74
Tercera parte: Un país mental El aire estaba cargado de polvo t mientras el sol se ocultaba, todo se cubría de una luz ambarina y cegadora. Por nuicuru: parte se veían casas ni aldeas. Sólo una tumoa blanca en la cima de una montaría, y allá en la distancia, en el lecho de un río, una hilera de pastores y de burros deambulaban por una playa de guijarros. Allí, para bien o para mal, comenzaba para el Asia Centvci. Un breve paseo por el reino hindú Eric Newby

Yo es otro tercera parte

Embed Size (px)

Citation preview

Tercera parte: Unpaís mental

El aire estaba cargado depolvo t mientras el sol se ocultaba,todo se cubría de una luz ambarina y cegadora. Por nuicuru:parte se veían casas ni aldeas. Sólo una tumoa blanca en lacima de una montaría, y allá en la distancia, en el lecho de unrío, una hilera de pastores y de burros deambulaban por unaplaya deguijarros. Allí, para bien o para mal, comenzaba paramí el Asia Centvci.

Un breve paseo por el reino hindúEric Newby

Capítulo 13

El 29 de abril de 1966, veintiséis díasdespués de que Stephen hubiera conocidoa Jerry ya Astrid en el trasbordado¿ cruzóla frontera afgana en el "autobús verde".

Supo la fecha por el sello del pasaporte.La frontera consistía en un tronco atrave-

sado en la carretera. Un soldado dormitabaen una carpa en medio de una sabanaagreste. Tuvieron que mover el tronco. Elpuesto de aduanas estaba a unas diez millasde allí, en medio de un oasis de morales, endonde miembros de algu.na tribu y policíascon uniformes raídos permanecían sentadosen cojines alrededor de un narguile.

j'¡lInck lOOjJer

El "autobús verde" fue el único vehículo en cruzarla frontera esa mañana y ninguno de los guardias seapresuró en atenderlos. Los pasajeros del "autobúsverde" se sentaron en un corredor a esperar al inspec-tor, y mientras tanto contemplaron los arbustos demoras en medio del terreno agrietado y estéril,y bebie-ron té aromático servido en tazas de porcelana china.

Cuando llegó el inspector, les selló los pasaportessin mirarlos y luego les preguntó con gravedad:

-z'Iraen hachís?-No -respondíó Ierry automáticamente.-¿No? ¿No?El inspector frunció el ceño y gritó:-Entonces deberían tener hachís. iMiren! iLes daré

hachís! iTómenlo! iEs de la mejor calidad!Levantó una bolsa llena de hachís y estalló en

carcajadas.-iBienvenidos a Afganistán! iElpaís de la libertad!

Llegaron a Herat.Era una ciudad diferente de todas las demás.Un policía de sombrero raído estaba subido en

una plataforma metálica al lado de una intersecciónvial, pitándole a un rebaño de cabras y a unas carrozastiradas por caballos o, muy ocasionalmente, a unode los cinco automotores de la ciudad.

Cuando anocheció, Stephen se sentó en un jardínenfrente de una mezquita, que olía a rosas y a hachís.Escuchó el tintineo de arneses y el sonido de cascosde caballos, mientras miles de cometas blancas se

170

YO ('s ()[ ro

elevaban por los aires, atadas a los techos de lascasas por hilos invisibles. Un chico de unos diezaños le ofreció una rosa. Un hombre tribal conturbante que iba en un caballo blanco se detuvo, lomiró y luego lo saludó con una amplia sonrisa. De]bosque llegaba el trinar de los pájaros. No vio unsolo televisor o aparato de sonido en toda la ciudad.En vez de eso había mucha paz, una paz antigua ysempiterna.

Por la noche cayó una tormenta. Desde la ventanade su cuarto, Stephen observó las siluetas almenadasde la ciudadela iluminada, mientras los rayos centellea-ban y se desataba un aguacero torrencial. Las mañanaseran soleadas y frescas, y el clima era casi ideal.

Stephen y Mary se separaron de Jerry y Rubéncuando llegaron a Herat. Ierry quería que se hospe-daran en un hotel colonial en los suburbios, que teníagrandes rejas y un jardín privado, per~ Mary queríair al Bamian, un hotel barato cerca al bazar. Stephense alegró de haberse separado de ellos. Aunque estabamuy agradecido de que Ierry y Rubén lo hubieranrescatado, la verdad es que nunca se había sentidocómodo en su compañía. El incidente del hachís ensu maleta seguía sin ser mencionado entre ellos.Muchas veces, Stephen había estado a punto de hablarsobre el tema, pero, por alguna razón, no era capazde hacerlo, y Jerry se comportaba como si nunca hu-biera sucedido nada.

Sin embargo, Stephen le preguntó a Jerry cómohabía hecho para quedar en libertad.

171

ru IJ 1C/\ L lIUl1rl

-Sólo me descubrieron un par de gramos. No eramucho lo que podían hacerme. Además, Rubén lossobornó y me liberaron. Pensé que era mejor venir aOriente y ver qué pasaba. Tuviste suerte, ¿,verdad?Esos tipos te habrían matado fácilmente y nadie sehabría enterado.

Stephen se estremeció. Ierry tenía razón. Sus cadá-veres habrían desaparecido y nadie habría sabidonada. Sin embargo, ellos habían cometido un graveerror. Se habían abrazado, llamando así la atenciónde todos en el peor de los momentos. Pero al mism.otiempo, Stephen se sintió culpable de haber huido dela escena del accidente, en donde seguramente huboheridos y también muertos. Pero tampoco habríapodido hacer gran cosa; se había lastimado y Maryhabía resultado con una muñeca hinchada, aunqueno se quejara ni hubiera pedido asistencia médica.

Cuando Ierry los rescató, quisieron salir de Irántan pronto como fuera posible y se sintieron agrade-cidos de ir en el"autobús verde", reviviendo el incidenteen sus memorias, mientras Jerry y Rubén se turnabanal volante conduciendo sin parar hasta que llegarona la frontera.

"¿Debería odiar a ]erry?", se preguntó Srephen. Lohabía engañado y expuesto a un peligro enorme, perolo cierto era que Ierry terminaba por desarmarlo. Nopodía odiarlo. Rob también tenía esa cualidad; podíaactuar con egoísmo y ser perdonado.

-Van a llenar la furgoneta de hachís para venderloen Europa -dijo Mary-. Es obvio que han venido a

172

lI! (',~(JI n!

eso. Luego Rubén lo arrestará y Ierry pasará variosaños en prisión.

-¿Crees que debería advertirle? -preguntó Stephen.Mary se encogió de hombros.-Como quieras.Desde aquella noche, cuando estaban en el hotel

iraní la relación entre Stephen y Mary osciló bastante.Habían pasado tanto tiempo juntos en autobuses,compartiendo cuartos, comiendo, y algunas veces sesentían tan cerca que parecían leerse el pensamientomutuamente. Y entonces Mary renegaba de aquellacercanía.

-Casi no te conozco -le decía y se burlaba de suacento y de su colegio.

A veces, Stephen empezaba a contarle cosas del cole-gio, pero eso era lo único que ella no parecía entender.

-¿Sabes qué? Sorprendieron a Potter y a Windhamfumando. .

-iMentiras!-Es cierto -dijo Estricnina-. Estaban escondidos

detrás de los retretes, y Beaky Williams los descubrió.Se los llevó a su oficina y les pegó.

-Eso es imperdonable -dijo Stephen.-Fíjate que no. Ese es el castigo para los fumadores.-Ya lo sé, pero no tenía que haber ido a buscarlos,

¿o sí? Otra cosa es que los hubiera sorprendido acci-dentalmente, pero nadie va detrás de los retretes poraccidente. Simplemente los estaba buscando porquequería pegarle a alguien. iQué imbécil!

17?i

l'atnck Cooper

El señor Wortle era muy diferente; nunca seescondía para sorprender a los estudiantes. Erarespetuoso yeso era lo que le gustaba a Stephen; laforma en que lo trataba como a un igual.

-Los castigos son una pérdida de tiempo, zno crees?-Ie había dicho la noche anterior, mientras le servíauna copa de vino. Es decir, como profesor yo sigo lacorriente porque se supone que tengo que cumplirmi papel, pero nadie se vuelve más inteligente ni mejorpersona porque lo golpeen, lo obliguen a escribir cienrenglones o algo parecido. Además, si te prohíbenalgo, sólo te darán deseos de hacerlo y, de hecho,cuánto más peligroso sea, más atractivo será. Comola marihuana, por ejemplo. ¿Alguna vez has fumado?

La pregunta tomó por sorpresa a Stephen: lo únicoque sabía de la marihuana eran unos artículos sensa-cionalistas que había leído en la prensa.

-Creía que era muy nociva ... que te enloquecfa oalgo parecido ...

-No, es completamente inofensiva. No es nadareciente, zsabes? De hecho, la literatura europea le debemucho. Baudelaire, Rimbaud, Coleridge fumaban ...claro que en esa época no era ilegal.Kipling la manda-ba traer de la India, y creo que a la reina Victoriatambién le gustaba. Lo que pasa, Stephen, es que creoque vivimos en una época muy puritana y muchosde los placeres de la vida han sido prohibidos, perono por ello son menos placenteros.

-¿y usted fuma, señor? -preguntó Stephen,envalentonado por el vino.

174

YO es o/ro

-Ah ... iqué puedo decirte! No podría admitirlo eneste instante, zo sí? Qué sé yo si le cuentas a alguien ...

-Yo no se lo diría a nadie -protestó Stephen.-iMagnífico! -dijo el señor Wortle-. Bebe otra copa

antes de irte. Podríamos vernos de nuevo el domingopor la tarde. Hay una iglesia normanda en Ilsefordque es una verdadera joya, me gustaría mostrártela.Podríamos ir en mi auto. Sin embargo, es mejor queno se lo digas a nadie. No quisiéramos que a ningunode tus amigos le dieran celos.

Era agradable volver a estar solo con Mary, enuna habitación con dos camas sencillas en el HotelBamian y con vista a la ciudadela.

Stephen vació sus pertenencias sobre la cama. Notenía casi nada: el accidente del autobús lo habíadejado sólo con la ropa que llevaba puesta (los jeans,la camiseta, el chaleco) y con los pocos artículos queguardaba en la bolsa: su esponja de baño. el cepillode dientes, jabón, una franela, unos calcetines y unospantaloncillos limpios, el Viaje a Otunie, el reloj de suabuelo (que se había estropeado en el accidente ysiempre marcaba las cinco y cinco), una botella conagua, un plato y una cuchara de acero inoxidable.Esas eran todas sus pertenencias, a excepción de labolsa con el dinero que mantenía colgada al cuello,algunos documentos y el fajo de billetes que le habíadado Brian por el hachís. Había vivido con muy pocodinero y el fajo todavía era grueso, pero necesitaríacomprar ropa.

l'alncK looper

Decidió vender sus jeans y comprarse unos panta-lones afganos, pues le gustaba ese estilo. También po-dría vender el reloj.Aunque había dejado de funcionar,era de una marca buena, tenía su valor y, además, nolo necesitaba.

Mary había desparramado sus pertenencias en sucama. Ella tenía aún menos cosas que Stephen.

-Me hará falta mi saco de dormir. Era de muybuena calidad; era lo único decente que tenía. Sóloeso -díjo ella.

-d-Ias escuchado esa historia de la Biblia?¿Aquellaque dice que es más fácil que pase un camello por elojo de una aguja que un rico entre al Reino de losCielos? -dijo Stephen.

-¿Y?-El profesor de Religión nos dijo que el ojo de la

aguja era la caseta de los guardias y que el camellopodía pasar por ella, pero sólo si no llevaba nada enel lomo.

Mary se rio: -Esos somos nosotros, entonces. AhíVéUT10S, Reino de los Cielos.

Stephen se acostó en su cama.-A veces pienso que Herat es el Reino de los Cielos

-dijo.Tomó el Viaje a Oriente, le echó una mirada, y se lo

lanzó a Mary, quien lo agarró con destreza.-iTómalo! Es de Ierry, pero no creo que vaya a

pedírmelo. Ya lo leí, es buenísimo.Bajó al restaurante y pidió una omelelle, pan y un té

que le trajeron en una tetera de porcelana. remendada

176

Yo ('S (JI /'(J

varias veces con estaño. Había muy pocas cosas CI1

Herat, casi todo lo reciclaban. Los afganos parecía nalimentarse solamente de estofados de cordero (que atodos los extranjeros les producía disentería), pero elpan era delicioso; eran unas tortillas inmensas hechasen hornos tandcori, que se comfan calientes.

-Hola, Stephen.Era Carl. Estaba sentado con su hermano, quien

tenía una expresión vacía y feliz Probablemente sehabía inyectado. Stephen fue a saludarlos.

-Oye, supe algo. Creo que puede interesarte -dijoCarl.

-¿De qué se trata? -preguntó Stephen, sin muchointerés. Le sirvieron su omelelle y empezó a comer. Aúntenía diarrea crónica, pero sólo le hada sentir más apetito.

-Es sobre tu hermano. Probablemente no se tratede nada, pero hay unos tipos que viven fuera de laciudad, en un templo. Llevan mucho tiempo enAfganístan y también en Kabul, así que se enteran detodo lo que sucede. Tal vez hayan visto a tu hermano.

-Cracias. Carl -dijo Stephen. Le produjo ciertoimpacto que le hubieran recordado él Rob, pero noparecía ser una pista muy sólida. Últimarnentr no habíapensado en su hermano y ya no preguntaba por él. Lamayoría de los viajeros que conoció en Herat venían,como éL de Occidente. Los pocos que venían desde elOriente pasaban rápidamente él través de Kabul.ansiosos por llegar a sus países. La última persona quedijo haber visto a Rob era aquella chica de Estambul, yeso había sido hacía mucho tiempo.

In

falrick Cooper

-Me encontré con uno de ellos en el bazar -conti-nuó Carl-, y le pregunté si conocía a un inglés llamadoRob. Dijoque posiblemente, pero que uno de sus amigosestaba mejor informado, pues conoce a todo el mundo.

-Gracias, Carl -dijo Stephen, conmovido de queCarl se hubiera tomado semejante molestia por él.

-No hay de qué. Sé lo que significa buscar a unhermano -dijo Carl. tocándole una pierna y sonrién-dole afectuosamente.

-¿Yen dónde queda el templo? -preguntó Stephen-.¿Cómo se llega allá?

Salió en una carroza hindú fuera de la ciudad, hacialas colinas desoladas que quedaban en el norte. Sedetuvo en una antigua mezquita, al lado de unaarboleda polvorienta.

-iJnja! -exdamó el conductor-. ¡Aquí!Stephen miró con aprehensión a su alrededor. El

cielo estaba completamente azul. Las colinas, ocres ydesnudas, se extendían en todas las direcciones.

El conductor de la carroza hizo un gesto, corno sifuera a esperarlo. Stephen se preocupó por la tarifadel transporte, pero más aún por estar tan solo en unparaje tan solitario.

-iBali! -exclamó.El conductor de la carroza sacudió las riendas y se

hizo a la sombra de un albaricoque.Alrededor de la mezquita había muchas ruinas

rodeadas de bosques y de mausoleos blancos, lugaresen donde estaban enterrados varios santos musul-

178

Yo esotro

manes. Unos edificios con domos bajos, de piedra ybarro, estaban todavía intactos, semiocultos en la tierra.Un hombre vestido de blanco y con un turbantenaranja salió de uno de los edificios.

-iAssalaam aleikum! -los saludó el hombre y les hizouna venia.

- vVa aleikume salaam -contestó Stephen, disfrutandodel saludo formal.

El hombre sonrió, dijo algo que Stephen no pudoentender y luego lo condujo a la mezquita. Se detu-vieron y se quitaron las sandalias antes de entrar.Una parte del domo se había caído y dejaba ver uncielo completamente azul, pero en una de las esquinashabía un mausoleo elegante y un sarcófago. Stephencomprendió inmediatamente que era un lugar sagrado.Se sentó en el piso de mármol, vio a unos gorrionesanidando en el domo y sintió algo especial mientrasel guía oraba. El tiempo parecía haberse detenido y elaire estaba cargado de plegarias.

El hombre terminó de orar, le asintió a Stephen enseñal de aprobación y le preguntó: ¿Faranji? (¿Extran-jeros?). Luego, y sin esperar respuesta, le dijo quesalieran de la mezquita y lo condujo a través de unbasurero, hasta llegar a una construcción blanca queestaba parcialmente bajo tierra y que tenía el domobastante agrietado. Un enorme pájaro azul y marrónpareció mirarlos.

-iInja! ilnja! -exclamó el anciano, haciéndole señasa Stephen para que entrara. Descendió por unasescaleras y abrió una puerta.

179

l'[[rnc!\ LUUper

En comparación con el resplandor del so], adentroestaba oscuro y Stephen casi no podía ver. Alguien ledijo con acento norteamericano:

-iOye, hermano! iven con nosotros!El anciano se hizo a un lado, Stephen bajó las

escaleras y entró al cuarto.

Cuatro jóvenes occidentales estaban sentados sobreesteras, con sus sacos de dormir arrinconados contrala pared posterior y unas ollas en un rincón. Secorrieron para abrirle campo a Stephen. El norteame-ricano extendió su mano y saludó a Stephen con unapretón de manos firme y cálido.

-Hola. me llamo Bill. Bienvenido a nuestro peque-ño paraíso.

Bill tenía un rostro amplio y amistoso y ojoscentelleantes, de pupilas grandes. 5tephen agradecióel recibimiento que le dieron.

-Me llamo 5tephen.-Gusto en conocerte. Pareces ser inglés, así que

aquí estarás bien acompañado. Gordon, Ian y Tonytambién son ingleses.

-No -dijo Gordon algo rnolesto-. Yo soy escocés.-Sí, escocés -dijo Bill-. Pero eso no importa, porque

un día van a regresar allá a tomarse toda la isla,absolutamente toda, ese es el plan, zverdad. Tony? Élva a ser el líder. Así lo hemos decidido.

Tony era un chico alto, de rostro atractivo, y elpelo le llegaba casi a la cintura. En ese instante estabaaspirando una gran bocanada de humo de una pipa

180

Yo es otro

que sujetaba con sus manos. Se recostó contra la paredy abrió la boca, como si fuera a decir algo. Giró susojos lentamente, examinando el techo del domo.

-Todo es como las olas -dijo finalmente, haciendouna pausa entre cada palabra. Luego abrió sus ojosde par en par y los miró fijarnente-. iLa tercera ola!-anuncíó-. iEso es! iLa tercera ola! -y se desplomóalegremente sobre la estera. Billle quitó la pipa.

-Creo que es más parecido al Tercer Reích -rnur-muró Ian, un joven delgado, de lentes redondos y derostro inteligente. Tenía el cabello un poco más cortoque el de sus amigos.

-Estarnos planeando el futuro del planeta -dijoBíll-. Ian no está de acuerdo con nosotros, perocreemos tener la razón, y nos vamos a apoderar delplaneta. Haremos de él un lugar más agradable paratodos. Podemos hacer que sea un mejor lugar,realmente podemos hacerlo. Sólo tenernos que soñary pensar en grande ... Oye, Stevie. dale una fumada aesta pipa. Es el mejor material que se consigue enAfganistán.

-Nunca podremos hacer nada si no organizamosnuestras ideas -gruñó Gordon.

Billlo ignoró.- Te enseñaré cómo sostenerla.Presionó la pipa, que estaba en las manos de

Stephen.

- Tienes que sujetar este trapo húmedo con los dedos,así, y luego la cubres con tu mano izquierda. Eso es. Setraía de no tocar la boquilla con los labios. Un tipo me

lR1

Patrick Cooper

dijo que el Corán prohíbe fumar, de modo que si notocas la boquilla con la boca es como si no fumaras.iQué bien! Puedes volar tanto corno quieras. Eso es loque hacernos; respiramos, sólo que el humo está ahí.

-Cállate, Bill. Deja que Stcphen fume. Propongoque a todos nos toque lo mismo -dijo Cardan, asin-tiéndole a Stephen con un ojo cerrado, y con unasonrisa un poco adusta.

-iLa tercera ola! -gritó alegremente Tony, se inclinóhacia adelante y comenzó a' hacer movimientos deolas con las manos.

-De hecho -dijo Stephen-, sólo he venido a ver siustedes saben ...

- Primero la pipa, luego las preguntas -dijo Cardancon firmeza.

Stephen miró la pipa. El hachís desmoronado erade un rojo resplandeciente y un hilo de huma se colópor su nanz.

Vaciló. Hasta ese momento, siempre había recha-zado las invitaciones, en parte debido al miedo, peroprincipalmente porque no tenía el hábito.

Bill se inclinó hacia él, le puso amistosamente unamano en el hombro y sus miradas se encontraron.

-Oye, hermano, veo que es la primera vez quefumas, pero relájate. Ya verás lo bueno que es. iAde-lante! Viajarás par lugares en los que nunca hasestado.

Billlo miró de tal forma que a Stephen le fue difícilresistirse. No quería ser brusco, especialmente cuandotodos eran tan amigables. Daría una sola fumada.

182

Yo es alro

Sostuvo la boquilla corno BilJle había indicado. sela llevó a la boca y aspiró. No sintió nada. La sujetócon fuerza y aspiró más profundo. Esa vez el narguileresplandeció con fuego y una nube de humo loenvolvió. Se indinó hacia atrás, resoplando y tosiendo.

Stephen se repuso y le pasó el narguile a Ian. Aexcepción de la tos, el hachís no le hizo mayor efecto.Se sintió calmado y presente. Miró a todos con unaamplia sonrisa.

Tony estaba casi acostado, moviendo sus ojoslentamente de un lado a otro.

-¿Qué tal una taza de té? -le sugirió Gordon-. Terelajará.

En un rincón había un samovar con una urna deplata y una lámpara de aceite debajo. Cardan sirvióel té en tazas de porcelana desportilladas que pasó alos demás. Stephen bebió con gusto. El té era amargo,pero le refrescó su garganta, pues la tenía reseca.

¿Cuál era la pregunta que había venido a hacerles?Pareció habérsele olvidado por completo.

-r.Cuanto tiempo llevan viviendo aquí? -Iespreguntó. Su voz sonaba distante, como si fuera deotra persona. ,

-Oye, esa es una gran pregunta -dijo Bill-. ¿Cuántotiempo llevamos vívíendo aquí? -pensó un momento-.Lo siento, me rajaste. Cardan te responderá, es buenopara los números, cverdad, Cardan?

-¿Qué tan larga es una cuerda? -dijo Gordon,sentado y con el té en la mano-. Pues bien, ya que lopreguntas, siete días, según los parámetros convencio-

fatnck LOOper

nales, y siete siglos, según los parametros de los mara-villosos sabios sufís que alucinan.

Una grieta en el domo dejó filtrar un rayo solardelgado y resplandecien te, en el cual flotaban partí-culas de polvo que se agitaban vigorosamente cuandoalguien se movía. Stephen las miró, tratando de seguiruna sola partícula pero no pudo hacerlo. Sin embargo,nunca había visto algo tan hermoso.

Ian le pasó el narguile a Bill.-Se acabó -dijo Bill y vació las cenizas. Limpió

cuidadosamente el narguile con un trapo.Pasó un tiempo largo, tal vez demasiado. Stephen

miró el rayo de sol que le daba a Tony en la cabeza,confiriéndole un brillo dorado a su cabello.

Billechó un trozo de hachís oscuro en un pequeñocuenco negro y lo observó.

Tony se acostó y comenzó a reírse descontrola-damente. Gordon le dio un puntapié. Tony dejó dereírse y se recostó de nuevo contra la pared.

El tiempo siguió transcurriendo. Stephen se hizouno con el rayo solar.

-Oye. Bill.¿Has visto a Dios cuando estás drogado?-le preguntó Gordon, asustando un poco a Stephencon su voz.

-Por supuesto -dijo Bill, tomando y oliendo elhachís-o Todo el tiempo lo veo aquí entre nosotros,no imporla si estoy drogado o no. Está en los árboles,en las rocas, en los ríos, en los alimentos que comemosyen nuestros desechos. Él es tú y yo, Tony y Ian. Steviey George. Está en todas partes y en todas las cosas.

