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Presentación 3

Cultura de paz con rostro de mujer

Las mujeres, promotoras de paz 8Antonio ArAmAyo tejAdA

Bolivianas en la historia: ideales, servicios y luchas

AnA mAríA LemA GArrett 13

De mujeres y hombres estamos hablando 19yecid ALiAGA BAdAni

Las mujeres y la construcción de

una cultura de paz y respeto 24mAritzA jiménez BuLLAín

La inequidad también se mide en noticias 28VAniA SAndoVAL ArenAS

Municipios, mujeres y poderes locales 33mArtín Pérez BuStAmAnte

Conflicto, género y agua en una

comunidad rural de Bolivia 38Víctor HuGo PerALeS mirAndA

Las mujeres indígenas en el conflicto 42mAriA euGeniA cHoque quiSPe y

mónicA mendizáBAL rodríGuez

Exposición itinerante: 1000 Mujeres de paz 49GLoriA eyzAGuirre LLAnque

La paz en perspectiva de género 52mA. LourdeS zABALA cAnedo

Portadoras de paz en entornos de conflictos 58oLenkA ocHoA

1000 Mujeres por la paz 63mAríA juLiA moreyrA

BiBlioteca / Librero UNIR 66

www destacados 68

ContenidoRevista de la Fundación UNIR Bolivia para promover el diálogo, la gestión de conflictos, la comunicación y el desarrollo de ciudadanía intercultural, con las transversales de interculturalidad y bien común.

Año 5, Nº 8, agosto a diciembre de 2010

Antonio Aramayo Tejadadirector ejecutivo

María Soledad Quiroga TrigoGerenta del Área de información,

análisis y transformación de conflictos

Guillermo Roca RocaGerente del Área de desarrollo

de capacidades en diálogo y Gestión de conflictos y ciudadanía

Apolinar Escóbar FernándezGerente Financiero administrativo

Gabriela Ugarte BorjaJefa de la Unidad de Prensa y Promoción

Iván Barba Sanjinezedición general

ilustracionesJuan José Serrano y María Isabel Blacutt

[email protected]

Jorge Dá[email protected]

diseñoSALINASáNChEz

www.salinasanchez.com

Fundación Unir Boliviadistrital Uno: La Paz - El Alto

Sede: Ciudad de La PazAv. 6 de Agosto Nº 2528

Tel. (+591-2) 2117069 - 2119767 2110665 - 2115096

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ISSN: 1991-9506Depósito legal: 4-3-88-06

Primera impresión de 5.000 ejemplares

www.unirbolivia.org

Las actividades que realiza la Fundación UNIR Bolivia cuentan con el respaldo de una canasta de fondos conformada con el apoyo financiero

de las cooperaciones de Holanda, suecia y suiza, así como de christian aid y trócaire.

Presentación

E ste número de la revista institucional LAZOS está dedicado

a los papeles que las mujeres de nuestro país y del mundo

asumen frente a los conflictos y a la violencia, ya sea directa,

estructural o cultural-simbólica.

Antonio Aramayo destaca esa respuesta múltiple de las mujeres

ante las situaciones de conflicto, y la desproporción de la minoritaria

participación femenina en los procesos de negociación. Ana María

Lema presenta datos acerca de las mujeres bolivianas en la historia,

quienes sin intervenir directamente en los escenarios del conflicto

han cambiado situaciones desfavorables. Yecid Aliaga reseña los

principios del movimiento feminista en nuestro país y se pregunta

¿pueden los hombres ser feministas? Maritza Jiménez habla de la

desfavorable situación actual de las niñas y mujeres en Bolivia, aun-

que menciona también algunos avances importantes.

Vania Sandoval proporciona datos acerca de cómo, durante la

campaña de las Elecciones Generales 2009, las candidatas y la pro-

blemática de la inequidad de género fueron relegadas. Martín Pérez

describe la participación femenina boliviana en el municipio y la

estrategia llamada empoderamiento durante los 80. Víctor Hugo

Perales retrata una comunidad emplazada a orillas del Illimani; en

su sindicato de regantes las mujeres no tienen voto, pero mediatizan

las decisiones importantes. María Eugenia Choque y Mónica Mendi-

zábal reseñan lo sucedido con madres, esposas, hermanas e hijas de

las víctimas luego de los hechos de septiembre y octubre de 2003, así

como lo ocurrido el 11 de septiembre de 2008 en Pando. Gloria Eyza-

guirre habla del proyecto “1000 mujeres de paz”, que llega a nuestro

país con la exposición itinerante del mismo nombre.

María Lourdes Zabala se pregunta ¿son las mujeres más pacíficas

que los hombres? y recalca que las experiencias de las mujeres en

periodos de conflicto y posconflicto armado son un ejemplo de su

capacidad transformadora. Olenka Ochoa narra una experiencia

cercana: la resistencia civil de las mujeres frente al conflicto desata-

do en Perú con la aparición de Sendero Luminoso. Finalmente, Ma-

ría Julia Moreyra reseña en detalle la historia de “1.000 mujeres por

el premio Nobel de la Paz 2005”. “Las mujeres negocian entre grupos

enemigos; dan cuenta de las atrocidades de la guerra y reconstruyen

lo que ha sido destruido” destaca.

Al recibir y compartir experiencias contigo

nos diste ejemplo de vida con tu entereza,

desprendimiento y transparencia. Nuestro

compromiso es seguir en la senda que

caminamos juntos. Estarás siempre entre

nosotras y nosotros.

Tus compañeros y compañeras de

Noviembre de 2010

cultura de paz con rostro de mujer

¿existe una relación intrínseca entre la

perspectiva femenina y la construcción de

cultura de paz?

¿cuál es la importancia de la labor de las

mujeres en situaciones de conflicto?

¿ofrece el feminismo alternativas también

para los varones?

¿Una mayor presencia femenina en las

comisiones de negociación sería productiva?

¿cuál fue la tarea realizada por las mujeres en

pasadas situaciones de conflicto en Bolivia?

Éstas y muchas otras interrogantes hallarán

respuesta o mayor cuestionamiento a lo largo

de este número de la revista Lazos.

Pensadoras, cuestionadoras, transformadoras:

las mujeres tienen mucho que decir acerca

de los conflictos y las múltiples formas de

violencia.

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Mujeres entre la guerra y la paz

Como un segundo punto, tomando co-mo base de sustentación informes de instituciones que trabajan en la cons-trucción de paz, haré una brevísima reseña sobre el mundo que se debate entre la guerra y la paz, aproximando la lupa a la participación de las mujeres.

El portal “Medios para la Paz” esti-ma que cerca del 90% de las víctimas

de guerra en la actualidad son civiles, la mayoría de ellas mujeres, niños y niñas, en contraste con lo que sucedía anteriormente, cuando el 90% de los que perdían sus vidas era personal militar.

Aunque comunidades enteras sufren las consecuen-cias de los conflictos armados, las mujeres se ven parti-cularmente afectadas, junto con niños y niñas, debido a su condición jurídica y social de vulnerabilidad. A menudo las partes en un conflicto violan a las mujeres y en ocasiones utilizan estas violaciones sistemáticas como una táctica de guerra. Otras formas de violencia cometidas en los conflictos armados comprenden los asesinatos, la esclavitud sexual, el embarazo forzado y la esterilización forzada.

A pesar de esto, las mujeres no deben ser consideradas únicamente como víctimas de guerra dado que asumen la función fundamental de garantizar la subsistencia de la familia en medio del caos y la destrucción, y en sus comu-nidades participan activamente en el movimiento a favor de la paz. También las mujeres han desempeñado varias funciones durante la guerra y en el establecimiento de la paz, especialmente como personal médico y administra-tivo y cada vez más como observadoras de elecciones. Sin embargo, la ausencia de la mujer en las mesas de las nego-ciaciones oficiales de paz y en los procesos de adopción de decisiones sobre cuestiones relacionadas con la guerra y la paz es innegable.

El anuario 2008 de procesos de paz de la Escuela de cultura de paz de Barcelona analiza como tema especial

Las mujeres, promotoras de pazsus aportes son esenciales, tanto a nivel nacional como

internacional, en el ámbito de la defensa del desarme global

y para la transformación creativa de los conflictos.

Promotoras de paz

Un primer aspecto que deseo relevar es el papel de las mujeres como promotoras de paz, en la medida en

que sus aportes son esenciales, tanto a nivel nacional como internacional, en el ámbito de la defensa del desarme global y para la transformación creativa de los conflictos. En socie-dades divididas y polarizadas, apelando a su rol de madres, las mujeres han dado vida a diversos grupos y asociaciones que trabajan para superar las divisiones impuestas por los enfrentamientos armados y la violencia. Frente a las vio-laciones de los derechos humanos en países sometidos a dictaduras militares, las mujeres han defendido la libertad y la justicia y también se han organizado como madres de víctimas para visibilizar la verdad de lo que pasó con la des-aparición de sus hijos/as y para exigir justicia y reparación. Es decir, como señalaba Clara Zetkin en su discurso en 1915, “La batalla contra la guerra igual que la batalla por la libertad no puede librarse sin las mujeres”.

Es motivo de investigaciones y reflexión la proliferación de experiencias de construcción de paz desde la perspec-tiva de las mujeres, pero no existe correspondencia con la incorporación de las mujeres en la esfera de decisiones de políticas estructurales.

Una evidencia del creciente protagonismo de las muje-res en la construcción de la paz son los premios Nobel de la Paz concedidos en 1992 a la guatemalteca Rigoberta Men-chú, en 2003 a la iraní Shiran Evadi y en 2004 a la keniana Waangari Maathai; siendo un antecedente el concedido en 1905 a la austriaca Berta Von Suttner, por sus planteamien-tos recogidos en su libro Dejad las armas.

El año 2005, mil mujeres de todo el mundo que destacan por su compromiso y su trabajo por la paz fueron nomi-nadas al Premio Nobel –entre ellas las bolivianas Domitila Chungara, Nicolasa Machaca y Ana María Romero de Cam-pero– a iniciativa de la organización de “Mujeres de Paz en el Mundo” que surge de un grupo de diputadas suizas lideradas por Ruth Gaby Vermot-Mangold. Esta iniciativa, si bien no prosperó en la obtención del premio Nobel, logró posicionar en el mundo la presencia de la mujer en la cons-trucción de la paz.

Director

Ejecutivo de la

Fundación UNIR

Bolivia.

Abogado y

planificador,

fue consultor

de entidades

nacionales e

internacionales.

Antonio

ARAmAyo TEjADA

9

la presencia de mujeres en los procesos de negociación y la dimensión de género en los recientes acuerdos de paz, que es sumamente escasa, casi inexistente. Un cálculo realizado por esa institución sobre 33 negociaciones lle-vadas a cabo en los últimos años, que afectan a grupos armados presentes en 20 países, muestra que de las 280 personas que han intervenido en ellas sólo 11 han sido mujeres, esto es, el 4% del total. El porcentaje es algo más elevado en los equipos de negociación gubernamentales (7%), especialmente por el alto porcentaje de mujeres que componen los equipos de negociación del gobierno filipino. En la representación de los grupos armados, la presencia de mujeres es casi inexistente (0,3%), así como en los equipos facilitadores (1,7%).

Esta invisibilidad de las mujeres en las fases negociado-ras contrasta, sin embargo, con otras fases de los procesos de paz o de su preparación. Así por ejemplo, en una selec-ción de 16 centros de investigación sobre la paz de diversos países en los que se hace un seguimiento de los conflictos y se investiga sobre procesos de resolución de conflictos, de las 434 personas que trabajan en ellos como investigado-ras, un 47% son mujeres. Aunque no se puede conta bilizar, es conocido también que las mujeres suelen ser mayoría en los movimientos sociales y en las redes que ayudan a sostener los procesos de paz y en las tareas propias de la rehabilitación posbélica.

Las explicaciones para entender este inmenso desequi-librio entre la visibilidad y el protagonis mo de las mujeres en casi todo el ciclo, pero su invisibilidad en el momento de negociar, son varias. Por una parte, la carrera diplomática sigue siendo, aunque cada vez menos, un oficio masculi-no, lo que explicaría en parte una menor participación de mujeres en los equipos negociadores gubernamentales. En cuanto a los grupos armados, aunque en muchos de ellos las mujeres representan entre el 20 y el 40% de sus efecti-vos, los órganos de poder están en manos de hombres y serán estos mismos hombres los que acudirán a la mesa de negociacio nes. Esta escasa participación de las mujeres en los procesos de paz, y su reducida presencia en los equipos de facilitadores, contraviene las recomendaciones de la Resolución 1325 aprobada en octubre del año 2000 por el Consejo de Seguridad de la ONU, que instó a los Estados a velar por el aumento de la representación de las mujeres en la gestión y la solución de con flictos, así como a que el propio Secretario General nombrase a más mujeres repre-sentantes especiales y enviadas especiales para realizar mi-siones de buenos oficios en su nombre. Al finalizar 2007, de las 57 personas designadas por el Secretario General para estos cargos (sin contar los nombramientos para cargos te-máticos), sólo tres fueron mujeres, esto es, el 5,2 % del total, con funciones en Liberia y Sudán, y todas ellas nombradas durante 2007.

En el mencionado anuario se incluye un estudio de los acuerdos de paz firmados entre el 31 de diciembre de 2004 y el 31 de diciembre de 2007 que adoptó la perspectiva de gé-nero, con el objetivo de averiguar si en los acuerdos de paz firmados con posterioridad al año 2000 esta perspectiva había sido incorporada, tal y como establece la Resolución 1325.

Del análisis del contenido de los acuerdos de paz firma-dos desde 2004 se desprenden algu nas conclusiones sobre el papel que la perspectiva de género está jugando en los procesos de paz actuales como herramienta de trabajo y como práctica política.

Cabe destacar la ausencia de esta perspectiva en gran parte de los acuerdos analizados. Pero también existe un importante número de acuerdos firmados en los que apa-rece de manera explícita el contenido de género recomen-dado por los organismos internacionales. Son los acuerdos de Sudán (Sur), Burundi (FNL), Sudán (Este), Sudán (Dar-fur) y Nepal.

Los temas contemplados en estos acuerdos hacen refe-rencia a algunos de los pilares básicos de la rehabilita ción posbélica, como pueden ser las reformas institucionales o del ámbito de la seguridad,

esta invisibilidad de las mujeres

en las fases negociadoras

contrasta, sin embargo, con otras

fases de los procesos de paz

o de su preparación.

No obstante, cabe señalar que la perspectiva de género en los acuerdos de paz analizados no aparece de manera transversal, es decir, impregnando el contenido del acuer-do entero, sino que lo hace de manera puntual, mediante la mención de cuestiones concretas sobre todo referidas a la situación de las mujeres, por lo que cabría señalar que estrictamen te no se trata de acuerdos elaborados con una perspectiva de género, sino a partir de la inclusión de temas puntuales relativos a los efectos de los conflictos armados sobre las mujeres, y a la garantía de sus derechos en la fase posbélica. No puede afirmarse, por tanto, que estos acuerdos contengan una voluntad transformadora de las relaciones de género en la sociedad posbélica, si bien es destacable que la inclusión de ciertos temas (aunque sea de forma puntual) supone un punto de partida importante en este sentido.

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en su propio contenido, que recoge por primera vez en un mismo documento la necesidad de atender al impacto di-ferenciado y desproporcionado de los conflictos armados sobre las mujeres y asimismo de dar visibilidad y apoyo a las iniciativas de paz lideradas por mujeres. Y en segundo lugar, el hecho de que este documento se haya convertido en una herramienta práctica de prevención de potenciales conflictos, protección de mujeres y niñas en conflictos ar-mados y para enfatizar la participación política de la mujer en diferentes niveles de decisión.

Participación política de las mujeres en Bolivia

En el cuarto punto quiero dar algunos datos en relación a la situación de la participación política de las mujeres en Bolivia, pudiendo verificarse que se ha dado una progresiva inclusión de las mujeres en el escenario político y un incre-mento de su participación en eventos electorales:

– Las proyecciones del INE para 2005 señalaban que la población total de Bolivia estaba constituida por nueve millones y medio de personas, y las mujeres representa-ban el 50,2%.

– Según la Asociación de Concelajas de Bolivia (ACOBOL), mediante la modificación de la ley de Reforma y comple-mentación al Régimen Electoral, conocida como Ley de cuotas, se introdujo en 1997 la obligatoriedad de incluir al menos 30% de mujeres en las listas de candidaturas a elecciones nacionales. Posteriormente en 1999 se amplió esta medida al ámbito municipal y a través de la nueva Ley de Municipalidades que reconoce alternabilidad en las listas. Actualmente, mediante la Ley de Agrupaciones ciudadanas y de Pueblos Indígenas y la Constitución Política del Estado (CPE) se estipula una participación equitativa del 50% para hombres y mujeres.

– Desde la instauración de la democracia representati-va y hasta la actualidad, solo treinta y un mujeres han ocupado funciones de ministras de Estado. La primera Ministra de Estado fue nombrada en 1969 en la cartera de trabajo y desarrollo laboral.

– Al presente ninguna de las nueve gobernaciones está a cargo de una mujer.

– De los cuatro vocales que conforman el Tribunal Supre-mo Electoral una es mujer (25%).

– En la Asamblea Legislativa Plurinacional, la Cámara de Senadores cuenta con un histórico 47% de mujeres, y la Cámara de Diputados con un 25%, siendo los más altos índices de participación femenina en ambas Cámaras, según destaca ACOBOL.1 Desde la elección de 1985 has-ta la de 2005 fueron electas apenas nueve senadoras titulares, habiéndose registrado en 2002 el número de cuatro senadoras.

La Resolución 1325

Un tercer punto que quiero enfatizar tiene que ver con al-gunos antecedentes de la Resolución 1325 y con un breve análisis de la misma.

En la Plataforma de Acción aprobada por la Cuarta Con-ferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en Beijing en 1995, se determinó que los efectos de los conflictos ar-mados sobre la mujer constituían una esfera de especial preocupación que requería la atención de los gobiernos y la comunidad internacional, y se subrayó la necesidad de promover la participación equitativa de la mujer en la solu-ción de conflictos en los niveles de decisión.

En 1998, durante su cuadragésimo segundo período de sesiones, la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de Naciones Unidas examinó la cuestión de la mujer y los conflictos armados y propuso que los gobiernos y la comunidad internacional adoptaran nuevas medidas para acelerar la consecución de los objetivos estratégicos de la Plataforma en esta esfera, incluida la incorporación de una perspectiva de género en todas las políticas y los programas pertinentes. Entre las conclusiones convenidas, resaltan medidas orientadas a atender las necesidades y preocupa-ciones concretas de las refugiadas y las desplazadas, a au-mentar la participación de la mujer en el mantenimiento y consolidación de la paz y en la adopción de decisiones con anterioridad y posterioridad a los conflictos, así como en la prevención de los mismos.

El 31 de octubre se cumplen nueve años de la apro-bación por parte del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de la Resolución 1325 sobre las Mujeres, la Paz y la Seguridad. Casi una década, tiempo suficiente para hacer una valoración sobre qué ha supuesto esta resolución cuya aprobación marcó un punto de inflexión al incorporar la perspectiva de género a los diferentes procesos y ámbitos de la agenda de paz de las organizaciones internacionales, especialmente de Naciones Unidas, poniendo sobre la me-sa dos cuestiones fundamentales: por una parte, la impor-tancia de visibilizar las contribuciones que a lo largo de la historia las mujeres han hecho a la construcción de la paz y, por otra, la necesidad de abandonar los análisis neutrales al género a la hora de evaluar cómo los conflictos armados impactan en hombres y mujeres.

La Resolución 1325, por su propio proceso de gestación, así como por todo el transcurso posterior de acontecimientos, se convierte en una herramienta básica para la construcción de la paz desde una perspectiva de género y en una propuesta dinámica y de presión política, puesto que el cumplimiento de lo establecido por la Resolución es un compromiso exigi-ble a los Estados miembros de Naciones Unidas.

La importancia de esta resolución se ve reflejada bási-camente al menos en dos dimensiones. En primer lugar

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– Las elecciones municipales de 2004, cuantitativamente hablando, fueron muy importantes, ya que permitie-ron que 343 mujeres llegaran a la ti-tularidad de los respectivos concejos municipales sobre un total de 1.808 concejales.

– En las elecciones departamentales y municipales de abril de 2010, 21 alcal-desas fueron electas en los 337 muni-cipios del país; lo cual significa el 6,2% del total. Dos de ellas fueron elegidas en ciudades capitales de departamen-to, en Oruro y Cobija. En relación a las elecciones de diciembre de 2004, exis-te un avance significativo, pues en ese año las electas fueron sólo 14, según el cómputo oficial presentado por la Corte Nacional Electoral.2

– La participación de la mujer en la Asamblea Constituyente no deja de ser interesante, tuvo como presidenta a Silvia Lazarte, ex ejecutiva nacional de la organización de mujeres indíge-nas Bartolina Sisa y de los 255 asam-bleístas que representaron la diversi-dad social y cultural de Bolivia; hubo una presencia de 88 mujeres (34,5%).

En cuanto a la participación en la transformación de conflictos las mujeres juegan papeles importantes a nivel local y sectorial, pero su presencia en niveles de decisión es aún escasa.

A manera de ejemplo, tomamos por su importancia el largo y difícil proce-so de aprobación de la nueva CPE cuya etapa final tuvo dos fases: la de Cocha-bamba desplegada entre el 18 de sep-tiembre y el 5 de octubre de 2008, y la fa-se del Congreso Nacional cuya duración se prolongó del 8 al 21 de octubre del mismo año, fases que estuvieron ante-cedidas por cinco experiencias fallidas de concertación y por hechos de presión y violencia.

En el diálogo en la capital del valle se instalaron dos mesas: una referida al régimen constitucional de autonomía y otra, a la negociación sobre el IDH; en ninguna de las mesas hubo participación de mujeres.

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En la fase del Congreso se conformó la mesa de nego-ciación compuesta por 18 delegados de los partidos polí-ticos que conforman el Congreso, de los cuales 17 fueron hombres y sólo hubo una representante del MNR, partido que decidió participar los últimos días. En esta fase, como todos conocemos, se llevaron a cabo las mesas paralelas que jugaron un rol estratégico y contaron con la participa-ción continua de nueve hombres y una sola mujer, Teresa Morales, en representación del gobierno.3

La participación política femenina,4 ha sido cuantitati-vamente mayor en los espacios municipales que en los re-gionales y nacionales y ha enfrentado diversos obstáculos que han hecho que este proceso no sea estable.

Sin embargo, debo remarcar que esta progresiva inclu-sión es fruto de un trabajo comprometido, valiente y per-severante de las mujeres bolivianas y de sus organizaciones representativas tanto a nivel urbano como rural.

Trabajo de la Fundación UNIR Bolivia en la promoción de la participación femenina

La Fundación considera que la necesidad de visibilizar la participación igualitaria de la mujer en la transforma-ción de conflictos y la promoción de los mecanismos de inclusión en la creación de políticas de paz y seguridad conjuga con nuestra Misión institucional que plantea trabajar en ámbitos de la comunicación, ciudadanía in-tercultural, diálogo y transformación de conflictos con la finalidad de contribuir a la construcción de un país uni-do, intercultural y equitativo. UNIR reconoce como ejes transversales de todo su accionar a la Interculturalidad, entendida como la interacción equitativa entre diver-sas visiones y prácticas sociales, económicas, políticas y culturales, que implica la igualdad efectiva de derechos y obligaciones para sujetos individuales y colectivos, y al Bien Común, entendido como el conjunto de valores, condiciones y prácticas que permiten un desarrollo in-tegral de todos los miembros de la sociedad, realizando plenamente sus potencialidades y asegurando el cum-plimiento de sus derechos individuales y colectivos.

La Fundación ha ido construyendo metodologías que permiten trabajar eficazmente en espacios dialógicos que parten de la premisa fundamental de que la relación entre seres humanos, en su diferencia, puede construir visiones compartidas y generar conocimientos nuevos que emerjan del encuentro, del reconocimiento y del respeto mutuo, y que estos espacios como encuentro de “diferentes” inclu-yen la diferencia de género, entendiendo que las “diferen-cias” por sí mismas no provocan desigualdad, sino que la desigualdad o inequidad son producto de la valoración social de esas “diferencias”.

En la experiencia dialógica se cuestionan los paradig-mas que sustentan las sociedades verticales, patriarcales y violentas, partiendo de la horizontalidad que otorga un espacio de interacción guiada por principios humanistas.

La de-construcción social de la percepción de las dife-rencias en tanto generadoras de prejuicios y estereotipos es parte del proceso dialógico de manera que, por ejemplo, la idea de que al género masculino le subyace el poder no tiene cabida en un proceso en el que se parte de la equidad en tan-to encuentro sensible y no violento entre seres humanos.

En lo operativo, las propuestas metodológicas de los procesos de diálogo se diseñan a partir de una visión holista que se basa en el ser humano de manera genérica. En los procesos de diálogo se prioriza la presencia de parejas con-formadas inter-género como facilitadores y la presencia de participantes inter-género de forma equitativa en cuanto a número.

En esa medida, entre el 2007 y 2009 de 2.566 promotores capacitados en transformación de conflictos el 48,13% son hombres y el 51,87% mujeres.

En los 175 procesos de diálogo en seis departamentos, cada proceso de ocho sesiones, han participado 2625 per-sonas, de las cuales el 70% fueron mujeres.

Durante la primera quincena de octubre de 2009, se llevaron adelante una serie de Diálogos ciudadanos pre-paratorios para el Foro Nacional “Mujeres y Hombres par-ticipando en la Transformación de Conflictos y en la Cons-trucción de Paz”, organizado por el Club de Madrid y la Fundación UNIR Bolivia. En estos diálogos en La Paz, Santa Cruz, Cochabamba, Sucre y Tarija participaron 150 mujeres líderes de diversa procedencia y de ámbitos públicos y privados.

1 http://www.acobol.org.bo/portal/default.asp?cg2=306

2 Fuente: Federación de Asociaciones municipales de Bolivia

(FAM - Bolivia).

3 Fuente: Del conflicto al diálogo - Memorias del acuerdo

institucional, Romero, Borth y Peñaranda.

4 Según el informe de la Coordinadora de la Mujer (diciembre, 2007).

la necesidad de visibilizar la

participación igualitaria de la mujer

en la transformación de conflictos y

la promoción de los mecanismos de

inclusión en la creación de políticas

de paz y seguridad conjuga con

nuestra Misión institucional

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En los últimos años, la historiografía sobre mujeres ha avanzado considerablemente en América Latina, desde

México hacia el sur. Siguiendo los pasos de la historiografía europea de los años 70 y 80, las investigaciones se han inte-resado en los ámbitos de la vida cotidiana y específicamen-te la vida privada: los matrimonios, la sexualidad, la vida familiar. Aportes interesantes resultaron de ellas en México y en Perú, por ejemplo.

En Bolivia, hasta hace relativamente poco tiempo, las investigaciones sobre mujeres se limitaban al género bio-gráfico enfocado en personajes heroicos. Varios títulos hicieron referencia a mujeres que participaron en la ges-ta libertaria, como la chuquisaqueña Juana Azurduy de Padilla o la paceña Vicenta Juaristi Eguino, cuyas vidas dieron lugar a numerosas biografías y estudios. Algunas investigaciones sobre el periodo colonial pusieron en evi-dencia el papel económico de las mujeres, por ejemplo en el ámbito del servicio doméstico y sus relaciones con las élites, como lo manifiestan Luis Miguel Glave, Ann Zulawski y Clara López Beltrán, entre otros autores. En la actualidad, algunos estudiosos han prestado atención a varias mujeres que se han destacado, en estos últimos años, en el marco de los movimientos sociales, en la lucha por derechos sociales. Así lo reflejan las biografías de diri-gentes sindicales publicadas por CIPCA o los estudios de Spedding y Arnold.

En los años 90, fruto del trabajo del grupo de investi-gadores llamado “Coordinadora de Historia” e impulsado por la Subsecretaría de Asuntos de Género, un conjunto de 17 publicaciones trajo nuevas luces sobre las llamadas “protagonistas de la historia”, tanto mujeres destacadas con “nombre y apellido” en las artes o la política como persona-jes colectivos (monjas, hacendadas o rebeldes). Reciente-mente, a pedido de la Coordinadora de la Mujer, una red de instituciones que trabaja desde una perspectiva de género elaboramos un panorama general sobre la participación de las mujeres en la historia de Bolivia: en el mismo, hicimos un seguimiento casi cronológico del desempeño de las mu-jeres en diversas etapas de la historia de Charcas, primero,

en el periodo colonial y de Bolivia, pos-teriormente, en la República, desde 1825. Se ha destacado su participación tanto colectiva como particular, de-pendiendo de la coyuntura. Son cono-cidas heroínas como Bartolina Sisa, la esposa de Julián Apaza o Tupac Katari en las rebeliones paceñas de 1781; Jua-na Azurduy de Padilla durante la gue-rra de Independencia, quien dirigió las tropas patriotas en Chuquisaca; o bien

Lidia Gueiler Tejada, barzola (militante del Movimiento Nacionalista Revolucionaria) de primera hora que llegó a la presidencia de la República en el complejo proceso de retorno a la democracia, allá en 1980.

Sin embargo, estas mujeres no salieron al frente de los de-rechos de las mujeres como otras protagonistas de nuestra historia. Se destacaron durante procesos de luchas políticas y sociales, logrando avances importantes con su participación.

Si se trata de destacar el papel de las mujeres en la cul-tura de paz, sería paradójico hablar de luchas y guerras, de conflictos y peleas… Es precisamente lo que ha ocurrido en estos últimos años, cuando las conmemoraciones de los Bi-centenarios de los procesos que nos llevaron a la Indepen-dencia están despertando la curiosidad por ver qué pasaba con las mujeres. Numerosos artículos y estudios se han de-dicado al tema, que podemos encontrar en suplementos de periódicos, páginas web o publicaciones más académicas. Entre estas últimas, cabe destacar el importante aporte de María Luisa Soux sobre mujeres en La Paz.

