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1 Economía Política: Una introducción crítica. Netto, José Paulo y Braz, Marcelo. San Pablo, Eitora Cortez , 2006 Traducción: Juliana Andora, Silvina Cavallieri, Silvina Pantanali y María de las Mercedes Utrera Capítulo 8 El imperialismo En la segunda década del siglo XX, teóricos de distintas posiciones políticas, pero vinculados a la tradición inaugurada por Marx, profundizaron en investigaciones dirigidas a comprender fenómenos y procesos ocurridos en la sociedad capitalista que no habían sido analizados por el autor de El Capital – entre otras razones porque tales fenómenos y procesos no existían en la época de la investigación marxiana. De modo que, entre 1910 y la inmediata primera posguerra, apoyándose en las tendencias que Marx descubriera en el movimiento del capital y procurando emplear su método de análisis, algunos marxistas desarrollaron estudios que indicaban que el sistema capitalista estaba experimentando, desde los últimos 30 años del siglo XIX, una serie de sustantivas

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Netto Imperialismo

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Economía Política: Una introducción crítica. Netto, José

Paulo y Braz, Marcelo. San Pablo, Eitora Cortez , 2006

Traducción: Juliana Andora, Silvina Cavallieri, Silvina Pantanali y María de las Mercedes Utrera

Capítulo 8

El imperialismo

En la segunda década del siglo XX, teóricos de distintas posiciones políticas, pero

vinculados a la tradición inaugurada por Marx, profundizaron en investigaciones

dirigidas a comprender fenómenos y procesos ocurridos en la sociedad capitalista que

no habían sido analizados por el autor de El Capital – entre otras razones porque tales

fenómenos y procesos no existían en la época de la investigación marxiana.

De modo que, entre 1910 y la inmediata primera posguerra, apoyándose en las

tendencias que Marx descubriera en el movimiento del capital y procurando emplear su

método de análisis, algunos marxistas desarrollaron estudios que indicaban que el

sistema capitalista estaba experimentando, desde los últimos 30 años del siglo XIX, una

serie de sustantivas transformaciones.1Ninguna de ellas eliminaba su estructura esencial,

pero todas confluían en la configuración de una nueva fase en la historia del

capitalismo, la que se denominó imperialismo.

Investigaciones posteriores ratificaron los principales contenidos de aquellos

estudios y se tornó más o menos consensuado, entre los críticos de la Economía Política,

caracterizar como imperialismo al capitalismo que domina a lo largo del siglo XX – y,

con nuevas determinaciones, ingresa en el siglo XXI.

8.1. La evolución del capitalismo

1 Son dignas de anotación, entre otras, las contribuciones de R.Hilferding, El Capital Financiero (San Pablo, Abril, 1985), de Rosa Luxemburgo, La acumulación del Capital. Contribución al estudio económico del imperialismo (San Pablo: Abril, 1985), De V I Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo. Ensayo popular (en obras escogidas en tres tomos). Lisboa/Moscú: Avante!/Progreso, 1, 1977) y de Nicolai Bukharin, La economía mundial y el imperialismo. Esbozo económico (San Pablo: Nueva Cultural, 1986).

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El lector habrá observado que nuestro interés en comprender la estructura y la dinámica

capitalistas, de lo cual nos ocupamos a partir del capítulo 3, dirigió nuestra atención

especialmente a los aspectos inmanentes y estructurales del MPC. No nos detuvimos en

la historia del capitalismo –y cabe subrayar que esa dimensión es absolutamente central

para su correcta comprensión.

Capital, como vimos, es relación social y las relaciones sociales son, antes que nada,

relaciones de esencia histórica: cambiantes, transformables. Resultantes de la acción de

los hombres, ejercen sobre ellos presiones y coacciones, ocasionan efectos y

consecuencias que no dependen de su voluntad; pero, igualmente, son alterables y

alteradas por la voluntad colectiva y organizada de las clases sociales –en palabras de

Marx, “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen como ellos quieren; no la

hacen bajo circunstancias que eligen, y sí bajo aquellas circunstancias con las que se

enfrentan directamente, legadas y transmitidas por el pasado” (Marx,1968: 17).

También señalamos el carácter procesual del capital, que es valor que necesita

valorizarse, expandirse –capital es movimiento, dinamizado por sus contradicciones.

Por esas razones (entre otras), el capitalismo no sólo es historia, sino que tiene su propia

historia: producto de transformaciones operadas todavía dentro del orden feudal, a

partir del momento en que se impuso instaurar mecanismos y dispositivos de desarrollo

que le son particulares.

A lo largo de su existencia, el capitalismo se movió (se mueve) y se transformó (se

transforma); movilidad y transformación están siempre presentes en él: movilidad y

transformación constituyen el capitalismo, gracias al rápido e intenso desarrollo de

fuerzas productivas que es su sello. La expresión sociopolítica de sus contradicciones,

que surge en las luchas de clases, permea y penetra todos los pasos de su dinámica. La

historia del capitalismo –su evolución- entonces, es producto de la interacción, de la

imbricación, de la complejización del desarrollo de fuerzas productivas, de alteraciones

en las actividades estrictamente económicas, de innovaciones tecnológicas y

organizacionales y de procesos sociopolíticos y culturales que envuelven a las clases

sociales en presencia de un cuadro histórico dado. Y todos estos factores no sólo se

transforman ellos mismos: sus interacciones también se alteran en el curso del

desarrollo del MPC.

Vimos en el capítulo 2 (ítem 2.5), cómo la crisis del feudalismo fue resultado de

múltiples procesos, desde los inmediatamente ligados a la actividad económica a

aquellos derivados de la lucha de clases. En esta línea, vimos cómo el ciclo de la

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Revolución Burguesa se asentó en procesos igualmente diferenciados, pero que

convergieron en el surgimiento de un orden social sustantivamente diferente de aquel

del Antiguo Régimen –el orden burgués, construido por el protagonismo revolucionario

de la burguesía y del sector social que ella hegemonizó (el Tercer Estado).

Si, en esta línea de análisis, procurásemos establecer una periodización histórica del

desarrollo del capitalismo, registraríamos primero la existencia de una fase que

comienza con la acumulación primitiva (cf. Capítulo 3, ítem 3.3) y va hasta los

primeros pasos del capital para controlar la producción de mercancías y, en ella,

comandar el trabajo, mediante el establecimiento de la manufactura (cf. Capítulo 4,

ítem 4.5) cubriendo desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII. Se trata de la

fase inicial del capitalismo, en la cual el papel del grupo social de los

comerciantes/mercaderes fue decisivo –etapa por eso mismo denominada como

capitalismo comercial (o mercantil).

En el curso de esta fase, la burguesía –naciendo especialmente de los grupos

mercantiles que acumularon grandes capitales comerciales –se afirma como clase que

tiene en sus manos el control de las principales actividades económicas y se enfrenta a

los privilegios de la nobleza terrateniente. Es entonces una clase revolucionaria, cuyos

intereses se conjugan con los de la masa de la población; sobretodo, es la clase que tiene

por tarea liberar las fuerzas productivas de los límites que les eran impuestos por las

relaciones feudales de producción y su régimen específico de propiedad. Tenemos, en

este momento una burguesía de carácter audaz, una burguesía emprendedora, incluso

heroica, que se puede ver desde sus inicios a su marcha triunfal rumbo a la construcción

de la nueva sociedad.

Tal carácter fue ampliamente reconocido hasta por los críticos más ácidos.2 Con

respecto a los inicios se recuerda la saga de la expansión marítima conducida por los

grupos mercantiles del sur de Europa (especialmente de la Península Ibérica) que

abrieron las rutas para el Oriente y para las Américas. En este primer movimiento, en el

cual ya se revela la tendencia del capital a la mundialización,3 se encuentran

2 Escribiendo en 1848, Marx y Engels apuntaron que “la burguesía, con su dominio de clase de apenas un siglo, creó fuerzas productivas más masivas y más colosales que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas naturales, la maquinaria, la química aplicada a la industria y a la agricultura, la navegación a vapor, las vías ferroviarias, el telégrafo eléctrico, el desmonte de tierras en continentes enteros, la canalización de ríos, poblaciones enteras brotando solo como por encanto –que el siglo anterior tuvo al menos un presentimiento de que estas fuerzas productivas estaban dormidas en el seno del trabajo social?” (Marx-Engels, 1998: 10). 3 Es entonces que, rigurosamente, comienza el movimiento de unificación de la humanidad, que se concretiza cuando se consolida el mercado mundial (cf. Capítulo 1, último párrafo del ítem 1.2.) Debemos observar que desde ya, que por eso mismo es profundamente engañoso situar ese movimiento como algo

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entrelazados procesos extremadamente progresistas y procesos extremadamente

bárbaros (piénsese por ejemplo, la confrontación entre los españoles y los imperios

Azteca e Inca) como preludio a la inseparable telaraña de contradicciones de la nueva

sociedad. Respecto a los momentos finales de la Revolución Burguesa, que se agotará

en el final del siglo XVIII, de la que es emblemática la Revolución Francesa, el carácter

heroico de los representantes políticos de la burguesía, ya distinta de grupos

mercantiles, no deja lugar a dudas.

En la segunda mitad del siglo XVIII, el capitalismo ingresa en una nueva fase

evolutiva. Ese pasaje a otro nivel se vincula directamente a cambios políticos (está por

realizarse la Revolución Burguesa, con la toma del poder del Estado) y técnicos (va a

irrumpir la Revolución Industrial),4 en esta fase, el capital –organizando la producción a

través de la naciente gran industria –dará curso al proceso que culminará en la

subsunción real del trabajo (cf. Capítulo 4 ítem 4.5). Aproximadamente a partir de la

octava década del siglo XVIII, se configura esa segunda fase del capitalismo, el

capitalismo competitivo (también llamado “liberal” o “clásico”),5que perdurará hasta

el último tercio del siglo XIX. En el transcurso de ese período, de casi cien años, el

capitalismo se va a consolidar en los principales países de Europa Occidental, en los

cuales erradicará o subordinará a su dinámica las relaciones económicas y sociales

precapitalistas, y revelará sus principales características estructurales (explicitando sus

tendencias más profundas, condensadas en las leyes que estudiamos anteriormente).

Sobre la base de la gran industria (la industria moderna), que provocará un proceso

de urbanización sin precedentes,6 el capitalismo competitivo creará el mercado

mundial: los países más avanzados (y, en ese período el liderazgo estará en Inglaterra)

buscarán materias primas en los rincones más apartados del globo e inundarán todas las

latitudes con sus mercancías producidas a gran escala –estableciéndose vínculos

reciente, tal como hacen los ideólogos de la “globalización”. 4 Cf.; en el capítulo 2, nota 15.5 La calificación de “liberal” deviene de la adscripción de la burguesía revolucionaria a la teoría política liberal, que expresaba sus intereses y de la que, como vimos en la introducción (cf. el ítem relativo a la “Economía Política Clásica”), la Economía Política sufre una fuerte influencia. El adjetivo “clásico” remite al hecho de que es entonces que el régimen económico burgués explicita sus características estructurales.6 “Si, en 1770, un 40% de los ingleses residían en los campos, ahí sólo permanecen, en 1841, un 26% de ellos. Las ciudades crecen notablemente: en 1750, sólo 2 de ellas aglomeraban más de 50.000 habitantes; en 1801, ese número era de 8 y, en 1851, de 29 (y 9 tenían más de 100.000 habitantes). […] La población total del Reino Unido […] triplica entre 1750 y 1980, duplica entre 1800 y 1850. El crecimiento demográfico y la urbanización se conectan directamente a la industrialización –evidenciando la hipertrofia de las ciudades industriales que, en apenas 40 años (1801-1841), sufren el siguiente crecimiento en su número de habitantes: Manchester -35.000/353.000; Leeds -53.000/152.000; Birmingham -23.000/181.000; Sheffield -46.000/111.000” (Netto, en “Prólogo” a Engels, 1986: III-IV).

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económicos (y culturales) entre grupos humanos separados por millares y millares de

kilómetros. Pueblos, naciones y Estados, situados fuera de Europa, que se mantenían

aislados resistiendo con recursos de fuerza, son ahora integrados más por la vía de la

invasión comercial que por la intervención militar (aunque esta no fue dejada de lado

del todo, como veremos en el ítem 8.3). Es superfluo añadir que esa integración se

operó entre partes que disponían de condiciones socioeconómicas muy desiguales y sus

consecuencias contribuirían a ampliar y profundizar tal desigualdad. Pero, de hecho,

durante la vigencia del capitalismo competitivo, se estableció lo que, en la fase

subsiguiente del capitalismo, habrá de consolidarse y desarrollarse: un sistema

económico internacional -más exactamente: una economía mundial.

