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Semana santa 2011 para Jóvenes y Adultos

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Semana Santa 2011

Anunciamos, Tu

Resurrección

Acción Católica General

Alfonso XI, 4 5º 28014 Madrid

www.accioncatolicageneral.es

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Domingo de Ramos - A 17 de abril

Is 50, 4-7 “No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado”

Sal 21 “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Flp 2, 6-11 “Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo” Mt 21, 1-11 “Bendito el que viene en nombre del Señor”

Ruego por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor.

Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.

Leo el texto. Después contemplo y subrayo. Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, en el monte de los Olivos, envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, los desatáis y me los traéis. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto».

Esto ocurrió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta: «De-cid a la hija de Sión: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila”».

Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud alfombró el camino con sus mantos; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada.

Y la gente que iba delante y detrás gritaba: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!».

Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad se sobresaltó preguntando: «¿Quién es este?». La multitud contestaba: «Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea».

Mt 21, 1-11 En los HECHOS vividos... ¿en qué y en quién he encontrado al Jesús que “se hace obediente hasta la muerte...” (Fl 2, 8)?

En mi Proyecto de Vida, en estos días de Semana Santa... ¿cómo voy a seguir los pasos de Jesús que se compromete del todo y abre el camino de la Vida? ¿Con qué actitud iré a las celebraciones?

Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso.

Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo... Para situar este evangelio Sí... es la lectura de la PASIÓN. Es una lectura gran-de y larga para hacer Estudio del Evangelio. Sí, el Estudio del Evangelio requiere tiempo, el de hoy requiere más. Os invito ha hacer una lectura reposa-da (coger una Biblia si os es mas cómodo) y las notas que os ofrezco son para ayudarnos a mirar, situar-nos... Entrar en nuestra “Jerusalén” y a vivir el com-promiso cotidiano entre expectativas y fidelidades-entregas, miedos y miradas cautivadoras.

La celebración del domingo tiene dos partes: la conmemoración de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y la eucaristía, memorial de la muerte y

resurrección de Cristo. Y se nos ofrecen dos evange-lios: el de Mateo 21, 1-11 (que nos trae la entrada de Jesús en Jerusalén) y Mateo 26, 14-27, 66 (que nos sitúa en la pasión).

La liturgia de la bendición y de la procesión de los ramos anticipa ya el triunfo de Cristo, el rey pacifico y humilde que entra en la ciudad de Jerusalén acla-mado. Y la Eucaristía nos presenta a Jesús como el siervo, el que proclama su mensaje, es perseguido y muere en la Cruz para liberar al hombre del pecado. Betfagé se encontraba probablemente en la vertiente occidental de la montaña de los Olivos, delante de Jerusalén, la ciudad símbolo de la presencia de Dios en medio del pueblo.

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Jesús toma la iniciativa en procurarse cabalgadura y entrar en la ciudad. Sólo Mateo añade con insistencia al pollino y la borrica. Lo que se explica por la cita profética que añade Mateo, y no trae ni Marcos ni Lucas: «Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila». Es un texto de Zacarías (9, 9-10), en el que Mateo ha dejado solo «humilde», y ha omitido los adjetivos «justo, victorioso», y de carácter más bélico: «Destruiré los carros de Efraín y los caballos en Jerusa-lén, destruirá los arcos de guerra y dictará paz a las naciones...». Mateo, que ha leído ese oráculo mesiáni-co, concentra su atención en lo esencial: el rey llega con rasgos de “humildad” y se presenta lleno de dul-zura. La borrica se opone al caballo que, en la Biblia, es siempre la montura guerrera. El Mesías viene a Jerusalén no como el Señor de la guerra y conquista-dor; viene como portador de la salvación y la paz, sin carros, sin caballos, sin armas...

A Jesús lo reconocen como Rey, un Rey que trae la paz, según la simbología bíblica (Zac 9, 9; Is 62, 11). Ma-teo habla de una multitud enardecida: el entusiasmo se trasluce en los gestos (extienden mantos, cortan árboles, gritan, lo aclaman como rey de Israel, here-dero del trono de David y en quien se cumple la promesa hecha por el profeta Natán (2Sm7, 12-16) y en la anunciación (Lc 1, 32-33). Mateo ha identificado a Jesús como rey lleno de ternura-dulzura por medio de Zacarías, y ahora lo hace como el soberano nacido de la estirpe de David (el guerrero).

«¡Hosanna...!» era originariamente una petición de ayuda: «¡sálvanos!» (Sal 118, 25s). Más tarde se convirtió en una aclamación mesiánica, que es el sentido que tiene aquí. Toda la escena, con “mucha gente” que aclaman recuerda la coronación de un rey (1Re 1, 38-40).

Que «toda la ciudad se inquietó» ya lo había predi-cho Mateo en las escenas del nacimiento (Mt 2, 3). Ante Jesús nadie queda indiferente, todo el mundo se posiciona: unos por acogerlo y otros para recha-zarlo. Se preguntan por la identidad de Jesús, y la multitud lo identifica con el profeta anunciado, el segundo Moisés (Dt 18, 15.18); así, no se espera ruptura sino continuidad con las instituciones judías... Así, si leemos lo que le ocurre a Jesús en Jerusalén, vemos que más tarde este pueblo pide la muerte de Jesús.

La gente se ha posicionado... Esto se ha ido viendo a lo largo de todo el camino en Jerusalén. Pero la verdadera posición será la de cada cual, la que to-memos nosotros ante su muerte y resurrección. Quienes hoy vivimos la eucaristía (y sabemos que en ella viene Jesús) deberíamos salir luego a la calle y, sin dejarnos instrumentalizar, deberíamos ejercer el señorío sobre las cosas con dulzura y mansedumbre (al servicio del Reino de Dios).

PARA ANUNCIAR LA SEMANA SANTA

Éste es el tiempo de la historia, de la historia dura y pura;

de la pasión de Dios desbordada y de las realidades humanas.

Es tiempo de muerte y vida,

de salvación a manos llenas; del nosotros compartido, del todos o ninguno,

y del silencio respetuoso y contemplativo.

Tiempo de amor, tiempo de clamor; tiempo concentrado, tiempo no adulterado;

tiempo para sorberlo hasta la última gota. Tiempo de Nueva Alianza y fidelidad

por encima de lo que sabemos, queremos y podemos.

Tiempo en el que Dios nos toma la delantera y nos ofrece la vida a manos llenas.

Es el tiempo de todos los que han perdido, de los que han sufrido o malvivido, y de los que han amado sin medida.

Es el tiempo de la memoria subversiva, de Dios haciendo justicia y dándonos vida.