En estas páginas, nos interesa destacar la figura de algu-nas mujeres que, sin intervenir directamente en escenarios conflictivos, han logrado cambiar situaciones que desfavo-recían a las mujeres, a grupos específicos o bien a la socie-dad en su conjunto. Los grupos que hemos identificado son los siguientes: – Mujeres apoyando a soldados– Mujeres dedicadas a la beneficencia– Mujeres en lucha por los derechos de las mujeres

Bolivianas en la historia: ideales, servicios y luchas1

nos interesa destacar la figura de algunas mujeres que,

sin intervenir directamente en escenarios conflictivos, han

logrado cambiar situaciones que desfavorecían a las mujeres,

a grupos específicos o bien a la sociedad en su conjunto.

Historiadora e

investigadora.

mUSEF Sucre

- Carrera de

Historia, USFX,

Sucre.

Publicó varios

libros y artículos.

AnA mAríA

LEmA GARRETT

14

La guerra con rostro de mujer

En las numerosas guerras que ha vivido Bolivia, las mujeres nunca dejaron de es-tar presentes, sea al frente, en el combate o en la retaguardia, prestando apoyo a los soldados. En las dos guerras más cruen-tas que ha vivido la República, dos tipos de mujeres se destacaron por la solida-ridad que demostraron hacia sus com-pañeros, de cerca o de lejos: las rabonas en la Guerra del Pacífico (1879-1880) y las madrinas en la Guerra del Chaco (1932-1935).

Desde mediados del siglo XIX, el Esta-do boliviano reconoció la existencia de las “vivanderas” en el seno del Ejército. Estas mujeres se dedicaban a dar alimen-to a los soldados, aunque, en realidad, eran sus compañeras y posiblemente también de los oficiales. Más adelante conocidas como rabonas, sus tareas eran, según un documento del siglo XIX, “de cocina y sexo”. A veces fueron descritas de manera despectiva, a veces con ca-riño y admiración. Si bien su presencia en el Ejército escandalizaba a la sociedad criolla-mestiza, varios caudillos militares toleraron e incluso celebraron su presen-cia en las filas.

Su participación más destacada fue durante la Guerra del Pacífico (1879-1880), en la que combatieron al lado de los soldados bolivianos. Sin embargo, su presencia fue proscrita en la posguerra, en el marco de una reforma militar, pues se consideraba que formaban parte del pasado.

Durante la guerra del Chaco, las mu-jeres tuvieron que asumir otros roles, lle-nando los espacios dejados por el género masculino cuyos representantes (alrede-dor de 50.000 hombres) partieron al fren-te. En estas circunstancias, las mujeres se transformaron, momentáneamente en algunos casos, y definitivamente en otros, en jefes de hogar, asumiendo la res-ponsabilidad de la manutención de sus familias. De esta manera, ingresaron a al-gunos ámbitos laborales donde no acce-dían en el pasado y consolidaron algunos espacios ya ganados anteriormente, co-

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mo en la educación y la salud. También se convirtieron en empleadas de casas comerciales o secretarias. En el campo, las mujeres tuvieron que sacar adelante, solas o con sus hi-jos pequeños, las actividades productivas y comerciales.

En las ciudades, muchas mujeres se organizaron en ligas para prestar apoyo y ayuda a los soldados que partieron al frente y a sus familias. En Santa Cruz recordamos a las Damas de la Misericordia, las Damas de la Liga Filial del Progreso y las Damas de la Cruz Roja.

Varias instituciones se fortalecieron con el fin de prestar ayuda a los soldados y a sus familias: La Cruz Roja Bolivia-na, que existía desde el siglo XIX, estableció un cuerpo de enfermeras; el Ateneo femenino organizó dos legiones: una de señoritas y otra de clase popular y las dotó de uniformes. Los colegios, ligas, asociaciones de damas se organizaron para ofrecer a los soldados escarapelas, galletas, cigarrillos. También hicieron campañas para recolectar ropa, confec-cionaron uniformes, ropa interior, sábanas, mosquiteros.

Las madrinas de guerra, cuya existencia fue formalmen-te reconocida por el Ministerio de Guerra en julio de 1932, se dedicaban a visitar las familias de los movilizados y a leer y redactar cartas por ellos, una tarea a la que apoyaban muchas colegiales y maestras. También cosían ropa, envia-ban encomiendas y medicinas, visitaban a los heridos con presentes, recibían a los evaluados y despedían a los movi-lizados. El apoyo eran tanto moral como material.

Para ello, era preciso contar con recursos. Ese fue el pro-pósito de las kermeses y demás actividades organizadas por la Sociedad Patriótica de Señoras, que agrupaba a las mujeres de la alta sociedad paceña, recolectando fondos.

Otro grupo de mujeres cuyo desempeño se destacó en este periodo fue el de las religiosas, sea desde las ciudades del interior o en el mismo frente, en la ciudad chaqueña de Villa Montes.

Dicha labor era reconocida por la sociedad, como cita la prensa de la época: “Las mujeres están llevando una labor cuya magnitud no es posible todavía medir; esta poderosa fuerza espiritual que parte el alma de las mujeres bolivianas sea también el arma formidable e incruenta de la defensa nacional” (El Diario, 11.VII.1934 citado en Seoane y Durán, 1997: 74).

La beneficencia: tarea, deber y compromiso

Algunas mujeres criollas de las clases más acomodadas se preocuparon por problemas sociales permanentes, como la pobreza, la falta de educación y de acceso a la salud. Entre las iniciativas más significativas se destacó la creación de la Sociedad de Beneficencia de Señoras de La Paz, que tuvo vigencia entre 1871 y 1886. En el directorio se encontraban dos mujeres destacadas: Modesta Sanjinés y Natalia Pala-cios. Esta sociedad organizó una botica casera, asistía con

víveres a los pobres, socorría a los enfermos y a los presos en las cárceles.

Muchas mujeres se dedicaron a actividades de carácter social, como la educación y la salud, sin haber recibido necesariamente una formación al respecto; lo hacían sim-plemente por la necesidad y por vocación. En general, las circunstancias las llevaron a estas actividades. La filantro-pía fue uno de los ámbitos en los que se desempeñaron exitosamente. Por ejemplo, en 1932, se fundó la primera escuela para ciegos, y en 1933, se organizó la Asociación Fe-menina Pro Defensa de la Patria. Los cañones de la guerra ya estaban sonando.

Un reciente trabajo de Laura Escobari escudriña la histo-ria de la sensibilidad femenina en la primera mitad del siglo XX y su aplicación en el ámbito de la atención a la niñez abandonada. La compasión y atención a demandas ajenas coincide con el ideal femenino de bondad, generosidad, altruismo, caridad y virtud fueron fomentados por la Iglesia católica, dice la autora. Fue paralelo a la voluntad creciente de independencia con relación al universo masculino y propició el acercamiento hacia los sectores más necesita-dos como los niños abandonados y los huérfanos. Uno de los sectores más demandantes de esta atención era el de los niños huérfanos, abandonados2 y desamparados, cuyo nú-mero aumentó en tiempo de guerra. Por tanto, el trabajo en orfanatos y sociedades de beneficencia fue una actividad honrosa para las mujeres de clase alta, por ejemplo, en el que se realzaba la figura materna de las mujeres.

Los escenarios del cambio

A principios del siglo XX, los gobiernos liberales (1899-1920) pusieron en marcha una reforma educativa que con-sideró la necesidad de dedicarse a aspectos anteriormente marginados: la educación técnica, la educación indígena y la educación de las mujeres.

En 1906, el presidente Ismael Montes creó el primer Co-legio Primario de Niñas, con profesoras extranjeras. Entre tanto, las maestras bolivianas se estaban formando en Chi-le. Luego, con la creación de la Escuela Normal de Sucre, en 1909, la formación de los y de las maestras fue local. Posteriormente, se crearon nuevos colegios, entre ellos el

Muchas mujeres se dedicaron a

actividades de carácter social,

como la educación y la salud, sin

haber recibido necesariamente

una formación al respecto;

lo hacían simplemente por la

necesidad y por vocación

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Colegio María Gutiérrez Moscoso en la ciudad de Sucre, que fue el primero para señoritas en el ciclo secundario, y otros similares en varias ciudades del país. En 1912, dicho colegio tomaría el nombre de “liceo”.

Las maestras egresadas de la Escuela Normal se convir-tieron en las portavoces de los nuevos ideales femeninos: la educación y la formación como un camino hacia la emanci-pación. Poco a poco, las universidades también empezaron a recibir mujeres en sus aulas, y éstas se graduaron como profesionales, como dentistas, cirujanas o abogadas.

En estos años empezaron a llegar los ecos de diversas ideologías, desarrolladas sobre todo en Europa, que fueron difundidas por medio de la prensa y de libros. Entre ellas se destacaron el anarquismo y el feminismo. En varias ciu-dades del país se publicaron revistas que reivindicaban las ideas iniciales del feminismo. En 1921 apareció el primer número de Feminiflor, publicación gestada desde el Cen-tro Artístico e Intelectual de Señoritas de Oruro, fundado en 1921. En 1929 apareció la revista Iris en Cochabamba; el mismo año se publicó la revista Ideal Femenino y al año siguiente, La Aspiración.

En 1923 las intelectuales se organizaron en el Ateneo Femenino, para compartir inquietudes en torno a los de-rechos de las mujeres bolivianas. El órgano del grupo era la revista Eco Femenino. En 1929 se llevó a cabo el primer congreso del Ateneo, en el cual se desarrollaron las ba-ses ideológicas de la institución: la liberación femenina, el derecho a la cédula de identidad, el derecho a disponer de su herencia y a conseguir una paternidad responsable; también denunciaba a la ideología patriarcal como res-ponsable de las guerras y de los conflictos en tiempo de paz. En resumen, pretendían liberación e independencia económica. Sin embargo, esta organización se centraba sobre todo en los planteamientos de las élites femeninas, que reclamaban el derecho al voto, pero únicamente para las mujeres letradas. Otras publicaciones de mujeres apa-recieron en esa época:

– La revista Índice, publicación de cultura y acción social femenina del Ateneo Femenino, en 1927.

– Excelsior, la revista del Liceo de Señoritas de La Paz, en 1927.

– La revista Atenea y Claridad, de María Gutiérrez Moscoso.– En 1929 María Vargas Quiroga publica Los reflejos y an-

helos por la elevación moral y cultural de la mujer. – La revista femenina Nosotras, fundada por María Lijerón

Valdiva en 1939.

Paralelamente a este proceso, en 1927 se fundó el Sin-dicato Femenino de Oficios Varios, integrado por mujeres anarquistas: Rosa Rodríguez de Calderón, Susana Rada, Fe-lipa Aquize, Catalina Mendoza. Posteriormente, la organi-zación tomó el nombre de Federación Obrera Femenina (FOF) y luchó al lado de la Federación Obrera Local (FOL). Este ente aglutinador del proletariado femenino estuvo vinculado al artesanado y al comercio más que al ámbito fabril. Pero feministas y obreras no se llevaban bien, al no luchar por las mismas causas.

Una conquista concreta: el derecho al divorcio

Ante la precaria situación de muchos matrimonios y la ausencia de normas que protegieran a las mujeres, consi-deradas entonces como propiedad de sus maridos, muchas optaron por la fuga, abandonando sus hogares.

Ya en 1926, el Ateneo Femenino planteó el derecho al divorcio, pero éste recién fue promulgado en abril del año 1932, luego de acalorados debates en la prensa y en el Parla-mento. La Iglesia católica, que a duras penas aprobó la Ley del Matrimonio Civil en 1911, fue uno de los principales sectores que se opuso a la Ley del Divorcio Absoluto.

En el primer año de vigencia de la ley, 400 casos de di-vorcios fueron llevados a los tribunales, de los cuales el 55% fueron demandas interpuestas por mujeres, lo cual suscitó algunas reacciones violentas por parte de los maridos. Este fenómeno provocó de nuevo la reacción de la Iglesia cató-lica, a través de su portavoz, Monseñor Pierini, que preten-dió, sin éxito, crear una suerte de ghetto para divorciados.

En busca de los derechos políticos

En el año 1934 se llevó a cabo una campaña con el objetivo de recolectar firmas para poner en vigencia el sufragio fe-menino, pero no tuvo éxito debido a la Guerra del Chaco.

Durante el gobierno del presidente David Toro, se apro-bó un decreto de 102 artículos que reconocía los derechos civiles y políticos de las mujeres. Sin embargo, los debates parlamentarios acerca del grado de instrucción de las su-fragistas o electoras postergaron la aplicación del decreto. Recién en 1944, durante el gobierno del presidente Gual-

ante la precaria situación de

muchos matrimonios y la ausencia

de normas que protegieran a las

mujeres, consideradas entonces

como propiedad de sus maridos,

muchas optaron por la fuga,

abandonando sus hogares.

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berto Villaroel, se adoptaron medidas de gran importancia, como que las mujeres puedan realizar trámites sin licencia marital, el reconocimiento de las uniones de hecho y los derechos de los hijos naturales y el reconocimiento de la igualdad de los cónyuges.

En 1945 se conformó un Comité de Mujeres a partir del Ateneo Femenino, la Federación Boliviana de Empleadas Católicas, la Asociación Indígena Católica y el Centro Po-lítico de Mujeres Socialistas. Este solicitó al gobierno el reconocimiento de los derechos civiles y políticos, la igual-dad de salarios y el acceso libre a la educación superior. Finalmente, en 1945, la mujer alfabetizada fue autorizada a emitir su voto en el marco de las elecciones municipales.

Esto no marcó el punto final en la lucha de las mujeres, sino el inicio de su inserción a la vida política, como elec-toras y candidatas. De hecho, llegaron a ocupar algunas alcaldías desde las elecciones de 1947 y de 1949. Los par-tidos políticos se vieron llevados a cederles espacios entre sus filas, con más éxito en unos que en otros. Por ejemplo, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) fue el más abierto en este sentido, creando comandos femeninos que cumplieron un papel importante sobre todo en momentos de crisis.

Ya en el gobierno, una de las primeras medidas que adoptó el MNR fue el voto universal que dio acceso al voto a todo boliviano mayor de edad. A partir de entonces, la participación política de las mujeres fue creciendo en ám-bitos diversos: desde los comités cívicos en el Oriente hasta las organizaciones de amas de casa mineras, en la región andina.

* * * *

Este breve paseo por los senderos transitados por mujeres bolivianas revela que, para llegar a tener un protagonismo político, ha sido necesario recorrer otros ámbitos, como de servicio a la comunidad en el sentido amplio de la palabra (a soldados, a niños, a otras mujeres). Aquello permitió una mayor visibilidad de las mujeres tanto para ellas mismas como para la sociedad boliviana.

En realidad, las mujeres siempre estuvieron presentes, en Bolivia o en cualquier lugar del mundo: no se puede explicar el funcionamiento del mundo laboral sin la par-ticipación femenina, en diferentes niveles. Otras mujeres lograron la celebridad por su vínculo con personajes po-líticos, en diversas épocas, en calidad de madres, esposas, amantes… o ¡secretarias! Otras lo fueron en calidad de au-toridades originarias, sean capitanas guaraníes o cacicas. Su participación política estuvo abocada a temas locales, pero desde los niveles más pequeños llegaron a defender temas de interés general, como en el caso del retorno a la democracia, en 1978, por ejemplo.

Hoy en día, los ámbitos en los que se destacan e inciden las mujeres se han multiplicado, así como las instituciones que se dedican a promover la equidad de género y el respeto a los derechos de las mujeres. Se han reducido brechas, las luchas han cambiado, pero las necesidades siguen siendo las mismas. Entonces, como siempre, la historia se escribe con ellas.

1 Para no recargar el texto, hemos optado por citar la menor

cantidad de nombres propios en el texto, sea de autores que

han escrito sobre el tema, sea de mujeres que se destacaron

en los ámbitos mencionados, y remitimos los lectores a la

bibliografía final.

2 Muchos abandonos estaban relacionados con las relaciones

extra matrimoniales en las que, para salvaguardar el honor de las

partes, se “sacrificaba” a los niños.

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protagonismo político, ha sido

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Entonces se trazó una línea entre hombres y mujeres, infranqueable, po-derosa. Las mujeres tuvieron que acatar leyes en cuya confección jamás partici-paron ni fueron consultadas y sus des-tinos fueron decididos y condenados a su eterna minoría: objetos delicados de gran belleza que tienen que ser protegi-dos a perpetuidad. Humillante y dolo-rosa posición que abrió un mundo de posibilidades para toda clase de abu-sos y vejaciones. Los resultados finales, señoras y señores, los vemos todos los días en noticias de crónica roja, en ca-ras, cuerpos y espíritus desvencijados, en miradas desesperanzadas, en esta-dísticas dolorosas y absurdas en plena era de iluminación y razón.

Por suerte para todas y todos noso-tros, en toda época y lugar, siempre hubo por lo menos una “loca” que, no contenta con el rol que le tocó cumplir, em-pezó a cuestionar la infamia desatada contra ellas. A veces se llamaba Juana Azurduy de Padilla, a veces Bartolina Sisa, las más veces corría sin nombre en la historia, libre de car-gas morales, incorregible e incasable, comenzando a esbo-zar las primeras ideas políticas y filosóficas del feminismo.

No sólo de mujeres es el feminismo

Y digo suerte para todas y todos, porque hay que entender de una buena vez que el feminismo no es “una cosa de mu-jeres” ni es lo opuesto al machismo. Las personas que no quisieron enterarse sobre el feminismo o se quedaron con el prejuicio de que el nombre sólo involucra a las féminas se perdieron de un movimiento ideológico, político y filo-sófico tan interesante e importante como el marxismo, el socialismo, el estructuralismo o el capitalismo.

Es así que mientras el movimiento feminista crecía en Bolivia y el mundo, también crecían los anticuerpos y la

De mujeres y hombres estamos hablandoPor suerte para todas y todos nosotros, en toda época y lugar,

siempre hubo por lo menos una “loca” que, no contenta con

el rol que le tocó cumplir, empezó a cuestionar la infamia

desatada contra ellas.

Los hombres estamos acostumbrados a escribir nuestra historia, nuestros logros con sus héroes de grandes ba-

tallas. Glorificamos a los deportistas que rompen récords imposibles, festejamos al triunfador y miramos con pena casi lastimosa al derrotado… observamos con altivez y son-risa burlona al portero del arco rival en el suelo antes de que vaya a buscar el balón que se le coló entre las piernas segun-dos antes y lo condenó a la humillación y reproche de toda una hinchada… y seguiremos escribiendo y contando las hazañas de los primeros, de los ganadores, de los fuertes, celebrando la vieja lógica dual de vencedores y vencidos dejando la puerta chica de la historia para “segundones y perdedores”, si es que acaso importan.

Así siempre fue porque la historia siempre la escribi-mos los hombres, no la humanidad, ni las personas que la componen. Sólo una mitad privilegiada (aún menos) que resalta valores vinculados a la beligerancia en desmedro de nuestra historia emocional. Y cuando la otra mitad inten-ta desvirtuar este discurso hegemónico androcéntrico, las empezamos a llamar locas, brujas, solteronas amargadas que escriben y se rebelan porque no tienen un hombre al la-do que debió ponerlas en el centro de los preceptos morales para no ir en contra de las buenas costumbres ni alterar un mundo que nos costó tanto construir.

Una línea infranqueable, poderosa

Quizá una herencia de la colonia en toda Latinoamérica –quizá de antes– es la diferencia creada entre los diseños sociales de mujeres y hombres; no pretendo descubrir ni contar las razones del momento o los momentos en que hombres y mujeres empezamos a ser tan diferentes, pero sí me parece muy importante hablar de las diferencias que escogimos. Para vivir en sociedad y en un mundo “civiliza-do” creamos leyes basadas en costumbres elevadísimas, costumbres que sobrevivieron a las mismas leyes que inspi-raron. Costumbres y posteriores leyes diseñadas por hom-bres blancos, católicos, heterosexuales, con mucho poder y que además vivían en las ciudades.

Estudió ciencias de

la comunicación

y se graduó de

la International

Council for Adult

Education (ICAE)

con sede en Canadá.

Es investigador y

miembro del equipo

Avances de Paz,

especializado en el

diseño de políticas

de prevención y

tratamiento de la

violencia basada en

género.

yecid ALIAGA

BADANI

20

maquinaria para mantener el estatus quo. Los hombres descubrimos muchas formas para desvirtuar este movi-miento: lo catalogamos como un movimiento peligroso de lesbianas radicales, marimachas que querían invertir los roles impuestos a hombres y mujeres, es decir que, no contentas con ser las más bellas, ahora querían también ser las más fuertes, y claro, el pánico empieza a cundir pues caeríamos en desgracia, ahora nos tocaría cuidar de la ca-sa, los niños, la cocina, la lavandería. No más mundo para nosotros, la mujer hereda la tierra. Y fueron poderes bien establecidos como los medios de comunicación y las dife-rentes iglesias quienes se encargaron de difundir la mala nueva: hay que tener cuidado con esta nueva plaga, pues sólo desgracias y malas noticias podía traer, iba en contra de todas las tradiciones y principios morales. El miedo es una herramienta poderosísima para hacer que las cosas no cambien y qué cosa peor que tener que convertirse en una mujer y asumir sus roles.

Adela Zamudio, poetiza emblemática nacida a media-dos del siglo XIX en Cochabamba, quien tuvo la suerte de asistir al colegio hasta tercero de primaria, pues era la máxi-ma educación que se le ofrecía a la mujer en esos tiempos –cuya obra me es familiar gracias al antimachismo de mi madre y su excelente memoria– en una de sus estrofas de su “Nacer hombre” recitaba:

(…)Una mujer superior

en elecciones no vota,y vota el pillo peor,

(permitidme que me asombre)con sólo saber firmar

puede votar un idiota,porque es hombre

Él se abate y bebe o juegaen un revés de la suerte;ella sufre, lucha y ruega;ella se llama ¿ser débil?

Y él se apellida ¿ser fuerte?porque es hombre

(…)

La sociedad conservadora de la ciudad del Tunari atribu-yó el sentido de las estrofas a alguna decepción amorosa: su seudónimo “Soledad” reflejaba un largo y penoso solterío. Hasta el día de su muerte en 1928, su obra y pensamiento siempre estuvo plagado de una luz de igualdad y reivindi-cación de las clases más oprimidas. Desde su pedestal en la Escuela Fiscal de Señoritas en Cochabamba al que accedió después de que el Partido Liberal subiera al poder a finales del siglo XIX, denunció la injusticia social y fue incansable

luchadora por la emancipación social e intelectual de la mujer sin renunciar a su feminidad. Esta rebeldía le valió numerosos enemigos en las cúpulas eclesiásticas y generó un célebre debate nacional, los historiadores cuentan que al final la mayoría de los escritores importantes de la época se solidarizó con la gran poetisa nacional. ¿Habrán sido éstos nuestros primeros feministas bolivianos?

Viejos debates dejan puertas abiertas para nuevos de-bates, así como territorios ganados abren muchos más flancos: ¿Pueden los hombres ser feministas? Entonces empezamos a preguntarnos si la lucha del feminismo es contra los hombres o simplemente contra la ignorancia y la injusticia. Desglosamos los males del machismo y sus alcances y nos damos cuenta de que no sólo afecta la vida de las mujeres, sino que también aflige y moldea la vida de los hombres…

De masculinidad y masculinidades

En los años 70, los primeros estudios sobre masculinida-des, o “men studies” en inglés por ser los precursores, son realizados por grupos de hombres desde la academia con un discurso y una plataforma feminista. Comienzan a es-tudiar las dinámicas propias que permeaban la vida de los varones y el proceso de construcción sociocultural de su género. Por supuesto que desde diferentes perspectivas, Julio César Gonzales Pagés, Coordinador General de la Red Iberoamericana de Masculinidades describe algunas:

a) Perspectiva conservadora o fundamentalismo machis-ta: basada en que el rol masculino tiene su fundamenta-ción en la naturaleza biológica y en el dictamen religioso de que “así sea”, esta perspectiva defiende los roles tra-dicionales de ambos sexos y sus defensores extende-rán su lucha contra los derechos de los homosexuales, inmigrantes, minorías y cualquier otra manifestación “deformada” y diferente a lo que conocen.

b) Perspectiva de los derechos masculinos (de los 80): este movimiento fue integrado tanto por varones que defen-dían los derechos patriarcales como por hombres parti-darios de derechos igualitarios. “Si el feminismo sirvió como plataforma reivindicatoria de los derechos de las mujeres, será una posición de reclamo sobre derechos usurpados a los hombres como:– poder demandar a las mujeres por su violencia in-

visible,

Viejos debates dejan puertas

abiertas para nuevos debates, así

como territorios ganados abren

muchos más flancos: ¿Pueden los

hombres ser feministas?

21

– romper el monopolio feminista so-bre las investigaciones de género,

– lograr la custodia de los hijos en ple-na igualdad legal con las mujeres y

– tener derecho a una ley de paterni-dad plena”.

c) Perspectiva mitopoética: inspira-da por el poeta estadounidense Ro-bert Bly a partir de la búsqueda del reencuentro de la energía masculina en tiempos de “feminización” de los hombres.

d) Perspectiva profeminista: a prin-cipios de los años 70, asociada a los movimientos por los derechos civiles, constituidos generalmente por varo-nes de sectores medios que formaron una postura positiva ante el cambio en las mujeres y “bebieron del feminismo de la igualdad”.

Las diferentes corrientes y estudios abrieron un amplio panorama, encuen-tros y disidencias a la orden del día, a mayor debate mayor estudio y más ar-gumentos, más razón y menos tradición sin sentido. Como todo movimiento creó sus propios polos y uno de ellos empezó a tratar de desvincularse del feminismo y a confrontarlo, como si fueran cosas dife-rentes, como si las masculinidades fueran sólo una y no miles, como si tuvieran una plataforma teórico-ideológica propia y no fueran simplemente un aporte al femi-nismo, una mirada fresca que involucra a hombres y también a mujeres. ¿Mas-culinidades frente a feminismo? No tiene razón de ser, a no ser para darnos cuenta que uno es sólo parte del otro, un comple-mento, un aporte, otra mirada más.

Nuestras masculinidades

En Bolivia, hablar de masculinidades es relativamente nuevo. Algunas institucio-nes vienen trabajando la temática hace ya algunos años y, junto con el movimiento de Avances de Paz, tuvimos la suerte de trabajar contra la violencia basada en gé-nero desde hace unos cinco años, con la apuesta de involucrar no sólo a mujeres, sino también a hombres como parte fun-

22

damental del cambio y ampliar la mirada. Recién este año empezamos a hablar de masculinidades, pero la experiencia de las mujeres que lideran el grupo ya trataba la equidad de género con enfoque de género. Y claro, a quitarnos los prejui-cios de a poco y desaprender un montón de cosas que dába-mos por sentado para mirarnos de nuevo y luego las luchas internas, los conflictos con uno mismo y con la sociedad. No fue fácil para nadie y no es fácil, hay todo un aparato social, una construcción patriarcal ancestral que hemos aprendido durante tanto tiempo y asimilado como el orden natural de las cosas que hace que el cambio sea complicado.

Una de las primeras cosas que aprendimos cuando em-pezamos a hablar con hombres sobre feminismo, masculini-dades, género y violencia, es que nosotros mismos pensába-mos que a los hombres no nos interesaba hablar de aquello, y cuando me tocó recorrer el altiplano boliviano para conver-sar con cooperativistas mineros y palliris (mujeres mineras que trabajan el desmonte o residuos de mineral, pero a las que no se les permite entrar a la mina) resultó ser que había una pila de hombres en los talleres sobre violencia basada en género que encima alargaban el encuentro (el financiamien-to y el tiempo sólo alcanzaban para seis horas con cada gru-po) porque nunca tuvieron la chance de hablar de lo que a los hombres nos da miedo. Al parecer el machismo también nos había estado molestando, había sido que por cada mujer que estaba obligada a quedarse en casa, cuidar a las wawas y cocinar, había un hombre conflictuado que tenía que en-frentarse al mundo para proveer todos los bienes materiales y así seguir siendo objeto de respeto en la comunidad; por cada mujer que no podía ir a las reuniones del pueblo, había un hombre que no podía demostrar afecto a sus hijos en el pueblo; por cada mujer golpeada, había un hombre que “se lloraba” las penas con cerveza y singani porque sólo cuando uno está borracho puede llorar.

Con lo anterior no quiero decir que los hombres sufri-mos el machismo en la misma medida que las mujeres, se-ría muy injusto. Es sólo una forma de ilustrar que los males del machismo son con todas y todos e imponen roles que hay que cumplir para no ser condenados por la sociedad. No hubo ni un solo taller con mujeres en el que varias de ellas no hayan contado desde lo más profundo de su alma y con un dolor que quebraba las mismas montañas donde trabajaban sus agresores, las vejaciones y abusos que su-frían cada día de sus vidas y la impotencia y ganas de morir-se que tenían bien guardadas.

Por iniciativa propia, algunas de las cooperativas designa-ron comisiones de “género” que funcionaban con dinero de los mismos mineros para tratar los hechos de violencia intra-familiar. Por supuesto que hubo muchas falencias y errores de concepto en los intentos de combatir la violencia, una cooperativa decidió castigar al agresor con un mes sin sueldo y si reincidía, se lo expulsaba de la cooperativa sin derecho a

recibir paga alguna por su acción. Había que ver cómo comía la familia durante un mes cuando el hombre no llevaba dine-ro a la casa y el castigo que infligía a su mujer por delatarlo si era expulsado de la cooperativa. A veces las buenas inten-ciones son sólo buenas intenciones, por eso la necesidad de seguir trabajando el tema, de generar más conocimientos y teoría, de ahondar esfuerzos, convertirlo en asunto de salud pública y trabajar con el Estado y otras organizaciones para que brinden instancias y respuestas efectivas.

