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• “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”, decía cada día el Santo Cura de Ars, Juan María Vianney, este es el amor que cura y que mantiene la paz y la armonía entre las personas. La misión del sacerdote es curar, a través de la Palabra de Jesús, a los hombres, mujeres y niños que requieren de la bondad de Dios para guiar sus vidas, para alzanzar la felicidad.
• Este 2009 su Santidad, el Papa Benedicto XVI, ha resuelto declarar un Año Sacerdotal en ocasión del 150 aniversario del fallecimiento de Juan María Vianney, el Santo Patrono de todos los curas del mundo. Esta celebración comenzó el 19 de Junio del 2009 y concluirá 11 de junio de 2010
• El sacerdocio es una misión de humildad, sanar al que sufre es una de las más bellas enseñanzas de Jesús. Curar no se limita al cuerpo, curar el espíritu, proteger las almas, es el camino para entregarlas a Dios. Es el camino que tomó Juan María Vianney, la misión que el más humilde de los párrocos emprendió en una provincia pobre de Francia. Su vocación y su amor a Dios y a su Iglesia fueron las fortalezas de este joven sacerdote.
Es la vocación de amar a los otros, de hacer vivas las enseñanzas de Jesús lo que impulsa a que un hombre sencillo tenga la capacidad de reunir en torno de la cruz a seres que han abandonado la fe.
Esta historia es la recreación de la grandeza de la fe en la realización de
grandes misiones
• El Cura de Ars creía en la Palabra, en su poder evocador y sabía que su pequeña parroquia se convertiría en un refugio y aliento para miles de personas, si su amor trasmitía en ella la fe que él sentía. En la humildad de su parroquia, en la pobreza del pueblo de Ars y su gente sencilla, el cura de Vianney reconoció el amor de Dios, si Él lo había llevado a ese lugar, a ese poblado, es porque lo amaba y mostraba su gran misericordia al encomendarle una misión tan grande.
• En este hogar Juan María niño aprendió el significado de la caridad, de dar a los que menos tienen, porque como afirmó más tarde “Nuestro tierno Salvador pleno de caridad viene a curarnos y hacernos merecedores de una vida humilde, pobre y mortificada y para que nosotros impulsemos más eficazmente la práctica de esas virtudes, Él mismo nos dona su ejemplo”.
• Desde niño aprendió el amor por la oración que sería uno de los pedestales
de la práctica de su labor como cura. Oraba en el campo, con su madre y sus
hermanos. Cuando tenia siete años la Revolución Francesa estaba en los peores años del terror.
• Los sacerdotes y religiosas eran perseguidos, encarcelados y guillotinados, las iglesias cerraron sus puertas y muchos religiosos fueron obligados a jurar la Constitución para evitar ser asesinados, los que se negaron fueron mártires de esta época sangrienta.
• Esa represión, la prohibición de algo inherente al espíritu humano como lo es la oración, arrojaron al pequeño corazón de Juan María a un amor incontenible por ese diálogo íntimo y sagrado con Dios. Los campesinos iban a Misa en graneros y sótanos, el amor a Dios fue un acto de valiente clandestinidad que los hizo fuertes y los convenció de que nada puede separarlos de su fe.
• Juan Maria Vianney nació en Dardilly, cerca de Lyon, un pequeño pueblo de Francia el 8 de mayo de 1786.
Su familia le inculcó el amor a Jesús y a la Virgen
• Su madre le mostró como la naturaleza, lo que nos rodea y disfrutamos, la luz del sol, los frutos que nos alimentan y la hermosa sucesión del día y la noche, son obras del Señor. Le enseñaron que al Él debemos el pan que comemos y el agua que nos sacia y que es preciso dar gracias, porque agradecer nos hace amar aún más, y esto hace brillantes los corazones.
• La hospitalidad de sus padres hacia los desamparados que llegaban por un trozo de pan y un lugar donde descansar de su camino, le enseñó a Juan María, más adelante, que su parroquia debía ser un sitio que brindara hospitalidad, cobijo y orientación, un sitio dedicado al amor a Dios en la procuración de amor.
• La infancia de Juan María transcurrió durante la Revolución Francesa. En ese entorno de incertidumbre, pobreza y guerra recibió los estudios elementales en la pequeña escuela de Dardilly. A los trece años en medio del peligro y retando a la violencia, Juan María hizo la Primera Comunión, de lo que él recuerda “Cuando se comulga se siente un algo extraordinario… un gozo… un bienestar que corre por el cuerpo y todo lo conmueve. Podemos decir como San Juan, ¡Es el Señor! ¡Que alegría llevar consigo todo el cielo en el corazón!” La vocación estaba revelada.