Al viento del Espiritu. Fl.Ulibarri

V J A

VER: Hace unas semanas, las revueltas populares que se produjeron en algunos países árabes, y sobre todo el terremoto y tsunami que sufrió Japón, junto con la situación de emergencia de la central nuclear de Fukushima, nos pusieron ante una realidad en la que no solemos pensar habitualmente: que por mu-cho que creamos que tenemos controlada una situa-ción, previstas todas las contingencias, y que las co-sas van a ocurrir como tenemos pensado, siempre puede ocurrir algo que echa por tierra todo lo ante-rior, y nos coloca en una situación de inseguridad e indefensión: lo que nunca hubiéramos imaginado es lo que ocurre. Y entonces caemos en la cuenta de que la vida, la existencia, es en su mayor parte un misterio. Y debemos asumirlo.

JUZGAR: Durante la Cuaresma, hemos estado reflexionando acerca de tener unos “encuentros en la 3ª fase” con Jesús, no un encuentro “de vista”, o superficial, sino un encuentro personal y profundo con Él por la fe. Y en esta Semana Santa, ante el mis-terio que supone la existencia humana, ante todo eso que no podemos comprender ni explicar y que nos provoca incertidumbre y miedo, vamos a encon-

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trarnos con el Misterio de Dios, que aunque sea in-abarcable por nuestra razón, no provoca miedo e incertidumbre, sino que nos ofrece la única certeza sobre la que apoyarnos. Y vamos a encontrarnos con diferentes aspectos de este Misterio de Amor que es Dios.

Y en este Domingo de Ramos, nos encontramos con el misterio de la entrega. Si buscamos en el dicciona-rio, entregar, aparte de “dar una cosa a alguien”, tiene, entre otros, dos significados: por una parte “poner a alguien a disposición de otras personas, como sus enemigos”; y por otra “dedicarse alguien por entero o desinteresadamente a una cosa, activi-dad, etc”. La misma acción puede tener muy diferen-tes consecuencias, positivas o negativas: hay quien traiciona y “entrega” a otros para conseguir sus pro-pios intereses, y hay quien se entrega por los demás y olvidándose de sí mismo. Y por qué las personas hacen una opción u otra a veces es un misterio.

En el Evangelio de la Pasión hemos encontrado los dos aspectos. Por una parte, la entrega en sentido negativo: Jesús es entregado, por parte de Judas... «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?... andaba buscando ocasión propicia para entregarlo»; por parte de los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo... «atándolo le llevaron y le entregaron a Pilato»; por parte de Pilato... «después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran». Pero junto con estas “entregas”, nos encontramos con el misterio de “la entrega” que Jesús hace de su vida, y que hemos escuchado sintetizada en la 2ª lectura: «se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo... se reba-

jó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz». Jesús sabía que iba a ser entregado por uno de sus amigos... «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar... El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar... ya está cerca el que me entrega»; indirectamente los otros discípulos también le entregan... «lo abandonaron y huyeron». Pero aun así Jesús cumple la profecía del Siervo que hemos escuchado en la 1ª lectura: «no me he rebela-do ni me he echado atrás... ofrecí la espalda... la meji-lla... no oculté el rostro...» llevando su entrega hasta el extremo. Ante el misterio de la maldad humana, encontramos el Misterio del Amor de Dios entre-gando a su Hijo.

ACTUAR: Ante el misterio de la existencia humana, que no podemos controlar; ante el misterio de la maldad humana, de esas “entregas” a traición que conocemos o incluso hemos sufrido, la Semana Santa nos pone frente al misterio de la entrega por amor que Dios lleva a cabo en Jesús, su Hijo, llegan-do hasta la muerte de cruz. Él nos indica el camino a seguir: frente al mal, el dolor, el sufrimiento... sólo cabe una entrega por amor, como Él hizo. Habrá situaciones que seguirán siendo un misterio, pero entrando nosotros en el Misterio de Amor que es Dios, experimentaremos que «mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido... y sé que no que-daré avergonzado». Compartiendo la entrega como Jesús y con Jesús, tendremos la certeza de que la última palabra no la tendrá la cruz, sino la Resurrec-ción y la Vida.

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Jueves Santo - A 21 de abril

Éx 12, 1-8. 11-14 “Prescripciones sobre la cena pascual”

Sal 115 “El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo” 1Co 11, 23-26 “Cada vez que coméis y bebéis proclamáis la muerte del Señor”

Jn 13, 1-15 “Los amó hasta el extremo”

Ruego por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor.

Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.

Leo el texto. Después contemplo y subrayo. Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que esta-ban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la inten-ción de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro y este le dice: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?». Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino tam-bién las manos y la cabeza». Jesús le dice: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos». Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

Jn 13, 1-15 Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otras personajes, la BUENA NOTICIA que escu-cho... ¿Dejo que Jesús se me haga servidor, que tenga la iniciativa en mi vida, que se me meta tanto en casa que no pueda vivir sin Él?

Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el evangelio... ¿A quién encuentro que viva haciendo caso de lo que Jesús dijo: “lo que yo he hecho con vosotros...”?

Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso

Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo... Notas sobre el texto, contexto y pretexto La frase inicial introduce no solo el discurso de la cena, sino toda la narración de la entrega y muerte de Jesús. Se omite toda mención a Jerusalén: esta Pascua será la de Jesús, la que permitirá el éxodo de las tinieblas a la Luz (pasar de este mundo al Padre). NO va la muerte -su hora- arrastrado por las circuns-tancias, sino que da su vida voluntariamente-

conscientemente. Su amor hasta el fin será la nueva Escritura (Dt 31, 24); amor y fidelidad (Jn1, 14) será al característica de la nueva humanidad.

La ambición y la codicia -“ladrón”- induce a Judas a la traición. El enemigo-diáblo, el dinero-poder, es el principio de homicidio y mentira que inspira al círcu-lo dirigente; engendra hombres que son enemi-gos/diablos.

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Jesús parece que tiene plena conciencia de su mi-sión -el Padre ama al hijo y todo lo que ha puesto en su mano- de su origen y de su itinerario y meta: el don total de sí, en el que Dios está plenamente pre-sente como vida absoluta.

El manto, la prenda exterior, la vestidura de respe-to, propia del Señor y maestro que Jesús era; y se queda solo con la túnica, que es el atuendo de los siervos. Coge una toalla y se la ciñe a la cintura, y así queda vestido como un criado (Lc 22, 27) símbolo del servicio; así va a enseñar a los suyos qué significa el amor fiel. Les muestra su amor, que es el del Padre, que se ejerce en el servicio al hombre desde abajo. Ni el deseo de hacer bien puede justificar ponerse por encima del hombre... esto equivaldría a ponerse por encima de Dios. Jesús, el Señor, se hace servidor, por tanto, se propone dar libertad -dar categoría de señores- y crear así la igualdad, eliminando todo rango. Todos han de ser libres y, por su servicio, seguir creando libertad e igualdad.

Dejó el manto y tomó el manto, vemos un paralelo con Jn 10, 17s: entregar al vida/recobrarla.

