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La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

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Page 1: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

LA PERVIVENCIA DE LA LITERATURA

LATINA Y LA PROSA FILOSÓFICA.

Máster en formación del profesorado

Asignatura: Los clásicos latinos y su pervivencia en la literatura occidental

Docente: María José Muñoz Jiménez

Alumno: Miguel Ángel Quesada López

UCM 2012-2012

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1.- INTRODUCCIÓN

1.1- La literatura en el tiempo.

Exegi monumentum aere perennius

regalique situ pyramidum altius,

quod non imber edax, non Aquilo inpotens

possit diruere aut innumerabilis

annorum series et fuga temporum.

Non omnis moriar multaque pars mei

uitabit Libitinam; usque ego postera

crescam laude recens, dum Capitolium

scandet cum tacita uirgine pontifex.

Dicar, qua uiolens obstrepit Aufidus

et qua pauper aquae Daunus agrestium

regnauit populorum, ex humili potens

princeps Aeolium carmen ad Italos

deduxisse modos. Sume superbiam

quaesitam meritis et mihi Delphica

lauro cinge uolens, Melpomene, comam

“He levantado un monumento más duradero que el bronce, más elevado que el

regio sepulcro de las pirámides, que ni la lluvia voraz, ni el inmoderado Aquilón

podrán derruir, ni la innumerable sucesión de los años o el paso de los tiempos.

No moriré por entero, y gran parte de mí sobrevivirá a la Muerte; seguiré yo

creciendo rejuvenecido por la futura gloria, mientras al Capitolio ascienda el

pontífice junto a la silenciada virgen.

Allá donde el violento Aúfido ruge y donde Dauno, parco en aguas, reinó sobre

los agrestes pueblos, se contará de mi que, poderoso aunque de humilde origen,

fui el primero en traer el cantar eolio a las maneras itálicas. Toma este

reconocimiento debido a tus méritos, Melpómene, y cíñeme, de buena voluntad,

los cabellas con el laurel de Delfos.”

En esta incomparable oda1, Horacio, quien ya en otras de sus obras realiza una profunda

reflexión literaria, como en el Ars poetica, expone aquí una de las grandes cuestiones de

la literatura: su relación con el tiempo. Efectivamente, como toda creación humana, la

literatura está supeditada al paso del tiempo, y por tanto, para estudiarla adecuadamente,

ha de tenerse en cuenta su relación con éste.

El ser humano ha concebido el tiempo en tres estados: presente, pasado y futuro. En

relación con su presente, sabemos que una creación literaria está condicionada por él.

Su contenido, su forma, su autor y público pertenecen a un contexto histórico

determinado que influye inevitablemente en la obra. Así, por ejemplo, la Eneida no

habría sido posible de no haber existido Virgilio, de no haber gobernado Augusto, y de

no haberse compuesto el programa político y propagandístico de este gobernante.

1 La Oda III, 10, fue creada inicialmente por Horacio con intención de cerrar así sus Carmina, varios años

antes de que Mecenas y Augusto le encomendaran el libro IV, en el que se incluyen las denominadas

“odas romanas”, que se han de incluir dentro del mismo programa político y cultural que la Eneida. Así,

el Exegi monumentum suponía la despedida de la lírica por parte de Horacio, en la que trataba de dejar

claras sus intenciones literarias y pasaba revista a sus logros en este campo.

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Además el presente de una obra no es un momento concreto, ya que la creación literaria

es un proceso que toma tiempo, y de hecho, como en el caso de la Eneida, tal proceso

puede verse interrumpido.

En relación con su pasado, decimos que una creación literaria parte de unos

precedentes. Cuando un autor compone una obra, parte del conocimiento previo que ha

adquirido para tal composición. Y cierta parte de ese conocimiento se debe a las

anteriores obras que ya se habían creado y que pueden funcionar como modelos, si toma

de ellas elementos formales, o como fuentes, si las emplea para adquirir contenidos. Al

conjunto de esas obras previas lo denominamos tradición. Continuando con el ejemplo

de Virgilio, podemos decir que cuando comenzó a componer la Eneida, parte de la

tradición que manejó eran Homero, los epilios alejandrinos, o la anterior épica latina de

tema histórico.

En cuanto a su futuro, sabemos que las obras que se crean pueden funcionar a su vez

como tradición de las posteriores, al ser empleadas como modelos o fuentes de autores

que componen más tarde. A este fenómeno, contrario y complementario de la tradición2,

lo denominamos pervivencia. Así, vemos que la Eneida pervivió en numerosas obras

posteriores, como la Farsalia de Lucano, las Púnicas de Silio Itálico, la Araucana de

Ercilla y otras muchas más, como veremos.

La pervivencia de una obra o un autor pueden darse de diferentes maneras. Decimos que

la pervivencia es literaria cuando una obra se erige en modelo o fuente de otras obras

posteriores. Pero también encontramos otros tipos de pervivencia, como la intertextual,

cuando un autor menciona a otro (como la presencia del propio Virgilio en la Divina

Comedia de Dante), o a su obra, sin tomarlo como modelo o fuente; o bien cuando el

espíritu de un autor subyace en la obra de otro, sin poder ser detectados pasajes

específicos.

Por último, no hay que olvidar que al lado del complejísimo tramado de relaciones entre

obras y autores a lo largo del tiempo, se da paralelamente la labor filológica, que trata

de recuperar la literatura y que, al fin y al cabo, es también otro tipo de pervivencia. Las

traducciones, ediciones, comentarios y estudios científicos forman también parte de la

historia literaria, por lo que es necesario prestarles su parte de atención.

En el caso específico de la literatura clásica, el camino de su pervivencia y legado ha

sido especialmente accidentado. La gran cantidad de obras y autores perdidos hacen que

el estado de la literatura sea semejante al de los restos arqueológicos, pues al igual que

unas pocas columnas caídas, nos permiten imaginar el conjunto, aunque sólo sean una

pequeña parte del total. Siempre nos queda el consuelo de que lo conservado es la parte

mejor, y la prueba es que a lo largo de tantos siglos y generaciones, de tantos cambios

estéticos y movimientos culturales, la literatura clásica siempre ha sido vista como un

modelo y un referente.

Cada pasaje de un autor, sea medieval o renacentista, barroco o romántico, que remite al

legado clásico, supone la confirmación, consagración y triunfo de la literatura latina,

que se revela así, a través de instantáneas, como eterna e insuperable, o como dice

Horacio, un monumentum aere perennius.

2 Una gran frase sobre en qué consiste la tradición y su carácter complementario con la pervivencia es la

de T. S. Eliot en The Sacred Wood: “What happens when a new work of art is created is something that

happens simultaneously to all the works of art that preceded it.”

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1.2- Panorama general de la pervivencia de la literatura latina.

1.2.1- Edad Media.

Durante la Edad Media, la relación entre literatura latina y romance es de gran

importancia en España. Ya desde el s. XI hay centros que cultivan la literatura latina en

el norte de la Península Ibérica, en Navarra y sobre todo Cataluña. Se establecieron

entonces algunas escuelas de poetas latinos, que compusieron canciones amorosas y

panegíricos fúnebres, entre los cuales los más antiguos son los que tratan la historia del

Cid, como el Poema del Campeador, o la Historia de Rodrigo.

La invasión árabe supuso una interrupción de la tradición clásica en un primer

momento, pero en el s. XII y XIII se manifiestan los frutos del renacimiento latino de la

época. Entre ellos, la archiconocida Escuela de Traductores de Toledo, que aunque nace

en la primera mitad del s. XII, es en el siguiente, con Alfonso X el Sabio, cuando

alcanza su máximo esplendor.

En conjunto, dentro de la poesía de la etapa de los ss. XII y XIII, no hay una gran

cantidad de reminiscencias clásicas. Del poema más importante que tenemos del XII, el

Cantar de Mio Cid, no parece haber influencia clásica directa y explícita, sino la

indirecta que pueda quedar de la formación culta del autor, como, por ejemplo, el

motivo del locus amoenus en la descripción del robledal de Corpes.

En el s. XIII aparece el mester de clerecía, lo que supone la incorporación de los

clérigos a la literatura castellana, y con ellos, la tradición clásica, que habiendo estada

encerrada en los monasterios, se vuelve accesible al vulgo. Con este fin pedagógico

tradujo y adaptó varias obras Gonzalo de Berceo ( 1252), tratando de recrear los

originales en una lengua comprensible para todos y con un estilo atractivo. Pero

tampoco aquí hay influencia clásica directa, porque Berceo siguió textos latinos

medievales, no clásicos. Dentro del mester de clerecía las dos obras que más claramente

son muestra de pervivencia clásica son el Libro de Alexandre y el Libro de Apolonio. El

primero, de entre 1230 y 1250, reelabora ampliamente obras anteriores sobre el tema,

entre las cuales no sólo están las medievales europeas (como la Alejandreida de Gautier

de Châtillon), sino que se emplea a Quinto Curcio, las Metamorfosis y las Heroidas de

Ovidio, entre otros. El Libro de Apolonio remite a la Historia Apolloni regis Tyri, una

obra del s. III que forma parte de las pocas novelas latinas que conservamos.

Dentro de la prosa de estos dos siglos, el más importante ejemplo de pervivencia es la

General Estoria de Alfonso X el Sabio. Tomando como hilo conductor los Cánones de

Eusebio y san Jerónimo, incorpora materiales de Lucano, Estacio, Plinio el Mayor, y

sobre todo, Ovidio.

En cuanto al s XIV, la obra que más cantidad de influencia clásica manifiesta es el

Libro de Buen Amor, compuesto por el Arcipreste de Hita Juan Ruiz. Si bien para esta

obra se suele decir que empleó una comedia elegíaca latina, el Pánfilo, y a través de ella

recibió el Ars amandi de Ovidio, parece que el autor conoció él mismo la obra ovidiana

y la empleó en varios pasajes.

La característica fundamental de la pervivencia en época medieval es la falta de una

ruptura con el mundo antiguo. Los medievales se consideraban a sí mismos como

descendientes directos de los antiguos romanos, y por tanto, carecían del

distanciamiento del que nació después el respeto. Hay varios pasajes que ejemplifican

excelentemente esta visión medieval, como el pasaje de la General Estoria, en la que se

dice: Allecto, Thesiphone et Meiera. E es este nombre Allecto conpuesto destas dos

palabras: de a que dizie el griego por lo que nos los latinos dezimos sin en el lenguaie

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de Castiella, er latos en el griego otrossí por lo que dizen fo/gura en el castellano; onde

Allecto tanto quiere dezir cuerno sin folgura..., donde llama poderosamente la atención

ese nos los latinos. Otro ejemplo de manipulación medieval de los textos antiguos es la

adaptación, más que traducción, de la Bucólica IV de Virgilio por parte de Juan del

Encina. Los medievales, en suma, adaptaban la obra antigua y la cristianizaban

moldeando la materia para su propio tiempo y circunstancia.

1.2.2- Renacimiento.

Durante el s. XV llega el influjo del Trecento a la literatura castellana, con las ideas de

Petrarca, Bocaccio y Dante, entre otros. Uno de los mejores representantes de

pervivencia en esta etapa, conocida como Prerrenacimiento, fue Enrique de Villena

(1384-1434), traductor de Virgilio, Cicerón y Vegecio, además de creador de

importantes obras como Los doce trabajos de Hércules, el Tratado de la consolación o

la Epístola a Quiñones, en las cuales se percibe claro influjo de la literatura clásica. No

menos importante fue el Marqués de Santillana (1398-1458), en cuyas obras se mezcla

pervivencia italiana y clásica, como en la Comedieta de Ponza, el Infierno de los

enamorados o el Triumphete de Amor, en los que conviven Bocaccio y Petrarca con

Virgilio y Ovidio. Juan de Mena (1411-1456), traductor de la Ilias latina, volvió su

mirada a la literatura clásica de manera más evidente y erudita, como se aprecia en La

Coronación, las Coplas contra los pecados mortales, o, por supuesto, en el Laberinto de

Fortuna, su obra cumbre. Por último, hay que mencionar en este período a Fernando de

Rojas (1470-1541), creador de La Celestina, en la cual de nuevo conviven tradición

italiana y clásica, con Petrarca, Séneca, Terencio, Virgilio, Tibulo, etc.

En el Renacimiento se produce un cambio de mentalidad. Aparece un gran respeto y

admiración por la obra clásica, y la tendencia medieval a cristianizar y adaptar se va a

atenuar. Durante esta etapa se combinan las tendencias italianas con un sentimiento

patriótico, cristiano y moralizante, que se reforzará durante el Barroco. Aparecen las

primeras grandes figuras durante este período, que suele dividirse entre los reinados de

Carlos V y Felipe II.-

En el ámbito del teatro tenemos a Bartolomé Torres Naharro (1485-1524), a Gil Vicente

(1465-1536), Francisco López de Villalobos (1473-1549) y Hernán Pérez de Oliva

(1497-1537). Torres Naharro y Gil Vicente se caracterizaron por cierta resistencia a la

influencia italiana y la persistencia de elementos medievales. Con todo, en el primero se

ve un claro influjo de la comedia de Plauto y la poética Horaciana en sus Propalladia,

mientras que el segundo sólo incorpora temas como el mitológico en su Exhortación de

la guerra o en su Auto de la sibila Casandra. Villalobos fue uno de los primeros autores

de lo que se conoce como teatro humanístico, consistente en versiones muy eruditas

más destinadas a la lectura de un público reducido, pero culto, que a la representación

para el vulgo, como se puede apreciar en su Anfitrión. Pérez de Oliva, por su parte,

alcanza mayor calidad con dos tragedias, la Electra y La venganza de Agamenón.

