yes muy probable que le perjudicara lacoincidencia de su apellido con el de

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otro Politi que, según un informe citadopor John Costello y Oleg Tsarev en subiografía de Orlov[61], dirigía losservicios de inteligencia italianos enValencia desde 1930. En la CausaGeneral se conserva la reproduccióníntegra del texto del opúsculo de FélixPoliti Los antros del terror stalinista.La checa de Santa Úrsula, fechado enoctubre del 37 pero publicado un añodespués en Marsella por las Edicionesdel POUM. Por ese escrito sabemos quelos presos de Santa Úrsula que debíanser interrogados eran llamados entre lasonce y las doce de la noche, y que «losinterrogatorios tenían lugar generalmente

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en un local de la avenida NicolásSalmerón». Añade Politi: «Lasacusaciones de espionaje, que nofaltaban nunca, estaban combinadashábilmente con miles de preguntasinteresadas. Las afirmaciones deespionaje estaban generalmente tan fuerade lugar que resultaban ridículas […].Esta parte del interrogatorio, taninconsistente como burda, era más tardecomentada en las celdas del exconventoen medio de la broma y de la ironíasarcástica de los presos».

Las denuncias contra Rosemboom yPoliti debían de carecer de todofundamento, y al cabo de unas semanas

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fueron liberados. Robles no tuvo lamisma suerte, y su vía crucis últimopuede reconstruirse por analogía con elrelato que los otros dos han dejado desus respectivas experiencias. ¿Por quéchecas pasó tras su salida deMonteolivete? Podrían ser las de Baylíay Santa Úrsula, pero en tal caso no seexplica por qué ni Melis ni Rosemboomni Politi mencionan su nombre. Esas dosno eran, sin embargo, las únicas checasque dirigían los hombres de LoretoApellániz. Estaban también la del chaletde Villa Rosa, la de las Escuelas Pías,la de la calle Sorní, de las que existenmenos testimonios en la Causa General.

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¿En cuál de ellas estuvo Robles? Fuerala que fuese, el trato que recibió nodebió de ser muy diferente del sufridopor los otros detenidos: los largosencierros en un pequeño armario, laspalizas intimidatorias, las amenazas defusilamiento inmediato… Con talesprácticas se buscaba debilitar lavoluntad y la resistencia del preso:prepararle, en suma, para elinterrogatorio nocturno.

Los interrogatorios, como sabemos,se realizaban en una checa de la avenidaSalmerón, y los encargados de llevarlosa cabo eran casi siempre especialistasextranjeros de la NKVD. Félix Politi

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cita como jefe de esos especialistas a unruso llamado Leo Lederbaum[62], que enotros documentos aparece comoLeverbau o simplemente como Leo. JuanRosemboom, por su parte, habla dePeter Sonin y de su mujer, Berta, citadostambién en otros testimonios, y dice que«los comisarios y los agentes eran rusosy polacos». Entre ellos estaban ScheierHochem (que aparece asimismo comoJorge Shaya), un tal Muller, una mujerllamada Nora, otro al que llamaban Joséel Boxeador… Se trata, desde luego, denombres supuestos, distintos de los queesos mismos agentes habían empleadoen anteriores misiones, distintos también

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de los que más tarde adoptarían, yestablecer sus verdaderas identidadesresulta poco menos que imposible.

El único nombre conocido apareceen la declaración prestada por unhombre llamado Jorge Pavloski Luboff,que fue acusado de espionaje a finalesde marzo del 37 y pasó por las mismaschecas que Rosemboom y Politi. En esadeclaración se afirma que el jefe de lacheca era «un judío polaco llamadoKinderman. Luego recuerda a un talBelyaeff que luego también sedenominaba Weiss y Blanc, individuoruso de procedencia judía mandado porel gobierno soviético para organizar los

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servicios de contraespionaje». EseKinderman, que en otros lugares aparececomo Shaja Kindemann, podría no sersino el Scheier Hochem mencionado porPoliti. Y ese Belyaeff tiene por fuerzaque ser Belyaev, el supuesto secretariode la embajada soviética citado porLouis Fischer.

Que las actividades de Belyaev (queen ruso significa blanco, al igual que sussobrenombres en alemán y francés) sedesarrollaban principalmente enValencia lo confirma el relato que elpropio Orlov haría muchos añosdespués a Edward P. Gazur. Queademás Belyaev era el agente de rango

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más alto de la NKVD que interveníapersonalmente en las actividades de lacheca lo sugiere la declaración de JorgePavloski. Uno y otro dato debenllevarnos a concluir que muyprobablemente fue él, Belyaev, quien seocupó de dirigir los interrogatorios deJosé Robles en la checa de Salmerón.Los intérpretes de los hotelesvalencianos podían ser un asunto paraPeter Sonin y los demás; del antiguointérprete de Gorev sólo podíaencargarse él, Vasily AfanasievichBelyaev, que entonces tenía treinta y tresaños (y que hasta su muerte, justo veinteaños después, desempeñaría

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formalmente distintos empleosdiplomáticos).

El asesinato de Robles habríapodido decidirse en una conversaciónentre Belyaev y Orlov como la quedebían de estar manteniendo cuandoRosenberg se los presentó a LouisFischer. Así, al menos, habría sido sipor las fechas en que Robles fueasesinado Orlov se hubiera encontradoen Valencia. Pero tal cosa no ocurrió.Por el libro de Gazur sabemos queOrlov sufrió a mediados de enero unaccidente automovilístico en el que sefracturó dos vértebras. El domingo 17fue trasladado en ambulancia a París e

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ingresado en la Clínica Bergère, y hastael 21 del mes siguiente, tambiéndomingo, no recibió el alta médica quele permitió regresar a su casa de Bétera.Durante ese mes, «uno de los másaburridos de su vida», no abandonó sinembargo su trabajo. La embajadasoviética en París le facilitabadiariamente los comunicados de Moscúy España, y dos veces al día dictaba lasrespuestas a su secretario. Además,permanecía en contacto telefónico consus colaboradores en Valencia. Según supropio testimonio, sus interlocutoreshabituales eran Lev Mironov y BorisBerman. Ya he dicho que de este último

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no hay datos. En cambio, de Mironovsabemos por el libro de DonaldRayfield Stalin y los verdugos que erauno de los «secuaces acérrimos» delentonces jefe de la NKVD en la URSS,Nikolai Ivanovich Yezhov. Éste, dehecho, le enviaría en abril de ese mismoaño a Novosibirsk, una de lasprincipales ciudades de la Siberiacentral, para perseguir a los campesinosy trotskistas allí exiliados (o, como diceRayfield, «para arrestar a cuantosindividuos pudiera en los cuarteles delejército y en las estaciones ferroviariasde la región») y dos meses después,cuando Mironov «estaba al límite de sus

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fuerzas», lo detendría para ejecutarlo.Con tales referencias, cabe pensar que,durante la ausencia de Orlov, Mironovse hizo cargo de la jefatura de la NKVDen España. ¿Consultó telefónicamentecon Orlov el asunto de Robles? De noser así, una decisión que encircunstancias normales habríacorrespondido a Orlov se habría tomadoen Valencia, y a ella no habría sidoajeno el propio Mironov.

Fuera como fuese, esa decisión setomó, y a partir de ese momento todoresulta más fácil de imaginar. Una fríanoche de febrero del 37, Apellániz y sushombres recibieron la orden de sus

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superiores soviéticos y se llevaron aPepe Robles. ¿Adónde? Sin duda, aalguno de los campos de tiro que lossoviéticos tenían en los alrededores deValencia: al de El Saler, al de Paterna(el mismo curiosamente en el queApellániz sería fusilado dos añosdespués). Así debió de ser el lugar en elque Robles vivió sus últimos minutos.Luego alguien le descerrajó un par detiros, y entre todos hicieron desaparecerel cadáver. Quién pudo ser el autor deldisparo parece a estas alturas un enigmamenor: acaso el propio Apellániz, acasoalguno de los otros…

Mis conversaciones con Carlos

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García-Alix me facilitaron, además, unanueva hipótesis sobre la verdaderarazón de la muerte de Robles, una razónen todo caso que Dos Passos no habríapodido intuir. Mientras permaneció enMadrid, Robles formaba parte delpersonal de confianza de VladimirGorev y gozaba, por tanto, de laprotección de los militares del GRU.Sabemos que, cuando el gobiernorepublicano dejó la capital a principiosde noviembre del 36, Robles era unomás de los muchos funcionarios que losiguieron hasta Valencia. TambiénAlexander Orlov y sus colaboradores dela NKVD viajaron a Valencia, y se

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instalaron en el Hotel Metropol. Encambio, los principales mandosmilitares soviéticos (Gorev entre ellos)se quedaron a defender Madrid delasedio al que la sometían las tropas deFranco. Para esas fechas, entre lainteligencia militar y los serviciossecretos de ese país se estaba gestandoun áspero enfrentamiento, que losinformes desclasificados han acabadosacando a la luz pero que entonces nadiereconocía abiertamente. El 7 denoviembre, día de la Revolución rusa,todavía Orlov y Gorev tuvieron tiempode reunirse a comer en compañía deotras personas en un salón del madrileño

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Hotel Palace, y de esa comida hanquedado unas fotografías en las queGorev y Orlov aparecen presidiendo lamesa el uno al lado del otro. Pero lasoterrada guerra entre ambos (es decir,entre la NKVD y el GRU) no tardaría enestallar. Así, el máximo jefe militarruso, Yan Berzin [63] reprochaba alorganizador de la NKVD que con suexcesiva injerencia comprometiera laautoridad soviética y que tratara losasuntos de España como si ésta fuerauna colonia de la URSS. Orlov, por suparte, comunicó al Kremlin sudesfavorable opinión sobre Berzin, que,según él, era un experto en inteligencia

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militar pero no estaba cualificado paraafrontar los asuntos bélicos deimportancia.

Para cuando estos informes seenviaron a Moscú, Pepe Robles debíade estar ya muerto. Parece razonable

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pensar que en algún momento habíapercibido la tirantez entre los hombresde Berzin y los de Orlov, pero nadainduce a sospechar que fuera conscientedel riesgo que corría al alejarse de losmilitares soviéticos y perder suprotección. Aunque no estándocumentadas represalias sobre otrosintérpretes, ¿puede ser que Robles fuerauna víctima de la pugna entre la NKVDy el GRU? En todo caso sería unavíctima indirecta. Está claro que Roblesno era lo suficientemente importantepara convertirse en objetivo de Orlov.Con su detención, Orlov pretendíaatacar a Berzin y sobre todo a Gorev,

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cuyo prestigio no hacía sinoacrecentarse con la defensa de Madrid:de hecho, bastantes historiadores leconsideran el auténtico salvador de laciudad.

Dentro de la lógica estalinista, lajugada se presentaba sencilla: acusandode traición a Robles, se acusaba tambiéna Gorev, al que se presentaba comoalguien incapaz de seleccionar a suscolaboradores más cercanos. Lasposteriores trayectorias de Berzin yGorev confirman esta suposición. Elpropio Carlos García-Alix ha seguido elrastro de uno y otro, y el resultado sonunas semblanzas incluidas en el libro

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Madrid-Moscú. En mayo de 1937,Vladimir Gorev fue destinado al frentedel Norte en una misión condenada alfracaso. Llegó a Bilbao en compañía desu ya inseparable Emma Wolf, y elincontenible avance de las fuerzasenemigas le forzó a retirarse haciaAsturias, de donde sería rescatado enuna complicada operación aérea. Pocotiempo después se le vio en Valencia.En ese momento, sin embargo, era ya ungeneral caído en desgracia, y enseguida,hacia finales del 37 o principios del 38,fue llamado a Moscú, distinguido con laorden de Lenin e inmediatamentefusilado por orden de Stalin[64]. Pero su

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destino no hacía sino anticiparse al desu entonces superior, Semyon Uritski, yreproducir el del antecesor de éste, YanBerzin, ambos obligados a volver aMoscú y fusilados.

Por la cantidad de militares quecorrieron la misma suerte podríahablarse de una purga entre losmiembros del GRU enviados a España.El asesinato de Robles, en tal caso, nosería sino un prólogo a esa purga, y cabepreguntarse si, una vez detenido, habríahabido algún modo de evitar su muerte.¿Importaba algo lo que Robles supierasobre el poder soviético en el seno delgobierno? ¿Importaba algo el hecho de

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que hubiera podido cometer unaindiscreción en un café? Que existieranpruebas contra Robles eraintrascendente, porque Robles eraprecisamente la prueba: una pruebacontra Gorev. En la estrategia de Orlov,encarcelarle para más adelante soltarleno servía de nada. Lo que la NKVDbuscaba era poner en entredicho aGorev colocando a su sombra elespectro de un traidor. La liberación deRobles estaba descartada porque habríaconstituido una confirmación de sulealtad a la República e, indirectamente,de la autoridad de Gorev. Es posibleque su destino estuviera escrito desde el

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momento mismo en que fue detenido enValencia, e incluso antes. A Robles se ledetuvo para ejecutarle y, por perversoque parezca, era su ejecución la quedebía convertirse en la principal pruebade su traición. No se fusiló a un traidor:se fusiló a un hombre para hacer de él untraidor.

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En sus conversaciones con JorisIvens, éste había aceptado la propuestade Dos Passos: para que Tierraespañola no se centrara en elespectáculo de la sangre y las ruinas,debían «encontrar algo que fuera

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construido para el futuro en medio detoda la miseria y la masacre». La idea,según dejó escrito Ivens en The Cameraand I, era encontrar un pueblo queestuviera «extendiendo el cultivo de suscampos como una contribucióninmediata a la defensa de Madrid: lagente trabajando unida por el biencomún». El pueblo que estabanbuscando lo encontraron en Fuentidueñade Tajo, a unos cincuenta kilómetros dela capital. No era «a typically Spanishvillage» pero ofrecía dos ventajas: sehallaba en la carretera de Madrid aValencia y los vecinos estabanconstruyendo una red de canales para

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transformar en huertas unos terrenos desecano.

Josephine Herbst visitó Fuentidueñaen algún momento del rodaje y fuetestigo de esas mejoras: «Las semillasya habían sido plantadas, y las pequeñasacequias vivificadoras regaban lascebollas, los melones, las verduras quealgunos de los chicos del pueblo nuncahabían probado». No es seguro queJosie coincidiera con Dos Passos enFuentidueña. Lo que sí sabemos porIvens es que el novelista intervino en laelección del pueblo y que hizo deintérprete entre el alcalde y losresponsables de la película. Ivens y

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Ferno quedaron instalados en unapequeña habitación aneja a la farmacia,y los paisanos les comentaban que hastapoco antes solían pagar en ese sitio porsus vidas: era allí donde el párrococobraba por los bautizos, las bodas, losfunerales.

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A Fuentidueña se refiere Dos Passose n Journeys Between Wars para dejarconstancia del hecho de que, desde queen julio del 36 los sindicatos localeshabían colectivizado las tierras(principalmente viñedos), todos lostrabajadores percibían el mismo jornal:cinco pesetas, más un litro de vinodiario y cierta cantidad de leña. Elalcalde le habló de otros negocios quehabían sido colectivizados: lapanadería, el horno de cal, la pequeñaindustria del mimbre. Pero, porsupuesto, lo que más le enorgullecía erael sistema de riego que estabanimplantando, y mostró a Dos Passos la

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red de canales a medio construir. Elescritor tomaba nota de todos esosprogresos, pero también de cómo ladivisión entre las izquierdas habíallegado hasta Fuentidueña: el propioalcalde, de la UGT, le había comentadomaliciosamente que los miembros de laCNT local, «pequeños comerciantes ycomisionistas pero de ningún modotrabajadores de la tierra», llevabantodos la esvástica debajo de la camisa.¿Es que ni siquiera en los pueblos máspequeños y apartados podían losanarquistas sentirse a salvo de lascalumnias?

Volvería a pasar por Fuentidueña

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tras su precipitada salida de Madrid,pero es probable que en esa ocasión nisiquiera llegara a detenerse. Dos Passossabía ya que parte de la tragedia de laguerra civil era la todavía invisiblerepresión en el bando republicano, y esoera algo que no podía reflejarse en undocumental, especialmente si éste estabaa cargo de los comunistas. Su intenciónde colaborar en Tierra española sehabía debilitado y, aunque antes de salirde España se preocuparía todavía debuscar posibles localizaciones en lapoblación catalana de Sant Pol, lo ciertoes que su nombre ni siquiera llegaría aaparecer en los créditos de la película,

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que atribuyen la autoría de loscomentarios a Hemingway y la del guióna Ivens. Este último, en su autobiografía,se limita a decir que «Dos Passos noshabía abandonado en España».

El documental no entraba ya entresus prioridades, y seguramente lo queDos Passos buscaba era poner tierra depor medio entre Hemingway y él. El 25de abril estaba ya en Valencia. Esemismo día, irónicamente, en Madrid sepregonaba su amistad en el periódicoAhora, que les dedicaba una página ymedia con el titular «Dos camaradas deAmérica. Hemingway y John DosPassos». Junto a cuatro fotos (un primer

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plano de Dos Passos y otro deHemingway, otra de éste con elperiodista y una última de los dosnovelistas con Joris Ivens y SidneyFranklin), el texto se presentaba comouna entrevista a ambos escritores, y sinembargo el único que hablaba eraHemingway, que se refería a Tierraespañola en primera persona del plural:«Pensamos llevarla a Hollywood […].Con el dinero que saquemos de ellaenviaremos ambulancias sanitarias yvíveres para los combatientes». Pareceevidente que, cuando la entrevista serealizó, Dos Passos había salido ya paraValencia.

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A su llegada a la ciudad, Dos siguiórecabando información sobre lascircunstancias de la muerte de Robles, ymuy probablemente llegó a sus oídos elmismo rumor al que alude Ayala cuandodice que «al final se dio por cosasabida, pero sólo de boca a oreja, que

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los rusos lo habían ejecutado dentro dela embajada misma». Rumores, siemprerumores. ¿Cuándo conseguiría algunanoticia concreta y fidedigna sobre loocurrido? En cuanto se le presentó laocasión, habló con el embajadornorteamericano, Claude Bowers, paraque le consiguiera una entrevista con elministro de Estado (Asuntos Exteriores),Julio Álvarez del Vayo. Éste, aunquesocialista, es considerado por loshistoriadores un «comunistaencubierto», y en uno de sus escritosdejó constancia del fastidio que lecausaba tener que dedicar una parte delos consejos de ministros a discutir las

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sentencias de muerte. Esa misma falta desensibilidad hacia la vida o la muerte deun ser humano fue lo que sin dudapercibió Dos Passos en su segundaentrevista con Álvarez del Vayo, y loque le irritó de él. Ahora estaba segurode que le había mentido cuando en suprimer encuentro había alegadoignorancia: el ministro formaba parte deesa turbia conjura de silencio y mentirasque en Madrid había acabado quedandoal descubierto[65].

Si Dos Passos pidió ser recibido porun hombre como él, que tantasreticencias le inspiraba, fue sólo porMárgara, porque se sentía obligado a

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ofrecerle alguna información precisasobre la muerte de su marido. Estabaademás un asunto del que Márgara lehabía hablado un par de semanas antes:el seguro de vida que Pepe Robles teníacontratado en los Estados Unidos y quesu viuda sólo podría cobrar cuandoexistiera una confirmación oficial delfallecimiento. En cuanto a lo primero, elministro fue incapaz de aportar ningunanovedad, y Dos Passos no logróaveriguar la causa de la muerte de suamigo ni si ésta se había producido enValencia o en Madrid. En cuanto a losegundo, Álvarez del Vayo le prometióque haría llegar a los Robles un

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certificado de defunción. Esta promesafue todo lo que el escritor pudo ofrecera Márgara cuando volvió a visitarla ensu precaria vivienda de las afueras. Paraentonces, si hemos de creer lo que secuenta en Century’s Ebb, tambiénMárgara había perdido la esperanza devolver a ver con vida a su marido.Descorazonado por no haberle sido demás ayuda, Dos Passos se apresuró apartir de Valencia en dirección aBarcelona.

Éste es el momento en el queaparece en nuestra historia un personajellamado Liston Oak. Para esas fechas,finales de abril de 1937, Oak llevaba

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cuatro meses en España, tres de ellostrabajando en Valencia para la Oficinade Prensa Extranjera. Por otra empleadade la oficina, Kate Mangan[66], sabemosque era un norteamericano alto, de edadmediana y aspecto distinguido, con gafasy largo pelo rizado que le asomaba pordebajo de una gran boina. De caráctercamaleónico, había sido actor y maestroy, aunque insistía en que quería aprenderespañol, carecía de facilidad para losidiomas. Padecía de insomnio,reumatismo y frecuentes dolores decabeza, se pasaba largas horas en lacama y, al igual que Rubio Hidalgo,prefería el trabajo nocturno al diurno.

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Kate Mangan supuso que había ido aEspaña para olvidar su segundo fracasomatrimonial y, aunque en la oficina noconocían con precisión su orientaciónpolítica, a ella le parecía que alimentabaalgún tipo de simpatías por la FAI y porel POUM.

Liston Oak, quien, además detrabajar en la oficina, publicabaartículos sobre la guerra en el SocialistCall, fue el encargado de acompañar (ytal vez controlar) a Dos Passos en elviaje de Valencia a Barcelona. Al pocode llegar, Dos Passos y Oak visitaron lapequeña localidad costera de Sant Pol,donde les mostraron la cooperativa de

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pescadores y una colonia de niñosrefugiados. Tras dar buena cuenta de unalmuerzo a base de sardinas y pollo conlechuga y patatas, volvieron a Barcelonabajo la lluvia. Una foto de Dos Passos yOak apareció publicada en el diario LaVanguardia el 29 de abril. De acuerdocon el breve texto explicativo, elnovelista norteamericano, «acompañadodel periodista, también yanqui, ListonOak», había asistido el día anterior auna proyección de material inédito (sinduda, secuencias de Tierra española)que fue también presenciada por elpresidente de la Generalitat, LluísCompanys. El Comisariado [consejería]

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de Propaganda de la Generalitataprovechó la estancia de Dos Passos enBarcelona para concertarle algunosencuentros con la prensa. El jueves 29visitó la redacción de SolidaridadObrera, que al día siguiente publicaríauna entrevista en la que Dos Passosreiteraba sus recelos ante el socialismode corte soviético y sus simpatías por laCNT: «Como americano que soy, y conideas libertarias, creo que unmovimiento de libertad individual tienegrandes posibilidades [en España]. Elmedio en que vivo me permite hablarasí. Un trust ruso quizás sea menosdemócrata que un trust norteamericano.

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Hay que tender hacia una industria querespete la libertad individual y losderechos del hombre. La verdaderademocracia de los Estados Unidos separece al ideal anarcosindicalista enmuchos casos».

No fue ésa su única cita con los

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medios de comunicación barceloneses.El historiador del POUM (y entoncesjoven periodista) Víctor Alba recuerdaen su autobiográfico Sísif i el seu tempsla entrevista que le hizo en el HotelMajestic. La entrevista se realizó elmiércoles 28, poco antes del encuentrode Dos Passos con Companys y, enrealidad, Víctor Alba, colaborador deLa Batalla y de Última Hora, nopublicó una sino dos entrevistas con elnorteamericano. En la del órgano oficialdel POUM pudo deslizar unadeclaración que agradaría más apoumistas y anarquistas que acomunistas: «No cabe duda de que la

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revolución ayuda a ganar la guerra». Porel contrario, en la de Última Hora, bajocontrol de Esquerra Republicana deCatalunya, lo único que llama laatención es la referencia, más bienforzada, al ministro Álvarez del Vayo,«que me ha dado siempre todo tipo defacilidades. Es un hombre de grantalento y de cultura, muy adecuado parael cargo que ocupa».

Es probable que Liston Oakacompañara a Dos Passos en elmomento de hacer declaraciones alórgano de la CNT y al periodista delPOUM. Lo que es seguro es que estuvopresente en el encuentro que el escritor

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mantuvo con Andreu Nin en su despachode las Ramblas, «una oficina grande ydesnuda, provista aquí y allá con losrestos de algún viejo mobiliario». DosPassos tomó asiento en un sillón cuyotapizado se hallaba «en un estadolamentable» y, mientras tanto, el líderdel POUM hablaba por teléfono desde«un desvencijado escritorio góticoexpropiado de la biblioteca de alguien».En otro lugar de la estancia seencontraba «un hombre que había sidodirector de una editorial madrileña deizquierdas» y que no puede ser sino JuanAndrade, cofundador de Cenit ocho añosantes y miembro entonces del Comité

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Ejecutivo del POUM.De ese encuentro ha quedado el

retrato que Dos Passos hizo de Nin enJourneys Between Wars : «un hombrebien formado, de aspecto saludable, conuna risa infantil siempre pronta quedejaba ver una sólida dentadurablanca». Por el propio Dos Passossabemos también que le preguntó por ladecisión del gobierno republicano deasumir todo el control de los serviciospoliciales. «Coja usted un automóvil,recorra las afueras de Barcelona y veráque todos los pueblos están rodeados debarricadas», le dijo Nin, que luego seechó a reír y añadió: «Pero quizá sea

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mejor que no vaya». Entonces Andradeintervino para decir: «No tendría ningúnproblema. Sienten un gran respeto porlos periodistas extranjeros».

El texto de Dos Passos no ofrecemuchos datos más sobre el verdaderocontenido de la entrevista. Paraconocerlo hay que acudir al artículo que,con el título «Behind BarcelonaBarricades», publicaría poco despuésListon Oak en el semanario NewStatesman and Nation. El artículo secentra en la división de las fuerzasrepublicanas en dos grandes bandos, yllama la atención que fuera precisamenteOak quien, tras sus tres meses de trabajo

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en la Oficina de Prensa, declarara quelas noticias sobre los enfrentamientosentre anarquistas y poumistas por unlado y comunistas por otro «confrecuencia no aparecían en losperiódicos españoles y eran, porsupuesto, censuradas en las crónicas delos corresponsales extranjeros». SegúnOak, los anarquistas creían que existía«una trama para eliminarles de la escenaespañola» y acusaban a los estalinistas«de haber organizado una GPU enEspaña controlada desde Moscú». Elartículo no lo aclara pero, dadas lascircunstancias, parece evidente quetambién de las actividades de esa filial

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española de la policía secreta soviéticase habló en la entrevista de Dos Passosy Nin. Lo que sí dijo éste fue que el PCEse había convertido en un instrumento dela política exterior soviética y que laURSS buscaba seguridad y estabadispuesta a sacrificar la revoluciónespañola, «porque el imperialismo loexige como precio de la posible ayudamilitar a Rusia contra una agresión deAlemania, Italia y Japón». En palabrasde Nin, la única esperanza de salvar larevolución consistía «en una aceptaciónpor parte de los anarquistas de una líneade acción bolchevique».

Conviene señalar que el artículo,

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aparecido el 15 de mayo, es decir, justodespués de los llamados sucesos demayo, recoge opiniones de Ninanteriores a ellos. El propio textoinforma de que la entrevista se celebró afinales de abril y de que Oak (y, comopronto se verá, también Dos Passos)abandonó Barcelona el 2 del siguientemes, sólo un día antes de que seiniciaran los disturbios. Uno se preguntaqué es lo que ahora sabríamos de lossucesos de mayo si el azar no hubieraescogido como testigo de ellos a uno delos mejores escritores británicos y siéste, después, no les hubiera dedicado laparte principal de su mejor libro.

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¿Habrían corrido una suerte parecida ala de esos otros enfrentamientos que noaparecían en los periódicos y que, «porsupuesto», eran censurados en lascrónicas de los corresponsalesextranjeros?

La historia de George Orwell esconocida. Cuando llegó a Barcelona afinales de 1936, era «un tipo alto, muydelgado, cara de caballo, mal forjado»(o al menos así es como lo vio el jovenperiodista que le acompañó en susprimeros paseos por la ciudad, que noera otro que Víctor Alba, el mismo queunos meses más tarde entrevistaría aDos Passos en el Majestic). De esas

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fechas debe de ser la fotografía en laque la cabeza de Orwell sobresale porencima de las de los otros milicianosdel POUM que hacen la instrucción en elcuartel Lenin. Enseguida fue enviado alfrente de Huesca. Su mujer, Eileen,seguiría sus pasos un mes después ytrabajaría en la oficina barcelonesa delILP (Partido Laborista Independiente),de tendencia trotskista y afín al POUM.Tras pasar diez días ingresado en unhospital del frente, Orwell obtuvo enabril un permiso para viajar a Barcelonay reunirse con Eileen. El 3 de mayoestaba todavía en Barcelona, y de lo quevio y vivió durante ese día y los

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siguientes dejó un testimonio impagableen Homenaje a Cataluña.

Que muy poco antes de esa fechaOrwell y Dos Passos se encontraranpersonalmente entra dentro del orden delo probable: al fin y al cabo, la oficinaen la que trabajaba Eileen estaba situada

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en el mismo edificio de las Ramblas enel que Nin tenía su despacho. La tardede la entrevista entre éste y Dos Passosse encontraron dos veces. Si la primeravez, en la sede del POUM, se limitarona estrecharse las manos, la segundatuvieron tiempo de intercambiar unascuantas frases. Ocurrió en el HotelContinental, uno de los hotelesbarceloneses en los que solían alojarselos hombres del POUM, el hotelasimismo en el que tenía Eileenreservada una habitación. En The ThemeIs Freedom recordaría Dos Passos que,al ver a aquel hombre de aspectoojeroso y enfermo, supuso «que estaba

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ya sufriendo de la tuberculosis que mástarde le mataría», y en él percibió«cierta majestad en la inocencia ante lamuerte». No hablaron mucho, pero aDos le alivió encontrar por fin unapersona sincera con la que conversar:«Orwell hablaba sin énfasis de cosasque ambos sabíamos que eran verdad.Pasaba sobre ellas ligeramente». Dehecho, daba la sensación de haberentendido la situación desde todas lasperspectivas, y Dos Passos pensó que«acaso estaba todavía un poco asustadode lo mucho que sabía». En Century’sEbb recrearía de forma más elaboradael episodio, y por sus comentarios

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sabemos que, hasta que se encontró conOrwell, «no se había atrevido a hablar anadie con franqueza. Al principio, teníamiedo de decir algo que pusiera enpeligro las posibilidades de sacar aRamón [Pepe Robles] del país; después,tenía miedo de que alguna palabra suyafuera mal interpretada y pudiera reducirlas posibilidades de Amparo [Márgara]de marcharse con los chicos».