184

Yu es 011'0

-Basura -murmuró Ian.-Una vez lo vi -dijo Gordon, con aire pensativo-o

Fue gracias a las chatas negras de Manali. Cara a cara,en toda su gloria.

-Dios es yo, yo soy él -exclamó Tony y comenzóa reírse de nuevo.

- Basura -repitió Ian-. ¿Por que tendrás que hablartanta basura?

- Porque estamos drogados -dijo atinadamenteBill-. Relájate, hermano. Todo está bien -encendió dosfósforos para calentar el hachís y luego desmenuzóuna parte y la puso en el cuenco. Sacó un poco depicadura de tabaco de un cigarrillo y mezcló las dossustancias con las manos.

La danza del rayo solar no había cambiado ensiglos, aunque ahora lo hacía constantemente ...

Stephen recordó que había venido a preguntar algo.No pudo saber en ese instante de qué se trataba, perodecidió no volver a fumar.

Intentó ponerse en pie. Las partículas de polvo semovían con vehemencia.

-Saldré un momento -dijo.-iVaya! -exdamo Bill.-Buena idea -dijo Gordon-. Te acompañaría, pero

estamos escondidos.-¿Escondidos? ¿De quién?-Pues de George. Si llegas a verlo, por favor, no le

digas que estamos aquí.-¿y cómo es é17-preguntó Stephen con ansiedad.-Ya lo reconocerás. No te preocupes, no te hará

185

Palrick Caopa

daño -añadió Gordon, como queriendo tranquilizarlo.-Pero si ves chicas. envialas acá -dijo Bill-. ¡Necesita-

mos chicas!Tony comenzó a chasquear la lengua. .-Deja de hacer ruido -le dijo Bill y le. dio un

coscorrón-. Eres lindo, pero no eres una chica.

Stephen abrió la puerta, y el resplandor le hizocerrar los ojos. Bill,Ian. Gordon y Tony se desvane~cieron en la oscuridad. Cuando cerró la puerta, recordoqué era lo que había ido a preguntar. Rob. Eso era.. ¿Quién era Rob? ¿Qué era Rob? ¿Dónde estaba Rob?

¿Por qué era Rob?No necesitaba responder eso ahora.A Stephen le pareció que el pájaro azul y marrón

, . í?"lo miraba y le preguntaba: "¿Por que estas aqUl.. ,Stephen no pudo responder esa pregunta. Solo

sabía que había venido desde muy lejos. . ,El pájaro voló hacia la mezquita y desapar:Clo en

medio del bosque. Stephen lo siguió con la mirada yobservó las losas. Antes le habían parecido interesan-tes, pero ahora le resultaban dramáticos. Los patronesgeométricos resaltaban y brillaban como luces deneón. En contraste con la luz del fuego, los versos delCorán, escritos en árabe, resaltaban en su negrura.

Era más de lo que podía soportar. Bajó la mirada.Se quitó las sandalias y entró a la mezquita,. con laintención de sentarse en el santuario y orgamzar suspensamientos. Pero cuando cr~zó la puerta, vio a ~nhombre (era norteamericano, sin duda alguna) qUlen

186

a pesar del calor vestía una chaqueta de aviador yunos jeal15. Su pelo era muy corto y sus ojos estabaninusualmente juntos.

Debía ser George.-Hola -dijo, aproximándose a Stephen con una

amplia sonrisa y extendiéndole su mano.Stephen le miró los pies. Tenía zapatos de charol,

semejantes a los que había vendido en Estambul.-¿No crees que deberías quitarte los zapatos? -le

dijo Stephen-. Esta es una mezquita.-iQue se vaya todo al diablo! -George dejó de reírse

y bajó su mano-. ¿Eres retardado, o qué?-No te gustaría que alguien entrara a una iglesia

con sombrero -señaló Stephen.-Yo no llevo puesto ningún sombrero -dijo George-.

De todos modos, este lugar es un desastre. Mira cómoestá todo. ¡Qué desagradable!

Stephen miró a su alrededor. El lugar estaba a lasombra y era fresco, lo que constituía todo un alivioluego del intenso calor, y aunque las losas se habíandesprendido en algunos lugares, en otros resplan-decían, mientras los pájaros revoloteaban en el domo.Los ornamentos de la tumba del santo eran escuetos,y el piso estaba recién barrido. Todo el lugar estabaimpregnado de una paz profunda y sempiterna.Nunca había estado en un sitio más hermoso.

-Estoy buscando a un norteamericano y a tresingleses -dijo George-. ¿Los has visto? Quieroencontrarlos. Salvaré sus almas.

-¿Por qué?

187

Patrick Looper

-¿Qué quieres decir?George se acercó y le hizo un gesto admonitorio

con el dedo.-No sé nada de ti, pero no me gusta tu actitud. Sin

embargo, eres joven y puedes aprender, así que prés-tame atención: no te metas con estos afganos. Estánllenos de ideas paganas, pues no leen la Biblia. Ytampoco me gusta la forma en que tratan a las mujeres.No estoy diciendo que sea su culpa. Tal vez sea loúnico que sepan, y es por eso que estoy aquí paraque aprendan algo sobre nuestra civilización. Pero sino lo hacen, que me lleve el diablo si no les doy unpar de lecciones. ¿Me entiendes? Quiero que ustedesestén de mi lado, y si no pueden ver las cosas conclaridad, tengan la maldita seguridad de que yo sí lasveo. No importa cómo, pero haré lo que tenga quehacer. Tengo el poder para hacerlo, ¿entiendes?

Se dio vuelta y abandonó la mezquita. Caminabade una manera muy peculiar; con las rodillas dobladasy los pies hacia afuera. Cuando iba saliendo, le cayóexcremento de pájaro en la cabeza.

Una vez salió, la paz se restableció en la mezquita.

El carruaje seguía debajo del árbol de albaricoque.El anciano volvió a salir de la mezquita y levantó lamano para despedirse de Stephen. Luego, en el últimoinstante, Ian salió corriendo de las ruinas.

-¿Me puedes llevar? -preguntó.-Por supuesto.Salieron para Herat.

188

Yo es o//'o

Jan suspiró.-Ya no podía soportarlo. Tengo que aterrizar, esos

tipos estén locos.El poní trotó reposadamente. EL sol ya había des-

cendi~o en el firmamento y la luz se colaba por entrelos pinos que delimitaban la carretera. Los niñoscorrían para verlos pasar.

, -Oye, vi a George -dijo Stephen-. Me preguntó endon~e estaban ustedes, pero le dije que no sabía.

-GGeorge? -preguntó Tan, sorprendido.-Sí, George. Se están escondiendo de él, cverdad?-iAh! ilíse George! No puedes haberlo visto. Él no

existe. Bill y Gordon lo inventaron. Soñaron al másignorante, detestable y arrogante de los occidentalesqu: alguien pueda imaginar y luego creyeron queestabamos huyéndole. Es una fantasía producto delas drogas, eso es todo.

El carruaje continuó por la carretera. Había unfuerte olor a pino.

-Lo cierto es que vi a alguien -dijo Stephen-. lle-vaba una chaqueta de aviador, y entró él la mezquitacon zapatos.

-No creo que fuera George -dijo Ian-. IQué extraño]Continuaron el camino y la luz se fue tornando de

un color violeta. Finalmente Stephcn recordó lapregunta que había venido a hacer. Tal vez no fuerademasiado tarde.

-¿Alguna vez te has encontrado con un inglésllamado Rob? Estuvo en Kabul hace unas pocassemanas.

189

Patricl, Coopa

-¿Rob? Sí,conozco a alguien que se llama así. Tieneun diente partido, aquí. De hecho, se parece a ti ...Podría ser tu hermano.

-Así es -dijo Stephen.-iQué bien! Espero que sea real. Si todavía está

aquí creo que puedes encontrarlo en el Hotel Noor,en Chicken Street.

190

Capitulo 14

-¿En dónde estabas? -le preguntó Marycuando entraron al restaurante.

-En un mausoleo. Creo que es la tumbade un santo -dijo Stephen.

- Te presento a Ian.Ian se sentó y miró detalladamente la

carta del restaurante.-¿Te sientes bien? -Ie preguntó Mary.-SÍ, pero tengo mucha hambre -dijo

Stephen.El chico que servía la comida se acercó

sonriente.-¿SI? -preguntó.

rarnCK l aupa

-Quiero todo -dijo Ian.El chico lo miró asombrado.-Quiero todo lo que está en la carta. Y porción

doble de algunas cosas.lVlary sonrió.-Parece qUé'llevaras una semana sin comer.-Es la sensación que tengo -dijo Ian-. Sería capaz

de comerme un caballo._Probablemente lo harás, si pides un estofado de

carne -respondió Mary.Ian miró a Mary y se rio. Era la primera vez que

Stephen lo veía reírse o sonreírse, y SLephen sintióuna ternura repentina.

Luego Jan pidió una gran cena para los tres.

No había mucho que hacer en l lerat durante lanoche. Laescasa vida nocturna ocurría en el restaurantedel Hotel Barman. Dos chicos alemanes, Thomas yDieter,tocaban guitarra, y los cigarrillos de marihuanacirculaban libremente, aunque no se veía alcohol. Unospocos jóvenes afganos fTecu~ntaba~ ell~lgar,bien fuerapor curiosidad o para practicar su Ingles., .' .."

La luz se iba a menudo y el rnesero trata lampar asde aceite.

Dieter cantaba en inglés. Su voz era suave e intensa,y con una pronunciación bastante clara. El rest~urantese calmó repentinamente. Stephen se recosto en lasilla y dejó que la letra lo envotci@. '¿onaba A~r.

/ TarnbourLne Man, una canción de Bob Dylan~La hablaescuchado antes, pero no de es~ manera. Se fundió

192

Yo es 01m

con la canción y se esfumó entre los anillos mentalesde humo hasta llegar a unos extraños paisajes internos:un lago congelado con árboles encantados yasustados. Y luego, más allá, al otro lado, una danzaen un firmamento diamantado ...

Era otra clase de poesía. Stephen nunca habíaescuchado algo semejante, yeso lo hizo estremecerse.Se sintió extremadamente cansado. Cuando terminóla canción, subió las escaleras casi arrastrándose, seacostó en su cama y se durmió de inmediato.

Se despertó pocas horas después en medio de laoscuridad y del silencio. La cortina de la ventana estabadescorrida, pero el cielo estaba bastante nublado yno se veían luces ni estrellas. Se incorporó y enrollóla almohada para poder levantar su cabeza.

-iHola! -le dijo Mary desde la cama contigua-.¿Estás despierto?

-Sf -contestó Stephen-. ¿Tú también?-No he podido dormir -dijo Mary-. Estoy despierta

desde hace horas y no he hecho más que pensar. ¿Tedrogaste?

-Fumé un poco de narguile en el templo, perocreo que no me hizo mayor efecto.

Mary se rio.-Nunca vi a dos personas tan drogadas como a

ustedes dos cuando llegaron. ¿Qué pasaba allá?-Unos tipos en una choza dedicados al narguile.

Eran amables, aunque la escena era un poco patética.Decían que se iban a apoderar del mundo para hacerloun poco mejor.

193

fatnck Laapa

-Nunca se sabe, tal vez lo hagan.-Mary ... zHas pensado en tu casa?Mary permaneció un buen tiempo en silencio.

Stephen no podía ver nada, ni siquiera su silueta enla cama, y se preguntó si ella se había dormido.

-Cuando era pequeña, no teníamos mucho -dijofinalmcnte-. No fue una época muy feliz para mí. Mipapá se la pasaba bebiendo y mamá trabajaba todoel ñempo. Yo tenía que cuidar a mis hermanas cuandosalíamos del colegio. Soñaba con tener una mascota,Creía que sería la solución a mi vida, Deseaba tenerun perrito o un gatito y cuidarlo, pero mi mamá nome dejó. Entonces conseguí un cuy; mis papás nopudieron evitar que lo hiciera, Le puse Cally: lera tandulce! Al comienzo lo llevaba a todas partes; lo ocul-taba en mis bolsillos para ir al colegio, pero un día seorinó en mi pupitre y me descubrieron, Después deeso, tuve que dejarlo en una jaula en mi cuarto, Yosabía que a él no le gustaba estar ahí. ¿A quién legusta estar encerrado todo el día? Lo llevaba al parquelos fines de semana y dejaba que corriera por entremis piernas, Luego levantaba mis rodillas, para verqué pasaba, a ver adónde se iba, Inicialmente no hizomayor cosa, permaneció sentado, olfateando, Pero lue-go salió corriendo, tan rápidamente como pudo y sefue hacia el bosque, Lo puedo ver ahora mismo, em-prendiendo carrera con sus pequeñas patitas. Intentéatraparlo, pero era demasiado rápido.

"Lo busqué toda la tarde, El parque era muy agrestey el bosque era espeso, estaba lleno de zarzas. Lo vi

194

Yo es 011'0

algunas veces, pero él seguía internándose más y mésen la profundidad de la tierra, Creo que realmente noquería atraparlo. No la estaba pasando nada bien,encerrado todo el día en mi cuarto,

-Pero no hubiera podido sobrevivir durante muchotiempo por sus propios medios -señaló Stephen.

-Tal vez no. Sin embargo, seguí yendo al parquetodos los días, pero finalmente me rendí. Pasó untiempo largo; recuerdo que era otoño, y uno podíacammar por entre montones de hojas secas. Fui alparque sólo para salir de mi casa, y allá estaba, comien-do pasto, estaba gordo y parecía feliz,

Stephen esperó que Mary siguiera contándole lahistoria, pero ella se calló.

-¿Eso es todo? ¿No lo atrapaste?-No. Me quedé mirándolo, Intenté acercarme y él

h~yó. No volví a verlo. Creo que morirá cuando co-rruence a nevar.

-iQué triste!. -Realmente no, Todos nos moriremos algún día,zverdad? Después de todo, no es más que un cuy.

Un resplandor se hizo visible a través de la ventana,seguido de un estruendo, Se estaba desatando unatormenta nocturna.

'M' ?-¿ .ary.-¿SI?

-¿Piensas regresar algún día a Irlanda?Un fuerte estruendo se escuchó con claridad y luego

se desvaneció lentamente, en algún lugar lejano, CC'1Tdde las colinas. .

~ u r I L~I\ ,",VV J-Ie,

-Sí. El camino puede llevarle a cualquier lugal~Seríaagradable ver a mis hermanas. Pero no quiero vivirde nuevo allá. Eso nunca. Yo voy hacia adelante. Es el Vúnico camino posible.

Un brazo del rayo se estrelló contra las almenas dela ciudadela, haciéndolas resplandecer a través de laventana, y un segundo después sonó el estruendo deltrueno. Iba a llover muy pronto. El sonido de la lluviaahogaría sus voces y los adormecería.

-Ian es muy agradable -dijo Mary-. Realmente esdivertido, zverdad? Me dijo que quiere ir con nosotrosa Kabul. Compraremos los boletos mañana, zestá bien?

Al día siguiente, Stephen compró los tiquetes y ["uea ver a Ierry Lo encontró en el jardín del Park Hotel.Ierry y Rubén parecían ser los únicos huéspedes. Je-rry estaba tomándose una cerveza y tenía un cigarrillode marihuana a medio armar sobre la mesa.

-Muy pronto viajaremos a Kabul -díjo-. Podría-mos llevarte.

-Gracias, pero ya compramos los tíquetes -dijoStephen.

_Entonces, seguramente nos encontraremos en elcamino. Espero que el"autobús verde" pueda llevar-nos. Está resintiendo un poco el calor. Afortuna-damente estoy con Rubén; sabe de mecánica y sedefiende con los idiomas locales.

-Hay algo que quería preguntarte -dijo Stephen.Luego se detuvo. Sabía lo que tenía que decir, perocuando fue a mencionarlo, no fue capaz.

196

ro es cu»

-Tórnate una cerveza -Ie dijo Ierry-. Quién sabeen dónde la hacen, pero por lo menos está [ría. Estees el único lugar de Herat que tiene refrigerador.. -No, gracias -replícó rápidamente Stephen-. Ierry,¿escondiste un paquete de hachís en mi mochilacuando estábamos en Estambul?

Ierry quedó desconcertado. Miró su cerveza y semordió el labio inferior. Luego levantó los ojos y miróa Stephen.

-Sí lo sé. No estuvo bien, zverdad? Realmente losiento, Stephen. No debí hacer eso, lo sé muy bien, )pero me salvaría de pasar veinte años en una cárcel ¿

en !Ul"quía. Tienes que creerme, Stephen. Sabía queno Ibas a correr ningún peligro. Sila policía lo hubieradescubierto, yo habría asumido la responsabilidad,habría jurado que había sido yo quien lo había puestoallí. No habría permitido que te encarcelaran por eso.Seguro que no, te lo prometo.

Dejó de hablar y bebió su cerveza. Stephen lo miró.Realmente era difícil no apreciar a Jerry.

Ierry lo miró por el vidrio del vaso, con su labiosuperior cubierto de espuma y una mueca sonriente.

-Bueno, ¿qué hiciste con eso cuando lo encontraste?-Lo vendí.-iBien hecho! Espero que te hubieran pagado bien.-¿Sabías que dicen que Rubén es un agente de la CIA?Jerry estuvo a punto de atragantarse con la cerveza,

pero luego recobró la compostura.-¿Rupén? Debes estar bromeando.-Alguien me lo dijo en Estambul.

197

A lItll "\.1' '- UVt''-'

-Eso es mentira. No deberías creer todo lo queescuchas. La mitad del tiempo, la gente no sabe loque dice.

-¿y la otra mitad?Jerry no respondió. Miró a una bandada de

pericos verdes que volaban ruidosamente de árbolen árbol.

-Entonces sales mañana para Kabul. .. Creo queencontrarás a Rob.

-Sí -respondió Stephen-. Me encontré con alguienque lo conoce. Incluso me dijo en qué hotel estaba.

-Eso es muy bueno -dijo Jerry. Encendió elcigarrillo de marihuana y se 10 pasó a Stephen, quienle dio un par de fumadas y se lo devolvió.

- Yo también me voy a encontrar con alguien enKabul. Adivina con quién.

Stephen se encogió de hombros. Le tenía sin cuida-do con quién pudiera encontrarse Ierry.

-iCon Astrid! Recibí un telegrama de ella. Viene aencontrarse conmigo. Tal vez podamos reunirnos. Sesorprenderá de verte.

iAstrid! El corazón de Stephen pareció detenersepor un instante. De repente, el ruido de los pericosse hizo abrumador. Se puso de pie y vio unas frutaspequeñas y en forma de estrellas colgando de losárboles.

-Tengo que irme -dijo Stephen-. Voy a encon-trarme con Mary.

-¿Cuál es la prisa, hermano? -dijo Ierry-. Puedeesperarte. Quédate y tómate una cerveza.

198

Yo es 011'0

-Nos vemos en Kabul-dijo Stephen.Comparado con lo que les había tocado anterior-

mente, el viaje a Kabul fue cómodo. Casi toda lacarretera estaba recién pavimentada, y el tráfico eraescaso. El chofer condujo sin parar, envuelto en oleadasde opio que salían de un narguile que llevaba al lado.Se detuvieron a comer en parajes de caravanas enruinas y observaron durante horas, a través de lasvent~nas polvorientas, las formas y los colorescam~Iantes de las colinas que estaban al norte, y lascordilleras azuladas en la distancia.

Hab.ían ~i~jado en un autobús "de lujo". Stephense sorprendió que Mary hubiera aceptado, pues ellaera muy CUIdadosa con el dinero, pero lo cierto eraque le había gustado la idea de Ian. Además, inclusoel autobús "de lujo" era barato comparado con losprecios oc.cidentales. No iba lleno, y durante gran partedel recorndo pudieron disponer de cuatro sillas paralos tres. Mar~ se fue al lado de Ian, charlando yfumando manhuana, mientras Stephen descansaba.Al comienzo le pareció extraño no tener a Mary a sulado; se había acostumbrado mucho a su presenciaen a~~ellos largos recorridos en autobús, aunquetambién era agradable tener espacio adicional.

Pensó en Rob.. ¿Qué pensaría cuando lo viera? ¿lo reconocería?¿Qué le diría?

Stephen permanecería en la puerta del cuarto desu hotel, con un aspecto agradable, con su camisaancha y sus pantalones afganos y le diría:

199

1'111/ le 1\ ( 00IJ('I'

"110Ja.Por fin te encontré. ¿En dónde has estadotodo este tiempo?".

y Rob le respondería:"iStephen! iNo puedo creerlo!".Rob tendría el pelo bastante largo y seguramente

vestiría ropa afgana, pero se mirarían a los ojos yStephen vería al mismo Rob, y este vería al Stephende siempre. Luego se abrazarían ...

No. Nunca antes se habían abrazado. Cuando más,Rob le daría la mano y le diría:

"Hola, hermano. Qué bueno verte. Sabía que algúndía nos encontraríamos".

Stephen continuó jugando con la idea, pero, dealguna manera, la fantasía no iba más allá delencuentro inicial. En vez de ello, se puso a recordar elpasado.

Había sido en una de las últimas visitas de Rob yestaban afuera de una tienda de bicicletas en HighStreet, aplazando el regreso a casa. Una chica pasó;llevaba unos tacones muy altos, una falda roja yapre-tada y un peinado en forma de colmena. Rob la siguiócon la mirada. Ella sabía que la estaba mirando y,cuando cruzó por la esquina, se dio la vuelta y lesonrió.

Rob miró a Stephen y se rio.-iQué chica tan linda! Oye, Stevie. ¿Yate gustan las

mujeres?Stephen se sonrojó. Tenía trece años. Había comen-

zado a estudiar en el colegio público y Rob habíaacabado de retirarse. Durante los últimos cinco años,

200

YO es airo

había e~tado rodeado sólo de hombres y de profesoresmasculinos. La única excepción era su prima Harriet,~ue le ~levaba ocho meses. Era hija única y habíanJugado Juntos desde que él tenía memoria. Había sidop~rte de su infancia, y aunque su cuerpo había cam-biado de un año para acá, así como el suyo también,no l:abía podido asimilarlo aún. Luego, durante laNavidad. cuando Stephen fue con su familia a casad: ella a tomar el té (Rob no quiso ir) y los adultosvieron el discurso de la reina en la nueva televisión acolor. Harriet lo llevó a su cuarto. Stephen había estadovarias veces allí. Estaba decorado con afiches decaballos y cantantes de música pop, y la cama teníavarios cojines mullidos. Ella puso un disco, pues tenía~u .propi? .tocadiscos y sus papás le compraban losúltimos éxitos musicales. Se sentaron en la cama, talcomo siempre ]0 hacían, mientras que Harrietparloteaba. Sólo que esa vez no charló; Jo atrajo haciaella y ]0 besó.

Stephen. se sorprendió bastante al comienzo, peroluego lo disfrutó. Le dio tristeza cuando sus padreslos llamaron a tomar el té, y quiso verla de nuevo. Enrealidad, l~ próxima vez que la vio, ya tenía novio, yella no qUISOvolver a besarlo.

Stephen no le contó a Rob ]0 de Harriet Sólo ledijo: -Sí, daro. Por supuesto que sí

. ¿Cómo podría contarle ahora lo de la "Verruga"?Sin embargo, lo haría. Tenía que decírselo a alguien, yRob era la única persona que entendería.

201

I ,~" " I \ " ••• " ~ ••

Seguro que entendería.Claro que sí.

Kabul era muy diferente a Herat. Aunque estabaen medio de la nada, era toda una capilal, con tiendas,autos, diplomáticos y mujeres educadas y vestidascon ropas occidentales. Extenuado~ luego de haberviajado dos días en autobús, se durn:l:ron en el cuartode un hotel barato cerca de la esta Clan de autobuses.Al día siguiente, Stephen se despertó muy temprano,preguntÓ la dirección del Hotel Noor, ~ue no estabalejos, y se dirigió hacia allá. Aquella manana, las callesestaban frescas y agradables. .

