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Intransigencia y personalismo en la crisis de 1930 Por Guillermo Gasió A partir de la conocida expresión de Federico Pinedo: “El 6 de septiembre de 1930 no fue un rayo en un día de sol”, en esta nota se intenta ofrecer un panorama de conjunto, o más precisamente, un inventario de temas, sobre la trama del conflicto entre la Unión Cívica Radical bajo la jefatura de Hipólito Yrigoyen y la oposición de las derechas que finalmente logró truncar su segunda presidencia. 1. INTRANSIGENCIA Y PERSONALISMO Para Hipólito Yrigoyen el Gobierno de la República se expresaba en la Presidencia de la Nación. Para lograr ese objetivo, construyó pacientemente una herramienta política básica: la Unión Cívica Radical (partiendo de la Reorganización Partidaria de 1903), a la cual opuso un enemigo irreductible: el Régimen. A tal punto, que la Causa – identificada con la Nación misma – cobra sentido a partir del Régimen. El procedimiento para lograr la Presidencia consistió, paralelamente, en la abstención y intransigencia, en ambos casos, a todo o nada: no participar de procesos electorales hasta que no existan garantías de sufragio libre; no pactos, no acuerdos, no aceptación de un cargo nacional, provincial o municipal por ningún radical hasta lograr garantías electorales que

Revolución de Septiembre

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Intransigencia y personalismo en la crisis de 1930 Por Guillermo Gasió

A partir de la conocida expresión de Federico Pinedo: “El 6 de septiembre de 1930 no fue un rayo en un día de sol”, en esta nota se intenta ofrecer un panorama de conjunto, o más precisamente, un inventario de temas, sobre la trama del conflicto entre la Unión Cívica Radical bajo la jefatura de Hipólito Yrigoyen y la oposición de las derechas que finalmente logró truncar su segunda presidencia.

1. INTRANSIGENCIA Y PERSONALISMO

Para Hipólito Yrigoyen el Gobierno de la República se expresaba en la Presidencia de la Nación. Para lograr ese objetivo, construyó pacientemente una herramienta política básica: la Unión Cívica Radical (partiendo de la Reorganización Partidaria de 1903), a la cual opuso un enemigo irreductible: el Régimen. A tal punto, que la Causa – identificada con la Nación misma – cobra sentido a partir del Régimen. El procedimiento para lograr la Presidencia consistió, paralelamente, en la abstención y intransigencia, en ambos casos, a todo o nada: no participar de procesos electorales hasta que no existan garantías de sufragio libre; no pactos, no acuerdos, no aceptación de un cargo nacional, provincial o municipal por ningún radical hasta lograr garantías electorales que posibilitaran el acceso cierto a la Presidencia. Para que ese proyecto político apoyado en un partido popular tuviese viabilidad se hacía imprescindible un liderazgo centralizado y poderoso: el del propio Yrigoyen (el Hombre, el Apóstol). El radicalismo pasó de la conspiración a la revolución (expresada en forma notable el 4 de febrero de 1905) hasta lograr que se sancionase la ley electoral de 1912. La intransigencia radical y el personalismo de Yrigoyen marcan un importante punto de conflicto (si no fue el punto crucial) a lo largo del proceso político 1912-1930.

2. ¿CONCESIÓN O CONQUISTA?

La ley Sáenz Peña, en el concepto de los conservadores, fue una concesión liberal que permitiría ampliar la participación política,

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haciendo del radicalismo un partido intrasistema, y dejando establecido el compromiso de compartir el poder en una república conservadora-radical, sobre la base de listas de mayoría y minoría (2/3 y 1/3), con lo cual se habría consolidado el bipartidismo, apoyado en concesiones mutuas, negociaciones y acuerdos, alternancia en las funciones de gobierno. Para los radicales yrigoyenistas la ley electoral de 1912 fue una conquista del partido, que serviría para concretar la democracia radical, o sea, la reparación fundamental, donde no podían caber los conservadores, ni fuerza política contradictoria del radicalismo. A eso se agregaba la proclamación de la plenitud representativa, basada en la pureza electoral, incompatible con el Régimen, descripto como “situación anormal y de fuerza”. De acuerdo con la concepción conservadora, en la práctica, el radicalismo transformó bruscamente el sistema político montando una maquinaria electoral que acabó convirtiendo la democracia en demagogia, la intransigencia en un medio de exclusión política, y el ejercicio del gobierno en un juego dialéctico de anarquía y dictadura. Para los radicales, con los conservadores era imposible alcanzar la democracia representativa y el consecuente ejercicio de un gobierno que expresara la identidad pueblo-gobierno, o sea, la democracia genuina. Al respecto, conforme el radicalismo, bastaría evocar la experiencia de 1930-1943. Un dato importante de la ley Sáenz Peña: el padrón militar y, consiguientemente, la aceptación del Ejército como garante del comicio y del escrutinio.

