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ANTOLOGÍA HISPÁNICA 4º ESO C PROFESOR: IES CURSO DE POESÍA DEL SIGLO XX BASILIO PUJANTE CASCALES JUAN DE LA CIERVA Y CODORNÍU 2010/2011

Antología poesía hispana del Siglo XX

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ANTOLOGÍA

HISPÁNICA

4º ESO C

PROFESOR:

IES

CURSO

DE POESÍA

DEL SIGLO XX

BASILIO PUJANTE CASCALES

JUAN DE LA CIERVA Y CODORNÍU

2010/2011

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ÍNDICE PRIMER TERCIO

- Antonio Machado: pág. 3 - Juan Ramón Jiménez: pág. 5

GENERACIÓN DEL 27 - Federico García Lorca: pág. 5. - Vicente Aleixandre: pág. 7 - Dámaso Alonso: pág. 8 - Luis Cernuda: pág. 9 - Miguel Hernández pág. 10

POSGUERRA - León Felipe: pág. 13 - Carmen Conde: pág. 14 - Gabriel Celaya : pág. 15 - Carlos Edmundo de Ory: pág. 16 - Ángel González: pág. 16 - José Agustín Goytisolo: pág. 17 - José Ángel Valente: pág. 19

- Jaime Gil de Biedma: pág. 19 NOVÍSIMOS - José María Álvarez: pág. 20 - Pere Gimferrer: pág. 21 - Ana María Moix: pág. 21 - Leopoldo María Panero: pág. 22

ÚLTIMOS - Eloy Sánchez Rosillo: pág. 23 - Luis Alberto de Cuenca: pág. 23 - Luis García Montero: pág. 24 - Carlos Marzal: pág. 25 - Vicente Gallego: pág. 26

HISPANOAMERICANOS - Rubén Darío: pág. 26 - César Vallejo: pág. 28 - Vicente Huidobro: pág. 28 - Jorge Luis Borges: pág. 29 - Pablo Neruda: pág. 31 - Octavio Paz: pág. 32

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ANTONIO MACHADO (1875 – 1939)

1. RETRATO

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido —ya conocéis mi torpe aliño indumentario—, más recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo —quien habla solo espera hablar a Dios un día—; mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar.

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2. A UN OLMO SECO

Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento le mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que rojo en el hogar, mañana, ardas en alguna mísera caseta, al borde de un camino;

antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hasta la mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera.

3. PROVERBIOS Y CANTARES XXIX

Caminante, son tus huellas el camino y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar.

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JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881 – 1958)

4. EL VIAJE DEFINITIVO …Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando; y se quedará mi huerto, con su verde árbol, y con su pozo blanco. Todas la tardes, el cielo será azul y plácido; y tocarán, como esta tarde están tocando, las campanas del campanario. Se morirán aquellos que me amaron; y el pueblo se hará nuevo cada año; y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado. mi espíritu errará, nostálgico… Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido… Y se quedarán los pájaros cantando.

FEDERICO GARCÍA LORCA (1898 – 1936)

5. LA CASADA INFIEL

A Lydia Cabrera y a su negrita

Y que yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido. Fue la noche de Santiago y casi por compromiso. Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos. El almidón de su enagua me sonaba en el oído como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos. Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido y un horizonte de perros ladra muy lejos del río. *

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Pasadas las zarzamoras, los juncos y los espinos,

bajo su mata de pelo

hice un hoyo sobre el limo. Yo me quité la corbata. Ella se quitó el vestido. Yo el cinturón con revólver. Ella sus cuatro corpiños. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío. Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos. No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena

yo me la llevé del río. Con el aire se batían las espadas de los lirios. Me porté como quien soy. Como un gitano legítimo. Le regalé un costurero grande, de raso pajizo, y no quise enamorarme porque, teniendo marido, me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.