La caracterización de esa fase como competitiva se explica en función de las

relativamente amplias posibilidades de negocios que se abrían a los pequeños y

medianos capitalistas: en la escala en que las dimensiones de las empresas no

demandaban grandes masas de capitales para su constitución, la “libre iniciativa”

(“iniciativa privada”) tenía muchas chances de consolidarse en medio de una

competencia desenfrenada y generalizada –aunque las quiebras y falencias durante las

crisis afectasen especialmente a los pequeños y medianos capitales, estos disponían de

oportunidades de inversión rentable, que en el futuro, serían cada vez menores, ya que, a

medida que se desarrollaba el capitalismo, más se hacían sentir los efectos de la

concentración y de la centralización (cf. Capítulo 5, ítem 5.3).

Bajo el capitalismo competitivo surgen las luchas de clases en su modalidad

moderna, o sea, las luchas fundadas en la contradicción entre capital y trabajo. Tales

luchas, antagonizando a la burguesía y los trabajadores (básicamente la burguesía y el

proletariado), es que, a partir de ahí, estarán siempre presentes en la evolución posterior

del capitalismo. Adquieren inicialmente formas groseras, pero poco a poco, avanzan

hacia una creciente politización que las torna más concientes –así fue, en la primera

mitad del siglo XIX, el tránsito del ludismo al cartismo (que nos referimos en la

Introducción, ítem “La crisis de la Economía Política clásica”). La violencia de las

primeras protestas obreras era la reacción inevitable a la brutalidad de la explotación

capitalista, entonces básicamente centrada en el incremento de excedente mediante la

extensión de la jornada de trabajo (plusvalía absoluta) –no existía ninguna garantía para

los trabajadores, indefensos ante la rapacidad de la burguesía.

Y la respuesta burguesa a la protesta obrera no se agotó en la represión pura y simple;

tomó también la forma de incorporación de nuevas tecnologías a la producción, de

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modo de atemorizar a los trabajadores con la amenaza del desempleo por la reducción

de la demanda de trabajo vivo. En verdad, las innovaciones funcionan como un arma en

las luchas de clases; controladas por los capitalistas, sirven en la guerra contra los

trabajadores –a propósito de las mejoras industriales ocurridas a partir de la primera

crisis capitalista, fue observado que, “desde 1825, casi todas las nuevas invenciones

resultaron del choque entre obrero y patrón, quien, a cualquier precio, procura depreciar

la especialidad del obrero. Después de cada nueva huelga de alguna importancia, surgía

una nueva máquina” (Marx, 1982 a: 131). Como se ve, las luchas de clases influyen

fuertemente en el desarrollo de las fuerzas productivas.

Mencionamos la ausencia de garantías a los trabajadores –realmente, ellos estaban a

merced de la patronal, una vez que el Estado, en manos de los capitalistas (o de sus

representantes políticos), atendía prácticamente sólo los intereses del capital. Lo

esencial de las funciones del Estado burgués se restringía a tareas represivas: le cabía

asegurar lo que podemos llamar las condiciones externas para la acumulación capitalista

–el mantenimiento de la propiedad privada y del “orden público” (léase: el encuadre de

los trabajadores). Se trataba del Estado reivindicado por la teoría liberal: un Estado con

mínimas atribuciones económicas, pero eso no significa un Estado ajeno a la actividad

económica –por el contrario: al asegurar las condiciones externas para la acumulación

capitalista, el Estado intervenía en el exclusivo interés del capital (y era exactamente esa

la exigencia liberal).

Evidentemente, tal Estado se fundaba en una participación social extremadamente

restringida: el derecho al voto, por ejemplo, era muy limitado. Fue precisamente la

acción de los trabajadores la que forzó la lenta democratización de la sociedad burguesa

(observemos que el cartismo tuvo como punto de partida la exigencia de una reforma

electoral para ampliar el derecho al voto): la democracia política cuando triunfó, no fue

producto de la teoría liberal o de sus representantes políticos, fue una conquista del

movimiento obrero.7

Este cuadro sufrirá sustantivas alteraciones en la segunda mitad del siglo XIX,

resultantes de los eventos revolucionarios de 1848 (a cuyo significado aludimos en la

7 Es absolutamente importante subrayar el hecho de que la democracia política constituye, históricamente, una conquista del movimiento obrero, ya que las ideologías burguesas siempre se empeñan en mistificar la construcción de la democracia, identificando mentirosamente liberalismo/capitalismo/democracia. El análisis histórico, cuando es llevado a cabo objetivamente, muestra que el capitalismo tiene carácter antidemocrático, solamente la presión de las masas trabajadoras, lo torna, en alguna medida, compatible con la democracia política.

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Introducción, en el ítem “La crisis de la Economía Política clásica”). Entonces, las

luchas de clases se elevan a un nuevo nivel.

Por un lado, las vanguardias obreras ganan conciencia del antagonismo entre

proletariado y burguesía; superado el impacto de la derrota de 1848, a partir de los años

sesenta, ellas encontrarán formas de articulación internacional y nacional –en el ámbito

internacional, la Asociación Internacional de los Trabajadores (1864-1876) y la

Internacional Socialista (creada en 1889 y cuya crisis se manifestó en 1914);8 en el

ámbito nacional, el moderno movimiento sindical, que se tornará muy significativo

desde el último decenio del siglo, y los partidos políticos obreros (socialistas y social

demócratas). En efecto, la dolorosa experiencia de 1848 contribuyó decisivamente a

convertir a los trabajadores de “clase en sí” en “clase para sí”, 9 situándolo como sujeto

revolucionario potencialmente capaz para promover la transformación del orden

burgués en una sociedad sin explotación.

Por otro lado, atemorizada por la explosión de 1848, la burguesía se convirtió en

clase conservadora: su objetivo pasó a ser el mantenimiento de las relaciones sociales

asentadas en la propiedad privada de los medios fundamentales de producción, soportes

de la acumulación capitalista. Se inicia el ciclo de su decadencia ideológica con el

completo abandono de los ideales emancipatorios que animaran su lucha contra el

Antiguo Régimen (cf. En Introducción, ítem “La crisis de la Economía Política clásica”).

El conservadurismo burgués, sin embargo, no impidió que segmentos capitalistas más

lúcidos comprendiesen la ineficacia de respuestas puramente represivas al movimiento

obrero. Con esa comprensión, tales segmentos dejarán de oponerse a medidas estatales

que ofreciesen garantías mínimas a los trabajadores (como la limitación legal de la

jornada de trabajo, la reglamentación del trabajo femenino e infantil, etc.) y hasta

pasaron a defender reformas sociales que redujesen los efectos de la explotación sobre

los trabajadores.10Evidentemente, ese reformismo burgués tenía un límite absoluto: la

propiedad privada de los medios de producción –el derecho a ella permanecería

intocable, como si fuese un derecho natural. Esencialmente, las reformas aceptadas por

8 Después conocidas, respectivamente como la Primera y la Segunda Internacionales.9 “Las condiciones económicas, inicialmente, transformaron a la masa […] en trabajadores. La dominación del capital creó para esta masa una situación común, intereses comunes. Esta masa, pues, es ya, frente al capital, una clase, pero no es aún una clase para sí misma. En la lucha [contra los capitalistas] esta masa se reúne, se constituye en clase para sí misma. Los intereses que defiende se tornan intereses de clase.” (Marx, 1982 a :159).10 Recuérdense que son de la segunda mitad del siglo XIX emprendimientos importantes para el abordaje no represivo de la “cuestión social” –emprendimientos en sintonía con ese reformismo burgués fueron las iniciativas para racionalizar la filantropía (recuérdese la fundación, en Londres, en 1869, de la Charity Organization Society) y, también, de los enunciados católicos de León XIII en la Rerum Novarum (1891).

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esos sectores capitalistas eran acordes al espíritu de Tancredi, personaje de El leopardo,

notable romance del italiano Giuseppe Lampedusa (1896-1957): “Es preciso cambiar

algo para que todo permanezca como está”.

8.2 La transición a una nueva fase

Concomitantemente a esos cambios de naturaleza sociopolítica, operaban

intensamente, en la segunda mitad del siglo XIX, otros tres procesos: uno de carácter

técnico-científico, dos de naturaleza estrictamente económica, pero todos conectados.

Importantes desarrollos se estaban realizando en el dominio de las ciencias naturales,

estimuladas por las demandas de la industria y fuertemente marcadas por el positivismo:

nuevas concepciones se abrían camino en la biología, la química avanzaba y la física

registraba progresos. Los impactos de esos desarrollos en la producción (afectando

insumos, medios de producción y mercancías) fueron de tal orden que algunos

historiadores caracterizan el último tercio del siglo XIX como el de una “segunda

revolución industrial” (o como de una “segunda etapa” de la Revolución Industrial).

Gracias a Bessemer (1813-1898) y a los hermanos Siemens (Federico 1826-1904 y

Guillermo 1823-1883) el acero pasa a ser producido en grande escala y es sustituido el

hierro como material básico; la aplicación de la química permite obtener papel a partir

de la pulpa de madera (1855) y aluminio a partir de bauxita (1886) y revoluciona la

producción de alcaloides y de tintas y colorantes y da nacimiento a la industria de

fármacos; la energía más utilizada recibe un nuevo impulso, con las turbinas de vapor

(Parsons, 1884); los motores de combustión interna son producidos a partir de 1876

(Otto) y con la apertura de los campos de Borneu (1898) el petróleo se generaliza como

combustible; en fin, la electricidad hace su entrada en escena: en 1881, en Godalming,

Inglaterra, se inaugura la primer central eléctrica pública de Europa.

Resumiendo ese proceso, afirma un estudioso:

El desarrollo de las fuerzas productivas hace grandes progresos en el último tercio del

siglo XIX. En la siderurgia los nuevos métodos de producción de acero (…) exigirán

la sustitución de pequeñas fundiciones semi-artesanales existentes hasta entonces, por

las grandes usinas siderúrgicas. Al mismo tiempo, varios y numerosos inventos (…)

fomentaran avances en la industria y en los transportes (…): los colectivos, los

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automóviles, la locomotora diesel y los aviones.11 Los éxitos de la ciencia y de la

técnica posibilitaron la producción y empleo de la energía eléctrica. Antes el papel

predominante pertenecía a la industria leve, pero, a partir del último tercio del siglo

XIX (…), la industria pesada pasó a primer plano. Sus ramas comenzaron a crecer

rápidamente entre 1870 y 1900, la fundición mundial de acero aumentó 56 veces, la

producción de petróleo 25 veces y la extracción de carbón se triplicó (Nikitin,

s.d.:149).

En el plano de la economía, también especialmente en los últimos 30 años del siglo

XIX, dos procesos se hacían notables: el surgimiento de los monopolios y la

modificación del papel de los bancos.

A lo largo del capitalismo competitivo, la clase capitalista se fue diferenciando en

razón del volumen de capital en las manos de cada capitalista- existían grandes,

medianos y pequeños capitalistas. La competencia entre ellos, como observamos, era

desenfrenada y naturalmente, los grandes capitalistas tenían mayores chances de llevar

adelante una lucha mejor que todos los involucrados. En la segunda mitad del siglo

XIX, especialmente en la secuencia inmediata a la gran crisis de 1873, ese cuadro será

estructuralmente modificado: las tendencias del capital que ya conocemos, la

concentración y la centralización, confluirán en la creación de los monopolios

modernos. Desde el punto de vista teórico, el surgimiento de los monopolios no

constituía una novedad, finalmente,

Cuanto más se perfecciona el maquinismo, más aumenta (…) la composición orgánica

del capital necesario para que (una) empresa pueda obtener el lucro medio. El capital

medio necesario para poder abrir una nueva empresa capaz de alcanzar ese lucro

medio crece en la misma proporción. Se deduce que la dimensión media de las

empresas también aumenta en cada rama industrial. (…) La evolución del modo de

producción capitalista, por consiguiente, implica necesariamente una concentración y

una centralización del capital. La dimensión media de las empresas crece

incesantemente. Un elevado número de pequeñas empresas son derrotadas en la

competencia por un número restringido de grandes empresas, que controlan una

fracción creciente del capital, de los trabajadores y de la producción. (…) Algunos

11 No hay aquí una imprecisión cronológica (el avión es de 1906) – en las partes de la cita que suprimimos, queda claro que el autor, mencionando este invento, está considerando los desarrollos de las invenciones del último tercio del siglo XIX.

