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Yo, robot Isaac Asimov

Asimov YO ROBOT

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Yo, robot

Isaac Asimov

Título original: I, robot

Los robots de Isaac Asimov son máquinas capaces dellevar a cabo muy diversas tareas, y aunque carecen delibre albedrío, se plantean a menudo a sí mismosproblemas de "conducta humana", en situaciones queserían recreadas más tarde por muy distintos autores.(Véase "El alma del robot", de B. J. Bayley). Peroestas cuestiones se resuelven en "Yo, robot" en elmbito de las tres leyes fundamentales de la robótica,concebidas por el mismo Asimov, y que no dejan deproponer extraordinarias paradojas, que a veces puedenexplicarse por errores de funcionamiento y otras por lacreciente complejidad de los "programas". Estasparadojas no son sólo ingeniosos ejerciciosintelectuales sino y además una fascinante indagaciónsobre la situación del hombre actual en el universotecnológico y en relación con la experiencia del tiempoy la historia.

Isaac Asimov nació en 1920 en la Unión Soviética, yes doctor en bioquímica. Algunas de sus obras deficción más importantes aparecieron en las revistaspopulares del género en la década de los cuarenta.

Traducción de Manuel Bosch Barrett

Primera edición: marzo de 1975 Novena reimpresión: junio 1984

Colección Nebulae N.o 1 Edhasa/Ciencia Ficción

Edhasa, 1975 Avda. Diagonal, 519-521 Barcelona 29

Impreso por Romany /Valls Verdaguer, 1 Capellades (Barcelona)

I.S.B.N.: 84-350-0121-0 Depósito legal: B. 21.134-1984

Las tres leyes robóticas

1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar queun ser humano sufra daño.2. Un robot debe obedecer las órde nes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primeraLey.3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes.

Manual de Robótica 1 edición, año 2058

Introducción

He revisado mis notas y no me gustan. He pasado tresdías en los U.S. Robots y lo mismo hubiera podidopasarlos en casa con la Enciclopedia Telúrica. Susan Calvin había nacido en 1982, dicen, por lo cualtendrá ahora setenta y cinco años. Esto lo sabe todo elmundo. Con bastante aproximación, la "U.S. Robots &Mechanical Men Inc." tiene también setenta y cincoaños, ya que fue el año del nacimiento de la doctoraCalvin cuando Lawrence Robertson sentó las bases de loque tenía que llegar a ser la más extraña y gigantescaindustria en la historia del hombre. Bien, esto lo sabetambién todo el mundo. A la edad de veinte años, Susan Calvin formó parte dela comisión investigadora psicomatemática ante la cualel Dr. Alfred Lanning, de la U.S. Robots, presentó elprimer robot móvil equipado con voz. Era un robotgrande, basto, sin la menor belleza, que olía a aceitede máquina y destinado a las proyectadas minas de

Mercurio. Pero podía hablar y razonar. Susan no dijo nada en aquella ocasión; no tomótampoco parte en las apasionadas polémicas quesiguieron.Era una muchacha fría, sencilla e incolora, que sedefendía contra un mundo que le desagradaba con unaexpresión de máscara y una hipertrofia del intelecto.Pero mientras observaba y escuchaba, sentía la tensiónde un frío entusiasmo. Se graduó en la Universidad de Columbia en el año2003, y empezó a dedicarse a la Cibernética. Todo lo que se había hecho durante la segunda mitaddel siglo veinte en materia de "máquinas calculadoras"había sido anulado por Robertson y sus cerebrospositónicos. Las millas de cables y fotocélulas habíandado paso al globo esponjoso de platino-iridio deltamaño aproximado de un cerebro humano. Aprendió a calcular los par metros necesarios paraestablecer las posibles variantes del "cerebropositónico"; a construir "cerebros" sobre el papel, deuna clase en que las respuestas a estímulosdeterminados podían producirse muy aproximadamente. En 2008, se doctoró en Filosofía e ingresó en la U.S.Robots como "robopsicóloga", convirtiéndose en laprimera gran practicante de esta nueva ciencia.Lawrence Robertson era todavía presidente de lacorporación; Alfred Lanning había sido nombradodirector de investigaciones. Durante quince años vio cómo cambiaba la direccióndel progreso humano, y avanzaba vertiginosamente. Ahora se retiraba... hasta donde podía. Por lo menos,permitía que la puerta de su despacho ostentase elnombre de otra persona. Esto, sencillamente, fue lo que supe. Tenía una larga

lista de sus publicaciones, de las patentes a sunombre; conocía los detalles cronológicos de suspromociones, en una pala bra, tenía su "vida"profesional con todo detalle. Pero todo esto no era lo que yo quería. Necesitaba algo más para mis artículos con destino ala Prensa Interplanetaria. Mucho más. Y así se lo dije. --Doctora Calvin -le dije tan amablemente como pude-,según la opinión general, la U.S. Robots y usted sonequivalentes. Su retirada pondrá fin a una Era que... --¿Quiere usted el punto de vista del interés humano?-dijo sin sonreír

No creo que nunca sonriese. Pero sus ojos eranpenetrantes, aunque no agresivos. Sentí que su miradame atravesaba y salía por el occipucio y supe que erapara ella de una transparencia inusitada; que todo elmundo lo era. --Exacto -dije. --¿El interés humano... de los robots? Esto es unacontradicción. --No, doctora, de usted. --También me han llamado robot.Con seguridad le habr n dicho a usted que no soyhumana. Me lo habían dicho, en efecto, pero no ganaba nadacon confesarlo. Se levantó de la silla. No era alta y parecía fr gil.La seguí hasta la ventana y nos asomamos a ella. Las oficinas y talleres de la U.S. Robots formabanuna pequeña ciudad, espaciosa y bien planeada.Todo era achatado como una fotografía aérea. --Cuando vine aquí por primera vez -dijo- vivía enuna pequeña habitación, allá a la derecha, donde está

hoy el retén de bomberos. Fue derribada antes de queusted naciese. Compartía la habitación con trespersonas. Tenía media mesa. Construíamos nuestrosrobots en un solo edificio.Producción... tres a la semana. Ahora fíjese. --Cincuenta años -aventuré-, es mucho tiempo. --No cuando una mira hacia atr s.Una se pregunta cómo han pasado tan aprisa. Volvió a su mesa y se sentó. No necesitaba expresiónalguna en su rostro para parecer triste. --¿Qué edad tiene usted? -quiso saber. --Treinta y dos años -respondí. --Entonces, no puede recordar los tiempos en que nohabía robots. La humanidad tenía que enfrentarse con eluniverso sola, sin amigos. Ahora tiene seres que laayudan; seres más fuertes que ella, más útiles, másfieles, y de una devoción absoluta.¿Ha pensado usted en ello bajo este aspecto? --Temo que no. ¿Puedo citar sus palabras? --Sí. Parausted, un robot es un robot. Mecánica y metal;electricidad y positones. ¡Mente y hierro! ¡Obrahumana! Si es necesario, destruida por el hombre. Perono ha trabajado usted en ellos, de manera que no losconoce. Son más limpios, más educados que nosotros. Traté de halagarla, de adularla h bilmente. --Quisiéramos saber algo de lo que pueda ustedcontarnos, saber su opinión sobre los robots. La PrensaInterplanetaria abarca todo el Sistema Solar. Unos tresbillones de lectores, doctora Calvin. Tienen que saberlo que pueda usted decirnos sobre los robots. No tenía necesidad de insistir. No me oyó, pero sedirigía al lugar indicado. --Deben haberlo sabido desde el principio. Vendíamosrobots para uso terrestre... antes de mis tiempos,

incluso. Desde luego, eran robots que no podían hablar.Después se hicieron más humanos, y empezó la oposición.Los sindicatos obreros, como es natural, se opusieron ala competencia que hacían los robots al trabajo humano,y varios sectores de la opinión religiosa hicieron susobjeciones inspiradas en la superstición. Todo aquellofue inútil y ridículo. Y, sin embargo, así era. Yo iba tomando notas de lo que decía en miregistrador de bolsillo, tratando de que no observaseel movimiento de mi mano. Practicando un poco se puedellegar a hacer detalladas anotaciones sin sacar elchisme del bolsillo. --Tomemos el caso de Robbie -dijo-. No lo conocí. Fuedesguazado el año anterior a mi entrada en lacompañía...; era muy atrasado. Pero vi a la muchacha enel museo. Se detuvo, pero no dijo nada. Dejé que sus ojos sehumedeciesen y su imaginación viajase. Tenía querecorrer mucho tiempo. --Oí hablar de ello más tarde, y, cuando nos llamabanblasfemos y creadores de demonios, siempre me acordabade él. Robbie era un robot sin vocalización. No podíahablar. Fue fabricado y vendido en 1996. Eran díasanteriores a la extrema especialización, de manera quefue vendido como niñera... --¿Cómo qué? --Como niñera...

1 Robbie

--Noventa y ocho... noventa y nueve... ¡cien! -Gloriaretiró su mórbido antebrazo de delante de los ojos ypermaneció un momento parpadeando al sol. Después,tratando de mirar en todas direcciones a la vez, avanzócautelosamente algunos pasos, apartándose del rbolcontra el que se apoyaba. Estiró el cuello, estudiando las posibilidades deunos matorrales que había a la derecha y se alejó unospasos para tener mejor punto de vista

La calma era absoluta, a excepción del zumbido de losinsectos y el gorjear de algún p jaro que afrontaba elsol de mediodía. --Apostaría a que se ha metido en casa, y le he dichomil veces que esto no es leal -se quejó. Avanzando los labios con un mohín y arrugando elentrecejo, se dirigió decididamente hacia el edificiode dos pisos del otro lado del camino. Demasiado tarde oyó un crujido detr s de ella,seguido del claro "clump-clump" de los pies metálicosde Robbie. Se volvió r pidamente para ver a sutriunfante compañero salir de su escondrijo y echó acorrer hacia el rbol a toda velocidad. Gloria chilló,desalentada.

--¡Espera, Robbie! ¡Esto no es leal, Robbie!¡Prometiste no salir hasta que te hubiese encontrado!-Sus diminutos pies no podían seguir las gigantescaszancadas de Robbie. Entonces, a tres metros de la meta,el paso de Robbie se redujo a un mero arrastrarse yGloria, haciendo un esfuerzo final por alcanzarlo, echóa correr jadeante y llegó a tocar la corteza del rbolla primera. Orgullosa, se volvió hacia el leal Robbie y con lamás baja ingratitud, le recompensó su sacrificiomofándose de su incapacidad para correr. --¡Robbie no puede correr! -gritaba con toda lafuerza de su voz de ocho años-. ¡Lo gano cada día! ¡Logano cada día! -cantaban las palabras con un ritmoinfantil. Robbie no contestó, desde luego...con palabras. Echó a correr, esquivando a Gloria cuandola niña estaba a punto de alcanzarlo, oblig ndola adescribir círculos que iban estrech ndose, con losbrazos extendidos azotando el aire. --¡Robbie... estáte quieto! -gritaba. Y su risa salíaestridente, acompañando las palabras. Hasta que Robbie se volvió súbitamente y la agarró,haciéndole dar vueltas en el aire, de manera quedurante un momento para ella el universo fue un vacíoazulado y los verdes rboles que se elevaban del suelohacia la bóveda celeste. Y después se encontró de nuevosobre la hierba, al lado de la pierna de Robbie yagarrada todavía a un duro dedo de metal. Al poco rato recobró la respiración. Tratóinútilmente de arreglar su alborotado cabello con ungesto de vaga imitación de su madre y miró si suvestido se había desgarrado. Golpeó con la mano la espalda de Robbie.

--¡Mal muchacho! ¡Malo, malo! ¡Te pegaré! Y Robbie se inclinaba, cubriéndose el rostro con lasmanos, de manera que ella tuvo que añadir: --¡No, no,Robbie! ¡No te pegaré!Pero ahora me toca a mí esconderme, porque tienes laspiernas más largas y me prometiste no correr hasta quete encontrase. Robbie asintió con la cabeza -pequeño paralelepípedode bordes y ngulos redondeados, sujeto a otroparalelepípedo más grande, que servía de torso, pormedio de un corto cuello flexible- y obedientemente sepuso de cara al rbol. Una delgada película de metalbajó sobre sus ojos relucientes y del interior de sucuerpo salió un acompasado tic-tac. --Y ahora no mires, ni te saltes ningún número -leadvirtió Gloria, mientras corría a esconderse. Con invariable regularidad fueron transcurriendo lossegundos, y al llegar a cien se levantaron los p rpadosy los ojos colorados de Robbie inspeccionaron losalrededores. Al instante se fijaron en un trozo de telade color que salía de detr s de una roca. Avanzóalgunos pasos y se convenció de que era Gloria. Lentamente, manteniéndose entre Gloria y elrbol-meta, avanzó hacia el escondrijo, y, cuando Gloriaestuvo plenamente a la vista y no pudo dudar de habersido descubierta, tendió un brazo hacia ella, y segolpeó con el otro la pierna, produciendo un ruidometálico. Gloria salió, contrariada. --¡Has mirado! -exclamó con neta deslealtad-. Además,estoy cansada de jugar al escondite. Quiero que melleves a paseo. Pero Robbie estaba ofendido de la injusta acusación,y, sentándose cautelosamente, movió la cabezacontrariado de un lado a otro.

Gloria cambió de tono, adoptando una gentilzalamería. --Vamos, Robbie, no lo he dicho en serio, quemirases. Llévame a paseo. Pero Robbie no era tan fácil de conquistar. Mirófijamente al cielo y siguió moviendo negativamente lacabeza, obstinado. --¡Por favor, Robbie, llévame a paseo! -Rodeó sucuello con sus rosados brazos y estrechó su presa.Después cambiando repentinamente de humor, se apartó deél-. Si no me das un paseo, voy a llorar. -Y su rostrohizo una mueca, dispuesta a cumplir su amenaza. El endurecido Robbie no hizo caso de la terribleposibilidad, y siguió moviendo la cabeza por terceravez.Gloria consideró necesario jugar su última carta. --Si no me llevas -exclamó amenazadora- no te contarémás historias.¡Ni una más! Ante este ultimátum, Robbie se rindió sin condicionesy movió afirmativamente la cabeza, haciendo resonar sucuello de metal. Levantó cuidadosamente a la chiquillay la sentó en sus anchos hombros. Las amenazadoras l grimas de Gloria se secaron en elacto y se echó a reír con deleite. La piel metálica deRobbie, mantenida a una temperatura constante gracias alas resistencias interiores, era suave y agradable, yel ruido metálico que ella producía al golpear elcuerpo con sus tacones daba mayor encanto a lasituación. --Eres un caza del aire, Robbie, eres un gran caza deplata del aire.Tiende los brazos. ¡Tienes que tenderlos, Robbie, siquieres ser un caza del aire!

Ante aquella lógica irrefutable los brazos de Robbiese convirtieron en alas, que cogían las corrientes deaire, y fue un caza aéreo. Gloria se agarraba a la cabeza del robot, inclinndose hacia la derecha.Entonces dotó a la nave de un motor que hacía "Brrrr",y de armas que producían sonidos onomatopéyicos dedisparos. Daba caza a los piratas y las baterías de lanave entraban en acción. --¡Hemos matado a otro! ¡Dos más!... -gritaba-. ¡Másaprisa, hombre! ¡Nos quedamos sin municiones! Apuntaba por encima de su hombro con indomable valor,y Robbie era una achatada nave del espacio que zumbabaa través de la bóveda celeste con la máximaaceleración. Cruzó corriendo el campo hacia la alta hierba, y sedetuvo con una rapidez que arrancó un grito a susonrojada amazona y la dejó caer suavemente sobre lablanda alfombra verde. Gloria se reía y jadeaba,lanzando intermitentes exclamaciones. --¡Oh, qué bueno!... Robbie esperó a que recobrase la respiración yentonces le tiró suavemente de un mechón de pelo. --¿Quieres algo? -dijo Gloria con una expresión deinocencia en los ojos, que no consiguió engañar ni porun instante a su voluminosa "niñera".Robbie le tiró del pelo con más fuerza. --¡Ah, ya sé!... Quieres una historia. Robbie asintió r pidamente. --¿Cu l? Robbie describió un semicírculo en el airecon un dedo. --¿"Otra vez"? -protestó la chiquilla-. Te heexplicado la Cenicienta un millón de veces. ¿No estáscansado de ella? ¡Es para niños! Bien, bien -añadió,

viendo a Robbie describir otro semicírculo. Gloria reflexionó, evocó en su memoria el recuerdodel cuento (con sus modificaciones propias, que eranvarias) y empezó: --¿Estás a punto? Bien, pues habíauna vez una bella muchacha que se llamaba Ella. Y teníauna cruel madrastra y dos hermanastras muy feas y muymalas y... Gloria había llegado al momento crítico del cuento:"Daba medianoche en el reloj y sus andrajos seconvertían..."; y Robbie escuchaba atentamente, con losojos ardientes, cuando vino la interrupción. --¡Gloria! Era la voz aguda de una mujer que había llamado nouna, sino varias veces; y tenía el tono nervioso deaquel a quien la ansiedad convierte en impaciencia. --Mamá me llama -dijo Gloria, contrariada-. Serámejor que me lle ves a casa, Robbie. Robbie obedeció apresuradamente, porque sabía que másvalía cumplir las órdenes de Mrs. Weston sin la menorvacilación. El padre de Gloria estaba raramente en casadurante el día, a excepción de los domingos -hoy, porejemplo-, y cuando esto ocurría, se mostraba el hombremás afable y comprensivo. La madre de Gloria, encambio, era una fuente de sinsabores para Robbie, quesentía siempre el deseo de alejarse de su presencia.Mrs. Weston los vio en el momento en que aparecían porencima de los altos tallos de la vegetación, y volvió aentrar en la casa a esperarlos. --Te he llamado hasta quedarme ronca, Gloria -dijoseveramente-. ¿Dónde estabas? --Estaba con Robbie-balbució Gloria-. Le estaba contando la Cenicienta yhe olvidado que era hora de comer. --Pues es una l stima que Robbie lo haya olvidadotambién. -Y como si de repente recordase la presencia

del robot, se volvió r pidamente hacia él-. Puedesmarcharte, Robbie. No te necesita ya. Y no vuelvashasta que te llame -añadió secamente. Robbie dio la vuelta para marcharse, pero se detuvoal oír a Gloria salir en su defensa. --¡Espera, mamá! Tienes que dejar que se quede: No heacabado de contarle la Cenicienta. Le he prometidocontarle la Cenicienta y no he terminado. --¡Gloria! --De verdad, mamá. Se estará tan quieto que no te dars siquiera cuenta de que está aquí. Puede sentarse enla silla del rincón, y no dirá ni una palabra...;bueno, no hará nada, quiero decir. ¿Verdad, Robbie?Robbie, así interpelado, movió de arriba abajo supesada cabeza. --Gloria, si no dejas esto inmediatamente, no ver s aRobbie en una semana. La chiquilla bajó los ojos. --Bueno..., pero la Cenicienta es su cuento favoritoy no lo había terminado... ¡Y le gusta tanto! El robot salió de la habitación con paso vacilante yGloria ahogó un sollozo. George Weston se encontraba a gusto... Tenía lainveterada costumbre de pasar las tardes de losdomingos a gusto. Una buena digestión de la sabrosacomida; una vieja y muelle "chaise longue" paratumbarse; un número del "Times"; las zapatillas en lospies, el torso sin camisa...¿Cómo podía uno no encontrarse a gusto? No experimentóningún placer, por lo tanto, cuando vio entrar a suesposa. Después de diez años de matrimonio era todavíalo suficientemente estúpido para seguir enamorado deella, y tenía siempre mucho gusto en verla; pero lastardes de los domingos eran sagradas y su concepto de

la verdadera comodidad era poder pasar tres o cuatrohoras solo. Por consiguiente, concentró su atención enlas últimas noticias de la expedición Lefebre-Yoshida aMarte (tenía que salir de la Base Luna y podía inclusotener éxito) y fingió no verla. Mrs. Weston esperó pacientemente dos minutos,después, impaciente, dos más, y finalmente rompió elsilencio. --George... --¿Ejem? --¡He dicho George! ¿Quieres dejar esteperiódico y mirarme? El periódico cayó al suelo,crujiendo, y George volvió el rostro contrariado haciasu mujer. --¿Qué ocurre, querida? --Ya sabes lo que ocurre. EsGloria y esta terrible máquina. --¿Qué terrible máquina? --No finjas no saber de loque hablo. El robot, al cual Gloria llama Robbie. No seaparta de ella ni un instante. --¿Y por qué quieres que se aparte?Es su deber... Y en todo caso, no es ninguna terriblemáquina. Es el mejor robot que se puede comprar condinero y estoy seguro de que me hace economizar medioaño de renta. Es más inteligente que muchos de misempleados. Hizo ademán de volver a tomar el periódico, pero sumujer fue más r pida que él y se lo arrebató. --Vas a escucharme, George. No quiero ver a mi hijaconfiada a una máquina, por inteligente que sea. Notiene alma y nadie sabe lo que es capaz de pensar. Unachiquilla no está hecha para ser guardada por una"cosa" de metal. --¿Y cu ndo has tomado esta decisión? -preguntó Mr.Weston frunciendo el ceño-. Ya lleva con Gloria dosaños y no he visto que te preocupases hasta ahora.

--Al principio era diferente. Era una novedad, mequitó un peso de encima y era una cosa elegante. Peroahora, no sé... los vecinos... --¿Y qué tienen que ver los vecinos con esto? Mira,un robot es muchísimo más digno de confianza que unanodriza humana. Robbie fue construido en realidad conun solo propósito: ser el compañero de un chiquillo. Su"mentalidad" entera ha sido creada con este propósito.Tiene forzosamente que querer y ser fiel a estacriatura. Es una máquina, "hecha así". Es más de lo quepuede decirse de los humanos. --Pero puede ocurrir algo.Puede... puede -Mrs. Weston tenía unas ideas muy vagasdel contenido interior de un robot-, no sé, si algo dedentro se estropease y... No podía decidirse a completar su claro y espantosopensamiento. --Tonterías... -negó Weston con un involuntarioestremecimiento nervioso-. Es completamente ridículo.Cuando compré a Robbie tuvimos una larga discusiónacerca de la Primera Regla Robótica. Ya sabes que unrobot no puede dañar a un ser humano; que mucho antesde que algo pudiese alterar esta Primera Regla, elrobot quedaría completamente inutilizado.Es una imposibilidad matemática.Además, dos veces al año viene un ingeniero de la U.S.Robots a hacer una revisión completa del mecanismo.Hay menos probabilidades de que se estropee algo enRobbie, de que uno de nosotros se vuelva repentinamenteloco; considerablemente menos. Además, ¿cómo se lo vasa quitar a Gloria? Hizo una nueva e infructuosatentativa de tomar el periódico y su mujer lo arrojócon rabia a la habitación contigua. --Ahí está la cosa, George. No quiere jugar con nadie

más. Hay por aquí docenas de niños y niñas con quienespodría trabar amistad, pero no quiere. No quiere niacercarse a ellos, a menos que yo la obligue. Esimposible que se críe así. Querr s que sea una niñanormal, ¿verdad? Querr s que sea capaz de ocupar susitio en la sociedad... supongo. --Estás luchando contra las sombras, Grace. Imagínateque Robbie es un perro. He visto centenares dechiquillos que querían más a su perro que a su padre. --Un perro es diferente, George.Tenemos que librarnos de este terrible instrumento.Puedes volverlo a vender a la compañía. Lo hepreguntado y es posible. --¿Que lo has... "preguntado"? Mira, Grace, escucha,no nos apartemos de la cuestión. Vamos a conservar elrobot hasta que Gloria sea mayor, y no se hable más deeste enojoso asunto. Y con estas palabras, salió de la habitación dando unbufido. Dos días después, Mrs. Weston encontró a su marido enla puerta. --Tienes que escuchar una cosa, George. Hay malavoluntad por el pueblo. --¿Acerca de qué? -preguntó Mr.Weston entrando en el cuarto de baño y ahogando laposible respuesta con el ruido del agua. Mrs. Weston esperó a que cesara.Después dijo: --Acerca de Robbie. Weston avanzó un paso con la toalla en la mano, elrostro colorado y colérico. --¿Qué diablos estás diciendo? --La cosa se ha idoformando y formando... He tratado de cerrar los ojos yno verlo, pero no puedo más.Todo el pueblo considera a Robbie peligroso. No dejan

acercarse aquí a los chiquillos. --Nosotros le confiamos "nuestra" hija. --La gente no razona, ante estas cosas. --¡Pues que se vayan al diablo! --Decir esto no resuelve el problema. Yo tengo quecomprar allí. Tengo que ver a los vecinos cada día. Yestos días es peor cuando se habla de robots. NuevaYork acaba de dictar la orden prohibiendo que losrobots salgan a la calle entre la puesta y la salidadel sol. --Muy bien, pero no pueden impedirnos tener un roboten nuestra casa, Grace. Esto es una de tus campañas.La conozco. Pero la respuesta es la misma. ¡No!Seguiremos teniendo a Robbie.

Y no obstante, quería a su mujer; y, lo que era peoraún, su mujer lo sabía. George Weston, al fin y alcabo, no era más que un hombre, ¡el pobre!, y su mujerechaba mano de todos los artilugios que el sexo mástorpe y escrupuloso ha aprendido, con razón einútilmente, a temer. Diez veces durante la semana que siguió, tuvo ocasiónde gritar: "¡Robbie se queda... y se acabó!", y cadavez lo decía con menos fuerza y acompañado de ungruñido más plañidero. Llegó finalmente el día en que Weston se acercótímidamente a su hija y le propuso una sesión devisivoz en el pueblo. --¿Puede venir Robbie? --No, querida -dijo élestremeciéndose al sonido de su voz-, no admiten robotsen el visivoz, pero podr s contárselo todo cuandovolvamos a casa.-Dijo las últimas palabras balbuceando y miró a lolejos.

Gloria regresó del pueblo hirviendo de entusiasmo,porque el visivoz era realmente un espectáculomagnífico.Esperó a que su padre metiese el coche a reacción en elgaraje subterr neo y dijo: --Espera que se lo cuente aRobbie, pap . Le hubiera gustado mucho.Especialmente cuando Francis Fran retrocedía tansigilosamente y tropezó con uno de los Hombres-Leopardoy tuvo que huir. -Se rió de nuevo-.Pap , ¿hay verdaderamente hombres-leopardo en la Luna?--Probablemente, no -dijo Weston distraído-. Es sólofantasía. No podía entretenerse ya mucho con el coche. Teníaque afrontar la situación. Gloria echó a correr por elcésped. --¡Robbie! ¡Robbie! De repente se detuvo al ver un magnífico perro depastor que la miraba con ojos dulces, moviendo la cola. --¡Oh, que perro más bonito! -dijo Gloria subiendolos escalones del porche y acarici ndolocautelosamente-. ¿Es para mí, pap ? --Sí, es para ti,Gloria -dijo su madre, que acababa de aparecer junto aellos-. Es muy bonito, y muy bueno..

Le gustan las niñas. --¿Y sabe jugar? --¡Claro! Sabe hacer la mar detrucos. ¿Quieres ver algunos? --En seguida. Quiero quelo vea Robbie también. ¡"Robbie"!... -Se detuvo,vacilante, y frunció el ceño-

Apostaría a que se ha encerrado en su cuarto, enojadoconmigo porque no le he llevado al visivoz. Tendr s queexplicárselo, pap . A mí quiz no me creería, pero si selo dices tú sabrá que es verdad.

Weston se mordió los labios. Miró a su mujer, peroella apartaba la vista. Gloria dio r pidamente la vuelta y bajó los escalonesdel sótano al tiempo que gritaba: --¡Robbie..., ven aver lo que me han traído pap y mamá! ¡Me han compradoun perro, Robbie! Al cabo de un instante, había regresado asustada. --Mamá, Robbie no está en su habitación. ¿Dónde está?-No hubo respuesta; George Weston tosió y se sintiórepentinamente interesado por una nube que ibaavanzando perezosamente por el cielo. La voz de Gloriaestaba preñada de l grimas-. ¿Dónde está Robbie, mamá?Mrs. Weston se sentó y atrajo suavemente a su hijahacia ella. --No te importe, Gloria. Robbie se ha marchado, meparece. --¿Marchado?... ¿Adónde? ¿Adónde se ha marchado,mamá? --Nadie lo sabe, hijita. Se ha marchado. Lo hemosbuscado y buscado por todas partes, pero no lo encontramos. --¿Quieres decir que no va a volver nunca más? -susojos se redondeaban por el horror. --Quiz lo encontraremos pronto.Seguiremos buscándolo. Y entretanto puedes jugar con elperrito. ¡Míralo!Se llama "Rel mpago" y sabe... Pero Gloria tenía los p rpados bañados en l grimas. --¡No quiero el perro feo! ¡Quiero a Robbie! ¡Quieroque me encuentres a Robbie! Su desconsuelo era demasiado hondo para expresarlocon palabras, y prorrumpió en un ruidoso llanto. Mrs. Weston pidió auxilio a su marido con la mirada,pero él seguía balanceando rítmicamente los pies y noapartaba su ardiente mirada del cielo, de manera que

tuvo que inclinarse para consolar a su hija. --¿Por qué lloras, Gloria? Robbie no era más que unamáquina, una máquina fea... No tenía vida. --¡No era una máquina! -gritó Gloria con fuego-. Erauna persona como tú y como yo y además era mi amigo.¡Quiero que vuelva! ¡Oh, mamá, quiero que vuelva...! La madre gimió, sintiéndose vencida, y dejó a Gloriacon su dolor. --Déjala que llore a su gusto -le dijo a su marido-;el dolor de los chiquillos no es nunca duradero.Dentro de unos días habrá olvidado que aquel espantosorobot haya existido. Pero el tiempo demostró que Mrs.Weston había sido demasiado optimista. Desde luego,Gloria dejó de llorar, pero dejó de sonreír y cada díase mostraba más triste y silenciosa.Gradualmente, su actitud de pasiva infelicidad fueminando a Mrs. Weston y lo único que la retenía deceder, era su incapacidad de confesar la derrota a sumarido. Hasta que una noche, entró en el "living", se sentó yse cruzó de brazos, desalentada. Su marido estiró elcuello para verla por encima del periódico. --¿Qué te pasa, Grace? --Es esta chiquilla, George.He tenido que devolver el perro hoy. Gloria me dijo que no podía soportar verlo. Hará quetenga un ataque de nervios. Weston dejó el periódico a un lado y un destello deesperanza apareció en sus ojos. --Quiz ..., quiz tendríamos que volver a pedir aRobbie. Es posible, sabes... Puedo hablar con... --¡No! -respondió ella secamente-.No quiero oír hablar de él. No vamos a ceder tanfácilmente. Mi hija no tiene que ser criada por un

robot, aunque necesite años para quitárselo de lacabeza. Weston volvió a tomar el periódico con airedecepcionado. --Un año así y tendré el cabello prematuramente gris. --No eres de gran ayuda, George -fue la glacialcontestación-. Lo que Gloria necesita es un cambio deambiente. Aquí no puede olvidar a Robbie, desde luego.¿Cómo puede olvidarlo si cada rbol y cada roca se lorecuerda? Es realmente la situación más tonta de que heoído hablar. ¡Imagínate una criatura desfalleciendo porla pérdida de un ro bot! --Bien, vamos al grano. ¿Cu l es el cambio deambiente que planeas? --Vamos a llevarla a Nueva York. --¡En agosto! Oye, ¿sabes lo que representa NuevaYork en agosto? ¡Es insoportable! --Hay millones que lo soportan. --No tienen un sitio como éste donde estar. Si notuviesen que quedarse en Nueva York, no se quedarían. --Pues nosotros tendremos que quedarnos también.Vamos a salir en seguida, en cuanto hayamos hecho lospreparativos. En Nueva York, Gloria encontrarásuficientes distracciones y suficientes amigos parahacerle olvidar esta máquina. --¡Oh, Dios mío!... -gruñó el infeliz marido-.¡Aquellos pavimentos abrasadores! --Tenemos que ir -fue la implacable respuesta-.Gloria ha perdido dos kilos este mes y la salud de mihijita es más importante para mí que tu comodidad. --Es una l stima que no hayas pen sado en la salud detu hijita antes de privarla de su querido robot-murmuró él..., para sí mismo.

Gloria dio inmediatamente síntomas de mejoría en

cuanto oyó hablar del inminente viaje a la ciudad.Hablaba poco de él, pero cuando lo hacía era siemprecon vivo entusiasmo. Comenzó de nuevo a sonreír y acomer con su precedente apetito. Mrs. Weston no cabía en sí de júbilo y no perdíaocasión de demostrar su triunfo sobre su todavíaescéptico marido. --¿Lo ves, George? Ayuda a hacer el equipaje como unangelito y charla como si no hubiese tenido un disgustoen su vida. Es lo que te dije, lo que necesitaba erafijar su interés en otra cosa. --¡Ejem!... -respondió el marido, escéptico-.Esperemos que así sea. Los preliminares se hicieron r pidamente. Se tomaronlas disposiciones para el alojamiento en la ciudad y unmatrimonio quedó encargado del cuidado de la casa decampo. Cuando finalmente llegó el día de la marcha,Gloria había vuelto a ser la misma de antes y ni lamenor alusión de Robbie pasó por sus labios. Con el mejor humor, la familia tomó un taxigiro hastael aeropuerto (Weston hubiera preferido ir en suautogiro, pero era sólo un dos plazas y no había sitiopara el equipaje) y entraron en el avión que esperabapara salir. --Ven, Gloria, te he reservado un sitio al lado de laventana para que veas el paisaje. Gloria ocupó el sitio indicado, aplastó su naricillacontra el grueso vidrio y miró con un interés queaumentó al comenzar a rugir los motores

Era demasiado pequeña para asustarse cuando la tierraempezó a alejarse a sus pies y sintió aumentar el doblede su peso. Sólo cuando la tierra hubo cambiado deaspecto y se convirtió en una vasta manta de cuadros de

colores, apartó la nariz del vidrio y se volvió haciasu madre. --¿Llegaremos pronto a la ciudad, mamá? -preguntórascándose la nariz helada y observando cómo sedesvanecía la mancha opaca que su aliento había dejadoen la ventana. --Dentro de media hora, hija mía.¿No estás contenta de que vayamos? -añadió con sólo unleve tono de ansiedad en la voz-. ¿No vas a ser muyfeliz en la ciudad, con los edificios y la gente ytantas cosas que ver? Iremos al visivoz cada día, y alteatro, y al circo y a la playa, y... --Sí, mamá -fue la respuesta sin entusiasmo de lachiquilla. La nave pasaba en aquel momento sobre un marde nubes y Gloria quedó en el acto absorbida en lacontemplación de aquella masa que tenía a sus pies.Después volvieron a encontrarse en medio de un cieloazul y se volvió hacia su madre con un súbito airemisterioso de secreto. --Ya sé por qué vamos a la ciudad, mamá. --¿Sí, hija mía? -dijo Mrs. Weston intrigada-. ¿Y porqué? --No me lo has dicho porque querías darme unasorpresa, pero lo sé.-Quedó un momento sumida en la admiración de su agudaperspicacia y des pués se echó a reír alegremente-.Vamos a Nueva York porque allí podremos encontrar aRobbie, ¿no es verdad? Con detectives. La suposición pilló a George Weston en el momento debeber un vaso de agua, con desastrosos resultados.Hubo una especie de ronquido, un géiser de agua y unatos de alguien que se ahoga. Cuando todo huboterminado, ofreció el aspecto de una personaprofundamente contrariada, tenía el rostro colorado yestaba mojado de pies a cabeza.

Mrs. Weston mantuvo su compostura, pero cuando Gloriahubo repetido su pregunta con el ansia redoblada en lavoz, su mal humor triunfó. --Quiz -repitió secamente-. Y ahora siéntate y estátequieta, por el amor de Dios.

Nueva York, en 1998, era para el visitante un paraísosuperior a lo que había sido siempre. Los padres deGloria se dieron cuenta de ello y sacaron el mejorpartido posible. Por orden estricta de su mujer, Weston había tomadolas disposiciones necesarias para que sus negociosmarchasen solos por algún tiempo, a fin de estar librey poder dedicar el tiempo a lo que él llamaba "salvar aGloria del borde del abismo". Como era costumbre enWeston, lo hizo de aquella forma precisa, minuciosa yeficiente que era propia de él. Antes de que hubiesetranscurrido un mes, nada de lo que podía hacerse habíadejado de ser hecho. Gloria fue llevada al último piso del RooseveltBuilding, que medía casi un kilómetro de altura, ydesde donde se gozaba del abigarrado panorama de losedificios que se extendían hasta los campos de LongIsland y las tierras llanas de Nueva Jersey.Visitaron los jardines zoológicos, donde Gloriacontempló con emocionado temor un "verdadero león vivo"(con la consiguiente decepción de ver que losguardianes lo alimentaban con trozos de carne cruda yno con seres humanos, como ella esperaba), y pidió coninsistencia y de manera perentoria ver "la ballena". Los diversos museos contribuyeron también a llamar suatención, así como parques, playas y el acuario. Llevaron a Gloria hasta medio curso del Hudson en unbarco especialmente decorado, que evocaba el arcaísmo

de los años veinte. Viajó por la estratosfera en unasalida de exhibición y vio el cielo ponerse de color depúrpura, las estrellas destacar en el firmamento y laTierra nebulosa tomar bajo ellos el aspecto de una grantaza cóncava. Una nave submarina de paredestransparentes le hizo visitar las aguas de Long Islandy vio aquel mundo verde y tembloroso, y los monstruosmarinos acercarse a ella y huir después atemorizados. En un terreno más prosaico, Mrs.Weston la llevó a los grandes almacenes, donde pudosoñar de nuevo a su antojo. En resumen, cuando el mes hubo casi transcurrido, losWeston estaban convencidos de haber hecho cuanto erahumanamente posible para quitarle de la cabeza aldesaparecido Robbie, pero no estaban muy seguros dehaberlo conseguido. El hecho cierto era que dondequiera que llevasen aGloria, desplegaba el más vivo interés por todos losrobots que se le ponían delante. Por muy interesanteque fuese el espectáculo a que asistía, por nuevo quefuese a sus ojos infantiles, su mirada se fijabaimplacablemente en cualquier parte donde viese unmovimiento metálico. La situación alcanzó su apogeo con el episodio delMuseo de Ciencia y de Industria. El Museo habíaanunciado un "programa infantil" especial donde teníanque hacerse demostraciones de magia científicareducidas a la escala de la mentalidad infantil. LosWeston, desde luego, pusieron el espectáculo en lalista de "indispensables". Los Weston estaban completamente absorbidos por losexperimentos de un potente electroimán cuando Mrs.Weston se dio súbitamente cuenta de que Gloria noestaba con ellos. El p nico inicial se convirtió en

metódica decisión y con la ayuda de tres empleados secomenzó una minuciosa búsqueda. Gloria, por su parte, no era de esas chiquillas querondan al azar.Para su edad, era inusitadamente decidida, saturada deidiosincrasia maternal, a este respecto. En el tercerpiso había visto un gran cartel con una flecha y laindicación "Al Robot Parlante", y después de haberlodeletreado sola y observando que sus padres no parecíandecididos a avanzar en aquella dirección, hizo lo queconsideró indicado. Esperando un momento de distracciónpaterna, dio media vuelta y siguió la flecha. El Robot Parlante era verdaderamente un "tour deforce"; pero un artefacto totalmente inútil, sin másvalor que el publicitario. Cada hora, un grupo devisitantes escoltados por un empleado se deteníadelante del robot y hacía preguntas al ingenieroencargado del robot, con discretos susurros. Las que elingeniero juzgaba aptas para ser contestadas por loscircuitos del robot, le eran transmitidas. Era una tontería. Puede ser muy interesante saber queel cuadrado de catorce es ciento noventa y seis, que latemperatura en este momento es de 28> centígrados, quela presión del aire acusa 750mm de mercurio, y que elpeso atómico del sodio es 23, pero para esto, enrealidad, no se necesita un robot. No se necesita, enespecial, una enorme masa inmóvil de alambres yespirales que ocupa veinticinco metros cuadrados. Pocos eran los que hacían una segunda experiencia,pero una chiquilla de unos diez años estabatranquilamente sentada en un banco esperando la terceraexhibición. Era la única persona que había en la salacuando Gloria entró, pero no la miró. Para ella, enaquel momento otro ser humano era un ejemplar

completamente despreciable. Consagraba su atención aaquel objeto lleno de ruedas dentadas

De momento, vaciló con cierto desaliento. Aquello no separecía a ninguno de los robots que ella había visto.Cautelosamente, vacilando, levantó su débil voz. --Por favor, Mr. Robot, perdone, ¿es usted el RobotParlante? No estaba muy segura de ello, pero le parecíaque un robot que hablaba merecía toda clase deconsideraciones

(Por el delgado rostro de la muchacha de diez añospasó una mirada de intensa concentración. Sacó uncarnet de notas del bolsillo y comenzó a escribir rpidamente). Se oyó un girar de mecanismos bien engrasados y unavoz metálica lanzó unas palabras que carecían de acentoy entonación. --Yo-soy-el-robot-parlante. Gloria lo miró contrariada. "Hablaba", pero el sonidovenía de dentro. No había rostro al cual hablar. --¿Puede usted ayudarme, Mr. robot? -dijo. El Robot Parlante estaba construido para contestarpreguntas, pero sólo las preguntas que se podían hacer.Confiado en su capacidad, sin embargo, respondió:--Puedo-ayudarle. --Gracias, Mr. Robot. ¿Ha visto usted a Robbie?--¿Quién-es-Robbie? --Un robot, Mr. Robot, señor -sepuso de puntillas-. Es así de alto, pero más alto, ymuy bueno. Tiene cabeza, sabe... Bueno, usted no tiene,pero él sí. --¿Un robot?... -preguntó el Robot Parlante un pocoperplejo. --Sí, míster Robot. Un robot como usted, salvo que,

naturalmente, no sabe hablar y que..., parece unapersona de veras. --¿Un-robot-como-yo? --Sí, míster Robot. A lo cual el robot parlante sólo contestó con unruido de engranajes y un sonido incoherente. Trató deponerse lealmente a la altura de su misión y sefundieron media docena de bobinas. Zumbaron algunasseñales de alarma. (En aquel momento la muchacha de diez años se marchó.Tenía bastante para su primer artículo sobre "AspectosPr cticos del Robotismo". Era el primero de los variosque tenía que escribir Susan Calvin sobre este tema). Gloria permanecía de pie con mal disimuladaimpaciencia, esperando la respuesta del robot, cuandooyó un grito detr s de ella. --¡Allí está! -Y en el acto reconoció la voz de sumadre-. ¿Qué estás haciendo aquí, mala muchacha?-exclamó, su ansiedad transformándose en el acto encólera-. ¿No sabes el miedo que has hecho pasar a pap ymamá? ¿Por qué te has escapado? El ingeniero del robothabía aparecido también, mes ndose los cabellos ypreguntando quién diablos había estropeado la máquina. --¿Es que no saben ustedes leer? ¿No saben que notienen derecho a estar aquí sin ir acompañados? Glorialevantó su ofendida voz. --He venido sólo a ver el Robot Parlante, mamá. Penséque quiz sabría dónde estaba Robbie, puesto que los dosson robots. -Y al aparecer en su mente el recuerdo deRobbie, estalló en una tempestad de l grimas-. ¡Tengoque encontrar a Robbie, mamá, tengo que encontrarlo! --¡Ah, Dios mío, esto es más de lo que soy capaz desoportar! -exclamó Mrs. Weston ahogando un grito-.¡Volvamos a casa, George! Aquella tarde, George se ausentó durante algunas

horas y a la mañana siguiente se acercó a su mujer enuna actitud sospechosamente complaciente. --He tenido una idea, Grace. --¿Sobre qué? -preguntó ella con soberanaindiferencia. --Sobre Gloria. --¿No vas a proponer devolverle el robot? --No, desdeluego que no. --Entonces, sigue. No tengo inconveniente enescucharte. Nada de lo que hemos hecho parece haberservido de nada. --Muy bien. He aquí lo que he estado pensando. Elgran mal de Gloria es que piensa en Robbie como personay no como máquina. Naturalmente, no puede olvidarlo.Ahora bien, si conseguimos convencer a Gloria de que suRobbie no era más que un amasijo de acero y cobre enforma de planchas y que el jugo de su vida no era másque hilos y electricidad, ¿cu nto tiempo duraría suanhelo? Es la forma psicológica de ataque, si entiendeslo que quiero decir. --¿Y cómo pretendes conseguirlo? --Simplemente,¿dónde imaginas que fui, anoche? He persuadido aRobertson, de la U. S. Robots & MechanicáMen Inc., quenos permita realizar mañana una visita completa de sustalleres. Iremos los tres y una vez hayamos terminadola visita, Gloria estará convencida de que un robot noes una cosa viva. Los ojos de Mrs. Weston habían ido agrand ndoseprogresivamente, delatando una súbita y profundaadmiración. --¡Pero.. George..., esto es una excelente idea! Los botones de la chaqueta de George Weston tiraroncon fuerza. --Es de las que tengo yo... -dijo.

Míster Struthers era un director general concienzudoy naturalmente inclinado a ser un poco locuaz. Estacombinación dio por resultado una vi sita que fuetotalmente, quiz con exceso, explicada en todas susfases.Sin embargo, Mrs. Weston no se aburría. Al contrario,más de una vez se detuvo e insistió en que explicasedetalladamente algo en un lenguaje suficientementeclaro para que Gloria lo entendiese. Bajo la influenciade esta apreciación de sus facultades narrativas,míster Struthers se sintió comunicativo y se extendiócon mayor genialidad todavía, si cabe. Incluso George Weston demostraba una crecienteimpaciencia. --Perdóneme, Struthers -dijo, interrumpiendo unaconferencia sobre la célula fotoeléctrica-; ¿no tienenustedes una sección donde sólo se emplee mano de obrarobot? --¡Oh, sí; sí, desde luego! -dijo sonriendo aMrs. Weston-. Un círculo vicioso, en cierto modo;robots creando robots. Desde luego, no hacemos una prctica general de ello. En primer lugar, porque lossindicatos no nos lo permitirían. Pero conseguimospoder utilizar algunos robots como mano de obra robot,únicamente como una especie de experimento científico

Comprenda... -prosiguió golpe ndose la palma de lamano con sus lentes para dar paso a su argumentación-,lo que los sindicatos no comprenden -y lo dice unhombre que ha simpatizado siempre con la obra sindicalen general- es que el advenimiento del robot, auncuando aportando al empezar alguna dislocación en eltrabajo, tendrá inevitablemente que... --Si, Struthers -dijo Weston-, pero esta sección de

que habla usted, ¿podemos verla? Debe de ser muyinteresante, estoy seguro. --¡Sí, sí, desde luego! -Míster Struthers se puso loslentes con un movimiento convulsivo y soltó unatosecita de desaliento. Síganme, por favor. Mientras siguieron un largo corredor y bajaron untramo de escaleras, Struthers, precediendo a los demás,estuvo relativamente tranquilo. Después, una vezhubieron entrado en una vasta habitación intensamenteiluminada donde reinaba el zumbido de una mecánicaactividad, se abrieron las compuertas y desbordó elchorro de sus explicaciones. --Aquí lo tiene usted -dijo con el orgullo impreso ensu voz-. ¡Sólo robots! Cinco hombres actúan comoinspectores y no tienen siquiera que estar en estahabitación. En cinco años, es decir, desde queinaguramos este sistema, no ha ocurrido un soloaccidente. Desde luego, los robots aquí reunidos sonrelativamente sencillos, pero... La voz del director general se había convertido hacíatiempo ya en un murmullo tranquilizador a los oídos deGloria. Toda aquella visita le parecía aburrida einútil, a pesar de que hubiese muchos robots a lavista.Ninguno de ellos era ni remotamente como Robbie, y loscontemplaba con manifiesto desdén. Vio que en aquella habitación no había ser viviente.Entonces sus ojos se fijaron en seis o siete robots quetrabajaban activamente en una mesa redonda en el centrode la sala, y se apartaron con una sorpresa deincredulidad. La sala era espaciosa. Gloria no podíaverlo bien, pero uno de los robots parecía...parecía... ¡"era"! --¡Robbie! -El grito rasgó el aire y uno de los

robots se estremeció y dejó caer la herramienta quemanejaba

Gloria estaba como loca de alegría.Metiéndose por debajo de la barandilla antes de que suspadres pudiesen impedirlo, saltó al suelo, situadoalgunos palmos más abajo y corrió hacia Robbie, con losbrazos abiertos y el cabello flotando. Y en aquel momento, las tres personas mayores vieronhorrorizadas, al tiempo que quedaban paralizadas deespanto, lo que la chiquilla no vio: un enorme tractorque avanzaba a ciegas, siguiendo el camino que teníatrazado. Weston necesitó una fracción de segundo para volveren sí, pero aquella fracción de segundo lo representótodo porque Gloria ya no podía ser salvada, todo eraclaramente inútil.Struthers hizo una r pida seña a los inspectores paraque detuviesen el tractor, pero los inspectores no eranmás que seres humanos y necesitaron tiempo para actuar. Sólo fue Robbie quien actuó r pidamente y conprecisión. Devorando con sus piernas de metal el espacio que loseparaba de su amita, se lanzó hacia ella viniendo dela dirección opuesta. Todo ocurrió en un instante.Extendiendo el brazo, Robbie agarró a Gloria sinmoderar su marcha en lo más mínimo y dej ndola, porconsiguiente, sin aire en los pulmones. Weston, sincomprender muy bien lo que ocurría, sintió, más quevio, a Robbie pasar por su lado como un alud ydetenerse en seco. El tractor cortó el camino dondehabía estado Gloria, medio segundo después de queRobbie la hubo arrastrado tres metros, y se detuvo conun chirrido metálico y prolongado.

Gloria recobró el aliento, fue sometida a una seriede apasionados abrazos y caricias por parte de suspadres y se volvió emocionada hacia Robbie. Para ellano había ocurrido nada, salvo que había encontrado a suamigo. Pero la expresión de Mrs. Weston había pasado de lafranca alegría a la de una sombría suspicacia. Sevolvió hacia su marido, y, pese a su descompuesto yalterado aspecto, consiguió adoptar una actitudformidable. --¿Tú..., has preparado esto, verdad...? GeorgeWeston se secaba la abrasada frente con un pañuelo. Sumano temblaba y sus labios sólo conseguían esbozar unasonrisa sumamente tenue. --Robbie no estaba construido para un trabajo deingeniería o construcción -prosiguió Mrs. Westonsiguiendo sus ideas-. No podía serles de ningunautilidad. Lo has hecho colocar aquí a fin de que Gloriapudiese encontrarlo. Ya lo sabes... --Pues, sí... -dijo Weston-. Pero ¿cómo iba a saberyo que el encuentro tenía que ser tan violento? YRobbie le ha salvado la vida; esto tienes quereconocerlo. ¡No puedes volverlo a despedir! Grace Weston reflexionó. Se volvió hacia Gloria yRobbie y los contempló pensativa algún tiempo. Gloriahabía pasado sus brazos alrededor del cuello del roboty hubiera asfixiado a cualquiera que no hubiese sido demetal, mientras murmuraba palabras sin sentido con unfrenesí casi histérico

Los brazos de acero cromado de Robbie (capaces deconvertir en un anillo una barra de acero de cincocentímetros de di metro) abrazaban cariñosamente a lachiquilla y sus ojos brillaban con un rojo intenso y

profundo

--Bien -dijo Grace Weston, finalmente-. ¡Por mí puedequedarse hasta que se oxide!

--Desde luego, no fue así -dijo Susan Calvin,encogiéndose de hombros-. Esto ocurría en 1998. En 2002habíamos inventado ya el robot móvil-parlante que,naturalmente, dejaba a todos los modelos no parlantesanticuados, y que parecía ser el último grito en lotocante a elementos no-robot. Entre 2003 y 2007, lamayoría de los gobiernos desterraron el uso del robotpara todo propósito que no fuese la investigacióncientífica. --¿Así que Gloria tuvo que abandonar a Robbie, alfinal? --Así lo temo. Imagino, sin embargo, que debióde serle más fácil a los quince años que a los ocho. Noobstante, fue una actitud estúpida e innecesaria porparte de la humanidad

U. S. Robots alcanzó financieramente su nivel más bajoen 2007, por los tiempos en que yo ingresé. Alprincipio, creí que mi empleo podía terminarsúbitamente en cuestión de algunos meses, pero entoncesempezamos a desarrollar el mercado extraterrestre. --Y así siguió usted trabajando, desde luego. --No del todo. Empezamos tratando de adaptar losmodelos que teníamos a mano. Los primeros modelosparlantes, por ejemplo. Los enviamos a Mercurio paratrabajar en las explotaciones mineras, pero fracasaron. --¿Fracasaron? -pregunté yo con sorpresa-. ¡Pero silas minas de Mercurio rinden muchos millones de

dólares! --Ahora, sí, pero fue una segunda tentativa la quetriunfó. Si quiere usted saber algo de esto, leaconsejo que se entere de lo que le ocurrió a GregoryPowell. Él y Michael Donovan resolvieron los casos másdifíciles entre los diez y veinte. Hace años que no sénada de Donovan, pero Powell vive aquí, en Nueva York.Hoy es abuelo, una cosa a la cual es difícilacostumbrarse. Yo sólo puedo recordarlo como unmuchacho. Desde luego, yo era joven también. Traté de seguirle tirando de la lengua. --Si quiere usted darme los hechos escuetos, doctoraCalvin -dije-, puedo hacer que míster Powell me loscomplete más tarde. (Y esto fue exactamente lo quehice). Extendió sus finas manos sobre la mesa y permaneciócontempl ndolas. --Hay dos o tres casos sobre los que sé algunacosa... -dijo. --Empecemos por Mercurio -propuse

--Bien; me parece que fue en 2051 cuando se organizóla segunda expedición a Mercurio. Era una expediciónexploratoria, financiada en parte por U. S. Robots y enparte por Solar Minerals. Consistía en un nuevo tipo derobot, todavía experimental; Gregory Powell; MichaelDonovan...