6. LA AURORA La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean en las aguas podridas. La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustia dibujada. La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible. A veces las monedas en enjambres furiosos

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taladran y devoran abandonados niños. Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraísos ni amores deshojados; saben que van al cieno de números y leyes, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces. Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre. VICENTE ALEIXANDRE (1898 – 1984)

7. EL ÚLTIMO AMOR I Amor mío, amor mío. Y la palabra suena en el vacío. Y se está solo. Y acaba de irse aquella que nos quería. Acaba de salir. Acabamos de oír cerrarse la puerta. Todavía nuestros brazos están tendidos. Y la voz se queja en la garganta. Amor mío... Cállate. Vuelve sobre tus pasos. Cierra despacio la puerta, si

es que no quedó bien cerrada. Regrésate. Siéntate ahí, y descansa. No, no oigas el ruido de la calle. No vuelve. No puede volver. Se ha marchado, y estás solo. No levantes los ojos para mirarlo todo, como si en todo aún

estuviera. Se está haciendo de noche. Ponte así: tu rostro en tu mano. Apóyate. Descansa. Te envuelve dulcemente la oscuridad, y lentamente te borra. Todavía respiras. Duerme. Duerme si puedes. Duerme poquito a poco, deshaciéndote, desliéndote en la noche que poco a poco te anega. ¿No oyes? No, ya no oyes. El puro silencio eres tú, oh dormido, oh abandonado, oh solitario. ¡Oh, si yo pudiera hacer que nunca más despertases! II Las palabras del abandono. Las de la amargura. Yo mismo, sí, yo y no otro. Yo las oí. Sonaban como las demás. Daban el mismo sonido. Las decían los mismos labios, que hacían el mismo movimiento.

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Pero no se las podía oír igual. Porque significan: las palabras significan. Ay, si las palabras fuesen sólo un suave sonido, y cerrando los ojos se las pudiese escuchar en el sueño... Yo las oí. Y su sonido final fue como el de una llave que se

cierra. Como un portazo. Las oí, y quedé mudo. Y oí los pasos que se alejaron. Volví, y me senté. Silenciosamente cerré la puerta yo mismo. Sin ruido. Y me senté. Sin sollozo. Sereno, mientras la noche empezaba. La noche larga. Y apoyé mi cabeza en mi mano. Y dije... Pero no dije nada. Moví mis labios. Suavemente, suavísimamente. Y dibujé todavía el último gesto, ese que yo ya nunca repetiría.

DÁMASO ALONSO (1898 – 1984)

8. INSOMNIO Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). A veces en la noche yo me revuelco y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro, y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna. Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma. por qué se pudren 'más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo. Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?

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LUIS CERNUDA (1902 – 1963)

9. “DONDE HABITE EL OLVIDO” Donde habite el olvido, en los vastos jardines sin aurora; donde yo sólo sea memoria de una piedra sepultada entre ortigas sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. Donde mi nombre deje al cuerpo que designa en brazos de los siglos, donde el deseo no exista. En esa gran región donde el amor, ángel terrible, no esconda como acero en mi pecho su ala, sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento. Allá donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, sometiendo a otra vida su vida, sin más horizonte que otros ojos frente a frente. Donde penas y dichas no sean más que nombres, cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

disuelto en niebla, ausencia, ausencia leve como carne de niño. Allá, allá lejos; donde habite el olvido.

10. “ADOLESCENTE FUI…”

Adolescente fui en días idénticos a nubes, cosa grácil, visible por penumbra y reflejo, y extraño es, si ese recuerdo busco, que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.

Perder placer es triste como la dulce lámpara sobre el lento nocturno; aquél fui, aquél fui, aquél he sido; era la ignorancia mi sombra.

Ni gozo ni pena; fui niño prisionero entre muros cambiantes; historias como cuerpos, cristales como cielos, sueño luego, un sueño más alto que la vida.

Cuando la muerte quiera una verdad quitar de entre mis manos, las hallará vacías, como en la adolescencia ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.

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11. “SI EL HOMBRE PUDIERA…”

Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban, para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo, yo sería aquel que imaginaba; aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero. Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad del amor, la única libertad que me exalta, la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

MIGUEL HERNÁNDEZ (1910-1942)

12. ELEGÍA

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como el rayo Ramón Sijé,

con quien tanto quería) Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano. Alimentado lluvias, caracolas y órganos mi dolor sin instrumento, a las desalentadas amapolas daré tu corazón por alimento. Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento. Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida,

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un empujón brutal te ha derribado. No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida. Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos. Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes sedienta de catástrofes y hambrienta. Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes. Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte. Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores. Alegrarás la sombra de mis cejas, y su sangre se irá a cada lado disputando tu novia y las abejas. Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado. A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.

