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Enseñanzas del Papa Francisco. No.54
Enseñanzas del Papa Francisco. No.54
El 21 de abril dijo: “El sentimiento dominante que transluce
de los relatos evangélicos de la Resurrección es la alegría llena de
estupor; alegría que viene desde adentro; y en la Liturgia nosotros revivimos el
estado de ánimo de los discípulos por la noticia que las mujeres habían dado:
¡Jesús ha resucitado! Nosotros lo hemos visto."
"Dejemos que esta experiencia, impresa en
el Evangelio, se imprima también en nuestros corazones y
se vea en nuestra vida.Dejemos que el estupor gozoso del Domingo de Pascua se irradie en los
pensamientos, en las miradas, en las
actitudes, en los gestos
y en las palabras… ojalá seamos así
luminosos."
"¡Pero esto no es un maquillaje!
Viene desde dentro, de un corazón inmerso
en la fuente de esta alegría,
como el de María Magdalena, que lloró por la pérdida de su
Señor y no creía a sus ojos viéndolo resucitado."
“Quien hace esta experiencia se convierte en testigo de la
Resurrección… "Entonces es capaz de llevar un “rayo” de la luz del Resucitado en las diversas situaciones: en las felices, haciéndolas
más bellas y preservándolas del egoísmo; y en las dolorosas, llevando
serenidad y esperanza."
Pensemos en la
alegría de María,
la Madre de Jesús. Así como su dolor fue tan íntimo,
tanto que le traspasó su alma, del mismo modo su alegría fue íntima y
profunda, y de ella los
discípulos podían tomar."
" Habiendo pasado,
a través de la experiencia de la
muerte y de la resurrección de su
Hijo, viste, en la fe, como la expresión
suprema del amor de Dios,
y el corazón de María se ha convertido en
una fuente de paz, de consuelo,
de esperanza y de misericordia."
"Todas las
prerrogativas de nuestra Madre derivan
de aquí, de su participación en la Pascua de Jesús. Desde la mañana del
viernes hasta la mañana del domingo,
Ella no perdió la esperanza:
la hemos contemplado como Madre de los
dolores, pero, al mismo tiempo,
como Madre llena de esperanza. Ella,
la Madre de todos los discípulos, la Madre de la Iglesia y Madre de
esperanza."
"A Ella, testigo silencioso de la muerte y de la resurrección de Jesús,
le pedimos que nos introduzca en la alegría pascual."...
El 23 de abril dijo:…Celebramos la Resurrección de
Jesús. Es una alegría verdadera, profunda, basada en la certeza de que Cristo
resucitado, ya no muere más, sino que está vivo
y activo en la Iglesia y en el mundo.
Esta certeza habita en los corazones de los creyentes desde esa mañana de
Pascua, cuando las mujeres fueron a la tumba de Jesús y los ángeles les dijeron:
"¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? " (Lc 24,5).
Estas palabras son como una piedra millar en la historia; pero también una
"piedra de tropiezo", si no nos abrimos a la Buena Noticia,
¡si pensamos que un Jesús muerto molesta menos que un Jesús vivo!
En cambio, ¿cuántas veces en nuestro caminar diario, necesitamos escuchar
que nos digan: ¿Por qué buscan entre los muertos al que
está vivo?
Y cuántas veces nosotros buscamos la vida entre las cosas muertas, entre las cosas que no pueden dar vida, entre las
cosas que hoy están y mañana no estarán más. Las cosas que
pasan. ¿Por qué buscan entre los muertos al
que está vivo?
Necesitamos escucharlo cuando nos cerramos en cualquier forma de egoísmo o
de autocomplacencia; cuando nos dejamos seducir por los poderes
terrenales y por las cosas de este mundo, olvidando a Dios
y al prójimo; cuando ponemos nuestras esperanzas en
las vanidades mundanas, en el dinero, en el éxito.
Entonces la Palabra de Dios nos dice: ¿Por qué buscan
entre los muertos al que está vivo? ¿Por qué estás buscando allí? Aquello no te puede dar vida, sí, quizás te de una
alegría de un minuto, de un día,
de una semana, de un mes, ¿y luego? ¿Por qué buscan
entre los muertos al que está vivo? Esta
frase debe entrar en el corazón y debemos
repetirla…
Si escuchamos, podemos abrirnos a Aquel que da la vida, Aquel que puede
dar la verdadera esperanza. En este tiempo pascual, dejémonos
nuevamente tocar por el estupor del encuentro con Cristo resucitado y vivo,
por la belleza y la fecundidad de su presencia.
No es fácil estar abierto a Jesús. No se da por descontado aceptar la vida
del Resucitado y su presencia entre nosotros.
