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LA ESFINGE DE LOS HIELOS JULIO VERNE

Verne, julio la esfinge de los hielos (parte 1)

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    J U L I O V E R N E

    Diego Ruiz

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    CUADERNO PRIMERO

    A la memoria de Edgard Poe.A mis amigos de Amrica.

    I

    LAS ISLAS KERGUELEN

    Nadie, sin duda, prestar fe a esta narracin, titulada Laesfinge de los hielos.

    No importa. En mi opinin, conviene que vea la luzpblica. Cada cual es libre de prestarla o no crdito.

    Difcil sera, tratndose del comienzo de estasmaravillosas y terribles aventuras, imaginar lugar msapropiado que las islas de la Desolacin, nombre que les fuedado en 1779 por el capitn Cook. Despus de lo que hevisto durante mi estancia en ellas en 1809, puedo asegurarque merecen el lamentable calificativo dado por el clebre

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    navegante ingls. Con decir islas de la Desolacin, todo estdicho.

    S que en la nomenclatura geogrfica se las conoce con elnombre de Kerguelen, generalmente adoptado para estegrupo, comprendido en el 49 54 de latitud S y 69 6 delongitud E, nombre que se justifica por el hecho de que en elao 1772, el barn francs Kerguelen fue el primero queseal estas islas en la parte meridional del Ocano ndico.Lo cierto es que el jefe de la escuadra haba credo descubrirun continente nuevo, en el lmite de los mares antrticos, y enel curso de una segunda expedicin preciso le fue reconocersu error. No haba all ms que un archipilago. Perocraseme: islas de la Desolacin es el nico nombre que con-viene a este grupo de trescientas islas o islotes, perdido enmedio de aquellas inmensas soledades ocenicas, turbadascasi continuamente por las grandes tempestades australes.

    Sin embargo, el grupo est habitado, y en la fecha 2 deAgosto de 1809, desde haca dos meses, gracias a mipresencia en Christmas-Harbour, el nmero de los europeosy americanos que formaban el principal ncleo de lapoblacin kerguelense haba aumentado en uno. Pero yo noesperaba ms que ocasin para abandonarla, terminados losestudios geolgicos y mineralgicos que a ella me haban lle-vado.

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    El puerto de Christmas est situado en la ms importantede las islas de este archipilago, cuya superficie mide 4.500 ki-lmetros cuadrados, o sea la mitad de la de Crcega. Ofrecebastante seguridad, y es de franco y fcil acceso. Los barcosencuentran en l anclaje en cuatro brazadas de agua. Despusde haber doblado al Norte el cabo Francisco, que el Table-

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    Mount domina en una extensin de 1.200 pies, contempladal travs el arco de basalto acanalado en su extremo. Verisuna estrecha baha, resguardada por los islotes contra losfuriosos vientos del Este y del Oeste. Al fondo surgeChristmas-Harbour. Que vuestro barco se dirija a l di-rectamente mantenindose a babor. Colocado en su sitio deanclaje, podr permanecer con una sola ancla, con facilidadde borneo, mientras la baha no sea invadida por los hielos.

    Por lo dems, las Kerguelen ofrecen otras bahas, y porcentenares; tan desfilachadas estn sus costas como los bajosde la falda de una pobre, sobre todo en la parte comprendidaentre el Norte y el Sudeste. Pululan all las islas y los islotes.Todo el suelo de este archipilago, de origen volcnico, secompone de cuarzo, mezclado de una piedra azulada.Llegado el esto, nacen verdes musgos, lquenes grises, di-versas plantas fanergamas, fuertes y slidas saxifragas. Unsolo rbol vegeta all, una especie de berza de un gusto agrio,que intilmente se buscara en otros pases.

    Existen all los terrenos que convienen en sus rookerys alos pjaros bobos, y otros, cuyas bandadas innumerablespueblan estos parajes. Vestidos de amarillo y blanco, lacabeza hacia atrs y con sus alas que figuran las mangas de untraje, estos estpidos voltiles parecen desde lejos una fila demonjes en procesin a lo largo de las playas.

    Las Kerguelen poseen adems otros representantes delreino animal. Ofrecen mltiples refugios a los bueyesmarinos, a las focas, a los elefantes de mar. La caza y la pesca

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    de estos anfibios son bastante fructuosas para alimentarrelativo comercio y atraer algunos navos.

    El da en que est historia empieza, pasebame yo por elpuerto, cuando el posadero se acerco a m y me dijo:

    -Si no me engao, el tiempo empieza a parecerle a ustedlargo, seor Jeorling.

    Era el tal un robusto y alto americano, instalado haciaquince aos en Christmas-Harbour y dueo de la nicaposada del puerto.

    -Largo, en efecto, le respondera a usted, Atkins, si no lemortificase a usted mi respuesta.

    -De ninguna manera- respondi l.- Crea usted que estoyacostumbrado a estas respuestas como las rocas del caboFrancisco a las olas.

    -Y aguanta usted como l?-Sin duda, seor Jeorling! Desde el da en que usted

    desembarc en Christmas-Harbour y se instal usted en casade Fenimore Atkins, cuya muestra es el Cormorn Verde, medije: Dentro de quince das, si no es de ocho, mi huspedlamentar haber desembarcado en las Kerguelen.

    -No, Atkins, yo no lamento jams nada de lo que hehecho.

    -Buena costumbre, seor!-Adems, recorriendo este grupo he tenido ocasin de

    observar cosas curiosas. He atravesado estas vastas planiciesonduladas, cortadas por hornagueras tapizadas de reciosmusgos y llenas de curiosas muestras de minerales. Hetomado parte en vuestras pescas de bueyes marinos y focas;

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    he visitado los rookerys, donde los pjaros bobos y losalbatros viven como buenos camaradas, y todo esto meparece digno de observarse. Usted me ha servido de vez encuando los petrilbaltasar, condimentados por usted, manjarmuy aceptable cuando se posee un buen apetito. En fin, heencontrado una excelente acogida en el Cormorn Verde, porlo que le estoy muy agradecido. Pero, si no falla mi cuenta,hace ya dos meses que el barco chileno Penas me ha deposi-tado en Cristmas-Harbour en plano invierno...

    -Y siente usted deseo- dijo el posadero- de volver a supas que es el mejor, seor Jeorling, de regresar aConnecticut, de volver a ver Hartford, nuestra capital...?

    -Sin duda, Atkins, pues pronto har tres aos que recorroel mundo. Preciso ser detenerse un da u otro y... echarraces.

    -Ah...! Ah!... Cuando se echan races- respondi elamericano guiando un ojo- se acaba por extender las ramas.

    -Como usted lo dice, Atkins. Sin embargo, como carezcode familia, lo probable es que en m termine la lnea de misantepasados. No creo que a los cuarenta aos me acometa laidea de extender mis ramas, como usted lo ha hecho, mi que-rido posadero; pues usted es un rbol, y un rbolhermossimo.

    -Un roble... y hasta una encina, si usted quiere, seorJeorling.

    -Y ha obrado usted cuerdamente obedeciendo las leyes dela Naturaleza. Pues si la Naturaleza nos ha dado piernas paracaminar...

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    -Nos ha dado tambin con qu sentarnos- exclamFenimore Atkins lanzando una carcajada;- y, por esto, desdehace quince aos yo estoy cmodamente sentado enChristmas-Harbour, donde me he casado, y mi compaeraBetsey me ha gratificado con diez hijos, que a su vez megratificarn con nietos, los que se encaramarn por mispantorrillas como gatitos pequeos.

    -Y no volver usted nunca a su pas natal?-A Baltimore? Qu hara all? Qu hubiera hecho?

    Luchar con la miseria... No... Aqu, en las islas de laDesolacin, donde jams he tenido ocasin para deses-perarme, tengo asegurado el porvenir para m y los mos.

    -Lo felicito a usted, Atkins, porque es usted feliz. Noobstante, no es imposible que algn da se apodere de ustedel deseo...

    -De trasplantarme, seor Jeorling? Se lo he dicho austed: soy una encina..., e intente usted trasplantar una encinaque est hundida hasta la mitad del tronco en la tierra de lasKerguelen.

    Daba gusto or al digno americano, aclimatado de talmodo a este archipilago, y tan vigorosamente templado porla rudeza de su clima. Viva all, con su familia, como lospjaros bobos en sus rookerys, familia compuesta de lamadre, valerosa matrona, y los hijos robustos, de florecientesalud e ignorando lo que son anginas o dilataciones delestmago. El negocio marchaba. El Cormorn Verde gozabade gran fama y contaba con la parroquia de todos los barcos,balleneros o no, que hacan escala en las Kerguelen. Les

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    provea de sebo, de grasas, de alquitrn, de brea, de especias,azcar, t, conservas, whisky y Ginebra.

    Intilmente se hubiera buscado otra posada enChristmas-Harbour. En lo que se refiere a los hijos deFenimore Atkins, eran carpinteros, veleros, pescadores, ycazaban anfibios, que perseguan en el fondo de todos lospasos durante la estacin clida. Eran, en suma, bravas gentesque obedecan su destino.

    -En fin, Atkins, y para concluir- dije yo- estoy encantadode haber venido a las Kerguelen. Llevar de ellas un buenrecuerdo, aunque no me disguste gran cosa darme de nuevoal mar.

    -Vamos, seor Jeorling, un poco de paciencia- respondiel filsofo.- No se debe apresurar ni desear la hora de unaseparacin. Adems, no olvide usted que los das hermososno tardarn en volver. Dentro de cinco o seis semanas...

    -Pero entretanto- exclam,- los montes y las llanuras, lasrocas y las playas, estn cubiertas de una espesa sbana denieve, y el sol no tiene la fuerza necesaria para disolver lasbrumas del horizonte.

    -No, seor Jeorling.- Se ve ya apuntar el csped salvajebajo la blanca cubierta. Mrela usted bien.

    -Entre nosotros, Atkins, pretender usted que los hielosno se amontonarn en vuestras bahas durante el mes deAgosto, que es el Febrero de nuestro hemisferio Norte?

    -Convengo en ello, seor Jeorling. Pero... se lo repito austed: paciencia! Este ao el invierno ha sido dulce. Los

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    barcos aparecern pronto en el Este o en el Oeste, pues lapoca de la pesca se aproxima.

    -El cielo le oiga a usted, Atkins, y gue a buen puerto alnavo, que no tardar..., la goleta Halbrane.

    -Capitn Len Guy- aadi el posadero.- Un valientemarino, aunque ingls (en todas partes hay buena gente), yque se avitualla en el Cormorn Verde.

    -Cree usted que la Halbrane...?-Ser sealada antes de ocho das al travs del cabo

    Francisco, seor Jeorling, y si as no sucede, es que el capitnLen Guy no existir, y de no existir ste, ser porque laHalbrane se habr ido a pique entre las Kerguelen y el cabo deBuena Esperanza.

    Y despus de hacer un expresivo gesto que indicaba quesemejante eventualidad estaba fuera de todo lo probable,Fenimore Atkins se separ de m.