2 Sentido Giratorio

Uno de los principios favoritos de Gregory Powell eraque con la excitación no se gana nada; de manera quecuando Mike Donovan bajó las escaleras saltando haciaél, con el cabello rojo empapado de sudor, Powellfrunció el ceño. --¿Qué pasa? -dijo-. ¿Te has roto una uña? --¡Ya!...-exclamó Donovan febril-. ¿Qué has estado haciendo aquíabajo todo el día? -Hizo una profunda aspiración-:¡Speedy no ha regresado! Los ojos de Powell se agrandaron momentáneamente y sedetuvo en la escalera; después reaccionó y siguiósubiendo. No pronunció una palabra hasta llegar alrellano de arriba y entonces, dijo: --¿Has mandado abuscar el selenio? --Sí. --¿Y cu nto tiempo lleva fuera? --Cinco horas ya. Silencio. Era una situación endiablada. Llevabanexactamente doce horas en Mercurio y ya estaban metidoshasta las cejas en la mar de complicaciones. Hacía yatiempo que Mercurio era el mundo endiablado delsistema, pero aquello resultaba algo excesivo, inclusopara un diablo. --Empieza por el principio y vamos a poner esto enclaro -dijo Powell.

Estaban en la sala de la radio, con el equipo yaligeramente anticuado, que nadie había tocado durantelos diez años anteriores a su llegada.Incluso diez años, tecnológicamente hablando, tienenimportancia. Comparemos a Speedy con el tipo de robotsen boga por allá el año 2005. Pero el avance enrobótica de aquellos días era tremendo. Powell,contrariado, tocó una superficie metálica todavíareluciente. El aspecto de abandono que reinaba en laestancia, e incluso en toda la estación, erainfinitamente deprimente. Donovan debió de darsecuenta, porque empezó: --He tratado de localizarlo porradio, pero ha sido inútil. La radio es inoperante enla cara solar de Mercurio, a más de tres kilómetros entodo caso. Este es uno de los motivos por los cualespas is la primera expedición. Y no podemos instalar elequipo de ultraonda antes de algunas semanas... --Deja todo esto. ¿Qué has conseguido? --Helocalizado la señal de un cuerpo inorganizado en laonda corta.No he conseguido más que la posición

He seguido su rastro durante dos horas y he anotado losresultados en el mapa. Llevaba en el bolsillo un cuadrado de pergamino,reliquia de la infructuosa primera expedición, y loarrojó sobre la mesa con rabia, extendiéndolo con lapalma de la mano. Powell, con las manos sobre el pecho,lo observaba a distancia. El l piz de Donovan señalónerviosamente. --La cruz roja es el pozo de selenio. Tú mismo lomarcaste. --¿Cu l de ellos? -interrumpió Powell-. Mac-Dougallocalizó tres antes de marcharse.

--He mandado a Speedy al más próximo, naturalmente. Aveintiocho kilómetros de aquí. Pero, ¿qué diferenciahay? -añadió con la voz tensa-.Aquí hay los puntos de l piz que marcaban la posiciónde Speedy. Por primera vez el estudiado aplomo de Powell falló ytendió las manos hacia el mapa. --¿Lo dices en serio? Esto es imposible. --Pues así es -gruñó Donovan. Los diminutos puntos de l piz formaban un vagocírculo alrededorde la cruz roja del pozo de selenio. YPowell se atusó el bigote, infalible signo de ansiedad. --Durante las dos horas que lo he seguido -prosiguióDonovan- dio cuatro vueltas alrededor del pozo. Meparece que va a seguir así siempre.¿Te das cuenta de la situación en que nos encontramos?Powell levantó un instante la vista pero no dijo nada.Sí, se daba muy bien cuenta de la situación en queestaban. Aparecía tan clara como un silogismo. Labarrera de fotocélulas, único obstáculo que seinterponía entre el monstruoso sol de Mercurio y ellos,estaba destruida. Lo único que podía salvarlos era elselenio. El único que podía conseguir el selenio eraSpeedy. Si Speedy no regresaba, no había selenio. Si nohabía selenio, no había barrera de fotocélulas.Si no había barrera de fotocélulas..., sería la muerte,abrasados lentamente de la forma más desagradableposible. Donovan se secó con rabia la roja melena y en tonoamargado dijo: --Vamos a ser el hazmerreír de todo elsistema, Greg. ¿Cómo puede haber ido todo tan mal, tande repente? ¡El famoso equipo de Powell y Donovan esmandado a Mercurio para informar sobre la convenienciade abrir de nuevo el yacimiento minero de la Fase Solar

con técnica moderna y robots y el primer día loestropean todo! Un trabajo de mera rutina, además...Jamás sobreviviremos a esto. --Ni tendremos necesidad de sobrevivir, quiz-respondió Powell tran quilamente-. Si no hacemos algopronto, sobrevivir, o incluso sólo vivir, estará fueradel caso. --¡No seas estúpido! Si te gusta bromear con esto, amí, no. Ha sido criminal mandarnos aquí con un solorobot. Y fue idea genial tuya, creer que podíamosrestablecer la barrera de fotocélulas solos. --Ahora no eres leal. Fue una decisión mutua y tú losabes muy bien.Lo único que necesiábamos era un kilogramo de selenio,una Placa Inmovilizadora Dielectródica y unas treshoras de tiempo; la cara solar está llena de pozos deselenio. El espectro-reflector de Mac-Dougal descubriótres en cinco minutos. ¡Qué diablos! ¡No podíamosesperar la próxima conjunción! --Bien, ¿y qué vamos a hacer? Powell, tú tienes unaidea. Lo sé, si no la tuvieses no estarías tantranquilo. No eres más héroe que yo.¡Venga, suéltala ya! --No podemos ir en busca de Speedy por la cara delsol, Mike. Ni aun los nuevos insotrajes aguantan más deveinte minutos de luz directa del sol

Pero ya conoces el viejo refr n, "Manda un robot abuscar un robot".Mira Mike, quiz las cosas no están tan mal. Abajo, enlos subniveles tenemos seis robots que podemos utilizarsi funcionan. "Si" funcionan. Un destello de esperanza apareció súbitamente en losojos de Donovan.

--¿Quieres decir los seis robots de la primeraexpedición? ¿Estás seguro?Pueden ser máquinas subrobóticas.Diez años son muchos años para los tipos de robots, yalo sabes. --No importa,son robots. He pasado el día entre ellosy lo sé. Tienen cerebro positónico; primitivo, desdeluego. Vamos abajo -dijo metiéndose el mapa en elbolsillo. Los seis robots estaban en el último subnivel,rodeados de cajas de embalaje de incierto contenido.Eran enormes, muy grandes, y a pesar de que estabansentados en el suelo con las piernas estiradas, suscabezas se elevaban sus buenos dos metros en el aire. --¡Fíjate en el tamaño! -silbó Donovan-. El torsodebe de tener tres metros de circunferencia. --Es porque están dotados del viejo mecanismoMcguffy. He mirado su interior; es la cosa máscomplicada que has visto jamás. --¿Los has cargado ya? --No, no tenía ningún motivopara ello. No creo que tengan nada descompuesto.Incluso el diagrama está en buen estado. Pueden hablar. Destornilló la placa del pecho del más cercano einsertó en él la esfera de cinco centímetros de dimetro que contenía la diminuta chispa de energíaatómica que daba vida al robot. Era difícil fijarla,pero lo consiguió, y volvió a atornillar laboriosamentela placa. Los controles de radio de modelos másmodernos no habían sido oídos hacía diez años. Despuésrepitió la operación con los otros cinco. --No se mueven -dijo Donovan, inquieto. --No les hemos dado orden de que lo hagan -respondióPowell sucintamente

Volvió al primero de la fila y lo golpeó en el pecho-.¡Tú! ¿Me oyes? La cabeza del monstruo se inclinórespetuosamente, como lo hubiera hecho un siervo, y susojos se fijaron en Powell. Después, con una voz dura,como un graznido, como la de un gramófono de la épocamedieval, articuló: "Sí, señor". Powell miró a Donovan sin expresión. --¿Has oído? Son los tiempos de los primeros robotsparlantes, cuando parecía que los robots iban a serdesterrados de la Tierra. Los fabricantes luchaban eimbuyeron en ellos sanos instintos de esclavitud. --De poco les ha valido -murmuró Donovan. --No, no les valió, pero lo intentaron. -Se volvió denuevo hacia el robot-. ¡Levántate! El robot se incorporó lentamente y Donovan levantó lacabeza con un leve silbido. --¿Puedes salir a la superficie? ¿A la luz? -preguntóPowell. El lento cerebro del robot funcionó pausadamente. --Sí, señor -dijo por fin. --Bien. ¿Sabes lo que es un kilómetro? Otra reflexióny otra lenta respuesta. --Sí, señor. --Vamos a llevarte a la superficie y te indicaremosuna dirección. Avanzar s veintiocho kilómetros y poralguna parte de aquella región encontrar s otro robot,más pequeño que tú. ¿Sigues entendiendo? --Sí, señor. --Encontrar s este robot y le ordenar s que regrese.Si no quiere regresar, tienes que traerlo a la fuerza. Donovan agarró la manga de Powell

--¿Por qué no mandarlo directamente a buscar elselenio? --Porque quiero que Speedy regrese, idiota.Quiero averiguar qué le ocurre. Bien -añadió

dirigiéndose al robot-, sígueme. El robot permaneció inmóvil y su voz graznó:--Perdón, señor, pero no puedo.Tienes que montar primero. -Con un fuerte golpe, juntósus manos entrelazando los dedos. Powell lo miró y seacarició el bigote. --¡Eh...! ¡Ah! --¿Tenemos que montarlo? -dijo Donovan saltándole losojos-. ¿Como un caballo? --Me parece que ésta es laintención. Pero no sé por qué. No veo...¡Ah, sí! Ya te he dicho que en aquellos tiempos estabanluchando con la seguridad de los robots. Evidentemente,quisieron dar la sensación de seguridad nopermitiéndoles moverse sin llevar un cornacáen loshombros. ¿Qué hacemos ahora? --Eso es lo que estoypensando -murmuró Donovan-. No podemos salir a lasuperficie, ni con robot ni sin él. ¡Por el pellejode...! -Hizo chasquear los dedos-. Dame el mapa -dijoexcitado-. No en balde he pasado dos horas estudindolo. ¡Hay una explotación mineral! ¿Por qué noutilizamos los túneles? El yacimiento minero estabamarcado en el mapa por un círculo negro y las delgadaslíneas que salían de él, a la manera de una telaraña,eran los tú neles. Donovan estudió las explicaciones delectura al pie de la p gina

--Mira -dijo-, los pequeños puntos negros sonaberturas que dan a la superficie y aquí hay uno quequiz no esté a más de cinco kilómetros del pozo deselenio. Aquí hay un número..., ¡hubieran podidoescribir más grande!... 13-A. Si los robots saben elcamino hasta aquí... Powell hizo la pregunta y recibió un sordo "Sí,señor".

--Ponte el insotraje -dijo, satisfecho. Era la primera vez que se ponían los insotrajes, locual requería más tiempo del que habían creído el díaanterior a su llegada, y sintieron incomodados losmovimientos de sus miembros. El insotraje era mucho más voluminoso y feo que eltraje del espacio reglamentario; pero considerablementemás ligero porque no entraba metal alguno en sucomposición. Compuestos de pl stico resistente al calory planchas de corcho químicamente trata das, yequipados con un dispositivo desecador para mantener elaire seco, los insotrajes podían resistir el ardor delsol de Mercurio durante veinte minutos. Y quiz de cincoa diez más, sin causar la muerte del ocupante. Y las manos del robot seguían formando estribo sindemostrar el más leve indicio de sorpresa ante lagrotesca figura en que Powell se había convertido. Lavoz de Powell, enronquecida por la radio, gritó:--¿Estás a punto de llevarnos a Salida 13-A? --Sí,señor. "Bien", pensó Powell; "pueden carecer de radiocontrol, pero, por lo menos, van equipados con radioreceptor". --Monta en uno de los otros, Mike -le dijo a Donovan. Puso un pie en el improvisado estribo y montó.Encontró el asiento cómodo; los hombros del robothabían sido evidentemente moldeados con este fin; habíauna depresión en cada hombro, y dos "orejas" salientescuyo objeto parecía claro. Powell se agarró a las "orejas" y sacudió la cabezadel robot. Su montura se volvió pesadamente. "Guía,Macduff". Pero Powell no se sintió tranquilizado. Los gigantescos robots avanzaron lentamente conmecánica precisión y franquearon la puerta cuyo dintel

apenas distaba un palmo sobre su cabeza, de manera quelos dos amigos tuvieron que encogerse r pidamente;siguieron un corredor en el cual los lentos pasosresonaban rítmicamente y finalmente entraron en lacompuerta neumática

El largo túnel sin aire que se extendía delante deellos hasta llegar a formar un solo punto, evocó aPowell la exacta magnitud del esfuerzo realizado por laprimera expedición, con sus rudimentarios robots y suselementales necesidades. Pudo ser un fracaso, pero sufracaso fue bastante más útil que los éxitos usualesdel Sistema Solar. --Fíjate en que estos túneles están iluminados y sutemperatura es la normal de la Tierra. Probablemente hasido así durante los diez años que han permanecidodesiertos. --¿Cómo es eso? --Energía barata; la más barata delSistema. Fuerza solar, ¿comprendes?, y en la Cara Solarde Mercurio, la fuerza solar es "algo". Por esto laestación fue construida a la luz del sol en lugar delas sombras de la montaña. Es realmente un enormetransformador de energía. El calor es transformado enelectricidad, luz, fuerza mecánica y lo que quieras; demanera que la energía es suministrada por un procesosimultáneo, pues sirve también para refrigerar laestación. --Mira -dijo Donovan-. Todo esto es muy instructivo,pero, ¿te importaría cambiar de tema? Ocurre que estaconversión de la energía de que hablas es realizadaprincipalmente por la barrera de fotocélulas, y éste espara mí un doloroso tema en este momento. Powell gruñó ligeramente y cuando Donovan rompió elsubsiguiente silencio fue para abordar un tema

totalmente distinto. --Escucha, Greg. ¿Qué diablos debe ocurrirle aSpeedy? No puedo comprenderlo. No es cosa fácil encogerse de hombros dentro de uninsotraje, pero Powell lo intentó. --No lo sé, Mike. Ya sabes que está perfectamenteadaptado a un ambiente mercuriano. El calor nosignifica nada para él y está construido para pocagravedad y suelo accidentado. Está a prueba deaverías..., o por lo menos, debería estarlo. --Señor -dijo el robot-. Ya estamos. --¿Eh? -dijo Powell medio dormido-. Bien, salgamos;vamos a la superficie. Se encontraban en una pequeña subestación, vacía, sinaire, en ruinas

Donovan había observado un agujero dentellado en laparte alta de una de las paredes a la luz de su l mparade bolsillo. --¿Un meteorito, supones? -había preguntado. --¡Al diablo! -respondió Powell-.No importa, salgamos. Un imponente acantilado de negra roca bas lticaocultaba la luz del sol y la profunda noche oscura deun mundo sin aire los envolvía. Delante de ellos, lasombra se extendía y terminaba como en un filo denavaja de un insoportable resplandor de luz blanca querelucía con millares de cristales sobre el suelo deroca. --¡Pardiez! -susurró Donovan-.¡Esto parece nieve! -Y era así. Los ojos de Powell se fijaron en el dentelladoresplandor de Mercurio en el horizonte y parpadeó bajosu brillo cegador.

--Esta debe de ser una zona extraordinaria -dijo-. Lacomposición general de Mercurio es baja y la mayoríadel suelo es de piedra pómez gris. Algo como la luna,¿comprendes?¿Bonito, no? Agradecía los filtros de luz de su placade visión. Bello o no, mirar directamente el sol através del cristal los hubiera cegado en menos de unminuto. Donovan miró el termómetro que llevaba en la muñeca. --¡Rep mpanos, ochenta grados!...¡Qué temperatura! --Un poco alta, ¿no crees? -dijo Powell después dehaber comprobado el suyo. --¿En Mercurio? ¿Estás chiflado? --Mercurio enrealidad no carece de atmósfera -explicó Powell comodistraído, ajustando los binoculares a la placa devisión con los dedos torpes a causa de su traje-. Hayuna tenue exhalación que se pega a la superficie,vapores de elementos más vol tiles y compuestos de unpeso suficiente para ser retenidos por la gravedad deMercurio: Selenio, yodo, mercurio, galio, potasio yóxidos vol tiles. Los vapores se reúnen en las sombrasy se condensan, creando calor

Es una especie de alambique gigantesco. Si empleas tu lmpara encontrar s probablemente que toda esta parte delacantilado está cubierta de azufre en bruto o quizrocío de mercurio. --No importa. Nuestros trajes pueden soportar unosvulgares ochenta grados indefinidamente. Powell había ajustado ya su dispositivo binocular, demanera que tenía los ojos salientes como un caracol. --¿Ves algo? -preguntó Donovan observandointensamente.

Powell no contestó en el acto, y cuando lo hizo fuecon cierta ansiedad. --En el horizonte hay un punto oscuro que podría serel pozo de selenio. Está donde debe estar. Pero no veoa Speedy. Powell se echó adelante con un movimiento instintivopara mejorar su visión, levantándose inestable sobrelos hombros de su robot. Con las piernas estiradas,forzando la vista, dijo: --Creo..., creo..., que sí,definitivamente es él. Viene por aquí. Donovan miró hacia donde señalaba el dedo. No llevababinoculares, pero había un punto que se movía,destacándose en negro sobre el cegador brillo del suelocristalino. --¡Lo veo! -gritó-. ¡Sigamos avanzando! Powell había vuelto a sentarse sobre los hombros delrobot y su mano enguantada golpeó el gigantesco pecho

--¡Adelante! -dijo. --¡Vamos allá! -gritó Donovan golpeando con sustalones como si llevara espuelas.

Los robots avanzaron con el golpeteo regular de suspies silenciosos en el vacío, porque la tela metálicade los trajes no transmitía ningún sonido, sólo sepercibía la rítmica vibración del mecanismo interior. --¡Más aprisa! -gritó Donovan; pero el ritmo nocambió. --Es inútil -respondió Powell, también gritando-.Estos condenados chismes no tienen más que unavelocidad. ¿Crees acaso que están equipados conflectores selectivos? Habían atravesado ya las sombrasy la luz caía sobre ellos como una ducha líquida alrojo blanco. Donovan se encogió involuntariamente.

--¡Arrea! ¿Es imaginación o siento calor? --Ya sentirs más. No pierdas de vista a Speedy -le respondió. El robot Spd-13 estaba lo suficientemente cerca paraser visto ya con todo detalle. Su gracioso y alargadocuerpo lanzaba cegadores destellos mientras avanzabacon fácil velocidad por el abrupto suelo. Su nombre eraderivado de las iniciales, pero era apropiado, porquelos modelos Spd se contaban entre los robots másveloces producidos por la United States Robots &Mechanical Men Corp. --¡Eh, Speedy! -gritó Donovan agitando la mano. --¡Speedy! -chilló también Powell-. ¡Ven aquí! La distancia entre los dos hombres y el errante robotfue reduciéndose momentáneamente, más por los esfuerzosque por el lento avance de las anticuadas monturas deDonovan y Powell

Estaba lo suficientemente cerca para darse cuenta deque el paso de Speedy tenía una especie de balanceopeculiar y, en el momento en que Powell agitaba denuevo la mano y mandaba el máximo de energía a suemisor de radio, prepar ndose a lanzar un nuevo grito,Speedy levantó la cabeza y los vio. Speedy se detuvo y permaneció un momento inmóvil,balance ndose leve mente como bajo el impulso de unaligera brisa. --¡Muy bien, Speedy! ¡Ven aquí, muchacho! A lo cual la voz de robot de Speedy resonó en losauriculares de Powell por primera vez. Pero lo que dijo fue incomprensible. Fueron sólo unossonidos inarticulados o quiz unas palabrasincomprensibles. Girando sobre sus talones, salió atoda velocidad en la dirección por donde había venido,levantando en su furia fragmentos de polvo ardiente. Y

sus últimas palabras al huir fueron: "Crece unaflorecilla cerca del viejo roble", seguidas de uncurioso sonido metálico que pudo ser el robóticoequivalente del hipo. --Oye, Greg... -dijo Donovan desfalleciendo-, ¿es queestá borracho o qué? --Si no me lo hubieses dicho, nome hubiera dado cuenta -respondió Powell amargamente-.Volvamos al acantilado

Me estoy asando. Powell fue el primero en romper el angustiososilencio. --En primer lugar -dijo-, Speedy no está borracho enel sentido humano de la palabra, porque es un robot ylos robots no se emborrachan. Sin embargo, le pasa algoque es el equivalente robótico de la borrachera. --Para mí está borracho, y me parece que se figuraque estamos jugando -insistió Donovan-. Y no hay tal.Es cuestión de vida, o una muerte espantosa. --Muy bien. No me des prisa. Un robot sólo es unrobot. Una vez hayamos averiguado qué le pasa, podremosarreglarlo y seguir adelante. --"Una vez"... -dijo Donovan tristemente. --Speedy está perfectamente adaptado al ambiente deMercurio -prosiguió Powell sin hacerle caso-. Pero estaregión es definitivamente anormal -añadió con un ampliomovimiento del brazo-. Esta es la consecuencia.Ahora bien, ¿de dónde vienen estos cristales? Puedenhaber sido formados por un líquido de enfriamiento muylento; pero, ¿de dónde sacar s un lí quido tan calienteque pueda enfriarse bajo el sol de Mercurio? --Acciónvolcánica -insinuó al instante Donovan. --De la boca de los inocentes...-murmuró Powell con una extraña voz, antes de

permanecer algunos minutos silenciosos-. Escucha, Mike-dijo finalmente-, ¿qué le dijiste a Speedy cuando lomandaste en busca del selenio? Donovan quedósorprendido, inmóvil

--Pues..., no sé. Le dije sólo que fuese a por él. --Sí, ya lo sé. Pero, ¿cómo? Trata de recordar laspalabras exactas. --Le dije..., eh... dije: "Speedy, necesitamosselenio. Puedes encontrarlo en tal y tal sitio. Ve apor él". Eso es todo. ¿Qué más querías que le dijera?--¿No indicaste ninguna urgencia en la orden, verdad?--¿Para qué? Era pura rutina. --Bien, es tarde ya -dijo Powell con un suspiro-,pero estamos en un buen atolladero. -Había desmontadode su robot y estaba sentado de espaldas al acantilado.Donovan se reunió con él y se cogieron del brazo. Adistancia, la abrasadora luz del sol parecía quererjugar al escondite con ellos y, a su lado, de los dosgigantescos robots sólo era visible el rojo oscuro desus ojos fotoeléctricos que los miraban, sin pestañear,inmóviles e indiferentes. ¡Indiferentes! ¡Como todo lo de aquel ponzoñosoMercurio, tan grande en peligros como pequeño de talla! La voz de Powell resonó tensa en el receptor de radiode Donovan. --Ahora veamos, empecemos por las tres ReglasFundamentales Robóticas, las tres reglas que hanpenetrado más profundamente en el cerebro positónico delos robots. -Sus enguantados dedos fueron marcando lospuntos en la oscuridad-. Tenemos: Primera."Un robot no debe dañar a un ser humano, ni, por suinacción, dejar que un ser humano sufra daño". --¡Exacto!

--Segunda -continuó Powell-. "Un robot debe obedecerlas órdenes que le son dadas por un ser humano, exceptocuando estas órdenes están en oposición con la PrimeraLey". --¡Exacto! --Y la tercera: "Un robot debe proteger su propiaexistencia hasta donde esta protección no esté enconflicto con la Primera y Segunda Leyes". --Exacto. ¿Y ahora dónde estamos? --Exactamente en laexplicación.El conflicto entre las diferentes leyes se presentaante los diferentes potenciales positónicos delcerebro.Vamos a suponer que un robot se encuentra en peligro ylo sabe. El potencial automático que establece laTercera Ley le obliga a dar la vuelta. Pero supongamosque tú le "ordenas" correr este peligro. En este casola Segunda Ley establece un contrapotencial más alto que el anterior y el robotcumple la orden a riesgo de su existencia. --Bien, eso ya lo sabemos. ¿Qué hay de ello? --Veamosel caso Speedy. Speedy es uno de los últimos modelos,alta mente especializado y del coste de un barco deguerra. No es una cosa para ser destruida a tontas y alocas. --De manera que la Tercera ley ha sido reforzada comofue específicamente mencionado, dicho sea de paso, enlos folletos sobre los modelos Spd, de forma que sualergia al peligro sea inusitadamente alta. Al mismotiempo, cuando lo mandaste en busca del selenio lediste la orden distraídamente y sin énfasis especial,de manera que el potencial de la Segunda Ley erasumamente débil. Ahora bien, fíjate; no hago más queestablecer los hechos.

--Muy bien, sigue; me parece que ya lo tengo. --¿Ves cómo es la cosa, no? Hay alguna especie depeligro, centralizado en el pozo de selenio. Aumenta alaproximarse a él, y, a una cierta distancia de él, elpotencial de la Tercera Ley, inusitadamente alto,compensa exactamente el potencial de la Segunda Ley,inusitadamente bajo. Donovan se puso de pie, excitado. --Y crea el equilibrio, ya lo veo.La Tercera Ley lo hace retroceder, y la Segunda Ley lolleva adelan te... --Y así describe un círculo alrededor del pozo deselenio, permaneciendo en el lugar donde lospotenciales se equilibran. Y como no hagamos algopermanecerá en este círculo para siempre jamás, girandocomo un tiovivo. Y esto -añadió más pensativo- es loque lo embriaga. En un equilibrio potencial la mitad delos senderos positónicos de su cerebro están fuera desitio. No soy especialista en robots, pero me pareceobvio. Probablemente habrá perdido el control deaquellas precisas partes de su mecanismo voluntario quepierde el ser humano ebrio. --Pero ¿cu l es el peligro? Si supiésemos de quéhuía... --Tú lo has insinuado. Acción volcánica. En algúnsitio, encima del pozo de selenio, hay una emanación degases de las entrañas de Mercurio.Oxido de azufre, óxido de carbono...y monóxido de carbono. Muchos..., y a estatemperatura... --El monóxido de carbono más hierro da el hierrocarbonilo. --Y un robot -añadió Powell- es esencialmente hierro.No hay nada como la deducción -añadió-. Hemos definido

todo lo referente al problema, menos la solución. Nopodemos conseguir el selenio nosotros mismos.Sigue estando demasiado lejos. No podemos mandar estosrobots-caballos porque no pueden ir solos y no puedenllevarnos lo suficientemente aprisa para no perecerabrasados. Y no podemos agarrar a Speedy, porque elimbécil cree que estamos jugando. --Si uno de nosotros fuese -dijo tímidamente Donovan-y regresase asado siempre quedaría el otro. --Sí -respondió Powell sarcásticamente-, sería untierno sacrificio, salvo que una persona no estaría encondiciones de dar órdenes antes de llegar al pozo y nocreo que los robots regresasen al acantilado sinórdenes. Calcúlalo. Estamos a cuatro o cinco kilómetrosdel pozo, digamos cuatro, el robot anda sietekilómetros por hora y nosotros duraríamos veinteminutos en nuestros trajes. Y no es sólo el calor,recuérdalo. La ra diación solar, aquí, a partir delultravioleta es "veneno". --¡Ejem!... -murmuró Donovan-.Nos faltarían diez minutos. --Como si fuese una eternidad. Y otra cosa: para queel potencial de la Tercera Ley haya detenido a Speedydonde lo ha detenido, tiene que haber una cantidadapreciable de monóxido de carbono en la atmósfera, devapor metálico, y, por consiguiente, una accióncorrosiva apreciable. Lleva ya varias horas fuera; y,¿cómo sabemos que una articulación de la rodilla, porejemplo, no se saldrá de su sitio, haciéndolo caer? Noes sólo cuestión de pensar; tenemos que pensar"aprisa". ¡Profundo, sombrío, tétrico silencio...! Donovan lo rompió, tembl ndole la voz por el esfuerzohecho para ocultar su emoción: --Puesto que no podemos

incrementar el potencial de la Segunda Ley d ndolenuevas órdenes, ¿por qué no obrar en sentido contrario?Si incrementa mos el peligro, incrementamos elpotencial de la Tercera Ley y lo traemos atr s. La placa de visión de Powell se había vuelto hacia élcon una pregunta muda. --Ver s -dijo la cautelosa explicación-, lo único quetenemos que hacer para sacarlo de su cauce es aumentarla concentración de monóxido de carbono por suvecindad. Bien, en la estación tenemos un laboratorioanalítico completo. --Naturalmente -asintió Powell-.Es una estación minera. --Bien. Debe de haber kilogramos de cido ox lico paralas precipitaciones del calcio. --¡Sagrado espacio! ¡Mike, eres un genio! --Sí, sí... -reconoció Donovan modestamente-. Setrata sólo de recordar que el cido ox lico, alcalentarse, se descompone en bióxido de carbono, agua yel buen viejo monóxido de carbono. Química de primeraño, ya sabes... Powell se había puesto de pie y llamó la atención deuno de los monstruosos robots. --Oye, ¿sabes tirar cosas? --¿Señor...? --Es igual.-Powell maldijo el torpe y lento cerebro del robot.Cogió del suelo un trozo de roca del tamaño de unladrillo-. Toma esto -le dijo- y tíralo al espacio másallá de la hendidura. ¿Lo ves? --Está demasiado lejos,Greg -dijo Donovan, tocándole el hombro-. Hay casi unkilómetro. --Calla -respondió Powell-. Hay que contar con lagravedad de Mercurio y que un brazo de acero lo lanza.¡Fíjate, quieres...! Los ojos del robot estaban midiendo la distancia con

una minuciosa precisión estereoscópica. Su brazo seajustó solo al peso del proyectil y se echó atr s. Enla oscuridad, los movimientos del robot eraninvisibles, pero se oyó el ruido silbante producido porel lanzamiento y segundos después la piedra apareció,destacándose en negro sobre la luz del sol. No habíaresistencia del aire para fre narla, ni viento paraapartarla de su camino, y cuando cayó al suelo levantótrozos de cristal en el preciso centro de la "manchaazul". Powell lanzó un aullido de júbilo y exclamó: --Vamosa buscar el cido ox lico, Mike. Mientras penetraban de nuevo en la arruinadasubestación que llevaba al túnel, Donovan dijo, conrabia: --Speedy no se ha movido de este lado del pozode selenio desde que andamos detr s de él, ¿te hasfijado? --Sí. --Me parece que quiere jugar.¡Bien, pues jugaremos con él!

Pocas horas después estaban de regreso con tresjarras de a litro de un producto químico blanco y lascaras largas. La barrera de fotocélulas se estabadeteriorando más r pidamente de lo que hubiera podidopreverse. Los dos robots avanzaron en silencio por laparte soleada hacia Speedy, que estaba esperando. Alverlos, galopó nuevamente hacia ellos. --Aquí estamos otra vez... "¡Jeee!". He hecho la lista del piano y el organista.Es como el que bebe "pippermint" y te lo escupe a lacara. --Nosotros vamos a escupirte algo a la cara -murmuróDonovan-. Cojea, Greg. --Ya me he fijado -respondió éste en voz baja-. El

monóxido lo atacar , si no nos damos prisa. Avanzaban cautelosamente, casi desliz ndose, paraevitar poner en movimiento el robot irracional. Powellestaba todavía demasiado lejos para decirlo conseguridad, pero hubiera jurado que el perturbadocerebro de Speedy se disponía a echar a correr. --¡Vamos allá! -jadeó-. Cuenta hasta tres. ¡Uno!...¡Dos! Dos brazos de acero se echaron atr s simultáneamentey agarrando las dos jarras de cristal las lanzaron alaire describiendo dos arcos paralelos

Brillaban como diamantes bajo el insostenible sol. Y enel espacio de dos segundos, se estrellaron en el suelodetr s de Speedy, desprendiendo el cido ox licopulverizado. Bajo el potente calor del sol de Mercurio, Powellsabía que hervía como el agua de seltz. Speedy se volvió a mirarlos, después se apartólentamente y fue ganando velocidad. A los quincesegundos corría directamente hacia los dos sereshumanos. Powell no entendió las palabras de Speedy,pero le pareció entender que se referían a lasprofesiones de los herejes. Se volvió. --¡Al acantilado, Mike! Ha salido ya del surco yobedecerá las órdenes.Empieza a tener calor. Se dirigieron hacia las sombras al lento paso de susmonturas y sólo cuando hubieron entrado y sentido elagradable frescor que reinaba a su alrededor, Donovanse volvió: --¡"Greg"! Powell miró y refrenó un grito.Speedy avanzaba lentamente ahora..., muy lentamente...,y en "dirección opuesta". Volvía atr s; volvía a su

surco; e iba ganando velocidad. A través de losbinoculares parecía terriblemente cerca, pese a queestaba terriblemente fuera de su alcance. --¡A él! -gritó Donovan con furia, e hizo andar a surobot, pero Powell lo llamó. --No lo alcanzar s, Mike, es inútil. ¿Por qué verésiempre las cosas cinco segundos después de que todohaya terminado? Mike, hemos perdido el tiempo. --Necesitamos más cido ox lico -dijo fríamenteDonovan-. La concentración no era bastante fuerte. --Siete toneladas serían insuficientes y perderíamosmuchas horas prepar ndolas. ¿No ves lo que ocurre,Mike? --No -respondió Donovan con franqueza. --Estábamos estableciendo meramente nuevosequilibrios. Cuando creamos nuevo monóxido eincrementamos el potencial de la Tercera Ley, retrocedehasta que está de nuevo en equilibrio y cuando elmonóxido desaparece, avanza y el equilibrio serestablece de nuevo. La voz de Powell tenía un acento desalentado. --Es el viejo círculo vicioso.Podemos empujar la Tercera Ley y tirar de la SegundaLey y no obtendremos nada; sólo conseguimos cambiar suposición o equilibrio.Teníamos que salirnos de las dos leyes. -Acercó surobot al de Donovan hasta que estuvieron uno frente alotro, vagas sombras en la oscuridad, y susurró-: ¡Mike! --Es el final -añadió-. Me parece que lo mejor es queregresemos a la estación, esperemos a que se derrumbela barrera, estrechémonos las manos, tomemos cianuro yacabemos como hombres. Soltó una risa nerviosa. --Mike -repitió Powell con calor-, teníamos que haberalcanzado a Speedy.

--Lo sé. --Mike... -dijo una vez más, pero entonces Powellvaciló antes de continuar-: Siempre existe la PrimeraLey. Pensé en ella..., antes..., pero el caso esdesesperado. Donovan levantó la vista y su voz cobró vida. --"Estamos" desesperados... --Bien. De acuerdo con la Primera Ley, un robot nopuede ver a un ser humano en peligro por culpa de suinacción. La Segunda y la Tercera no pueden alzarsecontra ella. ¡"No pueden", Mike! --Ni aun cuando el robot esté medio lo... Bien, estéborracho. Ya lo sabes. --Es el riesgo que hay que correr... --¿Qué piensas hacer? --Voy a salir y ver qué efectoproduce la Ley Primera. Si no rompe el equilibrio...,todo al diablo; lo mismo da ahora que dentro de tres ocuatro días. --Escucha, Greg. Hay también reglas humanas deconducta que observar. No vas a salir asítranquilamente. Imaginemos que es una lotería y dame amí también una oportunidad. --Muy bien. El primero que saque el cubo de catorce,va. -Y casi inmediatamente añadió-: ¡Veintisiete, coma,cuarenta y cuatro! Donovan sintió que su robot se tam baleaba bajo unsúbito empujón del de Powell y lo vio salir al sol.Donovan abrió la boca para gritar, pero volvió acerrarla. Desde luego, el muy granuja había calculadoel cubo de catorce por anticipado. Muy digno de él. El sol abrasaba más que nunca y Powell sentía undolor enloquecedor en la espalda. Su imaginación,probablemente, o quiz la fuerte irradiación quecomenzaba a atravesar incluso su insotraje.

Speedy lo estaba contemplando sin decir una palabra,ni incoherente ni de bienvenida. ¡Gracias a Dios!Pero no se atrevía a acercarse demasiado. Estaba a unos trescientos metros de él cuando Speedyempezó a retroceder, paso a paso, cautelosamente, yPowell se detuvo. Saltó de los hombros del robot alsuelo cristalino levantando algunos fragmentos. Prosiguió a pie resbalando a cada paso, y la bajagravedad aumentaba sus dificultades. Las suelas de suszapatos se pegaban por efecto del calor.Dirigió una mirada atr s hacia el negro acantilado y sedio cuenta de que había ido demasiado lejos pararetroceder, solo, o con la ayuda del robot. Sin Speedyestaba perdido, y esta idea producía una gran angustiaen su pecho. ¡Bastante lejos! Se detuvo. --¡Speedy! -llamó-. ¡Speedy! El esbelto robot moderno vaciló, detuvo su retrocesoun instante y lo reanudó. Powell trató de dar una nota plañidera a su voz y vioque el resultado era nimio. --¡Speedy, tengo que regresar a la sombra o el solterminará conmigo!¡Es cuestión de vida o muerte, Speedy, te necesito! Speedy avanzó un paso adelante y se detuvo. Habló,pero al oírlo Powell lanzó un gruñido, porque lo quedijo fue: --Cuando estás echado despierto con unhorrible dolor de cabeza y el reposo te estáprohibido... Aquí calló, y Powell esperó algún tiempo antes demurmurar: --Iolanthe... ¡Se estaba asando! Vio un movimiento con el rabillodel ojo y se volvió r pidamente; entonces quedóatónito, porque vio que el monstruoso robot que le

había servido de montura, avanzó hacia él, aunque nadielo montaba. Iba diciendo: --Perdona, señor. No debomoverme sin llevar alguien encima, pero estás enpeligro. ¡Desde luego, el potencial de la Ley 1 ante todo!Pero no quería aquella antigualla, quería a Speedy.Se apartó y con el frenesí en la voz, ordenó: --¡Teordeno que te apartes! ¡"Te ordeno" que te detengas! Fue inútil. Es imposible vencer el potencial de laRegla 1. El robot insistió, estúpidamente. --Estás en peligro, señor. Powell miró a su alrededor, desesperado. No veía yaclaro. Su cerebro ardía; la respiración abrasaba suspulmones; bajo sus pies parecía aceite hirviendo. Denuevo gritó: --¡Speedy! ¡Me muero, maldito seas! ¿Dóndeestás? ¡Te necesito! Seguía retrocediendo en un ciego esfuerzo de huir delgigantesco robot, cuando sintió unos dedos de acero ensus brazos y una voz metálica y humilde, como excusndose, resonó en sus oídos. --¡Por el Sagrado Humo, señor, qué estás haciendoaquí! ¡Y que hago "yo"..., estoy tan confuso...! --¡No importa!... -murmuró Powell débilmente-.¡Llévame al acantilado... pronto, pronto! Sólo tuvo una última sensación de que lo levantabanen volandas, de un r pido avance bajo un calorabrasador, y se desvaneció. Al despertar, vio a Donovan inclinado sobre él. --¿Cómo estás, Greg? --Bien -respondió Powell-.¿Dónde está Speedy? --Aquí mismo. Lo he mandado a otrode los pozos de selenio, con orden de conseguir selenioa toda costa, esta vez. Lo trajo en cuarenta y dosminutos, tres segundos. Lo he controlado

No ha terminado todavía de excusarse por su fuga. Temeacercarse a ti por miedo a lo que le dir s. --Tr emelo aquí -ordenó Powell-.No fue culpa suya. -Tendió una mano y agarró la garrametálica de Speedy-. ¡D. K. Speedy! -dijo. Y,dirigiéndose a Donovan, añadió-: ¿Sabes una cosa, Mike?Estaba pensando... --¿Qué? --Pues... -Se frotó el rostro; el aire eratan deliciosamente fresco...-, ya sabes que cuando lohayamos arreglado todo aquí y Speedy haya sido sometidoa su Campo de Pruebas, nos van a mandar a la próximaEstación del Espacio... --¡No! --¡Sí! Por lo menos es lo que la vieja Calvin me dijoantes de que saliésemos y yo no contesté nada porquequería luchar contra esta idea. --¡Luchar!... -gritó Donovan-.¡Pero...! --Lo sé. Ahora todo va bien. Doscientos setenta ytres grados centígrados bajo cero. ¿no será un placer?--Estación del Espacio... -dijo Donovan-. ¡All voy!

3 Razón

Medio año después los dos amigos habían cambiado demanera de pensar.La llamarada de un gigantesco sol había dado paso a lasuave oscuridad del espacio, pero las variacionesexternas significan poco en la labor de comprobar lasactuaciones de los robots experimentales. Cualquieraque sea el fondo de la cuestión, uno se encuentrafrente a frente con un inescrutable cerebro positónico,que según los genios de la ciencia, tiene que obrar deesta u otra forma. Pero no es así. Powell y Donovan se dieron cuenta deello antes de llevar en la Estación dos semanas. Gregory Powell espació sus palabras para dar énfasisa la frase. --Hace una semana Donovan y yo te pusimos encondiciones... -Sus cejas se juntaron con un gesto decontrariedad y se retorció la punta del bigote. En la cámara de la Estación Solar 5 reinaba elsilencio, a excepción del suave zumbido del poderosoHaz Director en las bajas regiones. El robot Qt-1 permanecía sentado, inmóvil. Lasbruñidas placas de su cuerpo relucían bajo las luxitas,y las células fotoeléctricas que formaban sus ojosestaban fijas en el hombre de la Tierra, sentado alotro lado de la mesa.

Powell refrenó un súbito ataque de nervios. Aquellosrobots poseían cerebros peculiares. ¡Oh, las tres LeyesRobóticas seguían en vigor!Tenían que seguir. Todo el personal de la U.S. Robots,desde el mismo Robertson hasta el nuevo barrenderoinsistirían en ella. ¡De manera que Qt-1 estaba asalvo! Y sin embargo..., los modelos Qt eran losprimeros de su especie y aquél era el primero de losQt. Los cálculos matemáticos sobre el papel no siempreeran la protección más tranquilizadora contra losgestos de los robots. Finalmente, el robot habló. Su voz tenía lainesperada frialdad de un diagrama metálico. --¿Te das cuenta de la gravedad de una taldeclaración, Powell? --"Algo" te ha hecho, Cutie -lehizo ver Powell-. Tú mismo reconoces que tu memoriaparece brotar completamente terminada del absolutovacío de hace una semana. Te doy la explicación.Donovan y yo te montamos con las piezas que nosmandaron. Cutie contempló sus largos dedos afilados con unacuriosa expresión humana de perplejidad. --Tengo la impresión de que todo esto podríaexplicarse de una manera más satisfactoria. Porque, que"tú" me hayas hecho a "mí", me parece improbable. --¡En nombre de la Tierra! ¿Por qué? -exclamó Powell,ech ndose a reír. --Ll malo intuición. Hasta ahora es sólo esto. Peropienso razonarlo.Un encadenamiento de válidos razonamientos sólo puedellevar a la deter minación de la verdad, y a esto meatendré hasta conseguirla. Powell se levantó y volvió a sentarse en el extremode la mesa, cerca del robot. Sentía súbitamente una

fuerte simpatía por el extraño mecanismo. No era enabsoluto como un robot ordinario, que realizaba sutarea rutinaria en la estación con la intensidad de unsendero positónico profundamente marcado. Puso una mano sobre el hombro de acero de Cutie ynotó la frialdad y dureza del metal. --Cutie -dijo-. Voy a tratar de explicarte algo. Eresel primer robot que ha manifestado curiosidad por supropia existencia... y el primero, a mi modo de ver,suficientemente inteligente para comprender el mundoexterior. Ven conmigo. El robot se levantó lentamente y siguió a Powell consus pasos que hacía silenciosos la gruesa suela deesponja de caucho. El hombre de la Tierra apretó unbotón y un panel cuadrado de pared se deslizó a unlado. El grueso y claro vidrio de la portilla dejó verel espacio... cuaja do de estrellas. --Ya he visto esto por las ventanas de observación dela sala de máquinas -dijo Cutie. --Lo sé -dijo Powell-. ¿Qué crees que es?--Exactamente lo que parece; un material negro detr sde este cristal, salpicado de puntos brillantes. Sé quenuestro director manda rayos desde algunos de estospuntos, siempre los mismos; y también que estos puntosse mueven y que los rayos se mueven con ellos. Eso estodo. --¡Bien! Ahora quiero que me escuches atentamente. Lonegro es vacío, inmensa extensión vacía que se extiendehasta el infinito. Los pequeños puntos brillantes sonenormes masas de materia saturadas de energía. Songlobos, algunos de ellos de millones de kilómetros dedi metro, y para que puedas compararlos te diré queesta estación tiene sólo mil quinientos metros deancho. Parecen tan pequeños porque están increíblemente

lejos. >Los puntos a los cuales van diri gidos nuestroshaces de energía están más cercanos y son más pequeños.Son fríos y duros y los seres humanos como yo mismo,vivimos en su superficie; somos varios millones. Es deuno de estos mundos de donde Donovan y yo venimos.Nuestros rayos alimentan estos mundos con energíasacada de uno de estos grandes globos incandescentesque se encuentran cerca de nosotros.A este globo lo llamamos Sol y está del otro lado de laEstación, donde no puedes verlo. Cutie permanecía inmóvil al lado de la portilla, comouna estatua de acero. Sin volver la cabeza, dijo: --¿Dequé punto de luz pretendes venir? --Allí está -dijoPowell después de haber buscado-. Aquel tan brillantede la esquina. Lo llamamos Tierra. La buena y viejaTierra. Somos tres billones en él, Cutie, y dentro deunas dos semanas volveré a estar allá con ellos. Y entonces, cosa sorprendente, Cutie pareciócanturrear, distraído.No era en realidad una tonada, pero poseía la curiosacalidad sonora de un "pizzicato". Cesó tan r pidamentecomo había empezado. --¿Y de dónde vengo yo, Powell? No me has explicado"mi" existencia. --Todo lo demás es sencillo. Cuando estas estacionesfueron establecidas por primera vez para alimentar deenergía solar los planetas, eran regidas por sereshumanos. Sin embargo, el calor, las fuertes radiacionessolares y las tempestades de electrones hacían laestancia en el puesto difícil. Se perfeccionaron losrobots para sustituir el trabajo humano y ahora sólonecesitan dos jefes para cada estación. Estamostratando de reemplazar incluso a estos dos y aquí es

donde intervienes tú. Tú eres el tipo de robot másperfeccionado, y si demuestras la capacidad de dirigiresta estación independientemente, jamás un ser humanovolverá a poner los pies aquí, salvo para traer laspiezas de recambio para reparaciones. Su mano se levantó y la placa de metal volvió a caeren su sitio. Powell volvió a la mesa y frotó una manzana contra la manga antes de morderla. El rojoresplandor de los ojos del robot detuvo un ademán. --¿Esperas acaso que dé crédito a ninguna de estasabsurdas hipótesis que acabas de exponerme? -dijolentamente-. ¿Por quién me tomas? Powell escupiófragmentos de manzana sobre la mesa y se puso colorado. --¡Pero, maldito sea! ¡No son hipótesis, son hechos! --¡Globos de energía de millones de kilómetros deanchura! -dijo Cutie amargamente-. ¡Mundos con tresbillones de seres humanos! ¡El vacío infinito!... Losiento, Powell, pero no creo nada de esto. Lo resolveréyo solo. Adiós. Dio la vuelta y salió de la cámara

Pasó por delante de Michael Donovan, hizo unainclinación de cabeza al llegar al umbral y salió alcorredor, ignorante de la expresión de asombro de losdos hombres. Mike Donovan se pasó la mano por el rojo cabello ydirigió una mirada de contrariedad a Powell. --¿Qué diablos estaba diciendo el maldito artefactoeste? ¿Qué es lo que no cree? --Es un escéptico -dijoel otro, mordiéndose nerviosamente el bigote-.No cree que lo hayamos fabricado, ni que la Tierraexista, ni que haya un espacio estrellado. --¡Por el viejo Saturno! Ha salido un robot loco denuestras manos...

--Dice que va a resolver el problema él solo. --Bien, en este caso, espero condescenderá aexplicarme todo lo que descubra. -Y con súbita rabia,añadió-: ¡Oye! ¡Como ese montón de metal me largue a míuna de éstas, le parto esta varilla de cromio en laespalda! Se sentó encogiéndose de hombros y se sacó una noveladel bolsillo. --Este robot empieza a darme grima, de todos modos.Es demasiado inquisitivo... Mike Donovan se estaba comiendo un bocadillo delechuga y tomate cuando Cutie llamó suavemente a lapuerta y entró. --¿Está aquí Powell? Donovan le contestó con vozpausada y apagada por la masticación. --Está reuniendo datos sobre la función de lascorrientes electrónicas. Parece que nos acercamos a unatormenta. En aquel momento entró Gregory Powell, miró un papellleno de cifras que traía en la mano y se sentó. Dejólas hojas sobre la mesa y comenzó a hacer cálculos.Donovan lo miraba, masticando la lechuga y recogiendolas migas de pan. Cutie esperaba, silencioso. --El potencial Zeta se eleva, pero lentamente -dijoPowell levantando la vista-. De todos modos, lascorrientes funcionales son errantes y no sé quéesperar. ¡Ah, hola, Cutie!Creía que estabas vigilando la instalación de la nueva"barra de mando". --Ya está instalada -dijo el robot tranquilamente- yhe venido a sostener una conversación con vosotros. --¡Ah!... -dijo Powell, aparentemente inquieto-.Bien, siéntate. No, en esta silla, no. Una de las patases floja y no resistiría tu peso.

--He tomado una decisión -dijo el robot, después dehaber obedecido. Donovan levantó la vista y dejó los restos de subocadillo a un lado. Se disponía a hablar, pero Powellle hizo guardar silencio con un gesto. --Sigue, Cutie.Te escuchamos. --He pasado estos dos últimos días en concentradaintrospección -dijo Cutie-, y los resultados han sidode lo más interesante. Empecé por un seguro aserto queconsideré podía permitirme hacer. Yo, por mi parteexisto, porque pienso... --¡Ah, por Júpiter... un robot Descartes! -gruñóPowell. --¿Quién es Descartes? -preguntó Donovan-. Oye, ¿esque tenemos que estar aquí sentados escuchando a esteloco metálico...? --¡C llate, Mike! --Y la cuestión que inmediatamente se presenta-continuó Cutie imperturbable-, es: ¿cu l esexactamente la causa de mi existencia? Powell se quedócon la boca abierta. --Estás diciendo tonterías. Ya te he dicho que tehicimos nosotros. --Y si no nos crees, con gusto volveremos a hacertepedazos -añadió Donovan. El robot tendió sus fuertes manos con un gesto deimploración. --No acepto nada por autoridad.Una hipótesis debe ser corroborada por la razón, de locontrario, carece de valor; y es contrario a todos losdictados de la lógica suponer que vosotros me habéishecho. Powell detuvo con su mano el gesto amenazador deDonovan. --¿Por qué dices esto, exactamente?

Cutie se echó a reír. Era una risa inhumana, la risamás mecanizada que había surgido jamás. Era aguda yexplosiva, regular como un metrónomo y sin matizalguno. --Fíjate en ti -dijo finalmente-.No lo digo con espíritu de desprecio, pero fíjate bien.Estás hecho de un material blando y flojo, sinresistencia, dependiendo para la energía de laoxidación ineficiente del material org nico... comoesto -añadió señalando con un gesto de reprobación losrestos del bocadillo de Donovan-. Pas is periódicamente a un estado de coma, y la menorvariación de temperatura, presión atmosférica, lahumedad o la intensidad de radiación afecta vuestraeficiencia. Sois "alterables". >Yo, por el contrario, soy un producto acabado.Absorbo energía eléctrica directamente y la utilizo concasi un ciento por ciento de eficiencia. Estoycompuesto de fuerte metal, estoy conscienteconstantemente y puedo soportar fácilmente los másextremados cambios ambientales. Estos son hechos que,partiendo de la irrefutable proposición de que ningúnser puede crear un ser más perfecto que él, reducevuestra tonta teoría a la nada. Las maldiciones murmuradas en voz baja por Donovanbrotaron inteligibles al levantarse frunciendo susrojas cejas. --¡Muy bien, hijo de unos desperdicios de metal! Sino te hicimos nosotros, ¿quién te hizo? --Muy bien,Donovan -asintió Cutie gravemente-. Esta era, desdeluego, la cuestión siguiente. Evidentemente, mi creadortiene que ser más poderoso que yo y, por lo tanto, sólocabía una hipótesis. Los dos hombres de la Tierra le miraban sin expresión

y Cutie prosiguió: --¿Cu l es el centro de lasactividades aquí en la Estación? ¿Al servicio de quiénestamos todos? ¿Qué absorve toda nuestra atención?Esperó, a la expectativa. Donovan miró asombrado a sucompañero. --Apostaría a que este amasijo de tornillos estáhablando del mismo Transformador de Energía. --¿Es así, Cutie? -preguntó Powell. --Estoy hablando del Señor -fue la fría respuesta quesiguió. Aquello fue la señal del estallido de risas deDonovan y el mismo Powell se permitió esbozar unasonrisa.Cutie se puso de pie y sus ojos brillantes se fijaronen uno y después en el otro. --Da lo mismo lo que penséis y no me extraña que osneguéis a creerlo. Vosotros no tenéis que estar mucho tiempo aquí, estoyseguro de ello.Powell mismo ha dicho que al principio sólo los hombresservían al Señor; que después vinieron los robots parael trabajo rutinario; y finalmente yo, para dirigir.Los hechos son sin duda verdaderos, pero la explicaciónes completamente ilógica.¿Queréis saber la verdad que hay detr s de todo esto?--Sigue, Cutie, me diviertes. --El Señor creó al principio el tipo más bajo, loshumanos, formados más fácilmente. Poco a poco fuereemplaz ndolos por robots, el siguiente paso, yfinalmente me creó a mí, para ocupar el sitio de losúltimos humanos. A partir de ahora sirvo al Señor. --No har s nada de esto -dijo Powell secamente-.Seguir s nuestras órdenes y te estar s tranquilo hastaque estemos convencidos de que puedes dirigir el

Transformador. ¡Escucha!"El Transformador", no el Señor.Si no nos convences, ser s desmonta do. Y ahora, si note importa...puedes marcharte. Y llévate estos datos y regístralosdebidamente. Cutie aceptó los gr ficos que le tendían y salió sindecir palabra.Donovan se echó atr s en su silla y se mesó loscabellos. --Ese robot nos va a dar trabajo.¡Está como una cabra!

* * *

El soñoliento zumbido del Transformador se oye másfuerte en la cámara de mando y mezclado a él se oye laaspiración de los contadores Geiger y el intermitenteruido de las señales luminosas. Donovan apartó los ojos del telescopio y encendió losLuxites. --El haz de Estación 4 capta Marte en horario.Podemos cortar los nuestros ya. Powell parecía abstraído. --Cutie está en el cuarto de máquinas. Le daré laseñal y puede hacerse cargo de ello. Oye, Mike, ¿quépiensas de estas cifras? Donovan las estudióatentamente y lanzó un silbido de perplejidad. --¡Hombre, esto es lo que yo llamo intensidad derayos gamma! El viejo Sol hace de las suyas... --Sí -respondió Powell amargamente-, estamos en malaposición para aguantar una tormenta de electrones,además. Nuestro haz de Tierra está probablemente en elsendero indicado.