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grandes monopolios centralizan lo esencial de los medios de producción y de los

trabajadores (Salama y Valier, 1975:62-63).

Sin embargo, el surgimiento de los monopolios tuvo un enorme impacto en la

eficacia de la vida económica. La aparición, en menos de treinta años, de grupos

capitalistas nacionales controlando ramas industriales enteras, empleando enormes

contingentes de trabajadores e influyendo decisivamente en las economías nacionales

alteró de modo extraordinario la dinámica económica.12 En pocas décadas, esos

gigantescos monopolios (centrados en la industria pesada) traspasarían las fronteras

nacionales, extendiendo su dominación sobre enormes regiones del planeta. Pero, desde

entonces, entre fines del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, el gran capital –a

partir de ahí conocido generalmente como capital monopolista-, firmemente

establecido en la producción industrial, se constituía como la columna vertebral de la

economía capitalista, articulando formas específicas de control de las actividades

económicas (el pool, el cartel, el sindicato, el trust, etc.) Una vez estructurados y

consolidados esos monopolios, cambió la fisonomía del capitalismo; consumada la

monopolización,

la unidad económica típica en la sociedad capitalista no es una pequeña empresa que

fabrica una fracción despreciable de una producción homogénea, para un mercado

anónimo, sino la empresa en gran escala, a la cual le cabe una parcela significativa de

la producción de una industria o de varias industrias, capaz de controlar sus precios, el

volumen de su producción y los tipos y volúmenes de sus inversiones (Baran y

Sweezy, 1974: 15-16).

El surgimiento de los monopolios industriales ocurre más o menos simultáneamente

al cambio del rol de los bancos. Producto de la evolución de las “casas bancarias” que

operaban en el tiempo del capitalismo comercial, los bancos, inicialmente, funcionaban

como intermediarios de pagos; con el desarrollo del capitalismo, se tornarán piezas

básicas del sistema de crédito. Reuniendo capitales inactivos de capitalistas y la suma

de economías de un gran contingente de personas, los bancos pasaron a controlar masas

12 Apenas dos ejemplos de esa alteración: 1)en Alemania, el grupo Krupp empelaba 16.000 personas en 1873, 24.000 en 1890, 45.000 en 1900 y casi 70.000 en 1912; 50% de la producción de carbón estaba, en 1893, en las manos de un único grupo productor; 2) en los Estados Unidos, a un único grupo, en 1901 le correspondía el 66% de la producción de acero; en 1904, el 0,9% del total de las empresas industriales respondía por el 38% de producción industrial del país.

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monetarias gigantescas, disponibles para créditos – y la competencia entre los

capitalistas industriales los llevo a recurrir al crédito bancario para sus nuevas

inversiones. En ese contexto, los bancos contribuirán activamente para implementar el

proceso de centralización del capital. 13

Ahora, conociendo las estructuras internas de las empresas capitalistas y sus

posibilidades y límites, en la medida en que mantenían las cuentas corrientes de los

capitalistas, los bancos disfrutaban de una posición de fuerza para condicionar los

créditos que ofrecían y sobretodo, participar de los mejores negocios empresariales

(inclusive adquiriendo el control de esos negocios, mediante la compra de acciones).

Por otra parte, ese cambio en el rol de los bancos –de intermediarios de pago a socios de

capitalistas industriales- ocurrió al mismo tiempo en que el proceso de

concentración/centralización se extendía de las ramas industriales al propio sector

bancario. El surgimiento de los monopolios industriales es acompañado por la

monopolización también en el ámbito del capital bancario.14

Ese cruce entre monopolios industriales y monopolios bancarios, que comienza a

efectivizarse a partir del último tercio del siglo XIX, dio origen a una nueva forma de

capital, diferente de las conocidas hasta entonces (capital comercial, capital industrial y

capital bancario). En efecto, en ese proceso,

los bancos compran acciones de los monopolios (…) y se convierten en sus

copropietarios. Por su parte, los monopolios industriales también poseen acciones de

los bancos con los que se relacionan. En consecuencia, se produce una unión, una

fusión del capital monopolista bancario con el capital monopolista industrial (Nikitin,

s.d.: 160).

Esa fusión de los capitales monopolistas industriales con los bancarios constituyó el

capital financiero, que ganará centralidad en la tercera fase evolutiva del capitalismo – 13Es en el proceso de centralización de la segunda mitad del siglo XIX que van a surgir las modernas sociedades anónimas (o sociedades por acciones). En ellas, “la gran mayoría de los propietarios (accionistas) pierde el control a favor de una pequeña minoría de propietarios (accionistas). La gran sociedad anónima no significa (…) ni la democratización ni la abolición de las funciones de control de la propiedad”, pero sí su concentración en una camada “relativamente pequeña de grandes capitalistas, cuyo control se extiende mucho más allá de los límites de su propiedad” (Sweezy, 1962:306). De hecho, “la experiencia demuestra que basta poseer 40% de las acciones para dirigir los negocios de una sociedad anónima, pues una cierta parte de los pequeños accionistas, que se encuentran dispersos, no tienen en la práctica posibilidad alguna de asistir a las asambleas generales etc. (Lenin, 1977, 1:611)14 Dos ejemplos de monopolización en el sector bancario: 1) en 1909, 9 grandes bancos de Berlin – y las casas bancarias a ellos asociadas- controlaban el 83 % de todo capital bancario alemán; 2) en Francia, los tres bancos más importantes, entre 1870 y 1909, decuplicaron los capitales puestos bajo su guarda.

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la fase imperialista, que se gestó en las últimas tres décadas del siglo XIX y,

experimentando transformaciones significativas, recorrió todo el siglo XX y se prolonga

en la entrada del siglo XXI.

8.3 La fase imperialista

El capitalismo, en los últimos años del siglo XIX, ingresa en la fase imperialista, en

que el capital financiero desempeña un papel decisivo. En esa fase, llamada

simplemente imperialismo, la forma empresarial típica será la monopolista (es por eso,

que algunos autores lo denominan capitalismo monopolista), sin que ella elimine las

pequeñas y medianas empresas; de hecho, estas subsistieron e incluso se pudieron

multiplicar, pero ahora enteramente subordinadas a las presiones monopolistas.

La interpretación clásica del imperialismo fue ofrecida por Lenin, en su estudio de

1916, titulado El imperialismo, fase superior del capitalismo, en el cual, además de sus

propias investigaciones, incorporó el análisis de teóricos que lo precedieron. Para el

máximo dirigente bolchevique “el imperialismo es la fase monopolista del

capitalismo”, con los siguientes rasgos principales:

1)La concentración de la producción y del capital, llevada a un grado tan elevado de

desarrollo que creó los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la

vida económica; 2)la fusión del capital bancario con el capital industrial y la creación,

basada en este capital financiero de la oligarquía financiera; 3)la exportación de

capitales, diferente a la exportación de mercancías, adquiere una importancia

particularmente grande; 4)la formación de asociacioness internacionales monopolistas

de capitalistas, que se dividen el mundo entre sí; 5) la división territorial del mundo

entre las potencias capitalistas más importantes (Lenin, 1977, I: 641-642).

Y Lenin resume:

El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en que ganó cuerpo la

dominación de los monopolios y del capital financiero, adquirió marcada importancia

la exportación de capitales, comenzó la división del mundo por los fondos

internacionales y terminó la división de toda la Tierra entre los países capitalistas más

importantes (id., ibid.).

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1

De los cinco rasgos pertenecientes al imperialismo enunciados por Lenin, el primero

y el segundo ya fueron abordados por nosotros.15 Sólo hay que aclarar, en relación al

segundo, la noción de oligarquía financiera: una vez establecido el imperialismo, un

número reducido de grandes capitalistas (industriales y banqueros) concentra en sus

manos la vida económica del país –y claro, no solo de sus países, sino también de

aquellos en donde sus grupos económicos actúan. En la medida en que detentan el poder

económico, esos pocos monopolistas disponen de una enorme influencia política –en

escala nacional e internacional. A lo largo de todo el siglo XX, son innumerables los

ejemplos de la acción concentradora (en la economía) y antidemocrática (en la política)

conducida por la oligarquía financiera.16

Vimos que en el capitalismo competitivo se creó el mercado mundial: la circulación

de mercancías conectó prácticamente a todo el mundo con los centros capitalistas –

entonces, la exportación de mercancías (el comercio exterior) constituyó la principal

vinculación entre los países. Bajo el imperialismo, el comercio exterior no perdió

importancia; sino que ganó una enorme relevancia la exportación de capitales que

anteriormente no era tan expresiva. La exportación de capitales se realizó bajo dos

formas: 1°) capital crediticio: los capitalistas conceden créditos, a cambio de intereses

determinados, a gobiernos o capitalistas de otros países, 2°) capital productivo:

capitalistas implantan industrias en otros países.17 En los dos casos, lo que estimula a la

15 De cualquier forma, valen ejemplos de mediados del siglo XX (extraídos de Nikitin, s.d.: 155e ss): en 1954, en los Estados Unidos, 17 empresas controlaban el 94% de la producción de acero, apenas un monopolio (Standar Oil) controlaba la industria del petróleo y en 1958, tres grupos (General Motors, Ford y Chrysler) tenían el 93% de la producción de vehículos; en Inglaterra, en la misma época, un grupo (Imperial Chemical Industries) controlaba el 95% de toda la producción química básica; en Francia, también en la década de los´50, 4 grupos monopolistas controlaban el 96% de la producción de vehículos, 1 grupo toda la producción de aluminio y otro 80% de la producción de colorantes químicos.16 Algunos pocos ejemplos, referidos a mediados del siglo XX y extraídos del estudio de NIkitin (s.d.: 160 y ss.): en los Estados Unidos, 8 grupos controlaban la economía del país (Morgan, Rockefeller, Mellon, Du Pont, el “grupo de Chicago” y el “grupo de Cleveland”, Bank of América, First National City Bank); la economía de Inglaterra también estaba en manos de 8 grupos. En general, la acción de la oligarquía financiera se efectiviza con la intervención de las mismas personas en los consejos de dirección de un sinnúmero de empresas, bancos y también en la gestión gubernamental (frecuentemente ocupando cargos muy influyentes en los gobiernos); dos ejemplos de la década del cincuenta del siglo pasado: en los Estados Unidos un grupo de cerca de 400 industriales y banqueros ocupaba unos 1200 lugares de dirección en las 250 corporaciones más importantes del país; en Francia, los directores del Banque de Paris et des Pays Bas ocupaban 190 puestos de dirección en consejos de diferentes compañías.La influencia internacional antidemocrática de esa oligarquía financiera también es bastante conocida. Ejemplos latinoamericanos: las empresas controladas por esa oligarquía tuvieron un papel activo en el derribamiento de los gobiernos de Jacobo Arbens (Guatemala, 1954), Joao Gulart (Brasil, 1964) y Salvador Allende (Chile, 1973), en los tres casos, con el apoyo de esa oligarquía se establecieron, luego de los golpes que patrocinaron, regímenes ferozmente antidemocráticos.17 Los efectos de esa exportación del capital productivo, cuando es dirigida a países menos desarrollados, son contradictorios. Por un lado, permiten la creación o la ampliación de actividades industriales y la modernización de la economía de los países acreedores; por otro lado, subordinan a su economía a decisiones tomas sin su control y con la repatriación de los lucros de los capitalistas extranjeros, que

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1

exportación de capital es la búsqueda de lucros máximos, ya sea a través de los intereses

a ser percibidos o de los lucros a ser repatriados – y en los dos casos, se establece una

relación de dominio y explotación entre acreedor y deudor, que se expresa claramente en

los vínculos entre los monopolios (y los gobiernos de sus países) y los países deudores

(y sus gobiernos)18; volveremos a esos créditos en el próximo capitulo (ítem 9.5).