Extrañeza y protesta de Pedro: llama a Jesús Señor. Para él Jesús debe ocupar el trono de Israel: él es súbdito, no admite la igualdad. Jesús no se extraña de la protesta de Pedro que mantiene el esquema de una sociedad injusta (mantener las diferencias-rangos). Jesús responde con contundencia: si no admite el amor que crea igualdad, no puede estar con él, no puede participar en su Espíritu; quien re-chaza el servicio como rasgo definitivo del grupo queda excluido de la unión con él.

La reacción de Pedro muestra su adhesión personal a Jesús, pero no entiende su manera de obrar... esta dispuesto ha hacer lo que Jesús diga por ser voluntad del jefe, no por convicción. No acepta la acción como servicio, la acepta como rito religiosos (purificación que elimina algún obstáculo para estar con Jesús).

Jesús corrige la interpretación de Pedro, no se trata de un rito, sino del servicio (el paño ceñido); esto es, es el hacer propio el mensaje lo que purifica al hombre.

Tomar el manto, recobrar la vida-autoridad (“yo entrego mi vida y así la recobro”). Jesús no se quita el paño/toalla, señal de su servicio, que continuará para siempre. Y vuelve a la posición de hombre libre (se recostó a la mesa) con el paño puesto: el servicio no disminuye la libertad ni la dignidad del hombre.

Lo que hace Jesús, Maestro y Señor, es válido para todos. No impone, sino que intenta que asimilemos (comer su carne). Con su acción, les ha dado expe-riencia de ser amados y les ha enseñado ha amar como él (Maestro). El servicio no nace del sentido del deber, sino de la espontaneidad del amor.

MEDITACIÓN DEL JUEVES SANTO

¡Tantas veces como has llamado a mi puerta, para invitarme a tu eucaristía, Señor!

Aquí me tienes, recordando tus llamadas y la celebración misteriosa de tu última cena.

Desde niño me siento a tu mesa, invitado y querido.

y tú siempre me acoges con amor. Pero yo me acostumbro y no caigo en la cuenta

de que algo muy grande está ocurriendo cada vez.

¡Sentarme a tu mesa y comer contigo! En realidad tú mismo eres la comida,

la mesa y los cantos. Tú me alimentas, y yo me transformo en ti. ¡Quién pudiera verlo y palparlo y sentirlo!

Pero creo, Señor, aunque no lo vea, y te quiero, te doy gracias hoy de todo corazón.

Sigue, Señor, transformando mis entrañas para hacerme como eras tú y como sigues siendo hoy:

hermano verdadero de toda mujer, de todo hombre...

Envuélveme con tu calor eucarístico y expándeme,

Ensánchame desde tu mesa hasta la calle, hasta el mundo:

hasta esa fraternidad que acoge, que ama, que abraza, que se compromete

con la justicia y los pobres, contigo, a tu lado siempre, cantando...

Mis eucaristías tienen que cambiar, Señor. Tienen que ser mucho más calientes,

hacerse ternura y después movilización por los pobres.

Cuántas ganas tengo de celebrar tu pascua, Contigo, a tu lado, cantando... y actuando.

P. Loidi, Mar adentro

V J A

VER: El Domingo de Ramos decíamos que frente al mal, el dolor, el sufrimiento... sólo cabe una entrega por amor, como Jesús hizo. Y esa entrega por amor puede hacerse de una vez, en un momento puntual y por una circunstancia excepcional, pero sobre todo se realiza día a día, como un servicio a los demás. Si nos detenemos a pensar, caeremos en la cuenta de que son muchas las personas que, desde el anonima-

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to, viven desde esa actitud de servicio: unas veces por su profesión; otras veces asumiendo algún tipo de voluntariado; otras veces en los acontecimientos cotidianos... Pero todos tienen algo en común: no se limitan a “cumplir”, a “hacer su trabajo”, a “quedar bien”, sino que van más allá, poniendo un cuidado y una atención especial no sólo en el modo de hacer lo que hacen, sino teniendo presente a la persona que en ese momento tienen delante, sea conocida o des-conocida. No son simplemente personas serviciales; se ponen en lugar del otro y se plantean: “¿Qué ne-cesita de mí, qué puedo hacer por él?”.

JUZGAR: En esta Semana Santa, ante el misterio que supone la existencia humana, ante todo lo que no podemos comprender ni explicar y que nos pro-voca incertidumbre y miedo, vamos a encontrarnos con el Misterio de Dios, que aunque sea inabarcable por nuestra razón, no provoca miedo e incertidum-bre, sino que nos ofrece la única certeza sobre la que apoyarnos. Y hoy, Jueves Santo, vemos que frente el misterio del mal hay otro misterio mayor: el del amor, porque también el amor es otro misterio. So-bre todo cuando ese amor se hace servicio, y aún es más misterio cuando se hace servicio hacia quienes humanamente “no lo merecen”, o hacia desconoci-dos. Por eso la entrega de amor servicial es el distin-tivo de los cristianos, porque entonces estamos tes-timoniando de modo creíble el Misterio de Amor que es Dios.

El Evangelio de hoy no deja lugar a dudas: «Jesús... habiendo amado a los suyos... los amó hasta el ex-tremo». Humanamente podríamos pensar que los discípulos no merecen tantos desvelos y atenciones por parte de Jesús; no acaban de entenderle, siguen con sus esquemas... Pero aun así, Jesús los ama «has-ta el extremo». Y puesto que no acaban de entender sus palabras, Jesús hace un gesto que se les quedará grabado: se pone a lavarles los pies. Jesús, «El Maes-tro» y «El Señor», adopta una actitud de servicio humilde. El por qué de su actitud es un misterio para

sus discípulos (y para nosotros), incluso provoca el rechazo de Pedro («Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»); pero Jesús insiste: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Y es tan importante entrar en el misterio del servicio, que indica: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo». Ser discípulos de Jesús conlleva necesa-riamente adoptar esa actitud de servicio: «Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros». Una actitud de servicio que requiere no quedarnos en el simple y correcto cumplimiento, sino ir más allá: «os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis». Seguir su ejemplo es entrar en ese misterio del servicio por amor, “lavar los pies”, incluso a quienes no lo mere-cen o no me gustan.

ACTUAR: El Misterio de Amor entregado hasta el extremo nos cuestiona esta tarde: ¿Cómo evalúo mi trato con los demás, en casa, en el trabajo, con vecinos y amigos...? ¿Me conformo con “cumplir” correctamente, o procuro ponerme en el lugar del otro y plantearme qué necesita de mí y qué puedo hacer por él? ¿Estoy dispuesto a seguir el ejemplo de Jesús para ir “más allá” y entrar en el misterio del servicio por amor? ¿Estoy “lavando los pies” a al-guien?