El teatro humanístico, especialmente la tragedia, tuvo una gran cantidad de seguidores

sobre todo durante el reinado de Felipe II, como consecuencia de la difusión de la

Poética de Aristóteles. En tal línea estuvieron Fray Jerónimo Bermúdez (1530-1599) o

Antonio Ferrerira (1528-1569). Por el contrario, Juan de la Cueva (1550-1610), aunque

se inspire en Séneca u Horacio, tiene una técnica alejada del teatro clásico.

En la poesía renacentista se produjo una auténtica revolución que llenó de gloria la

literatura castellana. El influjo de Petrarca, Virgilio, Horacio y Ovidio caló hondamente

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en los poetas de este período, que alcanza una calidad nunca antes vista en la literatura

castellana. En primer lugar, hay que destacar a Juan Boscán (1487-1542) y a Garcilaso

de la Vega (1503-1536). Boscán, en su Fábula de Hero y Leandro, toma el testigo de

Homero, Virgilio, Horacio y Ovidio entre otros, dando origen a una de las formas

literarias más importantes de los ss. XVI y XVII: la fábula mitológica. Garcilaso, gran

conocedor del latín y el griego, inaugura el uso de la estrofa denominada lira, para poder

componer a la manera de las estrofas de Horacio, su principal inspiración, pero no

única, ya que también sigue la estela de Catulo, Ovidio y Tibulo. También es el primero

en elaborar el soneto, otra de las principales formas poéticas para el relato mitológico.

Asimismo hay que mencionar sus églogas, consideradas su poesía de mayor calidad.

Diego Hurtado de Mendoza (1503-1576) fue, de igual manera, un gran conocedor de la

antigüedad clásica, e introdujo la epístola horaciana de contenido filosófico y moral. Por

otra parte, Cristóbal de Castillejo (1490-1550) trató de resistirse a la métrica

italianizante, como Gregorio Silvestre (1520-1569): uno y otro cultivaron la fábula

mitológica. Otro de los grandes autores que ejemplifican el espíritu renacentista fue

Fray Luis de León (1528-1591), quien logró combinar la tradición clásica, la influencia

italiana y el espíritu cristiana, como se ve en su extraordinaria poesía castellana, influida

por Virgilio, Horacio y Tibulo. La estela de Fray Luis fue seguida por la denominada

escuela de Salamanca, cuyos máximos representantes fueron Francisco de Medrano

(1570-1607) y Francisco de Aldana (1537-1578). De una tendencia contraria, en la que

se trataba de unir tradición clásica y cultura popular fue la escuela sevillana,

representada por Fernando de Herrera (1534-1597). Por último, hay que mencionar a

Alonso de Ercilla (1533-1594), el autor más importante de épica culta, quien escribió la

Araucana, tomando como principal modelo la Farsalia de Lucano.

En la prosa, el género que más avanza es el de la didáctica. La forma del diálogo se

vuelve muy común, siguiendo bien el modelo de Cicerón, si se quiere dar valor y

prestigio a las ideas que se exponen, bien el de Luciano, caracterizado por el humor, la

sátira y la heterodoxia. Los primeros prosistas que siguen esta línea fueron los hermanos

Alfonso de Valdés (1490-1532) y Juan de Valdés (1499-1541), autores de obras como

Diálogo de las cosas ocurridas en Roma, del primero, o Diálogo de la lengua, del

segundo. A Cristóbal de Villalón se le han atribuído obras tan importantes como El

Crotalón, un diálogo antibelicista, o El Scholástico¸ trata la educación ideal de un

universitario.

Dejando a un lado la prosa didáctica, Pedro Mexía (1499-1551) presenta rasgos de

César en su obra historiográfica Historia imperial y cesárea, y de Gelio, Macrobio o

Plinio el Mayor en su Silva de varia lección, obra miscelánea de gran éxito en su época.

También fue historiador, entre otros, Luis de Ávila y Zúñiga (1500-1564), creador del

Comentario de la guerra de Alemania, en la que se percibe su buen conocimiento de los

historiadores romanos. En cuanto a la novela pastoril tenemos a Jorge de Montemayor

(1520-1561), creador de Los siete libros de Diana, y a Gaspar Gil Polo (1540-1585),

autor de Diana enamorada. Por último, cabe destacar que durante el Renacimiento la

prosa de ficción tuvo un notable éxito. El Lazarillo de Tormes, o El Patrañuelo, de Juan

de Timoneda, son sólo un par de muestras de una línea de pervivencia cuya importancia

radica en que será una de las que maneje Miguel de Cervantes, y que asegura la

pervivencia de Apuleyo, entre otros autores.

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1.2.3- Barroco.

Mientras que el Renacimiento ha sido habitualmente considerado como algo importado,

el Barroco siempre se ha visto como la intensificación de ciertos rasgos propios del

carácter hispano. Durante esta época España pierde la hegemonía política, que pasa a

Francia. Se inicia una etapa en la que el desengaño rompe la armonía renacentista para

dar lugar al desequilibrio propio del Barroco. La literatura clásica se empieza a emplear

para buscar el contraste, la novedad, el desequilibrio. Triunfa un enfoque burlesco y

satírico, a través del uso exagerado del ornato. El soneto, la fábula mitológica y el teatro

se consagran como vehículos principales de la pervivencia. Los clásicos que se imitaban

en el Renacimiento, Virgilio, Horacio y Ovidio, siguen funcionando como modelos,

pero se incorporan a la lista los autores de época imperial: Séneca, Lucano, Juvenal,

Marcial, Apuleyo, etc.

En el teatro se produce un giro. Si bien en época renacentista predominaba un teatro

culto, dirigido a un público reducido, en el teatro barroco se regresa al gran público y a

lo popular, pero sin abandonar las reminiscencias clásicas. Ello se refleja muy bien en el

autor más importante de teatro de esta etapa, Lope de Vega (1562-1635), en cuyas obras

se percibe la herencia de Ovidio o Apuleyo, entre otros, como en Adonis y Venus, El

marido más firme o El amor enamorado. La estela de Lope es seguida por autores como

Guillén de Castro (1569-1631) y Tirso de Molina (1571-1579), en los cuales el legado

clásico es menor, porque se creía que con Lope el teatro castellano había finalmente

superado al antiguo. También de gran importancia fue Pedro Calderón de la Barca

(1600-1681), quien manejó más o menos los mismos autores, como en Ni Amor se libra

de amor o Céfalo y Procris, y configuró el género de la zarzuela.

La poesía de esta etapa se divide en dos grandes corrientes. La primera, siguiendo la

estela de Fray Luis de León, buscaba una expresión sobria, como su contenido. Así,

tenemos en esta línea a Juan de Arguijo (1567-1622), quien compuso una serie de

sonetos que recuperaban pasajes de la Eneida, o Rodrigo Caro (1573-1647), imitador de

Ausonio y compositor de la célebre Canción a las ruinas de Itálica, en la que pervive

Propercio. Cierran esta corriente Los hermanos Leonardo de Argensola, Bartolomé Juan

(1561-1631) y Lupercio (1559-1613), y esteban Manuel de Villegas (1589-1669), en

quienes el autor más presente fue Horacio, pero también Persio, Juvenal y Marcial.

La otra gran corriente es la denominada poesía culterana, caracterizada por recargar la

forma con gran cantidad de recursos y dificultar la comprensión. Esta forma de poesía

se preconfigura con Luis Carrillo y Sotomayor (1582-1611), quien escribió un Libro de

erudición poética, inspirado por Quintiliano y que sienta las bases de la poesía

culterana. El autor de mayor importancia dentro de este movimiento, es, evidentemente,

Luis de Góngora (1561-1627), quien debe mucho a la poesía clásica, al emplear

profusamente la mitología en sus metáforas y cultismos, siendo deudor principalmente

de Ovidio, pero también Virgilio. Los seguidores más importantes de Góngora fueron

Juan de Jáuregui (1583-1641) y Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), de los cuales el

primero emplea a Horacio, Marcial y Lucano.

Mención aparte y propia merece el gran autor de la época, Francisco de Quevedo (1580-

1645). Su extraordinaria cultura se percibe en sus dos grandes tipos de composiciones.

Por un lado, tenemos obras de carácter meditativo y serio, en las cuales pesa el

pensamiento de Séneca, y por otro, las de tipo satírico, en las que aparecen trazas de

Horacio, Persio, Juvenal, y sobre todo, Marcial. De su producción poética destacan los

Sonetos morales, mientras que en prosa tenemos la Doctrina moral, la Doctrina estoica,

o el De los remedios de cualquier fortuna como ejemplos de pervivencia senequiana.

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Con todo, la corona se la lleva el insuperable Miguel de Cervantes (1547-1616), en

quien pervive la novela antigua y Apuleyo, como en La Galatea o las Novelas

ejemplares, y por supuesto, en el Quijote. Otros ejemplos de pervivencia en Cervantes

son Virgilio, Ovidio, y en fin, muchísimos otros más.

Otros autores de prosa que también hubo en este período fueron Diego de Saavedra

Fajardo (1584-1648) o Francisco de Moncada (1586-1635), entre otros. Del primero

tenemos la Idea de un príncipe político-cristiano en cien empresas¸ en la que de nuevo

aparece Séneca, y del segundo la Expedición de los catalanes y aragoneses contra

turcos y griegos, donde se percibe la huella de Salustio y Tácito.

1.2.4- Neoclasicismo y Romanticismo.

Durante el s. XVIII llegan nuevos aires procedentes de Francia. Se produce un intento

de regresar a la armonía renacentista, pero demasiado cargado de artificialidad. Las

obras de esta etapa, demasiado sometidas a normas y reglas literarias, carecen de la

auténtica vida que se percibía en las obras renacentistas. Como resultado, se producirá

un hastío que desembocará en un movimiento contrario, el Romanticismo.

En el teatro del s XVIII la zarzuela se consagra como espectáculo cortesano. En este

tipo de teatro destaca José de Cañizares (1676-1750), autor de obras cuya trama trata el

galanteo, como Acis y Galatea o El rapto de Ganímedes. Nicolás Fernámdez de Moratín

(1731-1780) se mostró como el mayor partidario del teatro francés, como declaró en sus

desengaños al teatro españoly demostró con Lucrecia. El autor de mayor éxito en la

época fue Vicente García de la Huerta (1734-1787) gracias a su obra Raquel, y se ve en

él pervivencia de Sófocles en El Agamenón vengado. A su vez, Leandro Fernández de

Moratín (1760-1828) es el mejor representante de la comedia neoclásica, al seguir las

leyes de las tres unidades y buscar un fin moralista en La derrota de los pedantes y El sí

de las niñas, obras con las que fija el patrón de la comedia clasicista del XIX.

En el caso de la poesía el acercamiento al Neoclasicismo se produce durante el segundo

tercio del XVIII tras la Poética de Luzán, con los autores José Antonio Porcel (1715-

1794) y Alonso Verdugo y Castilla (1703-1767), autores el primero de El Adonis y el

segundo de fábula de Alfeo y Aretusa, en las cuales se emplea a Ovidio, pero también a

Garcilaso y Góngora. José Cadalso (1741-1782) también muestra influencia de

Garcilaso junto a Quevedo, Horacio y Ovidio en sus obras, recogidas en Ocios de mi

juventud. En esta época la fábula alcanza gran calidad con Juan de Iriarte (1750-1791) y

Félix María Samaniego (1745-1801). En las Fáulas literarias del primero se detecta la

presencia de Horacio, Esopo y Aristóteles, y buscan ante todo atacar a sus enemigos

literarios. Por el contrario, las Fábulas morales del segundo tienen un fin

eminentemente didáctico, siguiendo la estela de La Fontaine, pero sin perder de vista a

Esopo y Fedro.

Juan Menéndez de Valdés (1754-1817) merece ser recordado por sus odas

anacreónticas, en las que pervive la obra de Catulo, como en el grupo de tales

composiciones que se denomina La paloma de Filis o el conjunto de poemas Los besos

del amor. Se trata de poemas de gran vivacidad, lo que las diferencia de su época. Por

último, hay que decir que durante esta etapa se cultivó habitualmente el epigrama,

tomando como modelo a Marcial, y muchos de los autores mencionados trabajaron este

género, como Samaniego, Iriarte o los Moratín.

La llegada del Romanticismo a España es tardía, ya que produce tras la vuelta de los

participantes en la Guerra de Independencia. Se distinguen, en general, dos tendencias.