• En el campo, la vocación no es un asunto que lleve a la familia a pensar en el futuro de sus hijos, las mujeres se casan y los hombres ayudan en el trabajo. Pero Juan María tenia un sueño, el quería dedicar su vida al Señor, quería ser sacerdote.
• La vocación es una voz que llama a las personas a realizar algo, cuando es espiritual y tiene la visión de entregar la vida a la obra de Dios el deseo no puede detenerse, tiene que ser llevado a la realidad, no existe nada material que cambie esta decisión. Así Juan María se los reveló a sus padres. “Si yo fuese sacerdote querría ganar para Cristo muchas almas”.
• Eligió seguir a Jesús, seguir a Dios y fue una decisión de gran valor, porque creyó que lo que Él dispuso para su vida era lo verdadero. La vocación es la que sabe escuchar esta voz, y obedecerla, sabe que el destino está escrito para seguirlo. Esa humildad, esa obediencia es la revelación de la existencia.
• Pero ¿cómo podría lograrlo? Ya tenía diecisiete años, únicamente contaba con estudios de primaria y el país estaba en guerra, los seminarios clausurados, la familia en apuros económicos. El buen Dios quiso que Juan María encontrara a través de su hermana al Padre Balley. Le fue presentado y a partir de ese momento, el Padre Balley reconoció con gran sensibilidad la vocación de Juan María, su limpieza de espíritu y el amor que tenia por su Iglesia, y decidió ayudarlo.
EL SEMINARIO, EL DIFÍCIL CAMINO DE APRENDER A
SERVIR A DIOS
• Para servir a Dios y a la Iglesia es necesaria la vocación, pero también es indispensable la formación que enseñe al futuro sacerdote los misterios, obligaciones y misiones que debe emprender, la disciplina que tiene que cumplir y como con estas exigencias no debe perder el amor y la alegría de predicar la palabra del Señor. No es sencillo, se lo advirtió el padre Balley a Juan María. Y no lo fue.
• El espíritu de Juan María estaba volcado a amar a Dios, más que a entenderlo. Su alma comprendía la misión pero su mente no entendía el latín, su corazón sabía de sacrificios, entrega, devoción y amor absoluto, pero no quería saber de filosofía. Su espíritu era como cantaba el poeta italiano Todi “Les dejo los silogismos, las asechanzas de las palabras, y los cálculos sutiles. Una inteligencia sencilla y pura se eleva sola, sin el recurso de filosofías, hasta la presencia de Dios”.
• Entonces con una dura enseñanza, soportando burlas y regaños, comenzó el verdadero camino de la humildad: aprender. En una ocasión Matías un compañero de estudio, más joven y más aventajado que Juan María, trataba de explicarle el latín, y al ver que nada entendía, en su desesperación golpeó a Juan María. El joven santo no respondió a los golpes, cayó de rodillas y le pidió perdón. Matías lloró inconsolable al ver la humildad y bondad de Juan María, al ver que era mayor y que podría responder a los golpes y que decidió arrodillarse.
• Los maestros no veían en él inteligencia suficiente para el estudio, y sus compañeros lo hicieron el perfecto motivo de sus burlas. Este sufrimiento lo arrojó con más fervor a la oración, se refugiaba en la capilla y lloraba en silencio, hablaba con Dios y le pedía fuerza, le pedía la inteligencia que le hacía tanta falta en ese momento.
• Juan María estaba decidido, su mente no, así que emprendió una peregrinación al sepulcro de San Francisco de Regis, apóstol del Velay y del Vivarais, cien kilómetros a pie.
• En este heroico trayecto, durmió en el suelo, se alimentó de limosnas, oró con pasión y se demostró a sí mismo que ese dolor era nada comparado con el dolor de no poder cumplir su sueño. Regresó exhausto, débil físicamente pero fortalecido para seguir con su misión, con la fe de que San Francisco había contemplado su sacrificio.
• Sus estudios mejoraron, sin ser sobresalientes, ya en los estudios finales de teología y filosofía le pidieron que se retirara. Desconsolado recurrió al padre Balley que resolvió que le aplicaran otra vez los exámenes y logró que fuera ordenado sacerdote. Feliz de tener la vida para entregarla a Dios, Juan María además se vio colmado con la decisión del padre Balley de nombrarlo su vicario en la parroquia de Ecuilly.