Stephen estaba nervioso. Después de tanto tíernpoy de tantos viajes, sintió que el,fina~ estaba muy cer~a.Claro que las cosas no eran aSI de simples. En el mejorde los casos, estaba a medio camino, y de todos modos,tenía que regresar a casa. Tampoco habí~ ningunaseguridad de que se tratara de ~ob y, de ~er el, era pro-bable que se hubiera vuelto irreconocible Y_, que senegara a tener cualquier tipo de contacto con 5tephen.

Por la forma en que le había hablado de Rob, a5tephen l.epareció que lan sabía .más de su hermanode lo que estaba dispuesto a decir .

-¿Rob? Sé quién es él, pero no es que lo conozcamuy bien. Deberías preguntarle a Bill; él te puede darmás información que yo. De cualquier modo, prontolo encontrarás.

El Hotel Noor quedaba en Chicken St~eet, una ~elas calles más frecuentadas por los extranjeros. Había

202

Yo es otro

muchos cafés, pues la clientela era numerosa. Uno deellos exhibía pasteles de chocolate en la vitrina y olíaa café.

Stephen se sintió tentado. Hacía mucho tiempo queno veía ni olía algo tan occidental. Además, no habíadesayunado, y seguramente Rob estaría dormido.Entró al hotel.

El interior era estrecho y oscuro, y las moscas seapretujaban en el techo. Dos occidentales jugabanajedrez y otro fumaba un narguile. Stephen pidió caféy pastel, y se sentó alIado de una ventana para podermirar hacia la calle.

Aunque era muy temprano, ya se veía bastanteactividad. Las gallinas y los perros circulaban conplena libertad. Tres mujeres completamente cubiertascon velos pasaron charlando alegremente. Unhombre llevaba una enorme canasta con espinacasen la cabeza y otro iba en una carroza repleta demelones. Dos ancianos estaban en cuclillas, fumandoy conversando. Un taxi cruzó la calle, pitó y se detuvomás adelante.

Stephen se sintió sin aire. Quizá fuera por la altura,o tal vez porque estaba nervioso. El pastel estaba duroyel café no era más que Nescafé en polvo. Sabía mal,y sintió necesidad de ir al baño. Al fondo del caféestaba la consabida letrina sucia con una llave deagua que goteaba a un lado, y una lata vieja ydesagradable. Ya se había acostumbrado a ponerseen cuclillas y también había dejado de utilizar papelhigiénico desde hacía mucho tiempo.

20?

Patrick Cooper

Se sintió un poco mejor del estómago cuando saliódel café, aunque estaba un poco nervioso. Encontróel Hotel Noor al cabo de pocos minutos, pero no fuecapaz de entrar y pasó de largo. Luego respiróprofundo y se devolvió.

-Sé que no está aquí -dijo mentalmente-. No estáaquí -y se dio cuenta de que, en cierto sentido, noquería que estuviera.

Entró al hotel y, sin pensarlo dos veces, subió lasescaleras. Un joven afgano estaba sentado, leyendoun libro, detrás de un escritorio.

Miró a Stephen y le dijo:-Hola. ¿Quieres un cuarto?-No -respondió Stephen-. Estoy buscando a un

chico llamado Rob.El hombre sonrió.-¿Al señor Rob? ¿Quieres ver al señor Rob? ¿Puedo

preguntarte para qué?-Soy su hermano -dijo Stephen.-iEl hermano del señor Rob! ¿Cómo te llamas?-Stephen.-Stephen ... iMaravilloso! Me llamo YussufSe puso de pie y lo saludó cálidamente.-Tu hermano estuvo mucho tiempo aquí Le enseñé

sobre nuestro gran poeta Rumi y él me enseñóLiteratura Inglesa: William Blake. WB. Yeats.¿Tambiénte gusta la poesía?

-Sí -dijo Stephen-. Pero, ¿puedo verlo? ¿En dóndeestá?

El hombre bajó la mirada.

204

Y() es o/m

-Salió hace quince minutos. Tomó un taxi é) laestación de autobuses. Va para Pakistán. No sé a qué.¿Quién quisiera irse a Pakistán, si puede quedarse enKabul? Pakistán es mas caliente que el infierno. Peroanda a buscarlo, no es demasiado tarde aún. Teconseguiré un taxi. Tal vez puedas alcanzarlo.

iUn taxi! Debió ser el que vio cuando estaba en elcafé. Yussuf lo tomó del brazo.

-ivete rápido! Seguro que le darás alcance antes deque salga el autobús.

La estación de autobuses era una edificación conun terreno lleno de baches. La mayoría de los auto-buses estaban fabulosamente adornados con biselesplateados o con diseños coloridos. Algu.nos pitabanpara recoger pasajeros; otros estaban a medio llenar,tal vez esperando a que los choferes terminaran defumar sus narguiles. Otros estaban abandonados, conlas ventanas rotas y las llantas desinfladas.

Stephen le pagó al taxista y miró a su alrededor,intentando descifrar cuál de todos los autobusessaldría para Pakistán. Los avisos en la parte delanterade los autobuses estaban escritos en un idioma quele resultaba incomprensible. Había algunas agenciasde viajes cerca de la entrada, pero ningún punto deinformación, y tal vez nadie hablaba inglés. Muycerca de él, había una multitud reunida alrededorde un autobús que estaba a punto de arrancar.Stephen corrió hacia allá.

-¿Pakistán? ¿Pakistán? -preguntó.

205

Palri.ck Cooper

Un hombre pareció no entenderle y luego señalóhacia el otro lado de la estación.

Stephen salió corriendo.El autobús era lindísimo, tenía un excelente trabajo

de pintura.-¿Pakistán? -preguntó Stephen.Pero todos estaban ocupados en despedirse y en

asegurar sus equipajes en el techo; demasiadoocupados como para reparar en un extraño chicooccidental de mejillas rosadas y sombrero afgano.

Otro autobús avanzaba pesadamente por elterreno desigual. Un hombre hizo una pausa, miróbrevemente a Stephen y señaló en dirección alautobús, el cual iba lentamente hacia ellos. Aunqueestaba lleno, la gente seguía subiéndose y se amonto-naba en el techo, encima del equipaje.

-iJalalabad! -rlijo alguien detrás de él,y luego saliócorriendo y subió la escalera que estaba en la partetrasera del autobús.

Stephen miró todos los rostros.Vio a Rob.Definitivamente, era Rob. Tenía una barba rala y

el pelo largo, sujetado con una bufanda anaranjada,pero era él.

-iRob! -gritó Stephen, corriendo detrás del autobús,aunque, con semejante bullicio, seguramente Rob nolo había escuchado.

-iRob! -gritó de nuevo.Rob se dio vuelta y le dijo algo a alguien que iba a

su lado, pero Stephen no podía verlo. Luego parpadeó,

206

IV e:> lI/1U

como si lo hubiera reconocido, y miró hacia otrolado.

Stephen se detuvo. Permaneció inmóvil y una n1..1bede polvo lo envolvió. El autobús salió de la estacióny desapareció de su vista.

207

Capítulo 15

Stephen regresó lentame~te al hoteldonde se había hospedado la nocheanterior. Estaba cerca de la estación y loencontró con facilidad. Unos pocosrebuscadores se le acercaron a ofrecerlehospedaje y heroína, pero no les prestóatención. Notaron su preocupación ydejaron de importunarlo.

Así que eso había sido todo; ese era elfinal. Sin embargo... al menos había vistoa Rob y sabía que estaba vivo.

· .. ~, ......'~ "vvi""

¿Eso era todo entonces? ¿Para eso era que habíaviajado desde tan lejos? ¿Era eso lo que iba a decirle, asu mamá? "Fui a Afganistán, vi a Rob en un auto busy él me miró ... ". . , ..

Lo había mirado, pero no le sonno. No le dIJOalchofer que se detuviera. No se bajó del au~~bLlspa~~abrazarlo. Simplemente lo miró. Lo rcconocto y desvióla mirada.

Stephen respiró profundo. Realmente detestaba aRob. Quiso que se muriera. Se lo merecía ...

Dejó de pensar en eso, pues no era cierto. Sabíaque, a fin de cuentas, no había ido hasta allá por R~b,aunque tampoco lo hubiera hecho de no ~aber sidopor él. En ese caso, ahora estaría en el colegio. prepa-rándose para los exámenes finales, devanándose l~ssesos con logaritmos y con Gramática Francesa y escn-biendo ensayos para la "Verruga".

Debería sentirse agradecido. Después de todo, Robno le había pedido que viniera.

Caminó despacio por la calle polvorienta bajo elsol ardiente. Se sintió extraño, y no sólo por Rob.Sintió un nudo en el estómago y una náusea creciente.Se arrepintió del café y del pastel.

Ahí estaba. En Afganistán. En un lugar del queescasamente había oído hablar unas pocas semanas atrás.Entrecerró los ojos y vio imágenes de campos verdes,camas suaves, comidas calientes y sanitarios limpios.

¿Cómo regresaría a Inglaterra? Podría tomar unavión. La idea se le hizo súbitamente muy atractiva.Después de todo, había un aeropuerto en Kabul. Si

210

Yo es 011'0

Astrid iba a llegar, él podría irse. Llamaría a sus padresy les pediría dinero.

Aunque el salle estaba quemando la espalda, sintiófrío de sólo pensarlo. Nunca les había enviado eltelegrama a sus padres. Quiso hacerlo varias veces,pero por una u otra razón, nunca lo hizo. No sabíanen dónde estaba. Quizá estuvieran enloquecidos ypreocupados hasta los tuétanos por él.

Era tan malo como Rob, o peor aún.¿Debería llamarlos, pedirles perdón y regresar a

casa con la cola entre las piernas? Al menos, Rob nohabía hecho eso.

¿y qué si sus padres se negaban?Stephen estaba ardiendo, y el resplandor le hería

la vista. Debía estar enfermándose. Quizá estuvieraun poco insolado. Afortunadamente no estaba lejosdel hotel y; de todos modos, Mary lo cuidaría. Ellasiempre sabía resolver cualquier situación .'

Entró al hotel. se dirigió al restaurante y pidió unté. Se preguntó en dónde estaría Mary. Tal vez haríamejor en irse a su cuarto y ver si estaba despierta.Pero, a fin de cuentas, no quería regresar allí. Seríamejor que se fueran al Hotel Noor, en donde se habíahospedado Rob. Estarían más cómodos allá, en unahabitación doble. Además, parecía un lugar agradable.

Bebió el té; era fuerte, dulce y reconfortante, y sesintió un poco mejor.

Mary llegó con Ian.-iHola! ¿Qué ha pasado? -dijo Mary.-Vi a Rob -respondió Stephen.

211

Patrick Looper

-zl.o viste? ¡Qué bueno! Entonces, ztodavía está enel Hotel Noor?

-No. Se fue para Pakistán. Lo vi en una de lasventanillas del autobús, pero ya había arrancado. Esofue todo.

Mary se sentó a meditar sobre lo que le había dichoStephen. Luego se inclinó y le tocó la rodilla consuavidad.

-No te preocupes. Volverás a verlo, más adelante ...-No se trata de eso. No quiero volver a verlo. Supo

muy bien que lo vi y no intentó bajarse del autobús.Ni siquiera me sonrió.

-Debió sorprenderse bastante, luego de verte enesas circunstancias -dijo Mary.

Sin embargo, ella no lo estaba escuchando; por lomenos no como lo hacía anteriormente. Tenía su menteen otra cosa.

- Bueno, nosotros también te tenemos una sorpresa-continuó ella.

Miró a lan y le sonrió. Ella sonreía con frecuencia,pero no de esa manera. Era una sonrisa radiante. Ianle tomó la mano y se la apretó.

-Ian y yo ...Stephen tuvo una fuerte sensación de déja VLl. Supo

lo que seguía, lo que le iban a decir, el orden de laspalabras, la entonación.

-Ian y yo vamos a tomar una habitación para losdos. Queremos estar un tiempo solos. No te importa,Stephen, zverdad? Lo que sucede es que... nosgustamos mucho.

212

Yo es 011'0

Ella miró a Ian y volvieron a sonreírse.Stephen sintió un vacío. Le palpitó la cabeza y le

dolió el cuerpo, pero también sintió un desapego inex-plicable.

-¿Qué diferencia hay en que me importe o no?-preguntó.

Pero Mary y lan estaban demasiado ocupados ensonreírse mutuamente como para molestarse enescucharlo.

"iKabul! Verás que te dará diarrea cuando llegues".Eso era lo que le había dicho Carl en Teherán.

Hizo lo que tenía que hacer. Se fue para el HotelNoor y se alojó en una habitación sencilla. Tal vezfuera la misma habitación en la que se había hospe-dado Rob, pero no le importó eso ni lo de Mary. Po-día irse con Ian si eso era lo que ella quería. Era suproblema. No la necesitaba. Ni siquiera le dijo endónde se hospedaría.

Se recostó en la cama.Luego se levantó y fue al baño.Cerró la puerta, e inmediatamente sintió unas

fuertes punzadas en el estómago. Se bajó los panta-lones y expulsó un chorro completamente líquido yvomitó tan fuerte que chocó contra la pared.

Perdió la noción del tiempo y del espacio. No pudopensar en nada. Se puso en cuclillas, apoyó la cabezaen sus rodillas, cerró los ojos y una sucesión de espas-mos se apoderó de él, vaciándole el estómago y losintestinos.

215

Fatrick Cooper

Pasó mucho tiempo antes de que fuera capaz deabrir los ojos y Juego se arrepintió de haberlo hecho,Las paredes de cemento y el piso estaban llenas devómito, El sanitario consistia en un círculo de cerámicacon un hueco en el centro y un par de plataformaselevadas a los lados para asentar los pies, Estabarelativamente limpio antes de que él lo usara, Tenía unallave de agua y una lata, así como un pequeño lava-manos con jabón: todo un lujo, Se levantó sin saberqué hacer y roció agua con la lata lo mejor que pudo,Luego regresó al cuarto apoyándose en las paredes,

Tenia los pantalones sucios, Se los quitó, los arrojóa un rincón y se puso los otros, Estaba temblandootra vez de frío y sintió una debilidad inusuaL Habíados cobijas en la cama, Se cubrió con ellas y se durmió.

Lo despertaron las punzadas estomacales y seapresuró al baño, Llegó justo a tiempo, El dolor erainsoportable, pero la evacuación fue menos abundantey pronto le dieron arcadas,

Las punzadas desaparecieron con lentitud, deján-dole un sabor desagradable en la boca y una extrañalevedad en la cabeza,

Supo que tenía que beber líquidos, Iría al restau-rante y pediría té, Se aferró a esa idea y atravesó elcorredor rumbo al restaurante,

Cada pocos pasos se detenía para tomar aliento,Las luces giraban a su alrededor, pero al menos habíandesaparecido las punzadas,

El restaurante estaba vacío, así que se dirigió a lacocina, Estaban preparando un estofado de cordero,

214

ro es enro

pero el olor le dio náuseas, Lepidió un té al chico quehacía las veces de mesero, quien lo pasó de una ollaa una tetera, Stephen se sentó a beber su té, el cual localentó y le quitó el sabor desagradable de la boca,Luego se fue camino a su habitación,

Entró al baño y vomitó el té,Estaba temblando de nuevo, Regresó a su habita-

ción y buscó en su bolsa, Tenía una botella plásticacon un poco de agua esterilizada, aunque rancia, Bebióun pequeño sorbo, sólo para humedecer su boca y lapuso alIado de su cama, Sacó el plato, se cubrió conlas cobijas y se quedó quieto,

Creyó que se le iba a estallar la cabeza, pero respirósuavemente y sintió cierto alivio, Era mejor no moversemucho, Permaneció así durante un largo rato y luegose quedó dormido.

Estaba oscuro cuando despertó. Había una luz en-cendida en el corredor. Escuchó el bullicio que llegabadel restaurante. Se sentó y sintió deseos de vomitar.Llegó al baño con una rapidez sorprendente y se pusoen cuclillas. La sangre de la cabeza parecía habérselesecado, Respiró con dificultad, Lo asaltaron las punza-das estomacales y se quedó en cuclillas durante muchotiempo, respirando el aire fétido y sintiendo hilos denáusea deslizándose por su columna vertebral, Luegosintió una sensación de alivio; expulsó un chorro deaire y de líquido, Las arcadas desaparecieron

Por lo menos esta vez no había ensuciado tanto,Regresó a su cuarto, se acostó, bebió un poco de

agua y se durmió otra vez.

215

HUI LL/\ l..UUl'LI

Aquello se repitió varias veces. En la siguiente oca-sión, la luz del corredor estaba apagada y el restauranteen silencio. Sin embargo, escuchó que algún huéspedestaba tocando guitarra. Se hizo tarde y todo q~ledósumergido en el silencio y en la oscuridad. Le dieronarcadas, pero no vomitó nada, aunque pudo defecarun poco. Miró la letrina y vio glóbulos de sangre ymucosa.

Se preguntó si moriría. No le asustó pensar en e~o.Al contrario, le produjo cierta paz. "Expirar a med!a-noche sin sentir dolor". Había leído eso con el senorWortle. Era Keats. un poeta que se había muerto joven,que "había despertado del sueño. de la vida". EraShelley, que también había muerto Jove~. ~ero ya porlo menos no sentía mucho dolor, o qUlza fuera quese sentía diferente, corno si aquello le estuvierasucediendo a otro organismo que él estuvieraocupando temporalmente. flyoes otro". ¿,Quién habíadicho eso? Era cierto.

Pensó brevemente en su mamá. Luego ella se hizodifusa, distante y se desvaneció en la bruma mental.

Sevio a sí mismo ponerse de pie, quitarse los panta-lones lavarse las manos, abrir la puerta del baño, ce-rrarla. abrir la puerta de su cuarto, entrar en él. cerrarla puerta, echarle seguro, bebe~. un sorbo de agua,acostarse y cubrirse con las cobijas

Se vio a sí mismo dormir."Yoes otro".

216

Yo es 011'0

Unas fuertes punzadas lo despertaron muy ternpra-no en la mañana. Se sentó en la cama, pero no tuvofuerzas para caminar, así que se arrastró hasta el baño.

La puerta estaba con seguro. Había alguien adentro.Se arrastró de nuevo a su cuarto, recostó su cabeza

en la cama y se agarró el estómago. Intentó vomitaren su plato, pero sólo le salió un poco de flema. Nopudo controlar su intestino. Desesperado, se fue a unrincón del cuarto y se puso de cuclillas sobre elpantalón que ya estaba sucio.

Permaneció despierto, completamente inmóvil,viendo cómo la luz exterior era cada vez más brillante.Vio un árbol y un pedazo de cielo. El árbol estaballeno de urracas. Varias cometas pequeñas y blancasque se habían desprendido de algunos techos adorna-ban el cielo.

En un patio lejano, una mujer le gritaba estridente-mente a sus hijos y ellos le respondían de igual manera.Un perro ladró y un gallo cantó a destiempo.

Una gran cantidad de moscas se había asentadoen el techo, y especialmente en los pantalones deStephen. Cuando no tenían otra cosa que hacer, revo-loteaban alrededor de su nariz. Un ventilador colgabadel techo. Podría haberlo prendido para espantar alas moscas, pero no le pareció que tuviera sentido.Ellas también tenían derecho a estar en paz.

Era un lugar agradable. Toda la vida estaba allí yStephen no quiso estar en ninguna otra parte.

217

Palrick Coope}"

Alguien tocó la puerta a mitad de la mañana.Luego de un gran esfuerzo, Stephcn logró decir:-iAdelante!

Era Yussuf el afgano que conocía a Rob. Se acercóa la cama y lo miró con ansiedad.

-¿Estás bien?-Más o menos -dijo Stephen.Poco después regresó con Thomas, uno de los

alemanes que había conocido en el hotel de Herat.Thomas observó a Stephen; sus ojos reflejaban

preocupación.-¿Cómo te sientes? No te ves muy bien.- Tengo diarrea -rnurmuró Stephen. Su voz pareció

abandonarlo.-Este hombre es un doctor -dijo Yussuf-. Es muy

inteligente.-No me he graduado todavía -díjo Thomas, pero

a Stephen no le importó. En cambio, se alegró de queestuviera allí, que se interesara por él y que tomaradecisiones. Miró a Thomas y vio un rostro lleno deamabilidad. Miró a Yussuf y vio la misma expresión.

Era un extraño para ellos. ¿Por qué razón seinteresarían por su bienestar? Sin embargo, lo hicieron,y con sinceridad. Eso le pareció tan ~xtraordin~rio,tan hermoso, que se le salieron las lágrimas. Gracias aellos sintió deseos de vivir.

Yussuf trajo un vaso de agua caliente de la cocinay Thomas le puso algo.

-Bebe esto.El olor le pareció insoportable, pero hizo un esfuer-

218

ro es 01/'0

zo y bebió el remedio. Era salado y dulce al mismotiempo y le alivió la resequedad picante que sentía enla parte posterior del paladar. Bebió la mitad del vasoy se recostó satisfecho. Luego vomitó. Thomas le pasóun recipiente.

-Sigue bebiendo. No te preocupes si lo vomitastodo. Y descansa. Regresaré en una hora.

Stcphen siguió las recomendaciones. Lo que fueraque Thornas le había dado le hizo efecto y pronto sesintió mejor. Las punzadas se hicieron más leves y notuvo necesidad de ir al baño.

Permaneció en cama, durmiendo y escuchando lossonidos que llegaban desde afuera. Era una tardecaliente. Thomas prendió el ventilador para espantarlas moscas.

El tiempo transcurrió en pequeños intervalos.5tephen recordó que sus pantalones estaban en el

mismo lugar en donde hizo sus necesidades la últimavez. Los vio desde la cama. Parecía como si estuvierancubiertos de pasas, pero él sabía que eran moscas. NiYussuf ni Thomas los habían visto. Tal vez era untema muy desagradable como para mencionarlo. Laluz se desvaneció. Thornas le llevó agua caliente conlimón y se sentó en la cama mientras Stephen se lobebía.

- Tienes disentería -le dijo-o No creo que sea cólera.La disentería es muy común en Kabul. Pero te vas arecuperar, siempre y cuando bebas líquidos. Te daréunas pastillas.

Cuando Thomas se fue, Stephen se levantó de la

219

Patrick Cooper

cama, contento de poderse mantener en pie de nuevo.Recogió sus pantalones y las moscas volaron. Lo~re-visó. Aunque estaban sucios, no tenían sangre m ex-crementos. Simplemente tenían unas manchas colormarron. Olían mal, pero no demasiado. ¿Cómo eraposible? iLas moscas! Se habían comido los excre-mentos. iClaro! ¿y qué hacían después? Seposaban enlas caras de las personas, en las carnes del mercado yen las tortas de los cafés.

Volvió a dejar los pantalones en el rincón y semetió otra vez en la cama.

Dos días después se sintió lo suficientemente biencomo para ir con Thomas y con Dieter al resta~rantey pedir una omelette pequeña. También tuv.o alientospara hablar de poesía con Yussuf un estudiante de laUniversidad de Kabul que trabajaba por horas paraganar dinero, pero también para mejorar su inglés,que era casi impecable. A Yussuf le gustaba hablarcon todo el mundo.

-Lástima que no hayas podido alcanzar a tu hermano-le dijo a Stephen-. Es un chico interesante.

Stephen sabía que Yussuf podía darle más informa-ción, pero no quería saber nada. ..

-Sí él tiene su vida y yo la mía -fue todo lo que dijo,Yussuf asintió y sonrió, como si hubiera entendido.

Stephen se quedó poco tiempo en el restaurante.Yano sentía punzadas ni náuseas, pero estaba agotado.Permaneció la mayor parte del día acostado en lacama, viendo girar las aspas del ventilador y percibien-

220

ro es 011"0

do los sonidos y olores que, al igual que las moscas,se filtraban por la ventana de su habitación.

Estaba otra vez solo. Mary estaría con Ian en algúnlugar. No sabía que estaba enfermo, pero no impor-taba, porque él siempre había estado solo. En su casay en su colegio¡ siempre había permanecido dentrode una burbuja, a través de la cual observaba todo ypor la que los demás echaban una mirada de cuandoen cuando. También se hubiera sentido solo en Francia,incluso más que en Afganistán, en donde lo invadíael bullicio infantil, el canto de los pájaros, el aromadel polvo, de las especias y del heno rancio, formandoparte de él.