Para que podamos adentrarnos en el Misterio del Amor entregado que se hace servicio humilde, para que podamos seguir el ejemplo de Jesús, Él mismo se nos entrega en el sacramento de su amor: la Eucaris-tía. Que la comunión y posterior adoración ante el Monumento nos haga sentirnos en “común-unión” con Jesús para que, aunque haya cosas que “no en-tendamos ahora”, estemos dispuestos a “lavarnos los pies unos a otros” para seguir su ejemplo y ante el misterio del mal y del dolor, sepamos mostrar el Misterio del Amor que en Jesús se nos ha revelado.

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Viernes Santo - A 22 de abril

Is 52, 13-53, 12 “Él fue traspasado por nuestras rebeliones”

Sal 30 “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” Hb 4, 14-16; 5, 7-9 “Aprendió a obedecer y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación”

Jn 18, 1-19 “Pasión de nuestro Señor Jesucristo”

Ruego por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor.

Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.

Leo el texto. Después contemplo y subrayo. Después de decir esto, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a me-nudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, an-torchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús, el Nazareno». Les dijo Jesús: «Yo soy». Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: «¿A quién buscáis?». Ellos dijeron: «A Jesús, el Nazareno». Jesús contestó: «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos». Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Maleo.

Dijo entonces Jesús a Pedro: «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».

La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ata-ron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdo-te aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Convie-ne que muera un solo hombre por el pueblo». Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.

La criada portera dijo entonces a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?». El dijo: «No lo soy». Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.

Jn 18, 1-19 Apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otros personajes, la BUENA NOTICIA que escucho...

Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el Evangelio.

Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso. Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo... Notas para fijarnos en Jesús y el evangelio La iglesia de Jerusalén debió de elaborar un relato de la pasión de Jesús desde su detención en Getse-

maní hasta la muerte en cruz. Y ese relato fue, posi-blemente la base común para los cuatro evangelis-tas... aunque después cada uno los amplió según sus propias fuentes e intencionalidades.

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La historia de la pasión de Jesús en el Evangelio de Juan está transida de gloria. Los acontecimientos más humillantes y dolorosos están traspasados por hilos de exaltación y glorificación; desde esta convicción: “Jesús es Señor”. Y este señorío único se muestra aquí en su pasión, es la “hora” de la exaltación y glo-rificación. Sólo con esta clave podemos entender y contemplar los hechos y las palabras que forman los cc. 18 y 19 del cuarto evangelio. A Jesús no se le ve abatido ni derrotado, sino victorioso y triunfante. Muchos episodios parecen anticipos de su resurrec-ción. Se cumple la palabra de Jesús: “Ha llegado la hora en que va a ser glorificado el Hijo del Hombre” (Jn 16, 23). Con esta aclaración se iluminan las grandes diferencias entre Juan y los otros evangelios.

Juan no refiere la agonía de Getsemaní, nada dice de su angustia y su tristeza.

Y recordemos el lenguaje tremendamente simbóli-co que Juan tiene... profundizar en el mismo será muy extenso... sin renunciar a ello... perdonad si soy prolifero y me extiendo, recordar que las notas son para situarme y mejor comprender. Para fijarnos en el Evangelio Se enlaza el discurso de la cena (Jn 17 “La oración de Jesús”) con la Pasión. Opción de Pedro.

Un huerto, en Juan tiene un simbolismo de vida y fecundidad, será un huerto lugar donde le crucifi-quen y lo sepulten, el huerto como lugar de reunión, conocido: así la muerte se va a situar (huerto) en el ámbito de vida, la comunidad de Jesús se sitúa (huer-to) en esfera de vida.

En el prendimiento, se hace resaltar el número de las fuerzas que intervienen en el prendimiento: peligro que representa Jesús para “el mundo”, intensidad de la violencia de éste y magnitud del odio. Acuden todos los componentes de la oposición a Jesús. Judas hace de jefe, es figura “del jefe del orden este”, re-presenta a los círculos de poder. Faroles y antorchas, caminan en la tiniebla; llevan armas, instrumentos de muerte. Se identifican tinieblas y muerte. Quieren extinguir la luz/vida.

Jesús sale; los que llegan no entran en el huerto, lugar de la vida. No se dirige a Judas, sino al grupo entero. El Nazareno señala al descendiente de David. Soy yo, se identifica como Mesías. Echarse atrás, lenguaje simbólico para significar derrota; caer a tierra, derrota total. La entrega de Jesús vence al mundo. No intenta escapar. Pone a salvo a sus ami-gos, por quienes va a dar la vida.

Pedro no entiende la alternativa de Jesús, que no consiste en triunfar dando muerte, sino en entregar-se para comunicar vida. El, por amor, esta dispuesto a dar su vida por Jesús, pero quiere impedir que Jesús le manifieste el suyo. Pedro no ha superado la tenta-ción de hacerlo rey.

Jesús detiene a Pedro. La aceptación de la muerte entra en el designio del Padre: presentar, ante el odio y la violencia, la alternativa del amor. El Padre no ha destinado a Jesús a la muerte; su misión era

dar testimonio de su amor a los hombres. Pero en el mundo de la tiniebla opresora la muerte violenta era inevitable y ella va a manifestar hasta el máximo la maldad del mundo y el amor de Dios. Jesús no busca el dolor, pero lo acepta cuando es consecuencia ineludible del testimonio del amor y la denuncia de la opresión. No responde al odio con el odio ni combate la violencia con la violencia, para no imitar, aun a costa de la vida, la maldad del sistema opresor. Muestra así que Dios es puro amor y ajeno a toda violencia.

Insiste Juan en la complicidad de todos los poderes, civiles y religiosos. En el momento decisivo, todos descubren su verdadero rostro: son los enemigos del hombre y de la vida. Dios o Jesús no necesitan en este mundo defensores ni protectores. Usar la fuerza o utilizar la violencia con ese pretexto significa atri-buirles la misma injusticia del sistema y destruir toda alternativa. Lo único válido es repetir el gesto de Jesús, entregar la vida por amor al hombre.

Aquí los discípulos no huyen, y Jesús se ocupa de ponerlos a salvo: “Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”. Pedro no está preparado para seguir a Jesús (18, 15-

27): no hace caso del aviso de Jesús, otro es el predi-lecto de Jesús y modelo de discípulo. El que experi-mentaba el amor de Jesús responde a ese amor acep-tando el riesgo de seguir a Jesús hasta el fin (entró con Jesús).

Pedro no entra espontáneamente, se deja conducir; no lleva el distintivo de discípulo, hay que preguntar-le si lo es. Pedro, al romper con Jesús se encuentra mezclado con sus enemigos entre los siervos.