3. DEL COLEGIO AL INTERVENCIONISMO

En las elecciones nacionales de 1916, la fórmula Yrigoyen-Luna se impuso en solamente 6 distritos electorales y logró 143 electores para el Colegio Electoral, necesitando 151. Los disidentes de Santa Fe con sus 19 votos decidieron que fuese proclamada la fórmula radical por uno más de los necesarios. El radicalismo se empeñó en proclamar que se trató de un plebiscito que implicaba cierta irreversibilidad en la marcha del proceso democratizador. Para consolidarlo, debió apelar a un recurso constitucional extremo: la intervención federal a las provincias. “Las autonomías son de los pueblos y para los pueblos y no para los gobiernos” fue la recurrente doctrina radical en la materia. De las 20 intervenciones a las provincias dispuestas entre 1916 y 1922 solamente 5 lo fueron por ley

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del Congreso Nacional, conforme prescribe la Constitución. En 10 casos fueron removidos gobernadores de origen conservador, de las cuales pudieron reconquistar el gobierno solamente en 2; en otros casos, se trataba de resolver internas radicales o de aniquilar nuevas fuerzas políticas desglosadas del tronco matriz (Mendoza y San Juan fueron intervenidas 3 veces cada una durante aquella primera presidencia). Por supuesto, la reversión de situaciones provinciales iría teniendo sucesivos efectos en la composición del Senado Nacional. La intervención a la provincia de Buenos Aires, realizada a expensas de Marcelino Ugarte, además, sería decisiva para la perpetuación de la base electoral del radicalismo.

4. SEMANA TRÁGICA Y APUESTAS DERECHISTAS

La política de neutralidad mantenida por Yrigoyen durante la Primera Guerra Mundial importó una situación de virtual soledad política del líder radical, toda vez que aparecía ante la opinión pública como una decisión no compartida por gran parte de la dirigencia partidaria. En este caso, importa detectar hasta qué punto el basamento de apoyo a la neutralidad no provino en buena medida de sectores militares. Por otro lado, es importante observar en qué grado la política militar del yrigoyenismo derivó en una politización de los cuadros. (Por primera vez un civil ocupó la cartera de Guerra, fueron rehabilitados los afectados por las revoluciones radicales, los ascensos y traslados beneficiaron a oficiales notoriamente partidarios, etc.). La apelación al general Dellepiane para terminar resolviendo el conflicto de los talleres Vasena, en enero de 1919, conocido como la semana trágica – denominación tomada de los también sangrientos sucesos anticlericales de Barcelona de julio de 1909, siendo que lo ocurrido en Buenos Aires se debe relacionar con la difusión mundial de la Revolución Bolchevique –, protagonizada principalmente por anarquistas, dio pie a salvaguardar la estabilidad del gobierno, puesto que si es controvertible el carácter revolucionario de la apuesta anarquista, sobran los testimonios de la denuncia de las derechas sobre la amenaza roja, y consecuentemente, sobre la capacidad o impotencia del gobierno radical, y del sistema democrático, para enfrentarla. De modo que, si la semana trágica implicó la posibilidad nula de establecer un gobierno anarquista revolucionario, significó la posibilidad (¿cuánta?) de un golpe de Estado apoyado en las derechas.

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Si el golpe no ocurrió, lo que sí ocurrió fue el avance de las derechas sobre distintos escenarios de la vida política, que comenzaron a expresarse al momento de las elecciones presidenciales de 1922 y se ampliarían a lo largo de la década.

5. LA SUCESIÓN

Los resultados de las elecciones nacionales del período 1916-1922 auguraban una nueva presidencia radical. Para las derechas, se trataba de condicionar esa sucesión, teniendo como meta final imposibilitar el regreso de Yrigoyen en 1928. Para los radicales disidentes la piedra de toque consistía en erosionar el liderazgo de Yrigoyen dado que el proceso democratizador por él encabezado, entre otros efectos, venía alterando significativamente los cuadros partidarios, desplazando a los históricos por los incondicionales. De tal manera, si derechas proclamaban que se trataba de atacar ante todo la intransigencia, expresada en lo que caracterizaban como extremismo democrático, los radicales disidentes sostenían que la cuestión era acabar con el personalismo de Yrigoyen. En realidad, el ataque fue simultáneo ya que el liderazgo estaba ligado íntimamente con el principio. La decisión de Yrigoyen de elegir a Marcelo T. de Alvear como su sucesor en la Presidencia, seguramente tuvo en consideración que el elegido no le daría la patada histórica. Pero el argumento no se agota en ese dato: cabe preguntarse si la elección de Yrigoyen a favor de Alvear en el 22 no guarda correspondencia con la elección de Alvear por Yrigoyen en el 31: de ser así, el dato clave es el grado de conflicto con las derechas y la posibilidad de conservar, en el primer caso, y de reconquistar, en el segundo, la Presidencia de la Nación para la Unión Cívica Radical. Otro dato a tener en cuenta es la capacidad de Alvear, casi única entre los dirigentes próximos a Yrigoyen, de asegurar el mantenimiento de la unidad partidaria, pero en este caso, el resultado sería controvertible.