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13. EL HERIDO

Para el muro de un hospital de sangre.

I Por los campos luchados se extienden los heridos. Y de aquella extensión de cuerpos luchadores salta un trigal de chorros calientes, extendidos en roncos surtidores. La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo. Y las heridas suenan, igual que caracolas, cuando hay en las heridas celeridad de vuelo, esencia de las olas. La sangre huele a mar, sabe a mar y a bodega. La bodega del mar, del vino bravo, estalla allí donde el herido palpitante se anega, y florece, y se halla. Herido estoy, miradme: necesito más vidas. La que contengo es poca para el gran cometido de sangre que quisiera perder por las heridas. Decid quién no fue herido.

Mi vida es una herida de juventud dichosa. ¡Ay de quien no esté herido, de quien jamás se siente herido por la vida, ni en la vida reposa herido alegremente! Si hasta a los hospitales se va con alegría, se convierten en huertos de heridas entreabiertas, de adelfos florecidos ante la cirugía. de ensangrentadas puertas. II Para la libertad sangro, lucho, pervivo. Para la libertad, mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a los cirujanos. Para la libertad siento más corazones que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas, y entro en los hospitales, y entro en los algodones como en las azucenas. Para la libertad me desprendo a balazos de los que han revolcado su estatua por el lodo. Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos, de mi casa, de todo.

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Porque donde unas cuencas vacías amanezcan, ella pondrá dos piedras de futura mirada y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan en la carne talada. Retoñarán aladas de savia sin otoño reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. Porque soy como el árbol talado, que retoño: porque aún tengo la vida. LEÓN FELIPE (1884 - 1968)

14. ¡QUÉ LÁSTIMA! (Fragmento)

Para Alberto López Arguello

¡Qué lástima! Que yo no pueda cantar a la usanza de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan! ¡Qué lástima que yo no pueda entonar con una voz engolada esas brillantes romanzas a las glorias de la patria! ¡Qué lástima que yo no tenga una patria!

Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa desde una tierra a otra tierra, desde una raza a otra raza, como pasan esas tormentas de estío desde ésta a aquella comarca.

¡Qué lástima que yo no tenga comarca, patria chica, tierra provinciana! Debí nacer en la entraña en la estepa castellana Y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada: pasé los días azules de mi infancia en Salamanca, y mi juventud, una juventud sombría, en la montaña. Después... ya no he vuelto a echar el ancla y ninguna de estas tierras me levanta ni me exalta para poder cantar siempre en la misma tonada al mismo río que pasa rodando las mismas aguas, al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.

¡Qué lástima que yo no tenga una casa! Una casa solariega y blasonada, una casa en que guardara, a más de otras cosas raras, un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada y el retrato de un mi abuelo

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que ganara una batalla. ¡Qué lástima que yo no tenga un abuelo que ganara una batalla, retratado con una mano cruzada en el pecho, y la otra mano en el puño de la espada! ¡Qué lástima que yo no tenga siquiera una espada! Porque... ¿qué voy a cantar si no tengo ni una patria, ni una tierra provinciana, ni una casa solariega y blasonada, ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla, ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?

(…)

CARMEN CONDE (1904 – 1996)

15. ANTE TI

Porque siendo tú el mismo, eres distinto y distante de todos los que miran esa rosa de luz que viertes siempre de tu cielo a tu mar, campo que amo.

Campo mío, de amor nunca confeso; de un amor recatado y pudoroso, como virgen antigua que perdura en mi cuerpo contiguo al tuyo eterno. He venido a quererte, a que me digas tus palabras de mar y de palmeras; tus molinos de lienzo que salobres me refrescan la sed de tanto tiempo. Me abandono en tu mar, me dejo tuya como darse hay que hacerlo para serte. Si cerrara los ojos quedaría hecha un ser y una voz: ahogada viva. ¿He venido, y me fui; me iré mañana y vendré como hoy...? ¿qué otra criatura volverá para ti, para quedarse o escaparse en tu luz hacia lo nunca?

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GABRIEL CELAYA (1911 – 1991)

16. LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante, mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia, fieramente existiendo, ciegamente afirmado, como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto, con el rayo del prodigio, como mágica evidencia, lo real se nos convierte en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día,

como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren y canto respirando. Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos, y calculo por eso con técnica qué puedo. Me siento un ingeniero del verso y un obrero que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta a la vez que latido de lo unánime y ciego. Tal es, arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho.

