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PARTICIPAR DE LA GRACIA Y DE LA VIDA EN EL ESPIRITU. Por: Jit Manuel Castillo, OFM.

La santidad.1

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PARTICIPAR DE LA GRACIA Y DE LA VIDA EN EL ESPIRITU.

Por: Jit Manuel Castillo, OFM.

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1.Punto de partida: Textos inspiracionales

De no haberte hecho tu Verbo- carne y habitado entre nosotros, con razón hubiéramos podido juzgarle apartado de la naturaleza humana y desesperar de nosotros. (Confesiones, Libro Noveno, Capitulo XLIII, 68-a)

La Encarnación bien entendida, la persona de Cristo, su naturaleza y su vida dan, para quien la entiende, la norma segura para llegar a ser santo con la santidad más verdadera, siendo al propio tiempo humano con el humanismo verdad. (Pedro Poveda, Amigos fuertes de Dios, 85)

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A la luz de esta afirmación podemos preguntarnos:

1. ¿En qué consiste vivir una verdadera vida humana?

2. Según nuestro parecer, ¿en qué sentido podemos decir que humanismo y santidad coinciden?

3. En relación a esto, ¿qué nos dice la humanidad de Jesús como auténtico modelo de santidad?

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2. Somos lo que somos ante Dios

Somos lo que somos ante Dios y nada más, decía San Francisco.

Si viviésemos desde esta certeza, nos sentiríamos liberados de muchas tentaciones y pretensiones.

Con lo cual nuestro corazón, mente y cuerpo gozarían de una paz que como mínimo serían un anticipo del paraíso.

Es la experiencia del salmo 131: Señor, yo no pretendo grandezas ni capacidad,

sino que acallo y modero mis deseos.

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También nos dice San Francisco, De qué ¡oh ser humano! puedes, gloriarte, ¿de

tu inteligencia, de tu capacidad de amar, de tu grandeza? Un solo demonio es más sabio que tú y no fueron ellos quienes entregaron a Jesús. […] Es en esto en lo que has de gloriarte, en llevar a cuesta la cruz de Cristo y en tus vicios y pecados, porque es lo único que te pertenece. (Adm. 5)

Parecería muy pesimista, pero yo diría que es más bien realista, porque lo afirma luego de reconocer la grandeza que supone para nosotros y nosotras el ser una criatura hecha a imagen y semejanza de Dios.

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3. Preguntas para la reflexión personal

Ahora bien, si la santidad es tan buena y está tan conectada con nuestra esencia y con nuestra fe. Si estamos llamado por Dios a ser santos y esa gracia ya nos ha sido regalada:

a. ¿Por qué hoy la santidad no tiene tan buena prensa?

b. ¿Por qué hoy se habla tan poco o no se habla de la santidad?

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4. Algunas respuestas iluminadores La santidad no tiene buena prensa en el mundo

de hoy porque este parece resistirse a la misma.

En nuestro mundo solo se busca la producción sin tener en cuenta a la persona.

Lo que nos mueve en este momento es el dinero y los intereses económicos.

Estamos muy afanosos por producir más y más, por vender y por comprar.

Vivimos en una sociedad necrótica, que produce muerte y vive de matar. No se preocupa por la vida del ser humano y mucho menos por su vida en plenitud, por lo que no pone atención a su santidad.

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Por otro lado, hemos perdido el ideal y el propósito de ser santos ante Dios, cumpliendo su voluntad, está muy lejos de nuestras prioridades personales.

Existe también muchas ideas erróneas, inadecuadas o insuficientes de la santidad.

A veces la pensamos que la santidad es ante todo perfección.

Como tal es un privilegio de muy pocos.

La asociamos con una vida ritualizada, devocional, cultual y apartada del mundo.

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En el fondo, la santidad nos causa miedo,porque entrar en este proceso implica la muerte y una exclusión de parte de las personas con quienes nos relacionamos, incluso en los ambientes religiosos donde nos movemos. Hay un hondo proceso de secularización,

también a lo interno de la Iglesia, que dificulta que se hable con naturalidad de este tema.

A veces lo que sucede es que no nos creemos suficientemente aquello que creemos.

La santidad es como un despertar a los valores más nobles y a lo que es esencial en la vida, porque vivimos como dormidos, distraídos en cuestiones secundarias.

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Nuestra relación y compromiso con Dios se dan sobre todo cuando nos conviene o nos urge y no como una opción constante y permanente.