Jesús no responde a las preguntas del sumo sacerdo-te -que quiere saber quienes le apoyan- y sobre su doctrina no tiene nada secreto que revelar. El sumo sacerdote le pide información y él no le reconoce autoridad. Jesús no responde a la violencia (del sier-vo) con la violencia, le pide que analice sus palabras sin prejuicios: lo llama a la razón, a fijarse en la reali-dad de los hechos (fundamento del juicio personal y de la libertad). Vemos a Jesús con pleno dominio de sí, mientras Pedro -que no se ha movido- le niega (segunda, ahora pública), tiene miedo.

Contraste entre la actitud de Jesús y la de Pedro; como trasfondo está el otro discípulo, el verdadero seguidor. Pedro, por miedo, reniega de su condición de discípulo (dio su adhesión a ideas, ideal de Mesí-as, más que a Jesús).

RECUERDO DE TU AMOR

Padre, ¿dónde encontraremos tu amor? ¿Cómo po-dremos ver bajo las costillas del mundo tu corazón y sabremos de su rápido palpitar? ¿Cómo, si nunca te hemos visto, y siendo de esta tierra habitas, sin em-bargo, en otro planeta? Jesús nos lo dirá. Jesús nos recuerda tu amor, nos lo trae, nos lo entrega. Jesús nos dice cómo amas tú al hombre, cuánto nos amas, cuánto me amas... a mí.

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Ahí está, en la cruz, sangre caliente todavía, que ha caído sobre la tierra y la empapa y la hace germinar. ¡Hijos de Abraham nacerán de esta tierra! Ahí está, colgado de lo alto de la infamia. ¿No podías haberle ahorrado el golpe? Lo dejaste indefenso. La furia del mal lo torturó con hierro y quiso raer su nombre y descendencia de la faz de la tierra. ¿No podías haberlo librado del tormento y la des-trucción? Nada había en él que no fuera de Ti. Era tu resplandor, el espejo luminoso de tu rostro. Estabas en él del todo. ¿Por qué lo dejaste, machacado, bajo los clavos del odio? Amó al principio, en medio y al final. Amó a destajo. Amó en la dulzura de la paz y en el fragor del conflic-to. Amó a quemarropa. Y no lo pudieron soportar. Allí estabas también Tú. En los clavos, en la sangre y en las carnes desgarradas. Allí estaba tu amor, que rompió las fronteras de Jesús hasta reventar. Estalló su cuerpo, y tu amor salpicó sobre cada uno de no-sotros. Él, que era toda vida, pasó por la destrucción total. Vencido, derrotado, esclavo por nosotros. Pero luego vencedor para nosotros. Jesús, recordatorio de tu amor. Por él sabemos cómo amas al hombre, cuánto nos amas, cuánto me amas... a mí.

Patxi Loidi. Mar adentro

V J A

VER: Si no es que nos toca de cerca, habitualmen-te no lo pensamos, pero todos los días nos encon-tramos con la muerte, y basta con escuchar o leer las noticias para darnos cuenta: un accidente de tráfico, o doméstico; una catástrofe natural; una enferme-dad; un acto de delincuencia; una irresponsabilidad que acaba en tragedia... Nos encontramos con la muerte de múltiples maneras, y el por qué se presen-ta de unas formas u otras es un misterio: Y como no queremos afrontar esta realidad, evitamos pensar en ello... pero así no esquivamos la muerte, y el misterio

es cada vez mayor, el mayor interrogante al que se enfrenta el ser humano.

JUZGAR: La cruda realidad de la muerte y sus consecuencias en las personas, los rostros del dolor y del sufrimiento, provocan rechazo, evitamos mirar-les cara a cara, como hemos escuchado en la 1ª lectu-ra de hoy: «muchos se espantaron de él, porque des-figurado no parecía hombre, ni tenía aspecto huma-no... lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolo-res... ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado».

Pero apartar la mirada no soluciona nada: el misterio de la muerte va a seguir estando ahí, con su interro-gante perpetuo. Por eso hoy, Viernes Santo, ante ese interrogante no apartamos la mirada, sino que la ponemos en Jesús, que libremente acepta pasar por el trance de la muerte y asume la cruz, como hemos escuchado en el relato de la Pasión: «Tomaron a Je-sús y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “De la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota)». En Jesús vemos cumplida la profecía del Siervo: «Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores... traspasado por nuestras rebeliones... el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes... vo-luntariamente se humillaba y no abría la boca... murió con los malvados, aunque no había cometido críme-nes ni hubo engaño en su boca».

Pero si seguimos poniendo la mirada en Jesús cruci-ficado veremos que, si se cumple en Él esta parte de la profecía de Isaías, también se cumplirá la siguien-te: «Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia... mi siervo justificará a muchos... Por eso le daré una parte entre los grandes... porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e interce-dió por los pecadores». Su Pasión y su muerte en la cruz no han sido inútiles, no son actos sin sentido, estériles.

Por eso, cuando nos encontramos con el misterio de la muerte, podemos poner en Él nuestra mirada, porque como hemos escuchado en la 2ª lectura: «no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compa-decerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado». Jesús ha pasado por la prueba de la muerte, como nosotros tenemos que pasar. Cuando nos encontremos con el misterio de la muerte en cualquiera de sus formas, con la crudeza de la muerte, debemos recordar que «Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su actitud reverente. Aceptando la cruz, llevado a la consuma-ción, se ha convertido para todos los que le obede-cen en autor de salvación eterna». Mirar la cruz, sola, nos provoca miedo y rechazo; mirar la cruz con Cris-to, mirar a Cristo en la cruz, no elimina el dolor, pero poniendo la mirada en Cristo crucificado podemos mantener «firmes la fe que profesamos», porque sabemos que por Él y con Él la muerte no tendrá la última palabra.

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ACTUAR: La muerte forma parte de la existencia humana, aunque no queramos reconocerlo y aunque pretendamos apartar la mirada cuando se cruza en nuestro camino. Hoy miramos a Jesús crucificado, porque sólo poniendo en Él nuestra mirada sabre-mos y podremos afrontar el misterio de la muerte. Por eso dentro de unos momentos adoraremos la cruz: no como una exaltación del dolor, sino como un gesto de fe. Como decía san Pablo, «acerquémo-

nos, por tanto, confiadamente al trono de gracia a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser soco-rridos en el tiempo oportuno». La muerte seguirá siendo un misterio, pero mirando a Jesús crucificado aprenderemos a afrontarla y aceptarla manteniendo la fe y la esperanza en que tras el misterio de la muerte nos encontraremos con el misterio de la Vida, como mañana celebraremos en la Vigilia Pas-cual.