“¡Oh, el sacerdocio es algo grande! No se sabrá lo
que es sino en el cielo. Si lo entendiéramos en la
tierra, moriría uno, no de espanto, sino de amor”.
• La vida con el padre Balley fue un nuevo proceso de enseñanza, donde se pone en práctica la teoría y se aprende viviendo el ejemplo de un ser entregado a la fe. En su compañía la humildad, la devoción, la realización diaria de las tareas como un regalo divino se convirtieron en el devenir cotidiano. La pobreza fue un vehículo de paz, ayuda a pensar sólo en lo que se debe hacer. El Padre Balley le mostró que para inspirarse en el amor a Dios bastaba decir “Dios mío os amo de todo corazón”.
• En esta vida de rigor y con la Revolución y la guerra, marcadas en su salud, el padre Balley enfermó y su estado se fue deteriorando sin que pudieran hacer algo por salvarlo. Juan María, después de haberse enfrentado a la muerte de su madre unos años antes, ahora tendría que vivir la muerte de su padre espiritual, del hombre que creyó en su vocación y que puso su energía y su empeño en que realizara esta sagrada misión. Juan María lo lloró, y años después declararía “le recuerdo tan bien, que si fuera pintor, ahora mismo podría hacer su retrato”.
• Se llevó su ejemplo, su enseñanza, y la imborrable noción de que la vida que se dedica al sacerdocio es una entrega sin límites, es una resolución que acompaña siempre. Meses más tarde el Rdo. Juan María Vianney, vicario de Ecully se enteraba que la capilla y el pueblo de Ars quedaban confiados a su responsabilidad.
• Este pueblo y sus alrededores eran considerados para la diócesis una especie de exilio, un lugar lejos de todo, al que enviaban a los hombres con menos futuro. Esto nunca lo supo Juan María, él fue feliz a agradecer la responsabilidad que se le encomendaba como un gran privilegio, el privilegio de servir a Dios.
“QUERRÍA GANAR PARA CRISTO MUCHAS ALMAS”
• Ars se encuentra a 35 kilómetros al norte de Lyon, son llanuras arcillosas con aguas estancadas. El pueblo de Ars era un lugar distante y pobre, con sus habitantes alejados de la fe.
• La Revolución había dejado profunda huella en el pueblo de Francia y la vida espiritual de las personas dejó de ser una prioridad, el trabajo y los ideales sociales primaban sobre los ideales de la fe. Ars fue una gran labor para Juan María, que deseaba que esas almas regresaran a la paz única que da la Palabra de Dios.
• Juan María pensó de inmediato en el futuro de su parroquia, al verla a lo lejos, exclamo “no podrá contener a las multitudes que un día vendrán”, con esto él estaba asumiendo un gran compromiso, hacer que su fe atrajera a miles de personas, hacer vivo su trabajo y que la Palabra de Dios llegara tan lejos que la necesidad de escucharla arrastrara a poblados enteros.
• Tomó posesión de su parroquia con una ceremonia sencilla a la que acudieron casi todos los habitantes del poblado, ahí les dijo cuanto les amaba y deseaba su bien, y les transmitió lo que sería desde ese día en adelante su forma de acercase a ellos, la sencillez y la devoción de su sermón. Celebró con su rebaño su primera Misa solemne con cantos sencillos, pero para Ars fue un día de fiesta.
ATRAER A LOS FIELES A
LA CASA DEL SEÑOR
• El Rdo. Vianney sabía que los feligreses no iban a llegar solos, que su labor no era estar únicamente dentro de la iglesia y esperarlos, él tenía que ir en su búsqueda. Y con su gran humildad salía diariamente al medio día para visitarlos de casa en casa. Les hablaba de las cosas cotidianas, del campo, sus hijos, las cosechas. Trataba de enterarse de la situación de las familias, conocerlos, acercarse a ellos, saber cual era el estado de su alma. De esta forma se dio cuenta que algunos apenas conocían el catecismo, que desconocían la paz y el amor de un alma que tiene a Dios. Esto le dio al Rdo. Vianney la dimensión de su misión.