Andamos por muchos otros caminos y no por el de la santidad:

Estamos muy metido en la tecnología, en los carros, apartamentos, etc.,

Vivimos un cristianismo light y virtual. Nuestra entrega de fe es irreal.

Hay mucha incoherencia entre lo que decimos y lo que hacemos.

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Estamos muy seguros en nuestras comodidades e incluso en nuestras insatisfacciones. Nos hemos instalado en el mal o en la mediocridad o en la omisión.

EN RESUMEN, a la sociedad no le conviene esto de la santidad. Sentimos temor a ser nosotros mismos. Hemos

experimentado esa presencia que nos salva y santifica, pero nos da miedo el testimoniarla.

Nos falta una decisión. Tomar la determinada determinación, como decía Santa Teresa, de entrar por el camino de la santidad.

Tenemos que asumir un compromiso serio, que es lo que muchas veces más nos asusta.

Finalmente, en este proceso es decisiva la consistencia, sin la cual nuestros esfuerzos se vuelven vanos e inútiles.

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5. La propuesta bíblica de santidad

El término santidad viene de la palabra hebrea qodesh, que significa separación, trascendencia, grandeza y excelsitud.*

Según algunos autores, KDSH no hace tanto referencia a la pureza cuanto al estar cortado (apartado) de lo impuro o apartado para lo sagrado.** Por ello, dirá que la santidad, más que a separado hace alusión a Dios mismo.

*Cf. E. Ancilli, Santidad, en Diccionario de Espiritualidad, Tomo III, Herder, Barcelona 1987, p. 346.**Cf. John L. Mackenzie, Diccionario Biblico, Paulinas, Sao Paulo 1984.

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De ahí que podamos decir que EN EL PRIMER TESTAMENTO la noción de santidad es netamente religiosa y está referida en último término a Dios, que es su origen y meta.

Los otros atributos que damos a Dios son expresión de nosotros: justo, misericordioso, etc., pero la santidad tiene que ver con él mismo. Con ello hablamos de su majestad, trascendencia e inaccesibilidad increada.

En la Biblia la santidad es atribuida sobre todo a Dios: No hay santo como Yavé (Sam 2,2).

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Esto indica su diferenciación con respecto a toda la creación. Él es quien está más allá del pecado, de la impureza, de la imperfección y del límite.*

Es el trisagio que cantan los serafines que contempla Isaías:

Santo, santo, santo, es Yavé Sabaot, el cielo y la tierra están llenos de su gloria (Is. 6,3).

La santidad de Dios es un atributo propiamente suyo. Que compete a la criatura, solo en cuanto él se la regala.

*Cf. J. L. Illanes, Santidad, voz en Diccionario de Teología Fundamental, San Pablo, Madrid 1992.

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Ahora bien esta pureza de Dios no significa lejanía con relación a ser humano y a las cosas que a este le preocupan, sino todo lo contrario, este Dios que es totalmente trascendente se ha querido enlodar en nuestro barro.

Dios se ha hecho presente en nuestra historia y camino junto a nosotros seres humanos.

Algunos textos del Primer Testamento describen esta santidad de Dios como fuego que purifica todo cuanto toca (Is 10,17).

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Si somos santos, es porque la santidad de Dios santifica cuanto toca y cuanto entra en su presencia.

Por eso existen objetos, lugares y personas que les son consagrados y que Dios mismo invite a su pueblo:

Serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa (Ex 19, 6). Sean santos, porque yo, Yavé, su Dios, soy santo (Lev 19,2; 20,26).

Hemos de aclarar que en el Primer Testamento esta invitación de Dios no es a una santidad ritual y externa, sino moral e interior.

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La santidad de Dios es raramente mencionada en el SEGUNDO TESTAMENTO.

Cuando Jesús nos ensena a orar (Mt 6,9; Lc 11,2), como invitación a reconocer la divinidad de Dios.

En Jn 17,11, se llama a Dios Padre santo.

En 1Jn 2,20, es llamado el Santo.

En Ap 6,10 es reconocido como Señor Santo, y Ap 4,8, en que se le reconoce como el tres veces santo.

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EN EL SEGUNDO TESTAMENTO, se usa más el término santidad para referirse a Jesús. Él es llamado el santo o santo de Dios (Mc 1,24; Lc 1,35; Jn 6,69; Hc 3,14) y el ciervo santo de Dios Hc 4, 27.30).

Con ello, estos textos nos sugieren la divinidad de Jesús ligada a la particularidad de su relación con Dios.

Curiosamente, el término santo es más usado en el Nuevo Testamento para referirse a la Iglesia y sus miembros.