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Vigilia Pascual - A 23 de abril

Hch 6, 1-7 “Escogieron a siete hombres llenos de espíritu” Gn 1, 1-2, 2 “Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” Sal 103 “Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra” Sal 32 “La misericordia del

Señor llena la tierra” Gn 22, 1-18 “El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe” Sal 15 “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti” Éx 14, 15-15, 1 “Los Israelitas en medio del mar, a pie enjuto” Sal: Éx 15, 1-18

“Cantaré al Señor, sublime es su victoria” Is 54, 5-14 “Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor” Sal 29 “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado” Is 55, 1-11 “Venid a mí y viviréis, sellaré con vosotros

alianza perpetua” Sal: Is 12, 2-6 “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación” Ba 3, 9-15. 32-4, 4 “Caminad a la claridad del resplandor del Señor” Sal 18 “Señor, tú tienes palabras de vida eterna” Ez 36, 16-28 “Derramaré sobre vosotros un agua pura y os daré un corazón nuevo” Sal 41 “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío” Sal 50 “Oh Dios, crea en mí un corazón puro” Rm 6, 3-11 “Cris-

to, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más” Sal 117 “Aleluya, aleluya, aleluya” Mt 28, 1-10 “Ha resucitado y va por delante de vosotros a Galilea”

Ruego por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor.

Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.

Leo el texto. Después contemplo y subrayo. Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuerte-mente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su ves-tido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres: «Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discí-pulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado». Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciar-lo a los discípulos.

De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acer-caron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: «No te-máis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Mt 28, 1-10 Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otros personajes, la BUENA NOTICIA que escu-cho... En los hechos vividos esta Semana Santa, ¿qué experiencias he tenido de encuentro con el Resucita-do? ¿A través de que personas? ¿Cómo me predispone a volver a mi “Galilea” donde pueda “ver” al Señor?

Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el evangelio. ¿Qué he descubierto sobre la muerte y la resurrección del Señor en estos días? ¿Qué me supone renovar las prome-sas bautismales en la Noche de Pascua?

Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso.

Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo... Notas sobre el texto, contexto y pretexto Los cuatro evangelistas, con notables variaciones, contienen relatos centrados en una misma confesión de fe: “¡El crucificado ha resucitado!”. A esta revela-ción se le añaden otros episodios: tumba vacía, apa-riciones de Jesús, presencia de ángeles, fenómenos

cósmicos... En un genero literario que llamamos apo-calíptico (temblor, ángel-relámpago, blanco...). Pero coge espacial significado el día, el domingo la comu-nidad se reúne y confiesa-celebra.

“El domingo” se refiere al primero día de la semana para los cristianos, pero aquí alude también al primer

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día de la creación (Gn1, 5). La nueva creación. La indica-ción precisa del día y la hora en qué las mujeres “fue-ron a visitar el sepulcro” no es nada insignificante: según la manera judía de contar los días, el domingo es el tercero día desde el viernes, día de la muerte de Jesús (Mt 16, 21; 17, 23); y tres días dentro el sepulcro era el tiempo considerado suficiente para poder estar seguros de la muerte de alguien; entonces empeza-ban las visitas para llorar al difunto (Jn 11, 31).

A partir de la experiencia de aquella mañana, cada domingo será, para los discípulos de Jesús -los “her-manos”- la Pascua Semanal, la Pascua celebrada en medio de la vida ordinaria. ¿Cuál es tu pascua-domingo? Para fijarnos en el Evangelio El primer día de la semana, al despuntar el alba, María Magdalena, siempre la primera, y otra María (Marcos dice que es la madre de Santiago), que habí-an sido testigos de la sepultura, ahora acuden al se-pulcro como una muestra de que le seguían que-riendo y no podían olvidarle (motivos que hoy mue-ven a muchos a ir a cementerios).

De repente, el terremoto y el “ángel del Señor” -que en el AT indica una intervención de Dios mismo (Gn 16, 7) y que en el NT aparece a menudo como mensajero de Dios (Mt 1, 20.24; 2, 13.19; Lc 1, 11; 2, 9)- son elementos característicos de las manifestaciones de Dios. También lo son la luz y el “vestido blanco” y el “miedo” de los testigos. Con este lenguaje y estas imágenes Mateo trata de mostrar que el sepulcro vacío es reflejo de la acción de Dios que ha resucita-do Jesús de entre los muertos.

“Tal y como dijo” se refiere a Mt 26, 32: “cuando resucite iré por delante vuestro a Galilea”. Es el lugar de la vida de los discípulos/as, dónde viven, traba-jan... dónde han conocido Jesús y, a partir de ahora, dónde continuarán viviendo con Él y dónde le anun-ciarán a otras que, como ellas, serán llamadas a ser discípulas. No es casual que sean mujeres las prime-ras en recibir la noticia de la resurrección y el encar-go de comunicarla a los discípulos. En aquella cultura el testimonio de la mujer no se consideraba válido. Por ello sorprende -y es así signo de autenticidad- este hecho que perduró en la memoria de los prime-ros cristianos.

Según el conjunto de los relatos evangélicos, las mujeres son las primeras que conocen y anuncian la resurrección de Jesús. Son testigos que la tumba esta vacía. Pero sobre todo son las que reciben la buena noticia de la resurrección. Y, con la buena nueva, la misión de hacer este mismo anuncio a los otros dis-cípulos. Un encargo que les es dado por el ángel y por Jesús mismo.

En el encargo que reciben las mujeres vemos que el anuncio de la resurrección tiene que preparar el en-cuentro con el Señor: “allá lo veréis”, “allá me verán”.

Es bien significativo que el evangelista pone en labios del Resucitado la palabra “hermanos” para referirse a aquellos que el ángel denomina “discípu-los”. Esto mismo lo recoge Juan en el mismo contex-

to (Jn 20, 17). San Pablo también utiliza este término (Rm

8, 29). Y la carta a los Hebreos, refiriéndose a Jesús en relación a la comunidad, dice: él no se avergüenza de denominarlos hermanos (He 2, 11).

La Pascua de Jesucristo, pues, manifiesta plena-mente que el Hijo de Dios es hermano nuestro, por-que comparte la misma condición humana y nos ofrece de compartir con Él la vida de Dios.

ESTO TE DECIMOS, DIOS, AMIGO NUESTRO

Dios, amigo nuestro, así te decimos:

Danos entusiasmo para buscar la verdad donde se encuentre.

Danos resignación para aceptar nuestras propias limitaciones.

Danos coraje para luchar cuando todo nos salga mal.

Danos lucidez para admitir la verdad, sin que nadie nos la imponga.

Danos fuerza para preferir lo difícil a lo fácil.

Danos valor para rechazar lo vulgar y lo rastrero.

Danos valentía para luchar contra nuestra apatía y desgana.

Esto te decimos, Dios, amigo nuestro. Amen.

V J A

VER: Ayer reflexionábamos acerca de las veces en que nos encontramos con el misterio de la muerte. Pero aun en esas situaciones, nos encontramos tam-bién con sorpresas: bosques arrasados por el fuego en los que al poco tiempo empiezan a aparecer nue-vos brotes; varios días después de una catástrofe son

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encontrados supervivientes cuando ya no se espera-ba nada; niños que superan varias intervenciones quirúrgicas difíciles hasta para un adulto... Son oca-siones en las que nos encontramos con el misterio de la vida, que se abre paso a pesar de todo.