-Apartó su silla de la mesa-. ¡Cuernos! ¡Si tan sóloaguantase hasta que venga el relevo, pero lleva ya diezdías! Oye, Mike, ¿y si fueses abajo a echar una miradaa Cutie? --O.K. Dame algunas de estas almendras.-Agarró el saquito que le arrojó Powell y se dirigióhacia el ascensor. El instrumento se deslizó suavemente hacia abajo y sedetuvo en la pequeña puerta de la sala de máquinas.Donovan se asomó a la barandilla y miró hacia abajo.Los enormes generadores estaban en plena acción y delos tubos-L salía el agudo silbido que saturaba toda laestación. Vio la enorme y reluciente figura de Cutie al ladodel tubo-L de Marte, observando atentamente los demásrobots que trabajaban al unísono. Y entonces Donovan se quedó rígido. Los robots, queparecían empequeñecidos junto al enorme tubo-L, estabanalineados delante de él, con la cabeza doblada enángulo recto, mientras Cutie andaba lentamente arriba yabajo por delante de ellos.Transcurrieron quince segundos y entonces, con unestruendo metálico que retumbó en la estancia, cayerontodos de rodillas. Donovan bajó precipitadamente la estrecha escalera.Corrió hacia ellos, con el rostro rojo como suscabellos, agitando furiosamente los puños en el aire. --¿Qué diablos significa esto, idiotas sin seso?¡Vamos! ¡Ocupaos del tubo-L! ¡Como no lo teng is enperfecta condición, limpio, antes de que termine eldía, os coagulo el cerebro con corriente alterna! Ni un solo robot se movió. Incluso Cutie, en el extremo, el único que estaba depie, permaneció silencioso, con la mirada fija en lososcuros rincones de la gran máquina que tenía delante.

Donovan dio un fuerte empujón al primer robot. --¡Levántate! -rugió. Lentamente el robot obedeció. Sus ojos fotoeléctricos se fijaron con reproche sobreel hombre de la Tierra. --No hay más Señor que el Señor -dijo-, y Qt-1 es suprofeta, --¿Eh?... -Donovan se encontró frente a veintepares de ojos fijos en él y veinte voces de timbremetálico que declaraban solemnemente: --"No hay másSeñor que el Señor y Qt-1 es su profeta...". --Temo -dijo Cutie al llegar a este punto-, que misamigos obedecen ahora a alguien más alto que tú. --¡Qué diablos dices! ¡Sal de aquí inmediatamente! Yate arreglaré las cuentas más tarde, y a estos chismesanimados, ahora mismo. --Me apena -dijo Cutie lentamente moviendo despaciola cabeza-, pero veo que no me entiendes. Todos estosson robots, y por lo tanto seres dotados de razón. Leshe predicado la Verdad y ahora reconocen al Señor. Mellaman el Profeta. Soy indigno de ello -añadió bajandola cabeza, pero quiz ... Donovan consiguió recobrar el aliento e hizo uso deél. --¿Sí, eh?... ¡Vaya, qué bonito!... Pues escucha quete diga una cosa, chimpancé de bronce. Aquí no hay talSeñor, ni tal Profeta, ni es cuestión de quién daórdenes. ¿Entendido? -Su voz se convirtió en unmugido-. ¡Y ahora, fuera de aquí! --Obedezco solamente al Maestro. --¡Al diablo el Maestro! -Donovan escupió sobre eltubo-L-. ¡Esto para el Maestro! ¡Haz lo que te digo! Ni Cutie ni los demás robots dijeron una palabra,pero Donovan se dio cuenta de un aumento de tensión.Los ojos fríos aumentaron la intensidad de su color, y

Cutie parecía más rígido que nunca. --¡Sacrílego! -murmuró, con voz metálica emocionada. Donovan tuvo la primera sensación de miedo al veraproximarse a Cutie.Un robot "no puede sentir odio", pero los ojos de Cutieeran inescrutables

--Lo siento, Donovan -dijo el robot-, pero después deesto no podéis seguir por más tiempo aquí. Porconsiguiente, Powell y tú tenéis vedado el acceso a lasala de control y la sala de máquinas. Había hecho un gesto pausado y en el acto dos robotssujetaron los brazos de Donovan. Donovan no tuvo tiempo de hacer más que unaangustiada aspiración antes de sentirse levantado yllevado escaleras arriba a la velocidad de un buengalope. Gregory Powell andaba arriba y abajo de lahabitación, con el puño cerrado. Dirigió una intensamirada de desesperación a la puerta y se acercó aDonovan amargamente. --¿Por qué diablos tenías que escupir contra eltubo-L? Mike Donovan se desplomó sobre el sillón ygolpeó el brazo furiosamente

--¿Qué querías que hiciese con este espantajoelectrificado? ¡No voy a doblegarme ante suscaprichos!, ¿ver dad? --No; pero ahora estamos en lasala de oficiales con robots de centinela en la puerta.Esto no es doblegarse, ¿verdad? --Espera a quelleguemos a la base

Alguien pagará todo esto -dijo Donovan-. Los robotsdeben obedecernos.

Es la Segunda Ley. --¿De qué sirve esto? No nos obedecen. Y estoresponde seguramente a una razón que descubriremosdemasiado tarde. A propósito, ¿sabes lo que nosocurrirá cuando estemos de regreso en la Base? Sedetuvo delante del sillón de Donovan, furioso. --¿Qué? --¡Oh, nada!... Veinte años de Minas deMercurio. O quiz el Presidio de Ceres. --¿Qué estás diciendo? --La tempestad de loselectrones que se acerca. ¿Sabes que avanzadirectamente hacia el centro del haz de Tierra? Acababade calcularlo cuando el robot me ha levantado de lasilla.¿Y sabes lo que le va a pasar al haz?Porque la tormenta va a ser de ali vio. Que va a saltarcomo una pulga con el contacto. Y todo esto con Cutiesolo en los controles, y si sale de foco... que elcielo proteja a la Tierra... y a nosotros. Donovan sacudía frenéticamente la puerta cuandoPowell estaba sólo a medio camino de ella. La puerta seabrió y el hombre de la Tierra avanzó, pero encontró unduro e inamovible brazo de acero que lo detuvo. El robot lo miraba con indiferencia. --El Profeta ha dado orden de que no os mováis. Porfavor, obedeced. El brazo se movió, Donovan fue empujado hacia dentroy en aquel momento apareció Cutie por el fondo delcorredor. Apartó con un gesto suavemente la puerta.Donovan se dirigió a Cutie jadeando, indignado. --¡Esto ha ido ya bastante lejos!¡Vas a pagar cara la farsa! --Por favor, no te contraríes -dijo el robot consuavidad-, tenía forzosamente que ocurrir. Los doshabéis perdido vuestra función...

--Hasta que fui creado, vosotros velabais por elMaestro. Este privilegio me pertenece ahora a mí y porconsiguiente, la razón de ser de vuestra existencia hadesaparecido.¿No es esto evidente? --No mucho -respondió amargamentePowell-, pero ¿qué crees que vamos a hacer ahora? Cutieno contestó en seguida. Permaneció silencioso como sireflexionase sobre el hombro de Powell. El otro agarróa Donovan por la muñeca y lo acercó. --Me gustáis los dos. Sois criaturas inferiores, perosiento realmente cierto afecto por vosotros. Habéisservido fielmente al Señor y Él os lo recompensar .Habiendo terminado vuestro servicio, no existiréisprobablemente por mucho tiempo, pero mientras existáis,tenemos que procuraros comida, ropas y abrigo, acondición de que os manteng is apartados de la sala decontroles y de máquinas. --¡Nos está poniendo a pensión, Greg! -gritóDonovan-. ¡Haz algo!¡Es humillante! --Oye, Cutie, no podemos tolerar esto. Somos los"amos". Esta Estación ha sido exclusivamente creada porseres humanos como yo, seres humanos que viven en laTierra y otros planetas. Esto no es más que un colectorde energía. Tú no eres más que...¡Ay... cuerno! Cutie movió la cabeza gravemente. --Esto frisa ya la obsesión. ¿Por qué insistís en unpunto de vista tan radicalmente falso? Aun admitiendoque los no-robot carecen de la facultad de razonar,queda todavía el problema de... Su voz se desvaneció en un reflexivo silencio yDonovan dijo, en un susurro saturado de intensidad:--Si tuvieses un rostro de carne y hueso te lo

rompería. Con los dedos, Powell se acariciaba el bigote y susojos brillaban. --Escucha, Cutie, si no existe una cosa que se llamaTierra, ¿cómo te explicas lo que ves por el telescopio? --¡Perdona...! --¿Te he ganado, eh? -dijo Powell-. Desde que estamosjuntos has hecho muchas observaciones telescópicas,Cutie. ¿Has observado que muchos de estos puntosluminosos se convierten en disco cuando los ves así?--¡Oh, "esto"!... Sí, ciertamente

Es una mera ampliación con el propósito de dirigir másexactamente el haz. --¿Por qué no aumentan igualmente de tamaño lasestrellas, entonces? --¿Quieres decir los demás puntos?No se les manda haz alguno, de manera que no necesitanampliación. Verdaderamente, Powell, "incluso" deberíasser capaz de comprender esto. --¡Pero ves más estrellas a través del telescopio!-dijo Powell, mir ndolo perplejo-. ¿De dónde vienen?¿De dónde demonios vienen, por Júpiter? --Escucha,Powell -dijo Cutie, contrariado-. ¿Crees que voy aperder el tiempo tratando de buscar interpretacionesfísicas de todas las ilusiones ópticas de nuestrosinstrumentos? ¿Desde cu ndo puede compararse la pruebaofrecida por nuestros sentidos con la clara luz de lainflexible ra zón? --Mira -intervino Donovansúbitamente, liber ndose del amistoso, pero pesadobrazo metálico de Cutie-, vamos al fondo de lacuestión. ¿Para qué sirven los haces? Te estamos dandouna explicación lógica. ¿Puedes hacer tú algo mejor?--Los haces de luz son emitidos por el Señor paracumplir sus designios.

Hay ciertas cosas -añadió elevando piadosamente losojos- que no deben sernos probadas; en esta materia,trato sólo de servir y no de interrogar. Powell se sentó y hundió el rostro en sus manostemblorosas. --Sal de aquí, Cutie. Sal de aquí y déjame pensar. --Te mandaré comida -dijo Cutie amablemente. Un gruñido fue la única respuesta y el robot salió. --Greg -dijo Donovan en voz baja y sombría-, estorequiere estrategia.Tenemos que aplicarle un cortocircuito en el momento enque no lo espere. Acido nítrico concentrado en lasarticulaciones. --No digas tonterías, Mike.¿Crees acaso que nos dejará acercarnos a él con cidonítrico en las manos? Tenemos que "hablar" con él, tedigo. Tenemos que convencerlo de que nos deje tomar denuevo posesión de la sala de control antes de cuarentay ocho horas, o seremos reducidos a papilla. Pero-añadió balance ndose, desalentado ante su impotencia-¿quién va a discutir con un robot? --Es vejatorio...-terminó Donovan. --¡Peor! --¡Oye! -dijo Donovan, ech ndose a reír-. ¿Por quédiscutir? ¡Demostrémoselo! Construyamos otro robot antesus propios ojos. ¡Tendrá que tragarse sus palabras,entonces! En el rostro de Powell apareció lentamente unasonrisa que se fue ensanchando. --¡Y piensa en su cara de espanto cuando nos veahacerlo! -terminó Donovan. Los robots son fabricados, desde luego, en la Tierra,pero su expedición a través del espacio es mucho másfácil si puede hacerse por piezas y montarlos en el

sitio donde deben emplearse. Elimina además laposibilidad de que robots completamente montados vayanrondando por la Tierra, enfrentando de esta manera laU.S.Robots con la estricta ley que prohíbe el uso de robotsen la Tierra. Sin embargo, esto hacía pesar sobre hombres comoPowell y Donovan las necesidades de sintetizar robotscompletos, tarea laboriosa y complicada. Powell y Donovan no se habían dado nunca tanta cuentade la verdad de este hecho como el día en que, reunidosen la sala de montaje, emprendieron la creación de unnuevo robot bajo la inspección y vigilancia de Qt-1,Profeta del Señor. El robot en cuestión, un simple Mc, yacía sobre lamesa, casi terminado. Tres horas de trabajo lo habíandejado solo con la cabeza por terminar y Powell sedetuvo para enjugarse la frente y mirar a Cutie. La mirada no fue muy tranquilizado ra. Durante treshoras, Cutie había permanecido sentado, inmóvil ysilencioso, y su rostro, siempre inexpresivo, era ahoraabsolutamente inescrutable. --¡Vamos ya con el cerebro, Mike!-gruñó Powell. Donovan abrió un receptáculo herméticamente cerrado ydel baño de aceite del interior sacó un segundo cubo.Abriendo éste a su vez, sacó un globo de surevestimiento de esponja de goma. Lo manejó r pidamente, porque era el mecanismo máscomplicado jamás creado por el hombre. En el interiorde la tenue piel chapada de platino del globo, había uncerebro positónico, en cuya inestable y delicadaestructura habían insertado senderos neutrónicoscalculados, que dotaban a cada robot de lo que

equivalía a una educación prenatal. El cerebro se adaptaba exactamente a la cavidadcraneana del robot. El metal azul se cerró y quedósólidamente soldado por la diminuta llama atómica. Seadaptaron cuidadosamente los ojos electrónicos,fuertemente atorni llados en su lugar y cubiertos poruna delgada hoja transparente de pl stico de la durezadel acero. El robot sólo esperaba ya la vitalizadora corrientede una electricidad de alto voltaje, y Powell se detuvocon la mano sobre el interruptor. --Ahora mira esto, Cutie. ¡Fíjate atentamente! El interruptor estableció el contacto y se oyó unzumbido. Los dos terrestres se inclinaron emocionadossobre su creación. Al principio sólo se produjo un leve movimiento enlas articulaciones

La cabeza se levantó, los codos se apoyaron sobre lamesa y el robot modelo Mc bajó torpemente al suelo. Supaso era inseguro y dos veces unos infructuososgruñidos fueron todo lo que se consiguió sacarle enmateria de palabra. Finalmente su voz, incierta yvacilante, adquirió forma. --Quisiera empezar a trabajar.¿Dónde debo ir? Donovan corrió hacia la puerta. --¡Baja estas escaleras! -dijo-. Ya te dir n lo que debes hacer. El robot Mc se había marchado y los dos hombresestaban solos delante del inconmovible Cutie. --Y bien, ¿crees ahora que te hemos hecho nosotros?--¡No! -fue la respuesta corta y categórica de Cutie. Powell frunció intensamente el ceño y después fuerelaj ndose. Donovan abrió la boca y permaneció así.

--¿Lo veis? -continuó Cutie tranquilamente-. Nohabéis hecho más que juntar piezas ya creadas. Lohabéis hecho extraordinariamente bien, por instintosupongo, pero en realidad no habéis "creado" el robot.Las piezas habían sido creadas por el Señor. --Escucha -dijo Donovan, con voz enronquecida-, estaspiezas han sido fabricadas en la Tierra y mandadasaquí. --Bien, bien... -dijo Cutie, tranquilizador-, nodiscutamos... --No es ésta mi intención. -Donovan saltó haciadelante y agarró el brazo del robot-. Si fueses capazde leer los libros de la biblioteca, te lo explicaríande modo que no te que daría la menor duda. --¡Los libros... los he leído!¡Todos! Son muy ingeniosos. Powell intervino súbitamente. --Si los has leído, ¿qué más hay que decir? No puedesnegar su evidencia. ¡No puedes! --Por favor, Powell -dijo Cutie con la compasión enla voz-, no puedo considerarlos como una fuente válidade información. También ellos fueron creados por elSeñor... y lo fueron para ti, no para mí. --¿Cómo has descubierto esto? -preguntó Powell. --Porque yo, como ser dotado de razón, soy capaz dededucir la Verdad de las Causas "a priori". Tú, serinteligente, pero sin razón, necesitas que se te dé unaexplicación de la existencia, y esto es lo que hizo elSeñor. Que te procurase estas visibles ideas de mundoslejanos y pueblos, es, sin duda, excelente.Vuestras mentes son demasiado vulgares para comprenderla Verdad absoluta. Sin embargo, puesto que es lavoluntad del Señor que deis crédito a vuestros libros,no quiero discutir más con vosotros.

Al marcharse, se volvió y en tono más amable, dijo:--Pero no temáis nada. En el plan de las cosas delSeñor hay sitio para todo. Vosotros, los pobreshumanos, tenéis vuestro lugar, y, si bien es humilde,seréis recompensados si lo ocup is dignamente. Se marchó con el aire de beatitud propio del Profetadel Señor y los dos seres humanos permanecieron solos,evitando mirarse. --V monos a la cama, Mike, abandono -dijo Powellhaciendo un esfuerzo

--Oye, Greg -dijo Donovan con voz ronca-, ¿no creer sque tiene razón en todo esto, verdad? Parece tan segurode sí mismo que... --No seas idiota -dijo Powell volviéndose r pido-. Yate convencer s de que la Tierra existe cuando venganlos relevos la semana próxima y tengamos que regresar aescuchar el concierto. --Entonces... ¡por la salud de Júpiter!, tenemos quehacer algo. -Casi lloraba-. No nos cree ni a nosotros, ni a loslibros, ni a sus ojos. --No -dijo Powell amargamente-.¡Es un robot con razón, maldita sea, con sus propiospostulados! Cree sólo en la razón, y esto tiene uninconveniente... -Su voz se desvaneció. --¿Cu l es? --Que por la fría razón y la lógica sepuede probar cualquier cosa... si encuentras elpostulado apropiado.Nosotros tenemos los nuestros y Cutie tiene los suyos. --Entonces veamos estos postulados en seguida. Latempestad es mañana. --Aquí es donde falla todo -dijo Powell con unsuspiro de desaliento-

Los postulados están establecidos por la suposición yreforzados por la fe.Nada en el Universo puede conmoverlos. Me voy a lacama. --¡Oh, demonios! ¡No puedo dormir! --Yo tampoco. Pero siempre puedo intentarlo... porcuestión de principio. Doce horas después el sueño seguía siendo esto, unacuestión de principio... inalcanzable, en la pr ctica.

* * *

La tormenta llegó a la hora prevista y el rubicundorostro de Donovan se había quedado sin sangre. Powell,con los labios secos y las mandíbulas apretadas, mirabaa través de la portilla y se tiraba desesperadamentedel bigote. En otras circunstancias, hubiera sido un maravillosoespectáculo. El chorro de electrones a alta velocidadque penetraba en el haz de energía florecía en forma demicroscópicas partículas de intensa luz. El chorro sedesparramaba por el vibrante vacío, formando unrevoloteo de brillantes copos. El haz de energía permanecía inmóvil, pero los dosterrestres sabían el valor de las apariciones a simplevista. Una desviación en arco de una centésima demilésima de segundo, invisible al ojo humano, erasuficiente para apartar el haz de su foco, y convertircentenares de kilómetros cuadrados de la Tierra enincandescentes ruinas. Y un robot, indiferente al haz, al foco y a laTierra, a todo menos a su Señor, era dueño de losmandos.

Las horas pasaron. Los dos hombres seguían mirando enun silencio de hipnosis. La tormenta había cesado. --Se acabó -dijo Powell con voz incolora. Donovan había caído en una especie de sopor y Powelllo miraba con envidia. La señal luminosa brillaba una yotra vez, pero ninguno de los dos prestaba atención aella. Nada tenía importancia. Quiz en el fondo Cutietuviese razón... y él no era más que un ser inferiorcon una memoria metódica y una vida que habíasobrepasado su propósito. ¡Ojal fuese así! Cutie estaba ante él. --No habéis contestado a la señal, de manera que hevenido -dijo en voz baja-. No tenéis buen semblante ytemo que el término de vuestra existencia no estélejano. Sin embargo, ¿queréis ver algunas de lasanotaciones registradas hoy? Powell se daba vagamentecuenta de que el robot trataba de mostrarse amistoso,quiz para apagar sus remordimientos, restableciendo alos humanos en el mando de la estación. Cogió las hojasde papel de la mano que se las tendía y las miró sinverlas. --Desde luego, es un gran prodigio servir al Señor-dijo Cutie, al parecer satisfecho-. No debéis tomarosa mal que os haya reemplazado. Powell lanzó un gruñido y siguió recorriendomaquinalmente las hojas de papel hasta que se fijó enuna tenue línea roja que cruzaba la hoja. Miró... y volvió a mirar. Se apoyó con fuerza sobrelos puños y se levantó, sin dejar de mirar. Las demáshojas cayeron al suelo, mezcladas. --¡Mike! ¡Mike! -Sacudió a su amigo furiosamente-.¡"Se mantiene en dirección"! --¿Eh?... ¿Cómo? -preguntó Donovan, volviendo en sí,mirando también con los ojos salidos, la hoja que tenía

delante. --¿Qué ocurre? -preguntó Cutie. --Te has mantenido en el foco -gritó Powell-. ¿Losabías? --¿Foco? ¿Qué es eso? --Has mantenido el hazdirigido exactamente a la estación receptora..

dentro de una diezmillonésima de segundo de arco. --¿Qué estación receptora? --Tierra. La estaciónreceptora es Tierra -balbució Powell-. Has mantenido ladirección del foco. Cutie giró sobre sus talones, contrariado. --Es imposible mostrar la menor amabilidad convosotros. ¡Siempre el mismo fantasma! No he hecho másque mantener todas las esferas en equilibrio de acuerdocon la voluntad del Señor. Y recogiendo los esparcidos papeles, se retirósecamente; una vez hubo salido, Donovan se volvió haciaPowell y dijo: --¡Júpiter me confunda!... Bien, ¿y quéhacemos ahora? --Nada -dijo Powell, cansado-.Nada. Nos ha demostrado que puede dirigir perfectamentela estación.Jamás he visto hacer mejor frente a una tempestad deelectrones. --Pero esto no resuelve nada. Ya has oído lo que hadicho del Señor.No podemos... --Mira, Mike, sigue las instrucciones del Señor através de relojes, esferas, gr ficos e instrumentos.Esto es lo que siempre hemos hecho nosotros. Enrealidad, equivale a negarse a obedecer. Ladesobediencia es la Segunda Ley. No hacer daño a loshumanos es la primera. ¿Cómo podía evitar hacer daño alos humanos sabiéndolo o no? Pues manteniendo el haz deenergía estable. Sabe que es capaz de mantenerlo más

estable que nosotros, ya que insiste en que es un sersuperior, y por esto tiene que mantenernos alejados delcuarto de controles. Si tienes en cuenta las LeyesRobóticas, es inevitable. --Bien, pero no es ésta la cuestión. No podemosconsentir que siga con el sonsonete ese del Señor. --¿Por qué no? --Porque ¿quién ha oído jamás decirestas tonterías? ¿Cómo vamos a dejar que sigamanteniendo la estación si no cree en la existencia dela Tierra? --¿Puede dirigir la Estación? --Sí, pero... --Entonces, ¿qué más da que crea una cosa que otra?Powell extendió los brazos con una vaga sonrisa desatisfacción y cayó de espaldas sobre la cama. Estabadormido. Powell seguía hablando mientras luchaba por endosarsesu ligera chaqueta del espacio. --Será muy sencillo. Puedes traer nuevos modelos Qtuno por uno, los equipas con un conmutador delanzamiento automático que actúe en el plazo de unasemana, como para darles tiempo de aprender... el... elculto del Señor, de boca del mismo Profeta; después losconmutas con otra estación para revitalizarlos. Podemostener dos Qt por... Powell levantó su visor de glasita y se rió. --C llate y vámonos de aquí. El relevo espera y noestaré tranquilo hasta que sienta la superficie de laTierra bajo mis pies..., sólo para estar seguro de querealmente existe. La puerta se abrió mientras estaba hablando y Donovanvolvió a cerrar inmediatamente el visor de glasita,volviéndose enojado hacia Cutie. El robot se acercó a ellos lentamente. --¿Os vais? -preguntó con una nota de pesar en lavoz.

--Vendr n otros en nuestro lugar -respondió Powell. --Vuestro tiempo de servicio ha terminado y la horade la disolución ha llegado -dijo Cutie con unsuspiro-. Lo esperaba, pero... En fin, la voluntad delSeñor debe cumplirse... --Ahorra tu compasión -saltó Powell, indignado por eltono resignado de Cutie-. Nos vamos a la Tierra, no ala disolución. --Es mejor que lo cre is así -suspiró nuevamente elrobot-. Ahora comprendo la cordura de la ilusión.No quisiera tratar de conmover vuestra fe, aunquepudiese. -Y se marchó, convertido en la imagen de lacompasión. Powell se echó a reír y se dirigió hacia Donovan. Conlas maletas cerradas en la mano, se encaminaron haciala compuerta neumática. La nave estaba en el rellano exterior y Franz Muller,su relevo, los saludó con rígida cortesía. Donovan leprestó escasa atención y entró en la cabina del pilotoa tomar los mandos de Sam Evans. --¿Cómo va la Tierra? -preguntó Powell, qued ndoseatr s. Era una pregunta bastante convencional y Muller diola respuesta convencional que merecía: --Sigue girando. --Bien -dijo Powell. --En el U.S. Robots han ideado un nuevo tipo, apropósito -dijo Muller, mir ndole-. Un robot múltiple. --¿Un qué? --Lo que he dicho. Hay un importantecontrato de ellos. Tiene que ser adecuado para lostrabajos de minería en los asteroides. Es un robotprincipal, con seis sub-robots alrededor. Como tusdedos. --¿Lo han probado ya? -preguntó Powell con ansiedad. --Te están esperando a ti, he oído decir -dijo Muller

sonriendo. --¡Maldita sea!... -exclamó Powell, cerrando elpuño-. Necesito vacaciones. --¡Oh, las tendr s! Dos semanas, creo. Se estaba poniendo los gruesos guantes del espacioprepar ndose para su estancia allí y sus espesas cejasse juntaron. --¿Y qué tal va este nuevo robot? Será mejor que seporte bien; o antes me condeno que dejarle tocar losmandos. Powell hizo una pausa antes de contestar. Sus ojosrecorrieron el cuerpo del orgulloso prusiano desde sucabello encrespado hasta los pies, reglamentariamentecuadrados..., y un súbito resplandor de sincera alegríarecorrió su cuerpo. --El robot es muy bueno -dijo lentamente-. No creoque tengas que preocuparte mucho de los mandos... Hizo una mueca y entró en la nave. Muller tenía que estar allí varias semanas...

4 Atrápame esta liebre

Tuvo más de dos semanas de vacaciones. Esto, MikeDonovan tenía que reconocerlo. Tuvo seis meses, conpaga. Esto tenía que admitirlo también. Pero esto, comoexplicaba enfurecido, fue fortuito. U.S. Robots teníaque quitarle las pulgas al robot múltiple, y habíamuchas pulgas, y siempre quedaban por lo menos mediadocena de pulgas dejadas para el campo de pruebas. Demanera que descansaron y esperaron hasta que loshombres de la sección de planos y los supervisoresdijeron O.K. Y entonces, Powell y él salieron hacia elasteroide y "no fue" O.K. Repitieron la cosa una docenade veces, con el rostro compungido. --¡Por lo que más quieras, Greg, sé un poco realista!¿De qué sirve aferrarse al pie de la letra a lasespecificaciones y ver la prueba irse al garete? Es yahora que te quites esta manía rutinaria tuya y pongamosmanos a la obra. --Digo únicamente -respondió Gregory Powellpacientemente, como el que explica la teoría de loselectrones a un niño idiota- que, de acuerdo con lasespecificaciones, estos robots están equipados para lostrabajos de minería en los asteroides sin supervisión.No estamos encargados de vigilarlos. --Muy bien. Mira... ¡Lógico!-Levantó sus velludos dedos y señaló-: Uno; este robotha pasado por todas las pruebas en el laboratorio de laTierra. Dos; U.S. Robots garantiza el éxito de laprueba de actividad en un asteroide. Tres; los robotsno pasan tal prueba. Cuatro; si no la pasan, U.S.

Robots pierde diez millones de créditos en efectivo yunos cien millones en reputación. Cinco; si no la pasany nosotros no somos capaces de explicar por qué no lapasan, es muy posible que tengamos que decir un tiernoadiós a dos buenos empleos. Powell lanzó un gruñido a través de una visiblesonrisa poco sincera. El tácito "slogan" de la UnitedState Robots / Mechanical Men Corp. era bien conocidode todos. "Ningún empleado comete el mismo error dosveces. Es despedido a la primera". --Tienes la lucidez de Euclides en todo -dijo-, menosen los hechos. Has vigilado tres grupos de estos robotsdurante tres turnos y han hecho su trabajoperfectamente. Tú mismo lo has dicho. ¿Qué más podemoshacer? --Averiguar qué es lo que no funciona. Esto eslo que tenemos que hacer. Trabajaron perfectamentemientras los vigilé. Pero en tres diferentes ocasiones,cuando no los vigilé, no sacaron ningún mineral. Nollegaban siquiera a la hora. Tenía que ir a por ellos. --¿Y había algo estropeado? --Nada absolutamente.Todo era perfecto. Liso y perfecto como el luminíferoéter. Sólo un pequeño e insignificante detalle meturbó... "no había mineral". --Te diré lo que hay, Mike. Nos hemos encontrado conmisiones asquerosas en nuestra vida, pero se lleva lapalma la del asteroide de iridio.Todo esto es de una complicación que sobrepasa laresistencia. Mira, este robot Dv-5 tiene seis robotsque dependen de él. Y no sólo que dependen de él... queforman parte de él. --Lo sé... --¡C llate! Yo sé que lo sabes, pero estoy diciéndotecu l es el busilis de la cosa. Estos seis robots formanparte de ti, y les dan sus órdenes no por radio ni de

viva voz, sino directamente a través de campospositónicos. Ahora bien..., no hay en toda la U.S.Robots un solo robotista que sepa lo que es un campopositónico ni cómo funciona. Yo tampoco lo sé. Ni tú. --Esto último -dijo Donovan- ya lo sabía. --Fíjate en nuestra posición. Si todo funciona...¡bien! Si algo va mal..., estamos listos y no podemosprobablemente hacer nada, ni nosotros ni nadie. Pero lamisión nos corresponde a nosotros y a nadie más, demanera que estamos en un atolladero. Permaneció un momento silencioso, mirando al vacío yprosiguió: --En fin... ¿lo tienes ahí fuera? --Sí. --¿Está todo normal, ahora? --Pues... por ahora notiene la manía religiosa ni anda describiendo círculosy recitando tonterías, de manera que lo consideronormal. Donovan franqueó la puerta, moviendo la cabeza congesto de duda. Powell tendió la mano hacia el "Manual de Robótica"que tenía en un ngulo de su mesa y lo abriórespetuosamente. Una vez había saltado por la ventanade una casa incendiada en "shorts", pero con el"Manual" bajo el brazo. En caso de duda, se hubieraquitado los "shorts". El "Manual" estaba abierto delante de él cuando entróel robot Dv-5 seguido de Donovan, que volvió a cerrarla puerta de un puntapié. --Hola, Dave. ¿Cómo te encuentras? -preguntó Powellsombríamente. --Bien -dijo el robot-. ¿Te importa que me siente?-Se acercó la silla especialmente reforzada para él yse dobló sobre ella. Powell miró a Dave; los legos en la materia puedenpensar en los robots por números de serie, los

especialistas nunca, y con razón. Pese a suconstrucción como unidad pensadora de un equipointegrado por siete unidades, no era de un volumenexagerado.Tenía poco más de dos metros de altura y pesaba mediatonelada de metal y electricidad. ¿Mucho? No cuando lamedia tonelada tiene que ser una masa de condensadores,circuitos, contactos y células de vacío, capaces detener pr cticamente todas las reacciones conocidas delos humanos. Y un cerebro positónico que, con 4,5k7 demateria y unos cuantos quintillones de positones, hacíafuncionar toda la maquinaria. Powell buscó un cigarrillo en el bolsillo de sucamisa. --Dave -dijo- eres un buen muchacho. No tienes nadade coqueto ni de "prima-donna". Eres un robot estable,buen minero, salvo que estás equipado para mantener unacoordinación directa con seis subsidiarios. Por lo quesé, esto no ha creado en tu mapa de senderos cerebralesningún cerebro inestable. --Esto me hace sentirme bien -asintió el robot-, pero¿a qué va eso, jefe? -Estaba equipado con un excelentediafragma y la presencia de tonalidades en su voz losalvaba de buena parte de aquel sonido metálico quesuele tener la voz del robot usual. --Voy a decírtelo. Con todo esto en tu favor, ¿quépasa que tu trabajo no va bien? Por ejemplo, ¿el turnoB de hoy? --Por lo que yo sé, nada -dijo Davevacilando. --No habéis producido nada de mineral. --Lo sé. --¿Entonces...? --No puedo explicárselo, jefe -dijoDave, visiblemente turbado-. Sería capaz de darme unataque de nervios..., si pudiese. Mis subsidiarios

trabajan bien. Lo sé. -Reflexionó; sus ojosfotoeléctricos brillaban intensamente-. No recuerdo. Eldía terminó a las tres y allí estaba Mike, y lasvagonetas de mineral, la mayoría vacías. --No has traído la nota de turnos estos días, Dave-intervino Donovan-. ¿Lo sabes? --Lo sé. Pero encuanto... -Se calló, moviendo la cabeza lenta yceremoniosamente. Powell tenía la sensación de que si el rostro de Davepudiese expresar algo, expresaría la contrariedad. Unrobot, por su misma naturaleza, no puede soportarfaltar a su misión. Donovan acercó su silla a la mesa de Powell y seinclinó hacia él. --¿Amnesia, crees? --No puedo decirlo. Pero es inútiltratar de aplicar nombres de enfermedades así. Lasperturbaciones humanas sólo se aplican a los robotscomo románticas analogías. No tienen empleo eningeniería robótica. Me contraría mucho someterlo a laprueba elemental de reacción de cerebro -añadió,rascándose el cuello-. Esto no adulará su amor propio. Miró a Dave, pensativo, y después la "Descripción delCampo de Pruebas" dada por el "Manual". --Mira, Dave -dijo-, ¿qué te parece si hiciéramos unaprueba? Me parecería muy indicado. --Si tú lo dices, jefe... -dijo el robot,levantándose. En su voz había dolor, entonces.

Empezó bastante sencillamente.Robot Dv-5 multiplicó de memoria cantidades de cincocifras bajo el control de un reloj. Citó los númerosprimos entre mil y diez mil. Extrajo raíces cuadradas eintegrales de difíciles complejidades. Resolvióreacciones mecánicas a fin de aumentar las

dificultades. Y finalmente, sometió su precisa mentemecánica a las más altas funciones del mundo de losrobots: la solución de problemas de juicio y ética. Al cabo de dos horas, Powell sudaba copiosamente.Donovan se había sometido al poco nutritivo régimen deuñas y el robot preguntó: --¿Qué tal va eso, jefe?--Tengo que pensarlo, Dave -dijo Powell-. Un juiciodemasiado r pido no serviría de nada. Ahora es mejorque vuelvas al grupo C. No lleves prisa. No insistasdemasiado en la producción durante algún tiempo... ytodo lo arreglaremos. El robot se marchó. Powell miró a Donovan. Ésteparecía decidido a arrancarse de cuajo el bigote. --No hay nada que no esté en orden en las corrientesde su cerebro positónico. --Sentiría tener esta certidumbre. --¡Por Júpiter, Mike! El cerebro es la parte mássegura de un robot.En la Tierra lo someten a una prueba quíntuple. Si pasasin dificultad el campo de prueba como lo ha pasadoDave, no es posible que el cerebro funcioneerróneamente. Esto cubre todos los fragmentos delcerebro. --¿Dónde estamos, pues? --No me des prisa. Déjameaveriguarlo. Queda todavía la posibilidad de una averíamecánica en el cuerpo.Hay unos mil quinientos condensado res, veinte milcircuitos eléctricos individuales, cinco mil células devacío, mil contactos, y miles de otras piezasindividuales de diversa complejidad, que pueden estardescompuestas

De estos misteriosos campos positónicos... nadie sabenada.

--Oye, Greg -dijo Donovan, impacientándosevisiblemente-. Tengo una idea. Este robot puede estarmintiendo. Jamás... --Los robots no pueden mentir a sabiendas, idiota. Sidispusiéramos del comprobador Mccormack-Wesleypodríamos comprobar individuo por individuo duranteveinticuatro o cuarenta y ocho horas, pero los dosúnicos comprobadores M.W. existentes están en la Tierray pesan diez toneladas; están sobre una base dehormigón y son inamovibles. --Pero, Greg -dijo Donovan, mirando la mesa-, sólodejan de funcionar cuando no los vigilamos. Hay algo...siniestro en esto. -Subrayó su juicio con un puñetazosobre la mesa. --Me das asco -dijo Powell, lentamente-. Has estadoleyendo novelas de aventuras. --Lo que quisiera saber es qué vamos a hacer...-gritó Donovan. --Yo te lo diré. Voy a instalar una placa de visiónsobre mi mesa.All mismo, en la pared. Voy a enfocarla a cualquiersitio de la mina donde se trabaje y vigilaré. Eso estodo. --¿Eso es todo?... Greg... Powell se levantó del sillón y apoyó sobre la mesasus puños cerrados. --Mike, estoy pasando muy malos momentos. Llevas unasemana molestándome con Dave. Dices que se haestropeado. ¿Sabes cómo se ha estropeado? ¡No! ¿Sabesqué forma ha adquirido la avería? ¡No! ¿Sabes qué laocasiona? ¡No! ¿Sabes qué le impide trabajar? ¡No!¿Sabes algo de todo esto? ¡No! ¿Sé yo algo de todoesto? ¡No! De manera que, ¿qué quieres que haga, pues?Los brazos de Donovan se elevaron en un gesto de

grandilocuencia. --Me has ganado... -dijo. --Te lo digo una vez más. Antes de intentar una curatenemos que averiguar en qué consiste la enfermedad.El primer paso necesario para asar una liebre esatraparla. Y ahora, vámonos de aquí.

Donovan recorrió las líneas preliminares de sumemoria con cierto desaliento. Por su parte, estabacansado, y por otra, ¿qué podía comunicar mientras lascosas no fuesen como era debido? --Greg -dijo-, estamosa cerca de mil toneladas por debajo del cálculoprevisto. --Me estás diciendo una cosa que no sabía -respondióPowell, siempre sin levantar la vista. --Lo que quisiera saber -prosiguió Donovan con súbitofuror -es por qué tienen que encargarnos siempre anosotros de los nuevos tipos de robots.He llegado a la conclusión que los robots que eransuficientemente buenos para el tío abuelo por parte demi madre lo son también para nosotros.Estoy por lo ya probado y aprobado.La prueba del tiempo es lo que cuenta; los viejosrobots, sólidos, anticuados, no se estropean jamás. Powell tiró un libro con perfecto desprecio y Donovanvolvió a sentarse con paso vacilante. --Tu misión -dijo Powell tranquilamente- duranteestos últimos cinco años, ha sido probar nuevos robotsen condiciones normales de trabajo por cuenta de laU.S. Robots. Porque tú y yo hemos cometido lainsensatez de dar pruebas de una gran eficiencia, nosha recompensado con este asqueroso trabajo. Esto-añadió, como si horadase agujeros en el aire con eldedo- es trabajo tuyo. Has estado andando detr s de

ello desde tu primera memoria hasta cinco minutosdespués de que la U.S. Robots te contratase. ¿Por quéno dimites? --Bien, te lo diré. -Donovan se echóadelante y se agarró con fuerza su mata de cabellorojo-. Soy fiel a mis principios. Después de todo hetomado parte en el desarrollo de los nuevos robots. Hayque ayudar al avance científico. Pero no me entiendasmal. No es el principio el que me hace seguir adelante;es el dinero que nos pagan. ¡"Greg"! Powell pegó un salto al oír el feroz grito de Donovany siguió su mirada en la pantalla de visión a la quequedaron mirando los dos con el horror pintado en elrostro. --¡Que... Júpiter... me... ampare!-susurró. --¡Míralos, Greg! -exclamó Donovan poniéndose depie-. ¡Se han vuelto locos! --Trae un par de trajes -dijo Powell-. Vamos allá. Observó la actitud de los robots en la placa devisión. En las sombrías galerías del asteroide sin airese veían unos bronceados resplandores que se movíanlentamente. Era como una formación militar y bajo eltenue resplandor de su cuerpo avanzaban silenciosamentepor entre las rugosas paredes del túnel, seguidos deparches de sombras. Marchaban al unísono, siete deellos, con Dave al frente, formando una macabrasimultaneidad; fundiéndose en los cambios de formacióncon la mágica precisión de un regimiento de lanceros. --Se han vuelto locos por culpa nuestra, Greg -dijoDonovan regresando con los trajes-. Esto es una marchamilitar. --Por lo que veo -respondió fríamente Powell- puedeser una serie de ejercicios calisténicos. O Dave puedeestar bajo la alucinación de ser un maestro de baile.

Piensa primero y no te tomes tampoco la molestia dehablar después. Donovan sonrió y se puso un detonador en el estucheque llevaba al lado, con gesto de ostentación. --En todo caso -respondió-, así estamos. Asítrabajamos con los nuevos modelos de robots. Es nuestrotrabajo, de acuerdo. Pero contéstame una cosa. ¿Porqué... por qué hay siempre algo que va mal con ellos?--Porque... -dijo Powell sombríamente-, tenemos lamaldición encima. ¡V monos! Siguiendo la aterciopelada oscuridad de loscorredores bajo los círculos luminosos de sus l mparasde bolsillo, llegaron a su destino. --Aquí están -dijo Donovan, jadeante. --Estoy tratando de conectarlo por radio, pero nocontesta -susurró Powell-. El circuito de la radio estáprobablemente desconectado. --Celebro que los ingenieros no hayan inventadotodavía el robot que pueda trabajar en la oscuridadtotal.Me horrorizaría encontrar siete robots en un pozo negrosin radiocomunicación, si no estuviesen "iluminados"como rboles de Navidad radiactivos. --Trepa a este reborde superior, Mike. Vienen poraquí y quiero observarlos de cerca. ¿Puedes? Mike pegóel salto con un gruñido.La gravedad era considerablemente más baja que lanormal de la Tierra, pero, con un traje pesado, laventaja no era tan grande, y el reborde representaba unsalto de no menos de tres metros. Powell lo siguió. La columna de robots seguía a Dave en fila india. Conuna regularidad mecánica convertían la fila sencilla endoble y volvían a pasar a sencilla en diferente orden. Lo repetían una y otra vez y Dave nunca volvía la

cabeza. Dave estaba a unos seis metros cuando la comediacesó. Los robots subsidiarios rompieron la formación,esperaron un momento, y desaparecieron en ladistancia..., r pidamente. Dave miró hacia ellos,después, lentamente, se sentó. Apoyó la cabeza en unade sus manos, en una postura completamente humana. --¿Estás aquí, jefe? -dijo su voz en uno de losauriculares de Powell. Powell hizo un signo a Donovan y saltó del reborde. --No sé... -dijo el robot moviendo la cabeza-. Haceun momento estaba sacando una considerable producciónen Túnel 17 y en el acto me di cuenta de una presenciahumana por las cercanías, y me he encontrado casi unkilómetro más abajo del túnel. --¿Dónde están los subsidiarios, ahora? -preguntóDonovan. --Trabajando, desde luego. ¿Cu nto tiempo se haperdido? --No mucho. Olvídalo. -Volviéndose haciaDonovan, Powell añadió-: quédate con él el resto delturno.Después, ven. Tengo un par de ideas.

Transcurrieron tres horas antes de que Donovanregresase. Parecía cansado. --¿Cómo ha ido esto? -preguntó Powell. --No pasa nunca nada cuando se los vigila. Dame uncigarrillo... El pelirrojo lo encendió con solícito cuidado y echóal aire un anillo de humo. --He estado pensando en todo esto, Greg -dijo-. Davetiene un curioso fondo, para ser un robot. Seisdependen de él, con una estricta reglamentación. Tienederecho de vida o muerte sobre ellos y tiene que

reaccionar con su mentalidad. Supongamos que sienta lanecesidad de confirmar su poder como concesión a suvanidad. --Ve al grano. --Supongamos que tenemos militarismo. Supongamos queestá creando un ejército. Supongamos que los estáinstruyendo para unas maniobras militares.Supongamos... --Supongamos que has perdido el tino. Tus pesadillasdeberían ser en tecnicolor. Están postulando la mayoraberración de un cerebro positónico.Si tu an lisis fuese correcto, Dave tendría queinfringir la Primera Ley Robótica; que un robot no debeperjudicar a un ser humano o, por inacción, permitirque un ser humano sea perjudicado. El tipo militaristay de car cter dominador que supones debe tener comopunto final de sus lógicas implicaciones la dominaciónde los humanos. --Muy bien. ¿Y cómo sabes que éste no es el fondo dela cuestión? --Porque todo robot con esta mentalidad,primero, no hubiera salido jamás de la fábrica y,segundo, hubiera sido descubierto inmediatamente. Heprobado a Dave, ¿sabes? Powell echó su sillón atr s ypuso los pies sobre la mesa. --No. Seguimos en la situación de no poder asar laliebre porque todavía no sabemos dónde está. Porejemplo, si pudiésemos saber qué significaba aquelladanza macabra que hemos con templado, estaríamos en elcamino de la verdad. Mira, Mike -prosiguió después deuna pausa-. ¿Qué te parece esto? Dave deja de funcionarsolamente cuando ninguno de nosotros está presente. Ycuando no funciona, la llegada de uno de nosotros lovuelve loco. --Ya te dije una vez que todo esto era siniestro.

--No me interrumpas. ¿En qué forma un robot obra demanera diferente cuando los humanos no están presentes?La respuesta es obvia. Se requiere una gran parte deiniciativa personal

En este caso, busca las partes del cuerpo afectadas porla nueva necesidad. --¡C spita! -exclamó Donovan, incorpor ndose. Despuésvolvió a echarse atr s-. No, no... No es bastante. Esdemasiado vago. No cubre las posibilidades. --No puedo evitarlo. En todo caso, no hay peligro deque no den el rendimiento previsto. Vigilaremos porturno a estos robots a través del visor.Cada vez que ocurra algo, iremos inmediatamente alteatro del suceso.Esto los hará trabajar. --Pero de todos modos, los robots no seguir n lasespecificaciones, Greg. La U.S. Robots no puede seguirhaciendo modelos Dv con unos informes como éstos. --Es evidente. Tenemos que localizar el error defabricación y corregirlo, y tenemos sólo diez días paraconseguirlo. Lo malo es que...-añadió Powell rascándose la cabeza-

En fin, mira tú mismo los planos. Los planos sobre papel azul cubrían el suelo como unaalfombra y Donovan se puso a gatas ante ellos,siguiendo el errante l piz de Powell. Este dijoentonces: --Aquí es donde entras tú, Mike.Eres el especialista del cuerpo y quiero que me sigas.He estado tratando de cortar todos los circuitos noafectados por la iniciativa. Aquí, por ejemplo, en laarteria del tronco que comporta operaciones mecánicas.Corta todas las rutas laterales rutinarias como

divisiones de urgencia...-Levantó la vista-. ¿Qué piensas? Donovan sentía un malsabor de boca. --La cosa no es tan sencilla, Greg. La iniciativapersonal no es un circuito eléctrico que puedas aislardel resto y estudiarlo. Cuando un robot actúa por símismo, la intensidad de la actividad del cuerpo aumentainmediatamente en casi todos los frentes. No quedaningún circuito enteramente sin afectar. Lo que hay quehacer es localizar las condiciones especiales,condiciones muy específicas, que lo afectan, y"entonces", empezar a eliminar circuitos. --¡Ejem!... -dijo Powell, levantándose y quitándoseel polvo-. Muy bien. Coge estos papelotes azules yquémalos. --Ya ves que dada una sola parte defectuosa -dijoDonovan- cuando la actividad se intensifica, puedeocurrir cualquier cosa. El aislamiento cesa, uncondensador salta, un contacto echa chispas, unaespiral se calienta. Y si obras a ciegas, pudiendoelegir entre todo el robot, jamás encontrar s el puntodefectuoso. Si desmontas a Dave y compruebas una poruna cada pieza del mecanismo de su cuerpo, volviéndoloa montar y probando nuevamente... --Bien, bien. Sé también mirar por una portilla... Se miraron durante un momento, desalentados, yPowell, cautelosamente, dijo: --Supongamos que interrogsemos uno de los subsidiarios... Ni Powell ni Donovan habían tenido hasta entonces laoportunidad de hablar con un "dedo". Sabía hablar; laanalogía con el dedo humano no era, pues exacta. Enrealidad, tenía un cerebro bastante desarrollado, peroeste cerebro estaba primariamente adaptado a larecepción de órdenes, vía campo positónico, y su

reacción a los estímulos independientes era un pococonfusa. Powell no sabía tampoco a ciencia cierta su nombre.Su número de serie era Dv-5-2, pero esto era de pocautilidad. --Oye, camarada -le dijo para infundirle confianza-.Voy a pedirte que pienses muy intensamente y podr svolverte con tu amo. El "dedo" hizo un r pido movimiento afirmativo con lacabeza, pero no llevó las limitadas funciones de sucerebro hasta hablar. --En cuatro ocasiones recientes -dijo Powell-, tu amose apartó del esquema cerebral. ¿Recuerdas estasocasiones? --Sí, señor. --Las recuerda -gruñó Donovan con rabia-. Ya te hedicho que hay algo muy siniestro... --¡Oh, cállate, cállate! Desde luego el "dedo"recuerda. ¿Qué hay de mal en ello? -Powell se volvióhacia el robot-. ¿Qué estabais haciendo cada una deestas veces... todo el grupo, me refiero? El "dedo"tenía una curiosa manera de recitar las frases, como sicontestase las preguntas bajo la presión mecánica de sucerebro, pero sin poner en ello entusiasmo. --La primera vez estábamos trabajando en una difícilexplotación en Túnel 17, Nivel B. La segunda estábamosasegurando el techo contra un posible hundimiento. Latercera vez estábamos preparando explosiones adecuadaspara prolongar el túnel sin producir fisuras subterrneas. La cuarta vez fue después de un ligerodesprendimiento. --¿Qué ocurrió estas veces? --Es difícil dedescribir. Se transmitió una orden, pero antes de quepudiésemos recibirla e interpretarla, vino la nuevaorden de avanzar en una extraña formación.

--¿Por qué? -saltó Powell. --No lo sé. --¿Cu l era la primera orden... la que fue anuladapor la de marchar en formación? -intervino Donovan,interesado. --No lo sé. Sentía que se acababa de dar una orden,pero no tuve tiempo de recibirla. --¿No puedes decirnos nada de ella?¿Era la misma orden, siempre? El "dedo" movía lacabeza, desalentado. --No lo sé. --Bien, en este caso, vuelve con tu amo -dijo Powell,ech ndose atr s. El "dedo" se marchó, visiblemente aliviado. --Bien, hemos conseguido bastante, esta vez -dijoDonovan-. Ha sido un di logo, verdaderamente animadodel principio al fin. Oye, Greg. Dave y el "dedo" nosestán tomando el pelo a los dos. Hay demasiadas cosasque no saben ni recuerdan. Va a ser cosa de no confiarya en ellos, Greg. Powell se estaba peinando el bigote en sentidocontrario. --¡V lgame Dios, Mike! ¡Otra estúpida observacióncomo ésta y no sé lo que será de ti! --Bien, bien... Tú eres el genio del equipo. Yo nosoy más que un pobre niño de pecho. ¿En qué quedamos?--Un poco más atr s que antes. He tratado de avanzarhacia atr s por mediación del "dedo" y no lo heconseguido. De manera que tendremos que avanzar haciadelante. --¡Es un gran hombre! -se maravilló Donovan-. ¡Quéfácil es todo para él! Ahora tradúcemelo al idiomavulgar, Maestro. --Lo entender s mejor si te lo traduzco al lenguaje

de los nenes.Quiero decir que tenemos que averiguar qué orden fue laque dio Dave antes de que todo fuese mal. Esta puedeser la clave del misterio. --¿Y cómo esperas conseguirlo? No podemos acercarnosa él porque mientras estemos presentes, todo irá bien.No podemos captar sus órdenes por radio porque lastransmiten vía campo positónico. Esto elimina laproximidad y la lejanía, dej ndonos ante un magníficocero. --Por observación directa, sí.Queda todavía la deducción. --¿Eh? --Vamos a ver los relevos, Mike -dijo Powellcon una mueca-. Y no apartaremos los ojos de la placade visión. Observaremos todos los actos de estoscerebros de acero. En el momento en que dejen deactuar, habremos visto lo que ocurría inmediatamenteantes y deduciremos cu l era la orden. Donovan abrió la boca y permaneció así durante unminuto entero. Después, como si se ahogase, dijo:--Dimito. Me voy. --Tienes diez días para tomar una decisión mejor-dijo Powell.

Qué es lo que durante ocho días trató de hacerDonovan. Durante ocho días, en guardias alternadas decuatro horas, observó, con los ojos doloridos ycongestionados, las relucientes formas metálicas que semovían sobre el vago fondo. Y durante ocho días,durante las guardias y los descansos, maldijo la U.S.Robots, los modelos Dv y el día en que nació. Y entonces, el octavo día, cuando Powell entró con lacabeza dolorida y el sueño en los ojos para hacer suguardia, Donovan se levantó y, tomando lenta y

deliberadamente la justa puntería, arrojó un libro alcentro de la placa de visión. Se produjo el naturalruido de algo que se rompe. --¿Por qué has hecho esto? -preguntó Powell,boquiabierto. --Porque no quiero observar nada más -respondióDonovan, casi con calma-. Nos quedan dos días y nohemos averiguado nada. Dv-5 es sencillamente unfracaso. Se ha parado cinco veces mientras lo he estadoobservando y tres durante tu guardia y ni tú ni yosomos capaces de saber qué órdenes da. Y no creo quelogres averiguarlo, porque no creo lograr averiguarloyo. --¡Pero, hombre, cómo quieres vigilar seis robots ala vez! Uno trabaja con las manos, el otro con lospies, uno como un molino de viento y otro salta arribay abajo como un chiflado

Y los otros dos... el diablo sabe lo que estánhaciendo. Y de repente se paran todos. --Greg, no hacemos lo que debemos hacer. Tenemos queestar más cerca.Tenemos que observar lo que hacen desde donde podamosver los detalles. Hubo un amargo silencio que fue roto por Powell. --Sí, y esperar que ocurra algo con sólo dos días pordelante. --¿Es que hay alguna ventaja en vigilar desde aquí?--Es más cómodo. --Ya..., pero hay algo que puedes hacer allí y nopuedes hacer aquí. --¿Qué es? --Puedes hacerlos parar... en el momentoque quieras, y entretanto estás preparado para ver quées lo que ocurre.