Promoviendo avances de paz

Durante otro año trabajamos en el chaco boliviano con los pueblos guaraníes, con pueblos libres y pueblos recién liberados de la esclavitud y del pongueaje, aunque cueste mucho creer que sigue existiendo y algunas personalida-des se esfuercen tanto en negarlo. Después de meses de negociaciones y trabajos tanto con la comunidad como con las autoridades y tomadores de decisión, las mujeres de Macharetí con la participación activa de sus compañeros consiguieron fondos de la Honorable Alcaldía Municipal para instalar una Defensoría de la Mujer y conformar la Red Interinstitucional contra la Violencia Basada en Género.

Este proyecto piloto, en el que participaron varias ONG y centros de salud, involucró además al distrito 6 de El Alto, la ciudad de Oruro y cuatro comunidades del área rural, para construir una metodología que permita a las diferentes comunidades tomar decisiones dirigidas a pre-venir y erradicar la VBG, basadas en sus propias vivencias y necesidades particulares, sin que las respuestas sean re-cetas generales impuestas desde nuestros pareceres. Los facilitadores nunca hablaron de violencia, ya estaba ahí, sólo hacía falta generar un espacio de análisis para que la reconozcamos y salga a la luz. Después a hacer incidencia política y pensar en ciudadanía activa y trabajar de la ma-no con autoridades e instituciones estatales. Este trabajo fue sostenido, durante año y medio entre el 2007 y 2008, con casi 12 sesiones de cuatro a cinco horas con cada gru-po, más cuatro talleres de capacitación a los facilitadores y su posterior seguimiento.

En El Alto trabajaron con la Prefectura e hicieron un concurso anual de teatro que trate la VBG para generar con-ciencia. El primer año el premio lo ganó un monólogo pre-sentado por un niño de unos 10 años: disfrazaba dos sillas con ropas de papá y mamá y, en un ambiente de violencia, se veía cómo sufría el niño y cómo la violencia le marcaba

es sólo una forma de ilustrar que

los males del machismo son con

todas y todos e imponen roles

que hay que cumplir para no ser

condenados por la sociedad.

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la vida. En Oruro fortalecieron la Red Contra la Violencia y en las comunidades rurales firmaron acuerdos con las alcaldías para contratar abogados que brinden asistencia y orientación legal gratuita a las víctimas de violencia.

El Modelo para la implementación de políticas de pre-vención, atención y eliminación de VBG de Avances de Paz nació así, en el camino, con esfuerzo y dedicación de mu-cha gente que le puso muchas ganas y apostó por trabajar con todos los actores y actoras, con hombres y mujeres para promover una cultura de paz.

La propuesta del feminismo y las masculinidades es tan apasionante como compleja. Al final de cada encuentro tienes un puñado de hombres y mujeres totalmente con-fundidos (más hombres que mujeres) con una contradic-ción impresionante entre la propuesta de ver la vida de otra forma, sin roles ni imposiciones, y lo que la sociedad te exige y espera de ti. Las primeras reacciones de los hombres son de rechazo a una nueva evangelización: “¿un hombre nuevo, con una nueva sexualidad?” “éste me quiere volver gay”. Entonces entramos en crisis y comienza la batalla interna. Como la homosexualidad es una de las masculi-nidades más atacadas por la masculinidad hegemónica o machismo, grupos gay, principalmente, fueron pioneros en los estudios sobre hombres y sus diferentes construc-ciones de género. Por lo tanto, fueron también hombres homosexuales quienes poseían mayores conocimientos y estudio sobre la temática los que brindaban encuentros y talleres sobre masculinidades, hecho particular que ayudó a reforzar el estereotipo creado por quienes luchan contra este movimiento de que un hombre feminista sólo existe fuera del círculo heterosexual.

Hay que recalcar que no existe “un” modelo de mascu-linidad, las masculinidades no son exclusivas de los hete-rosexuales, ni de los homosexuales, ni siquiera de los hom-bres. Son diferentes formas de construir nuestra identidad genérica sin imposiciones sociales ni “así seas”. Se trata de reconstruirte cada día poniendo a un lado los roles asigna-dos por una sociedad masculina hegemónica y sus dogmas, preguntando siempre ¿por qué? Hombres y mujeres con una nueva y mejorada apuesta de vida no son islas, todavía hay que salir a enfrentar un mundo que sigue reforzando y premiando las actitudes y comportamientos tradicional-mente patriarcales y hay que saber que ir en contra va a generar rechazo y sanciones sociales.

Y es que el ejercicio de la violencia ha sido una “cuali-dad” asignada socioculturalmente a los hombres a lo largo de la historia y el eje transversal de las relaciones sociales inequitativas, desiguales y discriminatorias. La escuela de la violencia comienza desde niños y es aceptada en el seno mismo de nuestras familias, después se extiende a las ins-tituciones educativas y al deporte y nos empieza a definir. Asumimos que un buen jugador de fútbol será más apto

para sobrevivir en este mundo difícil y nos encontramos con la herencia del olimpismo griego y su competitividad. Entre nosotros estamos acostumbrados a las relaciones de poder, hay un orden y una cadena de mando. En cambio ni por asomo intimamos con otros hombres para hablar de nuestras depresiones y sentimientos, las debilidades no se las mostramos ni a nuestros amigos. Los patrones cultura-les urgen a los hombres a responder al arquetipo de buen proveedor del hogar, a ser exitosos económicamente, cua-dros políticos abnegados, mujeriegos, deportistas, quizá músicos… todos audaces y buenos bebedores.

Entonces erradicar la violencia se hace una tarea obli-gada y la prevención es el enfoque más adecuado, sin ol-vidarnos de que hasta que sea eliminada habrá muchas víctimas que necesiten respuestas y acciones inmediatas. Será pues una deconstrucción, un repensar quiénes somos y en quiénes nos convertimos. Tendremos que desaprender una serie de actitudes y prácticas y seguro enfrentaremos y cuestionaremos poderes que impiden el cambio. Nuestra apuesta siempre estuvo dirigida a que hombres y mujeres son sujetos activos que promueven y generan cambios si los entienden como positivos y así lo quieren. Y es posible, sólo imaginemos la cantidad de evoluciones y transforma-ciones desde el protofeminismo hasta nuestras mas-culinidades nacidas hace poco, aún en pañales.

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RED IBEROAMERICANA DE MASCULINIDADES:

http://www.redmasculinidades.com

24

La violencia contra las mujeres es un fenómeno universal que recorre y cruza la historia de la sociedad y que afec-

ta las relaciones humanas de todos los sectores sociales, se expresa tanto en el ámbito público como en el privado, tiene formas directas y objetivas pero también sutiles.

Para millones de mujeres los actos de violencia son parte de su vida cotidiana, constituyen para ellas una negación del “derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de la persona” (artículo 3º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).

La violencia contra las mujeres debe entenderse como “cualquier acción o conducta basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológi-co, tanto en el ámbito público como privado” (Convención de Belem Do Pará).

La violencia contra la mujer es una vulneración del dere-cho a la vida, que incluye también el derecho a una vida li-bre de toda forma de discriminación y a ser valorada y edu-cada libre de patrones estereotipados de comportamiento y prácticas sociales y culturales basadas en conceptos de inferioridad y subordinación.

Entonces, la violencia contra las mujeres está vinculada a la desigual distribución del poder y a las relaciones asimétri-cas que se establecen entre hombres y mujeres, que mantie-nen la desvalorización de lo femenino y su subordinación a lo masculino. El factor de riesgo es el solo hecho de ser mu-jer. Esta forma de organización de la vida social nos señala que los papeles, las funciones y la condición de hombres y de mujeres responden a una construcción social.

En este marco la violencia de género atraviesa lo econó-mico, social, político, jurídico, moral, ideológico, sexual y corporal; ya que la desigualdad y la subordinación cruzan todos los espacios de organización y participación social. Las mujeres organizadas asumieron desde 1975 una agen-da de género para que el Estado y la sociedad boliviana incorporaran sus demandas en las propuestas legislativas y en la formulación de políticas públicas referidas a la lucha contra la violencia de género, la ausencia de participación política, el acceso a servicios de salud sexual y reproductiva y a la educación.

Las acciones de los movimien-tos feministas, de las organizaciones de mujeres y de las instituciones que trabajan por los derechos de la mujer se han entrecruzado con la dinámica internacional. Se produce un cambio ético y político trascendental al reco-nocerse los derechos de la mujer. Tie-nen particular importancia las confe-rencias internacionales o mundiales, especialmente las del decenio de los 90, que han tratado temas como me-dio ambiente, desarrollo, derechos

humanos y población. En todas ellas se ha reafirmado el compromiso de promover la igualdad de las mujeres y su autonomía, como medios eficaces para combatir la pobre-za, las enfermedades, la violencia y estimular el desarrollo sostenible.

Los procesos preparatorios de las conferencias mun-diales han permitido el intercambio de información y ex-periencias de las diferentes expresiones de mujeres de la sociedad civil, influyendo en las delegaciones oficiales pa-ra que se consideren sus propuestas en los planes o pla-taformas de acción mundiales que plantean objetivos y medidas, sugerencias de financiamiento y asignación de recursos a nivel internacional, regional y nacional sobre los temas tratados.

Este proceso participativo de las mujeres ha originado dos instrumentos internacionales: la Convención Sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW), ratificada por el Estado boliviano a través de la Ley Nº 1100 de 15 de septiembre de 1989, y la Conven-ción Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, conocida también como la Con-vención de Belem Do Pará, ratificada por el Estado boliviano a través de la Ley Nº 1599 de 18 de Octubre de 1994.

Las expresiones de discriminación y violencia contra las mujeres en la familia, la escuela, la comunidad, las institu-ciones públicas, el trabajo y en los diferentes ámbitos socia-les constituyen una constante vulneración de sus derechos

Las mujeres y la construcción de una cultura de paz y respetoPara millones de mujeres los actos de violencia son parte de

su vida cotidiana, constituyen para ellas una negación del

“derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de la persona”

Trabajadora social

con maestría en

Ciencias Sociales.

Ha sido Concejala

y Decana del

Honorable

Concejo

municipal de La

Paz. Tiene varios

libros publicados.

mAritzA jImÉNEZ

BULLAÍN

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humanos. La información que se tiene sobre la situación de la mujer en el país es por demás reveladora de la desigual-dad existente entre hombres y mujeres.

La más cruda y generalizada manifestación de la violen-cia contra la mujer es la violencia familiar o doméstica. No es un problema privado, reducido al mundo del hogar, es un problema de orden público.

Han pasado quince años de la promulgación de la Ley 1674 sobre la Violencia en la Familia o Doméstica y no se lo-grado reducir la incidencia de este tipo de violencia. Se esti-ma que 7 de cada 10 denuncias de violencia corresponden a mujeres y que un 77% de los casos abandona el proceso entre la denuncia a la Brigada de Protección a la Familia y su ingreso al poder judicial. En cuanto a la respuesta judicial, sólo un 11% la recibe en la jurisdicción familiar.

En el Reporte Estadístico de Violencia contra la Mujer elaborado por el Centro de Información y Desarrollo de la Mujer (CIDEM) para el año 2007, tenemos que se han regis-trado 68.777 casos en 10 instituciones estatales y privadas de las 9 capitales de departamento y en El Alto. De estos casos denunciados, 34.690 corresponden a la Brigada de Protección a la Familia, lo que nos muestra que es la instan-cia que tiene mayor demanda por parte de las mujeres en situación o riesgo de violencia.

De los casos denunciados en las diferentes instituciones dependientes del Estado en relación a la violencia familia o doméstica se encuentra que el 77,21% de las mujeres han denunciado violencia sexual; el 60,29% violencia psico-lógica; el 78,74% violencia psicológica-sexual; el 75,78% violencia física-psicológica; el 78,44% fueron denuncias por violencia física-psicológica-sexual, y el 36% denuncias relacionadas específicamente con la violencia física.

Otra expresión grave y dramática de la violencia contra las mujeres es la muerte de la mujer a manos de hombres. Este asesinato se conoce con el nombre de feminicio o femicidio, es el asesinato selectivo por razones de género. Nace como un concepto eminentemente político para visi-bilizar y denunciar la forma extrema de violencia contra las mujeres, y permite descubrir el velo de la neutralidad que encubre el asesinato de éstas. Este delito no se encuentra tipificado en la legislación penal.

Se tienen registrados como casos de feminicidio entre 2003 y 2004 un número de 439 mujeres asesinadas por es-posos, concubinos, ex esposos, ex concubinos, parientes o vecinos. De estos casos tan solo 18 tienen sentencia y 2 se encuentran en juzgados (Datos de la Comisión Interameri-cana de DDHH-Bolivia 2007).

La nueva Constitución Política del Estado (CPE) en el artículo 15, numeral II establece que “todas las personas en particular las mujeres tienen derecho a no sufrir violencia física, sexual o psicológica, tanto en la familia como en la sociedad.”

Actualmente la participación de las diferentes expresio-nes organizativas de las mujeres, especialmente de las ins-tituciones que trabajan por la promoción de los derechos de las mujeres, se expresa en la creación de mesas técnicas interinstitucionales. Llamadas también mesas impulso-ras, comités, consejos, redes, consorcios y observatorios, constituyen esfuerzos planificados de las organizaciones e instituciones de mujeres para participar en propuestas de proyectos de leyes, creación o reformulación de mecanis-mos institucionales responsables de ejecutar las políticas públicas, dirigidas al ejercicio de los derechos de las muje-res, la formulación de políticas públicas y su seguimiento.

Las iniciativas de las mujeres en la problemática de la violencia han definido elaborar modificaciones a la Ley 1674 contra la Violencia en la Familia o Doméstica a través de la Mesa Interinstitucional de Modificación, constituida por instituciones públicas y privadas sin fines de lucro, que fue coordinada por la Defensoría del Pueblo, el proyecto de ley se presentó a la Comisión de Política Social de la Cámara de Diputados en el año 2008.

la más cruda y generalizada

manifestación de la violencia contra

la mujer es la violencia familiar o

doméstica. no es un problema

privado, reducido al mundo del hogar,

es un problema de orden público.

La elaboración de las modificaciones de la Ley 1674 con-dujo a las instituciones participantes a plantear la necesidad de tratar la problemática de la violencia contra las mujeres en los distintos ámbitos de la vida social, como en el ámbito familiar, en el sistema educativo, en el ámbito laboral, en los medios de comunicación y publicidad, en el sistema de sa-lud, en la institucionalidad pública y en la comunidad.

Para enfrentar este cometido se organizó la Mesa Impulsora de la Ley Integral para Garantizar a las Mujeres el Respeto, una Vida Digna y Libre de Violencia. El proyecto aborda la violencia contra la mujer desde una perspectiva integral en los aspectos referidos a la prevención, la atención, sanciones y reparacio-nes a las mujeres afectadas por la violencia. La Mesa está cons-tituida por instituciones públicas y privadas, fue coordinada por la Articulación de las Mujeres por la Equidad y la Igualdad (AMUPEI). El proyecto fue presentado a la Comisión de Dere-chos Humanos de la Cámara de Diputados en el año 2009.

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El control limitado que las mujeres ejercen sobre su vida sexual y reproduc-tiva y su falta de influencia en la adopción de decisiones es una forma de coerción y violencia con efectos perjudiciales para su salud. Bolivia tiene el segundo índi-ce más alto de mortalidad materna en la región: 222 muertes por cada 100.000 niños nacidos vivos. El Ministerio de Sa-lud y Deportes informa que 627 mujeres mueren al año por complicaciones del embarazo, parto y puerperio, como las hemorragias, infecciones, hipertensión y complicaciones del aborto. El número de hijos/as es de 2,8 en el área urbana y 4,9 en el área rural, en donde apenas 5,7% de las mujeres utilizan algún método mo-derno de anticoncepción.

En el país se tienen 151 casos de cán-cer de cuello uterino por cada 100.000 mujeres de entre 35 y 64 años. En relación al VIH SIDA, hasta el 2008 se registraron 2.424 personas viviendo con el VIH y 1.164 viviendo con SIDA. Aproximada-mente, cada año, 80.000 jóvenes entre 15 y 19 años son madres. En relación al aborto clandestino se estima que exis-ten 60.000 abortos por año, de los cua-les entre el 10% y el 50% necesitan aten-ción médica para el tratamiento de las complicaciones; las más frecuentes son abortos incompletos, sepsis, hemorragia y lesiones intra abdominales.

Los movimientos, organizaciones e instituciones de mujeres a través de sus propuestas han tenido una influencia im-portante en la incorporación del ejercicio de los derechos sexuales y los derechos re-productivos en la CPE, y en la elaboración de la Ley Marco de Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos que fue aproba-da por el Parlamento Nacional en el año 2004, pero no llegó a promulgarse.

El sistema educativo es uno de los prin-cipales espacios de reproducción de la desigualdad de las mujeres. En el país, pe-se a los logros educativos, persisten pro-blemas como el analfabetismo que afecta mayormente a las mujeres en un 19% y a los hombres en un 7%; en las campesinas indígenas se tiene un 38% en relación a los hombres, que alcanzan un 14%.

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La situación de las niñas en la educación primaria ha registrado avances importantes, particularmente en el ac-ceso y permanencia en la educación primaria. El Sistema de Información en Educación (SIE) reporta para el año 2006 una brecha de género de 1,16% para el área urbana y de 4,27% para el área rural.

El problema más grave se encuentra en la educación secundaria, la cobertura neta en este nivel apenas alcanza a 58,4% mujeres y 59,5% hombres. Esta baja cobertura se debe a la escasa oferta educativa; por ejemplo, en el año 2005, el 21,6% de todas las unidades educativas del país brindaban educación secundaria, mientras que un 92% ofrecía atención en el nivel primario.

En referencia a la educación superior, de acuerdo con el Censo de 2001, del total de personas que acceden a este nivel, el 45,22% son mujeres y el 54,78% son hombres. De la población femenina y masculina de más de 19 años el 13,10% de mujeres alcanza el nivel superior de educación frente a un 16,73% de hombres. En el área urbana el 18,62% alcanza este nivel y en área rural el 2,34%.

Las organizaciones e instituciones de mujeres a través del Consejo Consultivo de Género y Educación están traba-jando la nueva Ley de Educación Avelino Siñani - Elizardo Pérez. Entre sus principales acciones están la presentación de las Complementaciones al Anteproyecto de Ley de Edu-cación y su socialización en diferentes espacios, entre ellos el Comité de Educación que era parte de la Comisión de Desarrollo Humano de la Cámara de Diputados. Actual-mente debe trabajarse con el Ministerio de Educación y la Asamblea Legislativa Plurinacional.

El acoso y la violencia política es otra forma de violencia, alude a las acciones de violencia contra las mujeres que ejercen representación política. Proviene generalmente de concejales varones que pertenecen a los mismos partidos políticos de las concejales acosadas y agredidas, de hom-bres y mujeres de otros partidos, de representaciones sin-dicales y de organizaciones sociales y comunales, según la información oficial (Machicao, 2004).

El acoso y la violencia política es una violación de los derechos civiles y políticos de las mujeres, los que están protegidos por normas nacionales y convenciones inter-nacionales. Son acciones de violencia física, psicológica y sexual contra mujeres que ejercen cargos de representación política a nivel municipal; las atemorizan, presionan, des-prestigian y las obligan a actuar en contra de su voluntad.

Entre los años 2000 y 2005, las Asociaciones Departa-mentales de Concejalas recibieron un total de 117 denun-cias de acoso y violencia política en el ejercicio de la repre-sentación política de sus asociadas. El departamento de La Paz registra el mayor número de denuncias: 50, Chuquisaca 18, Cochabamba 11, Potosí 10, Beni 9, Santa Cruz 8 y Tarija 3; en Pando no se reportaron casos en este periodo.

En el periodo 2006 - 2007 se denunciaron 19 casos nue-vos, de los cuales 17 han sido denuncias de concejalas de municipios rurales y 2 casos de municipios urbanos.

Es importante precisar que las normas electorales reco-nocen la cuota del 30% de candidatas a concejalas en las elecciones municipales y de diputadas y senadoras para la Asamblea Legislativa. La CPE en el artículo 11, numeral I dice “La República de Bolivia adopta para su gobierno la forma democrática, participativa, representativa y comu-nitaria, con equivalencia de condiciones entre hombres y mujeres”. Se entiende la equivalencia como la paridad entre hombres y mujeres en la representación política.

No existe en el país una norma que regule esta conducta de agresión y violencia contra las mujeres representantes políticas, por lo que se ha elaborado el Proyecto de Ley con-tra el Acoso y Violencia Política en Razón de Género, para lo que se constituyó el Comité Impulsor liderado por la Aso-ciación de Concejalas de Bolivia. Es importante indicar que este espacio tiene la representación de coordinadoras o articuladoras de instituciones y organizaciones nacionales de mujeres y de políticas.

Los movimientos, organizaciones e instituciones de mu-jeres históricamente han trabajado por la incorporación de sus demandas en la agenda política particularmente desde la década de los 90, esto se puede constatar por la promul-gación de leyes, la ratificación de convenciones internacio-nales, la formulación e implementación de políticas públi-cas dirigidas a la lucha contra la violencia y la creación de una institución responsable de implementar las acciones estatales de ejercicio de los derechos de las mujeres.

Para el reconocimiento de sus derechos las mujeres han utilizado mecanismos e instrumentos democráticos co-mo la creación de mesas impulsoras, comités o consejos responsables de la elaboración de proyectos de leyes y pro-puestas de políticas públicas; han utilizado la incidencia política y la negociación con los tomadores de decisiones del Ejecutivo, Legislativo y Judicial; conocen los instrumen-tos, los procedimientos y las normas institucionales del Estado y el sistema internacional para pasar de la actitud de denuncia a la de propuesta y transformación social, políti-ca, económica y cultural.

Este es un proceso innovador que promueve y defiende la igualdad de las diversidades negadas, como en el caso de las mujeres. Este modo de lograr protagonismo social por parte de las mujeres va dirigido a la construcción de una cultura de paz y respeto.

la situación de las niñas en la

educación primaria ha registrado

avances importantes, particularmente

en el acceso y permanencia en la

educación primaria.

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¿Hay avances en cuanto a la participación política y dis-cursiva de las mujeres en Bolivia? Sí, pero falta mucho

por andar para lograr la presencia paritaria en los espacios que visibilizan propuestas y mensajes distintos a los hege-mónicos. Un ejemplo relevante: en la cobertura informa-tiva de las campañas electorales, las mujeres candidatas fueron relegadas y la problemática ligada a la inequidad de género, prácticamente invisibilizada. El estudio “Campa-ñas Vs. Propuestas” realizado por el Observatorio Nacional de Medios de la Fundación UNIR Bolivia así lo comprueba.

La temática de género, es decir, el abordaje de los temas relacionados a las desigualdades y equidad de género, no estuvo presente en la agenda de cobertura periodística de

las Elecciones Generales del 6 de di-ciembre de 2009.

En noticieros de televisión,1 los te-mas de género fueron marginales, con el 0,2% en 652 noticias.

En prensa, durante las nueve sema-nas2 que duró la campaña electoral, la cobertura informativa sobre la temáti-ca de género en las notas referidas a las elecciones 2009 fue mínima, con un 1% de 4.731 notas.

En radio, durante siete días3 previos a las elecciones, no hubo ninguna nota referida a la problemática de género.

Además de que dicha temática fue marginal en la co-bertura informativa, hubo muy pocas noticias en las que un medio de comunicación aborde el tema por su cuenta, como parte de una agenda propia. Las pocas noticias pu-blicadas sobre la temática de género tuvieron que ver con declaraciones sobre el tema de candidatos o candidatas, o con declaraciones de organizaciones que hicieron movi-lizaciones para exigir la paridad de género en las listas de candidatas.

Entre las excepciones, es decir, notas informativas pro-piciadas por el medio y no por alguna declaración de candi-dato o institución, estuvieron las siguientes:

La Razón 13/11/2010 Siete de ocho fuerzas políticas olvidaron los derechos de las mujeres maltratadas La violencia por razones de género acosa a miles

de mujeres bolivianas. A pesar de ello, sólo el MAS propuso redactar leyes más duras para los agresores y el resto de los partidos ni siquiera hizo referencia a estas personas.

El Deber 30/12/2010 Las mujeres no existen en la oferta electoral de los

frentes.

La inequidad también se mide en noticiasFalta mucho por andar para lograr la presencia paritaria

en los espacios que visibilizan propuestas y mensajes

distintos a los hegemónicos.

Comunicadora e

investigadora

del observatorio

Nacional de

medios de la

Fundación UNIR

Bolivia.

23%

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Financiamientocampañas

Encuestas

Género

Otro

Debate

Caso LeopoldoFernández

Caso ManfredReyes Villa

Noticiasexterior

Resultadosvotación

TV

Prensa

Gráfico 1/ Temas noticiosos en prensa y televisión

Fuente: ONADEM

VAniA SANDovAL

ARENAS

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El Día 28/10/09 La mayoría de las candidatas a la Asamblea es profesional Las mujeres postulantes por diferentes agrupacio-

nes aseguraron tener la capacidad de ser parte de la vida política tomar decisiones. Cuentan que tienen el apoyo de sus familiares para seguir.

El discurso sobre la temática de género en las elecciones es atribuido, casi exclusivamente, tanto por la agenda políti-ca como por la agenda mediática, a las candidatas mujeres; los temas considerados de preocupación de las candidatas y sobre los que ellas hablan y son consultadas periodística-mente tienen que ver con la violencia hacia mujeres y niños, la paridad en las listas y la presencia de candidatas y/o invita-ción a las mismas a los debates en la televisión. Por ejemplo, el 1ro de noviembre se publicó la siguiente información en El Deber:

Cuatro Mujeres Debaten hoy en Usted EligeEs el turno de las mujeres en usted Elige, cuatro aspiran-tes a la Asamblea Legislativa debatirán las reformas a la Nueva Constitución sobre el tema de género. Las aspiran-tes al nuevo congreso expondrán sus planes.

La Razón hizo una nota crítica respecto a este tipo de abordaje político y también periodístico, cuando se deja a los hombres fuera de la discusión de los temas de género:

La Razón 18/11 La promoción de derechos sexuales queda en manos de las mujeres Los partidos políticos centran sus propuestas en la

construcción de normas que garanticen el ejercicio de estos derechos y obligaciones entre las mujeres y los jóvenes, los hombres no forman parte de la discusión.

Según las noticias analizadas, la presencia de candidatas se considera ya un avance a favor de la equidad de género, ya sea por su participación en movilizaciones de campaña o en reuniones específicas con mujeres organizadas por dirigentes o candidatas.

Cambio 14/ 05/10 MAS inicia campaña con mujeres en Santa Cruz Una concentración de mujeres campesinas, indí-

genas, clases medias e intelectuales postulantes al órgano electoral plurinacional por el MAS marcó el inicio de la campaña electoral de ese partido.

Algunos candidatos hicieron ofertas concretas a las mu-jeres, sobre todo en cuanto a su independencia económica. Al respecto, hubo cobertura mediática.

El País 13/10 Aseguran que en UN hay equidad de género La militante de Unidad Nacional Lourdes Centellas,

dijo que las mujeres de su partido apoyan a Doria Medina porque tiene proyectos para las mujeres. Uno de los proyectos de UN es proporcionar un in-centivo económico a las mujeres para que éstas pue-dan emprender algún negocio y así ya no depender del esposo.

La única mujer candidata a la presidencia, Ana María Flo-res, del Movimiento de Unidad Social Patriótica (MUSPA), puso el tema de género sobre la mesa de discusión. “Lo que no hicieron los hombres haremos las mujeres”, señaló la can-didata en sus discursos, basando su estrategia de campaña en presentar atributos femeninos –como la capacidad de ad-ministración de los ingresos familiares– como los necesarios para reconducir la política y la economía boliviana.

Los Tiempos 01/12 Usted Elige Día V Promesa. La única candidata mujer a la presidencia

de Bolivia dice que los gobernantes varones de los últimos años sólo llevaron al país a la pobreza, a la inseguridad y a la división. Ofrece cambiar todo si es elegida.

Ana Flores quiere hacer lo que “ningún hombre” pudo

Por su parte, el Presidente y candidato Evo Morales se declaró no feminista, pero sí dijo que haría un gabinete pari-tario; además destacó el valor moral y ético de las mujeres.

Un discurso de Evo Morales, efectuado el 14 de noviem-bre, cuando señaló que las mujeres le cantaban un estribillo “de doble sentido”,4 desató protestas de organizaciones li-gadas con la defensa de los derechos de la mujer. Este tema tuvo cabida en dos periódicos.

Opinión 19/11 Organizaciones piden respeto para mujeres en

campañas electorales Organizaciones femeninas exigieron hoy a los can-

didatos respeto para las mujeres en campaña y la eliminación de estereotipos sexistas y denigrantes refiriéndose a los comentarios que ha hecho el ac-tual Presidente sobre los lemas de las mujeres en Cochabamba.

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Los Tiempos, 18/11 Usted Elige Día V Contra el machismo en las campañas Mujeres exigen respeto a los candidatos

La Prensa 7/11 Evo rechaza a las “mujeres feministas” El jefe de Estado desayunó ayer con organizaciones

de mujeres en Cochabamba Evo confiesa que no le gusta el feminismo y critica

a varones

En los diarios, el principal tema relacionado con género tuvo que ver con el cumplimiento o no de la alternancia va-rón - mujer en las candidaturas a la Asamblea Plurinacional.

En general, la cobertura informativa sobre la temática de género dentro de las noticias referidas al proceso electoral reprodujo lo que destacaron los políticos en su campaña y al-gunas instituciones que trabajan por la equidad de género.

Las mujeres no fueron protagonistas de las noticias

La desigualdad en la cobertura a hombres y mujeres en las noticias sobre elecciones fue evidente, puesto que las fuen-tes femeninas fueron el 17% (en promedio) y las masculinas el 83% de 965 fuentes consultadas en medios televisivos. En los periódicos las fuentes femeninas sólo fueron el 13% (en promedio) mientras que las masculinas constituyeron el 87% de un total de 7.278.