Pensó en el pasado. ¿Habría alguna ocasión en laque sus propios padres no le resultaran parcialmenteajenos?

¿.Cuál era su primer recuerdo?Se acordó de un picnic, una colina, un riachuelo y

unos helechos tan altos que parecían envolverlo. Habíadesaparecido en aquella selva de helechos¡ de otrasplantas pequeñas y de insectos. Continuó avanzandopor los helechos que le cubrían su cabeza y que escasa-mente se mecían cuando él se movía. Una alondracantaba.

Se sentó."Nadie podría encontrarme", pensó.No supo cuánto tiempo pasó, pero después de un

rato escuchó que lo estaban llamando. Permanecióinmóvil. Sabía que si se quedaba quieto, sería invisible.

Rob corría y gritaba emotivamente. Su mamá lo

221

1rrrr 11/\ L l'l/f'n

estaba llamando con cierto aire de desesperación. Amuy poca distancia de él, escuchó que su papá decía:-Hace un. minuto estaba aquí. No puede estar muylejos.

Stephen se levantó, apartó los helechos con susmanos y exclamó con orgullo: -iAquí estoy! -y sumamá corrió hacia él, lo abrazó y lo atrajo hacia ellay él se sorprendió, porque estaba llorando y su vozdenotaba rabia.

-iNo vuelvas a hacer eso! -le dijo, tomando aire-.íNunca jamás!

El ventilador giraba. El día se volvió noche y lanoche se volvió día. Se sintió con más fuerzas. Se fuea la ducha. Enjabonó y escurrió sus pantalones comoMary le había enseñado. También lavó su camisa.Luego, y de manera casi automática, se duchó.

Se miró el cuerpo y sonrió. Estaba muy delgado.íCómo lo hubiera reprendido su madre! Pero a él legustó su nuevo aspecto.

Salvo por su piel rosada, parecía un afgano.Se acostó en la cama. Era 10 más recomendable. A

pesar de las medicinas que le había recetado Thomas,todavía no estaba preparado para hacerle frente aAfganistán, ni al futuro que le esperaba. Pero prontolo estaría.

222

Capítulo 16

-¿No te apetecería comerte un deliciosoplato? -Ie preguntó Thornas-. Ven connosotros al restaurante Khyber.

A Stephen le pareció muy lujoso: teníauna fachada de concreto y cristal, conbanderas y meseros vestidos con libreas. Elinterior era de estilo occidental, con unmostrador grande de acero inoxidable y lasmesas estaban recubiertas con láminas defórrnica. Los precios eran muy baratos yestaba lleno de occidentales: diplomáticos,hombres de negocios, algunos típicosturistas y muchas personas que había vistoen sus viajes.

Palrick Looper

Vio a Martín, con su pelo rojo y largo. Tambiénvio a Carl y a Andreas.

Stephen fue a saludar a Martín.-Hola -le dijo Martín-. iLlegaste hasta acá!-Sí. Oye, de acuerdas del dólar que te presté ... ?-Claro que sí -dijo Martín, y sacó un fajo de billetes

del bolsillo interior de su chaleco-. Gracias, hermano.Realmente me sacaste de un apuro.

Le sonrió a Stephen, dejando entrever sus dientespodridos.

Era la primera vez que Stephen salía del hotel luegode su enfermedad, y al comienzo, todo le parecióabrumadoramente opulento. Había toda clase decomidas en el mostrador: hamburguesas, perros ca-lientes, pizzas, café expreso, pasteles de manzana. Perosentía repulsión por la comida occidental desde quese enfermó. Pidió un plato con albóndigas y arroz, yse sentó con Thomas y con Dieter.

Estaban hablando de visas. Saldrían para la Indiaen pocos días, a través de Pakistán, y necesitaban tenertodos los documentos en regla, lo cual no era nadasencillo.

Aunque eran alemanes, hablaron en inglés paraque Stephen pudiera entender. Era un gesto amable,pero él no estaba muy interesado en la conversación.El futuro para ellos estaba en otro país y él estaba enAfganistán.

y súbitamente vio a Astrid. Estaba al otro lado delrestaurante, de espaldas a él, pero inmediatamente lareconoció por su cuello. Estaba sola.

224

HJ Cj Ulru

-Disculpen -les dijo a Thomas ya Dieter-. Acabode ver a una amiga. Iré a saludarla.

Se levantó y fue donde ella.

-iHola!. Ella lo miró y le sonrió. Siguió sonriendo y su son-

nsa se hizo más amplia, como si no pudiera evitarlo.-iStevie!Estu_voa un paso de saltar y de abrazarlo, pero

record o que estaba en Afganistan y sólo le dio la mano.Stephen se sentó.-iHola! Jerry me dijo que estabas aquí. Te hemos

estado buscando. ¿En dónde te habías escondido?:Est~ba el~fermo -respondíó Srephen-. Creo que

tema disentería. Es prácticamente la primera vez quesalgo del hotel desde que llegué.

Tampoco pudo contenerse y sonrió. Ella estabamás hermosa que nunca. Tenía puesto un vestidobordado de color blanco, un chaleco pequeño y unabufanda de muselina con hilos de plata.

-Estas delgado, pero te ves bien -le dijo ella.Astrid continuó mirándolo sin soltarle la mano. Él

se la apretó un poco y luego retiró la suya.-¿Dónde está Jerry?Ella hizo una mueca.-Tuvo que irse de negocios. Ya sabes cómo es él

siempre está yendo a algún lugar. Se fue a las montañascon Rubén.

-¿A conseguir hachís?Ella se rio.

225

nW'lCK UJU/)tr

-Oye, Stevie, aprendes rápido, ¿verdad?-¿y te dejó sola? , ,-Sí, pero sólo por un par de días. El sabe que a rru

no me gustan esos enredos. Me asustan. Pero meencanta Afganistán. Es maravilloso, ¿verdad?

-Herat me gustó -dijo Stephen-. Pero es muy pocolo que he visto de KabuL "

_¿y qué hay de tu novia? -le pregunto Astnd.-¿Novia?-Ierry me dijo que estabas viajando con una chic~.-Ah. te refieres a Mary ... -pensó qué tanto decir

¿Sería que Jerry creía que dormían juntos?- .. Enrealidad no estamos juntos; se fue con un chICOllamado Ian antes de que me enfermara. Ni siquierasé en dónde está.

-Pobrecito ...-Realmente no -respondió él.

Salieron juntos del restaurante. Dieter y Thornas lomiraron admirados cuando les presentó a Astrid, ysintió que lo siguieron mirando cuando salieron delrestaurante.

-Vamos a mi hotel -dijo ella y lo subió a un taxi.Circundaron lentamente la plaza. En el centro había

una fuente hermosísima. El techo de un palacio brilla-ba a la luz del sol en uno de los costados y en el 011'0,

varios vendedores de alimentos habían improvisadoun mercado en un edificio en obra negra. Astrid lesonrió. Él se recostó en el asiento. Se sentía feliz ylleno de paz. Era la chica más linda del mundo, y él

226

JlI rJ vIra

estaba con ella. Además, Ierry estaba demasiado lejos,probablemente drogado en alguna aldea afgana.

El taxi los condujo a los suburbios del norte. Era elsector más lujoso de la ciudad, con villas ocultas detrasde los árboles, protegidas por perros guardianes ymuros elevados. Era como estar en Europa, de no serpor la gran masa marrón de las montañas y por laextraordinaria calidad de la luz. Stephen vio una bi-blioteca del Concejo Británico. Seria agradable pasarun día allá, entre libros y voces inglesas. Llegaron alhotel de Astrid. El taxista esperó una buena propinay ella no lo decepcionó.

5tephen se sintió sucio tan pronto se bajó del taxi.Era cierto que Astrid se vestía al estilo hippie, pero lohacía con gusto y elegancia. Severía bien en cualquierIugar mientras que él... Reparó con ansiedad en suspantalones afganos para ver si estaban sucios.

Astrid notó que estaba incómodo.-No te preocupes. Te ves bien, y de tod~s maneras

nos vamos a divertir.Entraron al lobby y el recepcionista, vestido de traje,

le entregó las llaves.-¿Podrían subirnos té y algunos pasa bocas? -Ie

pidió ella.Subieron por una escalera de mármol. Astrid abrió

la puerta de su habitación y le dijo a Stephen queentrara.

-Es lindo, ¿verdad?Realmente lo era. Elpiso estaba cubierto por gruesas

alfombras afganas y las paredes con tapices. La cama

227

rarrwc LUUJlrr

estaba en un cuarto separado, y había una mesa bajay tallada, rodeada de cojines grandes. Unas ventanasfrancesas daban a un balcón con vista a un gigantescoárbol de moras.

Se respiraba un aroma a almizcle y a rosas.Astrid se tumbó en un cojín. La opulencia del lugar

le produjo a Stephen cierta timidez. Sintió una picazóncerca de su ingle (probablemente era una pulga) yquiso rascarse, pero no se atrevió.

Astrid le sonrió y se acarició el pelo.-¿Qué has hecho en todo este tiempo? -le preguntó

ella.Por un instante, Stephen no supo qué responder.

¿Cómo podría mezclar a esa princesa con los acci-dentados viajes en autobús, con las pequeñas satisfac-ciones de encontrar una botella de leche o un pocode avena en polvo en alguna tienda, con la dulzurade las frutas o con la suciedad de los sanitarios? Luegorecordó la persecución de que había sido objeto enIrán y la familia que lo había salvado. Esa era unahistoria que podía contarle.

Astrid lo escuchó atentamente.- Me haces sentir como una persona tan aburrida

-dijo ella-. Has tenido muchas aventuras, Stevie.Había algo en la manera en que ella decía su

nombre que lo hacía estremecer.Les llevaron el té, servido en tazas de porcelana,

acompañado de nueces y galletas.-¿y tú? -Ie preguntó Stephen-. ¿En dónde has

estado?

228

JI! ('.~ PI I II

-En Alemania. Es muy aburrido. Pero a veces measustan las actividades de Jerry, así que cuando sientoque corro peligro, simplemente me marcho. Perosiempre regreso a su lado.

Ella suspiró, se sonrió y lo miró fijamente.-Estoy tan contenta de verte. Te ves muy bien.

Quedé muy preocupada por ti cuando me fui deEstambul. Quería que estuvieras bien. Pero eres muyvaliente, zverdad que sí?

Stephen se encogió de hombros. No se creíavaliente. Había viajado con Jerry y luego con Mary;eso era todo. Pero tampoco quería contradecirla.

-Me recuerdas a Rob -dijo ella-. Pienso en élcuando veo tus ojos. ¡Son tan azules! iQué azul máslindo! Ya sabes que alguna vez vivimos juntos, enuna isla española.

Ella hizo una pausa. lba a continuar, pero Stephenmiró a través de la ventana, en donde unos pericospicoteaban las moras del árbol. Stephen no queríasaber nada de Rob.

Ella sacó una caja pequeña y esmaltada de su bolsoy un paquete de cigarrillos.

-¿Nos fumamos un cigarrillo de marihuana? Meimagino que ya fumas, ¿o no? Recuerdo que alprincipio no fumabas, pero todo el mundo fumaen Afganistán. Aquí todo es diferente. Es otromundo, en donde nuestros sueños se vuelvenrealidad.

Ella sacó un pedazo de hachís y lo desmenuzó enla palma de su mano.

229

nll.rLu\. L.UlJ}:'tI

Stephen la observó, y de repente, quiso s~bermuchas cosas acerca de su hermano, que era casi u~extraño. ¿Qué sabría Astrid de él? ¿Cómo lo habna

conocido? , ?-¿Cómo estaba cuando ... estuviste con el.-¿Rob? Estaba un poco loco. Se parece u ti, pero

no realmente. Él es duro y tú eres suave. De todosmodos, es muy agradable. Estaba tomando muchoLSDy cantaba con unos norteamericanos e~,un g~~p~d ,. ck' Lo h·~CI'·3.como pocos También escribíae mUSlCaro. ci C . . .

canciones. Eran extrañas, pero a todos nos encantaban.¿Pudiste encontrarlo? ". ,

_Estuvo aquí, en Kabul. Pero ya se fue. Lo perdípor poco.

- Lástima -dijo Astrid.-Realmente no me importa -dijo Stephen-. No

estoy aquí por él sino por mí. . .Fumaron. Se miraron a los ojos. Los de Astnd ~ran

transparentes, su sonrisa era una puerta a una tierraprohibida. . , .

Stephen tuvo la misma sensacion de SIempre.-¿Podría ducharrne?-Claro. Te encantará. . .Ella le ofreció su mano para que se pusiera de ~le.

Sus cuerpos se rozaron y él sintió su olor. QUlS~abrazarla, pero no era el momento adecuado. Se sentíademasiado sucio. .

Ella lo llevó hasta el baño. Era muy lUJOSO, conazulejos verdes y azules, jabón perfumado, un lavama-nos con agua fría y caliente y una ducha en el centro.

230

Yo es o/ru

Puso su ropa en un rincón y se metió en la ducha.Se enjabonó el cuerpo, cerró los ojos y dejó que elagua caliente se deslizara por su piel, que le limpiarasu suciedad, su enfermedad, sus pensamientos.

Abrió los ojos y vio Astrid. Estaba a su lado,mirándolo, con una botella de aceite en la mano.Estaba desnuda y entró sonri.endo; el agua de la duchale mojó la cara, el pecho y el vientre.

Stephen se acercó y la besó. Parecía lo más naturaldel mundo.

- Traje aceite -dijo ella en medio de los besos-.Pensé que te gustaría un masaje.

Él se acostó en el piso y ella le puso aceite en todoel cuerpo. En el jardín, alguien tocaba música afganacon una flauta, y ciertos sonidos semejaban el cantode los pájaros.

Ella le besó la espalda con mucha suavidad, tocán-dosela apenas con sus labios. Luego le dio vuelta. Élmantuvo los ojos cerrados. Tenía miedo de abrirlos,por temor a que fuera demasiado, a que todo sedesintegrara, a morirse de tanto placer. Puso su menteen estado neutral y sus párpados jugaron con lucesde colores.

Ella se acostó a su lado.-iStevie ... ! -susurró.Él se dio vuelta con los ojos todavía cerrados y sus

bocas se encontraron.-Stevie -volvió a susurrar después de un rato-.

'E . 7e s tu ... pnmera vez.Stephen abrió los ojos. Estaba a su lado. Era más

231

1'f1// 1('/\ l nopa

bella de lo que había imaginado. Pero era una chica,tan sólo una chica. No una princesa ni una diosa.

-Sí -susurró él. Luego quedó petrificado por lamentira y por el recuerdo que le traía.

-¿Qué te pasa?-No sé ...¿Debería contárselo y arruinar ese momento tan

sublime? Sin embargo, ya todo estaba arruinado.Astrid se distanció un poco y lo miró, escrutando

sus ojos. Le apretó la nariz.- Te quiero tanto, Stevie. No sé por qué. Eres tan

hermoso, tan ... inocente. Nunca deseé tanto a nadie.-Yo tampoco -dijo él. Pero ya estaba tragándose el

dolor.-No deberíamos enamorarnos, Stevie. No debería-

mos hacerlo. Porque yo siempre regreso con ]erry.Siempre.

-Sí -respondió él-. Tienes razón. Es mejor que mevaya.

No podía decírselo. No era capaz.Ella lo abrazó y se besaron. Permanecieron abraza-

dos y desnudos, acostados en el piso de azulejos.Como solía ocurrirle, se le vino a la mente una

frase de un poema que le había enseñado la "Verruga"Aunque no quiso, recordó la frase.

Apártate de ese beso funesto,Pues se apodera de las almas para hacerlas desaparecer.Stephen se desprendió de ella casi con brusquedad,

se secó rápidamente y se puso su ropa sucia. Queríairse y salir de ese cuarto sin mirar atrás.

232

Yo I'S otro

Pero se dio vuelta.Astrid estaba sentada. ¿Estaría mojada por el agua

de la ducha, o estaría llorando? Ella intentó sonreír.-Es mi culpa. Me gustada que te quedaras ... Po-

dríamos hablar.-No -dijo Stephen-. Fue culpa mía ... No me siento

preparado ...-Lo sé.Stephen la miró durante un largo rato, cautivado

por la belleza de sus ojos.-Gracias -dijo él-. Te amo, Astrid.-Yo también te amo, Stevie.y luego, sin siquiera saber a qué fuerzas estaba

obedeciendo, ni qué clase de locura 10 estaba alejandode ella, salió disparado.

Tú, fantasma, vele por ese lado, que yo me irépor este.Atravesó la habitación, bajó las escaleras y pasó

por la recepción. .y permítenos olvidar nuestro día más feliz.

Stephen caminaba. No sabía lo que hacía, simple-mente caminaba. No sabía lo que había acabado dehacer ni por qué, sólo sabía que tenía que seguir cami-nando, hasta que la vergüenza, la rabia y la pasiónque sentía lo condujeran hasta el final de dondequieraque estuviera yendo.

Los elegantes suburbios dieron paso a casas de barro,en donde los niños se amontonaban en torno a él.Stephen no les prestó atención. Cruzó una calle, vioun camino que conducía a las montañas y lo siguió.

rULJ tU\ UiUfJU

Era poco después de mediodía. El calor eraabrumador y no se escuchaba ni el canto de lospájaros. No había llevado agua, sólo tenía su pasaportey su dinero, que le rozaba el pecho en la misma parteen la q ue, tan sólo unos instantes atrás, Astrid lo habíabesado y masajeado con aceite.

Caminó en medio de un cultivo de cebada. Sedetuvo a descansar un poco a la sombra de unosálamos, muy cerca de una granja, y toda una familiasalió y lo miró con curiosidad. Un niño se le acercó yle ofreció con timidez una tajada de sandía. Slephense la comió con avidez y el jugo le chorreó por labarbilla. En la distancia, Kabul se extendía a través

del valle.Trepó entre rocas y espinas, las cabras lo miraron

de reojo, y un halcón voló en busca de ratones. .Siguió caminando. El aire se hizo más fresco, la luz

más suave y su mente se aclaró un poco. Llegó a unacima que marcaba el descenso hacia el próximo valle.Más allá, una cadena tras otra de montañas dejabaentrever capas de sombras y de nevados. Era unInundo vasto, desolado, más allá de su imaginación.

Se sentó sobre una roca, mirando hacia Oriente.Apoyó la cabeza en sus manos y sintió que el solponiente le calentaba la espalda.

y recordó.

234

Capítulo 17

Abril podía ser el mes más cruel, perofebrero era el peor en Grindlesham. Laprimavera era sinónimo de rugby, deporteque Stephen detestaba. Soames era el capitándel equipo, y Stephen fue obligado a jugarpor su propio bien y también por su fortale-za física. Casi todo el tiempo terminaba conlos pies mojados y los dedos entumecidos,su piel lastimada a causa del frío y lahumedad, mientras que Soames, con surostro crispado, le gritaba que movieraaunque fuera un dedo.

l'arnCK L.ooper

Después de los partidos no veía más que cuerposapestosos en la ducha y revistas pornográficas quecirculaban a escondidas. Oscurecía temprano y unavez regresaba a su cubículo, la tubería de la calefac-ción traqueteaba sin calentarlo mucho.

Poco antes de la navidad, había ido con el señorWortle a ver iglesias y se había divertido. Fuera delcolegio, el señor Wortle era relajado, erudito ygracioso.

-Llámame Charles -le dijo-: Es mi verdadero nom-bre. Creo que nunca nos acostumbramos a llamar alos demás por sus sobrenombres. ¿Te molesta si tedigo Stephen?

A Stephen le parecía imposible decirle "Charles",así que evitaba decirle nombres, pero se sintió máscercano a él. Incluso le hizo una broma sobre su pelo,que era un poco largo.

-Ah, ustedes los jóvenes son tan conservadores-dijo el señor Wortle-. Pero no te preocupes, prontotendrás el pelo largo, como los jóvenes californianos.Me gustaría vivir allá. Tanto sol, tanta energía juvenil

-¿y entonces por qué enseña en Grindlesham? -lepreguntó Stephen.

-¿Por qué? Pues porque no sirvo para nada más.Además ... -sonrió dulcemente- ., .me gustan los micos.

-No sé qué haré cuando sea grande -dijo Stephencon aire pensativo. Su falta de ambición para hacer algoo ser alguien era algo que últimamente le preocupaba.

-¿Cuando seas grande? Ah, olvídate de eso. No le

236

..._

fU r:; (11m

des más vueltas al asunto. iPermanece joven prlrd

siempre!Pero luego de la navidad dejaron de pasear los

fines de semana. Stcphen extrañó aquellos paseos;habían sido rayos de sol en la monotonía de suexistencia. El señor Wortle se distanció, y aunque serefería en muy buenos términos al desempeño escolarde Stephen, no volvieron a salir Stephen comenzó apasar su tiempo libre en el salón de artes, en compañíade Estricnina. Era un lugar caliente, en donde podíanpreparar té y nadie los molestaba.

-¿y qué pasó con la "Verruga"? -Ie preguntóEstricnina mientras hacía unos candelabros confrascos de yogur.

-¿Cómo así?- Está enamorado de ti, cverdad?-¿Qué quieres decir?-Claro que sí. iTemira de una manera!- Ya casi no lo veo. Creo que me está evitando.-Precísamente por eso. Está avergonzado. ¿Fanta-

seas con él?Stephen se sorprendió.-iNo digas tonterías! Pero, me cae bien. Es agradable.Estricnina encendió las velas para ver cómo se

veían, y luego aplicó un poco de pintura sobre loscandelabros.

-Leí un libro en la biblioteca. No sé cómo lleganacá. Era sobre Rimbaud, un poeta francés del que aveces habla la "Verruga".Tenía apenas quince años, lamisma edad de nosotros, y se fue para Londres con

237

fatnck l.oopa

un poeta viejo y calvo, llamado Verlaine. Vivíanborrachos y se acostaban juntos casi todos los días.¿Puedes creerlo? iY luego, en este colegio nos dicenque leamos sus poemas!

Terminó elepintar y sumergió el pincel en un pocode trementina, sonriéndole a Stephen con sus dientestorcidos.

-iSin embargo, apuesto a que se divirtieron engrande!

Stephen caminó pesadamente por las columnas,mientras una lluvia pertinaz caía sobre el patiointerior. Era una tarde especialmente aburrida. Teníauna gripa que le había empeorado después de haberjugado rugby en medio del fango y de la penumbrasepulcral.

La comida era intragable y estaba sentado al lado deSoames, quien no estaba de buen genio tras el partido.

-Estuviste patético, Wiston -farfulló entre losbocados de la horrible papilla. -¿Qué pensabas quetenías que hacer? ¿Deshojar margaritas?

-Eso es lo que hacemos en verano, Soames, cuandojugamos críquet.

-Será lo que tú haces. ¿Por qué no detuviste al queiba a anotar? Lo tenías enfrente. Pudiste haberloneutralizado fácilmente. Estuviste patético.

-No. Tú y ese deporte son los patéticos Yo sóloquiero conservar mis dientes.

Por lo menos Los Estetas se reunirían en la tarde.El cuarto del señor Wortle le pareció como si fuera

238

w e::.uu ()

el mismísimo cielo: las luces tenues, el fuego de lachimenea, los sofás de cuero y el aroma a cigarrillo.El señor Wortle se sentó en una silla rígida en unrincón de lo sala, con las p.iernas cruzadas y una suavesonrisa, y los estudiantes se sentaron en los sofás.Bebieron cerveza y hablaron de Oscar Wilde. Leyeronuna escena de La importancia de llamarse Ernesto, y luegoalgunas estrofas de La balada de la cárcelReading:

y sin embargo, todos los hom.bres matan lo qu.eaman,Con miradas malan unos,Otros con frases engañosas,El cobarde COI1 un beso,Yel valienle con la espada.-La originalidad de la angustia de Wilde es inne-

gable -señaló el señor Wortle-. Sin embargo, creo queél siempre supo que su obra perduraría. No hubonadie que fuera más vilipendiado y humillado en suépoca que él,y no obstante, sus obras de teatro siguenrepresentándose, sus poemas continúan leyéndose, suscuentos infantiles se reimprimen una y otra vez,mientras que la mayoría de sus contemporáneos caye-ron en el olvido total, pues no tuvieron su sensibilidadni su genio.