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Jesús se revela como santo y como dador de la santidad de Dios:

Cristo es el santo de Dios (Hch 3, 14)

En sus obras, en sus actitudes y en sus gestos, Jesús refleja la gloria de Dios. El es el santo por excelencia, en cuanto encarnación de lo que Dios es entre nosotros.

Jamás un hombre ha hablado como lo hace este hombre (Jn 7,46) y ¿Quién de ustedes me acusará de pecado? (Jn 8,46).

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Esto es algo que experimentaron sus contemporáneos al entrar en contacto con él y algo que podemos experimentar nosotros al meternos en la médula del evangelio.

Con él se nos abren las posibilidades de penetrar en la santidad, intimidad de Dios. Porque él nos injerta personalmente en su santidad por el bautismo y nos constituye en pueblo santo como comunidad creyente.

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Esta santidad puede ser percibida y experimentada por quien se acerca a la Palabra de Dios, porque hay algo en Jesús que nos conecta con su misterio más hondo: Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. (Jn 14,9)

En relación a la Iglesia y a los creyentes, la santidad se usa como una actualización de la idea de Israel como un pueblo santo para Dios (Ex 19,6; 1Pe 2,9).

En ese sentido, designa tanto la relación de Dios con Jesús, como de este con la Iglesia como la que se ha de dar entre los miembros de esta.

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Los cristianos han sido santificados y el autor de dicha santificación es Dios (1Tes 5,23 y 4,5).

Jesús y su espíritu son los medios por los cuales Dios nos santifica (1Cor 1,30 y 2Tes 2,13)

Para que se dé la santificación hace falta la fe (Rom 15,16) y el bautismo (1 Cor 6,11) y la unión con Cristo (1Cor 1,2), por la justicia (Rom 6, 19), por la inhabitación del Espíritu (1Cor 3, 17).

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Ser santos es comunión con Dios Padre por Cristo en el Espíritu Santo. Es pues participación en la vida trinitaria.

Esto ha de expresarse en las buenas obras que realizamos y en las virtudes teologales y cardinales que adornan nuestra vida. Es dejar de ser hijos de las tinieblas y del mal para hacernos hijos de la luz y del bien.

A partir de este recorrido que hemos hecho por la propuesta de santidad en la Biblia, podemos delimitar ahora qué no es y qué es la santidad.

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6. ¿Qué es y qué no es la santidad?

El aclarar lo qué no es y lo qué es la santidad nos servirá como una síntesis, que nos ayudará a una mayor claridad sobre el tema particular que nos ocupa.

Contrario a lo que se dice en la lógica, que las definiciones más pésimas son aquellas que nos dicen lo que no son las cosas, consideramos que en algunos casos, como en el de la santidad, conviene empezar diciendo qué no es para después profundizar en lo que real y efectivamente es ser santos.

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a. ¿Qué no es la santidad? No es un privilegio de unos cuantos, para monjas y

sacerdotes o para una élite.

No es perfección moral ni es heroísmo.

No es cultual, ritual y externa.

No es la de los altares.

No es vanidad ni auto-adoración o colocarse en el centro para que nos veneren.

Nada que ver con el voluntarismo de los méritos, como si se tratase de algo que nos damos a nosotros mismos por nuestro esfuerzo y disciplina.

No es escapismo del mundo a una burbuja espiritual.

No es una cuestión individual, sino comunitaria.

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b. ¿Qué es la santidad? Cualidad esencial de Dios

Invitación y donación de su ser a todo cuanto ha creado.

Manifestación de su ser en la humanidad en la persona de Jesús.

Signo de su presencia entre nosotros por medio del Espíritu.

Algo que nos viene de fuere, pero que responde a un deseo muy profundo que Dios ha puesto en nosotros desde toda la eternidad.

Llamada a vivir en la transparencia de lo que somos sin máscaras y sin dobleces, integradas las múltiples heridas que nos ha causado la vida.

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7. Reflexión teológica: Hacia una santidad política, cotidiana, práctica y de actitudes El análisis de Rudolf Otto, sobre la santidad es

muy profundo y nos ayuda a comprender mejor la propuesta bíblica de la misma.

El habla de lo numinoso, como cualidad propia de lo divino. Que el describe como lo totalmente otro, la fascinante y terrible. Es lo duplo y lo paradoxal, que nos atrae y nos repele.*

*Cf. John L. Mackenzie, Diccionario Biblico, Paulinas, Sao Paulo 1984, p.847).