    Esperaba yo que las previsiones de mi posadero notardaran en realizarse. El tiempo se me haca largo. A creerle,se revelaban ya los sntomas de la buena estacin; buena paraestos parajes, como se comprende. Aunque el yacimiento dela isla principal est casi a la misma latitud que el de Pars enEuropa y el de Quebec en Canad, trtase aqu del hemisferiomeridional, y se sabe que, efecto de la rbita elptica quedescribe la Tierra, uno de cuyos centros ocupa el Sol, estehemisferio es ms fro en invierno que el hemisferioseptentrional, y tambin ms clido que l en verano. Locierto es que el perodo invernal es terrible en las Kerguelen acausa de las tempestades, y que la mar se hiela all durante

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    varios meses, por ms que la temperatura no sea de unextraordinario rigor, siendo la media de dos gradoscentgrados en el invierno, y de siete en el verano, como enlas Falklands o en el cabo Horn. No hay que decir quedurante este perodo, Christmas-Harbour y los otros puertosno abrigan un solo barco. En la poca de que hablo, lossteamers eran aun raros. Respecto a los veleros, cuidadososde no dejarse bloquear por los hielos, iban a buscar lospuertos de la Amrica del Sur, en la costa occidental de Chile,o los de frica, ms generalmente Cape-Town, del cabo deBuena Esperanza. Algunas chalupas, las unas presas ya en lasaguas solidificadas, las otras arrojadas sobre la arena yhundidas hasta la bola de sus mstiles, era todo lo que ofrecaa mis miradas la superficie de Christmas-Harbour.

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    A pesar de que las diferencias de temperatura no sonconsiderables en las Kerguelen, el clima es hmedo y fro.Sobre todo en la parte occidental, el grupo recibefrecuentemente el asalto de las borrascas del Norte o delOeste, mezcladas de granizo y lluvia. Hacia el Este el cielo esms claro, aunque la luz est siempre algo velada, y por esta

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    parte el lmite de las nieves sobre las crestas de las montaasse eleva a 50 toesas sobre el nivel del mar. Despus de losdos meses que acababa de pasar en el archipilago de lasKerguelen, yo no esperaba ms que la ocasin de partir denuevo a bordo de la goleta Halbrane, cuyas cualidades, desdeel punto de vista sociable y marino, no dejaba de alabar mientusiasta posadero.

    -No encontrar usted barco mejor!- repetame decontinuo. -Ninguno de los capitanes de la marina inglesapuede ser comparado con mi amigo Len Guy, ni por laaudacia, ni por el conocimiento de su oficio. Si se mostrasems hablador, ms comunicativo, sera perfecto.

    Habame, pues, decidido a aceptar las recomendacionesde Atkins. As que la goleta anclase en Christmas-Harbour,tomara mi billete. Despus de una escala de seis o siete das,ella se hara de nuevo a la mar con direccin a Tristn deAcunha, donde llevaba cargamento de mineral de estao ycobre.

    Tena el proyecto de permanecer algunas semanas delbuen tiempo en esta ltima isla. Desde aqu contaba partirpara el Connecticut. No me olvidaba, sin embargo, dereservar al azar la parte que en todo proyecto humano lecorresponde, pues como ha dicho Edgard Poe, siempre esprudente tener en cuenta lo imprevisto, lo inesperado; y loshechos fortuitos, accidentales, merecen no ser olvidados, y elacaso debe incesantemente ser materia de riguroso clculo.

    Y si cito a nuestro gran autor americano, es porque,aunque yo sea hombre de espritu muy prctico, de carcter

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    muy serio, y de natural poco propenso a lo fantstico, no poreso admiro menos a este genial poeta de las extravaganciashumanas.

    Por lo dems, y volviendo a la Halbrane, o ms bien a lasocasiones que se me ofreceran de embarcarme enChristmas-Harbour, no haba que temer ningn percance. Enesta poca, las Kerguelen eran anualmente visitadas pornumerosos navos, quinientos por lo menos. La pesca de loscetceos daba fructuosos resultados, como puede juzgarsepor el siguiente hecho: un elefante de mar, uno solo, da unatonelada de aceite, es decir, un rendimiento igual al de milpinginos. Verdad es que en estos ltimos aos no hacen es-cala en este archipilago arriba de una docena de barcos, puesla abusiva destruccin de los cetceos ha reducido la cifra.

    No haba, pues, que tener inquietud alguna respecto a lafacilidad de abandonar a Christmas-Harbour, ni aun en elcaso de que la Halbrane faltase a su cita y el capitn Len Guyno viniese a dar un apretn de manos a su compadre Atkins.

    Todos los das me paseaba por los alrededores del puerto.El sol comenzaba a adquirir fuerza. Las rocas volcnicasdespojbanse poco a poco de su blanco tocado de invierno.Sobre la arena apareca un musgo de color de vino, y al largoserpeaban las cintas de esas algas de cincuenta a sesentayardas. Hacia el fondo de la baha, algunas gramneas alzabansu punta tmida, entra otras la lyella, que es de origen andino,a ms de las que produce la tierra fuegiense, y tambin elnico arbusto de este suelo, del que ya he hablado, esa colgigantesca tan preciosa por sus virtudes contra el escorbuto.

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    En lo que concierne a los mamferos terrestres- pues losmamferos marinos abundan en estos parajes,- yo no habaencontrado uno solo, ni batracios, ni reptiles, nicamentealgunos insectos, mariposas y otros, y sin alas, por la razn deque, antes que pudieran utilizarlas, las corrientes atmosfricaslas llevaban a la superficie de las agitadas olas de estos mares.

    Una o dos veces me haba embarcado a bordo de una deesas slidas chalupas con las que los pescadores afrontan losramalazos de viento que baten como catapultas las rocas delas Kerguelen. Con tales barcos podra intentarse la travesade Cape-Town, y llegar al puerto si el tiempo no era malo.Pero tngase la seguridad de que no era mi intencinabandonar Cristmas-Harbour en tales condiciones. No. Yoesperaba a la goleta Halbrane, y la goleta Halbrane no podatardar!

    En el curso de estos paseos de un baha a otra, haba yoobservado con gran curiosidad los diversos aspectos de laaccidentada costa, esqueleto prodigioso, de formacin gnea,que agujereaba el blanco sudario del invierno y dejaba pasarpor l sus azulados miembros.

    Qu impaciencia senta a veces a pesar de los sabiosconsejos de mi posadero, tan feliz en su casa de ChristmasHarbour! Son raros en este mundo aquellos a los que laprctica de la vida ha hecho filsofos. Adems, en FenimoreAtkins, el sistema muscular dominaba al nervioso. Tal vezposea tambin menos inteligencia que instinto, y estas gentesestn mejor armadas para defenderse contra los golpes de la

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    vida, y es posible que sus probabilidades de encontrar lafelicidad en este bajo mundo sean ms serias.

    -Y la Halbrane?- preguntbale yo todas las maanas.-La Halbrane, seor Jeorling? Seguramente llegar hoy,

    me responda; y si no es hoy, ser maana. Algn da ser,no es cierto?... Que ser la vspera de aquel en que elpabelln del capitn Len Guy se despliegue anteChristmas-Harbour.

    Para aumentar el campo de vista, yo no hubiera tenidoms que subir al Table-Mount. Por una altura de mildoscientos pies se obtiene una extensin de treinta y cincomillas, y tal vez, aun al travs de la bruma, la goleta sera vistaveinticuatro horas antes. Pero slo un loco hubiera podidopensar en subir a aquella montaa, cubierta aun de nievedesde las laderas a la cspide.

    Recorriendo las playas, a veces pona en fuga a grannmero de anfibios, que se sumergan en las aguas nuevas.En cuanto a los pinginos, impasibles y pesados, nodesaparecan cuando yo llegaba. A no ser por el aire estpidoque los caracteriza, se vera uno tentado a dirigirles la palabra,a condicin de hablar en su lengua gritona y ensordecedora.Respecto a los petrales negros, a los pufinos negros y blan-cos, a los colimbos y las cercetas, huan en seguida.

    Un da asist a la partida de un albatros, que los pinginossaludaron con sus mejores graznidos, como a un amigo que,sin duda, les abandonaba para siempre. Estos poderososvoltiles pueden hacer jornadas de doscientas leguas sin

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    descansar un instante, y con tal rapidez que recorren grandesespacios en algunas horas.

    El albatros, inmvil sobre elevada roca, en el extremo dela baha de Christmas-Harbour, miraba al mar que la resacaempujaba violentamente contra los escollos.

    De repente el pjaro se elev con rpido arranque, con laspatas replegadas y la cabeza alargada como la parte saliente deun navo, exhalando su agudo graznido, y algunos instantesdespus, reducido a un punto negro en el vaco, desaparecatras las brumas del Sur.

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    II

    LA GOLETA HALBRANE

    Trescientas toneladas de cabida, arboladura inclinada quele permite ceir el viento, muy rpida en su andadura, unvelamen que comprendo: mstil de mesana, mesana goleta,bambola, gavia y mastelero de juanetes. En el palo mayor,cangreja y espiga; en la proa trinquete, grande y pequeofoque. Tal es el schooner esperado en Christmas-Harbour; tales la goleta Halbrane.

    A bordo haba un capitn, un lugarteniente, uncontramaestre, un cocinero y ocho marineros; total 12hombres, lo que es bastante para la maniobra. Construidoslidamente, con las cuadernas y hordaje empernados concobre, de buen velamen, aquel barco, muy marino, muymanejable, apropiado a la navegacin, entre los cuarenta ysesenta paralelos Sur, haca honor a los constructores deBirkenhead. Atkins me haba dado estas noticias, excusodecir que con gran acompaamiento de elogios.

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    El capitn Len Guy, de Liverpool, era por las tres quintaspartes propietario de la Halbrane, que mandaba desde hacaunos seis aos.

    Traficaba en los mares meridionales de frica y Amrica,yendo de unas islas a otras y de uno a otro continente. Larazn de que su goleta no llevara ms que 12 hombres estabaen que se ocupaba del comercio nicamente. Para la caza deanfibios, focas o becerros marinos hubiera sido necesariotripulacin ms numerosa, con los aparatos, harpones,blagos, sedales exigidos para estas rudas operaciones. Aadoque en medio, de estos parajes, poco seguros, frecuentadosen aquella poca por piratas, y en las cercanas de islas quedeben ser miradas con desconfianza, una agresin no hubierapillado desprevenida a la Halbrane. Cuatro piezas de artillera,suficiente cantidad de balas y metralla, un paol lleno deplvora, fusiles, pistolas y carabinas, garantizaban suseguridad. Adems, los hombres del puesto estaban siemprealerta. Navegar por aquellos mares sin haber tomado estasprecauciones hubiera sido rara imprudencia.

    El 7 de Agosto por la maana, en ocasin en que yo meencontraba acostado y medio dormido, la gruesa voz delposadero y los puetazos que a mi puerta daba ste mehicieron saltar del lecho.

    -Seor Jeorling, est usted despierto?-Sin duda, Atkins; y cmo no con ese estrpito? Qu

    pasa?-Un navo a seis millas, en el Nordeste, y con el cabo en

    direccin a Christmas.

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    -Ser la Halbrane?- exclam, arrojando vivamente lasmantas.

    -Dentro de algunas horas lo sabremos, seor Jeorling. Detodos modos, es el primer barco que viene en el ao, y meparece justo que se le haga buena acogida.

    Vestme en un instante y me reun con Fenimore Atkinsen el muelle, en el sitio en que el horizonte apareca ante losojos en ngulo muy abierto, entre los dos extremos de labaha de Christmas-Harbour.

    El tiempo estaba bastante claro, sin brumas; la martranquila, bajo ligera brisa. Por otra parte, y gracias a los vien-tos regulares, el cielo se muestra ms luminoso en este ladode las Kerguelen que en el opuesto.