El desglose de las fuentes femeninas en noticieros, según canales de televisión, se detalla en el siguiente gráfico:

En cuanto al uso de fuentes, el máximo uso de fuentes femeninas en un canal respecto a la cobertura de las elec-ciones 2009 llegó al 20% (Canal 7), mientras que el que

13%

21%

17%

87%

79%

83%

Prensa

Radio

Televisión

Fuentes femeninas Fuentes masculinas

Gráfico 2/ Género de las fuentes en prensa, radio y televisión

Gráfico 4/ Género de las fuentes en prensa expresado en porcentajes

Gráfico 3/ Género de las fuentes en televisión

22%

16%

20%

15%

13%

18%

78%

84%

80%

85%

87%

82%

TVB

PAT

Unitel

ATB

Red Uno

Bolivisión

Mujer Hombre

menos usó fuentes femeninas en sus noticieros fue Red UNO (con el 13%).

De los medios escritos, Cambio de La Paz y El Día de San-ta Cruz fueron los que más fuentes femeninas consultaron con el 16%, mientras que El Alteño de la ciudad de El Alto fue el que menos cobertura otorgó a las mujeres.

12 15 12 13 11 14 11 13 16 13 10 13 16

88 85 88 87 89 86 89 87 84 87 90 87 84

Opinión LosTiempos

LaRazón

LaPrensa

LaPatria

La Palabradel Beni

ElPotosí

El País El Día El Deber ElAlteño

Correodel sur

Cambio

F. Femeninas F. Masculinas

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En las redes de radio, las mujeres fue-ron fuentes en el 21% de los casos en promedio.

La temática de inequidad de género en la cobertura periodística electoral de las elecciones 2009 estuvo minimizada y fue insuficiente para otorgar insumos informativos de calidad que permitan visibilizar adecuadamente esta proble-mática. La desigualdad en el ejercicio de derechos entre hombres y mujeres no fue un tema tratado por la mayoría de los ac-tores y partidos políticos protagonistas de las elecciones, y tampoco fue un tema incluido en la agenda mediática, salvo excepciones.

En la cobertura informativa, las mu-jeres no fueron fuentes relevantes cuan-titativamente en las noticias de prensa, radio y TV sobre las elecciones. Los pro-gramas de gobierno sobre economía, po-lítica, etc., no fueron explicados por las candidatas de sexo femenino, quienes sí fueron protagonistas de noticias cuando hablaron sobre violencia, maltrato infan-til e inseguridad ciudadana, replicando un discurso discriminador –muchas ve-ces sobreentendido– que considera que “esos son los temas femeninos”.

En vista de estos resultados, se ratifica la idea del ONADEM en sentido de que es necesario trabajar por un periodismo plural, inclusivo y no discriminador, bus-cando acortar las brechas de inequidad que actualmente hacen que importantes sectores poblacionales estén marginados del espacio informativo público.

la temática de

inequidad de género

en la cobertura

periodística electoral

de las elecciones 2009

estuvo minimizada

y fue insuficiente.

32

El uso reiterado de conocidos estereotipos de género (co-mo presentar a las mujeres sólo como cuidadoras de la familia u objetos sexuales) afecta a la percepción pública de la realidad. Los estereotipos están por todas partes.

Existen en la utilización de mujeres sofisticadas para promocionar cosméticos y productos de belleza, o en las historias de mujeres como cuidadoras y amas de casa, también a menudo para vender alimentos y servicios pa-ra el hogar. Este fenómeno fue denunciado en la Decla-ración adoptada por Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer de las Naciones Unidas, en Pekín, en 1995, que hizo un llamamiento a los propietarios de los medios de comunicación y a los profesionales para que desarrollen y adopten códigos o pautas para promover una mejor y más correcta presentación de las mujeres en los medios.

El informe del GMMP (Proyecto Global de Observación de los Medios) de 2005 señalaba la marginación de las mujeres que son sólo el 21% de las personas que aparecen en las noticias.

El GMMP dice que es más fácil encontrar a las mujeres en noticias “ligeras”, que tienen que ver con asuntos como los famosos y las artes, donde aparecen en el 28% de las no-ticias, y es más difícil encontrarlas en las noticias “serias” sobre política, gobierno (14%) y economía.

(Instalar el equilibrio. Igualdad de Género en el Periodismo

Federación Internacional de Periodistas FIP. UNESCO-

Bélgica -2008. www. ifj.org)

Objetivo

Determinar la presencia cuantitativa y cualitativa de la problemática de género en la cobertura informativa de las elecciones 2009, expresada en el tratamiento periodístico otorgado y en presencia de fuentes femeninas consultadas.

Muestra

Televisión. 6 redes nacionales: UNITEL, PAT, Canal 7, ATB, Red UNO y Bolivisión en La Paz, Cochabamba y Santa CruzPrensa. 13 diarios nacionales: La Prensa, La Razón, El Alteño y Cambio (La Paz), El Deber y El Día (Santa Cruz), Los Tiempos y Opinión (Cochabamba), Correo del Sur (Sucre), La Patria (Oruro), El País (Tarija), La Palabra del Beni (Trinidad), El Potosí (Potosí)Radio. 4 redes nacionales: ERBOL, FIDES, Patria Nueva y Panamericana.Nº de notas analizadas. Televisión: 652 noticias (de 96 noticieros nocturnos y 36 ediciones especiales el día de votación). Prensa: 4.731 noticias (de 819 ediciones). Radio: 310 noticias (24 noticieros y 4 emisiones especiales el día de votación).Periodo de observación. Televisión: 5, 6, 7, 8 y 9 de octubre; 2, 3, 4, 5 y 30 de noviembre; 1, 2, 3, 4, 6 y 7 de diciembre (17 días). Prensa: del 5 de octubre al 7 de diciembre (63 días). Radio: 30 de noviembre, 1, 2, 3, 4, 6 y 7 de diciembre (7 días).

Equipo de trabajo

Vania Sandoval, Sandra Villegas, Bernardo Poma bajo la dirección de Erick Torrico.

Gráfico 5/ Género de las fuentes por radio (%)

8273 77

87

1827 23

13

Erbol Patria nueva Panamericana Fides

Hombre Mujer

1 Del 5 al 9 de octubre, del 2 al 6 de noviembre y del 30 de

noviembre al 7 de diciembre en las redes de Televisión Unitel,

PAT, Red UNO, ATB, Bolivisión, Bolivia TV (Canal 7).

2 Del 5 de octubre al 7 de diciembre, fueron analizadas las noticias

sobre elecciones publicadas en 13 diarios nacionales. Véase ficha

técnica al final del texto.

3 Del 30 de noviembre al 7 de diciembre 2009 en cuatro redes

radiales nacionales: Erbol, Panamericana, Fides y Patria Nueva.

4 El Presidente de la República y candidato a su reelección, Evo

Morales, está en campaña y en una proclamación se expresó

de esta manera de las mujeres: “¿Saben que dicen las mujeres

en Cochabamba? Su consigna dice, mujeres ardientes Evo

Presidente. Otra compañera dice, mujeres calientes, Evo valiente.

No estoy mintiendo está grabado en la televisión. Otras mujeres

más agresivas o atrevidas dicen, mujeres aguantan, Evo no se

cansa.” (noticiero PAT 13 de noviembre).

Ficha Técnica del Trabajo

33

Una sociedad justa es aquella donde las mujeres pueden ejercer su ciudadanía.

Una de las conquistas más importantes de la humani-dad y al mismo tiempo uno de los ideales que inspira

y moviliza a los seres humanos son los Derechos Humanos. Esta conquista hace que toda persona, sin importar su ori-gen, credo, género o preferencia política sea propietaria, sólo por el hecho de existir, de un conjunto de garantías denominadas Derechos Humanos.

La historia muestra que esta conquista –que reconoce a las personas el derecho a vivir con libertad, dignidad, justi-cia e igualdad, sean hombres o mujeres, de las áreas rurales o de las ciudades, de Bolivia o de cualquier país del mundo– no ha sido sencilla, tuvo y tiene que enfrentar estructuras de poder que limitan las garantías a grupos privilegiados, y superar visiones patriarcales y ancestrales que en distintos ámbitos limitan el ejercicio de derechos de las personas, principalmente de las mujeres.

Como toda creación social, los Derechos Humanos han evolucionado a largo del tiempo. Desde la protección y de-fensa de las libertades esenciales y básicas de cada persona –como son el derecho a la vida, a la no discriminación y a la expresión– los Derechos Humanos avanzaron hacia aque-llos que permiten garantizar el desarrollo y bienestar social y económico, así como el respeto a la identidad cultural no sólo de cada individuo, sino también de grupos sociales que han sufrido –en la vida y práctica cotidianas– formas de desigualdad y exclusión.

Bolivia no es una excepción de estas formas de discri-minación, y así como muchos otros países enfrenta el gran desafío de construir una cultura a favor de los Derechos Humanos, como condición básica para lograr una sociedad justa donde se modifiquen las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Una cultura a favor de los Derechos Humanos en especial de las mujeres, es –inicialmente– una responsabilidad del Estado que está obligado a desarrollar un marco institucional (principios, normas, políticas, or-ganizaciones) que garantice la vigencia y evite la violación

de los mismos, pero es también una tarea de la sociedad en tanto se apro-pie de sus derechos y obligaciones, los defienda y respete, y –fundamental-mente– los ejerza.

En nuestro país la presencia de las mujeres en la construcción nacional, desde los levantamientos indígenas del siglo XVIII, ha sido permanente, y

su aporte a los proyectos de transformación, de cambio social y de recuperación y profundización de la democracia ha sido altamente significativo. Sin embargo, en contrapo-sición, la vigencia de sus derechos evidencia aún un desafío ineludible para nuestra sociedad.

Las mujeres en Bolivia representan, según las proyec-ciones del Instituto Nacional de Estadística (INE), la mitad de la población del país (51%). Muchas de ellas son jefas de hogar (31%), no obstante la situación de pobreza con la que tiene que lidiar día a día es evidente. De hecho, Bolivia tiene aún el índice más alto de mortalidad materna en la región (222 muertes por cada 100.000 niños/niñas nacidos vivos), y más allá de los esfuerzos del gobierno del Presidente Evo Morales por la alfabetización de sectores excluidos del sis-tema educativo, como es el caso de las mujeres indígenas, aún son evidentes los problemas de marginalidad femeni-na en la educación, principalmente a nivel secundario. En el campo económico, en Bolivia, al igual que en el resto de Latinoamérica, cada vez es mayor el número de mujeres que trabajan; sin embargo, persiste una discriminación en el ingreso en la medida que la mujeres obtienen una remu-neración 20% menor que los hombres.

A ello se añade que, en los últimos cuatro años, a pesar de las medidas de discriminación positiva a favor de la par-ticipación política de las mujeres en los espacios públicos la presencia femenina en el Congreso se redujo del 21,5% (2002-2005) al 14,6% (2006-2009) y de 32% al 18,6% en los concejos municipales. De hecho, según la Asociación de Concejalas de Bolivia (ACOBOL), en la actual gestión muni-cipal (2004-2010) existen sólo 15 alcaldesas y 17 presidentas

Municipios, mujeres y poderes localesla presencia de las mujeres en la construcción nacional ha sido

permanente, y su aporte a los proyectos de transformación,

de cambio social y de recuperación y profundización de la

democracia ha sido altamente significativo.

Economista

especializado

en temáticas de

descentralización,

desarrollo local y

gestión pública.

mArtín PÉREZ

BUSTAmANTE

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de concejos para un total de 327 municipios en el país. El cuadro se completa con prácticas de acoso y violencia polí-tica contra las mujeres que no se han logrado erradicar; por el contrario resaltan por su cotidianeidad tal como ocurre con los casos de la violencia física, sexual y psicológica que sufren las mujeres dentro de la familia (En Bolivia, al menos cinco de cada diez mujeres sufren agresiones de género, La Prensa, 26.11.2008).

Los datos expuestos reflejan la brecha que aún existe en relación a la vigencia de los derechos sociales, económicos, civiles y políticos de las mujeres, y el pleno ejercicio de su ciudadanía, tal como fue plateado en el Informe de Desarro-llo Humano de Género en Bolivia 2003 (PNUD), que indica: "Bolivia trata mejor a sus hombres que a sus mujeres". El informe continua exponiendo "los hombres están más y mejor educados que las mujeres, más y mejor atendidos en su salud que las mujeres, y tienen la posibilidad de generar mayores ingresos, inclusive trabajando menos […] si consi-deramos que las mujeres, a diferencia de los hombres, tienen además […] la responsabilidad casi exclusiva sobre el trabajo doméstico"; pero también reconoce que “la mayoría de los municipios en el país presentan un índice de equidad de género mayor respecto a 1992; esto permite afirmar que en la mayoría de ellos la tendencia de los últimos diez años se ha dirigido a cerrar las brechas de inequidad de género”.

Ante este panorama, es necesario indagar sobre el apor-te y la validez de una de las instituciones que el Estado boliviano ha constituido para la vigencia de los derechos humanos y el ejercicio ciudadano: El Municipio, y a la vez explorar cómo el aprendizaje recogido en más de 15 años de municipalismo puede capitalizarse para encarar los nuevos desafíos que plantea la Constitución Política del Estado, principalmente en relación a la vigencia de los de-rechos de las mujeres.

El municipio, espacio privilegiado para la vigencia de los derechos humanos

y el ejercicio ciudadano

La Ley de Participación Popular (1994) se constituyó en una respuesta innovadora que inauguró una nueva etapa de profundización de la democracia, sustentada en una amplia participación social en la gestión y el desarrollo de los municipios. Posibilitó el empoderamiento de sectores campesinos e indígenas, cambiando las relaciones de po-der en y desde los espacios locales.

Hasta entonces, los 24 municipios (capitales de departa-mento y ciudades intermedias) reconocidos por el Estado, que recibían el 90% de la recaudación tributaria, excluían al 42% de la población nacional, principalmente del área rural, donde la presencia del Estado no pasaba de ser un postulado formal. Ante esta ausencia de Estado, la mayoría

de las organizaciones campesinas o indígenas eran la única “institucionalidad” existente, capaz de establecer y exigir el cumplimiento de reglas de convivencia y autogestión comunal. La intervención del Estado no dejaba de ser pun-tual y esporádica, a través de mecanismos sectoriales que descendían desde el nivel central, sin ninguna posibilidad de construir una interacción constructiva entre las necesi-dades sociales y las respuestas públicas.

La modernización del Estado, a través de la municipa-lización del país, además de racionalizar la inversión y de mejorar la eficiencia y efectividad de la gestión pública, fue una medida que posibilitó reducir la brecha y construir una nueva relación entre la Sociedad y el Estado, basada en la construcción de una institucionalidad que no sólo recono-cía las distintas formas de organización y expresión de la sociedad civil principalmente con base territorial (Organi-zaciones Territoriales de Base), sino también establecía las normas, competencias, recursos y mecanismos para que desde los Gobiernos Municipales se contribuya a la vigen-cia de los derechos de los ciudadanos y ciudadanas, bajo el principio de igualdad ante la Ley.

De hecho, en las jurisdicciones municipales sus respec-tivos gobiernos y autoridades elegidas por voto universal recibieron el mandato para hacerse cargo del saneamiento básico, la protección social, así como para promover el de-sarrollo económico a través de la construcción y manteni-miento de caminos vecinales e infraestructura de microrie-go. Aunque los servicios de salud, educación mantuvieron su carácter centralizado, los municipios debieron velar por la infraestructura y el equipamiento de los mismos, además de contribuir a mejorar su calidad. Es decir, el municipio tuvo y tiene un rol fundamental para aportar con acciones concretas y condiciones materiales a la vigencia de los de-rechos sociales y económicos.

Por otra parte, el derecho a participar directamente o por medio de representantes libremente elegidos, establecido en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, ha sido uno de los puntos fuertes de la municipalización. Efectiva-mente, es su rasgo más distintivo y el más relevante, en la

es necesario indagar sobre el

aporte y la validez de una de

las instituciones que el estado

boliviano ha constituido para la

vigencia de los derechos humanos y

el ejercicio ciudadano: el Municipio

35

medida que revalorizó a las organizaciones tradicionales de la sociedad civil, creo instancias como los Comités de Vigi-lancia e institucionalizó mecanismos como los procesos de planificación participativa que –en conjunto– se han consti-tuido en canales de articulación, dialogo, concertación y de acción conjunta entre las comunidades campesinas e indí-genas, las juntas vecinales, los ciudadanos y ciudadanas y el gobierno municipal. Es en el municipio donde se han dado avances cualitativos respeto al derecho de elegir ser elegido libremente, no es casual que desde el año 1994 han surgido nuevos actores (alcaldes, alcaldesas, concejales, concejales, entre otros) que hoy son parte de la política nacional.

En suma, el municipio es una institucionalidad de-mocrática que ha privilegiado la vigencia de los derechos humanos y ha creado experiencias concretas de ejercicio ciudadano, en favor de la inclusión social y la convivencia intercultural.

La participación de las mujeres en y desde los municipios

La municipalización logró la apropiación de la sociedad civil, especialmente las organizaciones sociales del área rural, que después de un corto periodo inicial de descon-fianza ante una reforma venida “desde arriba”, desde el Es-tado, advirtieron que la Participación Popular se constituía en “una oportunidad” para su empoderamiento, primero en los municipios, y con el correr de los años también en la política nacional.

El término empoderamiento surgió a mediados de la dé-cada de los 80 en los debates del movimiento de mujeres, co-mo un nuevo enfoque para luchar contra la discriminación de la mujer. Fue entonces concebido como una estrategia política para cuestionar estructuras de poder excluyentes no sólo en lo social, político y económico, sino también en lo personal. Es en los años 90, que el concepto de empodera-miento se volvió parte de los nuevos discursos y enfoques de desarrollo y coincidió con el proceso de descentralización municipal que, como se describió anteriormente, generó condiciones altamente favorables para una inclusión real de las organizaciones campesinas e indígenas, de los ciuda-danos y ciudadanas en y desde los municipios.

En este sentido, avanzar hacia una participación equitati-va de las mujeres, al interior de las organizaciones campesi-nas e indígenas, y también en los nuevos cargos públicos de los municipios, fue uno de los más grandes desafíos, consi-derando que dentro de las culturas indígenas y campesinas, tanto andinas como de tierras bajas, persistía la tradición de que el hombre es el jefe de familia y quien la representa en la comunidad o ante otras instancias externas. En esta división de roles, la mujer queda relegada al dominio familiar y tiene muy poca presencia en los espacios públicos. Estos estereo-

tipos se refuerzan por las desventajas que las mujeres tie-nen, generalmente debido a una menor escolaridad, mayor monolingüismo y analfabetismo, elementos que afectan su autoestima y las vuelven demasiado tímidas para hablar en público o, peor, para asumir cargos públicos.

La municipalización generó cambios para las mujeres campesinas e indígenas en este ámbito; varios estudios de caso realizados a lo largo de los últimos años así lo demues-tran. Testimonios recogidos de mujeres del municipio de Curahuara de Carangas, una de las regiones aymaras más tradicionales del país, son un ejemplo de los cambios que se están dando a favor de relaciones más equitativas entre hombres y mujeres. El punto de partida fue la expectativa que la Ley de Participación Popular despertó en las muje-res, quienes asumieron la difícil e incómoda tarea de dis-putar más presencia en las decisiones comunales sobre la forma como se debía invertir los recursos del municipio en las comunidades. Las referencias explícitas de la Ley de Par-ticipación Popular a la igualdad de derechos de hombres y mujeres facilitaron también la discusión sobre los cambios que debían realizarse a favor del rol de las mujeres. Fue a partir de estos elementos que las esposas de las autoridades tradicionales de Curahuara se rebelaron contra su rol me-ramente simbólico en el ejercicio de cargos, que según la tradición es de la pareja y no sólo del hombre. Comenzaron a negarse a servir únicamente la comida y la bebida en los momentos rituales y a estar calladas al lado de sus esposos en las reuniones, y comenzaron más bien a ejercer como autoridades no solamente al interior de la comunidad, si-no también en la representación hacia fuera. Los relatos de cómo estas mujeres con cargos tradicionales (mama t’allas) comenzaron a viajar a la capital departamental, Oruro, algunas de ellas por primera vez, y a entrevistarse con representantes de instituciones públicas o privadas para plantear sus demandas dan testimonio de un proceso de empoderamiento de mujeres tradicionales a un sor-prendente ritmo que difícilmente hubiera sido posible sin un cambio del marco normativo tan favorable, como fue el de la municipalización

el término empoderamiento surgió

a mediados de la década de los

80 en los debates del movimiento

de mujeres, como un nuevo

enfoque para luchar contra la

discriminación de la mujer.

36

Este mismo proceso de empodera-miento encontró otra oportunidad adi-cional con la nueva ley electoral que fija-ba “cuotas” obligatorias de mujeres en las candidaturas políticas, locales y naciona-les. En el caso de los partidos políticos, es-ta cuota es del 30%, en las Agrupaciones Políticas y de Pueblos Indígenas, incluso llega al 50%. En principio, se burló el es-píritu de esta norma, colocando a las mu-jeres en aquellos lugares de las listas elec-torales, que no tenían posibilidad de salir elegidos. Se revirtió esta trampa con una reglamentación severa, pero no frenar los chantajes y presiones que se ejercen para obligar a las mujeres elegidas a renunciar y ser sustituidas por un varón.

A los ejemplos descritos, se suman una serie de experiencias de empoderamien-to de las mujeres en el espacio municipal, que pueden sintetizarse con las siguien-tes dimensiones:

– Organizaciones comunales represen-tativas y democráticas, con la partici-pación de las mujeres.

– Mujeres con capacidad propositiva y visión de largo plazo, para contribuir al desarrollo del municipio y de las co-munidades.

– Mujeres capaces de dialogar y de con-certar entre ellas y con los demás acto-res locales, sea el gobierno municipal u otros sectores sociales.

– Mujeres capaces de ejercer control so-cial, porque se sienten parte activa y corresponsable del desarrollo del mu-nicipio.

– Mujeres capaces de desarrollar una cultura política que contribuya, des-de los espacios locales, con valores y prácticas democráticas a todos los de-más ámbitos del país.

– Mujeres con capacidad de mirar más allá.1

Sin embargo, este avance de represen-tatividad y empoderamiento no garan-tiza en sí mismo o de forma automática, lineal ni progresiva la mayor inclusión y participación equitativa de las mujeres. Los problemas de gobernabilidad, por

37

corrupción o porque no se respetan las reglas que deberían dar estabilidad a los gobiernos municipales, son evidentes, así como no menores son las prácticas de incumplimiento de las normas para vulnerar los derechos de las mujeres, apelando en muchos casos a los usos y costumbres, y a interpretaciones particulares sobre la universalidad de los derechos humanos.

La experiencia boliviana reconfirma por tanto el enor-me potencial democratizador que encierran los procesos de descentralización. Y a la inversa, prueba que reformas de Estado de magnitud que buscan mayor inclusión, en particular de las mujeres, tales como la municipalización, no son posibles sin la participación ciudadana.

Es decir, la participación social en todos los ámbitos de la vida pública, y por supuesto también en procesos polí-ticos, es un pilar incuestionable de toda sociedad demo-crática. Puede conducir a un proceso de empoderamiento (principalmente político, aunque no agotarse en esta sola dimensión) cuando empieza a cuestionar relaciones exclu-yentes y crear condiciones de equidad. Pero así como no puede haber empoderamiento sin participación, tampoco puede existir la ciudadanía sin participación social y em-poderamiento. Sin embargo, la participación ciudadana no se queda solamente en estas dimensiones; es un concepto que va más allá porque remite a los derechos básicos de las personas, tales como la igualdad ante la ley o las libertades personales y colectivas, que son la base para la vigencia de los Derechos Humanos, en particular de las mujeres.

La participación ciudadanía encierra otra dimensión que explica por qué es la base de una democracia moderna: es el hecho de que no evoca solamente derechos sino tam-bién deberes, entre ellos, principalmente, el respeto mutuo entre las personas y a las reglas acordadas para convivir en paz. Es precisamente esta estrecha relación entre derechos y deberes lo que diferencia la ciudadanía de lo que se en-tiende por sociedad civil. Desde esa perspectiva, el respecto a la participación de las mujeres, por ejemplo, en los espa-cios públicos, en igualdad de condiciones, se constituye en un deber ciudadano.

El ejercicio ciudadano nos permite afirmar que el proce-so boliviano de descentralización ha sido particularmente rico en el desarrollo de nuevas formas de participación directa, pero no así en la consolidación paralela de una ins-titucionalidad democrática que erradique la desigualdad y exclusión que sufren las mujeres. Esos ejemplos, empero, no ponen en duda la importancia de la participación social; lo que aportan es un llamado de atención sobre la impor-tancia de mantener una relación equilibrada entre formas de democracia directa y de democracia representativa, en-tre participación y respeto a la institucionalidad, principal-mente aquella que se ha configurado para la vigencia de los derechos humanos.

Algunos desafíos

A pocos meses de aprobarse la CPE, que garantiza “la igual participación de hombres y mujeres en la elección de asambleístas” (Art. 147) y la Ley del Régimen Electoral Transitorio, la cual establece que “las listas de candidatas y candidatos a senadores, senadoras y diputados titulares y suplentes deben respetar la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres; [mientras que] en el caso de las diputaciones uninominales, la alternancia se expresa en titulares y suplentes en cada circunscripción”, las mujeres alcanzaron sólo al 33% de las candidaturas titulares en las listas de los partidos políticos en disputa para las elecciones nacionales.

Esta práctica no es reciente, ha sido recurrente también en el espacio local y en definitiva refleja cómo las visiones patriarcales de ciertos usos y costumbres culturales se imponen ante cualquier institucionalidad para legitimar la primacía de los hombres en el liderazgo político y so-meter a la mujer a un rol secundario o una participación orgánica.

Queda claro entonces que, más allá de lo formal, la vi-gencia de los derechos de las mujeres y el ejercicio pleno de su ciudadanía no sólo requiere de un adecuado marco ins-titucional favorable, sino también de una ciudadanía comprometida con los Derechos Humanos.

1 PADEM. Ya no somos las mismas. 2008

BibliografíaBLANES, José

2001 Descentralización en Bolivia: Retos y avances actuales.

CEBEM.

BOTELHO MENDOZA, Martín

2006 Descentralización, ciudadanía y construcción da capital social

en Bolivia. PIEB.

CONSTITUCIÓN POLÍTICA DEL ESTADO

2009 Bolivia.

CORTE NACIONAL ELECTORAL

2007 Boletín Estadístico. 25 años de evolución electoral en Bolivia.

Noviembre.

MOLINA, Carlos Hugo

2005. Bolivia con Participación Popular: Un estudio de caso

Nacional.

PADEM

2008 Ya no somos las mismas.

2000 Empoderamiento de las comunidades campesinas e indígenas.

Una propuesta para la democratización de los municipios

rurales.

PNUD

2003 Informe de Desarrollo Humano de Género en Bolivia.

38

En este artículo, se analiza un pe-queño hecho en el marco de un viejo conflicto por el agua entre dos uni-dades domésticas de una comunidad del departamento de La Paz, se trata de la comunidad de Tirco, situada en el valle interandino paceño de Araca en la provincia Loayza cuya actividad principal es la agricultura bajo riego; en este trabajo se detallan algunos as-pectos de género en el marco de la

dinámica de distribución del agua y la tierra ejercida fun-damentalmente por el sindicato de la comunidad.

Organización y colectividad en una comunidad de regantes

En Tirco, la organización social se asienta sobre su colum-na vertebral, el sindicato campesino; las asambleas de la comunidad son convocadas por esta entidad que propicia y hace viable un espacio de deliberación de los asuntos colectivos, al igual que en otras comunidades campesinas del altiplano boliviano donde la interacción entre los co-munarios y comunarias es un imperativo social; de hecho, resultaría muy extraño o poco usual que una persona –y mucho menos una unidad doméstica– se aísle o desvincule radicalmente de la vida social comunal.

La organización comunal es imprescindible para tomar decisiones y ejecutar tareas relacionadas al mantenimien-to, ampliación o refacción de la infraestructura hidráulica de riego y agua potable, entre otras, las decisiones que se asumen dentro de la cotidianidad de la comunidad; así como también para definir el acceso y distribución del agua con fines productivos, dada la importancia del riego para el desarrollo de cada unidad doméstica.

En Tirco, sólo son miembros del sindicato las unidades domésticas que tienen tierras y derechos de agua, que en su mayoría son las unidades domésticas que poseen 1,5 hectárea o más, los derechos de agua implica la asignación de un turno de riego que puede ser de una hora o más de-pendiendo la extensión de tierras que se tenga (Perales,

Conflicto, género y agua en una comunidad rural de Boliviaen este trabajo se detallan algunos aspectos de género en

el marco de la dinámica de distribución del agua y la tierra

ejercida fundamentalmente por el sindicato de la comunidad.

Investigador

independiente.

Sociólogo,

magíster en

Gestión Integral

de Recursos

Hídricos.

Víctor HuGo

PERALES

mIRANDAUna de las sentencias que en los últimos tiempos se ha convertido prácticamente en un clisé es aquella

que dice que las guerras del próximo siglo serán por el agua; esta frase acuñada a finales del siglo pasado por el vicepresidente del Banco Mundial Ismail Serageldin enfatiza la relevancia política del control de este recurso natural, hace una prospección a partir de situaciones derivadas de su cada vez más evidente escasez y cuenta con antecedentes históricos, pues ya han existido con-flagraciones internacionales y guerras civiles por el agua (Gleick, 1993), aunque en estos casos, la tendencia ha estado marcada por las salidas pacíficas a este tipo de conflictos (Wolf, 2006; 2009).