El Evangelio nos hace ver diversas reacciones:
la del apóstol Tomás, la de María Magdalena
y la de los dos discípulos de Emaús: nos hace bien compararnos con ellos.
Tomás pone una condición a la fe,
pide tocar la evidencia, las llagas;
María Magdalena llora,
lo ve pero no lo reconoce, se da
cuenta de que es Jesús sólo cuando Él
la llama por su nombre;
los discípulos de Emaús,
deprimidos y con sentimientos de
derrota,llegan al encuentro con Jesús dejándose acompañar por ese
misterioso viandante.
¡Cada uno por diferentes caminos! Buscaban entre los muertos al que está vivo, y fue el mismo Señor el que corrigió
el rumbo. Y yo, ¿qué hago?
¿Qué rumbo sigo para encontrar a Cristo
vivo? Él estará siempre
cerca de nosotros para corregir el rumbo si nosotros nos hemos
equivocado.
¿Por qué buscan entre los muertos al
que está vivo? (Lc 24,5)
Esta pregunta nos hace superar la
tentación de mirar hacia atrás, a lo que ha sido ayer y nos empuja adelante, hacia el futuro.
Jesús no está en el sepulcro, ha resucitado,
Él es el Viviente, Aquel que siempre renueva su cuerpo
que es la Iglesia y lo hace caminar
atrayéndolo hacia Él.
“Ayer” es la tumba de Jesús y la tumba de la Iglesia, el sepulcro de la verdad y
de la justicia; “hoy” es la resurrección perenne hacia la cual nos empuja el Espíritu Santo,
donándonos la plena libertad.
Hoy nos es dirigido también a nosotros este interrogativo. Tú, ¿por qué buscas entre los muertos a aquel que está vivo, tú que te cierras en ti mismo después de
una derrota y tú que no tienes más fuerza para rezar? ¿Por qué buscas
entre los muertos al que está vivo, tú que te sientes solo, abandonado por los
amigos y quizás también por Dios?
¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que has perdido la
esperanza y tú que te sientes prisionero de tus pecados? ¿Por qué buscas entre
los muertos al que está vivo, tú que aspiras a la belleza, a la perfección
espiritual, a la justicia, a la paz?
¡Tenemos necesidad de sentirnos repetir y de recordarnos mutuamente la advertencia del ángel! Esta advertencia ¿Por qué buscas
entre los muertos al que está vivo?, nos ayuda a salir de nuestros espacios de tristeza y nos abre a los horizontes de la
alegría y de la esperanza.
Aquella esperanza que remueve las piedras de los sepulcros y alienta a anunciar la Buena
Nueva, capaz de generar vida nueva para los otros.
Repitamos esta frase del ángel para tenerla en el corazón y en la memoria. Y después cada uno responda en silencio: ¿Por qué buscan
entre los muertos al que está vivo?
Pero miren, hermanos y hermanas,
¡Él está vivo, está con nosotros!
¡No vayamos por tantos sepulcros que
hoy te prometen algo, belleza…
y luego no te dan nada!
¡Él está vivo! ¡No busquemos
entre los muertos al que está vivo!
Gracias.
El 24 de abril dijo a los católicos no ser:
“cristianos murciélagos”, que
prefieren las sombras a la luz de
la presencia de Cristo y por tanto tienen miedo a la
alegría de la Resurrección del
Señor y de su cercanía."
“Esta es una enfermedad de los cristianos.
Tenemos miedo de la alegría. Es mejor pensar: ‘Sí, sí, Dios existe, pero
está allá; Jesús ha resucitado, está allá’.
Un poco de distancia. Tenemos miedo de la cercanía de Jesús, porque esto nos da
alegría.
Y así se explica la existencia de tantos cristianos de funeral, ¿no? Que su vida
parece un funeral continuo”, recordemos el pasaje evangélico en
que los apóstoles se quedan “trastornados y llenos de temor” ante el saludo de paz del Señor.
En vez de alegrarse, piensan “que veían un
fantasma”, por lo que Jesús trata de hacerles entender que lo que ven es real, los invita a tocar su
cuerpo, y pide que le den de comer. Los quiere conducir a la “alegría de la
Resurrección, a la alegría de su presencia entre ellos”. Pero los discípulos “no podían creer, porque tenían miedo de la alegría”.
hay cristianos que “prefieren la tristeza y no
la alegría. Se mueven mejor, no en la luz de la alegría,
sino en las sombras, como esos animales que sólo logran salir de noche, pero no a la luz del
día, porque no ven nada. Como los murciélagos. Y con un poco de
sentido del humor podemos decir que hay cristianos murciélagos que prefieren las
sombras a la luz de la presencia del Señor”.