    Unos veinte habitantes- pescadores la mayor parte,-rodeaban a Atkins, el cual era, sin oposicin, el personajems considerable y considerado del archipilago, y, enconsecuencia, el ms escuchado.

    El viento favoreca entonces la entrada en la baha. Perocomo la marea estaba baja, el navo sealado, un schooner,evolucionaba sin apresuramiento, las velas bajas, esperandola marea plena.

    Discutan los del grupo, y yo, muy impaciente, segua ladiscusin sin mezclarme en ella. Las opiniones eran distintasy defendidas con igual terquedad.

    Debo confesar, y esto me disgustaba, que la mayoraestaba en contra de la opinin de que el schooner fuera laHalbrane. Dos o tres solamente se declaraban por laafirmativa, y entre ellos el dueo del Cormorn Verde.

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    -Es la Halbrane!- repeta.- Vamos, que no llegar elcapitn Len Guy el primero a las Kerguelen!... Es l... Estoytan seguro como si estuviese aqu, su mano sobre la ma, ytratando de renovar su provisin de patatas.

    -Tiene usted bruma en los prpados, seor Atkins!-replic uno de los pescadores.

    -No tanta como t en la cabeza!- respondi el posaderocon acritud.

    -Ese barco no tiene corte ingls- declar otro.- Por suaspecto parece ms bien de construccin americana.

    -No... Es ingls- insisti Atkins,- y sera capaz de asegurarde qu talleres ha salido. S, de los talleres de Birkenhead, enLiverpool, donde la Halbrane ha sido botada.

    -No- afirm un viejo marino.- Ese schooner ha sidoconstruido en Baltimore, en casa de Nipper y Stronge, y lasaguas del Chesapeake han estrenado su quilla.

    -De las aguas del Mersey, abominable tonto!- replicAtkins. -Limpia tus anteojos y mira el pabelln que sube alasta.

    -Ingls!- exclamaron todos.En efecto: el pabelln del Reino Unido acababa de ser

    desplegado.No haba, pues, duda de que era un navo ingls que se

    diriga hacia el paso de Christmas-Harbour; pero de aqu nose desprenda que se tratase precisamente de la goleta delcapitn Len Guy.

    Dos horas despus no poda haber cuestin. Antes delmedioda la Halbrane anclaba en Christmas-Harbour.

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    Grandes demostraciones de Atkins a la vista del capitnde la Halbrane, que me pareci menos expansivo.

    Un hombre de cuarenta y cinco aos, de complexinsangunea, miembros slidos como los de su goleta, cabezarecia, cabellos ya grises, ojos negros de pupila brillante bajoespesas cejas, labios delgados que descubran dentadurafuerte en poderosas mandbulas, barbilla prolongada por rojay perilla, piernas y brazos vigorosos; tal era el capitn LenGuy. Su rostro, ms que duro, impasible, como el de hombrereservado que no entrega sus secretos, como pude saber elmismo da por alguien mejor informado que Atkins, aunqueeste ltimo pretendiese ser gran amigo del capitn. La verdadera que nadie poda alabarse de haber penetrado aquellanaturaleza bastante ruda.

    Importa mencionar que el individuo al que he aludido erael contramaestre de la Halbrane, llamado Hurliguerly, naturalde la isla de Vight, de cuarenta y cuatro aos de edad, regularestatura, vigoroso, los brazos separados del cuerpo, las pier-nas arqueadas, la cabeza redonda sobre cuello de toro, elpecho lo bastante ancho para contener dos pares depulmones (y yo me preguntaba si no los tena realmente:tanto aire consuma para el acto de la respiracin), siempresoplando, impenitente hablador, la mirada maliciosa, la caraalegre, con gran nmero de arrugas bajo los ojos, producidaspor la incesante contraccin del gran cigomtico. Aadamosun pendiente, uno slo, que penda de su oreja derecha.Qu contraste con el capitn de la goleta! Y como podanentenderse dos seres tan distintos? Sin embargo, se

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    entendan, puesto que desde quince aos antes navegabanjuntos, primeramente sobre el brick Power, que haba sidoreemplazado por el schooner Halbrane, seis aos antes delcomienzo de esta historia.

    Desde su llegada supo Hurliguerly, por Fenimore Atkins,que si el capitn Len Guy consenta en ello yo tomara pasajea bordo de la goleta. As es que, sin presentacin nipreparacin, el contramaestre se acerc a mi por la tarde.Conoca ya mi nombre y me abord en estos trminos:

    -Seor Jeorling: le saludo a usted.-Tambin yo le saludo a usted, amigo mo- respond.-

    Qu desea usted?-Ofrecerle a usted mis servicios.-Sus servicios?... Y con qu objeto?-Al objeto de la intencin que usted tiene de embarcarse

    en la Halbrane.-Pero, quin es usted?-El contramaestre Hurliguerly, llamado as y puesto as en

    el estado nominativo de la tripulacin, y, adems, el fiel com-paero del capitn Len Guy, el que me escucha con gustoaunque tiene la reputacin de no escuchar a nadie.

    Pens que sera conveniente utilizar los servicios dehombre tan amable, el cual no pareca dudar de su influenciasobre el capitn Len Guy. As es que le respond:

    -Pues bien, amigo mo, hablemos si sus tareas no lereclaman en este momento.

    -Puedo disponer de dos horas, seor Jeorling. Adems,hoy el trabajo es poco. Maana el de desembarcar algunas

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    mercancas y renovar algunas provisiones... Todo este tiempoes de descanso para la tripulacin. Si usted est libre comoyo...

    Y, al decir esto, extendi su mano hacia el fondo delpuerto en direccin a sitio que le era familiar.

    -No estamos bien aqu para hablar?- observ yo,detenindole.

    -Hablar, seor Jeorling..., hablar de pie y con el gaznateseco, siendo tan fcil hacerlo sentados en un rincn delCormorn Verde, entre dos tazas de t al whisky!

    -Yo no bebo, contramaestre.-Bien... Yo beber por los dos... Oh! No suponga usted

    que trata con ningn borracho no! Nunca ms que lopreciso; pero todo lo preciso.

    Segu al marino, evidentemente acostumbrado a nadar enlas aguas de las tabernas. Y mientras Atkins se ocupaba, en elpuente de la goleta, de los precios de las compras y ventas,nosotros nos instalamos en el saln de la posada.

    Ante todo le dije al contramaestre:-Precisamente contaba con Atkins para ponerme en

    relacin con el capitn Len Guy; pues, si no me engao, loconoce mucho.

    -Oh!...- dijo Hurliguerly.- Fenimore Atkins es un buenhombre, y el capitn le estima; pero por lo dems... djemeusted que yo trate el negocio, seor Jeorling.

    -Es un asunto difcil, contramaestre? No hay uncamarote disponible en la Halbrane? El ms pequeo meconvendr, y yo pagar...

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    -Muy bien, Sr. Jeorling! Hay un camarote a bordo quenadie ha utilizado jams; y toda vez que usted est dispuestoa vaciar el bolsillo, si esto es necesario... Sin embargo, paraentre nosotros, conviene tener ms malicia de la que ustedpiensa y de lo que piensa mi viejo amigo Atkins para decidiral capitn Len Guy a tomar un pasajero. S! No est de mstoda la malicia del buen muchacho que est en disposicinde beber a la salud de usted, lamentando que usted no ledevuelva el brindis.

    Con qu vivo resplandor del ojo derecho, mientrasguiaba el izquierdo, acompa Hurliguerly est declaracin!

    Pareca como si toda la viveza que posean sus dos ojoshubiera pasado al travs de uno. Intil es aadir que el finalde su hermosa frase se ahog en un vaso de whisky, cuyaexcelencia no poda el contramaestre apreciar porque elCormorn Verde no se avituallaba ms que con la cala de laHalbrane.

    Luego, aquel diablo de hombre sac de su chaqueta unapipa negra y corta, la llen de tabaco, la encendi despus dehaberla colocado en el intersticio de dos molares, en unngulo de su boca, y se envolvi en tal humareda, como unsteamer con la caldera llena, que su cabeza desapareci trasuna nube gris.

    -Seor Hurliguerly- dije.-seor Jeorling.-Por qu el capitn no me aceptar?

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    -Porque no entra en sus clculos tomar pasajeros a bordo,y hasta ahora ha rehusado siempre proposiciones de esegnero.

    -Y por qu razn?-Porque no quiere tener impedimento alguno en sus

    marchas; ir donde quiera, dasandar el camino, por poco queesto le convenga; ir al Norte, al Sur, a Levante, a Poniente, sindar a nadie razn alguna. No abandona jams los mares delSur, y hace ya muchos aos que los recorremos juntos entrela Australia al Este y la Amrica al Oeste, yendo deHobart-Town a las Kerguelen, a Tristn de Acunha, a lasFalklands, no haciendo escala ms que el tiempo preciso,para vender nuestro cargamento, y llegando alguna vez hastael mar Antrtico. En tales condiciones, usted locomprender, un pasajero puede ser molesto; y adems,quin querr embarcar en la Halbrane, que va siempre dondeel viento la arrastra?

    Preguntbame si el contramaestre no pretenda hacer de lagoleta un barco misterioso, que navegase al azar, nodetenindose en sus escalas; una especie de navo errante delas altas latitudes, mandado por un capitn fantstico. Fueralo que fuera, le dije:

    -En fin, la Halbrane va a abandonar las Kerguelen dentrode tres o cuatro das.

    -Seguramente.-Y esta vez pondr el cabo al Oeste para llegar a Tristn

    de Acunha?-Probablemente.

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    -Pues bien, contramaestre. Me basta esta probabilidad; ytoda vez que usted me ofrece sus buenos servicios, decidausted al capitn Len Guy a que me acepte como pasajero.

    -Delo usted por hecho.-Perfectamente, Hurliguerly, y no se arrepentir usted.-Eh! seor Jeorling- respondi aquel singular

    contramaestre, sacudiendo la cabeza como saliera del agua.-Nunca me arrepiento de nada, y s que hacindole a usted unservicio tampoco me arrepentir. Ahora, con su permiso, memarcho a bordo sin esperar el regreso del amigo Atkins.

    Despus de vaciar de un trago su ltimo vaso de whisky(yo pens que el vaso iba a desaparecer en su gaznate con ellicor), Hurliguerly me dirigi una sonrisa de proteccin, ybalanceando su robusto cuerpo sobre el doble arco de suspiernas, y empenachado con la acre humareda que del hornode su pipa se escapaba, sali del Cormorn Verde.

    Qued ante la mesa bajo el imperio de contrariasreflexiones.

    Quin era realmente el capitn Len Guy? Atkins me lehaba presentado como un buen marino y un valiente. Nadame autorizaba para dudarlo, pero adems era un tipo originala juzgar por lo que el contramaestre acababa de decirme.Confieso que nunca haba pensado que pudiera existirdificultad alguna para mi embarque en la Halbrane, puestoque no me importaba el precio y estaba dispuesto acontentarme con la vida de a bordo. Por qu razn elcapitn Len Guy haba de rehusarme cosa tan sencilla? Eraadmisible que l no quisiera sujetarse a ningn trato, ni

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    quedar obligado a cambiar el curso de su navegacin, si asera su capricho? o tena motivos para desconfiar de unextranjero? Haca, pues, el contrabando, o la trata, comercioaun ms frecuente en aquella poca en los mares del Sur?Explicacin plausible, despus de todo, por ms que midigno posadero respondiera de la Halbrane y de su capitn.Honrado navo, honrado capitn. Fenimore Atkins salagarante de uno y otro. Esto era algo, pero no se hacailusiones respecto a ambos puntos? Realmente l no conocaal capitn Len Guy ms que de verle una vez al ao hacerescala en las Kerguelen, donde no se entregaba ms que aoperaciones regulares, que no dejaban paso a sospecha al-guna.