No debió de ser en el Continentalsino en el Majestic donde tuvo lugar unaescena que no puede ser omitida.Alguien llamó a la puerta de lahabitación de Dos Passos. Era ListonOak, y parecía estar nervioso. Dos

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Passos le dejó hablar. Lo que Oakquería era que el novelista le ayudara asalir de España. Sus simpatías por losanarquistas y por el POUM le habíanvuelto sospechoso, y hasta temía quepudiera pasarle lo mismo que a Robles:últimamente le habían hecho demasiadaspreguntas.

Stephen Koch ha reconstruido elepisodio a partir del testimonio que,justo diez años después, Oak prestaríaante el Comité de ActividadesAntiamericanas, y la esencia del relatotiene bastantes visos de verosimilitud.Según esta versión, Oak se encontró enBarcelona con un individuo llamado

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George Mink al que conocía de NuevaYork («un verdugo de la NKVD, unasesino con todas las de la ley», segúnla ya previsible caracterización deKoch), y el tal Mink, creyéndolo de fiar,le invitó a tomar unas copas y le contóque, el 1 de mayo, el aparato comunistatenía previsto provocar la rebelión deanarquistas y poumistas, algo que seaprovecharía para justificar su posteriorrepresión: «Todo estaba listo. No podíafallar». Esta conversación se celebrójusto antes de la entrevista entre DosPassos y Nin, y Oak no pudo dejar deadvertir a este último de lo que, segúnMink, se estaba preparando. Pero la

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hostilidad estalinista no era ningunanovedad para los dirigentes del POUM,y Nin, que efectivamente sería asesinadopor hombres de la NKVD al cabo de dosmeses, prestó poca atención a susrevelaciones.

El caso es que Liston Oak se sentíavigilado y perseguido y que recurrió aDos Passos para escapar de España.Como había dicho Juan Andrade, losperiodistas extranjeros eran muyrespetados y, al lado de alguien de lavisibilidad y el prestigio de John DosPassos, su seguridad estaría garantizada.El escritor propuso a Oak que se hicierapasar por algo así como su secretario

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personal y aceptó la compañía de unvoluntario de la Brigada Lincoln quetambién acudió a él en busca deprotección. El 2 de mayo salieron lostres de Barcelona en un coche que elPOUM había puesto a su disposición, loque no deja de ser ilustrativo de latransformación que se estaba operandoen Dos Passos: éste, que había entradoen la España republicana en un camiónde una organización vinculada a loscomunistas, salía ahora de ella en unvehículo del partido que estaba a puntode ser exterminado por aquéllos. En Century’s Ebb se recrea ese viaje desdedos puntos de vista, el de Pignatelli-Dos

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Passos y el del brigadista, que teme elmomento de llegar a la frontera porque,al igual que a sus compañeros, le hanretenido el pasaporte al incorporarse alas Brigadas Internacionales. Nuncasabremos si pertenece al terreno de larealidad o al de la ficción la historia delos pescadores catalanes que leayudaron a pasar a Francia. Lo que sísabemos es que Dos Passos y susacompañantes lograron finalmente llegara Cerbère, y que sólo entonces pudieronListon Oak y el brigadista respirartranquilos.

Unos días después, el 15 de mayo,Oak publicó su artículo en el New

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Statesman and Nation. Orwell no pudoleerlo hasta que, algo más tarde, fueingresado con una herida de bala en elhospital de las milicias del POUM enBarcelona. Desde el Sanatori Maurínescribió el 8 de junio una carta al críticoCyril Connolly en el que calificaba elartículo de «muy bueno e imparcial[67]».Por esas fechas colaboraba Oak envarias publicaciones consideradastrotskistas, y una afirmación suya («hoyen día los estalinistas son los mayoresrevisionistas de Marx y Lenin») seríacitada por el propio Trotski en unescrito del 29 de agosto.

Dos Passos, por su parte, siguió

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viaje hasta Antibes, donde estánfechados algunos de los textos deJourneys Between Wars. A mediados demayo, Katy y él estaban en París. DosPassos no se había olvidado de losRobles. Por sus cartas a HenryCarrington Lancaster[68] sabemos quedesde la capital francesa escribió aÁlvarez del Vayo recordándole supromesa de facilitar el certificado dedefunción de Pepe Robles. El ministro,sin embargo, no le contestó y, en unacarta al crítico trotskista DwightMacdonald, Dos Passos expresaría deeste modo su decepción: «Yo más biensubestimé la estúpida forma en que Del

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Vayo me mintió acerca de la muerte deRobles. Después de todo, la gente actúaen las cosas grandes del mismo modoque lo hace en las pequeñas;ciertamente, mis conversaciones con élsobre este asunto no aumentaron miconfianza en ese paladín de los obrerosde la mano y el intelecto».

Que a través de Álvarez del Vayo noconseguiría nada es algo que Dos Passoscomprendió bien pronto, y una de lascartas que se conservan en la BibliotecaMilton S. Eisenhower de la UniversidadJohns Hopkins revela que, para obtenerel certificado, no tardó en recurrir aotras personalidades influyentes: una de

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ellas era el embajador estadounidenseen España, Claude Bowers; otra, elembajador español en la URSS,Marcelino Pascua, quien, en un fugazviaje a Valencia, tuvo tiempo de visitara Márgara para interesarse por susituación[69]. Entre esas cartas haytambién una de Maurice Coindreau del28 de mayo que confirma elescepticismo del escritornorteamericano hacia las posiblesgestiones del ministro: «Dos Passoscree que no hará nada». Unas líneas másadelante, Coindreau informa aLancaster, su corresponsal, de que «entodas sus investigaciones, Dos Passos

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tuvo que ser muy cuidadoso. Según loque me contó, la gente no se atreve ahablar y mide todas sus palabras. ElMinisterio de la Guerra, en el queRobles trabajaba, está completamentedominado por los rusos y esextremadamente peligroso trabajar conellos si no perteneces al partido». Y,por si acaso, Coindreau pide a Lancastermáxima discreción, dado que «DosPassos tiene muchas conexiones con elPartido Comunista y podría verse enproblemas si se supiera que ha reveladolo que el gobierno español ha hecho» aRobles.

Me he permitido citar por extenso la

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carta de Coindreau porque arroja una luzespecial sobre el último episodio deaquel desventurado viaje. Katy y Dos sedisponían a salir de París en dirección aInglaterra cuando, en el andén de laestación, se produjo el encuentro, quizásno del todo casual, con Hemingway[70].Éste, ceñudo, acabó encarándose conDos Passos y preguntándole qué habíadecidido hacer en torno a Tierraespañola y sobre todo al caso Robles.Dos Passos, para quien, al contrario delo que Hemingway pensaba, éste no eraun incidente aislado, contestó queprimero pondría en orden sus ideas yluego contaría la verdad como él la

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había visto. Discutieron brevementesobre las desgracias de las guerras y elsentido que éstas tenían si a losciudadanos se les despojaba de suslibertades. Luego Hemingway, cada vezmás tenso, quiso saber si Dos Passosestaba con la República o contra ella yle advirtió: «Si escribes sobre Españatal como ahora la ves, los críticosneoyorquinos acabarán contigo. Tehundirán para siempre». «¡Nunca heoído nada tan despreciablementeoportunista!», le interrumpió entoncesKaty, y ella y su marido, sin volverse amirarle, subieron al tren. En ese instante,la determinación de Dos Passos era ya

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firme: haría pública su opinión sobre laguerra de España aunque eso le costarasacrificar sus conexiones con loscomunistas, que tanto poder tenían en losmedios culturales norteamericanos.

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Aunque en algún momento se habíacontado con su asistencia, ni Dos Passosni Hemingway estuvieron finalmenteentre los sesenta y seis delegados que enjulio de 1937 participaron en Valenciaen el Congreso de Escritores en Defensa

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de la Cultura. Un mes antes se habíacelebrado en Nueva York un eventosimilar, el Second American Writers’Congress, y a él había acudidoHemingway pero no Dos Passos. En lasesión inaugural Joris Ivens presentódos secuencias de Tierra española.Finalizada la proyección, Hemingwaytomó la palabra para afirmar que lacobardía, la traición y el simpleegoísmo eran peores que la guerra.¿Aludía con estas palabras a su antiguoamigo y al caso Robles? TownsendLudington ha escrito que Hemingwayestaba pensando en Dos Passos cuandodeclaró que, aunque buscar la verdad

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podía acarrear riesgos, era más útil quedisputar eruditamente sobre asuntos dedoctrina: «Para quienes no quierentrabajar por aquello en lo que dicencreer sino sólo discutir y mantenerposiciones hábilmente elegidas que noimplican ningún peligro, siempre habránuevos cismas, nuevas bajas, doctrinasmaravillosas y exóticas, románticoslíderes perdidos».

El riesgo que Dos Passos estabadispuesto a asumir era, en todo caso,bien distinto del que Hemingway seatribuía. Por aquellas fechas Dos Passosredactó «Farewell to Europe!», elartículo que, publicado en julio en

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Common Sense[71], certificaría su virajeideológico y le enfrentaría a la izquierdaoficial. Todo, por supuesto, partía de suexperiencia en España, donde se habíadeclarado un violento conflicto «entre elconcepto marxista de estado totalitario yel concepto anarquista de libertadindividual». Pese a que Dos Passostodavía confiaba en la victoriarepublicana y reconocía las dotesorganizativas de los comunistas,denunciaba a éstos por haber llevadosus «secretos métodos jesuíticos, sucaza de brujas contra el trotskismo ytoda la compleja y sangrientamaquinaria de la política del Kremlin».

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La desazón provocada por lo que habíavisto en España no era sin embargomenor que la que le inspiraba la actitudde Francia y Gran Bretaña y, si en 1919se había despedido del deshumanizadocapitalismo occidental con unareferencia al alto muro de los Pirineos,en 1937 se despedía de Europacelebrando la extensión del Atlántico,«a good wide ocean». Dos Passos, queen su juventud había buscado refugio enEspaña, creía ahora haberlo encontradoen su propio país, mejor preparado quecualquier otro para resolver «laoposición entre la libertad individual yla organización burocrática e

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industrial».Atacado por publicaciones

comunistas como el New Masses, que lecalificó de «izquierdista cansado», sucorrespondencia de ese otoño refleja elintenso debate desencadenado por suartículo. A su viejo amigo John HowardLawson[72] le confió opiniones talescomo que el Partido Comunista estaba«fundamentalmente en contra de nuestrademocracia» o que «los liberales eizquierdistas extranjeros se equivocaronmucho al no protestar contra el terrorruso». Debía de tener a Lawson en elpensamiento cuando, en diciembre deese año, publicó un nuevo texto en

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Common Sense. Se titulaba «TheCommunist Party and the War Spirit: ALetter to a Friend Who Is Probably aParty Member», y en él reiteraba susacusaciones contra los comunistas, queen España se habían dedicado a eliminar«a todos los hombres con capacidad deliderazgo que no estuvieron dispuestos aacatar su autoridad». Se equivocaban,por tanto, quienes confiaban en unarectificación, y Dos Passos aceptabaarriesgarse a ser anatematizado por losmismos que durante años le habíanconsiderado uno de sus paladinesliterarios.

La postura del novelista puede

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interpretarse como un rasgo decoherencia personal, pero también comoun desafío hacia todos aquéllos quecontribuían a acrecentar el engaño delque ellos mismos eran víctimas. Entreellos estaba Hemingway. Las relacionesentre ambos eran entonces más tensasque nunca. En agosto preguntaron a DosPassos qué opinaba sobre una pelea deHemingway con el escritor MaxEastman en el despacho del editor deScribner, pelea que el propioHemingway se había ocupado depublicitar, y su respuesta fue: «Unestúpido montaje de puñetazos para laprensa; dan ganas de vomitar». Y

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cuando, en octubre, su agente literaria lesugirió que podían pedir a Hemingwayuna frase para la sobrecubierta de lareedición de U. S. A., Dos Passos selimitó a contestar: «Hemingway estádescartado por varias razones[73]».

No le faltaban motivos a Dos Passospara mostrarse reticente. Ese verano,Arnold Gingrich, director de Esquire,había visitado a Hemingway en KeyWest para negociar la publicación deTener y no tener . La discusión fueáspera porque el libro contenía largosfragmentos que Gingrich considerabacalumniosos contra tres personas, una deellas Dos Passos. Según Gingrich, «las

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partes que aludían a Dos Passos eranfuertes, y Hemingway lo admitía». Éste,al final, terminó accediendo a suspretensiones, y optó por cortar por losano y suprimir los episodios máscomprometedores del manuscrito, lo queayuda a explicar los defectos deconstrucción de la novela[74].

De esa versión anterior quedó en ellibro un personaje secundario llamadoRichard Gordon, que estaba«escribiendo una novela sobre unahuelga en una fábrica de tejidos» y alque su mujer acusaba de «cambiar deopiniones políticas por seguir la moda».Aunque las alusiones a Dos Passos no

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van mucho más allá, es probable que ladiscusión entre Gingrich y Hemingwayllegara a sus oídos. El enfrentamientoentre ambos novelistas a propósito de laguerra civil española se estabadesplazando a sus escritos, y puededecirse que se mantendría en ese ámbitodurante el resto de sus vidas. E inclusoque les sobreviviría en sus obraspóstumas: si París era una fiesta (AMoveable Feast), publicada tres añosdespués del suicidio de Hemingway,incluye un despiadado retrato de DosPassos, en Century’s Ebb, aparecida alos cinco años de la muerte de éste, serecrean varios episodios de la guerra

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española que tienen a Hemingway comoprotagonista.

Tras el regreso de Dos Passos deEspaña, sólo una vez se les presentó laocasión de exponer cara a cara susrespectivas visiones de la guerra civil.Ocurrió a comienzos del otoño de 1938,unas semanas antes del cuarto y últimoviaje que Hemingway realizó a laEspaña azotada por la guerra, y tuvolugar en el apartamento neoyorquino deSara y Gerald Murphy, que eran íntimosamigos de Dos Passos desde principiosde los años veinte y seguirían siéndolohasta el final de sus vidas. Aquel díaDos Passos y Hemingway salieron a la

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terraza de los Murphy a hablar y, alcabo de un rato, Dos Passos volvió aentrar y comentó a Gerald: «Durantemucho tiempo crees tener un amigo, yluego ya no lo tienes». Aunque no hubotestigos de la discusión, nadie dudó deque nuevamente el tema había sidoEspaña. ¿Volvió Hemingway a acusar aDos Passos de haber tenido una actitudinteresada con respecto a la guerracivil? Según aquél, éste habría viajado aEspaña para vender artículos a losmedios de comunicación y asegurarseasí una fuente de ingresos. Eso al menoses lo que se desprende de la carta queHemingway le había escrito en París el

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26 de marzo[75]. En ella le reprochabauna y otra vez que se sintiera«justificado para atacar, por dinero, a lagente que todavía está luchando en esaguerra» y, con muy poco estilo,aprovechaba para reclamarle ladevolución de un préstamo anterior: «Siganas dinero y quieres pagarme lo queme debes […], por qué no envías treintade cada trescientos dólares, o veinte odiez o lo que sea…»

Cabe la posibilidad de que ese díaDos Passos hubiera pedido aHemingway explicaciones por losataques que éste le había dirigido desdelas páginas de Ken, una revista de

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izquierdas recién creada por ArnoldGingrich. Lo había hecho en junio de eseaño con un artículo titulado «Treacheryin Aragon[76]», y por esas mismasfechas, exactamente el 22 de septiembre,volvía a hacerlo con otro titulado «FreshAir on an Inside Story». En él hablabaHemingway de un corresponsalnorteamericano que, procedente deValencia, acababa de llegar al HotelFlorida. Desde el primer momento, elhombre se había mostrado convencidode que en Madrid dominaba el terror.Hemingway, conteniendo las ganas depegarle un puñetazo, le preguntó si habíavisto algún cadáver o algún otro indicio

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de violencia, y el otro contestó: «No, nohe tenido tiempo. Aunque lo sé con todaseguridad». La discusión tenía lugar enla habitación de una periodistaestadounidense que a los pocos díasregresaba a su país, y el corresponsalconfió a ésta un sobre cerrado con unasupuesta crónica de guerra que habríasido ya revisada por la censura.Hemingway se las arregló para advertira la periodista de los riesgos a los queaquel sobre la exponía en la aduana ydel descrédito que caería sobre el restode corresponsales si la crónica llegaba aser publicada. Fue así como laconvenció de que le dejara leer el texto,

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que, en efecto, comenzaba hablando delos miles de cadáveres que seamontonaban en las calles de un Madriddominado por el terror… No sabemossi, como afirma Virginia Spencer Carr,«para la mayoría de los lectores deizquierdas no cabía duda de que elalopécico periodista era una caricaturade Dos Passos». Lo que sí sabemos esque éste tuvo por fuerza que sentirsealudido. No sólo la descripción delembustero (buena estatura, tiernos yhúmedos ojos, calvicie mal disimulada)coincidía con la suya, sino que lascircunstancias mismas evocaban algunosde los tensos encuentros que en abril del

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año anterior habían mantenido ambos enpresencia de Josephine Herbst. Tambiénentonces Dos Passos había sido paraHemingway un recién llegado quehablaba por referencias, sin unconocimiento directo de la situación.También entonces su disensión habíaconstituido un serio trastorno para elcírculo de Hemingway (en ese caso,para el equipo de Tierra española) ypara la imagen exterior de laRepública…

Además de los despachos deagencia, el guión de Tierra española yla novela Por quién doblan lascampanas, la guerra civil inspiró a

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Hemingway una obra de teatro y unabreve serie de cuentos. La obra det e a t r o , La quinta columna, estáambientada en el mismo lugar en el quefue escrita, el Hotel Florida, y tiene porprotagonista a Philip Rawlings, unagente del servicio de contraespionajeque se siente «cansado […] de matarhijos de puta». De los cinco relatos queentre noviembre del 38 y octubre del 39publicó en Esquire y Cosmopolitan, talvez el más logrado sea el primero,titulado «La denuncia».

También para nuestra historia es elmás interesante. La narración trata de unfascista, antiguo cliente del madrileño

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bar Chicote, al que uno de los camarerosreconoce y, tras muchas vacilaciones,denuncia por teléfono a las fuerzas deseguridad. Acaso esa denuncia no habríallegado a realizarse si el narrador,trasunto evidente del autor y amigo delfascista en la época anterior a la guerra,no hubiera facilitado el número deteléfono al camarero, y lo curioso es queel conflicto ético se desplaza del quesería el planteamiento razonable(¿justifican las diferencias políticas ladelación de un antiguo amigo?) a otrocuando menos desconcertante (¿cómohacer para aliviar los remordimientosdel delator, que no ha hecho sino

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cumplir con su deber?). Por paradójicoque parezca, la excelencia del relatoprocede de su indigencia moral. Si lahistoria seduce e inquieta al lector, esporque éste espera que el narradoracabe intercediendo por la vida delexamigo. Al final, sin embargo, ocurrealgo bien distinto. El narrador llama a sucontacto en el servicio decontraespionaje y, tras confirmar que elfascista ha sido detenido en Chicote, ledice: «Dígale que yo lo denuncié, ¿eh?,pero nada del camarero». «¿Por qué, sino hay la menor diferencia? Es un espía.Será fusilado», le contesta el otro, sinduda menos cansado de matar hijos de

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puta que Philip Rawlings. El efectosorpresa, que redondea un relatoimpecable, no hace sino reflejar elsimplismo ideológico de su autor, paraquien sólo era bueno lo que era buenopara la causa y ante eso cualquier otrovalor, incluida la amistad, retrocedía. Esseguro que a Dos Passos no se le escapóesa contradicción. Tampoco, sin duda,le pasó por alto el detalle de que elinterlocutor telefónico, la persona de la«oficina de contraespionaje en loscuarteles de Seguridad» a la que elnarrador remite al camarero, se llamaraPepe. Uno no puede dejar de pensar que,mientras escribía el relato, Hemingway

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tenía en mente a otro Pepe, a su amigoPepe Quintanilla, el alto cargo delservicio de contraespionaje al que elpropio Dos Passos había recurridocuando trataba de averiguar el paraderode Robles. En todo caso, el mensaje queHemingway mandaba a Dos Passos através del relato seguía siendo el mismoque en abril del año anterior: ¿por quédarle tantas vueltas a la muerte de unantiguo amigo al que se había condenadopor espía?

Al analizar la postura deHemingway ante la guerra española noconviene, sin embargo, caer enreduccionismos. Es cierto que el

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escritor, que carecía de una sólidaformación política, se sentía máspróximo a los comunistas que a losanarquistas, a los que considerabaresponsables de la desorganizaciónmilitar y de no pocos desmanes. Peroese acercamiento estaba determinadopor las circunstancias, y Hemingway,que durante la guerra dio prioridad a laeficacia bélica, no tardaría en alejarsede los comunistas al término de aquélla.En octubre de 1940 publicó Por quiéndoblan las campanas, cuyoprotagonista, Robert Jordan, es untrasunto de Robert Merriman, jefe delEstado Mayor de la Brigada 15 y

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exprofesor de la Universidad deBerkeley, pero también del propioHemingway, quien, por boca delpersonaje, expresa claramente su ideade que «si no se gana esta guerra, nohabrá revolución ni República». Había,por tanto, que aceptar la disciplina delos comunistas, la única que podíaconducir a la victoria. Pero eso eradurante la guerra; la posguerra sería otracosa.

Por quién doblan las campanas es,como puede verse, una novela en clave,y se han identificado las personasreales[77] en las que el escritor seinspiró para crear algunos de los

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personajes. Por el marido de laintérprete Paulina Abramson (JadzhiMamsurov, consejero soviético al queHemingway consultó en Valencia enmarzo del 37) sabemos que las figurasde los guerrilleros están basadas en losmiembros de un destacamento queoperaba en Extremadura: su cabecilla, elindio mexicano Miguel Julio Justo,inspiró el personaje del Sordo, delmismo modo que la cocinera Shura, elexperto en minas Tsevtkov y el mineroandaluz Juan Molina Bautista inspiraronrespectivamente los de Pilar, Miguel yAnselmo. El de María, la protagonistafemenina, retrata a una dulce enfermera

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del mismo nombre que había sidoviolada por soldados franquistas y a laque Hemingway conoció en laprimavera del 38 en un hospitalbarcelonés. Tras la identidad de Golz seesconde por su parte el general Walter,con el que había coincidido en bastantesocasiones (entre otras, en la fiesta de laBrigada 15) y que le había sidopresentado por Mijail Koltsov. Elpropio corresponsal de Pravda apareceencarnado en el cínico e inteligenteKarkov, quien, cuando Jordan lepregunta si murieron muchos hombresdel POUM en la revuelta de Barcelona,responde: «Menos de los que fueron

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fusilados después y de los que seránfusilados todavía». Otro de losepisodios de la novela se desarrolla enel Hotel Gaylord’s, donde Karkovprimero estrecha la mano de suuniformada mujer y más tarde la de «unajovencita de espléndida figura que erasu amante», para finalmente detenerse aconversar con un «hombre de medianaestatura, de cara pesada y grisácea,grandes ojos hinchados, belfoprominente con voz de dispéptico».Hemingway no menciona los nombres deninguno de estos tres personajes, tras losque se ocultan las verdaderas mujer yamante de Koltsov (Lisa Ratmanova y

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María Osten respectivamente) y elenviado especial de Izvestia, IlyaEhrenburg, de cuya candorosacredulidad se burla el novelista.

A diferencia de lo que hizo contodos estos personajes, Hemingwayprefirió por algún motivo no omitir nicamuflar la identidad del jefe de lasBrigadas Internacionales, André Marty,que nos es mostrado como un locosanguinario cuya manía de fusilar a lagente pregonan hasta sus subordinadosmás próximos: «Ese viejo mata más quela peste bubónica. Pero no mata a losfascistas, como hacemos nosotros. ¡Quéva! Ni en broma. Mata a bichos raros.

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Trotskistas, desviacionistas, toda clasede bichos raros». Hemingway, quetambién en el relato titulado «Bajo lacolina» recreó dos casos de crueldaddisciplinaria en las brigadas, había sidotestigo de la sumaria ejecución de dosvoluntarios anarquistas cuyo únicodelito había consistido en sucumbir alagotamiento nervioso, y la decisión deMarty le había repugnado. Alpresentarlo con su nombre y apellido, talvez el escritor buscó algún tipo dereparación simbólica, y el caso es quesu caracterización de Marty provocóairadas cartas de protesta de antiguosbrigadistas como Alvah Bessie y Milton

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Wolff, que le criticaron por haberlollevado a la ficción convertido en uncriminal. Eso demuestra que elmaniqueísmo del escritor admitíamúltiples matices[78].

La respuesta de Dos Passos a losprimeros ataques de Hemingway sehabía producido en junio de 1939 con lapublicación de Aventuras de un joven.El libro se abre con una invocación alsiglo XX, «tiempo de aflicciones», en laque con tono elegíaco se denuncia ladecadencia de los viejos valores delliberalismo «por los cuales fundamoslejos de los imperios, tronos yprincipados del globo terráqueo la

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república norteamericana». Mediado elrelato, el autor toma nuevamente lapalabra para condenar el totalitarismosoviético, que en sus sótanosensangrentados y sus registros de lapolicía secreta había salvado «losinstrumentos del absolutismo». Y en lasúltimas páginas dirige sus dardos contrael Partido Comunista americano,robustecido «a costa de la ruina de lalibertad en Europa y del sacrificio delos hombres justos».

Su discurso no había hecho sinoendurecerse desde «Farewell toEurope!», y se diría que la novelamisma sólo aspiraba a ilustrarlo con las

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andanzas de su protagonista, GlennSpotswood. Es éste un joven idealistaque, tras colaborar en la construcción deun movimiento sindical revolucionarioen la convulsa América de los añosveinte y treinta, acaba siendo expulsadodel partido por anteponer sussentimientos a la conveniencia de éste.Para entonces, según Glenn, la jefaturade la organización ha perdido elcontacto con las masas cuyos derechosdice defender y, frente a quienes creenque el fin justifica los medios, DosPassos afirma que «los medios son másimportantes que los fines porque losmedios modelan instituciones que

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establecen maneras de conducta,mientras los fines no se alcanzan nuncaen la vida de un hombre». Novela deaprendizaje, Aventuras de un jovenrefleja la evolución política del autor,desde su entusiasta activismo juvenilhasta su posterior decepción, y no porcasualidad los últimos episodios tienencomo escenario la guerra civil española,a la que Glenn se incorpora paracombatir por la República.

El itinerario de Glenn reproducevagamente el que el propio Dos Passoshabía recorrido en abril del 37: trendesde París hasta una ciudad del sur deFrancia, coche hasta la frontera,

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encuentro con gendarmes permisivos…Cruzados los Pirineos, no tarda encoincidir brevemente con dos antiguoscompañeros de la lucha política. Uno deellos es Frankie Pérez, que será fusiladomuy poco después bajo la acusación dehaber opuesto resistencia armadadurante los sucesos de mayo enBarcelona. El otro es Jed Farrington,quien, convertido ahora en autoridadmilitar y refiriéndose a la gente comoFrankie, dice: «Nuestra misión es ganarla guerra… Ellos nos estorban y no nosdejan ganarla todo lo pronto quequisiéramos. Mi deseo es que no nosobliguen a eliminarlos antes de ganarla.

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A los peores los hemos eliminado ya…»En el personaje de Jed, embriagado porel grandioso juego de la guerra, no esdifícil reconocer un trasunto deHemingway, y su discusión con Glennpermite imaginar cómo debió de ser laque Hemingway y Dos Passosmantuvieron en la terraza de losMurphy: «Supongo que no pretenderáshacer mártires de la clase obrera a esoscochinos incontrolables», dice Jed.

La sombra de las muertes de PepeRobles y Andreu Nin sobrevuela todo elcapítulo, y bien pronto el propio Glennes detenido por dos miembros de laBrigada Especial. Tras permanecer un

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par de días en una celda, es conducidoante un simulacro de tribunal que leacusa de trotskismo y de haberparticipado de forma activa en «ellevantamiento de Barcelona». ¿En quése basa la acusación? En el encuentrofortuito de Glenn con Frankie Pérez, através del cual habría establecidocontacto con el «movimiento decontrarrevolucionarios, derrotistas yespías»… Las similitudes con el casoRobles saltan a la vista: un tribunal almargen de la legalidad, un proceso sinningún tipo de garantías, una acusacióndescabellada cuyo único fundamento esel testimonio de una conversación casual

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e intrascendente. No parece aventuradosuponer que, cuando Dos Passosescribió esas páginas, estaba en realidadrecreando los interrogatorios que habíanpuesto a su amigo ante el paredón defusilamiento. Si Glenn no corre esamisma suerte, se debe sólo a que elavance de las líneas enemigas lo impide,y al cabo de unos días es obligado aaceptar una misión suicida. La novelaconcluye cuando ya ha recibido elprimer disparo: «Pensó que tenía queirse de allí y empezó a arrastrarse por elsuelo. Entonces estalló algo, y él cayórodando en la oscuridad. ¡Estabamuerto!».

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En París, Hemingway le había dichoa Dos Passos que los críticos de NuevaYork acabarían con él si daba a conocersu visión de la guerra española. Esaprofecía con tintes de amenaza se habíaempezado a cumplir tras suspublicaciones de 1937 y 1938 (los dosartículos de Common Sense, lacolección de escritos sobre Españati tulada Journeys Between Wars , lareunión en un solo volumen de la trilogíaU. S. A.), y críticos que en su momentohabían elogiado las tres novelas de latrilogía las releían ahora a la luz de lasdeclaraciones políticas de su autor paraconcluir que donde entonces habían

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visto «destellos de esperanzaproletaria» ahora sólo había «merde».Dos Passos tenía, por tanto, buenasrazones para temer la acogida deAventuras de un joven, con la queacabaría de cumplirse el vaticinio deHemingway[79].

Valga como ejemplo la opinión deSamuel Sillen, crítico del New Masses,para quien el libro era «increíblementemalo» y, con su amarga y estúpidaoposición a la Unión Soviética, nopasaba de ser una «tosca muestra de agit-prop trotskista»… Aventuras de unjoven mereció, en palabras del propioDos Passos, una «repugnancia

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universal». La expresión la empleó elnovelista en una carta de ese verano aJames T. Farrell, uno de los pocos queelogiaron la obra[80]. Farrell afirmó ensu reseña para el American Mercuryque el tema del libro era elmantenimiento de la integridad en lapolítica revolucionaria. Para él la malaacogida de la novela se había debidoexclusivamente a razones políticas,opinión que por fuerza tenía quecompartir el propio Dos Passos, quienen esa misma carta manifestaba ya suresentimiento hacia la crítica literarianorteamericana, sumida según él «en unlío asqueroso». «La corrupción de la

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izquierda parece haberlo contagiadotodo», añadía Dos Passos a modo deexplicación.