Vale la pena indicar que la bautizada «Guerra del Agua» en Cochabamba de abril del 2000, en términos conceptua-les, no fue estrictamente una guerra en la que se confron-taron fuerzas bélicas por el agua, más bien se trató de un conflicto que en principio revestía un carácter local, pero donde ciertas demandas de sectores urbanos y regantes relacionadas a la gestión del agua en ese departamento co-lisionaron con los intereses transnacionales de la empresa Bechtel —«Aguas del Tunari»—, en el contexto de particula-res formas de luchas de resistencia frente al movimiento del capital, siendo ese el motivo por el cual se rebasó la escala local, alcanzando otras escalas socioespaciales, como la nacional y mundial (Perreault, 2007).

Por otro lado, algo que suele ocurrir es que cuando los conflictos por el agua tienen un carácter local, urbano, comunal o se expresan en cualquier otro contexto micro-social, muchos de ellos no suelen tener una salida pactada (Wolf, 2009). Si bien se trata de problemas aparentemente minúsculos, de ninguna manera son baladíes, al menos no para Bolivia, pues el riego representa el consumo de cerca del 85% del agua utilizada, en tanto que, los pequeños sis-temas de riegos autogestionarios y comunales representan más del 80% de los sistemas de riego en el país (MAGDR, 2000); hecho que sintetiza la necesidad de la comprensión de los conflictos por la definición de los derechos de agua para el riego en estos contextos microsociales, en aparien-cia insignificantes por su escasa magnitud, pero su recu-rrencia revela cierta importancia.

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2008). Dentro de las asambleas que convoca el sindicato se planifica el rol de los turnos de riego, las actividades de mantenimiento de las acequias, mejoras y reformas del sis-tema hidráulico tanto para el riego como para el acceso de agua destinada al consumo humano y animal.

El espacio sindical y las asambleas de la comunidad son espacios por lo general masculinistas, donde si bien no se niega la participación de las mujeres, existe una escasa par-ticipación de éstas en esta dinámica organizativa, nunca se eligió a ninguna mujer como secretaria general o secretaria de relaciones; si bien no se niega la posibilidad de que una afiliada pueda asumir el cargo de secretaria general u otras secretarías de menor importancia, en la práctica esta situa-ción nunca ha ocurrido, pues la tendencia en la dinámica del sindicato es la de restringir el acceso de las mujeres a los dos cargos sindicales más importantes –la organización comunal mantiene un sesgo masculinista.

En las reuniones comunales, la presencia de varones es mayoritaria; esta situación es también evidente en la lista de los miembros del sindicato, donde existen sólo tres mujeres –dos de ellas solteras– que ejercen la titularidad frente al sindicato. En el caso de Tirco, las únicas viudas son de avanzada edad, por lo cual no asisten a las reuniones del sindicato; en su lugar, lo hacen sus hijos adultos.

Si bien está marcado el prejuicio de tomar en cuenta sólo a los varones como «jefes de familia», las opiniones y posiciones que los varones vierten sobre asuntos generales —también específicamente los que atañen a sus intereses individuales— están en cierta forma mediatizadas o con-troladas por sus esposas, a través de una rendición de cuen-tas sobre la representación de los derechos de la unidad doméstica en las asambleas comunales.

En caso de inasistencia de un afiliado varón, éste suele ser reemplazado por su esposa o hijo mayor, quien asume la representatividad de la unidad doméstica. Ello es un indicador que los derechos de agua, si bien en apariencia son de los varones, en realidad pertenecen a la unidad do-méstica.

Entonces, pueden identificarse dos niveles de socializa-ción en los que pueden observarse las relaciones entre el agua como recurso natural y el género dentro de la comuni-dad, uno es el nivel comunal y el otro el nivel de cada unidad doméstica, que se desenvuelve en una esfera de mayor inti-midad; el primero se trata de un nivel colectivo típico de las sociedades rurales, mientras que el segundo nivel en buena cuenta se trata del espacio de la familia.

El chachawarmi y las unidades domésticas en Tirco

Con el término chachawarmi suele referirse a la pareja en las comunidades rurales del altiplano y valles de Bolivia,

éste ha surgido de la fusión de los sustantivos aymaras, chacha que significa varón y warmi que significa mujer; en el casos que se analiza, se tiene la plena seguridad que el chachawarmi no se trata de un concepto émico, pues no es de uso corriente por los lugareños de esta comunidad para identificar a las parejas o las uniones conyugales.

Generalmente este término es absolutamente desco-nocido, aunque debe indicarse que la constitución de la pareja se torna en un elemento clave para el desarrollo de las actividades productivas y reproductivas que acometen cada una de las unidades domésticas; pues en tanto mayor entendimiento de la pareja, mejores serán los resultados en la esfera productiva y reproductiva.

Por ello, al menos el chachawarmi, asumido como un concepto ético, puede entenderse como una declaración normativa del óptimo social deseado entre las parejas, que delimita las pautas de cómo deben llevarse las relaciones conyugales, orientadas fundamentalmente a que la unidad doméstica entendida como unidad de producción pueda tener un mejor desenvolvimiento económico, y no a esta-blecer un modelo de relaciones de género, pues las parejas en esta comunidades buscan que la unidad doméstica ten-ga mayores ventajas productivas, en tanto incluya o dis-ponga de personas de ambos géneros y de todas las edades (véase Spedding, 1997: 331).

Agua, género y conflicto en Tirco1

En una reunión importante para la comunidad de Tirco, pude observar, que la asamblea comunal intentaba resol-ver una diferencia entre dos unidades domésticas respecto a los derechos de tierra y agua (Perales, 2008); cada una de estas familias reclamaba para sí estos derechos, exponien-do solventes argumentos, los intereses sobre tierra y agua estaban encontrados; el conflicto había transitado por dos generaciones.

si bien está marcado el prejuicio de

tomar en cuenta sólo a los varones

como ”jefes de familia”, las opiniones

y posiciones que los varones vierten

sobre asuntos generales están

en cierta forma mediatizadas o

controladas por sus esposas.

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Se trataba de una disputa entre una fa-milia que había perdido sus derechos de tierra y agua debido a una venta de tierras y derechos de agua que el abuelo hizo al varón de la segunda familia; este último, detentaba sólo una pequeña parcela que su mujer había recibido en herencia, pues él provenía de fuera de la comunidad y no tenía tierras en Tirco.

Quienes participaban en la asamblea eran los varones de ambas unidades do-mésticas, pero en los alrededores de la ex iglesia —adecuada como recinto donde se desarrollaba las asambleas comuna-les—, mientras se ventilaba este conflic-to, observé que las mujeres de cada uni-dad doméstica escuchaban atentamente todo lo que se decía sobre su problema en la asamblea, por momentos llamaban aparte a sus cónyuges para que les aclara-sen determinados puntos o para sugerir-les que expusieran de mejor manera sus argumentos, en voz baja.

Mientras se desarrollaba esta reunión, a diferencia de otras con un talante más rutinario, en las que no atienden este ti-po de problemas; súbitamente, la inter-vención femenina deja de ser escasa para tornarse en una participación muy activa y decisión en la negociación del conflicto, pues las mujeres toman la palabra princi-palmente ante la existencia de un proble-ma concreto. Las intervenciones en abso-luto son tímidas en estos casos, muy por el contrario, cada alocución está revestida de una claridad y contundencia envidia-bles para cualquier polemista, el speech femenino en el «toma y daca» suele estar muy bien articulado y suele ser expues-to en aymara, literalmente empleando el «estilo de hablar como metralleta» (véase Spedding, 1997), evidenciando una de-fensa tenaz de sus posiciones e intereses en juego.

Esta contundencia, no se aprecia cuando las mujeres de la comunidad tratan de problemas de orden general, probablemente por su inexperiencia di-rigencial; al respecto, pude observar en otra oportunidad, en el marco del de-sarrollo de un ampliado seccional que aglutinó a los secretarios generales de

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los sindicatos de todas las comunidades del Municipio de Cairoma,2 que cuando se cedió la palabra a la secretaria ejecutiva seccional del Sindicato Bartolina Sisa, es decir de las mujeres campesinas de Cairoma, ésta brindó un escueto informe de 2 minutos, atribuyendo la escasa ges-tión a una falta de recursos económicos para desarrollar su trabajo.

Volviendo al caso de la disputa de tierra y agua; dado que en el caso que menciono estaban presentes los maridos, las mujeres no tenían ni voz ni voto; por ello, las dos mujeres con intereses contrapuestos se limitaban a observar desde fuera del local donde se desarrollaba la reunión; de todas formas, éstas sutilmente dirigían las miradas a sus esposos y a los demás comunarios para dirigir o persuadirlos en sus intervenciones, debe agregarse que desde días antes, supe que las mujeres se habían preparado para esta asamblea, intentando convencer a los comunarios que participarían en la misma, en un evidente acción de lobby con diversos comunarios y comunarias para lograr que en la asamblea éstos se pronuncien a su favor.

Tras la mediación de la organización sindical, se logró un acuerdo consensual mediante el cual la familia que po-seía los terrenos ceda una parte de su terreno y una hora de sus derechos de agua a la otra unidad doméstica —que no poseía derechos de agua—, y con esto la segunda pasó a ser una nueva afiliada del sindicato.

Reflexiones finales

Los hechos expuestos que responden a una experiencia de observación participante en Tirco, sin duda, pueden enri-quecer la discusión sobre género y conflicto en la gestión comunal de los recursos naturales como el agua y la tierra, al menos en el contexto boliviano.

De hecho, este pequeño ejemplo, permite mostrar las formas intrincadas con las que se construyen las relaciones de género en contextos comunales, en especial, en el caso concreto de cómo se dirime el acceso y distribución del agua; pues de un lado, la especificidad del patriarcalismo en Tirco puede ser observado en el evidente escamoteo «oficial» de la participación de las mujeres en las instancias públicas comunales, es decir en la discusión de la asigna-ción comunal de los derechos a la tierra y el agua.

Pero, también quedan en evidencia los subterfugios, las resistencias femeninas en contextos que se ponen en juego sus intereses respecto al agua y la tierra, su ligazón con el agua y la tierra; hechos que clarifican que allí donde hay do-minación, también hay resistencia, al menos en este caso, no es mi intención generalizarlo.

Por otro lado, el carácter patriarcal es evidente en la construcción ideológica de la comunidad; sin embargo, es-te nivel de socialización, viene precedido del nivel de la uni-

dad doméstica, donde la hegemonía masculina se retrae y tiene que ceder a la discusión democrática de intereses y posiciones dentro de la familia.

Finalmente, queda claro que lo que se llama «cha-chawarmi», al menos para este caso concreto, no funciona como un espacio de construcción armónico en las relacio-nes de género; los hechos demuestran que más bien se trata de un espacio en el que se construyen ventajas productivas que aprovechan potencialidades y fortalezas de sus miembros; la pareja y sus hijos.

1 Los datos fueron extraídos de la investigación que dio a lugar a

un texto anterior del autor (véase Perales, 2008)

2 Este municipio pertenece el Valle de Araca.

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Cuando pensamos en el conflicto y el impacto del mis-mo en la vida de las mujeres, en el imaginario común

pensamos en los hechos heroicos y en los actos de valentía de las mujeres. En su capacidad por resolver el conflicto y en la lucidez de las mismas por enfrentar las consecuencias de los conflictos. Sin embargo, este imaginario tiende a reducir el impacto en la vida de las mujeres y la crueldad del propio conflicto. Aquí lo que pretendemos es exponer de forma ordenada y reflexionada dos masacres recientes y cómo éstas fueron vivenciadas por mujeres y hombres de los pueblos indígenas. Cada una de nuestras reflexiones tiene sus propias conclusiones y son lo suficientemente ilustrativas de cómo las mujeres viven el conflicto.

Las viudas, madres sin hijos/as y hermanas de la Masacre de Septiembre

y Octubre 2003 frente a la Igualdad

El próximo mes de octubre en Bolivia se cumplirán siete años de la masacre de más de sesenta personas muertas y de cerca de cuatrocientas heridas durante los hechos co-nocidos como la “Masacre de Septiembre y Octubre 2003”, mal llamada la “Guerra del Gas”. En esas sangrientas jorna-das de 2003 el gobierno del entonces presidente Gonzalo Sánchez de Lozada autorizó la participación de las Fuerzas Armadas y policiales para reprimir al movimiento popular, indígena y campesino del Altiplano aymara, que buscaba detener la privatización del gas y su inequitativa venta a México y Estados Unidos.

La estrategia de las organizaciones sociales consistió en el bloqueo por carretera de suministros esenciales para el funcionamiento de La Paz. La acción resultó perturbadora para la ciudad, que quedó inmovilizada sin alimentos ni combustible. La respuesta negativa al diálogo por parte del gobierno se complementó con batallones de infantería, que penetraron a sangre y fuego en la población de El Alto, paso obligado para acceder a La Paz y principal escenario del corte de caminos. En su violento asalto contra la pobla-ción civil, el ejército disparó indiscriminadamente sobre los manifestantes y arremetió contra viviendas y negocios particulares. Muchas personas murieron en el interior de

sus casas en medio del más eviden-te desprecio por la vida humana. La estrategia político-militar era clara: sembrar el terror entre la población por medio de un acto de autoritarismo ejemplar.

Con estas medidas el gobierno pre-tendió aislar el conflicto a una sola ciudad. Sin embargo, la indignación se volvió nacional pidiendo directamente la renuncia del presidente. El 17 de oc-tubre, el Congreso planteó la sucesión constitucional y al mismo tiempo Sán-chez de Lozada huía del país rumbo a EEUU, siendo acogido por el entones presidente George W. Bush, del que es amigo personal.

De ahí en adelante la historia bo-liviana es ampliamente conocida de-bido al proceso de cambio que han venido realizando diferentes organi-zaciones sociales movilizadas en tor-no al llamado “instrumento político”

que constituye el MAS de Evo Morales. Sin embargo, de los hechos de aquel “Octubre Negro” de 2003 las crónicas ape-nas recogen el esfuerzo continuado, la visión de conflicto, las definiciones de democracia que los familiares de los muertos, las viudas, los heridos, las madres sin sus hijos/as y las hermanas tienen. Existe el esfuerzo del conjunto de las organizaciones populares y de los familiares que vienen llevando un juicio de responsabilidades contra aquellos ministros y oficiales de las Fuerzas Armadas que masa-craron a su propio pueblo por el delito de defender el bien colectivo.

Pero nos preguntamos ¿cómo vivieron las mujeres los hechos de Octubre 2003? Lo que evidenciamos es que los hechos de violencia política en nuestro país (y Octu-bre 2003 no es la excepción) son frecuentemente hechos que son “aprovechados”, reinterpretados y “digeridos” con mayor facilidad y utilidad para una clase política, dirigen-cial e incluso intelectual, mientras que los sobrevivientes

Las mujeres indígenas en el conflictolo que pretendemos es exponer de forma ordenada y

reflexionada dos masacres recientes y cómo éstas fueron

vivenciadas por mujeres y hombres de los pueblos indígenas.

maría Eugenia

Choque es

Trabajadora

Social con

Especialidad en

Historia Andina.

mónica

mendizábal es

especialista en

Estudios de

Género.

Las opiniones

aquí vertidas

son de exclusiva

responsabilidad

de las autoras.

mAriA euGeniA

CHoqUE

qUISPE y mónicA

mENDIZáBAL

RoDRÍGUEZ

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mo El Alto, por razones de la categoría del Juicio de Respon-sabilidades– es un traslado dificultoso y caro. El transporte que utilizan cuesta Bs 200 ida y vuelta, es decir, un tercio del sueldo mínimo nacional.

El 6 de noviembre del 2008 mediante Ley No 3955 se otorga el beneficio de un pago único así como un reconoci-miento público a las víctimas de los sucesos de febrero, sep-tiembre y octubre de 2003. Esta ley tiene un Decreto Supre-mo, el No. 29884 del 14 de enero del 2009, que hace efectivo el pago de un salario mínimo nacional multiplicado por el número de días de convalecencia presentado en el infor-me forense. En este sentido, el monto máximo asciende al equivalente de $us 20.000 (veinte mil dólares americanos) y el monto mínimo a $us 6.000. Otro beneficio otorgado ha sido el apoyo académico tramitado a través del Ministerio de Educación y Culturas en un plazo no mayor de treinta días, incluyéndose en el programa de estudios de la ma-teria de cívica los acontecimientos de febrero, septiembre y octubre de 2003. Adicionalmente se realizaron actos de reconocimiento público en los meses en que ocurrieron los trágicos sucesos. Hasta la fecha, solamente el apoyo econó-mico y el académico han sido otorgados.

¿como viven ahora las mujeres,

las viudas, las hermanas, las

hijas, las madres? este conjunto

de personas se organizó en

asociaciones que representan a

los familiares de los fallecidos, así

como a las personas heridas.

de dichas masacres –entre ellos las mujeres– lamentan a la fecha su desintegración familiar denunciando con fortaleza las consecuencias nefastas de estos hechos en sus vidas, sin identificar –debido al trauma y al déficit educativo– elementos en la democracia y el conflicto que ayuden a prevenir hechos futuros de estas lamentables dimensiones.

La democracia –ese mega pacto de estabilidad entre una clase– estaba en peligro por efecto de la sedición y de la sub-versión. La memoria étnico-cultural y lo urbano-popular funcionó en las estrategias de lucha de los mineros y diri-gentes que marcaron la denominada “Agenda de octubre”. Magdalena Cajías nos narra la presencia de mineros y tam-bién de mujeres en las luchas de Octubre (Cajías, 2006: 45).

Pablo Mamani confirma que las formas de organización barriales irradiaron las formas de acción colectiva durante la rebelión aymara, “hombres, mujeres y jóvenes se convier-ten en actores del autocontrol de los barrios […] las mujeres estaban destinadas a cuidar la casa y llevar los mates o café a las esquinas donde se realizaba las vigilias y los turnos, son también actoras callejeras” (Mamani, 2005: 95).

Desde la visión de quienes marchaban y eran protago-nistas de los hechos, la represión política que se vivió en Septiembre y Octubre 2003 fue desproporcionada. Para Ge-naro Quispe Choque (posteriormente amputado del pie) “sus compañeros y el solo portaban palos y piedras para hacer frente a la lluvia de proyectivos que caía sobre Ilaba-ya” (Ramos, 2004: 97). Para él la revuelta tenía lugar porque “no todos vivían igual” (ibídem: 100).

Los hechos de violencia, donde fallecieron 60 personas, el 85% por disparo de arma de fuego en órganos vitales (prueba concreta de la intención de matar), dejaron viudas, huérfanos y personas sin familias, así como personas muti-ladas y heridas en general (Comité Impulsor, 2010: 450). Se sabe también que 40 personas de las 60 fallecidas murieron en sus hogares en circunstancias fortuitas, lo que lleva a concluir que la estrategia priorizada en ese momento era la de “exterminio seleccionado” respondiendo así a la idea de que el enemigo es el interno, el pueblo, la gente común y corriente (ibídem, 2010: 599).

¿Como viven ahora las mujeres, las viudas, las hermanas, las hijas, las madres? Este conjunto de personas se organizó en Asociaciones que representan a los familiares de los fa-llecidos, así como a las personas heridas. En todo este tiem-po han desarrollado concretamente acciones de exigencia a la justicia y se organizan alrededor de su participación en el juicio y la vida cotidiana.

Las mujeres viudas están trabajando en actividades cu-yos montos mensuales de remuneración no ascienden al sueldo mínimo nacional (Bs 650, equivalente a $us 93) por lo que el traslado a Sucre –lugar donde se juzgan los hechos a pesar de habérselos cometido en una ciudad distante co-

No sólo las víctimas, sino sus hijos y familiares recono-cen lo importante de su participación en este proceso y en varias oportunidades han manifestado su deseo de seguir profundizando su vivencia en los hechos de Septiembre y Octubre 2003 con relación a los hechos que se suceden en el país a partir de esa fecha y desde años anteriores. Pero ¿cómo ellas reflexionaron su vínculo en la defensa de los recursos naturales –el gas– en particular y el ascenso del Presidente Morales? ¿Sus familiares, sus muertos han contribuido a la mayor y mejor profundización de la de-mocracia? ¿Qué significa derechos humanos para las viu-das, huérfanos y otras personas que perdieron a sus seres queridos? ¿Qué significa el actual “proceso de cambio” y

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su vida cotidiana? Éstas son preguntas que solamente pueden ser respondidas en el conocimiento y acompañamiento a ellos y ellas como colectivos en estos siete años. Los datos que vienen siendo sistematizados por el equipo del Comité Impulsor con las declaraciones produ-cidas en el Juicio en Sucre también son insumo importante para aproximarnos a estas respuestas.

La violencia militar fue indiscrimina-da sin respetar mujeres ni niños, el testi-monio en el Boletín de Octubre 2009 en el relato de Fabiana Mamani de Siñani deja en claro que la orden de intimidar y de amedrentar era la principal. “Los uni-formados le preguntaron ‘¿Dónde está tu marido?’, ella dijo que su marido estaba enfermo. Un soldado, un gringo dice do-ña Fabiana, le arrinconó de un culatazo con el fusil, quedó tendida en el piso. En medio del llanto doña Fabiana refirió que desde entonces ya no puede hacer las co-sas de su casa como antes, ni con el gana-do ni nada. ‘¿Yo qué culpa tengo?, no sé leer ni escribir’, les dijo a los militares que estuvieron alrededor de media hora en su domicilio” (Boletín, 2009:8). La limi-tación de la lecto-escritura es subrayada por ella misma como su mayor limitación para responder a la autoridad.

Doña Juana Mamani viuda de Valen-cia relata en su declaración “Nosotros somos gente sencilla, ¿acaso hablamos de política?, ¿acaso echamos discursos? Mi esposo estaba en su cama cuando la bala entró por la ventana y lo mató, ni yo misma ahora comprendo que ha pasado, solo sé que mataron a mi esposo” (Bole-tín, 2010:3). Ni asomos de los discursos heroicos de los dirigentes de esas fechas, nada más lejos de la realidad que poner en categoría de héroes a los muertos de Octubre 2003.

¿Cómo estos testimonios de los he-chos concretos y tal cual sucedieron se contrastan con las interpretaciones de líderes que también estuvieron en esas fechas? Uno de ellos fue Rufo Calle, quien en su declaración de Octubre 2009 di-ce “‘El gobierno nos estaba haciendo el cuento del tío’, porque les decía que que-

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rían dialogar pero al mismo tiempo estaban masacrando a la población. Se habían manchado de sangre en las 20 provincias” (Boletín, 2009:12). Son interpretaciones de los hechos; 20 provincias, una exageración, una abstracción de los hechos y una culpabilización masiva.

Pero la masacre de Octubre 2003 también tiene su lado cruel. No abordaré la muerte de los dos niños (Alex y Marle-ne Nancy), cuyo hecho es ya suficientemente condenable; tampoco abordaré el maltrato y la desconsideración me-dica, que expresa el carácter estructuralmente ineficiente y racista del Estado boliviano; abordaré una de las conse-cuencias en el cuerpo de un hombre de mediana edad, el testimonio del Sr. Antonio Cristóbal Calani Mamani, quien en el Boletín del 2 al 6 de noviembre del 2009 nos dice tex-tualmente: “El proyectil recibido le había destrozado el ba-zo, el diafragma, el colon; mostró las cicatrices en su cuerpo al Tribunal. Después de la operación le colocaron una bolsa de colostomía ‘donde hacía mis necesidades ya no por el ano sino por este costado’”. Permaneció seis meses con esta bolsa porque la abertura a consecuencia del proyectil era demasiado grande y no se cerraba. “Vivir en esa situación es muy horroroso” (ibídem: 6). Con esas laceraciones en el cuerpo, ¿es posible pensar el país?

Para ir cerrando este listado de testimonios que en su interior denuncian contenidos de democracia y conflicto, pero también de igualdad, me permito, sobre todo a la luz de la experiencia de uno de los hermanos de los fallecidos, Félix Javier Quispe Tacco, hacer las siguientes preguntas: ¿Existe la igualdad? ¿Es posible la igualdad en un país co-mo el nuestro? ¿Qué es la igualdad? ¿Las mujeres buscan la igualdad?

Como colectivo de seres humanos –hombres y muje-res– tenemos indiscutiblemente rasgos que nos hacen co-munes, más comunes y parecidos de lo que pensamos. Sin embargo, se configuran diferentes procesos y sistemas sociales que promueven la diferencia. Desigualdad de gé-nero en base a la diferencia sexual. De ahí luego provienen diferencias institucionalizadas y posteriormente se edifi-can procesos explícitos de restitución de la igualdad. Una especie de reparación del daño.

Este circuito ideal –el de repartir idealmente mediante el Estado– se rompe cuando la clase dominante produce bienes que se convierten también en dominantes, enton-ces unos tienen acceso a esos bienes y otros no. Si un sujeto –hombre o mujer– ocupa cualquier cargo, y éste es superior al de otro, gozará de igual manera que el otro de bienes y beneficios que le corresponden sin considerar su jerarquía superior al otro, entonces los bienes estarían en relación de igualdad con relación a otros. Éste es un escenario ideal, donde un Estado garantiza dicha igualdad. Sin embargo, ¿qué pasa cuando se instala la autonomía y unos son más exitosos en otras esferas que otros, triunfando en su acti-

vidad y acumulando bienes? Aquí es donde se produce la sociedad desigual. Como dice Silvia Rivera, ésta es la Bolivia actual, donde la República no aportó ninguna igualdad y lo único que hizo es transponer la colonialidad externa a una colonialidad sistemática interna (Rivera, 2010:3). De ahí entonces que los elementos coloniales internos que se introducen en la sociedad hacen que las distintas esferas de la sociedad se conformen más exitosas para unos, menos para otros, más autónomas para unos, menos para otros, la acumulación de bienes mayor para unos (con los bene-ficios que de esto se derivan), peor para otros. Entonces damos lugar a una Bolivia como la actual, desigual, racista, colonial, miserable para unos, generosa para otros.

La igualdad entonces como esa “compleja relación de personas regulada por los bienes que hacemos, comparti-mos e intercambiamos entre nosotros: no es una identidad de posesiones, sino requiere una diversidad de criterios distributivos que reflejen la diversidad de los bienes socia-les” (Walzer: 31). La igualdad radica entonces en la distribu-ción de bienes, pero no bienes diseñados exclusivamente para una clase, sino bienes para todos/as. Las mujeres de Octubre 2003 lo saben muy bien, se reconocen como las despojadas del proceso, la administración de los fondos que ahora tienen es una tarea compleja en una sociedad donde el hombre decide y es respetado en sus decisiones económicas.

Esta “deseada” igualdad, aunque sea simple, ha sido fuente de revoluciones enteras en países que en búsque-da de “la solución del problema social” han organizado revueltas, rebeliones y proyectos de subversión política en búsqueda ya sea de libertad –para los esclavos– o en proyectos de acceso a derechos civiles y políticos inicial-mente. Sin embargo, otra evolución de pensamiento es descubrir que no todas las revueltas han sido en nombre del “bien común” –no elemento constitutivo de la política en mi opinión, sino más bien de un intento planificado y sostenido de producir desigualdad. Me explico, “no todos los movimientos libertarios tienen relación con la aboli-ción de la pobreza”, para ejemplo miremos a los Estados Unidos, país que nunca estuvo abrumado por la pobreza; fue la pasión fatal por el enriquecimiento súbito, más

como colectivo de seres humanos

–hombres y mujeres– tenemos

indiscutiblemente rasgos que nos

hacen comunes, más comunes y

parecidos de lo que pensamos.

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que la simple necesidad, lo que constituyó un obstáculo para los fundadores de la república. De ahí entonces que la igualdad no sea un fin último en las revoluciones, sino pueda ser una excusa o un tema prestado.

Entonces, ¿qué pasa en sociedades donde la desigualdad se ha instalado?, ¿donde fácticamente se masacra a unos y no a otros?, ¿donde el conflicto no es vivido en la misma dimensión para unos y para otros? Parece ser que la deman-da milenaria de participación de los pueblos indígenas va más allá de la satisfacción de las necesidades materiales. Pareciera ser que la participación política –pues sólo la podrían ejercer quienes tienen mínimamente satisfechas sus necesidades de subsistencia– mejoraría el circuito de la toma de decisiones y de la redistribución dentro de las necesidades.

Entonces la igualdad tan buscada, la igualdad social sería “un rediseño o refundación multicultural de las formas de gobierno común” (Tapia: 172). Entonces se necesitaba por un lado voluntad política para iniciar el dialogo planteán-dolo entre iguales, se necesitaba por otro lado la capacidad de escucha y comprensión para permitir que unos y otros –juntos– rediseñemos las reglas y en este caso el mecanis-mo para gobernar de forma conjunta. La masacre estaba muy lejos de la forma de negociación o de imposición o de castigo que se impuso en Septiembre y Octubre 2003.

Puedo afirmar que la igualdad –tan deseada por José Quispe Tacco– se la construye en la base de una democra-cia respetuosa, inclusiva, no excluyente y por supuesto sin amedrentamiento y sin masacres, donde hombres y mujeres puedan ser libres en su identidad y cultura. Octubre 2003 sólo fue una muestra más de la cara real del país, un país estructuralmente ajeno a la tan anhelada igualdad.

La masacre de indígenas y campesinos en Pando

El 11 de Septiembre del año 2008, una vez más la masacre de indígenas y campesinos se ejecutaba organizada desde la prefectura de Pando. Acribillaron a una marcha pacífica que se dirigía a la ciudad de Cobija para analizar el clima de violencia que enarbolaba el Comité Cívico y la Prefectura. Más de 20 muertos y más de 50 heridos y muchos desapa-recidos fueron los resultados de esta masacre de indígenas, entre ellos niños, ancianos y mujeres que fueron asesinados a sangre fría. Se mutiló y torturó, amputando lenguas y ojos; testigos afirman que algunos cuerpos eran depositados en camiones y otros tirados al río.