    Por otra parte, yo me preguntaba si el contramaestre nohaba exagerado con el objeto de dar ms importancia a susservicios.

    Tal vez el capitn Len Guy tendra a gran dicha ysatisfaccin llevar a bordo a un pasajero tan acomodaticiocomo yo pretenda ser, y que no reparara en el precio delpasaje.

    Una hora despus yo encontraba al posadero en elpuerto, y le puse al tanto de lo ocurrido.

    -Ah!... siempre es el mismo ese endiablado Hurliguerly-exclam. -A creerle, el capitn Len Guy no se sonar las na-rices sin consultarle... Crame usted, seor Jeorling: esecontramaestre no es malvado, ni bestia, pero si buscador dedollars o guineas. Si cae usted en sus manos, ojo al bolsillo!Abotnesele usted, y no se deje coger.

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    -Gracias por el consejo, Atkins... Y ahora dgame: hahablado usted ya con el capitn Len Guy?... Le ha habladol a usted?...

    -Aun no, seor Jeorling. Tenemos tiempo. La Halbrane noha hecho ms que llegar.

    -Bien... pero usted lo comprender... Yo deseara arreglaresto cuanto antes.

    -Est usted tranquilo.-Deseo saber a qu atenerme...-No hay nada que temer, seor Jeorling!... Las cosas

    marcharn por s solas. Un poco de paciencia. Adems, afalta de la Halbrane, no esperar- usted mucho tiempo. Con lapoca de la pesca, Christmas-Harbour contar bien prontocon ms barcos que casas hay en torno del Cormorn Verde.Confe usted en m. Yo me encargo de su embarque.

    En todo esto, nada ms que palabras del contramaestrepor un lado y de Atkins por otro. As es que, a pesar de susbuenas promesas, resolv dirigirme directamente al capitnLen Guy, por poco abordable que ste fuera, y hablarle de miproyecto en cuanto le encontrara solo.

    Hasta el da siguiente no se present esta ocasin. Hastaentonces haba yo paseado a lo largo del muelle, examinandoel schooner, un navo de notable construccin y de gransolidez. sta es una cualidad indispensable en estos mares,donde los hielos derivan alguna vez ms all del paraleloquincuagsimo.

    Era por la tarde. Cuando me acerqu al capitn Len Guycomprend que mi presencia le molestaba.

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    Claro es que en Christmas-Harbour, la pequeapoblacin de pescadores, no se renueva nada. Tal vez en losbarcos, bastante numerosos en esta poca, algunos habitantesde las Kerguelen se alisten para reemplazar a los ausentes odesaparecidos. En el fondo la poblacin no se modifica, y elcapitn Len Guy deba de conocerla individuo porindividuo. Algunas semanas ms tarde, cuando toda la flotillahubiera vertido su personal sobre los muelles, donde reinarauna animacin extraordinaria, el capitn Len Guy hubierapodido equivocarse; pero en la fecha actual, mes de Agosto,la Halbrane, aprovechando un invierno de dulzuraverdaderamente excepcional, estaba sola en mitad del puerto.

    Era, pues, imposible que el capitn Len Guy no hubieseadivinado en m a un extranjero, aun en el caso que el con-tramaestre y Fenimore Atkins no hubieran dado aun ningnpaso que a mi objeto se refiriese.

    Su actitud, pues, no poda significar ms que esto: o altanto de mis deseos no quera tratar de ellos, o ni Hurliguerly,ni Atkins le haban hablado del asunto de la vspera. En esteltimo caso, si l se alejaba de m, obedeca a su natural pococomunicativo, o no le convena entar en relaciones con undesconocido.

    La impaciencia se apoder de m. Si aquel erizo rehusabamis proposiciones, pasara por la repulsa. No tena yo la pre-tensin de obligarle a que me admitiera a bordo de su navoaunque no quisiera. Adems, en las Kerguelen no haba cn-sul ni agente americano al que hubiera yo podido acudir enqueja de la negativa del capitn. Lo importante era salir de

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    dudas, y si el capitn Len Guy me rechazaba, le dejara en pazy esperara la llegada de otro barco ms complaciente...; loque, a la postre, no significaba ms que un retraso de dos otres semanas.

    En el momento en que yo iba a abordarlo, ellugarteniente de a bordo vino a reunirse con su capitn. Esteaprovech la ocasin para alejarse, y haciendo al oficial seade que le siguiera, rode el fondo del puerto y desaparecitras una roca, subiendo la baha por la parte septentrional.

    -Al diablo!- pens yo.- Hay motivos para creer que meser difcil conseguir lo que deseo... Pero esto no es mas queun comps de espera. Maana por la maana ir a bordo dela Halbrane. Quiera o no quiera el capitn Len Guy, tendrque escucharme y responderme s o no!

    Adems, poda acontecer que, a la hora de la comida, elcapitn Len Guy fuese al Cormorn Verde, donde los marinostienen la costumbre de almorzar y comer durante el tiempoque las escalas duran. Despus de pasar algunos meses en elmar agrada cambiar un menu, generalmente reducido a galletay carne en conserva. Hasta la salud lo exige, y mientras quelos vveres frescos son puestos a disposicin de lastripulaciones, los oficiales comen muy a su placer en laposada. No dudaba yo que mi amigo Atkins lo hubieradispuesto todo para recibir convenientemente al capitn, allugarteniente y tambin al contramaestre de la goleta.

    Esper, pues, y hasta muy tarde no me sent a la mesa;cuando lo hice, sufr un desengao.

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    No! Ni el capitn Len Guy ni nadie de a bordo vinierona honrar con su presencia el Cormorn Verde. Tuve que comersolo, como lo haca desde dos meses antes; pues, comofcilmente se comprende, los clientes de Atkins no serenovaban durante la mala estacin.

    Terminada la comida, a las siete y media, y ya de noche,fuime a pasear por el puerto, por la parte edificada.

    El muelle estaba desierto. Las ventanas de la posadadaban algo de claridad. Ni un hombre en tierra de latripulacin de la Halbrane. Los botes se haban reunido y sebalanceaban a impulsos de la marea ascendente.

    Aquel schooner era como un cuartel, y los marinerostenan la consigna de acostarse al caer el sol, medida quedeba de contrariar al hablador y bebedor Hurliguerly, muyamigo, en mi opinin, de recorrer las tabernas en el curso delas escalas. No le vi en los alrededores del Cormorn Verde.

    Permanec en aquel sitio hasta las nueve. Poco a poco, lamasa del navo desapareci en la sombra. Las aguas de labaha no reflejaban ms que la claridad del farol de proa,suspendido del palo de mesana.

    Volv a la posada, en la que encontr a Fenimore Atkinsfumando su pipa junto a la pnerta.

    -Atkins- le dije.- Parece que el capitn Len Guy no gustade frecuentar esta posada.

    -Algunas veces viene, los domingos, y hoy es sbado,seor Jeorling.

    -Le ha hablado usted?

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    -S- me respondi el hostelero con tono que indicaba unavisible contrariedad.

    -Le ha anunciado usted que una persona a la que ustedconoce deseaba embarcarse en la Halbrane?

    -S.

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    -Y qu ha respondido?-No lo que yo hubiera querido, ni lo que usted desea,

    seor Jeorling...-Rehusa?-Casi, casi, si es rehusar el decirme: Atkins, mi goleta no

    est en condiciones para recibir pasajeros. Jams he admitidoninguno, ni tengo la intencin de hacerlo.

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    III

    EL CAPITN LEN GUY

    Dorm mal. So que soaba, y- sta es unaobservacin de Edgard Poe- cuando se sospecha que sesuea, se despierta enseguida. Despertme, pues, siempremuy intrigado por aquel maldito capitn Len Guy. La idea deembarcarme en la Halbrane cuando sta partiese de lasKerguelen haba echado races en mi cerebro. Atkins nohaba cesado de prodigar alabanzas a aquel navo, el primeroque, invariablemente, anclaba todos los aos enChristmas-Harbour. Contando los das, contando las horas,cuntas veces me haba yo visto a bordo de aquella goletaque navegaba por el archipilago hacia la costa americana! Nodudaba mi posadero de que el capitn me complacera en misdeseos, de conformidad con sus intereses. No es cosacorriente que un navo de comercio rehse un pasajero,cuando esto no debe obligarla a modificar su itinerario, si elprecio del pasaje es bueno. Quin lo hubiera credo?...

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    As, yo experimentaba gran clera contra un personaje tanpoco complaciente. Excitbanse mi bilis y mis nervios ante elobstculo que acababa de presentarse en mi camino.

    Pas, pues, una noche de fiebre, y hasta que lleg el dano recobr la calma.

    Por lo dems, yo estaba resuelto a tener una explicacincon el capitn Len Guy acerca de su incalificable proceder.Tal vez no obtendra nada de aquel erizo, pero al menos ledira lo que tanto me molestaba.

    Atkins la haba hablado para recibir la respuesta que sesabe. En cuanto a Hurliguerly, tan atento al ofrecerme suinfluencia y sus servicios, se atrevera a mantener supromesa? No habindole vuelto a ver, yo lo ignoraba. Entodo caso, no haba debido de ser ms afortunado que elhostelero del Cormorn Verde.

    Sal a las ocho de la maana. Haca un tiempo de perros,como dicen los franceses o, para emplear una expresin msjusta, un tiempo perro. Lluvia mezclada de nieve, borrascaque vena del Oeste, nubes que rodeaban las bajas zonas, unaavalancha de aire y agua. No era de suponer que el capitnLen Guy hubiera bajado a tierra para calarse hasta los huesos.

    En efecto: el muelle estaba solitario. Algunos barcos depesca haban abandonado el puerto ante la tormenta, y sinduda se haban puesto al abrigo de ella en el fondo de lasensenadas que ni el mar ni el viento podan combatir. Ir abordo de la Halbrane no era posible, sin tener a midisposicin alguno de sus botes, y el contramaestre nohubiera tomado sobre s la responsabilidad de envirmele.

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    -Adems- pens,- sobre el puente de la goleta el capitnest en su casa, y para lo que pienso responderle, si se obstinaen su incalificable negativa, es preferible un terreno neutral.Voy a espiar desde mi ventana, y si su bote le trae al muelle,est vez no lograr evitar que le hable.

    Regres al Cormorn Verde, y me puse en acecho tras elcristal de mi ventana, que limpi del hielo, sin drseme ya unardite de la borrasca que, soplando por la chimenea, esparcalas cenizas del hogar.

    Yo esperaba nervioso, inquieto, tascando el freno, en unestado de irritacin creciente.

    Transcurrieron dos horas, y como sucede frecuentemente,gracias a la inestabilidad de los huracanes en las Kerguelen, elviento se calm antes que yo.

    A eso de las once, las altas nubes del Este se disiparon, yla borrasca fue a desvanecerse al lado opuesto de lasmontaas.

    Yo abr mi ventana en el momento en que uno de losbotes de la Halbrane se dispona a largar su cabo. Descendiun marinero y cogi los remos, mientras un hombre sesentaba a la popa. Entre el schooner y el muelle no haba msque unas cincuenta toesas. El bote lleg a l. El hombre salta tierra.

