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Bión nació en Flosa, junto a la asiática Esmirna; quizá vivió en Sicilia; se decía que había muerto envenenado, según vimos en la introducción a Mosco; se dedicó especialmente (cf. Ps.-Mosc. III 80-84) a la poesía pastoril, de que hay buenas muestras en los fragmentos; su período de madurez habría que situarlo hacia el 100 a. J. C , y su muerte en torno al 70 a. J. C ; gozó de gran reputación, como lo demuestra su ya citado elogio fúnebre.
Los dos poemas largos que aquí presentamos, uno auténtico y otro quizá no , aparecen sin su nombre en los códices medievales; la suerte nos ha aportado además, por obra de Estobeo en todos los casos menos uno, 17 f r o m e n t o s seguramente genuinos, de los que aquí se traducen ocho .
I, Canto fúnebre en honor de Adonis, es fácilmente atri-buible a Bión en función de las imitaciones del Pseudo-Mosco. Su tema es el tratado por Teocrito en XV y por el autor anónimo del poema heptasilábico que luego se leerá; tanto el poeta siracusano (recuérdese su introducción) como el esmhrneo tienen sin duda a la vista, sin que esto asegure el carácter plenamente ritual de una y otra obra, las anuales celebraciones en honor de Adonis (96) , pero la utilización de aquél correspondería al primer día de la fiesta, mientras que su imitador, en cuya obra hay ecos del idilio I, se centra en el segundo con un poema más lírico que épico y lleno de sincero patetismo que, si no está libre de la Retórica asianista tan cara a la época y al país natal de Bión, al menos la oculta bien. El autor entreteje hábilmente los elementos narrativos con una cascada de expresiones sentimentales nunca ridiculas; su propia persona no queda ausente de la vertiginosa sucesión de jugosas escenas impregnadas por el fuerte elemento pasional típico de esta exótica historia; y hay cierta contención en los breves e infrecuentes excesos de pompa barroca.
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B I O N
El idilio 11, Las bodas de Aquiles y de Deidami'a, cuyo final se ha suprimido quizá por motivos morales, empieza enformamuy ortodoxa desde el punto de vista pastoril, como I y IX de Teocrito, pero luego deriva a la épica y al tema del héroe joven tratado en forma eróticamente picante. Puede o no ser de Bión: resultarían datos positivos la presencia de dos de los nombres de pastores en los fragmentos II y IX y el hecho de que (recuérdese la introducción a Mosco) Calatea, sobre quien Bión debió de escribir un poema a que pertenecería el fragmento XVI, en que habla el Ciclope, está citada con su perseguidor en el verso 3 .
Son interesantes los llamados fragmentos bucólicos, pero IX, X y el bello XIII son evidentemente pequeños cantos enteros y lo mismo puede ocurrir con II, XII y XIV. No hay mucho en ellos de llamativo elemento bucólico (Pan, las Ninfas, los Sátiros, el ganado y la yerba), pero X, con su boyero, XI y XVI, del que antes hablábamos, no desentonan en nuestra colección, mientras que II es más bien geórgico y corresponde a la larga serie de las loas de la primavera. En cambio. Afrodita y Cupido con su imperio dominan totalmente en los otros siete trozos, incluido el pederàstico XII. Es de notar el apunte autobiográfico de X.
Ya se dijo que teóricamente podrían proceder de Bión los idilios XIX-XX, XXIII y XXVII, transmitidos como de Teocrito.
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Lloro la muer te de Adonis , "Murió el bello Adon i s " , y "Murió el bello A d o n i s " responden también los Amores .
Cipris, despierta , no sigas du rmiendo en tus rojos cober tores , ¡oh, mísera! , viste de lu to , golpea
5 tus pechos y diles a t odos : "Murió el bello A d o n i s " .
Lloro a Adonis y lloran conmigo también los Amores .
Yace en los mon tes Adonis her ido en el muslo blanco por blanco colmillo y a Cipris aflige su débil al iento y se manchan de sangre negruzca
1 o sus carnes nevadas, los ojos se llenan de sueño bajo las cejas, ya rosas n o t ienen sus labios, en él muere hasta el beso que ya no podrá dar a Cipris. A Cipris le gustan los besos incluso de un m u e r t o , pero Adonis ni aun sabe al mor i r que está siendo besado .