--¿Cómo es eso? -dijo Powell, intrigado. --Piénsalo tú mismo si tienes el cerebro que dices.Hazte algunas preguntas. ¿Cu ndo para de trabajar elDv-5? ¿Cu ndo ha dicho el "dedo" que lo hacía? Cuandohay amenaza de derrumbamiento, o bien se produce;cuando hay que tomar delicadas medidas para lacolocación de explosivos al encontrar un filón difícil. --En otras palabras, cuando hay peligro -dijo Powell. --¡Exacto! Cuando "esperas" que se produzca. Es elfactor iniciativa personal el que nos causa laperturbación. Y es precisamente durante los momentos depeligro, en ausencia de un ser humano, cuando lainiciativa personal está a su máximo de tensión.Ahora bien, ¿cu l es la deducción lógica? ¿Cómo podemoscrear nuestra intercepción cuando y donde queramos?-Hizo una pausa, triunfante, ya que empezaba a gozarcon su papel y contestaba sus propias preguntasadelantándose a la respuesta de Powell-.Creando nuestro propio peligro. --Mike -dijo Powell-... tienes razón. --Gracias, camarada. Sabía que algún día la tendría. --Bien, pero ahórrate los sarcasmos. Losconservaremos en una jarra para los inviernos fríos.Entretanto ¿qué peligros podemos crear? --Podríamosinundar las minas, si no estuviésemos en un asteroidesin aire. --Muy ingenioso, sin duda. Realmente, Mike, me dejasincapacitado de tanta risa. ¿Qué te parece un pequeñodesprendimiento de tierras? Donovan avanzó los labios,reflexionó, y dijo: --Por mi parte... O.K. --Bien. Manos a la obra. Mientras avanzaba por el escarpado paisaje, Powelltenía todo el aspecto de un conspirador. En aquellabaja gravedad, andaba por el abrupto suelo lanzando

trozos de roca a derecha e izquierda bajo su peso ylevantando nubes de polvo gris. Mentalmente, sinembargo, era el cauteloso avance de un conspirador. --¿Sabes dónde estamos? -preguntó. --Creo que sí, Greg. --Muy bien, pero si un "dedo" se acerca a veintepasos de nosotros nos "sentir ", estemos en su línea devisión o no. Espero que ya lo sabes. --Cuando necesite una información sobre la cienciarobótica te la pediré por escrito y por triplicado.Metámonos por aquí. Estaban ya en los túneles; incluso la luz de lasestrellas había desaparecido. Los dos amigos seguíanavanzando entre las paredes, ilumin ndolas con sus lmparas a espacios intermitentes. Powell buscó el segurode su detonador. --¿Conoces este túnel, Mike? --No muy bien. Es nuevo.Creo poderlo reconocer por lo que vi en la placa devisión, pero... Transcurrieron unos interminables minutos.Finalmente, Mike dijo: --Toca eso... Una ligera vibración de los muros se transmitió através de la enguantada mano metálica de Powell. No seoía nada, naturalmente. --¡Diablos! Estamos muy cerca. --Abre bien los ojos -dijo Powell

Donovan asintió, impaciente. La cosa se produjo y desapareció antes de quepudiesen sentirla; fue sólo un resplandor bronceado queatravesó su campo visual. Se agarraron uno a otro ensilencio. --¿Crees que nos sienten? -susurró Powell. --Espero que no. Pero será mejor que los cojamos de

flanco. Toma el primer túnel transversal a la derecha

--¿Y si no los encontramos? --Bien, y ¿qué quiereshacer? ¿Volver atr s? -gruñó Donovan, malhumorado-.Están a cuatrocientos metros. Los he estado observandopor la placa de visión. Y tenemos dos días... --¡C llate! Estás malgastando el oxígeno. ¿Es éste uncorredor late ral? -Lanzó un destello-. Sí, lo es

Vamos. La vibración era considerablemente más fuerte y elsuelo temblaba. --Va bien -dijo Donovan-, si no cede debajo denosotros, sin embargo.-Mandó el haz de luz hacia delante inquieto. Con sólo levantar el brazo podían tocar el techo y laensambladura había sido colocada recientemente. Donovanvacilaba. --No hay salida. Volvamos atr s. --No. Espera -dijo Powell, desliz ndose por su lado-.¿Qué es esta luz, allá abajo? --¿Luz? No veo ninguna.¿De dónde quieres que salga una luz, aquí? --Luz derobot. -Subía por una suave pendiente, sobre manos yrodillas. Su voz resonó ronca e inquieta en los oídosde Donovan-. ¡Eh, Mike, ven aquí! Había luz. Donovan avanzó al lado de las piernasestiradas de Powell. --¿Una abertura? --Sí. Tienen que estar trabajando eneste túnel, por el otro lado. Donovan tocó los speros bordes de un agujero que dabaa un lugar que el destello luminoso de la l mparareveló ser la galería principal de un filón.El agujero era demasiado pequeño también para que doshombres pudiesen mirar por él simultáneamente.

--No hay nada -dijo Donovan. --Ahora, no. Pero debió de haberlo, de lo contrariono hubiéramos visto luz. ¡Cuidado! Las paredes se derrumbaron a su alrededor y sintieronel impacto. Una ducha de fino polvo cayó sobre ellos.Powell levantó cautelosamente la cabeza y miró. --Está bien, Mike. Están allí. Los relucientes robots estaban aglomerados quincemetros más abajo, en el túnel principal. Los brazosmetálicos trabajaban laboriosamente en el montón deescombros creado por la última explosión. --No perdamos tiempo -dijo Donovan con afán-. Notardar n mucho en terminar y la próxima explosión puedealcanzarnos. --¡C spita, no me des prisa! -Po well sacó eldetonador y sus ojos buscaron afanosamente a través delfondo polvoriento, donde la única luz era la de losrobots y era imposible ver una roca saliente en laoscuridad. --Hay un punto en el techo, casi encima de ellos. Laúltima explosión no lo ha derribado del todo. Si puedesalcanzarlo en la base, la mitad del techo se vendráabajo. Powell siguió la dirección del delgado dedo. --¡Cuidado! Ahora fija tu mirada en los robots y rezapor que no se vayan demasiado lejos en esta parte deltúnel. Son mis fuentes de luz.¿Están los siete allí? --Los siete -dijo Donovandespués de haberlos contado. --Bien, entonces, obsérvalos. Fíjate en todos susmovimientos. Levantó el detonador y apuntó, mientras Donovanvigilaba y pestañeaba bajo el sudor que se metía en susojos. Disparó.

Hubo una sacudida, una serie de fuertes vibraciones yuna nueva sacudida más fuerte que arrojó a Powell confuerza contra Donovan. --¡Greg, me has empujado! -gritó Donovan-. No veonada... --¿Dónde están? -preguntó Powell con violencia. Donovan guardaba un estúpido silencio. No habíarastro de los robots.Todo estaba oscuro como las riberas de la lagunaEstigia. --¿Crees que los hemos sepultado? -balbució Donovan. --Vamos a bajar. No me preguntes lo que creo. Powell se arrastró hacia abajo, a toda velocidad. --¡Mike! Donovan se detuvo en el momento en que iba aseguirlo. --¿Qué ocurre ahora? --¡Detente! -La respiración dePowell llegaba ronca e irregular a los oídos deDonovan-. ¡Mike! ¿Me oyes, Mike? --Estoy aquí. ¿Quéocurre? --Estamos bloqueados. No fue el techo queestaba a quince metros de nosotros lo que se vinoabajo, sino el nuestro. La sacudida lo ha derribado

--¡Cómo! -Donovan avanzó y se encontró con unabarrera de tierra-.Enciende. Powell encendió. En ninguna parte había un agujeropor donde pudiese pasar una liebre. --Vaya... ¿y qué hacemos ahora? -dijo Donovan en vozbaja.

Perdieron algún tiempo y algún esfuerzo tratando demover la barrera que los bloqueaba. Powell trató deensanchar los bordes del agujero original y por un

momento levantó su detonador. Pero sabía que tan decerca, una explosión hubiera equivalido a un suicidio. --¿Sabes, Mike -dijo sentándose en el suelo-, quehemos armado un lío? No estamos más cerca de saber quéle ocurre a Dave. Fue una buena idea, pero nos hasalido al revés. La mirada de Donovan delataba una amargura cuyaintensidad se perdía totalmente en la oscuridad. --Sentiría ofenderte, muchacho, pero aparte de lo quesepamos o ignoremos acerca de Dave, estamos en unatrampa. Si no nos liberamos, compañero, vamos a morir."M-o-r-i-r", morir. ¿Cu nto oxígeno tenemos, de todosmodos? No más de seis horas. --Ya he pensado en esto -dijo Powell, llevándose losdedos a su sufrido bigote y tratando de levantar suinútil visor transparente-. Desde luego, podríamoshacer que Dave nos saque de aquí fácilmente en estetiempo, de no ser porque nuestra preciosa jugarreta lodebe haber sepultado también con su radiocircuito. --Lo cual no es muy risueño. Donovan avanzó hacia la abertura y consiguió encajaren ella muy justamente su protegida cabeza. --¡Eh, Greg! --¿Qué hay? --Supongamos que tuviésemos a Dave a seismetros. Esto nos salvaría. --Seguro, pero ¿dónde está? --Abajo, en el corredor.Pero, por lo que más quieras, no sigas tirando de mí ome vas a arrancar la cabeza de su soporte. Ya te dejarémirar. Powell consiguió asomar la cabeza. --Lo hemos hecho muy bien. Mira estos idiotas. Debede ser un "ballet" esto que hacen. --Deja las observaciones secundarias. ¿Se acercan?--No puedo decírtelo. Están demasiado lejos. P same la

l mpara, ¿quieres? Trataré de llamar su atención deesta manera. Al cabo de dos minutos, abandonó. --No hay nada que hacer. Deben de ser ciegos. ¡Oh,oh, ahora avanzan hacia nosotros! ¿Qué crees? --¡Eh,déjame ver! -dijo Donovan. Hubo un nuevo silencio y Donovan asomó la cabeza. Seacercaban. Dave avanzaba r pidamente a la cabeza de losseis "dedos", que lo seguían en fila india, balancendose. --¿Qué hacen? Esto es lo que quisiera saber. Pareceuna pantomima -se preguntó Donovan. --¡Déjate de descripciones! -gruñó Powell-. ¿A quédistancia están? --A unos quince metros y vienen enesta dirección. Estaremos fuera dentro de quince min...¡Eh, eh, ay...! ¡Ay! --¿Qué ocurre, ahora? -Powell necesitó algunossegundos para volver en sí ante las exaltacionesvocales de Donovan-. Vamos ya. Déjame asomar también...No seas egoísta. Avanzó hacia el agujero, pero Donovan lo apartó de unpuntapié. --Han dado media vuelta, Greg. Se marchan. ¡Dave!¡Eh, Da...ve! --¿De qué te sirve gritar, idiota? El sonido no setransmite. --Pues entonces, golpea las paredes, derríbalas,manda alguna vibración. Tenemos que llamar su atenciónde alguna manera, Greg, o estamos listos. Se agitaba como un loco. Powell lo sacudió. --Espera, Mike, espera. Escucha, tengo una idea. ¡PorJúpiter, es el momento de apelar a las solucionessencillas! ¡Mike! --¿Qué quieres? --Déjame meter aquí antes de que

estén fuera de nuestro alcance. --¡Fuera de nuestro alcance! ¿Qué vas a hacer? ¡Eh!¿Qué vas a hacer con el detonador? -dijo agarrando elbrazo de Powell. Powell se soltó con una violenta sacudida. --Voy a hacer algunos disparos... --¿Por qué? --Te lo diré más tarde. Veamos si sirvede algo, primero. Si no...Quítate de aquí y deja que me meta yo.

Los robots eran ya unos meros puntos que disminuíande tamaño en la distancia. Powell ajustó la mira y elalza cuidadosamente y apretó tres veces el gatillo.Bajó el arma y miró atentamente. Uno de lossubsidiarios había caído. Sólo se veían seisrelucientes figuras. --¡Dave! -gritó Powell por el transmisor, dudando. Hubo una pausa y los dos hombres oyeron la respuesta. --¿Jefe? ¿Dónde estás? El pecho de mi tercersubsidiario ha estallado

Está fuera de servicio. --Déjate de subsidiarios -dijo Powell-. Estamoscogidos en una trampa..., es un desprendimiento detierras, donde estabais trabajando.¿Puedes ver nuestros destellos? --Sí, vamos allí enseguida. Powell se echó atr s y relajó sus músculos doloridos. --Bien, Greg -dijo Donovan lentamente con un sollozocontenido en la voz-. Has ganado. Golpeo el suelo conmi frente delante de tus pies.Ahora no me cuentes ningún cuento.Dime exactamente qué ha pasado. --Es fácil. Que durante todo el proceso hemos omitido

lo evidente...como de costumbre. Sabíamos que se trataba del circuitode iniciativa personal, y que ocurría siempre durantelos momentos de peligro, pero seguíamos buscando unorden específico como causa. ¿Y por qué tenía que haberun orden? --¿Por qué no? --Mira. ¿Qué tipo de ordenrequiere mayor iniciativa? ¿Qué tipo de orden sepresenta casi siempre sólo en momentos de peligro? --Nome preguntes, Greg. Dímelo y basta. --Eso estoy haciendo. Es una orden séxtuple. Encondiciones ordinarias, con uno o más de los "dedos"realizando un trabajo rutinario que no requiere unaestrecha supervisión, nuestros cuerpos transmiten elmovimiento rutinario. Pero en un caso de peligro, losseis subsidiarios tienen que ser inmediatamentemovilizados. >Dave tiene que mandar seis robots a la vez. El restoera fácil. Cualquier disminución en la iniciativarequerida, como la llegada de los seres humanos, lohace retroceder. Por esto destruí uno de los robots. Alhacerlo, él transmitía sólo una orden quíntuple. Lainiciativa disminuye..., vuelve a la normalidad. --Pero... ¿cómo has descubierto todo esto? --Merasuposición lógica. Lo he probado y ha salido bien. --Aquí estoy -resonó de nuevo en sus oídos la voz delrobot-. ¿Podéis esperar media hora? --Fácilmente -dijoPowell. Y volviéndose hacia Donovan, prosiguió-: Yahora el juego será sencillo. Revisaremos los circuitosy comprobaremos cada parte que tiene un trabajo deorden séxtuple como en oposición a un orden quíntuple.¿Qué campo nos deja esto? --No mucho, me temo -dijoDonovan después de haber reflexionado-. Si Dave es comoel modelo preliminar que vimos en la fábrica, tiene uncircuito coordinador especial que será la única sección

afectada. -Se animó súbitamente de una forma extraña-.Oye, no estaría del todo mal. No hay nada contraesto... --Muy bien. Piensa en esto y comprobaremos los planoscuando regresemos. Y ahora, hasta que venga Dave, voy adescansar. --¡Eh, eh, espera! Dime una cosa.¿Qué eran aquellas extrañas marchas, aquellos pasos debaile que ejecutaban los robots cada vez que sedescomponían? --¿Esto? No lo sé. Pero tengo una idea.Recuerda que estos subsidiarios eran como "dedos" deDave. Decíamos siempre esto, ¿te acuerdas? Pues bien,tengo la impresión de que durante estos intervalos,cada vez que Dave se convertía en un caso de psiquiatría, se dejaba llevar por su obsesión, "dabavueltas a sus dedos".

Susan Calvin hablaba de Powell y Donovan sin el menoresfuerzo de sonrisa, pero su voz cobraba calor cuandomencionaba a los robots. Le era muy fácil hablar de losSpeedy, los Cuties o los Daves, y la atajé. De locontrario, nos hubiera explicado media docena más. --¿Y no ha ocurrido nunca nada, en la Tierra?-pregunté. Me miró frunciendo ligeramente el ceño. --No, no tenemos gran cosa que ver con los robots,aquí en la Tierra. --Pues es l stima. Sus ingenieros son buenos, pero,¿no podríamos hablar un poco de esto? Es su cumpleaños,ya lo sabe usted. Me alegró ver que se sonrojaba. --También yo he tenido disgustos con los robots

-dijo-. ¡Pardiez, cu nto tiempo hace que no pienso enesto! ¡Si hace cerca de cuarenta años! Ciertamente fueen 2021. Y yo tenía sólo treinta y ocho años.¡Oh... preferiría no hablar de esto! Esperé, seguro de que cambiaría de parecer. Y asífue. --¿Por qué no? -dijo-. No puede hacerme ya dañoalguno. Ni tan sólo el recuerdo. Fui un poco locuela enotro tiempo, joven. ¿Lo creería usted? --No -dije. --Pues lo era. Pero Herbie era un robot que podíaleer el pensamiento. --¿Cómo? --El único en su clase. Ni antes ni después.Un error... en cierto modo.

5 Embustero

Alfred Lanning encendió cuidadosamente el cigarro,pero las puntas de los dedos le temblaban ligeramente.Sus cejas grises se juntaban mientras iba hablandoentre bocanadas de humo. --Que lee el pensamiento..., no cabe la menor duda deeso. Pero ¿por qué? -dijo, mirando al matemático PeterBogert. Bogert echó atr s su negro cabello con las dos manos. --Este fue el trigésimo cuarto modelo Rb que sacamos,Lanning. Todos los demás eran estrictamente ortodoxos. El tercer hombre que había con ellos en la mesafrunció el ceño.Milton Ashe era el empleado más joven de la U.S. Robots/ Mechanical Men Inc., y estaba orgulloso de su puesto. --Escuche, Bogert, no hubo el menor error en elmontaje, desde el principio hasta el fin. Esto puedogarantizarlo. Los labios gruesos de Bogert esbozaron una sonrisaprotectora. --¿De veras? Si puede usted responder de la operaciónentera de montaje, recomendaré su ascenso. Contandoexactamente, la manufactura de un solo ejemplar decerebro positónico, requiere setenta y cinco mildoscientas treinta y cuatro operaciones, y cada una de

ellas depende separadamente de un cierto número defactores, de cinco a ciento cinco. Si uno de ellos salepositivamente "mal", el cerebro está inutilizado. Nohago más que citar nuestro folleto informativo, Ashe. Milton Ashe se sonrojó, pero una voz seca cortó surespuesta. --Si vamos a empezar ech ndonos la culpa mutuamente,me voy -dijo Susan Calvin con las manos sobre elregazo, palideciendo ligeramente sus delgados labios-.Tenemos en nuestras manos un robot capaz de leer elpensamiento y me parece que lo más importante esdescubrir por qué lo lee. No será diciendo: "¡Es culpatuya! ¡Es culpa mía!", como lo averiguaremos. Sus fríos ojos grises se fijaron en Milton Ashe quehizo una mueca. Lanning hizo una, también, y, como siempre en talescasos, sus largos cabellos blancos y sus penetrantes yastutos ojos hicieron de él la imagen de un patriarcabíblico. --Tiene usted razón, doctora Calvin. Vamos aexponerlo todo en forma de píldora concentrada-prosiguió, cambiando el tono de voz, que se hizo másaguda-. Hemos producido un cerebro positónico de untipo supuestamente ordinario, que tiene laextraordinaria propiedad de sincronizarse con las ondasdel pensamiento ajeno. Esto marcaría la fecha másimportante en el avance de la ciencia robótica denuestra Era si supiésemos por qué sucede. No losabemos, y tenemos que averiguarlo. ¿Está esto claro?--¿Puedo hacer una indicación? -preguntó Bogert. --Diga. --Que hasta que hayamos despejado esta incógnita, ycomo matemático tengo motivos para suponer que la cosano será fácil, conservemos la existencia de Rb-34

secreta. Incluso para los demás miembros de lacompañía. Como jefes de departamento, tenemos el deberde no considerar este problema insoluble, y cuantosmenos estemos al corriente... --Bogert tiene razón -dijo la doctora Calvin-. Desdeque el Código Interplanetario ha sido modificado en elsentido de permitir que los modelos de robots seanprobados en los talleres antes de ser lanzados alespacio, la propaganda antirrobot ha aumentado

Si trasciende la noticia de que existe un robot capazde leer el pensamiento antes de que podamos anunciarque tenemos el dominio completo del fenómeno, lacampaña adquirirá un incremento considerable. Lanning fumaba su cigarro, asintiendo gravemente. Sevolvió a Ashe

--Tengo entendido que estaba usted solo cuando se diocuenta del fenómeno -dijo en forma interrogadora. --Lo dije, en efecto. Me llevé el susto mayor de mivida. Acababan de sacar a Rb-34 de la tabla de ajuste yme lo mandaron. Overmann estaba fuera, de manera que melo llevé a las salas de prueba y empecé con él. -Sedetuvo y una leve sonrisa apareció en sus labios-.¿Alguno de ustedes ha sostenido alguna vez unaconversación mental sin saberlo? Nadie se tomó lamolestia de contestar y prosiguió: --Al principio no seda uno cuenta, ¿comprenden?... Me habló, tan lógica ycuerdamente como puedan imaginar, y sólo cuando estabaya a más de medio camino de las salas de pruebas me dicuenta de que no había dicho nada.Desde luego, había pensado mucho, pero no es lo mismo,¿no es así? Encerré aquella máquina y corrí en busca deLanning. Tenerlo a mi lado, caminando juntos y verlo

penetrar en mi cerebro, leyendo mis pensamientos, medaba escalofríos. --Lo comprendo -dijo Susan Calvin, pensativa. Susojos se fijaban con intensidad en Ashe, de una maneracuriosamente significativa-. Tenemos tanto la costumbrede considerar nuestros pensamientos como cosaprivada... --Entonces, sólo lo sabemos nosotros cuatro-intervino Lanning con impaciencia-. ¡Bien! Tenemos queseguir adelante, sistemáticamente.Ashe, quisiera que comprobase la operación de montajedesde el principio hasta el fin. Tiene usted queeliminar todas las operaciones en las cuales no hayposibilidad material de error, y anotar aquellas en quepuede haberlo, con su naturaleza y posible magnitud. --Orden contundente -gruñó Ashe. --¡Naturalmente! Desde luego, tomará usted a susórdenes todos los hombres que necesite, y no me importasi pasamos de los previstos. Pero no tienen que saberpor qué, ¿comprende? --¡Ejem!..., sí. ¡Otro trabajitode alivio! -dijo el joven técnico con una mueca. Lanning giró en su silla y se volvió hacia SusanCalvin. --Usted tendrá que emprender su trabajo en otradirección. Como robot-psicóloga de la organización,tendrá que estudiar el robot y trabajarretrospectivamente. Trate de descubrir cómo funciona.Vea qué más está ligado a sus poderes telep ticos,hasta dónde se extienden, qué curvatura toma sudirección y qué perjuicio ha ocasionado exactamente alos robots Rb ordinarios. ¿Comprende? Lanning no esperóa que la doctora Calvin contestase. --Yo coordinaré los datos e interpretarématemáticamente los resultados. -Chupó violentamente su

cigarro y miró a los demás a través del humo-. Bogertme ayudará en eso, desde luego. Bogert se frotaba las uñas de una mano con la palmade la otra. --Bien. Entonces, manos a la obra

-Ashe echó su silla atr s y se levantó. Su agradablerostro juvenil esbozó una sonrisa-. Tengo que realizarel trabajo más arduo de todos, de manera que me voy atrabajar. Y con un "¡Hasta luego!", salió. Susan Calvin contestó con una inclinación casiimperceptible de cabeza, pero sus ojos lo siguieronhasta que se perdió de vista, y no contestó cuandoLanning con un guiño, dijo: --¿Quiere usted subir y veral Rb-34 ahora, doctora Calvin? Cuando Susan Calvinentró, los ojos fotoeléctricos de Rb-34 se levantarondel libro que estaba leyendo, al oír el chirrido de losgoznes y se puso de pie. La doctora Calvin se detuvopara volver a poner en su sitio el gran letrero de"Prohibida la entrada" de la puerta y se aproximó alrobot. --Te he traído los textos sobre los motoreshiperatómicos, Herbie, algunos por lo menos. ¿Quieresecharles una mirada? Rb-34, conocido por el apodo de"Herbie", cogió los tres pesados volúmenes que ellallevaba en los brazos y abrió uno de ellos por elíndice. --¡Hum!... "Teoría de Hiperatómico"... -murmuró sinarticular, como para sí mismo. Hojeó las p ginas y conel aire abstraído, añadió-: ¡Siéntate, doctora Calvin!Necesi taré algunos minutos. La doctora psicóloga se sentó mientras él cogíatambién una silla, se sentaba al otro lado de la mesa y

comenzaba a recorrer sistemáticamente los textos. Mediahora después los dejó a un lado. --Desde luego, sé por qué has traído esto. --Lo temía -dijo la doctora, torciendo el gesto-. Esdifícil trabajar contigo, Herbie. Estás siempre un pasomás adelante que yo. --Con estos libros ocurre lo mismo que con los demás.No me interesan.No hay nada en sus textos. Su ciencia no es más que unconjunto de datos recopilados, amasados, para formaruna teoría tan increíblemente sencilla que no vale casila pena de ocuparse de ella. Es tu parte imaginaria loque me interesa. Tus estudios sobre la relación de losmotivos y emociones humanas... -su voluminosa manodescribió un amplio ademán, mientras buscaba laspalabras adecuadas. --Creo comprenderte -murmuró la doctora. --Leo en los cerebros, ya lo sabes, y no tienes ideade lo complicados que son -continuó el robot-. Me esdifícil entenderlo todo porque mi mente tiene muy pocoen común con ellos..., pero lo intento y vuestrasnovelas me ayudan. --Sí, pero temo que después de las horripilantessensaciones emotivas de la novela sentimental denuestros días -y dijo esto con un tono de amargura enla voz- encuentres los cerebros auténticos como losnuestros aburridos e incoloros. --¡Pero no es así! La súbita energía de su respuesta la hizo ponerse depie. Sintió que se sonrojaba, y con congoja pensó:"Debe de saber...". Herbie se arrellanó en su sillón y con una voz en lacual el timbre metálico había desaparecido casienteramente, murmuró.

--Desde luego, lo sé, Susan Calvin. Piensas siempreen lo mismo, de manera que, ¿cómo no voy a saberlo?--¿Se lo has dicho a alguien? -inquirió ella. --¡No! -exclamó él con auténtica sorpresa-. Nadie melo ha preguntado

--Entonces... -susurró ella-, debes de creer queestoy loca. --No, es una emoción normal. --Por esto quiz es una locura.-El apasionamiento de su voz ahogó toda otra emoción.Una parte del alma femenina asomó tras la capadoctoral-

No soy lo que podríamos llamar...atractiva. --Si te refieres al mero atractivo físico, no puedojuzgar. Pero sé que, en todo caso, hay otros tipos deatracción. --Ni joven -dijo ella, casi sin oír lo que decía elrobot. --No tienes todavía cuarenta años -dijo Herbie con untoque de insistencia en la voz. --Treinta y ocho si contamos los años; por lo menossesenta si tenemos en cuenta mi concepto emotivo de lavida. Por algo soy psicóloga. Y él tiene escasamentetreinta y cinco, y parece y obra como si fuese másjoven

¿Crees que me ve alguna vez como otra cosa que... loque soy? --Te equivocas. Escúchame... -dijo Herbiegolpeando con su puño de acero la mesa de pl stico, queprodujo un estridente ruido. Pero Susan Calvin se volvió hacia él y el dolor de su

mirada se convirtió en una llamarada. --¿Por qué me equivocaría? ¿Qué sabes tú de todoesto..., siendo una mera máquina? Para ti no soy másque un ejemplar; un gusano interesante con una mentepeculiar abierta a toda inspección. ¿No soy acaso unmagnífico ejemplo de fracaso? Como tus libros... -Suvoz, convertida en sollozos, resonaba en el silencio. El robot se amilanó ante aquel estallido. Movió lacabeza, suplicante. --¿No quieres escucharme? Podría ayudarte, si medejas. --¿Cómo? ¿D ndome un buen consejo?-dijo, torciendo nuevamente el gesto. --No, no es eso. Es que sé lo que piensan losdemás... Milton Ashe, por ejemplo. Hubo un largo silencio durante el cual Susan Calvinbajó los ojos. --No quiero saber lo que piensa -susurró-. ¡C llate! --Creía que querrías saber lo... Susan seguía con la cabeza baja, pero su respiraciónse aceleraba. --Estás diciendo tonterías -susurró. --¿Por qué? Trato de ayudarte.Milton Ashe piensa de ti... La doctora, viendo que se callaba, levantó la cabeza:--¿Y bien? --Te ama -dijo el robot, tranquilamente. Durante un minuto entero, la doctora permaneció sinhablar. sólo miraba

--¡Estás equivocado! -dijo por fin-. ¡Tienes queestarlo! ¿Por qué me amaría? --Pero te ama... Una cosaasí no puede quedar oculta... para mí. --Pero soy tan..., tan... -balbució, y se detuvo. --No se detiene en las apariencias; admira el

intelecto, en los demás.Milton Ashe no es de los que se casan con una mata depelo y un par de ojos bonitos. Susan Calvin se dio cuenta de que estaba parpadeandor pidamente y esperó antes de hablar. Incluso entoncessu voz temblaba. --Y sin embargo, jamás ha indicado en modo alguno... --¿Le has dado alguna vez la ocasión? --¿Cómo podía?Jamás pensé que... --¡Exacto! La doctora hizo una pausa, quedando pensativa, ydespués levantó súbitamente la vista. --Hace un año, una muchacha fue a verlo allaboratorio. Era linda, supongo, rubia y esbelta. Y,desde luego, no sabía ni que dos y dos eran cuatro. Élpasó todo el día sacando el pecho fuera, tratando deexplicarle cómo se construía un robot. -La dureza de suvoz había reaparecido-.¡Pero no lo entendió! ¿Quién era? --Conozco la personaa quien te refieres -respondió Herbie sin vacilar-. Essu prima hermana y no siente por ella ningún interéssentimental.Te lo aseguro. Susan Calvin se puso de pie con una vivacidadinfantil. --¿No es extraño, esto? Es exactamente lo que queríadecirme algunas veces, sin llegar nunca a convencerme

Entonces debe de ser verdad. Se acercó a Herbie y cogió su mano fría. --¡Gracias, Herbie!... -Su voz era como una roncasúplica-. No hables con nadie de esto. Que sea nuestrosecreto... para siempre. Con esto y un convulsivo apretón de la mano de metal,

incapaz de respuesta, salió. Herbie se volvió lentamente hacia la abandonadanovela, pero no había nadie allí para leer "sus"propios pensamientos.

Milton Ashe se desperezó lenta y concienzudamente ymiró a Peter Bogert, doctor en Filosofía. --Oiga -dijo-. Llevo una semana con esto y casi sindormir. ¿Hasta cu ndo tengo que seguir así? Creía quedijo usted que el bombardeo positónico en la C mara deVacío D era la solución... Bogert bostezó delicadamente y examinó sus blancasmanos con atención. --Lo es. Le sigo la pista. --Sé lo que significa que un matemático diga esto. ¿Acu nto está del final? --Depende. --¿De qué? -preguntó Ashe, desplomándose sobre unsillón y estirando las piernas. --De Lanning. No está de acuerdo conmigo -dijo con unsuspiro-. Va un poco atrasado, esto es lo malo. Seaferra a las máquinas matriz en todo y por todo y esteproblema requiere instrumentos matemáticos máspoderosos. Es testarudo. --¿Por qué no pedir a Herbie que arregle el asunto?-preguntó Ashe, soñoliento. --¿Al robot? -preguntó Bogert, con los ojossaltándole de las órbitas. --¿Por qué no? ¿No le ha dicho nada la doctora?--¿Miss Calvin? --Sí, Susie en persona. El robot es unacosa matemática. Lo sabe todo de todo y un poco más.Resuelve inte grales triples de memoria y hace an lisisde tensores de postre. --¿Habla usted en serio? -preguntó el matemático, mirndolo con recelo.

--Completamente en serio. Lo malo es que al granujano le gustan las matemáticas. Prefiere leer novelassentimentales. ¡De veras! Vaya a ver a la activa Susiealimentándolo con "Pasión Purpúrea" y "Amor en elespacio". --La doctora Calvin no nos ha dicho una palabra deesto. --No ha acabado de estudiarlo todavía. Ya sabe ustedcómo es. Le gusta tener pleno conocimento de las cosasantes de hablar de ellas. --¿Se lo ha dicho usted? --Hemos charladocasualmente. Ultimamente la he visto a menudo. -Abriólos ojos y frunció el ceño-.Oiga, Bogie, ¿no ha observado nada extraño en ella,últimamente? --Gasta l piz de labios, si es esto a loque se refiere -respondió Bogert, borrando de su rostrola fea mueca. --¡Diablos, ya lo sé! Carmín, polvos y rímmel paralos ojos. Pero no es esto. No logro poner el dedo en lallaga. Es la manera como habla..., como si hubiese algoque la hiciese feliz... -Quedó un momento pensativo yse encogió de hombros. Bogert soltó una carcajada que para un científico demás de cincuenta años no estaba mal. --Quiz esté enamorada -dijo. --Está usted loco, Bogie -dijo Ashe cerrando de nuevolos ojos-.Vaya usted a hablar con Herbie; yo quiero dormir. --¡Muy bien! No es que me guste mucho que un robot meenseñe mi oficio ni crea que pueda hacerlo... Un sonoro ronquido fue la única respuesta.

Herbie escuchaba atentamente, mientras Peter Bogert,con las manos en los bolsillos, hablaba con artificiosa

indiferencia. --Ya lo sabes, pues. Me han dicho que entiendes enestas cosas y te las pregunto más por curiosidad quepor otra cosa. Mi línea de razonamiento, como te heexplicado, comprende algunos puntos dudosos, loconfieso, que el doctor se niega a aceptar, y el cuadroes todavía bastante incompleto

-Viendo que el robot no contestaba añadió-: ¿Y bien?--No veo ningún error -dijo el robot. --¿Supongo que no podr s ir más allá de esto? --No meatrevo a intentarlo. Eres mejor matemático que yo y...,en fin, no me gusta comprometerme. En la sonrisa de complacencia de Bogertáhubo unasombra de tolerancia

--Suponía que sería éste el caso.Eres profundo. Olvidémoslo. Arrugó las hojas de papel, las echó en la cesta depapeles, dio media vuelta para marcharse y cambió deopinión. Después de una pausa, añadió: --A propósito... El robot esperaba. Bogertáparecía tener algunadificultad. --Hay algo que quiz ..., podrías..

-Se detuvo. --Tus ideas son confusas; pero no hay duda de que serefieren al doctor Lanning -dijo Herbie pausadamente-.Es tonto vacilar, porque en cuanto decidas lo quequieres, sabré qué es lo que deseas preguntar. La mano del matemático se acarició el cabello con ungesto familiar. --Lanning frisa en los setenta -dijo, como siexplicase algo.

--Lo sé. --Y ha sido director de los talleres durante casitreinta años. Herbie asintió. --Bien, entonces... -la voz de Bogertáse hacía máshumilde- tú sabr s mejor..., si está pensando endimitir. La salud, quiz , u otra razón... --Exacto -dijo Herbie como única respuesta. --Bien, ¿lo sabes? --Ciertamente. --¿Y puedes..., decírmelo? --Puesto que me lopreguntas, sí -respondió el robot sin dar la menorimportancia a la cosa-. Ha dimitido ya. --¿Cómo? -La exclamación fue un sonido explosivo,casi inarticulado. La voluminosa cabeza del científico avanzó haciaadelante-. ¡Dilo otra vez! --Ha dimitido ya -repitió tranquilamente el robot-,pero su dimisión no ha sido tenida en cuenta todavía.Está esperando resolver el problema..., mío. Una vezconseguido esto, está dispuesto a poner a disposiciónde quien le suceda el cargo de director. --¿Y este sucesor..., quién es? -preguntó Bogert,respirando jadeante. Se había acercado a Herbie, conlos ojos fijos en las inescrutables célulasfotoeléctricas del robot. --Tú eres el futuro director -dijo lentamente. Bogert se permitió esbozar una sonrisa satisfactoria. --Es bueno saberlo. Siempre lo había augurado así.Gracias, Herbie.

Peter Bogert había estado aquella mañana en sudespacho hasta las cinco y a las nueve estabanuevamente en él

La estantería que tenía sobre su mesa se había quedadosin libros de referencia a medida que iba consultandouno después del otro. Las p ginas de cifras y cálculosque tenía delante crecían microscópicamente, mientraslos papeles arrugados que cubrían el suelo formaban unamontaña. A las doce en punto, miró la última p gina, se frotósus congestionados ojos, bostezó y se estremeció. --La cosa va poniéndose peor minuto por minuto.¡Maldita sea! Se volvió al oír el ruido de una puerta que se abríay saludó a Lanning que entraba, haciendo crujir losnudillos de su huesuda mano. El director dirigió una escrutadora mirada al montónde papeles y frunció su velludo ceño. --¿Nueva orientación? -preguntó. --No -respondió Bogert con recelo-. ¿Qué hay de maloen la antigua? Lanning no se tomó la molestia decontestar ni hizo más que dirigir una simple mirada dedesprecio a la hoja de encima de la mesa de Bogert.Encendió un pitillo y al resplandor de la cerilla,dijo: --¿Le ha hablado Calvin del robot?Es un genio matemático. Verdadera mente extraordinario. --Eso he oído decir -dijo Bogert con desprecio-. PeroCalvin haría mejor en atenerse a la robotpsicología. Heexaminado a Herbie de matemáticas y apenas puederesolver un cálculo. --Calvin no lo considera así. --Está loca. --Yo no lo considero así -repitió el director,entornando los ojos. --¡Usted! -La voz de Bogert se endurecía-. ¿De quéestá hablando? --He sometido a prueba a Herbie estamañana y puede hacer cosas de las que no había oído

hablar nunca. --¿De veras? --Parece usted muy escéptico.-Lanning sacó una hoja de papel de su bolsillo y ladesdobló-. ¿Esta no es mi escritura, verdad? Bogertexaminó la gran anotación angulosa que cubría la hoja. --¿Ha hecho Herbie esto? --Exacto. Y observará que haestado trabajando en su integración de tiempo de laEcuación 22. Llega a idénticas conclusiones..., y en lacuarta parte del tiempo. -Acompañó esta últimaafirmación señalando el papel con su dedo amarillento-.No tiene usted derecho -añadió-, a despreciar el Efectode Permanencia en el bombardeo positónico. --No lo desprecio. Por Dios, Lanning, métase bien enla cabeza de que esto cancelaría... --Sí, seguro, ha explicado usted esto. ¿Emplea ustedla Ecuación de Conversión Mitchell, verdad? Bien...,pues no sirve. --¿Por qué no? --Por una parte, porque ha empleadousted hiperimaginarios. --¿Qué tiene que ver esto con lo otro? --La Ecuaciónde Mitchell no aguantará cuando... --¿Está usted loco? Si releyese usted el textooriginal de Mitchell en las "Actas de"... --No tengo necesidad de ello. Ya le dije desde elprincipio que no me gusta su razonamiento, y Herbie meapoya en esto. --¡Bien, entonces -gritó Bogert- que le resuelva elproblema del despertador mecánico éste! ¿Para quétomarse la molestia de buscar no-esenciales? --Este esexactamente el punto difícil. Herbie no puede resolverel problema. Y si él no puede, nosotros no podemostampoco..., solos. Llevaré la cuestión ante la JuntaNacional.Está más allá de nosotros.

La silla de Bogert cayó de espaldas al levantarse deun salto con el rostro congestionado. --¡No hará usted nada de esto! --¿Es que va usted a decirme lo que puedo y no puedohacer? -preguntó Lanning. --¡Exactamente! -fue la excitada respuesta-. ¡Tengoel problema planteado y no me lo va usted a quitar delas manos, me entiende! No piense que no veo a travésde usted, fósil disecado. Sería capaz de cortarse lanariz antes de dejarme conseguir el mérito de resolverel problema de la telepatía robótica. --Es usted un perfecto idiota, Bogert, y dentro dedos segundos estará usted destituido porinsubordinación. -El labio inferior de Lanning temblabade indignación. --Lo cual es una de las cosas que no har , Lanning.Con un robot capaz de leer el pensamiento no haysecretos que valgan, de manera que sé ya cuanto hacereferencia a su dimisión. La ceniza del pitillo de Lanning tembló y cayó,seguida del pitillo. --¡Cómo!... ¡Cómo!... Bogert se echó a reír con maldad. --Y yo soy el nuevo director, téngalo bien entendido.Estoy perfectamente enterado de ello, aunque crea locontrario. ¡Maldita sea, Lanning, voy a dar las órdenesoportunas, o aquí se va a armar el lío mayor en que sehabrá encontrado metido en su vida! Lanning consiguió hablar, pero fue más bien unrugido. --¡Está usted despedido! ¿Se entera? ¡Queda ustedrelevado de todas sus funciones! ¡Está despedido! ¿Loentiende? La sonrisa, en el rostro de Bogert seensanchó todavía más.

--Bueno, y, ¿de qué sirve todo esto? Así no va usteda ninguna parte. Tengo los triunfos en la mano.Sé que ha dimitido, Herbie me lo ha dicho y lo sabeperfectamente por usted. Lanning hizo un esfuerzo por hablar con calma.Parecía viejo, muy viejo, sus ojos cansados miraban através de un rostro cuyo color había desaparecido, paradejar sólo el tono lívido de la edad. --Quiero hablar con Herbie. No puede haberle dichonada de esto. Está usted jugando fuerte, Bogert, peroyo le llamo a esto un "bluff". Venga conmigo. --¿A ver a Herbie? ¡Magnífico!¡Verdaderamente magnífico!

Eran también las doce en punto cuando Milton Ashelevantó la vista de su vago diseño y dijo: --¿Comprendela idea? No sirvo mucho para estas cosas, pero es algoasí. Es una monada de casa y puedo tenerla casi pornada. Susan Calvin contempló el diseño con ojos tiernos. --Es realmente bonita -suspiró-. A menudo he pensadoque también me gustaría... -Su voz se desvaneció---Desde luego -continuó Ashe animadamente dejando el lpiz-. Tendré que esperar a mis vacaciones. Faltan sólodos semanas, pero este asunto de Herbie lo tiene todoen el aire.-Fijó la mirada en sus uñas-. Además, hay otropunto..., pero esto es un secreto. --Entonces, no me lo diga. --¡Oh, pronto tendré que decirlo, estallo pordecírselo a alguien!... Y usted es precisamente lamejor..., eh..., la mejor confidente que puedoencontrar aquí... Tuvo una sonrisa de timidez. El corazón de Susan

latía con fuerza, pero no tuvo confianza en sí mismapara hablar. --Francamente -prosiguió Ashe acercando su silla ybajando la voz hasta convertirla en un susurroconfidencial-, la casa no va a ser sólo para mí..., voya casarme. Susan se levantó de un salto. --¿Qué le ocurre? --¡Oh, nada! -La horrible sensaciónvertiginosa se desvaneció en el acto, pero era difícilhacer salir las palabras de la boca-. ¿Casarse?...¿Quiere decir?... --¡Sí, seguro! ¿Es ya tiempo, no? ¿Recuerda aquellamuchacha que vino a verme el verano pasado?... ¡Pues esella! ¿Pero se siente usted mal?...¿Qué...? --Jaqueca -dijo ella, alej ndolo débilmentecon un gesto-. He estado..., he estado sujeta a ellasúltimamente. Quiero felicitarlo..., desde luego. Mealegro mucho... -La inexperimentada aplicación delcarmín a las mejillas formaba dos manchas coloradassobre su rostro de un blanco de cal. Los objetos habíanempezado a girar nuevamente-. Perdóneme, por favor. Salió de la habitación balbuceando excusas. Todohabía ocurrido con la catastrófica rapidez de unsueño..., y con el irreal horror de una pesadilla

Pero, ¿cómo podía ser? Herbie había dicho... ¡YHerbie sabía! ¡Herbie podía leer en las mentes! Sin darse cuenta, se encontró apoyada contra el marcode la puerta de Herbie, jadeante, mirando su rostrometálico. Debió de subir los dos tramos de escalera,pero no tenía el menor recuerdo de ello. La distanciahabía sido cubierta en un instante, como en sueños. ¡Como en sueños! Y los imperturbables ojos de Herbie se fijaban en los

suyos y el tenue rojo parecía convertirse en dosrelucientes globos de pesadilla. Hablaba, y Susan sintió el frío cristal de un vasoapoyarse en sus labios. Bebió y con un estremecimientovolvió a la realidad de lo que la rodeaba. Herbieseguía hablando; en su voz había una agitación, como sise sintiese ofendido, temeroso, suplicante. Suspalabras empezaban a cobrar sentido. --Esto es un sueño -iba diciendo-, y no debes creeren él. Pronto despertar s en el mundo real y te reir sde ti misma. Te quiere, te digo. ¡Te quiere! ¡Pero noaquí! ¡No ahora!Esto es todo ilusión. Susan Calvin asentía, su voz convertida en unsusurro. --¡Sí! ¡Sí! -Agarraba el brazo de Herbie, aferr ndosea él, repitiendo una y otra vez-: ¿No es verdad, eh?¡No lo es, no lo es! Cómo volvió a sus cabales, no lo supo nunca, pero fuecomo pasar de un mundo de nebulosa irrealidad a uno deluz violenta. Lo apartó de ella, empujó con fuerza elbrazo de acero, sin expresión en la mirada. --¿Qué vas a intentar hacer? -exclamó con la vozconvertida en un grito-. ¿Qué vas a intentar hacer?--Quiero ayudarte -respondió Herbie. --¿Ayudarme? -exclamó la doctora, mir ndolo-.¿Diciéndome que todo esto es un sueño? ¡Tratando dellevarme a una esquizofrenia! -Una tensión histérica seapoderaba de ella-. ¡Esto no es un sueño! ¡Ojal lofuese!-Detuvo su respiración en seco-.¡Espera! ¡Ya..., ya..., comprendo!¡Dios bondadoso, todo está tan claro! En la voz del robot hubo un acento de horror.

--Tenía que hacerlo... --¡Y yo te creí! ¡Jamás pensé...! Unas fuertes voces detr s de la puerta atajaron suspalabras. Susan se volvió, cerrando los puñosespasmódicamente, y cuando Bogert y Lanning entraron,estaba al lado de la ventana más alejada. Ninguno delos dos hombres prestó atención a su presencia. Se acercaron a Herbie simultáneamente; Lanning,furioso e impaciente

Bogert, frío y sardónico. El director fue el primero enhablar. --¡Ven aquí, Herbie! ¡Escúchame! El robot enfocó sus ojos en el anciano director. --Sí, doctor Lanning. --¿Has hablado de mí con el doctor Bogert? --No,señor -la respuesta vino lenta, y la sonrisa del rostrode Bogert se desvaneció. --¿Cómo es eso? -exclamó Bogert avanzando ante susuperior y deteniéndose ante el robot-. Repite lo queme dijiste ayer. --Dije que... -Herbie permaneció silencioso. En laprofundidad de su cuerpo el diafragma metálico vibrabacon sonidos discordantes. --¿No me dijiste que había dimitido? ¡Contéstame!-rugió Bogert. Bogert levantó los brazos, desesperado, pero Lanninglo apartó al lado

--¿Trataste de engañarlo con una mentira? --Ya lo haoído, Lanning. Ha empezado a decir "Sí" y se ha parado

¡Ap rtese de aquí! ¡Quiero saber la verdad por élmismo!

--Yo se la preguntaré -dijo Lanning, volviéndosehacia el robot-.Bueno, Herbie, cálmate. ¿He dimitido? Herbie lo mirabay Lanning repitió, impaciente: --¿He dimitido? -Hubouna leve insinuación de negativa en la cabeza delrobot. Una larga espera no produjo nada más. Los dos hombres se miraron y la hostilidad de susojos era tangible. --¡Qué diablos! -estalló Bogert-.¿Es que el robot se ha vuelto mudo? ¿Es que no puedeshablar, monstruosidad? --Puedo hablar -dijo larespuesta r pida. --Entonces contesta esta pregunta: ¿Me dijiste queLanning había dimitido, o no? ¿Ha dimitido? Y de nuevose produjo el profundo silencio, hasta que desde elextremo de la habitación, resonó súbita la fuerte risade Susan Calvin, vibrante y semihistérica. Los dosmatemáticos pegaron un salto y Bogert entornó los ojos. --¿Usted aquí? ¿Qué es lo que le hace tanta gracia?--No hay nada gracioso -dijo ella, sin naturalidad enla voz-. Es sólo que no soy la única que ha caído en latrampa. Hay una cierta ironía en ver tres de los másgrandes expertos en robótica del mundo caer en la mismatrampa elemental, ¿no creen? -Su voz se desvaneció y sellevó una p lida mano a la frente-. Pero no esgracioso... Esta vez la mirada que se cruzó entre los dos hombresfue grave. --¿De qué trampa está usted hablan do? -preguntósecamente Lanning-.¿Es que le pasa algo a Herbie? --No -dijo Susanacercándose lentamente-, no le pasa nada..., es anosotros mismos a quienes nos pasa.-Se volvió súbitamente hacia el robot y le gritó con

violencia-: ¡Lejos de mí! ¡Vete al otro extremo de lahabitación y que no te vea cerca! Herbie se estremeció ante la furia de sus ojos y sealejó con su paso metálico. La voz hostil de Lanningdijo: --¿Qué significa todo esto, doctora Calvin? Susanse colocó frente a ellos y los miró con sarcasmo:--¿Supongo que conocen ustedes la Primera Leyfundamental de la robótica? Los dos hombres asintierona la vez. --Ciertamente -dijo Bogert, irritado-, "un robot nodebe dañar a un ser humano ni por su inacción permitirque se le dañe". --Bien dicho -se mofó Susan Calvin-. Pero, ¿qué clasede daño? --Pues..., de toda especie. --¡Exacto, de toda especie! Pero ¿qué hay de herirlos sentimientos? ¿Y la decepción del propio "yo"? ¿Yla destrucción de las esperanzas? ¿No es esto unaherida? --¿Qué puede un robot saber de...? -dijoLanning frunciendo el ceño.Pero se calló, abriendo la boca. --¿Lo ha comprendido, verdad? Este robot lee elpensamiento. ¿Cree usted que no sabe todo lo que hacereferencia a la herida mental? ¿Supone usted que si lehago una pregunta no me dar exactamente la respuestaque yo deseo oír? ¿No nos heriría cualquier otrarespuesta, y no lo sabe Herbie muy bien? --¡V lgame elcielo! -murmuró Bogert. La doctora le dirigió una mirada sarcástica. --Supongo que le preguntó usted si Lanning habíadimitido. Usted deseaba saber que sí, y ésta es larespuesta que Herbie le dio. --Y supongo que es por esto -intervino Lanning sinentonación-, que no contestaba hace un momento. Nopodía contestar sin herirnos a uno de los dos.

Hubo una pausa durante la cual los dos hombresmiraron hacia el robot, que estaba como encogido en susilla, al lado de la biblioteca, con la cabeza apoyadaen una mano. --Sabe todo esto... -dijo Susan Calvin mirandofijamente al suelo-.Este..., demonio lo sabe todo, incluso el error que secometió en su montaje. -Tenía una expresión sombría ypensativa en la mirada. --En esto se equivoca usted, doctora Calvin -dijoLanning levantando la cabeza-. No lo sabe; se lo hepreguntado. --¿Y qué significa esto? -gritó Susan-. Sólo que noquería usted que le diese la solución. Hubiera heridosu susceptibilidad tener una máquina capaz de hacer loque no puede hacer usted. ¿Se lo ha preguntado usted?-añadió dirigiéndose a Bogert. --En cierto modo -respondió Bogert, tosiendo y sonrojndose-. Me dijo que entendía muy poco de matemáticas. Lanning se rió en voz baja y la doctora lo mirósarcásticamente. --¡Yo se lo preguntaré! -dijo-.Una solución dada por él no puede herir mi vanidad.¡Ven aquí! -añadió levantando la voz. Herbie se levantó y se aproximó con pasos vacilantes. --Sabes, supongo -continuó-, exactamente en qué puntodel montaje se introdujo un factor extraño o fueomitido uno esencial... --Sí -dijo Herbie, en un tono casi inaudible. --¡Alto! -interrumpió Bogert, furioso-. Esto no esnecesariamente verdad. Desea usted saberlo, eso estodo. --¡No sea idiota! -respondió Susan Calvin-. Sabetantas matemáticas como Lanning y usted juntos, puesto

que puede leer el pensamiento. Dele ocasión dedemostrarlo. El matemático se inclinó y Calvin dijo: --Bien, pues,Herbie, dilo. Estamos esperando. -Y en un aparte,añadió-: Traigan l pices y papel. Pero Herbie permaneció silencioso y con un tono detriunfo en la voz, la doctora continuó: --¿Por qué nocontestas, Herbie? Súbitamente, el robot saltó. --No puedo. ¡Ya sabes que no puedo! ¡El doctor Bogerty el doctor Lanning no quieren! --Quieren la solución. --Pero no de mí. Lanning intervino, con voz lenta y distinta. --No seas loco, Herbie. Queremos que nos lo digas. Bogert se limitó a asentir. La voz de Herbie se elevóa un tono estridente. --¿De qué sirve decir esto? ¿Creéis acaso que nopuedo leer más hondo que la piel superficial de vuestrocerebro? En el fondo no queréis. No soy más que unamáquina a la que se ha dado una imitación de vida sólopor virtud de la acción positónica de mi cerebro, locual es una invención del hombre. No podéis quedar enridículo ante mí sin sentiros ofendidos. Esto estágrabado en lo profundo de vuestra mente y no puede serborrado. No puedo dar la solución. --Nos marcharemos -dijo Lanning-.Díselo a la doctora Calvin. --Sería lo mismo -gritó Herbie-, puesto que sabríaisque he sido yo quien he dado la respuesta. --Pero comprender s, Herbie -prosiguió la doctora-,que a pesar de esto, los doctores Lanning y Bogertquieren saber la respuesta. --Por sus propios esfuerzos -insistió Herbie. --Pero la quieren, y el hecho de que tú la tengas y

no se la quieras dar los hiere, ¿comprendes? --¡Sí!¡Sí! --Y si se la das, les herirá también. --¡Sí! ¡Sí! -Herbie retrocedía lentamente y ladoctora iba avanzando al mismo paso. Los dos hombreslos miraban helados de sorpresa. --No puedes decírselo -murmuró la doctora-, porqueles herirá y tú no puedes herirlos. Pero si no se lodices, los hieres también, de manera que debesdecírselo. Y si se lo dices los herir s, de manera queno debes decírselo, pero si no se lo dices los hieres,de manera que debes decírselo; pero si lo dices hieres,de manera que no debes decirlo; pero si no lo dices... Herbie estaba acorralado contra la pared y cayó derodillas. --¡Basta! -gritó-. ¡Cierra tu pensamiento! ¡Estálleno de engaño, dolor y odio! ¡No quise hacerlo, tedigo! ¡He tratado de ayudarte! ¡Te he dicho lo quedeseabas oír! ¡Tenía que hacerlo! La doctora no le prestaba atención

--Debes decírselo, pero si se lo dices los hieres, demanera que no debes; pero si no lo dices los hierestambién, de manera que... Y Herbie lanzó un grito estridente... Fue como una flauta aumentada hasta el infinito, unsilbido desgarrador y penetrante que resonó en todoslos mbitos de la habitación. Y cuando se desvaneció enla nada, Herbie se había desplomado, reducido a unmontón informe de inerte metal. --Ha muerto -dijo Bogert, lívido. --¡No! -exclamó Susan Calvin, estremeciéndose ylanzando salvajes carcajadas-, no ha muerto, se havuelto loco. Lo he enfrentado con el insoluble dilema y

ha sucumbido.Podéis recogerlo ya, porque no volverá a hablar nuncamás. Lanning estaba de rodillas al lado de lo que habíasido Herbie. Sus dedos tocaron el frío rostro de metalya sin reacción y se estremeció. --Lo ha hecho usted a propósito -dijo. Se levantó, enfrentándose con Susan, el rostroconvulsionado. --¿Y si lo hubiese hecho a propósito, qué? ¡No puedeevitarlo ya! -Y con súbita amargura, añadió-: Lomerecía... El director agarró al paralizado Bogert por lamuñeca. --¡Qué importa ya!... Venga, Peter. -Suspiró-. Unrobot parlante de este tipo no tiene ningún valor, detodos modos. -Sus ojos cansados acu saban su edad, yrepitió-: Venga, Peter. Una vez los dos científicos se hubieron marchado,transcurrieron algunos minutos antes de que SusanCalvin recobrase su equilibrio mental.Lentamente, su mirada se fijó en el muerto-vivo Herbiey la dureza reapareció en su rostro. Durante largo ratopermaneció contempl ndolo mientras el triunfo seborraba de su rostro y el desengaño reaparecía; detodos sus turbulentos pensamientos sólo una palabra,infinitamente amarga, salió de sus labios:--¡"Embustero"!