    Era el capitn Len Guy.En algunos segundos franque la puerta de la posada y

    me detena ante el capitn, que, aunque hubiera querido, nopoda evitar que le hablase.

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    -Caballero- le dije con tono seco y fro, fro como eltiempo desde que los vientos soplaban del Este.

    El capitn Len Guy me mir fijamente, y not la tristezade sus ojos, negros como la tinta. Despus, en voz baja, mepregunt:

    -Es usted extranjero?-Extranjero en las Kerguelen... s- respond.-De nacionalidad inglesa?-No...; americano...Me salud con un ademn ceremonioso, y le devolv el

    mismo saludo.-Caballero- continu,- tengo motivos para creer que

    Atkins, el dueo del Cormorn Verde, le ha hecho a usted unaproposicin que se relaciona conmigo, proposicin que, a mientender, mereca favorable acogida de parte de un...

    -La proposicin de recibirlo a usted a bordo de migoleta?-interrumpi el capitn Len Guy.

    -Precisamente.-Siento mucho no haber podido complacer a usted.-Pero... me dar usted la razn?-Porque no tengo la costumbre de admitir pasajeros...

    Primera razn.-Y la segunda, capitn?-Porque el itinerario de la Halbrane no est nunca resuelto

    de antemano...Ella parte para un puerto... y va a otro, si en ello

    encuentra ventaja. Sepa usted, caballero, que yo no estoy al

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    servicio de armador ninguno. La goleta me pertenece en granparte, y no tengo orden de recibir a nadie en mis travesas.

    -En ese caso, de usted depende exclusivamente elconcederme pasaje.

    -Sea...; pero con harto sentimiento no puedo responderms que con una negativa.

    Tal vez cambiara usted de opinin cuando sepa que meimporta poco el destino de la goleta. No es un absurdo supo-ner que ir a alguna parte.

    -A alguna parte, en efecto...Y en aquel momento parecime que el Capitn Len Guy

    arrojaba una larga mirada hacia el horizonte del Sur.-Pues bien, caballero- aad-, ir a un sitio o a otro me es

    indiferente. Lo que ante todo deseo es abandonar lasKerguelen en la ocasin ms prxima que se me ofrezca.

    El capitn Len Guy qued pensativo.-Me har usted el honor de escucharme?- pregunt

    vivamente.-S, seor.-Aadir, pues, que salvo error, y si el itinerario de la

    goleta no ha sufrido modificacin, tiene usted la intencin departir de Christmas-Harbour para Tristn de Acunha.

    -Tal vez a Tristn de Acunha...; tal vez al Cabo...; tal vez alas Falklands... o a otra parte.

    -Pues bien, capitn Guy; precisamente a otra parte esdonde yo deseo ir- repliqu irnicamente, haciendo esfuerzospara contener mi ira.

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    Entonces en la actitud del capitn Len Guy se efectu uncambio singular. Su voz se alter, tornndose ms dura.

    En pocas palabras me hizo comprender que todainsistencia sera intil;- que nuestra conversacin habadurado bastante; que el tiempo le era muy precioso; que susnegocios le llamaban a las oficinas del puerto; en fin, que noshabamos dicho, y de modo completo, cuanto tenamos quedecirnos.

    Yo haba extendido el brazo para detenerle- sujetarle serapalabra ms propia,- y la conversacin, empezada de malamanera, amenazaba concluir peor, cuando aquel extraopersonaje, volvindose a m, me dijo con tono dulce:

    -Crea usted, caballero, que lamento en el alma mostrarmetan poco afectuoso con un americano. Pero no podramodificar mi conducta En el curso de la navegacin de laHalbrane puede sobrevenir algn accidente imprevisto, quehara molesta la presencia de un extrao..., aun siendo tanfcil de contentar como usted. Esto sera exponerme a nopoder aprovechar las casualidades que busco.

    -Le he dicho a usted y le repito, capitn, que si miintencin es volver a Amrica, al Connecticut, me esindiferente que sea en tres o en seis meses, y por uno u otrocamino, y aunque la goleta llegue a los mares antrticos.

    -Los mares antrticos?- exclam el capitn con vozinterrogativa.

    Su mirada pareca registrar en mi corazn, como sihubiera estado armada de un dardo.

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    -Por qu habla usted de los mares antrticos?-repiticogindome una mano.

    -Pues lo mismo... que hubiera podido hablar de losboreales..., del polo Norte..., lo mismo que del polo Sur...

    No respondi el capitn; pero cre ver que a sus ojosasomaba una lgrima. Despus, volviendo a otro orden deideas, y deseoso de arrojar algn doloroso recuerdo evocadopor mi respuesta, dijo:

    -El polo Sur!... Quin osara aventurarse?...-Tocarle es difcil y no reportara ninguna

    utilidad-respond.- No obstante, se encuentran caracteresaventureros para lanzarse a tales empresas.

    -S... aventureros!- murmur el capitn Len Guy.-Ya ve usted... Los Estados Unidos intentan ahora

    llevarlo a efecto con la divisin de Carlos Wilkes, el Vancou-ver, el Peacok, el Porpoise, el Flying Fish y varios otros buquesque se unen a ellos.

    -Los Estados Unidos, seor Jeorling? Afirma usted queel Gobierno federal ha enviado una expedicin a los maresantrticos?

    -El hecho no admite duda, y el ao ltimo, antes de mipartida de Amrica, supe que esta divisin acababa de darse ala mar. Hace un ao de esto, y es muy posible que el audazWilkes haya llevado sus reconocimientos ms lejos que losdescubridores que le han precedido.

    El capitn Len Guy haba quedado silencioso, y slo salide aquella inexplicable preocupacin para decir:

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    -En todo caso, si Wilkes llega a franquear el crculopolar... es dudoso que pase ms altas latitudes que...

    -Que sus predecesores Bellingshausen, Forster, Kendall,Biscoe, Morrell, Kemp, Belleny... - respond.

    -Y que... - aadi el capitn Len Guy.-De quin quiere usted hablar?- pregunt.-Usted es natural del Connecticut?- dijo bruscamente el

    capitn Len Guy.-Del Connecticut.-De qu parte?-De Hartford.-Conoce usted la isla de Nantucket?-Varias veces la he visitado.-Supongo que sabr usted- dijo el capitn Len Guy,

    mirndome fijamente- que all es donde nuestro novelistaEdgard Poe ha hecho nacer a su hroe Arthur Gordn Pym.

    -En efecto- respond;- lo recuerdo. El principio de esanovela est colocado en la isla de Nantucket.

    -Esa novela dice, usted?-Sin duda, capitn.-S..., y habla usted como todo el mundo... Pero, perdone

    usted, caballero. No puedo detenerme ms tiempo. Yolamento sinceramente... Crea usted que si hubiera podido...Dudo que mis ideas se modifiquen en lo que a laproposicin de usted se refiere. Por otra parte, no tendrusted ms que aguardar algunos das. La estacin de la pescava a comenzar... Navos de comercio, balleneros, harn escalaen Christmas-Harbour..., y le ser a usted fcil embarcarse en

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    alguno de ellos, con la seguridad de ir al sitio que a ustedconvenga..., Yo siento mucho, caballero..., siento vivamente...,y quedo a sus rdenes...

    Pronunciadas estas ltimas palabras, el capitn Len Guyse retir, y la conversacin termin de distinto modo al queyo supona... Quiero decir, de una manera poltica aunqueseria.

    Como de nada sirve empearse en lo imposible,abandon la esperanza de navegar en la Halbrane, guardandorencor a su maldito capitn. Y por qu no confesarlo? Micuriosidad se haba despertado. Comprenda que en el almadel marino haba un misterio, y me hubiera gustadopenetrarle. El imprevisto cambio de nuestra conversacin;aquel nombre de Arthur Pym, pronunciado de tan inopinadamanera; las preguntas sobre la isla de Nantucket; el efectoproducido por la noticia de que en los mares australes seefectuaba una campaa dirigida por Wilkes; la afirmacin deque el navegante, americano no avanzara ms hacia el Surque... De quin haba querido hablar el capitn Len Guy?Todo esto era materia de reflexin para un espritu tanprctico como el mo.

    Aquel da, Atkins quiso saber si el capitn Len Guy sehaba mostrado ms asequible. Haba yo obtenidoautorizacin para ocupar uno de los camarotes de la goleta?Tuve que confesar al posadero que no haba sido msafortunado que l en mis negociaciones, lo que no dej desorprenderle por no comprender la negativa, la terquedad delcapitn... No le reconoca. De dnde proceda aquel

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    cambio? Y cosa que ms directamente la tocaba- por qu, encontradiccin con lo que durante las escalas suceda, elCormorn Verde no haba sido frecuentado ni por los tripu-lantes ni por los oficiales de la Halbrane? Pareca que latripulacin obedeca a una orden. Dos o tres veces solamenteel contramaestre fue a instalarse en el saln de la posada, yesto fue todo. De aqu, gran descorazonamiento en Atkins.

    En lo que se refiere a Hurliguerly, comprend que, a pesarde sus imprudentes promesas, ya no tena por qu conservarconmigo relaciones, cuando menos intiles. No puedo decirsi haba intentado convencer a su jefe; pero, caso afirmativo,seguramente que su insistencia le haba valido durosreproches.

    Durante los tres das siguientes, 10, 11 y 12 de Agosto,hicironse los trabajos de aprovisionamiento y reparacin dela goleta.

    Vease a la tripulacin ir y venir por el puente, visitar laarboladura, efectuar las maniobras corrientes, estirar losobenques y brandales que se haban aflojado durante latravesa, pintar de nuevo los altos y los empalletadosdeteriorados por los golpes del mar, reenvergar las velasnuevas, remendar las viejas, que podran aun utilizarse con elbuen tiempo, calafatear aqu y all los huecos del casco y delpuente a fuerza de martillazos.

    Este trabajo se cumpla con regularidad, sin esos gritos,esas interpelaciones, esas cuestiones propias entre losmarinos en escala. La Halbrane deba de estar bien mandada;su tripulacin bien organizada, muy disciplinada, hasta

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    silenciosa. Tal vez el contramaestre deba de formar contrastecon sus camaradas, pues me haba parecido muy dispuesto ala risa, a la broma, a hablar sobre todo, a menos que no dieragusto a la lengua ms que cuando descenda a tierra.

    En fin, se supo que la partida de la goleta se haba fijadopara el 15 de Agosto, y la vspera de este da no tena yo aunmotivo para pensar que el capitn Len Guy hubiera vueltosobre la negativa tan categricamente formulada.

    Por lo dems, no pensaba en ello. Haba tomado mipartido. Todo deseo de recriminar haba pasado. No hubierapermitido que Atkins diera un paso ms en el sentido de misdeseos. Cuando el capitn Len Guy y yo nos volvimos aencontrar en el muelle, parecamos gentes que no seconocan, que no se haban visto jams... Observ, noobstante, que una o dos veces su actitud indic algunaduda... Pareca como que quera dirigirme la palabra y que seviera arrastrado por secreto impulso. Pero no lo haba hecho,y yo no era hombre para provocar una nueva explicacin.Adems- y lo supe el mismo da- Fenimore Atkins,contraviniendo a mi formal mandato, haba hablado de miasunto al capitn Len Guy, sin conseguir nada. Era un asuntoterminado..., por ms que no fuera sta la opinin delcontramaestre.

    Efectivamente: Hurliguerly, interpelado por el hostelerodel Cormorn Verde, no crea que la partida estuviera definiti-vamente perdida.