“Jesús, con su Resurrección nos da la
alegría: la alegría de ser
cristianos; la alegría de seguirlo
de cerca; la alegría de ir por el
camino de las Bienaventuranzas,
la alegría de estar con Él”,
“la vida cristiana debe ser esto: un diálogo con Jesús, porque iJesús siempre está
con nosotros, siempre está con
nuestros problemas, con nuestras dificultades,
con nuestras obras buenas”.
Por ello, llamó a no ser cristianos que “han sido vencidos” en la cruz.
“En mi tierra hay un dicho que dice así: ‘Cuando uno se quema con la leche hirviendo, después, cuando ve una vaca, llora’. Y éstos se habían quemado con el drama de la cruz y
dijeron: ‘No, detengámonos aquí; Él está en el Cielo; muy bien, ha resucitado, pero que no venga otra vez aquí, porque ya
no podemos más’”,
“Pidamos al Señor que haga con todos
nosotros lo que ha hecho con los
discípulos, que tenían miedo de la alegría: que
abra nuestra mente: ‘Entonces, les abrió la
mente para comprender las Escrituras’;
que abra nuestra mente y que nos haga comprender que Él es una realidad viva, que
Él tiene cuerpo, que Él está con nosotros, que nos acompaña y que Él ha vencido.
Pidamos al Señor la gracia de no tener miedo de la alegría”.
El 27 de abril el Papa Francisco declaró santos a San Juan Pablo II y San Juan
XXIII.“En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que San
Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina
Misericordia, están las llagas
gloriosas de Cristo resucitado.
Él ya las enseñó la primera vez que se
apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde no estaba; y,
cuando los demás le dijeron que habían
visto al Señor, respondió que,
mientras no viera y tocara aquellas
llagas, no lo creería.
Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los
discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel
hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se
arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28).
Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe,
pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del
amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios.
No para creer que Dios existe, sino para creer
que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los
cristianos: «Sus heridas nos han
curado» (1 P 2,24; cf. Is 53,5).
San Juan XXIII y San Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no
se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano
(cf. Is 58,7),
porque en cada persona que sufría veían a Jesús.
Fueron dos hombres valerosos, llenos de la paresía del Espíritu Santo, y dieron testimonio
ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.
Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo
XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron.
En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del
hombre y Señor de la historia;
en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más
fuerte la cercanía materna de María.
En estos dos hombres contemplativos de las
llagas de Cristo y testigos de su
misericordia había «una esperanza viva»,
junto a un «gozo inefable y
radiante» (1 P 1,3.8). La esperanza
y el gozo que Cristo resucitado da a sus
discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá
privar.
La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación,
del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el
extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de
aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos
papas santos recibieron como un don del Señor
resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al
Pueblo de Dios, recibiendo de él un
reconocimiento eterno.
Esta esperanza y esta alegría se respiraban
en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos
de los Apóstoles (cf. 2,42-47). Es una comunidad en la que se vive la esencia
del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia,
con simplicidad y fraternidad.
Y ésta es la imagen de la Iglesia que el
Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su
fisonomía originaria, la fisonomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos.
No olvidemos que son
precisamente los santos quienes llevan
adelante y hacen crecer la Iglesia. En la
convocatoria del Concilio, San Juan XXIII demostró una delicada
docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado.
Éste fue su gran servicio a la Iglesia; fue el Papa de la docilidad
al Espíritu.
En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser
recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos
viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias,
un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.
Que estos dos nuevos santos pastores del
Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el
servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de
Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”.
El 25 abril dijo: “La santidad y la indisolubilidad del matrimonio cristiano, que
con frecuencia se desintegra bajo la tremenda presión del mundo secular,
debe ser profundizada por una clara doctrina y apoyada por el testimonio de parejas
casadas comprometidas”,
“el matrimonio cristiano es una alianza de amor para toda la vida entre un hombre y una
mujer que implica sacrificios reales para alejarse de las nociones ilusorias de la libertad sexual y fomentar la fidelidad
conyugal”.
En twitter dijo:Cada encuentro con Jesús nos colma de alegría, aquella alegría profunda que
sólo Dios nos puede dar.
Un estilo de vida sobrio nos hace bien y nos ayuda a compartir lo que tenemos con quien
pasa necesidad.
Nunca nos dejemos arrastrar por la vorágine del pesimismo. La fe mueve
montañas.
Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres
y por la justicia social (EG 201)
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Que Dios te llene de bendiciones. Y que permanezcamos unidos en el
amor a Jesús.
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