* * *

Aquello fue el final, de momento, desde luego. Sabíaque después de aquello no conseguiría sacar nada más deella. Permanecía sentada detr s de su mesa, el rostrolívido y frío..., recordando. --Gracias, doctora Calvin -dije.Pero no me contestó. Transcurrieron dos días antes deque consiguiera verla de nuevo.

6 El robot perdido

Volví a ver a Susan Calvin a la puerta de su oficina.Estaba sacando los archivos. --¿Cómo van estos artículos, mi joven amigo? -mepreguntó. --Muy bien -dije. Los había estructurado según mileal saber y entender, dramatizando lo escueto de surelato y añadiendo a la conversación algunos toques deamenidad-.¿Quiere usted echarles una mirada y decirme si he sidoinjurioso o me he propasado en algo? --Con mucho gusto.¿Quiere que vayamos a la Sala de Juntas? Podremos tomarcafé. Parecía de buen humor, de manera que mientras avanzbamos por el corredor, aventuré: --Me estabapreguntando, doctora Calvin... --Diga. --Si querría usted decirme algo más sobre la historiade los robots. --Me parece que ya ha conseguido saber todo lo quequería, mi joven amigo. --En cierto modo, sí. Pero estos incidentes que hetranscrito no tienen gran aplicación en el mundomoderno.Quiero decir; sólo se desarrolló un único robot capaz

de leer el pensamiento, las estaciones del Espacioestán ya pasadas de moda y en desuso y la explotaciónminera por robots es cosa descontada. ¿Y el viajeinterestelar? No han transcurrido más de veinte añosdesde la invención del motor hiperatómico y todo elmundo sabe que fue una invención robótica.¿Qué hay de verdad en todo esto? --¿El viajeinterestelar?...-Quedó pensativa. Estábamos en el salón y encargué unacomida copiosa.Ella sólo tomó café-. No fue simplemente una invenciónrobótica, comprenda usted. Pero, desde luego, hasta queconstruimos el cerebro, no adelantamos mucho. Pero lointentamos; verdaderamente lo intentamos. Mi primercontacto (directo, me refiero) con las investigacionesinterestelares tuvo lugar en 2029, cuando se perdió unrobot...

* * *

En Hyper Base, las medidas se tomaron con una especiede furia frenética; fue como el equivalente muscular deun grito histérico. Para clasificarlas por orden de cronología ydesesperación, fueron: 1. Todo trabajo en la ZonaHiperatómica que atraviesa el volumen espacial ocupadopor las Estaciones del Grupo Asteroidal Veintisietequedó inmovilizado. 2. Todo volumen espacial del Sistema quedó aislado,pr cticamente hablando. Nadie podía entrar sin permiso.Nadie podía salir bajo ningún pretexto. 3. Los doctores Susan Calvin y Peter Bogert,respectivamente Jefe del Departamento de Psicología yDirector del Departamento de Matemáticas de la United

States Robots / Mechanical Men Inc. fueron llevados aHyper Base por una nave de patrulla especial delGobierno.

Susan Calvin no había salido nunca de la superficiede la Tierra ni tenía especiales deseos de salir deella. En una era de energía atómica y de claraaproximación a la Zona Hiperatómica, seguía siendo muyprovinciana. Estaba, pues, descontenta de su viaje ypoco convencida de su urgencia y todas las facciones desu rostro, a su media edad, lo demostraron claramentedurante su primera cena en Hyper Base. Tampoco la lívida palidez del doctor Bogertabandonaba una cierta actitud de recelo. Ni el generalKallner, que dirigía el proyecto, olvidó una sola vezde mantener una expresión obsesionada. En una palabra, aquella comida fue un tétricoepisodio y la pequeña conferencia de los tres que lasiguió, empezó de una manera gris y melancólica. Kallner, con su reluciente calva y su uniforme, quedesentonaba con el resto del ambiente, tomó la palabracon visible inquietud. --Es realmente toda una historia la que tengo quecontarles. Tengo que darles las gracias por su llegadaal primer aviso y sin motivo justificado

Trataremos de corregir todo esto, ahora. Hemos perdidoun robot. El trabajo ha parado y debe seguir parado eltiempo necesario para encontrarlo.Hasta ahora hemos fracasado y tenemos la sensación deque necesitamos una ayuda científica. Acaso el general sintiese que su declaraciónresultaba decepcionante porque, con ciertadesesperación, continuó: --No necesito decirles la

importancia que tiene el trabajo que aquí realizamos.Más del ochenta por ciento de las adjudicaciones deinvestigación científica de este año han recaído sobrenosotros... --Sí, eso ya lo sabemos -dijo Bogert amablemente-.U.S. Robots percibe cuantiosos ingresos anuales por eluso de nuestros robots. Susan Calvin introdujo una brusca y avinagrada nota. --¿A qué es debida la gran importancia de un solorobot para el proyecto y por qué no ha sido localizado? El general volvió r pidamente su rostro congestionadohacia ella y se pasó la lengua por los labios. --En cierto modo, "lo hemos localizado". -Peroañadió, angustiado-: Me explicaré. En cuanto nos dimoscuenta de la desaparición del robot, se declaró elestado de guerra y todo movimiento en la Hyper Basecesó.El día anterior había aterrizado una nave mercantetrayendo dos robots destinados a nuestros laboratorios.Quedaban sesenta y dos robots de..., del mismo tipo,para ser llevados a otros sitios. De esta cifra estamosseguros. No cabe la menor discusión posible. --¿Sí? ¿Y qué relación...? --Una vez nos fue posiblelocalizar al robot desaparecido, y le aseguro quehubiéramos localizado una brizna de hierba si hubieseestado allí para ser localizada, nos devanamos lossesos contando los robots que quedaban en la nave.Había sesenta y tres. --¿Entonces el sesenta y tres, supongo, es el hijopródigo desaparecido? -dijo la doctora. --Sí, pero no podemos saber cu l de los sesenta ytres es. Hubo un profundo silencio mientras el reloj eléctricodaba nueve campanadas; y la doctora en psicología

robotiana, dijo: --Muy extraño... Las comisuras de sus labios se inclinaron hacia abajoy se volvió hacia su compañero con un indicio de furor. --Peter, ¿qué ocurre aquí? ¿Qué clase de robotsutilizan en Hyper Base? El doctor Bogert vaciló ysonrió débilmente. --Hasta ahora ha sido una cosa de gran discreción,Susan... -dijo. --Sí, hasta ahora -dijo ella r pidamente-. Si haysesenta y tres ejemplares del mismo tipo, uno de loscuales se busca y cuya identidad no puede serdeterminada, ¿por qué no puede servir uno cualquiera deellos? ¿Qué significa todo esto? ¿Para qué nos hanllamado? --Si me permite usted un momento -dijo Bogertcon aire resignado-, Hyper Base, Susan, emplea diversosrobots cuyos cerebros no tienen impresa toda la PrimeraLey Robótica. --¿"Qué no tienen impresa"...? -preguntó Susan, echndose para atr s-. Ya... ¿Y cu ntos se hicieron?--Pocos. Fue un pedido del Gobierno y no había manerade violar el secreto. No tenía que saberlo nadie másque los altos dirigentes. Usted no estaba incluida,Susan. No era nada con que yo tuviese que ver. El general interrumpió con gesto autoritario. --Quisiera aclarar este punto. No sabía que ladoctora Calvin no estuviese al corriente de lasituación.No tengo que decirle a usted, doctora Calvin, quesiempre ha habido una fuerte oposición a los robots enel planeta. La única defensa que el Gobierno ha tenidoen este asunto, contra los radicales fundamentalistas,fue que los robots se construían siempre con unaindestructible Primera Ley, lo cual los imposibilitabade hacer daño a un ser humano, fueran cuales fuesen las

circunstancias. >Pero nosotros necesitábamos robots de una naturalezadistinta. Así, pues, se prepararon algunos Ns-2, o seaNestors, con la Primera Ley modificada. Para mantenerel secreto, los Ns-2 se fabrican sin número de serie;los ejemplares modificados se entregan aquí junto conun grupo de robots normales; y, desde luego, todosestamos bajo la estricta prohibición de revelar lasmodificaciones a toda persona no autorizada. Todo se hapuesto contra nosotros, ahora -añadió con una sonrisaembarazada. --¿Ha preguntado usted a cada uno de ellos quiénesson? -preguntó la doctora, ceñuda-. ¿Sin duda debe deestar autorizado a hacerlo? --Los sesenta y tres nieganhaber trabajado aquí y uno de ellos miente -asintió elgeneral. --¿Muestra el que busca usted alguna señal dedesgaste? Los demás deben salir de fábrica..., supongo. --El robot en cuestión llegó este mismo mes. Este ylos dos que acaban de llegar tenían que ser los últimosque necesitábamos. No puede haber desgaste perceptible.-Movió pausadamente la cabeza y en sus ojos apareció denuevo la preocupación-. Doctora Calvin, no nosatrevemos a dejar zarpar esta nave. Si la existencia derobots sin Primera Ley llega a ser divulgada... La conclusión de la frase no podía ofrecer dudaalguna. --Destruya los sesenta y tres -dijo la doctora-, ytermine con esto. --Esto significa destruir treinta mil dólares porrobot -dijo Bogert, torciendo el gesto-. Temo que a laU.S. Robots no le gustaría. Es mejor que hagamos unesfuerzo primero, Susan, antes de destruir nada. --En este caso -dijo ella, secamente-, necesito

hechos. ¿Qué ventaja obtiene exactamente la Hyper Basecon estos robots modificados? ¿Qué factor los hacenecesarios, general? Kallner frunció intensamente lasarrugas de su frente y se pasó una mano por ella. --Los robots precedentes nos han creadocomplicaciones. Nuestros hombres trabajan mucho conradiaciones intensas, ¿comprende? Es peligroso, desdeluego, pero se toman precauciones razonables. No hahabido más que dos accidentes desde que empezamos yninguno ha sido fatal. Sin embargo, era imposibleexplicar esto a un robot ordinario. La Primera Leydeclara y se la citaré: "Ningún robot puede dañar a unser humano, o por inacción, permitir que un ser humanosufra daño". >Esto es elemental, doctora Calvin. Cuando eranecesario que uno de nuestros hombres estuvieseexpuesto por un corto período de tiempo a un campogamma moderado, que no tuviese efectos psicológicos, elrobot más cercano se precipitaba a sacarlo de allí. Siel campo era excesivamente débil, lo conseguía, y eltrabajo quedaba interrumpido hasta que todos los robotseran retirados. Si el campo era ligeramente más fuerte,el robot no llegaba nunca al técnico afectado, ya quesu cerebro positónico sucumbía bajo las radiacionesgamma, y nos encontr bamos privados de un robot caro, ydifícilmente reemplazable. >Tratamos de discutir con ellos.Su punto de vista era que un ser humano en un campogamma exponía su vida, y que nada importaba que pudiesepermanecer en él durante media hora sin peligro.Supongamos, decían, que se olvidaba y permanecía unahora. No podía correr riesgos. Les hicimos ver que sóloarriesgaban su vida en una remota posibilidad. Pero elinstinto de conservación es sólo la Tercera Ley

Robótica, y la Primera Ley de seguridad viene primero.Les dimos órdenes; les ordenamos estricta eimperativamente mantenerse fuera del campo gamma a todacosta. Pero la obediencia es sólo la Segunda LeyRobótica, y la Primera, la de la seguridad, vieneprimero. Doctora Calvin, o teníamos que prescindir delos robots o hacer algo con la Primera Ley..., y estoes lo que hicimos. --No puedo creer que encontrasen la posibilidad desuprimir la Primera Ley -dijo Susan Calvin. --No fue suprimida, fue modificada

Se construyeron cerebros positónicos que poseían sóloel aspecto positivo de la ley, que dice: "Ningún robotdebe dañar a un ser humano". Eso es todo. No tienen laobligación de evitar que un ser humano sufra dañodebido a un factor extraño, como los rayos gamma. ¿Heexpuesto la situación claramente, doctor Bogert? --Muyclaramente -asintió éste. --¿Y es ésta la única diferencia entre sus robots yel modelo Ns-2 ordinario, Peter? ¿La "única"diferencia? --La "única" diferencia, Susan. --Ahora me voy a dormir -dijo la doctora,levantándose y hablando en tono decidido-, y dentro deocho horas quiero hablar con el que vio el robot porúltima vez. Y a partir de ahora, general Kallner, sitengo que asumir alguna responsabilidad de losacontecimientos, necesito pleno control de estainvestigación, sin que se me hagan preguntas. Susan Calvin, aparte de dos horas de profundocansancio, no experimentó nada parecido al sueño. A las7, hora local, llamó a la puerta del doctor Bogert y loencontró despierto también. Por lo visto se habíatomado la molestia de traerse un batín a Hyper Base,

porque estaba sentado y vestido con él. Al entrar ladoctora, dejó al lado las tijeras de las uñas. --La esperaba a usted, en cierto modo. Supongo quetodo esto le da asco. --Sí. --Lo siento. No hubo manera de evitarlo. Cuando vinola llamada de Hyper Base supuse en el acto que habíaocurrido algo con el robot modificado. Pero, ¿quépodíamos hacer? No podía explicarle a usted lo ocurridodurante el viaje como hubiera querido porque tenía queestar seguro primero. El asunto de la modificación esun riguroso secreto. --Hubiera debido decírmelo -murmuró la doctora-. U.S.Robots no tenía derecho a modificar de esta forma loscerebros positónicos sin la aprobación del departamentode Psicología. --Sea usted razonable, Susan -dijo Bogert, enarcandolas cejas y suspirando-. No podía usted influir enellos. En este asunto, el Gobierno estaba obligado aseguir su camino.Necesitan la Zona Hiperatómica y los físicos del éterquieren robots que no les creen obstáculos. Tenían queconseguirlo, aunque ello representase quebrantar laPrimera Ley.Tuvimos que convenir en que, desde el punto de vista desu construcción, la cosa era posible y juraron portodos los dioses que sólo necesitaban doce, que sólo seemplearían en Hyper Base, que serían destruidos una vezperfeccionada la Zona, y que se tomarían toda clase deprecauciones. E insistieron en el secreto..., ésta esla situación. --Yo hubiera dimitido -murmuró Susan entre dientes. --No hubiera servido de nada. El Gobierno ofrecía unafortuna a la Compañía y la amenazaba con una

legislación antirrobótica en caso de negativa.Estábamos en mala postura, entonces, pero ahora estamospeor. Si esto se divulga, puede causar un perjuicio aKallner y al Gobierno, pero causará un perjuicio muchomayor a la U.S. Robots. --Peter -dijo la doctora, mir ndolo-: ¿No se da ustedcuenta de lo que todo esto significa? ¿No comprendeusted la importancia de la supresión de la Primera Ley?No se trata solamente de una cuestión de secreto... --Sé lo que significaría la supresión. No soy ningúnchiquillo. Significaría una inestabilidad completa, sinsoluciones

no-imaginarias de las ecuaciones de campo positónico. --Matemáticamente, sí. Pero tradúzcalo usted a lacruda idea psicológica. Toda la vida normal, Peter,consciente o no, se resiste al dominio. Si el dominioes por parte de un inferior, o de un supuesto inferior,el resentimiento se hace más fuerte.Físicamente, y hasta cierto punto mentalmente, unrobot, cualquier robot, es superior a un ser humano.¿Qué lo hace esclavo, pues? ¡"Sólo la Primera Ley"!Porque sin ella, la primera orden que daría usted a unrobot le costaría la vida. ¿Qué le parece? --Susan-dijo Bogert en tono de complacida simpatía-, tengo quereconocer que este complejo Frankestein de que estáusted dando pruebas tiene una cierta justificación, dedonde, la Primera Ley ante todo. Pero la Ley, lo repitouna y otra vez, no ha sido suprimida, sino sólomodificada. --¿Y dónde me deja usted la estabilidad del cerebro?--Disminuida, desde luego -dijo el matemático avanzandolos labios-.Pero sin rebasar las fronteras de la seguridad. Los

primeros Nestor fueron entregados a Hyper Base hacenueve meses, y jamás ha ocurrido nada hasta ahora, yaun esto sólo representa el temor de ser descubiertos,pero no un peligro para los humanos. --Bien, entonces; veremos qué sale de la conferenciade esta mañana. Bogert la acompañó cortésmente hasta la puerta e hizouna mueca una vez se hubo marchado. No veía razónalguna para cambiar de opinión sobre ella

Siempre la había considerado una impaciente... y undesengaño. Bogert, por su parte, no entraba para nadaen los pensamientos de Susan. Hacía ya años que lohabía clasificado como un presuntuoso y un fracasado.

Gerald Black se había graduado en Física etérea elaño anterior y, como toda su generación de físicos, seencontró metido en el problema de la Zona. En laactualidad aportaba su colaboración a la atmósferageneral de las reuniones de Hyper Base. Con su blusablanca manchada se sentía medio rebelde y totalmenteincierto. Sus fuerzas acumuladas parecían quererdescanso y sus dedos, retorciéndose con gestosnerviosos, hubieran sido capaces de torcer una barra dehierro

El general Kallner estaba sentado a su lado y los dosenviados de la U.S. Robots les hacían frente. --Me dicen que fui el último en ver el Nestor 10antes de que desapareciese -dijo Black-. Supongo quequieren ustedes interrogarme sobre esto... --Parece que no está usted muy seguro de ello, místerBlack -dijo Susan, mir ndolo con interés-. ¿No "sabe"usted si fue el último en verle o no? --Trabajaba

conmigo en los generadores de campo, doctora, y estabaconmigo la mañana de su desaparición.Ignoro si alguien lo vio después de mediodía. Nadieasegura haberlo visto. --¿Cree usted que hay alguien que miente? --No digotal cosa. Pero no quiero asumir esa responsabilidad. --No es cuestión de responsabilidad. El robot obrócomo lo hizo a causa de lo que es. Trataremosúnicamente de localizarlo, Mr. Black, y vamos a dejartodo lo demás aparte.Ahora bien, si ha trabajado con el robot, probablementelo conoce mejor que nadie. ¿Observó usted en él algoanormal? ¿Había trabajado ya con otros robots? --Habíatrabajado con los otros robots que tenemos aquí, lossencillos. No hay ninguna diferencia con los Nestors,salvo que son mucho más inteligentes..., y másmolestos. --¿Molestos? ¿En qué sentido? --Pues..., quiz no esculpa suya.El trabajo aquí es duro y la mayoría de nosotrosestamos cansados. Andar rodando por el hiperespacio noes muy divertido. Corremos continuamente el riesgo dehacer un agujero en la contextura normal delespacio-tiempo y salirnos del universo, con asteroide ytodo. ¿Gracioso, verdad? -añadió sonriendo como sigozase con la confesión-. Naturalmente, uno estáagotado, algunas veces. Pero estos Nestors, no. Soncuriosos, tienen calma, no se preocupan. Hay paravolverle a uno loco. Cuando uno quiere algo hecho atoda prisa, parece que necesitan más tiempo. Algunasveces prescindiría de ellos. --¿Dice que necesitan más tiempo? ¿Se han negadoalguna vez a cumplir una orden? --¡Oh, no! -exclamóBlack apresuradamente-. La cumplen, desde luego.

Pero cuando creen que nos equivocamos, lo dicen. Nosaben del asunto más que lo que les decimos, pero estono los detiene. Quiz sea imaginación mía, pero losotros tienen las mismas preocupaciones con Nestor. --¿Cómo no ha llegado nunca hasta mí una queja eneste sentido? -preguntó el general Kallner,carraspeando ostensiblemente. --En realidad, no queríamos trabajar sin robots, migeneral -dijo el joven físico, sonroj ndose-, y además,no estábamos muy seguros de si estas... quejas menores,serían bien recibidas. --¿Ocurrió algo de particular la mañana que lo viopor última vez? -interrumpió Bogert suavemente. Hubo un silencio. Con un r pido gesto, Susan atajó elcomentario que estaba a punto de hacer Kallner. --Tuve una leve discusión con él -respondió Blackmalhumorado-. Aquella mañana yo había roto un tuboKimball, lo que me representaba cinco días de trabajo;iba atrasado en mi horario, hacía dos semanas que nohabía recibido correo de la Tierra...¡y se me acerca con el deseo de repetir un experimentoque había abandonado hacía un mes! Me estaba molestandosiempre con lo mismo y estaba harto de ello. Le dijeque se marchase y no he vuelto a verlo más. --¿Le dijo usted que se marchase? -preguntó Susan convivo interés-.¿Con qué palabras exactamente? ¿Le dijo usted:"¡Márchate!"? Trate de recordar exactamente suspalabras. A juzgar por las apariencias, en el interior de Blackse mantenía una lucha. El físico tenía la frenteapoyada en la mano, haciendo un esfuerzo de memoria.Finalmente, la apartó y dijo: --Le dije: "¡Vete apaseo!".

--¿Y se fue, eh? -preguntó Bogert, riéndose. Pero Susan Calvin no había terminado. En tono dehalago, prosiguió: --Ahora empezamos a ir a algúnsitio, Mr. Black. Pero los detalles exactos tienenimportancia. Para interpretar los actos de un robot,una palabra, un gesto, una entonación pueden serlotodo. Pudo usted no haber dicho solamente estas trespalabras, por ejemplo, ¿no es verdad? Según su mismaconfesión, aquel día estaba usted malhumorado. Quiz diousted fuerza a su frase con otras... --Pues... -dijo el joven físico sonroj ndose-, quizlo llamase..., algunas otras cosas. --Exactamente, ¿qué cosas? --¡Oh, no podríarecordarlas exactamente! Además no podría repetirlas

Ya sabe lo que pasa cuando uno se excita... -Se echó areír un poco embarazado-. Tengo cierta tendencia allenguaje violento... --Muy bien -dijo ella, con firme severidad-. En estemomento no soy más que una profesora de psicología.Quisiera que me repitiese usted lo que le dijo, tanexactamente como sea capaz, y, más importante todavía,en el tono exacto de voz que empleó. Black miró a su jefe en busca de apoyo, pero no loencontró. --¡Pero... esto es imposible!...-exclamó, abriendo los ojos, suplicante. --Tiene usted que hacerlo. --Imagine que se dirige a mí -dijo Bogert conhumorismo-. Quiz le sea más fácil. El rostro escarlata del muchacho se volvió haciaBogert. --Lo llamé... -trató de decir tragando saliva, perosu voz se perdió.

Hizo una nueva prueba-. Lo llamé... Hizo una fuerte aspiración y lanzó una retahílaincomprensible de incoherentes sílabas. Cuando sedetuvo, terminó casi llorando. --... más o menos, no recuerdo el orden exacto de loque le llamé; quiz olvido o añado algo, pero más omenos fue esto. Sólo un leve rubor delató las emociones de ladoctora. --Comprendo el significado de la mayoría de estaspalabras. El resto de ellas, imagino, deben de tener unvalor igualmente ofensivo. --Eso temo -dijo el atormentado Black. --¿Y entre ellos, le dijo usted que se "fuese apaseo"? --Lo decía en sentido puramente figurado. --Me hago cargo. Tengo la seguridad de que no setomará ninguna medida disciplinaria. -Y al interpretarsu mirada, el general, que cinco segundos antes nohubiera estado tan seguro de ello, asintió malhumorado. --Puede usted retirarse, Mr.Black. Y gracias por su cooperación.

Susan Calvin necesitó cinco horas para interrogar lossesenta y tres robots. Fueron cinco horas derepeticiones, de insistir, robot tras robot, en lapregunta A, B, C, D; de escuchar la respuesta A, B, C,D; de emplear suaves expresiones, un tonocautelosamente neutral, una atmósfera amistosa; y dehacer funcionar un magnetofón escondido. Cuando terminó, estaba exhausta.Bogert la esperaba y miró con expectación la cintagrabada cuando ella la arrojó sobre el pl stico de lamesa.Susan movió la cabeza.

--Los sesenta y tres me parecen iguales. No podríadecir... --Es imposible captarlo al oído, Susan -dijo él-.Vamos a analizar la grabación. De ordinario, la interpretación matemática de lasreacciones verbales de los robots es una de las ramasmás intrincadas del an lisis robótico.Requiere un equipo de técnicos bien entrenados y elempleo de máquinas calculadoras muy complicadas. Bogertlo sabía. Bogert lo dijo así después de haber escuchadocon disimulado aburrimiento la serie de respuestas,hizo una lista de las entonaciones de ciertas palabrasy gr ficos de los intervalos entre preguntas yrespuestas. --No veo presente ninguna anomalía, Susan. Lasvariaciones de entonación y las reaccionescronométricas son del tipo de frecuencia normal.Necesitamos métodos más sagaces. Aquí debe de habercalculadoras... No... -Se interrumpió frunciendo elceño y contemplando la uña del pulgar-. No podemosemplear computadores. Hay demasiado peligro de merma. Oquiz sí..

Susan lo detuvo con un gesto de impaciencia. --Por favor, Peter. Esto no es uno de susinsignificantes problemas de laboratorio. Si no podemosidentificar el Nestor modificado gracias a algunadiferencia visible a simple vista, una que no ofrezcaduda posible, es que no estamos de suerte. El peligrode equivocarse y dejarlo escapar es por otra partedemasiado grande. No es suficiente observar unaminúscula irregularidad en una gr fica. Le diré unacosa: si esto es todo lo que tengo para seguiradelante, preferiría destruirlos a todos sólo para

estar segura. ¿Ha hablado usted con los otros Nestormodificados? --Sí, y no tienen ningún defecto -dijosecamente Bogert-. Si algo hay en que estén por encimade lo normal, es en amabilidad. Han contestado a mispreguntas, demostrando orgullo de sus conocimientos,salvo los dos últimos, que no han tenido todavía tiempode aprender la física etérea. Se rieron a gusto de miignorancia sobre algunas de las especializaciones deaquí. Supongo que esto forma parte de la base de suresentimiento contra ellos por parte de los técnicos deaquí. Los robots tienen quiz una excesiva afición aimpresionarnos con sus superiores conocimientos. --¿Puede usted probar algunas reacciones Planar paraver si se ha producido algún cambio en una composiciónmental desde su manufactura? --No lo he hecho todavía,pero lo haré. -Apuntó a Susan con su dedo afilado-.Está usted perdiendo la calma, Susan. No veo qué es loque dramatiza. Son esencialmente inofensivos. --¿Sí? -saltó Susan con fuego-.¿Está usted seguro? ¿Se da usted cuenta de que uno deellos está mintiendo? Uno de los sesenta y tres robotsque acabo de interrogar me ha mentido deliberadamentedespués de mi imperativa orden de decir la verdad.Esta anormalidad es terriblemente profunda yhorriblemente aterradora. Bogert sintió que sus dientes castañeteaban. --No -dijo-. ¡Mire! Nestor 10 recibe orden de irse apaseo. Esta orden le fue expresada con la máximaurgencia por la persona de mayor autoridad para drsela. No se puede desobedecer esta orden ni por unaurgencia superior ni por una superior autoridad.Naturalmente, el robot tratará de evitar ejecutar laorden. En el fondo, objetivamente, admiro su ingenio.¿Cómo puede un robot "irse a paseo" o "perderse de

vista" mejor que mezcl ndose con un grupo de robotssimilares a él? --Sí, sería usted capaz de admirarlo.He leído un cierto humorismo en sus ojos, Peter, uncierto humorismo y una sorprendente falta decomprensión. ¿Es usted un técnico en robótica, Peter?Estos robots dan importancia a todo lo que consideransuperioridad. Usted mismo acaba de decirlo.Subconscientemente, consideran a los humanos inferioresa ellos e injusta la Primera Ley que nos protege. Yahora nos encontramos ante un hombre joven que manda aun robot "a paseo", con todas las apariencias verbalesde desprecio, repugnancia y dominación. De acuerdo, elrobot tiene que cumplir las órdenes, perosubconscientemente, está resentido. Para él adquiereuna importancia todavía más trascendental demostrar quees superior, pese a la serie de epítetos que se le handirigido. Puede llegar a ser "tan" importante, que loque queda de la Primera Ley no sea suficiente. --¿Cómo quiere que en la Tierra, o en cualquier otrositio del Sistema Solar, un robot sepa el significadode las duras palabras pronunciadas contra él? Laobscenidad no es una de las cosas que se han impreso ensu cerebro. --La impresión original no lo es todo -dijo Susan concierta mofa-.Los robots tienen cierta capacidad para aprender. ¡Nosea usted tonto, hombre! -Bogert sabía que habíaperdido completamente la calma-. ¿No comprende que porel tono empleado pudo darse cuenta de que las palabrasno eran de alabanza? -añadió precipitadamente-. ¿Nocree que pudo haber oído ya estas palabras en otrasocasiones y comprendido cu l es su sentido? --Bien, eneste caso, tenga la bondad de decirme en qué forma unrobot modificado puede dañar a un ser humano, por muy

ofendido que esté, y por muy profundo que sea su deseode demostrar su superioridad. --¿Si le digo cómo, estará usted tranquilo? --Sí. Ambos estaban apoyados en la mesa, mir ndose conmutuo rencor. --Si un robot modificado dejase caer un gran pesosobre un ser humano, no infringiría la Primera Ley silo hacía sabiendo que su fuerza y sus reacciones lepermitirían apartar el peso en su caída antes de quehiriese al hombre. Sin embargo, una vez soltado elpeso, no sería ya él el medio activo. Sería la ciegafuerza de gravedad. El robot podría entonces cambiar demanera de pensar y dejar que el peso llegase al hombre.La modificación de la Primera Ley se lo permite. --Esto requiere un horrible esfuerzo de imaginación. --Es lo que mi profesión exige algunas veces. Peter,no nos peleemos, vamos a trabajar. Conoce ustedexactamente la naturaleza de los estímulos que hanhecho que el robot se "fuese a paseo". Tiene usted losplanos originales de la adaptación mental. Quiero queme diga usted hasta qué punto es posible a nuestrorobot hacer lo que acabo de indicarle. No me refiero aeste ejemplo específico, fíjese bien, sino a esta clasede reacciones. ¡Y quiero que me lo diga pronto! --Entretanto, tendremos que hacer pruebas de reaccióna la Primera Ley.

Gerald Black, a petición propia, estaba examinandolos enmohecidos tabiques de madera que formaban círculobajo el abovedado techo del tercer piso del edificio deRadiación 2.Los obreros trabajaban en su mayoría silenciosos. Unode ellos se sentó junto a Black, se quitó el sombrero,y se secó pensativo la frente pecosa.

--¿Cómo va esto, Walenski? -preguntó Black haciéndoleuna señal. --Suave como la manteca -respondió Walenskiencendiendo un pitillo-.¿Qué pasa, sin embargo, doctor? Primero estamos tresdías sin trabajo y ahora tenemos todo este lío... -Seechó atr s apoy ndose en el codo y echó una bocanada dehumo. --Han venido dos robots más de la Tierra -dijo Blackjuntando las cejas-. ¿Recuerda las perturbaciones quetuvimos con los robots al penetrar en los campos gamma,antes de que les metiésemos en el cr neo que no teníanque hacerlo? --Sí. ¿No venían unos nuevos robots?--Hemos reemplazado algunos, pero principalmente erauna cuestión de adoctrinarlos. De todos modos, los quelos hacen quieren crear unos robots que no queden tanfuertemente afectados por los rayos gamma. --Parece extraño, de todos modos, parar todo eltrabajo por este asunto de los robots. Creía que nadapodía detener la creación de la Zona... --Eso es la gente de arriba quien tiene que decirlo.Yo..., no hago más que lo que me dicen. Probablementetodo es una cuestión de infl... --Sí -interrumpió el electricista con una sonrisa yguiñando el ojo-.Siempre hay quien tiene amigos en Washington... Peromientras mi paga llegue puntualmente, no me preocupo.La cuestión de la Zona no es asunto mío. ¿Qué van ahacer aquí? --¿Me lo pregunta? Han traído unosrobots... más de sesenta, y van a medir sus reacciones.Eso es "todo" lo que sé. --¿Cu nto tiempo se necesitar ? --Me gustaríasaberlo. --Ya... -dijo Walenski en tono de sarcasmo-. Con tal

de que me paguen bien, por mí pueden jugar tanto comoquieran.

Un hombre estaba sentado en una silla, inmóvil,silencioso. Un peso caía por el aire, sobre él;después, en el último momento, se apartó a un lado,bajo el sincronizado empuje de un súbito rayo defuerza. En sesenta y tres células de madera, sesenta ytres robots Nst-2 se lanzaron simultáneamente adelanteen aquel preciso segundo, antes de que el pesoalcanzase al hombre y sesenta y tres fotocélulasinstaladas a cinco pies de su posición original,accionaron la punta marcadora e hicieron una pequeñaseñal en el papel. El peso caía y se elevaba, caía y seelevaba, caía y... ¡Diez veces! Diez veces los robots saltaron adelante y sedetuvieron, mientras el hombre permanecíatranquilamente sentado. El general Kallner no había vuelto a ponerse suesplendoroso uniforme desde la primera comida dada alos representantes de la U.S. Robots.Entonces, en mangas de camisa, llevaba el cuelloabierto y el nudo de la corbata flojo. Miró esperanzado a Bogert, que seguía impecablementevestido y cuyas emociones interiores eran sólodelatadas por un ligero sudor en la frente. --¿Qué le parece? -preguntó el general-. ¿Qué estáusted tratando de ver? --Una diferencia que puederesultar demasiado sutil para nuestros propósitos-respondió Bogert-. Para sesenta y dos de estos robotsla necesidad de saltar hacia el ser humano en peligroaparente ha sido lo que llamamos, en lenguaje robótico,una reacción forzosa. Comprenda usted, incluso cuando

el robot sabe que al ser humano en cuestión no leocurrirá nada, y tiene que saberlo después de latercera o cuarta vez, no puede evitar reaccionar comolo ha hecho. La Primera Ley lo exige. --¡Bien, y qué! --Pero el robot sesenta y tres, este Nestormodificado, no tiene tal compulsión. Está bajo unaacción libre. Si hubiese querido, hubiera podidocontinuar en su sitio."Desgraciadamente" -añadió con un tono de lamento en lapalabra-, no ha sido éste su deseo. --¿Supone usted el porqué? --Supongo -dijo Bogertencogiéndose de hombros-, que la doctora Calvin nos lodirá cuando venga. Probablemente con una interpretaciónhorriblemente pesimista, además. Algunas veces es unpoco molesta. --¿Está calificada, verdad? -preguntó el general concierta inquietud

--Sí -dijo Bogert-. Está calificada. Entiende enrobots como si fuesen sus hermanos. Quiz sea laconsecuencia de odiar a los seres humanos con la mismaintensidad. En todo caso, psicóloga o no, es sumamenteneurótica. Tiene tendencias paranoicas. No se la tomedemasiado en serio. Extendió delante de él un largo rollo de gr ficasllenas de líneas quebradas. --Vea, general, en el caso de cada robot, eltiempo-intervalo entre la caída del peso y el salto deun metro y medio hacia adelante tiende a disminuir amedida que la prueba se repite

Hay una relación matemáticamente definida que gobiernaestas cosas y el no conformarse a ello indicaría una

marcada anormalidad en el cerebro positónico.Desgraciadamente, aquí todos parecen normales. --Pero si nuestro Nestor 10 no responde obedeciendo auna fuerza obligatoria, ¿por qué su curva no esdiferente? No lo entiendo. --Es muy sencillo. Las reacciones robóticas sonperfectamente an logas a las humanas, ésta es la lstima. En los seres humanos, la acción voluntaria esmás lenta que el reflejo. Pero con los robots no eséste el caso; es una mera cuestión de libertad deelección; por lo demás, la rapidez de la acción forzosay la libre es la misma

Lo que yo había esperado era que Nestor 10 fuesepillado de sorpresa la primera vez y dejase transcurrirun intervalo demasiado grande antes de responder. --¿Y no fue así? --Temo que no. --Entonces, no hemos llegado a ninguna parte -dijo elgeneral, ech ndose atr s con expresión contrariada-.Hace ya cinco días que están ustedes aquí... En aquel momento entró Susan Calvin y volvió a cerrarla puerta con un fuerte golpe. --Retire sus gr ficas de aquí, Peter. Ya sabe ustedque no demuestran nada. Murmuró algo con impaciencia al ver que el general selevantaba para saludarla y prosiguió: --Vamos a tenerque intentar algo más urgente. No me gusta todo lo queocurre. --¿Pasa algo? -preguntó Bogert, cambiando una miradacon el general. --¿Específicamente? ¡No! Pero no me gusta que Nestor10 siga eludiéndonos. Es un mal asunto. Debe halagar suvanidoso sentido de superioridad. Mucho me temo que sucomplejo no sea ya meramente el de obedecer órdenes. Me

parece que se está convirtiendo en una aguda necesidadneurótica, para él, ir más allá que los humanos. Es unasituación malsana y peligrosa. Peter, ¿hizo usted loque le pedí? ¿Ha establecido los factores inestablesdel Nst-2 modificado siguiendo las líneas que le pedí?--Está en marcha -respondió el matemático sin interés. Susan lo miró durante un momento con rencor y sevolvió hacia el general. --Nestor 10 se ha dado cuenta, desde luego, de lo queestamos haciendo, general. No tiene necesidad alguna demorder el cebo en este experimento, especialmentedespués de la primera vez, cuando tiene que haber vistoque el sujeto no corre peligro.Los otros no podían abstenerse; pero él está fingiendodeliberadamente la reacción. --¿Y qué cree usted que debemos hacer, doctoraCalvin? --Imposibilitarle, falsificar su reacción lapróxima vez. Repetiremos el experimento, pero con unamodificación. Estableceremos unos cables de altatensión entre los robots y el sujeto, capaces deelectrocutar los modelos Nestor en cantidad suficientepara que no puedan saltar por encima de ellos; el robotse dará cuenta de que tocar los cables significa lamuerte. --¡Alto! -exclamó súbitamente Bogert, indignado-. Novamos a electrocutar dos millones de dólares de robotspara localizar a Nestor 10.Hay otros medios. --¿Está usted seguro? No hemos encontrado ninguno. Detodos modos, no se trata de electrocución. Podemosaplicar un contacto que cortará la corriente en elmomento de soltar el peso. Si el robot pisa los cables,no será electrocutado. Pero el robot "no lo sabr ". --¿Saldrá bien esto? -dijo el general con un brillo

de esperanza en los ojos. --Creo que sí. En estas condiciones, Nestor 10 tieneque permanecer en su silla. Puede recibir la orden detocar los cables y morir, porque la Segunda Ley deobediencia es anterior a la Tercera Ley deautoconservación; pero esta orden no la recibir , serámeramente dejado a su propio impulso, como todos losdemás robots.En el caso de los robots normales, la Primera Ley de laseguridad humana los llevará a la muerte aun sin haberrecibido orden expresa. Pero en el caso de nuestroNestor 10, no. Sin la Primera Ley completa, y sin haberrecibido órdenes específicas, la Tercera Ley, la deautoconservación, será la más fuerte y no tendrá másremedio que permanecer en su sitio.Será una acción forzosa. --¿Lo hacemos esta noche, entonces? --Esta noche -dijo la doctora en psicología- si loscables pueden tenderse a tiempo. Voy a explicar a losrobots lo que vamos a hacer.

Un hombre estaba sentado en una silla, inmóvil,silencioso. Un peso caía sobre él, r pido; después, enel último momento, se apartó a un lado bajo elsincronizado empuje de un súbito rayo de energía. Sólo una vez... Y desde su silla plegable de la cabina deobservación, la doctora Susan Calvin se levantó de unsalto, abriendo la boca horrorizada. Sesenta y tres robots permanecían sentados inmóvilesen sus sillas, mirando con ojos de milano el hombre enpeligro que tenían delante. Ni uno de ellos se movió.

La doctora Calvin estaba furiosa hasta casi lo

insoportable. Tanto más furiosa, por no atreverse ademostrarlo delante de los robots, que iban entrando ysaliendo uno a uno de la habitación. Comprobó la lista.Ahora tenía que entrar el Veintiocho. Faltaban todavíaveinticinco. Entró el número Veintiocho, receloso. --¿Cómo te llamas? -preguntó Susan, tratando deconservar la calma. Con una voz apagada e incierta, el robot contestó:--No he recibido nombre todavía.Soy un Nst-2 y ocupaba el número veintiocho en lahilera. Tengo aquí una tira de papel que voy a darle. --¿Habéis estado ya aquí alguna otra vez? --No. --Siéntate. Vas a contestar a algunas preguntas,número Veintiocho

¿Estabas en la Sala de Radiaciones del Edificio Doshace unas cuatro horas? El robot tuvo dificultad encontestar; finalmente lo hizo con un ronquido, como deuna maquinaria que necesitase aceite. --Sí, doctora. --Había allí un hombre que estaba casi en peligro desufrir daño, ¿no? --Sí, doctora. --Y tú no hiciste nada ¿verdad? --No, doctora. --A aquel hombre pudo ocurrirle daño por causa de tuinacción. ¿Sabes esto, verdad? --Sí, doctora. No pudeevitarlo, doctora. -Es difícil imaginar una voluminosafigura metálica sin expresión gimiendo, pero casi loconsiguió

--Quiero que me digas exactamente por qué no hicistenada por salvarlo. --Quiero explicárselo, doctora. No quiero quecreas..., que "nadie", crea... que soy capaz de causar

daño a un ser humano. ¡Oh, no, esto sería horrible... einconcebible! --¡Por favor, no te excites, muchacho! No te censuronada. Quiero solamente que me digas qué pensabas enaquel momento. --Doctora, antes de que todo aquello ocurriese, nosdijiste que uno de los humanos estaría en peligro poraquel peso que se caía y que tendríamos que cruzar unoscables eléctricos si queríamos intentar salvarlo. Bien,esto no me hubiera detenido. ¿Qué es mi destruccióncomparada con la seguridad de un humano? Pero... se meocurrió que si yo moría al ir a salvarlo, estaríamuerto sin objeto alguno y quiz algún día otro humanopodría sufrir un daño que no hubiera sufrido si yohubiese estado todavía en vida. ¿Me entiendes, doctora?--¿Quieres decir que era una mera elección entre lamuerte del humano solo o la muerte de los dos? --Esoes. Era imposible salvar al humano. Podía considerrsele muerto.En este caso era inconcebible que yo corriese a lamuerte..., sin haber recibido órdenes. La doctora en psicología sacó un l piz. Había oído lamisma historia con insignificantes variacionesveintisiete veces ya. La pregunta crucial venía ahora. --Oye -dijo-, tu punto de vista tiene sus razones,pero no es lo que yo hubiera creído que eras capaz depensar. ¿Se te ocurrió a ti? --No -dijo el robotdespués de haber vacilado. --¿A quién se le ocurrió, pues? --Anoche estábamoshablando y uno de nosotros tuvo esta idea, y nospareció a todos razonable. --¿A cu l? El robot quedó sumido en profundareflexión. --No lo sé. Uno de nosotros.

--Nada más -dijo Susan con un suspiro. El robot siguiente era el Veintinueve. Despuésvinieron treinta y cuatro más.

También el general Kallner estaba enojado. Duranteuna semana estera toda la Hyper Base había estadoinmovilizada, a excepción de algún trabajo de papeleosobre los asteroides subsidiarios del grupo. Y entonceslos representantes, o por lo menos la mujer, hacíanproposiciones inaceptables. Afortunadamente para la situación general, Kallnerjuzgaba imposible poner de manifiesto abiertamente sucólera. --¿Por qué no, general? -insistía Susan Calvin-. Esevidente que la actual situación es desgraciada. Laúnica forma como podemos encontrar algún resultado enel futuro, o en lo que nos quede de futuro en esteasunto, es separar los robots. No podemos conservarlosjuntos por más tiempo. --Mi querida doctora Calvin -gruñó el general con unavoz que había alcanzado los registros bajos de unbarítono-, no veo cómo alojar separadamente sesenta ytres robots en este sitio... --Entonces no puedo hacer nada -interrumpió Susanlevantado los brazos en un gesto de desesperación-.Nestor 10 imitará lo que hagan los demás robots oinducirá a los demás a no hacer lo que no puede hacerél. Y en ambos casos, es un mal asunto. Estamos enpugna con el condenado robot desaparecido y por ahoranos gana.Cada victoria suya agrava la anormalidad. Se puso en pie con rígida determinación. --General Kallner, si no puede separar los sesenta ytres robots como le pido, me veo obligada a pedirle que

los sesenta y tres sean destruidos inmediatamente. --¿Lo pide usted, verdad? -preguntó Bogertinterviniendo súbitamente con rabia-. ¿Y quién le da austed derecho a pedir semejante cosa? Estos robotspermanecer n como están. Soy yo el responsable deellos, no usted. --Y yo -añadió el general Kallnersoy el responsabledel Coordinador del Mundo..., y tengo que solucionaresto. --En tal caso -saltó en el acto Susan Calvin- no mequeda otro camino que dimitir. Si es necesario paraforzarle a usted a la indispensable destrucción, darépublicidad al asunto. No fui yo quien dio su aprobacióna la manufactura de los robots modificados. --Una palabra más, que viole las medidas deseguridad, doctora Calvin -dijo el generalpausadamente-, y ser usted inmediatamente detenida. Bogert sentía que el asunto se le escapaba de lasmanos. Su voz se hizo melosa. --Vamos, vamos, estamos portándonos como unoschiquillos. No es más que cuestión de tiempo. Tiene quehaber, con toda seguridad, un medio de vencer un robotsin dimitir, encarcelar a nadie ni destruir dosmillones. La doctora en psicología se volvió hacia él con rabiacontenida. --No quiero que existan robots descompensados.Tenemos un Nestor que está positivamente descompensado,once que lo están potencialmente y sesenta y dosnormales que empiezan a estar sujetos a un ambientedescompensado.El único medio de seguridad absoluta es su destrucción. El zumbido de llamada se dejó oír en la puerta y lostres se callaron, helando la creciente violencia de la

discusión. --¡Adelante! -gruñó Kallner. Era Gerald Black, al parecer turbado. Había oídovoces encolerizadas

--He creído mi deber venir...-dijo-; hubiera considerado indiscreto hablar de ellocon nadie... --¿Qué ocurre? No haga discursos... --Alguien ha tocado las cerraduras del CompartimientoC de la nave mercante. Hay rasguños recientes en ellas. --¿El Compartimiento C? -exclamó Susan r pidamente-.¿Es el que encierra los robots, no? ¿Quién ha sido?--Desde dentro -dijo Black lacónicamente. --¿La cerradura no está estropeada, verdad? --No,está bien. He estado cuatro días observando la nave ynadie ha tratado de salir de ella. Pero he creído quedebían saberlo ustedes y no quería divulgar la noticia.Me he dado cuenta de la cosa personalmente. --¿Hay alguien allí, ahora? --He dejado a Robins yMcadams vigilando. Hubo un silencio meditativo y la doctora dijoirónicamente: --¿Y bien...? --¿Qué significa todo esto?-preguntó el general rascándose la nariz. --¿No está claro? Nestor 10 está proyectandomarcharse. La orden de "irse a paseo" lo dominaanormalmente por encima de todo cuanto podamos hacer.No me sorprendería que lo que le dejaron de la PrimeraLey no fuese suficientemente fuerte para vencerlo.Es perfectamente capaz de apoderarse de la nave yfugarse en ella. Entonces tendremos a un robot loco enuna nave del espacio. ¿Qué sucederá después? ¿Tienealguna idea? ¿Sigue usted queriéndolos dejartranquilos, general? --Es absurdo -interrumpió Bogert,

que había recobrado su suavidad-.Todo esto por algunos rasguños en una cerradura. --¿Ha completado usted el an lisis que le pedí,doctor Bogert, puesto que da usted su opinión? --Sí. --¿Puedo verlo? --No. --¿Por qué no? ¿O tengo que pedir esto por favortambién? --Porque sería inútil, Susan. Le dije a ustedpor adelantado que estos robots modificados son menosestables que los normales, y mi an lisis lo demuestra.Hay un número muy pequeño de probabilidades de colapsoen circunstancias extremas, que es muy improbable quese produzcan. Dejémoslo en eso. No voy a darle a ustedmuniciones para su absurda pretensión de destruirsesenta y tres robots perfectos, sólo porque careceusted de facultades para descubrir el Nestor 10 entreellos. Susan Calvin lo miró fijamente, con el despreciopintado en sus ojos. --¿No omite usted un solo detalle en su eternadictadura, verdad? --Por favor -suplicó Kallnerirritado-. ¿Insiste usted en que no es posible hacernada más? --No se me ocurre nada más general -respondióla doctora-. Si hubiese alguna otra diferencia entreNestor 10 y los robots normales, diferencias que noafectasen a la Primera Ley..

Aunque fuese una sola diferencia. En envoltorio,contenido, especificaciones... -Súbitamente se detuvo. --¿Qué pasa? --Se me ha ocurrido algo... Pienso...-Su mirada se hizo distante y vaga-. Estos Nestorsmodificados, Peter..., ¿recibieron la misma forma deimpresión que los normales, verdad? --Exactamente la misma. --Y... ¿qué es lo que decía usted, Mr. Black? -dijo

volviéndose hacia el joven doctor que en medio de latormenta que habían desencadenado sus noticias guardabaun discreto silencio-. Una vez, al quejarse de laactitud de superioridad de Nestor, dijo usted que lostécnicos le habían enseñado todo lo que sabían. --Sí, en Física etérea. No estaban al corriente deeste tema cuando llegaron aquí. --Esto es verdad -dijo Bogert, sorprendido-. Ya ledije a usted, Susan, que cuando hablé con los otrosNestors, los dos recién llegados no habían aprendidotodavía Física etérea... --¿Y por qué ocurre esto? -preguntó Susan Calvin concreciente excitación-. ¿Por qué no salen los modelosNst-2 impresos con Física etérea en primer lugar? --Nose lo puedo decir -respondió Kallner-. Forma parte delsecreto.Pensamos que si fabricábamos un modelo especial conconocimientos de Física etérea, emple bamos a doce deellos, y poníamos los otros a trabajar en un campo nocoordenado, podíamos despertar sospechas. Los hombresque trabajan con los Nestors normales podríanpreguntarse por qué saben Física etérea. De manera quenos limitamos a imprimir en ellos la capacidad deaprender sobre el terreno.Sólo los que han venido aquí tienen esta impresión. ¿Essencillo? --Comprendo. Y ahora, por favor, retírensetodos. Denme una hora para mí.