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No es una poesía gota a gota pensada. No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

CARLOS EDMUNDO DE ORY (1923 – 2010)

17. SONETO PARANOICO

Solo en el mundo con mi media oreja y una cortada flor en el semblante bajo a la mina honda del diamante que no tiene raíz ni tiene reja. Mas como soy del odio tenue abeja manada de algún duende nigromante peinaré de mi espalda el monte amante y con heces de concha de la almeja. Mi paranoia de Iolao y Averno

¡hola pato de oro hola marea donde la mar merece su medusa! Y creo que de cebra tengo un cuerno y de llama una pata panacea que se gasta en mi alma y que se usa

ÁNGEL GONZÁLEZ (1925 – 2008)

18. J.R.J.

Debajo del poema —laborioso mecánico—, apretaba las tuercas a un epíteto. Luego engrasó un adverbio, dejó la rima a punto, afinó el ritmo y pintó de amarillo el artefacto. Al fin lo puso en marcha, y funcionaba.

—No lo toques ya más, se dijo. Pero no pudo remediarlo:

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volvió a empezar, rompió los octosílabos, los juntó todos, cambio por sinestesias las metáforas, aceleró... mas nada sucedía. Soltó un tropo, dejó todas las piezas en una lata malva, y se marchó, cansado de su nombre.

19. PARA QUE YO ME LLAME ÁNGEL GONZÁLEZ

Para que yo me llame Ángel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo: hombres de todo el mar y toda tierra, fértiles vientres de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo. Solsticios y equinoccios alumbraron con su cambiante luz, su vario cielo, el viaje milenario de mi carne trepando por los siglos y los huesos.

De su pasaje lento y doloroso de su huida hasta el fin, sobreviviendo naufragios, aferrándose al último suspiro de los muertos, yo no soy más que el resultado, el fruto, lo que queda, podrido, entre los restos; esto que veis aquí, tan sólo esto: un escombro tenaz, que se resiste a su ruina, que lucha contra el viento, que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio. El éxito de todos los fracasos. La enloquecida fuerza del desaliento... JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO (1928 – 1999)

20. PALABRAS PARA JULIA

Tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja como un aullido interminable.

Hija mía es mejor vivir con la alegría de los hombres que llorar ante el muro ciego.

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Te sentirás acorralada te sentirás perdida o sola tal vez querrás no haber nacido.

Yo sé muy bien que te dirán que la vida no tiene objeto que es un asunto desgraciado.

Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso.

La vida es bella, ya verás como a pesar de los pesares tendrás amigos, tendrás amor.

Un hombre solo, una mujer así tomados, de uno en uno son como polvo, no son nada.

Pero yo cuando te hablo a ti cuando te escribo estas palabras pienso también en otra gente.

Tu destino está en los demás tu futuro es tu propia vida tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas que les ayude tu alegría tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso.

Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo.

La vida es bella, tú verás como a pesar de los pesares tendrás amor, tendrás amigos.

Por lo demás no hay elección y este mundo tal como es será todo tu patrimonio.

Perdóname no sé decirte nada más pero tú comprende que yo aún estoy en el camino.

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Y siempre siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso.

JOSÉ ÁNGEL VALENTE (1929 – 2000)

21. UN CANTO

Quisiera un canto que hiciera estallar en cien palabras ciegas la palabra intocable. Un canto. Mas nunca la palabra como ídolo obeso, alimentado de ideas que lo fueron y carcome la lluvia.

La explosión de un silencio.

Un canto nuevo, mío, de mi prójimo, del adolescente sin palabras que espera ser nombrado, de la mujer cuyo deseo sube en borbotón sangriento a la pálida frente, de éste que me acusa silencioso,

que silenciosamente me combate, porque acaso no ignora que una sola palabra bastaría para arrasar el mundo, para extinguir el odio y arrasarnos...

JAIME GIL DE BIEDMA (1929 – 1990)

22. NO VOLVERÉ A SER JOVEN

Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde -como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante. Dejar huella quería y marcharme entre aplausos -envejecer, morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro. Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra.