De las críticas que entonces recibió,la que más pareció dolerle fue la que,gráficamente titulada «Disillusionment»,publicó su viejo amigo MalcolmCowley en el New Republic. ParaCowley, Aventuras de un joven era supeor novela desde Primer encuentro:carente de las innovaciones técnicas dela trilogía U. S. A., su protagonista noera «lo bastante fuerte o interesante paracargar con el peso de la historia». Suafirmación de que el viaje de DosPassos a España durante la guerra (y en

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particular el caso Robles) habíadeterminado un punto sin retorno en sucarrera indujo al novelista a redactaruna larga réplica. Esa carta al NewRepublic es importante porque en larecreación que allí hacía de la historiadel asesinato de Robles se basaríanmuchas de las reconstruccionesposteriores[81]. También Edmund Wilsoncontestaría a Cowley en una cartaprivada de enero de 1940. En ella, trasevocar con afecto la figura de Robles,con el que había trabado amistad elverano de 1932 en Provincetown,Wilson interpelaba al director del NewRepublic: «Prometiste nuevos datos

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[sobre la supuesta traición de Robles]cuando Dos escribió la carta al N. R.,pero nunca han llegado». Y finalmente leacusaba: «Escribes mejor que lamayoría de la gente de la prensaestalinista, pero lo que haces no es másque simple difamación estalinista deltipo más calumnioso e irresponsable».

En su réplica a «Disillusionment»,Dos Passos renunciaba a rebatir lasobjeciones expresadas en la reseña.Como escribió en una carta de esasmismas fechas, «no creo que discutircon Malcolm Cowley acerca de misprocesos mentales o de lo que influyó enellos pudiera beneficiarme en nada». Su

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prestigio literario había iniciado unabrupto declive, y Dos Passos se sabíaimpotente para detenerlo[82].

Parece evidente que muchas de esascríticas adversas buscaban represaliarlepor su transformación ideológica, yWilson trató de consolarle hablándolede algunas reseñas favorablesaparecidas en la ecuánime GranBretaña: «Desde luego, para cierta gentede aquí la cuestión política ha eclipsadoen alguna medida [las virtudes dellibro]. Allí, en Inglaterra, no viven undebate tan encendido entre Trotski yStalin». No debe, sin embargo,descartarse que algunas de las

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objeciones de los críticosnorteamericanos fueran razonables. Elpropio Wilson, un hombre tan pocosospechoso de sectarismo, opinaba queel tema era bueno pero «desde el puntode vista artístico no creo que sea una detus mejores cosas», y coincidía en partecon Cowley al afirmar que «no les hashablado lo suficiente [a los lectores]acerca del alma de Glenn (o lo quequiera que sea)». Y la mujer de ArturoBarea, Ilsa Kulcsar, que fue objeto de larepresión estalinista en España, dioescasas muestras de entusiasmo en lacarta que le escribió el 15 de julio: «Metemo que el final es más que posible;

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pero es una lástima que tu jovenprotagonista no pueda conocer unasolidaridad popular como la que yoconocí en el Madrid de los primerosmeses, una experiencia que me ayudó asobrellevar la profunda amargura que,por supuesto, sentí cuando empezaron aperseguirme». Leída en la actualidad,puede decirse que, en efecto, la visiónque Aventuras de un joven ofrece de laguerra civil peca de incompleta, y acasosu mayor lastre sea lo explícito de sumensaje, esa urgencia suya porconvencer al lector de la veracidad y lajusticia de sus planteamientos[83].

La literatura de Dos Passos tardaría

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más de dos décadas en recuperar elaprecio de la crítica estadounidense.Ocho años después, en una carta demarzo de 1947 a la sección de libros delTimes, el novelista se decidió a hacerpública la opinión que esa crítica lemerecía. Según él, en la prensaneoyorquina había existido «una censurainvisible de todos los libros que deforma franca y sincera hablan de la vidaen Rusia, y especialmente de los librosque no se adaptan al modelo depensamiento que nuestros entusiastas delrégimen soviético han aprendido de ladiligente y sutil propaganda alentada eneste país por el Partido Comunista[84]».

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Seguía sosteniendo ese mismoparecer en enero de 1953, cuandopreparó una declaración para defender asu amigo Horsley Gantt ante el Comitéde Actividades Antiamericanas [85].Gantt, eminente neurofisiólogo y uno delos principales introductores enOccidente de las teorías de Pavlov, eraprofesor de la Universidad JohnsHopkins. La amistad que le unía a DosPassos había sido la razón por la queKaty había acudido en la primavera de1933 a Baltimore a someterse a unaoperación de amígdalas. A estaoperación siguió una inoportuna crisisreumática del propio Dos, quien en el

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futuro volvería a Baltimore a ser tratadode sus dolencias y que, de hecho,moriría en esa ciudad el veintiocho deseptiembre de 1970. Con la caza debrujas desatada por el senador JosephMcCarthy, las antiguas vinculaciones deGantt con científicos de la URSS lehabían vuelto sospechoso defilocomunismo, algo que Dos Passosconsideraba absurdo. En su declaración,el novelista recordaba cómo su antiguointerés por el experimento soviético lehabía llevado en 1928 a viajar a esepaís, donde Gantt y él se vieron porprimera vez, y para argumentar supropio viraje ideológico posterior

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evocaba, aunque sin citarlo de formaexpresa, el caso de su amigo Robles:«Lo que vi en España me produjo unatotal decepción con respecto alcomunismo y la Unión Soviética. Elgobierno soviético dirigía en Españauna serie de “tribunales alegales” (paraser más exactos, bandas de asesinos),que inmisericordemente mataban a todoaquél que se interponía en el camino delos comunistas. Acto seguido,manchaban con calumnias la reputaciónde sus víctimas». Sus quejas sobre lacrítica literaria aparecen un poco másadelante: «A causa de mi cambio depostura he sido penalizado porque entre

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los principales reseñistas de librospredominan los que se encuentranpróximos a la izquierda; los comentariossobre mis libros tienen una inequívocatendencia a ser menos entusiastas que enmi primera época, y los rasgos que anteseran ensalzados como virtudes se hanconvertido en defectos».

El anticomunismo de Dos Passos sehabía visto reforzado diez años antescon un nuevo asesinato, en esa ocasiónel de Carlo Tresca, el anarquistaitaloamericano que en 1937 le habíaalertado sobre el control del proyecto deTierra española por parte de militantescomunistas. El 11 de enero de 1943,

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Dos Passos y Tresca comieron juntos enNueva York. Concluido el almuerzo, elanarquista acudió a su despacho dedirector del periódico Il Martello en laQuinta Avenida, y esa misma noche,cuando salía de la redacción, fuetiroteado por un desconocido. Aunquelas razones del crimen nunca llegaron aaclararse del todo (el asesino podría serun agente de Mussolini), Dos Passossiempre culpó de su instigación a «lamisma banda que mató a Trotski enMéxico». Si seis años antes el asesinatode Pepe Robles había enfrentado a DosPassos con la izquierda oficial, elasesinato entonces de Carlo Tresca

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renovaba trágicamente eseenfrentamiento, y su cada vez más fieroanticomunismo no tardó en tomar unaderiva claramente conservadora. Sirvacomo ejemplo el hecho de que,convencido de que su país podía servíctima de una conspiración comunista,en un principio apoyó, para disgusto deEdmund Wilson, los objetivos delsenador McCarthy y el Comité deActividades Antiamericanas, y sólo alcabo de un tiempo discrepó de susmétodos.

Fue su conservadurismo una de lasrazones, si no la única, que le acabaronalejando de muchos de sus viejos

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amigos. En su biografía de LuisQuintanilla, su hijo Paul recuerda que, amediados de los años cuarenta, exiliadoel santanderino en los Estados Unidos,el escritor Elliot Paul evitabaencontrarse con Dos Passos. En ciertaocasión, el autor de ManhattanTransfer había viajado a Nueva York ytelefoneó al estudio de Luis Quintanillapara anunciar su visita. En el estudioestaba Elliot Paul, que dijo: «Si vieneDos, yo me voy». Quintanilla optó aqueldía por negarse a recibir a Dos Passos,y también la amistad entre ambos serompió para siempre. Hasta tal punto fueasí que, cuando, algún tiempo después,

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el pintor pasó por Provincetown,renunció a ver a su antiguo amigo, y paraenterarse de cómo le iban las cosas hubode preguntar al dueño de un bar que DosPassos frecuentaba.

Al creciente aislamiento delnovelista se unió, en septiembre de1947, el dolor por la muerte de suquerida y leal Katy en un accidenteautomovilístico en el que el propio DosPassos perdió la visión de un ojo. Elabatimiento que siguió al fatal accidentele mantuvo postrado durante bastantetiempo y, justo un año después, viajó aLa Habana en un intento por escapar a susoledad y recuperar la amistad de

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Hemingway. Tras la muerte de Katy,éste le había enviado un telegrama depésame, al que él había contestado conuna afectuosa y triste carta. Aquelencuentro en La Habana fue el últimoque mantuvieron los antiguos amigos, ydesde allí Dos Passos envió a SaraMurphy un recorte de la prensa localque hablaba de la larga y ruidosadespedida tributada a bordo del Jagielloal autor de Tener y no tener , que partíapara Europa en compañía de su cuarta yúltima mujer, Mary Welsh. Si en esacarta aludía amistosamente aHemingway como «el viejo monstruo»,en la que en junio del año siguiente

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escribiría al propio novelista le llamaba«vieja salamandra[86]». Algo de suantigua complicidad sobrevivía, portanto, en su nueva relación y, sinembargo, la correspondencia de esosaños entre ambos no puede calificarsede abundante. En el epistolario recogidopor Townsend Ludington sólo aparecendos cartas de Dos Passos a Hemingway,ambas llamativamente breves: una es laya citada de junio de 1949, y la otra, deoctubre de 1951, una carta de pésamepor la muerte de la segunda mujer deHemingway, Pauline Pfeiffer, que tanbuena amiga había sido de Dos y deKaty.

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En esa época Dos Passos seguíadesde la distancia la carrera literaria deHemingway, y el juicio que le merecíansus nuevas obras era comunicado conpuntualidad a Edmund Wilson. En juliode 1950 le escribió para comentarle Alotro lado del río y entre los árboles , dela que pensaba que «ponía la piel degallina». «¿Cómo puede un hombre ensus cabales meter tanta mierda en laspáginas? Todo el mundo, al menos porlo que me dice mi propia experiencia,escribe toneladas de mierda, peronormalmente la gente lo tacha», añadía.Más favorable fue su opinión sobre Elviejo y el mar, acerca de la cual

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escribió a Wilson en septiembre de1952 para decir que, si bien le parecíauna operación «astutamente calculada»,la novela le gustaba tanto más cuantomás pensaba en ella. Sus comentarioscoinciden en líneas generales con laacogida que ambos libros obtuvieron,tibia en el caso del primero, entusiastaen el del segundo, y sobre todo reflejanque el interés y la admiración por laobra del antiguo amigo permanecíanintactos. No hay en su epistolarioreferencia alguna al premio Nobel conel que Hemingway fue galardonado en1954, pero sí sabemos que un año anteshabía apoyado la concesión de una

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medalla de oro al autor de El viejo y elmar: «Es la elección lógica», afirmabaen una carta a Van Wyck Brooks[87].

Para entonces, sin embargo, losúltimos rescoldos de esa antigua amistadhabían acabado de consumirse. A finalesde 1951, Dos Passos publicó la novelaUn lugar en la tierra (ChosenCountry). En uno de sus episodiosHemingway aparecía retratado comoGeorge Elbert Warner, que sacabaprovecho propagandístico de unescándalo inspirado en un hecho quehabía tenido lugar en Key West en elverano de 1921, cuando una cuñada deKaty había disparado accidentalmente

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sobre otra persona. La alusión enfurecióa Hemingway, y entre esa fecha y la desu suicidio, en julio del 61, no existió yael menor contacto entre ambosescritores.

La noticia del suicidio cogió a DosPassos cuando estaba a punto de partirpara España. Ese verano, en sus paseospor calles de Madrid que tiempo atráshabían recorrido juntos, el recuerdo delantiguo amigo le asaltó una y otra vez, ydesde Bailén escribió una postal a SaraMurphy en la que afirmaba: «Hasta quesupe de su desdichada muerte no me dicuenta del afecto que sentía por el viejomonstruo». La herida que en 1937 se

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había abierto en su corazón se cerrabaen el mismo país veinticuatro añosdespués[88].

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También en 1937 había quedadoseriamente lastimada la pasión que DosPassos sentía por España y lo español.El país que en sus primeras visitas se lehabía aparecido como la patria naturaldel anarquismo vivía desde el final de laguerra sometido por una dictaduramilitar. Las libertades individuales,cuya defensa constituía el núcleo delcredo político del novelista, eransistemáticamente atropelladas por lasautoridades franquistas: la realidadespañola debía de resultar dolorosapara alguien como Dos Passos. Su nuevarelación con España había quedadolimitada al trato ocasional con algunas

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personalidades del exilio: con losrefugiados españoles a los que aprincipios de los años cuarenta ayudó através de la New World ResettlementFund; con Julián Gorkin, para quienescribió un prólogo; con Ramón J.Sender, con el que se reencontró enNueva York y al que visitaría en su casade California; con Luis Quintanilla, queen 1943 le retrató disfrazado de «pintordominical» y del que no tardaría endistanciarse; con su viejo amigo JoséGiner, que le escribía con regularidaddesde su exilio parisino; con Salvadorde Madariaga, «un caballero al que heapreciado mucho»; con la propia viuda

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de Robles y sus dos hijos, con los que sereunió varias veces en los EstadosUnidos y México… Parece ilustrativode este alejamiento el hecho de que,durante las dos primeras décadas deexistencia del nuevo régimen, se negaraa volver al país que tanto habíafrecuentado entre 1916 y 1937[89].

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Es cierto que en octubre de 1941había pisado suelo español, pero esafugaz visita fue poco más que una escalatécnica en un viaje de vuelta a losEstados Unidos, y sólo en el verano de1960 se decidió a regresar por unos días

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a España. Volvió a hacerlo, esta vez pormás tiempo, el verano siguiente, el de lamuerte de Hemingway. Viajó DosPassos en compañía de su segundamujer, Elizabeth, con la que se habíacasado en 1949, y de la hija de ambos,Lucy, que entonces tenía once años. Setrataba en todo caso de un viaje decarácter privado. Al contrario de lo quesucedía con Hemingway, cuyas estanciasen España eran puntualmente jaleadaspor los medios de comunicaciónfranquistas, las visitas de Dos Passos enlos años sesenta dejaron muy pocosrastros en la prensa de la época: pese asu anticomunismo, Dos Passos

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difícilmente habría tolerado lautilización de su nombre por lapropaganda del régimen. Ludington hareconstruido su itinerario de esassemanas del verano de 1961 a partir desus entrevistas con Elizabeth DosPassos: primero de Madrid a Santander,más tarde de Santander a Granadabordeando la frontera portuguesa, yfinalmente de Granada a Lisboa, desdecuyo aeropuerto volaron a los EstadosUnidos. En todas esas ciudades habíaestado Dos Passos en su juventud, y entodas había sido feliz. No es deextrañar, por eso, que el recuerdo de susantiguos vagabundeos españoles,

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avivado por la reciente noticia delsuicidio de Hemingway, le animara aconcebir el proyecto de escribir Añosinolvidables, su libro de memorias, quese publicaría en 1966.

La última vez que, aunquebrevemente, Dos Passos estuvo enEspaña fue en noviembre de 1967,aprovechando un viaje a Roma, dondedebía recoger el premio AntonioFeltrinelli, y en esa ocasión visitóLisboa y Madrid. A su muerte, tres añosdespués, la necrológica del diarioArriba recordaba esta última estancia enEspaña y decía: «Aquí comió corderoasado y parecía seguir teniendo su vela

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dispuesta para el viento. Pero no era yasino un olvidado de otra sociedad queacababa de nacer[90]».

Dos Passos, en efecto, se habíaconvertido en un escritor del pasado. Élmismo lo reconocía de algún modo en suautobiografía de 1966, en la que dabacuenta de los que habían sido sus«mejores tiempos». Su activismopolítico formaba parte de esos tiempos.También Katy y España. También, porsupuesto, Hemingway, del que ofrecióuna visión casi exclusivamente afectuosapese a que poco antes, en 1964, se habíapublicado París era una fiesta, en laque el viejo cazador de leones le

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lanzaba un cruel zarpazo póstumo. Eltono nostálgico aunque malicioso deParís era una fiesta, en el queHemingway evoca algunas de lasamistades de su juventud europea(Gertrude Stein, Francis ScottFitzgerald, Ezra Pound…), se quiebracon brusquedad en las últimas páginas,cuando el autor, rememorando sustemporadas de esquí en Austria, dice:«Fue el año en que aparecieron losricos». Con los ricos, que no son otrosque Sara y Gerald Murphy, aparecetambién Dos Passos, quien en efectovisitó a Hemingway y a su primeramujer, Hadley, en la localidad austriaca

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de Schruns en marzo de 1926. Pero DosPassos, al contrario que Scott y losdemás, ni siquiera es mencionado por sunombre. Presentado como el «pezpiloto» que precede a los ricos «y que aveces es algo sordo y a veces algocegato, pero que anda siemprehusmeando, afable y vacilante, antes deque lleguen», el retrato que Hemingwayhace de él es un prodigio de perversidady rencor, en el que ni siquiera falta unainjusta alusión al asesinato de PepeRobles: «Se mete en política o en teatroy luego se sale, igual que se mete en lospaíses y luego se sale de ellos, y cuandoes joven se mete en las vidas ajenas y se

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abre en ellas una salida. Nadie le pesca,ni le pescan los ricos. No hay modo depescarle a él, y sólo a los que confían enél se les apresa y se les mata. Tiene […]un latente amor al dinero, inconfesadopor mucho tiempo. Termina siendo ricoél mismo, y cada dólar que gana ledesplaza un grueso de dólar más a laderecha».

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No resulta difícil imaginar el

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impacto que la lectura de estos párrafosdebió de causar en Dos Passos. Enaquella época, éste había empezado ya adocumentarse para escribir Añosinolvidables, que, pese a los ataques deHemingway, no deja de ser la historiade una antigua camaradería que el viejoDos Passos siempre echó de menos. Suprimer encuentro había tenido lugar enItalia en 1918, cuando amboscolaboraban como voluntarios endiferentes secciones de ambulancias dela Cruz Roja. Su amistad, sin embargo,no terminó de fraguarse hasta quecoincidieron en París cinco o seis añosdespués. A partir de entonces

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compartieron un sinfín de experiencias:los sanfermines en Pamplona, la prácticadel esquí en Schruns («Todos éramoshermanos y hermanas cuando nosdijimos adiós»), las temporadas deretiro en Key West, incluso un accidenteautomovilístico que costó a Hemingwayvarias semanas de internamiento en unhospital… Sólo al final del libro,cuando ya los buenos tiempos están apunto de concluir, desliza Dos Passosalgún reproche a la creciente egolatríade Hemingway, «el famoso autor, elgran pescador, el extraordinario cazadorafricano».

El penúltimo párrafo que le dedica

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está impregnado de nostalgia por susalmuerzos del verano de 1933 en CasaBotín: «Fue durante aquellas comidascuando Hem y yo discutimos por últimavez sobre España sin enfadarnos». En elúltimo párrafo, sin embargo, todo parecehaber cambiado. Cuenta ahí que, uninvierno, Katy y él llegaron a Key Westy descubrieron un horrible busto deHemingway presidiendo el vestíbulo desu casa. Dos Passos adquirió pronto lacostumbre de intentar acertarle con elsombrero desde la puerta cada vez queentraba. Un día, Hemingway lesorprendió haciéndolo y, ofendido,retiró el sombrero de la cabeza del

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busto. «Nadie hizo ningún comentario,pero desde entonces las cosas novolvieron a ser como antes», escribeDos Passos, y se diría que el anónimoautor de la escultura de escayola fue enalguna medida responsable de todo loque vendría después.

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Pero volvamos a la guerra civil.Volvamos a 1937.

A comienzos de ese año apareciópor Valencia una treintañera inglesallamada Kate Mangan. A diferencia dela mayoría de los jóvenes que por

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entonces llegaban a la Españarepublicana, Kate no había viajado parasumarse a la lucha contra el fascismo. Elmotivo de su viaje era reunirse con suexamante, Jan Kurzke, brigadista deorigen alemán que se recuperaba de susheridas de guerra en el hospital LaPasionaria, un antiguo convento demonjas a las afueras de Valencia. Enjunio de ese mismo año, Kate lograríamarcharse con Jan para que ésteterminara su recuperación en Inglaterra.Fue entonces cuando decidieron escribirjuntos The Good Comrade, un librosobre sus experiencias en España. Elestallido de la Segunda Guerra Mundial

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y el internamiento de Jan en un campo deconcentración acabarían separándoles,pero la hija de ambos, Charlotte, haconservado el manuscrito inédito de sumadre y obtenido el de su padre.

El testimonio de Kate Manganresulta particularmente interesanteporque, durante la mayor parte deltiempo que pasó en Valencia, trabajócomo secretaria en la Oficina de PrensaExtranjera. El empleo se lo habíaproporcionado Liston Oak, al que habíasido presentada por la amiga con la quecompartía habitación en el Hotel Inglés,Louise Mallory. Su español distabamucho de ser fluido y, a pesar de eso,

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sus superiores recurrieron a ella envarias ocasiones para que transcribieralos discursos de las más altasautoridades de la República (Azañaentre ellas) y acompañara en calidad deintérprete a algunos corresponsales quequerían visitar el frente de Teruel o deMadrid o conocer el funcionamiento delos Tribunales Populares. Pero suactividad habitual se desarrollaba en lapropia oficina, y en sus memoriasmenciona a algunos de sus visitantesmás asiduos: Ernest Hemingway, IlyaEhrenburg, Egon Erwin Kisch. Con JohnDos Passos coincidió sólo una vez. Elencuentro no tuvo lugar en la sede de la

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oficina sino en una esquina próxima aésta, y no parece aventurado afirmar queDos Passos (al que sorprendentementedescribe como «amarillo, pequeño, congafas») acababa de recibir la noticia dela desaparición de su viejo amigoRobles Pazos.

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El número de personas quetrabajaban en la oficina llegaría amediados del año siguiente a cincuenta ydos, pero por aquellas fechas debían deser bastantes menos. El director era

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entonces Luis Rubio Hidalgo, al que,según Constancia de la Mora, le gustabapoco tener que atender a los periodistasextranjeros que se dejaban caer por sunegociado para solicitar pases para elfrente, alojamiento en la capitalprovisional de la República, plaza enalgún vehículo que pudiera llevarles aMadrid o entrevistas con éste o aquelmiembro del gobierno. Debía el cargo asu amistad con Julio Álvarez del Vayo.Lo mismo, al parecer, le ocurría aConstancia. De acuerdo con su propiotestimonio, fue la mujer del ministroquien, en enero del año 37, la invitó aincorporarse a la oficina, aunque el

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nombramiento oficial, tal como recuerdaen Cambio de rumbo Ignacio Hidalgo deCisneros, le llegó del subsecretario delMinisterio de Estado y arquitectoManuel Sánchez Arcas.

A Constancia de la Mora lallamaban Connie porque había estudiadoen Cambridge. De familia aristocrática,hija de un terrateniente y nieta por partede madre del político conservadorAntonio Maura, había conocido aHidalgo de Cisneros cuando teníaveinticinco años y una hija de cuatro,fruto de su primer matrimonio. Sucasamiento civil con Hidalgo fue uno delos primeros tras la aprobación de la ley

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de divorcio, y a la ceremonia asistió encalidad de testigo Juan Ramón Jiménez,cuya mujer, Zenobia Camprubí, erabuena amiga de Constancia y propietariade la tienda de artesanías en la que éstaen aquella época trabajaba. Elegante,políglota, ferviente comunista, reunía lascondiciones ideales para dirigir laoficina, y hasta Barea, que hizo de ellaun retrato sangrante («los modalesimperiosos de una matriarca, lasimplicidad de pensamiento de unapensionista de convento»), lereconocería sus dotes organizativas. Conla complicidad de Valentín, cajero,secretario y hombre de confianza de

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Rubio, Constancia fue liberando a éstede responsabilidades y ocupandoparcelas cada vez mayores de poder,hasta acabar al cabo de unos mesesasumiendo la dirección, mientras Rubioera enviado a París a dirigir la AgenciaEspaña de noticias.

Entre la gente que entonces trabajabaen la oficina predominaban las jóvenesextranjeras: estaba Kate, estaba una talGladys que el primer día había llamadola atención a Constancia por lodescuidado de su vestuario, estaba unamexicana llamada Carmen que acogiócon disgusto la incorporación de Kate,estaba Poppy Smith, una periodista

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norteamericana que constantementereñía con Carmen porque ésta se burlabade su manera de vestir… Pero tambiénhabía algunos hombres: entre ellos, dosaustríacos que se llamaban Selke yWinter (y a los que jocosamentellamaban Rosencrantz y Guildenstern,como los personajes de Shakespeare), elpropio Liston Oak, incluso el poetaW. H. Auden, quien, pese a lasreticencias de Oak, colaboróbrevemente con la oficina y fue quientradujo al inglés el ya citado discurso deAzaña.

Entre esos hombres estaba tambiénCoco Robles Villegas. Tímido,

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larguirucho, de tez morena y dientes muyblancos, con unos ojos grises de largaspestañas y un mechón de pelo negrocayéndole sobre la frente, Coco no habíacumplido aún los diecisiete años el díaen que Málaga fue tomada por las tropasde Franco. Cuando la noticia llegó aValencia, Kate había salido a tomar téen un bar cercano llamado Wodka, en lacalle de la Paz. A la vuelta encontró aCoco y a Constancia de la Mora, solosen la oficina, llorando los dos. «Málaga,¿verdad?», dijo ella, y el chico,avergonzado de sus lágrimas, asintió conla cabeza.

La desolación de Coco era sincera.

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Como su padre, creía en la causarepublicana. También como su padre,había sacrificado la plácida seguridadde la vida norteamericana paraentregarse a la defensa de esa causa. Dehecho, podría haber regresado a laUniversidad Johns Hopkins para iniciarlos estudios de Filosofía en los que sehabía matriculado, pero había preferidopermanecer en aquella España azotadapor la guerra.

Su extraordinaria facilidad para losidiomas fue sin duda el motivo por elque le ofrecieron entrar a trabajar en laOficina de Prensa Extranjera: hablaba ala perfección francés e inglés (éste con

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un acento de Baltimore muy apreciadopor los visitantes y compañeros detrabajo estadounidenses), se defendía enitaliano y portugués, y estaba estudiandoruso porque aspiraba a ser enviado a laUnión Soviética con algún empleodiplomático. Tal aspiración no era enabsoluto descabellada. En aquelmomento, el embajador español enMoscú (el primero tras elrestablecimiento de relaciones) era elsocialista Marcelino Pascua, buen amigode la familia Robles desde que, en losaños veinte, pasara una larga temporadaen Baltimore ampliando sus estudios demedicina en la Universidad Johns

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Hopkins, y no es arriesgado suponer queen alguna ocasión, como Coco comentóa Kate, pudiera haberle sugerido laposibilidad de incorporarlo al personalde la embajada[91].

Había en la oficina varias personasencargadas de censurar las crónicas quelos corresponsales extranjeros enviabana las redacciones de sus agencias yperiódicos. Censurar quería decirasegurarse de que los mensajes seatenían a la verdad de los hechos y deque esa verdad no incluía ningunainformación que pudiera ser útil alenemigo. Una vez que el censor dabapor bueno el texto, se pedía la

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conferencia. El piso disponía sólo dedos teléfonos desde los que se podíanhacer llamadas internacionales, y confrecuencia estaban ocupados porcomunicaciones oficiales. Cuando porfin el periodista entraba en la cabinapara dictar su artículo, el censor leescuchaba por el teléfono de su mesa.Cotejaba sus palabras con las del textofinalmente aprobado y, si percibíaalguna modificación, sólo tenía queaccionar una pequeña palanca parainterrumpir la comunicación.

Pero entre las obligaciones de Cocono estaba la de ejercer de censor.Demasiado joven para ese cometido,

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Luis Rubio y Constancia de la Morapreferían, además, confiárselo aempleados cuya afinidad política noofreciera el menor atisbo de duda: loslímites entre la censura y la propagandaeran, al fin y al cabo, difusos. La misiónde Coco consistía, por un lado, en hacerde guía para los corresponsales quellegaban a la España republicana y, porotro, en revisar, junto a la propia Kate,todos los periódicos y revistas yseleccionar los artículos que debían sertraducidos o extractados. Con el sueldoque cobraba por ese trabajo atendía alas necesidades de su hermana y sumadre.

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La consternación con que MárgaraVillegas vivía los acontecimientosacabó derivando en una profundadepresión que, unida a su mal estado desalud, la mantuvo durante varios mesesrecluida en su casa. Aunque más tarde,en Barcelona, también ella colaboraríacon la oficina, Kate Mangan norecordaba haberla visto aparecer porallí. A la que sí veía era a la pequeñaMargarita, Miggie. Morena como unahawaiana, de sonrisa deslumbrante, pielsuave y ensortijada melena que lellegaba a los hombros, acudía Miggie devez en cuando a almorzar con suhermano, y algunas tardes le recogía y

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con unos cacahuetes y unas manzanas seiban de picnic a la playa. Lascircunstancias habían forzado a Coco allenar el vacío dejado por su padre y adesarrollar un fuerte instinto deprotección. En una ocasión se enteró deque Miggie había ido al Wodka con unaamiga y le prohibió volver a hacerlo. Enotra fueron al cine con un brigadistainglés, y Coco, por lo que pudiera pasar,insistió en sentarse entre el soldado yMiggie. Tenía ésta trece años peroaparentaba algunos más, y todos en laoficina estaban muy orgullosos de ella,tan lista y tan madura. Un dato que Kateno menciona en sus memorias pero que

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seguramente conocía viene a reforzaresta impresión: la pequeña Miggie,deseosa de contribuir a la maltrechaeconomía familiar, se había puesto atrabajar en los laboratorios delMinisterio de Propaganda a las órdenesde Lladó, uno de los fotógrafos quetomaban imágenes del frente y losbombardeos. Sólo la inquietud de Cocopor la formación de su hermanapersuadiría a ésta para que dejara elempleo y reanudara sus estudios en elInstituto-Escuela de la Gran Vía Ramóny Cajal.