En este hecho sobresale la mentira y el engaño, los testi-monios así lo declaran: “nos decían esperen que ya podrán pasar, llegaremos a un diálogo, el tal diálogo era la trampa para aglutinar más gente de la Unión Autonomista, sí, no-

sotros habíamos creído esto, pensamos que el diálogo era cierto, sin embargo, nos estaban haciendo esperar, para que llegaran más gente de los autonomistas. A medio día fue el tiroteo, eran tres grupos los que nos rodearon, no podíamos correr a ningún lado, porque de todo lado se es-cuchaba el tiroteo. Al final algunos decidieron correr hacia el río, corrimos hombres y las mujeres cargadas de nuestros hijos, así ha sido, ha sido la gente más humilde que nos ha prestado su ayuda, nos hemos hecho pasar de brasileras, ha sido muy triste, nos decían qullas de mierda, van a morir, nos decían hijos de puta, tienen que morir” (Líder campesi-na, Cobija, Testimonio, 2010).

De acuerdo a Informe de la Oficina de la Alta Comisio-nada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Bolivia (OACNUDHBO) y de “acuerdo al Relator Especial sobre Ejecuciones Extrajudiciales, Sumarias o Arbitra-ria, el término masacre se refiere a la ejecución extraju-dicial, sumaria o arbitraria de al menos tres personas”. Informes tanto de la Defensoría del Pueblo Como de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) “conclu-yeron en que funcionarios y seguidores de la Prefectura de Pando, cometieron una masacre que calificaron como crimen de lesa humanidad” y como delito internacional. Este Informe de Naciones Unidas evidencia, de acuerdo a testimonios y entrevistas de los testigos, el hecho como masacre. En él se registra con detalle la “grave violación a los derechos humanos que habría sido cometida por funcionarios de la Prefectura, Funcionarios del SEDCAM (Servicio Departamental de Caminos), miembros del Co-mité Cívico y otros”.

Pero en este informe de Naciones Unidas, en la pre-sentación de los hechos, se va contrapunteando versio-nes de “ambos bandos”, y conduciéndose por el juicio de intenciones se empieza a inculpar a las víctimas de la masacre. “Según alegaciones de partidarios de la prefec-tura, los campesinos se habrían dirigido a Cobija no con la intención de participar en el ampliado (asamblea), sino para retomar las oficinas del INRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria), ocupar la prefectura y pedir la renuncia del entonces Prefecto”. Ésta no es una aseveración del informe, pero, como queda registrada en la posición estra-tégica del comienzo de una versión de los hechos, en total

la igualdad se la construye

en la base de una democracia

respetuosa, inclusiva, no

excluyente y por supuesto sin

amedrentamiento y sin masacres,

donde hombres y mujeres puedan

ser libres en su identidad y cultura.

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resulta de lo más descompensada, frente a los hechos y los testimonios vivenciales de los afectados.

“Campesino” es el apelativo para las víctimas: “víctimas campesinas”, quienes son blancos de ataque; bajo el ca-lificativo de “qullas”. Esto indudablemente se refiere a los indígenas, entonces no sólo alude a la calificación penal de la masacre, sino también a un crimen de lesa humanidad dirigido contra indígenas, llevado por el tipo y conducta racista.

La calificación del delito es entonces la de genocidio. Como dice el informe, no depende del número de indí-genas muertos; por ello lo de Pando es un crimen, tipifi-cado por el Derecho Internacional, que va en contra de todo derecho humano. Pareciera que la promulgación de la Constitución Política del Estado sobre un país pluricultu-ral, plurinacional, y sobre todo promulgada la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de Los Pueblos Indígenas en septiembre del 2007, no se reconoce y no se acepta como mandato la situación real de los indígenas. Por ello el OACNUDHBO procede a “instar a las autoridades bolivianas a respetar y garantizar a todos los individuos el libre y pleno ejercicio de los derechos reconocidos en los instrumentos internacionales y nacionales, por lo tanto su difusión y formación en la materia”.

Racismo, masacre, genocidio y lesa humanidad

La continuidad del racismo, genocidio emprendido desde el momento en que llegaron los conquistadores; existía-mos aproximadamente setenta millones de indígenas, un siglo y medio después solo habíamos unos tres millones y medio de indígenas, es decir hombres y mujeres que des-pués de haberse consumado la conquista quedamos en la indigencia, alejados de sus tierras, destruidas sus autori-dades y muertos sus dioses. Esta pronunciada disminu-ción de la población nativa en América es actualmente a lo que fuimos reducidos; esto en palabras de Darcy Riveiro fue un “genocidio indígena”, teniendo como práctica el exterminio de la población indígena. La práctica fue re-ducida a la expropiación de tierras que se encontraban en poder de los habitantes de la región, quienes tomaban al territorio en el que vivían como un “legado” dejado por los ancestros, desde ese entonces poco ha cambiado nuestra situación. Por ejemplo se continúa matando indios ba-jo los justificativos de armados, victimarios; se continúa ocupando territorios pertenecientes a nuestros antepasa-dos, que fueron ilegítimamente usurpados; actualmente estamos confinados a los lugares más alejados o más po-bres de la región.

Los indígenas continuamos viviendo en un desastre, somos quienes nos encontramos en la extrema pobre-

za, desnutrición, analfabetismo, mortalidad, nuestras calles son de tierra, sin alcantarillados, sin posibilida-des de tener o mantener nuestros sistemas de vida y de organización; tal es el caso de Nación Uru que, debilita-do su sistema de vida por la contaminación del lago, a diario es un pueblo que agoniza. Entonces la masacre, la violencia y el genocidio continúan bajo el desprecio a lo indígena.

Se desvaloriza lo indígena

Piensan que no nos damos cuenta de la sutileza del racismo y la violencia. Ésta es a veces tan abierta como la masacre de Pando y a veces solapada como el racismo y el despre-cio a lo indígena. Hay que ser indio o india para en carne propia sufrir el menosprecio, la desvalorización, nos tratan como a seres de segunda. Nuestras ideas y sentimientos no son tomados en cuenta, como no son tomados en cuenta nuestra identidad, nuestras autoridades propias legítimas, nuestra religión, nuestro territorio, que continúa ocupado por terceros o las grandes multinacionales. Pareciera que continúan empeñados en concluir con el genocidio indíge-na. Nuestra posición, incluso nuestro profesionalismo no vale ni sirve a ojos externos.

Lo mencionado tiene un argumento de persistencia y vi-da, relacionado con el fundamento histórico del qhip nayra para el caso andino, o en busca de la tierra sin mal en el caso amazónico. Lo cierto es que la interpretación del mundo tiene un argumento histórico, precisamente sustentado en la búsqueda del no sufrimiento, el suma jaqawi, o suma qamana o nandereco que permite el conocimiento y com-prensión integral de la realidad. Es el recurso a la memoria a objeto de juzgar, evaluar el presente mirando el pasado para enfrentar el futuro.

Qhip nayra es un método de conocimiento basado en el concepto de nayra, cuya traducción literal es ojos, pero que también significa pasado (nayra pacha es tiempo, época antigua); una traducción conceptual al español es visión, que integra la memoria del pasado hacia el futuro.

lo mencionado tiene un

argumento de persistencia y vida,

relacionado con el fundamento

histórico del qhip nayra para el

caso andino, o en busca de la tierra

sin mal en el caso amazónico.

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De la interrogación al pasado nos interesa el conoci-miento, el proceso por el cual los pueblos hoy denomina-dos indígenas fueron subordinados, sujetos a la ley de la violencia y la arbitrariedad como norma, el ejercicio que a su vez busca también de manera paralela expresar la voz indígena, de ahí que este esfuerzo no pretende llegar a la erudición, tan cara y estimada en el gremio, sino poner de manifiesto el discurso, el lenguaje y el razonamiento des-colonizado. Qhip nayra a su vez enfatiza visión y voz propia como ya en su momento reclamó el cronista mestizo Garci-laso de la Vega (1605: 4).

La lucha incesante por el establecimiento de derechos, fundamentalmente los derechos colectivos, y la autode-terminación son temas que teniendo un uso y tratamiento diverso aluden a una única situación, que dicta la subor-dinación de colectividades marcadas por un signo muy particular, como es el "ser indígena", cuya comprensión tampoco es única. Conceptos todos que manifiestan de-mandas de reconocimiento y búsquedas de estrategia que permitan ejercer derechos. Las demandas a su vez aluden a una evidente arbitrariedad imperante basada en viejos pre-juicios como el racismo, la intolerancia que convertidos en política se expresan en la subordinación de colectividades denominadas indígenas.

La masacre de Pando es nuevamente un hecho en de-bate: la intolerancia hacia el indio. Durante estas últimas dos décadas los pueblos indígenas cada vez más se en-cuentran en el escenario político y su concepción cuestio-na el establecimiento colonial y a la sociedad en general. Esto, visto desde el lado colonial, implica intolerancia y cuestionamiento al ejercicio del poder, y obviamente una forma de acallar voces indígenas es la instauración de ma-sacres y violencia. Somos sociedades en pie únicamente motivadas por el establecimiento de nuestros dere-chos como pueblos.

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Cuando estas mujeres miran, acaba la orilla y te sumer-ges inevitablemente en esos mares que traen sus ojos.

De pronto, frente a ellos, se revela de un solo trago, todo el dolor surcado y todo el temple fraguado.

Presentes desde Afganistán hasta Zimbabwe, eviden-cian que la crueldad está viva desde siempre, en todas las coordenadas del mundo, y que se ensaña especialmente con ellas, tengan la edad que tengan.

Ellas son mujeres de nuestro tiempo que han sido des-migadas por la guerra y la violencia y que luego de curar sus heridas y las de su gente amada, han trascendido el odio para convertirse en constructoras de paz. En su llanto vaciado, en su amor por la vida y el prójimo, asoman palabras escucha-das al profesor John Paul Lederach: “(…) la reconciliación no consiste en perdonar y olvidar, sino en recordar y cambiar”.1

Se trata de un nuevo camino para trabajar la pena, sin renunciar a la justicia.

Hay, entre estas mujeres, palabras, silencios e historias que queman:

Hatidza Mehmedovic sobrevivió a la masacre de Srebre-nica durante el conflicto entre Bosnios y Serbios y perdió a todos los suyos. Su amor por la vida y la paz la llevó a impul-sar la búsqueda de la verdad, la sanación de las víctimas y la reconciliación entre los enemigos.

Hatidza MeHMedovic Mirta SuSana clara Svetlana alieva

Exposición itinerante: 1000 Mujeres de pazMujeres de nuestro tiempo que han sido desmigadas por la

guerra y la violencia y que luego de curar sus heridas y las de

su gente amada, han trascendido el odio para convertirse en

constructoras de paz.

Mirta Susana Clara estuvo seis años en prisión como tantas otras argenti-nas, bajo la dictadura de Videla, y tras recuperar su libertad, estudió psico-logía para ayudar a otras víctimas de la violencia política. Fue tenaz acusa-dora del régimen y hoy lucha por los Derechos Humanos.

Svetlana Alieva fue víctima de la re-presión de la ex Unión Soviética, cuan-do tenía 12 años, simplemente por las

condiciones étnicas de su padre. Al caer el régimen se de-dicó a escribir sus memorias acompañándolas con docu-mentos de respaldo. Integra actualmente una agrupación de mujeres que enarbolan la paz, pero aún le tiemblan las manos por el trauma de los interrogatorios.

Domitila Barrios de Chungara, activista minera boli-viana, sobrevivió a varios encarcelamientos y torturas. En 1978, junto a otras cuatro mujeres mineras, inició una huel-ga de hambre contra la dictadura de Banzer, a la que se sumaron cientos de personas, y esa medida abrió paso a las elecciones democráticas. Perdió a cuatro de sus siete hijos en las prisiones.

Comunicadora

y periodista.

Coordinadora

nacional de

la Unidad de

Ciudadanía de la

Fundación UNIR

Boivia.

GLoriA

EyZAGUIRRE LL.

50

Nicolasa machaca Alejandro, dirigente sindical de origen campesino, se alfabetizó en forma autodidac-ta y luego volcó ese conocimiento a su comunidad. Se destacó en distintos ámbitos y fue detenida, torturada y confinada por el régimen dictatorial de García Meza. Ella fundó la Federación de Mujeres Campesinas Bartolina Sisa y se hizo paramédica para ayudar a los pobres de su tierra, Bolivia.

Hay, entre ellas, la vocación de amar al prójimo:Nelsa Libertad Curbelo, uruguaya, se convirtió en misio-

nera a temprana edad y dedicó su trabajo a los indígenas del Ecuador afectados por la discriminación y la represión militar (1970). Su dedicación la convirtió en un referente de defensa de los Derechos Humanos y en asistente de procesos de mediación en distintos países.

Anna Hoare trabajó por la paz toda su vida. Nació en Irlanda del Norte, se hizo monja y es parte de una expe-riencia educativa destinada a generar convivencia entre las comunidades locales católicas y protestantes, entre las que todavía existe hostilidad y violencia.

Mirriam Malala nació en el este de Sudáfrica y hoy ha-bita en una villa remota, en la que hay mucha pobreza, desempleo y discriminación. Su aporte tiene que ver con la fundación, en 1978, de una escuela destinada a acoger a niños que debían viajar largos tramos para educarse, y en la que posteriormente se alfabetizó a adultos y se impulsa-ron programas de desarrollo y de creación de empleo. Del mismo modo, se dedicó a trabajar por las mujeres con VIH SIDA. Su fortaleza es una inspiración para muchas mujeres de su comunidad.

Ana María Romero de Campero, periodista boliviana, trabajó por los Derechos Humanos y la democracia. Fue la primera Defensora del Pueblo de Bolivia y recibió numero-sos reconocimientos. Creó la Fundación UNIR Bolivia para instar a la población a trabajar por la construcción de una cultura de paz y por el bien común. En 2003, fue parte de un

doMitila BarrioS de cHungara nicolaSa MacHaca alejandro nelSa liBertad curBelo

movimiento ciudadano que inició una huelga de hambre para frenar la masacre de civiles durante el gobierno de Sánchez de Lozada. Fue Presidenta de la Cámara de Sena-dores durante el 2009.

El proyecto de hacer visibles a estas mujeres

La idea de aglutinar mil mujeres que trabajan por la paz en el mundo nació en Suiza. Pertenece a Ruth Gaby Vermot-Mangold, integrante del Consejo Nacional Suizo y del Con-sejo de Europa, y tiene que ver con un proyecto destinado a hacer visibles a las mujeres como agentes de paz, en mérito a su contribución por la paz sostenible y por su constante accionar en beneficio de sus familias, comunidades, países y culturas.

Según Vermot-Mangold, el enfoque tradicional sólo considera como actividades promotoras de la paz a aque-llas logradas por los tratados, las convenciones, los apre-tones de manos de los presidentes de Estado o el trabajo de las tropas internacionales y no así el trabajo silencioso y valiente de las mujeres.

Por ello se conformó la organización Mil Mujeres de Paz que seleccionó a las mismas en todo el mundo, a través de distintas organizaciones. En el caso de Bolivia se recurrió a organizaciones femeninas, de derechos humanos, indíge-nas y campesinas que propusieran candidatas; se difundió la iniciativa, se recibieron y seleccionaron postulaciones, y un jurado deliberó y eligió a Domitila Chungara (Cocha-bamba), Ana María Romero de Campero (La Paz) y Nicolasa Machaca Alejandro (Oruro).

en el caso de Bolivia se recurrió

a organizaciones femeninas, de

derechos humanos, indígenas

y campesinas que propusieran

candidatas.

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Las mil mujeres seleccionadas en el mundo destacan, en general, por su compromiso y su trabajo por la paz. Hacen llamamientos a la reconciliación y organizan conversacio-nes de paz, reconstruyen lo que ha sido destruido en pue-blos y ciudades, luchan contra la pobreza y crean nuevas formas de ingreso.

Luchan por el acceso a aguas limpias, a la tierra y a otros recursos básicos. Cuidan a los infectados por VIH y dotan a los huérfanos de la guerra de un hogar. Denuncian violacio-nes de derechos humanos y condenan públicamente toda forma de tortura. Generan marchas y protestas silenciosas en espacios públicos y buscan solución a todas las formas de agresión.

Trabajan principalmente en sus propias aldeas y regio-nes, pero también en el ámbito académico y estatal o en el escenario internacional.

Todas ellas fueron postuladas en 2005 al Premio Nobel de La Paz,2 y en su honor, la organización que se gestó a partir de ellas, hizo una publicación con sus fotografías y hojas de vida y promovió la idea de realizar exposiciones fotográficas, las mismas que recorrieron varios países des-de entonces.

La muestra se inauguró en Bolivia el 11 de octubre de 2010, en Cochabamba, luego de un trabajo intenso de co-ordinación entre la Fundación UNIR Bolivia, a través de su unidad de Ciudadanía, y la organización Mil Mujeres de Paz, a través de su oficina de Argentina. En ella, se transi-tó de una exposición pensada sólo para fotografías a una muestra audiovisual interactiva, diseñada por Sandra De Berduccy y musicalizada por Bernardo Rozo.

Estará en La Paz, del 17 de noviembre al 3 de diciembre de 2010, en instalaciones del Museo de San Francisco y el próximo año se abrirá en Santa Cruz y recorrerá poco a po-co todo el país, como parte de la contribución de UNIR a la construcción de la cultura de paz.

Componente esencial de la muestra es la Resolución 1325 de las Naciones Unidas, que cumple su décimo ani-versario este año, y que está orientada a atender el impacto diferenciado y desproporcionado de los conflictos arma-dos sobre las mujeres; dar visibilidad y apoyo a las inicia-tivas de paz lideradas por mujeres; busca la prevención de potenciales conflictos, la protección de mujeres y niñas en

anna Hoare MirriaM Malala ana María roMero de caMpero

conflictos armados y apoya la participación política de la mujer en diferentes niveles de decisión.

La paz frente a la guerra y la violencia

El libro3 dedicado a las mil mujeres es una constancia del potencial de la mujer, principalmente como gestora de cambios desde lo profundo. En sus historias están las his-torias de sus países y en sus países, las historias de siempre en lo que hace al mundo: guerras y violencia con saldos de millones de seres humanos muertos o en pedazos.

La guerra, que afecta a más de treinta países actualmen-te, y la violencia que subsume a todos los países sin excep-ción: en todos se maltrata, tortura y discrimina y en todos hay hambre, desempleo y de un modo u otro, se violan derechos y libertades.

¿El denominador común? El poder y quienes lo utilizan para someter o exterminar al otro.

Estas mujeres se han enfrentado al poder.Desde sus heridas, desde su geografía, su celda, su cho-

za, su laboratorio, su aula o su trabajo institucional, han salido al frente para denunciar los abusos, para ayudar a los demás, para demandar justicia, para desarrollar acciones de restauración del tejido social y para aportar en la recon-ciliación de los enemigos.

Estas mujeres se han enfrentado al poder con sus pala-bras, con su voluntad, con su sangre o con su hambre, y con esas “armas” han dado la talla para trascender fronteras y gobiernos.

Son mil, pero representan a millones como ellas, que de forma anónima trabajan día a día por la paz, y ése, según reza el libro, “es un trabajo peligroso”.

1 Lederach, John Paul (2007), La imaginación moral. Bilbao

(España): Bakeaz/Gernika Gogoratuz.

2 El Premio Nobel de La Paz 2005 se dividió entre el Organismo

Internacional de Energía Nuclear y el Director del mismo, El

Baradei, por sus esfuerzos para impedir que la energía nuclear se

utilice para fines militares, en un contexto de creciente amenaza

nuclear.

3 1000 Women for the Nobel Peace Prize 2005, 1000 PeaceWomen

Across the Globe. C.H. Beck, Nördlingen, Germany.

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“La paz no es ausencia de guerra, requiere de una cultura propia que tenemos que empeñarnos en construir. El abu-so del poder, la injusticia y la desigualdad son la semilla de la violencia. Por ello, la cultura de paz requiere elimi-nar la violencia de género, que sabemos es estructural; aquella que ejercen los hombres contra las mujeres por el hecho de serlo y que se asienta en la desigualdad entre mujeres y hombres” (Barela, 2009).

“A las mujeres rara vez se les respetan sus derechos huma-nos. Siempre pierden todas las guerras –antes, durante y después–. Es el caso de Irak, que se volvió más peligroso para ellas cuando Bush decidió que ya se había acabado la guerra” (Op. Cit.).

En el umbral del nuevo milenio, las Naciones Unidas declaran al 2000 como el Año Internacional para una

Cultura de la Paz. Desde un concepto de paz que no se limi-ta a definirla como la mera ausencia de guerra, los derechos humanos empiezan a partir de entonces a ocupar un lugar esencial en el concepto actual de paz entendida como paz positiva. En el marco de esta nueva comprensión de la paz, se propone el reconocimiento de un derecho humano a la paz como integrante de los derechos humanos de la tercera generación o derechos de la solidaridad.

El vínculo que se establece entre los derechos humanos y la paz ha conducido en los últimos años a un reclamo de la paz como un nuevo derecho humano que engloba la re-solución de conflictos y el desarme, así como el desarrollo socioeconómico, los derechos humanos e incluso en los últimos años los problemas del medio ambiente.

Es decir el concepto de paz, de la mano de estas aproxi-maciones, se ha enriquecido incluyendo a partir de los años 60 del siglo pasado la noción de una paz positiva, que comporta el respeto de los derechos humanos y el desarro-llo integral de los pueblos. En ese sentido, un aporte de las teorías de la paz es haber logrado que ésta no se entienda como la mera ausencia de guerra (paz negativa), que sien-do una aspiración de las sociedades, se interrelaciona con el desarrollo socioeconómico, la justicia y el respeto a los derechos humanos.

La paz en perspectiva de géneroel vínculo que se establece entre los derechos humanos

y la paz ha conducido en los últimos años a un reclamo

de la paz como un nuevo derecho humano.

Esta evolución conceptual y la progresiva vinculación entre paz y derechos humanos, entre paz nega-tiva y paz positiva, permite ampliar el concepto de paz como un proce-so de construcción que compromete la justicia social; la eliminación de la pobreza, la explotación y las des-

igualdades sociales; el bienestar y la solidaridad. Así mismo, incluye el esfuerzo por enfrentar las estructu-ras de dominación cultural y simbólica que se basan en fundamentalismos religiosos, nacionalismos, racismo y que generan distintos tipos de opresión, marginación y exclusión. Esta paz positiva, promovida tanto por el paci-fismo como por los movimientos en favor de los derechos humanos y la igualdad social, es incompatible con la violencia estructural, que promueve las desigualdades y la falta de libertad.

Desde el pensamiento feminista, la perspectiva de gé-nero permite ampliar, a su vez, la distinción entre paz po-sitiva y paz negativa, visibilizando la violencia contra las mujeres y contribuyendo a mostrar la íntima relación que existe entre los derechos de las mujeres y la construcción de la paz.

En efecto, el feminismo ha contribuido a sacar a la luz las experiencias y vivencias de la mitad de la humanidad -las mujeres-, hasta no hace mucho relegadas a la esfera públi-camente invisible de lo privado. De esta forma contribuyó a ofrecer una nueva visión del mundo, más justa y global, en la que los derechos de las mujeres sean una parte visible y activa de la construcción de un orden socio económico, cultural y político, con equidad y justicia.

El aporte del feminismo se ha plasmado así en una im-portante revisión del concepto de paz, introduciendo en la noción de paz positiva los derechos de las mujeres. La rela-ción entre feminismo y pacifismo ha sido tradicionalmente intensa. No sólo porque las mujeres, debido a la tradicional división sexual del trabajo, se han visto excluidas casi uni-versalmente del ejercicio de la guerra, así como han estado excluidas de los ámbitos de decisión pública, sino sobre todo porque una de las premisas centrales del feminismo

Socióloga e

investigadora de

la Coordinadora

de la mujer.

mA. LourdeS

ZABALA CANEDo

53

ha sido reivindicar desde sus inicios la igualdad, la justicia social y los derechos humanos, premisas ineludibles para construir un mundo en paz.

La pervivencia de estereotipos que justifican la (presun-ta) inferioridad de las mujeres, misoginia, violencia do-méstica, violencia sexual en espacios bélicos, privación de la palabra, limitaciones a la libertad de movimientos, des-igual reparto del trabajo doméstico, tradiciones que agre-den y mutilan los cuerpos de las mujeres, control sobre su sexualidad, feminización de la pobreza, son incompatibles con cualquier intento por erradicar la violencia y la guerra y generar una cultura de paz. No puede haber paz mientras se oprima y se impida el desarrollo y ejercicio pleno de los derechos de la mitad de la humanidad: las mujeres de todas las etnias, culturas, clases sociales o religiones.

De ahí que uno de los objetivos del movimiento feminis-ta sea lograr la paz en su sentido más amplio, incluyendo nuevos valores que normen la vida de hombres y mujeres. Tal como advierte una autora:

El movimiento feminista es movimiento por la paz, por-que su propósito es construir un campo de valores y mo-dos de vida en los que la violencia, la opresión y las des-igualdades desaparezcan (Hikka, 1990).

En efecto, la construcción de una paz positiva que posi-bilite la igualdad de las mujeres se halla explícitamente for-mulada en las Conferencias Mundiales de Mujeres, orga-nizadas por Naciones Unidas, que bajo el lema «igualdad, desarrollo y paz» se han venido celebrando desde 1975.

En ese sentido, la consecución de la igualdad de las mu-jeres se halla ligada al desarrollo de un mundo sostenido por la paz, al tiempo que se asume que la paz no existirá mientras no se afiancen las dos premisas anteriores.

Tal como ya lo expresó el Foro Social Mundial de Porto Alegre (2001), una cultura de paz “es un movimiento en construcción que aspira a una sociedad promotora de los derechos humanos, basada en los principios de equidad, justicia y dignidad”. Desde esa perspectiva, la paz como construcción cultural constituye un dispositivo de vida ca-paz de transformar la cultura de la opresión y destrucción a través de la “presencia activa de hábitos, valores y compe-tencias que nos ayudan a vivir juntos”, y permiten realizar la equidad y eliminar todo tipo de dominación de unos individuos sobre otros. (Bastidas; 2008: 86).

Mujer-paz, hombre-guerra

¿Son las mujeres más pacíficas que los hombres? ¿Son res-ponsables de las guerras y las violencias que han marcado el acontecer de la historia de la humanidad? ¿Pueden con-tribuir de una manera particular a la construcción de la

paz? Todas ellas son preguntas obligadas en un contexto en el que las mujeres aparecen tanto como víctimas de las dinámicas de la violencia así como agentes y protagonistas de vías alternativas para cultivar nuevas y pacíficas relacio-nes humanas.

La historia universal de la guerra, tal como la cuentan los viejos relatos y avalan las prácticas de violencia bélica contemporáneas, es la historia de los hombres y la casi total ausencia de las mujeres. ¿Qué explica esta secular y casi universal fascinación masculina por la violencia y la des-trucción que trae la guerra? Cierto es que desde una lectura rápida y superficial, esta particular identificación podría atribuirse a los imperativos e inexcusables mandatos de la naturaleza o la biología. Mientras a las mujeres, a través de la maternidad, les compete dar vida y generar cuidado, “matar y ejercer como combatiente” es un atributo público masculino. (Magallón; 2006: 208).

¿son las mujeres más pacíficas que

los hombres? ¿son responsables

de las guerras y las violencias que

han marcado el acontecer de la

historia de la humanidad? ¿Pueden

contribuir de una manera particular

a la construcción de la paz?

Dada su función esencial de dadoras de vida, ocasionar la muerte no parece una experiencia vinculada al quehacer de las mujeres, todo lo contrario. Dada su función de géne-ro: fertilidad, abundancia, vida, capacidad de creación, la paz queda asociada a lo femenino, tanto desde los orígenes de la sociedad modera como en otras culturas.

Si tenemos presente que, por su tradicional papel de género, las mujeres han estado excluidas del mundo de la guerra y de los ámbitos de decisión públicos, hallamos que el entorno donde habitualmente han desarrollado sus experiencias de vida ha sido la paz, “en su acepción de paz negativa” (López y Mirón, 2000:129), lo cual no quiere decir que no hayan contribuido a reproducir valores a favor de la guerra y no haya participado de forma esporádica en este tipo de eventos.

Por lo demás podría decirse otro tanto de los varones. No es sólo la presencia física en los “campos de batalla” la que avala el protagonismo masculino, sino su sobre repre-

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sentación en las estructuras institucionales de poder, la diplomacia y los gobiernos, desde donde se toman las deci-siones acerca de los asuntos internacionales que atingen a los hechos de la guerra.

De este modo, atribuir a la naturaleza ambas identifi-caciones identitarias, mujer = paz, hombre = guerra, crea una dicotomía difícil de resolver. No es la biología, sino la cultura y el entorno las que construyen estas asociacio-nes. En efecto, la violencia es resultado de un orden social patriarcal que ha inscrito en los cuerpos de hombres y mu-jeres mandatos simbólicos de género diferentes. En ese sentido, la violencia no es una condición natural o genética del varón.

Como bien expresa una especialista en el tema:

La dicotomía mujer pacífica/hombre violento es una construcción social que hay que desmontar […] seguir manteniéndola, arroja leña al fuego de los estereotipos, al mantener horizontes de identidad que realimentan la violencia. Por esta razón, de modo similar al cuestiona-miento que hicieron las mujeres de la identidad y roles que les fueron asignados por la tradición patriarcal, es preciso que emerjan movimientos, conceptualizaciones y teorías que ayuden a desmontar la construcción social del varón (Magallón, 2006: 223).

En suma, los hombres construyen el arquetipo de su virilidad en la dominación y la conquista de “los otros”. La guerra reafirma ese rol viril para los hombres como com-batientes y defensores de la causa. En la guerra, en la furia de los bandos rivales, no basta tomarse la vida de los con-trarios, los propios cuerpos de las mujeres se convierten en otro campo de batalla. En este contexto la violencia de género es un continuum de la guerra, que arraiga en un orden simbólico patriarcal. El escenario del conflicto ar-mado se convierte en el microcosmos que recrea muchas de las dinámicas más violentas de la dominación y el poder patriarcal.