JUZGAR: Esta noche estamos celebrando el triunfo de la Vida. Tras la oscuridad del Viernes San-to, la Luz de la Vida, simbolizada en el Cirio Pascual, brilla con fuerza en la noche. Como hemos procla-mado en el Pregón: «Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo...». Esta es la noche en la que nos encon-tramos con el Misterio de la Vida, porque si sólo pudiéramos llegar hasta el Viernes Santo, si sólo tuviéramos ante nosotros el misterio de la muerte, ¿de qué nos serviría haber nacido...? La existencia humana, todo lo que existe, sería un absurdo.

Pero no: hoy celebramos el triunfo del Dios de la Vida. En la liturgia de la Palabra hemos hecho un repaso del plan de salvación de Dios, de ese Plan de Vida que Él ha dispuesto para todos.

- Un Plan de Vida que partió de su impulso creador (1ª lectura).

- Que a veces no es comprendido por el hombre (2ª

lectura). - Que se traduce en liberación (3ª lectura). - Un Plan de Vida que Dios ofrece con amor a pe-

sar de la infidelidad de su pueblo (4ª lectura). - Que para Dios es una alianza perpetua que re-

nueva una y otra vez (5ª lectura). - Que siempre está disponible para nosotros cuan-

do queramos acogerlo (6ª lectura). - Que nos renueva y purifica (7ª lectura). - Un Plan de Vida que alcanza su culminación en

Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, crucificado y resucitado.

En Cristo, el Dios que es la Vida nos ha mostrado que Él triunfa por encima de la muerte, de cualquier tipo de muerte.

Aunque encontremos tanta muerte a nuestro alrede-dor, aunque parezca que todo apunta a que la cruz y la muerte es el final, esta noche nos encontramos con el Misterio de la Vida que es Cristo Resucitado y resuena para cada uno de nosotros el anuncio: «No temáis; ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado, como había dicho».

Al encontrarnos con el Misterio de la Vida que es Cristo Resucitado, la luz de la esperanza brilla para nosotros, porque nos damos cuenta de lo que decía san Pablo en la 2ª lectura: «si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará tam-bién en una resurrección como la suya».

Como hizo con María la Magdalena y la otra María, Jesús Resucitado sale también a nuestro encuentro y nos dice: «Alegraos».

ACTUAR: Este debe ser nuestro sentimiento predominante esta noche, lo que impregne nuestro actuar: la alegría. Es cierto que la muerte no ha des-aparecido de nuestro mundo ni de nuestra vida, pero ha sido vencida. Porque «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él». Y nosotros, incorporados a Cristo por el Bautismo, estamos incorporados tam-bién a una resurrección como la suya. Ése es el moti-vo de nuestra alegría, de nuestra fe, y por eso dentro de unos momentos renovaremos las promesas bau-tismales.

Que este encuentro con el Misterio de la Vida haga que nos sintamos «vivos para Dios en Cristo Jesús, y andemos en una vida nueva», y como María la Mag-dalena y la otra María, anunciemos sin miedo que verdaderamente Jesús el crucificado HA RESUCITA-DO como había dicho.

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Domingo de Pascua - A 24 de abril

Sal 117 “Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”

Secuencia (ad libitum) “Ofrezcan los cristianos...” Col 3, 1-4 “Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo”

Jn 20, 1-9 “Él había de resucitar de entre los muertos”

Ruego por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor.

Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.

Leo el texto. Después contemplo y subrayo. El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amane-cer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del se-pulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pe-dro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lien-zos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendi-do la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Jn 20, 1-9 Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otros personajes, la BUENA NOTICIA que escu-cho... Los que corren para ver -la Magdalena, Pedro, el otro- ¿me entran ganas de “ver” a Jesús, de tenerlo conmigo? ¿Qué hago para verlo?

Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el evangelio. En la Revisión de Vida, cuando el ver es iluminado por la Palabra de Dios, ¿hago experiencia de “ver” al Señor en la vida, en los acontecimientos?

Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso.

Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo... Notas sobre el texto, contexto y pretexto Las tradiciones del sepulcro vacío y de las aparicio-nes son las dos formas más antiguas de expresar la fe en la resurrección. Este relato lo hace a través del sepulcro vacío.

Al destacar el estado en que se encontraban las vendas y el sudario, excluye el rumor que circuló en torno al robo del cadáver. El sepulcro vacío no se debe a un hurto, ni es invención de mujeres.

Para el discípulo ideal, representado en aquel al que amaba Jesús, ver el sepulcro vacío, las vendas y el sudario son pruebas suficientes de la resurrección. En la ausencia, descubre ya su presencia. Por eso se dice: «Vio y creyó». No se dice, sin embargo, lo mis-

mo de Simón Pedro. Él y otros discípulos necesitarán apariciones, y hasta tocar. Para fijarnos en Jesús y el Evangelio Este evangelio nos presenta dos escenas: la primera, con “María Magdalena” como protagonista, conduce a la segunda, con “Simón Pedro y el otro discípulo”.

En la primera se destaca “el primero día de la se-mana” o “el domingo”. Esta expresión sugiere co-mienzo, nueva creación.

También se destaca que todavía era oscuro “antes de salir el sol”, es decir, simbólicamente, que todavía no brilla la luz de la fe.

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María Magdalena “vio que la piedra había sido quitada” e intuye alguna novedad. Con sólo este “ver”, se va corriendo para avisar “Simón Pedro y al otro discípulo”. María quiere encontrar el Señor.

Sobre “el otro discípulo”, dice el texto que es “aquel que Jesús estimaba”. En Jn 13, 23 se habla por primera vez del discípulo a quien “Jesús estimaba” (Jn 19, 25-27; 21, 7.20-24). No se llama en ningún momento que sea uno de los Doce, aunque la tradición mu-chas veces lo ha identificado con Juan. Es probable que sea la misma persona designada como el otro discípulo en el relato de la pasión (Jn 18, 15-16). En cual-quiera caso, es una figura capital del evangelio y sirve de modelo para los creyentes.

En los versículos que siguen hay un contraste entre Pedro y este “discípulo estimado”. Pero el texto res-peta los datos de la tradición cristiana primitiva, que recuerda a Pedro como el primero de los testigos de la resurrección.

Este evangelio pone en un lugar de privilegio a una mujer: “María Magdalena” (Jn 20, 11-18). Hay varias mu-jeres que tienen un lugar destacado en el evangelio según Juan: la madre de Jesús, a comienzos de la actividad de Jesús (Jn 2, 1-12) y al pie de la cruz (Jn 19, 25-

27); la samaritana (Jn 4); Marta y María (Jn 11); y María Magdalena (Jn 19, 25; 20, 1-18).

