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PREFACIO
"BUENOS SON los libros viejos, pues slo los buenos lle-
gan a viejos", dijo Baltazar Gracin.
Su palabra de honores uno de esos libros. Se publichace muchos aos, pero no ha perdido su valor ni su sabor
se ha envejecido. Los que lo leyeron en su juventud desea
ban que sus hijos se beneficiaran con la misma inspiracinque ellos recibieron, y muchas veces expresaron su esperan-
za de que el iluminador volumen volviera a la circulacin.Ahora que esto ltimo ha ocurrido, podemos decir que es un
acontecimiento editorial y nos felicitamos al poner en manos
de la juventud una verdadera joya de la literatura inspiraco-nal. Supalabra de honores el emocionante relato que le da
ttulo al libro, pero la obra contiene muchos otros relatos
igualmente verdicos e interesantes que durante decenios han
deleitado e instruido a millares de jvenes y adultos.Vivimos en una poca cuando la juventud necesita ins-
truccin y motivacin para vivir en armona con los valores
eternos del cristianismo que casi se han perdido de vista enlas tinieblas del humanismo secularizado que nos agobia.
Este libro sale al rescate de esos valores que nuestra sociedad
desacralizada aora. Cada una de las historias contenidas en
este volumen presenta algunas virtudes dignas de imitar,mientras seala en forma indirecta los vicios que se deben
evitar.
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cf' " ` 9
Padres, educadores y gobernantes se preguntan: Cmopresentar a las nuevas generaciones derroteros confiables y
motivaciones poderosas que las induzcan a seguirlos? Cmofomentar los valores universales y eternos? De qu manera
contrarrestar la marea de corrupcin y violencia que permea
los grandes agentes educativos: televisin, cine, prensa, etc.?Las historias que aparecen en Supalabra de honor, ofre-
cen a los jvenes una eficaz herramienta de superacin al filodel siglo XXI. Son como un poderoso instrumento del bien
que repercute con fuerza inusitada por los corredores del
tiempo.
Al joven lector le esperan momentos de provechoso delei-te mientras se sumerje en las escenas llenas de accin, de
valor, de fe y de herosmo de este libro. Al recorrer las pgi-nas de esta joya literaria, sabr que la responsabilidad, el res-
peto a las personas, la vida y la propiedad ajena, son virtu-
des que han hecho felices y conducido a la cumbre del xitoa los mejores hombres y mujeres que han forjado el mundo
en que vivimos.
Ninguna desventaja fsica o social puede cerrarle el cami-no del xito y la felicidad a ningn joven. Nadie, excepto l
mismo, puede impedir que el joven alcance metas nobles,
realice actos heroicos o preste servicios altruistas. Si el jovenpone su confianza en Dios y se dispone a vivir de acuerdo
con los valores que l le propone, puede esperar confiada-
mente que su vida y su nombre se inscribirn en la galera
de los hroes. Esta es una de las grandes lecciones que elamable lector encontrar en las pginas de Supalabra de
honor.
Que sta sea la experiencia de nuestros jvenes lectores,
es el deseo de
Los editores
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Su palabrade honor
EL PRESIDENTE de la gran red ferroviaria colocsobre su escritorio la carta que haba ledo tres veces, y se
dio vuelta en su silln con una expresin de intensamolestia.
-Me gustara que fuese posible -dijo lentamente-
hallar a un muchacho o a un hombre entre mil que qui-
siera recibir instrucciones y ejecutarlas al pie de la letra,sin apartarse un pice de ellas. Cornelio --dijo mirandovivamente a su hijo, que estaba sentado ante un escrito-
rio cercano-, supongo que ests aplicando mis ideas contus hijos. No los he visto mucho ltimamente. Ciro meparece ser un joven promisorio, pero no estoy muy segu-
ro de Cornelio. Parece que Cornelio Woodbridge III, est
adquiriendo el sentido de su propia importancia, lo queno es deseable, no, de ninguna manera deseable. A pro-
psito, Cornelio, aplicaste ya a tus hijos la prueba deEzequasWoodbridge?
Cornelio Woodbridge, hijo, apart la mirada de su tra-
bajo con una sonrisa y dijo:
Todava no, pap.
-Es una tradicin de familia; y si se ha ejercido eldebido cuidado para que los muchachos no sepan nada
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de ella, ser una prueba para ellos, como lo fue para ti,
para m y para mi padre. Te olvidaste del da en que te
somet a ella, Cornelio?-Eso sera imposible -dijo su hijo, siempre sonrien-
te.Los rasgos algo severos del anciano se suavizaron, y se
ech riendo para atrs en su silln.-Hazlo enseguida -sugiri-, y haz de ello una prue-
ba dura. T conoces sus caractersticas; apritalos fuerte.
Yo me siento bastante seguro de Ciro, pero en cuanto aCornelio...
Y sacudi la cabeza como dudando, y volvi a alzar lacarta. Repentinamente, se dio vuelta de-nuevo.
-Hazlo el jueves, Cornelio -dijo, con autoridad-, y
cualquiera de ellos que la pase debidamente, nos acom-
paar en la gira de inspeccin. Me parece que sta serauna buena recompensa para cualquiera de los dos.
-Muy bien, pap -contest el hijo, y los dos hom-bres siguieron trabajando sin hablar ms. Tenan la cos-
tumbre de atender sus negocios importantes con la menor
cantidad de palabras posibles.El jueves de maana, inmediatamente despus del
desayuno, Ciro Woodbridge fue llamado a la oficina de su
padre. Se present en seguida. Era un muchacho de unos
quince aos, de mejillas redondas y ojos brillantes, que
pareca estar siempre alerta.
-Ciro -dijo su padre-, tengo una diligencia para ti,de carcter tal que no puedo explicrtela. Quiero que lle-
ves este sobre -y le alcanz un sobre grande y abulta-
do- y que, sin decir nada a nadie, sigas sus instruccionesal pie de la letra. Quiero que me des tu palabra de honor
de que as lo hars.
Dos pares de ojos se miraron mutuamente por un
momento; eran singularmente semejantes en cierta expre-
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sin grave, que se haba convertido en gran agudeza en el
hombre, pero que en el nio revelaba todava tan slo uncarcter extremadamente despierto. Ciro Woodbridgetena un compromiso con cierto joven amigo suyo des-
pus de media hora, pero respondi, instantnea y firme-- mente:
-Lo har, pap.-Bajo tu palabra de honor?
-S, pap.
-Es todo lo que quiero. V a tu pieza, y lee las ins-trucciones. Luego sal en seguida.
El Sr. Woodbridge se volvi a su escritorio con la seal
de asentimiento y sonrisa de despedida que Ciro conoca
muy bien. El muchacho se fue a su pieza, y abri el sobretan pronto como hubo cerrado la puerta. Estaba lleno desobres menores, numerados ordenadamente. Estaban
envueltos en una hoja de papel en la cual se hallaba escri-to a mquina lo siguiente:
"V a la sala de lectura de la biblioteca de Westchester.
All abre el sobre No. 1. Acurdate de mantener secretastodas las instrucciones."
Ciro dej escapar un silbido.
-Esto est raro! Significa que mi compromiso conHaroldo queda roto. Bien, all vamos!
Se detuvo en el camino para telefonear a su amigo res-
pecto a su tardanza, tom un tranva que iba hacia la ave-
nida de Westchester, y veinte minutos ms tarde estabaen la biblioteca. Busc un lugar apartado, y abri el sobreNo. l.
"V a la oficina de W IC Newton, pieza 703, piso 10,edificio Norfolk, calle X; llega all a las 9:30 de la maa-
na. Pide la carta dirigida a Cornelio Woodbridge, hijo. En
el viaje de regreso, mientras ests en el ascensor, abre el
sobre No. 2".
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Ciro empez a rerse. Pero al mismo tiempo se senta
algo irritado.
-Qu est buscando mi padre? -se preguntaba per-plejo-. Aqu estoy lejos del centro, y me ordena que vuel-
va al edificio Norfolk; pas delante de l cuando vena.Debe haber cometido un error. Sin embargo, me dijo queobedeciera las instrucciones. Por lo general sabe exacta-
mente por qu hace las cosas.
Mientras tanto, el Sr. Woodbridge-haba mandado lla-
mar a su hijo mayor, Cornelio. Era un joven alto, de die-cisiete aos, de rasgos familiares pronunciados, con par
pados cados y un ligero acento extranjero en el habla,
como peculiaridades. Se acerc lentamente a la puerta dela oficina. Antes de entrar enderez los hombros, pero no
apresur el paso.-Cornelio -dijo su padre, prestamente-, quiero
mandarte a hacer una diligencia de cierta importancia,
pero posiblemente te resultar algo molesta. No tengotiempo para darte las instrucciones, pero las hallars eneste sobre. Quiero que guardes estrictamente en reserva el
asunto y tus movimientos. Me das tu palabra de honor
de que puedo confiar en que seguirs las rdenes hasta elmnimo detalle?
Cornelio se puso un par de anteojos, y extendi la
mano para tomar el sobre. Casi afectaba indiferencia. E lSr. Woodbridge retuvo el paquete y habl con decisin:
-No puedo dejarte mirar las instrucciones hasta quetenga tu palabra de honor de que las cumplirs.
-No es mucho pedir, pap?
Tal vez -dijo el Sr. Woodbridge-, pero no es ms
de lo que se pide cada da a los mensajeros de confianza.
Te aseguro que las instrucciones son mas y representanmis deseos.
-Cunto tiempo requerir? -pregunt Cornelio,
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agachndose para sacar una imperceptible manchita depolvo de sus pantalones.
-No considero necesario decrtelo.Haba algo en la voz de su padre que hizo erguir al ln-
guido Cornelio, y aviv su habla.
-Por supuesto ir -exclam sin entusiasmo.-Ytu palabra de honor?
-Por cierto que te la doy, pap. Y la vacilacin antesde su promesa fue tan slo momentnea.
-Muy bien. Confo en ti. V a tu pieza antes de abrir
las instrucciones.Y un segundo joven sali tambin algo perplejo de la
oficina en ese memorable jueves de maana, para encon-trar que en su primera orden se lo mandaba a un barrio
apartado de la ciudad con la indicacin de llegar all a los
tres cuartos de hora.Mientras tanto, en un tranva, Ciro se diriga a otro
suburbio.Despus de recibir la carta en el 10' piso del edificio
Norfolk, haba ledo:
"Toma el tranva que cruza la ciudad en la calle L, tras-
ldate a la avenida Louisville, y dirgete a las Alturas de
Kingston. Busca la esquina de las calles West yDwight y
abre el sobre No. 3.
Ciro estaba cada vez ms perplejo, pero tambin seinteresaba cada vez ms en ese asunto. En la esquinaespecificada abri apresuradamente el sobre No. 3, pero
para gran asombro suyo, encontr tan slo esta indica-
cin singular:
"Toma el subterrneo y baja en la estacin de la calle
Duane. De all v a la oficina de El Centinela y consigue
un ejemplar de la tercera edicin del diario de ayer. Abreluego el sobre No. 4n.