-¿Por qué estuvo en la cárcel? -preguntó ingenua-mente Stephen.

Se hizo silencio en la reunión. Algunos de losestudiantes mayores sabían por qué, pero todos mira-ron al señor Wortle, quien jugaba con un cigarrilloentre sus dedos.

-Por enamorarse -dijo finalmente, y miró directa-

2')9

· ........ , ""('"

mente a Stephen con sus ojos grandes y profundos-.Por el amor que no se atreve a mencionar su nombre.Por su amado Bosey,hijo del marqués de Queensberry,un chico hermoso, quien obviamente lo traicionó. Lehicieron un juicio y Osear lo perdió. Siguieron la cárcel,la desgracia, el exilio y la muerte prematura. ¿Ustedescreen que los tiempos han cambiado? ¿Habría alguienque fuera más tolerante ahora?

Cuando la velada terminó, Stephen se quedó en lapuerta. Fue el último en salir,pues no quería exponerseal frío de la noche.

-Si tienes un momento, entra, Stephen -le dijo elseñor Wortle.

Estaba al pie de la chimenea, calentándose la parteposterior de sus pantalones. Había encendido el ciga-rrillo. Le sonrió a Stephen casi con timidez.

-z'Ie gustó la conversación de esta noche?-Sí, siempre me gusta.-El próximo mes van a presentar La importancia de

llamarse Ernesto en Oxford. Deberíamos organizar ungrupo para ir a verla.

-Eso me gustaría mucho -díjo Stephen.Elseñor Wortleaspiró una bocanada y exhaló elhumo

con lentitud. Miró a Stephen y luego hacia otro lado.-Me pregunto si... -dijo el señor Wortle y se detuvo.-¿Sí? -contestó inmediatamente Stephen.- He extrañado nuestras escapadas de fin de semana.

¿y tú?-Claro que sí. Las he extrañado mucho.

240

YO {J~ (J/!,O

-Entonces vámonos este sábado de paseo. ¡Yasé!Podemos ir a Stratford. No está lejos, y podría sertcútil para el examen final. Luego cenaremos en Berni oen otro lugar.

-Cracias -dijo Stephen-. Me encantaría ir.Elseñor Wortle se puso la mano a un lado de la boca.-No se lo cuentes a nadie. Es nuestro pequeño

secreto, zeh?- Tendré que pedirle permiso al señor Husting.-Por supuesto. Estoy seguro de que no habrá

ningún problema. Hablaré personalmente con él.

El clima se hizo más frío. Nevó el viernes por lanoche, y todo el sábado estuvo gris, como presa-giando oscuros acontecimientos. La gripa de Stephenempeoró.

Bueno, por lo menos no tendría que jugar rugby. Seiría él Stratford con la "Verruga".El señor Husting le habíadado el permiso por escritocon un comentario sarcásüco:

"Espero que te sirva para adquirir un poco de cultu-ra, Wiston. Veo que no vas a hacer nada en deportes".

Después de clases, Stephen se escabulló tansubrepticiamente como pudo, pero Soames lo descu-brió saliendo por la puerta de atrás.

- Tevas con tu amigo pervertido, zverdad? -Ie gritó.Stephen no le prestó atención. Sólo quería estar

lejos del colegio, ir en el auto del señor Wortle, con lacalefacción encendida y la ventana un poco abierta,yendo rápido por la autopista o despacio por algúncamino rural, mientras el señor Wortle le hablaba con

241

nu.nu\ L..UUrrr

su voz suave sobre poesía, arte, tolerancia o cambiossociales.

Elviaje a Stratford fue largo. El señor Wortle prendióla radio de su auto y sonó Beethoven. Stephen serecostó en su asiento y se dejó llevar por la música.

Algunos copos de nieve se estrellaron contra elparabrisas. Era divertido ver cómo caían para serbarridos de inmediato. Una delgada capa de nieve seestaba formando en el suelo.

No fue el mejor de los viajes. Stratford estabavacío e insoportablemente frío. Visitaron la casa decampo de Ann. Hathaway (un programa aburrido);luego tomaron té en el café del Teatro Swan, enmedio de fotografías deterioradas de antiguasrepresentaciones teatrales. A Stephen le habríaencantado ver alguna obra, pero no era temporada,y la única función de ballet ya había comenzado.Además, no tenían tiempo.

El señor Wortle miró nerviosamente su reloj. Yaestaba oscureciendo y la nieve que caía era más gruesa.

-Creo que deberíamos regresar -dijo-. Será mejorque cenemos en el colegio. La carretera puede estarpeligrosa.

El paisaje era realmente hermoso. Salieron alcrepúsculo en medio de la nieve, y a su alrededor, losárboles y las edificaciones estaban cubiertas de nieve.Los faroles se encendieron y cada uno iluminó unainfinidad de copos de nieve que caían armoniosa-mente. Algunos niños con guantes y bufandas hacíanmuñecos de nieve.

242

IlJ ro) tllllJ

Stephen miró al señor Wortle, quien inmediata-mente le devolvió la mirada y le sonrió.

-Escapémonos al país de la magia -dijo el señorWorlle.

Stephen asintió. En Grindlesham, era fácil olvidarsede todas las cosas bellas que había en el mundo.

No conversaron mucho de regreso. El señorWortle tuvo que concentrarse para conducir, puesel camino era peligroso. La tormenta de nieve eracada vez más fuerte y él tenía que seguir las lucesde los otros autos, que pronto eran absorbidas porla nieve. Sin embargo, conducía bien, y Stephen sesintió seguro.

Aún faltaba mucho para regresar y las condicionesno mejoraban. La carretera estaba llena de fango y denieve derretida, pero había poco tráfico en sentidocontrario. Luego el fango se convirtió en nievecompacta.

Vieron a un auto al lado de la carretera. El señorWortle y Stephen empujaron el auto. El conductor lesagradeció y continuaron juntos hasta el próximo pueblo.

El ejercicio de empujar el auto despertó a Stephen,pero también le abrió el apetito. Sólo había alrnorzadoun sándwich y un té en el teatro. Tenía la nariz conges-tionada y se limpió con un pañuelo. Comenzó a pre-guntarse si podrían regresar al colegio y a qué horas,pues la tormenta de nieve era cada vez más fuerte.

Como si estuviera leyendo sus pensamientos, elseñor Wortle dejó de concentrarse en la carretera y lomiró.

243

.1ut.r u,« L-VVl'l.I

-No esLoy seguro de que podamos regresar estanoche. Pero más adelante hay un pequeño hotel queconozco; podemos cenar y pasar la noche allá.Llamaré al colegio para que sepan en dónde estamos.Regresaremos mañana, una vez despejen la carretera.¿Qué te parece?

-Fantástíco -dijo Stephen.

El hotel era antiguo. Tenía techos bajos, vigas negrasy una chimenea enorme que estaba encendida. Eraagradable calentarse y escuchar el alegre murmullodel bar y el delicioso aroma de la cocina.

El señor Wortle fue a reservar el cuarto y Stephense sentó en el lobby. Al cabo de unos minutos, elprofesor se acercó con aire de preocupación.

-Parece que ya no tienen habitaciones sencillas,sólo queda una habitación doble. zQué te parece? ¿Temolestaría que la compartiéramos?

Stephen se sonrió.-iMientras no le moleste si le pego la gripalEl señor Vvortle le sonrió. Su sonrisa era muy

agradable, cálida y amistosa.-Me arriesgo. Prefiero una habitación doble a una

tormenta de nieve.El señor Wortle tenía una maleta con lo indispen-

sable en el baúl de su auto, incluso tenía un cepillo dedientes adicional. Stephen se sorprendió de suprevisión.

-Son sólo precauciones, querido. Siempre las man-tengo en el auto. Nunca se Silbe. Bien, antes que nada,

244

TU ('S OITO

vamos a cenar. Me muero de hambre, y apuesto d

que tú también.La comida era buena, y comparada con la del co-

legio, era deliciosa. Había candelabros en las mesas,una luz suave, música de fondo y el murmullo de lasconversaciones de los otros comensales. La cena lesentó bien a Stephen.

-Creo que después de todo hemos tenido suerte.Es mejor estar acá que en el colegio, zverdad?

-Claro que sí -respondió Stephen.-Especialmente en tu compañía -añadió el señor

Wortle, mirando fijamente a Stcphen.Automáticamente, Stephen desvió sus ojos y luego

lo miró de nuevo. El señor lNortle continuaba escudri-ñándolo con esa sonrisa tímida e incitante que tenía."Como la del gato de Cheshire" pensó Stephen. Aunqueno había bebido alcohol, se sentía adormecido y mediointoxicado por la nieve, por su resfriado y por el calordel restaurante. No estaba acostumbrado ...

- Tengo que decir que, de todos los estudiantes alos que he tenido el privilegio de enseñarles. tú eres elmás sensible ... ¿Te gustó la charla sobre Oscar Wilde?

-'1'odos los hombres matan lo que aman" -citóStephen, orgulloso de su buena memoria.

El señor Wortle se miró las manos.-Oscar tenía una esposa adorable, unos hijos que

amaba y muchísimo prestigio, pero lo arriesgó todopor su amor a un chico malcriado y precoz. Se arriesgóy perdió. ¿Qué crees? ¿Qué fue un acto noble o ...delictivo?

245

fa/TlCK loopa

Stephen sintió escalofríos. Soltó el cuchillo y el tene-dor. Dejó de sentir sueño. Miró al señor Wortle, quientenía sus ojos fijos en elplato y revolvía la ensalada coneltenedor. Notó el perfildel profesor,su cabello entrecano,la mancha en su mejilla, allí donde se había afeitado.

-Está hablando de usted, Ól.O es así, señor?-Por favor, no me digas "señor".Ya te he dicho que

me digas "Charles".El señor Wortle levantó los ojos y sus miradas se

encontraron. Stephen quiso mirar hacia otro lado,pero no pudo. Esos ojos eran demasiado grandes,demasiado amables. La corriente helada que lo habíaatravesado también tenía su lado emocionante.

El señor Wortle le tocó la mano.-Eres un chico muy especial, Stephen. Tú lo sabes.

Le había gustado. Eso era lo importante: que lehabía gustado.

El señor Wortle pidió una botella de vino con lacena, pero bebió muy poco. Pidió que llevaran labotella al cuarto e invitó a Stephen a que se la bebieranjuntos. Después de hacerlo, Stephen se sintió livianoy risueño. Y luego, suave, lenta y delicadamente, elseñ.or Wortle lo tomó en sus brazos.

Su olor Stephen volvió a recordarlo mientras estabasentado en aquella montaña de Afganistán. El olor asudor yagua de colonia, excitante y repulsivo, inclusoen su recuerdo.

y luego el señor Wortle lo besó. En la frente y en losojos, y luego en los labios, pero Stephen retiró su boca.

ro es erro

-Tengo un resfriado -rnurmuró. y el señor Worlk"Charles",aceptó la excusa. Le bajó los pantalones y leacarició la ingle con suavidad.

Stephen recordó aquella sensación con exactitud:su enorme excitación, la excitación por Jo prohibido,y también un asco enorme, que sólo hacía que laexcitación fuera mayor.

"Charles" le tomó la mano y se la puso en losgenitales.

Stephen cerró los ojos. Era más fácil así. Seconcentró en los colores que veía en sus párpados.Sintió que su cuerpo se disolvía, como si fuera decera derretida.

"Charles" lo llevó a la cama. Ambos estaban desnu-dos, sus ropas estaban mezcladas y amontonadas enun rincón. Se subió sobre Stephen y lo acarició, lebesó el pelo, le frotó el cuello ...

-Stephen -Ie susurró-. Eres tan hermoso. Stephen.No sabes cuánto ... te gustará esto, Stephen, sé que tegustará ...

Un rato después, con el trasero adolorido y acos-tado entre sábanas sucias, Stephen escuchó roncar ala "Verruga" en la cama, a su lado.

De cierta manera lo había disfrutado. Eso era lopeor. Había sido un placer extraño, una excitaciónenorme que aumentaba con su propia vergüenza. Notenía a nadie a quien contarle. Nunca. Ni a sus amigos,ni a su mamá, ni a su papá. No tenía a nadie que leayudara a entender eso. Excepto a Rob.

247

/

.1' ULr Le/\. LUU}:JLI

Pero Rob se había ido.

El sol se estaba ocultando en las montañas lejanasy el cielo era una mancha de colores. El mundo erainmenso, mucho más grande de lo que uno podíaimaginar. Inmenso de deseo, de añoranzas, de dolor.

Stephen pensó en Astrid con un poco de nostalgia,en su cuerpo desnudo. La deseaba más que nunca,pero no podría tenerla ahora.

Ella le había dicho que lo amaba. ¿Qué había que-rido decir? ¿Se trataba de algo más que sus palabras?

¿El señor Wortle lo amaba?No. No importa lo que el señor Wortle hubiera

sentido; en todo caso no era amor. Él no era capaz deamar. Cuando uno ama a alguien, no es capaz dehacerle daño.

Todos los hombres matan lo que aman ...Eso no podía ser cierto.Se puso de pie, dispuesto a regresar a la ciudad.

Tardaría algunas horas en hacerlo, pero la luna loalumbraría.

Desde algún lugar inexplicable en medio de lanaturaleza, llegó un olor a flores.

El último rayo de sol se desvaneció y un vientofrío comenzó a soplar entre el paisaje sumergido ensombras; y los nevados lejanos resplandecían con unbrillo dorado. Stephen caminó y el pasado y el futurodesaparecieron. Sólo existía ese instante. El presente.El ahora.

248

Cuarta parte: El barco ebrio

Alcanza00 desconocido por el transtorno de los sentidos ../ ')

Arthur Rimbaud

74 ri~r..."

Capítulo 18

Stephen estaba en el río Ganges, cubier-to sólo con un taparrabos. El agua le tapabalas piernas y le salpicaba el estómago. Estabahelada, venía del Himalaya, pero a él no leimportaba. Disfrutaba del contraste con elcalor ardiente del mediodía en sus espaldas.

Nadie lo estaba viendo, pero él sabía quetenía muy buen aspecto. El cabello, que lehabía crecido, tenía un tono dorado,decolorado por el sol, y le llegaba a loshombros.

Su rostro estaba delgado como su cuerpo,que era fuerte y tonificado, y sus ojos habíanadquirido una nueva intensidad.

.raCJ"LCK l.aupe,.

No necesitaba nada. No pertenecía a nadie másque a sí mismo. Tenía en sus manos la bolsa que solíamantener colgada de su cuello, con su pasaporte,dinero y documentos. Había regalado el último billetede la venta del hachís que había vendido en Estambul.Tomó su pasaporte y lo abrió. Una foto suya, contraje, le sonrió con un rostro relleno e inocente. Lesonrió a la foto y luego la rompió cuidadosamente yla lanzó a la corriente.

-Om Nama Shivaya -cantó, mientras la veía flotar.Pasó las páginas y vio los sellos que marcaban los

progresos de su viaje. Se tomó el tiempo para recordarcada trayecto de la misma forma en que habíaocurrido. La llegada a Calais ... Grecia ... Turquía. Lasvisas para Irán y Afganistán que ocupaban páginasenteras, casi siempre en letra árabe, pero con algunasextrañas frases en inglés: 'Tiaje de ida vía Islam Quala". yfinalmente Pakistán y la India. Leía cada página, laarrancaba, la arrojaba a la corriente y la miraba flotarhasta que desaparecía de su vista y la corriente sellevaba su pasado.

Sostuvo la cubierta repujada y azul, adornada conel unicornio y el león, y el pomposo mensaje de "EISecretario de Estado de Su Majestad". Todo un sinsen-tido. Recordó, con una vergüenza divertida, cómoalguna vez había creído en todo aquello, y rompió laportada en dos y arrojó los pedazos tan lejos cornopudo. Desaparecieron en la corriente turbulenta.

Sacó dos papeles arrugados; dos certificados devacunas contra la fiebre tifoidea y la malaria que había

252

Yo I'S olro

sacado en Estambul con Mary, y recordó el riesgo decontraer hepatitis por medio de las inyecciones. Nose podía cruzar fronteras sin esos certificados. Perono volvería a cruzar fronteras. Hizo barcos de papelcon ellos y los vio alejarse.

Lo único que le quedaba en su bolsa era unadeteriorada fotografía en blanco y negro de dos perso-nas envejecidas en un jardín inglés. Esa foto de suspadres era lo último que le quedaba de lo que habíatraído de Inglaterra. Casi no la había visto en todoese tiempo y sin embargo la había conservado.

La observó.Su papá, intentando sonreír, no miraba a la cámara.Su mamá, con la expresión determinada de alegría

que a veces esgrimía ante las visitas, revelaba que susojos estaban llenos de tristeza. /

Árboles y flores. El jardín que conocía tan bien ...No iba a regresar Yaera demasiado tarde. Además,

era posible que no lo recibieran; difícilmente lo recono-cerían.

Por fin había enviado el telegrama desde Lahore, yle había alegrado que supieran en dónde estaba, yque se encontraba bien, al igual que Rob. Era suficiente.

La miró por última vez y rompió la foto en pedazostan pequeños como pudo y los arrojó al agua comosi fueran pétalos. La bolsa ya no le servía de nada, asíque también la arrojó al río y un remolino se la tragó.

Ya lo había hecho. Era el fin. No más pasado. Sóloquedaba el presente, desplegándose en una infinitasucesión de movimientos.

25'1

fatnCK L ooper

Se internó aún más en el río, respiró profundo y sesumergió en el agua helada. Sintió el fragor de laeternidad a su alrededor. Perdió el punto de apoyo yla corriente lo arrastró, pero un poco más allá se aferróa una roca. Miró hacia arriba y vio un águila mero-deando en el cielo completamente despejado. La obser-vó durante un largo tiempo; se había vuelto uno conel águila y con el río. Luego caminó hacia la orilla ysalió al sol ardiente, medio entumecido aún por elfrío, pero limpio y renovado.

Hacía un calor increíble cuando Stephen llegó aNueva Delhi. Hasta las mismas moscas difícilmentepodían desprenderse del techo a mediodía, y losrecuerdos del viaje desde Afganistán, a través dePakistán. se le estaban diluyendo, pues tenía dificultadpara respirar. Personas y lugares deambularon momen-táneamente por su mente y luego se desvanecieronen la ardiente bruma. Aparte del vago propósito deir a Benarés, no tenía ningún plan. Jerry le habíahablado de ese lugar, parecía ser interesante. Yahabíaviajado con varios occidentales, pero no tenía ningunaamistad constante y tampoco la necesitaba.

La lndia era un país inicialmente confuso, bastantediferente a los demás: las multitudes, las hermosasmujeres vestidas con espléndidos sarís, las vacas enlas calles, las bicicletas con calesas, los monos en lostechos, los templos con sus dioses estridentes, el olordulce del incienso mezclado con estiércol de vaca, yel calor continuo y agobiante.

254

fU r:;, lJlIU

Cuando tenía fuerzas para pensar, añoraba lasimplicidad de una mezquita y la amplitud del desierto.

En un hotel modesto del centro de la ciudad habíaescuchado que en las afueras de Nueva Delhi habíaun palacio mogul casi en ruinas, en donde el hospedajeera muy barato, así que tomó un autobús hacia allá.El sitio era tan caliente como Nueva Delhi, pero lasruinas eran hermosas y el aire puro, y en las tardes sesentaba a la sombra de un mango a fumar narguile, yse refrescaba ocasionalmente con un balde de aguasacada del pozo.

Yano sabía adónde debía ir y tampoco tenía planes.El clima era demasiado caliente como para pensar enal.guno.

La temperatura descendía algunos grados durantelas noches, la brisa hacía susurrar las hojas del mangoy la luz de la luna iluminaba los jardines abandonados.Era increfblemente hermoso. Salióa caminar y se acercóa una hoguera. Fue así como conoció a Mukhtibaba.

Desde su llegada a la India, Stephen había vistomuchísimos sadhus, santos hindúes vagabundos,semidesnudos e incluso completamente desnudos,embadurnados con ceniza, de pelos enmarañados y~arbas larga!. Eso ~o le aso~braba. ya se había acos- !/tumbrado a todo lo extrano. Mukhtibaba estaba /sentado con otros dos sadhus al lado de un templohinduista. Miró a Stephen y le dijo:

-Hola. Sí. Ven. Narguile.Stephen nunca supo qué tanto inglés hablaba

Mukhtibaba; probablemente más de lo que suponía.

255

Se comunicaban escuetamente con algunas palabras,pero cuando compartieron el narguile, Stephen lo mi~óa los ojos y sintió una comunión inmediata, por mediode un encuentro mental fluido e inmensamente pro-fundo, como si más allá del enorme abismo culturalque los separaba se hubieran conocido desde sie~pre.

Elfuego titiló. Los dos sadhus estaban con las pIernascruzadas, callados, pero muy presentes. Mukhtibabale sonrió a Srephen y dejó ver unas encías sin dientes:

-Tú venir conmigo. Te enseño. Tú mi chda.

Se fueron juntos de Nueva Delhi y se dirigieron alas montañas sin apresurarse, deteniéndose en todoslos templos, pero nunca por más de un día. Tomarontrenes y autobuses, y recorrieron largas distancia a pie,a veces en compañía de otros sadhus, pero casi siempresolos. Dormían en dharmsalas (posadas gratuitas paraperegrinos) afuera de los templos. Fumaban narguilecon frecuencia. Mukhtibaba reía y sonreía todo eltiempo, en contraste con la mayoría de los sadhus,quienes casi siempre eran adustos. Mukhtibaba hablabapoco, aunque se tomaba el tiempo de instruir a Stephenen los diferentes ritos: mantener el fuego limpio; hacerté con las especias adecuadas, y chapatis que se inflarancomo globos; sentarse con la espalda derecha y enposición de loto, en señal de respeto a los otros sadhus,sin importar qué tan drogado estuviera; no poner lospies en dirección hacia ellos y, Dios no lo quisiera,echarles el humo en sus caras; tener siempre a mano eltrapo personal para el narguile y limpiarlo bien luego

256

Yo es o/m

de haber fumado. La contribución de Stephen eracomprar el hachís, que casi siempre conseguía en latienda de alguna aldea. Mukhtibaba o sus compañerosmendigaban alimentos, que siempre preparaban conexquisitez.

Mukhtibaba nunca hablaba tanto como cuandose refería a sus dioses. Le enseñó a Stephen a invocara Shiva antes de encender el narguile, y a cantar ttuuurascon su garganta para que las vibraciones llenaran suser. Mukhtibaba se detenía a practicar algunos ritualessiempre que veían algún templo en honor a Ganesh,el hijo de Shiva y de Parvati con cabeza de elefante, ypor quien tenía especial devoción. Señalaba imágenesde Kali, la diosa de la muerte y la destrucción, quecabalgaba un tigre y de cuya boca salía sangre.También le hablaba de Kundalini, la fuerza de la vidaque aparecía enrollada en la base de la columna, y leenseñó algunas de las técnicas de 19 respiración delyoga, conocidas como pranayama. A Stephen legustaban los ejercicios de respiración, pero lo demásle tenía sin cuidado. A Stephen le bastaba con elcamino místico que recorrían, con tener sus ojosabiertos por el hachís y con la compañía del Baba,quien lo conducía a una antigüedad inimaginable, aun paisaje dentro de OtTO, ya una forma de vida quedesaparecía en la bruma del tiempo.

r---~ •

-No pienses -le decía Mukhtibaba-. Los extranjerossiempre están pensando y pensando, y si piensas,nunca podrás ver -y señalaba un lugar en su frente,en donde debería haber un tercer ojo.

257

Patri.ck Cooper

Stephen no sabía si Mukhtibaba tenía un tercerojo, pero pronto percibió el poder hipnótico que te~~acon sus ojos y sintió que poco a poco le transrrutíasu poder.