1 5 Lloro a Adonis y lloran conmigo también los Amores .
Terrible, terrible es la herida en el muslo de Adonis , pero peor la que en su alma sufrió Citerea. Aullan en t o rno a aquel m o z o sus canes quer idos , le lloran las Ninfas oréades y ella va er rante
2 0 por las breñas, dol iente , deshechas sus t renzas , descalza, sueha su ropa ; las zarzas al paso la hieren y recogen su sangre sagrada; mas ella con gritos agudos recorre los valles inmensos c lamando por su esposo de Asiria y l lamándole mil y m ü veces.
2 5 Y pende su negro vestido y se ven, en el pecho que las manos hi r ieron, los senos que niveos fueran y que ahora están llenos de sangre en h o n o r de su aman te .
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B I O N
" ¡Ay, ay , Ci te rea!" responden también los Amores .
Perdió al hombre he rmoso , perdió su belleza sagrada. 3 0 Era bello el aspecto de Cipris en vida de Adonis ,
mas con él su hermosura ya ha m u e r t o . " ¡Ay, ay, Cipr is !" se quejan
todos los montes y " ¡ Ay , a y ! " por Adonis repi ten las encinas . Y al duelo los r íos se suman de Cipris y en el mon te las fuentes añoran a Adonis y rojas
3 5 de pena se ponen las flores y canta Citera con dolor a lo largo de t o d o s sus cerros y valles:
" ¡ A y , ay, Citerea, ay de m í , que mur ió el bello A d o n i s ! "
Y Eco a sus quejas r epuso : " ¡Murió el bello A d o n i s ! "
¿Quién " a y " no dijera ante amor tan funesto de Cipris?
4 0 Cuando vio y se dio cuenta de que era incurable la herida
de Adonis y halló lacerado y sangrante su mus lo , sus brazos tendió y dolorida exc l amó : "Espera , Adonis , espera, infeUzj que por úl t ima vez a ti vaya, que en mis brazos te t ome y se j un t en t u boca y mi boca .
4 5 Un instante despiér ta te , Adonis , y a m í úne te en beso postrero tan largo como haya de serlo t u vida, hasta que expires con tu alma en mi boca y penetre tu aliento en mi ent raña y un filtro dulcís imo beba en ti con tu amor . Este beso será el propio Adonis
5 0 para m í , pues te vas, desdichado, te vas sin remedio ; marchas lejos. Adonis , al r ío Aque ron te , en la casa del rey triste y feroz ent rarás ; pero y o , que soy diosa, no podré , desdichada, en tu viaje seguirte. Recibe a mi esposo, Perséfone; tú más po ten te con m u c h o
5 5 eres que yo y t o d o aquello que es bello te i ncumbe . Yo sufro el mayor infor tunio y dolor insaciable; la muerte de Adonis l amento y de ti tengo miedo . ¡Oh, añorado mil veces, has m u e r t o , mi amor ha volado
como un sueño, viuda quedé y mis Amores ociosos! 6 0 Mi cintura contigo perdióse. ¿Por qué siendo bello
ibas de caza y ardido luchabas con f ieras?"
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I D I L I O 1
Así Cipris gemía y l loraban también los Amores : " ¡Ay, ay, Citerea, ay de m í , que mur ió el bello A d o n i s ! "
Mucho es el l lanto que vierte la Pafia y es mucha 6 5 la sangre que Adonis derrama y en rosas se to rna
la sangre y en flores del viento conviértese el l l an to .
Lloro la muerte de Adonis , "Murió el bello Adon i s " .
No recorras ya más la espesura l lorando a t u esposo , Cipris; a Adonis n o cuadra un jergón solitario
7 0 de hojas, mas debe tener , Citerea, t u cama aun d i funto ; es un bello cadáver, parece que due rme . Ponle en los blandos cojines del áureo lecho en que toda la noche cont igo tu ri to sagrado practicaba y que amante el cadáver de Adonis recibe.
7 5 Échale encima coronas y flores; si ha m u e r t o , que todas las flores perezcan t ambién a su lado . Con sirios ungüentos y aromas inúndale ; mueran todos ellos t ambién , pues Adonis , t u a roma, n o vive.