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Según este autor, Dios muestra su santidad en su lucha por la justicia (Is 5,16) y en su juicio sobre el pecado del pueblo (Nm 20,13, Ez 28,22; 38,16), en su implicación en la liberación de su pueblo (Ex 3).

En sintonía con esto, queremos retomar la propuesta de los Santos Modernos atribuida al papa Francisco y a Juan Pablo II, que nos hablan de santos jóvenes, comunes, que bailan, fiestean, se divierten, son alegres, etc., pero que allí donde están dan testimonio de Dios y de Jesús.

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Estamos plenamente convencidos de que la santidad auténtica no es ni para mediocres ni para personas superficiales, que se contenten con lo mínimo y con vivir en la cáscara de la realidad.

Queremos proponer una santidad política y práctica, de actitudes, como propuesta de vivir y defender la justicia y la misericordia al estilo de lo que nos sugieren las Bienaventuranzas.

No es una santidad de hechos y del no hacer, que se mueve en una perspectiva negativa, como la de los mandamientos: no mate, no robe, no calumnie, etc.

Sino que se mueve en el mundo de las actitudes, y desde una perspectiva positiva: qué es lo que me mueve? ¿por qué actúo de tal o cual modo?, etc.

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Para el papa Juan Pablo II, la aventura de la santidad comienza con un «sí» a Dios.

Para Benedicto XVI, los santos no son personas que nunca han cometido errores o pecados, sino quienes se arrepienten y se reconcilian.

El papa Francisco afirma que: los Santos son los amigos de Dios, que han transcurrido su existencia terrena en comunión profunda con Dios, hasta el punto de llegar a ser semejantes a Él, porque han visto en el rostro de los hermanos más pequeños y despreciados el rostro de Dios, y ahora lo contemplan cara a cara en su belleza gloriosa. […] no son superhombres, ni han nacido perfectos”. Sino que son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo han vivido una vida normal, con alegrías y dolores, fatigas y esperanzas.

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Pero ¿qué ha cambiado su vida? Cuando han conocido el amor de Dios, lo han seguido con todo el corazón, sin condiciones o hipocresías; han gastado su vida al servicio de los demás, han soportado sufrimientos y adversidades sin odiar y respondiendo al mal con el bien, difundiendo alegría y paz. Ésta es la vida de los Santos, personas que por el amor de Dios no han hecho su vida con condiciones a Dios, no han sido hipócritas, han gastado su vida al servicio de los demás, servir al prójimo, han sufrido tantas adversidades, pero sin odiar.(Homilía en la fiesta de todos los santos, 1-11-2013)

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Para San Alfonso María de Ligorio, un gran deseo de ser santo, es el primer peldaño para llegar a serlo; y al deseo se ha de unir una firme resolución.

Decía Santa Teresita del Niño Jesús: Quiero ser santa, pero no a medias, sino completamente.

Recordemos la frase de Santa Teresita de Lisieux: En lugar de desanimarme, me he dicho a mí misma: Dios no puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad.

Bien lo decía Santa Madre Teresa de Calcuta, la santidad no es un privilegio para algunos, sino una obligación para todos, "para usted y para mí".

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8. El camino personal a la santidad

Así cómo existen unos elementos comunes a la santidad, por los que podemos identificar a los santos, estos no nos ha de cegar sobre el hecho de que cada uno y cada una tiene un camino muy particular para hacerse santo. Y este está muy ligado a su historia, a su carácter, a sus actitudes, a sus pasiones, etc.

De ahí que hablemos de la santidad como un camino para ser auténticamente nosotros mismos. Creo que tres frases nos ayudan a afirmar la veracidad de cuanto estamos sugiriendo. Una es de Thomás Merton, la otra de Ernesto Cardenal y la tercera del poeta León Felipe:

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Los santos fueron capaces de ver a través de las máscaras que usa la humanidad, y vieron que no había realidad en las máscaras. Vieron solo un rostro en los numerosos rostros de los hombres: el rostro del amor (es decir, el rostro de Cristo). (Thomás Merton, Vida en el amor, 10).

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La santidad es nuestra verdadera personalidad. No hay dos hojas iguales, y tampoco hay dos hombres iguales. Pero el pecado nos hace a todos iguales, como presos con un mismo uniforme. En cambio, los santos son distintos, porque la santidad es la realización plena de la personalidad, el reencuentro de esa identidad que tienen todos los seres y ha sido perdida por el pecado. (Ernesto Cardenal, Vida en el amor, 43).

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Como bien nos recuerda la Comunidad de Murcia: Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. […]los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. En palabras del poeta León Felipe:

Nadie fue ayer,ni va hoy

ni irá mañanahacia Dios

por este caminoque yo voy.