Por su parte, la perspectiva que atribuye un comporta-miento pacífico a las mujeres, tal como afirma Carmen Ma-gallón, no se basa en el hecho biológico de la maternidad. Detrás está la experiencia de lo que esta autora denomina maternaje, una suerte de subcultura femenina que no res-cata para sí ninguna esencia de mujer.

Así, más allá del hecho de dar a luz, lo que marca el vín-culo de las mujeres con la paz pasa por una “práctica mater-nal” (que puede ser realizada también por los varones), que hace a la disposición del cuidado y sostenibilidad de la vida culturalmente adquirida y que genera ciertas “capacidades cognitivas, actitudes, valores y hábitos afines a la paz: la paciencia, la responsabilidad, la ternura, el amor, la empa-tía, el compromiso” (Comins, 2007:194). En contraste, las

ideologías dominantes sobre la masculinidad promueven la agresividad, la represión de los sentimientos (no llorar, no tener miedo), la necesidad de dominio, la censura a la empatía, la competitividad extrema que lleva a los varones a exaltar por encima de todo el triunfo, la victoria exacer-bando la dicotomía de ganar o perder.

No es la única situación pues, desde otro lugar, el pa-triarcado ha contribuido a la producción de una identidad femenina, que desde la exclusión simbólica de lo público ensaya rasgos que se construyen en el apego a la vida, la exaltación de los afectos, recreando un sistema de valores propios del ámbito doméstico y vinculado al bienestar de las personas y de la supervivencia humana.

La predisposición cultural de las mujeres por la paz tiene además su fundamento en la experiencia de vida, en el re-chazo a las experiencias de subordinación que viven como género en una sociedad patriarcal. La historia de opresión y violencia femenina, que encuentra sus raíces en los mismos valores que sustentan y legitiman las guerras, produce una suerte de privilegio epistémico, que puede ayudar a generar una propuesta civilizatoria que haga posible la convivencia no sólo entre hombres y mujeres.

El sexo no está unido a una opción de comportamiento. El potencial para oponerse a la guerra se basa en su histórica exclusión del poder y la riqueza, en situarse fuera del pa-radigma de la guerra, este pensar ajeno en un mundo en el que sigue vigente el recurso a la violencia y la agresión (Magallón, 2006).

Lejos de las apreciaciones esencialistas respecto al sexo de la violencia o de la paz, no se puede obviar que existen varones que repudian y se oponen a la guerra, mientras que hay mujeres proclives a ella. En ese sentido, la complicidad de mujeres en contextos de conflicto bélico, su participa-ción como integrantes de grupos armados o grupos gue-rrilleros, su arraigo a ideologías militaristas, recuperan la diversidad de comportamientos de unos y otros.

Por lo demás, desde los órdenes de género instalados en la sociedad, no es extraño que sean las propias mujeres quienes alientan a los hombres a convertirse en héroes, en míticos guerreros “admirando sus acciones armadas y ha-ciendo elecciones amorosas que han reforzado el modelo de hombre duro y violento” (Magallón, 2006). Al propio tiempo, tampoco es ajena la oferta de nuevos modelos de identificación para los varones, que transgrediendo el este-

en la guerra, en la furia de los

bandos rivales, no basta tomarse la

vida de los contrarios, los propios

cuerpos de las mujeres se

convierten en otro campo de batalla.

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reotipo hegemónico sexista y guerrerista, recrean su identidad sobre otros valores culturales y éticos de vida.

Mujeres: Tejiendo la paz

Las mujeres no se conforman con ob-servar la guerra, llorar las víctimas, sino que toman iniciativas y acciones como sujetos políticos autónomos. Las activistas del movimiento de mujeres y de paz aspiran a la paz basada en las necesidades de la población civil y no de los ejércitos. Rechazan el poder militar y la producción de armas pa-ra matar a las personas y la naturale-za, rechazan el dominio de un género, raza, etnia sobre el otro/a. En lugar de ello, crean relaciones de convivencia, de reconocimiento de las diferencias, el apoyo mutuo, la interdependencia, el respeto de la naturaleza, el desarrollo de acuerdo con las necesidades de la población civil y no de las élites civiles y militares (Mujeres de Negro, 1996).

Incluso en el maltrato, diría nueva-mente Carmen Magallón, reducir la imagen de las mujeres a solo víctimas es reproducir un discurso que no hace justicia a la “diversidad y riqueza de los grupos de mujeres que se oponen a la guerra y ofrecen visiones alternativas” de vida (Magallón; 2005: 41). Es negar el le-gado de las mujeres inscrito en la práctica de creación y recreación de la vida, en la experiencia y sabidurías acumuladas en la educación, la salud, el servicio a los otros. Digamos que, en una mirada de larga duración, todos ellos constituyen un aporte civilizatorio a la supervivencia y a la construcción de noción de relacio-nes humanas más evolucionada.

Por otro lado, no son menores los es-fuerzos y protagonismo de cientos de mujeres en cada uno de los países y con-tinentes que afirman su liderazgo desa-fiando el poder autoritario de los grupos armados y la violencia estatal. Más allá de los riesgos de una participación polí-tica inscrita bajo la amenaza de muerte, persecución, asesinato o desaparición

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forzosa, las organizaciones de mujeres “despliegan impor-tantes esfuerzos pacifistas que intentan formar campos de neutralidad activa. Se oponen a la presión de los actores armados y se expresan en contra de las restricciones a la libertad y la seguridad y denuncian las violaciones a los De-rechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario, DIH” (Ibarra Melo,s/f:1).1

Las experiencias de las mujeres en periodos de conflicto y postconflicto armado son un ejemplo expresivo de la capacidad transformadora de los movimientos de mujeres y feministas. Existen numerosas iniciativas, organizadas y espontáneas, que ponen de relieve ese potencial crítico y transformador de las mujeres.

Se destaca, en ese sentido, las experiencias y contribu-ciones de actoras mujeres que en diversos ámbitos de la política internacional han sido capaces de “saltar por enci-ma de las barreras y establecer lazos de diálogos y empatía entre los grupos enfrentados” (Magallón, 2001). La Red de Mujeres de Negro es un buen ejemplo de esta apuesta fe-menina por la no violencia.

Mujeres de Negro es un colectivo internacional de mu-jeres pacifistas. Este movimiento internacional nace en Jerusalén en 1988, cuando un grupo de mujeres israelitas y palestinas, deciden salir vestidas de negro y en silencio para protestar contra la ocupación israelí de los terri-torios palestinos. Desde ese día se manifiestan todos los viernes, una hora. Su lema fue y es: “Nuestros gobiernos son enemigos, pero nosotras somos amigas y unidas ma-nifestamos nuestro rechazo a la violencia” (Mujeres de Negro palestinas y judías de Israel, 1988).

A las Mujeres de Negro de Israel le siguieron las Mujeres de Negro de Belgrado y posteriormente otras (España, Ita-lia, Japón) hasta conformarse una red mundial de mujeres.

Otra experiencia proviene de Serbia. El 9 de octubre de 1991, por su parte, las mujeres serbias inician una protesta pública no violenta contra la guerra, contra el régimen na-cionalista-militarista de ese país, y contra la limpieza étnica y toda forma de discriminación. Ellas señalan:

Seguimos saliendo a las calles, vestidas de negro. Lleva-mos el negro como expresión de luto por todas las vícti-mas de la guerra y todas las formas de violencia. El negro es una advertencia de que la amenaza de guerra no ha desaparecido porque predominan la conciencia y la prác-tica militaristas (Mujeres de Negro, 1996).

A partir de experiencias como las señaladas, la Red inter-nacional de solidaridad de mujeres contra la guerra (Red de Mujeres de negro) que reúne a las mujeres de todo los países de la ex Yugoslavia, Europa, EE.UU., América Latina, Asia y

África, se ha propuesto divulgar la solidaridad entre mujeres por encima de las fronteras, divisiones y barreras estatales, étnicas, religiosas y raciales, impulsando la creación de coa-liciones multiculturales de mujeres por la paz, la participa-ción de mujeres en la resolución no violenta de conflictos, los vínculos entre el feminismo y antimilitarismo.

Desde su identidad, cada una se manifiesta contra la vio-lencia, con un emblema común, donde el color significa:

De Negro: en señal de duelo, para ser más visibles. En Si-lencio: porque faltan palabras para poder explicar todos los horrores que sufren las mujeres en el mundo y en de-nuncia por la ausencia de voz de las mujeres en la histo-ria. En Uruguay además llevamos un lazo blanco en señal de paz, nuestro lema es: “Ni una muerte indiferente”. 2

En Colombia, la larga historia de violencia sociopolítica, la violación de los Derechos Humanos y del Derecho Inter-nacional Humanitario (DIH) también motiva a las mujeres a manifestarse por la paz. Con un repertorio de acciones no violentas, se movilizan demandando al Estado y a los acto-res armados irregulares el cese de la violencia y reclamando su participación en el diálogo y negociación del conflicto armado. Un proceso que las convierte en un actor prota-gónico entre los activistas de la paz. En sus manifiestos se declaran pacifistas, antimilitaristas y constructoras de una ética de la No violencia en la que la justicia, la paz, la equidad, la autonomía, la libertad y el reconocimiento de la “otredad” sean principios y valores fundamentales.

En Guatemala, el Salvador, México, las iniciativas se multiplican, las mujeres se organizan contra la impunidad y para la recuperación de la verdad y la justicia perdidas por la violación a los derechos humanos durante los con-flictos bélicos, principalmente en los dos primeros países. Partiendo de esta comprensión, organizaciones y redes de mujeres, heterogéneas y diversas, realizan grandes esfuer-zos para promover la construcción de la paz, la convivencia y la reconciliación a través de la educación y la cultura para la paz, la defensa y reconocimiento de los derechos de las mujeres y de los pueblos indígenas, y el apoyo a las víctimas para la exigibilidad de sus derechos a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición (del Río y Martin, 2008: 141).

Resulta por tanto ineludible afirmar que la paz pasa por visibilizar la violencia sexual contra las mujeres en los

las experiencias de las mujeres

en periodos de conflicto y

postconflicto armado son un

ejemplo expresivo de la capacidad

transformadora de los movimientos

de mujeres y feministas.

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conflictos armados y demandar respuestas al Estado. En Guatemala, la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) concluye que la violación sexual fue una práctica generalizada y sistemática realizada por agentes del Estado a fines del siglo pasado en el marco de la estrategia contra-insurgente, llegando a constituirse en una verdadera arma de terror, en grave vulneración de los Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario.

Guatemala, como es sabido, vivió un conflicto armado interno que duró 36 años (1960-1996). Durante este tiempo se cometieron graves violaciones a los derechos humanos perpetrados por el Estado contra la población civil y en es-pecial contra el pueblo maya. El enfrentamiento armado in-terno dejó una gran cantidad de víctimas y terror. Las cifras y los números de víctimas oscilan entre 200.000 y 250.000. Según la CEH, del 62% de las víctimas cuyo registro permitió identificar su sexo, el 25% eran mujeres. Esto implica que una de cada cuatro víctimas del enfrentamiento armado eran mujeres (del Río et al., 2008: 141). En México, por otra parte, se denuncia la situación de violencia que afecta a las mujeres particularmente en las ciudades de Juárez y Chihu-ahua. La consigna Alto a la impunidad: ni una muerta más busca promover la rendición de cuentas para esclarecer estos asesinatos y generar una corriente de opinión pública que promueva la defensa social de las víctimas, para erradi-car la impunidad y la violencia (ibídem, 2008: 169).

Se estima que de cada diez personas que trabajan por la paz en el mundo nueve son mujeres. Esta proporción no es nueva si consideramos que las mujeres han desarrollado ac-titudes mediadoras y reguladoras de conflicto en lo cotidiano como en sus movilizaciones a favor de la paz. Sin embargo, este protagonismo no halla traducción en las negociaciones de paz. Al respecto y por primera vez el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprueba en octubre de 2000 la reso-lución 1325, que exhorta al Secretario General y a los Estados miembros a actuar para lograr una mayor inclusión de las mujeres en los procesos de construcción de paz.

El sentido de esta incorporación descansa no sólo en añadir mujeres a estos espacios, sino en “una oferta y una llamada a un nuevo paradigma, a un estilo diferente de con-cebir las relaciones y afrontar los conflictos y su resolución” (Magallón, 2006: 144). En rescatar el aporte de las experien-cias de pacificación que vienen impulsando las mujeres en el mundo, tanto en sus prácticas cotidianas como en su ac-tividad pública, en tanto están contribuyendo a descubrir pautas de relaciones sociales y resolución pacífica de con-flictos, basadas en los valores de la paciencia, la caridad, el cuidado, la compasión, vinculados estrechamente con los saldos positivos de su socialización de género.

Si bien la búsqueda de salidas negociadas a los conflictos armados revela su compromiso pacifista, su intervención también tiene el propósito de visibilizar los efectos del con-

flicto armado en la vida de las mujeres. En este sentido, el acceso de las mujeres a la esfera pública y a las negociaciones de la paz, fruto de una larga y dolorosa experiencia, pretende un cambio profundo en los valores de la sociedad. Así, un objetivo de los movimientos de mujeres por la paz es pro-mover las condiciones esenciales para una paz positiva, que incluya la transformación de las relaciones desiguales de po-der, la protección y garantía de los derechos humanos y la igualdad jurídica, política, social y económica de mujeres y varones.

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1990 “La contribución de la mujer como prerrequisito para una paz

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de Seguridad de Naciones Unidas, y que fue producto de un largo y duro trabajo de presión y negociación del movimiento de mujeres. A fin de com-prometer de manera más decidida a la ONU y a las potencias que lideran el Consejo de Seguridad frente a los costos de la guerra, y la actoría de las mujeres por la paz.

Los costos de la guerra: víctimas y victimarios

Del balance global de los conflictos in-ternos e internacionales, se sabe que la mayoría de víctimas proviene de la población civil. De ésta quienes en-

frentan riesgos mayores son líderes, autoridades, activistas, políticos, indígenas.

Encontramos una extrema crueldad, un salvajismo apli-cado en especial a las mujeres, sean niñas, ancianas, o mu-jeres embarazadas, que pretende no sólo dañar físicamen-te, sino arrastrar en la insanía a la víctima, mostrarla como un despojo humano, quitarle toda dignidad, ante ella y ante su grupo de pertenencia.

En cuanto a los perpetradores encontramos un amplio abanico de actores. Fuerzas policiales y militares guberna-mentales, que operan apoyados por grupos “no regulares” como paramilitares, autodefensas, rondas campesinas, fuerzas privadas de seguridad, milicias, guerrillas, terro-ristas, etc. También se han reportados casos de abusos, cometidos por las fuerzas internacionales de pacificación de ONU, y la UE,2 así como en bandas o grupos de civiles que se organizan de manera fugaz para cometer un acto de barbarie en su entorno.

Aparecen también como perpetradores dos actores más: los llamados “Niños Soldados”, que han sido raptados, y forzados a un ritual de iniciación sanguinario. El segundo actor son mujeres soldados o combatientes, que partici-pan en las escaramuzas, en la logística, y/o son parejas de

A modo de prólogo

“…Los senderistas llegaron al local del Vaso de Leche, sabían que María Elena de todas maneras iba a darse un salto a la actividad, nunca le había fallado a las mujeres de base. A pesar que era de noche, y las cosas estaban mo-vidas. El día anterior había sido el paro armado, y ella había organizado una marcha de mujeres, desafiando abiertamente a Sendero. A pesar de andar a salto de ma-ta, por un exilio obligado fuera de su barrio, y que todos le advertían que no podía andar por su comunidad por esos días, ella efectivamente estaba allí compartiendo con sus compañeras….Llegaron los senderista y dispararon a matar, aun cuando ella estaban con sus niños. El policía que era su única seguridad no pudo hacer mucho. Aun herida la arrastraron fuera del local y le pusieron unos cartuchos de dinamita. Cuando cundió la noticia y llega-ron al local colegas y curiosos… ya no quedaba nada de María Elena…”.

Esta es una nota breve sobre la muerte de María Elena Moyano, joven dirigenta del barrio popular de Villa El Salva-dor, al sur de Lima. Malena, teniente Alcaldesa, además de política de izquierda, murió en febrero de 1992.

Los senderistas con dinamita trataron de borrar todo ras-tro de esta lideresa contestataria; sin embargo, las exequias de Malena fueron sin duda la más grande demostración de fervor popular. Miles de personas de toda edad y condición social desafiaron el inclemente sol y el arenal de Villa, para acompañarla a su última morada, en gesto de congoja pero también de desafío al accionar terrorista. Sendero calculó mal, porque el asesinato de Malena fue el hecho que marcó su derrota política. Ese año, Abimael, máximo líder de Sen-dero Luminoso fue capturado, en una casa de un distrito de clase alta limeña.

La vida de Malena y su inmolación frente al terror nos sir-ve para tratar de llamar la atención sobre la trascendencia de la participación de las mujeres en periodos de conflictos. Y también para resaltar la importancia de la Resolución 13251 aprobada en una jornada histórica por el Consejo

Portadoras de paz en entornos de conflictosen la década de los 80s en Perú las mujeres enfrentaron

altos riesgos y daños a su vida e integridad. las mujeres

organizadas, lideresas o activistas vivieron entre dos fuegos.

Realizó estudios

de Derecho y Cs.

Sc. , Post

Grados en Género

y Gerencia Social

y maestría en

Politicas Sociales.

Ex regidora de

la municipalidad

de Lima. Es parte

de la Federación

mujeres

municipalistas

Latinoamericanas.

oLenkA

oCHoA

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sus compañeros de armas. Un caso en particular, son las “Hakamas” en Sudán, ligadas a la milicia Janjaweed de Da-fur, que incitan la perpetración de atrocidades.3

Otra situación instalada en un contexto de conflicto es la impunidad. La impunidad es dañina extremadamente, afecta los vínculos de confianza y convivencia, pone en un mismo saco a víctimas y victimarios. Y se convierte en un obstáculo para sanar a la victima y a la comunidad.4

Compendio de la violencia de género en escenarios de guerra

En contextos de conflictos armados, encontramos una ex-tensa gama de abusos físicos, sexuales, psicológicos, actos crueles y degradantes contra la población femenina. Las mujeres son secuestradas. Forzadas a esclavitud, conviven-cia o servicio sexual. Confinadas a campos de concentra-ción, o los “rape camps” (guerra serbio-bosnia). Se exige a las mujeres alimentar a las tropas. Niñas y adolescentes son forzadas a ser esposas de los combatientes (“bush wives” de El Congo y Uganda).

Las mujeres son violadas previamente o luego de ser ase-sinadas. Se han reportado violaciones públicas, violaciones en grupo, “incesto forzado” y desnudos forzados. También sufren violencia física: mutilación y quemadura de geni-tales y pechos, a las embarazadas se les abre el vientre y se extrae al nonato, entre otras atrocidades. Las mujeres son torturadas durante la detención arbitraria, prisión, o confinamiento en reductos de los combatientes. Se han re-portado casos de mujeres quemadas vivas, degolladas, cru-cificadas. Se les fuerza a embarazos y abortos. Otra práctica es el tráfico sexual de niñas y adolescentes. En Colombia se reportan acciones de “control de la moral femenina” al igual que en Afganistán.

Los efectos en la salud de las mujeres son catastróficos. A los cuadros de estrés postraumático, depresión, suicidio, adicciones, se unen enfermedades venéreas, SIDA, infer-tilidad. En simultáneo opera el estigma social sobre las víctimas, que puede derivar en “crímenes de honor” (Ban-gladesh, Irak), o a la inmolación como las “mujeres bomba” (en Chechenia, Sri Lanka).

La experiencia peruana: protagonismo femenino en tiempos difíciles

Durante los 80 y 90 el Perú se convulsionó con la aparición de un grupo armado de ideología maoísta, llamado Sen-dero Luminoso. Prontamente adquirió un triste renom-bre, por su infatigable desprecio de las comunidades y las cosmovisiones indígenas, así como su accionar implaca-ble en los barrios populares de las urbes. La respuesta a

Sendero fue una estrategia contrasubversiva nefasta.5 La población civil vivió entre dos fuegos. La Comisión de la Verdad y Reconciliación ha calculado casi 70 mil muertos y desaparecidos, en este conflicto fraticida. Tres de cada cuatro víctimas fueron personas de habla quechua o co-munidades alto andinas. El 70% de las mujeres víctimas fue campesina y/o quechuahablante. Las principales víc-timas de la violencia sexual fueron las mujeres, en espe-cial, de la ruralidad.

En las ciudades de la costa, pueblos y comunidades del interior, las mujeres fueron las protagonistas de una permanente e intensa resistencia civil al terror y la estra-tegia aplicada por el Estado. Así en Ayacucho, epicentro del conflicto, fueron las mujeres las que se organizaron prontamente para buscar a sus familiares detenidos o des-aparecidos. Así nacería, luego, la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú.

Por la ausencia obligada de los varones en comunidades, municipios rurales y gobiernos locales, las mujeres asumi-rían los cargos. Ellas se encargaron de la interlocución con entidades estatales, organismos internacionales y organi-zaciones no gubernamentales, entre otros.

A pesar del conservadurismo imperante en las comuni-dades andinas y amazónicas, ante la ausencia de esposos e hijos, las mujeres salieron a la escena pública. Las mujeres se ven obligadas a asumir diversos roles. Deben mantener solas a la familia y trabajar la tierra, convivir con el trajinar de las huestes violentas, participar en las organizaciones. Las mujeres indígenas, así, dejaron su papel tradicional, cumpliendo un rol decisivo que sirvió de soporte a sus co-munidades, en medio del caos.

En la década de la violencia política, las mujeres enfren-taron altos riesgos y daños a su vida e integridad. En especí-fico, las mujeres organizadas, lideresas o activistas vivieron entre dos fuegos. Las fuerzas del orden las acusaban de ser colaboradoras del terrorismo; los subversivos, de ser “trai-doras a la causa”.

en las ciudades de la costa, pueblos

y comunidades del interior, las

mujeres fueron las protagonistas

de una permanente e intensa

resistencia civil al terror y la

estrategia aplicada por el estado.

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Las mujeres también fueron activas y creativas en medio de la violencia política. Ellas organizaron talleres de capaci-tación en derechos humanos y proceso legales de defensa, dieron albergue clandestino a las amenazadas, confron-taron en los foros comunales y políticos a los senderistas aviesos.

En las zonas “rojas” (con alta presencia senderista) las organizaciones de seguridad alimentaria, redes de mu-jeres y sus dirigentas fueron hostigadas y tuvieron que idear una estrategia de supervivencia. Así las asambleas se trasladaron del local comunal a las viviendas particu-lares de la dirigencia, las coordinaciones cotidianas se hacían en medio de un partido de “voleyball” simulado. Con todo, muchos locales de mujeres fueron hostiliza-dos, sufrieron atentados, incursiones. Muchas lideresas sufrieron prisión injusta; otras, atentados, o tuvieron que salir del país.

Las mujeres armaron la resistencia civil organizando mítines, marchas, plantones y participando en Marchas por la paz. Malena representa a las miles de mujeres que construyeron los cimientos de la pacificación.

Cabe señalar que en Perú se implantaba el nuevo mode-lo económico neoliberal. Estalla la crisis social, la gente (de sector popular y medio) se empobreció masivamente. En ese momento, las mujeres organizaron la sobrevivencia. A la par de Comedores y Vaso de Leche, tuvieron que organizar ollas comunes.

Los 90 fueron también la década de la dictadura civil de Fujimori, que instaló un sistema de cooptación, co-rrupción y compra de conciencias. Las mujeres fueron activando la oposición al régimen. Consiguieron peque-ñas victorias, como la Campaña sobre el referendo de la Constitución. A la tercera reelección, se organiza la resistencia civil, las “Mujeres de Negro” salen a la calle. Las municipalistas defienden el fuero municipal. Se arma un comité central de mujeres políticas para apoyar la “La Marcha de 4 suyos”.

Vencida la dictadura, en plena primavera democrática que coincidió con el nuevo siglo, el nuevo gobierno con-voca al “Acuerdo Nacional de Gobernabilidad”, allí conflu-yeron todos los actores políticos, gremiales y sociales que coadyuvaron al retorno de la Democracia. Sin embargo, no se convocó al movimiento de mujeres (ni organizaciones de base, redes, etc.).6 Felizmente hubo mujeres de partidos políticos o en calidad de funcionarias del gobierno na-cional que tuvieron que organizarse de emergencia, para defender las políticas y mecanismo de género (y también de jóvenes y niños) frente a la embestida conservadora y patriarcal.

Una constante es que las mujeres en el contexto de post conflicto y post dictadura siguen activando desde sus espa-cios y organizaciones. Son ellas las que siguen levantando

la agenda pendiente de la guerra: indagando por sus fa-miliares desaparecidos, exigiendo la implementación de mecanismos y normas internacionales sobre seguridad, mujer y conflicto armado (como la Resolución 1325). Las mujeres siguen organizando la seguridad alimentaria para niños, ancianos, jefas de familia. Han sumado a sus tareas la promoción de la salud, alfabetización legal y formación de liderazgo. Las mujeres municipalistas han sido las pri-meras es instalar la plataforma de género en el Estado, de-sarrollando las primeras políticas y servicios públicos para las mujeres.

En plena recuperación de la Democracia, estando sin discutir el modelo económico, han florecido muchos con-flictos sociales. Las mujeres de diferentes colectivos y tien-das políticas estuvieron marchando en las calles, durante el importante PARO NACIONAL del 2008.

Por su parte, las mujeres amazónicas son pieza clave de las luchas por los derechos y territorios de sus comu-nidades. Han sido víctimas de los enfrentamientos y las respuestas de fuerzas del orden (y de seguridad privada). La agenda amazónica no se inicia confrontacional, tampoco es sólo una plataforma étnica-racial. Es una demanda por ser por ser peruanos/as en igualdad. El último gran conflic-to en la zona, fue el de junio pasado en Bagua, relacionado a la aplicación del TLC con USA. Además del saldo trágico de víctimas, que derivó en el asilo de líderes amazónicos, han surgido dos liderazgos importantísimos Teresita An-tasu y Daysi Zapata. Ellas están participando en las Mesas de Diálogo con el Gobierno, buscando salidas pacíficas e incluyentes, y lo más meritorio, han captado la atención y la simpatía nacional con su plataforma ecologista e in-dígena. Cabe resaltar que las familias de los policías vícti-mas, las esposas, madres, tuvieron también un ejemplar comportamiento en medio del dolor, llamaron a la paz y la reconciliación

En el escenario de conflictos que surgen intermitente-mente en Perú, vemos con preocupación el surgimiento

las mujeres armaron la resistencia

civil organizando mítines,

marchas, plantones y participando

en Marchas por la paz. Malena

representa a las miles de mujeres

que construyeron los cimientos de

la pacificación.

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de liderazgos masculinos que tienden a la “radicalización precoz”, que tratan de justificar linchamientos con “costumbres ancestrales” o que tienden a marginar a las mujeres del espacio público. Por otro, las líderes cocaleras han ido ampliado su agenda gremial y, por ejemplo, se han so-lidarizado con los derechos de las comu-nidades amazónicas.

La Democracia peruana instaurada en la presente década sigue siendo defi-citaria en términos de equidad de géne-ro. Así se explica que luego de siete años de negociaciones, recién el 2007 el Con-greso de la República aprobará la Ley de Igualdad de Oportunidades. A lo que se suman los avances de sectores con-servadores contra la reforma del Código Penal (en torno a la despenalización del aborto por violación y eugenésico) y el fallo del Tribunal Constitucional contra la distribución de la AOE (píldora del día siguiente). Asimismo no se canalizan re-cursos para cumplir con el programa de Reparaciones para las víctimas del con-flicto armado.

Luces de Peligro para la ruta a seguir

Del proceso peruano que hemos repasa-do, quisiéramos rescatar algunos hallaz-gos en torno a la situación y posición de las mujeres. Primero, es que las mujeres han sido solidarias con toda la comuni-dad, con sus compañeros varones. Cuan-do la situación del país se torna insoste-nible, asumen las banderas y plataformas de los diferentes movimientos y gremios mixtos. Pero cuando la situación se pone difícil para la seguridad de ellas, para sus plataformas, todos les dan la espalda. Las mujeres aparecen por lo común solas de-fendiendo sus preciados logros

Segundo, las mujeres entran en la are-na pública en tiempos de crisis. Cuan-do vienen tiempos de paz, crecimiento económico, democracia, los varones vuelven para reclamar sus fueros. Es que como si nos dijeran “bueno… ya es hora que regresen a sus hogares…”. Así por ejemplo, en los 90, cuando los gobiernos

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las mujeres entran en la arena

pública en tiempos de crisis.

cuando vienen tiempos de

paz, crecimiento económico,

democracia, los varones vuelven

para reclamar sus fueros.

municipales enfrentaban el clima de hostilidad y el presu-puesto era escaso, florecieron los liderazgos de mujeres, como alcaldesas. Ahora que existen mejores condiciones para la gestión municipal, tenemos que en las elecciones del 2006 sólo se eligió en la capital una alcaldesa distrital, en un barrio de veraneo al sur de Lima.

Además, queríamos alertar sobre factores de riesgo para el clima de violencia que también son compartidos por otros países latinoamericanos. Se ha ido posicionando el canibalismo económico como regla de supervivencia, y legitimándose una ética social donde el interés privado es-tá por encima del Bien Común. En paralelo la desigualdad social aparece como rasgo naturalizado. Además se da un despliegue mediático de una subcultura de la Marginalidad y de un “amarillismo de género”. En el ámbito político el desprecio del opositor es una norma heredada de la guerra y la dictadura. Por último avanza la infiltración del narco-tráfico en la vida social y política.

Del balance global de la guerra, es oportuno resaltar el peligro del efecto de réplica de los modus operandi, in-cluido el de la violencia contra las mujeres, que traspasa fronteras, y que provee de un “catálogo de atrocidades” a los combatientes.

La otra tragedia es que, aun terminada la guerra y las hostilidades armadas, la violencia de género se instala en el imaginario colectivo y en las relaciones “cara a cara”.