A lo largo de la primavera, eldepartamento de Lenguas Romances de

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la Johns Hopkins seguía tratando deaclarar lo ocurrido con Robles. Asolicitud de Henry Carrington Lancaster,el profesor de la Universidad deWisconsin Antonio G. Solalindeescribió al ministro de Comunicaciones,Bernardo Giner de los Ríos, que lecontestó diciendo: «Lo único seguro esque no hay rastro de él en los archivosde la policía y que no han sido capacesde encontrarle en ningún lado». En unacarta a Lancaster, Maurice Coindreaucomentaría dos semanas después queGiner había sido engañado por lapolicía. Según Coindreau, el gobiernoespañol no quería «la menor publicidad,

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y engañarían al periódico The Sun delmismo modo que han engañado a Ginerde los Ríos[92]».

A esas alturas, sin embargo, lamuerte de Robles no era ya ningúnsecreto, y Lancaster designó para cubrirsu vacante al poeta Pedro Salinas, quehabía pasado por Baltimore para dictarun ciclo de conferencias con el título«El poeta y la realidad en la literaturaespañola» y que trabajaría en la JohnsHopkins los dos cursos siguientes. Lafirme determinación de Lancaster deconservar a Robles en su plaza laconfirma una carta que el propioSalinas, ansioso por obtener un empleo

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estable en una universidadnorteamericana, escribió a GermaineCahen, mujer de Jorge Guillén. En ella,tras referirse de forma bastantedesconsiderada a José Robles («uninsensato que se fue a España, trabajó enel gobierno en cosas de propaganda yestá ahora en la cárcel porque es unlenguaraz y pone a todo el gobiernocomo un trapo»), se quejaba del fracasode sus intrigas para sustituirle: «Me hadicho el jefe del departamento que estándecididos a esperarle». En descargo deSalinas hay que decir que la carta estáfechada el 8 de marzo, cuando todavíaen Baltimore se desconocía el trágico

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desenlace de Robles[93].¿Cómo reaccionó Coco ante la

muerte de su padre? Su dolor y suabatimiento eran tan intensos que senegaba a hablar del asunto, y segúnKate, que sentía una tremenda lástimapor él, eso le llevó a sacrificar muchosde sus proyectos e ilusiones: renunció asu sueño de instalarse como miembrodel cuerpo diplomático en Rusia y, pesea sus sinceras conviccionesprogresistas, se dio de baja de lasJuventudes Socialistas Unificadas. En loque respecta a este último punto existenalgunas dudas. De acuerdo con lasdeclaraciones que el propio Coco

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realizaría en agosto del año siguienteante el instructor de su causa en eljuzgado militar franquista, su afiliacióna las Juventudes Socialistas databa deoctubre de 1937, ocho meses después,por tanto, de la más que probable fechade la muerte de su padre. Sin embargo,su hermana Miggie, que sí acabaríaincorporándose a las JSU, no recuerdaque Coco militara en formación políticaalguna. En el procedimiento sumarísimode urgencia consta asimismo que, enjulio de 1938, a los cuatro meses decumplir los dieciocho años, ingresó enel Partido Comunista, dato éste queMiggie desmiente y que podría

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responder a una simple licencia delmilitar que le tomó declaración.

Lo que parece fuera de toda duda essu lealtad a la causa antifascista. Loprueba un episodio recordado porStanley Weintraub [94], según el cual unanoche apareció por la Oficina de Prensael escritor Elliot Paul, que habíacoincidido con John Dos Passos enParís. «No sé qué le ha pasado. Noquiere saber nada más de España. Andacon una historia de un amigo suyo al quemataron por espía», comentó Elliot Paula Constancia de la Mora, y Coco, queasistía a la conversación, intervino paradecir: «Espero que eso no haga perder a

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Dos Passos su interés por la luchacontra el fascismo en España. Esehombre era mi padre».

Esto debió de ocurrir a finales demayo o principios de junio. Paraentonces, nadie en la Oficina de Prensaignoraba que José Robles Pazos habíasido asesinado por agentes de la policíasecreta soviética, es decir, por unoscomunistas extranjeros que trabajabanen estrecha colaboración con loscomunistas del gobierno republicano yque, al menos en teoría, estabansometidos a la autoridad de éstos. DiceKate Mangan que la única empleada dela oficina que se atrevió a protestar

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enérgicamente por el caso fue Poppy, laperiodista norteamericana, yreveladoramente añade: «Era evidenteque nuestros colegas españoles eranunos desdichados, impotentes para hacernada al respecto».

El testimonio de Liston Oak matizaeste comentario. Según Oak, el superiordirecto de Coco, Luis Rubio Hidalgo, sídefendió abiertamente la inocencia de supadre, y lo mismo puede decirse delministro de Estado, Julio Álvarez delVayo. Las palabras de Liston Oak nohacen, sin embargo, más que confirmarla observación de Kate Mangan sobre laimpotencia de sus colegas españoles:

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todos sabían que José Robles erainocente de las acusaciones de traiciónque se le imputaban, pero ni el propioministro había sido capaz de impedir suejecución[95].

El estado de ánimo de Coco nopodía ser peor. A la desolaciónprovocada por la muerte de su padre seunía el grave dilema que lascircunstancias de esa muerte llevabanaparejado. La oficina estaba, en general,controlada por comunistas obedientes alas consignas del Kremlin, empezandopor la propia Constancia de la Mora[96],que a pesar de todo tampoco se libraríade estar bajo sospecha. ¿Cómo podría

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Coco convivir con esa atmósfera derigidez y sectarismo, que justificaba unapersecución cuya primera víctima nohabía sido otra que su propio padre? Sinduda, hubo momentos en que se le pasópor la cabeza la posibilidad de dejarlotodo. Abandonar la oficina. Marcharse.Acaso regresar a América con Márgaray Miggie. Esa tentación, sin embargo,chocaba tanto con la realidad como conel deseo: con la atenazante realidad deesa madre deprimida y esa hermanapequeña de las que tenía que hacersecargo y con el vigoroso deseo decontribuir a la defensa de la República.Para él, marcharse habría equivalido a

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desertar, a traicionar sus ideales, y loque Coco quería era desmentir con suconducta a quienes habían acusado a supadre de traidor. Si siguió trabajando alservicio de la República fue, en últimotérmino, para reivindicar la memoria desu padre.

Por las cartas de Márgara[97]

sabemos que a ella sí la había tentado laposibilidad de salir de España, y sobretodo la de enviar a Miggie a algún lugarseguro. Su nacionalidad estadounidensela autorizaba a abandonar el país encualquier momento, y tanto MauriceCoindreau como Esther Crooks,profesora del Goucher College de

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Baltimore, se ofrecieron para darlealojamiento. Pero Miggie era todavíauna niña, y a Márgara la atemorizaba elhecho de que su hija tuviera que cruzarsola el territorio francés paraembarcarse, también sola, en untransatlántico. Como siempre, existíaademás el problema del dinero. Sihubieran prosperado las gestiones quese estaban realizando para el cobro delseguro de vida de Pepe, es indudableque madre e hija se habrían marchado deEspaña, y los posibles destinos, ademásde los Estados Unidos, habrían sidoArgentina, donde entonces se encontrabauna de las hermanas de Márgara, y

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Francia, que era donde Dos Passos leshabía aconsejado que se refugiaran.

La póliza del seguro ascendía a casicinco mil dólares, pero la ContinentalAmerican Life Insurance Companyinsistía en que sólo estaba dispuesta apagar si se le facilitaba un documentoque certificara la muerte de Robles, yese documento no existía, al menos demomento. En situación parecida seencontraba la cantidad (en torno aquinientos dólares) que el editor deCartilla española adeudaba a Robles enconcepto de derechos de autor. Lapescadilla que se muerde la cola:Márgara no podía irse de España porque

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no tenía dinero, y no tenía dinero porquele faltaba un certificado que sólo podíaconseguir en España. En el caso de lapóliza ocurría además que, paramantener su vigencia, alguien tenía queencargarse de pagar las primastrimestrales. De ello se ocupó en unprimer momento la propia JohnsHopkins y más tarde, pese a sus apurosfinancieros de entonces, un buen amigonorteamericano que no era otro que JohnDos Passos[98].

Éste y Lancaster seguían velando porla suerte de los Robles desde el otrolado del Atlántico. El 6 de noviembre,un colaborador de Lancaster pidió ayuda

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al Departamento de Estado para queexigiera al gobierno español elcertificado de defunción. La respuestadel Departamento de Estado, rápida ytajante, se parece mucho a la recibidacon anterioridad para una petición nomuy diferente: dado que Robles no teníala nacionalidad estadounidense, ellos nopodían hacer nada. El dinero, por tanto,debía esperar[99].

Ese mismo mes, la oficina setrasladó a Barcelona y ocupó unosdespachos en la sede del Ministerio deEstado, del que dependía laSubsecretaría de Propaganda desde ladesaparición, en el mes de mayo, del

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efímero Ministerio de Propaganda. Lamudanza coincidió con el relevo de LuisRubio por Constancia de la Mora en ladirección del negociado. El Ministeriode Estado se había instalado en laavenida Diagonal, entonces llamadaavenida del 14 de Abril. La familiaRobles vivía ahora muy cerca de allí, enun piso de la calle Rosellón próximo alpaseo de Gracia. En Barcelona, a losevacuados solían asignárseles viviendasde partidarios de la rebelión que habíansido socializadas. Así ocurrió con losRobles y el piso de Rosellón 271, y enuna historia como ésta, en la queaparecen tantos nombres de escritores,

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no puede dejar de consignarse lacoincidencia de que el piso fuerapropiedad de José María Carretero,autor de mediocres novelas sicalípticasy folletinescas que utilizaba elseudónimo de «El Caballero Audaz» yque, tras significarse como un ardorosodefensor de la dictadura de Primo deRivera, había abrazado con entusiasmola causa franquista. Márgara y sus doshijos no vivían solos en el piso de ElCaballero Audaz. Lo compartían con unade las hermanas de aquélla, ConchaFernández de Villegas (éste era elapellido completo de Márgara) y su hijaPaloma.

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Los primeros meses en Barcelonafueron relativamente tranquilos. Miggieestudiaba en el Instituto Ausiàs March yparticipaba activamente en las campañasde las JSU: en dos ocasiones y asolicitud del Comisariado de Guerra,llegó a visitar con otras chicas de lasJuventudes a los soldados de la BrigadaLincoln, cuya moral trataban de elevarcon charlas, canciones y bailes. Coco,mientras tanto, seguía trabajando en laOficina de Prensa, en la que tambiéncolaboraba ahora Márgara, y ambosdisfrutaban de las muestras de cariño deConstancia de la Mora y de laprotección de Álvarez del Vayo. Las

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atenciones que éste dispensaba ahora alos Robles resultan hasta cierto puntosospechosas, y sólo las explica algúntipo de remordimiento o sensación deculpa: por fuerza, su incapacidad parasalvar la vida del cabeza de familiatenía que seguir pesando en suconciencia. Pero es cierto que Coco,como más tarde declararía ante elinstructor de su causa, era invitado conalguna frecuencia a comer en sudomicilio particular y que Márgaraacabaría haciendo buenas migas con lamujer de Álvarez del Vayo, Luisa, denacionalidad suiza. De hecho, Márgara,Luisa y la mujer (ésta no suiza sino rusa)

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del presidente del Consejo de Ministrossolían reunirse todas las tardes a tomarel té en la casa del matrimonio Negrínen el distinguido barrio de La Bonanova,y sin duda Márgara aprovechaba esosencuentros para sacar a colación elasunto del certificado de defunción. Suscartas de la época vuelven una y otravez sobre el tema[100]. La compañíaaseguradora seguía negándose a pagar, ysu única concesión había sido la deconsiderar el caso de Robles como unadesaparición, por lo que, «si éstacontinuara al cabo de siete años, losbeneficiarios podrían emprenderacciones legales ante el juzgado para

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que se le declarara legalmente muerto».Siete años: ¿quién sabía dónde estaríanMárgara y los suyos siete años después?Lancaster y Dos Passos, exasperados,pusieron el caso en manos de unabogado, y mientras tanto insistían aMárgara para que hiciera valer susinfluencias. Éstas, sin embargo, noparecían servirle de mucho: aunquetanto Negrín como Álvarez del Vayo leprometían de forma reiterada expedir laansiada certificación, al final siempresurgía algún problema legal que loimpedía.

Por aquellas fechas, Kate Manganhabía vuelto ya a Inglaterra. De las

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nuevas dependencias recuerdaConstancia en sus memorias que laspuertas eran de cristal, y cada vez quelas sirenas anunciaban un bombardeo losempleados de la oficina se apiñabandetrás de sillones y sofás junto a losescasos tabiques, en los que no había nipuertas ni ventanas. Los bombardeossobre Barcelona de la AviaciónLegionaria Italiana con base en Baleareseran entonces intensos y continuados,porque en eso consistían las nuevastécnicas de terror aéreo: en una cadenaininterrumpida de ataques que obligabaa la población a huir al campo orecluirse en los más de mil trescientos

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refugios antiaéreos horadados en elsubsuelo de la ciudad. Los días peoresfueron el 17 y el 18 de marzo, en los quelos aviadores italianos arrojaroncuarenta y cuatro toneladas de bombas yprovocaron un millar de muertes.Mientras tanto, la ofensiva de las tropasnacionales sobre Cataluña parecíaimparable. El 8 de abril, en plenodesmoronamiento del frente de Aragón,lograron tomar la localidad leridana deTremp, donde estaba la mayor planta deenergía eléctrica de Cataluña, y buenaparte de Barcelona se quedó sinsuministro: las calles a oscuras, lostranvías y los trenes eléctricos

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inutilizados.Coco Robles acababa de cumplir

dieciocho años y estaba a punto de serllamado a filas. El 20 de abril, dossemanas antes de que esa llamada seprodujera, acudió al cuartel FrancescMacià y se presentó voluntario. Deacuerdo con sus posterioresdeclaraciones, lo hizo porque pensabaque de ese modo dispondría de algunaventaja a la hora de elegir destino.Acogiéndose o no a esa presuntaventaja, fue destinado al XIV Cuerpo deEjército, que, según un informe delServicio de Información de la PolicíaMilitar franquista, estaba «compuesto

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exclusivamente por guerrilleros».Paulina Abramson habla en Mosaicoroto del XIV Cuerpo, comandado por elteniente coronel Domingo Ungría (unhombre poco «preparado teóricamentepero listo»), y recuerda los nombres dealgunos de los instructores, entre los quehabía soviéticos pero también unpolaco, un checo, un montenegrino, unserbio, un búlgaro… Durante un mes ymedio, Coco recibió instrucción en laescuela de prácticas del XIV Cuerpo,situada en Valldoreix, en lasproximidades de Barcelona, donde losespecialistas le iniciaron en topografía ymanejo de explosivos. La escuela, de

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acuerdo con el relato de Abramson,estaba lejos de los caminos mástransitados, y los soldados conocían elcentro como «la Casa Roja». Fue allídonde Miggie, en compañía de unasamigas de las JSU, acudió a visitar a suhermano poco antes de que, el 8 dejunio, éste se incorporara a la Brigada26 de la División 75 del XIV Cuerpo,que estaba acuartelada en Coll deNargó, a unos treinta kilómetros al surde la Seo de Urgel, y operaba en elPirineo de Lérida[101].

La División 75 estaba compuestapor tres brigadas de unos ciento treintahombres cada una. Su misión consistía

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en internarse por la noche entre laslíneas enemigas y colocar explosivos (o,como ellos decían, petardos) en puntosestratégicos. Poco antes de intervenir ensus dos únicas acciones militares dejóclaro en una carta a Esther Crooks loorgulloso que se sentía de poderdefender la República con las armas:«Soy un soldado del ejércitorepublicano español que lucha contra uninvasor extranjero[102]».

La primera acción tuvo lugar en losalrededores de Sort y concluyó enfracaso: consiguieron poner algúnpetardo pero su explosión no tuvoespeciales consecuencias. En la segunda

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le fue aún peor. Las órdenes eranrecuperar Tremp para restablecer elsuministro de energía eléctrica aBarcelona, y la noche del 28 de julio,después de una marcha de más decincuenta kilómetros por caminos demontaña, su brigada intentó atacar eldestacamento que protegía lasinstalaciones. No sólo no consiguieroncolocar ningún petardo sino que laretirada se realizó sin orden ninguno yacabó convirtiéndose en una auténticadesbandada. La oscuridad de la noche ylo accidentado del terreno contribuyeronsin duda al desbarajuste, y entre losdiversos grupos de soldados que

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perdieron el contacto con el grueso de labrigada estaba el de Coco. Con él ibanun andaluz de veintiséis años llamadoFrancisco García Durán, un aragonés deveintiocho llamado Julio LasierraBanzo, y dos catalanes, Francisco Cerdáy Antonio Rigol, de veinte y treinta y unaños respectivamente. Tras varias horasde caminar sin rumbo decidierondetenerse a descansar y acabaronquedándose dormidos. Y así, dormidos,fue como los encontró una unidad delejército de Franco a las siete de lamañana del día 29. En el momento de sucaptura, Coco llevaba consigo unmosquetón de fabricación checa y cuatro

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bombas de mano.Entre 1936 y 1939, cerca de

quinientos mil prisioneros fueroninternados en los más de cien campos deconcentración franquistas. El cuartelgeneral de Franco pretendió crear unared estable de campos, en la queencerrar a los «enemigos de España» ysometerles a programas de reeducaciónideológica, moral y religiosa. Sinembargo, la creciente afluencia depresos y la propia dinámica de la guerrapusieron el sistema al borde del colapsoy facilitaron el triunfo de laimprovisación, por lo que muy pocasveces se respetaban las garantías del

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Convenio de Ginebra de 1929 al que enteoría se acogía. En muchos de esoscampos el número de reclusos triplicabasu capacidad máxima, y no fueron pocoslos casos en los que la propiaInspección de Campos de Concentraciónde Prisioneros recomendó el cierre dealgunos de ellos por falta de agua y deletrinas. Las chinches y los piojosinvadían los barracones en los que lospresos se hacinaban, y éstos debíandesinfectar la ropa lavándola en aguahirviendo. A las malas condicioneshigiénicas había que sumar lasalimentarias, que fueron la causa directade la muerte de buen número de

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prisioneros. La dieta diaria solíaconsistir, junto a un minúsculo trozo depan, en un caldo de mondas de patata oun par de latas de sardinas. Sólo los querecibían alimentos de su familia selibraban de la desnutrición, y el trasladoa un campo alejado de la propiaprovincia equivalía en muchos casos auna condena a muerte. Quienessobrevivían al hambre (y al tifus, quehacía estragos entre la poblaciónreclusa) permanecían a la espera de serenviados al servicio militar, a la cárcel,a batallones de trabajo o al paredón defusilamiento.

Junto a la ciudad de Zaragoza,

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debido a su proximidad con algunos delos frentes más activos y duraderos de lacontienda, había dos grandes campos deconcentración casi contiguos: uno en eltérmino de San Juan de Mozarrifar y elotro en los terrenos de la AcademiaGeneral Militar en San Gregorio. El deSan Gregorio existía desde el comienzode la guerra; el de San Juan, por el quepasaron más de ochenta mil prisioneros,entró en funcionamiento en febrero de1938 debido a la saturación de aquél.Los dos estaban enclavados en una zonade vegetación escasa, sin árboles quealiviaran con su sombra el asfixiantecalor del verano aragonés. Fue en el

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campo de San Gregorio en el queinternaron a Coco el mismo día 29 y enel que, muy poco después, se le instruyóproceso de guerra sumarísimo.

Con la acostumbrada retórica de lafiscalía militar franquista, queconsideraba rebeldes a quienesdefendían el régimen republicanolegalmente establecido, se le acusó deadhesión a la rebelión. El 13 de agostose le tomó declaración. Coco, fiel a susprincipios, manifestó que nunca habíatenido la intención de pasarse a las filasde los nacionales y que creía firmementeen la victoria final del bandorepublicano. Después pidió que se

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informara de su detención a su buenamigo Julio Álvarez del Vayo, del queesperaba que iniciara las gestiones paraun posible canje. No deja de ser unrasgo de ingenuidad: por un lado,porque los intercambios de prisioneroseran del todo excepcionales (Franco, dehecho, siempre manifestó su oposición atodo proyecto de canje que no fuera dealemanes e italianos, lo que sin dudarespondía a exigencias de sus aliados);por otro, porque Álvarez del Vayo, quehabía sido incapaz de evitar el asesinatode su padre por personas supuestamentesometidas a la autoridad de su gobierno,difícilmente podría influir en el

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gobierno rival para mejorar la suerte deCoco.

La muerte de Robles Pazos, además,no sólo no iba a facilitar la defensa desu hijo sino que amenazaba conconvertirse en un serio agravante: en unacta del 19 de agosto de la Comisión deClasificación de Prisioneros yPresentados, redactada por lo demás enruda prosa cuartelera, se consideraba aCoco «un poderoso auxiliar de laRebelión, siendo paradógica [sic] estacolaboración después del asesinato desu padre, lo que le presenta de unamoral denigrante». Dada la escasarelevancia política de Coco, este factor

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debió de ser determinante para que lacomisión decidiera por unanimidadincluirle en el apartado C, quesignificaba «desafecto al régimen» y enel que se encuadraba a comisariospolíticos, jefes o mandos del EjércitoRepublicano y cargos sindicales o delFrente Popular.

Las firmes conviccionesrepublicanas que había tenido JoséRobles y ahora mostraba Coco eranasimismo compartidas por la menor dela familia. A mediados de ese mes deagosto, Miggie viajó a través de París yLe Havre hasta los Estados Unidos paraparticipar en el II World Youth

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Congress, que se celebraba en el VassarCollege, en Poughkeepsie, cerca deNueva York. Era la más joven de ladelegación, de la que también formabaparte Teresa Pàmies, que con el tiempose convertiría en una destacada escritoraen catalán. Con ellas, las únicas chicas,viajaron unos cuantos jóvenes, entre losque estaban Ricardo Muñoz Suay, mástarde prestigioso escritorcinematográfico, y Manuel Azcárate,miembro de una ilustre familia depolíticos republicanos vinculados a laInstitución Libre de Enseñanza.

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Una buena amiga que estaba alcorriente de mis investigaciones, latraductora Anne McLean, me habló de

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un programa del Channel 4 británicosobre la guerra civil[103] en el que sehabía recreado una de las intervencionesde Miggie Robles durante el congreso.La que en ese reportaje habló de Miggiefue Teresa Pàmies, que recordó el día enque recibieron la visita de la presidentade honor del congreso, EleanorRoosevelt. Ésta se había mostradosinceramente preocupada por elbombardeo sobre ciudades indefensas ypor la mala situación de los niños, yentre todos los jóvenes delegados queestaban sentados alrededor de laprimera dama estadounidense fue lapequeña Miggie la que se decidió a

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tomar la palabra y le preguntó por quésu gobierno no levantaba el bloqueocontra la República española. «Hubo unlargo silencio. Después, la señoraRoosevelt, sonriendo como si esperaraser aplaudida, dijo que ella no eramiembro del gobierno. Nadie aplaudió».

El congreso se desarrolló a lo largode la segunda mitad del mes de agosto.Junto a las delegaciones de los otrospaíses, la española, de la que estabaexcluida la sección juvenil del POUMpero no la de los anarquistas, llegó enbarco al puerto fluvial de Poughkeepsie.Allí una banda de músicos aguardabapara darles la bienvenida tocando los

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respectivos himnos nacionales. Ocurrió,sin embargo, que los músicos teníanpartituras anticuadas y se arrancaron conlos primeros acordes de La marchareal: la indignación de los jóvenesespañoles fue tal que, como recuerdaManuel Azcárate en sus memorias, «losmúsicos estuvieron a punto de sufrir unremojón en el Hudson». AcudíaAzcárate en representación de las JSU, ysu consigna era «hablar sólo de paz y delucha contra el franquismo[104]». Elobjetivo consistía en crear un ampliofrente por la paz contra el fascismo, ypara ello convenía no asustar a unaopinión pública tan anticomunista como

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la norteamericana. Por eso los jóvenescomunistas no pusieron reparos a laadhesión al congreso de algunasorganizaciones de carácter conservador,como la Young Men’s ChristianAssociation (YMCA).

Ricardo Muñoz Suay y MiggieRobles representaban a la FederaciónUniversitaria Escolar (FUE), y TeresaPàmies a las JSU de Cataluña. Losdelegados se alojaban en las propiasresidencias universitarias y, además departicipar en los diferentes coloquios yatender a los medios de comunicación,se reunían con los comités yasociaciones de solidaridad con la

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República: en uno de esos actosasistieron a la proyección de Tierraespañola, la película que, un año ymedio antes, había motivado el viaje deDos Passos a España. También entre susmisiones estaba, por supuesto, la deintentar recabar fondos para la causa.Una de las iniciativas consistió envender unas cartillas de apoyo a losniños españoles. Los que la adquiríandebían rellenarla pegando cada semanauna pequeña estampa con la imagen deuna niña y, a juzgar por la fecha de laúltima casilla, la resistencia de lastropas leales iba a prolongarse al menoshasta el siguiente mes de septiembre, lo

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que revela un optimismo que la realidadacabaría desmintiendo. La fotografía queilustraba la cartilla muestra a dossonrientes chicas que en la cubierta deun barco sostienen una banderarepublicana. Esas dos chicas eranMiggie Robles y Teresa Pàmies.

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También ésta evocaría en un libroautobiográfico aquel episodio. Lasesperanzas que los mandatariosrepublicanos habían depositado en suposible repercusión propagandísticafueron expresadas por José Giral,entonces ministro sin cartera, quiendeclaró a la prensa que los jóvenesespañoles debían llevar a América «lavoz enérgica y dolorida de nuestratragedia, el grito viril de nuestroentusiasmo». Poco antes de su partida,el presidente Azaña recibió a ladelegación en su despacho de Pedralbesy, a su paso por París, Marcelino Pascuaharía lo mismo en la sede de la

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embajada, de la que ahora era titular. EnQuan érem capitans cuenta tambiénTeresa Pàmies que, en la aduana dePuigcerdà, unas mujeres de la FAIsometieron a Miggie y a ella a unregistro rigurosísimo y que, ya en elVassar College, se armó cierto revuelocuando «un periodista sudista»descubrió que el padre de su compañerahabía «desaparecido» en la Españarepublicana. «La pobre Miggie», añadela escritora catalana, «era asediada porlos periodistas con preguntas que nopodía contestar».

El descubrimiento de estostestimonios fue providencial para mi

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investigación. Gracias a Teresa Pàmiesy a su hijo, el también escritor SergiPàmies, conseguí el número de teléfonode la familia de Manuel Azcárate,fallecido poco antes. Cuando llamé, suhija Carmen me habló de un tío suyo,Luis Azcárate, que hacía casi veinteaños que vivía con una culta yencantadora mujer nacida en Baltimore.Se trataba por supuesto de MargaritaRobles Villegas, Miggie, a quien yohabía buscado tan afanosa comoinútilmente entre los núcleos del exiliorepublicano en México y que desdehacía algún tiempo vivía en Sevilla.Miggie y Luis se habían enamorado en

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1939 en París. Aunque volvieron a versepoco después en México, sus destinoscontrapuestos acabaron separándoles, yno volverían a encontrarse hasta 1983.Para entonces hacía dos años queMiggie había enviudado. Si ella teníacuatro hijos, él tenía tres. Miggie y Luisreanudaron enseguida una historia deamor que había quedado aplazadacuarenta y cuatro años antes. Vivieronjuntos en México D. F., en Sevilla, en unpueblecito de la Provenza, enCasablanca, hasta que en 1995regresaron a Sevilla para establecersede forma definitiva. Yo los visité porprimera vez a comienzos de marzo de

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2003, y huelga decir que parte de lainformación contenida en este libroprocede directamente de la excepcionalmemoria de Miggie.

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Volvamos de nuevo a 1938 y alproceso contra Coco Robles. Paraentonces, el campo de San Gregorio nofuncionaba ya como centro deinternamiento sino de clasificación: enél, de acuerdo con lo que dice elhistoriador Javier Rodrigo en Loscampos de concentración franquistas,«se realizaban los primerosinterrogatorios, las primeras peticionesde avales, las primeras torturas, losprimeros malos tratos». A mediados deseptiembre, clasificado ya comodesafecto al régimen, se le trasladó aSan Juan de Mozarrifar. El edificiocentral de este campo era una antigua

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fábrica de papel y, al menos durante untiempo, carecía de instalacionessanitarias. Según testimonios de losvecinos del pueblo, los prisionerosbajaban en formación a asearse en aguasdel río Gállego. En el camino de vuelta,tenían que trasladar unas piedras del ríoque posteriormente se utilizaban en lasobras del campo. El trabajo de lospresos consistía, por tanto, en construirsu propia cárcel: colocaban ventanas,ponían la instalación eléctrica, rodeabande alambradas el perímetro del campo.La obligación de formar no se limitaba ala hora del aseo: formaban también porla mañana para izar la bandera y al

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anochecer para arriarla, y otras dosveces más para la distribución de lacomida y el recuento de presos. Losdomingos, además, formaban para asistira misa, y otros días, en los escasos ratoslibres, para atender a las «conferenciaspatrióticas» con las que se buscabaconjurar el riesgo de la «ociosidadperjudicial», unas conferencias queversaban sobre temas tales como loserrores de la lucha de clases, lacriminalidad imperante antes del 18 dejulio o los fines del judaísmo, lamasonería y el marxismo. No eran éstaslas únicas obligaciones que les imponíael proceso de reeducación: debían

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además saludar brazo en alto, cantar loshimnos y dar los tres gritos de rigor. Untestimonio reproducido por JavierRodrigo indica que en el campo de SanJuan de Mozarrifar se insistía en que «enla España nacional los prisionerossaludarán con el brazo extendidosaludando a Franco y descubiertos».Quienes desobedecían se exponían a lasmayores crueldades y vejaciones, y otrotestimonio referido a ese mismo campohabla de los castigos que se imponían,«castigos no comprendidos en el Códigode Justicia Militar», como atar a losprisioneros de pies y manos a un árbol oun poste de electricidad, o tenerlos doce

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horas suspendidos del techo por unacuerda.

El 29 de septiembre, Coco Roblesse ratificó en sus declaraciones einsistió en la solicitud de que seabrieran las negociaciones necesariaspara el canje. El 4 de octubre pasóreconocimiento ante el alférez médicodel campo, que certificó que no padecía«enfermedad o defecto físico alguno».El 16 de noviembre se le notificó que sepedía para él la pena de muerte. Coco,resignado a una suerte que era la demuchos de sus compañeros deadversidades, renunció a haceralegaciones, y en efecto el 10 de

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diciembre se hizo pública la sentenciapor la que el tribunal militar lecondenaba a la pena de muerte, «con lasaccesorias correspondientes para casode indulto y al pago de laresponsabilidad civil sin determinaciónde cuantía».