Una vez controlados los mercados de sus propios países (el control de los mercados,

como observaremos más adelante, es el objetivo de los monopolios), las gigantescas

empresas monopolistas tratan de ganar mercados externos –y en ese proceso, ellas se

asocian con empresas similares de otros países capitalistas con el fin de seleccionar

áreas de actuación. De hecho, dividen entre sí las regiones del mundo que pretenden

subordinar a sus intereses. Así, ya antes de la Primera Guerra Mundial, el mercado de

petróleo fue objeto de acuerdos entre Standard Oil (norteamérica) y la Royal Dutch

Shell (anglo-holandesa); en la industria electrotécnica, en 1907, un acuerdo en la

General Electric/GE (norteamericana) y la Allgemenine Elektrizitagesellschaft/AEG

(alemana) garantizó a la primera los mercados americanos y a la segunda los europeos y

parte de los asiáticos. Tales acuerdos, no eliminaban la competencia entre los

monopolios pero establecían límites temporarios a la misma, continuaron realizándose a

lo largo del siglo XX, incluyendo a las ramas productivas más diversas.

A través de esos acuerdos, los grandes monopolios (que son también mal llamados

“empresas multinacionales”) realizan una especia de división económica del mundo.

Simultáneamente, los Estados capitalistas donde el capitalismo monopolista se

desarrolla y cuyos intereses representan (que se tornan pues, Estados imperialistas)

promueven una división territorial del mundo. En el período de constitución del

imperialismo –como vimos, aproximadamente en los tres últimos decenios del siglo

XIX y los primeros años del siglo XX- esa división tomó la forma de una verdadera

recolonización:

retiran los países deudores enormes cantidades de excedente producidos por sus trabajadores.18 Dos ejemplos (extraídos de Salama y Valier, 1975: 154-155) ilustran la explotación señalada: “de 1950 a 1963, las inversiones directas liquidas en el exterior de las empresas norteamericanas eran igual a 17 billones de dólares, mientras que los lucros obtenidos por esas inversiones en el extranjero y repatriados para los Estados Unidos era del orden de los 30 billones de dólares; de 1950 a 1965, los Estados Unidos invertirán 3,8 billones de dólares en América Latina, mientas que repatriaran de ese continente, bajo la forma de lucros declarados, 11,3 billones de dólares”. Los mismos autores ya habían caracterizado antes (p 150) las relaciones entre los países imperialistas y los países subdesarrollados mediante la deterioro de los términos de intercambio: ente 1876 y 1948, “la distancia entre los precios de las mercancías vendidas por los países capitalistas desarrollados y los precios de las mercaderías vendidas por los países subdesarrollados aumentó del 35 al 50%, en detrimento de estos últimos”. Cf., adelante, nota 29.

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1

De 1874 a 1914, las grandes potencias se apoderarán de cerca de 25 millones de km 2

de territorios coloniales, o sea, más que el 50% de la superficie de las metrópolis. La

potencia que más tierras ocupó fue Inglaterra: en 1876, sus poseciones coloniales

abarcaban 22.500.000 km2, con 251.900.000 habitantes; en 1914 dichas posesiones se

acrecentaron con un área de 11.000.000 de km2 y una población de 141.600.000

habitantes. En 1876, Alemania, Estados Unidos y Japón no tenían colonias y Francia

tenía pocas. En 1914, estas cuatro potencias se habían apoderado de colonias con una

superficie total de 14.100.000 km2 y una población de cerca de 100.000.000 de

habitantes (Nikitin, s.d: 168).19

Esa división territorial del mundo fue puesta en cuestión en 1914: como ya no

existían más territorios “libres”, cualquier nueva expansión se debería hacer mediante la

confrontación de los Estados imperialistas – es así que explota la Primera Guerra

Mundial, expresión de los conflictos interimperialistas, conflictos que también explican

la Segunda Guerra Mundial. De hecho, la guerra, en la fase del capitalismo de los

monopolios, se constituyó en la forma extrema de división del mundo por las potencias

imperialistas.

8.4 La industria bélica

El desarrollo de la monopolización, el surgimiento del capital financiero (y de la

oligarquía financiera), la exportación de capital y la división económica (y territorial)

del mundo no son los únicos elementos introducidos en la dinámica capitalista por la

fase imperialista. Por lo menos otro debe ser citado, para que se pueda comprender

adecuadamente esa fase del desarrollo capitalista. Se trata del papel de la industria

bélica.

Se sabe que las guerras preceden largamente la historia del capitalismo, así como

también se sabe que la historia del capitalismo siempre fue marcada por guerras. Sin

embargo, es bajo el imperialismo que las actividades directamente vinculadas a la

guerra adquieren un nuevo significado –bajo el imperialismo, la industria bélica (y las

19 Tal como la expansión ultramarina de los tiempos de la acumulación primitiva, las Iglesias occidentales contribuirán activamente en ese proceso, bajo el pretexto de la “cristianización de los salvajes”. Relatando como los “misioneros” colaboraban en esa redivisión territorial del mundo, recuerda un estudioso: “Un ejército de misioneros, que con gran energía diseminaban el cristianismo entre los nativos, les hacían sentir la necesidad de someterse a la explotación sin protestar. Es así que un campesino de Africa describía las “actividades” de los misioneros en aquel continente: “Cuando aquí llegaron, los misioneros tenían los diez mandamientos y nosotros teníamos la tierra, ahora, ellos tienen la tierra y nosotros los diez mandamientos” (Varga, 1963:19).

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actividades a ella conexas) se torna un componente central de la economía. Apenas

un ejemplo: dos competentes analistas, escribiendo en la primera mitad de los años

sesenta del siglo XX, llegaron a la conclusión que los gastos militares fueron

el factor clave de la historia económica de los Estados Unidos en la posguerra. Cerca

de seis a siete millones de trabajadores, o más del 9 % de la fuerza de trabajo,

dependen hoy, en sus empleos, del presupuesto militar. Si los gastos militares fuesen

nuevamente reducidos a las proporciones anteriores a la Segunda Guerra Mundial, la

economía norteamericana volvería a un estado de depresión profunda, caracterizada

por tasas de desempleo de 15% y más, como ocurrió durante la década de 1930 (Baran

y Sweezy, 1974: 157).

La producción de artefactos bélicos, en el siglo XX cada vez más dependiente de la

aplicación de la ciencia a fines destructivos y mortales, se concentra en las manos de los

grandes monopolios y ofrece, comparativamente a otros sectores productivos, fabulosos

superlucros (en los años setenta del siglo pasado, en los Estados Unidos, mientras la tasa

general de lucro en la industria de transformación era de cerca de 20%, monopolios de

la industria bélica ofrecían lucros que variaban de 50 a 2000 %). Además, la innovación

científico-técnica –que es decisiva en la producción bélica20- permite probar procesos

productivos y componentes que después serán trasladados a la industria civil (son los

llamados “subproductos” de la industria bélica, que posteriormente constituyen

elementos comunes a otras ramas de la producción).

Es evidente que la industria bélica envuelve intereses económicos y políticos de

enorme magnitud, especialmente porque su clientela básica son los Estados, de cuyos

presupuestos los monopolios vinculados a la producción de armas pasan a depender. Por

eso mismo, es constante la presión que los monopolios realizan sobre los Estados, en el

sentido de estimular un clima de belicismo y militarismo –interesa a tales monopolios la

existencia de “enemigos externos”, capaces de justificar una permanente carrera

armamentista21.

20Se comprende que la innovación sea decisiva en esa industria- después de todo, sus productos no precisan tener su valor de uso agotados para ser repuestos: un arma, incluso sin ser utilizada, se torna anticuada y debe ser sustituida luego que una innovación ofrezca otra más eficaz que ella.21 Se sabe cómo, a lo largo del siglo XX, los presupuestos de los Estados imperialistas beneficiaron los monopolios armamentistas con el pretexto de “combatir el comunismo”, representado entonces por la Unión Soviética y sus aliados, llegando también a la delirante propuesta –formulada en los años ochenta por el gobierno norteamericano (Reagan)- de la “guerra en las estrellas”. Una síntesis del papel político de los Estados Unidos en la “cruzada anticomunista” es ofrecida por Octavio Ianni, en el ensayo “Sociología del terrorismo”, publicado en Dowbor, Ianni y Antas Jr., orgs. (2003).

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1

Lo más importante, sin embargo, es que el desarrollo de la industria bélica introduce

dos variables muy significativas en la dinámica capitalista –la primera se refiere al

hecho de que esta industria sirve para bloquear o revertir uno de los factores de la crisis.

Si como vimos en el capítulo 7 (ítem 7.2), el subconsumo de las masas constituye una

de las varias causas de las crisis, las grandes órdenes del Estado a la industria bélica

operan como un contrapeso a tal tendencia. En ese sentido, la industria bélica y sus

negocios funcionan como un elemento de contención de las crisis.

En segundo lugar, la industria bélica ofrece una especia de solución alternativa

(aunque siempre provisoria) al problema que abordamos en el capítulo 5, el problema de

la superacumulación: allí (ítem 5.1) tuvimos oportunidad de mencionar que la

superacumulación se resuelve por la desvalorización de los capitales durante una crisis –

más esa resolución, por los propios efectos de las crisis, es extremadamente onerosa.

Con el incremento de la industria bélica, grandes masas de capitales, que en otras

aplicaciones, no podrían ser valorizadas, encuentran ocasión de propiciar voluminosos

lucros a sus propietarios. También en ese sentido, la industria bélica funciona como un

factor anticrisis, en especial porque, en la fase imperialista, hay una tendencia creciente

a la superacumulación (volveremos a esto más adelante, en el ítem 8.6).

En suma, la industria bélica y su consecuencia, la guerra, son un excelente negocio

para los monopolios en ella involucrados: la enorme destrucción de fuerzas productivas

que la guerra realiza abre un inmenso campo para la reanudación de ciclos amenazados

por la crisis.22

Esas dos variables no resuelven, es claro, la problemática de las crisis, que son

inherentes al capitalismo. Sin embargo, operan como un reductor a corto plazo de su

incidencia y, por eso mismo, confieren a la industria bélica un papel de primer plano en

la fase imperialista.

8.5 La constitución de un sistema económico mundial

En la fase mercantil del capitalismo, el comercio vinculó pueblos y regiones que

hasta entonces no mantenían relaciones económicas; extendiendo y estrechando esas

relaciones, el capitalismo competitivo creó, como vimos, el mercado mundial –se ve,

22 No es casualidad, así, que el siglo del imperialismo, el siglo XX, haya sido el siglo de las guerras: se estima que ellas mataron cerca de 190 millones de personas, sin contar los tantos millones de mutilados. Informaciones se encuentran en G. Perrault (org), El libro negro del Capitalismo (Rio de Janeiro: Record, 1999)

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así, el carácter abarcativo e inclusivo de las actividades capitalistas, explicable por la

lógica del capital, valor que se tiene que valorizar, potencia que se tiene que expandir

más allá de cualquier frontera. En una palabra, es trazo constitutivo del capitalismo su

mundialización.

El desarrollo capitalista implicó siempre una creciente división social del trabajo,

propia de la producción mercantil (cf. Capítulo 3, ítem 3.1 y Capítulo 4, ítem 4.5). Tal

división, sin embargo, no se restringe a las unidades productivas o a una región: en el

curso de su mundialización, el capitalismo indujo a una división internacional del

trabajo, con espacios nacionales especializándose (bajo el comando del capital) en

determinados tipos de producción. Por eso mismo, el desarrollo del capitalismo, desde

el punto de vista internacional, resultó siempre en una determinada jerarquización entre

los países, con los más desarrollados estableciendo las relaciones de dominio y

explotación, que nos referimos hace poco, sobre los menos desarrollados.23

De hecho, en su expansión mundial, el desarrollo capitalista se presentó siempre con

una doble característica –desigual y combinado. Se trata de un desarrollo desigual: en

función de razones históricas, políticas y sociales, la dinámica capitalista opera en

ritmos diferenciados en los diversos espacios nacionales, afectando tanto los países

capitalistas como las relaciones entre ellos. Así, no se distinguen sólo países

desarrollados y países atrasados, sino también el liderazgo entre países desarrollados se

reveló mutable (piénsese en la sucesión histórica de esos países líderes: Portugal,

España, Holanda, Inglaterra, Estados Unidos) y, aún, países atrasados pudieron tornarse

países desarrollados y viceversa (compárese la situación de Alemania y Japón a

mediados del Siglo XIX y en el Siglo XX o la de Portugal en los Siglos XVI y XX)24.