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23. AMOR MÁS PODEROSO QUE LA VIDA

La misma calidad que el sol de tu país, saliendo entre las nubes: alegre y delicado matiz en unas hojas, fulgor de un cristal, modulación del apagado brillo de la lluvia.

La misma calidad que tu ciudad, tu ciudad de cristal innumerable idéntica y distinta, cambiada por el tiempo: calles que desconozco y plaza antigua de pájaros poblada, la plaza en que una noche nos besamos.

La misma calidad que tu expresión, al cabo de los años, esta noche al mirarme: la misma calidad que tu expresión y la expresión herida de tus labios.

Amor que tiene calidad de vida, amor sin exigencias de futuro, presente del pasado, amor más poderoso que la vida: perdido y encontrado. Encontrado, perdido...

24. DE VITA BEATA

En un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles, en un pueblo junto al mar, poseer una casa y poca hacienda y memoria ninguna. No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ (1942)

25. PAIDEIA

«Pues todas las aves vuelan corazón,

pues todas las aves vuelan volad vos»

«CANCIONERO ANÓNIMO» «Hay una leyenda que explica esta relación»

FRANZ KAFKA El río se va a la mar. Cubierto del aroma de los naranjos, entre inmensos palmerales,

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como una estampa oriental, el río se va a la mar. Ay quién se fuera una tarde cuando el sol también se va, en ese instante en que el mundo se transforma en un ensueño, ay quién se fuera, entregado a esa belleza, como un Dios del crepúsculo, antiguo, entre doradas riberas feliz y antiguo, a la mar.

PERE GIMFERRER (1945)

26. ARDE EL MAR

Oh ser un capitán de quince años viejo lobo marino las velas desplegadas las sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las

barcazas las pipas humeantes de los armadores pintados al óleo las huelgas de los cargadores las grúas paradas ante el

cielo de zinc los tiroteos nocturnos en la dársena fogonazos un cuerpo en las aguas con sordo estampido el humo en los cafetines

Dick Tracy los cristales empañados la música zíngara los relatos de pulpos serpientes y ballenas de oro enterrado y de filibusteros Un mascarón de proa el viejo dios Neptuno Una dama en las Antillas ríe y agita el abanico de nácar bajo los cocoteros. ANA MARÍA MOIX (1947)

27. NANCY FLOR BAILARÁ SIEMPRE Nancy Flor bailará siempre porque Johnny ya murió. Un bribón le dio la muerte, nadie sabe a dónde huyó. Fue testigo un pistolero rey en los bares de New York, pasado luego a carcelero contó la historia en un block. Jim, Johnny y Nancy Flor tres personajes de antología,

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de apología, extraña historia del terror. Ella tenía los ojos grises, Johnny pintaba flores de azahar, Jim era dulce, un soñador. Ella bailaba todas las noches, Jim la soñaba en un bazar rodeada de otros muñecos que la adoraban por su candor. Eran hermanos los dos adoradores de Nancy Flor. Por la calle caminaban los tres en silencio, mas el corazón no calla, traidor. Y Jim lo supo. Daban las doce en el cuco. Caía el sol en la acera y Dulce Jim vio un gran amor en las dos sombras de Johnny y Nancy Flor unidas a ras de tierra. El dolor apenas quema cuando nada queda en el hueco

de un antiguo corazón. El asesino huyó de la justicia pero le persigue el eco de una loca ilusión que con diabólica malicia persiste en tener razón. Una flor era Nancy para Jim, mas una flor pintada antaño por un solo enamorado que no fue Jim, sino John.

LEOPOLDO MARÍA PANERO (1948)

28. BLANCANIEVES SE DESPIDE DE LOS SIETE ENANOS

Prometo escribiros, pañuelos que se pierden en el horizonte, risas que palidecen, rostros que caen sin peso sobre la hierba húmeda, donde las arañas tejen ahora sus azules telas. En la casa del bosque crujen, de noche, las viejas maderas, el viento agita raídos cortinajes, entra sólo la luna a través de las grietas. Los espejos silenciosos, ahora, qué grotescos, envenenados peines, manzanas, maleficios, qué olor a cerrado, ahora, qué grotescos.

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Os echaré de menos, nunca os olvidaré. Pañuelos que se pierden en el horizonte. A lo lejos se oyen golpes secos, uno tras otro los árboles se derrumban. Está en venta el jardín de los cerezos.