Debió de ser por esas fechas cuandose le trasladó del campo deconcentración, en el que el riesgo defuga era elevado, a una prisión mássegura. Sin previo aviso, fue atado a unacuerda de presos y conducido a laPrisión Provincial de Zaragoza, en elbarrio de Torrero. Las condicioneshigiénicas y sanitarias no eran mejores

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en las cárceles que en los campos deconcentración. Gracias al sobrecogedorlibro En las prisiones de España delanarquista aragonés Ramón Rufat, quedurante dos años y medio convivió conCoco en Torrero, sabemos que elochenta y tres por ciento de los presostenía la sarna y que los enfermos másgraves permanecían confinados en unagalería inmunda, «con un olor terribletodo el día a una mezcla de azufre, quellamaban sulfureti y con la que lesuntaban todo el cuerpo». De todasformas, no era la sarna el mayor de losproblemas. Durante el último año de laguerra y el primero de la posguerra, el

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hacinamiento en la cárcel zaragozanaalcanzó extremos inimaginables. Aunquediseñada para albergar a doscientoscincuenta reclusos, en ella llegaron aconvivir más de seis mil, y Rufatrecuerda que, en el interior de la cárcel,«no existía la noción de espacio: nadiese podía mover sin tener que pisar yempujar a una docena más». En cadametro cuadrado de suelo dormían nadamenos que cinco hombres, y «sobre losmismos retretes, con las puertastumbadas, se habían hecho algunos suscamas». Ni siquiera cuando los sacabanal patio la situación mejoraba: tambiénallí seguían siendo tantos que «no

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quedaba espacio ni para un alfiler», ydaba lo mismo que les ordenaran romperfilas porque carecían de sitio hasta parapasear o estirar las piernas.

Podría pensarse que el testimonio deRufat peca de exageración si no fueraporque con él coincide el del capuchinonavarro Gumersindo de Estella[105], quefue capellán de la cárcel zaragozanaentre junio de 1937 y marzo de 1942 ycuya principal misión consistía en asistirespiritualmente a los reos que eranfusilados ante las tapias del cercanocementerio de Torrero. Por entonces, elpadre Gumersindo de Estella, cuyonombre real era Martín Zubeldía Inda,

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redactaba en secreto un diario en el quedejó escrito que «en muchas celdasindividuales estaban encerradosdieciocho presos». El anarquista y elreligioso coinciden también al señalar eltrato extremadamente inhumano que losvigilantes dispensaban a los reclusos.Dice Rufat que la de Zaragoza era «lacárcel más dura por la fama y por loshechos», y lo que más llama la atenciónes que quienes pegaban no eran losescasísimos funcionarios (sólo oncepara toda la prisión) sino «los presosmismos constituidos en cabos de vara ylos múltiples ayudantes de éstos». Eneste sentido, Gumersindo de Estella se

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lamenta de que las palizas «menudeabana diario, propinadas cruelmente por loscabos, que solían ser reclusoscondenados a muchos años de prisiónpor crímenes comunes». Uno de suscomentarios sobre el comportamiento deestos individuos resulta revelador de laatmósfera que reinaba en la prisión:«Cuanto más insensible y más cruel semostraba uno, era considerado comomás adicto a Franco».

Para cuando Coco ingresó en lacárcel de Torrero, su confianza en lavictoria militar debía de haberempezado a flaquear. A finales denoviembre concluyó la campaña del

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Ebro, en la que las fuerzas republicanashabían depositado sus últimasesperanzas, y las tropas de Franco seaprestaban para emprender la últimaofensiva antes de la que denominaron«de la Victoria». Su madre y su hermanapermanecían en Barcelona a la esperade acontecimientos, y éstos no podíanser más desmoralizadores. Losbarceloneses, muchos de ellosrefugiados que se habían habituado aescapar, veían pasar a las tropasrepublicanas en retirada, y el pánicogeneralizado hizo inútiles las llamadas ala resistencia. Las avanzadillasfranquistas entraron en la ciudad la

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mañana del 26 de enero. Al día siguientese ofició en la plaza de Cataluña unamultitudinaria misa de campañapresidida por el general Yagüe. En esemomento, Márgara Villegas y su hijaacababan de abandonarprecipitadamente Barcelona junto avarios miles de personas más yrecorrían a pie los ciento treintakilómetros que las separaban deFigueras, efímera capital republicana.

Tardarían cuatro días en llegar. EnBarcelona, antes de salir, acudieron a lasede de las JSU, en el Hotel Colón de laplaza de Cataluña, para conseguirsendas plazas en alguno de los trenes

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que partían hacia la frontera. En aquellaatmósfera de improvisación y miedonadie fue capaz de ayudarlas, y madre ehija, cada una de ellas con una pequeñamaleta, echaron a andar por la carreterade Gerona. Cuando se hizo de noche lessalió al paso un guardia de asalto, queles preguntó si habían comido algo. Sóloentonces se dieron cuenta de que nohabían probado bocado en todo el día, yel hombre compartió con ellas unaslentejas secas que llevaba consigo: esoy un triste limón que alguien les daría aldía siguiente fue todo lo que comieronhasta llegar a Figueras. La primeranoche la pasaron a la intemperie, la

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segunda durmieron en el suelo de unamasía, la tercera consiguieron hacerseun hueco en una casa de Gerona…

Se calcula que por esas fechas cercade medio millón de españoles tomó elcamino del exilio. Las imágenes deléxodo son bien conocidas: mujeres quepara salvar algo de su guardarropallevaban puestos tres o cuatro vestidos,niños con la cabeza rapada a causa delos piojos, ancianos e inválidos que seayudaban de bastones y muletas,hombres envueltos en mantas y capotesque arrastraban grandes fardos y quecorrían en busca de cobijo en cuantoaparecían los bombarderos alemanes e

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italianos… En medio de aquella mareahumana se veían carros cargados decolchones, muebles, bultos de ropa. Lascaballerías avanzaban despacio. Muchasde ellas venían de lejos, de más allá deTarragona. De vez en cuando algúncoche o camión atestado de genteconseguía abrirse paso, y al poco rato lovolvían a encontrar en la cuneta de lacarretera, estropeado o sin combustibleo reventado por un bomba. Losfugitivos, extenuados, iban abandonandosus pertenencias por el camino: maletas,baúles, aparatos de radio, máquinas decoser y de escribir. El frío era intenso.Algunos acampaban en las montañas y

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encendían hogueras para calentarse ypreparar comida. Cuando la lluviaarreciaba, tendían mantas entre losárboles para resguardarse.

Todo eran penalidades para los quehuían, y sin embargo, en mitad de aqueldramatismo, todavía quedabanresquicios para la comicidad. Uno delos hombres con los que lasdesfallecidas Márgara y Miggiecoincidieron en la casa de Gerona seapiadó de ellas y les consiguió dosplazas en lo que él llamó «elcarromato». Siguiendo sus instrucciones,acudieron al lugar donde les esperaba elcarromato, que no era sino un tractor al

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que con unos cables habían enganchadounos cuantos automóviles averiados. Alas Robles les fue adjudicado undeslumbrante descapotable rojo. Cuandoel tractor echó a andar, la resistenciaque oponían los remolques era tal que elestrafalario convoy sólo podía avanzar apaso de tortuga. Márgara y Miggie,desde su descapotable, veían cómo hastalos ancianos que escapaban a pie ibanmás deprisa que ellas en esa especie detiovivo y, sintiéndose ridículas, optaronpor bajarse y caminar. Llegaron aFigueras cuando ya en su castillo sehabía celebrado la última reunión de lasCortes de la República. Con el hambre

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apenas aliviada por una lata de sardinashubieron de ponerse nuevamente enmarcha el 3 de febrero, el día del granbombardeo sobre la capitalampurdanesa, y Miggie recuerda que esanoche durmieron en una casa ocupadapor unos soldados republicanos quecantaban con amargura su derrota.

Así fue la huida de España deMárgara y su hija, así también su llegadaa Francia un día después. Antes decruzar la frontera tuvieron que pasar,junto a varios cientos de personas más,una noche en un tren detenido en mitadde un túnel. Ya en Cerbère, sólo elpasaporte estadounidense de Miggie las

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libró de ser internadas en un campo deconcentración. Llegaron a Perpiñán, unaciudad entonces ocupada por españolesque se escondían de las redadas de losgendarmes que pedían les papiers. En laestación de Perpiñán tomaron un trenpara París, donde por unos días sealojaron en la habitación de hotel de unpintor amigo de Márgara. Un cheque dela Johns Hopkins y otro de Dos Passoslas libraron, según ella, de serinternadas «en uno de esos horriblescampos de concentración donde vivenmuriendo miles de nuestroscompañeros[106]».

Aquellos primeros días en París,

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Márgara y Miggie los pasaron «rotas,sucias, destrozadas física y moralmente,vagando entre la indiferencia de lagente», y a la desazón de la madre porsu propio estado se unía la ausencia denoticias de su hijo, que hacía que suansiedad aumentara según pasaban losdías y la sumía en una postración casiabsoluta: «Despierta tengoalucinaciones que me asustan y dormidapesadillas terribles». Más tarde,Márgara tuvo que domiciliarse enChelles, un pueblo cercano a París,porque el gobierno francés no permitía alos refugiados españoles establecerse enla capital. Miggie, gracias a su libertad

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de movimientos, logró ponerse encontacto con sus compañeros de lasJSU, que le encargaron que colaboraracon el Rassemblement Mondial desÉtudiants, y se instaló en el Hotel Daciadel bulevar Saint Michel, en unahabitación compartida con doscompañeras del Rassemblement, una deellas holandesa y la otra indonesia[107].

El Rassemblement Mondial desÉtudiants reunía a numerosasorganizaciones estudiantiles de distintospaíses, todas de carácter antifascista. Susecretario era James Klugmann, quehabía sido el líder juvenil de loscomunistas de Cambridge. Por amistad

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con Klugmann entró a colaborar en elRassemblement el conocido historiadormarxista Eric Hobsbawm[108], quien ensus memorias menciona a «la menudaMiggie Robles, que tanto trabajaba en lamulticopista». A su lado recuerdaHobsbawm a un tal Pablo Azcárate, queen realidad era Luis Azcárate. Éste,secretario de Agitación y Propaganda delas JSU de Barcelona y miembro de laUnión Federal de Estudiantes Hispanos,era hijo de un destacado militarrepublicano y sobrino del embajador enLondres. Un día del mes de marzo, LuisAzcárate se había presentado en la sededel Rassemblement, en el bulevar

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Arago, y ofrecido para trabajar en laasistencia a los estudiantes españolesencerrados en los campos deconcentración. La joven que seencargaba de eso era Miggie.

El trabajo de Luis, según él mismoha escrito en unas memoriasinéditas[109], consistía en «ir a comprarlibros, hacer paquetes y enviarlos porcorreo a los estudiantes». Además, lesescribían cartas de apoyo y lesmandaban un boletín informativo queellos mismos tiraban en la multicopista,y recurrían a muy distintaspersonalidades en solicitud de ayuda.Un día llegó una carta de Washington

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con el membrete de la Casa Blanca. Erade Eleanor Roosevelt, quien,respondiendo a otra anterior de Miggie,deseaba buena suerte a los estudiantesespañoles. Mandaba asimismo un saludopersonal a su joven corresponsal: laprimera dama de los Estados Unidostodavía se acordaba del aprieto en elque ésta la había puesto en agosto delaño anterior.

Entre Luis y Miggie, él de diecisieteaños, ella de quince, no tardó en surgirel amor. Paseaban por el jardín deLuxemburgo, se besaban en las escalerasde la estación de metro de Saint-Michel… El estallido de la Segunda

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Guerra Mundial vino a interrumpirabruptamente el idilio. El 1 deseptiembre el ejército alemán invadióPolonia, y Francia e Inglaterra se vieronobligadas a declarar la guerra a laspotencias del eje: la línea Maginot, quetan endeble acabaría revelándose, debíaproteger a los franceses de la previsibleinvasión alemana. A mediados deoctubre, Luis, de regreso de un viaje,acudió al Hotel Dacia a ver a Miggie.En uno de los bulevares cercanos, aoscuras debido a las restricciones, seencontró cara a cara con Miggie y sumadre. Se presentó con la vozentrecortada por la timidez, y Márgara

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se echó a reír y le dio un beso. Luegolos dos jóvenes se fueron a pasear juntoal Sena. Debió de ser entonces cuandoMiggie le comunicó su propósito dedejar Francia.

Madre e hija emprendieron laenésima huida a finales de ese mismomes. Ya en abril Márgara habíaestudiado la posibilidad de viajar a losEstados Unidos, y en verano habíacomprado pasajes para un transatlánticode una compañía alemana que debíazarpar el 3 de septiembre y que, debidoal estallido de la guerra, canceló latravesía. Al enterarse de lo ocurrido,Coindreau escribió a Lancaster: «¡Y

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ahora les ha caído encima otra guerra!Nunca he oído hablar de una suerte tanmala, y mucho me temo que puedanmandarlas a un campo deconcentración[110]».

Lo cierto es que ese mes de octubresus penalidades estaban a punto deacabar. Desde París Márgara y Miggieviajaron hasta Burdeos, y allí, no sincierto suspense (Márgara habíaolvidado en un taxi el pasaje y ladocumentación, que al final logrórecuperar), embarcaron en un buque dela Ward Line con destino a Nueva York.La desolación de Márgara era absoluta:el marido acusado de traición y fusilado,

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el hijo recluido en prisión y condenadoa muerte, su propio país clausuradoquién sabía por cuánto tiempo, ella y suhija forzadas a una fuga constante…Mientras subía al barco que debíallevarlas de vuelta a América, Márgararecordaba con lágrimas en los ojos laúltima vez que había cruzado ese mismoocéano: ¡y pensar que entonces sólo seproponían pasar unas simplesvacaciones en España!

El 12 de noviembre llegaron aBaltimore, donde durante un par desemanas fueron huéspedes del profesorHenry Carrington Lancaster[111]. EnBaltimore, al menos, pudo Márgara

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cobrar los derechos de autor y la pólizadel seguro de su marido, cuya muertepor ejecución había sido, por fin,confirmada oficialmente. Lacertificación había llegado a laUniversidad Johns Hopkins en agostojunto a una carta de Márgara que decía:«Adjunto le envío este documento,prueba de nuestra desgracia, que por finel exgobierno de la República ha tenidoa bien concederme». Al cabo de tantotiempo, parece ser que Juan Negrínhabía firmado el documento a instanciasde Marcelino Pascua. Con ese dinero,Márgara y su hija saldaron las deudasque tenían pendientes en los Estados

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Unidos y compraron sendos billetes parael autobús de la Greyhound que, afinales de ese mismo mes de noviembre,debía llevarlas a México D. F. Sehabían convertido en dos más de lostreinta mil republicanos españoles a losque el presidente Lázaro Cárdenasacogió.

Concluida la guerra, las condicionesde vida en las cárceles españolas nohabían cambiado. Sí cambió la situaciónpenal de Coco. El 23 de octubre de1939, la pena de muerte le fueconmutada por otra de treinta años dereclusión mayor. El modo en que le fuenotificada la conmutación es fácil de

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imaginar a partir del relato de RamónRufat, que escribió: «¡Hay que ver dequé manera más simple y menosaparatosa pasaba uno de la muerte a lavida! Te llamaban a un cuarto chiquitín,ni siquiera a la sala de jueces, y allí unsoldado o lo más un cabo te leía ciertopapel que decía que era un decreto, teescribía unas líneas con su buena o malaletra y te las hacía firmar para justificarél que te lo había comunicado y que tedejaba por enterado».

Al parecer, la revisión de lacondena de Coco se debió a laintervención personal de un influyentehombre del nuevo régimen, el segoviano

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Juan Contreras y López de Ayala,marqués de Lozoya, que había sido buenamigo de José Robles y durante elfranquismo se convertiría en unrenombrado historiador del arte. Laintercesión asimismo de la embajadaestadounidense es algo que no puededescartarse, y está documentado que laJohns Hopkins insistió ante su titular enla solicitud de ayuda para Coco. En unacarta de agosto de 1940[112], elembajador Alexander Weddell pedía aLancaster que valorara «la dificultad deayudar, salvo de un modo informal yextraoficial, a alguien que no esciudadano americano» y aseguraba que

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su propia mujer le había enviado«comida y ropa cada cierto tiempo». Noes de extrañar que, poco antes, el propioCoco hubiera escrito a Lancaster parafelicitarle por un homenaje que iban arendirle sus antiguos alumnos y tambiénpara agradecerle la «valiosa ayuda»prestada a su familia. Otra de susbenefactoras de Baltimore era EstherCrooks, que en mayo había escrito alDepartamento de Estado para que tratarade conseguir su puesta en libertad y sehabía comprometido a ocuparse de él:«No tendría inconveniente en traerlo avivir conmigo y responsabilizarme detodos sus gastos. Estaría incluso

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dispuesta a adoptar legalmente al chicosi tal cosa pudiera servir de algo».También Dos Passos y Katy seofrecieron a adoptarle. Coco lo supo poruna carta de su madre recibida acomienzos de julio y, halagado, no tardóen escribir al matrimonio Dos Passospara expresarles su gratitud. Pero lainiciativa tenía pocas probabilidades deprosperar, y en su respuesta a Márgarael propio Coco auguraba: «Seconseguirá muy poco por ese conducto».

A partir de estas fechas, lasinformaciones sobre el itinerario deCoco por instituciones penitenciariasdel franquismo son bastante difusas,

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pero es seguro que el 26 de marzo de1943, fecha en la que la Comisión deExamen de Penas dio su conformidad ala condena, se encontraba todavía en lacárcel de Torrero. Aunque en unascondiciones deplorables, habíasobrevivido al terror de las «sacas», alhacinamiento, a las palizas, a la falta dehigiene, a la desnutrición. Había tambiénsobrevivido a la nada desdeñableamenaza de la enfermedad. SegúnRamón Rufat, a la sarna generalizada delos primeros meses sucedieron en laprisión zaragozana los forúnculos, elántrax, la ictericia, la tuberculosis, unaavitaminosis casi constante y,

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finalmente, una plaga de «piojo verde» otifus exantemático que mantuvo a todoslos presos sometidos a cuarentena:«Nadie entró ni salió de la cárcel enestos cuarenta días. Sólo salieron loscadáveres».

De las actividades de Coco en elinterior de la prisión conocemos lo pocoque quiso (o pudo) contar en suscartas[113]: que daba clases a otrosreclusos («le he cogido gusto a laenseñanza»), que consagraba al estudioy la lectura sus horas de ocio («acabo deempezar a leer a Séneca»). Segúnalgunas fuentes, la entrada de paquetesestuvo restringida hasta 1942. Debió de

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ser entonces cuando comenzó a recibirlas visitas periódicas de una joven quese interesaba por él y le llevaba comida:era lo que se llamaba una madrina. Esasvisitas fueron lo único que, durante eltiempo que permaneció en la cárcel deZaragoza, le procuró alguna alegría.Entre Coco y la chica llegó aestablecerse una relación forzosamenteplatónica, y sin duda hicieron planespara cuando él estuviera en libertad.Pero para eso faltaba mucho tiempo, yentre tanto, para desesperación de Coco,la chica contrajo tuberculosis y murió.

Antes de recuperar la libertad, Cocoaún tenía que pasar por dos cárceles

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más. El 25 de agosto de 1943 fuenuevamente maniatado y conducido a laestación, donde montó en un tren condestino a Burgos. En la Prisión Centralde esa ciudad debió de estar al menoshasta que, el 4 de enero del añosiguiente, los treinta años de reclusiónmayor le fueron conmutados por veintede reclusión menor, lo que (previoexamen de catecismo, necesario para elpreceptivo informe del capellán) leabría las puertas a la libertadcondicional. Ésta le sería notificada el16 de abril, pero para entonces no seencontraba ya en la prisión de Burgossino en la de Lora del Río, en la

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provincia de Sevilla, última etapa de sulargo periplo carcelario.

En todo este tiempo, no intercediópor Coco el único familiar que estaba endisposición de hacerlo, su tío Ramón,que había ascendido a teniente coronelpor méritos de guerra y que a lasnumerosas condecoraciones ganadas enla contienda sumaba las recibidascuando, entre abril de 1942 y el mismomes del año siguiente, combatió en elfrente ruso con la División Azul. Quiensí le ayudó fue su tía Mari, que, almenos desde que Coco fue internado enla prisión burgalesa, le visitaba de vezen cuando y le llevaba paquetes de

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comida.María Robles Pazos, al igual que

Ramón y sus otras dos hermanas,formaba parte de la España de losvencedores, pero su naturaleza caritativay generosa la llevó a olvidar lasdiferencias políticas y ofrecerle suprotección. Esa protección se habíainiciado hacia mediados del período decinco años que Coco pasó en la cárcelde Torrero. Su primera petición deindulto data del mes de octubre de1942[114], y en ella la tía Mari alegaba,entre otras razones, el hecho de que susobrino no hubiera llegado a ostentar«en el ejército rojo la más pequeña

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graduación jerárquica», así como su«acendrada vocación por el estudio»(Coco, en efecto, había estudiado en uncolegio para niños superdotados) y elrespeto y la admiración unánimes que sehabía granjeado entre condiscípulos yprofesores del «católico Maryland delos Estados Unidos». En ese mismodocumento aludía María Robles a «suafiliación circunstancialmente forzada yresueltamente trágica a la causaenemiga», lo que podría interpretarsecomo el reconocimiento de la pasadamilitancia de Coco en el PartidoComunista, una militancia pocoentusiasta y más bien accidental, si

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hemos de creer los términos en que estáredactada la solicitud.

Fue también la tía Mari la que, enabril de 1944, le acogió en su piso delnúmero 100 de la madrileña calle deAlcalá. Coco era entonces un hombrefísica y moralmente magullado, si nodeshecho, y aparentaba bastantes másaños que los veinticuatro que acababade cumplir. En la opresiva atmósfera dela primera posguerra, Coco sólopensaba en salir de España, un país enel que el destino le había deparado lasexperiencias más ingratas. La cosa, sinembargo, no se presentaba sencilla.Solicitó una beca a la Universidad Johns

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Hopkins. De forma espontánea y con losavales de John Dos Passos y Elliot Paul(el mismo que algún tiempo despuésprovocaría un pequeño incidente entreQuintanilla y Dos Passos), la propiaJohns Hopkins le había ofrecido unabeca similar en 1940, cuando todavíaCoco estaba encerrado en la prisiónzaragozana, lo que hacía pensar que supetición sería acogida favorablemente.Así ocurrió, en efecto, y consorprendente rapidez la beca le fueconcedida en mayo. Debido sin embargoa su situación de libertad condicional, sele denegó el pasaporte y hubo derenunciar a ella.

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Durante ese verano de 1944,acompañado por su benefactora, pasóuna temporada reponiéndose en una casaque la familia tenía en Villajuán, junto ala pontevedresa ría de Arosa. El 30 dejunio escribió a Dos Passos[115] paradecirle que había «vuelto a una vidacasi normal»: se bañaba, pescaba, leía.Coco, por otro lado, no había cumplidocon sus obligaciones militares con laEspaña de Franco, y muy poco despuéshubo de incorporarse al ejército.Aunque su destino no está del todoclaro, de las fotos que entonces envió asu madre y su hermana se deduce querealizó el servicio militar en alguna

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localidad próxima a los Pirineos. Lo quesí es seguro es que no se licenció hastafinales de noviembre del año siguiente.

Un par de semanas antes de esafecha había escrito una carta a laembajada estadounidense ofreciéndosepara trabajar en la propia embajada o enla Casa Americana. Coco se manteníafirme en su propósito de salir cuantoantes de España, y en esa carta pedíatambién ayuda para obtener laautorización para abandonar el país. Sucondición, no obstante, de antiguomilitante comunista constituía un serioobstáculo para sus aspiraciones. Enfebrero de 1946 volvió a solicitar el

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indulto, que le fue denegado el 13 dejunio. También entonces su pasadamilitancia le perjudicó. En una de lasdiligencias que acompañan la instanciaen la que solicitaba el indulto, alguienescribió a lápiz las siguientes palabras:«Comunista. Se tiene que retractar».

En la biblioteca de la CasaAmericana leyó Coco algunas de lasnovedades literarias estadounidenses.Entre ellas estaban las últimas obras deDos Passos, al que escribía paracomunicarle sus impresiones ycomentarle la situación española: «Viviren España durante los últimos años hasido (y sigue siendo) como vivir en otro

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planeta». Instalado de nuevo en el pisode la tía Mari, había comenzado abuscar empleo. Lo único que consiguiófueron, sin embargo, unos cuantosalumnos a los que dar clasesparticulares de inglés. Una de susalumnas, hija de una prima de Márgara,se llamaba Dolores Cebrián, Loli. Cocoy ella se enamoraron e hicieron planesde boda. Pero el nuevo estado civil noiba a alterar sus planes de abandonarEspaña. En otoño de 1947, apenas unasemana después de la ceremonia, viajóal País Vasco en compañía de su amigoRicardo Ortiz y consiguió pasar aFrancia en un barco de pescadores. El

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14 de noviembre, una ansiosa Márgarase sinceraba por carta con Dos Passos:«Estoy como idiota con la idea de quetal vez vuelva a verle pronto después decasi nueve años[116]». Las dificultadesde Coco para conseguir un pasajedilataban la espera, y hasta finales deenero no escribió a Dos Passos paradecirle que el 7 de ese mes habíapodido por fin reunirse con Márgara yMiggie en su domicilio del número 300de la calle Lerma, no muy lejos delpaseo de la Reforma de la capitalmexicana. Algún tiempo después viajótambién su mujer. Coco viviría enMéxico hasta su fallecimiento en 1990, y

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sólo en sus últimos años, muerto yaFranco, volvería a pisar suelo español.

Entre 1942 y 1944, Miggie habíaestudiado la carrera de Romance andLanguages en el Swarthmore College dePennsylvania, gracias a una pequeña

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beca y sobre todo a la ayuda económicade su padrino, Maurice Coindreau, queseguía dando clases en la Universidadde Princeton. En homenaje a Coindreau,el segundo de sus cuatro hijos, que conel paso de los años acabaríaconvirtiéndose en escritor, llevaría sunombre. Miggie se casó con AnselmoOrtiz en 1945. Anselmo pertenecíatambién a una familia de exiliadosespañoles, y lo más llamativo del casoes que su hermano Ricardo, compañerode fuga de Coco, se casaría pocos añosdespués con Nora Nin, una de las doshijas que Andreu Nin había tenido conOlga Taeeva y con las que había tenido

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que escapar de la URSS en el verano de1930: por esas extrañas vueltas que dala vida, dos de las víctimas principalesdel estalinismo en España acabaronemparentando póstumamente.

De aquella etapa de la vida deMárgara y Miggie se conservanbastantes fotos. En una de ellas, tomadaen 1943 en un paseo por el campo,madre e hija aparecen abrazadas con elvolcán Iztlaccíhuatl al fondo. Más demedio siglo después, esa foto inspiraríaun bello texto del hijo escritor deMiggie, Mauricio Ortiz[117], quienevocaba de esta manera a Márgara: «Laabuela lo había tenido todo en el amor,

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el joven abuelo asesinado unos añosantes, y el resto de sus días los pasaríasin más ocupación que tejer losrecuerdos en colchas coloridas».Cuando se produjo el reencuentro conCoco, Márgara había vuelto a trabajarcomo traductora, actividad que habíaabandonado en 1932. Aún hoy se reeditade vez en cuando su versión deRocinante vuelve al camino, y lamexicana Fondo de Cultura Económica,para la que tradujo nueve libros,mantiene en su catálogo varios de ellos.Márgara (que ahora, rindiendo sin dudahomenaje a su marido, firmaba comoMargarita Villegas de Robles) no

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moriría hasta 1983, pero su pista sepierde en 1965, año de la publicaciónde la última de sus traducciones, unensayo sobre arqueología cretense.

La que nunca ha dejado de reeditarseha sido la versión que José RoblesPazos hizo de Manhattan Transfer paraCenit. Hasta la década de los setentaapareció siempre con su nombre y susdos apellidos. En las ediciones decomienzos de los ochenta, los duendesde la imprenta le despojaroncuriosamente del segundo apellido. Esosmismos duendes, sin embargo, le teníanreservado un destino bastante peor. Enlas reediciones posteriores a 1984 José

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Robles pasó a llamarse José RoblesPiquer, y así sigue figurando en algunasde las más recientes. No cabe humoradamás siniestra: por arte de birlibirloque,el mayor derrotado entre los derrotadosha acabado incorporándose a una de lasmás ilustres estirpes del franquismovictorioso.

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APÉNDICE

Si la noticia más temprana que setuvo en España de la literatura deHemingway la dio José Robles en juniode 1927 con su elogiosa reseña deFiesta, la primera de sus obras que setradujo al español fue el relato «Los

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asesinos», uno de los más conocidos desu primera etapa. No con ese título sinocon el de «Los matones», estabaincluido en el volumen 10 novelistasamericanos que Zeus publicó en 1932.Zeus era, como Cenit, una de las másdestacadas editoriales izquierdistas dela época. Por eso no puede extrañar queel responsable de la selección, JuliánGorkin, declarara en el prefacio supropósito de dar a conocer una literatura«independiente y de inspiración social,cuyos representantes tienen quemantener una lucha titánica con losplutócratas del dinero, los tartufosprohibicionistas y lectores de la

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Biblia». La nómina de autores incluía alos más conspicuos entre los escritoresnorteamericanos considerados próximosal socialismo, y en ella no faltaba JohnDos Passos, cuya obra era ya conocidaen nuestro país gracias a lastraducciones de José Robles y MárgaraVillegas.

De Dos Passos, con quien en aquellaépoca no debía de tener ningún tratopersonal, dice el antólogo que «es,indiscutiblemente, uno de los novelistasmás modernos que existen». Si entoncesno se conocían, es seguro que en algúnmomento llegaron a establecer ciertarelación de amistad y que ésta se

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prolongó a lo largo de varias décadas,como sugiere el texto que Dos Passosescribió para prologar la novela deGo r ki n La muerte en las manos,publicada en Argentina en 1956. ¿Puedeser que su primer encuentro tuviera lugara finales de abril de 1937, cuando elnorteamericano visitó la sedebarcelonesa del POUM, de cuyo ComitéEjecutivo era miembro Gorkin? Se tratade una simple conjetura pero no parecedescabellada.