Page 9: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

La primera consiste en una vuelta a la Edad Media y al Siglo de Oro, y la segunda tiene

un carácter subversivo y liberal. En general, la literatura supone una ruptura con la

tradición clasicista. La métrica tiene una libertad total, y los temas abandonan lo

bucólico y la mitología, al preferir la historia, leyenda nacional y la intimidad. En el

estilo se prefiere la vehemencia y expresividad al equilibrio. Sin embargo, muchos de

los poetas románticos comienzan como clasicistas, y no abandonan completamente la

tradición clásica. Se produce de cuando en cuando el llamado exotismo clasicista, que

consiste en la inclusión esporádica de detalles o alusiones clásicas a lo largo del

predominante romanticismo.

Dos poetas románticos con detalles clasicistas son Juan Arolas (1805-1849) y Gustavo

Adolfo Bécquer (1836-1870). Arolas cultiva una poesía erótica en sus Cartas

amatorias, con huellas de Catulo, Tibulo u Ovidio. Bécquer estudió en su juventud la

literatura clásica y su primera poesía refleja la impronta de Horacio, que sigue vigente

en sus Rimas, aunque también se percibe a Tibulo. La citada Guerra de la Independencia

supuso además un resurgir de la épica culta, representada en este período por Ramón de

Valvidares (1826), quien con su Iberíada sigue la estela de la Eneida, la Araucana y

los Luisíadas. También pertenece a este subgénero Juan Anronio Ramis y Ramis (1746-

1819), autore de la Alonsíada. En cuanto a la fábula el autor más importante del s. XIX

es Juan Eugenio de Hartzenbusch (1806-1880), y en cuanto al llamado Premodernismo,

Manuel reina (1856-1905), autor de los Poemas paganos y de El jardín de los poetas,

donde se hacen varias referencias a Catulo, Virgilio u Ovidio.

En la prosa destacó Juan Valera (1824-1905), gran conocedor de la tradición clásica,

algo excepcional durante la época, que supo valorarla y asimilarla. Compuso poesía con

influjo de Catulo, Horacio y Propercio e hizo alguna que otra traducción. De su creación

en prosa lo más importante es la novela Pepita Jiménez, en la que se aprecian pasajes

relacionables con Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio, y otros. En cuanto a la obra de

Benito Pérez Galdós (1843-1920), se pueden rastrear algunas citas y latinismos en sus

Episodios nacionales y en Doña Perfecta. De igual manera ocurre con la producción de

Leopoldo Alas “Clarín” (1852-1901), en la que también hay algún detalle clásico, pero

no es lo habitual.

En el ámbito del teatro se produce el triunfo del Romanticismo con Don Álvaro o la

fuerza del sino, de Don Ángel de Saavedra, duque de Rivas (1794-1865), obra

anticlásica por hechos como la ruptura de las unidades dramáticas, la mezcla de tragedia

y comedia o la desenfrenada pasión. Tras este hito en la literatura, se observan pocos

elementos clásicos en el teatro posterior. Hay casos aislados, como la Virginia de

Manuel Tamayo y Baus (1829-1818), o la tragedia La muerte de César, de Ventura de

la Vega (1807-1865), pero no muchos más.

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2.-PERVIVENCIA DE LA PROSA FILOSÓFICA

2. 1.- La filosofía en Roma y su literatura.

Neque enim hoc concesserim, rationem rectae honestaeque vitae, ut quidam

putaverunt, ad philosophos relegandam, cum vir ille vere civilis et publicarum

privatarumque rerum administrationi accommodatus, qui regere consiliis urbes,

fundare legibus, emendare iudiciis possit, non alius sit profecto quam orator.

Quare, tametsi me fateor usurum quibusdam quae philosophorum libris

continentur, tamen ea iure vereque contenderim esse operis nostri proprieque ad

artem oratoriam pertinere.

“Pues no podría admitir que la teoría de una vida recta y honrada, como algunos

pensaron, se deba dejar a los filósofos, porque aquel hombre, ciudadano de

verdad, adecuado a la administración de lo privado y lo público, que pueda

gobernar ciudades con sus consejos o cimentarlas con leyes, no puede ser otro

que el orador. Por ello, aunque reconozco que voy a valerme de algunas ideas

que se encuentran en los libros de los filósofos, sin embargo, puedo defender con

verdad y justicia que tales cosas son asuntos y por sí mismas pertenecen al arte

oratoria.”

Tales frases escribe Marco Fabio Quintiliano, en torno al 94 d.C., en su proemio al libro

I de la Institutio Oratoria. Como en ellas se puede leer, el autor parece dispuesto a

defender su bando en una disputa entre oratoria y filosofía, que según él mismo, venía

ya de antiguo. Pero, ¿a qué se debía esta larga controversia?

El camino de la filosofía en Roma había sido accidentado hasta entonces. Su principal

opositora había sido la oratoria, en una competición que se había jugado en el terreno de

la educación. De una parte, la formación en oratoria y retórica había sido la educación

tradicional desde la república, pensada para formar hombres de estado capaces de

participar en la vida del foro, para lo cual era imprescindible tal tipo de educación. Por

el contrario, la filosofía había sido vista como un camino hacia la vida interior del

hombre, apartada de lo público.

Tal oposición puso en conflicto dos rasgos del pensamiento romano: su profundo

sentido del estado y la sensibilidad por la persona y sus derechos. Desde el contacto con

la cultura helenística el proceso de emancipación del individuo y el interés por el mundo

interior se habían acentuado, a la par que la expansión de Roma por el Mediterráneo

exigía la fundamentación y precisión de Roma en el orden mundial y la historia. Por

ello, en aquellas etapas de la historia romana en las que se intentaba definir o redefinir

lo que era y debía ser Roma, tal inclinación hacia el propio yo en lugar de hacia la

comunidad se percibió como una amenaza. Esta querella se reprodujo en varios

momentos de la historia romana, y culminó en los siguientes hitos: en el 173 a.C. fueron

expulsados los epicúreos Alceo y Filisco; en el 161 se prohibió la permanencia en la

ciudad a los maestros de filosofía; en el 155 se despidió a la embajada ateniense

formada por el académico Carnéades, el estoico Diógenes y el peripatético Critolao; y

en los últimos años de su mandato, Domiciano ordenó la expulsión de Epicteto y otros

sabios, por considerarlos elementos subversivos.

Los primeros precursores de la filosofía en Roma fueron los poetas y dramaturgos,

quienes inspiraron sus ideas en la Italia meridional y Sicilia. Así, por ejemplo, Ennio

tuvo un “sueño pitagórico”, y tradujo al latín a autores como Epicarmo de Siracusa y

Evémero de Messene. De igual manera, Accio o Pacuvio mostraron en sus dramas un

Page 11: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

tono ilustrado, así como reminiscencias de la tragedia de Eurípides, que suponían una

introducción al mito y la filosofía. Por último, en la comedia de Terencio se encuentran

profundas cuestiones éticas.

Pero fue tras la victoria sobre Macedonia cuando realmente comenzaron a fluir las ideas

filosóficas a Roma. Los primeros filósofos que apreciaron los romanos fueron Jenofonte

y Sócrates, de quienes acogieron su sentido práctico y aprendieron que la filosofía es

diálogo y tiene a la reflexión activa sobre sí mismos.

Con el auge del círculo de los Escipiones se colocó un firme punto de apoyo para la

filosofía, de igual manera que para el resto de aportaciones helenas. Fue por vía de este

círculo aristocrático que llegaron a Roma las ideas estoicas, de la mano de Panecio, su

discípulo Posidonio de Rodas, y Crates de Malos. De la escuela estoica se obtuvo la

rígida moral y ética, compaginable con la supremacía del estado y el sacrificio del

individuo. Fue con Catón el Joven con quien esta escuela se convirtió en el credo de los

aristócratas republicanos, y que posteriormente se convirtió en la bandera de la

resistencia senatorial durante los mandatos de los Julio-Claudios y los Flavios, para

después llegar a ser la ideología del régimen con Marco Aurelio.

Otras escuelas filosóficas también fueron acogidas en Roma. El escepticismo,

representado por Filón de Larisa, y el academicismo, renovado por Antíoco de Ascalón,

llegaron a la gran urbe y ejercieron su influencia sobre destacados personajes de la vida

pública, como C. Aurelio Cota, L. Lúculo, L. Tuberón e incluso Cicerón. Menos

populares fueron el peripatetismo, hacia el que se inclinaron M. Pisón y M. Licinio

Craso, y el epicuerísmo, por el cual se vieron atraídos personajes del círculo de César y

otros políticos como L. Calpurnio Pisón, así como los grandes poetas Virgilio y

Horacio.

La filosofía adoptó diversas formas en la literatura latina. El primer género que se ocupó

directamente de esta materia fue la poesía didáctica, con el De rerum natura de

Lucrecio. Con esta obra, dedicada a la exposición de las teorías epicúreas, se iniciaba

una tendencia que continuaría a lo largo de toda la literatura filosófica, la de inclinarse

más a la práctica de la meditación que a la indagación. Por norma general, la literatura

filosófica estuvo pensada para servir a la cultura general y dirigida a un público amplio.

La filosofía continuó su andadura literaria en diversas formas de prosa. El siguiente gran

autor de literatura filosófica fue Cicerón, quien creó dos tipos de obras: ensayo y

diálogo. Al primer tipo pertenece el De officiis, mientras que el segundo está más

ampliamente representado, como veremos más tarde. Al contrario que Lucrecio,

Cicerón no pretendía convertir a su público, sino que sirviéndose del diálogo presenta

opiniones contrarias para exponer los grandes temas, ofreciendo una visión de conjunto

de la filosofía helenística. Se trata de un diálogo más a la manera de Aristóteles que de

Platón, ya que los diferentes interlocutores exponen sus opiniones mediante discursos

de relativa longitud, no a través de preguntas y respuestas.

La forma del diálogo filosófico cambió con Séneca, quien lo orientó en dos direcciones.

Por una parte, compuso las epístolas filosóficas, y por otra, compuso una serie de

tratados que conservaban algunos elementos del diálogo a la manera de la diatriba.

Apuleyo recuperó el ensayo a la manera del De officiis, aunque con un carácter más

cercano al compendio dedicado a los principiantes. Por último, Boecio trató la filosofía

en una mezcla de prosa y verso.

Page 12: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

2.2- Cicerón.

El primer gran autor de prosa filosófica fue Marco Tulio Cicerón. Se puede decir, sin

miedo a equivocarse, que Cicerón ha sido uno de los autores que más poderosamente ha

influido en la historia del pensamiento y de la literatura occidental. Como veremos más

adelante, su pervivencia es clara y constante, y en ciertos períodos, brillante. Un paso

previo al estudio de su pervivencia, es examinar en líneas generales su vida, la relación

de ésta con su producción literaria, y su estilo y pensamiento.

2.2.1- Vida, pensamiento, obra.

Marco Tulio Cicerón nació el 106 a.C. en Arpinum, hoy Arpino, un municipio del Lacio

situado a poco más de cien kilómetros al sudeste de Roma, que tiempo antes había sido

una de las principales ciudades del pueblo volsco, hasta que en el 304 a.C. fuera

conquistada y profundamente romanizada en lengua, vida y ambiente durante esos

doscientos años. La gens en la que nació fue la de los Tulios, perteneciente al ordo

equester, y por tanto, con gran nivel adquisitivo, aunque con pocas posibilidades en el

campo político. Durante sus primeros años Cicerón destacó de tal manera en sus

estudios que provocó los celos no ya de sus compañeros, sino de los padres de éstos.

Posiblemente fue su gran talento natural lo que llevó a su padre a mudarse a un barrio

del Esquilino en Roma, para asegurarle a él y a su hermano Quinto una buena

formación. Gracias a sus buenas relaciones y contactos, el padre de Cicerón logró que

éste quedara al cuidado de Quinto Mucio Escévola “el augur”, con lo que el joven

Marco entraba en uno de los más prestigiosos círculos intelectuales y culturales,

verdaderos expertos en el arte del derecho y muy influyentes en política. A la muerte de

Escévola el augur en el 87 a.C., tomó el testigo de su tutela otro Quinto Mucio

Escévola, “el pontífice”, quien a su vez murió el 82 a.C.. Bajo la tutela de uno y de otro

adquirió una excelente formación al amparo de los más sobresalientes personajes de la

sociedad romana. El propio Cicerón recordaría con gran aprecio estos primeros años y

maestros en escritos como el De legibus o el De amicitia.

Los primeros años del s. I a.C. fueron tumultuosos. En el 91 había comenzado la Guerra

Social, que enfrentó a Roma con sus aliados itálicos, los socii. Cicerón participó en ella

como tribuno del cónsul Pompeyo Estrabón durante el 89. Al año siguiente Lucio

Cornelio Sila entró a sangre y fuego en Roma para hacerse elegir cónsul mientras su

adversario Mario huía de la urbe. Al partir Sila para enfrentarse a Mitrídates del Ponto,

Mario regresó en el 87 y ejecutó a muchos de sus adversarios políticos, entre ellos,

aquel primer Escévola o el gran orador del momento, Antonio. En el 82 regresó Sila,

quien inauguró su dictadura con mano de hierro, al establecer persecuciones, condenas a

muerte y confiscaciones de bienes.