-Pero, para qu me mand a las Alturas de
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Kingston? -exclam Ciro en altavoz. Tom el siguiente
tren subterrneo, pensando pesarosadfiente en su compro-miso roto con Haroldo Dunning, y en ciertos planes quetena para ejecutar en esa tarde y acerca de los cuales
empezaba a temer que habran de arruinarse si continua-ba esta accin aparentemente sin fin ni objeto. Mir elpaquete de sobres sin abrir.
-Sera fcil abrirlos todos, y ver en qu consiste elj uego -pens-. Nunca he sabido que mi padre hicieseuna cosa semejante antes. Si es una broma y sus dedostanteaban el sello del sobre No. 4 -lo mejor sera descu-
brirla en seguida. Sin embargo, pap nunca habra de bro-
mear con la promesa de uno. "Mi palabra de honor" esmuy importante. Por supuesto, voy a perseverar hasta el
fin. Pero, ya tengo hambre. Pronto ser hora de almorzar.
Todava le faltaba; ya Ciro haba recibido dos veces laorden de cruzar la ciudad, y una vez de subir al piso supe-
rior de un edificio de diecisis pisos en el cual no funcio-naba el ascensor; eran ms de las doce, y se hallaba en
condiciones de encontrar muy satisfactorio el sobre No.7. En l ley: "V al Restaurant Reynaud, en la PlazaWestchester. Toma asiento en una mesa del reservado de
la izquierda. Pide al mozo la tarjeta de Cornelio
Woodbridge, hijo. Antes de pedir el almuerzo, abre elsobre No. 8 y lee su contenido".
El muchacho no perdi tiempo para obedecer esta
orden, y se hundi en la silla del reservado designado, conun suspiro de alivio. Se enjug la frente, y bebi de un
solo trago un vaso de agua fresca. Era un caluroso da deoctubre, y los diecisis pisos haban representado unesfuerzo penoso. Pidi la tarjeta de su padre, y luego sesent a estudiar el atrayente men.
-Puede Ud. traerme... -se detuvo un momento y
luego dijo riendo-: Creo que tengo bastante hambre
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~ - - ~ SUPAPABRA BEHONOR .11
como para comrmelo todo. As que empiece con...De pronto record lo que deba hacer, se detuvo, y con
pocas ganas sac el sobre No. 8 y lo abri.*,-Un minuto -murmur dirigindose al mozo.Luego su rostro se enrojeci y tartamude para s
mismo:
-Pero... pero... esto no puede ser!
El sobre No. 8 deba haber sido de luto, a juzgar por elpesar que le caus la orden que le daba de ir a un saln
de conferencias para or hablar de electricidad a un farno-so profesor. Pero ya se haba excitado la sangre
Woodbridge, y con una expresin parecida a la de su
abuelo Cornelio cuando estaba muy indignado, sali Cirode ese lugar encantador para dirigirse al saln de confe-
rencias.
-Quin tiene ganas de escuchar una conferencia con
el estmago vaco? -gimi-. Y de todos modos supon-go que se me ordenar que salga apenas me siente y esti.
re las piernas. Me pregunto si pap no ha estado un poco
mal de la cabeza. Siempre dice que no hay que malgastarel tiempo, y hoy lo estoy desperdiciando a granel,
Posiblemente est haciendo esto para probarme. Lo cie n .
es que no me va a cansar tan pronto como piensa.Sepir adelante hasta caer muerto.
Sin embargo, cuando recibi la orden de salir del saln
de conferencias e ir a una cancha de ftbol que estaba a
5km. d
eall, y luego se le orden que se apartase de allsin ver el partido que deseaba ver desde haca una serri a-
na, Ciro se disgust intensamente.Durante toda aquella larga y calurosa tarde, corri por
la ciudad y los suburbios, con creciente cansancio y ham.
bre. Lo peor era que las rdenes empezaban a asumir
forma de programa y le mandaban estar en un lugar a las3:15, en otro a las 4:05, y as sucesivamente, lo cual le
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impeda estar ocioso, si hubiese tenido inclinacin a ello.En todo esto no poda ver propsito alguno, excepto el
posible deseo de probar su resistencia fsica. Era unmuchacho fuerte; de lo contrario se habra agotado mu-
cho antes de llegar al sobre No. 17, despus del cual que-daban solamente tres en el paquete. Esa directiva No. 17
deca:"Llega a la casa a las 6:20 de la tarde. Antes de entrar
en la casa, lee el sobre No. 18".
Apoyado en uno de los grandes pilares de piedra blan-
ca del vestbulo de su casa, Ciro abri con ademn cansa-do el sobre No. 18, y las palabras parecieron bailar delan-
te de sus ojos; tuvo que restregrselos para asegurarse de
que no se equivocaba:"Vuelve a las Alturas de Kingston, en la esquina de las
calles West y Dwight; llega all a las 6:50. Lee en ese sitioel sobre No. 19.
El muchacho mir hacia las ventanas, bastante airado.Los hombres de la familia Woodbridge tenan por cos-
tumbre ensear a sus hijos el significado de la frase: "pala-bra de honor". Este honor predominaba sobre su orgullo
y cansancio. Si as no fuera, se habra rebelado y hubiera
entrado en forma desafiante y tormentosa. Sin embargo,se qued durante un largo minuto apretando los puos y
los dientes; luego se dio vuelta, baj las escaleras y dio laespalda a la cena que tanto anhelaba. Luego fue en busca
de la calle L y del tranva que lo habra de llevar a lasAlturas de Kingston.
Mientras lo haca, dentro de la casa, detrs de las cor-
tinas, desde donde estaba mirando ansiosamente, elanciano Cornelio Woodbridge se dio vuelta, y golpeando
las palmas se restreg las manos satisfecho.Vino, y se fue -exclam suavemente-, lleg exac-
tamente al minuto.
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Cornelio, hijo, ni siquiera alz los ojos del diario ves-pertino, mientras contestaba quedamente: "De veras?"Pero se aflojaron un tanto las comisuras de sus labios.
El tranva pareca arrastrarse interminablemente hacialas Alturas de Kingston. Cuando por fin se estaba acer-cando al trmino de su viaje, una fuerte tentacin se apo-
der del joven Ciro. Haba estado all una vez ese da encumplimiento de una diligencia sin propsito. La esquinade las calles West y Dwight se encontraba a ms de ocho-cientos metros de donde paraba el tranva, y era un lugar
casi despoblado. Tena las piernas muy cansadas; el est-mago le dola por estar vaco. Por qu no esperar el inter-valo que se necesitara para caminar hasta la esquina y vol-ver, leer el sobre No. 19, y ahorrarse el esfuerzo? Cierta-mente, haba hecho bastante para demostrar que era un
mensajero fiel.Pero... lo haba hecho? Ciertas palabras bien conoci-
das acudieron a su mente; haba tenido que escribirlas ensu cuaderno de caligrafa los primeros das que iba a la
escuela: "Una cadena no es ms fuerte que su eslabnms dbil". Ciro salt del tranva antes que se hubiesedetenido, y se dirigi a paso apresurado hacia la esquina
de las calles West y Dwight. No deba haber puntos dbi-les en su palabra de honor.
Firmemente lleg al lmite indicado, y hasta tom elcamino ms largo para dar la vuelta. Cuando emprenda
el regreso, bajo del farol de la esquina se present repen-
tinamente un mensajero de la ciudad. Se acerc a Ciro, y
sonriendo le extendi un sobre.
-Se me orden que le diera esto -dijo-, si nosencontrbamos. Si usted hubiera llegado despus de las
7:05 no lo habra recibido, pues yo deba volver. Ustedtuvo un margen de siete minutos y medio. Son rdenesraras, pero el presidente del ferrocarril, el Sr. Woodbridge,
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me las dio.
Ciro se volvi al tranva congratulndose de habercumplido con las rdenes, y esto le fortaleci un poco los
msculos. Este ltimo incidente demostraba claramente
que su padre lo estaba sometiendo a una prueba severa dealguna clase, y no poda dudar de que lo haca con un pro-
psito. Su padre era un hombre que haca las cosas con
un fin determinado en vista. Ciro pens en los incidentesdel da, y escudri su memoria para asegurarse de que
no haba pasado por alto algn detalle del servicio que seesperaba de l.
Cuando volvi a ascender las gradas de su propia casa,
estaba tan confiado en que sus labores haban terminado,
que casi se olvid de abrir el sobre No. 20, que deba leeren el vestbulo antes de entrar en la casa. Cuando ya tena
el dedo sobre el botn del timbre, se acord de ello, y conun suspiro rompi el sobre final:
"Da media vuelta, y v a la estacin de la calle Lenox,del ferrocarril B. Debes llegar all a las 8:05. Espera al
mensajero en el extremo oeste de la estacin".Esto era un golpe, pero Ciro se haba sobrepuesto a
otros. Se senta como una mquina, una mquina vaca,que poda seguir marchando indefinidamente.
Lleg con facilidad a tiempo a la estacin de la calle
Lenox. El gran reloj indicaba las 8:01. En el lugar desig-
nado se encontr con el mensajero. Ciro lo reconoci
como el camarero de uno de los trenes de la lnea que pre-sidan su abuelo y su padre. S, era el camarero del cocheespecial de los Woodbridge. Traa para el muchacho unatarjeta que deca as:
"Entrega al camarero la carta del edificio Norfolk, latarjeta recibida en el restaurant, la entrada para la confe-rencia, el ejemplar de El Centinela de ayer, y el sobre reci-
bido en las Alturas de Kingston".
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Ciro entreg en silencio esas cosas, contento porqueno le faltaba ninguna. El camarero se fue con ellas, perovolvi a los tres minutos.
Venga por ac -dijo, y Ciro lo sigui, latindole el
corazn muy rpidamente. Sobre la va reconoci elcoche particular del presidente Woodbridge. Y l sabaque el abuelo Cornelio iba a iniciar una gira por sus pro-
pias lneas y algunas otras, que comprendera un viaje aMxico. Podra ser...?
En el coche, su padre y su abuelo se levantaron para
recibirlo. Este le extendi la mano.-Bravo, muchacho -dijo sonriendo ampliamente-,
pasaste la prueba, la prueba de Ezequas Woodbridge. Se
puede confiar en tu palabra de honor. Vas a recorrer connosotros diecinueve estados de este pas y Mxico. Es
suficiente esta recompensa por un da de penurias?
-Creo que s, abuelito -contest Ciro, reflejando ensu redonda cara la sonrisa de su abuelo intensificada.
-Fue una prueba dura, Ciro? -pregunt con inters
el anciano Woodbridge.Ciro mir a su padre.
-No me parece, ... ahora por lo menos -dijo.Ambos hombres se rieron.
-Tienes hambre?-Bien, un poquito, abuelito.
-Se nos servir la cena tan pronto como salgamos.