6. EL CONTUBERNIO

La elección del gabinete marca el comienzo del conflicto entre los radicales de Yrigoyen (tal vez más que de Yrigoyen mismo) con el flamante presidente Alvear.

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Si damos por seguro que la Logia General San Martín inspirada por el coronel Agustín P. Justo, designado Ministro de Guerra, impuso condiciones a Alvear, entre ellas las de no delegar el mando en el vice Elpidio González, correspondería inferir que la posibilidad del golpe estaba instalada desde el comienzo, o al menos, de condicionamiento militar del gobierno, o siquiera la necesidad de apoyarse en los mandos justistas para concretar determinado tipo de políticas acuerdistas, las que inexorablemente resultarían fulminadas por Yrigoyen. El primer paso hacia la obstaculización de la vuelta de Yrigoyen al gobierno fue la escisión radical del 23 formalizada en la constitución del Antipersonalismo en el 24. La segunda etapa, con las elecciones nacionales del 26, en la cual las cifras dan pie para pensar que la unión opositora haría inviable la candidatura de Yrigoyen en el 28. Tal la apuesta de la fórmula Melo-Gallo por el Frente Único Antipersonalista, unión de la Confederación de las Derechas con la UCR Antipersonalista. Pero para que esa empresa fuese exitosa resultaba imperioso intervenir la provincia de Buenos Aires: Alvear no la concretó. Paralelamente, es importante prestar atención a lo que los yrigoyenistas caracterizan como el mapa de la regresión: la continuidad de situaciones provinciales revertidas a favor del radicalismo antipersonalista o de distintas expresiones del conservadorismo, que tendrían su expresión más elocuente en la composición del Senado.

7. DEL PLEBISCITO AL MANDATO EXTRAORDINARIO

La Convención Nacional de la UCR proclamó la candidatura de Yrigoyen el 24 de marzo de 1928, o sea, una semana antes de las elecciones presidenciales que lo consagrarían nuevamente como Presidente de la Nación con el 57,41% de los votos, imponiéndose en el 93% de los distritos electorales del país. La contundencia de las cifras llevó a los radicales yrigoyenistas a presentar el resultado electoral (nuevamente, aunque esta vez sí fue cierto) en términos de plebiscito, que a su vez, dio pie a que se hablase de mandato histórico, de mandato extraordinario, que en la práctica consistió en una decisiva vuelta de tuerca a la intransigencia y en una exaltación del personalismo de Yrigoyen como eje y motor del proceso democratizador.

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La antinomia devino dramática: se estaba con Yrigoyen o contra Yrigoyen, llegando a la devoción o al odio. Por entonces habían madurado ciertas notas definitorias en el proceso democratizador radical: política petrolera, defensa de la tierra pública, promoción de los ferrocarriles estatales, tutela laboral, etc. Si fuese el caso de mencionar un ejemplo de ese momento del ideario radical vale la pena leer las intervenciones del diputado Jorge Raúl Rodríguez en la Cámara. En aquellos dos años de la segunda presidencia de Yrigoyen se agudizó el conflicto con las derechas, que fueron evolucionando del intento de frenar dentro del sistema, a la desestabilización, llegando a la apelación final al uso de la fuerza armada para derrocarlo. Un argumento central de las derechas consistió en la necesidad de restablecer el orden constitucional sustancialmente alterado por los efectos del mandato extraordinario sobre las instituciones republicanas.

8. EL DIARIO DE YRIGOYEN

Se ha convertido en moneda corriente de la jerga política aludir al diario de Yrigoyen: sus colaboradores inmediatos, el círculo estrecho de sus adulones, le presentaba cotidianamente una falsa edición de los diarios que lo criticaban. Esas versiones tergiversadas llevaban al Presidente la convicción de que la opinión le era favorable, que las cosas marchaban bien. O sea, que Yrigoyen vivía alejado de la realidad, ignorante de lo que realmente ocurría, divorciado de la opinión pública… No existe prueba alguna de que tal cosa hubiera existido. La leyenda del diario de Yrigoyen se desmiente precisamente con la realidad del diario de Yrigoyen: el vespertino La Época. Abundan los testimonios que señalan al propio Yrigoyen como inspirador de muchos de sus editoriales. La mayoría de ellos se ocupaba de refutar juicios de La Nación y La Prensa formulados en las ediciones del mismo día. De modo que si Yrigoyen solamente hubiese leído el diario partidario conocía los argumentos de la prensa desafecta.