Cuando llegaron a Haridwar se bañaron en elGanges y luego atravesaron la selva en dirección alHimalaya. Allá también hacía un calor infernal duranteel día, pero las noches eran mucho más frescas. Devez en' cuando, Stephen veía los nevados, los picoselevados de Garwhal en donde nacía el Ganges.

La cueva había sido labrada manualmente en laroca desde hacía mucho tiempo, al lado de un valleirrigado por un arroyo que descendía del altiplano.En el centro de la caverna había un lingam, una rocafálica que simbolizaba el poder de Shiva, y las paredesestaban recubiertas con una pasta anaranjada. A laentrada había unos tridentes, a manera de ofrecimien-tos simbólicos. Stephen percibió instantáneamente queera un sitio de poder. No tenía la amplitud de lasmezquitas, pero sí una intensidad realm,ente emoci~-nante. Afuera, y debajo de una roca, habla una espeoede terraza con una chimenea, que había sido cubiertay alisada con barro y estiércol de vaca, preserv~da ta~vez durante siglos por sadhus que permanecian allípor pocos días o años.

Mukhtibaba extendió su petate y se sentó en él. Estabaextenuado luego de la caminada. Le sonrió a Stephen.

-Haz té.Era una orden.

258

ru I'~ ( 11

La chimenea todavía estaba caliente. Los últimosocupantes de la caverna se habían ido hacía muypoco. Stephen escarbó entre las cenizas, sacó unasbrasas y encendió una fogata con pocos maderos.Mukhtibaba le había dicho que existían dh.unis (fuegoshechos por sadhus que se habían mantenidoencendidos durante mil años). Trajo agua del arroyo.A un lado había un bosque y arriba, el cielo. Stephenestaba delgado, en forma y muy drogado. La vidaestaba en todas partes, pero especialmente allí.

Más tarde, cuando comenzaba a oscurecer; el jefe deuna tribu aledaña negó con una ofrenda de arroz yvegetalesque Mukhtibaba aceptó con solemnidad. Eljefepareció sorprenderse del chela blanco y de cabellos daros.Stephen se dio cuenta de que los que verdaderamentebuscaban a Dios siempre tenían algo que comer. /

Permanecieron tres días allá. Unos aldeanos f-uerona comentarle sus problemas a Mukhtibaba, peroestuvieron solos el resto del tiempo. El Baba pasógran parte del tiempo en la cueva, meditando o practi-cando rituales, que le parecieron bastante indescifrablesa Stephen. Mukhtibaba no se esforzó en explicárselos.Tres sadhus (entre ellos una mujer) llegaron desde laselva al segundo día, y se sentaron hasta bien avanzadala lLQ,cheal lado del fuego. Fumaron y hablaron enhindi)con Mukhtibaba, a quien trataron con muchorespeto. Cuando Stephen despertó al día siguiente, yase habían ido.

Cuando no estaba limpiando la caverna, haciendoté o lavando ropa (el Baba insistía en que había que

259

Patrlck Cooper

ser muy limpios), Stephen caminaba por la selva yobservaba los pájaros y los monos blancos que parecíanvivir muy cerca, Y se preguntaba si se encontraría conalguna fiera, con un oso o un leopardo. Pero todo lo ~que vio fue una cobra que lo miró durante un minuto ,¡I},antes de deslizarse a su lado, mientras él permaneció ,,'inmóvil, asombrado por su poder y belleza.

Luego le dijo a Mukhtibaba lo de la cobra.-iMuy bien! -dijo en señal de aprobación-. iEsun

buen augurio!Esa noche, la tercera que pasaban allí, el Baba

condujo a Stephen a la parte más profunda de lacaverna, detrás delhngam. El lugar era frío y oscuro, yolía a incienso. Mukhtibaba cantaba suavemente.Stephen se sumergió en sí mismo sin ningún esfuerzo,tal como siempre lo hacía en compañía de Mukhti-baba, y sintió como si estuviera sentado en un cojínde luces coloridas, en medio de suaves vibraciones.

No supo durante cuánto tiempo permaneció sentadoallí, pero cuando Mukhtibaba lo llamó, Stephen salióde la caverna a un mundo de luces difuminadas y desombras alargadas. Mukhtibaba hizo el té, lo cual erainusual, y llenó un narguile con sus mejores charas deManali, que reservaba para las ocasiones especiales.

Había una energía extraña y poderosa, el atardecerfue de un color sanguíneo y luego salió la luna llena.

Stephen limpió el narguile. Como ya fumaba conregularidad, el hachís le producía menos efecto queantes, pero se dio cuenta de que estaba muy drogado.

-iBien! -dijo Mukhtibaba-. iSeguiremos!

260

YO es otro

Stephen regresó al fondo de la caverna y se sentó,pero esta vez el canto del Baba había cambiado yparecía completamente disonante, repetitivo e irritante.Todo lo que pudo hacer Stephen fue permanecersentado, doblar la espalda y encoger sus hombros.Tenía el cuerpo cansado y adolorido y quería acostarse,pero sabía que Mukhtibaba se molestaría, y lo ciertoes que este le producía un poco de temor. Por primeravez comenzó a dudar de la sanidad mental deMukhtibaba, o por lo menos de su papel en esaaventura. ¿Qué estaba haciendo ~edio del~imalaya y all~do d~ un' idólatra pa~an0?J-erró losojos. pero no VIO espirales de luces ni tuvo visionesbeatíficas, sino una gran avalancha de pensamientosque ya era incapaz de contener.

No tenía nada que hacer allá. Él no era hindú.¿Qué quería el Baba de él? Súbitamente percibió quetodo aquello era absurdo, y en caso de que no fueraasí, de todos modos era algo que no tenía ningunarelación con él.

Se preocupó por su dinero; sólo le quedaban unospocos dólares. ¿Qué haría cuando se le terminaran?Debería regresar a Inglaterra. Debía haber regresadohace mucho tiempo, cuando aún podía, después dehaber visto a Rob en aquel autobús, continuar consu vida, regresar al colegio ...

El canto del Baba se hizo más intenso.Regresar al colegio... Se dio cuenta, de manera

repentina, del sinsentido, de lo absurda, de lo vacíaque era su vida, tanto antes como ahora. Regresar al

261

l'ull'ick Cuoper

colegio. Regresar al colegio. Regresar al colegio. Eracomo un man.tra que se r;retía en su cabeza. Peronunca volvería a ~studiar.l]'Junca. La escuela2a lamuerte del espíritu. '>

Un rostro se le apareció en medio de la oscuridad.Sabía que sólo era producto de su imaginación, peroera tan real que podría haberlo tocado: era el señorWortle, sonriendo; sus labios separados dejaban verla lengua en contacto con los dientes. Stephen seesforzó y lo hizo desaparecer. Sabía que podía hacerlo,pero esta vez tuvo que esforzarse como nunca antes.Totalmente concentrado, vio la cara que se desvanecíacomo el gato de Cheshire, muy lentamente; la sonrisadesapareció al final.

Stephen enderezó la espalda. Se sintió victorioso.Se permitió recordar brevemente las últimas tres

semanas de colegio, el regreso en silencio al colegio,~ temblando de vergüenza, y la mirada conspiratoria

~ \de lu.juria consumada. que le había lanzad~ el señorWortle mientras se bajaba del auto. Despues de eso,cada clase de Inglés fue una tortura; intentó evitar losojos del señor Wortle, esos ojos grandes y profundosque alguna vez le habían parecido tan amables ycomprensivos. Buscó excusas para no asistir a lasreuniones de Los Estetas, para evitar, al mismo tiempoque se sentía tentado, la atracción de los placeresprohibidos que deseaba y temía al mismo tiempo.Todo eso ya había terminado. Podía hacer desapareceral señor Wortle cuando quisiera; su sonrisa desapa-recería al final.

262

YO es 011'0

El canto había finalizado. La caverna estaba profun-damente silenciosa. Mukhtibaba se puso de pie y seacercó a Stephen, quien mantuvo los ojos cerrados;de todos modos no habría podido ver nada, pues lacaverna estaba completamente oscura. Se sintió livianoy completamente despierto, con su cabeza erguidacomo si la estuvieran halando con una cuerda, y suespalda con una nueva soltura y rectitud.

Mukhtibaba tocó a Stephen en la frente sin decirpalabra. Stephen sintió una súbita corriente deenergía que pareció emanar de la base de su columna,subir por su espalda y explotar en su cabeza enluces de colores, llená»dolo con una sensación deuna felicidad absoluta/Y después de la felicidad, vinola nada; sintió una vacuidad tan inmensa como eluruverso.

,/

Eso era. Estaba allí. Permaneció suspendido, todoslos temores se habían alejado de su ser, con la únicacerteza de haber experimentado lo innombrable, y deque nada volvería a ser igual.

Finalmente, Mukhtibaba se rio entre dientes.-iMuy bien! iYa conoces el Kundalini! Vivirás sin

problemas. Puedes irte.Le tocó los párpados con suavidad. Luego salieron

de la caverna e hicieron chapatis bajo la luna llena.

Stephen se despertó temprano. Mukhtibaba aúndormía en su petate al lado del fuego. Stephen lo miró.Nunca antes lo había visto dormido, y el Baba teníaun aire de vulnerabilidad que nunca le había visto

Palrick Cooper

cuando estaba despierto. Sin embargo, Mukhtibabano necesitaba a Stephen. Era suficiente en sí mismo, yle había dicho que podía marcharse. y ahora Stephentampoco necesitaba a Mukhtibaba. Lo amaba conuna inmensa gratitud, pues había recibido el mejorde los regalos de él, pero en otro sentido, escasamentelo conocía. ¿Cómo era posible conocer a alguien tandedicado a su propia disolución? De cualquier manera.Las relaciones personales ya no tenían ningún signi-ficado para Stephen. Era libre de un modo que antesni siquiera habría podido imaginar.

Los acontecimientos de la noche anterior ya seestaban desvaneciendo en su memoria, pues no habíanada que recordar, salvo esa dosis de felicidad. y sinembargo, Stephen supo que ya había terminado loque había ido a buscar allí; que desde ese momento

l' en adelante, su vida sería completamente diferente,que viviría el momento, y que ya era hora de continuarel camino. J }

Recogíósíi bolsa y su sábana. Sacó tres dólares, loúltimo que le quedaba de la venta del hachís y losmetió debajo del petate de Mukhtibaba. Seguramenteel Baba también regalaría ese dinero, pero eso noimportaba ahora.

-Namaste, Babaji -murmuró Stephen.

Cinco días después estaba en Rishikesh. en el ríoGanges. Rompió su pasaporte y vio que la corrientese lo llevaba.

264

Capítulo 19

Stephen había descubierto que cuantomás extraña era su ropa y su conducta segúnlos parámetros ingleses, menos lo notabanlos indios. Caminó semidesnudo por la orilladel río hacia la ciudad Ashram de Rishikeshcon su sábana colgada en la espalda y suspocas pertenencias dentro de una bolsa dealgodón. En medio de una multitud vio auna pareja occidental que trataba de tomarleuna foto a un templo.

Decidióhablarles. Teníacuriosidad de escu-char su voz de nuevo. Se dirigió hacia ellosy la multitud se separó para dejarlo pasar.

Yatnc/( LOOpa

-Hola -dijo-. ¿Puedo ayudarles? ,Lo miraron. Era una pareja atractiva y ambos teman

un poco más de veinte años. Sus rostros eran rosa.dosy agradables. La chica tenía un sombrero de ?aJ~ yun vestido de flores. El chico tenía pantalones hindúesanchos y una camisa occidental.

-¿Eres ... inglés? -preguntó el chico._Era -respondió Stephen, captando la mirada del

chico y sosteniéndole la mirada con la suya dura~teunos momentos: lo suficiente como para que el ChICO

sintiera su poder.La chica echó la cabeza hacia atrás.-iQué gente tan fastidiosa! Quisiera que nos dejaran

en paz -dijo malhumorada. . , .Stephen la miró a los ojos. Ella intento deSViarlos

y parpadeó varias veces. , ./ Era linda, pero Stephen p:efer~a ~l ChICO. .'

Se dio vuelta hacia los ChICOSindios, que sonreíanante el espectáculo gratuito.

-i]aó! ¡Chaló! i]aldí! -les ordenó. .Stephen tenía cierto aire de autoridad; ellos vacila-

ron y terminaron por retirarse.-Gracias -dijo el chico-. Es fastidioso tenerlos todo

el tiempo detrás de ti. Algunas veces preferimos no

salir. ,-iY los mendigos! -agregó la chica-. ¡Qué especta-

culo tan lamentable! ¿Por qué no hacen nada con

ellos?Stephen no respondió. Él también se había :,uelto

un mendigo, y su silencio incomodó a la parCJa.

266

Yo es otro

-zl.levas mucho tiempo aquí? -preguntó el chico.-No. Acabo de llegar, tal como 10 acaban de ver.-Quiero decir, en la India -dijo el chico un poco

incómodo-. Es decir, tú hablas el idioma ...-No sé mucho hindi, pero es fácil.Si te lo propones,

podrías aprender lo suficiente como para defenderteen dos días.

Ya estaba cansándose de ellos, aunque el chico eradulce y su boca era suave. Volvió a mirarlo y le sonrió.Luego unió sus manos, inclinó su cabeza en señal dedespedida y se dio vuelta.

-¿Adónde vas? -le dijo la chica. Stephen la ignoró.- Espera un momento -le dijo el chico-. zPor qué

no vamos a tomar un chai?Stephen hizo una pausa.-No tengo dinero -dijo.- Yo te invito -dijo el chico.-¿Cómo puedes vivir sin dinero? -le preguntó la

chica.Estaban sentados en una pequeña tienda de chai

con vista al río. Las nubes, que habían aparecidosúbitamente, terminaron por ocultar el sol.

-Necesito poco -dijo Stephen-. y la India es amable.-Pero, ¿cómo te alimentas? -insistió la chica-. ¿Qué

comiste ayer?-Comí en un templo Sikh. Alimentan a todos los

peregrinos.-a mañana?-iQuién sabe! Dios proveerá.Esos chicos nunca podrían entender la pureza y el

267

YatncK L.ooper

1 poder de no tener posesiones, pasado ni futuro; de Jvivir en la incertidumbre total.

-¿En dónde te hospedas? -le preguntó el chico conun tono suave.

Stephen lo miró. Lo más simple era dormir. Entoda la India había posadas y templos en donde sepodía dormir gratuitamente. Si no, se podía extenderuna cobija en cualquier lugar. Pero la pareja de chicosno sabía nada de eso. Tenían dinero y equipaje quecuidar.

- Anoche estuve en una caverna alIado del Ganges-dijo"":.Dormí al lado de una cobra.

-iDios mío! -dijo la chica, llevándose la mano a laboca.

-No pasó nada. Ella no me molestó, ni yo a ella.Stephen se (ÚO cuenta de que el chico lo admiraba.

La chica también, aunque sentía un poco de repulsión.Stephen entonó un "Om" en lo más profundo de

su garganta, así como lo hacía Mukhtibaba. escasa-mente audible a los demás, pero llenando su cuerpocon la vibración. Stephen miró al chico. Luegodesenfocó sus ojos, aunque aún sostenía su mirada.Sintió que estaba hipnotizando al chico. Sabía quepodía hacer lo que quisiera con él. Comenzar porejemplo por separarlo de esa chica tan estúpida ...

Tenía dieciséis años. No sabía qué fecha era, asíque no sabía cuándo había sido su cumpleaños. Debíahaber sido hacía mucho tiempo, al igual que losexámenes finales. Pero todo eso era basura. Ya notenía edad, ni nacionalidad ni identidad.

268

ro es 0[1'0

Volvió a enfocar su vista y parpadeó. Luego sonrióy el chico hizo lo mismo.

-La humanidad no resiste la realidad -dijo Stephen,pero la pareja no entendió el comentario. Sacó elhachís; era casi lo último que le quedaba, pero "Diosproveería", y llenó un narguile. Se tomó su tiempo.

-¿Qué es lo real?-preguntó el chico sorpresivamente.Stephen hizo una pausa y luego señaló al propie-

tario de la tienda, un anciano que estaba sentado,con las piernas cruzadas, brillando sus cinco tazas deté al lado de la estufa. La tienda de té era de barro,madera y paja, pero era inmaculadamente limpia.Estaba construida sobre las rocas a la orilla del Ganges,que se había crecido en los últimos días. Cuando llega-ran las lluvias del monzón, lo cual sería muy pronto,la tienda de chai sería parte del río.

-¿Él es real? -preguntó Stephen-. Creo que sí, ¿ytú?

El chico asintió.-Sí -dijo-. El anciano es tan real como es posible

serlo.la chica estaba agitada y habló para ocultarlo.-Estábamos estudiando yoga en el ashram grande

de la montaña, pero no nos gustó. la comida eramuy extraña y el Swami era realmente desagradable.No hizo más que insinuársele a Will, así que nosfuimos para un bungalow. Mañana saldremos paraBenarés, a ver qué hay allá. Aunque me imagino quehace mucho calor.

Sí, Benarés era muy caliente. Induso allá, con la

269

rarnCK LUU_fJtl

brisa de las montañas, el calor era opresivo, aunquedurante los últimos días las tardes habían estadonubladas. Vieron un rayo y escucharon un truenoproveniente de las montañas. Tal vez lloviera prontoyel clima se refrescara un poco.

-iOm Shiva! -entonó Stephen, mientras que un rayocaía en la selva, detrás de la montaña.

Stephen le entregó el narguile a Will, invitándolo aque lo encendiera.

La chica se escandalizó.-iWill! -dijo ella-. Creo que no deberías hacerlo.Stephen entrecerró los ojos y se concentró en sí

mismo, meciéndose con suavidad y sintiendo lasvibraciones a lo largo de su columna vertebral.

-Deja de molestarme -dijo Will,mirándola despecti-vamente.

Las vibraciones que sentía Stephen se hicieron másenergéticas. Encendió dos fósforos y los acercó alnarguile. Will aspiró, tosió vigorosamente y se l~ de-volvió a Stephen, quien aspiró el humo con suavidad.Las vibraciones de su columna se intensificaron yesparcieron. Movió su conciencia a lo largo de sucolumna, recordando a Mukhtibaba.

"iNo pienses' iPensar es malo!",había dicho el Babay tras su experiencia en la caverna, Stephen compren-dió lo que había querido decir. Ahora, una vez roto elúltimo vínculo de su pasado, seguramente dejaría depensar y las alturas que podría alcanzar serían ilimi-tadas.

Le ofreció el narguile a la chica, pensando que ella

270

Yo es airo

lo rechazaría, pero ella lo aceptó y le dio algunas fuma-das; no quería sentirse rechazada pero tampoco queríaintegrarse. El chico ya estaba drogado y miraba a unosbuitres que devoraban los restos de un perro muertoa la orilla del río.

Stephen decidió que convertiría al chico en sudiscípulo. La chica podría irse.

-¿Cómo te llamas? No nos hemos presentadotodavía -dijo la chica con una efusividad repentina.

-StephenLo dijo antes de haberlo pensado, pues de lo

contrario se hubiera inventado otro nombre, uno queestuviera más acorde con su nueva condición. Peroya lo había dicho, y así tenía que ser.

-iQué coincidencia! -dijo ella sonriendo-. Me llamoStephanie. Tenemos el mismo nombre. ¿En dónde vasa dormir hoy?

Stephen se encogió de hombros y señaló la sábanaque tenía en su espalda.

-Donde me sorprenda la noche -respondíó.El chico se balanceaba hacia adelante y hacia atrás

mirando al vacío. Losbuitres aún estaban comiéndoseal perro, pero él ya no estaba interesado en eso.Stephanie le tocó el hombro.

-¿Te sientes bien? -le preguntó-. Se pone así cuandofuma -le explicó a Stephen-. Es como si el cerebro ledejara de funcionar. Me saca de casillas.

Stephen lo agarró, lo miró a los ojos, yel chico lomiró. Stephen lo llamó y el chico tosió, parpadeó ymiró desconcertado a su alrededor.

171

falnck Laapa

-Ah, sí -dijo-. Estaba ... No sé ...-Bebe un poco de chai -le dijo Stephen. El chico se

llevó el vaso a la boca y bebió obedientemente.Se escuchó otro trueno. Definitivamente iba a llover

muy pronto.-Será mejor que nos vayamos al bun9alaw -díjo

Stephanie-. Si es que Will puede caminar ... Oye, seme ocurre algo: zPor qué no vienes con nosotros?Podríamos invitarte a cenar ...

Esa noche, Stephen hizo el amor con Stephanie, enla cama de ella, mientras Will dormía los efectos delnarguile. Luego, ella lo abrazó y Stephen permanecióinmóvil. Detuvo su respiración casi por completo,inmerso en las luces coloridas del plano astral.

Todo el poder del universo era suyo y podíautilizarlo como quisiera.

Al día siguiente, Will y Stephanie pagaron el tiquetede tren de Stephen, y se fueron juntos a Benarés.

El calor era intenso, aun al amanecer. Era imposibledormir en ese tren atestado de pasajeros y queproducía claustrofobia. Sintieron un gran alivio al ba-jarse en la plataforma de la estación al amanecer.

-Me pregunto si habrá algún hotel con aireacondicionado -dijo Stephanie.

- Deberíamos bañarnos primero -señaló Stephen.Siguieron a la multitud de peregrinos a través de

las calles estrechas y pestilentes del antiguo bazar, queestaba abriendo sus puertas. Salieron, y enfrente de

272

Yo es aIro

ellos se extendía el río Ganges en toda su inmensidad,el mismo río al que Stephen había arrojado supasaporte. Yano era un torrente furioso de agua, sinouna plácida extensión acuática de medio kilómetrode ancho. Las ghats (las escalinatas de Benarés)descendían hasta el río, en donde los peregrinos sebañaban y hacían flotar barquitos de papel con velase incienso. Los santos se sentaban con las piernascruzadas a la sombra, y de los templos salían cantosy música de cítaras.

Stephen dejó su bolsa a un lado, corrió a zambu-llirse en el río, y Will y Stephanie se quedaron sinsaber qué hacer con sus voluminosos equipajes. Elagua era increíblemente refrescante y una ola defelicidad lo envolvió. Eso debía ser lo que sentían losgrandes sabios, los maestros iluminados a través detodos los tiempos ...

El sol se elevó, rompiendo con la oscuridad, y portodas partes, miles de peregrinos entonaban susplegarias.

Stephen salió lentamente del río para reunirse conStephanie y con Will. Dejaría que se encargaran de élpor unos días, y a cambio de ello, les enseñaría lasmaravillas del desapego. Estaba lleno de amor portodos los seres, pero especialmente por ellos, pueseran sus primeros discípulos.

Subió a las escalinatas, se estiró y se puso al sol.Hacía calor, así que pronto estaría seco. Se sintió tanlimpio y tan perfecto como aquella mañana.

-iDemonios! ¿Qué diablos haces aquí?

273

Patrick Cooper

Stephen se dio vuelta, sorprendido, pero antes dever el rostro, supo con certeza de quién se trataba.

274

Capítulo 20

Rob estaba frente a él.Stephen sintió pánico. Estaba preparado

para ver a cualquier pe~sona, menos a Rob.Luego de haberlo visto fugazmente en aquelautobús, Stephen se dio cuenta de querealmente no quería volver a verlo. Ya nolo necesitaba.

Trató de controlar la respiración y deaferrarse desesperadamente a la sensacióncelestial que lo había invadido pocos minu-tos atrás. Pensó en perderse en medio de lamultitud y desaparecer hasta que retomarael control.

J'atncK cooper

Pero ya era demasiado tarde. Rob ya estaba allí.Parecía mayor y más bajito de lo que Stephen

recordaba. Tenía la piel curtida por el sol y sus ojosdestilaban un aire salvaje. Estaba afeitado y con el pelomuy corto, con una cola atrás, al estilode los brahmanes.Poco tenía en común con elhermano que Stephen habíaconocido en Inglaterra, pero era él. Todavía tenía eldiente partido y su voz era inconfundible.

-¿Qué diablos haces aquí, Stevie? -Ie preguntó denuevo. La multitud se había dispersado y estabanfrente a frente.

Stephen no tenía ninguna respuesta. Estaba segre-gando mucha adrenalina y tenía la boca completa-mente seca.