Tenemos que esperar solamente seis minutos. Temo, s,me temo mucho... y el anciano caballero se dio vueltapara mirar escrutadoramente por la ventanilla del coche
al interior de la estacin-, mucho me temo que la pala-bra de honor de otro muchacho no...
Se enderez, con el reloj en la mano. Vino el guarda y
se qued esperando rdenes.
-Dos minutos ms, Sr. Jefferson -dijo-. Un minuto
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y medio, un minuto, medio minuto. Y orden:
Arranque a las 8:14, al segundo, eh...?El camarero entr apresuradamente, y entreg un
puado de sobres al anciano Cornelio. El caballero los
mir.-S, s, muy bien -exclam, con las mayores mues-
tras de excitacin que Ciro haba visto jams en sus moda-
les generalmente tranquilos. En el momento en que el tren
haca el primer movimiento suave de partida;, apareci una
persona en la portezuela. Tranquilamente y sin faltarle elaliento, Cornelio Woodbridge III entr en el coche.
Entonces el abuelo Woodbridge asumi un aire impre-sionante. Avanz, estrech la mano de su -nieto como si
estuviera saludando a un distinguido miembro del direc
torio; luego se volvi hacia su hijo, y le estrech la manotambin solemnemente.
Te felicito, Cornelio -dijo-, por poseer dos hijos
cuya palabra de honor es irreprochable. La menor desvia-cin del programa bosquejado habra resultado en desas-tre. Diez minutos de tardanza en diferentes puntos leshabran impedido obtener los documentos requeridos.Tus hijos no fracasaron. Se puede confiar en ellos. El
mundo necesita hombres de este calibre. Te felicito since-ramente.
Ciro se alegr de poder escapar en seguida conCornelio a su camarote.
-Dime, qu tuviste que hacer? -le pregunt vida-
mente. -Te toc recorrer la ciudad hasta no poder ms?
-No, no me toc eso -dijo Cornelio, en tono serio,mientras se secaba la cara-. Me pas todo el da en unapiecita en la parte superior de un edificio vaco, teniendo
que hacer exactamente diez viajes por las escaleras hastala planta baja para recibir unos sobres en determinadosmomentos. No pude probar bocado ni tuve nada que
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SUPALABRA DE HONOR 23
hacer, y no poda ni siquiera echarme una siestita por
temor a que se me pasara por alto alguna de las citas que
tena que cumplir en la planta baja.-Creo que tu suerte fue peor que la ma -coment
Ciro.Ya lo creo. Si no ests seguro, haz la prueba.
A cenar, muchachos -dijo la voz de su padre en lapuerta. iY por cierto que no se hicieron de rogar!
-G. R ichm ond.
Cum ple lo que prom etes. Mejor es que no prom etas, y no que
prom etas y no cum plas. Eclesiasts S:4, S
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"No hurtars"LUIS XIV, rev de Francia, tena un ministro cuyo nombrelleg a ser clebre en todo el mundo; se llamaba Colbert.
Era hijo de padres humildes, que haban tenido muchasdesgracias. Para salir de apuros, se vieron en la necesidad
de emplearlo como dependiente en la tienda de uncomerciante llamado Certain. Este contaba entre susclientes a los personajes ms ricos de la ciudad.
Cierta tarde el patrn mand a Colbert con tres piezasde tela a un hotel, donde se alojaba cierto banquero, lla-
mado Cenan, que necesitaba comprar telas.-Mire -le dijo el patrn-, esta pieza marcada con el
nmero 1, se debe cobrar a razn de 6 libras la vara; lanmero 2, a 8; y la nmero 3, a 15 la vara. No se equi-
voque, y hgase pagar al contado.
Acompaado de un mozo de la tienda que llevaba laspiezas, lleg Colbert al hotel y pidi permiso para hablar
con el banquero Cenan. Al ser admitido, le mostr laspiezas de gnero. El banquero eligi la que ms le agrad,
diciendo: "Esta me parece linda. Cuntas varas tiene?"-Treinta varas, seor.
-Entonces me quedar con ella. Cul es el precio?
-Quince libras la vara, seor.-As que, 30 por 15, son 450 libras-, dijo el ban-
quero. Sac el dinero y lo cont delante de Colbert.
-Quiere que mida la pieza para ver si son treinta
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Colbert_
NO HIRIHIL4S"
varas? -pregunt Colbert-El banquero contest:
-La firma Certain tiene fama de ser honrada, as , t u-
no es necesario.
Colbert se despidi e inform ms tarde a su patrr.del resultado. Apenas hubo llegado a la tienda, el mozo
empez a rer diciendo: "Qu linda equivocacin!"
El patrn grua entre dientes:-Si ha cobrado de menos, se lo descontar del sueldo.
-No es necesario erijo el mozo-; ha trado de ms,y bastante. Vendi la pieza de 8 a 15; mire, seor!
El patrn vio que era as y se puso contento, diciendo
a Colbert:-Ha hecho un negocio excelente: 210 libras de bene-
ficio.
-Sabe qu? Eso no puede quedar as -balbu,cd
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Colbert; pero el patrn le interrumpi diciendo:-No se aflija, usted participar de la ganancia; no
tenga miedo, que no me quedar con todo.
Colbert se contuvo con dificultad y luego dijo:
-No, seor! Ese dinero no es mo, ni suyo, y lo devol-ver en seguida al Sr. Cenan. Y sin prestar atencin a losinsultos del patrn, corri al hotel y pidi - hablar denuevo con el banquero. Este estaba ocupad en ese
momento; pero Colbert, a riesgo de ser echado a la calle,entr sin permiso y le anunci su equivocacin.
El banquero lo miraba con extraeza, mientras Colbert
contaba delante de l el dinero que haba recibido de ms.-Bien, podan haberse guardado ese dinero dijo el
banquero-, pues yo no me hubiera dado cuenta delerror.
-No deseo tener dinero ajeno, seor; prefiero ser hon-rado.
-,Y si yo le diera ese dinero en recompensa por suhonradez?
No lo aceptara, seor. No tengo el menor derechode poseerlo, y el que yo haya trado de vuelta su dinero,no es ms que mi deber.
El banquero le pregunt su nombre y direccin y lodej ir.
Al llegar nuevamente a la tienda su patrn lo recibicon poca bondad. Lo trat de tonto, y le dijo que nunca
iba a adelantar, porque no comprenda lo que le convena.
Al pensar su patrn en el negocio que por causa de
Colbert se le haba arruinado, se enoj tanto que lo des-pidi inmediatamente.
Con lgrimas en los ojos, Colbert cont a sus padres lo
que haba pasado. Estos quedaron bastante sorprendidoscuando les comunic que lo haban despedido, pues esta-
ban muy contentos porque su hijo tambin ganaba algo
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para ayudarles.Pero ambos padres estaban de acuerdo en que el joven
haba obrado bien, aunque no estaban muy contentos de
que hubiera quedado cesante. Pareca que la honradez les
haba causado una nueva desgracia; pero antes de lanoche Dios haba cambiado la situacin.
Alguien llam a la puerta, y al abrirla, vieron que un
eor bien vestido bajaba de un lujoso coche. El graneor entr y result ser nada menos que el banqueroCenan.
Juan Bautista Colbert es hijo de ustedes, verdad?-S, seor: es nuestro hijo mayor.
-Los felicito por tener un hijo tal. Est empleado en
a tienda de Certain?All estaba, pero hoy lo despidieron.
-Seguramente en relacin con el asunto de estaarde?
-S, seor.-Entonces mis informes resultaron exactos. Yo vengo
hacerles la propuesta de que Juan Bautista pase a tra-ajar en nuestra oficina en Pars. Qu les parece?
Naturalmente, la propuesta fue aceptada de todo cora-
n, y el joven Colbert qued al tanto de los negocios delanco. Desde el principio goz de la mayor confianza; y
omo nunca diera motivo para que se dudase de l, se leio oportunidad de familiarizarse con todos los manejosel dinero.
Cuando Luis XIV buscaba un ministro de hacienda, se
e dirigi la atencin a Colbert, y el poderoso soberano lolev al cargo ms alto del estado.
L a probid ad reconocid a es e l m s seguro detodos los juram entos. Mme. N eck er
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"No hay mayoramor
POR aos Pedro haba sido enemigo de Natalio, desde
que ste lo haba castigado por haber torturado a un gato.
Pedro haba jurado vengarse, y mientras crecan juntos,haba procurado de muchas maneras vengrse de Natalio.
Ambos muchachos vivan en la costa de Terranova, enuna aldea de pescadores, batida por las olas. Al llegar a
la juventud, ambos escogieron como ocupacin ser pesca-
dores. Se desarroll una aguda competencia entre ambos,porque ninguno quera que el otro fuera conocido como
mejor pescador.Entonces, cierto da una bonita y graciosa joven lla-mada Ana, y sus padres, fueron a vivir a esa aldea. Su
padre tambin era pescador. Natalio y Pedro llegaron a ser
amigos de ella y se estableci una competencia esta vez
por el afecto de la joven. Ana gustaba de ambos; y por untiempo no saba a cul deba elegir. Natalio y Pedro pasa-
ron horas de ansiedad hasta que finalmente Ana hizo sueleccin. Natalio fue el favorecido. Nuevamente se air
Pedro contra Natalio y renov su juramento de venganza.Pero la feliz pareja no saba nada del odio que arda en el
pecho de Pedro.
La noche de la boda una enorme luna llena derramabasu radiante luz sobre la aldehuela de pescadores y el gran
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"NO HAY MAY OR A MOR 29
ocano que baaba sus orillas. La iglesita de la colina
estaba atestada de gente ansiosa de ver a la feliz pareja
que se una en matrimonio. Pero Pedro no estaba all. Enun rocoso promontorio que dominaba el apacible mar
baado por la luna jur que se vengara de Natalio.Despus de algunos das de luna de miel, los recin
casados se instalaron en una linda casita cercana a laplaya. Pedro se fue al mar.
Transcurrieron varios aos, y un nio de cabellos riza-dos vino a alegrar el corazn de sus padres. Natalio pasa-
ba todos sus momentos libres con Natalito, como lo lla-
maban. A veces le contaba historias del mar, pero esto nole agradaba a Ana, quien con frecuencia sacuda la cabe-
za en seal de desaprobacin; pero el nio siempre peda
ms. A medida que creca, se fue posesionando de l unprofundo anhelo de cruzar el ocano y ver algo delmundo. A menudo, cuando el tiempo no era tormentoso,acompaaba a su padre a los lugares de pesca. En esas
ocasiones se quedaba sentado soando en la proa delbote, deseando con todo el fervor de su alma apasionadapoder viajar lejos.
Mientras Ana estaba de pie a la puerta de la casita,
diciendo adis a sus "dos hombres", se preguntaba cmo
podra apartar de la rizada cabeza el inters por las tierras
lejanas. Pero cada vez, a su regreso, Natalio tena msentusiasmo que nunca por surcar el ancho seno del mar.