Durante estos años, tras la vuelta de su militancia, Cicerón se dedicó al estudio y el

aprendizaje, no sólo de retórica, sino también de filosofía, algo bastante novedoso en

Roma. Aprendió griego y tradujo obras como el Económico de Jenofonte, los

Fenómenos de Arato y algunos diálogos de Platón, entre los que se encontraba el

Protágoras. Tales traducciones se han perdido, salvo la de los Fenómenos, pero

tenemos noticia de ellas por los gramáticos del s. IV. En cuanto a su propia producción

literaria, compuso el De inventione antes de los veinte años.

Su primera actuación en el campo de la oratoria fue en el 81 a.C., en defensa de Publio

Quintio. En ese juicio se enfrentaba por primera vez a Hortensio, el abogado más

famoso de aquellos años, con quien luego trabaría una gran amistad. En el 80 volvería a

Page 13: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

escena en defensa de Sexto Roscio. Uno y otro discursos fueron reelaborados

posteriormente, y los conocemos como Pro Quinctio y Pro Sexto Roscio Amerino.

Tras estos primeros éxitos Cicerón se embarcó en el grand tour de la época, es decir, a

Grecia, para completar definitivamente sus estudios de retórica y filosofía. Visitó

Atenas, Rodas y Esmirna, donde estudió con los más destacados maestros del momento,

como Posidonio. Durante este viaje le acompañó su hermano Quinto, y conoció a Tito

Pomponio Ático, quien sería uno de sus mayores amigos, así como su editor. A su

regreso, contrajo matrimonio con Terencia, quien le daría dos hijos: Tulia y Marco.

Gracias a sus primeros logros como abogado, sus buenas relaciones con el ordo

equester y los contactos que obtuvo de su matrimonio con la noble Terencia, Cicerón

pudo comenzar su carrera política. Al cumplir treinta años en el 76 a.C. fue nombrado

cuestor en Sicilia, donde destacó hasta tal punto por su brillante y justa administración,

que los propios habitantes de la isla le encomendaron su primer gran caso: acusar a

Gayo Verres. El proceso del 70 contra éste fue su primer gran éxito, tras el cual le

lloverían las peticiones y empezaría a competir por el título de mejor orador de Roma.

Las seis Verrinas fueron uno de los tres grandes bloques de discursos, que junto a las

Catilinarias y las Filípicas, forman casi la mitad de los discursos conservados.

El triunfo contra Verres le proporcionó el prestigio necesario para proseguir su ascenso

en el cursus honorum, siendo edil en el 69 y pretor en el 66. Finalmente, logró alcanzar

el consulado en el año 63. Era la primera vez en más de treinta años, desde Mario, que

un homo novus lograba tal honor.

Durante su consulado descubrió y desmanteló la conspiración que había urdido Lucio

Sergio Catilina, para después ejecutar a sus partidarios en el fallido golpe de estado. Sus

enemigos políticos aprovecharon ese error en el 58, cuando Publio Claudio Pulcro,

quien había pasado a llamarse Clodio tras rechazar sus orígenes nobles, alcanzó el

tribunado. Ese mismo año emitió una serie de leyes en la Asamblea de la plebe

destinadas contra Cicerón, quien tuvo que exiliarse de Roma durante un año, hasta que

una asamblea de mayor poder, los Comitia centuriata, revocó el exilio. Cicerón regresó

a Roma el cuatro de septiembre del 57, ovacionado por el Senado y el pueblo.

Los discursos que realizó tras su regreso destacan por sus ideas políticas, que anuncian

el contenido del De republica, y también apuntan a un acercamiento político a César.

Pese a ello, Cicerón tuvo que retirarse durante el primer triunvirato de César, Pompeyo

y Craso, en la década del 60 al 50. Aprovechó este período para componer sus bellos

tratados retóricos y filosóficos. El De oratore fue elaborado en el 55, y el De republica

entre el 54 y el 51, cuando fue publicado. En el 52 compuso los tres libros del

incompleto De legibus, que inicialmente había proyectado para ocupar ocho libros.

Tras su mandato como procónsul en Cilicia, regresó a Roma el cuatro de enero del 49,

sólo ocho días antes del estallido de la guerra civil entre César y Pompeyo. Pese a sus

intentos de mediar entrambos y de mantenerse al margen, finalmente huyó de Italia y se

unió a la facción pompeyana, de la cual se separó tras la derrota de Farsalia, a los dos

años de haber comenzado el conflicto y dos años antes de su finalización en Munda.

Esperó en el puerto de Brindis a César hasta su llegada en el 47, siendo éste ya vencedor

indiscutible y dictador de Roma. Ese mismo año se divorció de Terencia. De esta época

son el Brutus, Paradoxa stoicorum, Orator, De optimo genere oratorum y De partitione

oratoria. También son del 47 los discursos Pro Marcello y Pro Ligario.

En el 45 murió su hija Tulia, y como consecuencia, Cicerón se retiró a la soledad de su

villa costera en Ástura, buscando paz en la filosofía. Compuso la Consolatio y el

Page 14: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

Hortensius, obras hoy perdidas, así como los Academica y el De finibus. Tras la

creación de estas obras, en las que Cicerón examina y valora las diferentes escuelas

filosóficas para discernir en qué consisten la verdad, la felicidad o la virtud, se dedica a

las Tusculanae disputationes y al De natura deorum.

Ya en el 44 escribe el De senectute y el De divinatione. Tras la muerte de César el 15 de

marzo, y las siguientes semanas de caos y confusión, se ausentó de Roma para no

regresar hasta Agosto, sin perder el contacto con los conjurados. El mismo año se

produjeron los primeros enfrentamientos políticos con Antonio, con la creación de la

primera y segunda Filípicas. En una nueva partida de Roma, a la que volvió en

Diciembre, escribió el De officiis y el De amicitia, sus últimos escritos aparte de las

restantes Filípicas. Con el auge de Octaviano tras la Guerra de Módena y su posterior

alianza con Antonio y Lépido en el segundo triunvirato, quedaba sellada la suerte de

Cicerón, quien fue asesinado en el mes de noviembre del 43 por un tal Herennio,

centurión al servicio de Antonio.

Se podría decir que Cicerón fue al latín lo que Cervantes al castellano. Marcó un nivel

lingüístico tal que tras su producción sólo se podía escribir de dos modos: a la manera

del propio Cicerón o contra su manera. Su contribución al latín a la hora de volcar

términos griegos no fue jamás igualada por escritor alguno.

Como se ha visto, fue un autor muy polifacético, que trató varios tipos de géneros,

aunque con desigual fortuna. Así, por ejemplo, de su poesía nos han llegado de él obras

menores (De consulatu suo), mientras que de oratoria, retórica y ensayo nos han llegado

verdaderas obras maestras.

En sus obras encontramos una acabada estructuración del texto. Fundamenta la prosa

sobre el período, en especial el trimembre, para realizar una ordenación lógica,

armónica y natural de las ideas, con gran sensibilidad psicológica y artística. Cicerón

hace viajar al lector a través de las líneas de modo armonioso, a través de secuencias

paratácticas e hipotácticas bellamente entretejidas.

Cicerón, en su aspecto ético, sigue la estela del humanismo propio del Círculo de los

Escipiones. Busca y pretende una concordia ordinum, en la que sapientia y elocuentia,

otium y negotium, plebs y nobilitas alcanzan el sincretismo, la armonía y la

multiplicidad. De ahí se deriva una contemplación previa a la acción, que se desarrolla

en el ámbito de la cosmopoliteia. En cuanto a suu adscripción filosófica, no está

demasiado clara. Aunque parece que se inclinó más por el academicismo, abundan en él

ideas estoicas, peripatéticas y epicúreas, y hace gala de su gran conocimiento de todas

ellas.

En fin, la producción de Cicerón se puede dividir en tres cuatro bloques (dejando de

lado obras menores como el De consulatu suo): oratoria, retórica, epistolario y obras

filosóficas.

Recapitulando lo ya dicho, tenemos tres períodos creativos en Cicerón, en cuanto a

prosa filosófica y retórica se refiere3. El primer período va del 89 al 82, el segundo del

55 al 45, y el tercero del 45 al 43 a.C. Al primer período no corresponde ninguna obra

filosófica, tan sólo discursos y el De inventione. En el segundo período se enmarcan De

republica y De legibus. En el tercero, el resto: De finibus bonorum et malorum,

3 La producción de los discursos se suele dividir en diez períodos: antes y después del viaje a Grecia(I, II),

las Verrinas (III), pretura (IV), consulado (V), antes (VI) y después del exilio (VII), antes de la dictadura

de César (VIII), durante la dictadura (IX), y tras la muerte de César (X).

Page 15: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

Academica, Tusculanarum disputationum libri, De natura deorum, De senectute,

Timaeus, De divinatione, De fato, De amicitia, De officiis y Topica.4

2.2.2- Tradición y pervivencia.

Las obras filosóficas de Cicerón han llegado con tradiciones diversas. En primer lugar,

hay que decir que existió una colección que se transmitió en conjunto a través de los

mismos manuscritos, compuesta por De natura deorum, De legibus, De divinatione,

Timaeus, De fato, Topica, Paradoxa stoicorum, Academica (sólo el segundo libro) y De

legibus. Los manuscritos más importantes de esta antología son el Leidensis Vossianus

84 (A; s. IX-X) y 86 (B; s. IX-XI); el Laurentianus S. Marci 257 (s. X) y el

Vindobonensis 189 (s. X). En cuanto al De republica, aparte de una gran cantidad de

transmisión indirecta, y de que el Somnum Scipionis tuvo su propia tradición por

separado, el manuscrito más importante es el palimpsesto que Angelo Mai redescubrió

en 1822, el Vaticanus Latinus 5757, única fuente para los fragmentos conservados de

los libros I-V. Los diálogos más importantes, como De amicitia, De senectute y De

officiis, están muy bien representados, todos con manuscritos que se remontan al s. IX

(Codex Diotianus deperditus y Monacensis 15514 para De amicitia, Parisinus 6332 y

Leidensis Vossianus O. 79 para De senectute, y Harleianus 2716 para De officiis, que

incluso tiene tres familias textuales).

Ya en la propia antigüedad Cicerón dejó una gran huella. Como se ha dicho antes, su

nivel formal le llevó a sentar un precedente semejante al de Virgilio en la poesía, que no

podía ser ignorado por los autores posteriores. Los que se ocuparon de la retórica

colocaron la figura de Cicerón en un alto pedestal, como ocurre con Séneca el Mayor y

Quintiliano. Dice así Séneca el Mayor, contraponiendo la declamación de su época con

la verdadera oratoria de Cicerón:

Declamabat autem Cicero non quales nunc controversias dicimus, ne tales

quidem quales ante Ciceronem dicebantur, quas thesis vocabant. Hoc enim

genus materiae, quo nos exercemur, adeo novum est, ut nomen quoque eius

novum sit. Controversias nos dicimus: Cicero causas vocabat.

“Lo que Cicerón declamaba no era como lo que ahora denominamos

“controversias”, ni siquiera como las llamadas “tesis” que se pronunciaban antes

que él. Pues este tipo de material, del que nos valemos, es tan reciente que

también su nombre es reciente. Nosotros lo denominamos “controversias”:

Cicerón lo llamaba “causas”. Controversiae, I, proem. 12.

Vemos aquí a Séneca tomando a Cicerón como un referente de la oratoria, como el eje a

partir del cual medir la historia de ese arte y su enseñanza. En cuanto a Quintiliano, le

cita multitud de ocasiones en la Institutio oratoria, y le concede el honor de haber sido

el orador más perfecto (la meta que se persigue en la propia Institutio). En el libro II, al

exponer cuáles son los autores que deben leer los alumnos principiantes, dice así el de

Calahorra:

Cicero, ut mihi quidem uidetur, et iucundus incipientibus quoque et apertus est

satis, nec prodesse tantum sed etiam amari potest: tum, quem ad modum Liuius

praecipit, ut quisque erit Ciceroni simillimus.

44

Además, hay que incluir las obras que nos han llegado fragmentariamente o que se han perdido:

Hortensius, De gloria, De virtutibus, De auguriis, De iure civile in artem redigendo.

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“Cicerón, a mi parecer, también es agradable y comprensible para los

primerizos, y no sólo les puede serles favorable, sino incluso llegar a ser amado

por ellos. Después, como indica Livio, otros, mientras sea cada uno lo más

parecido posible a Cicerón”. Institutio oratoria, II, 5, 20.

Es decir, que no sólo es la mejor lectura para los alumnos, sino que es la medida para

saber cuáles deben ser leídos, siempre en el caso de la prosa. En un pasaje posterior,

tratando una etapa más avanzada de la educación, llega a decir: ille se profecisse sciat,

cui Cicero valde placebit, “que sepa que ha progresado ése al que le agrade Cicerón”

(X, 1, 112).