Además de eso, el desarrollo capitalista demostró, en lo que se refiere a los países

atrasados, un desarrollo combinado, en la feliz expresión de León Trótski (1871-1940):

presionados por el capital de los países desarrollados, los atrasados progresan a saltos,

combinando la asimilación de las técnicas más modernas con relaciones sociales y

23 Tales países, a lo largo del último siglo, tuvieron designaciones variadas: países coloniales, países semicoloniales, países subdesarrollados, países dependientes, países periféricos, países del Tercer Mundo, países emergentes, etc. En los años más recientes, para designar la distinción entre países desarrollados y países subdesarrollados, algunos autores pasaron a usar la oposición “Norte/Sur”, remitiéndose al hecho de que la mayoría de los subdesarrollados se encuentran en el hemisferio sur.24 Es preciso señalar, sin embargo, que la fase imperialista prácticamente bloqueó la posible evolución de la mayoría de los países atrasados a la condición de países desarrollados. Obsérvese que, en el comienzo del siglo XX, la relación entre la renta media del país más rico del mundo y la del más pobre era de 9 a 1 y, en el final del mismo siglo, era de 60 a 1 (Fiori, en Fiori, org. 1999: 24).

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económicas arcaicas –y ese progreso no les retira la condición de economías

dependientes y explotadas.

Todos esos trazos y esas características se explicitaron y profundizaron con nitidez

en la fase imperialista. La razón de esa profundización está en el hecho de que el

capitalismo, en la fase de dominación de los monopolios, efectivamente se ha

constituido como un sistema económico mundial: el imperialismo llevó a cabo y

consolidó la vinculación de naciones y Estados de todo el planeta, estableciendo un

flujo de conexiones que acabó por configurar una economía en que todos son

interdependientes (sin prejuicio de las jerarquías y de las relaciones de dominación y

explotación).25 Esa economía,

siendo una economía productora de mercancías, no es regulada según un plano que

determine el crecimiento sincronizado de sus varias partes componentes. Esas partes

de desarrollan […] a los saltos y en proporciones desiguales. Cualquier desequilibrio

que pueda haber resulta accidentalmente de su interacción mutua [… y] posee un

carácter puramente temporario (Sweezy, 1962: 334-335).

8.6 La economía del imperialismo

El imperialismo es una fase del desarrollo del capitalismo; por eso mismo, las leyes

(tendencias) que comandan la dinámica de ese modo de producción continúan operando

en esa fase. Sin embargo, lo hacen sobre condiciones nuevas y de esas nuevas

condiciones, que modifican la operación de aquellas leyes, derivan procesos y

fenómenos antes inexistentes (o que antes no tenían la relevancia que, con el

imperialismo, pasan a tener).

Los monopolios representan un recurso del capital para aumentar lucros. Como

Mandel resaltó,

confrontado con el aumento de la composición orgánica del capital y con los riesgos

crecientes de la amortización del capital fijo, en una época en que las crisis periódicas

son consideradas inevitables, el capitalismo de los monopolios tiene por objeto en

primer lugar, preservar y aumentar la tasa de lucro de los trusts. (Mandel, 1969: 94)26

25 Evidentemente, la competencia establecida, de 1917 a 1989, entre el imperialismo y las experiencias socialistas del siglo XX afectó la dinámica del sistema capitalista, sin embargo, esa competencia, no impidió la constitución del sistema mundial aquí referido.26 El capital fijo fue caracterizado en la nota 6 del Capítulo 4.

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O sea: el objetivo de la organización monopolista es doble – obtener lucros por

encima de la media (lucros extraordinarios monopolistas) y escapar de los efectos de la

tendencia a la caída de la tasa de lucro. Para eso, entre otros procedimientos, es

necesario un incremento de la explotación de los trabajadores; el monopolio realiza de

hecho ese incremento27, más encuentra límites políticos para hacerlo a su gusto (cf. Los

ítems 8.7 y 8.8). Por eso, los lucros extraordinarios de los que se beneficia el monopolio

provienen básicamente de:

a) fijación de un precio superior (precio de monopolio) al precio de mercado (cf.

Capítulo 6, ítem 6.2) – a través de acuerdos entre sí, los sectores monopolistas

productores de una misma mercancía que, por ser pocos, controlan su oferta en

el mercado, aumentan sus precios28; aquí se evidencia claramente la diferencia

entre el capitalismo competitivo y el capitalismo monopolista: en el primero, “la

empresa individual acepta los precios (de mercado), mientras que en el

capitalismo monopolista la gran empresa es quien hace el precio (Baran y

Sweezy, 1974: 61)”

b) apropiación de parte de la plusvalía de sectores no monopolizados por los

monopolios, a través de la imposición (por los grupos monopolistas) de precios

inferiores al valor de las mercancías que compran de los sectores no

monopolizados; esa presión de los monopolistas sobre los no monopolistas es

subrayada por Sweezy (1962: 318), al recordar que un lucro extra “de los

monopolistas viene principalmente de los bolsos de sus colegas capitalistas”;

c) ventajas que las empresas capitalistas, dadas sus dimensiones, disfrutan en

relación a las empresas medias y pequeñas y a los sectores no monopolizados.

Tales ventajas se revelan especialmente en términos de eficiencia: de acuerdo

con Mandel (1969,3: 104), tomando por base datos ingleses y norteamericanos,

se verifica que el “producto líquido por asalariado” crece a medida que crece el

número de asalariados.

27 Cf. la nota 8 del capítulo 5 y, aún: “En 1910, era de 50 el número de horas de trabajo por semana en las categorías sindicalizadas, pero en los ramos no sindicalizados era, en promedio, de 60 a 65. En la industria norteamericana del hierro y del acero un día de trabajo de 12 horas era aún considerado una cosa normal hasta 1914. En Gran Bretaña y en Alemania, la semana de trabajo antes de la Primera Guerra Mundial era de 48 a 60 horas” (Varga, 1963: 36)28 El poder de los monopolios, por otra parte, está directamente ligado al control de los mercados; Sweezy (1962: 308) observó que las organizaciones monopolistas tienen por objetivo, “deliberadamente, […] aumentar los lucros por medio del control monopolista del mercado”.

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No se puede, sin embargo, encontrar una única causa que explique los lucros

monopolistas; de hecho, tales lucros también se deben a otras variables. Por ejemplo, los

favores y el tratamiento diferenciado que los monopolios reciben del Estado, que

controla y que defiende sus intereses, o el más fácil acceso de los monopolios a las

innovaciones tecnológicas; o aún: las ganancias extraordinarias que la exportación del

capital productivo a los países subdesarrollados propicia a los monopolios29.

Lo que importa resaltar es que los lucros monopolistas no violan la ley del valor ni

suprimen la competencia y la anarquía del mercado. Por una parte, la ley del valor se

mantiene porque los superlucros de firmas “operando con una productividad del trabajo

encima de la media solo podrán ser explicados por una transferencia de valor a costa de

las firmas que operan con una productividad del trabajo abajo de la media” (Mandel,

1982: 69) – así, la existencia de superlucros implica la existencia de lucros debajo de la

media, confirmando, pues, las implicaciones de la ley del valor: “la masa total de

plusvalía […] es dada por el proceso de producción […] y la suma total de los precios

de producción debe corresponder a la suma total de esa plusvalía” (id. Ibid.: 68). Por

otra, el control de los mercados por los monopolios en nada se asemeja a un

planeamiento racional para abastecer la necesidad social de bienes;30 de hecho, el

“capitalismo organizado” de los monopolios, reduciendo el peso de la competencia

generalizada que caracterizó la fase anterior del capitalismo, pone en el centro de la

actividad económica la competencia entre los monopolios; los acuerdos que hacen entre

sí son siempre alianzas temporarias, coyunturales:

Los cárteles fijan cuotas de producción y de exportación, dividen el mercado mundial

conforme la capacidad y la productividad de las empresas que de ellos participan en el

momento de constitución del cartel. Pero esas relaciones mutuas son inestables.

Bastan avances técnicos, invenciones o una expansión de la capacidad que provoquen

un cambio en la correlación de fuerzas entre esas empresas para que aquella que se

siente en la competencia para rompa el acuerdo con el fin de obtener una mayor

participación en el reparto del mercado (Mandel, 1969,3: 118).

29 Cuando aplicados productivamente en los países subdesarrollados, los capitales monopolistas son invertidos en sectores donde la tasa de lucro se presenta superior a la tasa media de lucro de los países centrales. Todos los estudios muestran que, así aplicados, los capitales monopolistas tienen tasas de lucros mucho mayores en el exterior que en sus propios países.30 “De conjunto, el capitalismo monopolista es tan sin planificación como su predecesor, el capitalismo competitivo” (Baran y Sweezy, 1974: 61)

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También los superlucros tienen límites: así como se acaba por establecer una tasa

media de lucro, también se acaba por fijar una tasa media de superlucros – y aunque la

existencia de una doble tasa sea un fenómeno propio del imperialismo, salvo coyunturas

excepcionales, la tendencia a la caída de la tasa de lucro continúa haciéndose sentir en el

capitalismo de los monopolios.

Un hecho característico del período imperialista es el crecimiento extraordinario del

excedente económico –vale decir, de la masa de plusvalía-, explicable por el grado de

concentración y centralización del capital. Se procesa una acumulación tamaña que el

fenómeno de la superacumulación (cf. Capítulo 5, ítem 5.1) adquiere un peso nuevo: la

propia acumulación es perturbada, una vez que no hay cómo encontrar ramas o sectores

capaces de ofrecer a las posibles inversiones los lucros buscados por los capitalistas.

Se constata que la fase imperialista, manteniendo y acentuando las contradicciones

elementales del modo de producción capitalista, introduce nuevas tensiones en la

dinámica económica. Dos de ellas merecen mención.

Una de ellas se refiere a la expansión de la producción: todos los estudios muestran

que, bajo el dominio de los monopolios, que reúnen condiciones para promover un

enorme incremento de la producción, el crecimiento económico es corto en sus

posibilidades concretas. Es política deliberada de los monopolios sólo ampliar la

producción cuando hay garantía de realización (venta) de sus mercancías; además, la

“disminución radical de la producción es el arma más eficaz de los trusts para revertir la

tendencia a la caída de los precios y provocar un alta” (Mandel, 1969,3: 107). Por eso

mismo, se registran repetidamente, bajo el imperialismo, coyunturas en las cuales la

capacidad productiva existente es subutilizada, como revela la economía

norteamericana:

Entre 1920 y 1940, la siderurgia norteamericana utilizó en promedio, anualmente,

59,2% de su potencial total. En el conjunto de la industria manufacturera de los

Estados Unidos, durante los años del boom de 1925 a 1929, la capacidad productiva

utilizada fue de 80%. En 1947, ella alcanzó el mismo porcentual, cayendo, en 1954, a

75% (Mandel, 1969,3: 234).

La otra se relaciona a la cuestión de la innovación tecnológica. Al mismo tiempo en

que los avances científicos y técnicos propician innovaciones extraordinarias, su

incorporación por los monopolios se hace en un ritmo mucho menor de lo que aquel

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sería posible. Poco importa si las innovaciones surgen más frecuentemente en empresas

pequeñas o grandes31; lo que importa es que, al contrario de lo que generalmente se

piensa, la incorporación de las innovaciones a la producción es más lenta en la fase

imperialista, comparativamente al capitalismo competitivo:

Es claro que la empresa gigante será guiada no por la lucratividad del nuevo método

considerado aisladamente, más por su efecto líquido sobre la lucratividad global de la

firma. Y esto significa que en general habrá una tasa más lenta de introducción de

innovaciones que en el sistema competitivo (Baran y Sweezy, 1974: 99: itálicas

nuestras).

La economía del imperialismo tiene su anatomía más clarificada en la medida en

que el lector relacione las características que acabamos de mencionar con todo lo que

estamos viendo en este capítulo, desde el ítem 8.3. Más otros trazos de esa economía

aún precisan ser mencionados –lo que será hecho en la secuencia de este capítulo.

8.7. El período “clásico” del imperialismo

En su trayectoria de poco más de un siglo, el imperialismo sufrió significativas

transformaciones. En la historia de esa fase del MPC, se pueden distinguir por lo menos

tres períodos: el período “clásico” que, según Mandel, va de 1890 a 1940, los “años

dorados”, del fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la entrada de los años setenta32 y

el capitalismo contemporáneo, de mediados de los años setenta a los días actuales. Si,

como en toda periodización histórica, esa cronología es puramente indicativa, lo que nos

impronta subrayar es que, a pesar de todas las transformaciones que vamos a señalar,

toda esa fase del capitalismo se desenvuelve bajo la égida de los monopolios – lo que

significa decir que el imperialismo se mantiene en plena vigencia en la entrada del

siglo XXI.