Por la noche, mientras yaca en la cama, escuchaba lasolas que azotaban las piedras y le arrullaban dulcemente.
En otras oportunidades, oa la fuerte marejada romperse
contra las rocas. El mar lo atraa siempre.Termin sus estudios en la escuela de la aldea, y se
dedic a ayudar a sus padres en la pesca. Sin embargo, sus
progenitores saban que su corazn estaba en el anchuro-
so mar. Un da se acerc a su madre y le dijo:
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-Mam, debo irme. Te ruego que me des permiso.
-Ella, mirndolo en los ojos, vio escritos en ellos amor y
afecto, como tambin un ardiente deseo.
-S, Natalio, puedes ir -le contest, procurando
hablar serenamente.
-Gracias, mam --dijo el joven y la rode con sus
fuertes brazos.
Fue un da triste el de su partida. Hasta el viento,
gimiendo entre las hojas, pareca lmmentarla. Pero con
sonrisas valientes y ojos llenos de lgrimas, Ana y Natalio
dijeron adis a su "hijito". El joven Ntalio, al llegar al
gran puerto de mar a trescientos kilmetros de su casa,
abord un barco con destino a Inglaterra.
Despus de estar varios das en alta mar, comenz a
preguntarse por qu le tocaban a l todas las tareas duras
y desagradables; porque estaba seguro de no ser el nico
grumete a bordo. Entonces descubri que el capitn no
era sino Pedro, el antiguo enemigo y rival de su padre. YPedro ejecutaba su venganza! Durante el viaje pareci
desahogar toda su bilis contra el muchacho. Lo haca tra-
bajar tan duramente, le hablaba con tanta crudeza, y le
haca la vida tan miserable, que el joven Natalio resolvi
librarse de su compromiso cuando regresase al puerto.
En el viaje de regreso, el barco soport una fiera tor-
menta, de aquellas que slo se conocen en el Atlntico.Rugan los truenos, caa la lluvia en raudales constantes,
la neblina rodeaba el barco, y enormes olas coronadas de
espuma golpeaban sus lados. Natalio, que estaba traba-
j ando sobre cubierta, fue arrastrado al agua por una ola.
La fiereza del mar no permiti que se lo rescatase; as que
el barco sigui adelante sin l.
Cuando el barco lleg al puerto, uno de los tripulantes
fue a Natalio y Ana para darles la triste noticia, y aadi:
"No necesitaba estar sobre cubierta, pero el capitn, que
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"NOIMYM4YOR AMOR" 31
por alguna razn no lo quera, dijo que deba quedar all
ayudar".
Ana, abrumada por el golpe, cay enferma. Natalio
sinti que en su corazn brotaba odio hacia Pedro; pero
procur ocultrselo a Ana. Dos das y dos noches estuvo
al lado de ella, mientras sufra enferma de muerte. Esos
das fueron de los ms penosos para l, porque vea partir
a su amada. Su odio hacia Pedro iba en aumento.
Despus de sufrir algunos das, Ana murmur un adis y
cerr los ojos.
Natalio qued solo para reflexionar en los das felices
en que l, Ana y su "hijito" estaban juntos en la casita.
Pareca que el odio no poda coexistir con el recuerdo de
aquellos das inolvidables; y sin embargo, aquella felici-
dad haba sido quebrantada por causa de un hombre.
Muchos y diversos eran los sentimientos de Natalio. A
veces poda perdonar y olvidar a Pedro, y de repente lo
abrumaba la sensacin de su prdida, y volva a sentir el
antiguo odio. "No es justo que lo odie as", pensaba.
Oraba fervientemente a Dios que le ayudarse a vencer la
amargura de su corazn; pero sta volva siempre, y se
senta incapaz de desarraigarla.
Entonces se produjo la tormenta! El furioso viento
alzaba olas como montaas y las arrojaba a la costa con
ruido ensordecedor. La lluvia transformada en hielo y
nieve llenaba la atmsfera, velando con la furia de los ele-
mentos la cara del sol. Y la tormenta sigui durante toda
la noche. De muchos corazones subieron oraciones fer-
vientes por los que estaban en peligro en el mar durante
las largas horas de oscuridad.
Al amanecer, los ansiosos pescadores miraban por las
ventanas hacia el salvaje y agitado ocano. De cada casasubi el clamor: "Un barco naufraga!" Los hombres salie-
ron con sus impermeables puestos. Pronto un grupo de
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valientes marineros procur echar un bote al agua, pero el
viento silbando con escarnio, lo arrebat, y las enormesolas lo destrozaron prestamente. Con pesar volvieron a
sus casas a orar para que amainase la tempestad.
Transcurrieron dos horas, y por fin dos barquitos sebotaron al mar. Natalio salt a uno de ellos. Remandocon vigor contra las furiosas olas, los hombres llegaron al
buque condenado. Entonces empez la peligrosa y ardua
tarea de hacer pasar los tripulantes a los botes antes queel barco se hundiere para siempre en las rugientes aguas.
Un bote se llen y se encamin hacia la costa. Quedaba
el bote de Natalio para recoger al resto de la tripulacin.
Continu la lucha contra el mar enfurecido. Final-
mente el puente qued desierto y ya no caba ni un hom-
bre ms en el bote salvavidas.
-Alejmonos! -grit Natalio.
Aguarde un momento, el capitn est enfermo en su
camarote -grit un fogonero.-Entonces atraquemos -grit Natalio, mientras se
preparaba para saltar del bote al vapor. El esquife se arri-m y l salt a bordo y se dirigi hacia el camarote delcapitn.
-Hola! -grit.
Aqu estoy acostado -fue la dbil respuesta.Con ternura alz Natalio al enfermo en sus brazos y
sali apresuradamente. Una vez afuera del camarote se
detuvo, porque a la luz griscea haba reconocido la carade Pedro. Encontrados sentimientos le embargaron.
Volvi a ver a su esposa sufrir y morir por causa de la
crueldad de Pedro hacia su "hijito". En sus ojos habaodio, un odio sombro. Ahora poda vengarse. Pero en
seguida cambi la expresin de sus ojos, y se apresur a ir
hacia el bote, llevando el pesado cuerpo del capitn.
-Ahora con cuidado, hombres -orden mientras los
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"NO HAY MAYOR AMOR" 33
marineros reciban al enfermo-. Ya est! Zarpad!
-Oh, no, Natalio, hay lugar para ti! -le instaron-.
No -contest Natalio-, el bote se hundir si se le poneun kilo ms. Partid.
Era intil discutir, y cualquier demora poda ser desas-trosa, porque el barco se inclinaba rpidamente a estribor.
Con corazones apesadumbrados y manos vacilantes losmarineros asieron los remos y se alejaron.
Apenas haban recorrido cien metros, cuando el
barco se hundi en las heladas profundidades, llevando a
Natalio consigo.
Varios das ms tarde, el capitn, repuesto de suenfermedad y de la exposicin a la intemperie, descubri
que era Natalio el que haba dado su vida para salvarlo.Las lgrimas rodaron por sus toscas mejillas, e inclinando
avergonzado la cabeza, or as: "Perdname, oh Seor,como l me perdon".
En el cementerio de la aldea, al lado de la tumba
de Ana, Pedro puso una lpida que llevaba esta inscrip-cin:
NATALIO MERCER
"Nadie tiene mayor amor que ste".
El dio su vida por un enemigo.
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Un voto sagrado
UNA TARDE, varios viejos marineros se haban reuni-
do en derredor de la mesa y se entretenan refiriendo inci-dentes y aventuras. Reinaba entre ellos completa paz y
armona. Slo uno de los presentes, el capitn Sutter, se
negaba a beber como los dems. Cuando le toc contaralgunos de los incidentes de su vida, se levant y dijo:
Camaradas, no deseo pasar entre vosotros como un
hombre poco sociable, debido a que siempre rehso todabebida alcohlica. Voy a contaros cmo llegu a ser abs-
temio y cmo esto debo la posicin que actualmenteocupo.
Me embarqu muy joven y a los diecisis aos ya me
consideraba un marinero consumado. Era entonces gru-
mete de un gran velero que se diriga a las Indias. Nuestra
tripulacin se compona de cincuenta y dos hombres.Nosotros, los grumetes, vivamos, por as decirlo, aislados
de los dems marineros, y tenamos nuestra mesa aparte.
As lo quera el comandante, que era un hombre muyj usto y honrado, pero tocante al servicio, extremadamen-te riguroso.
A pesar de lo jvenes que ramos, ya habamos adqui-
rido muchos malos hbitos. Lo que ms fcilmente apren-dimos fue a beber, para lo cual aprovechbamos todo per-
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UN VOTO SAGP.Ano 35
miso que podamos obtener, y volvamos muchas veces a
bordo en condicin deplorable. La nica excepcin en ese
sentido era un grumete llamado Juan, a quien ningunopoda inducir a tomar una gota de bebida alcohlica.Gozaba tambin por eso de la entera confianza de nues-tro comandante, quien lo tena casi siempre junto a s.Cuando bajaba a tierra, acostumbraba llevarlo consigo, y
a bordo le enseaba muchas cosas tiles. Juan saba sacar
provecho de todas esas ventajas; pero para nosotros sehaba convertido en un objeto de odio y envidia.
Acogamos con desprecio las amonestaciones y splicasque nos diriga, deseoso de que abandonramos nuestrosmalos caminos, y lo perseguamos y maltratbamos encualquier lugar donde se presentaba la ocasin. El losoportaba todo con admirable paciencia, pero se fue apar-tando gradualmente de nosotros.
Al fin hicimos la decisin diablica de obligarlo a
embriagarse, y para poder realizar ese plan con ms segu-ridad, comenzamos a tratarlo con afabilidad, prestndole
cuantas atenciones pudiramos.
Nuestro barco lleg al Brasil, y se demor ocho das enRo de Janeiro. Una maana todos conseguimos permiso
para bajar a tierra. Eso nos proporcion mucho placer,porque considerbamos llegado el momento de demostrar
a nuestro comandante que su favorito no era mejor quenosotros. Juan prometi acompaarnos ese da, y la oca-
sin no poda sernos ms propicia; difcilmente se nosescapara esta vez.
Cansados y hambrientos nos sentamos a la mesa. Alservirse el vino, sin embargo, Juan no se someti a nues-tras instancias y hasta hizo ademn de levantarse de la
mesa. Entonces nuestro odio no conoci lmites. Le acu-samos de ser un chismoso confabulado con el comandan-te, a fin de gozar todas las ventajas y favores a nuestra
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costa. Por un momento la sangre le subi a la cara, fren-
te a nuestras bajas, injustas e indignas acusaciones.Dominndose, sin embargo, dijo con firmeza y serenidad:
-Camaradas, en vista de lo que pasa aqu, no puedo
callar ms lo que deseaba mantener secreto. Mi historiaes breve. Mi vida fue desventurada desde mi nacimiento.