Para cada hombre guardaun rayo nuevo de luz el sol...

y un camino virgenDios.

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La santidad como don y como tarea

Muchas veces se ha diferenciado entre la santidad y la perfección, la primera se entiende que es un don de Dios, y la segunda se valora como esfuerzo humano.

En ese sentido se dice que la santidad está en el orden del ser: Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los santos en Cristo Jesús que viven en Filipos (Fil 1,1). Mientras que la perfección, está en el orden del obrar: Sean perfectos como perfecto es su padre del cielo (Mt 5,48).

En este sentido, en la historia de la teología se ha distinguido entre santidad ontológica y santidad moral.

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Santidad ontológica, indica que no se trata de una santidad ritual o cultural, externa, sino que toca la médula de cuanto somos, nuestra esencia y que está vinculada a la esencia de donde venimos, la de Dios.

La Santidad moral se refiere a que la santidad ontológica se refleja en las obras, en la actitud espiritual y en el comportamiento concreto.

Pero no es que se traten de dos realidades distintas, sino de dos aspectos o dimensiones de una misma realidad. Ambas se mutuo influyen e implican.

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La combinación de estas dos dimensiones nos revela el carácter sacramental que tiene la santidad para la vida y credibilidad del mensaje cristiano.

El cristiano que ha sido santificado por Dios en Jesús está llamado a unirse cada vez más plenamente a Dios en la historia de los seres humanos y a la creación en la historia hasta que en esta se realice el sueño de Dios.

Otra forma de superar esta innecesaria y tajante división es entendiéndolas como dos dimensiones complementarias de la santidad. Para ello, hemos de ver la primera como un don que nos ha sido dado y la segunda como una tarea a realizar.

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a. Como don

Ya nos ha sido dado a todos y todas en Jesús, como posibilidad y como gracia.

Es Dios quien nos la regala a través de su Espíritu.

Es participación de la vida divina y comunión con la santísima Trinidad.

Es relación vital con Dios que nos salva y alimenta y alienta a ser enteramente de él.

Es vida en el amor y entrar en armonía con el designio de Dios para con los seres humanos.

Es asumir el querer de Dios como nuestro propio querer en la vida cotidiana y en cada cosa que hacemos.

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b. Como tareaRequiere de nuestra apertura y de nuestro esfuerzo

constante para mantenernos en aquello que se nos ha dado.

Es invitación a concentrarnos en lo esencial, a abandonar todo aquello que nos distrae, que constituye una máscara, etc.

Requiere de una ascesis, de un purificar los sentidos para descubrir las cosas que nos vienen de Dios de las que nos vienen de otra parte.

Es superación de la presión social, de los bajos instintos y de los propios intereses.

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Cuando nos tomamos en serio el proceso, nos damos cuenta que Dios tiene un plan para con cada uno de nosotros y nosotras, y uno/a se va involucrando y comprometiendo cada vez más.

Empezamos a ver el camino de Dios y sus insinuaciones en las cosas que nos salen al encuentro en la vida (conversaciones, situaciones, etc.).

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Algunas preguntas para la reflexión personalDe todo lo que hemos hablado, ¿qué es lo

que más me interpela personalmente?

¿Qué desafíos nos lanza a nivel personal y cómo comunidad de fe?

¿Qué significa todo esto para mí?

Qué pasos concretos tendríamos que dar para iniciar nuestro camino hacia la santidad?

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Canto de la hermana Glenda Manifiesta tu santidad y....

tómame dentro lo que me dispersé, recógeme de donde me perdí y llévame de nuevo al corazón.

(coro) Tú eres el agua viva (Tú eres el agua viva) Tú eres el agua pura (tu eres el agua pura) inúndame, inúndame y todo se transformara en mí ‘(Bis)

Mi tierra se abrirá a tu lluvia mis rocas ya no harán daño a nadie mis montes se harán camino para todos mi pasto abundante medicina será para todo el que coma de mí, yo seré la tierra, que mana leche y miel

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Me darás unas entrañas nuevas mis rocas ya no harán daño a nadie solo acariciarán, fúndeme tu espíritu Señor y has que se encariñe conmigo, que quieres ser morada en mí y así tenga, sabor a ti entonces habitare en la tierra, que es mía y yo seré tu pueblo y Tú serás mi Dios.

(coro) Tú eres el agua viva (Tú eres el agua viva) Tú eres el agua pura (tu eres el agua pura) inúndame, inúndame y todo se transformara en mí ‘(Bis)