Las características del período “clásico” del imperialismo, que fue interrumpido por

la eclosión de la Segunda Guerra Mundial, ya fueron suficientemente mencionadas en

31 Actualmente, existe una tendencia a considerar las pequeñas empresas, más ágiles, como las más innovadoras –todavía, lo que cuenta es la utilización de las innovaciones, y en ese terreno el poder del monopolio es incuestionable. Además, “ser comprada o absorbida [por las empresas gigantes] es, con frecuencia, la ambición final de la pequeña empresa” (Baran y Sweezy, 1974: 81).32 El capitalismo posterior a la Segunda Guerra Mundial es designado por algunos autores como capitalismo monopolista de Estado (P. Boccara, G. Koslov) y, por otros, como capitalismo tardío (E. Mandel) –y esas designaciones diversas señalan diferentes interpretaciones.

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1

los ítems precedentes. Muy especialmente, cabe resaltar que, en ese período, las crisis se

manifestaron con violencia (1891, 1900, 1907, 1913, 1921, 1929 y 1937-1938); más

ninguna de ellas se compara, por sus impactos, con la crisis de 1929, que tuvo una

magnitud catastrófica. Incluso es posible afirmar que la crisis de 1929 obligó a los

dirigentes capitalistas a ensayar alternativas político-económicas que, en el período

siguiente, el de los “años dorados” (1945-finales de los años sesenta/inicios de los años

setenta), serían implementadas por las principales potencias imperialistas.

La crisis de 1929 evidenció para los dirigentes más lúcidos de la burguesía de los

países imperialistas la necesidad de formas de intervención del Estado en la economía

capitalista. Registramos que el Estado burgués siempre intervino en la dinámica

económica, garantizando las condiciones externas para la producción y acumulación

capitalistas (cf. arriba, el ítem 8.1); pero la crisis de 1929 reveló que nuevas

modalidades interventivas se tornaban necesarias: se hacía imperativa una intervención

que envolviese las condiciones generales de la producción y de la acumulación. Esa era

una exigencia estrictamente económica; más el contexto socio-político en que ella se

produjo condicionó largamente la modalidad en que fue implementada.

Ese contexto estaba marcado por dos fenómenos, que además se interrelacionaron. El

primero se relacionaba al nivel de organización y combatividad de amplios sectores

obreros: en la Europa Occidental y Nórdica industrializada, partidos políticos

representativos de los trabajadores ganaban expresión y, venciendo obstáculos legales,

desarrollaban políticas de masas y llegaban a los parlamentos; por otra parte, el

movimiento sindical obrero, desde la última década del siglo XIX, adquiría consistencia

y densidad, levantando banderas que movilizaban grandes contingentes de trabajadores.

El segundo se refiere a la Revolución de Octubre, dirigida por los bolcheviques en

Rusia, en 1917: la creación del primer Estado proletario, simbolizando un conjunto de

promesas hace mucho inscripto en el imaginario de los trabajadores, atrajo la simpatía y

la adhesión de las vanguardias obreras, más allá de significar un duro golpe contra el

imperialismo. Más que el efecto económico de la Revolución Rusa (que estrechó el

mercado externo para los imperialistas), lo que produjo un temor real en la burguesía de

Occidente fue la posibilidad de “contagio”: para ella, se trataba de aislar la experiencia

socialista e impedir que “sus” trabajadores siguiesen el ejemplo que venía del Este –y,

finalizada la Primera Guerra Mundial, eran muchas las señales que apuntaban en esa

Page 25: Netto y braz cap 8

1

dirección33, inclusive el surgimiento de los Partidos Comunistas, estimulados por la

creación de la Internacional Comunista (fundada en Moscú, en 1919, y después

conocida como Tercera Internacional).

En la secuencia de la crisis de 1929, en aquellas sociedades donde las ideas

democráticas tenían raíces más hondas y/o el movimiento obrero y sindical no registró

derrotas, la nueva forma de intervención del Estado en la economía no violentó la

democracia política, tal como existía –es lo que se constata en la experiencia de Europa

Nórdica, de Inglaterra, de Francia y de los Estados Unidos. En los países donde tales

tradiciones eran débiles (Italia) y/o donde el movimiento obrero fue más golpeado

(Alemania), la intervención del Estado se dio conforme la naturaleza antidemocrática

del capital, llevada al extremo por los monopolios: con la supresión de todos los

derechos y garantías al trabajo y a los trabajadores, instaurándose el régimen político

más adecuado al libre desarrollo de los monopolios- el fascismo.

En efecto, el fascismo – aparte, sus rasgos adjetivos, como el racismo, en el caso del

nazismo alemán, o el clericalismo, como en el caso de Portugal de Salazar (Antonio de

Oliveira Salazar, 1889-1970) y en el caso de España de Franco (Francisco Franco,

1892-1975) –es un régimen político ideal para los monopolios o para el establecimiento

de la dominación de los monopolios. No es casualidad que el período “clásico” del

imperialismo haya sido el de la ascensión, del prestigio y de la dominación del

fascismo. Sin embargo, son equivocados los análisis según los cuales el fascismo se

había agotado con la derrota que sufrió en 1945; de hecho, desde que existe el control

monopolista de la economía, la posibilidad del fascismo es siempre real.

La modalidad fascista de intervenir en la economía para garantizar las condiciones

generales de la producción y de la acumulación capitalistas es conocida: el terrorismo

de Estado inmoviliza y/o destruye las organizaciones de los trabajadores, regula la masa

salarial conforme el interés de los monopolios, favorece descaradamente al gran capital,

militariza la vida social e invierte fuerte en la industria bélica; en el límite, de que es

caso ejemplar la Alemania hitlerista (Adolf Hitler 1889-1945), avanza hacia la

ocupación de territorios, asalta sus riquezas y fuerzas productivas y brinda al gran

capital fuerza de trabajo esclavo (no se olvide que, en los campos de trabajo forzado de

33 En la secuencia del fin de la Primera Guerra Mundial, “en Alemania, 7.000.000 de trabajadores participaron de huelgas políticas y económicas en 1920. De 1918 a 1921, la media anual de trabajadores que entraban en huelga en Gran Bretaña fue de casi 2 millones; la huelga de los mineros en 1921, acarreó la pérdida de 72.000.000 de días de trabajo. Hubo también grandes huelgas en Francia, Italia y Estados Unidos” (Varga, 1963: 52).

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1

la Alemania nazi, los prisioneros servían a los grandes monopolios alemanes, que no

fueran penalizados después de la capitulación).

En los países donde el fascismo no se presentó como la solución posible para el

monopolio, en los años treinta se ensayaron referencias que fueron desarrolladas

después del 45 –se comprende que tales ensayos no fuesen profundizados en aquella

década, ya que la agresión fascista los había interrumpido (piénsese en las experiencias

avanzadas de Francia del “frente popular” de 1936/1939 o, con menos vigor, las del

New Deal de Roosevelt [F. D. Roosevelt, 1882-1945]).34 Tales ensayos consistían en

una activa intervención del Estado sea en el nivel de las inversiones, estimulándolas

directamente (inclusive con el Estado operando como empresario capitalista en sectores

clave de la economía), sea en lo que respecta a la reproducción de la fuerza de trabajo,

eximiendo al capital de parte de sus gastos (a través de programas sociales

correspondientes a agencias estatales). En lo inmediato de la posguerra, tales ensayos

serían implementados, pero ahora con el apoyo de innovaciones teóricas y con el

objetivo de regular los ciclos económicos.

Un soporte teórico era también necesario, una vez que ese tipo de intervención

estatal contrariaba los dogmas del pensamiento liberal- conservador, para el cual el

papel del Estado, formalmente, debería ser mínimo (“Estado sereno”). El principal

responsable por esa innovación fue Keynes (cf. la nota 8 de la Introducción): intelectual

sofisticado que expresaba la vanguardia de la burguesía inglesa, cuyos intereses

económicos defendió competentemente, en 1936 publicó la obra –Teoría general del

empleo, del interés y del dinero- que, por décadas, habría de legitimar el

intervencionismo estatal. De acuerdo con Keynes, el capitalismo no dispone espontánea

y automáticamente de la facultad de utilizar enteramente los recursos económicos, sería

preciso, para tal utilización plena (que evitase las crisis y sus consecuencias, como el

desempleo masivo), que el Estado operase como un regulador de las inversiones

privadas a través del direccionamiento de sus propios gastos –en una palabra, Keynes

atribuía un papel central al presupuesto público en cuanto inductor de inversiones. En

las tres décadas que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial, las ideas de Keynes

(“las políticas keynesianas”) experimentarían gran éxito.

8.8. Los “años dorados” de la economía imperialista

34 Algunos países de la Europa Nórdica –Suecia, Finlandia- pudieron avanzar en esas expresiones desde 1930;estudio que parcialmente da cuenta de eso es el de Adam Przeworsky, Capitalismo y social-democracia (San pablo, Compañía de las Letras, 1991)

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1

Entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el pasaje de los años sesenta a los

setenta, el capitalismo monopolista vivió un período único en su historia, período que

algunos economistas designan como los “años dorados” o, incluso, las “tres décadas

gloriosas”. Fueron quizás treinta años en que el sistema presentó resultados económicos

nunca vistos, y que no se presentarían más: las crisis cíclicas no fueron suprimidas 35,

más sus impactos fueron disminuidos por la regulación puesta por la intervención del

Estado (en general, bajo la inspiración de las ideas de Keynes) y, sobre todo, las tasas de

crecimiento se mostraron muy significativas.

Vale señalar este último fenómeno. Entre 1950 y 1970, la producción industrial de los

países capitalistas desarrollados aumentó, en su conjunto, 2,8 veces” (Koslov, dir.,

1977: 365); la producción industrial norteamericana creció 5,0% entre 1940 y 1966;

entre 1947 y 1966, la de Japón creció 9,6% y la de sesis países entonces reunidos en la

Comunidad Económica Europea creció 8,9% (Mandel, 1982: 99); ya el producto interno

bruto (PBI/conjunto de todos los bienes y servicios producidos) de los países

capitalistas avanzados aumentó anualmente, entre 1950 y 1973, en 4,9% y, entre 1960

y1968, el crecimiento medio anual de la economía de Estados Unidos fue de 4,4%, de

Japón de 10,4%, de Alemania Occidental de 4,1%, de Francia de 5,4% y de Inglaterra

de 3,8% (Harvey, 1993: 126-128). En los años sesenta, los seis países capitalistas

centrales (Estados Unidos, Japón, Alemania Occidental, Francia, Gran Bretaña e Italia)

“registran en media un fuerte crecimiento (entre 5 y 6 por ciento al año) y un nivel de

tasa de lucro igualmente elevado” (Husson, 199: 29).

Lo paradojal es que ese desempeño fue alcanzado en un período histórico en que el

capitalismo y el orden burgués se vieron ampliamente criticados y cuestionados. Tres

procesos, todos mutuamente relacionados, conferirán bases reales y prácticas a ese

cuestionamiento. De una parte, habiendo sido la fuerza decisiva en la victoria contra el

fascismo, la Unión Soviética pasó a disfrutar de gran prestigio y poder, ahora no más

aislada, sino cercada por un conjunto de países que, liberados de la ocupación nazi,

romperán con el capitalismo y se dispondrán a la experiencia socialista. De otra,

especialmente en la Europa Nórdica y Occidental (a excepción de España y Portugal,

donde las dictaduras fascistas se prolongarán hasta mediados de los años setenta), el

movimiento obrero y sindical y los partidos ligados a los trabajadores conquistarán

enorme legitimidad, imponiendo límites y restricciones efectivos a los monopolios. En

35 En las “tres décadas de oro” se registraron crisis en 1949, 1953, 1958, 1961 y 1970.

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1

ese mismo período, ganó dimensión mundial la movilización anticolonialista que, al fin,

acabó por destruir los imperios coloniales – con la exitosa lucha por la liberación

nacional a veces derivando en expresivas opciones por el socialismo (fue el caso de

China, de Vietnam, de varias naciones africanas y, en América, de Cuba).

La dirección militar, política y económica del sistema imperialista, a partir de la

derrota del Eje (Alemania/Italia/Japón), se transfirió de Europa para Estados Unidos.