En épocas posteriores hay que tener en cuenta que Plinio el Mayor y Tácito le tienen

presente. En el caso de Tácito está claro que, como Séneca el Joven, escribe contra la

manera de Cicerón, pero no hay que olvidar su Dialogus de oratoribus. Ya en época

cristiana Minucio Félix y Lactancio siguen sus diálogos, y los apologistas emplean

abundantemente el De natura deorum

En la literatura más tardía (IV-V), Ambrosio de Milán trata de dar un nuevo sentido al

De officiis, buscando en la exposición de lo honestum frente a lo utile de Cicerón

argumentos compatibles con la moral cristiana. Agustín de Hipona en sus Confessiones,

dice:

Inter hos ego inbecilla tunc aetate discebam libros eloquentiae, in qua eminere

cupiebam fine damnabili et ventoso per gaudia vanitatis humanae. et usitato iam

discendi ordine perveneram in librum cuiusdam Ciceronis, cuius linguam fere

omnes mirantur, pectus non ita. sed liber ille ipsius exhortationem continet ad

philosophiam et vocatur 'Hortensius'. ille vero liber mutavit affectum meum, et

ad te ipsum, domine, mutavit preces meas, et vota ac desideria mea fecit alia.

“Entre tales gentes yo, en tan tierna edad, aprendía los libros de retórica, en la

que deseaba sobresalir con un fin perjudicial y vano, para el gozo de la vanidad

humana. Y en el orden habitual de aprendizaje, descubrí cierto libro de Cicerón,

cuya lengua casi todos admiraban, mas no su esencia. Este libro contiene una

exhortración de aquél a la filosofía, y se llama Hortensis. Aquel libro cambió mi

ánimo y dirigió a ti, Señor, mis súplicas, y mis deseos y anhelos hizo que fueran

otros.” Confessiones, III, 4.

En este pasaje se nota la alta estima que San Agustín tuvo por la obra filosófica de

Cicerón, y cómo se percibía en sus obras cierta carga cristiana, derivada de su contenido

moral y ético. El mismo autor, en De civitate Dei, II, 21, realiza un pequeño resumen

del De republica. También tienen pervivencia de Cicerón su Contra académicos, De

vita beata y otras obras.

Durante época medieval, hasta el Renacimiento carolingio, la tendencia general fue la

realización de antologías, como la de Cicerón en la obra de Hadoardo, quien crea una

compilación de gran extensión que demuestra que disponía de los tratados filosóficos.

Con la llegada de Carlomagno, Cicerón vuelve a ser considerado como modelo de estilo

cuidado, como se puede apreciar en la obra de Loup de Ferrières, quien sigue su estela

en Epistulae o el Liber de tribus questionibus.

Su popularidad aumenta durante el s XI y culmina en el XII con Juan de Salisbury y

Otón de Freising. Se trata de un autor bien conservado y muy leído, por su alta calidad y

por formar parte del canon educativo, pero sólo en parte, ya que las epístolas, por

ejemplo, eran muy raras y había pocos ejemplares. Su permanencia queda asegurada

con su presencia en el Florilegium Gallicum.

Page 17: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

En el s. XIII encontramos la presencia del Somnum scipionis en el Roman de la rose,

obra conjunta de Guillaume de Lorris y Jean de Meung. No es un caso de pervivencia

directa, ya que Guillaume de Lorris conoce el fragmento del De republica a través del

comentario de Macrobio. Dice así el inicio del Roman de la rose:

Cy est le rommant de la rose

ou tout l'art d'amour est enclose

Maintes gens vont disant que songes

Ne sont que fables et mensonges

Mais on peult tel songe songer

Qui pourtant n'est pas mensonger

Ains est apres bien apparent

Si en puis trouver pour garant

Macrobe ung aucteur treaffable

Qui ne tient pas songes a fable

Aincoys escript la vision

Laquelle advint a Scipion

“Éste es el romance de la rosa,

en el que se encuentra todo el arte de amar.

Muchos dirán que los sueños

no son más que cuentos y mentiras.

Mas se puede soñar un sueño

que no sea mentira,

sino que al final sea bueno.

Puedo nombrar para mi argumento

A Macrobio, un autor muy agradable

Quien no tiene los sueños por cuento

Sino que escribió la visión

Aquella que le vino a Escipión.”

En la segunda parte de la obra, que es la que escribe Jean de Meung, se emplean el De

amicitia y el De senectute. A diferencia de Guillaume de Lorris, Meung era un escritor

muy culto, conocedor de sus fuentes y modelos clásicos, como se aprecia en los versos

si con Tulles le nous remembre/ou livre de sa Rethorique,/qui mout est sciance

autantique (vv. 16166-16168), donde se menciona específicamente a Cicerón como

Tulles.

En este mismo siglo XIII, en Italia, Dante Alighieri compone su Divina Comedia.

Influye sobre esta obra también el Somnum Scipionis, al tratarse también de una visión

del más allá, y de nuevo aparece mencionado Cicerón por el nomen:

Tutti lo miran, tutti onor li fanno:

quivi vid’ïo Socrate e Platone,

che ’nnanzi a li altri più presso li stanno;

Democrito che ’l mondo a caso pone,

Dïogenès, Anassagora e Tale,

Empedoclès, Eraclito e Zenone;

e vidi il buono accoglitor del quale,

Dïascoride dico; e vidi Orfeo,

Tulïo e Lino e Seneca morale;

Page 18: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

“Todos lo admiran, todos le honran,

allí vi a Sócrates y a Platón,

que más cerca suyo que los otros están.

Demócrito que el mundo del acaso pone,

Diógenes, Anaxágoras y Tales,

Empédocles, Heráclito y Zenón,

Y vi al buen apreciador de cualidades

digo a Dioscórides: y vi a Orfeo,

Tulio y Lino y Séneca moral” (Infierno, IV, 133-141).

Con la llegada del Trecento a Italia, y el nacimiento del humanismo, Cicerón pasa a

ocupar un lugar verdaderamente privilegiado. Considerado por los primeros humanistas

como el perfecto ejemplo de qué debe ser el latín, se produce cierto desencanto al

redescubrir sus cartas y comprobar que no es oro todo lo que reluce. Pero aún así,

Cicerón queda como modelo de buen latín, y su pensamiento despierta gran interés. De

nuevo, el Somnum Scipionis es el pasaje más empleado, por ejemplo, por Petrarca en I

Trionfi, además de emplear ciertos pasajes de la Eneida. La admiración por Cicerón la

compartieron Coluccio Salutati, quien tuvo en su biblioteca un ejemplar de sus cartas, y

Leonardo Bruni, quien le tuvo como gran modelo al tratar de devolver al humanismo su

carácter republicano y laico de los inicios. Dentro de la literatura inglesa Chaucer

emplea una vez más el Somnum Scipionis en su Parliament of Fowls, donde se dice así

en el prólogo de la obra:

This book of which I make of mencioun,

Entitled was al thus, as I shal telle,

'Tullius of the dreme of Scipioun.';

Chapitres seven hit hadde, of hevene and helle,

And erthe, and soules that therinnr dwelle,

Of whiche, as shortly as I can hit trete,

Of his sentence I wol you seyn the grete. (vv. 29-35)

Ya en la literatura española, se sigue la tendencia de emplear el famoso pasaje del De

republica. Así lo hace Bernat Metge (1340-1413) en El sueño, la primera manifestación

de prosa prehumanistica en España, en la que muestra grandes conocimientos de los

clásicos. En el mismo ámbito catalán aparecen los primeros traductores de Cicerón,

como Ferrán Valentí, quien traduce los Paradoxa stoicorum, o Antonio Canals, con el

De providentia.

Durante el s. XV siguen los estudios y ejemplos de pervivencia de Cicerón. Alonso

Fernández de Madrigal (1410-1455) emplea profusamente el De natura deorum en su

obra Sobre los dioses de los gentiles, en la cual también se detecta a Virgilio, Ovidio y

San Agustín, además del Genealogia deorum de Bocaccio. Por ejemplo, en el siguiente

pasaje se puede ver funcionando a la vez a Bocaccio y a Cicerón:

La tercera Miverva es fija del Jupiter segundo, a la qual Tulio, libro De natura

deorum, llama Tritonia e dize el mismo Tulio que esta fue la que fallo las

guerras e dizen que es hermana de Mars e algunos la llamaron Bellona: de esta

fabla Stacio poeta en la Thebayda. Algunos pensaron esta Minerva que falló las

guerras ser aquella Minerva que nascío dc la cabeça de Jupiter; e no es ella,

mas los gentiles la pusieron por dos deesas e dieron cosas diversas. ca a la

Page 19: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

primera Minerva dixeron ser vírgen e sin marido; a ésta que falló las guerras

ponen ser casada e danle fijos ea, segun afirma Tulio, libro De natura deorum,

ésta parió el primero Apolo. scyendo preñada de Vulcano, fijo de Celio. (Texto

de Madrigal).

Minerva, non ea cui cognomen Trytonia fuit, Iovis secundi fuit filia, ut scribit

Tullius de Naturis deorum; quam idem Tullius inventricem asserit fuisset

bellorum atque principem, et ob id a nonnullis Bellona appellata est; et soror

Martis et auriga, ut testan videtur Statius dicens… Nec ea fuit hec quam veteres

virginem et sterilem asseruere, quin imo, ut idem dicit Tullius. ex Vulcano, Celi

filio antiquissimo, Apollinem primum peperit.(Texto de Bocaccio).

Mientras, el De amicitia es traducido por el Marqués de Santillana con la ayuda de

Nuño Guzmán, y se sabe que poseyó un ejemplar del De officiis. También Enrique de

Villena trabaja a Cicerón, y en Los proverbios para la educación del príncipe Don

Enrique de Iñigo López de Mendoza se pueden encontrar pasajes no sólo de Cicerón,

sino también de muchos otros autores, como Sócrates, Platón, Aristóteles, Terencio,

Virgilio, o San Agustín. Alonso de Cartagena tradujo los diálogos De oficiis y De

senectute.

Como ya se dijo antes, en época renacentista el diálogo es la forma más empleada de la

prosa. De sus dos vertientes, la ciceroniana es la que se empleó a la hora de dar prestigio

y valor a las ideas que se querían exponer. Así ocurría con los de los hermanos Alfonso

de Valdés (1490-1532) y Juan de Valdés (1499-1541), autores de obras de Diálogo de

las cosas ocurridas en Roma el primero y del Diálogo de la lengua el segundo. Siguió

con la labor de traductor Francisco Támara al verter al castellano De amicitia y De

senectute, las mismas obras que tradujo Thomas Newton treintaiún años después en

1577. En cuanto a las cartas, las tradujo Pedro Simón Abril.

En épocas más modernas Cicerón ha seguido siendo apreciado, por pensadores de la

talla de Lutero, Hume, o Voltaire. Con la llegada de la Revolución francesa y la

necesidad del debate para un gobierno no monárquico, el prestigio de la oratoria sacó de

nuevo brillo al nombre de Cicerón.

A comienzos del s. XIX es redescubierto, como ya se ha dicho, el De republica, oculto

en un palimpsesto, gracias al cardenal Angelo Mai. Con motivo de tan feliz hallazo,

Giacomo Leopardi le dedica uno de sus Canti, el Ad Angelo Mai quand'ebbe trovato i

libri di Cicerone della Repubblica, sin hacer mención del propio Cicerón o del De

republica en todo el poema.

Durante el siglo XX la pervivencia de Cicerón se ha visto reducida al campo de la

novela histórica. Es el caso de La columna de hierro, de Taylor Cadwell, El sueño de

Escipión, de Iain Pears, o las obras pseudopolicíacas de Ron Burns. Sobre la novela

histórica y Cicerón, consúltese el trabajo de J. M. Baños al respecto.

En general, la pervivencia de Cicerón ha sido constante, con mayor o menor influjo,

pero segura. Menéndez Pelayo, en su Bibliografía hispano-latina clásica, registra un

total de ciento cuatro bibliotecas en las que se encuentran códices con obras de Cicerón,

un total de setenta y siete ediciones, y ochenta y siete traducciones en castellano,

diecinueve en portugués, tres en catalán y dos en euskera.

2.3- Séneca.

Page 20: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

2.3.1- Vida, pensamiento, obra.

Lucio Anneo Séneca nació, por lo que se puede deducir de sus escritos, poco antes o

poco después del inicio de la era cristiana (la fecha más probable es el 4 d.C.), en

Corduba, ciudad de la provincia Bética en Hispania. Tanto su familia paterna, la de los

Anneos, como la materna, la de los Helvios, descendían de antiguos colonos itálicos

establecidos en la provincia. Pertenecían al ordo equester, por lo cual tenían un gran

poder adquisitivo, y debían ser bastantes influyente en la vida política y social de la

provincia.

Su padre se llamó, como él, Lucio Anneo Séneca, y para distinguirlos se les llama

Séneca el Mayor y Séneca el Joven. Su padre fue un afamado rétor de la época, del cual

conservamos una obra fundamental para conocer la oratoria de la época, las Oratorum

et rhetorum sententiae, divisiones et colores.

Séneca fue el segundo de tres hermanos varones, siendo el mayor Marco Anneo Novato,

llamado más tarde Marco Junio Galión por ser adoptado, y el menor Marco Anneo

Mela, quien fue padre de otro de los grandes escritores del período neroniano, de

Lucano.

Muy probablemente Séneca pasó su primera infancia en su ciudad natal, pero se sabe

que también se educó en Roma, donde su padre vivió largas temporadas. Aunque de su

aprendizaje con el gramático mantuvo un mal recuerdo, las clases de filosofía con el

neopitagórico Soción y el estoico Atala le entusiasmaron y cambiaron para siempre.