Mi padre, un hombre diligente y bueno, s convirti en
un esclavo del vicio de la embriaguez, a consecuencia de
lo cual, mi pobre madre y yo nos hallbamos muchasveces expuestos a los rigores del hambre y del fro. Con
cunto fervor acostumbraba ella orar por su desgraciado
esposo!` i ~ r l tener ms edad, tuve que vagar cubierto de andra-
j os y caminar descalzo sobre la nieve. Cmo se me opri-
ma de dolor el corazn cuando vea a otros hartos y bienvestidos, disfrutando de la vida. Ciertamente sus padres
deban ser hombres sobrios y buenos como lo haba sido
el mo, pensaba para mis adentros. Cuando yo tena ochoaos, una noche muy fra y tempestuosa de invierno,esperamos en vano el regreso de mi padre. Al romper elalba se me envi a buscarlo a la taberna. Por el camino di
con un cuerpo que yaca tendido al lado de la calle,
cubierto de nieve. Me inclin sobre l y le limpi la cara:
era mi padre, que estaba muerto!
`A mi pedido de auxilio acudieron dos hombres de la
taberna y me ayudaron a transportarlo a casa.
"Camaradas, no me es posible describir la afliccin demi pobre madre. Llorando y sollozando se tendi sobre su
esposo, como queriendo comunicarle con su ardienteamor y calor, la vida que se le haba escapado. Todos los
sufrimientos que l le haba causado en vida parecan
olvidados en ese momento. Los hombres se retiraron y mimadre me hizo seas que me acercara para arrodillarme a
s u lado, delante del cadver de mi padre.
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"-Hijo mo -me dijo entonces-, t conoces la causa
de nuestra desgracia. No haba hombre ms noble y hon-rado que tu padre, pero t ves lo que pas con l.
Promteme hoy, en presencia de Dios y delante del cad-
ver de tu desventurado padre, s, promteme aqu, en estelugar, que nunca tocarn tus labios una gota del terribleveneno que nos sumi en la miseria.
"Camaradas, yo hice esa promesa a mi madre, y Dios
es testigo de que nunca la viol. Despus de la muerte de
mi padre, mi madre y yo, gracias a la ayuda de algunospiadosos vecinos, pasamos aquel invierno algo mejor. En
la primavera pude ganar algo para nuestro sustento; alfinal obtuve este puesto en el barco, y ahora acostumbro
llevarle siempre algo de dinero cuando voy a visitarla. Ni
por todo el oro ni, la plata del mundo violara mi voto y
estoy seguro, camaradas, que de ahora en adelante no tra-taris ms de persuadirme a beber".
Con estas palabras Juan se dirigi a la puerta. Pero uno
de nosotros lo detuvo y dijo conmovido: "Espera, Juan,no te vayas. Yo tambin amo a mi madre y deseara verlafeliz. No quiero ser un hijo malo; de hoy en adelante pro-
meto no beber una sola gota de alcohol".-Danos la mano, amigo --exclamamos todos, y for-
mando un crculo alrededor de Juan, prometimos todos
seguir su ejemplo. En seguida mandamos traer papel y
tinta y escribimos un voto por el cual nos comprometa-
mos a abstenernos para siempre de bebidas alcohlicas, ytodos lo firmamos.
Debo confesar que nunca en nuestra vida nos sentimos
tan felices como en aquel momento.
Por la tarde volvimos todos al barco. El comandante
nos esperaba con el entrecejo fruncido. Conoca biennuestra costumbre de entregarnos a los excesos cuando
bebamos, mas, cul no fue su sorpresa al vernos volver a
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bordo sobrios y contentos!
-Muchachos -dijo-, por qu estn hoy tan bien?Mustrale el voto -le dije a Juan al odo.El capitn lo recorri con los ojos, y su rostro asumi
una expresin de conmovida ternura.-Dadme este papel, amigos -dijo-; mientras obser-
vis lo que aqu est escrito, tendris en m un leal amigo
y, al estrecharnos la mano, pareca muy feliz y satisfe-
cho. , .
A partir de ese da llevamos otra vida. Juan ya no fuepara nosotros un objeto de odio mi de envidia, sino un
modelo cuyo ejemplo nos enseaba, y nos ayudaba a pro-
gresar rpidamente en nuestra carrera:Cuando dejamos a nuestro buen comandante, todos
conseguimos buenos empleos. Hace tres aos nos reuni-
mos otra vez y, por la gracia de Dios, ninguno haba vio-lado su voto. Eramos todos comandantes de buenos bar-
cos.Esta es mi historia -dijo el capitn Sutter a sus viejos
amigos que le haban escuchado con gran inters-, yahora no tomaris a mal que yo me abstenga de beber convosotros. Tengo sobradas razones para proceder as.
No se emborrachen, pues eso lleva
al desenfreno; al contrario, djense llenar por el Espritu
Santo. Efesios 5.18
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r
Lacarta inesperada
RICARDO LIPTON contempl asombrado por un
momento el telegrama que le acababa de entregar unmensajero. Reley las palabras: "Ricardo Lipton, Univer-sidad de Harvard. Venga inmediatamente. Su abuelo estgravemente enfermo. (Firmado) S. R. Saundersn.
Las palabras penetraron como flechas en el corazn del
muchacho. Faltaba un mes para el da de Navidad, yRicardo tena el proyecto de pasar los das de fiesta con
dos de sus compaeros de estudio en la cmoda casa desu abuelo. Este le haba escrito que llevase a los amigos
que quisiera y le haba dado una idea de las atractivasactividades que haba preparado para ellos; pero no era eldesvanecimiento de esta feliz perspectiva lo que habahecho palidecer al muchacho. El anciano Martn Lipton
haba llegado a hacer las veces de padre y madre para el
muchacho, que se haba visto privado de ambos cuandoel trasatlntico en el cual iban de viaje naufrag frente a
la costa de Australia. Aunque Martn Lipton era severo einflexible para con los dems, su nieto posea la llave desu corazn y era el objeto predilecto de su ternura. Sin
embargo, al recordar tristemente el pasado, Ricardo reco-
noca que su abuelo no lo haba echado a perder.
Hizo mecnicamente los preparativos para el viaje, y a
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40 SU PALABRA DEHONOR
las pocas horas ya estaba en el tren que corra devorando
distancias. Pero las horas parecan eternas. Finalmente el
viaje lleg a su trmino. La gran casa situada en el cerro
pareca rodeada de un silencio mortal cuando lleg el
j oven.La anciana ama de llaves escocesa que le abri la puer-
ta le dijo al estrecharle la mano:
-Ah, hijito, qu da ms triste!-Cmo est abuelito? -pregunt Ricardo con ansie-
dad.-Creo que si hubieses llegado un da ms tarde no lo
habras encontrado con vida -fue la respuesta-. Voy apreguntar si puedes verlo.Volvi en seguida.-El doctor dice que entres; pero no hagas ruido, hijo
mo -le dijo.En la penumbra, Ricardo vio, sentado junto a la cama,
al doctor Saunders que tomaba el pulso al enfermo. A su
lado estaba la enfermera, con un vasito de medicina en la
mano. El mdico hizo seas a Ricardo para que se acer-cara y el muchacho se arrodill junto a la cama y escon-
di la cabeza entre las manos. El Sr. Lipton abri los ojos,y su mirada reflej todo el afecto de un padre amante
hacia su hijo, cuando murmur:-Cunto me alegra verte, Ricardito.
Durante un rato guard silencio, dominado por su ale-
gra, mientras retena en su mano la de Ricardo; luego vol-vi a hablar lenta y dolorosamente:
-Ricardito... creo que te voy... a dejar, pero... he con-
fiado al abogado... algo... para ti. Promteme... que
hars... lo que te pido... cuando l... te lo comunique.Arrodillado al lado del que haba hecho tanto por l,
era fcil para Ricardo hacer la promesa. A la puesta del
sol, Martn Lipton expir.
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LA CARTA INESPERADA 41
El da en que Ricardo pensaba volver a la universidad,el Sr. Weston, abogado, lo llam por telfono para pedir-le que fuera a su estudio. El Sr. Weston, amigo de lainfancia del Sr. Lipton, recibi con tierna simpata al
j oven.-Es voluntad de tu abuelo, Ricardo, que conozcas elcontenido del testamento -explic, y luego empez aleer el documento.
El Sr. Lipton haba sido un filntropo generoso que se
complaca en hacer bien con la gran fortuna que le habasido confiada, y haba en su testamento muchos legados
a amigos e instituciones. Ricardo escuch al abogado
durante la lectura de toda la fraseologa legal, pero su
atencin se sinti realmente atrada cuando oy
su
siguiente:
"Lego a mi querido nieto Ricardo Ellsworth Lipton e l
resto de mis bienes races y personales, a l, sus herede-ros, y sus cesionarios para siempre, con esta condicin:
que l no entre en posesin de dichos bienes durante un
perodo de diez aos a partir de mi muerte, y que no sele entreguen rentas de esos bienes que excedan a la suma
de dinero necesaria para completar su educacin. Dicho
gasto del dinero estar sometido a la inspeccin de JuanL . Weston.
"Lego a mi nieto, Ricardo Ellsworth Lipton, mi sobre-
todo negro, deseando que lo use durante el ao escolar en
la Universidad de Harvard, y que cuando use dicho sobre-todo no d explicaciones por ello ni se ponga guantes".
Cuando el abogado termin de leer esas palabras, elrostro de Ricardo expresaba un gran asombro. El sobre-
todo negro de su abuelo! No recordaba que su abuelo
hubiera usado otro sobretodo que se, de un estilo pasa-do de moda desde haca veinticinco aos. Martn Lipton
le tena gran apego, a pesar de todo lo que su nieto le
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42 SU PALABRA DEHONOR
deca y haca para disuadirlo de su uso.Un sobretodo no es como las dems prendas de ves-
tir,Ricardo le decs. Sirve mientras est en buen esta-do. No tengo reparos en usar ste. Tal vez no sea de rigu-
rosa moda, pero es abrigado y cmodo, y stas son las doscualidades que debe reunir un buen sobretodo.
Y Ricardo se haba consolado pensando que su abuelo
poda hacer cosas que en otras personas hubieran sido
consideradas extravagantes, sin que por ello disminuyesela estima de sus amigos. Pero pedirle que usara ese sobre-
todo! Era absurdo!-No comprendo, Sr. Weston -dijo finalmente-.
Estaba... cree usted... est usted seguro de que mi abue-
lo estaba en plena posesin de sus facultades cuandoescribi esa ltima clusula?
El abogado sonri.-S, Ricardo, estaba en plena posesin de sus faculta-
des -respondi, y aadi mirando fijamente al mucha-
cho: -Te pidi l que le prometieses algo antes de
morir?
Ricardo se estremeci al recordar las ltimas palabras
de su abuelo.-S, y yo se lo promet .lijo lentamente.A esto se refera l -explic el abogado-. T sabes,
hijo mo, que tu abuelo era algo excntrico y tena ideasraras, pero si t se la diste, creo que sers bastante hom-
bre como para cumplir tu promesa -concluy el Sr.