29. CANCIÓN PARA UNA DISCOTECA No tenemos fe al otro lado de esta vida sólo espera el rock and roll lo dice la calavera que hay entre mis manos baila, baila el rock and roll para el rock el tiempo y la vida son una miseria el alcohol y el haschisch no dicen nada de la vida sexo, drogas y rock and roll el sol no brilla por el hombre, lo mismo que el sexo y las drogas; la muerte es la cuna del rock and roll. Baila hasta que la muerte te llame y diga suavemente entra entra en el reino del rock and roll. ELOY SÁNCHEZ ROSILLO (1948)

30. TARDE DE JUNIO

Ahora, juntos, vivimos la hermosura de esta tarde de junio, el fulgor de las horas en que nos entregamos al conocimiento de la verdad del amor, a la gran llamarada del encuentro. Ahora sabemos que toda la alegría cabe en el mundo breve de esta habitación, en el espacio ardiente de este lecho. La luz cansada del atardecer dibuja sobre el tiempo islas doradas. En un rincón del cuarto brilla la enredadera de la música. Un viento súbito sacude nuestros cuerpos. y lo olvidamos todo. Después regresan las miradas lentas, los gestos satisfechos, las sonrisas. Y luego contemplamos en silencio con qué dulzura va cayendo la noche sobre la indiferente ciudad que nos rodea. LUIS ALBERTO DE CUENCA (1950)

31. EL OLVIDO La olvidé. Por completo. Para siempre (o eso creía entonces). Me cruzaba con ella por la calle y no era ella

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quien se paraba ante un escaparate de ropa deportiva, no era ella quien compraba el periódico en un quiosco y se perdía entre la muchedumbre. Como si hubiera muerto. No era ella. Su nombre era el de todas las mujeres. LUIS GARCÍA MONTERO (1958)

32. AUNQUE TÚ NO LO SEPAS Como la luz de un sueño, que no raya en el mundo pero existe, así he vivido yo, iluminando esa parte de ti que no conoces, la vida que has llevado junto a mis pensamientos... Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto cruzar la puerta sin decir que no, pedirme un cenicero, curiosear los libros, responder al deseo de mis labios con tus labios de whisky, seguir mis pasos hasta el dormitorio. También hemos hablado en la cama, sin prisa, muchas tardes

esta cama de amor que no conoces, la misma que se queda fría cuanto te marchas. Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo, hicimos mil proyectos, paseamos por todas las ciudades que te gustan, recordamos canciones, elegimos renuncias, aprendiendo los dos a convivir entre la realidad y el pensamiento. Espiada a la sombra de tu horario o en la noche de un bar por mi sorpresa. Así he vivido yo, como la luz del sueño que no recuerdas cuando te despiertas.

33. LIFE VEST UNDER YOUR SEAT Señores pasajeros buenas tardes y Nueva York al fondo todavía, delicadas las torres de Manhattan con la luz sumergida en una muchacha triste, buenas tardes señores pasajeros, mantendremos en vuelo doce mil pies de altura, altos como su cuerpo en el pasillo de la Universidad, una pregunta,

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podría repetirme el título del libro, cumpliendo normas internacionales, las cuatro ventanillas de emergencia, pero habrá que cenar, tal vez alguna copa, casi vivir sin vínculo y sin límites, modos de ver la noche y estar en los cristales del alba, regresando, y muchas otras noches regresando bajo edificios de temblor acuático, a una velocidad de novecientos kilómetros, te dije que nunca resistí las despedidas, al aeropuerto no, prefiero tu recuerdo por mi casa, apoyado en el piano del Bar Andalucía, bajo el cielo violeta de los amaneceres de Manhattan, igual que dos desnudes en penumbra con Nueva Cork al fondo, todavía al aeropuerto no, rogamos hagan uso del cinturón, no fumen hasta que despeguemos, cuiden que estén derechos los respaldos, me tienes que llamar, de sus asientos.