Tras decidirse por la carrera senatorial, estudió con afán la retórica y leyó profusamente

a los autores latinos, e incluso escribió algunos carmina.

A la edad de veintitantos años se sabe que marchó a Egipto una temporada, buscando un

clima más favorable a su delicada salud, afectada por problemas respiratorios. Allí le

acogió su tía materna, esposa del prefecto de Egipto. Séneca aprovechó la estancia para

escribir una obra etnológica sobre los egipcios.

A su regreso de Egipto arranca su primera etapa política, bajo el mandato de Tiberio,

ocupando el cargo de cuestor y por tanto accediendo al Senado. Durante esta época

compone el De consolatione ad Marciam, De ira y otras obras sobre ciencias naturales.

Durante el reinado de Calígula es ya seguro que fue senador, antes de la muerte de su

padre en el 39. En este momento ya tiene cierto renombre, conocido en medios políticos

y sociales como un gran orador. Ello se comprueba por el hecho de que Calígula hubiera

pensado en ordenar su muerte. Séneca se libró cuando cierta favorita dijo al emperador

que moriría pronto por la tisis.

En el 41, ya bajo el gobierno de Claudio, Séneca fue acusado de adulterio con Julia

Livilla, una de las princesas imperiales, y exiliado a Córcega. Allí permaneció recluido

unos largos ocho años. De esta etapa son el De consolatione ad matrem Helviam y De

consolatione ad Polybium, obras en las que se respira ya un espíritu estoico, con ideas

defensoras de un gobierno al estilo de Augusto, opuesto al absolutismo de Claudio.

Tales ideas llamaron la atención de la nueva esposa de Claudio, Agripina, quien hizo

llamar al filósofo para que se encargara de la tutela de su hijo Nerón, quien asciende al

trono en el 54. Como preceptor del princeps, y después como consejero, Séneca

participa del gobierno activamente, y ello se nota en la paz, eficacia y buena

administración de los primeros años de Nerón, quien había retomado el modelo de

Page 21: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

Augusto. De este período son la Apocolocyntosis divii Claudii, De brevitate vita, De

tranquilitate animi, De constantia sapientis, De vita beata, De clementia.

Con el asesinato de Agripina comenzó una etapa muy diferente en el gobierno de

Nerón. Rodeado de males consejeros, el gobierno del emperador degeneró en una dura

tiranía, marcada por el absolutismo y la crueldad. La muerte de Burro no hizo más que

agudizar la mala situación, con el ascenso de Tigelino y Popea. De esta etapa son De

otio y De providentia.

En el año 62, tras haber ofrecido su renuncia a un puesto en el consilium principis, que

Nerón le negó, Séneca no pudo soportar más el saqueo al que sometió el emperador a

Italia y las provincias para reconstruir Roma tras el incendio. Tras retirarse de los

círculos palatinos y la política activa, Séneca procuró ausentarse de la ciudad tanto

como le fue posible, algo que no le sentó especialmente bien al príncipe. Durante este

retiro, que duró tres años, Séneca compuso las Questiones naturales, De beneficiis y las

Epistulae morales ad Lucilium.

El emperador no se atrevió a acabar con su vida hasta el 65, año en que se produjo la

Conjura de Pisón. Como a tantos otros opositores al gobierno tiránico, Séneca fue

muerto so pretexto de haber participado en la revuelta. El delator que le involucró en la

conjura para salvar su propio pellejo fue Antonio Natalis, consciente de la enemistad

entre el emperador y su antiguo maestro.

Se cuenta que, un tribuno, despachado para encargarse de Séneca se hizo acompañar de

un pelotón de soldados, con el que rodeó la finca y se montó guardia para impedir la

huida. Mientras, el tribuno se entrevistó con el filósofo, quien al responder a las

preguntas del militar, demostró su inocencia. El mismo tribuno en persona se encargó

de referir lo ocurrido al emperador. Sin embargo, éste no se contuvo y ordenó ejecutar a

Séneca. El tribuno, al volver a la finca, en presencia de Popea y Tigelino, se negó a

entrar, mandando a uno de sus centuriones a comunicar la pena de muerte a Séneca.

Séneca se quitó la vida en abril del 65. Después que se le negara la oportunidad de hacer

testamento, el filósofo dijo a sus familiares y amigos presentes que, ya que no se le

permitía mostrar su agradecimiento a quienes lo merecían, les daría como herencia lo

único que le quedaba, la imagen de su vida, como recuerdo y guía para la plenitud

espiritual.

Resumiendo lo dicho, los períodos creativos de Séneca son tres. El primero de ellos,

llamado de juventud, abarca hasta su regreso de Egipto, y trata sobre todo temas de

ciencias naturales, a los que regresa más tarde. El período intermedio ocupa hasta su

regreso del exilio, y podemos subdividirlo en una primera etapa, bajo el mandato de

Calígula, y una segunda, bajo Claudio. Durante estos años trabaja las primeras obras de

filosofía y las consolationes. Tras su retorno de Córcega, comienza la etapa madura, que

de nuevo, se divide en durante y después de su actividad política. Corresponden al

primer subperíodo la mayor parte de la producción filosófica, y al segundo, el

epistolario y las Quaestiones naturales. En cuanto a las tragedias, se suele decir que

corresponden a los años del exilio.

Su obra filosófica la podemos dividir en varios bloques: consolationes, epístolas, y

diálogos.

Las consolationes se diferencian por ser diatribas, es decir, discursos o ensayos de

extensión media dirigidos a personas concretas a propósito de un hecho concreto. Se

puede distinguir en ellas dos partes: una primera, con tópicos y preceptos para calmar el

Page 22: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

dolor por una desgracia concreta; y una segunda, a base de exempla sobre cómo

sobrellevar el dolor.

Las epístolas son un total de 124 cartas dirigidas a Lucilio, amigo, y en cierto modo,

discípulo de Séneca. En ellas Séneca va contestando a las dudas y cuestiones que le

plantea su corresponsal, tratando de emplear la filosofía, ante todo estoica, para guiarle

en el camino de la vida. Su gran belleza literaria y de pensamiento hace de las epístolas

la obra más importante de este autor.

Por último, los denominados diálogos consisten en una serie de tratados o ensayos en

los que se exponen diferentes aspectos del estoicismo a propósito de tal o cual tema. De

extensión variada, en ellos Séneca emplea el conocido método del interlocutor

imaginario, recurso mediante el cual el propio autor va planteando interrogantes y

objeciones a la reflexión para que ésta se desarrolle y crezca.

El estilo de Séneca se encuadra dentro del cambio estético que acontece durante la

llamada Edad de Plata. En general, a diferencia de los autores republicanos y augústeos,

en época post-julioclaudia los modelos y fuentes a superar no van a ser griegos, sino

romanos. Los géneros se reconfiguran y transforman, y la lengua busca la

independencia frente a Cicerón y Virgilio, desembocando en un barroquismo propio de

la época, en el caso de Séneca, se caracteriza por un bello efecto de stacatto, un poco

lejano del armónico fluir de Cicerón. El nuevo régimen de gobierno supone una nueva

relación con el poder por parte de la literatura, que puede oponerse o ser partidaria del

emperador de turno. Por último, se produce una atomización, es decir, las partes de las

obras comienzan a ser más independientes e importantes que el conjunto, como en el

caso de las epístolas.

Séneca, en cuanto a su pensamiento, es el pensador más importante en lengua latina

desde Cicerón, y mantiene tal título sin disputa hasta la llegada de San Agustín. Es el

gran filósofo estoico, con el que triunfa esta escuela definitivamente. Se trata de la punta

del iceberg, ya que el estoicismo se convierte en la bandera de la oposición senatorial

durante los gobiernos de las dinastías Julio-Claudia y Flavia, como bien atestigua, entre

otros, Tácito. Durante el gobierno de la dinastía Antonina, que recupera la antigua

armonía entre Senado y princeps, el estoicismo llega al trono, como prueba el hito de

las Meditaciones de Marco Aurelio. A la larga, esta escuela que se fundamenta en

Séneca llega a ser el punto de anclaje en que se apoya el cristianismo en Roma.

2.3.2- Tradición y pervivencia.

La mayor parte de los diálogos se transmitieron juntos. El códice más antiguo es el

Medilanensis Ambrosianus C. 90 (s.XI), del que derivan otros que le completan allí

donde es ilegible. Los diálogos De beneficiis y De clementia se conservan en el

Vaticanus Palatinus 1547 (s.VIII) y del Vaticanus Regin. Latinus 1529 (IX), del que

derivan más de trescientas copias posteriores. Es un caso muy particular en la historia

de la crítica textual, ya que al conservarse el arquetipo, se puede estudiar y apreciar con

detalle la historia de la corrupción del texto. En cuanto a las epístolas, se han

transmitido en dos grupos separados. Las cartas 1-88 y 89-124 tienen sus propias

tradiciones, con varias familias cada una. Los manuscritos más antiguos son, del primer

grupo, el Parisinus lat. 8540 (IX), y del segundo, el Bambergensis Class. 46 (IX).

El influjo de Séneca se percibe muy claramente en la propia antigüedad. El caso más

evidente es el de Tácito, quien además de verse fuertemente influido por su estoicismo,

narra el episodio de su muerte en Annales, XV, 60-64. Quintiliano, como seguidor del

Page 23: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

estilo de Cicerón, y defensor de la educación basada en la retórica en lugar de en la

filosofía, polemiza con él y se debe defender de los seguidores de Séneca:

Ex industria Senecam in omni genere eloquentiae distuli, propter

vulgatam falso de me opinionem qua damnare eum et invisum quoque

habere sum creditus. Quod accidit mihi dum corruptum et omnibus vitiis

fractum dicendi genus revocare ad severiora iudicia contendo: tum

autem solus hic fere in manibus adulescentium fuit.

“A propósito he dejado aparte a Séneca en todo género de elocuencia, por

el falso rumor extendido sobre mí, según el cual se cree que yo le

condeno e incluso le aborrezco. Me sucede esto justo cuando intento que

la elocuencia, corrupta y quebrada por todo tipo de vicios, vuelva a unos

criterios más estrictos; cuando sólo él ha estado en manos de los

jóvenes.” Intitutio oratoria, X, 1, 125.

La crítica de Quintiliano sobre el estilo abrupto de Séneca se extiende bastante (128-

130), y la misma visión negativa se percibe en Frontón y Aulo Gelio.

Sin embargo, esta visión negativa no perdura mucho. En épocas más tardías, Séneca es

apreciado por su elevada carga moral, y en época cristiana es muy leído por los padres

de la Iglesia. Tertuliano le considera muy cercano, Seneca saepe noster, dice (De

anima, 2, 682). Lactancio le considera todo un prodigio en cuanto a su inteligencia:

omnium stoicorum acutissimus (Div. Inst. II, 8, 23), qui volet scire omnia, Senecae

libros in manut sumat (V, 9, 19). De hecho, se le intenta cristianizar. El propio

Lactancio dice que Séneca habría sido cristiano de haber podido: potuit ese verus dei

cultor, si quis illi monstrasset (VI, 24, 13-14) Aparecen unas cartas apócrifas entre él y

San Pablo, basándose en la noticia de que el hermano mayor de Séneca, Galión, se

encontró con el santo (Hechos de los Apóstoles, 18, 12-17).

Mientras el Imperio se mantuvo, el conocimiento de Séneca fue amplio y seguro, y

perduró sin problemas mientras hubo cierta homogeneidad cultural. Sirve como ejemplo

el que San Agustín, criticando al inculto Fausto, diga que legerat aliquas Tullianas

orationes et paucissimos Senecae libros (Conf. V, 6, 11), es decir, que todo el mundo

tenía acceso a él. Pero ya en el s IV comienza a perderse en el olvido, como atestigua el

que Sidonio Apolinar (430-488) confunda a Séneca padre y Séneca hijo con dos

autores, uno trágico y otro filosófico. Así dice:

Non quod Corduba praepotens alumnis

Facundum ciet hic putes legendum

Quórum unus colit hispidum Platona

Incassumque suum monet Neronem,

Orchestram colit alter Euripidis…

No esperes leer aquí la elocuencia que evoca Córdoba, sobresaliente en sus

hijos, de los cuales uno cultiva al áspero Platón, y aconseja en vano a su

discípulo Nerón, y el otro cultiva la orquesta de Eurípides…” (Carmina, 9, 230-

234)

En cuanto a la poesía, pensamiento y su estilo se perciben en Lucano, Silio Itálico y

Prudencia, así como en la Consolatio de Boecio.

Desde finales de la Antigüedad hasta el s. XIII, no hay en España pervivencia de

Séneca. A partir de ese siglo se reanuda después de que entren en la península códices

procedentes de Francia e Italia. Las primeras noticias que tenemos son del reinado de

Page 24: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

Fernando III (1271-1252). En la biblioteca de Alfonso X el Sabio debió haber ya varios

ejemplares, pues se detectan pasajes de Séneca en obras como las Siete Partidas. Ese

mismo siglo aparecen algunas de las primeras traducciones, como la del De ira, por un

anónimo, y que de hecho es la primera traducción de una obra de Séneca a lengua

vulgar. Además de obras completas, durante la Edad Media aparecen muchos florilegios

con citas de Séneca, siendo los más conocidos De copia verborum, De paupertate, o De

sapientia. La mayor parte de estas flores proceden de las epístolas.