Yace ya el t ierno Adonis en man tos purpúreos ; lloran 8 o los Amores por él , rodeándole gimen, cor taron
en su h o n o r sus cabellos. El u n o los dardos ofrenda, su arco el segundo, un tercero sus p lumas y aljaba. La sandalia de Adonis desata el p r imero , los o t ros en áurea jofaina agua llevan, le lava los muslos
8 5 éste y de aquel por detrás le abanican las alas.
" ¡Ay, ay, Ci terea!" , responden también los Amores .
Todas las teas apaga Himeneo en su puer ta , la guirnalda nupcial ya deshoja y su " ¡ H i m é n ! " ya n o
en tona , ya n o canta su " ¡ H i m é n ! " , su canción, sino " ¡ A y , a y ! "
muchas veces. 9 0 Y las Gracias aun más que Himeneo también ellas claman
por Adonis , el hijo de Cíniras; l loran y en t a n t o m u t u a m e n t e se dicen: " ¡ A y , ay , que mur ió el bello
A d o n i s ! " Y asimismo las Musas aun más que a Pean con aguda
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BION
voz invocan a Adonis y dicen " ¡Ay, ay!" y del Hades 9 5 le quieren traer, le conjuran, pero él no lo escucha,
no quiere volver, porque Core a soltarle se niega.
Deja ya, Citerea, tu llanto, el lamento interrumpe; otro año tendrás en que debas llorar nuevamente.
Mirsón
Lícidas, ¿quieres un sícelo, dulce , exquis i to poema amoroso en tonar como aquel que en la playa a Polifemo el Ciclope escuchó Calatea?
Lícidas
Grata , Mirsón, m e es t ambién la siringa. ¿Qué toco?
Mirsón
s La erót ica historia que tan tos elogios te atrajo, los besos secretos y unión del Pelida en Esciros, cómo de aspecto cambió con la tiinica y c ó m o , sin enterarse las hijas del rey Licomedes , Deidamía en su alcoba el amor conociera de Aquiles.
Lícidas
1 o A Helena an taño el pastor secuestró y hasta el Ida la llevó, triste pena de E n o n e , y Esparta enojóse , reclutò a t o d o el pueblo de Acaya y así n o h u b o heleno de Micenas, eleo o lacón que en su casa quedara por temer las fatigas marciales. Aquiles tan sólo
1 s escondido siguió en t re las hijas del rey Licomedes y , en lugar de ocuparse con armas, hi laban sus manos blancas la lana en labor femenina y doncella parecía , con aire igual que ellas y flores rosadas en las niveas mejillas; y andaba asimismo con paso
2 o virginal y también el cabello cubr ía con velo. Mas su ins t into y deseo eran de h o m b r e y así desde el alba a la noche solía sentarse j u n t o a Deidamía
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BION
y su mano besaba o tal vez alababa su hermosa boca o sus ojos l lorosos y n o se sentaba
2 5 con o t ra muchacha jamás a comer , sino hacía t o d o con tal de acostarse con ella. Y le di jo: "Por parejas las o t ras hermanas y , en cambio , yo sola due rmo y t ú , n iña, t ambién duermes sola en tu lecho. Somos doncellas las dos de una edad y ambas bellas,
3 0 pero debe quedarse cada una en su cama; la astuta Nisea de mala manera de t i me sepa ra" ...
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II
Cleodamo
Del verano, Mirsón, el invierno, el o t o ñ o o los meses vernales, ¿cuál es la estación que prefieres que venga? ¿Quizás el verano, en que todos los frutos maduran de nuestra fatiga? ¿El o t o ñ o suave, que el hambre
s no deja sentir? ¿O el invierno, en que n o se trabaja? Pues m u c h o s en tonces caliéntanse en ocio inact ivo. ¿La primavera es tal vez la estación que te gusta? Dime, pues hay t i empo libre que hablar nos pe rmi te .
Mirsón
No cuadra a los hombres juzgar de los dioses las obras , 1 o que agradables y santas son todas , mas voy , C leodamo,
a decir en tu honor lo que a m i me parece más dulce . No quiero el verano, en que el sol achicharra a los hombres . No quiero el o t o ñ o , pues trae la sazón pestilencias. Temo al h í sp ido invierno, que heladas y nieve p roduce .