    -Es muy posible- repeta- que el capitn no haya dicho sultima palabra.

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    Pero apoyarse en los dichos de aquel hablador fueraintroducir un trmino falso en una ecuacin, y aseguro que laprxima partida del schooner me era indiferente. Slopensaba en espiar la aparicin de otro navo en lasKerguelen.

    -Dentro de una o dos semanas- me repeta mi posadero-tendr usted ms suerte que con el capitn Len Guy. Habrms de uno que no pedir cosa mejor sino que usted seembarque en su navo.

    -Sin duda, Atkins; pero no olvide usted que la mayorparte de los barcos que vienen a pescar a las Kerguelenpermanecen aqu cinco o seis meses..., y como tenga queesperar tanto tiempo para darme a la mar...

    -No todos, seor Jeorling, no todos! Algunos hay que nohacen ms que tocar en Christmas-Harbour. Se presentar al-guna buena ocasin, y no tendr usted que arrepentirse de nohaberse podido embarcar en la Halbrane.

    Ignoro si habra o no de arrepentirme; pero lo cierto esque estaba escrito que abandonara las Kerguelen comopasajero de la goleta, y que ella iba a arrastrarme a la msextraordinaria de las aventuras de las que los analesmartimos de aquella poca haban de ocuparse.

    En la tarde del 14 de Agosto, a eso de las siete y media,cuando las sombras de la noche envolvan ya la isla, vagabayo, despus de comer, por el muelle, en la parte Norte de labaha. El tiempo era seco, el cielo punteado de estrellas, elaire vivo, el fro intenso. En tales condiciones, mi paseo nopoda prolongarse.

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    Media hora despus me diriga, pues, hacia el CormornVerde, cuando un individuo cruz ante m, dud, volvisobre sus pasos y se detuvo.

    La obscuridad era bastante profunda para que pudierareconocerle... Pero su voz no me dej duda alguna. Era elcapitn Len Guy.

    -Seor Jeorling- me dijo,- la Halbrane se da maana a lavela... Maana por la maana..., con la marea.

    -Qu me importa, puesto que usted rehusa?...-Caballero..., he reflexionado en la proposicin de usted,

    y si no ha cambiado usted de idea..., a las siete est usted abordo.

    -A fe ma, capitn, que no esperaba este cambio de usted.-Repito que he reflexionado, y aado que la Halbrane ir

    directamente a Tristn de Acunha, lo que le conviene a usted,segn creo.

    -Es lo mejor, capitn, maana a las siete estar a bordo.-Donde tiene usted dispuesto su camarote.-Respecto al precio del pasaje...- dije.-Ya arreglaremos eso despus, y a satisfaccin de usted-

    respondi el capitn.- Hasta maana, pues.-Hasta maana.Haba extendido mi mano para sellar nuestro pacto. Sin

    duda la obscuridad impidi al capitn ver mi ademn, puesno respondi a l, y alejndose rpidamente lleg a su bote,que le llev en algunos golpes de remo.

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    Yo estaba muy sorprendido, y Atkins lo fue en el mismogrado cuando, de regreso en el Cormorn Verde, le puse alcorriente de lo sucedido.

    -Vamos- me respondi-. Ese viejo zorro de Hurliguerlytena razn. Esto no obsta para que su demonio de capitnsea ms caprichoso que una nia mal educada. Con tal deque en el momento de partir no cambie de idea!...

    Hiptesis inadmisible; y reflexionando en el caso, yopensaba que el cambio no se haba efectuado por volubilidadni capricho. Si el capitn Len Guy haba mudado de opinin,era porque tena un inters cualquiera en que yo fuese abordo de su goleta, y a mi juicio, el suceso obedeca- tenacomo una intuicin de ello- a lo que yo le haba dichorelativamente al Connecticut y a la isla Nantucket. En qupoda eso interesarle, era cosa que el porvenir explicara.

    Rpidamente termin mis preparativos de viaje. Yo soy deesos viajeros prcticos que no llevan gran equipaje, y daranla vuelta al mundo con un saco y una maleta de mano. Loms grande de mi material consista en esos trajes forrados,indispensables a cualquiera que navegue al travs de las altaslatitudes. Cuando se recorre el Atlntico meridional, lomenos que puede hacerse es tomar por prudencia talesprecauciones.

    Al da siguiente, 15, antes del alba, me desped del dignoAtkins. No haba tenido ms que motivos de alabanza paralas atenciones y servicios de mi compatriota, desterrado en lasislas de la Desolacin, donde los suyos y el vivan contentos.El servicial posadero se manifest muy sensible a mi

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    agradecimiento. Cuidadoso de mi inters, tena prisa deverme a bordo, temiendo siempre que el capitn Len Guyhubiera cambiado sus amuras desde la vspera.

    Me lo repiti con insistencia y me confes que, durante lanoche, se haba asomado varias veces a la ventana a fin deasegurarse que la Halbrane permaneca en su sitio, en mediode Christmas-Harbour. No se vio libre de tal inquietud, de laque yo no participaba, hasta que empez a amanecer.

    Atkins quiso acompaarme a bordo para despedirse delcapitn Len Guy y del contramaestre. Un bote esperaba en elmuelle y nos transport a la escala de la goleta.

    La primera persona que encontr en el puente fueHurliguerly.

    Me lanz una mirada de triunfo que pareca decir:-Lo ve usted? Nuestro dificultoso capitn ha acabado

    por aceptar. Y a quin se lo debe usted, sino a estecontramaestre que le ha servido a usted admirablemente, yque no ha encarecido su influencia?

    Era verdad? Tena yo poderosas razones para noadmitirlo sin grandes reservas... En fin, esto importaba poco.La Halbrane iba a levar ancla, y yo estaba a bordo.

    Casi en seguida el capitn Len Guy apareci en el puente.No pareci advertir mi presencia, de lo que, por otra parte, yono pens asombrarme.

    Se haban comenzado los preparativos para aparejar. Lasvelas haban sido retiradas de sus estuches, y las demsmaniobras estaban listas.

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    El lugarteniente, en la proa, vigilaba la operacin de virarcon el cabestrante hasta ponerse a pique del ancla.

    Atkins se acerc entonces al capitn Len Guy, y le dijocon voz persuasiva:

    -Hasta el ao prximo.-Si Dios quiere, seor Atkins!Estrechronse las manos; despus el contramaestre fue a

    su vez a oprimir vigorosamente la del posadero del CormornVerde, al que el bote volvi al muelle.

    A las ocho, cuando la marea era ya grande, la Halbranepuso al viento sus velas bajas, tom las amuras a babor,evolucion para descender la baha Christmas-Harbour bajoun vientecillo del Norte, y puso el cabo al Noroeste.

    Con las ltimas horas de la tarde desaparecieron lasblancas cimas del Table Mount y del Havergal, agudas puntaque se elevan, la una a 2.000 y la otra a 3.000 pies sobre elnivel del mar.

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    IV

    DE LAS ISLAS KERGUELEN A LA ISLA DELPRNCIPE EDUARDO.

    Nunca quiz travesa alguna ha tenido un comienzo msfeliz! Y por una suerte inesperada, en vez de que laincomprensible negativa del capitn Len Guy me hubieradejado por algunas semanas en Christmas-Harbour, unaagradable brisa me arrastraba lejos, sobre una mar apenasagitada, con velocidad de nueve millas por hora.

    El interior de la Halbrane responda al exterior. Buenaspecto, la limpieza minuciosa de una queche holandesa, lomismo en el rouf que en el puesto de la tripulacin.

    A babor se encontraba el camarote del capitn Len Guy,el que, por una vidriera que se bajaba, poda vigilar el puente,y, en caso necesario, transmitir sus rdenes a los hombres delcuarto, colocados entre el palo mayor y el de mesana. Aestribor, disposicin idntica para el camarote dellugarteniente. Ambos tenan una cama estrecha, un armariode mediana capacidad, un silln de paja, una mesa enclavada

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    en el suelo, una lmpara, diversos instrumentos nuticos,barmetro, termmetro, reloj marino, sextante encerrado enuna caja de madera, y que no sala sino en el momento enque el capitn se dispona a tomar la altura.

    Otros dos camarotes estaban en la popa, cuya parte mediaserva de comedor, con mesa en el centro, entre bancos demadera con respaldos movibles.

    Uno de estos camarotes haba sido preparado para m.Reciba luz por dos vidrieras que se abran, la una sobre laparte lateral y la otra sobre popa. En este sitio el timonelestaba en pie ante la rueda, por encima de la cual pasaba elgua de la cangreja, el que se prolongaba varios pies.

    Mi gabinete meda ocho pies por cinco. Acostumbrado alas exigencias de la navegacin, no me haca falta ms comoespacio, ni como mobiliario: una mesa, un armario, un sillnde caa, un aguamanil con pie de hierro y un catre, cuyodelgado colchn hubiera, sin duda, provocado algunasquejas en un pasajero menos acomodaticio. Por otra parte,no se trataba ms que de una travesa relativamente corta,puesto que la Halbrane me desembarcara en Tristn deAcunha. Entr, pues, en posesin del camarote mencionado,que no deba ocupar ms que durante cuatro o cincosemanas.

    Sobre la proa del palo de mesana, bastante reducido delcentro, lo que alargaba el galn del trinquete, estaba amarradala cocina por medio de slidos cabos. Ms all se alzaba lachupeta, con gruesa tela encerada, que por una escala dabaacceso al puesto y al entrepuente. En el mal tiempo cerrbase

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    hermticamente la chupeta, y el puesto quedaba al abrigo delos envites del mar.

    Los ocho hombres de que la tripulacin se componallambanse as; Martn Holt, maestro velero; Hardie, maestrocalafate; Rogers, Drap, Francis, Gratin, Burry, Stern,marineros de veinticinco a treinta y cinco aos, todosingleses, de las costas de la Mancha y del canal San Jorge,muy diestros en su oficio y notablemente disciplinados bajouna mano de hierro.

    Desde el principio pude notarlo: el hombre deexcepcional energa, al que obedecan por una palabra, porun gesto, no era el capitn de la Halbrane, sino el oficialsegundo, el lugarteniente Jem West, en aquella poca de unostreinta y dos aos.

    Jams he encontrado, en el curso de mis viajes al travs detodos los Ocanos, carcter parecido. Jem West haba nacidoen la mar, y desde su infancia haba vivido a bordo de unagabarra, de la que era patrn su padre y sobre la que vivatoda la familia. Nunca, en ninguna poca de su existencia,haba respirado ms aire que el salino de la Mancha, delAtlntico o del Pacfico. Durante las escalas, l nodesembarcaba ms que para las necesidades de su servicio,fuese ste del Estado o del comercio. Si se trataba deabandonar un navo por otro, llevaba a ste su equipaje y yano se mova. Marino por el alma, este oficio era toda su vida.Cuando no navegaba en lo real, lo haca con la imaginacin.Despus de haber sido mozo, grumete, marinero, lleg a sercontramaestre segundo, despus primero... y, al fin,

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    lugarteniente de la Halbrane, y desde diez aos antesdesempeaba las funciones de segundo a las rdenes delcapitn Len Guy.

    Jem West no tena la ambicin de llegar ms alto: nobuscaba hacer fortuna; no se ocupaba ni de comprar ni devender un cargamento. De arrumarle s, porque el arrumaje esde primera consideracin para que un barco marche bien.Respecto a los detalles de la navegacin, de la cienciamartima, la instalacin del aparejo, la utilizacin de la energavelera, la maniobra en todas sus partes, los anclajes, la luchacontra los elementos, las observaciones de longitud y latitud,todo, en suma, lo que concierne a ese admirable aparato quese llama el barco de vela, Jem West lo entenda comoninguno.

