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LECTURA PRÈVIA DEL SEGON CONTROL DE LLENGUA CASTELLANA L A S H I J A S D E L A M O R Mariamín había propuesto con dulzura y paciencia a su esposo Lin-Roger la posibilidad de que fuese ella misma quien plantara las semillas en su jardín real para así obtener bellas plantas que germinarían pronto y brotarían con esplendor y viveza en primavera. El rey, sin embargo, no lo veía claro… - Mariamín, amor mío, no hace falta que te afanes inútilmente en plantar las semillas estériles que repartí a las muchachas del reino en nuestro jardín. Mi obligación es disuadirte de efectuar dicha tarea porque nunca brotará nada, nunca verás germinar ninguna de esas semillas. Además, la esposa del rey no puede permitirse trabajar con sus manos y ensuciárselas. Tenemos jardineros y sirvientes que pueden perfectamente plantar esquejes en el jardín y obtener así bellísimas plantas en un santiamén. - Lo sé, amado mío, pero debes saber que no voy a trabajar en ningún caso con las manos, sino que voy a hacerlo con el corazón. Mi amor por las plantas hará que germinen las semillas. El rey Lin-Roger se sobresaltó al oír las palabras de su esposa. Nuevamente, le daba una valiosa lección. Lo que su mujer quería dar a entenderle era que ella se encargaría de mimar y dar cariño a las semillas para que de ellas brotara una planta nacida precisamente del amor y de los buenos cuidados. - ¡Oh, amada! Ahora entiendo lo que quieres decirme. Tus palabras me han hecho mudar de opinión. Puedes plantar dichas semillas cuando quieras. Con toda seguridad, el cariño que pondrás en su cuidado las hará germinar muy pronto.

Lectura prèvia del segon control

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Page 1: Lectura prèvia del segon control

LECTURA PRÈVIA DEL SEGON CONTROLDE LLENGUA CASTELLANA

L A S H I J A S D E L A M O R

Mariamín había propuesto con dulzura y paciencia a su esposo Lin-Roger la posibilidad de que

fuese ella misma quien plantara las semillas en su jardín real para así obtener bellas plantas que

germinarían pronto y brotarían con esplendor y viveza en primavera. El rey, sin embargo, no lo veía

claro…

- Mariamín, amor mío, no hace falta que te afanes inútilmente en plantar las semillas estériles que repartí a las muchachas del reino en nuestro jardín. Mi obligación es disuadirte de efectuar dicha

tarea porque nunca brotará nada, nunca verás germinar ninguna de esas semillas. Además, la esposa

del rey no puede permitirse trabajar con sus manos y ensuciárselas. Tenemos jardineros y sirvientes

que pueden perfectamente plantar esquejes en el jardín y obtener así bellísimas plantas en un

santiamén.

- Lo sé, amado mío, pero debes saber que no voy a trabajar en ningún caso con las manos,

sino que voy a hacerlo con el corazón. Mi amor por las plantas hará que germinen las semillas.

El rey Lin-Roger se sobresaltó al oír las palabras de su esposa. Nuevamente, le daba una

valiosa lección. Lo que su mujer quería dar a entenderle era que ella se encargaría de mimar y dar

cariño a las semillas para que de ellas brotara una planta nacida precisamente del amor y de los

buenos cuidados.

- ¡Oh, amada! Ahora entiendo lo que quieres decirme. Tus palabras me han hecho mudar de

opinión. Puedes plantar dichas semillas cuando quieras. Con toda seguridad, el cariño que pondrás en

su cuidado las hará germinar muy pronto.

El rey bullía de alegría, pues sabía que su humilde esposa obtendría las más preciosas plantas

de todo el reino. Al día siguiente, temprano, Mariamín descendió hacia el jardín y, acompañada de su

doncella de confianza, empezó a esparcir las semillas suavemente. El leve viento se las arrebataba de

las manos y las depositaba con suavidad sobre la tierra recién regada por el rocío de la madrugada.

Mariamín contaba con la ayuda de Sanae Chao, una doncella que, en secreto, había estado

siempre enamorada de Lin-Roger, su marido y rey. Sanae Chao le iba pasando las semillas a

Mariamín, unas semillas que sin embargo estaban podridas, carcomidas por los insectos, unas

semillas que, al fin y al cabo, no contenían vida. La intención de Sanae Chao era conseguir que de las

semillas no brotara nada para que así el rey Lin-Roger quedase afligido, decepcionado y se divorciase

de su esposa.

Mariamín, sin embargo, ajena a las intenciones de Sanae Chao, seguía con su labor. Su

doncella le pasaba las semillas y ella, sin siquiera mirarlas, las besaba tiernamente antes de lanzarlas

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a la suerte del viento. Así, cada semilla estéril que caía en el suelo llevaba impreso el beso de la

humilde reina.

- Sanae Chao, finalmente hemos acabado. Estoy muy satisfecha. Pronto brotarán lindas

plantas que harán las delicias de nuestro rey –indicaba la reina.

- Estoy seguro de ello, mi reina –decía Sanae Chao, ocultando el rubor de sus mejillas, pues le

estaba mintiendo.

El tiempo pasó. El tiempo arrastró al invierno y, con él, al frío. Finalmente, la primavera explotó

y, con el calor, el deseo de Mariamín de contemplar sus preciosas flores.

El primer día de la primavera, Sanae Chao fue la primera en levantarse. Quería comprobar que

los campos donde habían sembrado permanecían yermos y vacíos gracias a las semillas estériles que

le había dado a la reina, a Mariamín.

Algo inesperado, sin embargo, sucedió…

Cuando Sanae Chao pisó el jardín comprobó con estupefacción que la tierra estaba cubierta

por una hermosa alfombra vegetal de variados colores, por una extensión enorme de flores bellísimas

que desprendían un olor exquisito. No podía ser cierto. Ella le había dado a su señora semillas

estériles, podridas y carcomidas. Sin embargo, las flores allí estaban. Curiosamente, todas las plantas

parecían estar orientadas hacia la ventana del castillo, la ventana más alta, la ventana desde donde

Mariamín contemplaba, con una sonrisa en sus labios, que la obra nacida de su amor finalmente había

brotado.