También victoriosos en 1945, más saliendo de la guerra en condiciones de fuerza

(recuérdese que su territorio no fue palco de operaciones bélicas), los Estados Unidos se

impusieron a las otras potencias imperialistas (victoriosas como Francia e Inglaterra, y

derrotadas, como Alemania, Italia y Japón) como país líder del mundo capitalista – y

ese liderazgo a pesar de las contradicciones interimperialista, jamás fue seriamente

impugnado. Desde entonces, y hasta la crisis que llevó al colapso las experiencias

socialistas (1989), los Estados Unidos capitanearán lo que llamaban la “lucha contra el

peligro rojo”: el combate al comunismo y a todas las ideas sociales avanzadas tuvo en

Estados Unidos su centro irradiador, sea a través de la conducción de la Guerra Fría y

la carrera armamentista36, sea de intervenciones abiertas (Corea, 1950-1953, Vietnam,

1963-1975) o veladas (Irán, 1952, Congo, 1961, Indonesia, 1965, la lista es infinita…),

sea reprimiendo la divergencia en sus propias fronteras (de que el macartismo fue el

ejemplo más emblemático, pero no el único).

Precisamente en ese marco, la economía del imperialismo registró cambios importantes.

El primero de ellos se refiere a la exportación de capitales, que ya tratamos

anteriormente (cf., arriba, el ítem 8.3); la importancia de esa exportación no decrece,

pero sus flujos se alteran significativamente: si, en el período anterior (del imperialismo

“clásico”), ella se dirigía de los países centrales a los periféricos, ahora se dirige

especialmente para otros países centrales – esto es, el flujo mayor de capitales

imperialistas gira entre los propios países imperialistas: escribiendo a comienzos de los

años sesenta, un ilustre economista señalaba entonces que “gran parte del capital

exportado va de un país altamente desarrollado para otro, principalmente para construir

subsidiarias para las firmas monopolizadoras” (Varga, 1963: 151). Las transferencias a

36 Los gastos norteamericanos en armas, durante la Guerra Fría, alcanzarán cifras estratosféricas: en 1962, fueron de 65 billones de dólares (Varga, 1963: 150). “En 1959, los Estados Unidos tenían […] un total de 275 grandes bases en 31 países y más de 1.400 bases en el exterior […]. Esas bases costaban aproximadamente 4 billones de dólares y eran ocupadas por aproximadamente un millón de soldados americanos” (Baran y Sweezy, 1974: 192). “En los Estados Unidos, en 1974, los gastos militares comprenderán el 31% de los gastos del presupuesto federal; en Francia, 17,4%, en la República Federal de Alemania, 21,6% y, en Gran Bretaña, 20,1%” (Koslov, dir., 1981: 264).

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1

países periféricos pasarán a ser sobretodo empréstitos de Estado (imperialista) a Estado

(periférico).

Pero el cambio que ha merecido la mayor atención de los estudiosos es respecto a la

propia organización del trabajo industrial. Todavía en el período “clásico” del

imperialismo, la “gerencia científica” de Taylor (cf. Capítulo 4, ítem 4.4) fue objeto de

un desarrollo significativo, gracias a las adaptaciones que sufrió en manos de Henry

Ford (1863-1947), que se tornaría el jefe de uno de los mayores monopolios de la

industria automovilística. Inicialmente implementada en la producción de vehículos

automotores, esa forma de organización – el llamado taylorismo-fordismo – acabó por

tornarse el patrón para toda la producción industrial y se universalizó en los años

dorados del imperialismo. Una cita, aunque larga, es necesaria para esclarecer el patrón

dominante de la industria capitalista en el segundo período de la fase imperialista: se

trata del patrón basado

en la producción en masa de mercancías, apartir de una producción más

homogeneizada y enormemente verticalizada. En la industria automovilística

taylorista y fordista, gran parte de la producción necesaria para la fabricación

de vehículos era realizada internamente, recurriéndose apenas de manera

secundaria al suministro externo, al sector de autopartes. Era necesario también

racionalizar al máximo las operaciones realizadas por los trabajadores,

combatiendo el “desperdicio” en la producción, reduciendo el tiempo y

aumentando el ritmo de trabajo, buscando la intensificación de las formas de

explotación.

Ese patrón productivo se estructuró en base al trabajo parcelado y

fragmentado, en la descomposición de las tareas que reducpia la acción obrera

a un conjunto repetitivo de actividades cuya sumatoria resultaba en el trabajo

colectivo productor de vehículos. Paralelamente a la pérdida de destreza de la

labor obrera anterior, ese proceso de desantropomorfización del trabajo y su

conversión en apéndice de la máquina-herramienta dotaban al capital de mayor

intensidad en la extracción de sobretrabajo. La plusvalía extraída

extensivamente, por el prolongamiento de la jornada de trabajo y del

crecimiento de su dimensión absoluta, se intensificaba de modo prevaleciente a

su extracción intensiva, dada por la dimensión relativa de la plusvalía. […]

Una línea rígida de producción articulaba los diferentes trabajos, tejiendo

vínculos entre las acciones individuales de las cuales la línea de montaje hacía

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1

las interligazones, dando el ritmo y el tiempo necesarios para la realización de

las tareas. Ese proceso productivo se caracterizó, por lo tanto, por la mezcla de

la producción en serie fordista con el cronómetro taylorista, más allá de una

separación nítida entre elaboración y ejecución. Para el capital, se trataba de

apropiarse del savoir-faire del trabajo, “suprimiendo” la dimensión intelectual

del trabajo obrero, que era transferida para las esferas de la gerencia científica.

La actividad del trabajo se reducía a una acción mecánica y repetitiva

(Antunes, 1999: 36-37).

La extensión universal (envolviendo todos los países capitalistas centrales y, de algún

modo, parte de los países que se estaban industrializando) del patrón fordista-taylorista

se vinculó a la hegemonía norteamericana; y también a esta se ligó la expansión del

american way of life, es decir, del “estilo de vida” norteamericano, promovido

especialmente a partir de la década del cincuenta. En esa expansión, que impuso – no

sin resistencias – valores específicamente norteamericanos a pueblos de distintas

tradiciones culturales, inclusive tornando el inglés la “lengua mundial”, fue relevante el

papel de la industria cultural 8prensa, radio, cine, discos, televisión). Por cierto, una

característica de los “años dorados” del imperialismo fue consolidar (una vez que los

principios de ese fenómeno venían del período anterior) la dominación de los medios de

expresión y de circulación de ideas por el gran capital –en el período posterior a la

Segunda Guerra Mundial, es ilustrativo el papel desempeñado por los monopolios de la

producción cinematográfica.

Otros tres trazos propios del imperialismo de los “años dorados” se van a consolidar y

extender en ese período. El primero se refiere al crecimiento de una práctica que, hasta

las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, no tenía gran importancia en la vida

económica: el crédito al consumidor. A partir de finales de los años cuarenta esa

práctica se extiende y se convierte en un mecanismo institucional sin el cual la ya

conocida tendencia al subconsumo de masas se tornaría fuertísima; en efecto, el sistema

de ventas a crédito al consumidor, generalizándose entonces, redujo la fuerza de aquella

tendencia y amplió significativamente la posibilidad de realización de un amplio

abanico de mercancías (desade las más leves como vestimenta, hasta aquellas más

durables, como equipamientos domésticos y automóviles).

El segundo se relaciona a la inflación. Para que la circulación mercantil pueda

realizarse sin problemas, hay que disponer de una determinada cantidad (masa)

indispensable de dinero. Esa cantidad depende de dos variables: a) de la suma de los

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1

precios de las mercancías en circulación y b) de la velocidad de circulación del dinero –

cuanto mayor ese velocidad, menor será la cantidad necesaria y viceversa. Supóngase

que en un año se venden mercancías en un total equivalente a $ 1.000.000 y que cada

peso recorra, en promedio, 50 veces el ciclo completo de la circulación (que consiste en

pasar del comprador al vendedor y viceversa); la masa de dinero necesaria será la suma

de precios de todas las mercancías dividida por la velocidad de circulación del dinero:

1.000.000 = $ 20.000

De esa masa de dinero se deben excluir los equivalentes de las mercancías vendidas

a crédito y de los pagos que se compensan mutuamente, así como en ella deben incluirse

los equivalentes de los créditos a vencer.

Cuando los billetes y monedas sin valor intrínseco que sustituyen a la forma histórica

original del dinero (el oro) tienen su valor total equivalente a la cantidad de oro

necesaria a la circulación mercantil, su poder adquisitivo coincide con el dinero bajo la

forma de oro – se dice, entonces, que tienen respaldo: pueden ser convertidos en oro.

Pero, frecuentemente, el Estado (que, como autoridad monetaria, dispone del monopolio

de la emisión de billetes y monedas y de la guarda, en su Tesoro o Banco Central, de la

cantidad de oro que sirve de respaldo a su moneda), para hacer frente a los gastos que

no puede cubrir con lo que recauda, emite más billetes y monedas de lo que corresponde

a su reserva de oro. Por ejemplo: el estado emite los $ 20.000 mencionados en la

ilustración más arriba, disponiendo del equivalente en oro, pero, frente a una situación

extraordinaria o de necesidad de saldar gastos, emite otros $ 20.000 sin que haya sido

alterada la cantidad de respaldo en oro y de mercancías en circulación; entonces, para

adquirir mercancías que, sin la emisión suplementaria, costarían $ 1, ahora serán

necesarios $ 2 – es que la moneda fue depreciada, su poder adquisitivo fue reducido. Es

en eso que básicamente consiste la inflación – que no deriva sólo de la emisión

extraordinaria del Estado, también de la emisión de títulos de créditos por los

establecimientos bancarios.

Ese fenómeno, que puntualmente ocurrió en el siglo XIX, gana incidencia frecuente

en la fase imperialista y, en los “años dorados” adquierepeso tal que algunos

economistas, como Mandel, llegan al punto de referirse a una inflación permanente. En

el contexto de ese período del imperialismo, sin embargo, la inflación no sólo penaliza a

los asalariados en general y los trabajadores en particular; ella pasa a ser funcional al

capitalismo de los monopolios, como aclara una analista inspirada en Mandel:

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1

La expansión del crédito y de las medidas anticíclicas por intermedio del poder

público (producción de armamentos, políticas sociales, etc.) van a imponer la

emisión de papel-moneda más allá del respaldo en oro. De esa forma, se

asegura el volumen de capital ficticio37para evitar las crisis de superproducción.

La inflación permanente en el capitalismo tardío cumple algunos objetivos,

como: ocultar la reducción de valor de las mercancías; facilitar la acumulación

de capital; disimular la alta tasa de plusvalía; y resolver temporariamente las

dificultades de realización por medio de la expansión del crédito (Behring,

1998: 134).

En el imperialismo de los “años dorados”, la inflación se tornó un instrumento

mediante el cual, entre otros expedientes, los monopolios succionaron recursos del

conjunto de la sociedad y garantizaron la elevación de precios de las mercancías que

producían.

Por último, otro trazo de ese período del imperialismo fue el enorme crecimiento del

llamado sector terciario – o sector de servicios38, donde heterogéneamente se incluyen

actividades financieras y de seguros, comerciales, publicitarias, médicas, educacionales,

hoteleras, turísticas, de entretenimiento, de vigilancia privada, etc. Ese sector, donde

prevalece nítidamente el trabajo improductivo (cf. Capítulo 4, ítem 4.6.), pasó a ocupar,

progresivamente, una gran masa de asalariados, muy diferenciados entre sí (desde

trabajadores sin ninguna cualificación a especialistas, técnicos y profesionales de nivel

universitario). Para tener una idea de la hipertrofia del sector terciario, basta observar

cómo creció la fuerza de trabajo en él ocupada: de 36,8% (1910) a 62,1% (1970), en los

Estados Unidos; de 22,2% (1907) a 41,9% (1970) en la entonces Alemania Federal; de

39,7% (1911) a 50,3% (1966) en Gran Bretaña; de 26% (1911) a 47,8% en Francia y de

16,5% (1920) a 38% (1970) en Brasil (datos compilados por P. Singer, “Presentación” a

Mandel, 1982: XXX).

Además de actividades socialmente útiles, como las referidas a la educación y la

salud – muchas de ellas fomentadas por las políticas sociales, a que aludiremos más

adelante -, en ese sector se inscriben negocios y organizaciones claramente

37 Aludiremos al capital ficticio en el Capítulo 9, ítem 9.5.38 El economista anglo-austríaco Colin Clark (1905-1989) dividió la actividad económica en tres sectores: el primario, envolviendo la agricultura, la silvicultura, la ganadería, la pesca y las industrias extractivistas; el secundario, envolviendo el conjunto de las industrias (excepto las extractivistas); y el terciario, cubriendo las demás actividades. Una crítica a las elaboraciones de Colin Clark fue elaborada por Marc Riviere, en la obra Economía burguesa y pensamiento tecnocrático (Rio de Janeiro, Civilizacao Brasileira, 1966).