Así, en la misma tónica, durante el s. XIV Séneca va a ser empleado sobre todo en

escritos con carácter moralista o político, generalmente a través de máximas. En el

Libro de buen Amor el Arcipreste le cita habitualmente en este sentido. Así, por poner

un ejemplo, dice: “La pobredat alegre es muy noble rriquessa”, remitiendo a la epístola

II, 5 : Honesta, inquit Epicurus, res est paupertas laeta.

Con la llegada del s. XV Séneca pasa a ser muy leído, estudiado y conocido. Se

producen numerosas traducciones y ediciones de sus obras. Por nombrar alguna,

podemos mencionar la de Alonso de Cartagena del De vita beata, o la de las epístolas

por Fernán Pérez de Guzmán.

En los inicios del Renacimiento la obra más importante con pervivencia de Séneca es,

sin duda, la Celestina, en la que sigue estando presente a base de sentencias. Las citas

de Séneca llegan a través del Auctoritates Aristotelis5, un florilegio que recogía pasajes

filosóficos. Por ejemplo, en el acto I, cuando Celestina trata de ganarse a Pármeno,

aparecen varias citas de las epístolas:

PÁRMENO.- Mi fe, madre, no creo a nadie.

CELESTINA.- Estremo es creer a todos e yerro no creer a niguno (utrumque

vitium est, et ómnibus credere et nulli: Ep. Ad Luc. 3, 4).

PÁRMENO.- Digo que te creo; pero no me atreuo: déxame.

CELESTINA.- ¡O mezquino! De enfermo coraçón es no poder sufrir el bien

(Infirmi animi est pati non posse divitias: 5, 6). Da Dios hauas a quien no tiene

quixadas. ¡O simple! Dirás que a donde ay mayor entendimiento ay menor

fortuna e donde más discreción allí es menor la fortuna! Dichos son.

PÁRMENO.- ¡O Celestina! Oydo he a mis mayores que vn exemplo de luxuría o

auaricia mucho malhaze e que con aquellos deue hombre conuersar, que le fagan

mejor e aquellos dexar, a quien él mejores piensa hazer (Unum exemplum

luxuriae aut avaritiae multum mali facit: 7, 7). E Sempronio, en su enxemplo, no

me hará mejor ni yo a él sanaré su vicio. E puesto que yo a lo que dizes me

incline, solo yo querría saberlo: porque a lo menos por el exemplo fuese oculto

el pecado. E, si hombre vencido del deleyte va contra la virtud, no se atreua a la

honestad.

CELESTINA.- Sin prudencia hablas, que de ninguna cosa es alegre possessión

sin compañía (nullius boni sine socio iucunda possesio est: 6,4)

Encontramos también numerosos ejemplos en la poesía moralizante, por ejemplo en la

de Pérez de Guzmán. Veamos un ejemplo:

La fresca yra y saña

No es luego de amonestar;

Dexa la vn poco amansar;

5 Véase el artículo de Íñigo Ruiz Arzálluz, ““El mundo intelectual del antiguo autor: las Auctoritates

Aristotelis en la Celestina primitiva”, Boletín de la Real Academia Española LXXVI, 1996, Cuaderno CCLXIX, pp. 265-283

Page 25: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

Despues, con buen tiento y maña,

Hauezes con el sañoso

Otorgando y consintiendo,

Hauezes contradiciendo,

Le faras hauer reposo.

El que en si non tiene tiento,

Con la nueua turbación

Dela tu insultacion

Haura doble sentimiento;

Dexa pasar el furor

Si el peligro non es cercano;

Despues, con manso dulçor,

Del enfermo faras sano (“Remedio ala fresca yra y saña”)

Tenemos aquí en este poema reminiscencias del De ira. En la primera estrofa, remite a

III, 29, 2, que dice: Primam iram non audebimus oratione mulcere: surda est et amens;

dabimus illi spatium. Remedia in remissionibus prosunt; nec oculos tumentis temptamus

uim rigentem mouendo incitaturi, nec cetera uitia dum feruent: initia morborum quies

curat. La segunda a III, 40, 2: Castigare uero irascentem et ultro obirasci incitare est:

uarie adgredieris blandeque…

Durante el Renacimiento, su popularidad aumenta con la edición de Erasmo en 1515, y

a partir de entonces es traducido a multitud de lenguas vernáculas: al francés, al alemán

por Michael Herr, al inglés por Goldling, etc. En 1614 es editada su obra completa por

Lodge. Dentro de la literatura castellana, su presencia es evidente en la producción de

Luis Vives y Antonio de Guevara. También se puede encontrar su presencia en la lírica.

Horacio, el modelo principal de los poetas de este período, como Garcilaso, Mendoza,

Arquijo, Herrera, Luis de León o Andrada, era visto con cierto matiz estoico. Ello

explica que junto a él aparezcan otros autores como fuentes complementarias, y uno de

ellos fue Séneca. Aunque en estos casos suele funcionar como autor trágico, en algunos

casos también están presentes las epístolas. Por ejemplo, en A Iuan Antonio del Alcázar

por la templanza, de Medrano:

Aquella sola, Flavio, suerte una

Justamente es del sabio suspirada

Que ni falta en lo asaz ni sobra en nada;

Limitada igualmente y no importuna.

Quiero, a fuer de la toga, la fortuna,

Limpia, de mi medida, y concertada;

Ni con grandeza pródiga sobrada,

Ni corta y miserablemente ayuna.

Llegue a los pies, al tanto que, ceñida,

No bese el suelo, no, la toga; y sea

Tal mi suerte que sirva y luzga toda.

No, Flavio, no la quiero desceñida,

Ni arrastre, no; que el desaliño afeam

Y no “onrra lo que arrastra, sino enloda”.

Donde se remite a la carta 5, especialmente al pasaje de la toga: Intus omnia dissimilia

sint, frons populo nostra conveniat. Non splendeat toga, ne sordeat quidem.

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Durante el Barroco Séneca es muy apreciado. Por una parte, su estilo y lengua se

apartan del clasicismo propio de los modelos renacentistas, que es precisamente de lo

que quiere apartarse el espíritu de esta época. Por otra, su elevada carga moral y ética se

combina bien con la dimensión espiritual de los autores barrocos, que se implican en un

viaje hacia la búsqueda de la propia identidad e interioridad. Los primeros autores que

se interesan por el filósofo fueron Andrés Fernández de Adrada, quien compone la

Epistola moral a Fabio, y Luis Carrillo y Sotomayor, precedente del culteranismo de

Góngora y traductor del De brevitate vita. Influye Séneca también en Baltasar Gracián y

sus obras de política y ética.

Sin embargo, el autor que más pervivencia de Séneca tiene es Francisco de Quevedo,

quien, como sabemos, tiene dos líneas de pensamiento complementarias en su

producción literaria. Por un lado, está la línea satírica, burlesca, para la cual bebe de

Marcial. Pero por otra parte, Quevedo escribió una serie de obras con un espíritu

meditabundo y ascético, que respiraban en clave de Séneca. Progresivamente, Quevedo

realiza un viaje desde el estoicismo al cristianismo a través de la moral. Así comopone

su Doctrina moral del conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas, su Sermón

estoico de censura moral, Discurso de todos los diablos, De los remedios de cualquier

fortuna, Doctrina estoica, El retraído, Poítica de Dios, y Providencia de Dios. De los

muchos ejemplos posibles, tomemos el siguiente de la Doctrina moral:

Has de tratarle, no como quien vive por él, que es necedad, ni como quien vive

para él, que es delito; sino como quien no puede vivir sin él. Trátale como al

criado: susténtale y vístele y mándale; que sería cosa fea que te mandase quien

nació para servirte, y que nació confesando con lágrimas su servidumbre; y

muerto, dirá en la sepultura que por sí aun eso no merecía. Bien permite la razón

que vivas con el cuerpo, y lo ama; mas no se halla con caudal de sustentar sus

apetitos; que esos, como hijos de la vanidad, te gastarán todo el caudal, y

desperdiciarán los tesoros del entendimiento”.

Fateor insitam esse nobis corporis nostri caritatem; fateor nos huius gerere

tutelam. Non nego indulgendum illi, serviendum nego; multis enim serviet qui

corpori servit, qui pro illo nimium timet, qui ad illud omnia refert. Sic gerere

nos debemus, non tamquam propter corpus vivere debeamus, sed tamquam non

possimus sine corpore; huius nos nimius amor timoribus inquietat,

sollicitudinibus onerat, contumeliis obicit (Ep. ad Luc, 14, 1-2).

Con el Barroco culmina la influencia senequiana en la literatura castellana. Ni antes, ni

después, no sólo no influye tanto el filósofo, sino que las obras que inspira no fueron de

tal calidad como las de Quevedo o Gracián.

Séneca, en la república literaria de Europa, influye poderosamente tanto en su faceta de

dramaturgo como en la de filósofo. Su teatro inspira, entre otros, al de Giambattista

Giraldi, Jodelle, Corneille, Montaigne, Shakespeare o Alfieri. Su filosofía se convierte

en un camino hacia el yo, que inspira y eleva las ideas de los filósofos posteriores, así

como de los grandes moralistas, como Rosseau, Francis Bacon, Pascal, Schopenhauer o

Nietzsche.

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2.4- Apuleyo.

2.4.1- Vida, pensamiento, obras.

Apuleyo nació en torno al 125 d.C. en Madaura, una pequeña ciudad de la provincia de

Cartago. Nació en una familia de clase bastante alta, si tenemos en cuenta que su padre

llegó incluso a ejercer de duumvir, la máxima magistratura municipal. Su formación en

gramática y retórica la recibió en Cartago, y después marchó a Atenas, donde

perfeccionó su conocimiento del griego y de la filosofía. Tras visitar otras partes de la

parte oriental del Imperio, viaja a Roma y regresa a Cartago tras diez años de viaje.

Comienza entonces a ganarse la vida como rétor y maestro en diversas áreas,

impartiendo conferencias en latín y griego con gran éxito.

En un viaje a Alejandría cae enfermo y se ve obligado a detenerse en Oea, Trípoli,

donde se hospeda en casa de un amigo. Allí recibe la visita de Sicinio Ponciano,

compañero suyo de estudios, quien le ofrece su propio hogar. Allí Apuleyo conoce a

Pudentilla, la madre de Ponciano, una viuda rica. Apuleyo cautiva su corazón y se casa

con ella, lo que hace que sus herederos le denuncien acusándolo de haber hechizado a la

viuda.

El juicio se celebró en Sábrata en el 158. En él Apuleyo pronunció un discurso que

después publicó, la Apologia, escrito por el cual conocemos sus datos biográficos. Del

juicio salió absuelto. Permaneció en Oea tres años más, impartiendo clases y

componiendo alguna de sus obras. Obtuvo gran éxito y llegó a ser nombrado sacerdote

de la provincia del culto imperial e incluso se le llegaron a erigir estatuas en varias

ciudades, entre ellas Cartago.

Los últimos datos fechables con seguridad fueron los discursos pronunciados en honor

del procónsul Severiano Honorino en 162 y del procónsul Escipión Orfito en 164.

Mientras que las Metamorfosis pueden ubicarse en el tiempo después del proceso por

brujería, no se puede establecer una fecha clara para los Florida o sus obras filosóficas.

La obra más importante, sin duda, son las Metamorfosis. Se trata de uno de los pocos

ejemplares de novela latina, junto al Satyricon, u otros escritos como Dictis, Dares,

Historia Apolloni regis Tyri, o las vidas de santos. Las Metamorfosis comparten el

argumento con una obra en griego, el Onos, de Luciano de Samosata. Una y otro se

diferencian en su extensión, que es mayor en la obra de Apuleyo, y por la ausencia de

fábulas milesias en la de Luciano. Sabemos gracias al gramático Focio que ambas

derivan de una obra más antigua, de un autor llamado Lucio de Patrás, también titulada

Metamorfosis.

Las Metamorfosis de Apuleyo, también conocidas por El asno de oro, nos relatan las

peripecias de Lucio, un joven interesado en la magia que acaba mal parado por su

excesiva curiosidad y convertido en asno en un experimento fallido con la magia. Como

asno, va pasando por las manos de diferentes amos, quienes se comportan ante él sin

máscaras ni tapujos, pues, al fin y al cabo, sólo es un asno. Presenciar la maldad y

miseria ajenas transforma de nuevo a Lucio, pero en esta ocasión, en su personalidad,

convirtiéndose en una persona honrada, humilde y prudente. La obra concluye con la

iniciación en los misterios de Isis de Lucio. La obra tiene una gran carga moral y ética,

combinada con la religiosa, que se evoca en el lector con el mismo procedimiento que la

fábula, la sátira o el epigrama, a través de la burla y el juego, con un lenguaje sencillo y

fluido.