Los rasgos de Rob se suavizaron, dando paso auna sonrisa, y luego puso su mano en el hombro deStephen y lo agarró afectuosamente.

-iBíen! iDe todos modos eres tú! Te vi en Kabul.cuando estaba saliendo el autobús, zverdad? En esemomento creí que eras un fantasma, pero ahora medoy cuenta de que eres real.

Stephen abrió la boca para decir algo. Pensó enalgo inteligente que decir, algo que le hiciera sentirque había recobrado el control, pero todo lo que pudodecir fue: -Hola, Rob.

y cuando dijo aquello, miró a Rob a los ojos y nopudo evitar una sonrisa. Volvían a ser los mismoshermanos de antes.

-Sería bueno que habláramos -dijo Rob-. Vamosa mi casa.

276

Yo es otro

Stephen dudó, pues se acordó de Will y deStephanie. Los vio parados, incómodos con susenormes equipajes.

-Estoy con unos amigos.-¿En dónde?Fueron hacia ellos.Willlos miró con ojos soñadores

y con la boca entreabierta, pero Stephanie estabamolesta.

-Acabo de encontrarme... -comenzó a explicarStephen.

-Ya llevamos mucho tiempo esperando y queremosconseguir un hotel -se quejó.

-Al diablo lo del hotel -replicó Rob, desafiante.- Vamos, Stevie -se dio vuelta y se fue hacia las

escalinatas del río.Stephen vaciló. Stephanie parecía estar enfadada,

y él no quería abandonarlos así. Pero los encontraríade nuevo, cuando quisiera. .

-Es mi hermano. Tenemos que hablar. Nos vemosdespués -se colgó su bolsa y salió detrás de Rob.

El sol calentaba demasiado y los peregrinos comen-zaron a refugiarse en sus casas y sitios de trabajo.Rob y Stephen caminaron por una calle secundaria.Luego llegaron a un patio viejo, en donde unos niñosjugaban al lado de una fuente.

Rob abrió una puerta.-Es mi cuarto. Sigue.Era oscuro, sucio y tan desordenado como Stephen

había imaginado. Un ventilador eléctrico giraba

l'atncl< i.oopa

JI

lentamente en medio de mugre y telarañas, y en elpiso había un colchón delgado lleno de ropa desor-denada. Varios libros, pedazos de hojas, bolígrafosinservibles, cigarrillos partidos y vainas de maníestaban desparramados sobre una especie de mesaimprovisada con una puerta vieja y ladrillos. Lo únicolimpio era una cítara, que estaba recostada cuidado-samente contra la pared.

Stephen podía escuchar mentalmente a su mamá:"iRob!Ordena tu cuarto ahora mismo". Pero Rob nuncalo hacía.

-¿Quieres un té? -Ie preguntó Rob, poniendo unaolla en una desvencijada estufa de petróleo. Preparóun té hindú; puso a hervir las hojas de té con laleche y el azúcar, pero de una forma mucho másdescuidada que la que Stephen había aprendido conMukhtibaba. Stephen despejó un poco el desordeny se sentó en el colchón en posición de loto. Estabacompletamente sereno; podía sentir que el aire salíasuavemente por sus fosas nasales. Después de todo,estaba con Rob, con su hermano. Hablaría con él, lediría lo que siempre había querido decirle. Para esoestaban reunidos.

-¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó Stephen.~ -Aprendíendo a tocar cítara -contestó Rob-. Tengo_]un profesor. No sabes lo profunda que es la músicaindia. Es como poesía sin palabras. Por supuesto quenunca llegaré a tocarla bien, pero por lo menos estoyaprendiendo a escuchar cómo suena.

Rob le pasó un vaso a Stephen.

278

YO es otro

-¿y tú? ¿Qué estás haciendo aquí? No viniste abuscarme, ¿o sí?

Stephen tomó un sorbo de té antes de responder.-¿Por qué dejaste de escribirles a papá y mamá?

¿Por qué no les envías una postal y les dices en dóndeestás?

Rob movió la cabeza en señal de disgusto.-~ qué viene toda esta basura? No soy propiedad de

ellos. Saben muy bien que yo tengo que vivir mi propiavida. Iré a visitarlos algún día, cuando esté preparado.

-Mamá cree que te moriste.-iNo digas tonterías! -Rob explotó y se puso rojo

de la ira-. ¿Te dijo eso? iA todo el mundo le dice lomismo! Ella sólo sabe mentir, Stephen. Sabe muy bienque no me he muerto. Le escribí una carta muy largacuando estuve en Ibiza, le dije adónde iba y le expliquépor qué me había ido de casa. También le dije que noesperara que le volviera a escribir pronto. ¿Te contóeso? ¿Ah?

No. Ella no le había dicho nada de eso, ni a él, ni ala policía, ni a nadie. Stephen vaciló; estaba nervioso.

-Claro que recibió mi carta. ¿Qué hizo? ¿Llamó ala policía?

Stephen asintió.-Lo hizo para darte una lección, y tal vez al viejo

también. Para que nunca te atrevieras a hacer lo quehice yo -dijo Rob y se calmó súbitamente. Se sentó ysonrió. Bebió un poco de té.

-Por lo visto, no tuvo el efecto deseado. Cree>quemás bien tuvo el efecto opuesto, pues aquí estás.

279

----------------

Patrick Cooper

Bienvenido Stephen. Bienvenido a la India. Me alegrode verte.

Stephen le sonrió. Era el Rob de antes, el de siempre,lleno de explosiones, pero también de calidez. En loque hacía referencia a su mamá, probablemente Robtenía la razón, pero era un asunto muy distante yesono tenía ninguna importancia en esos momentos.

-Sí -respondió Stephen-. Yo también me alegrode verte.

La calidez fraternal permaneció suspendida en elaire mientras bebieron el té y sonrieron.

-Sin embargo, estoy algo sorprendido -continuóRob-. ¿No se supone que deberías estar presentandotus exámenes finales? ¿Qué ha sucedido? No me digasque ella te envió acá, ¿o sí?

-No. Mamá no volvió a mencionarte. Yo iba paraFrancia, pero conocí a un chico llamado Ierry. Medijo que era amigo tuyo.

-¿A Jerry? ¿A ]erry y a Astrid?-Sí. A ellos dos. Iban en el trasbordador.-Astrid es bellísima, zverdad? Apuesto que te

enamoraste de ella. Todos los que la conocen seenamoran de ella,y Jerry se vuelve loco, pero es dema-siado calmado como para demostrarlo. Además, esbuenísima en la cama. Dime, hermano, de acostastecon ella?

Rob se inclinó y le sonrió. Stephen sintió un excesode adrenalina, pero respiró un par de veces y logrócontrolarse. No quería que Rob le hiciera perder otravez el control.

280

TU e, U/fU

-Preferina no hablar de eso.Rob arqueó las cejas.-Está bien -dijo, recostándose contra la pared.

Empezó a armar un cigarrillo de marihuana-. Ya séque ]crry está en Benarés. ayer me lo encontré en lasescalinatas. ¿Viniste con él a la India?

-No ... -respondió Stephen. momentáneamentesorprendido. Sin embargo, Ierry ya no significaba nadapara él. Estiró las piernas y enderezó la cspalda-. No.Me llevaron hasta Estambul, y luego continué pormis propios medios. Te estaba buscando en uncomienzo, pero hace mucho que desistí. Estoy via-jando para crecer, para obtener sabiduría.

Rob se echó hacia atrás y se rio. Stephen recordóque su hermano siempre se movía; no podía estarsequieto.

-il Iabrase visto! "Estoy viajando para crecer, paraobtener sabiduría". Apenas tienes quince años, Stevie.No me hables como si fueras un yogui ..

-Tengo dieciséis años.-Ah. sí Se me olvidaba. Compremos un pastel, le

ponemos dieciséis velas y cantamos "Feliz Cumplea-ños". Y bueno, ¿qué ibas a hacer en Francia?

-Iba de intercambio, adonde un chico que se llamaThierry. Vive en Charleville.

~ob casi da un salto de la emoción. /¡¡HEn Charleville! ¿Estás hablando en serio? Deberías!

haber ido allá, Stevie. Es la ciudad de Rimbaud.-¿Quién?-Rimbaud. Ya sabes; el poeta, el autor de Ellmrco

281

ebrio, y de Una lemporada en el infierno. Nació enCharleville. Allá creció y escribió toda su poesía. Sihubiera nacido en la India, le habrían construido untemplo en su honor. Pero corno se trata de Europa,me imagino que le habrán dedicado un museo.

-"Yo es otro". ¿Fue Rimbaud quien dijo eso?-Claro que sí. ¿Quién te enseñó eso? ¿El señor

Wortle?Stephen asintió.-Sí -continuó Rob-. El señor Wortle. La "Verruga".

El colegio de Grindlesham. iQué mundo ese! Te diréalgo, Stevie. Le debo mucho a él: me mostró la buenapoesía, y ahora me doy cuenta de que en medio de laoscuridad de ese hueco, él es el único rayo de luz. ¿Teha dado clases? Es lo único bueno que hay en esecolegio de porquería, y si algún día regresas. agradécelede parte mía.

Stephen sintió una vergüenza infinita. Tenía quecontarle a Rob, tal corno siempre había planeado ha-cerlo. No por su bien, sino por el de Rob.

-Sí. Fue mi profesor -dijo calmadamente-. ynecesito decirte algo.

Rob estaba armando un cigarrillo de marihuana yhumedeció el papel con los labios. Nató algo en lavoz de Stephen y lo miró con ansiedad, esperandoque continuara.

Pero las palabras no le salieron. Tenía la boca secay una mosca merodeaba por su cabeza. El calor erainsoportable.

No podía hablar. Se había equivocado: Rob no

282

YO {'S (JI/'O

sería capaz de comprender. Se burlaría de él o senegaría a creerle.

Se limpió el sudor de la frente con la mano.-¿Sí? -dijo Rob, mirándolo todavía.-Mrnm ... El sellar Wortle ... -dijo Stephen. Luego

se detuvo.Era algo que pertenecía a otra vida. El río Ganges

se había llevado su pasado y su pasaporte. Despuésde todo, aquello no era asunto de Rob.

-¿y bien?-Conocí a un Baba en Rishikesh -dijo Stephen con

suavidad-. Fuimos juntos a la selva y me despertó elKLlndalini.

Rob gruñó y se concentró en su cigarrillo demarihuana, como si hubiera perdido todo interés.

-¿¡ntentó acostarse contigo? -dijo, encendiendo elcigarrillo de marihuana.

-No -respondió Stephen-. Me enseñó mantras y...-Eso es lo que hacen -lo interrumpió Rob-. Puede

ser una experiencia muy interesante si logras involu-crarte. Supongo entonces que le gustaban las chicaso el narguile. Y bueno, «ióude dejaste tus cosas? ¿Lastienen esos dos apestosos turistas con los que andabas?

Stephen señaló la bolsa que tenía en la espalda.-Esto es todo lo que tengo.Rob exhaló el humo y lo miró sorprendido.-iSanto cielo!Debes estar en todo un viaje, zverdac?Stephen entrecerró los ojos y volvió a sentir

vibraciones. Secansó de Rob. Su hermano era su pasado,y su pasado no era nada. Se prepararía para irse.

283

j'alnck: laaper

Rob se incorporó y lo observó mientras fumaba elcigarrillo de marihuana. .

-¿Tienes dinero?-No No necesito dinero. Lo regalé.-zl.o regalaste? Por Dios, ¿quién crees que eres?

¿Jesucristo? Vuelve a la realidad, Stephen. No llegarása ninguna parte si no tienes dinero. ¿Sabes qué?Cuando te vi por la ventanilla, no sabía lo que estabaviendo. En serio. Creí que estaba alucinando. Vi a mihermano vestido como un campesino afgano,haciéndome señas, como si estuviera enseñándome aleer. Yo estaba fumando mucho opio. ¿y sabes algo?Me hiciste dejar el opio. Ya era suficiente.

Se rio y fumó, antes de pasárselo a Stephen.-No estás consumiendo mucha droga, ¿verdad?

Dime que sólo fumas hachís. Yohe probado de todo:ácidos, opio, morfina, hongos. Todo eso produce unefecto, pero, zsebes qué? Nada afecta tanto el cerebrocomo el alcohol. ¿Has probado los licores de acá? Nolo hagas. Son la destrucción total. Si consumesdemasiado, eres un caso perdido.

Rob se rio de nuevo. Stephen sostuvo el cigarrillode marihuana sin fumar. No le interesaban los viciosde Rob. Se iría tan pronto Rob terminara de hablar.

-La India es un país curioso. Existe una actitudpuritana hacia el sexo, pero hay personas que seespecializan en la intoxicación por las drogas. No setrata de pasarla bien, sino de acercarse a Dios, a Shiva.Destruyes tu mente, borras tus pensamientos. Yaverásque el precio es alto. No lo digo por ti, pues yo soy el

284

Yo es 0/1'0

loco de la familia, y tú eres cuerdo, bueno e inteligenteTienes un futuro brillante y no sabes lo afortunadoque eres.

Miró fijamente a Stephcn, se puso serio y le hablócon suavidad.

- Deberías regresar a casa. Los viejos te necesitan.De verdad.

-Ellos también te necesitaban.-No es cierto. Yo no era más que la mascota para

mostrar; pero, isorpresa! Tengo una vida que vivir.Regresa a casa, Stevie. Eres muy joven aún. Este no estu lugar No lograrás engañar a nadie con tu pose desadhu, salvo a esa pareja de idiotas que estaban con-tigo. Vuelve a casa y dile a mamá que estás arrepentido,córtate el pelo y estudia para los exámenes. Regresa aGrindlesham. Ve a que el señor Wortle te sigaenseñando poesía. Te conseguiré el dinero. Tengoamigos ... Te compraremos el pasaje de regreso.

Stephen dejó el cigarrillo de marihuana en unapizarra que parecía cumplir esa función y se puso depie. No valía la pena molestarse ... Rob sólo podíaverlo como su hermano menor. Había sido condicio-nado para eso. Era problema suyo. Se iría; no teníaningún sentido quedarse allí.

-Lo que pasa, Rob, es que no puedo regresar acasa porque no tengo pasaporte -dijo camino a lapuerta.

-¿Qué?-Lo rompí y lo arrojé al Ganges. Si te parece tan

importante regresar, hazlo tú entonces.

285

FalTlck Coopcr

Stephen giró la chapa, fortalecido por su supe-rioridad.

-Hay algo más, zverdad? -Ie dijo Rob con suavidad.Stephen se detuvo sin mirarlo.-Sé que no he sido muy bueno contigo, Stevie:

Nunca lo fui. Lo siento, pero no puedo hacer nada alrespecto. Soy tu hermano y te veo tal como eres, y séque no has venido hasta acá a decirme que rompistetu pasaporte. Me estabas buscando y ya me encon-traste. No te vayas. Aquí estoy.

Los niños gritaban afuera. Stephen había queridohablar con Rob y compartir muchas cosas con él.Pero ya no; era demasiado tarde ...

-No es tarde -dijo Rob-. Nunca es demasiado tarde.Stephen sintió elpeso de su espalda y un cansancio

enorme se asentó en sus hombros. Era el peso de supasado, era Rob y la forma en que siempre lo hacíasentir mal. Sólo dejaría de sentirse cansado sí salía deallí y encontraba a Will y a Stephanie, pues ellos lefortalecían la confianza en sí mismo. Pero primerotenía que decir lo que tenia adentro para ser unhombre libre.

Con una mano en la chapa de la puerta, se diovuelta y miró a Rob. Hizo un esfuerzo y se enderezó.

-Tienes razón -dijo-. Tengo algo que decirte sobrela "Verruga",sobre el señor Wortle, tu héroe. Me violó.Me llevó a un hotel y me violó. Me imagino quepensarás que hizo lo correcto, igual que tu Rimbaud.Eso es todo. Adiós.

286

Yo es O/f'(J

En el patio, los chicos se estaban mojando unos d

otros. Se detuvieron y lo vieron salir.Un minuto después, se había internado en las calles

multitudinarias.

Capíhdo21

Eldima era insoportablemente caliente,pesado y pegajoso. No hacía viento y elsudor le resbalaba por el cuerpo. La ciudadestaba envuelta en una nube de contami-nación. Stephen respiraba con dificultad.Pasó casi toda la mañana al lado del río,bañándose y descansando a la sombra. Devez en cuando bebía agua de una llave quehabía sido instalada para los peregrinos. Sinembargo, era imposible sentirse cómodo enesas circunstancias. Mas tarde, cuando elsol descendió, y la mayoría de las callesquedaron a la sombra, salió en busca deStephanie y de Will.

ramo: LOOper

No había comido nada desde la noche anterior ytenía hambre.

Buscó en varios hoteles que estaban cerca a lasescalinatas, pero no los encontró, y toda la genteparecía estar tensa y hostil; incluso, un administradorde hotel le gritó que se retirara. Se sentó en un restau-rante para turistas esperando entablar alguna conver-sación o que lo invitaran a un té, pero nadie reparóen él. salvo el propietario del restaurante, quien lomiró con disgusto. Cada uno se ocupaba de lo suyo.

Regresó a las escalinatas. El sol se estaba ocultandoy la temperatura había refrescado. No tendría ningúnproblema en dormir en las escalinatas. Podría tendersu sábana en cualquier lugar sin ser molestado.

Un grupo de sadhus, silueteados contra el cielovioleta, lo llamaron.

-¿N arguile?Pero, antes que ofrecerle, le pidieron hachís, y él ya

no tenía. Tan pronto se dieron cuenta de ello,perdieronsu interés en él.

Se acostó en las afueras de un templo y utilizó subolsa a manera de almohada. Sintió su estómago vacíoy escuchó los sonidos nocturnos de la ciudad: el ríogolpeando contra las escalinatas, los cantos, el sonidode la cítara y las invocaciones a Shiva que gritabanlos fumadores de narguile.

Estaba por fuera de todo aquello, solo e indeseado.No le importó. AJesús también lo habían traicionado.Los mosquitos revoloteaban a su alrededor, espe-

rando la oportunidad para asentarse. Si se cubría la

290

Yo es otro

cabeza con la sábana, le picarían los pies, y si se cubríalos pies, le picarían la cabeza. El suelo era bastanteduro.

Finalmente se durmió, pero al poco tiempo se des-pertó, pues un perro comenzó a husmearlo. Stephenlo ahuyentó. La noche era silenciosa y muy oscura;no se veían luces ni estrellas y los mosquitos se habíansaciado de él.

La temperatura descendió antes del amanecer; eracasi agradable, y las multitudes de peregrinos llegaronpara sus baños rituales en el Ganges.

Todavía somnoliento, se levantó y fue hacia la orilladel río. Se sentía demasiado débil y cansado para su-mergirse completamente, así que metió los pies, sacóun poco de agua con las manos, se mojó la frente y lerezó a la Madre Ganga.

El sol no salió. Durante la noche se habían formadovarias nubes negras. La luz se hizo más fuerte y latemperatura aumentó. Todos observaron las nubescon alivio y anticipación. Pronto llovería.

Stephen salió del agua y creyó ver a Rob y a Ierry,como si estuvieran buscando a alguien entre la mul-titud. Pero estaban demasiado lejos como para llamar-los y, de todos modos, Stephen no quería volver ahablar con Rob.

La multitud se dispersó y él regresó al sitio en dondehabía dormido. Se sentó al lado de un grupo de nagas(unos sad!1lls desnudos). No parecían tener pertenen-cias ni ropa, y habían embadurnado sus cuerpos conceniza para protegerse del sol y de los insectos. Pocas

291

JJalrick Cooper

semanas atrás los habría encontrado exóticos ydesagradables, pero ahora se sentía atraído hacia ellos,a la pureza de sus vidas. Le habría gustado unirse aellos, pero no repararon en él.

Estaba convencido de que muy pronto apareceríanStephanie y Will. Seguramente estarían buscándolo, ysi ellos no aparecían, tal vez Ierry lo haría, o inclusoIan y Mary. O quizá otras personas reconocerían susabiduría y lo cuidarían. Dios proveería, como siemprelo hacía.

El calor era más soportable, pues el cielo estabanublado. Stephen se quedó dormido en la tarde ysoñó con su mamá. Estaba haciendo un pastel. Abrióel horno y sacó un delicioso esponjado, relleno conmermelada y crema batida. Su aroma era lo más su-blime que hubiera experimentado. Ella le sonrió conlos labios apretados, partió una porción grande y sela dio. Stephen tenía la boca hecha agua. Comió unbocado inmenso, pero le supo a ceniza; sintió deseosde vomitar y 10 escupió.

Miró a su marré, quien todavía estaba sonriéndole,y un gusano apareció entre sus dientes.

-iMamá! -exdamó-. iTienesun gusano en la boca!Ella echó la cabeza hacia atrás, estalló en carcajadas.

Tenía la boca llena de gusanos.

Se despertó con un hambre descomunal. No resis-tiría más. Tendría que comer algo. Pediría limosna, aligual que los sadhus.

292

Yc) ('S (JI ro

Sacó su plato de la bolsa y se dirigió a los puestosde comida. Comenzó a mendigar, y los vendedores seburlaron de aquel limosnero blanco y le dieronalgunos bocados de arroz y de chapatis rancios. Unvendedor le dio una porción de lentejas y les dijoalgo en hindi a sus amigos. Stephen se alegró de nohaber en tendido.

Regresó a su lugar y comió vorazmente. Se sintiómejor al comienzo, pero luego le asaltó una necesidadurgente de ir al baño. Detrás de las escalinatas habíaunas letrinas asquerosas, y en los hoteles para turistashabía baños relativamente limpios.

Vaciló por un momento y se dirigió a las letrinas.Ya no pertenecía al mundo de los blancos.

Salió de las letrinas y vio a Will. Era sólo una siluetaen la distancia, pero lo reconoció. Corrió tras él porun estrecho callejón, en medio de las vacas que escar-baban entre montones de basura y las esquivó, hastaque salió a una calle más grande y transitada. Willseguía allí. Stephen habría podido alcanzarlofácilmente, pero aminoró la marcha. Will se llevaríauna mala impresión si veía que él estaba tratando deencontrarlo. Tenía que parecer un encuentro accidental.Caminó serenamente, intentando controlar la respira-ción, mirando hacia abajo, pero sin perderlo de vista.

"¿En dónde estaría Stephaníe?" se preguntó. Will yella siempre estaban juntos.

Al final de la avenida había algunos hoteles baratos.VVill se dirigió a uno de ellos y Stephen ]0 siguió.

Will subió las escaleras. Tal vez iba a su cuarto.

293

l'alnCK Loape!'

Stephen se sentó en el restaurante del primer piso. SiWill bajaba o Stephanie llegaba, parecería un encuen-tro casual.

Después de todo, tenia suerte. No se estaba sintiendomuy bien ese día y necesitaba tiempo para reponersus energías. Además, tenía hambre.

Elmesero, un niño apenas, se acercó y lo miró condesconfianza de arriba abajo.

Stephcn no supo qué hacer. Como había regaladotodo su dinero, sólo comía lo que le daban, pero sedecidió por una torta de banano y un té. Tenía laseguridad de que Will y Stephanie pagarían por él.

Latorta era gruesa, con rebanadas de banano calientepor encima. Se comió la mitad y se sintió indispuesto.Apartó la torta Losalimentos le estaban haciendo daño.

11 Pronto podría vivir del aire, del aire puro de las'1 montañas, no del hedor de esa cuidad tan sucia . ./

Decidió no volver a fumar hachís, pues era un me-dio para lograr un fin, y él se estaba acercando al fin.

Cerró los ojos, se concentró en su respiración y lanáusea cedió. Simultáneamente sintió que su Kundaliniaparecía otra vez, surgiendo desde la base de lacolumna, fuerte y poderoso, disipando todas susdudas, así como su incomodidad.

Recordó el cuerpo de Stephanie y la forma en quelo había abrazado después de haber dormido conella. Sin embargo, eso no significaba nada para él.Había superado el apego. Le enseñaría eso a Will, puesera probable que aún no hubiera entendido comple-tamente.