    He aqu ahora al lugarteniente en la parte fsica: estaturaregular, ms bien delgado, todo nervios y msculos,miembros vigorosos, de una agilidad de gimnasta, mirada demarino de sorprendente penetracin, el rostro curtido, loscabellos recios y cortos, las mejillas y la barbilla imberbes, lasfacciones regulares, la fisonoma denotando energa, audacia,y la fuerza fsica en su mximum tensin.

    Jem West hablaba poco, solamente cuando se lepreguntaba. Daba sus rdenes con voz clara, en palabrasprecisas, que no repeta, mandando de forma de serobedecido en el acto..., y se le comprenda.

    Llamo la atencin sobre este tipo de oficial de la marinamercante, devoto en cuerpo y alma del capitn Len Guy y dela goleta Halbrane. Pareca ser uno de los rganos esenciales

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    de su navo; que este conjunto de madera, hierro, tela y cobrerecibiese de l su vital potencia; que existiese identificacincompleta entre el uno creado por el hombre y el otro, creadopor Dios. Y si la Halbrane tena corazn, palpitaba ste en elpecho de Jem West.

    Completar mi resea sobra el personal citando alcocinero de a bordo, un negro, de la costa de frica, llamadoEndicott, de unos treinta aos de edad, y que desde hacadiez desempeaba sus funciones a las rdenes del capitnLen Guy. El contramaestre y l se entendan a maravilla, yhablaban con gran frecuencia como buenos camaradas.Preciso es decir que Hurliguerly pretenda poseermaravillosas recetas culinarias, que Endicott ensayaba a veces,sin atraer jams la atencin de los indiferentes del comedor.

    La Halbrane haba partido en excelentes condiciones.Haca un fro intenso, pues bajo el paralelo cuarenta y ochoSur, en el mes de Agosto todava reina el invierno en estaparte del Pacfico. Pero la mar era buena, franca la brisa aEstesudeste. Si el tiempo continuaba as- lo que era de su-poner y de desear- no cambiaramos ni una vez nuestrasamuras, y solamente bastara con arriar blandamente las esco-tas para ir a Tristn de Acunha,

    La vida a bordo era muy regular, muy sencilla, y- lo que esaceptable en la mar- de una monotona no desprovista deencantos. La navegacin es el reposo en el movimiento, elbalanceo en el sueo, y yo no me quejaba de mi aislamiento.Tal vez haba un punto en el que mi curiosidad quera sersatisfecha: la razn de que el capitn Len Guy hubiese vuelto

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    sobre su primera negativa. Tiempo perdido fuera interrogaral lugarteniente sobre un asunto que para nada se relacionabacon su servicio, pues ya he dicho que, fuera de sus funciones,no se ocupaba de nada. Adems, qu hubiera yo podidosacar de las monosilbicas respuestas de Jem West? Durantelas dos comidas, la de la maana y la de la tarde, entrenosotros no se cambiaban diez palabras.

    Debo, sin embargo, confesar, que a menudo sorprenda lamirada del capitn Len Guy obstinadamente fija en m, comosi tuviera deseos de interrogarme. Pareca que tena algo quesaber de m, mientras que, por el contrario, era yo, el quetena que saber algo de l. Lo cierto es que uno y otropermanecamos en silencio.

    Aparte de esto, de estar yo deseoso de conversacin,hubirame bastado dirigirme al contramaestre, siempredispuesto a ello. Pero qu poda decirme que me interesara?Aadir que nunca dejaba de darme los buenos das y lasbuenas noches..., y despus... Estaba yo contento de la vidaa bordo? Hallaba buena la cocina? Quera que lrecomendase ciertos platos a Endicott?...

    -Se lo agradezco a usted mucho, Hurliguerly- le respondun da.- Lo de costumbre me basta... Es muy aceptable y yono era mejor tratado en casa de su amigo el posadero delCormorn Verde.

    -Ah!... Ese diablo de Atkins! Un buen hombre en elfondo!

    -Tal es mi opinin.

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    -Se concibe, seor Jeorling, que l, un americano, hayaconsentido en enterrarse en las Kerguelen con su familia?

    -Y por qu no?-Y que se encuentre dichoso?-Eso no me extraa. contramaestre.-Pues yo aseguro que si Atkins me propusiera cambiar su

    vida por la ma, l saldra perdiendo, pues yo me lisonjeo depasarla muy agradablemente.

    -Sea enhorabuena, Hurliguerly!-Eh! Ya sabe usted que estar a bordo de un navo como

    la Halbrane es una suerte que no se halla dos veces en lavida... Nuestro capitn no habla mucho, es cierto; nuestrolugarteniente usa aun menos de la lengua.

    -Ya lo he notado.-No importa, seor Jeorling; son dos bravos marinos, se

    lo aseguro a usted. Tendrn un verdadero disgusto cuandousted desembarque en Tristn...

    -Me produce un gran placer orle a usted hablar as,contramaestre.

    -Y advierta usted que tal cosa no tardar con est brisaSudeste y una mar que slo se levanta cuando los cachalotesy ballenas la sacuden... Ya lo ver usted, seor Jeorling. Noemplearemos ms de diez das en recorrer las mil trescientasmillas que separan a las Kerguelen de las islas del PrncipeEduardo, ni quince en las dos mil trescientas que separanestas ltimas de Tristn de Acunha.

    -No hay que tener seguridad, contramaestre. Es precisoque el tiempo persista, y quien quiera mentir no tiene ms

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    que predecir el tiempo. Es un dicho marino que convieneconocer.

    Fuera lo que fuera, el buen tiempo persisti. As es que enla tarde del 18 de Agosto, el viga seal a estribor las mon-taas del grupo Crozet, por 42 59 de latitud Sur, y 47 delongitud Este, cuya altura est comprendida entre 600 y 700toesas sobre el nivel del mar.

    Al da siguiente dejamos a babor las islas Posesin ySchveine, frecuentadas solamente durante la estacin de lapesca, y que en aquella poca tenan por nicos habitantespjaros, bandadas de penguinos, y de esos chionis cuyovuelo es semejante al de la paloma.

    Al travs de las caprichosas ensenadas del monte Crozetse mostraban espesas y rugosas sbanas de hielo, y durantealgunas horas aun pude ver sus contornos. Despus todoqued reducido a una ltima blancura, trazada en la lnea delhorizonte, sobre la que se redondeaban las nevadas cumbresdel grupo.

    La proximidad de tierra es un incidente martimo quesiempre tiene inters. Acometime la idea de que el capitnLen Guy hubiera tenido all la ocasin de romper el silenciocon su pasajero. No lo hizo.

    De realizarse los pronsticos del contramaestre, notranscurriran tres das sin que los picos de la isla Marin y dela isla del Prncipe Eduardo fuesen vistas en el Noroeste. Porlo dems, en ellas no se hara escala. Hasta Tristn de Acunhala Halbrane no renovara su provisin de agua.

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    Yo pensaba que la monotona de nuestro viaje no serainterrumpida por ningn incidente de mar ni de otra clase.

    Pero en la maana del 30, estando de guardia Jem West,despus de la primera observacin del ngulo horario, elcapitn Len Guy, con gran sorpresa ma, subi al puente,sigui uno de los pasadores y fue a colocarse a popa ante labitcora, cuyo cuadrante mir ms por costumbre que pornecesidad.

    Haba yo sido visto por el capitn? Lo ignoro; pero locierto es que mi presencia no atrajo su atencin.

    Por mi parte, yo estaba resuelto a no ocuparme de l msde lo que l se ocupaba de m, y qued inmvil con los codosapoyados en la vagara.

    El capitn Len Guy dio algunos pasos, inclinse porencima del empalletado, y observ la larga estela que dejabala goleta, semejante a una cinta de blanco encaje estrecho yplano; de tal modo la suave andadura de la goleta se sustraarpidamente a la resistencia de las aguas.

    En tal sitio no se poda ser odo entonces ms que de unapersona: del timonel Stern, que, con la mano sobre la rueda,mantena la Halbrane contra las caprichosas embestidas delmar.

    El capitn no pareci preocuparse de l, pues seaproxim a m, y en voz baja me dijo:

    -Caballero, deseara hablar con usted.-Estoy dispuesto a escucharle, capitn.

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    -Soy poco hablador... y hasta hoy no me he decidido ahacerlo. Adems, le hubiera a usted acaso interesado miconversacin?

    -Ha hecho usted mal en dudarlo...Su conversacin ser, sin duda, muy interesante para m.Creo que l no vio irona alguna en mi respuesta; por lo

    menos no lo demostr.-Le escucho a usted- aad.El capitn Len Guy pareci dudar, mostrando la actitud

    de un hombre que en el momento de decidirse a hablar sepregunta si no sera mejor dejar de hacerlo.

    -Seor Jeorling- dijo al cabo,- no ha buscado usted larazn del cambio operado en m en lo que a su embarque serefiere?

    -La he buscado, en efecto; pero no la he encontrado,capitn. Tal vez por ser usted ingls, y no teniendo motivopara complacer a quien no era compatriota de usted...

    -Seor Jeorling, precisamente porque usted es americanome he decidido a ofrecerle pasaje en la Halbrane.

    -Porque soy americano?- respond bastante sorprendidode tal confesin.

    -Y tambin... porque es usted natural del Connecticut.-Confieso a usted que aun no comprendo...-Lo habr usted comprendido si aado que he pensado

    que por ser usted del Conecticut, por haber visitado la isla deNantucket, era posible que usted hubiera conocido a lafamilia de Arthur Gordn Pym.

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    -El hroe cuyas sorprendentes aventuras ha referidonuestro novelista Edgard Poe?

    -El mismo, caballero... Narracin que l ha hecho deacuerdo con el manuscrito en que se relataban los detalles delextraordinario y desastroso viaje por el mar antrtico.

    Yo cre soar al or al capitn Len Guy expresarse en talestrminos.

    Cmo? El crea en la existencia de un manuscrito deArthur Pym? Acaso la novela de Edgard Poe es otra cosaque una ficcin, una obra imaginativa del ms prodigioso denuestros escritores de Amrica? Haba un hombre de buensentido que admita tal fbula como realidad?

    Qued sin responder, preguntndome in petto con quintena que habrmelas.

    -Ha comprendido usted mi pregunta?- insisti el capitnLen Guy.

    -S... Sin duda... capitn..., sin duda...; pero no s si...-Se la voy a repetir a usted en trminos ms claros, seor

    Jeorling, pues deseo una respuesta formal.-Tendr mucho gusto en complacer a usted.-Le pregunto, pues, si en el Connecticut ha conocido

    usted personalmente a la familia Pym, que habitaba en la islaNantucket y estaba unida a uno de los ms honradosprocuradores del Estado. El padre de Arthur Pym, proveedorde la marina, pasaba por ser uno de los principalesnegociantes de la isla. Su hijo fue el que se lanz a lasextraas aventuras cuya relacin ha recogido Edgard Poe desus labios.

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    -Y hubieran podido ser aun ms extraas, capitn, puestoque tal historia es producto de la poderosa imaginacin denuestro gran poeta. De pura invencin.

    -De pura invencin!Y al pronunciar estas palabras el capitn Len Guy,

    encogindose de hombros, tres veces dio a cada slaba la notade una escala ascendente.