Page 28: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

Las Metamorfosis se caracterizan por incluir a lo largo del relato diversas

composiciones menores que conocemos como fábulas milesias, que se encuentran

insertadas como relatos que pronuncian diferentes personajes en la obra. La más

importante de ellas es el cuento de Cupido y Psique, colocado en la parte nuclear de las

Metamorfosis, y que, como la obra principal, no relatan el viaje de Psique, la cual en su

peregrinación exterior realiza al tiempo un viaje interior que la cambia y transforma.

Por otra parte, conocemos varias obras menores de Apuleyo. Los Florida son un

conjunto de fragmentos de discursos, al estilo de la obra de Séneca el Mayor o los

florilegios medievales, recuperando el gusto por los extractos de la literatura

postaugústea y premonizando los compendios tardíos y medievales. Por último,

Apuleyo escribió también un reducido número de obras cercanas a la filosofía, como el

De Platone et eius dogmate, De deo Socratis, De mundo, y Peri hermeneiae, aunque la

autenticidad de éste último se discute. Todas ellas muestran ideas propias del

neoplatonismo y academicismo.

2.4.2-Tradición y pervivencia.

De las tres obras principales, es decir, de Metamorfosis, Apologia y Florida, hay un

códice que perteneció a Bocaccio, el Mediceus Laurentianus plu 68. 2 (s. XI), que

contiene también partes de Tácito. Es el arquetipo para estas obras, pues, como muestras

las subscriptiones, remonta a un tardoantiguo hoy perdido del IV. En cuanto a las obras

filosóficas, se han transmitido en conjunto, y se ha perdido el arquetipo. Hay algunos

códices valiosos como el Bruxellensis 10054/6 (s. XI) o el Nederlandensis Leidensis

Vossianus 4º 10 (s. XI).

Durante las épocas más antiguas Apuleyo es considerado, ante todo, un filósofo. Su

obra supone una especie de calentamiento para la recepción del platonismo, ya que

combina la filosofía con las religiones de salvación. Macrobio se sorprende de que un

filósofo como él escriba una también novela y ya reconoce semejanzas con el Satyricon:

Fabulae, quarum nomen indicat falsi professionem, aut tantum conciliandae

auribus uoluptatis aut adhortationis quoque in bonam frugem gratia repertae

sunt. Auditum mulcent uelut comoediae, quales Menander eiusue imitatores

agendas dederunt, uel argumenta fictis casibus amatorum referta, quibus uel

multum se Arbiter exercuit uel Apuleium non numquam lusisse miramur

“Las “fábulas”, de las cuales su nombre indica que cuenta algo ficticio, fueron

inventadas bien sólo para ganarse los oídos, bien con motivo de exhortar a una

buena acción. Endulzan el oído por un lado las comedias, como las que

Menandro hizo representar o sus seguidores; y por otra las historias que cuentan

los azares ficticios de enamorados, en las que mucho se ejercitó Árbitro y nos

sorprende que Apuleyo escribiera alguna.” (Comentario al Somnum Scipionis, I,

1).

La dimensión espiritual y religiosa de las Metamorfosis hace que sea una obra bien

recibida por el cristianismo. San Agustín, en sus Confesiones, sin duda tiene influjo de

Apuleyo, y trata de buscar el sentido alegórico de la conversión en asno, como si fuera

una ilusión (De civitate Dei, XVIII, 18). En el s. V Marciano Capela reelabora el

Cuento de Cupido y Psique en su De nuptiis Philologiae et Mercurii.

La misma concepción de Apuleyo como filósofo se mantiene en el s. XII. Juan de

Salisbury, quien le incluye en su lista de filósofos (Policraticus 7).

Page 29: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

En el s. XIV Bocaccio redescubre las Metamorfosis, y su influjo se percibe en algunos

pasajes del Decamerón. De esta manera la faceta de novelista comienza a imponerse

sobre la de filósofo. Por ejemplo, es clara la pervivencia de Apuleyo en el pasaje en que

Peronella y Gianello engañan al marido de la primera con la táctica de la tinaja (Jornada

séptima, segunda narración), como ocurre en Metamorfosis IX 5-7. El mismo Bocaccio,

en su Sobre las genealogías de los dioses gentiles realiza una alegorización del Cuento

de Cupido y Psique.

A partir de este momento, la pervivencia de Apuleyo se percibe en la proliferación de

relatos con asnos, de maridos engañados y de alegorizaciones del célebre Cuento de

Cupido y Psique.

En España se traduce por primera vez las Metamorfosis, gracias a Diego López de

Cortegana en 1513. Se trata de una traducción de tal calidad que durante mucho tiempo

ha sido la única, e incluso fue reeditada en 1998 con una introducción de Carlos García

Gual, en un momento en que ya había muchas otras traducciones más modernas.

Dentro de la novela castellana las Metamorfosis han influido en obras de tanta

importancia como El Lazarillo de Tormes o El Quijote. En una y otra obra llega

Apuleyo a través de la traducción de Cortegana. En el caso del Lazarillo, la pervivencia

de Apuleyo se encuentra en dos puntos. En primer lugar, en el carácter del clérigo de

Maqueda se ven rasgos del avaro Milón. En segundo lugar, el episodio en que Lucio

roba al par de hermanos la comida influye en el del arcón cerrado y los ratones del

Lazarillo.

En el caso del Quijote, la obra de Apuleyo influye a nivel estructural, al tratarse de un

relato más amplio en el que se insertan episodios y narraciones. También se encuentra

en el propio nombre del protagonista, ya que en la traducción de Cortegana se puede

leer en el libro XI: “otro iba armado con quijote y capacete y barbera y con broquel en

la mano, que parecía que salía del juego de la esgrima”, refiriéndose a disfraces votivos

en una procesión. Además, algunos episodios, como el de Rocinante y las yeguas (Q. I,

15) o el de los odres de vino (I, 35), también están presentes en las Metamorfosis.

Page 30: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

2.5.- Boecio.

2.5.1- Vida, pensamiento, obras.

Anicio Manlio Severino Boecio nació en el año 480 d.C. en Roma, en el seno de una

familia aristocrática y acomodada. Su padre, que había sido cónsul en el 487, murió

cuando él era aún joven, y por ello pasó a estar bajo la protección de importantes

personalidades como la de Q. Aurelio Memio Símaco, con cuya hija contrajo

matrimonio.

Los buenos contactos que hace le garantizaron una gran carrera política. Estuvo a las

órdenes de Teodorico, quien tras tenerle a su servicio algunos años le nombró cónsul

sine collega, y se ocupó de atender a las necesidades de Gundobando y Clodoveo. Sus

dos hijos llegaron a ser cónsules en el 522 sin tener la edad requerida, y poco más tarde

se le concede el título de magister officiorum, es decir, superintendente de todos los

cargos palatinos y estatales.

Su carrera se truncó cuando las tensiones internas entre godos y romanos, y entre un rey

arriano y un senado católico estallaron. La acusación al patricio Altino de alta traición

por sus relaciones con Justiniano, fue un episodio crítico de este conflicto interno.

Boecio, inmediatamente, partió para Verona para defender los intereses del Senado, y es

acusado y condenado por el propio Teodorico. Tras un período de encarcelamiento en

Calvezano, fue ejecutado en el 524. Al año siguiente es también ejecutado Símaco.

Boecio pertenece a ese turbulento período en el que se da el lento pero inevitable paso

de la Antigüedad a la Edad Media. Poco después de su muerte Benito funda Monte

Cassino en el 529, y el emperador Justiniano cierra la Academia platónica. Fue

consciente del cambio que se estaba operando, y por ello, para hacer accesible a

Occidente la filosofía, se propuso la traducción de Aristóteles y Platón, pero por culpa

de Teodorico Europa se perdió durante mucho tiempo lo mejor de la filosofía griega.

Por suerte para nosotros, Boecio tuvo tiempo de componer alguna de sus obras durante

su arresto.

La obra que más nos interesa es la Consolatio Philosophiae, un escrito elaborado

artísticamente en el que Boecio dialoga con la filosofía personificada, en el que se

mezclan prosa y verso y se recuperan las ideas de Platón, Cicerón, Séneca, San Agustín

y contiene grandes dosis de estoicismo, ya cristianizado.

2.5.2- Tradición y pervivencia.

La técnica de convertir una abstracción en personaje perdura a lo largo del tiempo a

través de Edad Media, Renacimiento y Barroco. La Consolatio es uno de los libros más

leídos hasta la Edad Mod-erna, y apenas cincuenta años tras la invención de la imprenta

hay ya cuarenta ediciones.

Durante la Edad Media el rey Alfredo (848-901), al tratar de restablecer la cultura latina

y cristiana en Gran Bretaña tras las duras invasiones que había sufrido la isla, traduce

importantes textos como la regla pastoral de San Gregorio, la Historia de la nación

inglesa de San Beda Venerable, las Historias contra los paganos de Orosio, y la

Consolatio Philosophiae. En esta ocasión, se trata más de una adpatación, en la que se

suprimen lo difícil, se añaden homilías morales y se cristianiza lo necesario. También

traducen la obra Chaucer, Notker III Labeón, al antiguo alemán, y Máximo Planudes, al

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griego. En cuanto a pervivencia propiamente literaria, hay pasajes del Libro de la rosa,

en la parte de Jean de Meung, en que se emplea la Consolatio.

En época renacentista traduce la obra al italiano Brunetto Latini, el maestro de Dante,

quien a su vez sigue la Consolatio en su Convivio (2, 13). Petrarca, en Triumphos,

emplea junto al Somnum Scipionis y la Eneida pasajes de la Consolatio. En España el

caso más importante es el de Enrique de Villena, quien en Los doce trabajos de

Hércules, sigue la estructura y contenido de la Consolotaio en cada uno de los doce

capítulos, uno para cada trabajo.

En cuanto a comentarios, podemos nombrar el de Juan escoto, el de Gilbertus

Porretanis, o el de William Occam.

Page 32: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

3.- BIBLIOGRAFÍA.

Libros.

HERNÁNDEZ MIGUEL, L.A., La Tradición Clásica. La transmisión de las literaturas

griega y latina antiguas y su recepción en las vernáculas occidentales, Madrid, Liceus,

2008

HIGHET, G, La tradición clásica. Influencias griegas y romanas en la literatura

occidental, 2 vols., México, F.C.E., 1954.

Mª. R. LIDA DE MALKIEL, La tradición clásica en España, Barcelona, Ariel, 1975.

CODOÑER, C. et al, Historia de la literatura latina, , Madrid, Ed. Cátedra, 1997.

BLÜHER, K. A., Séneca en España. Investigaciones sobre la recepción de Séneca en

España desde el siglo XIII hasta el siglo XVII, , Madrid, Ed. Gredos, 1983.

BICKEL, E., Historia de la literatura romana, Madrid, Ed. Gredoss 1987.

VON ALBRECHT, M., Historia de la literatura romana, 2 volúmenes, Barcelona, Ed.

Herder, 1997.

NÚÑEZ GONZÁLEZ, J. Mª., El ciceronianismo en España,Valladolid, 1993.

Artículos.

CRISTÓBAL LÓPEZ, V. “Tradición Clásica: concepto y bibliografía”, Edad de Oro 29

(2005), pp. 27-46.

CRISTÓBAL LÓPEZ, V., “Pervivencia de autores latinos en la literatura española: una

aproximación bibliográfica”, Tempus 26 (2000), pp. 5-76.

GUILLÉN, J., “Cicerón en España”, Atti del I Congresso Internazionale di Studi

ciceroniani, Roma 1961, II, pp. 247-282.

BAÑOS, J.M. “Cicerón novelado”, Humanismo y pervivencia del mundo clásico: homenaje al

profesor Antonio Fontán (coord. por José María Maestre Maestre, Luis Charlo Brea, Joaquín

Pascual Barea), Vol. 4, 2002, pp. 2019-2035.

RUIZ ARZÁLLUZ, I., “El mundo intelectual del antiguo autor: las Auctoritates Aristotelis en la

Celestina primitiva”, Boletín de la Real Academia Española LXXVI, 1996, Cuaderno CCLXIX,

pp. 265-283

Page 33: La pervivencia de la literatura latina y la prosa filosófica

4.- ÍNDICE. Pág.

1.- INTRODUCCIÓN.

1.1- La literatura en el tiempo. 2

1.2- Panorama general de la pervivencia de la literatura latina.

1.2.1- Edad Media. 4

1.2.2- Renacimiento. 5

1.2.3- Barroco. 7

1.2.4- Neoclasicismo y Romanticismo. 8

2.- PERVIVENCIA DE LA PROSA FILOSÓFICA.

2. 1.- La filosofía en Roma y su literatura. 10

2.2- Cicerón.

2.2.1- Vida, obra, pensamiento. 12

2.2.2- Tradición y pervivencia. 15

2.3- Séneca.

2.2.1- Vida, obra, pensamiento. 20

2.2.2- Tradición y pervivencia. 22

2.4- Apuleyo.

2.2.1- Vida, obra, pensamiento. 27

2.2.2- Tradición y pervivencia. 28

2.5- Boecio.

2.2.1- Vida, obra, pensamiento. 30

2.2.2- Tradición y pervivencia. 30

3.- BIBLIOGRAFÍA. 32

4.- ÍNDICE. 33