ORACIÓN y PREDICACIÓN,
CONFESIÓN y HUMILDAD
• Los estudios dan instrucción y fuerza a los sacerdotes, pero el Rdo. Vianney dentro de sus limitaciones para aprender, intuyó que el entendimiento de lo humano va más allá de lo que podemos encontrar en los libros, que es necesario asomarse a las almas para comprenderlas. También su vocación lo iluminó en algo sencillo y fundamental, que más que entender a Dios, es necesario amarlo, y que el entendimiento de sus designios vendrá de la humildad de amar lo que nos depara. Con esta limpieza de corazón se encomendó a su tarea, hizo del sermón, la confesión y la humildad los pilares en los que sostuvo su sacerdocio y la gran misión que emprendió en Ars.
ORACIÓN Y PREDICACIÓN
• Sólo a través del sermón el Rdo. Vianney podría regresar a sus feligreses a la oración. A ese diálogo íntimo con Dios, a la voz que guía y reconforta. Sus sermones eran sencillos, con su problema de aprendizaje estudiaba varias horas antes de darlos, se preparaba y repasaba mil veces… “Pienso, dirá, que el Señor había querido escoger el más cabezón de todos los párrocos para cumplir el mayor bien posible. Si hubiera encontrado uno todavía peor, lo habría puesto en mi lugar, para demostrar su gran misericordia”. Con humildad aprendía y con gran amor celebraba la Misa.
• Los parroquianos de Ars admiraban la fe, la convicción con que predicaba la Palabra de Dios y como su rostro se iluminaba. Y no había otra forma, ¿Cómo podía trasmitir fe si él no la emanaba? ¿Cómo podía convencerlos de la Verdad si él no mostraba ese convencimiento? Es aquí donde el trabajo del sacerdote adquiere una gran importancia, está en sus manos hacer llegar esa Voz, esa Palabra. Un sermón dicho con indiferencia, con frialdad, rutinario, no atrae a los fieles, no llega a sus corazones. Un sermón así es una oportunidad perdida. “ ¡Cómo es de compadecer un sacerdote cuando celebra la Misa como una cosa rutinaria! ¡Cómo es desventurado un sacerdote sin interioridad!” decía el Rdo. Vianney con gran razón.
• La predicación era una consideración y un acto de unión que acompaña a los feligreses toda la semana, para meditar, resolver dudas y sentirse reconfortados, si es un acto frío y sin entrega esto se pierde, y esas palabras se olvidan al salir de la Iglesia. El Rdo. Vianney cuando predicaba parecía ver a Dios, y esa visión, ese amor atrajo a los fieles, que para contemplarlo y escuchar la Palabra comenzaron a acudir puntualmente a Misa. La parroquia se convirtió en algo vivo, en parte del pueblo de Ars y en ese momento se dieron cuenta cuanto extrañaban la Palabra de Dios.
• La hermosa Misa del Rdo. Vianney cruzó los muros de su parroquia y comenzaron a llegar feligreses de otros pueblos, hasta que con los años las almas eran incontenibles.
• Su parroquia era conocida en toda Francia y él decía que tenía que cumplir su misión lo mejor posible para no ser indigno y “de la parroquia ir al tribunal de Dios”. Entre la gente que lo amaba estaban otros que le reprochaban la dificultad con la que aprobó el seminario, en una ocasión un hombre le escribió “Señor cura, cuando se posee poca teología, no se debería nunca entrar en un confesonario”, a lo que el Rdo. Vianney con amor y humildad, respondió “¡Mi querido y amadísimo hermano, cuantos motivos tengo de amarle! ¡Usted es el que me ha conocido bien!”.
El Rdo. Vianney vivía su misión con alegría, con esa feliz inspiración que da no temer a nada, sentirse protegido por la presencia Divina. En la Misa siempre hablaba a sus feligreses del valor de la oración con estas palabras:
Hermosa obligación del hombre: orar y amar. Si oran y aman, habran hallado la felicidad en este mundo.
La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable.
La oración es la elevación de nuestro corazón a Dios, una dulce conversación entre la criatura y su Creador.
Con la oración todo lo pueden, son dueños, por decirlo así, del querer de Dios. La oración abre los ojos del alma, le hace sentir la magnitud de su miseria, la
necesidad de recurrir a Dios y de temer su propia debilidad.
Todos los males que nos agobian en la tierra vienen precisamente de que no oramos
o lo hacemos mal. Todos los santos comenzaron su conversión por la oración y por ella perseveraron; y
todos los condenados se perdieron por su negligencia en la oración. La oración es absolutamente necesaria para perseverar.