CARLOS MARZAL (1961)

34. EL JUGADOR Habitaba un infierno íntimo y clausurado, sin por ello dar muestras de enojo o contrición. En el club le envidiaban el temple de sus nervios y el supuesto calor de una hermosa muchacha cariñosa en exceso para ser su sobrina. Nunca le vi aplaudir carambolas ajenas ni prestar atención al halago del público. No se le conocía un oficio habitual, y a veces lo supuse viviendo en los billares, como una pieza más imprescindible al juego. Le oí decir hastiado un día a la muchacha: Sufría en ocasiones, cuando el juego importaba. Ahora no importa el juego. Tampoco el sufrimiento. Pero siento nostalgia de mi antigua desdicha. Al verlo recortado contra la oscuridad, en mangas de camisa, sosteniendo su taco, lo creí en ocasiones cifra de cualquier vida. Hoy rechazo, por falsa, la clara asociación: no siempre la existencia es noble como el juego, y hay siempre jugadores más nobles que la vida.

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VICENTE GALLEGO (1963)

35. DE RECOGIDA

A Josepe, Vidal, Merenciano, Migue y Tito Llama fría del alba, te conozco: tú vienes a ofrecernos el destilado amargo, la comunión marchita, la quirúrgica luz con que el cielo ilumina nuestra herida más honda. Llama fría del alba, despedazado cráneo del ingrato deseo: ¿quién se atreve a mirarte tras la noche de magia? Los amigos se han ido. Conducimos ya solos. ¿Y adónde nos conduce la alegría gastada, el oscuro consuelo de haber sido felices en la noche? Satisfacción del mundo, generosa limosna de una hora, no hay engaño en tu don insuficiente aunque quiera negarlo la luz rota del día.

Hemos sido felices en la noche. Los amigos se han ido, conducimos ya solos. Buscando algún refugio, regresamos a casa. Y esta destartalada y alta bóveda en la que el sol incendia eternamente el aire es nuestra casa. RUBÉN DARÍO (1867 – 1916)

36. RESPONSO A VERLAINE Padre y maestro mágico, liróforo celeste que al instrumento olímpico y a la siringa agreste diste tu acento encantador; ¡Panida! Pan tú mismo, con coros condujiste hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste, ¡al son del sistro y del tambor! Que tu sepulcro cubra de flores Primavera, que se humedezca el áspero hocico de la fiera de amor si pasa por allí; que el fúnebre recinto visite Pan bicorne; que de sangrientas rosas el fresco abril te adorne y de claveles de rubí.

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Que si posarse quiere sobre la tumba el cuervo, ahuyenten la negrura del pájaro protervo el dulce canto de cristal que Filomela vierta sobre tus tristes huesos, o la armonía dulce de risas y de besos de culto oculto y florestal. Que púberes canéforas te ofrenden el acanto, que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto, sino rocío, vino, miel: que el pámpano allí brote, las flores de Citeres, ¡y que se escuchen vagos suspiros de mujeres bajo un simbólico laurel! Que si un pastor su pífano bajo el frescor del haya, en amorosos días, como en Virgilio, ensaya, tu nombre ponga en la canción; y que la virgen náyade, cuando ese nombre escuche con ansias y temores entre las linfas luche, llena de miedo y de pasión. De noche, en la montaña, en la negra montaña de las Visiones, pase gigante sombra extraña, sombra de un Sátiro espectral; que ella al centauro adusto con su grandeza asuste; de una extrahumana flauta la melodía ajuste

a la armonía sideral. Y huya el tropel equino por la montaña vasta; tu rostro de ultratumba bañe la Luna casta de compasiva y blanca luz; y el Sátiro contemple sobre un lejano monte una cruz que se eleve cubriendo el horizonte ¡y un resplandor sobre la cruz!

37. CAUPOLICÁN Es algo formidable que vio la vieja raza: robusto tronco de árbol al hombro de un campeón salvaje y aguerrido, cuya fornida maza blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón. Por casco sus cabellos, su pecho por coraza, pudiera tal guerrero, de Arauco en la región, lancero de los bosques, Nemrod que todo caza, desjarretar un toro, o estrangular un león. Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día, le vio la tarde pálida, le vio la noche fría, y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán. «¡El Toqui, el Toqui!» clama la conmovida casta.

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Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo: «Basta», e irguióse la alta frente del gran Caupolicán. CÉSAR VALLEJO (1892 – 1938)

38. AUSENTE Ausente! La mañana en que me vaya más lejos de lo lejos, al Misterio, como siguiendo inevitable raya, tus pies resbalarán al cementerio. Ausente! La mañana en que a la playa del mar de sombra y del callado imperio, como un pájaro lúgubre me vaya, será el blanco panteón tu cautiverio. Se habrá hecho de noche en tus miradas; y sufrirás, y tomarás entonces penitentes blancuras laceradas. Ausente! Y en tus propios sufrimientos ha de cruzar entre un llorar de bronces una jauría de remordimientos!