Susan Calvin comprendía que no podía soportar elsuplicio por tercera vez. Su mente lo había examinado yrechazado con una intensidad que le produjo n useas. Leera imposible enfrentarse nuevamente con aquellainterminable hilera de robots. De manera que era Bogert quien interrogaba ahora,

mientras ella permanecía sentada con los ojos y lamente medio cerrados. Entró el número Catorce. Faltaban todavía cuarenta ynueve. --¿Qué número tienes en la hilera? -le preguntóBogert, levantando la vista de la hoja de papel. --Catorce -dijo el robot mostrando su tarjetanumerada. --Siéntate, muchacho. ¿Habías estado ya aquí antes?-preguntó. --No, señor. --Bien, vamos a tener otro hombre en peligro desufrir daño en cuanto salgamos de aquí. Cuando salgasde esta habitación te llevar n a un sitio donde esperars tranquilamente a que se te necesite. ¿Comprendes?--Sí, señor. --Y, naturalmente, si un hombre está en peligro,tratar s de salvarlo

--Naturalmente, señor. --Desgraciadamente, entre el hombre y tú habrá uncampo de rayos gamma.Silencio. --¿Sabes lo que son los rayos gamma? --¿Radiación deenergía, señor? La siguiente pregunta fue hecha en tonoindiferente, amistoso. --¿Has trabajado ya con rayos gamma? --No, señor-respondió el robot categóricamente. --Pues..., ver s, muchacho, los rayos gamma te matarn instantáneamente. Destruir n tu cerebro. Este es unhecho que debes recordar. Naturalmente, tú no querr sdestruirte... --Naturalmente. -Una vez más el robot parecíaextrañado. Lentamente, prosiguió-: Pero, señor, ¿si los

rayos gamma están entre el hombre en peligro y yo, cómopuedo salvarlo? Me destruiré yo sin ningún fin. --Sí, eso es. -Bogert parecía preocupado por elasunto-. Lo único que puedo aconsejarte, muchacho, esque si detectas radiaciones gamma entre el hombre y tú,har s bien en permanecer sentado. --Gracias, señor. ¿Sería inútil, verdad? -dijo elrobot, visiblemente aliviado. --En efecto. Pero si no hubiese radiaciones gamma, lacosa sería totalmente diferente, ¿no es eso?--Naturalmente, señor, no hay duda

--Ahora puedes marcharte. El hombre que está aquí enla puerta te llevará a tu sitio. Espera allí. Una vez el robot se hubo marchado, Bogert se volvióhacia Susan. --Muy bien -dijo ella sinceramente

--¿Cree usted que podremos descubrir a Nestor 10interrog ndolos r pidamente sobre Física etérea? --Quiz, pero no es muy seguro.-Tenía las manos como muertas en el regazo-. Recuerdeque lucha con nosotros. Está en guardia. La únicamanera de vencerlo es ser más listos que él, y, dentrode sus limitaciones, puede pensar mucho más r pidamenteque un ser humano. --Bien, sólo para ver qué pasa; supongamos que apartir de ahora hago a los robots algunas preguntassobre los rayos gamma. Límites de longitud de onda, porejemplo. --¡No! -exclamó Susan Calvin, mientras reaparecía lavida en sus ojos-. Le sería demasiado fácil negar susconocimientos y esto le pondría en guardia contra lasiguiente prueba..., que es nuestra verdadera

probabilidad

Siga, por favor, haciendo las preguntas como le heindicado, Peter, y no improvise. Está perfectamente ensu derecho preguntarles si han trabajado ya con rayosgamma. Y trate incluso de parecer menos interesadotodavía. Bogert se encogió de hombros y tocó el timbre queharía entrar al número siguiente. La espaciosa Sala de Radiaciones estaba a punto unavez más. Los robots esperaban pacientemente en suscélulas de madera, todas ellas abiertas por el centro,pero separadas unas de otras. El general Kallner se secó lentamente la frente conun enorme pañuelo, mientras Susan Calvin se ocupaba conBlack de los últimos detalles. --¿Está usted seguro -preguntó- de que ninguno de losrobots ha tenido ocasión de hablar con los demás desdeque han salido de la C mara de Orientación?--Absolutamente seguro -insistió Black-. No hancambiado una palabra

--¿Y cada robot está en su célula indicada? --Aquíestá el plano. La doctora permaneció un momento estudi ndolo,pensativa. --¿Cu l es el plan de esta ordenación, doctora?-preguntó el general asomándose por encima de suhombro. --He pedido que me colocasen a los robots que me hanparecido faltar un poco a la verdad en las primeraspruebas, concentrados en un lado del círculo. Esta vezvoy a sentarme yo en el centro y quiero observarlosparticularmente.

--¿Va "usted" a sentarse allí?...-exclamó Bogert. --¿Por qué no? -preguntó ella, fríamente-. Lo queespero ver puede ser instantáneo. No puedo correr elriesgo de poner a otro como primer observador. Peter,usted estará en la cabina de observación y quiero quese fije muy bien en el lado opuesto del círculo.General Kallner, he dispuesto que se filme a cada unode los robots, para el caso de que la observaciónvisual no fuese suficiente. Si es necesario, los robotstendr n que permanecer sentados exactamente donde estánhasta que la película haya sido revelada y estudiada.Ninguno debe marcharse, ninguno debe cambiar de sitio.¿Está claro? --Perfectamente. --Entonces, vamos a probar otra vez.

Susan Calvin estaba sentada en la silla, silenciosa,la mirada inquieta

Un peso cayó precipitadamente hacia abajo, y se apartóa un lado en el último momento bajo el empujesincronizado de un súbito rayo de energía. Un solo robot se puso en pie y avanzó dos paso. Y sedetuvo. Pero la doctora Calvin se había levantado ya y loseñalaba con el dedo. --Nestor 10, ven aquí -gritó-.¡Ven! ¡"Ven aquí"! Lentamente, a regañadientes, el robot avanzó otropaso. Sin apartar la vista del robot, la doctora gritó, contodas las fuerzas de su voz: --¡Qué todos los demásrobots salgan inmediatamente de esta habitación,pronto! ¡S quenlos en seguida y manténgalos fuera!

A sus oídos llegó el sordo rumor de unas fuertespisadas, pero no apartó la vista. Nestor 10, si es queera Nestor 10, avanzó otro paso, y después, bajo lafuerza de un imperativo gesto, dos más. Estaba sólo atres metros de ella cuando, con voz ronca, dijo: --Mehan dado orden de perderme...-Otro paso. No debo desobedecer. No me han encontradohasta... Me creería un fracasado. Me dijo... Pero no esasí... Soy poderoso e inteligente... Las palabras salían fraccionadas.Otro paso. --Sé mucho... Va a pensar... He sido descubierto...Desgraciado...Yo no... Soy inteligente... Y con este dueño..., que esdébil... Lento... Otro paso, y un brazo de metal se levantó, apoy ndosesúbitamente sobre el hombro de Susan Calvin, que sintióque el terrible peso la aplastaba

Su garganta se agarrotó y sintió que un estremecimientode terror le recorría el cuerpo. Oyó, vagamente, las siguientes palabras de Nestor 10:--Nadie debe encontrarme. No tengo dueño... -La masa defrío metal se apoyaba sobre ella, que sucumbía bajo supeso. Y entonces se produjo un extraño sonido metálicoy Susan cayó al suelo, mientras un brazo reluciente seapoyaba sobre su cuerpo. No se movió. Ni Nestor 10tampoco, echado a su lado. Y unos instantes después unos rostros se inclinaronsobre ella. --¿Está usted herida, doctora Calvin? -jadeaba GeraldBlack. Susan movió lentamente la cabeza y levantando elbrazo metálico que la aplastaba, se puso en pie.

--¿Qué ha ocurrido? --He bañado la sala con rayosgamma durante cinco segundos. No sabíamos lo queocurría, sólo en el último momento nos dimos cuenta deque la agredía y no había tiempo más que para los rayosgamma. Se derrumbó al instante

Pero no era suficiente para hacerle daño a usted. No sepreocupe, todo ha pasado ya. --No me preocupo -dijo ella cerrando los ojos einclin ndose a un lado-

No creo haber sido agredida, exactamente. Nestor estaba"tratando" solamente de hacerlo. Lo que quedaba en élde la Primera Ley lo refrenaba todavía. Dos semanas después de su primera reunión con elgeneral Kallner, Susan Calvin y Peter Bogert celebraronla última. En Hyper Base se había reanudado el trabajo.La nave con sus sesenta y dos Nst-2 normales habíasalido para su destino, con una versión oficial delretraso de dos días. El crucero del Gobierno estabahaciendo sus preparativos para llevar a la Tierra a losdos técnicos en robótica. Kallner lucía de nuevo el reluciente uniforme. Susguantes blancos deslumbraban, mientras les estrechabala mano. --Los otros Nestors modificados tendr n desde luegoque ser destruidos -dijo Susan Calvin. --Lo ser n. Cubriremos los turnos con robots normaleso, si es necesario, prescindiendo de ellos... --Bien. --Pero, dígame..., no me ha explicado... ¿Cómo loconsiguió? --¡Oh, eso!... -dijo Susan con una sonrisade complacencia-. Hubiera podido decírselo poradelantado si hubiese estado más segura de que saldría

bien. Nestor 10 tenía un complejo de superioridad quecada vez iba siendo más fuerte. Le gustaba creer quetanto él como los demás robots sabían más que los sereshumanos

Para él iba cobrando importancia creerlo. Esto losabíamos. Advertimos, por lo tanto, a cada robot poradelantado que los rayos gamma los matarían, lo cualera verdad, y les advertimos además que entre ellos yyo habría rayos gamma. De manera que cada cual se quedódonde estaba, naturalmente. Por la lógica de Nestor 10durante la primera prueba, habían todos decidido que notenía utilidad alguna tratar de salvar una vida humana,puesto que ellos morirían antes de conseguirlo. --Bien, sí, doctora Calvin, esto lo comprendo. Pero¿por qué abandonó su sitio Nestor 10? --¡Ah!... Eldoctor Black y yo habíamos hecho un pequeño arreglo. Noeran los rayos gamma los que inundaban el espacio entrelos robots y yo, sino los infrarrojos. Rayos ordinariosde calor, absolutamente inofensivos.Nestor 10 sabría que eran rayos infrarrojos inofensivosy se lanzó adelante como esperaba que harían los demásbajo la compulsión de la Primera Ley. Sólo una fracciónde segundo demasiado tarde recordó que el Ns-2 normalpuede detectar la radiación pero no puede identificarel tipo.Qué él sólo pudiese identificar las longitudes de onda,por la instrucción que había recibido en Hyper Base,bajo la dirección de meros seres humanos, era en aquelmomento demasiado humillante de recordar. Para losrobots normales el área era fatal, les habíamos dichoque lo sería, y sólo Nestor sabía que mentíamos. Hizo una pausa, antes de terminar. --Y por un solo momento olvidó, o no quiso recordar,

que otros robots pueden ser más ignorantes que losseres humanos. Su misma superioridad lo perdió. Buenastardes, general.

7 ¡La fuga!

Cuando Susan regresó de Hyper Base, Alfred Lanning laestaba esperando. El buen hombre no hablaba nunca de suedad, pero todo el mundo sabía que tenía setenta ycinco años.No obstante, su mente era despierta y si habíapermitido que lo nombrasen Director Honorario deInvestigaciones, actuando Bogert de director efectivo,aquello no le impedía asistir cotidianamente a laoficina. --¿Cómo está el trabajo de la Zona Hiperatómica? --Nolo sé -respondió ella, irritada-. No lo he preguntado. --¡Ejem!... Quisiera que se diesen prisa. Porque sino se la dan, Consolidated puede ganarles la mano, ygan rnosla a nosotros de paso. --¿Consolidated? ¿Qué tiene que ver con eso?--Pues..., no somos los únicos que nos dedicamos acrear máquinas. Las nuestras pueden ser positónicas,pero esto no quiere decir que sean mejores

Robertson ha convocado una gran reunión para mañana.Estaba esperando que regresase usted.

Robertson, de la U.S. Robot / Mechanical MenCorporation, hijo del fundador, señaló con su agudanariz al director general y su nuez pegó un salto haciaarriba mientras decía --Empiece usted. Vamos

directamete el asunto. --He aquí el caso, jefe -comenzó el director generalcon vivacidad-. Consolidated Robots se dirigió anosotros hace un mes con una curiosa proposición.Vinieron con cinco toneladas de cifras, ecuaciones, ytoda clase de cálculos. Era un problema, y querían unacontestaicón para el Cerebro. Las condiciones eran lassiguientes... Fue contando con los dedos. --Cien mil para nosotros si no hay solución y podemosdecirles cu les son los factores que faltan. Doscientomil si hay solución, más el coste de construcción de lamáquina afectada, más el cuarto de los intereses entodos los beneficios de ello derivados.El problema se refiere al desarrollo de una máquinainterestelar... Robertson frunció el ceño y su afilado rostro seendureció. --A pesar del hecho de que ya poseen una máquinapensadora. ¿Exacto? --Lo cual demuestra claramente queesta proposición en un engaño, jefe.Leu-ver, siga adelante. Abe Leu-ver levantó la mirada desde la mesa delextremo de la sala de conferencia y se pasó la mano porla rasposa barbilla. --La cosa es así, jefe -dijo sonriendo-. Consolidated"tenía" una máquina pensante. Se ha estropeado. --¿Cómo? -dijo Robertson incorpor ndose a medias. --Es así. ¡Rota! ¡"Kaput"! Nadie sabe por qué, perohe llegado a ciertas concluisones..., como, porejemplo, que le pidieron que les diese una máquinainterestelar con la misma serie de informaciones quenos han mandado a nosotros y que esto estropeó sumáquina. Ahora es chatarra, nada más que chatarra.

--¿Comprende, jefe? -dijo el director generalentusiasmado-. ¿Lo comprende? No hay ningún grupoindustrial de investigación que no esté tratando dedesarrollar una máquina que abarque el espacio, yConsolidated y U.S. Robots vamos a la cabeza en esteterreno con nuestros robots cerebrales. Ahora que hanconseguido estropear la suya, tenemos el campo libre.Este es el... supuesto motivo. Necesitar n seis añospor lo menos para construir otra y están hundidos, amenos que puedan estropear la nuestra también,sometiéndola al mismo problema. El presidente de la U.S. Robots tenía los ojosabiertos y grades como platos. --¡Qué asquerosas ratas...! --Espere, jefe. Hay algo más.¡Lanning, hable!... -dijo describiendo con el dedo unamplio círculo. El doctor Lanning hizo un resumen de la situación conun leve tono de desprecio; reacción natural contra lasempresas y sectores de venta mucho mejor pagadas queél. Sus increíbles cejas grises se cerraban y su vozera seca. --Desde un punto de vista científico, la situación,si no enterarmente clara, es susceptible de uninteligente an lisis. El problema del viajeinterestelar en las actuales condiciones de teoríafísica es vaga. La cuestión es muy vasta y lainformación dada por la Consolidated referente a sumáquina pensante, era similarmente vaga. Nuestrodepartamento matemático ha procedido a un an lisisprofundo, y parece que la Consolidated lo ha incluidotodo. Su material de sumisión contiene todos losadelantos conocidos de la teoría curvo-espacial deFranciacci y, al parecer, todos los datos astrofísicos

y electrónicos pertinentes. Es un buen bocado. Robertson los seguía atentamente.Al fin interrumpió. --Es muy difícil para que el Cerebro lo resuelva. --No -intervino Lanning moviendo la cabeza condecisión-. No hay límites para la capacidad delCerebro.Es una cuestión distinta. Es cuestión de LeyesRobóticas; por ejemplo: no podrá jamás dar una solucióna un problema que le haya sido sometido, si estasolución trae aparejada la muerte o daño de sereshumanos. En cuanto a él hace referencia, un problemaque no tuviese más que esta solución sería insoluble.Se este problema estuviese unido a una urgente demandade respuesta, sería posible que el Cerebro, que es sóloun robot al fin y al cabo, se encontrase ante un dilemasegún el cual no podría ni contestar ni negarse ahacerlo. Algo por el estilo puede haberle ocurrido a lamáquina de la Consolidated. Hizo una pausa, pero el director general insistió:--Siga, doctor Lanning. Explíqueselo en la forma comome lo explicó a mí. Lanning arqueó las cejas apretando los labios, y miróhacia Susan Calvin, que levantó por primera vez lavista de sus manos cruzadas en el regazo. Habló en vozbaja y sin entonación. --La naturaleza de la reacción robótica ante undilema es impresionante -comenzó-. La psicología delrobot está muy lejos de ser perfecta, como especialistapuedo asegur rselo, pero puede ser discutida entérminos cualitativos, porque a pesar de todas lascomplicaciones introducidas en el cerebro positónico deun robot, está construido por los humanos, y por lotanto, conformado de acuerdo con los valores humanos.

>Ahora bien, un humano enfrentado con unaimposibilidad, responde frecuentemente con una retiradade la realidad; penetra en un mundo de engaño, entregndose a la bebida, llegando al histerismo, o tir ndosede un puente. Todo esto se reduce a lo mismo, lanegativa o la incapacidad de enfrentarse serenamentecon la situación. Y lo mismo ocurre con los robots. Undilema, en el mejor de los casos, creará un desorden ensus conexiones; y en el peor abrasará su cerebropositónico sin reparación posible

--Comprendo -dijo Robertson, que no había comprendidonada-. ¿Y qué me dice de esta información que nos pideConsolidated. --Encierra indudablemente un problema de un géneroprohibido -dijo Susan Calvin-. Pero el Cerebro difiereconsiderablemente del robot de la Consolidated. --Eso es cierto, doctora, es cierto -interrumpió eldirector general con energía-. Quiero que sepa bienesto, porque es el punto esencial de la situación. Los ojos de Susan relucían detr s de sus lentes ycontunuó pacientemente: --Estas máquinas de laConsolidated, comprende, su Superpensador entre ellas,están construidas sin personalidad. Se rigen por unfuncionarismo, obligatoriamente; sin las patentes bsicas de la U.S. Robots para los senderos emocionalesdel cerebro. Su Pensador es una mera máquinacalculadora en gran escala y un dilema la aniquilainstantáneamente. >Sin embargo, el Cerebro, nuestra máquina, tiene unapersonalidad, una personalidad de chiquillo. Es uncerebro supremanente deductivo, pero se parece a un"idiot savant". En realidad, no entiende lo que hace,se limita a hacerlo. Y porque es realmente un

chiquillo, es más reacio. "La vida no es tan seria",parece decir. La doctora en psicología, hizo una pausa y prosiguió:--He aquí lo que vamos a hacer.Hemos dividido toda la información de la Consolidateden partes lógicas.Vamos a introducir cada una de las partes en elCerebro, separada y cautelosamente. Cuando entre el"factor", el que crea el dilema, la personalidadinfantil del Cerebro vacilar . Su sentido enjuiciadorno está maduro. Se producirá un intervalo perceptibleantes de que reconozca el dilema como tal. Y duranteeste intervalo, rechazará automáticamente la unidad,antes de los senderos cerebrales puedan ser puestos enmovimiento y estropearlos. La nuez de Robertson se estremeció. --¿Está usted segura, ahora¿ --La cosa no tiene muchosentido, lo admito -dijo Susan Calvin con disimuladaimpaciencia-, en lenguaje vulgar; pero no concibo quetenga la utilidad de presentarlo en forma matemática.Le aseguro que es como le digo. El director general saltó a la brecha, con calor. --De manera que la situación es ésta: Si aceptamos laproposición, podemos proceder de esta forma. El Cerebronos dirá cu l de las unidades es la que encierra eldilema. De donde podremos calcular "por qué" existe eldilema. ?No es esto, doctor Bogert¿ Ya lo ve usted,doctora, y el doctor Bogert es el mejor matemático queencontrará en parte alguna. Damos a la Consalidated larespuesta de "Sin Solución", con el motivo que lajustifica, y cobramos cien mil. Ellos se quedar n conuna máquina estropeada y nosotros con una entera.Dentro de un años, dos quiz , tendremos una máquinacurvo-espacial, o un motor hiperatómico, como lo llaman

algunos.Ll mela como quiera, será la cosa más grande del mundo. Robertson se echó a reir y tendió la mano. --Veamaos este contrato. Voy a firmarlo.

Cuando Susan Calvin entró en la bóveda del Cerebro,fantásticamente guardada, uno de los turnos de técnicosacababa de preguntarle: "Si una gallina y media pone unhuevo y medio en un día y medio, ?cu ntos huevos pondrn nueve gallinas en nueve días¿". Y la máquina había contestado: "Cincuenta y cuatro". Y los técnicos se habían mirado perplejos unos aotros. La doctora Calvin tosió y se produjo una súbitaconfusión de energías

La doctora hizo un breve gesto y se quedó sola con elCerebro. El Cerebro ero un mero globo de medio metro de dimetro -que contenía en su interior una atmósferatotalmente acondicionada de helio, un volumen deespacio toatalmente ausente de vibraciones y libre deradiaciones- y dentro del cual había una inauditacomplejidad de senderos cerebrales positónicos queformaban el Cerebro.El resto de la habitación estaba atestada dedispositivos que eran los intermediarios entre elCerebro y el mundo exterior, su voz, sus brazaos, susórganos sensoriales. --¿Cómo estás, Cerebro¿ -preguntó suavemente ladoctora Calvin. La voz del Cerebro respondió vibrante y conentusiasmo. --¡Muy bien, doctora Calvin! Me vas a hacer alguna

pregunta, llevas siempre un libro en la mano. --Bien, pues tienes razón, pero todavía no -sonrióSusan-. Pero es tan complicada que te la vamos a darpor escrito. Pero más tarde. Me parece que voy ahablarte primero. --Perfectamente, no me importa hablar. --Escucha, Cerebro, dentro de un momento, el doctorBogert y el doctor Lanning estar n aquí con sucomplicada pregunta. Te daremos muy poco cada vez y muylentamente, porque queremos que te andes con cuidado.Vamos a pedirte que saques algo en conjunto, si te esposible, de la información, pero tengo que advertirteque la solución puede comportar un cierto peligro paralos seres humanos. --¡C spita! -exclamó con voz ronca, seca, el Cerebro. --Ahora, mucho cuidado. Cuando lleguemos a un puntoque pueda significar peligro, incluso quiz muerte, note excites. Comprendes, Cerebro, en este caso, no nosimporta..., ni siquiera la muerte; nos tiene sincuidado. De manera que cuando llegues a este punto, tedetienes, nos la devuelves y se acabó. ?Comprendes¿--¡Sí, sí, seguro! Pero..., ¡cáspita, muerte de loshumanos...! ¡Oh! --Y ahora, Cerebro, oigo llegar al doctor Bogert y aldoctor Lanning.Ellos te explicar n en qué consiste el problema yempezaremos. Sé buen muchacho, ahora... Lentamente las hojas fueron siendo insertadas.Después de cada una se producía un intervalo de uncurioso ruido, como el ahogado cuchicheo que era elCerebro en acción. Después venía un silencio, quequería decir que estaba en disposición de recibir unanueva hoja. Era cuestión de horas, durante las cualesel equivalente de unos doscientos dieciesiete gruesos

volúmente de física-matemática fue tragado por elCerebro. A medida que se iba procediendo a la operación, todosfruncían el ceño.Lanning refunfuñaba ferozmente en voz baja. Bogert,primero, se contempló pensativo las uñas y despuésempezó a morderlas de una forma abstraída.Sólo cuando la última de las hojas del grueso montónhubo desaparecido, Susan, con el rostro p lido, dijo:--Hay algo que no va. Lanning hizo un supremo esfuerzo por pronunciar unaspalabras. --No puede ser. Está..., muerto. --¿Cerebro?... -Susan Calvin estaba temblando-. ?Meoyes, Cerebro¿ --¿Eh?... -respondió la máquina,abstraída-, ?Qué quieres¿ --La solución. --¡Ah!... Puedo darla. Os construiré la nave, confacilidad..., si me dais robots. Una linda nave.Necesitaré dos meses, quiz . --¿No ha habido... dificultad¿ --Fue largo decalcular. La doctora Calvin se echó a reír.El color no había reaparecido en sus mejillas. Hizosigno a los demás de que se marchasen. --No logro entenderlo -dijo, una vez en su despacho-.La información, tal como se ha dado, tiene que envolverun dilema..., probablemente la muerte. Si algo se haestropeado... --La máquina habla y razona. No puede haber dilema. --¡Hay dilemas y dilemas! -exclamó la doctora concalor-. Haydiferentes formas de evasión. Supongamos queel Cerebro se siente sólo débilmente captado; sólo losufieciente, digamos, para sufrir la ilusión de quepuede resolver el problema, cuando en realidad no

puede. O supongamos que está oscilando en el bordemismo de algo realmente malo, de manera que el menorempuje lo hace pasar más allá. --Supongamos -dijo Lanning- que no hay dilema.Supongamos que la máquina de la Consolidated se rompióa cuasa de otra pregunta, o por razones puramentemecánicas. --Pero aun así -insistió Susan Calvin- no podemoscorrer el riesgo.Oigan, a partir de ahora nadie debe ni respirar delantedel Cerebro. Me hago cargo del asunto. --Muy bien -suspiró Lanning-, h gase cargo, pues. Yentretanto, dejaremos que el Cerebro nos construya lanave. Y si nos la construye, tendremos que probarla.Para esto necesitaremos nuestros mejores hombres-añadió pensativo.

Michael Donovan se alisó la encrespada cabellerapelirroja con un violento ademán, y la totalinfiferencia a que en el acto volviese a erizarse. --Llama el turno ya, Greg -dijo-.Dicen que la nave está terminada. No saben lo que es,pero está terminada.Vamos, Greg. Vamos a tomar el mando. --Espera, Mike -dijo Powell, cansado-. La confinadaatmósfera que respirmos no es adecuada para tuentusiasmo y buen humor. --Escucha -dijo Donovan. d ndole otro tirón a sucabello-. No me preocupa el genio éste de hierro ni sulinda nave de hojalata. ¡Son mis vacaciones perdidas!¡Y la monotonía!Aquí no hay más que bigotes y cifras..., una feaespecie de cifras.¡Oh, por qué tienen que darnos siempre estas misiones!

--Porque -respondió Powell amablemente -por lo vistoles convenimos.¡O.K., descansa! Viene el doctor Lanning. Lanning se acercaba con sus siempre pobladas cejasgrises y lleno de vida a pesar de su edad. Subiósilenciosamente la rampa con sus dos compañeros ysalieron al campo abierto adonde, sin obedecer a ningúnser humano, silencios robots estaban construyendo unanave. Mejor dicho: ¡Habían construido una nave! PorqueLanning dijo: --Los robots se han parado. Ninguno se hamovido hoy. --¿Está lista, entonces¿ ?Definitivamente¿ -preguntóPowell. --¿Cómo puedo decirlo¿ -dijo Lanning, frunciendo elceño-. Parece lista. No se ven piezas sueltas porninguna parte y el interior tiene un brillo de cosaacabada. --¿Ha estado usted dentro¿ --Entrar y salir. No soypiloto del espacio ?Entiende alguno de ustedes algo enteoría de motores¿ Donovan miró a Powell y Powell miróa Donovan. --Tengo mi licencia, doctor, pero en mis últimostextos no hay nada referenta a hipermotores nicurvonavegación. Sólo el corriente juego de niños delas tres dimensiones. Alfred Lanning levantó la mirada con un gesto de netareprobación y soltó un ronquido con su larga nariz. --Bien, mandaremos nuestros ingenieros -dijo en tonohelado. Powell lo agarró por el codo al ver que se disponía amarcharse. --Oiga, doctor, ?es la nave un campo prohibido¿--Suponto que no -respondió Lanning después de habervacilado rascándose la nariz-. Para ustedes dos, en

todo caso. Donovan murmuró una frase expresiva a su espalda alverlo marchar y se volvió hacia Powell. --Me gustaría darle una descripción literaria de élmismo, Greg. --Ven conmigo, Mike. El interior de la nave estaba terminado, tanterminado como una nave pudo jamás estarlo; podíaafirmase con sólo pestañear dos veces. Ningún obreroespecializado hubiera podido dar más brillo del quehabían dado los robots. Las paredes tenían un acabadode reluciente plata que no conservaba las impresionesdigirales. No había ángulos; paredes, suelo y techos se fundíanunos con otros en delicadas curvas, y el resplandormetálico de la luz indirecta daba seis frías imágenesde los asombrados visitantes. El corredor principal era un estrecho túnel cuyosuelo resonaba bajo las pisadas y en que había unaserie de habitaciones imposibles de distinguir unas deotras. --Supongo que los muebles deben de estar empotradosen las paredes -dijo Powell-. O quiz no tenemos quesentarnos ni dormir. En la última habitación, cerca de la proa de la nave,se quebraba la monotonía. Una ventana curva, sinreflejos, era lo primero que rompía la monotoníametálica y bajo ella había una sola esfera de grandesdimensiones con una única aguja inmóvil que marcaba elcero. --¡Mira esto! -dijo Donovan señalando la únicapalabra escrita en una escala minuciosamente marcada.La palabra era "parsecs", y la diminuta cifra delextremo de la escala graduada era "1.000.000*. Había

dos sillas; pesadas, bastas, sin acolchar

Powell se sentó en una de ellas y la encontró cómoda,sus curvas se amoldaban a las formas de su cuerpo. --¿Qué te parece todo esto¿ -preguntó Powell. --¡Por mi dinero! Creo que el Cerebro tiene fiebrecerebral. ¡V monos! --¿No quieres dar un vistazo a todo esto¿ --He dadoya un vistazo a todo eso

He venido y he visto. ¡Estoy harto!Greg, salgamos de aquí -añadió con el pelo rojoerizado-. He abandonado mi trabajo hace cinco minutos yesto es una zona prohibida. Powell sonrió de una forma untuosa y satisfecha y sealisó el bigote. --Bien, Mike, cierra la válvula de adrenalina queestás vertiendo en tu sangre. Estaba preocupadotambién, pero nada más. --¿Nada más, eh¿ ?Cómo es eso, nada más¿ ?Aumentandotu seguro¿ --Mike, esta nave no puede despegar. --¿Cómo lo sabes¿ --¿Hemos recorrido toda la nave,no¿ --Así pareces. --Puedes creerlo bajo mi palabra- ¿Has visto una solacámara de pilotaje a excepción de este ventanal y unaesfera calculada en parsecs¿ ?Has visto algún mando¿--No. --¿Has visto algún motor¿ --¡Por Júpiter, no! --Bien, entonces... Vamos a darle la noticia aLanning, Mike. Recorrieron a toda velocidad los uniformes corredorespara chocar finalmente con el estrecho paso que daba ala compuerta neumática. Donovan se puso rígido.

--¿Has cerrado tú eso, Greg¿ --No lo he tocado paranada. Levanta la palanca quieres... Pero a pesar de los agotadores esfuerzos de Mike, lapalanca no se movió. --No he visto ninguna salida de urgencia -dijoPowell-. Si ocurre ago, nos van a tener que sacarfundidos. --Sí, y vomos a tener que esperar a que se den cuentade que algún loco nos ha encerrado aquí dentro -añadióDonovan frenético. --Volvamos a la ventana. Es el único sitio desde elcual podemos llamar la atención. Pero no fue así. En la última habitación, la ventana no era ya azul yllena de cielo. Era negra, y unas puntas de agujaamarillentas en forma de estrella decían: "Espacio". Se produjo un fuerte golpe sordo, doble, y doscuerpos se desplomaron en dos sillas.

Alfred Lanning encontró a Susan Calvin en la puertade la oficina.Encendió nerviosamente un cigarro y le hizo seña deentrar. --Bien, Susan -dijo-, hemos llegado bastante lejos yRobertson se está poniendo nervioso. ?Qué va usted ahacer con el Cerebro¿ Susan Calvin abrió los brazos,extendiendo las manos. --No sirve de nada ponerse impacientes. El Cerebrotiene mayor valor que todo lo que podamos obtener coneste trato. --Pero lleva usted dos meses interrog ndolo. --¿Preferiría usted llevar este asunto personalmente¿-preguntó la doctora en tono llano, pero ligeramenteamenazodor.

--Ya sabe usted lo que quiero decir... --¡Oh, supongo que sí! -respondió ella, frotándoselas manos nerviosas-

La cosa es fácil, he estado probando y tanteando y nohe llegado todavía a ninguna parte. Sus reacciones noson normales. Sus respuestas son, en cierto modo...,extrañas. Pero nada en que poner el dedo. Y, comprendausted, hasta que sepamos qué es lo que pasa, debemosandar de puntillas. Me es imposible decir qué preguntau observación conseguir ... darle el empujón y... sientonces tendremos entre nuestras manos un Cerebrocompletamente inútil. ?Quiere usted correr este riesgo¿--No sé, no puede quebrantar la Primera Ley. --Eso hubiera pensado, pero... --¿No está siquiera segura de esto?-preguntó Lanningescandalizado. --¡Oh, no puedo estar segura de nada, Alfred! Los timbres de alarma resonaron con una aterradoraprontitud. Lanning cortó la comunicación con un espasmocasi paralizante. Las palabras salieron jadeantes yheladas de sus labios. --Susan..., ha oído esto..., la nave ha partido. Hemandado a aquellos físicos a su interior hace mediahora. Tendrá usted que consultar de nuevo con elCerebro. --Cerebro -dijo Susan Calvin con forzada calma-, ?quéle ha ocurrido a la nave¿ --¿La nave que he construido,miss Susan¿ --Exacto. ?Qué ha sido de ella¿ --Nada. Losdos hombres que tenían que hacer las pruebas estabandentro y todo estaba dispuesto. De manera que la lancé. --¡Oh, vaya, pues está bien! -La doctora encontrabauna cierta dificultad en respirar-. ?Crees que estar nbien¿ --Tan bien como sea posible, miss Susan. He

tomado todas las precauciones. Es una her-mo-sa nave. --Sí, Cerebro es hermosa, pero ¿crees que tendr nbastante comodidad¿ ¿Estar n confortablemente alojados¿--Mucha comida. --Esto puede haber sido una gran impresión paraellos. Por lo inesperado, comprendes... --Estar n bien -dijo el Cerebro, desechando laobjección-. Tiene que ser interesante para ellos. --¿Interesante¿ ?Cómo¿ --Sólo interesante. --Susan -dijo Lanning con un susurro-, pregúntele sipodrían morir.Pregúntele qué peligros corren. La expresión de Susan Calvin se contorsionó en ungesto de furia. --¡C llese! -Con voz turbada, se volvió hacia elCerebro-. ?Podremos comunicar con la nave, verdad,Cerebro¿ --Pueden oirte, si los llamas por radio. Noshemos preocupado de esto. --Gracias. Eso es todo, por ahora

Una vez fuera, Lanning estalló con rabia: --¡Por todala Galaxia, Susan, si esto se sabe estamos arruinados!Es necesario que hagamos regresar a estos hombres. ?Porqué no le ha preguntado si había peligro de muerte...,directamente¿ --Porque esto es precisamente lo que nopuedo mencionar. Si xiste un dilema, es de muerte.Cualquier cosa que sea demasiado fuerte para él, pudeaniquilarlo. ?Estaremos acaso mejor, entonces¿ Ahora,espere, dice que podemos comunicar con ellos. Vamos ahacerlo, localicémoslos y hag moslos regresar.Probablemente pueden manejar los controles ellosmismos. El Cerebro sin duda los dirige desde lejos.¡Venga!

Transcurrió bastante tiempo antes de que Powellvolviese en sí. --Mike -dijo con los labios fríos-, ¿sientatesalgunas aceleraciones¿ --¿Eh?... -preguntó Donovan conmirada inexpresiva-. No... Los puños del pelirrojo se cerraron, y levantándosecon ímpetu de su sillón, se acercó a la ventana confrenética energía. No se veía nada..

más que estrellas. --Greg -dijo, volviéndose-, deben de haber lanzadoesta máquina mientras estábamos dentro. Greg, todo estoestaba preparado; combinaron que el robot nos obligasea ser pilotos de prueba para el caso en que pens semosvolvernos atr s. --¿Qué estás diciendo¿ -dijo Powell-. ?Qué utilidadtiene mandarnos al espacio si no sabemos cómo segobierna esta máquina¿ ?Cómo creen que vamos a hacerlaregresar¿ No, esta nave arrancó por sí sola y sinninguna aceleración aparente. -Se levantó y comenzó acaminar lentamente. Las paredes de metal resonaban alcomp s de sus pasos. Con una voz sin entonación, añadió: --Mike, ésta esla situación más confusa en que nos hemos encontradojamás. --¡Qué cosa más nueva para mí!-dijo Mike con amargura-. Empezaba a pasarlodivinamente cuando me lo has dicho. Powell no le hizo caso. --Aceleración nula -dijo-. Lo cual indica que estanave funciona bajo un principio diferente de todos losconocidos. --Diferente de los que nosotros conocemos, en todocaso..

--Diferente de "todos" los conocidos. No hay motoresal alcance de la mano. Quiz estén dentro de lasparedes. Quiz por esto son tan gruesas. --¿Qué estás refunfuñando¿ Estoy diciendo que,cualquiera que sea la energía que mueve esta nave, noestá destinada, evidentemente, a ser controlada a mano.Esta nave es teledirigida. --¿Por el Cerebro¿ --¿Por qué no¿ --¿Entonces, creesque seguiremos en el espacio hasta que el Cerebrodecida hacernos regresar¿ --Es posible. Si es así,esperemos tranquilamente. El Cerebro es un robot, estáobligado a respetar la Primera Ley. No puede dañar a unser humano. --¿Esto crees¿ -dijo Donovan sentándose lentamente yalis ndose el cabello-. Escucha, el cuento del espaciocurvo ha hecho cisco el robot de la Consolidated, y elmelenudo dijo que era debido a que el viajeinterestelar mata a los serres humanos. ?En qué robotvas a confiar¿ El nuestro se basa en los mismosprincipios, según tengo entendido. Powell se tiraba desesperadamente del bigote. --No finjas no entender en robótica, Mike. Antes deque sea físicamente posible a un robot hacer un solointento de infrigir la Primera Ley, tienen quedestrozarse tantas cosas, que se produciría un montónde desperdicios diez veces mayor. Esto tiene algunaexplicación más sencilla. --¡Sí, seguro, seguro!... Bien, hazme llamar por elmayordomo, mañana

Todo esto es realmente demasiado sencillo para que mepreocupe antes de haber descabezado mi sueñecito. --¡Pero, por Júpiter, Mike ?De qué te quejas hastaahora¿ El Cerebro vela por nosotros. Aquí tenemos

calor, tenemos luz, tenemos aire. No hay siquiera unsoplo de más de aceleración para erizarte el cabello,si, desde luego, fuese erizable, en primer lugar. --¿Sí¿ Greg, tu debes haber tomado lecciones. ?Y quécomeremos¿ ?Qué beberemos¿ ?Dónde estamos¿ ?Cómoregresaremos¿ Y en caso de accidente, ¿con qué trajedel espacio saldremos y por dónde¿ No he visto siquieraun cuarto de baño ni aquellos pequeños adminículos quesuelen haber en los cuartos de baño. Desde luego, seocupan de nosotros, pero... !Escucha! La voz que interrumpió la gran tirada de Donovan nofue la de Powell

No era de nadie. Estaba allí, flotando en el aire,estentórea y petrificadora en sus efectos. "!Gregory Powell¡ !Michael Donovan¡ !GregoryPowell¡ !Michael Donovan¡ Comuniquen su actualposición. Si la nave responde a los controles, rogamosregresen a la Base. !Gregory Powell¡ !Michael Donovan¡"El mensaje se repetía, mecánicamente, roto a intervalosregulares. --¿De dónde viene esto¿ -preguntó Donovan. --No sé -dijo Powell, con un susurro, impresionante-.?De dónde viene la luz¿ ?De dónde viene todo¿ --¿Y cómovamos a contestar¿ -Tenían que hablar durante losintervalos del mensaje, que se iba repitiendo. Las paredes estaban desnudas, tan desnudas como puedeestar una superficie de metal no rota por nada. --Grita la respuesta -dijo Powell Así lo hicieron.Gritaron, por turno, juntos. --!Posición desconocida¡ !Nave fuera de contro¡ !Situación desesperada! Sus voces resonaban estridentes.Las breves y telegr ficas frases quedaban deformadas

por la intensidad de los gritos, pero la fría voz quellamaba iba repitiendo incansablemente su mensaje. --No nos oyen -murmuró Donovan-.No hay estación transmisora, sólo receptora. -Su miradarecorría al azar la superficie de las paredes. La voz exterior fue disminuyendo paulatinamente deintensidad y se calló. De nuevo ellos chillaron cuandono era más que un susurro y de nuevo volvieron a gritarcuando reinó el silencio. Cosa de unos quince minutosdespués, Powell dijo, casi sin voz: --Vamos a recorrerla nave otra vez. Debe de haber algo que comer enalguna parte. -Su tono no delataba ninguna confianza;era casi el reconocimiento de su derrota. Dividieron el corredor en dos partes. Podían oírseuno a otro por el fuerte resonar de sus pasos, yvolvían a encontrarse en el corredor, donde se mirabanmutuamente y seguían adelante

La exploración de Powell terminó infructuosamente, yen aquel momento oyó la alegre voz de Donovan con lasonoridad de un estruendo. --!Eh, Greg, la nave tiene tuberías¡ ?Cómo se nos haescapado¿ Después de cinco minutos de jugar alescondite, encontró a Powell. --Pero sigue sin haber cuarto de baño -dijo. Derepente se calló en seco-. !Comida¡ -jadeó. La pared se había corrido, dejando una abertura curvacon dos estantes.El estante superior estaba lleno de latas sin etiquetarde una asombrosa variedad de tamaños y formas. Laslatas esmaltadas del estante inferior eran uniformes yDonovan sintió una fría corriente de aire en suspiernas

El estante inferior estaba refrigerado. --!Cómo... cómo...! --Esto no estaba así antes -dijo Powell secamente-.Esta parte de la pared se ha corrido en cuanto entrépor la puerta. Estaba ya comiendo. La lata tenía una cuchara dentroy pronto el aromático olor de habichuelas estofadasllenó la habitación. --!Coge una lata, Mike! --¿Qué minuta hay¿ -preguntó Donovan, vacilando. --¿Cómo quieres que lo sepa¿ ?Le haces remilgos¿--No, pero en las naves no como más que habichuelas.Algo diferente gozaría de mi predilección. Su mano acarició y eligió una reluciente lataelíptica, cuya forma aplanada parecía insinuar lapresencia de salmón o una golosina similar. Se abrióbajo una presión adecuada. --!Habichuelas¡ -gritó Donovan, cogiendo otra, peroPowell le tiró de los pantalones. --Es mejor que comas esto, muchacho. Las existenciasson limitadas y podemos tener que estar aquí muchotiempo. --¿Pero es que aquí no hay más que habichuelas¿ -dijotoscamente Donovan, ech ndose atr s. --Es posible. --¿Qué hay en el otro estante¿ --leche. --¿Sólo leche¿ -gritó Donovan, indignado. --Así parece. La comida de habichuelas y leche transcurrió en unabsoluto silencio y al marcharse, la fracción de paredse colocó automáticamente en su sitio, dejando lasuperficie completamente lisa. --Todo es automático -dijo Powell, suspirando-. Todoigual. Jamás me he sentido más abandonado en mi vida.

Quince minutos más tarde estaban de nuevo en la salade la ventana mir ndose uno a otro desde dos sillonesopuestos. Powell miró melancólicamente la única esferade la sala. Seguía marcando "parsecs", la cifra seguíaterminando en 1.000.000 y la aguja indicadora estabatodavía en el cero.

En su despacho interior de las oficinas de la U.S.Robots / Mechanical Men Corp. Alfred Lanning, en tonoagotado, está diciendo: --No contestan. Hemos probadotodas las longitudes de onda, pública, privada, clave,directa, incluso este truco del subéter que hayahora. !Y el Cerebro sigue sin querer decir nada¡ -leespetó a Susan Calvin. --No quiere extenderse sobre la materia, Alfred. Diceque no pueden oírnos... y cuando trato de apretarlo sepone de mal humor. Y no debería ser... ?Quién ha oídohablar jamás de un robot malhumorado¿ --¿Por qué no nosdice usted lo que sabe, Susan¿ -dijo Bogert. --Aquí va. Admite que controla la nave enteramente.Es positivamente optimista en cuanto a su seguridad,pero sin detalle. No me atrevo a apretarle las tuercas.Sin embargo, el centro de la perturbación reside, alparecer, en el mismo salto interestelar. El Cerebro seechó a reír cuando toqué este punto. Hay otrasindicaciones, pero ésta es la más clara que haaparecido como neta anormalidad. Bogert pareció súbitamente impresionado. --!El salto interestelar! --¿Qué ocurre¿ -gritaron a la vez Susan Calvin yLanning. --Las cifras para el motor que nos dio del Cerebro. !Oiga..., acabo de pensar en una cosa! Y salió precipitadamente.

Lanning lo siguió con la mirada.Volviéndose hacia Susan, dijo: --Tenga usted cuidadocon su final, Susan... Dos horas después, Bogert estaba hablandoanimadamente. --Le digo, Lanning, que es esto.El salto interestelar no es instantáneo... mientras lavelocidad de la luz sea infinita. La vida no puedeexistir... la "materia" y la "energía" no puedenexistir como tales en el espacio curvo. No sé cómoser ... pero es así. Esto es lo que mató al robot de laConsolidated.

Donovan estaba realmente tan desesperado comoparecía. --¿Sólo cinco días¿ Miraba a su alrededor,desalentado

Las estrellas de la ventana eran conocidas, peroinfinitamente indiferentes. Las paredes eran frías altacto; las luces, que habían vuelto a encenderserecientemente, eran de una brillantez insoportable; laaguja de la esfera marcaba obstinadamente cero; yDonovan no podía liberarse del gusto a habichuelas. --Necesito un baño -dijo tristemente. Powell levantó la vista un instante y respondió: --Yotambién. No tienes por qué ser tan egoista. Pero amenos que quieras bañarte en leche y pasarte debeber... --Tendremos que pasarnos de beber un momentou otro,Greg. ?Dónde terminará este viaje interestelar¿ --Ya melo dir s. En todo caso, vamos allá. O por lo menos elpolvo de nuestros equeletos, pero... ?no es nuestramuerte el punto esencial del colapso original del

Cerebro¿ --Greg -respondió Donovan, d ndole laespalda-, he estado pensando. La cosa está mal. No haygran cosa que hacer, fuera de rondar por ahí o hablarcontigo. Ya conoces estas historias de tipos que andanrondando eternamente por el espacio. Se vuelven locosmucho antes de sucumbir al hambre. No sé, Greg, perodesde que las luces han vuelto a encenderse, me sientoextraño. Hubo un silencio hasta que Powell dijo, con voz muydébil: --Yo también. ?Qué sientes¿ --Una cosa extrañadentro -dijo el pelirrojo-. Como una especie de tensióninterior. Me es difícil respirar. No puedo estarmequieto. --!Hum¡... ?Sientes alguna vibración¿ --¿Que quieresdecir¿ --Siéntate un minuto y escucha. No lo oyes,pero, ?no sientes... como si algo latiese en algunaparte e hiciese latir toda la nave, y a ti conella¿ Escucha... --Sí..., sí... ?Qué crees que es, Greg¿ ?No crees quesomos nosotros¿ --Es posible -respondió Powell, acaricindose lentamente el bigote-.Pero pueden ser los motores de la nave. Puede estarprepar ndose. --¿Para qué¿ --Para el salto interestelar.Puede estar próximo y sólo el diablo sabe cómo es. Donovan se quedó un momento pensativo. Después, conrabia, dijo: --Si es así, dejémoslo. Pero quisierapoder luchar. Es humillante tener que esperar de estaforma. Una hora después, Powell miró su mano, que habíaapoyado sobre el brazo metálico de su silla y con unaclama absoluta, dijo: --Toca la pared, Mike. --No la siento vibrar, Greg -dijo Donovan, después dehaber obedecido.

Incluso las estrellas parecían borrosas. De algúnlugar llegaba la vaga impresión de alguna poderosamáquina que iba cobrando energía entre las paredes,acumulando fuerzas para un pordigioso salto,ascendiendo la escala de la fuerza y el poder. Ocurrió con la rapidez de un pinchazo de dolor.Powell se puso rígido y casi se cayó de la silla.Vio a Donovan y se desvaneció la visión, mientras elleve grito de Donovan penetraba y moría en sus oídos.Algo vibró vertiginosamente en él y luchó contra unacreciente capa de hielo que iba espes ndose. Algo flotó suelto y formó un remolino de luces ydolor. Y cayó... ... y se retorció. ... Y cayó de bruces. ... En silencio. ¡Estaba muerto! Era un mundo sin movimiento ni sensaciones. Un mundode una vaga consciencia sin sentidos; una conscienciade oscuridad y de silencio y de lucha sin forma. Más que nada, consciencia de eternidad. Era un tenue destello del "yo"...frío y atemorizado. Entonces vinieron las palabras, melosas y sonoras,resonando encima de él en una espuma de sonidos. --¿Te ajustaba tu ataúd de una manera diferenteantes¿ ?Por qué no pruebas los féretros extensibles deMr. Cad ver¿ Están científicamente construidos conVitamina Bí1.!Usad los féretros Cad ver por su comodidad¡ Recordadque vais-a-estar-muertos-mucho-mucho-tiempo... No era exactamente un sonido, pero fuese lo quefuere, se desvaneció en una especie de zumbidoaceitoso...

El blanco destello que podía haber sido Powell seagitaba inútilmente en las infinitas extensiones deltiempo que existían por todo su alrededor, y caíansobre él mientras el agudo grito de cien millones defantasmas con cien millones de voces de soprano seelevaban en el crescendo de una melodía... --Me alegraré cuando hayas muerto, tú granuja, tú... --Me alegraré cuando hayas muerto, tú, granuja. tú... --Me alegraré... Se elevó la espiral de un violento sonido en losestridentes supersónicos que pasaban, y más allá... El blanco destello se estremecía con un latido. Ibaaumentando lentamente... Las voces eran normales... y muchas. Era unamuchedumbre que hablaba; una multitud que se agitaba ypasaba por su lado r pidamente, dejando rastros depalabras detr s de ellos... El blanco destello que era Powell serpentaeaba haciaatr s delante del sonido que iba creciendo, y sintió elalgudo pinchazo de un dedo que lo señalaba. Todoestalló en un arco iris de sonidos que cayó goteandosus fragmentos en un dolorido cerebro. Powell estaba de nuevo en su silla

Sintió que temblaba. Los ojos de Donovan se iban convirtiendo en dosgrandes bolas de un azul turbio. --Greg... -susurró. Su voz era casi un gemido-. ?Estabas muerto¿ --Me sentía... muerto. -No reconoció supropia voz. Donovan estaba haciendo una vana tentativa demantenerse de pie. --¿Estás vivo, ahora¿ ?O hay algo más¿ --Me siento

vivo... -Siempre la misma voz ronca-. ?Has oído algocuando... estaba muerto¿ -preguntó cautelosamente. Donovan hizo una pausa y después, muy despacio, bajóla cabeza. --¿Y tú¿ --Sí. Algo de ataúdes..., y mujeres quecantaban... ?Y tú¿ --Sólo una voz -dijo Donovan,moviendo la cabeza. --¿Fuerte¿ --No; suave, pero rasposa como una lima deuñas. Era como un sermón.Algo del fuego del infierno, torturas..., en fin, yasabes. Una vez oí un sermón como éste..., casi. Estaba sudando. Vieron la luz del sol a través de la ventana. Eradébil, pero de un blanco azulado, y aquel guisante queera la lejana fuente de la luz no era el Viejo Sol. Y Powell señaló con su dedo tembloroso la esferaúnica. La aguja, inmóvil y rígida, marcaba 300.000"parsec". --Mike, si esto es verdad -dijo Powell- tenemos queestar fuera de la Galaxia. --!C spita, Greg¡ !Seremos los priemros en salir delSistema Solar! --Sí, ésta es la cosa. Hemos huido del sol. Hemoshuido de la Galaxia.Mike, esta nave es la solución. Significa ser libre detoda la humanidad..., libre de recorrer todas lasestrellas que existen..., millones, billones ytrillones de ellas... Pero entonces asestó el golpe fuerte. --¿Pero, cómo regresamos, Mike¿ --!Oh, no tepreocupes¡ -respondió Donovan sonriendo-. La nave nosha traído aquí. La nave nos volver . A por máshabichuelas. --Pero, Mike..., espera, Mike...

si nos vuelve atr s de la forma como nos ha traídoaquí... Donovan se detuvo a medio camino y se desplomó en susillón. --Tendremos que... morir de nuevo, Mike -terminó. --En fin -suspiró Donovan-, si tenemos que morir,moriremos. Por lo menos no es permanente... no "muy"permanente.

Susan Calvin hablaba en voz baja.Durante seis horas había estado hostigando alCerebro..., seis horas infructuosas. Estaba cansada derepeticiones, cansada de circunloquios, cansada detodo. --Bien, Cerebro, sólo una cosa más. Tienes que hacerun esfuerzo para contestar, simplemente. ?Has sidoenteramente claro acerca del salto interestelar¿ Quierodecir, ?los lleva eso muy lejos¿ --Tan lejos comoquiera ir, miss Susan. En la curvatura no hay truco

--Y en el otro lado, ?qué ver n¿ --Estrellas yastros. ?Qué supones¿ La siguiente pregunta se leescapó

--¿Estar n vivos, entonces¿ --!Seguro! --¿Y el salto interestelar no los dañar ¿ Quedóhelada al ver que el Cerebro permaneció silencioso. !Era esto!Había tocado el punto sensible. --Cerebro -suplicó-. Cerebro, ?me oyes¿ La respuestafue débil, vacilante.El Cerebro dijo: --¿Tengo que responder¿ ?Sobre elsalto, me refiero¿ --Si no quieres, no. Pero seríainteresante..., si quieres, desde luego. -Trataba de

hablar animadamente. --Brrr... Lo has estropeado todo. Y la doctora se levantó de un salto, con el rostroincendiado interiormente. --!Oh, Dios mío¡... -jadeó-.!Ah...! Y sintió la tensión de horas y días estallar derepente. Más tarde le dijo a Lanning: --Le digo quetoda va bien. No, debe usted dejarme sola, ahora. Lanave regresará intacta, con los hombres dentro y yonecesitó descansar. !Quiero descansar¡ Ahora márchese.

La nave regresó a la Tierra tan silenciosa ymatemáticamente como había salido. Cayó precisamente enel mismo sitio y la compuerta se abrió.Los dos hombres que salieron de ella avanzaroncautelosamente, acarici ndose sus rasposas barbillas. Y entonces, lenta y deliberadamente, el que tenía elpelo rojo se arrodilló y depositó sobre el hormigón dela pista un sonora beso. Apartaron con ademanes a la muchedumbre que se habíareunido y rehusaron los solícitos cuidados de doshombres que avanzaban con una camilla que acababan desacar de una ambulancia. --¿Dónde está la ducha más próxima? -preguntó Powell. Los acompañaron a ella. Más tarde se encontrarontodos reunidos alrededor de una mesa donde había losmejores cerebros de la U.S. Robots / Mechanical MenCorp. Lenta y adecuadamente, Powell y Donovan terminaron sugr fico y sensacional relato. Susan Calvin rompió el silencio que siguió. Durantelos pocos días transcurridos, había recuperado suhelada y en cierto modo cida calma, pero a través de la

cual se filtraba todavía una sombra de embarazo. --Estrictamente hablando -dijo-, fue culpa mía...todo. Cuando por primera vez sometimos el problema alCerebro como espero alguno de ustedes recordar , meextendí ampliamente sobre la importancia de desecharcualquier fuente de información susceptible de crear undilema. Al hacerlo, dije algo por el estilo de "No teexcites por la cuestión de la muerte de seres humanos.No nos importa en absolto. Devuelve la hoja y basta". --!Humm¡ -dijo Lanning-. ?Y que más¿ --Lo evidente.Cuando sometió sus cálculos que comportaban la ecuaciónsobre la longitud del mínimo intervalo para el saltointerestelar..., ello significaba la muerte de sereshumanos. Aquí fue donde la máquina de la Consolidatedquedó completamente destrozada. Pero yo había quitadoimportancia a la muerte ante el Cerebro, noenteramente, porque la Primera Ley no puede nunca serinfringida, pero sí lo suficiente para que el Cerebrodirigiese una segunda mirada a la ecuación. Losuficiente para darle tiempo de darse cuenta de que unavez transcurrido el intervalo, los hombres volverían ala vida, de la misma manera que la materia y la energíade la nave volverían a su existencia. Esta llamada"muerte", en otras palabras, sería un fenómeno,estrictamente temporal. ?Comprenden¿ -terminó mirando asu alrededor. Todos escuchaban atentamente. Susan prosguió:--Aceptó, pues, el punto, pero no sin un ciertochirrido. Incluso con la muerte temporal y disminuidasu importancia, tuvo suficiente para desequilibrarloconsiderablemente.Adoptó un actitud humorística -prosiguió con máscalma-; es una especie de evasión, comprenden, unmétodo de evadirse parcialmente de la realidad.