Cuando venimos a adorar a nuestro Señor, conseguiríamos todo lo que quisiéramos,
con tal de pedirle con fe viva y un corazón puro. Nuestras oraciones han de ser hechas con confianza, y con una esperanza firme de
que Dios puede y quiere concedernos lo que le pedimos, mientras se lo supliquemos debidamente.
Hemos de orar con frecuencia, pero debemos redoblar nuestras oraciones en las
horas de prueba, en los momentos en que sentimos el ataque de la tentación. Por muchas que sean las penas que experimentemos, si oramos, tendremos la dicha
de soportarlas enteramente resignados a la voluntad de Dios; y por violentas que sean las tentaciones, si recurrimos a la oración, las dominaremos.
CONFESIÓN
• Cuando el Rdo. Vianney siendo un niño conoció la confesión y vivió la reconfortante experiencia del consejo, desahogo y perdón, decidió no alejarse de su práctica jamás. En el momento en que fue nombrado sacerdote su misión de llevar a los demás a Dios se encauzó a través de la confesión. Su consejo era solicitado por miles de personas, que acudían desde lugares remotos a su parroquia. Al pueblo de Ars llegaban diariamente entre 300 a 400 peregrinos, el Rdo. Vianney llegó a pasar de 16 a 18 horas en un día en el confesonario. Su consejo era buscado por sacerdotes, obispos, hombres, mujeres, ignorantes, sabios, personas con problemas y enfermos.
• La sencillez de sus palabras, el sentido con el que escuchaba, y su profundo conocimiento de la naturaleza humana le daba acercamiento espiritual sobre sus feligreses. Él veía necesario comprender,
no juzgar. Ver la realidad, porque en ella está Cristo y su bondad. Él vivía en su comunidad, la conocía, hablaba con ellos, y eso lo hacía beber de su propia fuente, para entender a los demás.
• Él vio que las personas se le acercaban mostrando su verdadera naturaleza, la que sufre, que está enferma, que necesita piedad y dulzura, vio que en ellos que nada ocultan, que buscan amor y guía, se puede hablar con la verdad.
Su sencillez abrió los corazones y los llevó a sumergirse en la fe para aliviar sus dolores y resolver sus dudas.
• La confesión del Rdo. Vianney era una experiencia de purificación, era imposible mentirle, si un hombre declaraba no haberse confesado en años, el padre se lo hacía notar, reconocía a quienes más les urgía la confesión y los apartaba de los demás, que pacientes esperaban días para poder entrar a su confesonario. Sus confesiones llevaron a miles de personas a convertirse en verdaderos cristianos. Un juez que recibió la confesión dijo “Lo que yo puedo asegurar es que el Cura de Ars llora y uno llora con él y eso no ocurre en todas partes”.
HUMILDAD
• El Rdo. Vianney con su ejemplo de humildad, sencillez y la austeridad extrema con la que vivía, atrajo donaciones y limosnas con las que pudo reconstruir su parroquia, hacer más hermosos sus altares. Su parroquia fue un lugar de recepción, en donde las personas sentían refugio espiritual y se sentían bienvenidas.
• Hizo obras para ayudar a otros, como la creación del orfanato para jóvenes desamparadas, La Providencia de Ars, que creo un modelo de caridad que se extendió por diferentes lugares de Francia.
• Y si embargo la prueba más grande para la humildad del Rdo. Vianney fue que sus feligreses lo consideraran un santo en vida. Con la llegada de las peregrinaciones, el pueblo de Ars creció económicamente y en las tiendas vendían imágenes del Rdo. Vianney en dibujos y grabados, las personas las compraban y buscaban que fueran bendecidas, se arrodillaban y tocaban sus vestidos a su paso.
• El Rdo. Raymond, uno de los testigos de su vida, expresó: “Una de las cosas que más me impresionaron del Cura de Ars fue que hubiese podido resistir de un modo tan admirable aquella verdadera embriaguez de alabanzas. Jamás sorprendí en él un sentimiento de orgullo, una palabra de vanidad en sus labios”. Solo un santo podía conservarse humilde en medio de esos triunfos.
• Para el Rdo. Vianney las muestras de admiración a su persona y su obra, la veneración que despertaba fue una causa permanente de dolor, él decía “Si Dios hubiera encontrado un sacerdote más indigno y más ignorante que yo lo habría puesto en mi lugar para dar a conocer la grandeza de su misericordia y su amor por los pecadores”. Lo único que deseaba era cumplir su misión. Y lo hizo, en eso radicó su santidad.