Weston mientras estrechaba la mano del joven.
Esa noche Ricardo Lipton regres a Harvard y llev
consigo de mala gana el sobretodo negro. Trat en vano
de vencer el enfado que iba llenando su corazn. Por qu
se haba aprovechado as de l su abuelo? Qu se propo-na al tratar de humillarlo de ese modo? Porque este pedi-
do del Sr. Lipton haba herido el lado flaco de Ricardo,
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LA CARTA INESPERADA 43
que era exageradamente meticuloso en cuanto al aspecto
de su persona. Record ms de una vez que su abuelosola decirle:
Ah, Ricardo, temo que llegues a ser un petimetre; nopermitas eso, hijo mo.
Y que l, Ricardo Lipton, el joven mejor vestido de la
universidad, tuviese que aparecer en pblico con unsobretodo viejo que se usaba veinticinco aos atrs, era
algo que no poda comprender, y sin embargo, lo haba
prometido. Todo se hubiera podido arreglar explicando a
sus compaeros el porqu, pero de ese modo... y al pen-sarlo, Ricardo apretaba los dientes.
Pasaron semanas y el sobretodo negro no sali delfondo del bal. Lleg la primavera, de modo que ya eratarde para cumplir la promesa, y el sobretodo volvi con
Ricardo a su casa. El Sr. Weston salud afectuosamente al
j oven, pero no hizo referencia al pedido del testamento, yRicardo no dio explicacin alguna. Cuando volvi aHarvard en el otoo, el sobretodo fue con l. Al pocotiempo empez a atormentarlo la conciencia. Donde-quiera que estuviera y cualquier cosa que hiciera, se pre-
sentaba ante sus ojos la visin del sobretodo negro y com-
prendi que deba decidirse por fin a tomar una resolu-
cin.
Los das fros del otoo obligaban a llevar abrigo, ycierta tarde, Ricardo, despus de luchar consigo mismo, se
dijo riendo: "Bah! qu me importa lo que diga la gente? all va!" y una hora despus emprendi el camino a laciudad con el sobretodo puesto y sin llevar guantes, segn
las instrucciones del testamento. Haba pasado casi de
largo junto a un grupo de jvenes sin que stos lo reco-
nocieran, cuando uno exclam:-Lipton! qu se te ha ocurrido? Quieres crear una
nueva moda?
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Ricardo se i o junto con los que lo hacan a sus expen-
sas, pero ninguna pregunta consigui hacerle dar la expli-
cacin. Fue una tarde incmoda para el muchacho. Le
pareca que ese da todos sus amigos haban ido tambin
a la ciudad; pero el peor momento fue el del encuentro
con Margarita Standish, la nia mas admirada de la ciu-dad, que estaba con algunas amigas. Lo mismo que los
muchachos, no lo reconocieron al principio; luego
Margarita lo salud alegremente, fiero Ricardo sinti, ms
bien que vio la sonrisa que se dibujaba en todos los ros-tros. Se senta ridculo con su largo sobretodo. Pero en
realidad la prueba no fue tan mala como Ricardo la ima-ginaba, pues tanto los muchachos como las nias pasaronun buen rato rindose de la nueva hazaa de Ricardo",
segn la llamaban.
Cuando volva a su casa, Ricardo sinti en los dedosun dolor producido por el fro e introdujo las manos en
l os bolsillos del sobretodo. En uno de ellos toc un papel,
v al sacarlo vio que era un sobre dirigido a l por su ahue-
A Ricardo le pareca que todo el mundo se rei, de 61
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11 (1 RI t INLSPFltID 1 e 5
l o. Luego lo abri y ley las siguientes palabras en el palxi
que haba adentro:
" Querido Ricardo: Me imagino que transcurrir al', ,
tiempo antes que encuentres esta carta, pues creo dc:
conozco bien a mi nieto. Hay en ti elementos que pued,,hacerte un gran hombre, Ricardo, pero te preocul),sdemasiado por lo que la gente pueda decir de ti. Un ho.. -bre puede ser, por cierto, un maniqu viviente y con to,lser hombre, pero no llegues hasta el extremo de tenu e
salir a menos que ests seguro de ser considerado un
modelo de elegancia. Si todo se redujera a prendas de sr.-
tir, la cosa no sera tan terrible; pero este principio Ictemer lo que la gente pueda decir de uno a menos que
vaya vestido impecablemente, puede afectarte en cosasms serias de la vida. Por eso se me ocurri someterte n
esta prueba. Habrs tardado un poco para hacer lo que I c
ped, pero estoy seguro de que al fin lo cumpliste. Es pocol o que te he pedido, pero s cunto te habr costado, por-que lo habrs hecho sin saber cmo iba a terminar; slr.
embargo, me lo prometiste, y nunca he sabido que fali,i-ras a una promesa. No tienes por qu volver a ponerte elsobretodo despus de leer esto, pero comuncate en segui-
da con el Sr. Weston. Te deseo buena suerte y xito, hi'p
mo; y que siempre soportes las dificultades futuras de la
vida como soportaste sta. (Firmado) TU ABUELO".
Ricardo no se avergonz de las lgrimas que derranm
al terminar de leer l a carta.-Qu cobarde he sido! -murmur, pero me alegro
de no haberme echado del todo atrs.El Sr. Weston sonri cuando ley el contenido del tele-
grama que al da siguiente recibi de Ricardo, y ms aor
cuando dict la siguiente respuesta: "Felicitaciones. Has
soportado la prueba. Entras en posesin de los hicncs l,
tu abuelo el da de ni gr.rcluzcin en la universideJ .
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El guardavasy su hijo
JACOBO TEEMANN era guardavas de una lnea de
ferrocarril del Estado de Tennessee, y tena el cargo devigilar especialmente el gran puente de Hiawassee, que
distaba unos cien pasos de su casita. Esta se hallaba situa-da en un desfiladero por donde pasaba dicho ferrocarril,
constituido por una lnea doble que corra por entre aque-
lla casita y una colina. Haca una semana que llova, y laexcesiva humedad provocaba deslizamientos de tierra en
diversos lugares.
-Ocurri hoy un nuevo desmoronamiento un pocoabajo de Sweetwater -dijo Jacobo a su hijo Roberto, un
muchacho de,trece aos, que estaba junto al fogn, y se
hallaba ocupado en tallar una raqueta.Jacobo era viudo, y su Robertico tena que atender los
cuidados de la casa. Los realizaba, sin embargo, de un
modo tan poco satisfactorio que su padre muchas veces
senta la necesidad de una duea de casa.-Esas colinas rojas de Tennessee no tienen igual cuan-
do comienzan a derrumbarse -dijo Roberto; y mostran-do la raqueta, pregunt: -No te parece que est bien,pap?
-Pienso que s -respondi lacnicamente el padre,mientras se diriga a la puerta para observar el tiempo.
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EL GUARL)AVIAS YSU HIJO 47
La perspectiva de esa noche no era muy animadora. El
firmamento estaba velado por una densa oscuridad a tra-vs de la cual caa una lluvia fina. Del lado del puente
vena un rumor sordo como si el viento y las aguas del ro
se hubiesen trabado en lucha. El ro ya haba traspasado
la s mrgenes, anegando todo el bajo en la extensin de un
kilmetro y medio.Pensativo, Jacobo cerr la puerta y se sent junto al
fogn. En seguida se oy un ruido extrao y crujiente que
provena de la colina de enfrente.
-Qu ser esto? Voy a ver qu... -estaba diciendoJacobo, pero no pudo terminar la frase.
El ruido sordo termin en un estampido violento. Algogolpe de frente contra la casa y la aplast como a una
cscara de huevo. La luz se apag. Al hacer Jacobo un
esfuerzo por levantarse, fue empujado abajo de la mesadonde qued preso entre los fragmentos que crujan.
Despus que cesaran los golpes y el estrpito, sinti, ade-ms de otras contusiones, un dolor punzante en la piernaderecha. La oscuridad era completa y la lluvia le hera la
cara.
-Dnde ests, pap? -pregunt la voz temerosa y
afligida de Robertico. -Ests herido?-Pienso que tengo una pierna fracturada gimi
Jacobo, Tal vez est solamente dislocada. Ya el mespasado le advert al jefe de trnsito que tarde o temprano
esta colina se iba a desmoronar.-Eres t el que ests aqu, pap? -dijo el muchacho
que se hallaba ahora junto a l. -Me imagin que esta-
bas herido, porque te o gemir.
-S, soy yo, hijo mo; si puedes remover un poco este
montn tal vez pueda zafarme de aqu. La va debe estarobstruda en una gran extensin. Fue un derrumbe de tie-
rra, y uno bastante importante.
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48 SU PALABRA DEHONOR
-Bien, pap -dijo el muchacho, empleando todas sus
fuerzas para remover el montn de tierra y escombros-,
tratar primero de librarte, y despus veremos.
-Pues bien, hijo mo, ya es bastante; pienso que ahora
con un poco de esfuerzo podr zafarme, porque no debetardar el tren expreso No. 4, que parte de Laudon a lasveintitrs y quince. Consult el reloj poco antes del
derrumbamiento, y eran precisamente las veintids y
treinta.-No podemos hacer seal? -pregunt Roberto.
Temo que no. Estoy casi seguro de que las linternas
estn rotas, y adems, cmo sera posible hallarlas deba-j o de ese montn? Sabes dnde estn los fsforos? No
tengo ninguno conmigo.
No se podan encontrar los fsforos ni las linternas.Todo estaba probablemente enterrado. Era de admirar
que Jacobo Teemann y su hijo no estuvieran enterradostambin.
-Ah, Dios mo! -exclam Jacobo-. Por qu tena-
mos que ser reducidos a una condicin tan deplorable?Con la ayuda de su hijo, Jacobo haba conseguido salir
de debajo de la mesa, pero no poda andar.
-Estoy completamente molido -dijo l-. No hayotro remedio sino que vayas t mismo hasta all,
Roberto.
-Hasta... hasta dnde, pap?
-Hasta Laudon. Alguien tiene que ir all para comu-nicar lo que ha ocurrido. No acabo de decir que el expre-
so est por llegar? No podemos permitir que se estrelle
contra esta montaa de tierra mientras uno de nosotros
pueda arrastrarse.
-Pero, quin podr cruzar sin linterna el gran puen-te de durmientes, pap?
-Tendrs que cruzarlo a tientas, Roberto --dijo el
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EL GUARDAVIAS Y SU HIJO 49
padre, que haba resuelto mandar al nio a Laudon, aun-
que con gran riesgo de su vida. "Oh Dios, perdname
que mande al nio!" se deca, angustiado. -Es difcil, Ro-berto, pero no hay nadie que pueda hacer parar el tren,
pues somos los nicos a este lado del puente en un kil-metro y medio a la redonda.
Roberto vacil un instante. Era justo que dejase a supadre, herido, solo, para tratar de salvar a otros? Pero
Jacobo puso rpido fin a esas vacilaciones.