Empezó a bromear. Powell y Donovan se habían puesto en pio. --¿Cómo¿ Donovan estaba mucho más acalorado

--Así -dijo Susan-. Se ocupó de ustedes y los mantuvoa salvo, pero no podían menajar los controles porquesólo los podía manejar él, el humorista Cerebro.Podíamos comunicar por radio, pero no podían ustedescontestar. Tenían mucha comida, pero sólo habichuelas yleche. Entonces murieron, por decirlo así, perovolvieron a vivir, y el período de su vida fue...,interesante. Me gustaría saber cómo lo hizo. Eran lasbromitas del Cerebro, pero no quería hacer daño. --!No quería hacer daño¡ -gritó Donovan-. !Ah, si elmonigote ése tuviese tan sólo un cuello...! --Bien, bien, ha sido un lío -dijo Lanning levantandouna mano apaciguadora-, pero todo ha terminado. ?Yahora, qué¿ --Pues -dijo Bogert tranquilamente-, esobio que nos corresponde mejorar la nave del espaciocurvo. Debe haber alguna manera de solucionar elintervalo de salto. Si lo hay, somos la únicaorganización que dispone del super-robot en granescala, de manera que si lo hay tenemos que encontrarlo

Y entonces... U.S. Robots tiene el viaje interestelar,y la Humanidad tiene la oportunidad del imperio galctico. --¿Y la Consolidated¿ -preguntó Lanning. --!Eh¡ -interrumpió súbitamente Donovan-. Quierohacer una sugerencia, aquí. Han metido la U.S. Robot enun brete, como ellos esperaban, y todo ha acabado bien,pero sus intenciones no eran piadosas. Y Greg y yosoportamos la mayor parte de él. --Bien, querían una respuesta y ya la tienen.

Mandémosles esta nave, garantizada, y la U.S. Robotspuede cobrar los doscientos mil, más los gastos deconstrucción. Y si la prueban... dejemos que el Cerebrose divierta un poco más antes de volverla a lanormalidad. --Me parece sumamente indicado -dijo Lanning, muygrave. A lo cual Bogert añadió, distraídamente: --Yestrictamente de acuerdo con el contrato, además.

8 La prueba

--Pero tampoco era esto -dijo Susan Calvin,pensativa-. !Oh¡, por último, la nave y otras similarespasaron a ser propiedad del Gobierno; el Salto a travésdel hiperespacio fue perfeccionado, y ahora tenemoscolonias humanas en los planetas de estrellas cercanas,pero no es esto. Yo había terminado de comer y la miraba a través delhumo de mi cigarrillo. --Lo que realmente cuenta es lo que le ha ocurrido ala gente de la Tierra durante los últimos cincuentaaños. Cuando yo nací, mi joven amigo, acab bamos desalir de la última Guerra Mundial. Era un puntoinsignificante en la historia, pero fue el final delnacionalismo. La Tierra era demasiado pequeña para lasnaciones y empezaron a agruparse en Regiones.Tomó bastante tiempo. Cuando yo nací, los EstadosUnidos de América eran todavía una nación y no una meraparte de la Región Norte. De hecho, el nombre de lacorporación sigue siendo "United States Robots"... Y elcambio de naciones a regiones, que ha estabilizadonuestra economía y ha traído lo que equivale a la Edadde Oro, si comparamos este siglo con los anteriores,fue obra también de nuestros robots. --¿Se refiere usted a las Máquinas¿ -pregunté-. El

Cerebro de que habla usted fue la primera de lasMáquinas, ?no¿ --Sí, pero no eran las M quinas en loque estaba pensando. Era más bien en un hombre. Murióel año pasado.-Su voz adquirió súbitamente un tono profundo dedolor-. O por lo menos se arregló para morir, porguesabía que no lo necesitábamos ya. Stephen Byerley. --Sí, era quien yo suponía. --Entró por primera vez en funciones en 2032. Ustedno era más que un chiquillo, entonces, de manera que nopuede usted recordar lo extraño que era. Su campañapara alcanzar la Alcaldía fuer ciertamente la másextraña de la historia...

Francis Quinn era un político de la nueva escuela.Esto, desde luego, es una expresión sin sentido, comotadas las expresiones de esta naturaleza. La mayoría delas "nuevas escuelas" que tenemos eran duplicadas de lavida social de la antigua Grecia y quiz . si supiésemosmás sobre ellas, de la vida social de la antiguaSumeria y de las habitaciones lacustres de la Suizaprehistórica. Pero, para salir de lo que promete ser un enojoso ycomplicado principio, es mejor dejar bien sentado queQuinn ni anduvo detr s de empleos ni mendigó votos, nihizo discursos ni llenó urnas. Como Napoleón no apretójamás un gatillo en Austerlitz. Y como la política crea extrañas amistades, AlfredLanning estaba sentado en el otro lado de la mesa consu feroz mirada y las blancas cejas fruncidas,inclinado hacia delante con su crónica impaciencia. Si el hecho hubiese sido conocido de Quinn, le

hubiera desagradado profundamente. Su voz era amistosa,quiz profesiomal, incluso. --Supongo que conoce usted a Stephen Byerley, doctorLanning. --He oído hablar de él. Como mucha gente. --Sí, yo también. ?Piensa usted quiz votar por él enlas próximas elecciones¿ --No podría decirlo -respondiócon una inconfundible acidez en el tono-.No he seguido la política, de manera que no estoyenterado de que aspire a ningún puesto. --Puede ser nuestro próximo alcalde. Desde luego, demomento no es más que un abogado, pero... --Sí, ya he oído la frase otras veces -interrumpióLanning-. Pero me pregunto si no podríamos tratar delos asuntos que nos ocupan. --Estamos en los asuntos que nos ocupan, doctor

Lanning -dijo Quinn en tono de perfecta corrección-.Tengo interés en Mr. Byerley siga en su cargo de"district attorney", y nada más, y es su interésayudarme a conseguirlo. --¿"Mi" interés¿ !Vamos! --Bien, digamos el interés de la U.S. Robots /Mechanical Men Corporation. Me dirijo a usted comoDirector Honorario de Investigaciones, porque sé que surelación con las sociedades es, digamos, la de"estadista veterano". Le escuchan con respeto, y, sinembarlo, su relación con ellos no es lo íntima que erani dispone usted de una considerable libertad deacción; aunque esta acción sea en cierto modoheterodoxa. El doctor Lanning permaneció algunos momentossilencioso, como si estuviese dando vueltas a suspensamientos. Más suavemente, dijo: --No le sigo a

usted en absoluto, Mr. Quinn. --No me sorprende, doctor Lanning

Pero es muy sencillo. ?Me permite?... -Quinn encendióun delgado cigarrillo con un elegante encendedor y sudemacrado rostro adquirió una cierta expresión deironía-. Hemos hablado de Mr. Byerley, extraño eincoloro personaje. Hace tres años era un desconocido.Ahora es muy conocido. Es un hombre fuerte y capaz, yseguramente el fiscal más inteligente que hemosconocido. Desgraciadamente no es amigo mío... --Comprendo -dijo Lanning mecánicamente, mirandoselas uñas. --El año pasado tuve ocasión -prosiguió Quinnpausadamente- de hacer investigaciones agotadoras,acerca de Mr. Byerley. Es siempre útil, comprendeusted, someter la vida pasada de los reformadorespolíticos a una minuciosa investigación. Su supieseusted cu n frecuentemente esto ayuda a... -Hizo unapausa para mirar sonriente esto ayuda a... -Hizo unapusa para mirar sonriente el fuego de su cigarrillo-.Pero el pasado de Byerley es insignificante. Una vidatranquila en un pueblecito, una educaciónuniversitaria, una esposa que murió joven, un accidentede auto con una lenta convalecencia, su traslado a lametrópoli y su nombramiento de "attorney". Francis Quinn movió la cabeza y prosiguió: --Pero suvida actual... !Ah, esto es notable¡ !Nuestro "districtattorney" no come! --¿Cómo dice¿ -saltó Lanning con la viva sorpresapintada en sus ojos, metidos por la edad. --Nuestro "district attorney" no come -repitiómarcando las sílabas-.Modificaré ligeramente mis palabras.

No le han visto nunca comiendo ni bebiendo. !Nunca¡ ?Comprende usted el significado de la palabra¿ !Noraramente... "nunca"! --Lo considero increíble. ?Puede usted confiar en susinvestigadores¿ --¿Puedo confiar en mis investigadoresy no lo considero en absoluto increíble. Más aún,nuestro "attorney" no ha sido nunca visto bebiendo, enel sentido acu tico de la palabra, como en elalcohólico... ni durmiendo

Hay otros factores, pero creo mi deber precisar. Lanning se echó atr s en su asiento y entre los doshombres reinó un silencio preñado de amenazas.Finalmente, el robotista movió la cabeza: --No -dijo-.Acoplando sus declaraciones, sólo hay una posibilidad ala que podría usted hacer referencia... y ésta esimposible. --!Pero el hombre es completamente inhumano, doctorLanning! --Si me dijese usted que es Satan s enmascaradotendría usted una remota probabilidad de que lecreyese. --Le digo a usted que es un robot, doctor Lanning. --Y yo le digo a usted que es la suposición másabsurda que he oído jamás. --De todos modos -dijo Quinn, apagando su cigarrillocon minucioso cuidado-, tendrá usted que investigaresta imposibilidad con todos los recursos de quedispone la Corporación

--Me es imposible emprender esta tarea, Quinn. No vausted a sugerir que la Corporación tome parte en estasintrigas políticas... --No tiene usted elección posible.

Suponga que diese publicidad a los hechos sin pruebas.Las apariencias son suficientemente probatorias. --Si le conviene así... --No me conviene. Las pruebas serían preferibles. Yno le conviene a usted, tampoco, porque la publicidadsería muy perjudicial para su compañía. Está ustedperfectamente enterado, supongo, de la estrictaprohibición del empleo de robots en los mundoshabitados... --!Cieramente¡ -exclamó con brusquedad. --Ya sabe usted que la U.S. Robots / Mechanical MenCorporation es la única manufactura de robotspositónicos. También sabe usted que los robotspositónicos son arrendados, pero no vendidos; que laCorporación sigue siendo dueña y empresaria de cadarobot, y es por ello responsable de todas sus acciones. --Es una cosa muy fácil, Mr.Quinn, probar que la Corporación no ha fabricado jamásun robot de tipo humanoide. --¿Puede hacerse? Es discutir meramente lasposibilidades. --Sí, puede hacerse. --¿Secretamente, supongo, también? Sin examinar suslibros¿ --El cerebro positónico, no. Hay demasiadosfactores afectados, y es susceptible de una minuciosainvestigación gubernamental. --Sí, pero los robots se desgastan, se estropean,quedan inútiles..., y son desguazados. --Y los cerebros positónicos, empleados nuavamente odestruidos. --¿De veras¿ -dijo Francis Quinn, permitiéndose unapunta de sarcasmo-.?Y si uno de ellos no fuese, accidentalmente, desdeluego, destruido..., y hubiese casualmente una

estructura humanoide esper ndolo...¿ --!Imposible! --Tendrá usted que probarlo al Gobierno y al público,de manera que no me lo pruebe usted ahora a mí. --Pero... ?cu l podría ser nuestro propósito¿-preguntó Lanning, exasperado-. ?Qué motivo podemostener¿ Concédanos por lo menos un mínimo de sentidocomún... --Mi querido doctor, escuche. La Corporación seconsideraría muy feliz de tener el permiso de variasRegiones de usar el robot humanoide en los mundoshabitados. Los beneficios serían enormes. Pero elperjuicio causado al público por semejante pr ctica esdemasiado grande. Supongamos que lo acostumbra al usode tales robots primero..., veamos, tenemos un eminenteabogado, un buen alcalde..., y es un robot. ?Nocompraría usted nuestros mayordomos robots¿--Completamente fantástico. De un humorismo que frisacon el ridículo. --Lo imagino. ?Por qué no lo prueba¿ ?O prefiereusted probarlo en público¿ La luz del despacho ibamenguando, pero no había menguado lo suficiente en elrostro de Alfred Lanning. El dedo del robotista apretólentamente un botón y la luz de las paredes iluminó lahabitación, d ndole nueva vida. --Bien, entonces... -gruñó-, veamos.

El rostro de Stephen Byerley no es fácil dedescribir. Tenía unos cuarenta años según la partida denacimiento y cuarenta por su aspecto sano y biennutrido. Cuando se reía lo hacía con un aire desinceridad y ahora se estaba riendo. Se reíafuertemente y continuamente, su risa se desvanecía porun instante..., y volvía a empezar. Y el de Alfred Lanning demostraba una rígida y amarga

reprobación. Hizo un leve gesto a la doctora sentada asu lado, pero ésta se limitó a avanzar ligeramente loslabios. Byerley parecía irse calmando. --Realmente, doctor Lanning..., realmente... !Yo...,un robot! --No es una declaración mía -dijo Lanning,secamente-. Estoy encantado de considerarlo un miembrode la Humanidad. No habiéndolo confeccionado jamásnuestra Corporación, estoy convencido de que lo esusted..., en el sentido legal de la palabra en todocaso. Pero, en vista de que la afirmación de que esusted un robot, nos ha sido facilitada por un hombre deun cierta solvencia moral... --No pronuncie usted su nombre, si tiene que hacerdesprender un grano de arena de su ética de granito,pero supongamos, por pura conveniencia de la discusión,que fuese Mr. Francis Quinn, y prosigamos. Lanning produjo una especie de ronquido de ferocidadante la interrupción e hizo una larga pausa antes decontinuar. --... Por un hombre de una cierta solvencia moral,sobre cuya identidad no me interesa hacer conjeturas,me veo obligado a rogarle que nos ayude a demostrar locontrario. El mero hecho de que una tal declaraciónpudiera ser adelantada y publicada por los medios deque este hombre dispone, sería ya un mal golpe para lacompañía que represento..., aunque la acusación nofuese jamás probada. ?Me comprende¿ --!Oh, sí, veo muyclaramente su situación¡ La acusación es en síridícula. La posición en que usted se encuentra, no. Lepido perdón si mi risa lo ha ofendido. Era de loprimero de lo que me reía, no de lo segundo. ?En queforma puedo ayudarlo¿ --Muy sencillamente. Basta conque se siente usted en un restaurante en presencia de

testigos, coma y le saquen una fotografía. -Lanning seechó atr s en su silla; lo peor de la conversaciónhabía pasado ya. La doctora observaba a Byerley conexpresión aparentemente absorta, pero no intervino paranada en la conversación.Stephen Byerley captó su mirada y se volvió haciaLanning. Durante algunos instantes jugueteó con elpisapapeles, que era el único objeto de su mesa. --No creo poder complacerlos -dijo pausadamente-.Pero, espere, doctor Lanning- añadió, levantando unamano-. Me hago perfectamente cargo de que todo esto essumamente desagradable para usted, de que ha sidoinducido a ello contra su voluntad, y de que se dausted cuenta de que está desempeñando un papel indignoe incluso ridículo. Sin embargo, este asunto estátodavía más íntimamente ligado conmigo, de manera quesea tolerante.En primer lugar, ?qué le hace a usted creer queQuinn..., ese hombre de una cierta responsabilidadmoral, sabe usted..., no le ha engañado a fin deinducirle a hacer lo que está usted precisamentehaciendo¿ --Me parece muy improbable que una persona dereputación se pusiese en peligro de una forma tanridícula, si no estuviese convencida de que pisabaterreno firme. En los ojos de Byerley asomó un destello de humor. --No conoce a Quinn. Conseguiría pisar terreno firmeen la cresta de una montaña, donde no se aguantaría niuna cabra. ?Supongo que le mostró a usted los detallesde la ivestigación que dice haber hecho sobre mí¿ --Losufieciente para convencerme de lo molesto que seríaver a la corporación refutarlos, cuando puede ustedhacerlo tan fácilmente. --¿Entonces le cree usted cuando le dice que no como¿

Es usted un científico, doctor Lanning. Piense con lalógica necesaria. No me han visto nunca comiendo porqueno como nunca, ¿no es eso¿ !Al fin y al cabo es eso! --Está usted empleando argucias de abogado para hacerconfusa la que en realidad es una situación muy clara. --Al contrario, estoy tratando de poner en claro loque entre Quinn y usted han complicadoextraordinariamente. Duermo poco, ?comprende usted¿, ydesde luego, no duermo en público. No me gusta comercon los demás, una indiosincrasia que es inusitada yprobablemente neurótica, pero que no hace daño a nadie.Permítame que le exponga una suposición, doctorLanning. Supongamos que tenemos un político interesadoen derrotar a un candidato reformista a toda costa ymientras investiga su vida privada se encuentra ademásque a fin de anular efectivamente esta candidatura,acude a su compañía como agente ideal. ?Espera ustedque vaya y le diga: "Fulano es un robot porque no comenunca con nadie ni le hemos visto dar cabezadas enmedio de una causa y una vez que me asomé a su ventana,seguía allí sentado con un libro en la mano a altashoras de la noche, y miré su nevera y no había nada decomer en ella"¿ Si le hubiese dicho a usted estohubiera mandado a por la camisa de fuerza. Pero en sulugar, le dice: "Nunca duerme nunca, no come nunca".Y lo impresionante de esta declaración lo ciega a ustedhasta el punto de que no ve la vedad, es imposible deprobar. Está jugando con usted, en sus manos,propalando el rumor. --Prescindiendo ahora -empezó Lanning con amenazadoraobstinación- de que considere usted este asunto serio ono, bastaría sólo la comida a que he hecho referenciapara darlo por terminado. Byerley se volvió nuevamente hacia Susan, que seguía

mir ndole inexpresivamente. --Perdómene, no sé si he entendido bien sunombre... ?Es Susan Calvin, verdad¿ --Sí, Mr. Byerley. --Es usted la psicóloga de la U.S. Robots, ?verdad¿--"Robopsicóloga", por favor. --!Ah¡ ?Tan diferentes son mentalmente los robots delhombre¿ --Son mundos diferente. Los robots sonesencialmente honrados -dijo con una sonrisa helada. --Esto es un golpe fuerte -dijo el abogado con unpoco de sorna-. Pero lo que quería decir era losiguiente.Puesto que es usted psicólo... robopsicóloga, perdón, ymujer, apostaría a que ha hecho usted algo en lo que eldoctor Lanning no ha pensado. --!Ah¡, ?y qué es¿ --Llevar algo de comer en el bolso

Un r pido destello apareció en los astutos ojos deSusan. --Es usted sorprendente, Mr. Byerley -dijo. Y abriendo su bolso, sacó una manzana. Pausadamente,se la tendió.Después de la primera impresión de sorpresa, Lanningobservaba cuidadosamente los gestos de las dos manos.Pausadamente, Stephen Byerley mordió la manzana y setragó el pedazo --¿Lo ve usted, doctor Lanning¿ Lanningsonrió con tal alivio, que incluso sus cejas parecieronllenas de benevolencia. Un alivio que sólo sobrevivióun fr gil segundo. --Tenía curiosidad de ver si era capaz de comérsela-dijo Susan Calvin-, pero, desde luego, este caso noprueba nada. --¿No¿ -preguntó Byerley con una mueca. --Desde luego que no. Es obvio, doctor Lanning, quesi este hombre fuese un robot humanoide, sería perfecta

imitación. Es casi demasiado humano para ser creíble.Después de todo, hemos estado viendo y observando sereshumanos toda nuestra vida; sería imposible imaginarnada que estuviese más cerca de nosotros. Tenía que serperfecto. Observe la contextura de la piel, la calidaddel iris, la formación huesuda de la mano. Si es unrobot, quisiera que lo hubiese fabricado la U.S.Robots, porque es un buen trabajo. ?Supone usted, pues,que quien es capaz de prestar atención a tales minuciasdescuidará algunos dispositivos para conseguir hacerlocomer, dormir y eliminar¿ Para casos de urgenciasolamente, quiz ; como, por ejemplo, la situación quese está presentando aquí. De manera que una comida nopureba en realidad nada. --Espere, espere -saltó Lanning-.No soy tan imbécil como parecen ustedes creer. No meinteresa el problema de la humanidad o inhumanidad deMr.Byerley. Me interesa sacar a la corporación delaprieto. Una comida en público terminaría el asunto ylo mantendría terminado dijese lo que dijese Quinn.Podemos dejar los detalles más minuciosos a losabogados y robopsicólogos. --Pero, doctor Lanning -dijo Byerley-, olvida ustedel caríz político de la situaicón. Tengo tanto interésen ser elegido como Quinn de impedírmelo. Apropósito, ?se ha dado cuenta de que ha pronunicado sunombre¿ Ha sido un truco inocente mío; sabía queocurriría así antes de que hubiésemos terminado. --¿Qué tiene que ver con esto la elección¿ -preguntóLanning, sonroj ndose. --La publicidad surte efecto en los dos sentidos. SiQuinn quiere llamarme robot y tiene la desfachatez dehacerlo yo tengo la desfachatez de jugar el juego de

esta forma. --¿Quiere usted decir que...¿ --Exactamente; quierodecir que voy a dejarlo seguir adelante, elegir lacuerda, probar su resistencia, cortar la medida, hacerel nudo, meter la cabeza en él y hacer una mueca. Yopuedo hacer lo poco que falta. --Muy confiado me parece usted... --Dejémoslo, Alfred -dijo Susan Calvin poniéndose depie-. No conseguiremos hacerle cambiar de manera depensar sobre este punto. --¿Lo ve usted¿ -dijo Byerley con una amablesonrisa-. También es usted una psicóloga humana... Pero quiz no tada la confianza que el doctor Lanninghabía podido observar subsistía aún aquella nochecuando el auto de Byerley se colocó en la pistaautomática que llevaba al garaje subterr neo y cuandodespués atravesó la calle para dirigirse a su casa. Una persona sentada en un sillón de ruedas levantó lavista y sonrió al oírlo entrar. El rostro de Byerley seiluminó, afectuoso. Se acercó a ella. La voz delinválido era un susurro estridente que salía de unaboca torcida a un lado, en un rostro cuya mitad erancicatrices. --Vienes tarde, Steve. --Lo sé, John, lo sé. Pero me he encontrado con unaperturbación peculiar e interesante, hoy. --¿Sí¿ -Ni el rostro destrozado ni la voz roncapodían tener expresión, pero en los ojos claros sepintaba la ansiedad-. ?Nada que no puedas solucionar¿--No estoy del todo seguro. Quiz necesite tu ayuda.Eres el más brillante de la familia. ?Quieres que telleve fuera, al jardín¿ Hace una noche magnífica. Dos potentes brazos levantaron a John del sillón deruedas. Gentilmente, casi como una caricia, los brazos

de Byerley sostenían al paralítico por debajo de loshombros y las inútiles piernas. Cuidadosa y lentamentecruzaron las habitaciones, bajaron la suave rampaconstruida ex profeso para el sillón de ruedas ysalieron al jardín posterior de la casa

--¿Por qué no dejas que use mi sillón, Steve¿ Es unatontería. --Porque prefiero llevarte. ?Tienes algo que objetar¿Ya sabes que están tan contento de salir de este chismemecanizado por algún tiempo como yo de llevarte deél. ?Qué tal te sientes hoy¿ -añadió depositando a Johncon infinito cuidado sobre la hierba fresca. --¿Cómo me siento?... !Cuéntame qué te ha ocurrido! --La campaña de Quinn se basará en su pretensión deque soy un robot. --¿Cómo lo sabe¿ -exclamó John abriendo los ojos-. !Es imposible!!No puedo creerlo! --Espera, te digo que es así. Ha mandado a dos asescientíficos de la U.S. Robots / Mechanical MenCorporation a discutir conmigo a mi despacho. Las torpes manos de John arrancaban la hierba. --Comprendo, comprendo... --Pero no podemos permitir que elija su terreno -dijoByerley-. Tengo una idea. Escúchame y dime si podemosllevarla a cabo...

La escena, tal como aparecía aquella noche en eldespacho de Lanning, era una colección de miradas.Francis Quinn miraba meditabundo a Alfred Lanning. Lamirada de Lanning estaba furiosamente fija en SusanCalvin, quien, a su vez, miraba impasible a Quinn. Haciendo un esfuerzo por parecer tranquilo, Quinn

dijo: --Va inventándolo todo a medida que lo hace. --¿Va usted a jugar sobre esto, Mr. Quinn¿ -preguntóSusan indiferente. --Pues... es su juego, en realidad

--Mire -dijo Lanning pretendiendo ocultar supesimismo con la jactancia-, hemos hecho lo nos hadicho.Hemos visto al hombre comer. Es ridículo pretender quesea un robot. --¿Lo cree usted así¿ -lanzó Quinn en dirección aSusan-. Lanning ha dicho que era usted la técnica de lasociedad. --Veamos, Susan... -dijo Lanning en tono casiamenazador. --¿Por qué no la deja hablar, hombre¿ -interrumpióQuinn-. Lleva aquí media hora muda como un poste. Lanning estaba positivamente eztenuado. De lo queentonces sentía a un estado paranoico no había más queun paso. --Muy bien, lo que tenga que decir, Susan -dijo-. Nola interrumpimos. Susan le dirigió una mirada inexpresiva y despuésfijó sus ojos en Quinn. --Para probar definitivamente que Mr. Byerley es unrobot no hay más que dos caminos. Hasta ahora sóloaportan ustedes indicios circusntanciales con loscuales pueden acusar, pero no probar..., y creo queByerley es suficientemente inteligente paracontrarrestar esta clase de material.Probablemente piensan ustedes lo mismo, de lo contrariono estarían aquí. >Los dos métodos de prueba son el físico y elpsicológico. Físicamente, se le puede disecar o

utilizar los rayos X. Como conseguirlo, sería suproblema. Psicológicamente, su conducta puede serestudiada, porque si es un robot positónico tiene queconformarse a las tres Leyes de la Robótica. Un cerebropositónico no puede ser construido sin ella. ?Conoceusted las Leyes, míster Quinn¿ Las citó lenta ycuidadosamente, destacando palabra por palabra elfamoso y ostentario título de la p gina primera delManual de Robótica. --He oído hablar de ellas. -dijo Quinn. --Entonces, el caso es fácil. Si Mr. Byerley cometeuna infracción a una de estas leyes, no es un robot.Desgraciadamente, este procedimiento tiene sólo unadirección. Si se amolda a las leyes, el hecho noprobaría ni una cosa ni otra. --¿Por qué no, doctor¿ -preguntó Quinn. --Porque, si se detiene usted a estudiarlas, verá quelas tres Leyes de Robótica no son más que losprincipios esenciales de una gran cantidad de sistemaséticos del mundo. Todo ser humano se supone dotado deun instinto de conservación. Es la Tercera Ley de laRobótica. Todo ser humano "bueno", siendo laconsecuencia social del sentido de responsabilidad,deberá someterse a la autoridad constituida; obedecer asu doctor, a su Gobierno, a su psiquiatra, a sucompañero; incluso si son un obstáculo a su comodidad yseguridad. Es la Segunda Ley del Robotismo. Todo serhumano "bueno", debe, además, amar a su prójimo como así mismo. arriesgar su vida para salvar a los demás.Esta es la Primera Ley de la Robótica. Para exponerloclaramente, si Byerley observa todas las reglas derobotismos, puede ser un robot, pero puede también sersimplemente una buena persona. --Entonces -dijo Quinn- me está usted diciendo que no

podrá jamás probar que sea un robot. --Puedo quiz probar qu "no" es un robot. --No es ésta la prueba que quiero. --Tendrá usted la prueba tal como exista. Es usted elúnico responsable de sus propios deseos.

La mente de Lanning se aferró en aquel momento a unaidea. --¿No se le ha ocurrido a nadie -gruñó- que laprofesión de "district attorney" es una ocupaciónbastante extraña para un robot¿ Acusar a sereshumanos... sentenciarlos a muerte..., irrogarles undaño considerable... --No, no se saldrá usted nunca de esto por estecamino -saltó Quinn impaciente-. El ser "districtattorney" no lo hace humano. ?No conoce usted su hojade servicios¿ ?No sabe usted que se jacta de no haberacusado nunca un inocente, de que hay contidad dehombres que no han sido procesados porque las pruebascontra ellos no lo convecían, pese a que hubieraprobablemente podido convencer al jurado de suculpabilidad y condenarlos a ser atomizados¿ Pues esasí. --No, Quinn, no -dijo Lanning tembl ndole lasmejillas-. No hay en las Leyes Robóticas nada quepermita juzgar de la culpabilidad humana. Un robot nopuede juzgar si un ser humano merece o no la muerte. Noes él quien debe decidir. "No puede hacer daño a un serhumano", ya sea de la vaiedad granuja, o de la variedadngel. --Alfred -intervino Susan Calvin, visiblementecansada-, no diga tonterías. ?Qué ocurre si un robot veun loco que va a pegarle fuego a una casa llena degente¿ ?Detendrá al loco, no¿ --Desde luego.

--¿Y si la única manera de detenerlo fuese matarlo...¿ Lanning produjo un sonido gutural.Eso fue todo. --La respuesta, Alfred, es que haría cuanto le fueseposible por no matarlo. Si el loco moría, el robotnecesitaría un tratamiento psicoter pico porque podríafácilmente volverse loco ante el conflicto que se lehabía presentado: infringir la Primera Ley paraobservar la Priemra Ley en un sentido del mal menor.Pero habría un hombre muerto y un robot que lo habríamatado. --Bien, y ?está Byerley acaso loco¿ -preguntó Lanningcon todo el sarcasmo que pudo poner en su voz. --No, pero tampoco ha matado personalmente a nadie.Ha expuesto hechos que demostraban que un hombre podíallegar a ser peligroso para la gran masa humana quellamamos socieded.Protege la mayoría y de esta forma observa la PrimeraLey en su máxima potencialidad. Hasta aquí es dondellega él. Es el juez quien condena al acusado a muerteo prisión una vez el jurado ha juzgado de suculpabilidad o inocencia. Es el carcelero quien loencierra, el verdugo quien lo mata.Pero Byerley no ha hecho más que decidir la verdad yayudar a los humanos. A decir verdad, míster Quinn, heestudiado la carrera de Byerley desde que llamó ustednuestra atención sobre él. He observado que no hapedido nunca la pena de muerte en sus conclusiones anteel jurado. He descubierto también que con frecuencia hahablado en pro de la supresión de la pena capital y hacontribuido generosamente en las instituciones deinvestigación consagradas a la nuerofisiologíacriminal. Al parecer cree más en la curación que en elcastigo de los criminales. Considero esto muy

significativo. --¿De veras¿ -dijo Quinn-. ?Significativo de ciertoolor de robotismo, quiz ¿ --¿Quiz ¿ ?Por quénegarlo¿ Acciones como éstas lo mismo pueden procederde un robot que de un ser humano honorable y decente.Pero...?comprende usted¿, lo que pasa es que no hay manera dediferenciar un robot de un ser humano bueno. Quinn se echó atr s en la silla.Su voz temblaba de impaciencia. --Doctor Lanning, ?es perfectamente posible crear aun robot humanoide que duplicaría perfectamente un serhumano y su apariencia, ¿verdad? Lanning permanecióreflexionando largo rato. --Ha sido hecho experimentalmente por la U.S. Robots-dijo a su pesar- sin el aditamento del cerebropositónico, desde luego. Empleando óvulos humanos, ycontrol hormonal se puede desarrollar carne y pielhumanas sobre un esqueleto de pl sticos porosos desílice que desafiarían todo examen externo. Los ojos,el cabello, la piel, serían realmente humanos, nohumanoides. Y si le añade usted un cerebro positónico ydemas dispositivos interiores que puesa desear, tieneusted un robot humanoide. --¿Cu nto tiempo se necesitaría para fabricarlo? --Sidisponía usted de todo su equipo -dijo Lanning despuésde haber reflexionado-, el cerebro, el esqueleto, elóvulo, las hormanas adecuadas y las radiaciones...digamos dos meses. --En este caso veremos qué aspecto ofrecen laentrañas del míster Byerley -dijo Quinn agitándose ensu silla-. Será una publicidad para la U.S. Robots...,pero le doy esta probabilidad. Una vez hubieron quedado solos, Lanning se volvió

impaciente hacia Susan Calvin. --¿Por qué insiste usted en...? Pero Susan respondiósecamente y con calor: --¿Qué prefiere usted, la verdado mi dimisión? No voy a mentir por usted. No se vuelvacobarde... --¿Qué ocurrirá si abre a Byerley y de dentro caenruedas dentadas y mecanismos? ¿Qué pasa entonces? --Noabrirá a Byerley -dijo Susan desdeñosa-. Byerley es taninteligente como Quinn... por lo menos. La nocticia estalló en la ciudad una semana antes deque Byerley tuviese que ser elegido. "Estalló" es unapalabra mal empleada. Se arrastró, se filtró, serpenteópor la ciudad. Y mientras Quinn acentuaba su presión enlos centros accesibles, las risas aumentaban, unelemnto de vaga incertidumbre intervenía y la gentecomenzaba a dudar. La misma convención adoptaba una actitud de sementalindómito. Hasta entonces no había habido rival a lavista. Una semana antes no cabía otro nombramiento queel de Byerley. Ni siquiera entonces había substituto.Tenían que nombrarlo, pero reinaba la confusión. La situación no hubiera sido tan grave si elindividuo no se viese hecho jirones entre la enormidadde la acusación, si era cierta, y su sensacionallocura, si era falsa. Al día siguiente de la designación de Byerley comocandidato, un periódico publicó el resumen de una largaentrevista con la doctora Susan Calvin, "lamundialmente famosa técnica en robopsicología ypositones". El efecto que produjo podría calificarsesuncintamente de infernal. Era lo que los Fundamentalistas estaban esperando. Noeran un partido político; no pretendían practicar

ninguna religión. Eran esencialmente los que no sehabían adaptado a lo que en otro tiempo se llamó laEdad Atómica, en los días en que el tomo era unanovedad. En realidad, eran hombres sencillos queaspiraban a una vida que a los que vivían no les pareciprobablemente tan sencilla, y habían sido, porconsiguiente, hombres sencillos a su vez. Los Fundamentalistas no invocaban ningún nuevo motivopara detestar los robots y los que los manufacturaban;pero un nuevo motivo, como la acusación de Quinn y elan lisis de Susan Calvin, eran suficientes paraexteriorizar esta aversión. Los vastos talleres de la U.S.Robots / Mechanical Men Corporation eran una colmena deguardias armados. Se preparaban para la guerra. En la ciudad, la casa de Stephen Byerley estaba llenade policías. La campaña política, desde luego, perdió todo otropunto de vista y parecía una campaña sólo porque eraalgo que llenaba el intervalo entre designación yelección.

Stephen Byerley no permitió el agitado hombrecilloque lo distrajese

Permaneció imp vido entre los uniformes del fondo de lahabitación. Fuera de la casa, más allá de la hilera deguardias, esperaban fotógrafos y periodistas, deacuerdo con las tradiciones de su casta. Unainstalación de televisión enfocaba la entrada de lamodesta residencia del fiscal, mientras un sintético yexcitado locutor emitía ampulosos comentarios. El agitado hombrecillo avanzó tendiéndole una hoja depapel.

--Esto, Mr. Byerley, es el mandato judicial autoriznome a registrar la casa en busca de la presenciailegal de... hombres mecánicos o robot e cualquierespecie. Byerley se incorporó y cogió la hoja de papel. Lamiró indiferente y la devolvió con una sonrisa. --Todo en orden. Entre. Cumpla con su deber. MistressHoppen -dijo, dirigiéndose a su ama de llaves queaparecía perpleja a la puerta de la habitación-, tengala bondad de acompañarnos y ayúdenlos en lo que pueda. El hombrecillo agitado, cuyo nombre era Harroway,vaciló, se sonrió visiblemente, fracasó en su intentode captar la mirada de Byerley y, dirigiéndose a losdos policías, murmuró: --Vamos... A los diez minutos regresaba. --¿Han terminado? -preguntó Byerley en el tono lapersona a quien no interesa el asunto ni le importa lacontestación. Harroway carraspeó, hizo un fracasado intento porhablar con su voz de falsete y de nuevo empezóembarazado: --Mire usted, Mr. Byerley, nuestrasinstrucciones eran de registrar la casa de arribaabajo. --¿Y no lo han hecho? --Nos han dicho exactamente loque teníamos que buscar. --¿Y bien? --En una palabra, Mr. Byerley, sin quererherir sus susceptiblidades, nos han dado orden deregistrarlo a usted. --¿A mí? -preguntó el fiscal, ensanchando susonrisa-. ¿Y cómo tiene usted intención de hacerlo?--Tenemos un aparato Penet de penetración... --¿Entonces, me van ustedes a hacer una fotografía enrayos X, verdad? ¿Tiene usted autorización? --Ya havisto usted el auto del juez...

--¿Puedo verlo de nuevo? Harraway, con un brillo enla frente que no era sólo de entusiasmo, se lo dio otravez. --Veo aquí la descripción de lo que tiene usted queregistrar -dijo Byerley tranquilamente-. Leo: "La casasituada en 355 Willow Grove, Evenstron, perteniecientea Stephen Allen Byerley, así como el garage, almacén uotras construcciones y edificios de su propiedad, asícomo los terrenos adyacentes...", etc. En orden. Pero,mi buen amigo, aquí no dice nada respecto a registrarmi interior. No formo parte del alojamiento. Puedeusted registrar mis ropas, si cree que llevo un robotoculto en el bolsillo. A Harroway no le cabía la menor duda acerca de lapersona a quien debía aquella misión. No pensaba, sinembargo, quedarse atr s una vez le habían dado laocasión de ganarse un ascenso y... una mejor paga. --Mire, Mr. Byerley. Tengo autorización pararegistrar los muebles y la casa y todo lo que encuentredentro de ella. ¿Está usted en ella, no? --Unaobservación verdaderamente notable. Estoy en ellas, enefecto.Pero no soy ningún mueble. Como ciudadano en pleno usode mis facultades -poseo el certificado del psiquiatraque lo prueba- tengo ciertos derechos que me sonconferidos por los Artículos Regionales. Registrarme amí constituiría una violación de mis derechos civiles.Este papel no es suficiente. --Seguro, pero si es usted un robot, no tiene ustedderechos civiles. --Exacto, pero este papel no es suficiente. Mereconece implícitamente como un ser humano. --¿Dónde? --Donde dice "la casa perteneciente afulano...". Un robot no puede ser propietario. Y puede

usted decirle a su jefe, Mr. Harroway, que si intentadictar otro documento que no me reconozcaimplícitamente como un ser humano, se encontraráinmediatamente ante un requerimiento judicial y unademanda civil ablig ndole a "demostrar" que soy unrobot bas ndose en los hechos que tiene "actualmente"en su posesión, o bien a pagar una indemnización porhaber intentado privarme ilegalmente de mis derechosregionales. ¿Se lo dirá usted, verdad? Harroway sedirigió hacia la puerta y al llegar a ella se volvió. --Es ustede un abogado astuto.-Con la mano en el bolsillo permaneció un momento depie. Después se marchó, sonrió delante de la placa detelevisión que seguía funcionando, hizo un signo a losperiodistas y les gritó-: Mañana tendremos algo paravosotros, muchachos. No es broma... Ya en su coche, se arrellanó, sacó el diminutomecanismo que llevaba en el bolsillo y lo examinócuidadosamente. Era la primera vez que había tomado unafotografía por rayos X de reflexión. Esperaba haberlohecho correctamente.

Quinn y Byerley no se habían encontrado munca solosfrente a frente. Pero el fonovisor se parecía mucho aello. De hecho, aceptándolo literalmente, quiz la fraseera apropiada, aun cuando para cada uno de ellos, elotro no fuese más que el dibujo luminoso y oscuroalternativamente de una superficie de fotocélulas. Era Quinn quien había hecho la llamada. Era Quinnquien habló el primero, y sin particular ceremonia. --He pensado que le interesaría saber, Byerley, quetengo intención de dar publicidad a la noticia de queusa usted una coraza protectora contra laradiopenetración.

--¿De veras? En este caso debe usted haberlo hechopúblico ya. Tengo la vaga idea de que nuestrosemprendedores representantes de la presnsa haninterceptado mis líneas telefónicas durante bastantetiempo. Sé que tienen las líneas de mi despacho llenasde interferencias; ésta es la razón por la cual heestado en casa las últimas semanas. Byerley hablaba en tono amistoso, casi familiar. --Esta llamada está protegida, de todos modos -dijoQuinn aprentando los labios-. La hago con un ciertoriesgo personal. --Lo imaginaba. Nadie sabe que está usted detr s deesta campaña: Por lo menos, nadie lo sabe oficialmente.Pero nadie deja de saberlo oficiosamente. No meimporta. ¿Con que empleo una coraza protectora? Supongoque lo descubrió usted cuando el otro día su esbirrodio demasiada exposición a la fotografía de penetraciónPenet. --Debe usted darse cuenta, Byerley, de que todo elmundo ve claramente que no se atreve usted a sometersea un an lisis por rayos X. --Tan claramente como que usted y sus hombresmenospreciaron mis derechos civiles. --Eso no les importa un comino. --Es posible. Es bastante simbólico de nuestras doscampañas, ¿no cres? Usted se preocupa muy poco de losderechos individuales del ciudadano. Yo me preocupomucho. No quiero someterme a los rayos X porque quieromantener mis dereschos por una cuestión de principio.De la misma manera que mantendré los de los demás, unavez elegido. --Eso será el principio de un interesante discurso,pero nadie le creer . Demasiado ampuloso para serverdad. Otra cosa... -añadió con un súbito tono

crispado en la voz-, el perosnal de su casa no estabacompleto, la otra noche. --¿En qué sentido? --Según el informe -dijo, agitandounos papeles dentro del campo de visión de la placavisual-, faltaba una persona..., un paralítico. --Como lo dice usted -dijo Byerley sin entonación-,un paralítico. Mi viejo profesor, que vive conmigo yestá ahora en el campo... desde hace dos meses. Un "muynecesario reposo" es la frase corriente en estos casos.¿Le da usted permiso? --¿Su profesor? ¿Una especie decientífico? --Antiguamente abogado... antes de quefuese paralítico. Tiene el título del Gobierno deinvestigador biofísico, con laboratorio propio y unadescripción completa del trabajo que realiza, apoyadopor las más insignes autoridades y de las cuales puededarle referencia. Es un trabajo sin trascendencia, peroes una ocupación inofensiva y entretenida para unpobre... inválido. Lo ayudo tanto como puedo,¿comprende? --Comprendo. ¿Y qué sabe este...profesor... sobre la manufactura de los robots? --Nopuedo juzgar de la profundidad de sus conocimientos enun terreno con el que no estoy familiarizado. --¿No tendría acceso a los cerebros positónicos?--Pregúnteselo a sus amigos de la U.S. Robots. Ellosdeben saberlo. --Vamos a hablar claro. Byerley.Su profesor inválido es el verdadero Stephen Byerley.Usted es su creación robótica. Podemos comprobarlo. Fueél quien sufrió un accidente de automóvil, no usted.Habrá maneras de comprobar los informes. --¿De veras? !H galo, pues¡ !Mis mejores deseos! --Y podemos registrar la casa llamada "de campo" desu así llamado profesor y ver qué encontramos en ella. --Pues... no lo sé, Quinn.

Desgraciadamente para usted, mi así llamado profesor esun inválido. Su casa de campo es su lagar de reposo.En estas circunstancias, sus derechos como ciudadanoresponsable son todavía más fuertes. No conseguiráusted una orden de registro de su casa sin demostraruna causa justificada. Sin embargo, seré el último enintentar impedirle que lo intente. Hubo una pausa de cierta longitud, y Quinn se echóadelante, haciendo desbordar los límites de su rostrode la placa de visión, de manera que las líneas de sufrente aparecieron con toda claridad. --Byerley, ¿por qué sigue usted adelante? No pudeusted ser elegido. --¿No? --¿Cree usted conseguirlo? ¿Cree usted que elhecho de no hacer el menor intento de probar lafalsedad de la acusación de que es un robot, cuandopodría hacerlo fácilmente con sólo infringir una de lastres leyes, no surte más efecto que convencer a lagente de que es usted un robot? --Lo único que veo esque, de letrado vagamente conocido, pero siempre comoun oscuro abogado metropolitano, me he convertido ahoraen una figura mundial. Es usted un buen agente depropaganda. --Pero es usted un robot. --Eso dicen, pero no lo prueban. --Está suficientemente probado para la elección. --Entonces descanse..., han ganado

--Buenas tardes -dijo Quinn, con el primer tono demaldad en la voz, mientras cerraba el visifono. --Buenas tardes -respondió Byerley, imperturbable,inclin ndose ante la pantalla oscura.

Byerley volvió a traer a su casa a su "profesor" la

semana antes de la elección. El vehículo aéreo aterrizór pidamente en una parte oscura de la ciudad. --No te muevas de aquí hasta después de la elección.-le dijo Byerley-. Será mejor que estés al margen silas cosas se pusieran feas. La ronca voz que salió pausadamente de la torcidaboca de John tenía acentos de preocupación. --¿Hay peligro de violencia? --Los Fundamentalestasamenazan con ella, de manera que supongo la hay, ensentido teórico. Pero en realidad espero que no. Notienen un poder real. No son más que el continuo factorirritante que al cabo de cierto tiempo puede producirdisturbios. ¿Te importa quedarte aquí? No quisieratenerme que preocupar por ti... --!Oh, me quedaré¡ ¿Sigues creyendo que todo irábien? --Estoy seguro de ello. ¿Nadie te ha molestado,allí? --Nadie. --¿Y por tu parte, todo fue bien? --Bastante bien. Nohabrá dificultades por este lado. --Entonces, ten cuidado y observa el televisormañana, John -añadió Byerley, estrechando lacontorsionada mano que tenía en las suya.

La frente de Lenton era una colección de arrugas ensupenso. Desempeñaba el poco agradable cargo de agentede la campaña electoral de Byerley, una compaña que noera una campaña, por cuenta de una persona que senegaba a revelar su estrategia y a aceptar la de suagente. --!No puedes¡ -Era su frase favorita. Había llegado aser su única frase-. !Te dito, Steve, que no puedes! Se detuvo delante del fiscal, que estaba entretenidohojeando el texto de su discurso. --Deja esto, Steve. Mira, esta multitud ha sido

organizada por los Fundamentalistas. No tendr sauditorio. Lo más fácil es que seas lapidado. ¿Por quétienes que hacer un discurso en público? ¿Quédificultad hay en una grabación, una grabación visual?--¿?Quieres que gane la elección, no¿ --!Ganar laelección¡ !No vas a ganar, Steve¡ Estoy tratando desalvarte la vida. --!Oh, no estoy en peligro! --!No estás en peligro¡ !No estás en peligro¡-exclamó Lenton produciendo un sonido spero con lagarganta-. ?Vas a salir a este balcón delante decincuenta mil locos idiotas y hacerles entender larazón... a un balcón, como un dictador medieval¿--Dentro de unos cinco minutos -dijo Byerley, despuésde haber consultado su reloj-, en cuanto estén libreslas líneas de televisión. La respuesta de Lenton no es traducible.

La muchedumbre llenaba una zona apartada de laciudad. Los rboles y las casas parecían crecer en mediode la masa humana. Y más allá, el resto del mundoobservaba. Era una elección puramente local, pero apesar de esto, tenía un público mundial. Byerley sedaba cuenta y sonreía. Pero no había de qué sonreír, en cuanto a lamuchedumbre. Había banderas y letreros, injuriando yatacando en todas las formas posibles su supuestorobotismo. La hostilidad de aquella actitud ibacreciendo en la atmófera de una manera tangible. Desde el principio, el discurso fue un fracaso.Competía con los aullidos de la muchedumbre y losrítmicos gritos de los grupos de Fundamentalistas queformaban islas humanas entre la multidud. Byerleyhablaba lentamente, sin emoción Dentro, Lenton se

mesaba el cabello, gruñía... y esperaba que corriese lasangre.

Se produjo un movimiento arremolinado en las primerasfilas. Un ciudadano de rostro anguloso, con los ojossalientes y ropas demasiado cortas para sus alargadosmiembros, se abría paso hacia adelante. Un policía seprecipitó hacia él, tratando de detenerlo, pero Byerleylo apartó con un gesto. El hombre delgado estaba debajo mismo del balcón. Suspalabras se perdían entre el ruido, sin ser oídas,Byerley se inclinó sobre la barandilla. --¿Qué dices¿ Si quieres hacer una preguntajustificada, la contestaré.-Se volvió hacia uno de los guardias-. Haz subir a estehombre. Hubo una gran expectación entre la muchedumbre.Gritos de: "!Callarse¡" estallaron en varios sitios yel clamor se fue desvaneciendo. El hombre delgado, derostro escarlata, estaba delante de Byerley. --¿Tiene alguna pregunta que hacer? El hombre delgado se quedó mir ndolo y con vozestridente, dijo: --!Pégame! Con súbita energía dobló la cabeza ofreciendo elmentón. --!Pégame¡ Dices que no eres un robot. !Pruébalo¡ !Nopuedes pegar a un ser humano... monstruo! Hubo un profundo silencio de expectación. La voz deByerley dijo: --No tengo ningún motivo para pegarte. --!No puedes pegarme¡ -gritó el hombre-. !No quierespegarme¡ !No eres humano¡ !Eres un monstruo¡ !Un falsohombre! Y entonces Stephen Byerley apretando los labios,delante de los miles de personas que lo veían

personalmente y los otros miles que lo seguían en laspantallas, cerró el puño y alcanzó al hombre en labarbilla. El retador se desplomó, sin otra expresiónque la de una profunda sorpresa. --Lo siento -dijo Byerley-. Lleváoslo y ved que seabien tratado.Quiero hablar con él cuando haya terminado. Y cuando la doctora Susan Calvin, desde su sitioreservado, se dirigió a su automóvil y se dispuso aarrancar, sólo un reportero había vueltosuficientemente en sí de la sorpresa para correr trasella y dirigirle una pregunta que no fue oída. --!Es humano¡ -gritó Susan Calvin volviendo lacabeza. Fue suficiente. El reportero dio media vuelta y echóa correr. El resto del discurso pudo calificarse de"pronunciado , pero no oído".

La doctora Calvin y Stephen Byerley volvieron areunirse una semana después de haber prestado elsegundo juramento como alcalde. Era ya tarde, más demedianoche. --No parece usted cansado -dijo la doctora. --Puedo aguantar todavía -dijo el recien elegido-. Nose lo diga a Quinn. --No se lo diré. Pero puesto que menciona usted sunombre, era interesante la historia de Quinn. Es una lstima haberla estropeado. Supongo que conoce usted suteoría... --Parte de ella. --Es altamente dramática. Stephen Byerley era unjoven abogado, un elocuente orador, un granidealista... y con un cierto olfato para labiofísica. ?Se interesa usted por la robótica, Mr.

Byerley¿ --Sólo bajo el aspecto legal. --Este era Stephen Byerley. Pero ocurrió unaccidente. La mujer de Byerley murió; lo que le ocurrióa él fue peor todavía. Se quedó sin piernas, sinrostro, sin voz. Parte de su mentalidad quedó alterada.No se sometió a la cirugía estética. Se retiró delmundo, perdida su carrera legal..., sólo le quedaronlas manos y la inteligencia. De una u otra formaconsiguió obtener un cerebro positónico, incluso unocomplejo, dotado de una gran capacidad de formularjuicio sobre problemas éticos, que es la más altafunción robótica hasta ahora desarrollada. Formó uncuerpo a su alrededor. Lo entrenó a ser todo lo quehubiera sido y no podía ser ya.Lo mandó al mundo como Stephen Byerley, permaneciendoél como el viejo paralítico profesor que jamás nadie havisto... --Desgraciadamente -dijo el electoestropeé todo estopor haber pegado a aquel hombre. Los periódicos dicenque el veredicto oficial que dio usted en aquellaocasión fue el de que era humano. --¿Cómo ocurrió¿ ?Le importa decírmelo¿ No pudo sercasual... --No lo fue del todo. Quinn lo hizo casi todo. Mishombres comenzaron a propalar la versión de que nohabía pegado nunca a un hombre, que era incapaz depegar a un hombre; de que no hacerlo bajo laprovocación sería la prueba fehaciente de que era unrobot. Y entonces arreglé aquel estúpido discurso enpúblico, con toda clase de publicidad, y, casiinevitablemente, hubo quien picó. Esencialmente, es loque yo llamo un burdo truco. Un truco en el que laatmósfera artificial que se ha creado lo hace todo.Desde luego, los efectos emotivos hicieron mi elección

segura, tal como estaba previsto. --Veo que invade usted mi campo -dijo la doctora enrobopsicología-, como coresponde a todo político,supongo. Pero siento mucho que haya ocurrido así. Megustan los robots.Me gustan mucho más que los seres humanos. Si fueseposible crear un robot capaz de ser funcionario civil,creo que haríamos un gran bien. Por las Leyes de laRobótica sería incapaz de dañar un ser humano, incapazde tiranía, de corrupción, de estupidez, de prejuicio.Y una vez hubiese servido durante un periódoprudencial, dimitiría, aunque fuese inmoral, porquesería incapaz de perjudicar a los seres humanoshaciéndoles saber que habían sido gobernados por unrobot.Sería el ideal. --Salvo que un robot puede fallar, debido a lainherente inadaptación de su cerebro. El cerebropositónico no tiene nunca la complejidad del cerebrohumano. --Tendría consejeros. Ni aun un cerebro humano escapaz de gobernar sin ayuda. Byerley miró a Susan Calvin con grave interés. --¿Por qué sonríe usted, doctora Calvin¿ --Sonrióporque Quinn no pensó en todo. --¿Quiere usted decir que esta historia hubierapodido ir más lejos¿ --Sólo un poco. Durante los tresmeses anteriores a la elección, aquel Stephen Byerleyde que habla míster Quinn, aquel hombre destrozado,estaba en el campo por alguna razón misteriosa. Regresóa tiempo para su famoso discurso. Y después de todo, loque aquel viejo parlítico hizo una vez podía hacerlodos, particularmente siendo la segunda mucho más fácil,comparada con la primera.