9. LA CAÍDA DEL RADICALISMO

El 6 de septiembre de 1930 fue un día trágico no solamente para Yrigoyen, sino para el radicalismo. Dicho esto porque en aquellas semanas no faltaron los radicales que llegaron a pensar que la

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salvación del radicalismo consistía precisamente en deshacerse de Yrigoyen, lo cual revelaría hasta qué punto el partido (y sobre todo lo que Yrigoyen encarnaba) había perdido la batalla cultural, no solamente a expensas de las derechas: basta revisar El último dictador, de Carlos Sánchez Viamonte, con prólogo de Deodoro Roca. En la noche del derrocamiento fueron saqueadas e incendiadas la casa de Yrigoyen, la sede del Comité Nacional, los locales de los diarios partidarios. Los radicales comenzaron a sufrir persecuciones, a someterse a comisiones investigadoras; conocieron el exilio, las prisiones, las cesantías en masa de la administración pública. El problema fue más grave. El septembrismo pasó a constituirse en una categoría dura, implacable en manos de las derechas. La revolución del 30 pasó a ser un facto consumando y legitimado por la restauración institucional de 1932. Sus efectos para el radicalismo, tras el fallecimiento de Yrigoyen y el quid de la intransigencia en un contexto de proscripción y fraude, lo llevarían a un callejón sin salida, dilema agravado por el golpe del 43, cuando el Ejército decide convertirse en el protagonista del proceso político (del cual surgiría el peronismo), y en cuyos tramos finales y decisivos tuvieron destacada participación calificados dirigentes del aparato alvearista.

10. DE ALVEAR A ALVEAR

De Alvear presidente de la Nación a Alvear jefe de la Unión Cívica Radical media la conformación del Frente Único Antipersonalista, imposible sin Alvear, a la victoria de la Concordancia, a expensas de Alvear. En ambos casos, Alvear sostenido por los radicales y apremiado por los conservadores. Pero a su vez los conservadores quedarían en gran medida cautivos del general Justo: no lograron constituir un partido que compitiese victoriosamente en elecciones contra el radicalismo a nivel nacional y no tuvieron una jefatura centralizada que los representase. Para los conservadores, el 30 no fue una restauración plena: tuvieron que esperar hasta el 43, para sufrir una nueva frustración al interponerse el Ejército ante la inevitable presidencia de Robustiano Patrón Costas para el período 1944-1950. Si se examina el elenco gobernante, en particular el gabinete, durante la presidencia radical de Alvear se advertirá la repetición de personajes con el elenco de la presidencia concordancista de Justo. De modo que, analizando la crisis del 30 tomando en consideración el período 1927-1932, podría afirmarse que Yrigoyen cae en el 30

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porque volvió en el 28. Al respecto, resulta oportuno prestar atención a la relación que en el 28 guardaba (o no) Yrigoyen con el elenco político y con los factores de poder actuantes, y a la vez, observar en qué medida, avanzada la crisis, la popularidad de Yrigoyen se mantenía a expensas de su desprestigio como gobernante. Una novedad fundamental en la década del 20 – que exacerbó la crisis – consistió en la irrupción del modelo dictatorial, cuyo ejemplo para Hispanoamérica fue la experiencia del general Miguel Primo de Rivera. Las Memorias del general Sarobe, del círculo íntimo de Justo, sobre el 6 de septiembre son elocuentes en el desarrollo argumental concordancista, que consistía en presentarse como la opción constitucional, supuestamente por ellos expresada, contra la apuesta nacionalista-dictatorial que iría ganando terreno en ambientes militares: la dictadura de Uriburu había sido un ensayo con el cual no solamente no querían identificarse sino que lo presentaban como una alternativa que había que combatir. En la década siguiente al derrocamiento de Yrigoyen, el radicalismo pasaría de la abstención al concurrencismo, y de la intransigencia al unionismo ante la imposibilidad de acabar con el fraude electoral o de participar de un golpe de Estado que restaurase la legitimidad democrática mediante elecciones garantidas en todo su proceso (conformación de candidaturas, comicio y escrutinio). A esa altura, las figuras históricas de Leandro Alem y Roque Sáenz Peña se contraponían con la de Hipólito Yrigoyen; si los primeros significaban un retorno a las fuentes, Yrigoyen continuaba expresando la persistente popularidad de la Unión Cívica Radical. Para gran parte de la dirigencia radical, con Alvear a la cabeza, el 6 de septiembre de 1930 continuó siendo una fecha traumática signada por la intransigencia y el personalismo de Yrigoyen. La intransigencia resultó de difícil sustentabilidad una vez que el partido no consiguió perforar el mecanismo fraudulento y a la vuelta de los años no contó con segura mayoría electoral, la cual había sido posible gracias al irremplazable liderazgo personalista de Yrigoyen.