En la segunda escena, los dos discípulos, motiva-dos por el aviso de María, salen “corriendo”. Tam-bién quieren “ver” lo que ha pasado

Pedro y el otro discípulo “vieron” las mismas seña-les de la resurrección de Lázaro; pero Lázaro sale atado, es decir, vuelve a la vida para morir; en cambio aquí “la sábana de amortajar” estaba por el suelo, que significa que Jesús se ha desatado de las ligadu-ras de la muerte.

Ni María, ni Simón Pedro, ni el otro discípulo han visto Jesús. Sólo ven el sepulcro vacío. En este mismo momento, uno de ellos, “el otro discípulo... vio y creyó”. Son los ojos de la fe, y la luz de la Palabra de Dios los que permiten de ver la resurrección de Je-sús en el sepulcro vacío. María se acerca con amor, pero “todavía era oscuro”. Más adelante podrá decir que le ha visto, como también los apóstoles: hemos visto el Señor (Jn 20, 25).

Jesús tenía que resucitar de entre los muertos. Solamente tras la glorificación de Jesús se puede hablar de creencia. Es una enseñanza compartida por todo el NT. El evangelio según Juan lo remarca de varias formas (Jn 12, 16; 13, 7.19; 14, 29; 20, 9). Pero lo enseña mediante la promesa del Espíritu (Jn 7, 39; 14, 16.26; 15, 26-

27; 16, 7-15): tan solos tras la venida del Espíritu será posible creer en Jesús, porque sólo entonces se po-drá conocer su misterio. Creer y conocer van unidos.

CREEMOS EN CRISTO RESUCITADO

Puesto que Cristo ha resucitado, creemos en la vida, ¡para siempre!

Puesto que Cristo ha resucitado, no creemos en la muerte,

¡en ninguna muerte, para nadie que quiera vivir!

Puesto que Cristo ha resucitado, creemos que el hombre es un proceso ilimitado,

y que nada de cuanto podamos imaginar es demasiado grande para él.

Puesto que Cristo ha resucitado, creemos en El.

Puesto que Cristo ha resucitado, la fuerza del presente es el futuro.

Puesto que Cristo ha resucitado, el mundo está en marcha

y no lo detendrán las conquistas logradas ni los intereses de los vencedores.

Puesto que Cristo ha resucitado, estamos en la revolución permanente

y es preciso cambiar el mundo desde sus cimientos.

Puesto que Cristo ha resucitado, hay que construir una ciudad sin clases,

donde el hombre no sea lobo para el hombre sino compañero y hermano.

Puesto que Cristo ha resucitado, hay un amor y una casa ¡para todos!

Puesto que Cristo ha resucitado, creemos en una Tierra Nueva.

Y porque creemos y esperamos, no tenemos nada que conservar;

y afirmamos que el mejor modo de conseguirlo todo es perderlo todo por una sola cosa.

V J A

VER: El Viernes Santo reflexionábamos acerca de las veces en que nos encontramos con el misterio de la muerte. Pero aun en esas situaciones, nos encon-tramos también con sorpresas: bosques arrasados por el fuego en los que al poco tiempo empiezan a aparecer nuevos brotes; varios días después de una catástrofe son encontrados supervivientes cuando ya

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no se esperaba nada; niños que superan varias inter-venciones quirúrgicas difíciles hasta para un adulto... Son ocasiones en las que nos encontramos con el misterio de la vida, que se abre paso a pesar de todo

JUZGAR: Hoy estamos celebrando el triunfo de la Vida. Tras la oscuridad del Viernes Santo, la Luz de la Vida, simbolizada en el Cirio Pascual, brilla con fuerza en este día. Porque si sólo pudiéramos llegar hasta el Viernes Santo, si sólo tuviéramos ante noso-tros el misterio de la muerte en sus múltiples formas, la existencia humana, todo lo que existe, sería un absurdo.

Pero no: hoy celebramos el triunfo del Dios de la Vida. Anoche, durante la Vigilia Pascual, en la liturgia de la Palabra hicimos un repaso del plan de salvación de Dios, de ese Plan de Vida que Él ha dispuesto para todos. Un Plan de Vida que alcanza su culminación en Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, crucificado y resucitado.

En Cristo, el Dios que es la Vida nos ha mostrado que Él triunfa por encima de la muerte, de cualquier tipo de muerte. Aunque encontremos tanta muerte a nuestro alrededor, aunque parezca que todo apunta a que la cruz y la muerte es el final, hoy nos encon-tramos con el Misterio de la Vida que es Cristo Resu-citado, como hemos escuchado en el Evangelio que se lo encontraron María Magdalena, Pedro y el discí-pulo a quien quería Jesús.

Donde ellos esperaban encontrar un cadáver, un signo de muerte, no encuentran nada («se han lleva-do del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto»). Los otros signos de muerte -vendas, suda-rio...- quedan apartados... y empiezan a entrar en el Misterio de la Vida, empiezan a comprender que Jesús, que les había dicho que era el Camino, la Ver-dad y la Vida, ha triunfado, «pues hasta entonces no

habían entendido la Escritura: que él había de resuci-tar de entre los muertos».

Como ellos, también nosotros hoy nos encontramos con el Misterio de la Vida que es Cristo Resucitado. Como ellos, tenemos que aprender a “ver y creer”, a no quedarnos en las apariencias y a saber interpretar los signos que nos indican que Cristo ha vencido a la muerte.

Al encontrarnos con el Misterio de la Vida que es Cristo Resucitado, la luz de la esperanza brilla para nosotros por encima del misterio de la muerte, por-que como decía san Pablo en la 2ª lectura, «habéis resucitado con Cristo, ahora vuestra vida está con Cristo escondida en Dios, y cuando aparezca Cristo, vida nuestra, también vosotros apareceréis, junta-mente con él, en gloria».

ACTUAR: Desde la certeza de la resurrección de Cristo se impone un cambio profundo en nosotros, en lo interior y en lo exterior. Como decía san Pablo: «buscad los bienes de allá arriba, donde está Cris-to...». Ahora sabemos que nuestra vida, que toda la existencia, tiene una meta clara: el encuentro defini-tivo con Cristo Resucitado. Y hacia esa meta debe-mos orientar nuestra vida.

Por eso nuestro sentimiento predominante hoy, lo que debe impregnar nuestro actuar, es la alegría y la esperanza. Es cierto que la muerte no ha desapareci-do de nuestro mundo ni de nuestra vida, pero ha sido vencida. Que este encuentro con el Misterio de la Vida que es Cristo Resucitado haga de nosotros testigos creíbles que, sabiendo interpretar los signos de los tiempos, anunciemos sin miedo que verdade-ramente Jesús, el crucificado, HA RESUCITADO co-mo había dicho.