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parasitarios, algunos limítrofes con la ilegalidad, y que operan como mecanismo de

“quema” del fabuloso excedente producido en la fase imperialista. Dos de esos

mecanismos, por cierto lícitos, fueron clásicamente analizados por Baran y Sweezy

(1974: 117-179): la campaña de ventas, en que es central el papel de la publicidad, y los

fabulosos gastos de la administración civil, más exactamente la burocracia estatal.

La hipertrofia del sector terciario, que proseguirá en el último período del

imperialismo (período que estudiaremos en el próximo capítulo), constituye uno de los

fenómenos más típicos del capitalismo de los monopolios.39 En ella se expresa una de

las más fuertes tendencias del modo de producción capitalista: la tendencia a

mercantilizar todas las actividades humanas, sometiéndolas a la lógica del capital – en

efecto, mediante los “servicios”, toman carácter de mercancía el trato de la educación,

de la salud, de la cultura, del entretenimiento y los cuidados personales (a enfermos, a la

tercera edad, etc.).

8.9. La intervención estatal en los “años dorados”

Páginas atrás (en el ítem 8.6.), sumariamos los trazos elementales de la economía

política imperialista. Cuando se analizan los “años dorados”, en sintonía con aquellos

trazos, vemos que en ellos el capitalismo monopolista explicita más directamente sus

características:

a) la inversión se concentra en los sectores de mayor competencia, ya que la

inversión en los sectores monopolizados se torna progresivamente más difícil;

b) las tasas de lucros tienden a a ser más altas en los sectores monopolizados;

c) la tasa de acumulación se eleva, acentuando la tendencia descendiente de la tasa

media de lucro;

d) crece la tendencia a economizar trabajo vivo, con la introducción de las

innovaciones tecnológicas;

e) se mantiene, aunque reducida, la tendencia al subconsumo;

f) los precios de las mercancías (y servicios) producidos por los monopolios tienden

a crecer progresivamente;

g) los costos de venta suben, ya que el sistema de distribución tiende a la hipertrofia;

39 Escribiendo a principios de la década del sesenta, cuando los “años dorados” estaban en auge, observó correctamente un autor, refiriéndose a los servicios públicos: “El capitalismo monopolista se caracteriza por una inflación del sector terciario […que] es relativa: en los Estados capitalistas modernos, si por un lado crecieron desmesuradamente los efectivos del ejército y la policía, por otro lado el número de profesores, médicos, enfermeras es nítidamente inferior a las necesidades reales de la sociedad (Riviere, 1966: 33)

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h) la inflación se cronifica.

Si el lector tiene presentes todas las determinaciones teóricas que fueran tematizadas

anteriormente y considera la argumentación expresada en este capítulo, concluirá –

correctamente – que la fase imperialista no presenta ninguna solución efectiva para

ninguna de las contradicciones inmanentes al modo de producción capitalista. Al

contrario, acentúa la anarquía de la producción y la competencia (entre los monopolios,

entre los sectores monopolizados y no monopolizados) y conduce todas las

contradicciones al nivel máximo – especialmente porque profundiza exponencialmente

la contradicción básica del modo de producción capitalista: la contradicción, ahora

extendida a escala mundial, entre la socialización de la producción y la apropiación

privada del excedente (cf. Capítulo 7, ítem 7.3.). Además, introduce nuevas

complicaciones que tensionan todavía más aquellas contradicciones, entre las cuales la

“contradicción entre los pueblos coloniales y semicoloniales, de un lado, cuya miseria y

cuyo desarrollo económico bloqueado representan la principal fuente de superlucros de

los monopolios y, del otro, las grandes burguesías metropolitanas (Mandel, 1969, 3:

119).

Para administrar tales contradicciones, el imperialismo requiere un estado diferente

de aquel que correspondió al capitalismo competitivo: la naturaleza del orden

monopólico exige un Estado que, como ya señalamos, va más allá de la garantía de las

condiciones externas de la producción y de la acumulación capiltalistas – exige un

Estado interventor, que garantice sus condiciones generales. Vemos que, después de la

crisis de 1929, varias experiencias indicaban la constitución de tal Estado, en lo

inmediato de la posguerra, él se configuró plenamente, conjugándose con la

universalización del taylorismo-fordismo y legitimado por las ideas keynesianas. De

hecho, el imperialismo llevó a la refuncionalización del Estado: su intervención en la

economía, direccionada para asegurar los superlucros de los monopolios, busca

preservar las condiciones externas de la producción y de la acumulación capitalistas,

pero implica incluso una intervención directa y continua de la dina´mica económica

desde adentro, a través de funciones económicas directas e indirectas.

El Estado pasó a insertarse como empresario en los sectores básicos no rentables

(especialmente los que proveen a los monopolios, a bajo costo, insumos y materias

primas fundamentales), a asumir el control de empresas capitalistas en dificultades, a

ofrecer subsidios directos a los monopolios y a asegurarles expresamente tasas de lucro.

Sus funciones indirectas, además de los encargos/compras a los monopolios, residen en

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los subsidios encubiertos (la condonación fiscal), en las inversiones masivas en medios

de transporte e infraestructura, en los gastos en investigación y desarrollo40, pero residen

sobretodo, en el plano estratégico: aquí, a través de planes y proyectos de mediano

plazo, el Estado señala la dirección del desarrollo, indicando a los monopolios áreas de

inversión con retorno garantizado en el futuro.

Sin embargo, el gran diferencial que distingue, en los “años dorados”, el estado al

servicio de los monopolios del Estado del capitalismo competitivo, es el papel frente a

la fuerza de trabajo (o sea, frente a los trabajadores, siempre amenazada por la

explotación y por la superexplotación. He aquí cómo se resume ese diferencial:

[…] En el capitalismo competitivo, la intervención estatal sobre las secuelas de la

explotación de la fuerza de trabajo respondía básica y coercitivamente a las luchas de

las masas explotadas o a la necesidad de preservar el conjunto de relaciones

pertinentes a la propiedad privada burguesa como un todo – o, incluso, a la

combinación de esos vectores; en el capitalismo monopolista, la preservación y el

control continuos de la fuerza de trabajo ocupada y excedente, es una función estatal

de primer orden: no está condicionada sólo por aquellos dos vectores, sino por las

enormes dificultades que la reproducción capitalista encuentra en la malla de

obstáculos a la valorización del capital en el marco del monopolio (Netto, 1992: 22).

De hecho, lo que ocurre es que la intervención estatal exime al capital de buena parte

de los costos de preservación de la fuerza de trabajo, financiados ahora por los

impuestos recaudados de la masa de población41 - financiamiento que asegura la

prestación de una serie de servicios públicos (educación, transporte, salud, vivienda,

etc).

Todas esas funciones estatales están al servicio de los monopolios; por lo tanto, ellas

confieren al Estado comandado por el monopolio un alto grado de legitimación. Y esto

porque, en un marco democrático, para servir al monopolio, el Estado debe incorporar

40 Los grandes monopolios invierten en investigación, pero recurren “en vasta escala a los recursos estatales [… A mediados de los años setenta] la parte del estado en estos gastos [comprendía] en los Estados Unidos, 63-64%, en Francia, 63% y en Inglaterra, 57%. La parte fundamental de los trabajos de investigación científica se concentra en la fabricación de aviones y cohetes, en la electrotenia, en la electrónica y en la industria química y reviste un carácter militarista […] En la investigación relacionada con el desarrollo de ramas pacíficas de la economía no se gasta más que ¼ del total de gastos en investigación científica y en la elaboración de proyectos (Koslov.dir., 1977: 365)41 Si, para la masa de población, los “trucos” y “engaños” para escapar de las obligaciones fiscales y tributarias son limitados, la evasión fiscal operada por los monopolios (frecuentemente con soporte legal) es la norma – más allá, naturalmente, del puro y simple incumplimiento con el fisco. En verdad, el grueso de los impuestos es pagado por los trabajadores: a mediados de los años setenta, en los países imperialistas su contribución respondía por 70/85% de los ingresos tributarios (Koslov, dir. 1981: 374)

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otros sociales; él no puede ser, simplemente, un instrumento de coerción – debe

desarrollar mecanismos de cohesión social.

Vimos (ítem 8.7) que, en los años treinta, en espacios nacionales donde el

movimiento obrero y sindical y las fuerzas democráticas fueron derrotados, prosperó el

fascismo – y cómo, en él, el Estado intervino a favor de los monopolios. Donde el

movimiento obrero y sindical y las furzas democráticas se mostraron capaces de resistir,

el Estado al servicio del gran capital (es decir: del monopolio) fue compelido a

legitimarse para intervenir eficazmente. Europa Nórdica y Occidental (con la excepción,

ya señalada, de la Península Ibérica) experimentó justamente ese cuadro en las “tres

décadas gloriosas”: allí, un fuerte movimiento obrero y sindical, fortalecido por los

partidos comunistas y socialistas, el miedo burgués frente a las experiencias socialistas e

ideas democráticas revigorizadas por la resistencia al fascismo obligaron a los Estados

imperialistas a incorporar demandas populares. Incluso en los Estados Unidos, donde la

represión a las ideas socialistas fue capaz de minimizar la influencia de las corrientes de

izquierda y la corrupción del movimiento sindical por la patronal se reveló intensa42, el

Estado al servicio de los monopolios se vio obligado a tomar, aunque débilmente,

medidas de carácter social protector.

El empeño del Estado al servicio de los monopolios para legitimarse es visible en su

reconocimiento de los derechos sociales – que, junto con los derechos civiles y

políticos, constituyen la “ciudadanía moderna” (Marshall, 1967). La consecuencia de

ese reconocimiento, resultado de la presión de los trabajadores, fue la consolidación de

las políticas sociales y la ampliación de su cobertura43, en la configuración de un

conjunto de instituciones que darían forma a los varios modelos de Estado de Bienestar

(Welfare State). En esos modelos, la orientación macroeconómica de matriz keynesiana

conjugada ala organización de la producción taylorista-fordista alcanzó su apogeo:

durante los “años dorados” el capitalismo monopolista vinculó el gran dinamismo

económico que referimos hace poco con la garantía de expresivos derechos sociales

42 La corrupción de líderes del movimiento sindical es práctica común de la clase capitalista, pero ganó dimensión especial bajo el imperialismo. En su estudio ya citado, Lenin mostró cómo los superlucros alcanzados por los monopolios por la exportación de capitales, servirán a la patronal de los países centrales para fomentar una aristocracia obrera: “La obtención de elevados lucros monopolistas por los capitalistas […] les ofrece la posibilidad económica de sobornar ciertos sectores obreros […] atrayéndolos para el lado de la burguesía […]” (Lenin, 1977, 1: 669).43 Para los asistentes sociales, es central el debate de las políticas sociales. Entre los varios textos que subsidian ese debate, consúltese: Vicente de P. Faleiros, La política social del Estado capitalista (San Pablo, Cortez, 1980), José Paulo Netto, Capitalismo monopolista y Servicio Social (San Pablo, Cortez, 1992, cap.1); Elaine R. Behring, Política social en el capitalismo tardío (San Pablo, Cortez, 1998; Elisabete Borgianni y Carlos Montaño (orgs.), La política social hoy (San Pablo, Cortez, 2000) y Evaldo Vieira, Los derechos y la política social (San Pablo, Cortez, 2004).

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(aunque solamente para los trabajadores de algunos países imperialistas) – y de hecho

en el marco de sociedades en las cuales tenían vigencia instituciones políticas

democráticas, respaldadas por la activa acción sindical y por la presencia de partidos

políticos de masas.44

Pero el “capitalismo democrático” no fue más que un breve episodio en el desarrollo

del modo de producción capitalista: en el pasaje de los años sesenta a los setenta del

siglo XX, él entró en crisis y mecanismos de reestructuración fueron implementados por

la burguesía monopolista, revirtiendo las conquistas sociales alcanzadas en la segunda

posguerra (del que el Welfare State fue como emblemático) e instaurando el tercer

período de la fase imperialista, configurada en el capitalismo contemporáneo, que

estudiaremos en el próximo capítulo.

44 El propio taylorismo-fordismo, concentrando grandes contingentes de trabajadores en las unidades productivas, contribuyó al asociativismo de los trabajadores.