-No tienes un minuto que perder si quieres llegar aLaudon antes que el tren. Si no te pones inmediatamen-
te en camino, me obligars a castigarte cuando me haya
restablecido. Se trata de salvar muchas vidas.
-Ya voy, pap.Roberto tom la mano de su padre y la apret, y se
retir despus conteniendo un sollozo que traspas el
corazn de Jacobo.
-Dios mo, perdname, si hago mal -suspir Jacobo,-pero en las condiciones en que me encuentro sera
i mposible para m llegar a tiempo.Cuando Roberto trep por encima del montculo de
tierra que obstrua la va, se convenci de que el padre
tena razn. Era necesario llegar a Laudon, costara lo que
costase. Si el tren se estrellaba contra esa montaa de tie-
rra, muchos perderan la vida. La oscuridad era tan densa,que Roberto slo se poda mantener en la va andando a
tientas. Palpando los rieles, Roberto avanz poco a pocohasta que una rfaga de viento, de abajo, le hizo com-prender que estaba sobre el puente. Era necesario pasarlo
gateando, pero con rapidez, porque faltaban pocos minu-
tos para la llegada del tren.
Llegara a Laudon antes que el expreso? Esa preocu-
pacin le afliga todava ms que el miedo que le infunda
su difcil empresa. Troncos de madera arrastrados por la
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50 S'UPALABRADE HONOR
,,ariente chocaban de vez en cuando contra los pilares. . . I puente y le hacan estremecerse. Como el ro se haba. . bordado, venan troncos de rboles y otros objetos de"..s las direcciones y deban pasar donde el puente les
:',,si rua el camino..Qu sucedera si alguna balsa deshecha viniese a
r>otra los pilares y destruvera el puente? -RobertoI cia tiempo para pensar en la posibilidad de seme-
- , i, peligro, pues concentraba su atencin' en avanzar lo
rpidamente posible para alcanzar el tren.fi nalmente haba traspuesto el puente principal, y le
i ha atravesar un trecho de construccin de madera all ado del mismo, por debajo del cual las aguas remo-
,ban igualmente, en la oscura profundidad. Las fuer-, J , Roberto comenzaban a disminuir.
~ i no le era posible traspasar esa extensa construccin. l adera, no slo no podra dar el aviso de alarma, sinocl
mismo sera aplastado por el tren.k repente sinti un choque inusitadamente violento,,~ de un objeto de gran peso que hubiese dado contra
Rob, no deba llegar a Laudon, a cualquier lo,, i o, antes que eltren partiera de esa estacin.
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ELGUARDAVLAS Y SU HIJO 51
los durmientes. Toda la construccin cruji detrs de l,
pero no le sobraba tiempo para pensar en la posible causade ese choque, y mucho menos para tratar de averiguar-
l
a.Ese incidente ms bien lo indujo a empear sus lti-
mas fuerzas. Deba llegar a tiempo a la estacin, de lo
contrario estara todo perdido.Entre tanto, el padre de Roberto permaneci durante
algn tiempo acostado, pensando en lo que haba sucedi-
do. Despus se irgui con dificultad y observ a travs dela obscuridad en direccin de las aguas que rugan, hasta
que los ojos le comenzaron a arder. Le hubiera aprove-chado lo mismo tratar de observar a travs de una mura-lla de piedra. La densa oscuridad le hizo estremecer cuan-
do pens en los terribles obstculos que deban oponersea Roberto en el camino. Pens en lo joven que era, en los
horrores de aquella noche terrible y en todo lo que podrfa
sucederte a su hijo y frustrar su tentativa.
Esta ansiedad de espritu en que se encontraba Ja( ol ,se volvi finalmente insoportable. Empez a recriminurs.
por haber obligado al nio a meterse en tan grande p.: .. . . .
gro. Por fin el deseo de ver seguro a su hijo tal vez llego c.exceder al cuidado por la salvacin de otros. iY pensar
que haba llegado a amenazar a Roberto con castigarlo 5,.
no se apresuraba a ponerse en marcha!
Dominado por estos sentimientos de angustia, Jacobutrat de arrastrarse hasta la va, donde comenz a vagar,
sin rumbo, palpando entre los rieles, lo que a pesar del
dolor que senta en la pierna, contribua de alguna mane-ra a calmar la tempestad que se haba desencadenado en
su espritu. Segn calculaba, haca bastante tiempo que
Roberto haba partido. Habra llegado all con seguri-
dad?Mientras Jacobo trataba de avanzar arrastrndose.
movido por este pensamiento aflictivo, vio de repente
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52 SU PALABRA DEHONOR
una gran luz que surga de la curva que quedaba ms ac
de Laudon y que avanzaba hacia donde l se encontraba.
-Dios mo, el expreso! -exclam con grande angus-
tia, olvidndose, con el espanto, de todos sus dolores-.
Es el tren!
Dnde estara el nio? Quizs Roberto no haba lle-
gado a tiempo a la estacin. Qu habra sido de l? Y
cul sera la suerte del tren que se aproximaba? Con'este
cruel pensamiento el pobre Jacobo continu arrastrndo-se hacia adelante, palpando un durmiente tras otro hasta
que, de repente, su mano palp... el vaco.
Le cost mucho guardar el equilibrio.Con gran precaucin repiti la operacin, y un escalo-
fro le corri por la espina dorsal. Evidentemente una
parte del puente haba sido arrastrada por el torrente.-Sern los objetos flotantes los que causaron esto -
dijo Jacobo, tiritando de fro. -Y ah viene el tren. Culhabr sido la suerte del nio?
Desesperado el padre, tendido sobre los durmientes
hmedos y torturado por el dolor, levantaba las manostrmulas exclamando: "Hijo mo! Mi hijo Roberto!" Eratodo lo que poda decir, mientras el corazn amenazaba
partrsele. El tren con sus grandes ojos de fuego se vena
acercando, y all estaba l sobre los rieles sin poder hacernada. Toda tentativa de lanzar un grito de alarma era in-til. Mientras el ruido de la locomotora y el rumor de las
aguas en la profundidad le penetraban hasta el alma,pareci ver delante de sus ojos centenares de luces dan-
zando en torno a l y burlndose de su angustia; derepente, un vrtigo lo hizo caer todo en un silencio pro-fundo.
-Pap! pap! No hay quin pueda hacerle volver ala vida? Cmo habr cado l aqu?
-Tranquilzate, nio mo, l pronto volver en s.
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EL GUARDAVIAS Y SU HIJO
ento distintamente los latidos de su corazn.
Cuando Jacobo Teemann abri los ojos, su primera
regunta fue: "Dnde est mi hijo? Dnde estoberto?"
Pero Roberto ya se haba arrojado a los brazos de sudre y no encontraba palabras para expresar su alegra
or haberle vuelto a hallar. Entonces el guardavas pre-nt acerca del tren.
-Llegu exactamente a tiempo a la estacin de
audon, pap -le dijo Roberto-. Al hablarles entonces
l derrumbamiento de tierra y de tu condicin, estosombres me pusieron en la locomotora y vinieron hasta
u a fin de conocer la situacin. Yo les dije que una
rte del puente deba haberse cado detrs de m, porquefue la sensacin que me produjo el estremecimiento
usado por el choque que haba odo cuando cruzaba el
ente. As pues, tomamos el bote del jefe de la estacinlegamos aqu donde te encontramos tendido sobre los
rmientes. No sali todo a las mil maravillas, pap?
Los empleados del ferrocarril pusieron a Jacobo y a suqueo salvador en la locomotora, y cinco minutos des-
s estaban en la estacin de Laudon, rodeados de una
an multitud de pasajeros curiosos y agradecidos.
Huelga aadir que no faltaron en esa ocasin las aten-ones de parte de los agradecidos pasajeros, y que duran-
ese imprevisto tiempo de espera, Robertico fue festeja-
como el hroe del da.
El deber cumplido, como toda victoria, es tanto ms
glorioso cuanto ms ha costado. -Valtour.
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Sed fieles
ENTRE los grandes de la tierra, los gobernantes, hro-
es, sabios, artistas y grandes comerciantes de los tiempospasados, hubo no pocos que tuvieron, como el rey David,
un comienzo pobre y difcil. Sin embargo, su piedad ydiligencia, su fidelidad y perseverancia, y ante todo su fe,
y sus constantes oraciones los guiaron a un fin bueno y aveces glorioso.
El gran almirante holands Ruyter fue en su mocedad,
primeramente aprendiz de fabricante de soga, despusmarinero y luego dependiente de tienda. Su fidelidad ydiligencia, sin embargo, lo recomendaban tanto, que su
jefe le confi un cargamento de paos finos que deba lle-
var a Marruecos. All gobernaba- en aquel tiempo un beyo prncipe desptico y cruel.
Ese prncipe, acompaado por los cortesanos, visittambin la feria una maana y mir los finos paos deRuyter. Una de las mejores piezas le llam especialmentela atencin y pregunt su precio. Ruyter, que como todo
verdadero comerciante cristiano, no exiga ms de lo que
vala, le dijo el precio que su patrn le haba indicado. El
bey le ofreci solamente la mitad.
-Lamento no poder rebajarla -dijo Ruyter. Tengoque recibir el precio que le ped, puesto que no es propie-
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SED FIELES SS
dad ma sino de mi patrn, y yo soy simplemente su
empledo.El bey no esperaba semejante respuesta, y por eso dijo
muy indignado:
-Perro cristiano, no sabes que tu vida est en mismanos?
-Bien lo s, Sr. Bey -respondi Ruyter, pero tam-bin s que no ped un precio excesivo, y que es mi deber
cuidar de lo que pertenece a mi patrn sin pensar en m.
No le dar un precio menor. Antes prefiero hacerle unregalo que bajar un precio justo. Haga de m lo que quie-ra, pero sepa que un da tendr que dar cuenta de todo a
Dios.Todos los comerciantes que oyeron esto, se espantaron.
El bey mir al mozo con ojos iracundos, y todos losque estaban en derredor pensaban que dara la orden:"Crtenle la cabeza". Pero no; el prncipe se contuvo y
solamente amenaz diciendo:
-Si maana no has cambiado de opinin, no tendrsms que hacer tu testamento y el orgulloso prncipevolvi las espaldas, dej a Ruyter y continu mirando las
mercaderas de otros comerciantes.Ruyter puso tranquilamente la referida pieza a un
lado, y sirvi fielmente a otros clientes. Despus de algu-
nas horas, cuando la feria no estaba ya tan frecuentada,los otros comerciantes instaron al valiente joven y le dije-
ron:-Dle el pao como regalo o por el precio ofrecido!
Si l lo decapita, perder usted toda la mercadera y tam-
bin el barco. Y una vez que el prncipe haya comenzado,
todos los cristianos estaremos perdidos.