Finalmente, queremos llamar la atención acerca de que las mujeres han sido invisibilizadas como protagonistas de la paz, como miembros de la resistencia civil o como pilares del tejido social. Las mujeres no sólo deben ser vis-tas como víctimas, sino como actoras de una heroicidad que trasciende los moldes tradicionales de valentía androcéntrica.

1 Posteriormente el 2008, Naciones Unidas haría un mayor

señalamiento con la Resolución 1820. Y este año el CS aprobaría

dos resoluciones, la 1888 y 1889.

2 La UE estableció estrictos códigos de comportamiento, con la

prohibición expresa de cualquier actividad sexual con menores

de 18, intercambios de dinero, comida, u otros para obtener

servicios sexuales de prostitutas.

3 M.Bastuck, K.Grimm y R.Kunz. Sexual Violence in Armed Conflict.

DCAF de Genova. 2007 Pág. 183.

4 M.Luisa Cabrera Perez-Armiñan. Violencia e impunidad en las

comunidades mayas de Guatemala.ECAP.2006 Pág. 44.

5 En esos años hizo su aparición, para complejizar el escenario de

guerra, el movimiento Túpac Amaru.

6 Tampoco estuvo presente el movimiendo indígena ni el

movimiento de jóvenes.

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Mujeres de Paz en el Mundo –PeaceWomen Across the Globe (PWAG)– es una organización internacional

comprometida con la misión de fortalecer la influencia de las mujeres en los ámbitos de la paz, la justicia, la seguridad y la sustentabilidad. La paz es definida por PWAG como seguridad humana y justicia, relevante a nivel comunita-rio, estatal e internacional. La organización mantiene una perspectiva feminista, pero busca mejorar la calidad de vida tanto de mujeres como de hombres.

Mujeres de Paz en el Mundo, cuyas actividades se ba-san en los logros del Movimiento Internacional de la Mujer, como la Plataforma de Acción de la Declaración de Beijing (1995), aboga por la integración de las mujeres en todas las actividades que contribuyan a incrementar la paz y la jus-ticia. Para ello, la organización cuenta con una Secretaría Internacional, un equipo internacional de coordinadoras en distintas regiones del mundo y una red global de mujeres activistas.

Nuestra historia

“1.000 Mujeres por el Premio Nobel de la Paz 2005” fue una nominación de alcance histórico, que tuvo su inicio en Suiza en 2003. En el año 2005 fueron nominadas colecti-vamente 1.000 mujeres de 150 países en representación de miles de activistas que comprometen sus esfuerzos y coraje en trabajar a favor de la paz. El objetivo de dicha iniciativa fue promover el reconocimiento y aprecio de la labor va-liente, muchas veces peligrosa y por lo general invisible, de las mujeres a favor de la paz, la justicia y la seguridad. El Pre-mio Nobel de la Paz no les fue concedido, pero la campaña mundial contribuyó a la visibilización del compromiso de las mujeres con la paz y condujo a que, gradualmente, las mismas puedan aportar sus capacidades y conocimientos a negociaciones de paz concretas.

En respuesta a las peticiones de algunas de las 1.000 mu-jeres nominadas al Premio Nobel de continuar con el pro-yecto, se estableció, en 2006, la organización internacional “Mujeres de Paz en el Mundo”, con sede en Berna, Suiza, y en la que, como se mencionó anteriormente, un equipo internacional construye y fortalece la red global de muje-res que están comprometidas con la seguridad humana y la justicia en diferentes ámbitos de acción. Para ello se ha adoptado la siguiente estrategia de tres vías:

– Incrementar la visibilidad y el apoyo a las mujeres de paz.

– Facilitar las conexiones entre las mu-jeres de paz y expandir sus conoci-mientos y habilidades.

– Difundir el concepto de paz y la construcción de ésta.

Construyendo la cultura de paz: la importancia de la Exposición

“1.000 Mujeres de Paz en el Mundo”

Una de las principales actividades de la organización es la de mostrar y distribuir la Exposición “1.000 Mujeres de Paz en el Mundo”, la cual refleja el reconocimiento de la labor de las Mujeres de Paz, haciéndola accesible al gran públi-co. La misma también le permite a PWAG hacer visible su definición de paz y visibilizar la labor valiosa que realizan cotidianamente las mujeres en todo el mundo. Está con-ceptualizada como una exposición itinerante. La misma se ha exhibido en reiteradas oportunidades en diversos continentes, en museos, parques, universidades, iglesias, ministerios e inclusive en mercados. Fue presentada por primera vez, y de manera exitosa, en Zurich (Suiza) en octubre de 2005. Sin embargo, la primera exposición in-ternacional fue organizada por la Mujer de Paz Cora Weiss en la Iglesia de la Plaza de las Naciones Unidas, en Nueva York, en diciembre de 2005. Desde entonces la exposición viaja por el mundo.

La paz es un proceso que pertenece a las comunidades, resultando fundamental que todo el tejido social se invo-lucre. Consideramos que esta exposición es el instrumen-to más efectivo para mostrar las diversas estrategias que emplean las mujeres en todo el mundo en la construcción de la paz. Brinda una plataforma para reflexionar sobre el alcance de la paz y la justicia y para vincular y profundizar la solidaridad entre las mujeres de las diversas regiones que luchan por esta causa o en áreas relevantes al tema. De igual modo facilita la conexión de activistas, académicos, estudiantes, políticos, entre otros, a fin de fortalecer los es-fuerzos de paz en los lugares donde la misma se exhibe.

La exposición da cuenta de mujeres que trabajan, sea a nivel local, nacional e internacional, en los más diversos

1000 Mujeres por la paz “1.000 Mujeres por el Premio nobel de la Paz 2005” fue

una nominación de alcance histórico, que tuvo su inicio

en suiza en el año 2003.

Coordinadora

Regional para

América Latina

y el Caribe,

mujeres de Paz

en el mundo

mAríA juLiA

moREyRA

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ámbitos de acción: las mismas se hallan comprometidas con la promoción de los derechos políticos, el fomento de la paz, la salud, la educación, el medio ambiente, los derechos de la niñez y la no violencia, y trabajan igual-mente en la lucha contra el crimen organizado y el tráfico de personas.

La exposición constituye un importante medio para aprender de esas mujeres, de sus iniciativas y sus potencia-les, y nos permite imbuirnos de su valor y compromiso.

¿Por qué las mujeres constituyen una parte fundamental en la construcción de la paz?

Como ha manifestado Ruth Gaby Vermot-Mangold, Co Pre-sidenta de PWAG, las mujeres comprueban en su tarea diaria que la paz es más que la ausencia de guerra, violencia y conflicto armado. Las mujeres negocian entre grupos enemigos; dan cuenta de las atrocidades de la guerra y reconstruyen lo que ha sido destruido. En África, luchan contra la mutilación genital de las niñas; en América del

Sur, emprenden la búsqueda de sus seres queridos que han desaparecido; en Asia, denuncian pobreza y trabajo infantil; en Europa, unen sus fuerzas contra la explo-tación sexual y la violencia doméstica.1

Asimismo, es importante resaltar el concepto que Kamla Bhasin, Co Presi-denta de PWAG, brinda acerca de la paz: “Para nosotras, los otros nombres de paz son diversidad, diálogo, justicia, demo-cracia, transparencia, derechos huma-nos, educación, amor. Para nosotras paz es creatividad, esperanza y confianza”.2

En la construcción de la paz la activi-dad de las mujeres y el reconocimiento de las mismas es de vital importancia. Demasiado a menudo las mujeres son vistas como una categoría más en la lista de grupos vulnerables. Caracterizar a las mujeres como un grupo vulnerable tien-de a oscurecer sus capacidades. Las cir-cunstancias son las que determinan el grado de vulnerabilidad de las mujeres, como también la acción que se requiere para satisfacer sus necesidades.3

Tan importante es el rol que desem-peñan las mujeres, que la ONU en la IV Conferencia sobre la Mujer (1995) sentó las bases para que las mismas tuvieran participación en lo que respecta a la re-solución de conflictos, negociaciones de paz, reconciliación, reconstrucción y mantenimiento de la paz.

El principal argumento para defender la participación de las mujeres en los pro-cesos de paz sigue siendo la equidad, el derecho que tienen a participar, un de-recho que es evidente, pero que hay que reafirmar porque la tradición patriarcal de la mayoría de las culturas no lo ha re-conocido en el pasado y aún en el presen-te existen resistencias a hacerlo. A lo que puede añadirse el hecho constatado de que las mujeres llevan a la mesa de nego-ciación temas y asuntos que ningún otro actor suele llevar.4

La cultura de paz no puede ser tal si las mujeres no están representadas. Las muje-res son conscientes de que la paz sólo pue-de provenir del diálogo, del desarrollo so-cial y económico, del respeto a los derechos humanos, de la seguridad y de la justicia.

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las mujeres negocian entre

grupos enemigos; dan cuenta

de las atrocidades de la guerra

y reconstruyen lo que ha sido

destruido.

Además de la exposición a la cual se hizo referencia ut supra, Mujeres de Paz en el Mundo aboga por la difusión, concientización e implementación de la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que el 31 de octubre de 2010 cumplió sus primeros 10 años de vida.

Dicha Resolución, que constituyó un hito histórico en materia de género, plantea las siguientes áreas temáticas:

– Aumento de la participación de las mujeres en los proce-sos de adopción de decisiones en materia de prevención y solución de conflictos y en procesos de paz.

– Protección a mujeres y niñas respecto de la violencia por razón de género (especialmente violación y otras formas de abusos sexuales y demás formas de violencia en situa-ciones de conflicto armado).

– Inclusión de la perspectiva de género en las operaciones de mantenimiento de la paz.

– Introducción transversal del género en la recogida de datos y sistemas de información de Naciones Unidas y puesta en práctica de los distintos programas.

En esta resolución, el Consejo de Seguridad reconoce no sólo que “la paz está inextricablemente unida a la igual-dad entre hombres y mujeres, sino que “el acceso pleno y la participación total de las mujeres en las estructuras de poder y su completa implicación en los esfuerzos para la prevención y la resolución de conflictos, son esenciales para el mantenimiento y la promoción de la paz y la segu-ridad”. El doctor Theo-Ben Gurirab, ministro de Asuntos Exteriores de Namibia y presidente del Consejo de Seguri-dad en el momento en que se aprobó la Resolución 1325,

lo expresaba de este modo: si “las mujeres son la mitad de toda comunidad… ¿no han de ser también la mitad de toda solución?”.5

Conclusión

La visión de Mujeres de Paz en el Mundo es la de tener un mundo genuinamente seguro y democrático en donde to-dos los seres humanos, así como el medio ambiente sean protegidos de todo daño, y en donde las mujeres, hombres, niñas y niños vivan con dignidad, donde tengan todas las oportunidades de ejercer sus derechos humanos y partici-par activamente para definir el futuro de sus comunidades y sociedades.

Aunque el objetivo inicial de la organización cambió –de buscar el Premio Nobel de la Paz a uno de trascen-dencia global– la visión de que las mujeres tienen una voz significativa en las actividades de construcción de la paz y que deben ser reconocidas no cambió. En ello creemos, para ello trabajamos, renovando diariamente nuestro más firme compromiso en continuar recorriendo este camino.

1 Vermot-Mangold Ruth Gaby, “1000 Women for a World Peace

Site”. 1000 PeaceWomen Across the Globe.

2 Bhasin Kamla, “”I am not a wall that divides - I am a crack in that

wall”. 1000 PeaceWomen Across the Globe.

3 Moreyra María Julia, “Conflictos armados y violencia sexual

contra las mujeres”. Editores del Puerto, Buenos Aires, 2007.

Página 162.

4 Magallón Carmen, “Mujeres en las Negociaciones de Paz. La

Resolución 1325” en Mujeres en Pie de Paz. Ed. Siglo XXI. 2006.

Página 143.

5 Magallón Carmen. Op. Cit. Página 158.

BibliografíaASOCIACIÓN 1000 MUJERES PARA EL PREMIO NOBEL DE LA PAZ 2005

1000 PeaceWomen Across the Globe.

MAGALLÓN Carmen

2006 Mujeres en Pie de Paz. México. Ed. Siglo XXI.

MOREYRA, María Julia

2007 Conflictos armados y violencia sexual contra las mujeres.

Buenos Aires. Editores del Puerto.

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BIBLIOTECA LIbReRo UNIR

Arnold, Denise Y. y Alison Spedding.

Investigadoras: Mariel Alfred

y Calixta Choque

MUJERES EN LOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN BOLIVIA 2000-2003

Ed. CIDEM e ILCA, La Paz, 2005, 242 pp.

La pregunta que guió esta investigación fue si realmente existe un discurso femenino en torno al Estado o lo político en general y cuál es su contenido. Busca investigar la participación de las mujeres en movimien-tos sociales y políticos recientes e identificar hasta qué punto han sido incorporadas sus demandas en las agendas particulares o glo-bales de los mismos, para luego reformular estas demandas en el contexto del Referén-dum sobre el Gas (2004) y en la Asamblea Constituyente (programada para 2006). El objetivo es identificar el papel de las muje-res en la Guerra del Agua (2000), la Guerra de la Coca (del 2000 adelante), el Impuestazo (febrero de 2003) y la Guerra del Gas (octu-bre de 2003), con comentarios sobre el Mo-vimiento Sin Tierra, el movimiento indígena y las políticas municipales y sindicales.

La publicación destaca, además, que en las áreas rurales existe un lenguaje político que las mujeres expresan en sus textiles, en los cuales las figuras tejidas representan a las federaciones y confederaciones regionales del pasado, plasmando una memoria socio-visual de los anteriores estados andinos. En este marco proponen otra cuestión: “¿Será que las mujeres piensan sobre el Estado, pe-ro de otra forma y a través de otros medios de textualidad (textil, oral, corporal?”

Zarate, Caty Luz y Marisol Fernández

APORTES PARA LA CONSTRUCCIÓN DE PAZ EN LA ESCUELASistematización de la experiencia del proceso Cultura Cívica de paz en Llallagua y Tarija Fase I y Fase IIEd. PADEP-GTZ, La Paz 2009, 162 pp.

Plasmar en un escrito una experiencia de construcción de paz desde las y los protago-nistas puede resulta una tarea difícil, toda vez que debe intentar evidenciar las emociones, los sentimientos, los aprendizajes, las dificul-tades, la práctica y los conocimientos que han emanado de ella. Y este texto lo logra.

Está organizado en dos partes; la primera denominada “Documento de sistematiza-ción: metodología para la implementación del proyecto cultural de la paz en estable-cimientos escolares de Llallagua” describe la primera fase de implementación en este municipio y fue sistematizada por encargo del componente de Interacción construc-tiva Estado y sociedad civil, base sustancial para avanzar a la fase dos que se titula “Do-cumento de sistematización: proceso de cambio cultural cívica de paz en primaria y secundaria en Llallagua y Tarija” y avanza en la revisión de los aspectos estratégicos del proceso, realizado por el componente de Gestión constructiva de conflictos y cul-tura de paz. Con el propósito de que ambas experiencias converjan en la reflexión, los dos documentos se fusionan en un solo ti-tulado Aportes para la construcción de paz en la escuela: Sistematización de la experiencia del proceso cultural cívica de Paz en Llallagua y Tarija.

Lederach, John Paul

CONSTRUYENDO LA PAZReconciliación sostenible en sociedades divididasEd. Códice, 2. ed., Colombia 2007, 200 pp.

Construyendo la paz es un texto de consul-ta para toda persona y organización que busque contribuir a la paz basada en el res-peto por los derechos humanos, la partici-pación real de todos los sectores sociales y teniendo por horizonte la reconciliación. Es pertinente tanto para iniciativas macro como para experiencias regionales y loca-les comunitarias. Lederach propone formas de entender y maximizar la creatividad y el potencial para la paz, dada en la articulación entre distintos actores y niveles de acción.

Plantea con palabras sencillas un marco de construcción de la paz dentro del cual encuadrar las herramientas que se manejan en la transformación constructiva de con-flictos. Ofrece una matriz estratégica que se proyecta del presente a un largo plazo de 30 años, integrando las raíces del conflicto y las dimensiones sistémicas e históricas sin perder de vista a la persona y al conflicto inmediato.

La primera parte del libro es una visión general de las características de los conflic-tos contemporáneos, por todo el globo y en sociedades divididas. La segunda parte presenta los conceptos y perspectivas fun-damentales que surgen de la experiencia di-recta; esta última incluye una descripción de los conceptos operativos clave y propues-tas más específicas sobre cómo construir un planteamiento sostenible de la paz.

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Varios autores

DETRÁS DEL CRISTAL CON QUE SE MIRAMujeres, órdenes normativos e interlegalidadSerie de investigaciones

Coordinadora de la Mujer, 2009,

cuatro tomos

La Coordinadora de la Mujer, en el marco del proceso de reconocimiento y respeto a la constitución plural del país y la coexis-tencia de diversas formas de organizar la vida económica, social, jurídica, política y simbólica cultural, ha realizado una serie de cuatro investigaciones en las regiones de Santa Cruz (en los pueblos Ayoreo, Chi-quitano y Guarayo), Beni (en los pueblos Moexeño-Trinitario, Chimanes y Sirionó), Cochabamba (en las comunidades de Puyka Orko, Blanco Rancho, Antaqhawa y Guarayos) y La Paz (en las comunidades de Chivo, Santiago de Llallagua, Cacachi, Sacasaca y Calamarca), así como una zona periurbana de El Alto: el barrio 23 de Mar-zo de Ventilla.

Las investigaciones plantearon la nece-sidad de analizar cómo se construyen las re-laciones de género dentro de comunidades, sociedades indígenas, originarias y campe-sinas diversas; de considerar los valores y visiones existentes en torno a los cuales se organizan las relaciones sociales en el ejerci-cio de la justicia y la resolución de conflictos vinculados con los derechos de las mujeres; analizando aquellos aspectos que pueden garantizar su ejercicio y/o reproducir formas de opresión que vulneran los derechos.

Eric Hobsbawn

GUERA Y PAZ EN EL SIGLO XXI

Ed. Memoria Crítica, Barcelona, 2008,

179 pp.

“La historia se ha acelerado a un ritmo vertiginoso, que amenaza el futuro de la raza humana” nos dice Eric hobsvawn, que no sólo es en estos momentos el historiador más leído en el mundo, sino uno de los pensadores más influyentes de la izquierda. El autor escribe en este texto sobre los grandes problemas a que nos enfrentamos: de la guerra, la paz y las posibilidades de un orden mundial, del “proyecto imperial de Estados Unidos” y de cómo “un grupo de políticos locos pretenden implantar su propia versión de la supremacía mundial”, de los efectos de una globalización que acentúa las dispari-dades en el mundo, de la crisis del Estado-nación, de las inmigraciones, el racismo y la xenofobia, de los peligros que nacen del miedo irracional al terror político o de las dificultades de mantener el orden público en un mundo violento en el que circulan ciento veinticinco millones de ri-fles de asalto.

Este texto se concentra en cinco grupos de cuestiones que hoy precisan de una re-flexión clara e informada: la cuestión gene-ral de la guerra y la paz en el siglo XXI, el pasado y el futuro de los imperios del mun-do, la naturaleza, el cambiante contexto del nacionalismo, las perspectivas de la demo-cracia liberal, y la cuestión de la violencia y el terrorismo políticos.

José Antonio Marina

APRENDER A CONVIVIR

Ed. Ariel, Barcelona, 2006, 221 pp.

¿Por qué nos resulta tan difícil convivir, si somos seres sociales? Las naciones se en-frentan, las parejas se rompen, los vecinos no se hablan, la agresividad se dispara. A los seres humanos no nos resultan fáciles ni siquiera las cosas que nos son impres-cindibles. Por eso hay que aprehender a convivir, es decir, a aumentar las alegrías y disminuir las asperezas de la vida en co-mún. Queremos que nuestros niños ad-quieran los recursos necesarios para que no fracasen en tan arriesgada empresa.

Pero ¿quién puede enseñar a convivir sin caer en una presunción caricaturesca? El comportamiento de los adultos demuestra que lo hacemos muy mal. hay demasiados conflictos, violencia, fracasos afectivos, falta de compasión y malentendidos en nuestras vidas como para sentar cátedra de sabios. Por esta razón, este texto tiene una estructu-ra peculiar. Trata de la educación a los niños, pero también de los problemas, éxitos o fra-casos de sus padres o docentes.

El autor propone dirigirse a los niños desde la posición de los adultos, pues si se les quiere educar para que tengan éxito en su vida de pareja, familiar, laboral o política, debemos saber qué es lo que nos pasa a los adultos en tales circunstancias, en qué hemos acertado, en qué nos hemos equivo-cado y hacia dónde nos gustaría ir.

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WWW DESTACADOS

MUJERES DE PAZ EN EL MUNDO

(PeaceWomen Across the Globe) es una organización internacional comprometi-da con la misión de fortalecer la influencia de las Mujeres de Paz en todos los ámbitos de la paz, la seguridad y la sostenibilidad –porque la paz es más que la ausencia de la guerra.

Su objetivo es visibilizar la labor por la paz que realizan cotidianamente las mu-jeres en todo el mundo. Está creando una plataforma para que las mujeres de paz puedan organizarse en redes regionales y temáticas, para que puedan intercam-biar métodos y estrategias y desarrollar proyectos conjuntamente. Se busca que el conocimiento de expertas y la sabi-duría de las mujeres se incluyan en las

decisiones relevantes y en los procesos de paz.

Esta organización desarrolla programas específicos para apoyar la labor de las Mu-jeres de Paz en su entorno, facilitando su organización en redes y fomentando espa-cios de acción donde ellas pueden aportar sus competencias profesionales. Su exposi-ción itinerante “1.000 Mujeres de Paz en el Mundo” y numerosas publicaciones infor-man sobre el valioso trabajo de las Mujeres de Paz. También apoya con campañas de solidaridad a mujeres que corren riesgo.

Mujeres de Paz en el Mundo nace como organización de la iniciativa “1.000 muje-res por el Premio Nobel de la Paz 2005”, la cual promovió el nombramiento colec-tivo de 1.000 mujeres de todo el mundo para el Premio Nobel de la Paz.

ESCUELA DE CULTURA DE PAZ

L'Escola de Cultura de Pau (Escuela de Cultura de Paz, en catalán) se creó en 1999 con el propósito de trabajar por la cultura de paz, los derechos humanos, el análisis de conflictos y de los procesos de paz, la educación para la paz, el des-arme y la prevención de los conflictos armados. Su sede queda en Bellaterra, España. Este centro de investigación es-tá adscrito a la Universidad Autónoma de Barcelona.

Los objetivos de l'Escola de Cultura de Pau son promover la comprensión y la práctica de la cultura de paz; investigar e intervenir en temáticas relacionadas con los conflictos, los procesos de paz, la re-

habilitación posbélica, el comercio de ar-mas, los derechos humanos, la diplomacia paralela, las artes y la paz y la educación para la paz; y formar personas para que sean capaces de difundir el mensaje y la práctica de la cultura de paz.

Tiene siete líneas de investigación: Conflictos y Construcción de Paz, Proce-sos de Paz, Desarme, Educación para la Paz, Derechos humanos, Reabilitación posbélica y Artes y Paz.

Sus publicaciones incluyen anuarios, Quaderns de Construcció de pau (Cua-dernos de construcción de Paz), informes y artículos, boletines y libros. Lleva ade-lante también actividades de formación, sensibilización e intervención directa en conflictos.

www.1000peacewomen.org

http://escolapau.uab.cat/castellano/index.php

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PAZ CON MUJERES

Es un medio de información para difun-dir y reconocer los diversos esfuerzos que hacen las mujeres por construir la paz en medio de la guerra y busca convertirse en un dinamizador del tema en la agenda de los medios de comunicación.

Entiende la construcción de paz co-mo un escenario diverso y dinámico, como una respuesta que ocurre a nivel municipal, departamental y nacional, y en el que confluyen las mujeres para reconstruir el tejido social, para apo-yar a las víctimas, para fortalecer los procesos locales de paz y democracia, para superar la pobreza, para empren-der procesos de verdad, justicia y repa-ración, para oponerse a la guerra y la

militarización de nuestras vidas, para pensar que hay una Colombia nueva y apostarle a construirla.

Busca y cuenta historias de paz dan-do voz especialmente a las mujeres, contando su cotidianidad, su trabajo, sus sueños y apuestas. Las historias se construyen con un enfoque periodísti-co desde el ejercicio del reportaje y la investigación.

Paz con mujeres es una iniciativa de la Corporación humanas en Colombia, para posicionar la idea de que el proceso de construcción de paz en el país implica no sólo la negociación del conflicto armado, sino la construcción de nuevos pactos de género que permitan la inclusión social de las mujeres y el ejercicio pleno de sus derechos.

AMéRICA LATINA GENERA

El proyecto regional “América Latina Ge-nera, gestión del conocimiento para la igualdad de Género" es una iniciativa im-pulsada por el Programa de Naciones Uni-das para el Desarrollo (PNUD) . El proyecto forma parte del marco de cooperación regional del PNUD para América Latina (2008-2011, posteriormente ampliado hasta 2013).

El portal América Latina Genera pre-tende ser un referente regional para fa-cilitar el acceso e intercambio de conoci-miento, la comunicación, la participación y el aprendizaje colectivo para la igualdad de género y los derechos de las mujeres.

Es una herramienta de gestión del co-nocimiento para conectar y articular los esfuerzos e iniciativas que se están llevan-do a cabo en la región en materia de igual-dad de género. Pretende así contribuir a evitar la duplicación de esfuerzos y a lo-grar una mayor efectividad en la consecu-ción del objetivo de igualdad.

Es un medio para la actualización per-manente de información y contenidos sobre temas de género, publicaciones, ex-periencias, cursos y herramientas para la incorporación del enfoque de género en una amplia variedad de temas del desa-rrollo, pero también para la generación de productos de conocimiento que ayuden a identificar y superar las desigualdades.

www.pazconmujeres.org/

www.americalatinagenera.org/es

70

www.peaceculture.net/krieg-es/index.htm

HISTORIAS PARA UNA CULTURA DE PAZ

La Guerra Extraña. historias para una cul-tura de paz es una página web que ofrece relatos de calidad literaria para niños y jóvenes. Las historias, escritas por el aus-triaco Martin Auer, fueron traducidas del alemán por Gema González Navas, y tra-tan de modos muy ingeniosos el tema de la paz.

La ONU y la UNESCO han declarado los primeros diez años del nuevo milenio una Década para una cultura de paz y no violencia para los niños del mundo. Esta declaración impulsó a Martin Auer a agrupar una colección de sus historias y publicarlas en esta página electrónica. Auer afirma que ha escrito estas histo-rias para niños y jóvenes, pero espera que tengan algo que ofrecer a todo el

mundo. Algunas se publicaron en libros anteriores, algunas han aparecido por primera vez en La Guerra extraña (Der Seltsame Krieg, 2000), y algunas sola-mente se publican por el momento en esta página.

Además de leer las historias en la pan-talla, es posible descargarlas, imprimirlas y fotocopiarlas, aunque su uso comercial queda prohibido. “El niño azul”, “La Guerra Extraña” y “Serpiente Estelar” son algunos de los relatos destacados.

Además, existe un foro de discusión donde el lector se puede comunicar con el autor y con todo el mundo para charlar sobre las historias y otros te-mas relacionados con la cultura de paz. Muchos profesores han utilizado ya las historias para el trabajo en clase y algu-nos trabajos de sus estudiantes se han publicado aquí.

ENVíOLos trabajos, para ser considerados, deberán enviarse por correo electrónico a LAzOS ([email protected]), adjuntando el artículo en un archivo en Microsoft Word, con una extensión mí-nima de 12.000 caracteres con espacios y una máxima de 14.000 .

DATOS PERSONALESLa presentación incluirá el nombre completo del autor, su título profesional, ocupación, en su caso la insti-tución desde donde desarrolle su actividad profesional, ciudad y país de residencia. Estos datos serán pu-blicados junto con cada artículo, y deberán incluirse como nota al pie en la página 1 del artículo. En caso de que el autor lo desee, puede incluir su dirección de correo electrónico para posibilitar el contacto personal de los lectores interesados.

RESúMENESCada trabajo deberá incluir un resumen de 150 a 200 palabras como máximo, en castellano, el que será publicado en el sitio web de la Fundación UNIR Bolivia, con la referencia a la edición correspon-diente. El resumen debe ser escrito en forma impersonal, y transmitir únicamente el contenido esen-cial del artículo.

REFERENCIAS BIBLIOgRáFICASEs responsabilidad del autor presentar con precisión las referencias bibliográficas. Deberá incluirlas al final del artículo (no como nota al pie), y según el formato que se detalla a continuación.

- Libros: apellido del autor, nombre. Título. Lugar, editorial, año.

- Artículos en una compilación: apellido del autor, nombre. Título del artículo entre comillas, en mayús-culas el título del libro, compilado por apellido y nombre del compilador. Lugar, editorial, año.

- Artículos en una revista: apellido del autor, nombre. Título del artículo entre comillas y en cursiva. Nombre de la revista, número y año. Lugar, editor: páginas.

- Documentos tomados de un sitio web: apellido del autor, nombre. Título del artículo entre comillas y en cursiva, año de la publicación. Copiado en (fecha en que fue copiado de Internet), del sitio web: (dirección de la página web).

SELECCIóN Cada trabajo enviado será recibido, aprobado o rechazado por el concejo de redacción de LAzOS en la medida en que responda a las indicaciones formales que se detallan en estas instrucciones. Una vez confirmada su recepción será considerado por LAzOS, cuya decisión será comunicada al autor a la bre-vedad posible. En caso de que el trabajo no sea elegido para el número en preparación, LAzOS podrá reservarlo en sus archivos durante un año desde su recepción, para publicarlo en un número posterior, salvo que el autor lo requiera antes por e-mail.

instrucciones para publicar en la revista laZos

www.unirbolivia.org


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