    -De modo- aadi,-que usted, seor Jeorling, no cree?...-Ni yo ni nadie lo cree, capitn Guy, y es usted el primero

    al que he odo sostener que no se trata de una novela.-Esccheme usted, seor Jeorling-. si esa novela, como

    usted la llama, no ha aparecido hasta el ao ltimo, no dejapor eso de ser una realidad. Si han transcurrido once aosdesde los sucesos que relata, no son por eso menosverdaderos, y se espera siempre la clave de un enigma que talvez jams ser conocido.

    Decididamente el capitn Len Guy estaba loco, y bajo lainfluencia de una crisis que produca el desequilibrio de susfacultades mentales. Afortunadamente, si haba perdido larazn, Jem West poda reemplazarle en el mando de la goleta.Por lo que a m se refiere, no teniendo otra cosa que hacersino escucharle, y conociendo la novela de Edgard Poe porhaberla ledo varias veces, senta curiosidad de saber qu ibaa decir de ella el pobre capitn.

    -Y ahora, seor Jeorling- continu con tono ms vivo yun temblor de voz que denotaba cierta excitacin nerviosa,-es posible que no haya conocido usted a la familia Pym, queno la haya usted encontrado ni en Hartford ni en Nantucket?

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    -Ni en ninguna parte- respond.-Sea; pero gurdese usted de afirmar que est familia no

    ha existido, que Arthur Gordn no es ms que un personaje,ficticio, que su viaje no es ms que un viaje imaginario! S!Gurdese usted de esto, como de negar los dogmas de nues-tra santa religin! Acaso un hombre ni aun siendo vuestroEdgard Poe hubiera sido capaz de imaginar, de inventar, decrear?...

    Notando la creciente excitacin del capitn, comprend lanecesidad de respetar su monomana y de aceptar sus dichossin discusin.

    -Por lo pronto- afirm,- retenga usted bien los hechosque voy a precisar. Son pruebas evidentes, y no hay que dis-entirlas. Usted sacar de ellas las consecuencias que guste;pero espero que no me har usted lamentarme de haberledado pasaje a bordo de la Halbrane.

    Estaba bien advertido o hice un gesto de aquiescencia...Hechos... hechos salidos de un cerebro desquiciado! Estoprometa ser curioso.

    -Cuando la relacin de Edgard Poe apareci en 1838, yome encontraba en Nueva York-continu el capitn Len Guy-Inmediatamente part para Baltimore, donde viva la familiadel escritor, cuyo abuelo haba servido como cuartel maestregeneral durante la guerra de la Independencia. Supongo queadmitir usted la existencia de la familia de Edgard Poe,aunque niegue usted la de la familia Pym?

    Guard silencio, prefiriendo no interrumpir ms lasdivagaciones de mi interlocutor.

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    -Me inform- continu- de algunos detalles relativos aEdgard Poe. Se me mostr su casa. Me present en ella. Pri-mera decepcin. Haba abandonado a Amrica en aquellapoca, y no pude verle.

    Pens que el lance era de lamentar, pues, dada lamaravillosa aptitud que Edgard Poe posea para el estudio delos distintos gneros de locura, hubiese encontrado un buentipo en nuestro capitn.

    -Desgraciadamente- prosigui ste,- no habiendoconseguido encontrar a Edgard Poe, me era imposible hablarcon l

    Arthur Gordn Pym. Este, atrevido explorador de lastierras antrticas haba muerto; y como el poeta americanodeclaraba al final de la relacin de sus aventuras, esta muerteera ya conocida del pblico gracias a las comunicaciones dela prensa diaria.

    Lo que deca el capitn Len Guy era verdad; pero, deacuerdo con todos los lectores de la novela, yo pensaba quetal declaracin no era ms que un artificio del novelista. Enmi opinin, no pudiendo o no atrevindose a dar desenlace atan extraordinaria obra imaginativa, el autor daba a entenderque los tres ltimos captulos no le haban sido entregadospor Arthur Pym, el cual haba terminado su existencia encircunstancias repentinas y deplorables, que el antor no dabaa conocer.

    -As, pues- continu el capitn Len Guy,- ausente EdgardPoe y muerto Arthur Pym, no me quedaba ms que unrecurso: encontrar al hombre que haba sido el compaero de

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    viaje de Arthur Pym, ese Dirk Peters, que le haba seguidohasta el ltimo punto de las altas latitudes, de donde amboshaban vuelto... Cmo?... Se ignora. Arthur Pym y DirkPeters, haban regresado juntos?

    La relacin no lo explica; all hay puntos obscuros. Sinembargo, Edgard Poe declaraba que Dirk Peters poda daralgunas noticias relativas a los captulos no comunicados, yque resida en Illinois. Part en seguida para Illinois, llegu aSpringfield; me inform de aquel hombre, que era un mestizode origen indio. Habitaba la aldea de Vandalia... Fui all...

    - Y no estaba?- no pude menos de responder sonriendo.-Segunda decepcin: no estaba... Desde haca algunos

    aos aquel Dirk Peters haba abandonado a Illinois, y hasta alos Estados Unidos..., para ir... no se saba dnde. Pero yo hehablado en Vandalia con gentes que le haban conocido,entre los que haba vivido ltimamente, a los que habacontado sus aventuras, sin haberse jams explicado sobre eldesenlace, el secreto del cual posee l nicamente.

    Cmo!... Aquel Dirk: Peters haba existido? Existaaun? Estuve a punto de dar crdito a las afirmaciones delcapitn de la Halbrane! S... Un momento ms y yo meembarullaba tambin.

    He aqu, pues, la absurda historia que ocupaba el cerebrodel capitn Len Guy y el trastorno intelectual a que haballegado. Se figuraba haber hecho aquel viaje a Illinois, habervisto en Vandalia a gente que haba conocido a Dirk Peters.No dudaba yo que el tal personaje hubiera desaparecido,

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    pues no existi nunca ms que en la imaginacin delnovelista.

    Sin embargo, yo no quera contrariar al capitn Len Guyni provocar en l una nueva crisis. As, es que adopt laactitud de creer lo que deca, hasta cuando aadi:

    - No ignorar usted, seor Jeorling, que en el libro sehabla de una botella, que contena un pliego lacrado, que elcapitn de la goleta en la que Arthur Pym se embarc habadepositado al pie de uno de los picos de las Kerguelen...

    - Efectivamente, as se cuenta- respond.-Pues bien; en uno de mis ltimos viajes he buscado el

    sitio en que est botella deba estar... y la he encontrado, ascomo el pliego... y el tal pliego dice que el capitn y ArthurPym haran todos los esfuerzos posibles para tocar en los ex-tremos lmites de la mar antrtica.

    -Usted ha encontrado esa botella!- pregunt yovivamente.

    -S!--Y el pliego que contena?-S!Mir al capitn Len Guy. Positivamente, como otros

    monomaniacos, haba llegado al extremo de creer sus propiasinvenciones. Estuve a punto de decirle: Veamos ese pliego...Pero me detuve. No era capaz de haberle escrito l mismo?

    Y entonces le respond:-Es realmente de lamentar que no haya usted podido

    encontrar a Dirk Peters en Vandalia. Por lo menos le hubieraa usted dicho cmo Arthur y l haban vuelto de tan lejos.

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    Recuerde usted el penltimo captulo. Ambos se encuentranante la cortina de blancas brumas... Su canoa, se ha hundidoen la catarata en el momento en que se levanta una figurahumana... Despus nada...ms que dos lneas de puntossuspensivos.

    -Efectivamente, caballero, es muy lamentable. Quinteresante hubiera sido conocer el desenlace de estsaventuras! Pero, en mi opinin, tal vez fuera ms interesanteconocer la suerte de los otros.

    -Los otros? A quines se refiere usted?-Al capitn y a los tripulantes de la goleta inglesa que

    haba recogido a Arthur Pym y a Dirk Peters despus delespantoso naufragio del Grampus, y que les condujo al travsdel Ocano polar hasta la isla Tsalal.

    -Seor Len Guy-hcele observar, como si no pusiere enduda la verdad de la novela de Edgard Poe.-Acaso aquelloshombres no haban perecido todos, los unos en el ataque a lagoleta, y los otros en un hundimiento artificial provocadopor los indgenas de Tsalal?

    -Quin sabe, seor Jeorling!- respondi el capitn LenGuy, con voz alterada por la emocin.- Quin sabe sialgunos de aquellos desdichados no han sobrevivido, sea a lamatanza, sea al hundimiento; si uno o varios han podidoescapar de los indgenas!

    -En todo caso- respond,- sera difcil admitir que los quesobrevivieran existiesen aun.

    -Y por qu?

  • L A E S F I N G E D E L O S H I E L O S

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    -Porque los hechos de que hablamos han pasado hacems de once aos..

    -Caballero- respondi el capitn Len Guy,- toda vez queArthur Pym y Dirk Peters han podido avanzar ms all delislote Tsalal, ms lejos de paralelo 84; toda vez que hanencontrado el medio de vivir en medio de las comarcasantrticas, por qu no admitir que sus compaeros, si hanresistido los golpes de los indgenas, si han tenido la fortunade ganar las islas vecinas entrevistas en el curso del viaje...,por qu, digo, esos infortunados compatriotas mos no hande vivir? Por qu algunos no han de conservar aun laesperanza de verse libres?

    -La compasin le lleva a usted muy lejos, capitn-respond, procurando calmarle.- Sera imposible.

    -Imposible, caballero! Y si existiese un hecho, si untestimonio irrecusable solicitase la atencin del mundocivilizado; si se descubriese una prueba material de laexistencia de esos desdichados, abandonados en los confinesde la tierra, se poda decir: imposible!, a quien hablase de iren su socorro?

    Y en este momento- lo que me evit responder, pues lno me hubiese odo, el capitn Len Guy, sollozando,volvise en direccin Sur, como si procurase agujerear con lamirada lejanos horizontes.

    En resumen: yo me preguntaba en qu circunstancia desu vida el capitn Len Guy haba cado en tal perturbacinmental. Era un sentimiento de humanidad, llevado hasta lalocura, el que le impulsaba a interesarse por unos nufragos

  • J U L I O V E R N E

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    que nunca haban naufragado, por la sencilla razn de quenunca haban existido?

    El capitn Len Guy se acerc a m, coloc una de susmanos sobre mi hombro y murmur a mi odo:

    -No, seor Jeorling, no! En lo que se refiera a latripulacin de la Jane, aun no se ha dicho la ltima palabra!.

    Y se retir.La Jane era, en la novela de Edgard Poe, el nombre de la

    goleta que haba recogido a Arthur Pym y a Dirk Peters sobrelos restos del Grampus, y por primera vez el capitn Len Guyacababa de pronunciarla al final de nuestra conversacin.

    -El capitn de la Jane se llamaba tambin Guy- pens,- elnavo era ingls, como ste... Qu consecuencia, puedededucirse de esta semejanza...? El capitn de la Jane no havivido ms que en la imaginacin de Edgard Poe..., mientrasque el capitn de la Halbrane est vivo... bien vivo... Ambostienen de comn este nombre, muy corriente en la GranBretaa... Pero sin duda cita identidad de nombres haturbado el cerebro de nuestro desdichado capitn. Se habrfigurado que pertenece a la familia del capitn de la Jane. S!Est es la cansa que lo ha llevado al extremo en que est, y lade que compadezca de tal modo la suerte de los imaginariosnufragos!

    Hubiera