LOS MILAGROS DEL CURA DE ARS, SAN
JUAN MARÍA VIANNEY
• San Juan María Vianney atribuyó sus milagros a Santa Filomena, la joven mártir, decía que era ella la que generosa intercedía para que Dios obrara. “Yo no hago milagros, no soy más que un pobre ignorante que guarda ovejas” repetía. “Diríjanse a Santa Filomena, siempre que he acudido a ella he sido escuchado”.
Son de tres clases:
Obteniendo dinero para sus limosnas y alimento
para sus huérfanos
• En 1829 en su orfanato de la Providencia se alimentaba a sesenta niñas. De la provisión de trigo que se guardaba en el granero quedaban solo cuatro puñados, la cosecha de Ars había sido mala y no se podía esperar que los vecinos donaran algo. Así que el Rdo. Vianney recordó a San Francisco de Regis, que ya lo había ayudado con sus estudios, y recogió un puñado de trigo y lo guardo en una reliquia del Santo.
• Se puso a orar por el pan de las huérfanas y, cuando termino, le pidió a la panadera que fuera a cocinar el pan, ella le recordó que no quedaba trigo. El Rdo. Vianney insistió. La enorme sorpresa que vivió la panadera cuando trató de abrir la puerta del granero que estaba atorada con el trigo que rebosaba por sus muros. “Nuestro Señor es muy bueno, como quiere a sus pobres” exclamó el Rdo. Vianney.
El conocimiento natural del pasado y el futuro
• El Cura de Ars no adivinaba, veía, y esto fue una gracia especial de Dios. En la teología mística este don es llamado también intuición. En una ocasión dijo uno de los feligreses: “creo absolutamente que aquel hombre veía alguna cosa” y un noble afirmó “el Cura de Ars no tiene los ojos como las demás personas”. El Rdo. Faivre que hizo muchos viajes a Ars escribió: “El Padre de Ars predijo numerosos acontecimientos que después sobre vinieron. Conoció de tal manera la conciencia y las disposiciones del alma de muchas personas que las dejó profundamente admiradas. Las personas le atribuían dones sobrenaturales y todos sin dudar hacían caso de sus palabras”.
Curación de enfermos
• El Rdo. Vianney atribuía estos milagros a Santa Filomena. Cuándo llegaban los enfermos y sus familias a pedir curación, el Padre los enviaba ante la Santa Mártir y la sanación llegaba con la fe de sus rezos. Si el milagro no se presentaba, les decía que siguieran orando, que no lo hacían con suficiente fe y ese cambio obraba el milagro.
• Una mujer llevó a su hijo que no podía caminar y lo trasportaba en un carrito, el Rdo. Vianney le dijo: “déjelo en el suelo, está muy grande para que lo traiga de esa forma”, la mujer sin poder explicarle obedeció, y una vez en el piso, le dijo a la madre, oren a Santa Filomena. El niño con el paso de la oración se puso de pie y salió corriendo de la iglesia sin que su madre pudiera detenerlo. Afuera se acercó a jugar con otros niños y le dijo a su madre feliz “ya ves mamá, hubiera traído mis zapatos”.
• El sacerdocio es una misión de devoción y entrega. El sacerdote guía a las personas a la fe, en sus manos está que se iluminen con las enseñanzas evangélicas, que conozcan la verdad a través de la Palabra de Dios. La misión del sacerdote es hoy en día tan difícil como lo fue en tiempos del Rdo. Vianney, pero él no se resignó a no cumplir con Dios su compromiso. En eso se manifestó su santidad, en el cumplimento humilde de su sagrada labor.
En 1855 el Emperador Napoleón le otorgó la Cruz de la Legión de Honor.
El Cura de Ars, Rdo. Vianney fue proclamado Venerable por Pio IX.
El 5 de enero de 1905 fue inscrito entre los beatos. El Papa Pio X lo propuso como modelo para el clero
Parroquial. En 1938 el Papa Pio XI lo canonizó. Su fiesta es el 4
de Agosto.
El Papa Benedicto XVI declaró 2009-2010, en la solemnidad del Sagrado Corazón, el Año Sacerdotal, en el Aniversario 150 del fallecimiento de San Juan María Vianney
Comisión del Presbiterio de la Arquidiócesis de México,
un servicio de la asociación de los sacerdotes del prado
Con especial reconocimiento y gratitud a Avelina Lésper y Eko De la Garza
México, D.F; a 4 de agosto de 2009.