1 5 Ojalá t o d o el año la siempre añorada durara , la primavera sin fríos ni sol agobiante . T o d o en ella germina , las plantas más gratas florecen e igualmente largos resultan el d ía y la n o c h e .
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B I O N
IX
No t emen las Musas a A m o r el cruel , mas de veras le aman y siguen sus pasos. Si hay alguien que cante con alma en que Amor n o se albergue, las Musas de él huyen y se niegan a darle enseñanzas; mas si ama en su men te
5 turbada el que en música dulce se afana, en seguida a aquél apresúranse todas amables a unirse. Yo soy testigo de que estas palabras son ciertas. Cuando quiero loar a algún o t ro mor ta l o persona divina, mi lengua balbuce y c o m o antes n o can ta ;
1 o mas si es Lícidas o Eros aquel a quien va dirigida mi canción, de mi boca gozosa la voz fluye en tonces .
X
Estando aun do rmido acercóseme Cipris la grande y daba su m a n o hermosís ima a Amor , que , m u y n iño , al suelo miraba , y me dijo la frase siguiente: "Toma al Amor y le enseñas , quer ido b o y e r o ,
5 a can ta r" . As í dijo y se fue y y o enseñaba, insensato, al Amor mi canción pastoril cual si fuera a aprenderla , cómo inventó Pan la obl icua. Atenea la flauta, Hermes la lira y la c í tara el músico Apolo . Tal le enseñé , mas de nada sirvió mi doc t r ina ;
1 o él sabía poemas de amor y el erót ico oficio de su madre can tó y las pasiones de h u m a n o s y dioses. Y así yo olvidé cuan to hab ía quer ido inculcarle y aprend í todas esas canciones que Amor me enseñara.
X I
Áureo fanal de la amable Afrogenia, quer ido Héspero, sacro joye l de la lóbrega n o c h e , inferior a la luna en tu bri l lo , mayor que los astros, te saludo, que r ido ; tu luz acompáñeme , mientras
s cortejo al pas tor , en lugar de la luna, q u e , siendo hoy nueva, se pone más p r o n t o . No voy tras un robo ni moles to he de ser para aquel que de noche t ransi ta , mas a m o ; y es bello ayudar al que está e n a m o r a d o .
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F R A G M E N T O S
XII
Dichoso aquel que ama si t iene también quien le quiera. Feliz fue Teseo llevando con él a P i r í too , feliz aunque al Hades cruel de bajar se t ra tara . Benditos Orestes, incluso en las tierras hosti les,
5 porque Pflades quiso con él recorrer los caminos , y el eácida Aquiles, que t an to gozó con Patroclo y muriera con ten to si hubiese podido salvarle.
XIII
Un pajarero que , aun joven , en bosque frondoso aves cazaba, al Amor formidable posado vio en la rama de un boj y con ten to se puso al mirarle , pues parecía un gran pájaro ser. Sus varetas
5 en c í rculo , pues , colocó y al Amor acechaba, mas éste de un lado hacia el o t ro saltaba. Y el n iño , moh íno , pues no conseguía ningún resul tado, las varetas t i ró y al anciano labriego acercóse que fue su maest ro en tal arte y contóle su andanza
1 0 y a Amor le mos t ró , que se había parado . Y el viejo sonrió y meneó la cabeza y al m o z o repuso: "Deja t u caza y a esa ave no más la persigas; huye lejos, que es ruin animal y feliz serás mient ras todavía no le hayas cogido. Aquel d ía en que llegues
1 5 a ser hombre ya , correrá el que hoy escapa y de un salto vendrá en tu cabeza de p ron to y de grado a posa r se" .
XIV
Vastago dulce de Zeus y del mar , Afrogenia, ¿por qué con tal saña a mortales y dioses persigues? Mejor d icho , ¿por qué te odias t an to a t i misma que un
mons t ruo para todos pariste, el A m o r , in t ra table , salvaje.
5 con alma tan fea encerrada en figura t an bella? ¿Por qué le otorgaste el volar y el herir desde lejos por que nadie pudiera escapar a sus dardos amargos?
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BION
XVI
Mi camino andaré por aquella pendiente, a la arena bajaré de la playa y serán mi susurro unos versos en que implore a Ia cruel Galatea; pues quiero mi dulce esperanza guardar hasta el último umbral de mi vida.
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