Para cuando apareció la antología,Julián Gorkin, cuyo verdadero nombreera Julián Gómez García, habíapublicado un par de obras de teatro

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político (la puntualización es suya), unanovela titulada Días de bohemia y unascuantas traducciones. Más destacado,sin embargo, como activista deizquierdas que como literato, no escasualidad que su autobiografía lleve eltítulo de El revolucionario profesional .Gorkin, refugiado en París desde 1921,viajó a Moscú en marzo de 1925, yAndreu Nin, secretario adjunto delProfintern, le previno contra laatmósfera de intrigas y sospechas que sehabía generalizado tras la muerte deLenin y las consiguientes luchas por elpoder. No mucho después, Gorkin seenteró de que la correspondencia que

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había dirigido a su mujer, «cartas llenasde reservas respecto de la URSS y de laInternacional», había sido intervenida yestaba en poder de la GPU, y antes deabandonar el país hizo una visita almausoleo en el que se exhibía elcadáver embalsamado de Lenin ymantuvo con éste un diálogo imaginario:«He entrevisto por doquier el terroríficoperfil del monstruo: la burocraciaascendente, la corrupción y el arribismoávidos y maniobreros, la intrigaponzoñosa, una mentalidad y unosmétodos policíacos… ¿Ha surgido todoeso después de tu muerte o hay quebuscar el mal de origen en el propio

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bolchevismo?».Su ruptura con el Comintern no

acabó de producirse hasta 1929. Paraprovocar su exclusión sólo tuvo quetraducir el ensayo La revolucióndesfigurada, en el que Trotskicondenaba la burocratización delrégimen soviético. A partir de entonces,Gorkin se ganó la vida colaborandodesde París con las principaleseditoriales españolas de izquierdas, y enseptiembre de 1935 intervino en lafundación del POUM, producto de lafusión del Bloque Obrero y Campesinode Joaquín Maurín y la IzquierdaComunista Española de Andreu Nin. El

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nuevo partido, aunque habitualmentetildado de trotskista, se había creado enrealidad contra el parecer de Trotski,que en vano había dado instrucciones asus partidarios españoles para queingresaran en el PSOE. Trotskistas o no,Julián Gorkin y sus compañeros delPOUM no tardarían en sufrir unapersecución semejante a la que en laURSS se había ya desatado contra losopositores a Stalin.

Tres años después, en 1938,aparecería un libro titulado Espionajeen España, que recogía y elevaba averdad irrefutable las falsas pruebas queimplicaban a los dirigentes del POUM

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en una conspiración falangista. Si sustraductores, Lucienne y Arturo Perucho,son poco conocidos, su supuesto autor,un improbable Max Rieger, no lo es enabsoluto. No puede decirse lo mismo desu prologuista, el poeta católico ycomunista José Bergamín, quien teníapor fuerza que sospechar que elcontenido del libro no eran sino vilespatrañas y, a pesar de todo, no tuvoempacho en afirmar que «los hechos queaquí se refieren manifiestan, por serextremos, la verdadera índole de unalabor contrarrevolucionaria y fascista».En un momento como aquél y unascircunstancias como aquéllas, declarar,

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como hizo Bergamín, que el partido deNin no era «una organización enconvivencia [sic] con el enemigo, sinodel enemigo mismo» equivalía alegitimar la brutal represión de la quelos hombres del POUM eran objeto. Nisiquiera llama demasiado la atención elhecho de que aprovechara la ocasiónpara arremeter contra los «angustiados»intelectuales franceses que habíanenviado un telegrama reclamando paralos encausados las debidas garantíasprocesales. ¿Garantías procesales?, sepregunta un sarcástico Bergamín, ¿cómose pueden pedir tales cosas «a ungobierno que prácticamente las lleva

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con extremo y que en este caso concretolo viene demostrando, diríamos queexageradamente»?

En Tras las huellas de un fantasma,el profesor Gonzalo Penalva dice queBergamín, entonces presidente de laAlianza de Intelectuales Antifascistas,aceptó prologar el libro porque se lopidió Juan Negrín y porque creíasinceramente en la veracidad de lasacusaciones. Esta segunda razón parecemás que discutible, dado que Bergamín,aunque comunista de nuevo cuño,conocía la irreprochable trayectoriarevolucionaria de Nin, Gorkin ycompañía, y es de suponer que alguien

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como él albergaría alguna reticenciaante la disparatada teoría de unaconspiración de falangistas y gente delPOUM. Pero tal reticencia nunca fueexpresada y, años después, en lugar dereconocer el error de haber redactadoese prólogo, seguía afirmando «de modoterminante que, en las mismascircunstancias, lo escribiría cien veces».No se equivoca Gonzalo Penalvacuando, frente a la cobardía delenmascarado autor del libro, elogia aBergamín por tener al menos la valentíade estampar su firma en el prólogo.¿Quién se ocultaba detrás del seudónimoMax Rieger? Por un informe de abril de

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1939 de Stepanov[118], delegado delComintern en España, sabemos que setrata de una obra colectiva y que elpropio Stepanov colaboró en suredacción. En Queridos camaradasAntonio Elorza y Marta Bizcarrondosugieren que también pudo intervenir elescritor comunista francés GeorgesSoria, autor de unos artículos en LaCorrespondencia Internacional querevelan grandes coincidencias con eltexto de Espionaje en España. Sinembargo, según numerosos testimoniosnunca desmentidos, el principalcoordinador del libro fue un antiguoamigo de José Robles, el profesor de

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Derecho Romano y traductor WenceslaoRoces.

Escribir textos para otras personasdebía de ser una de sus actividadeshabituales pues, según el exjefe delQuinto Regimiento Enrique CastroDelgado[119], Roces era el autor dealgunos de los discursos del entoncesministro de Instrucción Pública, elcomunista Jesús Hernández. En aquelmomento Roces ocupaba lasubsecretaría del ministerio y, si hemosde creer a Antonio Machado, tanto alsubsecretario como al ministro debía «lainstrucción en España más que a un siglode sus predecesores». De Wenceslao

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Roces, un asturiano bajito de aspectoapocado, son algunas de lastraducciones más manejadas de Hegel yde Marx y, hasta esa fecha, el hecho másdestacado de su biografía era el violentoataque que, en el verano de 1933 y en laoficina madrileña de la Asociación deAmigos de la URSS, había sufrido porparte de miembros de las protofascistasJuntas de Ofensiva NacionalSindicalista de Ramiro Ledesma Ramos.

Su perfil era el de un hombre gris ysin carisma, que se ponía siempre a lasombra de figuras más rutilantes.Mientras duró el Congreso de Escritoresen Defensa de la Cultura[120], organizado

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por la Alianza de IntelectualesAntifascistas en colaboración estrechacon el Ministerio de Instrucción Pública(es decir, por Bergamín y por Roces,pero también por el omnipresenteKoltsov), una de esas figuras fueprecisamente Bergamín. Éste, «delgado,de piel oscura, con aspecto de pájaro»,como lo describió Malcolm Cowley,dictó la línea oficial de pensamiento delcongreso y acaparó el protagonismo consu condena pública de los dos libros enlos que su examigo André Gide criticabala atmósfera de persecución y falta delibertad que había percibido en suúltimo viaje a la URSS. Mientras tanto,

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Roces, ordenancista y amante de lasjerarquías, detentaba el poder en lasombra y era, según el testimonio deArturo Serrano Plaja, quien nombraba alos secretarios de organización yaceptaba o rechazaba sus iniciativas.

De la relación de Wenceslao Rocescon los escritores participantes hanquedado algunos episodios en los que suintervención no fue muy airosa. El másrepetido es el de su censura del poema«A un poeta muerto», con el que LuisCernuda quiso homenajear en la revistaHora de España a Federico GarcíaLorca y del que Roces obligó a suprimiruna estrofa que aludía explícitamente a

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la homosexualidad del granadino.Menos conocido es lo que la entoncesmujer de Octavio Paz cuenta enMemorias de España, 1937. SegúnElena Garro, que de Roces «sólo sabíaque era miembro del Partido y quehablaba ruso», el poeta León Felipe sesentía perseguido por él, que primero leexpulsó de la vivienda que le habíanasignado en Valencia y más tarde llegó aamenazarle de muerte. «¡Me queríamatar el muy sinvergüenza…!,¡matar…!», repetía León Felipe, yafuera de España y algo más tranquilo.

Si le quería matar o no, es algo queno puede saberse. Sí sabemos que en el

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número 5 de Hora de España[121] LeónFelipe publicó un largo fragmento de supoema «La insignia», y que Roces lesometió a un duro interrogatorio acercade los versos que denunciaban los casosde latrocinio cometidos por algunosrepublicanos. También sabemos que, enjulio, Wenceslao Roces optó por ladisolución de la «Casa de los Sabios»,en la que Dos Passos se había alojadoen el mes de abril. Ya se ha dicho que laCasa de la Cultura servía de residenciapara eminentes científicos, artistas yescritores republicanos. Uno de ellosera León Felipe. Otro, el doctor GonzaloR. Lafora, que había sido director del

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Instituto de Psiquiatría y que, en unartículo publicado en el diario FraguaSocial, órgano de la CNT local, protestóenérgicamente contra tal medida. En eseartículo, Lafora atribuía el cierre a «lagestión lamentable del señor Roces», alque criticaba por sus métodos «devenganza personal, de opresión políticay de vejámenes sobre los que no siguendócilmente sus indicaciones, noatendiendo ni respetando nombres nilargas historias de actuacióndemocrática». La prensa comunistacontraatacó diciendo que no se tratabade la disolución de la Casa de la Culturasino de su transformación en un centro

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de trabajo e investigación, y entre losdefensores de Roces estaban algunos delos residentes y también AntonioMachado, quien, pese a encontrarsegravemente enfermo, aceptó presidir elpatronato de la nueva institución.

Otro que por aquella época se sintióagraviado por las maneras autoritariasde Roces fue Francisco Ayala, quien, sinser consultado, fue escogido por aquélpara ocupar el decanato de la Facultadde Derecho. Temeroso de que sudesignación pudiera exponer arepresalias a su familia de Burgos,Ayala llamó al «imbécil» de Roces, quele amenazó con enviarle al frente y le

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ordenó que, si debía dirigirse a él, «lohiciera por el conducto jerárquicocorrespondiente». La conversacióntelefónica concluyó con un exabrupto deAyala. «Mire, Roces —le dije—,¡váyase a la mierda!». La verdad es que,al margen de alguna que otra adhesiónprotocolaria y forzada, los testimoniossobre la figura del subsecretario deInstrucción Pública animan poco a lasimpatía, y algunos tenían razones máspoderosas que las de Ayala paradetestarle. Aunque sin aportar pruebas,Julián Gorkin afirma en El proceso deMoscú en Barcelona que fue él,Wenceslao Roces, quien, junto a un

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sobrino del general Miaja y a varioshombres de confianza de AlexanderOrlov, falsificó el plano que debíaservir para implicar a los dirigentes delPOUM en la trama de espionaje delfalangista Golfín.

En su prólogo, aseguraba Bergamínq ue Espionaje en España «ofrece, allado de una documentación precisa, porsí sola evidente, la exacta relación deunos hechos». La realidad, por elcontrario, parece ser muy otra: lo queallí se presentaba era unadocumentación falseada que aspiraba aprobar un complot delirante y porcompleto carente de fundamento. El

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libro, publicado en España porEdiciones Unidad, apareció en otrospaíses en editoriales igualmentecontroladas por el Comintern. Preparadocon urgencia para la ocasión, a susevidentes objetivos propagandísticoshay que añadir una finalidad probatoriaque no fue desaprovechada en losinterrogatorios del proceso al que elTribunal de Espionaje y Alta Traiciónsometió a los hombres del POUM. Lomás curioso es que, cuando fueronllamados a declarar los testigos de ladefensa, el exembajador en París LuisAraquistáin también aportó como pruebaun libro. No se trataba de un libro que

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hubiera sido editado a toda prisa paradesmentir las afirmaciones de Espionajeen España. Se trataba de un libro deTrotski titulado Mis peripecias enEspaña que, en 1929 y en traducción deAndreu Nin, había sido publicado por laeditorial España, en aquel momentodirigida por el propio Araquistáin, JuanNegrín y Julio Álvarez del Vayo. Esteúltimo (cuñado, por cierto, deAraquistáin) era además el autor delprólogo, una semblanza de Trotski en laque se vertían encendidos elogios sobresu figura. La pregunta que ante esetribunal planteaba el libro queAraquistáin sostenía en la mano no

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podía ser más contundente: siendoNegrín presidente del Consejo deMinistros y Álvarez del Vayo ministrode Estado, ¿cómo podían losgobernantes del momento acusar a nadiede trotskista y declararse ellos mismosantitrotskistas? Algo parecido se lehabría podido plantear al antitrotskistaRoces si, en lugar de mantenerse en lasombra, hubiera comparecido en eljuicio. Porque no es Mis peripecias enEspaña el único libro de Trotski que sehabía publicado en español. De loscuatro títulos suyos que aparecen en elcatálogo de Cenit, dos están traducidospor Nin y uno por Gorkin. El traductor

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del cuarto es Wenceslao Roces, nadamenos que Wenceslao Roces. ¿Cabenmás contradicciones?

El Comité Ejecutivo del POUM sehabía reunido la mañana del 16 de juniodel 37 en su sede del Palacio de laVirreina, entonces llamado InstitutoJoaquín Maurín. Tras discutir lacuestión de si Gorkin debía compareceren el proceso que se le seguía comodirector de La Batalla, se trasladaron aotro edificio del partido situado tambiénen las Ramblas barcelonesas. Fue allídonde dos agentes de paisano detuvierona Nin. Por la tarde, los restantesmiembros del comité recibieron varias

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noticias alarmantes: sus domicilioshabían sido asaltados, sus mujeresdetenidas, los locales del partidoocupados. Hacia las once de la nocheellos mismos eran detenidos porguardias de asalto. Gorkin y suscompañeros pasaron por diferentesceldas de Valencia y Madrid hasta que,enterados ya de la acusación deespionaje y alta traición que pesabasobre ellos, fueron devueltos aBarcelona, donde se les internó en unconvento de clarisas de la calle Deu iMata convertido en Prisión de Estado.Para principios de junio del añosiguiente, el juez especial encargado de

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instruir el proceso dio por terminado sutrabajo. La vista se celebró a mediadosde octubre y duró once días, y el tribunaltardó otros diez en redactar la sentencia,que absolvía a Gorkin y sus compañerosde las acusaciones principales pero losconsideraba culpables de lassecundarias.

Entre los miembros del ComitéEjecutivo que también peregrinaron porcárceles y checas estaba Juan Andrade,«alto y huesudo, rostro larguirucho yboca desdentada, madrileño parco depalabra y de gestos», según ladescripción del propio Gorkin.Curiosamente, en su aproximación al

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comunismo había intervenido John DosPassos, aunque fuera de forma indirecta.La historia se remonta a 1919, cuandollegó a España el norteamericanoCharles Phillips, uno de los dosemisarios que la InternacionalComunista había enviado con la misiónde crear una sección española de laorganización. Phillips hablaba españolcon acento mexicano y se hacía llamarJesús Ramírez. Los primeros contactosestablecidos en Madrid habíanfracasado cuando se dejó caer por labiblioteca del Ateneo y conoció a unjoven rubio con gafas y libros en inglés.El joven rubio era Dos Passos, que le

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presentó a dos socialistas españoles queleían junto a él en sendos pupitres. Unode ellos era Fernando de los Ríos, elministro de cuyo mitin santanderino de1933 dejaría constancia Dos Passos en«La república de los hombreshonrados»; el otro, el concejal MarianoGarcía Cortés. A través de éste, Phillipsentabló relación con los que serían susprincipales apoyos en la fundación delPCE. Entre ellos, según Elorza yBizcarrondo, destacaba el joven JuanAndrade.

Tras su encuentro con el comunistanorteamericano, la biografía deAndrade[122] es la de un revolucionario

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arquetípico. Fundador del PCE en 1920,el viraje estalinista de la revoluciónsoviética le llevó siete años después aabandonar todos los cargos. Al igual queen el caso de Gorkin y de tantos otros,su conversión puede ser explicada,como propone François Furet, entérminos religiosos: «Después delentusiasmo del creyente viene, un buendía, la mirada crítica, y los mismosacontecimientos que iluminaban unaexistencia han perdido lo que les dabasu luz». En 1930, Andrade intervino enla constitución de Izquierda ComunistaEspañola, uno de los dos partidos queen 1935 se integrarían en el POUM.

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Autodidacta formado en la bibliotecadel Ateneo, dirigió Andrade variaspublicaciones marxistas, y su enormecapacidad de trabajo hacía de él unelemento indispensable en muchas de lasempresas revolucionarias de la época.Editoriales izquierdistas como Oriente uHoy difícilmente habrían existido sin él,y lo mismo podría decirse de Cenit, quefundó junto a Graco Marsá y RafaelGiménez Siles. Según Pelai Pagès,habría sido Andrade, y no este último, elverdadero autor del prólogo, firmadopor Valle-Inclán, al primer libro deSender, hipótesis que también defiendeel profesor Gonzalo Santonja en Los

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signos de la noche.Tres de las figuras más relevantes

del POUM habían estado, por tanto,estrechamente vinculadas a Cenit[123]:Andrade como fundador, Nin comotraductor de siete obras, Gorkin comotraductor de cinco. Por supuesto, ellosno son los únicos personajes de estahistoria que colaboraron con laeditorial. Recordemos que fue Cenit laque publicó las traducciones de JoséRobles y Márgara Villegas de títulos deJohn Dos Passos y otros autores.Recordemos asimismo que de Ramón J.Sender apareció en Cenit su librofalsamente prologado por Valle-Inclán

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pero también otros tres más. Yrecordemos que, además de a Trotski,Wenceslao Roces tradujo para Cenit aMarx, a Engels, a Zweig, a Remarque ya otros siete autores.

La historia de Cenit, junto a la deotras editoriales izquierdistas de laépoca, ha sido estudiada por Santonja enLa República de los libros. Todocomenzó a finales de la dictadura dePrimo de Rivera. Existía entonces unrégimen de censura previa del queestaban exentos los libros que superaranlas doscientas páginas. Para burlar esacensura, varios jóvenes revolucionariosreunidos en torno a la revista Post-

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Guerra optaron por publicar libros ypara ello fundaron Ediciones Oriente.Las previsiones más optimistas lesauguraban una supervivencia precaria,cuando no el cierre, y el inesperadoéxito de los primeros ocho títulos lesdescubrió un público potencial hastaentonces ignorado. Entre esos ochotítulos había uno de Malraux, otro deTrotski, otro de Juan Andrade… Éste yRafael Giménez Siles, antiguosmiembros del grupo de Post-Guerra,decidieron prescindir de sus otrossocios y aprovechar por su cuenta lasposibilidades del recién descubiertofilón. Para el nuevo proyecto editorial

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contaban también con Graco Marsá, alque Giménez Siles había conocido enfebrero de 1928 en la Cárcel Modelo deMadrid, donde ambos cumplían condenapor actividades contrarias a lamonarquía. Marsá era un abogadorepublicano de tendencia radical quepoco antes había heredado de su abuelola nada despreciable cantidad de treintamil pesetas. Las conversaciones para laconstitución de la sociedad tuvieronlugar en la propia prisión, a la queAndrade acudía con frecuencia avisitarles, y para diciembre de esemismo año estaba ya en las librerías Elproblema religioso en Méjico , primer

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libro de Cenit.Al año siguiente apareció Un

notario español en Rusia, del radicalDiego Hidalgo, que más tarde obtendríael acta de diputado por Badajoz yllegaría a ser ministro de la Guerra conel gobierno Lerroux. En el propio librocuenta Hidalgo cómo, en septiembre de1928, mientras realizaba interminablesgestiones para obtener el visado deentrada en la URSS, conoció en París aJulián Gorkin y cómo, ya en Moscú,conoció también al todavía periodistaÁlvarez del Vayo, que había sidoinvitado a las celebraciones delcentenario de Tolstoi y era acogido con

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familiaridad en los más diversosdespachos oficiales. La obra deHidalgo, de la que se vendieron cuatroediciones antes del 36, fue uno de losmayores éxitos de Cenit, pero elprincipal apoyo económico de su autor ala editorial consistió en asegurarleliquidez con su fortuna personal. No fue,ni mucho menos, el de Hidalgo el únicolibro que Cenit publicó sobre la URSS.En un catálogo en el que predominan lasobras que celebran los logros de larevolución destaca la presencia deRusia al desnudo[124], de Panaït Istrati.El libro, traducido bajo seudónimo porJulián Gorkin y publicado en 1930, tan

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sólo un año después de su aparición enFrancia, pasa por ser el primero de uncomunista decepcionado por lo que vioen la Unión Soviética, y ha sido definidopor Furet como un antídoto «contra losrelatos de viaje soviéticos con agua derosas». Rusia al desnudo motivó en sumomento la ruptura entre Giménez Silesy Andrade. El primero, aunque nuncamilitó en ningún partido, se encontrabamucho más cerca de la ortodoxiacomunista que el segundo, trotskistadeclarado, que abandonó Cenit paraproseguir con Ediciones Hoy su propiaandadura editorial. Graco Marsá notardó en seguir los pasos de Andrade, y

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en el verano de 1930 dejó a GiménezSiles para fundar Zeus.

La actividad de Cenit se prolongaríahasta un mes antes de la guerra civil. Enesos ocho años, Giménez Siles[125]

publicó más de doscientos librosrepartidos en veinticinco series, entrelas que destacaban las colecciones LaNovela Proletaria, Novelistas Nuevos yCrítica Social, la Biblioteca CarlosMarx, los Cuentos Cenit para niños…Entre estos últimos, por cierto, sepublicó en 1931 uno de L. Panteleiewtitulado El reloj o las aventuras dePetika que llevaba impresa unadedicatoria del editor a Coco y Miggie

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Robles. Fue Giménez Siles uno de losgrandes editores españoles de aquellosaños. A su actividad al frente de Cenithay que sumar su condición de promotorde diferentes revistas e impulsor deiniciativas tales como la Feria del Librode Madrid o los camiones-librería, queacercaban la cultura a los rincones másapartados de la geografía peninsular. Lacapacidad organizativa de GiménezSiles es casi legendaria. El caso deCenit lo muestra a las claras, pues no envano fue él quien, prácticamente ensolitario, sacó adelante la editorialdesde las tempranas renuncias deAndrade y Marsá.

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Aunque, en realidad, durante algunosde esos años no se encontrabatotalmente solo. A su lado estabaWenceslao Roces, con el que habíacolaborado en la revista El Estudiantedel mismo modo que con Andrade lohabía hecho en Post-Guerra. Un simplevistazo al catálogo de la editorial bastapara comprobar que tanto Roces comoGorkin y Nin trabajaron para Cenitdesde su fundación. La intensacontribución de estos dos últimos seinterrumpe, sin embargo, bastantepronto: la última traducción de Gorkinse publicó en 1931 y la última de Nin en1932. No es aventurado suponer que en

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esa interrupción tuvo algo que ver laruptura de Giménez Siles y Andrade, delque ni siquiera se llegaría a publicar unaobra que se anunciaba como de próximaaparición. Andrade no tardaría enfundar, junto a los otros dos, el POUM,y su marcha de Cenit coincidió con unsignificativo aumento de la influencia deRoces. Éste, sin renunciar a otroscometidos dentro de la editorial, pasó adirigir la recién creada BibliotecaCarlos Marx y, si durante el llamadobienio negro Giménez Siles tuvo queprescindir temporalmente de sucontribución, no fue por propiavoluntad. A finales de 1934, como

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consecuencia de la represión desatadatras la insurrección de los mineros enAsturias, Wenceslao Roces fue detenidoy encarcelado y, tras obtener, gracias aDiego Hidalgo, la libertad provisional,se apresuró a buscar refugio en Rusia.

En una entrevista de 1929 citada porSantonja, Giménez Siles habíaanunciado la publicación de Larevolución desfigurada, «estudio que,por las graves acusaciones que en él secontienen contra las figuras directorasdel actual comunismo ruso, no pudopublicar y ni siquiera enviar Trotski asus amigos residentes fuera de Rusiahasta no salir él mismo del territorio de

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la URSS». El libro se publicó,efectivamente, pero al poco tiempo fuesuprimido del catálogo de la editorial, yla misma suerte corrió Rusia aldesnudo. La obediencia de Cenit[126] ala ortodoxia soviética creció hasta talpunto que el Comintern la eligió enfebrero del 36 como la editorial quedebía canalizar en España suspublicaciones de propaganda: para talfin, el órgano de gobierno del Cominterndestinó la nada desdeñable cantidad decincuenta mil pesetas, que Cenitcompartiría con una revista cultural denueva creación. Dice Santonja que lamarcha de Andrade «no admite la

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explicación simplista de caracterizar aSiles o a Roces, o a ambos, con tópicasvaloraciones de manual antiestalinista».Lo que no dice es que la caída deAndrade y el ascenso de Rocesreflejaban en el seno de la editorial lamisma fractura que venía produciéndoseen el ámbito de la izquierdarevolucionaria española y que, a su vez,era un reflejo de la política deaplastamiento de la disidencia que seestaba desarrollando en la URSS: unafractura, en todo caso, que no cesaría decrecer y que acabaría dejando a unos enel lado de los perseguidos y a otros enel de los perseguidores. La historia de

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Cenit se erige así en aviso y metáfora deesa otra persecución, más vasta ysangrienta, que no tardaría en desatarseal socaire de la guerra civil.

La víctima más ilustre de esapersecución fue, por supuesto, AndreuNin. Difícilmente podrá encontrarse unretrato más completo que el que JosepPla[127] nos dejó del Nin que encontró enMoscú a mediados de 1925, «un hombrede estatura media, corpulento pero enabsoluto obeso, fuerte, construido, conunas facciones muy bien dibujadas: lanariz curva, boca y orejas pequeñas,normales, admirable dentadura blanca,ojos grandes del mismo color castaño

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que el pelo, piel pálida tirando a grisque a veces se teñía de unas manchaslevísimamente rosadas, mentón ymejillas poco carnosas. De muslos ypiernas algo cortas pero muy bienmusculadas, plantaba los pies en elsuelo con una estabilidadconsiderable…». La amistad entreambos se fraguó durante las seissemanas que el escritor ampurdanéspasó en el país de los soviets comoenviado especial del diario LaPublicitat. Treinta y tres años despuésde ese viaje, Pla dedicaría a Nin untexto de la segunda serie de Homenots, ysus palabras transmiten bastante poca

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simpatía por un personaje al que en otrolugar califica de «infortunado einolvidable amigo». Dando por sentadossus méritos como traductor de Tolstoi yDostoyevski al catalán y reconociéndolealgunas virtudes políticas, Andreu Ninnos es presentado como un hombredogmático y resentido, alguien a quien laexperiencia soviética ha convertido en«un agitador frío, glacial, egoísta,ambicioso».

Nin fue el español que más poderllegó a tener en la URSS. Cuando Pla loconoció, unía a su condición desecretario adjunto del Profintern la dediputado del Soviet de Moscú.

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Wilebaldo Solano[128], que durante laguerra sería secretario general de laorganización juvenil del POUM, hadestacado el amor que Nin sentía por elpueblo ruso, por «su espontaneidad, suhumanidad, su sencillez y su entusiasmorevolucionario». En Moscú se casó conuna joven militante local, y sólo lasrepresalias de Stalin contra quienescomo él se habían adherido al grupoopositor liderado por Trotski le llevarona cambiar de lugar de residencia.Desposeído de sus cargos y expulsadodel partido a finales de 1928, apartadode toda actividad política y vigiladodurante 1929, logró escapar de la URSS

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en el verano de 1930, y con él escaparontambién sus dos hijas, Ira y Nora, y sumujer, Olga Taeeva, que consiguió laautorización para salir del país trasescribir una carta en la que amenazabacon quitarse la vida.

Su posterior evolución política enEspaña ha sido estudiada por FrancescBonamusa en Andreu Nin y elmovimiento comunista en España: suprofusa y al final tirante relaciónepistolar con Trotski, sus frecuentesdiscrepancias con Joaquín Maurín, lafundación del POUM tras la fusión deIzquierda Comunista Española con elBloque Obrero y Campesino… Durante

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esos años, su actividad como traductorde literatura rusa al castellano y alcatalán constituyó su principal (y aveces única) fuente de ingresos: nadamenos que veintiséis traduccionespublicadas, a las que habría que añadiralguna inédita, como una de una serie deescritos de Vladimir Antonov Ovseenkosobre el Ejército Rojo que al parecer seperdió a finales de 1936.

Iniciada la guerra, AntonovOvseenko, miembro de la vieja guardiabolchevique y supuesto líder del asaltoal Palacio de Invierno en 1917, fuenombrado cónsul general de la URSS enBarcelona, ciudad a la que llegó el 1 de

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octubre del 36. Para entonces, laausencia de Maurín, al que la guerrahabía atrapado en Galicia, habíaconvertido a Nin en líder indiscutibledel POUM, y como representante de estepartido ocupaba el Comisariado deJusticia y Derecho en el recién formadogobierno de la Generalitat. Nin yAntonov Ovseenko habían sido amigosen Moscú e incluso habían colaboradoen la misma plataforma de oposición aStalin. Ahora, sin embargo, AntonovOvseenko estaba lejos de toda veleidadtrotskista, y el primer encuentro entreambos (en el que, como único miembrodel gobierno que conocía la lengua rusa,

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correspondió a Nin pronunciar eldiscurso de bienvenida) debió de sertenso y protocolario: de hecho, AntonovOvseenko fingió no reconocer a Nin.Dos semanas después coincidieron enotro acto oficial, y también en esaocasión tuvo Nin que ejercer deintérprete. Ninguno de los dos ignoraba,sin embargo, que se hallaban en bandosenfrentados: no en vano, AntonovOvseenko había dejado claro que elposible incremento de la ayuda soviéticaa Cataluña estaba condicionado a laexpulsión de los supuestos trotskistasdel gobierno de la Generalitat. Suspresiones no tardaron en obtener el fruto

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apetecido, y Nin fue destituido de suconsejería a mediados de diciembre,cuando apenas llevaba dos meses ymedio en el cargo.

El cónsul soviético fue también unode los principales impulsores de larepresión del POUM, pero losinductores más visibles fueron lassecciones española y catalana delComintern (es decir, el PCE y el PSUC)a través de sus órganos oficiales.Representantes en España de la políticade Hitler, trotskistas a las órdenes delfascismo internacional,quintacolumnistas financiados por losservicios secretos de Alemania e

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Italia…: así era como en esaspublicaciones se calificaba a lospoumistas. Proliferaban además lascaricaturas en las que se representaba alPOUM despojándose de una careta conla hoz y el martillo para dejar aldescubierto una espantosa cara con laesvástica grabada o en las que semostraba a Nin y a Francoamistosamente cogidos de la mano, y elpropio Nin denunció que en laspublicaciones del PSUC se dijera de élque «no ha tenido que trabajar porquesiempre ha cobrado de Hitler».