39. LOS HERALDOS NEGROS

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma... ¡Yo no sé! Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; o lo heraldos negros que nos manda la Muerte. Son las caídas hondas de los Cristos del alma, de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada. Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! VICENTE HUIDOBRO (1893 – 1948)

40. ALERTA

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Media noche En el jardín Cada sombra es un arroyo Aquel ruido que se acerca no es un coche Sobre el cielo de París Otto Von Zeppelín Las sirenas cantan Entre las olas negras Y este clarín que llama ahora No es un clarín de la Victoria Cien aeroplanos Vuelan en torno de la luna Paga tu pipa Los obuses estallan como rosas maduras Y las bombas agujerean los días Canciones cortadas Tiemblan entre las ramas El viento cortisona las calles Como apagar la estrella del estanque

41. DÍAS Y NOCHES TE HE BUSCADO

Días y noches te he buscado Sin encontrar el sitio en donde cantas.

Te he buscado por el tiempo arriba y por el río abajo. Te has perdido entre las lágrimas.

Noches y noches te he buscado Sin encontrar el sitio en donde lloras Porque yo sé que estás llorando. Me basta con mirarme en un espejo Para saber que estás llorando y me has llorado. Sólo tú salvas el llanto Y de mendigo oscuro Lo haces rey coronado por tu mano. JORGE LUIS BORGES (1899 – 1986)

42. POEMA DE LOS DONES Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche. De esta ciudad de libros hizo dueños a unos ojos sin luz, que sólo pueden leer en las bibliotecas de los sueños los insensatos párrafos que ceden las albas a su afán. En vano el día

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les prodiga sus libros infinitos, arduos como los arduos manuscritos que perecieron en Alejandría. De hambre y de sed (narra una historia griega) muere un rey entre fuentes y jardines; yo fatigo sin rumbo los confines de esta alta y honda biblioteca ciega. Enciclopedias, atlas, el Oriente y el Occidente, siglos, dinastías, símbolos, cosmos y cosmogonías brindan los muros, pero inútilmente. Lento en mi sombra, la penumbra hueca exploro con el báculo indeciso, yo, que me figuraba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca. Algo, que ciertamente no se nombra con la palabra azar, rige estas cosas; otro ya recibió en otras borrosas tardes los muchos libros y la sombra. Al errar por las lentas galerías suelo sentir con vago horror sagrado que soy el otro, el muerto, que habrá dado

los mismos pasos en los mismos días. ¿Cuál de los dos escribe este poema de un yo plural y de una sola sombra? ¿Qué importa la palabra que me nombra si es indiviso y uno el anatema? Groussac o Borges, miro este querido mundo que se deforma y que se apaga en una pálida ceniza vaga que se parece al sueño y al olvido.

43. LAS COSAS

El bastón, las monedas, el llavero, la dócil cerradura, las tardías notas que no leerán los pocos días que me quedan, los naipes y el tablero,

un libro y en sus páginas la ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada, el rojo espejo occidental en que arde

una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas, láminas, umbrales, atlas, copas, clavos, nos sirven como tácitos esclavos,

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ciegas y extrañamente sigilosas! Durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos ido. PABLO NERUDA (1904 – 1973)

44. POEMA 15

Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. Parece que los ojos se te hubieran volado y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma emerges de las cosas, llena del alma mía. Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante. Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio claro como una lámpara, simple como un anillo. Eres como la noche, callada y constelada. Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Distante y dolorosa como si hubieras muerto. Una palabra entonces, una sonrisa bastan. Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

45. POEMA 20

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos». El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

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Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido. Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

OCTAVIO PAZ (1914 – 1998)

46. DOS CUERPOS Dos cuerpos frente a frente son a veces dos olas y la noche es océano. Dos cuerpos frente a frente son a veces dos piedras y la noche desierto. Dos cuerpos frente a frente son a veces raíces en la noche enlazadas. Dos cuerpos frente a frente son a veces navajas y la noche relámpago.