Ruyter replic, despus de haber reflexionado serena-mente, con voz firme:
-No temis nada! Estoy en las manos de Dios. Tengo
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56 SU PALABRA DE HONOR
que ser fiel en lo poco, como en lo mucho. Mi patrn no
perder ni un centavo por mi culpa. No me desviar demi deber. -Para sus adentros, Ruyter pensaba: "Prefiero
morir como siervo fiel, que ceder a las exigencias injustas
de un prncipe. Y t, amado Seor que ests en el cielo,tienes todas las cosas en tus manos, y sin tu voluntadnadie puede torcer la punta de un solo cabello. Los fieles
han tenido siempre a tus santos ngels por guardianes".
Por la maana siguiente estaba Ruyter otra vez muy
animado en su tienda a la espera de clientes. Vio enton-ces al prncipe que se acercaba orgullosamente y detrs de
l sus cortesanos y un verdugo con ropa colorada y unaespada larga a la cintura. El prncipe se par frente a la
tienda de Ruyter, mir con ojos penetrantes y dijo:
-Perro cristiano, ya cambiaste de idea?Ruyter respondi decididamente y sin miedo:
-S, reflexion mucho; pero no puedo dar la pieza por
menos de lo que le dije ayer. Si quiere quitarme la vida,hgalo. Prefiero morir como siervo fiel con una concien-
cia limpia, que ceder a su exigencia.Todos los circunstantes contuvieron el aliento, pues el
verdugo con la espada larga sonrea, como el demonio
cuando ve un alma que camina a la perdicin.
Pero, ved el semblante del orgulloso y violento princi-
pe. Sonre y amigablemente mira a Ruyter y dice:-Verdaderamente eres un alma leal. Nunca hall un
siervo tan fiel como t. Ojal yo tuviese uno como t enmi corte! -Despus, dirigindose a los cortesanos que lo
rodeaban, dijo: -Tomad a este cristiano por ejemplo-. Y
a Ruyter le dijo: -Cristiano, dame la mano! T sers miamigo".
En seguida tom una bolsita con oro y la puso sobre lamesa, diciendo:
-Contiene tanto como pediste. Y de ste tu pao
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mandar hacer un traje de gala que en memoria de tu
fidelidad usar en los das especiales del ao.Debe aadirse alguna palabra a este suceso verdico?
S. "Sed fieles! Sed fieles en lo poco, sed fieles en todos
los lugares y en todas las cosas, porque el Seor recom-
pensar la fidelidad". La fidelidad vence, la fidelidad gua
al cielo.
Quien h ace bien su trabajo,estar al servicio de reyes, no
de gente insignificante.Proverbios 22:39 (DHH)
SED FIELES 57
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Lo quehizo una menta
ERA invierno y anocheca. Una venerable anciana, a
quien el tiempo haba plateado los cabellos pero dejado
fresco y joven el corazn, se sent pensativa en su pol-trona, muy cerca de la estufa. De repente se abri la puer-
ta, y apareci una niita que fue corriendo a su lado.
-Belita -dijo la anciana, deslizando amorosamenteuna mano sobre el sedoso cabello de la nia-, has dado
un lindo paseo?Precioso, ta Carmen. Y ahora, quieres contarme
uno de tus cuentos tan lindos?Belita era hurfana. Haca poco que su madre haba
muerto y ella haba ido a visitar a su ta, cuyo coraznconquist pronto con sus modales atrayentes. Pero la ta
Carmen era perspicaz, y descubri que su sobrinita no
slo no tena escrpulos para mentir, sino que demostra-ba poca sensibilidad al verse descubierta en una mentira.
Y decidi que, con la ayuda de Dios, desarraigara delcarcter de su amada sobrinita esa mala costumbre, acualquier costo.
Ven, querida-dijo en seguida-, sintate a mi lado.Los ojitos azules de la nia se fijaron en los de la ta.
Yo ya soy vieja, Belita -empez por decir la anciana, pasndose una mano por la frente-, y mi memoria
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LO QUE HIZO UNA 3tENTIRA 59
ecae. Me acuerdo, sin embargo, de cuando era una nii-
a retozona y de cabello brilloso como t. En aquellosas, yo estaba en tercer grado en la escuela; tena por
ompaera a una chica de nombre Ema, de agradableemperamento, muy sensible y tambin muy buena alum-
na. Pareca querer mi amistad, y yo no poda resistir susmidas tentativas de acercamiento. Sin embargo, no lauera mucho porque con frecuencia me superaba en las
lases, en las que, si no hubiese sido por ella, yo habraido la primera. La pobre Ema no se explicaba mi cons-
ante frialdad, pues yo era demasiado orgullosa paradejarle ver la razn. Yo haba sido una niita veraz,Belita, pero la envidia me tent y dej de serlo. Trataba aeces de indisponer a las otras nias contra Ema, y asmpec a hacerme mentirosa. Ella era demasiado tmida
ara defenderse, de modo que yo siempre ganaba."Un da la maestra nos dio para deletrear la palabra
ocasin'. Con su dbil vocecita habitual, Ema la deletres:
"-O, c-a: ca, s-i--n: sin, ocasin."La maestra, no entendiendo bien, le dijo en seguida:
"-Est mal; la siguiente. -Pero volvindose a ella leregunt: -Dijiste `c-i--n'?
"-No, seorita -repuso Ema, -dije `s-i--n'.
"La Srta. R , dudando todava, me mir a m y mepregunt: `Oste t, Carmen? Cmo dijo?'
"Un mal pensamiento se me ocurri enseguida: el de
humillarla y enaltecerme yo. Ment con descaro.
" -Ema dijo `c-i--n' -declar yo."La maestra la mir, pero ella, confundida por mi acu-
acin, guard silencio mientras el rubor de su cara ledaba toda la apariencia de ser culpable.
"-Ema --{lijo la maestra severamente-, no esperabauna mentira de ti. V a pararte en aquel rincn y quda-
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60 SU PALABRA DEHONOR
te despus de la clase.
"Yo haba triunfado, Belita. Ema haba sido humillada,
y yo quedaba orgullosa a la cabeza de la clase; pero no me
senta feliz. Al terminar la clase, fingiendo haber perdido
algo, me detuve en el vestbulo. En seguida o a la maes-tra llamar a Ema y los rpidos pasos de sta dirigindosehacia aqulla.
" -Cmo te atreviste a mentir? -1e pregunt." -Seorita -repuso Ema-, yo ro ment.
"Pero aunque lo negaba, yo poda ver por el ojo de la
cerradura que, apenada por la inculpacin y por el miedo
al castigo, temblaba como una hoja."-Extiende la mano -dijo la maestra."Yo estaba estupefacta. Oa los golpes de la palmeta al
pegar contra la blanca manita de la inocente nia. Belita, bien podras no mirarme la cara! Ay! Por qu no habr
hablado? Cada golpe me parta el corazn; sin embargo,no quera confesar mi culpa, y as, de puntillas, me retir
de la puerta. De regreso a casa, caminaba despacio y pudever a Ema emprender su camino muy lentamente llevan-do los libros en una mano y secndose con la otra laslgrimas que an le corran por las mejillas. Sus sollozos,que parecan provenir de un corazn quebrantado, meconmovan profundamente. Mientras andaba as, tropez
y cay, y los libros se le desparramaron por el suelo. Yo los
levant y se los di, y ella, volviendo hacia m sus suavesojos azules, llenos de lgrimas, me dijo con la mayor dul-zura:
"-Gracias, Carmen."Esto hizo que mi culpable corazn saltase de angus-
tia; pero yo no quera hablar, y as seguimos nuestro cami-no silenciosas.
"Cuando llegu a casa me dije a m misma: `Y a qu
todo esto? Nadie lo sabe; por qu has de sentirte tan
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LO QUE HIZO UNA MENTIRA 61
miserable?' Decid, pues, despreocuparme. Pero el peso
que me oprima el corazn se haca, sin embargo, msgrande. Procuraba estar tanto ms alegre cuanto peor mesenta, pero ms de una vez tuve que reprimir mi forzada
alegra porque las lgrimas me queran saltar de los ojos.`Al fin me retir a mi habitacin. No poda orar, y
metindome rpidamente en la cama, cerr decididamen-
te los ojos. Pero el sueo no quera venir. El tic-tac del
viejo reloj de la sala pareca volverse cada vez ms fuerte,
como si quisiera condenarme. Y cuando dio lentamente
las doce de la noche, sus golpes repercutieron en misodos como un toque fnebre. Daba vueltas y vueltas en
la cama; la almohada pareca estar llena de espinas.Aquellos ojos azules, baados en lgrimas, estaban siem-
pre delante de m; los golpes repetidos de la palmetasonaban de continuo en mis odos. Al fin, incapaz desoportar ms, dej la cama y me sent al lado de la ven-tana. La perfecta quietud que reinaba afuera pareca bur-
larse de mi molesta inquietud, en tanto que el cielo
solemne de medianoche me llenaba de un terror quej ams haba experimentado. Ay, Belita, una conciencia
acusadora no es nunca una compaa agradable!
" Mi desconsuelo se volva cada vez ms intenso, hastaque por fin, corr como poseda de terror hacia la cama de
mi padre.
"-Pap, pap! -dije, y no pude articular una palabra
ms."El me estrech tiernamente entre sus brazos, apret
mi inquieta cabecita contra su pecho y amablemente pro-
cur calmarme hasta que pude contener un tanto laslgrimas y explicarle la causa de ellas. Y entonces, concunto fervor pidi al Cielo que perdonara a su hijita cul-
pable!
"-Papito querido -dije despus-, quieres acompa-
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62 SU PALABRA DE HONOR
arme esta noche a ver a la pobre Ema?
"-Hijita ma -me contest-, maana iremos."La dilacin me torturaba; pero mientras trataba de
dominar mi contrariedad, pap me bes y volv entonces
a mi cuarto. El sueo, empero, hua an de mis cansadosprpados. Mis ansias por pedir perdn a Ema llegaron alfrenes. Aguardando la maana, que no . pareca llegarnunca, mi angustia se torn tan insoporable que volvadonde estaba pap y mientras las lgrimas corran copio-samente por mis mejillas, me arrodill a su lado, rogn-
dole que fuera conmigo a la casa de Ema en aquel mismomomento, y aad con voz casi ahogada por el llanto:` Podra morir antes de haberme perdonado!' El apret
entre sus manos mis ardientes mejillas y despus de pen-sar un momento, replic:
"-Ir contigo, querida.
"En seguida estuvimos en camino. Al acercarnos a la
casa de los Balbi, divisamos luces. Yo, presa de un miedoindescriptible, me apret contra mi padre. El abri suave-
mente el portn y pasamos. En ese mismo instante salael mdico, quien pareci sorprenderse de vernos all a
aquella hora. Las palabras no pueden describir lo que
sent cuando, respondiendo a la pregunta de mi padre,
nos dijo que Ema tena un ataque de fiebre cerebral."-La madre acaba de decirme --continu, -que la
nia no se senta bien desde haca varios das, pero que,
sin embargo, no quera faltar a l
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