La campaña contra los llamadostrotskistas españoles sucedía en el

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tiempo al primero de los procesos deMoscú, de agosto de 1936, y coincidíacon el segundo, de enero de 1937, y lanueva retórica de los medios comunistasse limitaba a reproducir los términos delas acusaciones estalinistas contra lavieja guardia bolchevique, acusacionesque consideraban probada la existenciade tramas trotskistas que habríanpretendido derribar el régimen soviéticocon el apoyo de gobiernos fascistasextranjeros. En sus mítines, Andreu Ninrespondía diciendo que se les habíapodido eliminar del gobierno pero que,para eliminarles de la vida política,«precisarían matar a todos los militantes

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del POUM». Sin embargo, ni él ni suscorreligionarios se tomaban en serio laposibilidad de que la persecuciónalcanzara en España los sangrientosniveles de Rusia. María Teresa GarcíaBanús, mujer de Juan Andrade,recordaría muchos años después que elnorteamericano Louis Fischer les habíaaconsejado que tuvieran cuidado, «puestenía la seguridad de que habíapropósito en la URSS de exterminar alPOUM, advertencia que nos parecía enaquellos momentos increíble y a la cualse prestó poca atención».

También fue escasa la atención queAndreu Nin prestó a una advertencia

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muy similar que a finales de abril le hizoListon Oak en presencia de John DosPassos. Y, sin embargo, lo peor de larepresión estaba a punto de llegar. Latarde del 3 de mayo, sólo un día despuésde que Oak y Dos Passos abandonaranEspaña, un amplio contingente deguardias de asalto intentó arrebatar asindicalistas de la CNT el control de laTelefónica en Barcelona. Durante lostres días siguientes, las calles del centrode la ciudad fueron el escenario de losenfrentamientos armados que acabaríanprovocando la caída de LargoCaballero. Esos combates, presentadoscomo una insurrección de

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quintacolumnistas organizada por elPOUM, debían justificar la acción delnuevo gobierno contra el partido de Nin.Entre la llegada de Juan Negrín a lapresidencia y la detención de susdirigentes, arreciaron los ataques de lapropaganda comunista contra los«provocadores trotskistas», y MundoObrero aludía a las organizacionesvinculadas al POUM para calificarlasde «verdaderas guerrillas de nuestraretaguardia» y de «nidos de fascistas asueldo de los centros de espionajealemanes». Con estas acusaciones seterminaba de preparar el terreno para loque estaba a punto de ocurrir, y muy

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poco después, el 16 de junio, el POUMfue ilegalizado y los miembros de suComité Ejecutivo detenidos.

A partir de los datos contenidos enel dossier de Alexander Orlov, losperiodistas de la televisión autonómicacatalana Dolors Genovès y Llibert Ferrireconstruyeron en Operació Nikolai elasesinato de Nin: su ingreso en laPrisión de Alcalá, su negativa a ratificarlas acusaciones, el falso rescate pormiembros de la Gestapo… Los nombresde los verdaderos secuestradores,españoles los tres, figuran en el originaldel dossier, pero en la copia que fueentregada a Genovès y Ferri sólo pueden

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leerse las iniciales: L., A. F., I. M.Fueron ellos quienes sacaron a Nin de laprisión para conducirlo a una checa dela misma localidad. La checa estabasituada en un chalet que a comienzos dela guerra había sido incautado a suspropietarios. En él vivía IgnacioHidalgo de Cisneros, jefe de las FuerzasAéreas de la República y marido deConstancia de la Mora, quien por esasfechas trabajaba en Valencia en laOficina de Prensa Extranjera y teníaentre sus subordinados a Coco Robles.Ahí fue donde Nin resistió heroicamentelas sesiones de tortura con las que,imitando procedimientos entonces

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habituales en la URSS, se pretendíaextraer de él una confesión «voluntaria»que facilitara la condena de losdirigentes poumistas encarcelados.

En su libro Unión Soviética,comunismo y revolución en España,Stanley G. Payne ha revelado que fue elmismo Stalin quien redactó «de su puñoy letra la orden (que se conserva en losarchivos de la KGB) de matar a Nin».Stalin aparece así como el primerinteresado en extender a España el climade terror que ya imperaba en la URSS.La imposición final de unas cuantascondenas menores a los dirigentes delPOUM demuestra la resistencia de las

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instituciones republicanas a la presiónestalinista. Al mismo tiempo, la suertede los más destacados enviadossoviéticos, a los que difícilmente podíanamparar las garantías legalesrepublicanas, confirma que la tempestadde purgas y depuracionesdesencadenada en la URSS se extendióen alguna medida hasta España. Elembajador, Marcel Rosenberg, fuellamado a Moscú en febrero de 1937 yejecutado poco después. Su sucesorsería el consejero de la embajada, LeónGaikis, que permanecería en el cargodurante tres meses y sería tambiénllamado a Moscú y ejecutado. El mismo

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destino esperaba a otros importantesmiembros de la legación diplomática,como el agregado comercial, ArturStashevski, o como el cónsul general enBarcelona, Vladimir Antonov Ovseenko.Tampoco escaparon a ese final losprincipales militares soviéticosenviados como consejeros, y entre ellosestaban Yan Berzin, veterano de lasrevoluciones de 1905 y 1917 yexdirector del GRU, y Vladimir Gorev(lo que motivó un intento de suicidio desu compañera e intérprete, Emma Wolf).Idéntica suerte correrían el poderosocorresponsal Mijail Koltsov (cuyoDiario de la guerra española,

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publicado parcialmente en 1938, fueelogiado por Stalin y bendecido porPravda pocos días antes de que fueradetenido para ser llevado ante el pelotónde fusilamiento) y muchos otros cuyosnombres no han sido mencionados eneste libro. De todo este grupo, uno delos pocos que se salvaron fueprecisamente el hombre que habíagestionado el terror en España,Alexander Orlov, quien, tras serllamado a Moscú en julio de 1938, viajóa Francia a recoger a su mujer y su hija,y de allí consiguió huir a los EstadosUnidos. La implacable maquinariaestalinista imponía a sus peones la doble

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condición de víctimas y verdugos, y deese modo se aseguraba la máximaoperatividad posible. Todos eransospechosos a los ojos de todos, y sóloesmerándose en la preceptiva represiónde la disidencia podían confiar ensustraerse a los efectos del terror, a losque de todas formas acababansucumbiendo. Ante unos rivales así,¿por qué iba a pensar la gente delPOUM que le aguardaba un destinomejor que a los condenados en losprocesos de Moscú?

Alimentaba esos temores la brutalcacería que se había desatado contra lossupuestos trotskistas españoles. Pueden

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encontrarse algunos testimonios en loslibros autobiográficos del poeta StephenSpender[129], del crítico literarioAntonio Sánchez Barbudo, de laescritora Elena Garro, del pintor CarlesFontserè… Pero seguramente eltestimonio más conocido es el queofrece Orwell en Homenaje a Cataluña.Casi una semana después del inicio dela represión, los periódicos deBarcelona (los únicos que llegaban alfrente de Huesca) aún no habíaninformado de lo que ocurría. Lasmilicias del POUM seguían funcionandocomo una unidad independiente y, sinduda, fueron «muchos los que murieron

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a manos del enemigo sin saber que losperiódicos de la retaguardia losllamaban fascistas». A los milicianosque estaban de permiso en Barcelona seles detenía para impedir que volvieranal frente con la noticia, y ese mismodestino parecía esperar a Orwellcuando, recuperándose de sus heridas deguerra, regresó a la ciudad después decinco días de ausencia. Eileen, cuyahabitación había sido concienzudamenteregistrada, le esperaba en el salón delhotel y, en cuanto le vio aparecer, lerodeó el cuello con el brazo y le susurróal oído: «¡Vete! ¡Sal de aquíinmediatamente!». Así fue como se

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enteró de la ilegalización del partido encuyas milicias se había alistado paraluchar contra el fascismo. Las nochessiguientes las pasó tratando de dormirentre las ruinas de edificiosbombardeados, mientras que durante eldía procuraba confundirse con lasmuchedumbres de Barcelona. En sudeambular, no cesaba de preguntarse porqué iban a querer detenerle a él: ¿quéhabía hecho? Eileen le explicó que noimportaba lo que hubiera hecho o dejadode hacer: «No era una redada dedelincuentes, era simplemente elimperio del terror. Yo no era culpablede ningún acto concreto, sino de

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“trotskismo”. El hecho de que hubieraestado en las milicias del POUMbastaba para que me encerraran». Trasdestruir la documentación que lesvinculaba al POUM, George y su mujerconsiguieron cruzar la frontera. Ningunode los dos llegaría nunca a saber locerca que habían estado del peligro.Salieron de España el 23 de junio, sóloun día después de que el gobierno deNegrín publicara el decreto ley por elque se creaba el Tribunal Especial deEspionaje y Alta Traición. En un librode 1989 titulado El proceso del POUM,Víctor Alba sacó a la luz el informe quesobre ambos se había preparado para el

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mencionado tribunal. En ese informe,fechado el 13 de julio, estándocumentadas las conexiones delmatrimonio Orwell con el POUM y elILP, lo que quiere decir que, si su huidase hubiera demorado un poco más, nadani nadie les habría salvado de compartirla desdichada suerte de cientos o milesde sus correligionarios.

De los escritores con los que DosPassos se relacionó en España durantela primavera del 37, no fue Orwell elúnico que se vio en serios aprietos. EnLa llama, tercera parte de la trilogíaautobiográfica La forja de unrebelde[130], recuerda Arturo Barea la

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implacable persecución de la que Ilsa yél fueron objeto. A finales de 1936,cuando ya se había incorporado a laOficina de Prensa Extranjera de Madrid,Ilsa viajó a Valencia, donde fue detenidapor «un agente de la policía política».Denunciada como espía trotskista, tuvoque afrontar un largo interrogatorio,después del cual fue puesta en libertadgracias a las presiones de RubioHidalgo. Pasado algún tiempo, el mismoagente que la había detenido la avisó deque Constancia de la Mora y el propioRubio Hidalgo habían decididoprescindir de ella y de Barea, contra losque existían «muchas quejas y muchas

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denuncias», y poner en su lugar a unamujer recomendada por María TeresaLeón, una tal Rosario. Para entonces,Constancia se había apoderado ya delcontrol de la oficina de Valencia ymaniobraba para librarse de loscolaboradores que no eran de su agrado,empezando por Rubio Hidalgo. A Bareay su compañera les aconsejó que setomaran unas largas y merecidasvacaciones, y él en un primer momentono receló de la sinceridad de la oferta.Sólo fue consciente de sus verdaderasintenciones cuando recibió una carta enla que se le comunicaba que esasvacaciones se habían convertido en un

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«permiso ilimitado». Ocurría esto enseptiembre de 1937, y algún tiempodespués, en un texto del 12 de julio de1940 recogido en Palabras recobradas,afirmaría que su cese había sido«consecuencia de la lucha sorda quesostenía contra la burocracia deValencia, a mi juicio fascistoide bajocapa revolucionaria». Barea no tardó enpresentarse en Madrid y ponerse a lasórdenes del general Miaja, y hasta elmes de noviembre trabajó en lasemisiones radiofónicas para AméricaLatina, en las que bajo el seudónimo«Una voz de Madrid» daba unas charlasde carácter literario y propagandístico.

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En torno a Barea, sin embargo, «seestaba cerrando una tupida red», y todoeran denuncias y sospechas contra él ycontra su compañera: ésta, o era «unatrotskista y por lo tanto una espía, ohabía cometido actos imprudentes, perode todas maneras se la arrestaría de unmomento a otro». Pese a las constantespresiones, se resistieron a dejar Madridhasta el día en que dos agentes depolicía se presentaron para registrar suhabitación. No se llevaron gran cosa: lapistola, la licencia de armas, losmanuscritos, las cartas, las fotografíasy… el ejemplar de El paralelo 42 queDos Passos les había regalado en su

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visita a la oficina. En La llama, Bareadice que se lo llevaron «porque estabadedicado a nosotros por el autor y DosPassos se había declarado a favor de losanarquistas y del POUM catalanes». Eseejemplar fue la principal prueba queencontraron para acusarles de simpatíaspor el trotskismo, y lo curioso es que elepisodio llegó a oídos de Dos Passosantes de que el propio Barea lo relataraen su libro. En su carta de julio de 1939a Dwight Macdonald, Dos Passos ledice que acaba de enterarse de lasdificultades de Barea para escapar deEspaña y añade: «Cuando los agentesdel Partido Comunista asaltaron su

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habitación, encontraron algún volumende [la editorial] Taschen que le habíadedicado y se lo llevaron como pruebade trotskismo (o de lo que se le acusara,fuera lo que fuese). En cualquier otrocontexto, sería verdaderamentecómico». Lo mismo debió de pensarBarea, quien, según dejó escrito, «nosentía simpatía ni por el POUM ni porsu persecución». Su frágil equilibrionervioso volvió a resquebrajarse, yMiaja le concedió un permiso especialpara que viajara a Alicante arecuperarse. Ilsa y él permanecieron unmes en la playa de San Juan, dondeestuvieron bajo control de agentes del

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SIM, y de allí se trasladaron aBarcelona. No sin dificultadesobtuvieron un permiso para salir deEspaña y, la noche del 22 de febrero de1938, cinco minutos antes de que elpermiso expirara, cruzaron la frontera enun coche cedido por la embajadabritánica.

Todavía está por hacerse el recuentode las detenciones de supuestostrotskistas tras la llegada de Negrín a lapresidencia del gobierno, y únicamentedisponemos de testimonios inconcretoscomo el de la mujer de Orwell, quehabía oído decir que en los primerosdías de la represión se había detenido

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«a unos cuatrocientos sólo enBarcelona». Pero parece evidente quetal estimación se quedó corta, y elpropio Orwell rectifica a renglónseguido para decir que «tiempo despuésse me ocurrió que incluso entoncesdebieron de ser muchos más» y que lasdetenciones prosiguieron durante mesesy «se contaron por miles». Tampoco seha establecido la cifra de los asesinatosy, aunque la mayoría de las víctimaseran anónimos poumistas españoles,trascendieron sobre todo los nombres dealgunos ilustres antifascistasextranjeros: el checo Erwin Wolff, elruso Marc Rhein, el británico Bob

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Smilie, el austríaco Kurt Landau. Susnombres, unidos por supuesto al de Nin,sirvieron para que una serie deintelectuales extranjeros de izquierdaspusiera en marcha una campaña queexigía para los dirigentes del POUM unproceso judicial con plenas garantíaslegales, campaña a la que no se adhirióninguna de las principales figuras de laintelectualidad republicana.

Conviene aquí recordar lasdificultades que Orwell encontró parapublicar Homenaje a Cataluña, que sueditor habitual, Victor Gollanz, rechazósin llegar siquiera a leer y que obtuvouna áspera acogida en los medios

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izquierdistas: para el crítico del NewStatesman, por ejemplo, «su apetito porla verdad lisa y llana era “perverso”».La nula repercusión del libro, del quehasta finales de la década de loscuarenta sólo se vendieron unoscentenares de ejemplares, habla a lasclaras de la soledad de Orwell en ladefensa de una visión antitotalitaria enel seno de la izquierda. En La victoriade Orwell, Christopher Hitchens haescrito que, para la izquierda oficial, elautor británico cometió el pecadodefinitivo de «dar municiones alenemigo». Sin duda, una acusaciónsimilar amenazaba (y atenazaba) a los

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intelectuales españoles, sobre todo enunas fechas como aquéllas, mediados de1937, en las que la consigna dominanteera la de «primero ganar la guerra».

Que la represión de los poumistas nofuera aún más encarnizada y sangrientase debió a que, en los momentos másduros, muchos sindicalistas de la CNTles auxiliaron y dieron cobijo. No fueronlos únicos: Wilebaldo Solano[131]

recuerda que, «incluso en la época de laclandestinidad, había militantes delPSUC que nos informaban de lo que senos venía encima, que nos alertaban».Así pues, la incendiaria propaganda deaquellos días, que animaba directamente

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a la delación, no siempre lograba susobjetivos, si bien es cierto que sumensaje principal, repetido hasta elhartazgo en titulares de periódicos,pintadas callejeras y carteles querecorrían Barcelona pegados a losautobuses, consiguió movilizar a buenaparte de la militancia comunista. Lacensura, de la que estaban exentas laspublicaciones del PSUC, se encargabapor otro lado de redondear el trabajo,acallando con diligencia las vocesdiscrepantes. Ante tal panorama deintoxicación informativa, fueronnumerosos los antifascistas honestos queaplaudieron la represión, si no

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contribuyeron a ella: ¿cómo no aceptarla tesis oficial y justificar los procesos yencarcelamientos de los traidorestrotskistas que se habían sublevado en laretaguardia para ayudar a Franco? ¿Ypor qué las denuncias que llegaban delextranjero tenían que merecer másverosimilitud que los reiteradosmensajes de una propagandaomnipresente y escasamente contestada?

Hace falta un esfuerzo mayor deimaginación para tratar de entender losmotivos que llevaron a ciertos políticose intelectuales revolucionarios,conocedores de la verdadera naturalezadel POUM, a colaborar en su

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aniquilación. Para ello habría querecomponer la imagen que de la UniónSoviética se había extendido en susveinte años de existencia. La URSShabía nacido como la patria delsocialismo y del proletariado, el país enel que se estaba forjando un mundonuevo poblado por hombres nuevos ygestando una civilización sinprecedentes. En esa civilización, encontraste con las sociedadescapitalistas, todos los males estaríanresueltos, y quienes visitaban la URSStenían la sensación de estar participandoen una inmensa epopeya colectiva yviviendo una utopía liberadora

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radicalmente novedosa. El caráctercientífico del marxismo, avalado por laexperiencia de la revolución del 17,garantizaba la victoria futura de larevolución mundial, a la que todocomunista deseaba contribuir. DelAndreu Nin de 1925 escribió Pla consocarronería que, «cuando hablaba de lasociedad futura, se ponía un pocopesado». Quienes mataron a Nin lohicieron precisamente en nombre de esasociedad futura, en nombre de esarevolución internacional que tan cercanase intuía tras el «inevitable» triunfo delcomunismo en España. Pero no sólo ennombre de eso: también en nombre del

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antifascismo. Desde el ascenso de Hitleral poder, la URSS se había erigido enprincipal potencia antifascista, y susolitario apoyo a la República españolala elevaba a la categoría de mito.

Lo más terrible de esta historia esque las víctimas y los verdugos de laEspaña del 37 compartían lo esencial: lafe marxista en el futuro y la urgencia porcombatir el fascismo. Pero para losverdugos eso era irrelevante al lado dela auténtica cuestión: la aceptación o node la ortodoxia, la sumisión o no aldogma según el cual era verdaderoaquello que servía a los intereses de laURSS (y, por tanto, de Stalin) y falso lo

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que los perjudicaba. Admitir esteprincipio constituía el primer paso paratodo lo demás: para justificar lasdeficiencias en la construcción delsocialismo, para tolerar la persecuciónde las desviaciones, para consentir loscrímenes.

François Furet escribió en Elpasado de una ilusión: «Quien critica aStalin está a favor de Hitler. El geniodel georgiano consiste en haber hechocaer a tantos hombres razonables en esatrampa, tan simple como aterradora». Enla España de 1937 fueron numerosos loshombres razonables que cayeron en latrampa.

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SPENDER, Stephen: Un mundodentro del mundo. Traducción

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de Ana Poljak. Muchnik.Barcelona, 1993.

STEPANOV, Stoyan Minev: Lascausas de la derrota de laRepública española. Edicióny traducción de Ángel L.Encinas Moral. Miraguano.Madrid, 2003.

TODD, Olivier: André Malraux.Una vida. Traducción deEncarna Castejón. Tusquets.Barcelona, 2002.

TRAPIELLO, Andrés: Las armas ylas letras. Literatura yGuerra Civil (1936-1939).Península. Barcelona, 2002.

VAILL, Amanda: Everybody Was

Page 680: Enterrar a los muertos   ignacio martinez de pison

So Young. Gerald and SaraMurphy: A Lost GenerationLove Story. Broadway Books.Nueva York, 1999.

WILSON, Edmund: Letters onLiteratura and Politics.19121972. Edición de ElenaWilson. Prólogo de DanielAaron. Prefacio de Leon Edel.Farrar, Straus & Giroux.Nueva York, 1977.

—: The Thirties. Edición de LeonEdel. Farrar, Straus & Giroux.Nueva York, 1980.

ZUGAZAGOITIA, Julián: Guerra yvicisitudes de los españoles.Tusquets. Barcelona, 2001

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OTROS DOCUMENTOS:

José Robles Pazos Collection[«JRPC»], colección de cartasy documentos custodiados porla Biblioteca Milton S.Eisenhower de la UniversidadJohns Hopkins (Baltimore).

The Papers of John Dos Passos[«PJDP»], depositados en laBiblioteca Alderman de laUniversidad de Virginia.

Colección de cartas de John Dos

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Passos a José Robles,propiedad de la familia OrtizRobles [«OR»].

Procedimiento sumarísimo deurgencia n.º 620/38(Francisco Robles Villegas)del Juzgado Togado MilitarTerritorial n.º 32 (Zaragoza).

Hoja de servicios del generalRamón Robles Pazos(Archivo General Militar,Segovia).

Instancias manuscritas de JoséRobles Pazos depositadas enel Archivo de la Residenciade Estudiantes (Madrid).

Declaraciones del archivo de la

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Causa General (ArchivoHistórico Nacional, Madrid).

Colección de periódicos de laguerra civil del Centre d’Estudis HistòricsInternacionals (Barcelona).

Colección de periódicos de laHemeroteca Municipal deMadrid y la Biblioteca deCatalunya.

KURZKE, Jan y MANGAN, Kate:The Good Comrade(memorias inéditas).

AZCÁRATE, Luis: memoriasinéditas.

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NOTA DELAUTOR

Quiero dedicar este libro a MiggieRobles, sin cuya generosa colaboraciónhabría sido distinto y, por supuesto,peor.

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También a José Luis Melero y FélixRomeo, mis interlocutores habitualessiempre pero muy especialmente duranteel tiempo que he tardado en escribirlo.

Hay otras personas e institucionesque facilitaron mi labor dedocumentación. Confío en no dejarmeningún nombre: Francisco Agramunt,Cristina Allott, Asunción Almuiña,Archivo General de la Guerra CivilEspañola (Salamanca), Archivo GeneralMilitar (Segovia), Luis Azcárate, MaríaJosé Belló, Biblioteca Alderman de laUniversidad de Virginia, Biblioteca deCatalunya, Biblioteca Milton S.Eisenhower de la Universidad Johns

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Hopkins (Baltimore), Juan ManuelBonet, Causa General (ArchivoHistórico Nacional, Madrid), RicardoCayuela, Centre d’Estudis HistòricsInternacionals (Barcelona), CarlosGarcía-Alix, Fernando García-Mercadal, Fundación Andreu Nin,Hemeroteca Municipal de Madrid,Juzgado Togado Militar n.º 32(Zaragoza), Charlotte Kurzke, EstherLópez Sobrado, Mónica Martín, AnneMcLean, Antoni Munné, Mauricio Ortiz,Mario Ortiz Robles, Javier Rodrigo,Germán Sánchez, Antonio PérezLasheras, Residencia de Estudiantes,Andrés Trapiello y Juan Villoro. A

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todos ellos, muchas gracias.La caricatura de Álvarez del Vayo y

la foto de Dos Passos con Liston Oakson, respectivamente, obra de Maside yAgustí Centelles. Las viñetas de JoséRobles están extraídas de su libroTertulias españolas , a excepción de laque ilustró su reseña de ManhattanTransfer para La Gaceta Literaria. Eltítulo del cuadro de Carlos García-Alixes Los invisibles (María Cristina Bar).

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IGNACIO MARTINEZ DE PISON(Zaragoza, 1960 ). Escritor y guionistaespañol nacido en Zaragoza en 1960.Licenciado en Filología Hispánica porla Universidad de Zaragoza y enFilología Italiana por la Universidad deBarcelona.

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Además de cultivar el relato y la novela,ha escrito guiones cinematográficos, yvarias de sus obras de narrativa han sidoadaptadas al cine. También ha hechoadaptaciones al teatro de sus obras (Elfilo de unos ojos). Una de sus novelasmás populares, Enterrar a los muertos,recrea un hecho real acaecido en laGuerra Civil, narrando las pesquisas delescritor estadounidense John Dos Passostras la muerte a cargo de la inteligenciasoviética de su traductor y amigo JoséRobles Pazos. Otra de sus novelas,Carreteras secundarias, ha sidoadaptada al cine tanto en España, porEmilio Martínez Lázaro, como en

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Francia, por Manuel Poirier.

Martínez de Pisón firmó el guión de lapelícula Las trece rosas, tambiéndirigida por Martínez Lázaro. Las trecerosas está ambientada en el períodoinmediatamente posterior a la GuerraCivil, narrando el proceso judicial yposterior ejecución de un grupo dechicas acusadas de pertenecer a lasJuventudes Socialistas Unificadas(formación fundada por SantiagoCarrillo unos años antes para unir a lasJuventudes del Partido Comunista y delPartido Socialista) y de haber repartidopropaganda subversiva al régimendirigido por Francisco Franco. Martínez

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de Pisón fue nominado al premio Goyaal Mejor Guión Original por estetrabajo. Ha obtenido el Premio de laCrítica de Narrativa Castellana (2011) yPremio Dulce Chacón de NarrativaEspañola (2006).

Su obra es extensa y consta de lossiguientes libros :La ternura del dragón- 1984 (2011), Alguien te observa ensecreto - 1985 (1994), El filo de unosojos - 1991, Nuevo plano de la ciudadsecreta - 1992, El fin de los buenostiempos - 1994 (2003), Los hermanosBravo - 1996 (2001), Carreterassecundarias - 1996 (2005) (2011Ebook), Antofagasta - 1996 (1998),

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Una guerra africana - 1998, Foto defamilia - 1998, El viaje americano -1998 (2003), María Bonita - 2001(2004), La máscara africana - 2001, Eltiempo de las mujeres - 2003 (2006),Enterrar a los muertos - 2005 (2006),Las palabras justas - 2007, Dientes deleche - 2007 (2009), Partes de guerra -2009, Aeropuerto de Funchal - 2009, Eldía de mañana - 2011.

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NOTAS

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[1] Una traducción parcial de The Themeis Freedom que incluye el texto sobre elcaso Robles aparece en el libro deCarlos Rojas Por qué perdimos laguerra. La carta de Dos Passos aRobles, del 17 de febrero de 1917,forma parte de la colección de la familiaOrtiz Robles (a partir de ahora, «OR»).<<

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[2] Las instancias manuscritas de JoséRobles dirigidas a la Junta para laAmpliación de Estudios se conservan enel Archivo de la Residencia deEstudiantes (Madrid). <<

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[3] Las cartas del 8 de octubre y 20 dejunio de 1920 de Dos Passos a Robles,en «OR». <<

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[4] Carta del 3 de febrero de 1926 deRobles a Dos Passos, en «The Papers ofJohn Dos Passos», Biblioteca Aldermande la Universidad de Virginia (a partirde ahora, «PJDP»). También en «PJDP»las cartas que aluden a Unamuno, Valle-Inclán, Borges (23 de febrero de 1924) ylos hermanos Álvarez Quintero. <<

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[5] José Robles agregó a Babbitt ununamuniano prólogo en el que, paraaveriguar algo sobre el autor de la obra,simulaba entrevistar a su protagonista.<<

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[6] Francisco Ayala: Recuerdos yolvidos. En este libro aparece una fotode grupo en la que, pese a lo que seasegura en el texto, no está José Robles.<<

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[7] José Robles: Tertulias españolas. <<

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[8] Sobre la verdadera autoría delprólogo de El problema religioso enMéjico, ver apéndice. <<

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[9] Edmund Wilson: Letters onLiterature and Politics. 1912-1972 yThe Thirties. Jeffrey Meyers: EdmundWilson. A Biography. <<

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[10] Carta del 26 de diciembre de 1934de Dos Passos a Robles, en «OR».<<

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[11] En el curso de mis investigacionestuve ocasión de entrevistar a dosintérpretes de los consejeros militaressoviéticos, Clara Rosen y Lydia Kúper,quienes (debido seguramente a susdestinos en el frente) no habían oídohablar de lo ocurrido a José Robles.Sobre Lydia Kúper y otros intérpretespubliqué en el suplemento Culturas delperiódico La Vanguardia el artículo «Elperiplo de Lydia Kúper». <<

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[12] Carta del 20 de octubre de 1936 deRobles a Lancaster en la «José RoblesPazos Collection», Biblioteca Milton S.Eisenhower de la Universidad JohnsHopkins de Baltimore (a partir de ahora,«JRPC»). <<

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[13] Los documentos desclasificadosestán incluidos en el libro de RonaldRadosh, Mary R. Habeck y GrigorySevostianov (editores): Españatraicionada. Stalin y la guerra civil. <<

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[14] Julián Zugazagoitia: Guerra yvicisitudes de los españoles. <<

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[15] Max Aub: Campo abierto. EstebanSalazar Chapela: En aquella Valencia .La referencia a la amistad de Robles conMatthews aparece en un documentoanónimo encontrado entre laspertenencias familiares por CristinaAllott, sobrina nieta de Robles. <<

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[16] Eugenio F. Granell: «Los silenciosde Alberti», en Ensayos, encuentros einvenciones. Benjamín Prado: A lasombra del ángel. 13 años con Alberti.<<

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[17] La respuesta del 28 de enero de1937 del Departamento de Estado, en«JRPC». <<

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[18] Cartas de Coco Robles (6 de enerode 1937) y Coindreau (11 de febrero de1937), en «JRPC». <<

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[19] Townsend Ludington: John DosPassos. A Twentieth-Century Odissey.John Dos Passos: The FourteenthChronicle. Letters and Diaries of JohnDos Passos (edición de TownsendLudington). Cartas del 13 de noviembrey 4 de diciembre de 1916 de Dos Passosa Rumsey Marvin, en The FourteenthChronicle. <<

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[20] Carta sin fecha, en «OR». Carta del20 de septiembre de 1919 de DosPassos a Rumsey Marvin, en TheFourteenth Chronicle. <<

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[21] Carta del 8 de diciembre de 1919 deDos Passos a Stewart Mitchell, en TheFourteenth Chronicle. Carta de enerode 1920 de Dos Passos a Thomas P.Cope, en The Fourteenth Chronicle. <<

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[22] Carta sin fecha, en «OR». <<

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[23] Carta sin fecha, en «OR». <<

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[24] El manuscrito de la traducción, confecha 3 de febrero de 1921, en «PJDP».Catalina Montes: La visión de Españaen la obra de John Dos Passos. <<

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[25] John Dos Passos: «El visado ruso»,en En todos los países. <<

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[26] Carta del 25 de mayo de 1933 deDos Passos a Hemingway, en TheFourteenth Chronicle. <<

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[27] Carta de Edmund Wilson del 26 denoviembre de 1966, en Letters onLiterature and Politics. Lareconstrucción de este viaje está hecha apartir de Años inolvidables y «Larepública de los hombres honrados» (enEn todos los países). <<

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[28] Casas Viejas era una aldea delmunicipio de Medina Sidonia, en laprovincia de Cádiz. La propiedad de sustierras, muchas de las cualespermanecían sin cultivar, estabaconcentrada en muy pocas manos, y sushabitantes confiaban en la tantas vecesprometida reforma agraria como únicasolución a un hambre y una miseriaseculares. El 10 de enero de 1933tuvieron noticia de que en España sehabía declarado el comunismolibertario, y el hombre que, segúnSender, detentaba la autoridad en elseno del sindicato anarquista local, un

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septuagenario apodado Seisdedos, creyóllegado el momento de adueñarse de losmunicipios y repartir la tierra. Susinformaciones eran erróneas, pero ellosno lo supieron hasta algo más tarde, ypara entonces ya habían comunicado susintenciones a la guarnición de laGuardia Civil. Ésta declaró que moriríaantes que rendirse. Hubo un intercambiode disparos, y resultaron heridos dosguardias civiles, que fallecerían al cabode poco tiempo. Cuando Seisdedos supoque la rebelión estaba condenada alfracaso, cinco hombres, dos mujeres ysu pequeño nieto se encerraron con él enuna choza. Los guardias no tardaron en

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recibir refuerzos. De madrugada, uncapitán de la Guardia de Asalto tomó elmando de la plaza, y los doscientoshombres de su compañía rodearon lachoza. El asedio tardaba en dar fruto, yel delegado del gobierno dio la orden dearrasar la choza. Los guardias leprendieron fuego. Antes de que cayera eltecho, una de las mujeres y el niñosalieron corriendo. Luego lo intentaronla otra mujer y un hombre, pero fueronbarridos por las descargas de fusilería.No tardó en extenderse por la localidaduna encarnizada represión, y varioshombres que no habían tenido relaciónalguna con los hechos fueron detenidos y

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directamente fusilados. Sus cadáveresfueron arrojados a las llamas junto a losde los cercados. En total, aunque lascifras de Sender y Dos Passos nocoinciden, los guardias habían matado aveintidós personas. <<

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[29] Amanda Vaill: Everybody Was SoYoung. Gerald and Sara Murphy. <<

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[30] Una copia de la petition, dirigida aNiceto Alcalá-Zamora, ha sidoencontrada por el hijo del artista, PaulQuintanilla, en los archivos de la galeríaPierre Matisse. Carta del 13 denoviembre de 1934 de Dos Passos aMalcolm Cowley, en The FourteenthChronicle. Carta de 26 de diciembre de1934 de Dos Passos a Robles, en «OR».Alusión a Lerroux en carta del 24 denoviembre de 1934 a Cowley, en TheFourteenth Chronicle. <<

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[31] Carta del 5 de febrero de 1935 deDos Passos a Wilson, en TheFourteenth Chronicle. Carta del 30 demayo de 1935 de Quintanilla a DosPassos, en «PJDP». <<

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[32] Virginia Spencer Carr: Dos Passos.A Life. También el nombre de MaryMcCarthy, que poco después se casaríacon Edmund Wilson, figuraba sin suconsentimiento entre los de losmiembros del comité. <<

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[33] La mayoría de los escritos sobre laguerra civil incluidos en JourneysBetween Wars componen el volumentitulado La guerra civil española. <<

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[34] Carlo Tresca aparece en Century’sEbb como Ugo Salvatore. <<

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[35] La cita de Salazar Chapela, en el yacitado En aquella Valencia. <<

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[36] Todas las citas de Arturo Barea,salvo indicación en contra, proceden deLa forja de un rebelde. Constancia de laMora: Doble esplendor. <<

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[37] La referencia de Dos Passos al sabery la sensibilidad de Robles, procedented e The Theme ís Freedom, estáreproducida en el libro de Carlos RojasPor qué perdimos la guerra. <<

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[38] Carta del 28 de marzo de 1937 deCoindreau a Lancaster, en «JRPC». <<

Al día siguiente acudió… Álvarezdel Vayo (al que Rafael Cansinos-Assens, en La novela de un literato,describe como un revolucionario frívoloy sibarita, amigo «de la buena cerveza,el buen marisco y las buenas hembras»,ataviado siempre con una «eleganciaalgo chillona») era asiduo a algunas delas principales tertulias madrileñas.Entre ellas estaba la de La Granja delHenar, donde muy probablemente debióde coincidir con Dos Passos.