294

YO 1'<; olro

Además, él era más hermoso que Stephanic; lC'ní,)unos labios suaves y buenos modales. y, al fin elecuentas, se había sentido atraído por él en un principio.Sinlió un fuerte deseo de verlo.

Sin pensarlo, dejó su bolsa en la silla, pasó por laregistradora y subió las escaleras. No sabía en quécuarto estaba, asi que tocó en varios. Luego de tocarla tercera puerta, escuchó la voz de Will:

-¿Quién es?- Yo -dijo Stephen.WiU abrió la puerta y lo dejo entrar

-Ah -exclamó Will cuando lo reconoció. Mantuvola puerta abierta y Stephen entró y se sentó en la cama.

-Hola -dijo.-¿Cómo me encontraste? -preguntó Will. Parecía

confundido. Stephen lo miró, dilatando sus pupilas,para que Will no tuviera otra alternativa que mirarlo.

-Sabía que estabas acá -dijo reposadamente Stephen.Pero Will negó con la cabeza y apartó sus ojos.-Lo siento, Stephen. Creo que deberías irte ...

-comenzó a decir.-¿Dónde está Stephanie?-Ella .. _Hemos decidido separarnos temporalmente.

Queremos darnos un tiempo, hasta que pongamosnuestros pensamientos en orden. Sefue para el bungalow.

Will se calló repentinamente, como si se hubieraarrepentido de estar hablando más de lo que quería.

-iEso está bien! -señaló Stephen-. A veces necesi-tamos estar solos para poder crecer.

295

J'alTlC/C loape/'

Will seguía sosteniendo la puerta, como si fuera asalir en cualquier momento.

Stephen se enderezó y le sonrió. Will sonrió invo-Ít..intariamente.

-Te ves mal. ¿Estás bien?-Sí De hecho, me siento mejor que nunca.La presencia de Will era como un bálsamo para él,

y la ansiedad del chico lo hizo sentirse calmado.-Lo siento, Stephen -dijo Will-. Yo... no quiero

verte. Estaba escribiendo una carta. ¿Podrías irte?Stephen se levantó de la cama.-Claro -dijo-. Te esperaré en el restaurante.-No -respondió Will luego de esforzarse en

mírarlo-. No ... Lo que quiero decir es que no quierovolver a verte nunca. Sé lo que hiciste. Lo descubrí.Me drogaste para poder acostarte con Stephanie. Esono estuvo bien; me dolió mucho. Nos separamos poreso, Ól0 te das cuenta? No quiero volver a verte.

Tenía lágrimas en los ojos y miró a Stephen conun aire casi suplicante.

Stephen le sostuvo la mirada. Aún podía hacerlo.Sintió que Will estaba acercándose, y que su poder seiba haciendo mayor. Estaba seguro de que Will loamaba a pesar de lo que pudiera decir. VVillloveía talcomo era, podía ver el Dios en él. Se olvidarían deStephanie.

Fue hacia él.-Lo hice por ti -rnurmuró-: Créeme.-iNo! -dijo wu iNO!

296

¡:;j

s:

Yo es o/m

Pero Stephen siguió mirándolo fijamente y Iucconsciente de aquello que había sabido desde el primermomento.

-¿Sabes quién soy? -preguntó. Tenía su mirada fijaen los ojos de Will y lo tenía apretado contra él-. SoyJesucristo. Soy el Buda. Soy Shiva. Te salvaré, Will.

-iPor Dios! -exclamó Will-. Estás loco.-Créeme. Cree en mí -dijo Stephen. tomándolo de

los hombros e inclinándose para besar su boca suavey hermosa, con los ojos cerrados.

-iVete! iVete de aquí! --gritó Will desprendiéndosede Stephen y abriendo la puerta.

y entonces sucedió algo. Stephen miró a VVill,ypor un momento, sintió que no estaba en su cuerpo.Ni siquiera estaba en ese cuarto. No era él. No eranadie, su cuerpo y su ser eran los del señor \lVort1e,quien lo estaba mirando, pero lo que veía no era unchico hermoso sino su esperanza de salvación ...

El tiempo se detuvo.-Yo es otro -rnurmuró el señor Wortle.Luego todo quedó atrás y no hubo más que un

vacío, un abismo terrible y lleno de nostalgia.Stephen sintió que se ahogaba. Comenzó a jadear

y a convulsionar. Se rasgó su ropa y la tiró al suelo.Permaneció desnudo y puro. No tendría nada. Seríapuro como los nagas, puro como el viento.

¿Qué había hecho?Ya no le importaba nada. Estaba más allá de

cualquier cosa.

297

.LW.ll.ll\ LLlUi'CI Yo 1'8 01 f'e!

Los insectos zumbaban alrededor de su cabeza. Sesacudió el pelo, pero estos seguían allí.Corrió desnudoy bajó las escaleras. Se detuvo en la calle. ¿Por quétodos lo miraban? No tenía adónde ir. No era nada,excepto movimiento, dolor e insectos zumbandoalrededor de su cabeza.

Corrió y corrió. La gente le abrió paso y él siguiócorriendo. Vio caras mientras corría. Vio a Rob, aRubén, a Mary y a lan. Vio a Astrid. Vio él Thomas, elestudiante de medicina, a Carl, el adicto, y a Iane. lachica de Estambul.

¿Qué estaban haciendo allí? Pero no tenía tiempopara pensar en eso.

Luegovio a su papá y a su mamá. Corrían tras él, tra-tando de hablarle, pero no podía oír lo que decían, ytampoco quería hacerlo. Además, no tenía el valor dedecirle a su mamá que tenía la boca llena de gusanos.Su papá lo llamaba, y Stephen sintió lástima por él ypor su cabeza calva, pero no podía detenerse.

Sus padres se quedaron sin aire y se rezagaron.Stephen corrió solitario a través de calles desiertas yluego llegó a un puente que le pareció que iba haciael infinito.

Sin embargo, no era el infinito: la Madre Gangaiba detrás de él, y a su lado, un tren de carga sedeslizaba ruidosamente por unos rieles de hierro.

Stephen se detuvo en la mitad del puente. Lamultitudiba detrás de él,y sus padres adelante. Avanzaban concuidado, pues el puente era irregular y el senderoestrecho. Pero delante de él,y corriendo en su dirección

desde el otro lado, había otro grupo: el eleGrindlcsham.Vio a Soames, al señor Husting yal señor ~Vortleconun pañuelo en el cuello, sonriendo y con una copia deLa balada dela cárcel Reading en sus manos.

Habían ido hasta allá por él. En el fondo, siempreha bía sabido que así sería.

Los insectos también le habían dado alcance yzumbaban alrededor ele su cabeza.

La única opción era subir.Trepó por las vigas que estaban al lado y se sentó

en un saliente que estaba sobre el sendero. Gracias auna súbita lucidez, se dio cuenta de que estaba en elpuente del ferrocarril sobre el río Ganges, al norte deBenarés. El tren aún de desplazaba ruidosamente porlos rieles, y allá, muy debajo de él, el inmenso ríoseguía su curso, turbio y eterno.

Sintió una gota y miró hacia arriba. El cielo estabacompletamente oscuro, cargado de nubarrones Encualquier momento comenzaría a llover. No viopájaros ni personas, o tal vez ya no era conciente deellas. Eltren pasó y luego sintió una calma y un silencioabsolutos.

Volvió a observar el río.Había remolinos, torbellinos y objetos arrastrados

por la corriente: pedazos de madera, cajas de cartón.Tal vez el río estaría arrastrando la foto de sus padresy el cadáver de algún niño, como a menudo escucha-ba que sucedía.

Iviíró fijamente.y sucedió algo extraordinario. Dos delfines saltaron,

298 299

rwnCK LUUfJtr

rasgando la superficie, giraron en el aire y luego desa-parecieron, como si nunca hubieran existido.

Era una señal Lo estaban llamando.Sabía que tenía que estar con ellos.Era fácil Se zambulliría de cabeza. tal como hacía

en las clases de natación. Saltaría en el aire, chocaríacon el agua y encontraría, para siempre, la pazverdadera, la paz de Dios que atraviesa el juicio detodos los hombres.

Se puso de pie y tomó aire. Estiró los brazos yluego los levantó, listo para saltar. Cayeron variosrelámpagos, comenzó a soplar un fuerte viento y sedesató un aguacero que alejó a los insectos. El aguacerorefrescó, arrasó y dejó todo limpio.

Stephen continuó en la misma posición, balanceán-dose en ese fragmento del tiempo.

-iStephen! iOye, Stephen!Conocía esa voz; miró hacia atrás. El sendero estaba

lleno de indios que lo miraban con sus cabezasmojadas. No había señal de sus padres ni del grupode Grindlesham; sólo vio a Ierry, con un traje dealgodón blanco, alisado y húmedo.

-iOye Stephen, qué bueno verte!Srephen también se alegraba de ver a Ierry, al viejo

y querido Ierry, en quien podía confiar luego de tantaconfusión.

-Bájate de ahí. Vamos a comer.-Voy a nadar con los delfines -dijo Stephen.-Buena idea. Iré contigo; pero, escucha: tenemos

300

Yo ('~ n/ro

todo el día. Comamos primero. Ven,te ayudaré a bajar.Stephen bajó los brazos y comenzó a moverse,

pero luego se detuvo. Las caras de los indios eranamables; no eran nada amenazantes, y la de Jcrrytampoco.

-Mis papás -dijo-. El colegio ... todos vienen pormí.

-No te preocupes -respondió Ierry-. Yote cuidaré.Después de todo, fui yo quien te trajo acá, zverdad? yde todos modos, sabes que tus papás te quieren.

-El colegio ... -dijo Stephen-. El señor Wortle,Soames. Todos están aquí. Los vi hace un minuto.

-Se acaban de ir. Oye, Stevie, baja ya. Me muerode hambre.

Stephen miró el río. La superficie estaba salpicadapor las gotas de lluvia. Miró las nubes negras y laorilla del río, sus escalinatas ardientes, en donde unacolumna de humo había sobrevivido al aguacero. Lue-go miró hacia el otro lado, a través del río, y vio lallanura que se extendía en la distancia, los camposverdes y las casas de barro de las pequeñas aldeas.

Quería abarcarlo todo.Pero había algo que deseaba más que eso y que

todo. Ierry lo sabía.-Está bien -le dijo con suavidad, extendiendo su

mano para ayudarle a bajar-. Me encargaré de Ü. Teenviaré a tu casa.

Capítulo 22

Casi nada había cambiado.Luego de los emotivos encuentros, de las

lágrimas de su mamá, del saludo formal desu papá, de las visitas al.médico, al peluque-ro ya la tienda de zapatos, todo volvió a lamisma rutina de antes. Jerry lo dejó en elaeropuerto y se desvaneció en la penumbra,mientras su mamá se apresuraba a recibirlo.No tuvo a quién hablarle de Afganistan. delautobús verde, ni de la Mezquita Azul. ..Como si nada de eso hubiera sucedido niexistido.

l'alnc/c .looper

Sin embargo, Rob volvió a enviar postales; de vezen cuando.

Era otoño. Su mamé pasaba los días arreglando eljardín y asistiendo a las reuniones del PartidoConservador. Había sido elegida como representantedel Concejo Municipal y disfrutaba su nuevo cargo.Su papá salía a trabajar en el día y regresaba en lanoche. Era amable, pero hablaba poco.

Stephen se estaba alimentando bien, y comenzó arecuperar el peso perdido. Al principio, su mamá sesorprendió de verlo tan delgado, mientras que a él lepareció que todos los ingleses eran gordos. A pesarde todo, Stephen disfrutaba de las comidas que lepreparaba su mamá y del placer con que lo hacía.Sólo una vez, cuando preparó un bizcocho esponjado,con crema batida y mermelada, lo rechazó, sin poderexplicar la súbita y descomunal aversión.

Permanecía mucho tiempo estudiando en su cuarto.Eltrimestre de otoño ya había empezado, pero sus padresno lo matricularon en el colegio de Grindlcsham. Además,era muy factible que no lo hubieran recibido. Entoncesse matriculó en el colegio técnico. Muy pronto se adaptóy comenzó a hacer amigos. También había chicas: unade ellas, de pelo completamente rubio y dedos largos, lerecordaba, al menos un poco, a Astrid.

Su mamá estuvo muy tensa al comienzo; temíaque desapareciera de nuevo, pero después se relajó.Su papá estaba más amable, aunque distante. Unanoche le dijo a Stephen:

304

Yi) es ou»

- Tu mamá está mucho mejor, ahora que tenemosnoticias de Rob. Me imagino que tenemos queagradecerte eso, zverdad?

Pero eso era lo más lejos que llegaba. Nunca lepreguntó por sus viajes. Tal vez pensaba que eranepisodios poco reputables de los cuales había queavergonzarse, o tal vez no esperaba que Stephenhablara de sus experiencias, así como él tampocohablaba de su vida.

Al principio, Stephen sintió deseos de preguntarlea su mamá por qué no había hablado de la carta deRob, pero, cuando iba a hacerlo, no era capaz. Teníaque aceptarla a ella y al abismo que los separaba. Asíera ella.

No era un hogar feliz, pero por lo menos eratranquilo, yeso era lo que Stephen necesitaba: unlugar para descansar, para asimilar sus experiencias.para recuperarse en cuerpo y alma. .

Stephen tenía un recuerdo muy difuso de sus últi-mas semanas en la India. Sabía que había sufridouna especie de crisis, y que su conciencia se habíafragmentado, como si hubiera vivido un sueño: habíatenido imágenes inconexas y la realidad se ha bíafundido con la fantasía. ]erry lo había llevado a Ingla-terra. ]erry, que lo había envuelto en esa situación,también había terminado por sacarlo de ella. Lo habíallevado a Nueva Delhi. le había conseguido losdocumentos necesarios en la Embajada, le habíacomprado un tiquete aéreo, se había sentado a su

305

Patrick [oope!'

lado en el avión, y luego había desaparecido, tal vezpara reunirse en Alemania con Astrid, o por lo menoseso era lo que había dicho. Uevaba un kilo de hachís,camuflado en su chaleco, para cubrir todos los gastos.

También había estado un tiempo con Rob, quien'seguramente le ayudó a regresar. Stephen recordabasu rostro. a veces apacible, y otras agresivo, pero quesiempre tenía un aire soñador.

Luego recordó que una azafata le entregó unabandeja de comida plástica y le lanzó una sonrisaplástica; él parpadeó y algo cambió en su interior. Elsueño había terminado. Estaba despierto. Segiró haciaIerry, quien vio la expresión diferente en sus ojos y lesonrió.

-Fue un largo viaje, zverdad?

En ese momento, estaba sentado en un bar,bebiendo una limonada. Su cara, que una vez habíasido rellena, ahora era delgada, y sus ojos reflejabantal segurida.d que parecía tener más de dieciséis años.Era la hora del almuerzo y el bar estaba casi vacío.Stephen estaba en un rincón solitario, esperando pa-cientemente.

Como todos los bares, aquel olía a tabaco y acerveza. Un madero daba la impresión de estarardiendo en una chimenea artificial. El señor Wortlehabía elegido aquel sitio. Stephen le había pedido porescrito que se encontraran y él le había respondido,sugiriéndole la fecha y el lugar de encuentro.

Stephen llegó en tren y caminó ha.sta el bar. Estuvo

306

Yo /'5 afro

allí antes de tiempo. Le gustó haber llegado primero:así tendría tiempo de prepararse. Se sentó discreta-mente, acostumbrándose al lugar, observando, escu-chando y bebiendo su limonada. Un hombre le estabacontando una historia enredada a una mesera, quelo escuchaba aburrida. Ella miraba de vez en cuandoa Stephen, como si prefiriera hablar con él, pero5tephen evitó cualquier contacto visual.

La puerta se abrió. Stephen sintió un poco deanticipación. Era él; el señor Wortle.

Llevaba puesta una chaqueta de tweed y un pañueloal cuello. Vio a Stephen e inmediatamente fue en sudirección.

-iMi niño querido! ¿Cómo estás? -le extendió sumano, pero Stephen la rechazó, pues no era capaz detocarlo.

El profesor bajó su mano un poco acobardado.-Déjame invitarte a una bebida.- Ya tengo una -respondió Stephen.-Entonces espero que no te moleste si voy por

una para mí.El señor Wortle se dirigió a la barra, y Stephen lo

miró por detrás. mientras hablaba con la mesera. Porsus movimientos, Stephen vio que el señor Wortleestaba nervioso, incluso más que él. Pero, a fin decuentas, el señor Wortle no sabía para qué lo habíacitado Stephen, quien después de todo tampoco sabíael motivo del encuentro.

El señor Wortle se sentó con su ginebra yaguatónica y le sonrió con calidez, entrecerrando los ojos

307

Patri.ck Coop«

de la misma forma en que siempre lo hacía.-¿Qué has estado haciendo? Me dijeron que has

recorrido medio mundo. Afganistán, la India. Debióser una experiencia completamente maravillosa.Cuéntamelo todo; estoy ansioso por escucharte.

Stephen sintió un impacto y se dio cuenta de queel señor Wortle era la primera persona en preguntarlecómo le había ido en su viaje. zfrataba de engañarloo realmente quería enterarse? ¿Estaría pensando quepara eso era que Stephen lo había citado?

Los sadhus le habían enseñado a Stephen el poderdel silencio. Miró al señor Wortle y no dijo nada.

-zviste a tu hermano en esas tierras lejanas? Si asífue, espero que le hayas dado mis saludos.

Por un momento, Stephen sintió la tentación deseguir la conversación, como si nada hubiera sucedidoentre ellos, y comenzar de nuevo, antes del viaje él

Stratford. Luego podría contarle el resto de la historia,y el señor Wortle lo escucharía con atención y dulzura,como nunca lo haría su mamá.

No podía odiarlo. No en ese instante, cuando estabafrente a él. Realmente, lo que sintió fue compasiónpor ese homosexual divertido de pelo canoso y pañue-lo en el cuello.

Pero tampoco podía perdonarle lo que había hecho.Nunca.

-Sí -dijo Stephen-. Vi a Rob, y le hablé de usted. Selo dije todo.

Hubo un silencio.El señor Wortle miró su bebida.

308

YO es aIro

-Veo -dijo finalmente-. ¿y qué dijo?-No importa lo que haya dicho -replicó Stephen

con una intensidad repentína-. No va a denunciarlo,si eso es lo que quiere decir. Está en la India y noregresará. Lo que importa es lo que yo diga, y a quiénse lo diga.

El señor Wortle lo miró a los ojos. Estaba pálido,pero su mirada era directa.

-No es eso lo que quiero decir, Stephen. No tengomiedo de lo que alguien pueda decir. Bueno, sí. Meda susto, pero lo enfrentaré y no mentiré ni lo negaré.Sé que cometí... un error. Tal vez. Pero actué consinceridad. Créeme, siempre fui sincero contigo.

-¿Qué? -Stephen sintió que la sangre se le subía a lacabeza-. ¿Fue sincero cuando me sodomizó en el hotel?

-Por supuesto -respondió el señor Wortle-. Creoque no has comprendido nada, Stephen. Yote amaba,todavía te amo. Probablemente pensarás que no soymás que un profesor pervertido que se la pasa sedu-ciendo a sus alumnos, pero no soy así. Reconozcoque me gustan los chicos. Me gusta su compañía, yenseñarles. pero contigo sucedió algo diferente ...

-No le creo -lo interrumpió Stephen-. Lo planeólodo, zno? El viaje a Stratford, cuando sabía quenevaría. Apuesto a que reservó el cuarto conel nterioridad.

Al señor Wortle le tembló la boca. No respondió.- Yo confiaba en usted -continuó Stephen-. Era

corno otro padre para mí. Fue una agradable figuraputerna que satisfizo sus deseos con un chico ingenuo

309

mrnCK lOOpa

de quince años. zPor qué hizo eso? ¿Por qué tuvo quearruinarlo todo? ¿Por qué? Si me amara, nunca mehabría tocado.

-Amar y tocar van de la mano -murmuró el señorWortle-. Eso era todo lo que quería hacer en uncomienzo; tocarte, abrazarte. Pero la pasión tiene unpoder terrible. Lo siento, Stephen ...

-¿Lo siente? -gruñó Stephen.El señor Wortle sintió derrumbarse: su cara le

temblaba. Estuvo a punto de desmoronarse, pero serecobró y logró esbozar una sonrisa apretada e irónica.

-Lo siento. Sé que eso no es suficiente. Pero, real-mente lo siento. Sé que te he hecho daño, cuando loúnico que quería era tu amor. Vas a decirle a la policía,zverdad? Iré a prisión. No me importa; me lo merezco.Sin embargo, extrañaré a Los Estetas. ¿Acaso no escierto que todos los hombres matan lo que aman?

-No -respondió Stephen-. Eso es falso, eso no esarnar. No sabe lo que significa el amor.

Se puso de pie y salió del bar. Se detu va en la calle.Le asaltó de nuevo la imagen del señor Wortle con susonrisa apretada. Stephen cerró los ojos y la imagense hizo más sólida, la sonrisa más amplia y másinsidiosa. Respiró profundamente y sintió que laenergía se acumulaba en su columna, al mismo tiempoque se concentraba en sus ojos. Luego vio cómo sedisolvía la cara, como el gato de Cheshire; la sonrisase desvanecía al final.

Fue a su papá a quien finalmente le contó. Su mamásolía asistir a las reuniones políticas durante las noches,

310

YO es 011'0

pues se aproximaban las elecciones. Una noche, CUéln-

do Stephen y su papá estaban en la casa, Stcphcnbajó a su estudio. Su papá examinaba unos papeles,pero se quitó los lentes y le sonrió a Stephen.

-¿Cómo vas con tus tareas?-Ya las hice -contestó Stephen.A ninguno de los dos se le ocurrió decir algo más.

Su papá se puso los lentes y se concentró en su trabajo.Había una atmósfera agradable en el estudio. Todoera antiguo y de buen gusto. Stephen se sentó en unasilla vieja y vio trabajar a su papá, así.como lo habíahecho hacía varios años. cuando era niño.

-¿Estás bien? -Ie preguntó su papá luego de unrato-. ¿Se te ofrece algo? Sírvete un refresco si quieres,o una cerveza.

-No. gracias -contestó Stephen-. Papá ... zPcdrfa-mos hablar acerca de algo? Fue algo que me sucedióen Grindlesham.

-Por supuesto -dijo su papá-. ¿De qué se trata?Dime. Sacó la pipa y le puso tabaco.

Stephen le contó todo, o casi todo, y su papá loescuchó, tocándose los labios con la pipa, pero sinfumar y sin moverse de su silla.

Cuando Stephen terminó, le dijo con suavidad:-Sí. Gracias por decírmelo. Sin embargo, creo que

es mejor que no le digamos nada a tu mamá, por lomenos por ahora. Eso la afectaría muchísimo.

Se levantó del asiento y se reclinó en el escritoriocon aire pensativo.

Palrick Coope.r

-Es terrible. Un hombre como él.¿Quién lo hubieraimaginado? Por supuesto que haré algo. Stephen, «reesque el señor Wortle ... se la pasa haciendo eso, o fue

'1 7so o ....Stephen movió la cabeza.-No sé. Creo que sólo fue conmigo. Realmente

siento lástima por él.De cierto modo, cualquiera podríahacer lo mismo. Pero no quiero que lo metan a lacárcel. Eso no le ayudaría a nadie. .

-De acuerdo -replicó su papá-. Hablaré entoncescon las directivas del colegio. Ellos resolverán eseasunto con discreción.

Hubo un silencio, un silencio incómodo que seinterpuso entre ellos, y ambos evitaron mirarse.Stephcn estuvo a punto de levantarse y decir: "Bueno,seguiré estudiando entonces",pero su papá se le acercóy le acarició la cabeza.

-No fue culpa tuya -dijo suavernente-. Nuncapienses que tuviste la culpa.

Stephen se dio vuelta hacia él.-Sabes que te quiero -le elijotorpemente su papá-.

Tu mamá y yo te queremos, al igual que a Rob.Siempre, no importa lo que pase.

Stephen se echó en sus brazos, lo abrazó y lo ap~etó.y lloró. Lloró lágrimas tiernas, como si fuera un

bebé.

312