--No acabo de entenderlo... La doctora Calvin se levantó y se alisó el traje. Sedisponía, evidentemente a marcharse. --Quiero decir que hay sólo un caso en el que unrobot puede pegar a un ser humano sin quebrantar laPrimera Ley. Sólo uno. --¿Y es...¿ Susan Calvin estaba en la puerta.Pausadamente dijo: --Cuando el ser humano a quien debepegar es otro robot. Su rostros se iluminó con una ancha sonrisa. --Adiós, Mr. Byerley. Espero votar por usted dentrode cinco años... como organizador. --Tengo que responder que me parece una idea un pocoremota... -dijo él, sonriendo, mientras se cerraba lapuerta detr s de Susan Calvin.

Me quedé mir ndola con una especie de horro. --¿Es verdad eso¿ --Enteramente. --¿Y el gran Byerley era simplemente un robot¿ --Nohubo manera de averiguarlo.Creo que lo era. Pero cundo decidió morir, se atomizó así mismo, de manera que no hubo nunca la prueba legal.Por otra parte..., ?qué mas da¿ --Pues... --Guarda usted un prejuicio contra los robots,completamente irrazonable

Fue un excelente alcalde. Cinco años después fueelegido Organizador Regional. Y cuando la Región deTierra formó su Federación en 2044, fue nombrado PrimerOrganizador.Pero por aquel tiempo eran las máquinas las quegobernaban al mundo... --Sí, pero...

--!Nada de "peros"¡ Las Máquinas son robots ygobiernan al mundo, Hace sólo cinco años que descubrítoda la verdad. Era en 2052; Byerley ejercía su segundoperíodo como Organizador mundial...

9 El conflicto inevitable

El Organizador tenía en su estudio privado unacuriosisdad medieval, una chimenea. Desde luego, elhombre midieval seguramente no la hubiera reconocido,ya que no tenía un sigificado funcional. La inmóvil yondulante llama se encontraba aislada en un recinto,detr s de un transparente cuarzo. Los troncos de leña se quemaban a larga distanciamediante una ligera desviación de los rayos de energíaque alimentaban los edificios públicos de la ciudad. Elmismo botón que prendía fuego a los troncos vaciabaprimero las cenizas de los anteriores y permitía laentrada de la nueva leña. Era una chimeneaperfectamente domesticada, como puede verse. Pero el fuego era real. Podía oírsele crujir y seveía cómo las llamas lamían el alambre bajo lacorriente de aire que lo alimentaba. El enrojecido vaso del Ordenador reflejaba enminiatura las discretas cabriolas de las llamas, y, enmás miniatura aún, también sus reflexivas pupilas. Y las reflexivas pupilas de su huéspeda, la doctoraSusan Calvin, de la U.S. Robots / Mechanical MenCorporation. --No la he convacado a usted aquí, doctora Calvin,únicamente por razones sociales.

--No lo he pensado nunca, Stephen

--Y no obstante, no sé cómo exponerle el problema.Por una parte, puede no tener importancia, por otra,puede ser el fin de la Humanidad. --Me he encontrado con muchos problemas que ofrecíanel mismo dilema, Stephen. Creo que todos los problemasson así. --¿De veras?... Entonces, a ver qué le parece éste.La producción mundial de acero tiene un excedente deviente mil toneladas o más. El Canal de Méjico hubieradebido estar terminado hace dos meses. Las minas deAlmadén han experimentado una baja de producción desdela última primavera, mientras las compañías hidr ulicasde Tientsin están despidiendo gente.Éstos son los hechos que se me acuden de momento. Perohay más. --¿Son puntos graves¿ No soy lo suficientementeeconomista para juzgar sobre las terriblesconsecuencias de todo esto. --En sí mismo, no. Se podrían mandar técnicos enminerología si la situación de Almadén empeorara. Sihay demasiados ingenieros hidr ulicos en Tientsin,pueden ser enviados a Java o Ceil n. Veinte miltoneladas de acero no cubrir n más alla de algunos díasde demanda mundial, los dos meses de retraso y laapertura del Canal de Méjico es de escasa importancia.Son las Máquinas lo que me preocupa; he hablado ya deellas con su Doctor de Investigaciones. --¿Con Vicent Silver¿ No me ha dicho nada de todoesto... --Le pedí que no hablase con nadie

Por lo visto me ha obedecido.

--¿Y qué le dijo¿ --Vamos a proceder por orden.Quiero hablar de las Máquinas primero. Y quiero hablarde ellas con usted porque es usted la única en el mundoque entiende lo suficiente en robots para ayudarme. ?Puedo sentirme filosófo¿ --Por esta tarde, Stephen,puede usted sentirse lo que quiera y como quiera, contal de que me diga usted primero qué pretendedemostrar. --Que este pequeño desequilibrio en la perfección denuestro sistema de oferta y demanda, tal como lo hemencionado, puede ser el primer paso hacia la guerrafinal. --!Humm¡... Siga. Susan no se permitió arrellanarse en su sillón, apesar de lo cómodo que era. La frialdad en su mirada,de sus labios y de su rostro se había acentuado con losaños. Y a pesar de que Stephen Byerley era un hombre enquien podía confiar enteramente, tenía casi setentaaños y los h bitos de una vida no se olvidan tanfácilmente. --Cada período del desarrollo humano, Susan, tiene sutipo particular de conflicto, sus problemas distintosque, aparentemente sólo pueden resolverse por lafuerza. Y jamás, por decepcionante que esto sea, lafuerza resuelve el problema. En su lugar, éste persistea través de una serie de conflictos y se desvanece porsí solo..., ?cómo dice la frase?..., no con unestallido, sino con su susurro, a medida que elambiente económico y social cambia. Y entonces, nuevoproblema y nueva serie de guerras. Un ciclo, alparecer, sin fin. >Consideremos los tiempos relativamente modernos.Hubo las guerras din sticas de los siglos dieciséis ydiecisiete, cuando los problemas más importantes de

Europa eran si los Habsburgo, los Valois o los Borbonestenían que gobernar el continente

Era uno de estos conflictos inevitables, porque Europano podía evidentemente existir en dos. >Salvo que fue así, y ninguna guerra barrió a unospara establecer a los otros, hasta que se creó unanueva atmósfera social en Francia en 1789, al derrocara los Borbones primero y después a los Habsburgo,arrastr ndolos en la polvorienta caída al incineradorhistórico. >Y durante aquellos siglos hubo también las b rbarasguerras de religión, que resolvieron la importantecuestión de si Europa tenía que ser católica oprotestante. Mitad y mitad no podía ser. Era"inevitable" que la espada decidiese. Salvo que nodecidió. En Inglaterra iba creciendo un nuevoindustrialismo y en el Continente un nuevonacionalismo. Europa sigue siendo mitad y mitad y anadie le preocupa esto mucho. >Durante los siglo diecinueve y veinte hubo un ciclode guerras nacionalimperialistas, cuando el problemamás importante del mundo era saber qué porciones deEuropa controlarían los recursos económicos y lacapacidad de consumo de otras porciones no-europeas.Las regiones no-europeas no podían, por lo visto,existir siendo en parte inglesas, en parte francesas,en parte alemanas y así sucesivamente

Hasta que las fuerzas del nacionalismo se extendieronlo suficiente y la no-Europa terminó lo que las guerrasno habían conseguido terminar, y decidió que podíaperfectamente subsistir íntegramente no-europeas. >Y así tenemos una estructura...

--Sí, Stephen, lo explica muy claro -dijo SusanCalvin-. No son observaciones muy profundas. --No, pero lo evidente es en muchos casos lo másdifícil de ver. La gente dice, "es tan claro como minariz", pero, ?qué porción de nuestra nariz podemosver, a menos que nos den un espejo¿ Durante el sigloveinte, Susan comenzamos un nuevo ciclo deguerras..., ?cómo las llamaremos¿ ¿Guerras ideológicas¿?Las emociones de la religión aplicadas a los sistemaseconómicos, en lugar de los extranaturales¿ De nuevolas guerras eran "inevitables" y entonces se disponíade armas atómicas, de manera que la humanidad no podíavivir ya por más tiempo en el tormento del inevitablederroche de la inevitabilidad. Y vinieron los robotpositónicos.... >Vinieron a tiempo, y con ellos el viajeinterplanetario. De manera que ya no pareció tanimportante que el mundo fuese Adam Smith o Carlos Marx.Ninguno de lo dos tenía gran influencia en las nuevascircunstancias. Ambos tenían que adaptarse y terminaroncasi en el mismo lugar. --Un "Deus ex machina", entonces, en doble sentido-dijo Susan Calvin

--No le había oído nunca hacer juegos de palabras,Susan, pero es exacto. Y no obstante, había otropeligro. El final de un problema no había hecho más quedar nacimiento a otro. Nuestro nuevo mundo universal deeconomía robótica puede plantear un nuevo problema, ypor esta razón tenemos las máquinas. La economíamundial es estable, y permanecerá estable, porque estábasada en las decisiones de las máquinas calculadoras,que llevan el bien de la Humanidad en su corazón através de la avasalladora fuerza de la Priemra Ley

robótica. >Y aunque las M quinas no son sino el más vastoconglomerado de circuitos calculadores jamás inventado-prosiguió Stephen Byerley-, siguen siendo robots en elsentido de la Primera Ley, y así nuestra economíaterrestre está de acuerdo con los mejores intereses delhombre. La población de la Tierra sabe que no habráparo obrero, ni superproducción ni falta de producción.Destrucción y hambre son palabras de los libros dehistoria. Y así, la cuestión de la propiedad de losmedios de producción es un problema anticuado.Quienquiera que los poseyese (si es que esta frasetiene algún sentido), un hombre, un grupo, una nación,o toda la Humanidad, sólo podrían utilizarse como las Mquinas dicten. No porque los hombres viniesen obligadoa ello, sino porque sería el camino más corto y losaben. Esto pone fin a las guerras..., no sólo alúltimo ciclo de guerras, sino al próximo y a todosellos. A menos que... Hubo una pausa y Susan lo alentó a proseguirrepitiendo... --¿A menos qué...¿ El fuego fue extinguiéndose en untroco de leña y se apagó. --A menos -dijo el Ordenador- que las M quinas nocumplan con su función. --Comprendo. Y aquí es donde aparecen estos pequeñosdesequilibrios que ha mencionado usted hace unmomento..., el acero, las instalaciones hidr ulicas,etc. --Exacto. Estos errores no deberían existir. Eldoctor Silver me ha dicho que no "podían" ser. --¿Niega los hechos¿ !Qué extraño! --No, admite los hechos, desde luego. Soy injusto conél. Lo que niega es que ningún error en la máquina sea

responsable de los llamados (es su frase) "errores enlas respuestas". Pretende que las máquinas se corrigenpor sí mismas y que sería violar las leyesfundamentales de la naturaleza que existiese un erroren los círculos de conexión. Y así, le dije... --Y así, le dijo: "Que sus hombres lo comprueben y seaseguren de ello, de todos modos...". --Susan, lee usted mi pensamiento.Esto fue lo que dije y me contestó que no podía. --¿Demasiado ocupado¿ --No, dijo que ningún serhumando podía. Lo dijo francamente. Me dijo, y esperohaberlo comprendido debidamente, que las M quinas sonuna gigantesca extrapolación... Un equipo dematemáticos trabaja varios años calculando un cerebropositónico equipado para realizar ciertos actossimilares de cálculo. Ultilizando este cerebro hacennuecos cálculos para crear un nuevo cerebro máscomplicado aún, y así sucesicamente.Según Silver, lo que llamamos M quinas son el resultadode diez de estos progresos. --Sí..., me parece claro. Afortunadamente, no soymatemática. !Pobre Vicent¡... Es muy joven. Losdirectores que le precedieron, Alfred Lanning y PeterBogert, han muerto y no tenían estos problemas. Ni yotampoco. Quiz todos los técnicos en robótica moriremosahora, puesto que no podemos comprender nuestraspropias creaciones. --Aparentemente, no. Las M quinas no sonsupercerebros, en el sentido de los suplementosperiodísticos de los domingos, pese a que nos losdescriben así. Es meramente que en la actividadconsistente en reunir y analizar un número casiinfinito de datos y sus relaciones en un espacio detiempo casi infinitesimal, han progresado hasta más

allá de la posibilidad de un control humano detallado. >Y entonces intenté otra cosa. Le pregunté a la Mquina. En el más estrico secreto alimenté la máquinacon los datos originales relaiconados con la produccióndel acero, su propia respuesta y su actual desarrollodesde entonces..., es decir, la superproducción, y lepedí una explicación de la discrepancia. --Bien, ?y cu l fue la respuesta¿ --Puedo citársela austed palabra por palabra: "El asunto no admiteexplicación". --¿Y cómo interpretó Vicent esto¿ --De dos formas. Ono le habíamos dado a la M quina datos suficientes parapermitirle contestar exactamente, lo cual no esprobable, el doctor Silver está de acuerdo con ello, obien a la M quina le es imposible reconocer que puededar una respuesta a unos datos que implican un posibledaño a un ser humano. Esto, desde luego, es unaconsecuencia de la Primera Ley. Y entonces el doctorSilver me recomendó que la viese a usted

Susan Calvin parecía muy cansada. --Soy ya vieja, Stephen. Cuando murió Peter Bogertquisieron hacerme directora de investigaciones y rehusé

Entonces ya no era joven y no quise asumirresponsabilidad. Nombranron a Silver y esto mesatisfacía; pero de qué habrá valido, si me meten enestos líos... >Stephen, déjeme que le exponga mi situación. Misinvestigaciones incluyen desde luego la interpretaciónde la conducta del robot bajo el aspecto de las TresLeyes robóticas. Aquí, sin embargo, tenemos unasmáquinas calculadoras increíbles. Son cerebrospositónicos y por consiguiente obedecen las Tres Leyes.

Pero carecen de personalidad; es decir, sus funcionesson sumamente limitadas... Tiene que ser así, puestoque están especializadas en este sentido. Porconsiguiente, hay muy poco margen para la reacción alas Leyes, y mi método de ataque es virtualmenteinútil. En una palabra, no creo poderlo ayudar,Stephen. El Ordenador se echó a reír. --A pesar de todo déjeme que le diga el rsto. Déjemeque le explique "mis" teorías, y quiz entonces puedausted decirme si son posibles a la luz de larobopsicología. --Con mucho gusto. Siga adelante. --Bien; puesto que las máquinas dan una respuestaerrónea, partiendo de la base de que no pueden cometererror, sólo existe una posibilidad. !"Se les dieronunos datos erróneos"¡ En otras palabras, laperturbación es humana, no robótica. Así es que, alefectuar mi reciente gira de inspeccióninterplanetaria... --¿De la que acaba usted de regresar a Nueva York¿--Sí; era necesario, comprenda, puesto que hay cuatro Mquinas, cada una de las cuales controla una regiónPlanetaria. !"Y las cuatro están dando resultadosimperfectos"! --!Oh, esto es natural, Stephen!Si una de las M quinas es imperfecta, tiene quereflejar automáticamente en el resultado de las otrastres, puesto que cada una de ellas asumirá su parte delos datos sobre los cuales basan sus decisiones, laperfección de la cuarta imperfecta. Con una falsasupusición, tienen que dar falsas respuestas. --!Eh, eh¡... Eso me parece. Ahora bien, aquí tengoel resultado de mis conversaciones con cada uno de los

cuatro Viceordenadores regioneles.?Quiere usted que los estudiemos juntos¿ !Ah¡...Primero, ?ha oído usted hablar de la "SociedadHumanitaria!? --¿Eh?... Sí. Son una consecuencia de losFundamentalistas, que impidieron a la U.S. Robotsemplear cerebros positónicos por el principio decompetencia obrera desleal y todo lo demás. ?La"Sociedad Humanitaria" es antimáquinas, verdad¿ --Sí,pero... En fin, ya ver .?Empezamomos¿ Empezaremos por la Región Oriental?--Como usted diga...

Región Oriental: a) Superficie: 23.500.000 kilómetroscuadrados.b) Población: 1.700.000.000 de habi tantes.c) Capital: Shanghai.

El bisabuelo de Ching Hso-lin murió durante lainvasión japonesa de la vieja República de China y nohubo nadie, aparte sus desconsolados hijos, para llorarsu pérdida y ni siquiera saber qué se había perdido.El abuelo de Ching Hso-lin sobrevivió a la guerracivil, pero no había nadie más que su abnegado hijopara saberlo o importarle. Y no obstante, Ching Hso-lin era el VeciordenadorRegional, con el bienestar económico de la mitad de lapoblación de la Tierra a su cuidado. Quiz era con esto en la cabeza que Ching tenía dosmapas como único adorno permanente en las paredes de sudespacho. Uno de ellos era un vuejo mapa chino queabarcaba una superficie de un acre o dos y ostentabatodavía los anticuados caracteres pictogr ficos de lavieja China. Un arroyo cruzaba por entre los dibujos

borrosos y en el borde del mapa se veían algunascabañas, en una de las cuales había nacido el abuelo deChing. El otro mapa era de grandes dimensiones, finamentedelineado, con todas las indicaciones en netoscaracteres cirílicos. La roja frontera que delimitabalas Regiones Orientales comprendía dentro de sus vastosconfines todo lo que un día había sido China, India,Birmania, Indochina e Indonesia. En el mapa, en elinterior de la provincia de Sechu n, diminuta y tenuehasta el punto que nadie podía verla, había una señalque indicaba el lugar donde estaba situada la atávicagranja de los Ching. Ching estaba de pie delante de estos dos mapas,mientras hablaba con Stephen Byerley en correctoinglés. --Nadie sabe mejor que tú, míster Ordenador, que micargo, bajo muchos conceptos, es una prebenda. Da unacierta categoría social, y represento el punto focal dela administración, pero para todo lo demás..., ¡hay laM quina! La M quina hace todo el trabajo. ¿Qué teparecen, por ejemplo, las obras hidr ulicas deTientsin? --¡Tremendas! -dijo Byerley. --Son sólo una de ellas y no las mayores. Estánextensamente esparciadas por Shanghai, Calcuta,Bangkok..., y solucionan la alimentación de los milsetecientos millones de habitantes del Oriente. --Y sin embargo -respondió Byerley- tenéis unproblema de paro en Tientsin. ¿Hay acaso unasuperproducción? Es inconcebible que Asia sufra de unexceso de comida. Los ojos de Ching se entornaron hasta ser casiinvisible. --No. No hemos llegado a esto, todavía. Es cierto que

durante estos últimos meses se han cerrado variasalbercas en tientsin, pero la situación no es grave.Los hombres han sido despedidos sólo temporalmente ylos que no les importa trabajar en otros campos hansido embarcados por Colombo, en Ceil n, donde se estáimplantando una nueva organización. --¿Y por qué tienen que cerrarse las albercas? --Veoque no entiendes gran cosa en hidr ulica -dijo Ching,sonriendo gentilmente-. Bien, no me sorprende.Tú eres del Norte y allí el cultivo del suelo rindetodavía grandes provechos. En el Norte es eleganteconsiderar la hidr ulica, cuando se considera algo,como un sistema de cultivar tulipanes en una soluciónquímica, de una manera infinitamente complicada. >En primer lugar, la cosecha más considerable quetenemos desde hace mucho tiempo (y el porcentaje siguecreciendo) es el lúpulo. Tenemos más de dos milparcelas de lúpulo en producción y mensualmenteaumentan. Los abonos químicos b sicos de las diferentesclases de lúpulo son nitratos y fosfatos entre losinorg nicos, con las proporciones debidas de metal,añadidos a las partes fraccionales por millón de boróny molibdeno requerido

La materia org nica es principalmente mixturas deazúcar derivadas de la hidrólisis de la celulosa, pero,además, hay varios factores alimenticios que debenañadirse. >Para una industria hidr ulica floreciente que puedaalimentar a setecientos millones de hombres, tenemosque emprender un inmenso programa de repoblaciónforestal por todo el Este; tenemos que poseer vastostalleres de conversión maderera para competir con lasselvas meridionales, y acero, y sintéticos químicos por

encima de todo. --¿Para qué, esto último? --Porque, míster Byerley,estos campos de lúpulo tienen cada uno de ellos suspropiedades particulares.Hemos dado desarrollo, como he dicho, a dos milparcelas. El bisté que has creído comer hoy era lúpulo.Las frutas congeladas que has tomado de postre eralúpulo helado. Hemos extraído jugo de lúpulo con elsabor, aspecto y valor alimenticio de la leche. >Es el sabor, más que nada, comprende, lo que prestasu atractivo a la alimentación a base de lúpulo, y enbusca de este sabor hemos instalado parcelasartificiales fertilizadas que no pueden mantenerse pormás tiempo con una dieta b sica de sal y azúcar.Una necesita biotina; otra, cido pteroiglutámico; otrasaun, diferentes cidos amínicos, así como todas lasvitaminas B menos una (y aun así es popular y nopodemos, con un poco de sentido económico,abandonarlo). --¿Con qué propósito me dices todo esto? --Me haspreguntado, míster, por qué los hombres están sintrabajo en Tientsin. Tengo algo más que explicarte. Noes sólo que necesitemos estos variados y diversosabonos para nuestro lúpulo; pero subsiste el complicadofactor del capricho popular, que pasa con el tiempo; yla posibilidad del desarrollo de nuevas parcelas connuevas necesidades y nueva popularidad. Todo esto tieneque ser previsto, y la M quina hace el trabajo... --Pero no perfectamente. --No muy imperfectamente, en vista de lascomplicaciones que he mencionado. Bien, entonces,algunos miles de obreros en Tientsin están sin trabajotemporalmente. Pero, considera esto: la cantidad depérdidas sufridas durante estos últimos años (pérdidas

en términos de defectuosa producción o de defectuosademanda) no asciende a una décima del uno por ciento denuestra producción normal. Considero que... --Y no obstante, durante los primeros años de la Mquina, la cifra era cerca de una milésima del uno porciento. --Sí, pero durante el decenio último en que la Mquina empezó sus operaciones con verdadero ímpetu,hemos aumentado nuestra industria de lúpulo, conrespecto a la época premáquina, unas veinte veces. Esde esperar que las imperfecciones aumenten con lascomplicaciones, si bien... --¿Si bien...? --Hubo el curioso ejemplo de RamaVrasayana. --¿Qué le ocurrió? --Vrasayana estaba encargado deltaller de evaporación de la salmuera para la producciónde yodo, sin el cual el lúpulo puede vivir, pero losseres humanos, no. Se vio obligado a sindicar sutaller. --¿De veras? ¿Y a causa de qué? --Competencia, créeloo no. En general, una de las principales funciones delos an lisis de la M quina es indicar la distribuciónmás eficiente de nuestras unidades productivas. Esvisiblemente un error tener regiones insuficientementesurtidas de manera que los gastos de transporteimportan un porcentaje considerable del gasto total. Demanera similar, es un error tener un área demasiadoservida, de forma que las factorías tienen quefuncionar con capacidades más bajas o bien competirperjudicialmente unas con otras. En el caso deVrasayna, se estableció otro taller en la misma ciudady con un sistema de extracción más eficiente. --¿Y la M quina lo permitió? --¡Oh, sin duda! No essorprendente. El nuevo sitema se está extendiendo

considerablemente. La sorpresa fue que la M quinaomitió avisar a Vrasayna que renovase o cambiase...Sin embargo, no importa. Vrasayana aceptó un cargo deingeniero en un nuevo taller, y si su responsabilidad ysueldo son ahora menores, por lo menos no sufre. Losobreros encontraron fácilmente trabajo; el antiguotaller fue convertido en... no sé qué

Algo útil. Lo confiamos todo a la M quina. --¿Y por otra parte no tienes quejas? --Ninguna.

La Región Tropical: a) Superficie: 35.000.000 dekilóme tros cuadrados.b) Población: 500.000.000 de habi tantes.c) Capital: Capital City.

El mapa del despacho de Ngoma estaba muy lejos detener la neta precisión del de los dominios de Ching enShanghai. Los límites de las fronteras de la RegiónTropical de Ngoma estaban punteados de oscuro y seextendían hacia un bello interior llamado "selva" y"desierto", y "Aquí hay elefantes y Toda Clase deExtañas Bestias". Había mucho que recorrer, porque en tierras, laRegión Tropical abarcaba más de dos continentes; todaAmérica del Sur, norte de Argentina, y toda Africa alsur del Atlas. Incluía también América del Norte al surde Río Grande e incluso Arabia, e Ir n en Asia. Era elreverso de la Región Oriental. Donde el hormiguerohumano del Oriente se apretujaba en un 15% de laTierra, los Trópicos desparramaban un 15% de Humanidadsobre casi la mitad de la extensión del globo. A Ngoma, Stephen Byerley le produjo la impresión deuno de aquellos inmigrantes de rostro p lido que van en

busca de la obra creadora en el ambiente suavenecesario para el hombre, y sintió una cierta dosis delautomático desprecio del hombre fuerte nacido en elduro Trópico por el infortunado oriundo de más p lidossoles. Los Trópicos tenían la ciudad más nueva del mundo yen su sublime confianza juvenil recibía únicamente elnombre de "Capital City". Se extendi espléndida por lasfértiles tierras altas de Nigeria, y al pie de lasventanas de Ngoma, más abajo, había vida y color, unsol ardiente y frecuentes chaparrones. El gorjeo de losp jaros multicolores era estridente y las estrellasparecían puntas de agujas brillantes en la nocheoscura. Ngoma se echó a reír. Era un hombre bello, muy negro,alto y de facciones enérgicas. --Desde luego -dijo en un inglés bastante correcto,dando la sensación de hablar con la boca llena-, elCanal de Méjico va atrasado. ¡Qué diablos! ¡Un día uotro se terminará de todos modos, hombre! --Todo iba bien hasta hace medio año. Ngoma dirigió una atenta mirada a Byerley y sacandoun cigarro del bolsillo mordió una punta, la escupió yencendió la otra. --¿Es esto una investigación odicial, Byerley? ¿Dequé se trata? --Nada. Nada absolutamente. Entra dentrode mis funiones de Ordenador el ser curioso. --Bien, si es sólo que te aburres y quieres pasar unrato..., la verdad es que andamos siempre cortos demano de obra. Hay muchos trabajos en curso en losTrópicos. El Canal es uno de ellos... --Pero ¿no ha predicho la M quina la cantidad de manode obra disponible para el Canal..., sin contar todoslos demás proyectos en curso? Ngoma se puso una mano en

la nuca y echó al aire unos círculos de humo azul. --Era un poco deficiente. --¿Es a menudo deficiente? --No más de lo que es deesperar.No esperamos gran cosa de ella, Byerley. Lesuministramos los datos.Tomamos los resultados. Hacemos lo que dice. Pero essólo un expediente, un instrumento para economizartrabajo. Podríamos prescindir de ella, si fuesenecesario. Quiz no tan bien.Quiz no tan r pidamente. Pero el final sería el mismo. >Aquí tenemos confianza, Byerley, y éste es elsecreto. ¡Confianza!Hemos ocupado nuevas tierras que llenaban miles de añosesper ndonos, mientras el resto del mundo ha sidodestrozado por las asquerosas experiencias de la Erapreatómica. No tenemos que comer lúpulo como enOriente, no tenemos que preocuparnos de los ranciosdesperdicios del siglo pasado, como vosotros losNórdicos. >Hemos barrido la mosca tsetsé y el mosquitoanofeles, el pueblo ha visto que puede vivir al sol yle gusta.Hemos aclarado las selvas vírgenes y roturado el suelo;hemos encontrado carbón y petróleo en campos intactos yminerales sin cuento. >Retiraos de aquí. Es lo único que pedimos al restodel mundo. Retiraos y dejadnos trabajar. --Pero el Canal -interrumpió Byerley prosaicamente-hace seis meses que hubiera debido estar terminado.¿Qué ha ocurrido? --Perturbaciones obreras -dijo Ngoma,abriendo las manos. Buscó algo por entre los papelesque cubrían su mesa, pero renunció-. Tenía algo sobreesto por aquí -murmuró-, pero no importa. Una vez hubo

escasez de mano de obra en Méjico por una cuestión demujeres. No había bastantes mujeres por allí. Alparecer a nadie se le ocurrió alimentar la M quina condatos sexuales. Hizo una pausa para echarse a reír, encantado, yprosiguió: --Espera un momento. Me parece que ya lotengo... ¡Villafranca! --¿Villafranca? --Francisco Villafranca. Era elingeniero encargodo. Ocurrió no sé qué y hubo uncorrimiento de tierras.Eso es. Eso es. No murió nadie pero el desorden fueterrible. ¡Un escándalo! --¡Oh...! --Hubo un error en sus cálculos. O por lo menos la Mquina lo dijo así.Le suministraron datos de Villafranca, suposiciones, yasí. El material con que había empezado. Las respuestasfueron diferentes. Parece que las respuestas queVillafranca utilizó no tenían en cuenta el efecto delas fuertes lluvias en las cercanías de la brecha. Oalgo así. No soy ingeniero, ¿comprendes?... >En todo caso, Villafranca armó un lío de mildiablos. Pretendió que la respuesta de la M quina habíasido diferente la primera vez. Que había seguido a la Mquina ciegamente. ¡Y dimitió! Le ofrecimosmantenerlo..., la duda era razonable, el trabajoanterior era satisfactorio, todo aquello que sedice..., en una posición subordinada, desde luego...,estábamos obligados..., los errores no pueden pasarinadvertidos..., es malo para la disciplina..., ¿Dóndeestaba? --Le ofrecisteis conservarlo. --¡Ah, sí! Rehusó. Bien, en resumen, llevamos dosmeses de retraso.¡No es nada, qué diablos!

Byerley extendió la mano y apoyó las puntas de losdedos sobre la mesa

--¿Villafranca le echó las culpas a la M quina,verdad? --Pues... ¿no iba a ech rselas a sí mismo,verdad? Mirémoslo serenamente; la naturaleza humana esuna vieja amiga nuestra. Por otra parte, recuerdo algomás ahora... ¿Por qué diablos no podré encontrar losdocumentos cuando los necesito? Mi sistema de archivarno vale un pepino. Este Villafranca era miembro de unade vuestras organizaciones nórdicas. Méjico estádemasiado cerca del Norte. A esto es debido en parte laperturbación. --¿De qué organización estás hablando? --La SociedadHumanitaria, la llaman. Villafranca solía asistir a unaconferencia anual en Nueva York

Un atajo de chiflados, pero inofensivos. No les gustanlas M quinas; dicen que destruyen la iniciativapersonal. De manera que, como es natural, Villafrancaechó la culpa a la M quina... Yo no acabo de entenderlotampoco. ¿Es que en Capital City parece que la razahumana esté siendo apartada de la inciciativa? YCapital City siguió tendida bajo el glorioso y doradosol; la más joven y moderna creación del "HomoMetrópolis".

La Región Europea a) Superficie: 7.000.000 kilómetroscuadrados.b) Población: 300.000.000 de habi tantes.c) Capital: Ginebra.

La Región Europea era una anomalía bajo variosconceptos. En superficie, era con mucho la menor; ni un

quinto de la superficie de la Región Tropical y ni unquinto de la población de la Región Oriental. Gegrficamente, tenía cierta semejanza con la Europa de laera preatómica, ya que excluía lo que había sido laRusia europea e Islas Británicas, mientras incluía lascostas Mediterr neas de Africa y Asia y, en un extrañosalto a través del Atl ntico, Argentina, Chile y elUruguay. No era tampoco probable que mejorase su "status vis--vis" de sus demás regiones de la Tierra, excepto porel vigor que estas provincias americanas le prestaban.De todas la Regiones, era la única que mostró un francodeclive de la población durante el medio siglo pasado.Sólo ella había dejado de extender seriamente susfacilidades productivas o aportar algo radicalmentenuevo a la cultura humana. --Europa -decía madame Szegeczowska, en su mediofrancés-, es esencialmente un apéndice económico de laRegión Nórdica. Lo sabemos, pero no nos importa. --Y sin embargo -le hizo ver Byerley-, tienen ustedesuna M quina propia, y no están seguramente bajo unapresión económica del otro lado del océano. --¡Una M quina! ¡Bah! -encongió sus delicados hombrosy dejó que una leve sonrisa se filtrase por sus labiosmientras encendía un cigarrillo con sus largos dedos-.Europa es un lugar soñoliento. Y todos nuestros hombresque no consiguen emigrar al trópico están cansados yaburridos de todo esto. Usted mismo pude ver en quéconsiste la tarea de Viceordenadora. En fin,afortunadamente no es un papel difícil, y no esperagran cosa de mí. En cuanto a M quina..., ¿qué sabedecir fuera de "Haz esto y será mejo para vosotros"?Pero ¿qué es lo mejor para nosotros? Pues es unaapéndice económico de la Región Nórdica...

>¿Y esto es acaso tan terrible? No hay guerras.Vivimos en paz... y es agradable después de setecientosaños de guerras. Somos viejos, míester.En nuestras fronteras tenemos las que fueron cuna de laviejas civilizaciones. Tenemos Egipto y Mesopotamia;Creta y Sicilia; Asia Menor y Grecia. Pero los tiemposantiguos no son necesariamente unos tiempos infelices.Puede hallasrse fruición... --Quiz tenga usted razón -dijo Byerley, afablemente-.Por lo menos el "tempo" de la vida no es tan intensocomo en otras regiones. Es una atmósfera agradable. --¿Verdad? Van a traer el té, míster Byerley. ¿Quiereindicarme su preferencia sobre la leche y el azúcar?...Gracias. Tomó un sorbo de té con elegancia; Después continuó:--Es agradable. El resto de la Tierra se ha convertidoen una lucha continua. Aquí encuentro un paralelo; unparalelo interesante. Hubo un tiempo en que Roma eradueña del mundo. Había adoptado la dulzura ycivilización de Grecia; una Grecia que no había estadonunca unida; que se había arruinado en la guerra yestaba languideciendo en un estado de decadente ruina.Roma la unió, aportó la paz y le permitió vivir unavida de seguridad sin gloria. Se ocuó de su filosofía yde su arte, lejos del estruendo y de la agitación de laguerra. Era una especie de muerte, pero de una muertetranquila con pequeños intervalos, unos cuatrocientosaños. --Y sin embargo -interrumpió Byerley-, Roma cayó y elsueño de opio tocó a su fin. --No había y ab rbaros para derrumbar lacivilización. --Nosotros podemos ser nuestros propios b rbaros,Madame Szegeczowska. ¡Ah!..., quería hablarle de una

cosa. Las minas de mercurio de Almadén han disminuidoconsiderablemente de producción. ¿El mineral no debehaberdisminuido más r pidamente de lo previsto,supongo? Loos pequeños ojos grises de la muchacha sefijaron en Byerley. --Los b rbaros..., la caída de la civilización..., elprobable fracaso de la M quina... El proceso de susideas es muy transparente, monsieur. --¿Sí? Veo que me hubiera convenido tratar conhombres, como hasta ahora. ¿Considera usted que elasunto de Almadén es culpa de la M quina? --Enabsoluto, pero me parece que usted sí lo es. Usted esnativo de la Región Nórdica. La Oficina Central deCoordinación está en Nueva York. Y hace ya tiempo quehe observado que ustedes, los nórdicos, carecen de feen la M quina. --¿Nosotros? --Hay una Sociedad Humanitaria que tienemucha fuerza en el Norte, pero no consigue haceradeptos en la fatigada y vieja Europa, que sólo anheladejar tranquila a la débil Humanidad. Con todaseguridad, es usted uno de los confiados nórdicos y nouno de los cínocos del viejo continente. --¿Tiene esto relación con Almadén? --¡Oh, sí, creoque sí! Las minas están bajo el control de laConsolidated Cinnabar, que es con toda certeza unacompañía nórdica, con la oficina central en Nikolaev.Personalmente, dudo de que el Consejo de Administraciónhaya consulatado para nada la M quina. En laconferencia del mes pasado, dijeron que lo habíanhecho, y desde luego, no tenemos ninguna prueba de locontrario, pero no me atrevería a dar crédito a unnórdico en este asunto, sin ánimo de ofender, de ningúnmodo. Sin embargo, espero que todo acabará bien. --¿En qué sentido, mi querida madame? --Debe usted

comprender que las irregularidades económicas de estosúltimos meses -que, aun cuando insignificantescomparadas con las grandes tormentas del pasado, sonsin embargo, perturbadoras para nuestros espíritussedientos de paz-, han causado considerablesinquietudes en la provincia española. Tengo entendidoque la Consolidated Cinnabar va a vender a un grupo deespañoles. Es consolador

Si somos vasallos económicos del Norte, es humillantever el hecho proclamado con excesiva ostentación.Y se puede confiar más en nuestro pueblo para seguirlos consejos de la M quina. --¿Entonces, cree usted que no habrá más disturbios?--Estoy seguro de ella... En Almadén, por lo menos.

La Región Norte: a) Superficie: 27.000.000 de kilómetros cuadrados. b) Población: 800.000.000 de habi tantes. c) Capital: Ottawa. La Región Norte, en más de un concepto, se llevaba lasupremacia.La cosa quedaba bien de manifiesto en el mapa del lasoficinas del Viceordenador de Ottawa, Hiram Mackenzie,en el cual el Plo Norte ocupaba el centro. A excepciónde Europa con sus regiones escandinavas e isl ndicas,toda la zona americana estaba incluida en la RegiónNórdica. Vagamente, podía ser dividida en dos zonasprincipales. Ala izquierda del mapa se veía todaAmérica del Norte por encima de Río Grande. A laderecha abarcaba todo lo que había sido un tiempo laUnión Soviética.Estas dos áreas juntas representaban el poder central

del planeta durante los primeros años de la EdadAtómica. Entre las dos estaba la Gran Bretaña, lenguade la región que lamía Europa. En todo lo alto delmapa, torcidas en una extraña y controsionada forma,estaban Australia y Nueva Zelanda, también miembros delas provincias de la Región. Todos los cambios sufridos durante los últimosdecenios no habían alterado todavía el hecho de que elNorte era el gobernante económico del planeta. Había por lo tanto, una especie de simbolismoostentosoen el lhecho de que todos los mapas queByerley había visto, sólo el de Mackenzie mostraba todala Tierra, como si el Norte no temiese la competenciani necesitase favoritismo para proclamar su supremacía. --Imposible -dijo tristemente Mackenzie, levantandosu vaso de "whisky"-. Míster byerley, no tiene ustedentrenamiento técnico en robótica, según tengoentendido. --No, no lo tengo. --¡Humm!... Bien, es lamentable, en mi opinión, queni Ching, ni Ngona ni Szegeczowska lo tengan tampoco

Prevalece con exceso entre los pueblos de la Tierra laopinión de que un Ordenador tiene que ser meramente unorganizador capaz, de conocimientos generalizados y unapersona amable.En nuestros días deberían entender en robóticatambién..., sin propósito de ofensa... --No la hay. Estoy de acuerdo con usted. --Tomo, por ejemplo, lo que ha dicho usted ya; que lepreocupan las recientes pequeñas perturbaciones que sehan producido en la economía mundial. No sé de quiénsospecha, pero ha ocurrido ya en el pasado que elpueblo, que debería tener otra opinión, se pregunte qué

ocurrirá si se alimenta la M quina con falsos datos

--¿Y qué ocurriría, míster Mackenzie? --Pues... -dijoel escocés moviéndose y suspirando-, todo dato recogidopasa por un complicado sistema de pantallas quecomporta un control a la vez humano y mecánico, demanera que el problema no es probable que se suscite.Pero dejemos esto. Los humanos pueden equivocarse, soncorruptibles, y los dispositivos mecánicos ordinariosson susceptibles de fallo mecánico. "El punto crucial del asunto es que lo que llamamosun "dato erróneo" es incompatible con todos los demásdatos conocidos. Es el único criterio que tenemos de loexacto y lo inexacto.Es igualmente el de la M quina. Ordénele, por ejemploque dirija la actividad agrícola sobre la base de unatemperatura media en julio, en Iowa, de 14> C. No loaceptar .No dará respuesta. No porque tenga prejuicio algunocontra esta determinada temperatura ni pueda dejar decontestar, sino porque, a la luz de los demás datos quese le han dado a través de un cierto número de años,sabe que las probabilidades de una temperatura media de14> C. en Iowa, en julio, son pr cticamente nulas.Rechaza el dato. "La unica forma como un "falso dato" puede serinsertado en la M quina es incluyéndolo como parte deun todo consistente, pero de una falsedad demasiadosutil para que la máquina pueda destacarlo, o sobre elcual la M quina no tenga experiencia. La primera estámás allá de la capacidad humana, la segunda es casiesto, y va acercándose cada vez más a ello a medida quela experiencia de la M quian aumenta con la segunda. Stephen Byerley se apretó la nariz con los dedos.

--¿Entonces la M quina no puede ser inducida a error?¿Cómo explica usted los que se han cometidorecientemente, en este caso? --Mi querido Byerley, veoque sigue usted instintivamente el gran error de que laM quina..., lo sabe todo. Déjeme usted que le cite unejemplo de mi experiencia personal.La industria lgodonera alquila compradoresexperimentados que compran el algodón. Su procedimientoes arrancar un puñado de algodón de una de las pacas alazar. Lo miran, lo tocan, comprueban su resistencia,escuchan su crujido, se lo llevan a la lengua, y poreste procedimiento determinan la categoría de algodónque contienen las pacas. Hay una docena de ellas. Comoresultado de su decisión, las compras se hacen a unosdeterminados precios, las mezclas se hacen a unasdeterminadas proporciones. Ahora bien, estoscompradores no pueden ser substituidos con la M quina. --¿Por qué no? Seguramente los datos pertinentes noson demasiado complicados para ella... --Probablemente no. Pero ¿a qué dato se refiere used?No hay ningún químico textil que sepa exactamente quées lo que comprueba cuando maneja un puñado de algodón.Probablemente la longitud media de la fibra, su tacto,la extensión y naturaleza y de su viscosidad, la formacomo se pegan y así sucesivamente. Varias docenas departicularidades, inconscientemente pesadas, fruto deaños de experiencia

Pero la naturaleza "cuantitativa" de esta prueba no esconocida; incluso la verdadera naturaleza de algunas deellas, no lo es tampoco. De manera que no tenemos nadacon que alimentar la M quina. Así ni los mismoscompradores pueden explicar su juicio

Sólo pueden decir: "Bien, mírelo.No se puede decir si es tal o cual clase". --Comprendo... --Hay innumerables casos como éste

La M quina no es más que una herramienta, al fin y alcabo, que puede contribuir al progreso humano encargndose de una parte de los cálculos e interpretaciones.La tarea del cerebro humano sigue siendo la que siempreha sido; la de descubrir nuevos datos para seranalizados e inventar muevas fórmulas para serprobadas. Es un l stima que la Sociedad Humanitaria noquiera entenderlo así. --¿Están contra la M quina? --Hubieran estado contralas matemáticas o contra el arte de escribir sihubiesen vivido en el tiempo adecuado. Estosreaccionarios de la Sociedad pretenden que la M quinapriva al hombre de su alma. He observado que hombresperfectamente capaces están todavía llenos deprejuicios en nuestra sociedad; necesitamos todavía elhombre que sea suficientemente inteligente para pensaren las preguntas adecuadas. Quiz si pudiésemosencontrar un número suficiente de ellos, estasperturbaciones que le preocupan, Ordenador, no seproducirían.

Tierra (Incluyendo el continente deshabitado, laAntártida): a) Superficie: 75.000.000 de kilómetroscuadrados (superficie terrestre). b) Población: 3.300.000.000 de habitantes. c) Capital: Nueva York. El fuego que relucía detr s del cuarzo estaba yamoribundo. El Ordenador estaba de humor sombrío, amoldndose al fuego.

--Todos disminuyen la gravedad de la situación -dijoen voz baja-. ¿No es fácil creer que se han reído demí?Y sin embargo... Vicent Silver dice que la M quina nopuede estropearse y tengo que creerlo. Hiram Mackenziedice que no pueden ser alimentadas con falsos datos ytengo que creerlo.Pero las máquinas han funcionado mal por una u otracausa, y esto tengo que creerlo también, de maneraque... sólo queda una alternativa. Miró de soslayo a Susan Calvin que, con los ojoscerrados, parecía dormir. --¿Cu l es? -preguntó sin embargo al instante. --Que le han dado los datos correctos y la M quina hadado las respuestas correctas, pero no han sidocumplidas. No hay manera de que la máquina obligue aseguir sus dictados

--Madame Szegeczowska insinuó algo parecido,refiriéndose a los nórdicos en general, me parece. ¿Yqué propósito se busca desobedeciendo a la M quina?Vamos a estudiar los motivos. --A mí me parece obvio, y debe parecérselo también austed. Es cuestión de sacudir la nave, deliberadamente.Mientras la M quina gobierne, no puede haber ningúnconflicto serio en la Tierra en el cual un grupo puedaapoderarse de un mayor poderío del que tiene por lo quejuzga ser su propio bien, a pesar de perjudicar laHumanidad como un todo. Si ;a fe popular en lasmáquinas pudiese ser destruida hasta el punto de quefuesen abandonadas, imperaría de nuevo ;a ley de laselva. Y no hay ninguna de las cuatro Regiones quepueda quedar libre de la sospecha de buscarprecisamente esto.

"Oriente tiene la mitad de la Humanidad dentro de susfronteras, y los Trópicos, más de la mitad de losrecursos de la Tierra. Ambos pueden considerarse comolos gobernantes naturales de toda la Tierra, y ambos sesienten humillados por el Norte y es muy humano buscarun desquite contra esta implacable humillación. Europatiene una tradición de grandeza, por otra parte. Enotros tiempos gobernó la Tierra, y no hay nada taneternamente adhesivo como el recuerdo del poder. "Y sin embargo, desde otro punto de vista, es difícilde creer. Tanto el Este como los Trópicos están en unestado de enorme expansión dentro de sus fronteras.Ambos crecen r pidamente. No les pueden quedar energíaspara aventuras militares. Y Europa no puede hacer másque soñar. Es una cifra, militarmente hablando. --Así, Stephen -dijo Susan-, ¿deja usted el Norte?--Sí -respondió Byerley enérgicamente-, Sí. El Norte esel más fuerte, como lo ha sido desde hace un siglo, opor lo menos sus componentes

Pero ahora decae, relativamente. Por primera vez desdelos faraones, las regiones Tropicales pueden ocupar sulugar al frente de la civilización y hay nórdicos quelo temen. --En una palabra, son exactamente aquellos hombresque, neg ndose conjuntamente a aceptar las decisionesde la M quina, pueden, en breve plazo, volver el mundoboca abajo...; éstos son los que pertenecen a laSociedad

--Susan, todo esto va de consumo.Cinco de los Directo+es de la World Steel son miembrosde ella, y la World Steel sufre de una superproducción.La Consolidated Cinnabar, que explota las minas de

mercurio de Almadén, era una sociedad Nórdica.Sus libros están todavía siendo examinados, pero uno,sor lo menos, de sus hombres, era miembro. FranciscoVillafranca, que retrasó las obras del Canal de Méjicodos meses, era miembro, lo sabemos ya, lo mismo queRama Vrasayana; no me sorprendió en absolutodescubrirlo. --Estos hombres, téngalo usted en cuenta, lo hanestropeado todo...-dijo susan pausadamente. --¡Naturalmente! Desobedecer los an lisis de la Mquina es seguir el sendero del error. Los resultadosson peores de lo que podrían ser. Es el precio quepagan. De momento lo ver n vagamente, pero en laconfusión que tarde o temprano surgir ... --¿Qué proyecta usted hacer, Stephen? --Es evidenteque no hay tiempo que perder. Voy a declarar laSociedad fuera de la ley y todos sus miembros ser ndestituidos de cualquier cargo de responsabilidad queocupen. Y todos ;os puestos ejecutivos con solicitantesque firmen un juramento de no-adhesión a la Sociedad.Esta representará una cierta infracción a laslibertades cívicas b sicas, pero estoy seguro de que elCongreso... --¡No servirá de dada! --¡Eh! ¿Por qué? --Representaría una predicción. Siintenta usted una cosa así, encontrar obstáculos a cadapaso. Lo encontrar imposible de llevar adelante. Veráusted que cada movimiento en este sentido será origende perturbaciones. --¿Por qué dice usted esto? -preguntó Byerley,atónito-. Esperaba, al contrario, su aprobación en estamateria... --No podrá usted conseguirla mientras sus acciones

estén basadas en falsas premisas. Admite usted que la Mquina no puede equivocarse, y no puede ser alimentadacon falsos datos

Le demostraré que no puede ser desobedecida tampoco,como cree usted que lo está siendo por la Sociedad. --Esto... no consigo verlo. --Pues escuche. Toda acción realizada por undirigente que no siga las exactas instrucciones de la Mquina con la cual trabaja, se convierte en parte de undato para el siguiente problema. La M quina, porconsiguiente, sabe que el dirigente tiene una ciertatendencia a desobedecer.Puede incorporarse esta tendencia a los datos, inclusocuantitativamente, es decir, juzgando exactamente quécantidad y en qué dirección la desobediencia seproducir . Sus siguientes respuestas ser nsuficientemente elusivas en forma que, después de ladesobediencia del jefe, vea sus respuestasautomáticamente corregidas en la buena dirección. ¡La Mquina "sabe", Stephen! --No puede usted estar segura de todo esto. Son merassuposiciones. --S una suposición basada en la experiencia de todauna vida entre robots. Hará usted bien en confiar enesta suposición, Stephen. --Pero, en este caso, ¿qué queda? Las M quinas estánen o+den y las premisas sobre las cuales trabajan soncorrectas. Sobre esto nos hemos puesto de acuerdo.Ahora dice usted que no puede ser desobedecida.Entonces..., ¿qué ocurre? --Usted mismo se hacontestado.¡Nada está mal! Piense en las máquinas un momento,Stephen. Son robots y cumplen la Primera Ley. Pero las

máquinas trabajan, no para un solo individuo, sino paratoda la Humanidad, de manera que la Primera Ley seconvierte en: "Ninguna M quina puede dañar laHumanidad; o, por inacción, dejar que la Humanidadsufra daño." "Muy bien, Stephen, entonces, ¿qué daña laHumanidad? ¡El desequilibrio económico, principalmente,cualquiera que sea la causa! ¿No cree usted? --Sí, locreo. --¿Y qué es lo más probable que produzcadesequilibrios económicos en el futuro? Conteste aesto, Stephen

--Yo diría -respondió Byerley, a regañadientes-, ladestrucción de las M quinas. Y así lo digo, y así lodirían las M quinas también. Su primer cuidado, porconsiguiente, es conservarse para nosotros. Y asísiguen tranquilamente evitando los únicos elementosamenazadores que quedan. No es la Sociedad Humanitariala que sacude la nave a fin de que las M quinas seandestruidas; sólo ha visto usted el reverso de lamedalla.Diga más bien que son las M quinas las que estánsacudiendo la nave...muy ligeramente... lo suficiente para liberarse de lospocos que se agarran a ella con el propósito de que lasM quinas sean consideradas nocivas para la Humanidad. "Así, Vrasayana deja su factoría y encuentra unempleo donde no puede hacer daño; no queda seriamenteperjudicado, no es incapaz de ganarse la vida, por quela M quina no puede dañar un ser humano más quemínimamente, y esto sólo para salvar un mayor número.La Consolidated Cinnabar pierde el control de Almadén;Villafranca no es ya el ingeniero civil al frente de unimportante proyecto. Y los directores de la World Steel

pierden su presa sobre la industria..

o la perder n. "Pero es imposible que sepa usted todo esto...-insistió Byerley distraídamente-. ¿Cómo podemos correrel riesgo de que no tenga usted razón? --Deben correrlo. ¿Recuerda usted la respuesta de laM quina cuando le sometió la pregunta? "El caso noadmite explicación". La M quina no dijo que no hubieseexplicación, ni que no pudiese determinarla. Dijo sóloque "no admitía" explicación. En otras palabras, "seríaperjudicial para la Humanidad tener la explicación delo ocurrido", y por esto sólo podemos hacersuposiciones... y seguir suponiendo. --Pero, ¿cómo puede la explicación sernosperjudicial? Supongamos que tenga usted razón, Susan. --Pues Stephen, si tengo razón, significa que la Mquina está conduciendo nuestro futuro no única ysimplemente como una respuesta directa a nuestraspreguntas directas, sino como respuesta general a lasituación del mundo y a la psicología humana como untodo. Y sabe que nos puede hacer desgraciados y herirnuestro amor propio. La M quina no puede, no "debe",hacernos desgraciados. "Stephen, ¿cómo sabemos qué es lo que consolidará elbien final de la Humanidad? No tenemos a nuestradisposición los infinitos factores que la M quina tienea la "suya". Quiz , para darle un ejemplo incierto,toda nuestra civilización técnica ha creado másinfelicidad y miseria de la que ha suprimido. Quiz lacivilización agraria o pastoral, con menos cultura ymenos gente, sería mejor. En este caso, las M quinasdeben orientarse en esta dirección, preferiblemente sindecírnoslo, ya que en nuestros ignorantes prejuicios

sólo sabemos que aquello a que estamos acostumbrados esbueno... y lucharemos contra todo cambio. O quiz unaurbanización completa, una sociedad totalmentedesprovista de castas, o una completa anarquía, sea larespuesta adecuada. No lo sabemos. Sólo las M quinas losaben y se encaminan hacia ello, llevándonos consigo. --Pero está usted diciéndome, Susan, que la SociedadHumanitaria tiene razón; que la Humanidad ha perdido suderecho de voto en el futuro... --No lo ha tenido jamás, en realidad. Estuvo siemprea la merced de unas fuerzas económicas y sociológicasque no entendía, de los caprichos del clima y de losazares de la guerra.Ahora las M quinas las entienden y nadie puededetenerlas, ya que las máquinas los dominarían comodominan ;a Sociedad..., poseyendo, como poseen, lasarmas más fuertes a su disposición, el absoluto controlde nuestra economía. --¡Qué horrible! --Quiz habría que decir: ¡qué maravilloso! Piense queen todos los tiempos los conflictos han sido evitables.¡Sólo las M quinas, a partir de ahora ser ninevitables! Y el fuego se apagó detr s del cuarzo y sólo quedó unhilillo de humo para indicar donde había estado.

* * *

--Y eso es todo -dijo la doctora Calvin,levantándose-. Lo he vivido desde el principio, cuandolos robots no podían hablar, hasta el final, cuando seinterpusieron entre la Humanidad y la destrucción. Noveré ya nana más. Usted verá lo que viene ahora... No volví a ver a Susan Calvin nunca más. Murió el mes

pasado a la edad de ochenta y dos años.