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[39] La mayor experta en la vida y laobra de Quintanilla, la profesora EstherLópez Sobrado, ha demostrado queQuintanilla se encontraba en España enel mes de abril: muy poco después, eluno de mayo, se produjo la rendición deuna compañía de la Guardia Civil que sehabía hecho fuerte en el monasterio deSanta María de la Cabeza,acontecimiento del que el pintor fuetestigo y que le inspiró una serie dedibujos. En Century’s Ebb Quintanillaaparece como Alfredo Posada, unpianista que ha vivido en París y que enese momento colabora con el ministro,

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fácilmente reconocible en la figura deJuan Hernández del Río. <<

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[40] El famoso periodista francés podríaser Antoine de Saint-Exupéry, que poresas mismas fechas viajó a Madrid.Algunos han dicho que se trataba deAndré Malraux, pero la cronologíaestablecida por Olivier Todd en subiografía del escritor (André Malraux.Una vida) permite descartarlo. Vertambién Malraux en España de PaulNothomb. <<

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[41] Paul Quintanilla: Waiting at theShore. <<

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[42] Arthur Koestler: Autobiografía. <<

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[43] Arturo Barea: Palabras recobradas.Textos inéditos. <<

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[44] En Century’s Ebb Hemingwayaparece como George Elbert Warner. <<

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[45] La carta de 12 de mayo de 1934 conla alusión de Dos Passos a Alberti, en«OR». <<

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[46] Josephine Herbst: The StarchedBlue Sky of Spain and Other Memoirs.Ernest Hemingway: La guerra deEspaña. <<

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[47] Elinor Langer: Josephine Herbst. <<

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[48] Elinor Langer: «The SecretDrawer». <<

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[49] Carta del verano de 1939 de DosPassos a Herbst, en The FourteenthChronicle. Carta de Julio de 1939 alNew Republic, en The FourteenthChronicle. <<

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[50] Las palabras de Hemingway, citadaspor Stanley Weintraub en su prólogo aLa guerra civil española de John DosPassos. Carta de julio de 1939 de DosPassos a Dwight Macdonald, en TheFourteenth Chronicle. <<

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[51] Stanley G. Payne: Unión Soviética,comunismo y revolución en España. <<

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[52] Carta del 5 de noviembre de 1937 deDos Passos a Lancaster, en «JRPC».Carta del 24 de julio de 1937 deMárgara a Lancaster, en «JRPC». <<

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[53] Hoja de servicios del general RamónRobles Pazos, en Archivo GeneralMilitar (Segovia). <<

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[54] La referencia de Koch a Joris Ivens,en el ya citado El fin de la inocencia <<

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[55] Las palabras de Ayala, en el yacitado Recuerdos y olvidos. <<

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[56] El informe de Gorev, en el libro deRadosh, Habeck y Sevostianov. StanleyWeintraub, en el prólogo a La guerracivil española de Dos Passos. <<

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[57] Trapiello es autor de Las armas ylas letras, la ya clásica monografíasobre el tema de la guerra civil y laliteratura. <<

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[58] La Causa General está depositada enel Archivo Histórico Nacional(Madrid). Con el título Causa General.La dominación roja en España sepublicó un volumen con parte de lainformación instruida por el ministeriopúblico. <<

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[59] Francisco Agramunt: «La memoriaoscura de las checas». <<

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[60] Más adelante, tras dirigir larepresión del POUM en Barcelona, seunirá a Justin, Cobo y Vázquez el mancoEusebio Rodríguez Salas, cuya crueldad,de acuerdo con Sandoval, sólo eracomparable a la del propio Apellániz:«Individuo que caía en sus manos erahombre muerto o salía lisiado de susmanos». <<

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[61] John Costello y Oleg Tsarev: DeadlyIllusions. <<

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[62] Algún funcionario de la CausaGeneral intentó, de forma bastanteaventurada, identificar a este Leo con elembajador Rosenberg. En cuanto aMuller, según Germán Sánchez («Elmisterio Grigulevich»), habríacolaborado estrechamente con YosifGrigulevich en diferentes «actividadesirregulares». <<

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[63] Paulina Abramson asegura enMosaico roto que Berzin «recibió deuñas» a Orlov. <<

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[64] Stalin mandó fusilar a muchos de losmilitares soviéticos que lucharon por laRepública, entre ellos a Grigorii Shtern,Manfred Stern (el general Kleber),Yakov Smushkevich (el generalDouglas), Butyrski, Pumpur, Ptukhin,Rychagov… <<

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[65] En abril de 1937, julio Álvarez delVayo tenía cuarenta y siete años ycompatibilizaba sus responsabilidadesal frente del Ministerio de Estado con ladirección del Comisariado General deGuerra. Mijail Koltsov, al que le uníauna amistad que venía de antiguo, lodescribió entonces como un hombre«desgarbado, con su mono caqui,inclinando su cabeza grande deintelectual, con las gafas caladas». Lasuya era la biografía de un cosmopolita.Estudiante primero en Londres yLeipzig, más tarde traductor en losEstados Unidos y corresponsal del

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diario El Sol en Ginebra, en la décadade los veinte había hecho varios viajes aRusia, fruto de los cuales fueron treslibros en los que cantaba los logros dela revolución. Con el advenimiento de laRepública, el radical Alejandro Lerrouxentró en el gobierno provisional parahacerse cargo del Ministerio de Estadoy repartió algunas de las principalesembajadas entre figuras de laintelectualidad: Ramón Pérez de Ayala,Salvador de Madariaga, GabrielAlomar. A Álvarez del Vayo lecorrespondió la de México. Segúncuenta él mismo en La guerra empezóen España, en 1933 fue designado para

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la embajada en Moscú pero, cuando sehallaba camino de Rusia, se enteró de lacaída del gobierno y presentó ladimisión. Afiliado al partido socialista yafín al sector liderado por LargoCaballero, ocupó escaño de diputado enlas legislaturas del 33 y el 36. Tras lainsurrección de Asturias de octubre de1934 dirigió el Comité Nacional deAyuda a las Víctimas, que había sidocreado por el Comintern: para entonces,según dice Payne en Unión Soviética,comunismo y revolución en España,Álvarez del Vayo era ya considerado un«comunista encubierto». De la rebeliónmilitar se enteró por la Gazette de

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Biarritz mientras veraneaba con sufamilia en una playa francesa cercana ala frontera. No sin dificultades logróllegar a Madrid, y el 5 de septiembreLargo Caballero lo incorporó a sugobierno. Era, de hecho, uno de sushombres de confianza, y LargoCaballero se sintió traicionado cuandoél se adhirió a la reprobación delgeneral Asensio propuesta por losministros comunistas, cuyo partido habíaorganizado una campaña paradesacreditarle y le calificaba de «elgeneral de las derrotas». En el libromencionado, Álvarez del Vayo se limitaa decir que Largo Caballero «se resintió

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profundamente de que yo tomara porprimera vez una posición diferente de lasuya; y desde ese día, con gran pesar pormi parte, dejé de ser el ministro conquien tenía mayor confianza». Suafinidad con los comunistas se había yamanifestado en el Comisariado Generalde Guerra con el nombramiento de unaamplia mayoría de comisarios políticosprocedentes del PCE, lo que en lapráctica entregaba a éste el control delejército. En su Diario de la guerraespañola Koltsov cita con frecuencia aÁlvarez del Vayo. Se vieron al poco dellegar el enviado especial de Pravda aMadrid, cuando Álvarez del Vayo le

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visitó en su hotel, el Florida, y seguiríanviéndose con asiduidad hasta que, ennoviembre de 1937, Koltsov regresó aMoscú. Durante el mes de octubre del36 su relación fue particularmenteestrecha. A las seis de la tarde, elComisario General se reunía en uno delos despachos del Ministerio de laGuerra con sus cinco subcomisarios, doscolaboradores más y el propio Koltsov.La participación de éste en esasreuniones desborda las atribucionespropias de un simple corresponsal, yabona las hipótesis más generalizadassobre las verdaderas lealtades políticasde Álvarez del Vayo. Los elogios que le

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dedican Koltsov en su Diario y AndréMarty en sus informes confidencialesayudan a explicar la opinión que teníande él socialistas como Indalecio Prieto,para quien Álvarez del Vayo era unhombre «servil» hacia la URSS, mero«peón de la diplomacia soviética».Fuera por convicción o porpusilanimidad, lo cierto es que losenviados soviéticos encontraron en él aun colaborador inestimable, o acaso a unpelele que no tuvieron dificultades enmanejar. El grado de colaboración que,según Payne, existía entre Álvarez delVayo y Alexander Orlov era tal que losagentes de la NKVD estaban autorizados

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a acceder libremente a lascomunicaciones del ministerio,incluidos los criptogramas que enviabany recibían las legaciones extranjeras enEspaña. Obediente a las consignas delComintern, Álvarez del Vayo era, porotra parte, el más destacado de lospolíticos del PSOE que se habíanmanifestado a favor de la unificaciónentre comunistas y socialistas,unificación que para éstos se presentabacomo una simple absorción por parte deaquéllos. En el verano del 37 asistiría aun pleno del Comité Central del PCE: suentrada fue acogida con ovaciones, yDolores Ibárruri le hizo objeto de los

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más encendidos elogios. Entonces hacíados meses que había dejado de serministro, y Koltsov recoge las burlasque Largo Caballero hacía sobre supersona: «Pobre Del Vayo, no le handado ninguna recompensa por habermeabandonado». Volvería a dirigir unministerio en la primavera del añosiguiente. Los consejos de ministrospresididos por Largo Caballero siemprele habían parecido innecesariamentelargos. Para su desgracia, también en laetapa de Negrín se prolongabandemasiado y, frente al «excesivo interésen examinar cada caso» que demostrabael ministro Irujo, comprendía el disgusto

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del presidente «al perder tres o cuatrohoras en la discusión de una sentenciade muerte». <<

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[66] Para conocer la historia de KateMangan, ver capítulo 7. <<

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[67] La carta del 8 de junio de 1937 deOrwell a Connolly, en Orwell enEspaña. La cita de Trotski aparece en elescrito del 29 de agosto de 1937 titulado«Estalinismo y bolchevismo. Sobre lasraíces históricas y teóricas de la IVInternacional» (incluido en el CDEscritos de Leon Trotsky, Centro deEstudios, Investigaciones yPublicaciones Leon Trotsky, BuenosAires, 2001). <<

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[68] Cartas de Dos Passos a Lancaster, en«JRPC». Carta de julio de 1939 de DosPassos a Dwight Macdonald, en TheFourteenth Chronicle. <<

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[69] La fugaz visita de Marcelino Pascuaa Márgara está documentada en unacarta del 27 de mayo de 1937 delembajador a Dos Passos, en «PJDP».Carta del 28 de mayo de 1937 deCoindreau a Lancaster, en «JRPC». <<

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[70] La reconstrucción del encuentro enla estación, basada en un fragmento de Century’s Ebb, está tomada de labiografía de Dos Passos por TownsendLudington. <<

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[71] Un extracto de «Farewell toEurope!», en John Dos Passos deTownsend Ludington. <<

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[72] La carta del otoño de 1937 de DosPassos a John Howard Lawson, en TheFourteenth Chronicle. Las citas delartículo, tomadas de John Dos Passos deTownsend Ludington. <<

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[73] Referencias a Hemingway, encapítulo «Chosen Country» de TheFourteenth Chronicle. <<

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[74] Episodio citado por StanleyWeintraub en el prólogo a La guerracivil española y por TownsendLudington en John Dos Passos. <<

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[75] La carta del 26 de marzo de 1938 deHemingway a Dos Passos, en DosPassos de Virginia Spencer Carr. <<

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[76] Existe una traducción del artículo enL a guerra de España con el título«Rememoración de una patraña». <<

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[77] Para la identificación de lospersonajes, ver Mosaico roto de lasAbramson. Para la del personaje deMaría, ver Hemingway de FernandaPivano. Para otros detalles de la vida deHemingway he empleado los libros deMichael Reynolds Hemingway. The1930s y Hemingway. The Final Years yel de Eric Nepomuceno Hemingway:Madrid no era una fiesta. <<

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[78] Las reacciones de los antiguosbrigadistas, en el prólogo de StanleyWeintraub a La guerra de España deHemingway. <<

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[79] Las reacciones de los antiguosbrigadistas, en el prólogo de StanleyWeintraub a La guerra de España deHemingway. <<

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[80] La carta del verano de 1939 de DosPassos a Farrell, en The FourteenthChronicle. <<

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[81] La carta de julio de 1939 de DosPassos al New Republic, en TheFourteenth Chronicle. Entre los autoresque han escrito sobre el caso Robles hayque citar a Manuel Broncano Rodríguez(«José Robles Pazos: primer traductorde John Dos Passos») y Juan José Coy(«El compromiso ético en la literaturanorteamericana»). En un contexto másamplio, la historia de Robles aparecetambién en el interesante artículo deMarcos Rodríguez Espinosa «Rusosblancos, bolcheviques, mencheviques ytrotskistas en la historia de la traducciónen España». Juan Manuel Bonet, por su

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parte, dedicó a Robles una entrada de suya clásico Diccionario de lasvanguardias en España. La carta del 25de enero de 1940 de Wilson a Cowley,e n Letters on Literature and Politics.<<

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[82] Carta de julio de 1939 de DosPassos a Dwight Macdonald, en TheFourteenth Chronicle. <<

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[83] Carta del 16 de julio de 1939 deWilson a Dos Passos, en Letters onLiterature and Politics. Dos Passosbromeaba a menudo sobre el trotskismode Wilson, y en fecha tan tardía como el6 de febrero de 1964 le seguíaatribuyendo una «fama de trotskistadestructor» (carta en The FourteenthChronicle). Carta del 16 de julio de1939 de Ilsa a Dos Passos, citada porTownsend Ludington en John DosPassos. <<

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[84] Carta del 15 de marzo de 1947 deDos Passos al Times, en The FourteenthChronicle. <<

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[85] La declaración del 22 de enero de1953, en The Fourteenth Chronicle. <<

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[86] Carta del 8 de septiembre de 1948de Dos Passos a Sara Murphy y cartadel 23 de junio de 1949 de Dos Passos aHemingway, en The FourteenthChronicle. <<

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[87] Cartas del 19 de julio de 1950 y 14de septiembre de 1952 de Dos Passos aWilson, en The Fourteenth Chronicle.Carta del 14 de noviembre de 1953 deDos Passos a Van Wyck Brooks, en TheFourteenth Chronicle. <<

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[88] Postal de agosto de 1961 de DosPassos a Sara Murphy, en TheFourteenth Chronicle. <<

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[89] Julián Gorkin: La muerte en lasmanos. En «PJDP» se conserva unacarta sin fecha de Quintanilla a DosPassos con un autorretrato y la frase:«Preparado para hacerte el retrato».También en «PJDP», cartas de PepeGiner desde su exilio parisino y deMárgara desde México. Tras elreencuentro con Coco, las de Márgara(la última de las cuales es del 26 dediciembre de 1968) se centran en lasnovedades familiares: viajes, muertes,nacimientos. La carta del 7 de octubrede 1969 a Joseph Blotner en la quealude a Madariaga, en The Fourteenth

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Chronicle. <<

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[90] La visita de Dos Passos a Lisboa seexplica por el hecho de que por entoncesestaba trabajando en la redacción deThe Portugal Story. La necrológica deArriba está reproducida íntegramente enel libro de Héctor Baggio, John DosPassos: Rocinante pierde el camino. <<

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[91] Con respecto al posible destino deCoco en Rusia, en «PJDP» se conservauna carta del 27 de mayo de 1937 deMarcelino Pascua a Dos Passos en laque, enigmáticamente, el embajadorescribió que «resultaría verdaderamentedifícil, casi imposible, pero sobre todo,lo que es más importante, no creo quedebamos hacerlo. Ya se lo explicaréalgún día». <<

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[92] Carta del 13 de mayo de 1937 deSolalinde a Lancaster, en «JRPC». Cartade junio de 1937 de Coindreau aLancaster, en «JRPC». <<

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[93] Pedro Salinas y Jorge Guillén:Correspondencia (1923-1951). Otropoeta que se refirió de forma pocosimpática a Robles fue José MorenoVilla, quien, al poco de llegar a México,fue entrevistado por la revistaUniversidad (septiembre de 1937).Preguntado acerca de Robles, al querecordaban de su estancia veraniega en1932, su respuesta fue: «Robles sevolvió loco al estallar la guerra.Aseguraba que nadie más que su hijohacía los planes para la defensa deMadrid y para continuar la guerra.Cuando yo salí, estaba en la cárcel.

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Ahora dicen que murió; si de muertenatural, no sé». No he encontrado ningúntestimonio que confirme, siquieramínimamente, la acusación. En todocaso, de acuerdo con lo que él mismoescribió en Vida en claro.Autobiografía, Moreno Villa pasó porValencia cuando Robles había sido yaencarcelado y seguramente asesinado,por lo que no pudo tener unconocimiento cercano de losacontecimientos. <<

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[94] Stanley Weintraub, en el prólogo aLa guerra civil española de John DosPassos. <<

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[95] Oak, citado por Héctor Baggio enJohn Dos Passos: Rocinante pierde elcamino. <<

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[96] Kate Mangan dice textualmente queConstancia estuvo «under a temporarypolitical cloud». <<

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[97] Cartas de Márgara a Coindreau,Crooks y Dos Passos, en «JRPC». <<

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[98] Toda la documentación del seguro ylos derechos de Cartilla española, en«JRPC». <<

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[99] La carta del 5 de noviembre de 1937de Nathaniel P. Davis (Departamento deEstado), en «JRPC». <<

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[100] Carta del 20 de julio de 1937 de laContinental American Life InsuranceCompany, en «JRPC». <<

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[101] La información sobre lasactividades de Coco como soldado y susconsecuencias jurídicas y penitenciarias,extraída del procedimiento sumarísimode urgencia n.º 620/38 del JuzgadoTogado Militar Territorial n.º 32(Zaragoza). <<

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[102] La carta de Coco Robles a EstherCrooks, en «JRPC». <<

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[103] David Mitchell: The Spanish CivilWar (Based on Television Series). <<

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[104] Manuel Azcárate: Derrotas yesperanzas. La República, la GuerraCivil y la Resistencia. <<

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[105] Gumersindo de Estella: Fusiladosen Zaragoza. 1936-1939. Tres años deasistencia espiritual a los reos. Vertambién Julián Casanova: La Iglesia deFranco. <<

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[106] Carta del 10 de marzo de 1939 deMárgara a Esther Crooks, en «JRPC».<<

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[107] Carta del 10 de marzo de 1939 deMárgara a Esther Crooks, en «JRPC».<<

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[108] Eric Hobsbawm: Añosinteresantes. Una vida en el siglo XX.<<

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[109] Las memorias de Luis Azcárate, depróxima publicación en Taurus. <<

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[110] Carta del 6 de septiembre de 1939de Coindreau a Lancaster, en «JRPC».<<

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[111] Carta del 24 de agosto de 1939 deMárgara a Lancaster, en «JRPC». <<

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[112] En «PJDP» se conservan variascartas de Márgara a Dos Passos en lasque insiste en pedir ayuda a la embajadanorteamericana para Coco. Carta del 29de agosto de 1940 de AlexanderWeddell a Lancaster, en «JRPC». Cartadel 28 de abril de 1940 de Coco aLancaster, en «JRPC». Carta del 1 demayo de 1940 de Esther Crooks alSubsecretario de Estado SummerWelles, en «JRPC». Las cartas del 5 dejulio de 1940 de Coco a Dos Passosagradeciendo la propuesta de adopcióny de Coco a Márgara manifestando suescepticismo están también en «PJDP».

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[113] Carta del 5 de julio de 1940 deCoco a Márgara, en «PJDP». <<

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[114] Una copia de la petición de indultose conserva entre los papelesencontrados por la sobrina nieta deRobles, Cristina Allott. <<

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[115] Carta del 30 de junio de 1944 deCoco a Dos Passos, en «PJDP». <<

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[116] Carta del 15 de febrero de 1946 deCoco a Dos Passos comentando lalectura de State of the Nation, en«PJDP». Carta del 14 de octubre de1946 de Márgara a Dos Passos, en«PJDP» (hay otras cartas parecidas enlas que Márgara expresa su ansiedadante el reencuentro con Coco). <<

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[117] Mauricio Ortiz: Del cuerpo. <<

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[118] Stoyan Minev Stepanov: Las causasde la derrota de la República española.<<

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[119] Enrique Castro Delgado: Hombresmade in Moscú. Antonio Machado: LaGuerra. Escritos: 1936-39. <<

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[120] Manuel Aznar Soler y Luis MarioSchneider (eds.): II CongresoInternacional de Escritores para laDefensa de la Cultura (1937). <<

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[121] El poema incluye versos como lossiguientes: «Sobre la tierra prístina yeterna del mundo / y en la presenciamisma de Dios / aquí, / vamos a hablaraquí / del NEGOCIO ESPAÑOLREVOLUCIONARIO». Hay ediciónfacsímil de Hora de España (ToposVerlag Ag - Editorial Laia. VaduzLiechtenstein - Barcelona, 1977).Manuel Aznar Soler y otros: Valenciacapital cultural de la República (1936-1937). Antologia de textos idocuments. <<

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[122] Juan Andrade: Recuerdospersonales y Notas sobre la guerracivil. Actuación del POUM. PelaiPagés, en el prólogo a Recuerdospersonales de Juan Andrade. <<

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[123] Incluso julio Álvarez del Vayo y sucuñado Luis Araquistáin colaboraroncon Cenit escribiendo sendos prólogos,el primero para la novela El cemento deFiodor Vasilievich Gladkov, el segundopara dos obras de «teatro de laRevolución» de Romain Rolland. <<

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[124] En realidad, aunque firmado sólopor Panaït Istrati, Rusia al desnudoestaba escrito por éste, Victor Serge yBoris Souvarine. <<

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[125] Durante la guerra, Giménez Silesdirigiría la editorial Nuestro Pueblo y,ya en el exilio mexicano (donde se casócon una hija del filólogo Tomás NavarroTomás, que había sido profesor de DosPassos en el otoño de 1916), pondría enmarcha nuevos proyectos editoriales, asícomo la cadena Librerías de Cristal, ensu momento el mayor complejo librerode Latinoamérica. <<

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[126] La elección de Cenit por elComintern la demuestra un documentoque Daniel Kowalsky descubrió en elArchivo Estatal Ruso de HistoriaSociopolítica y al que alude en LaUnión Soviética y la guerra civilespañola. <<

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[127] Josep Pla: Viatge a Rússia el 1925y Homenots. Segona serie. <<

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[128] Wilebaldo Solano: Vida, obra ymuerte de Andreu Nin. <<

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[129] En Un mundo dentro del mundo, elpoeta Stephen Spender recuerda a unconductor comunista que se jactaba dehaber matado a sangre fría a seismiembros del POUM, y él mismo, tanpoco sospechoso entonces dedesviacionismo ideológico, llegó a seracusado de haberse comunicado con su«enemigo de clase» por haber mantenidouna conversación con un empleado de laembajada británica. En Ensayos yrecuerdos, el crítico literario AntonioSánchez Barbudo narra un episodiosimilar, en el que sintió su «pellejo enpeligro» tras ser detenido por haber

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respondido con altanería a la preguntaimpertinente de un inspector ruso quequería saber qué hacía él «en la luchacontra el trotskismo». En Memorias deEspaña, 1937, la también escritoraElena Garro evoca la tensión queexperimentó cuando fue acusada deespionaje por haber compartido sucajetilla de Lucky Strike con unossoldados («¡Es una espía inglesa! ¡Lahemos visto repartir cigarrillos a lossoldados para sacarles secretosmilitares!»). La entonces jovencísimaElena Garro había viajado a Españaacompañando a su marido, Octavio Paz,invitado para participar en el II

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Congreso de Escritores en Defensa de laCultura. Un día, el poeta mexicano debíaleer su poema «¡No pasarán!», dedicadoa la memoria de Juan Bosch, que habíainiciado a Paz en el marxismo y al quese creía muerto en combate. Estaban enun teatro de Barcelona, y Elena vio enprimera fila a un joven «de piel rojiza,expresión angustiada y tricot muyviejo». Cuando también Paz lo vio, se ledemudó el rostro, y sólo después deunos instantes prosiguió la lectura delpoema sin pronunciar el nombre deBosch, «el camarada muerto en elardiente amanecer del mundo». CuentaElena Garro cómo Bosch les siguió

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luego hasta el Hotel Majestic y, ocultotras unas gruesas cortinas, se las arreglópara decirles que era del POUM y quele andaban cazando: «Han matado atodos mis compañeros…» La zozobra enla que aquel encuentro sumió a OctavioPaz persistió durante el resto de suestancia en España, y años más tarde sereprocharía a sí mismo el no haberalzado la voz contra esa situación. Comorecuerda Guillermo Sheridan («Un no enValencia»), Paz tuvo ocasión de hacerlodurante las sesiones de debate delcongreso. El poeta José Bergamínactuaba en ellas como portavoz de lasdelegaciones española y

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latinoamericana, y en nombre de Paz yde todos los demás condenó en públicotoda disidencia, pese a que habían sidovarios los delegados que se habíanabstenido u opuesto en las reunionesprevias. No habló Paz entonces paracontradecir a ese Bergamín convertidoen «procurador del tribunal delinfierno», y eso fue algo que nuncallegaría a perdonarse: «Contribuimos ala petrificación de la revolución, porcallar». Por su parte, el barcelonésCarles Fontseré, autor de algunoscarteles del POUM y la FAI, cuenta enMemóries d’un cartellista catalá cómola casualidad le salvó de morir fusilado

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después de que André Marty lecondenara a muerte por una falsaacusación de espionaje. El informesobre George y Eileen Orwell para elTribunal Especial de Espionaje y AltaTraición aparece reproducido en ellibro Orwell en España. <<

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[130] No está de más decir que el libro deBarea fue calificado de extraordinariopor el propio George Orwell en elartículo que le dedicó en el Observer enmarzo de 1946. En torno a Barea…Carta de julio de 1939 de Dos Passos aDwight Macdonald, en The FourteenthChronicle. <<

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[131] Wilebaldo Solano y Llibert Ferri:Dialegs a Barcelona. <<