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LA PREHISTORIA EN LAS TIERRAS ALTAS DEL OCCIDENTE 1 Por Erick G. Rizo Xalixco. Estudios Históricos y Patrimonio Cultural A.C. Resumen/Abstract La etapa prehistórica de Jalisco es un periodo del pasado muy poco conocido de la entidad. Lo anterior se debe básicamente a la existencia de datos dispersos al respecto, obtenidos la mayoría de hallazgos incidentales, sin el sustento adecuado de técnicas paleontológicas y arqueológicas; solo en unos pocos casos se han documentado los hallazgos a través de técnicas científicas. Así pues se carece de un marco interpretativo básico para la comprensión de tal etapa en el estado. Otro aspecto que aumentada la confusión, es la creencia popular, e inclusive presente aún en ciertos sectores de la academia, de la prehistoria jalisciense se extiende hasta la llegada de los españoles, dada la supuesta inferioridad tecnológica y cultural de las sociedades nativas. Como veremos, esta aseveración carece de total validez hoy en día. En el presente trabajo se hace una síntesis general de la etapa prehistórica de Jalisco, en particular de los valles y cuencas lacustres centrales, desde la llegada del hombre, hasta los albores de la civilización, es decir, la consolidación de la vida sedentaria y el comienzo de la urbanización en la región al principio del Preclásico (1500-1000 a.C.). Un año particularmente seco. La peor sequía en la historia del lago de Chapala. Un niño, con tan solo una docena de años a cuestas. La fiebre del mamuth en tierras mariacheras. El niño camina por otrora las playas de la laguna, pateando latas y basura. Una piedra porosa, desgastada se asoma entre el lodazal. Pero no, no, no es una piedra… 1 Ponencia presentada en la II Semana de Arqueología de León, Guanajuato, México y el Mundo. Celebrada en la ciudad de León, Gto., en las instalaciones de la Universidad Meridiano, durante la semana del 22 al 26 de Septiembre de 2014.

LA PREHISTORIA EN LAS TIERRAS ALTAS DEL OCCIDENTE

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LA PREHISTORIA EN LAS TIERRAS ALTAS DEL OCCIDENTE1

Por Erick G. Rizo

Xalixco. Estudios Históricos y Patrimonio Cultural A.C.

Resumen/Abstract

La etapa prehistórica de Jalisco es un periodo del pasado muy poco conocido de la

entidad. Lo anterior se debe básicamente a la existencia de datos dispersos al respecto,

obtenidos la mayoría de hallazgos incidentales, sin el sustento adecuado de técnicas

paleontológicas y arqueológicas; solo en unos pocos casos se han documentado los

hallazgos a través de técnicas científicas. Así pues se carece de un marco interpretativo

básico para la comprensión de tal etapa en el estado.

Otro aspecto que aumentada la confusión, es la creencia popular, e inclusive presente

aún en ciertos sectores de la academia, de la prehistoria jalisciense se extiende hasta la

llegada de los españoles, dada la supuesta inferioridad tecnológica y cultural de las

sociedades nativas. Como veremos, esta aseveración carece de total validez hoy en día.

En el presente trabajo se hace una síntesis general de la etapa prehistórica de Jalisco, en

particular de los valles y cuencas lacustres centrales, desde la llegada del hombre, hasta

los albores de la civilización, es decir, la consolidación de la vida sedentaria y el comienzo

de la urbanización en la región al principio del Preclásico (1500-1000 a.C.).

Un año particularmente seco. La peor sequía en la historia del lago de

Chapala. Un niño, con tan solo una docena de años a cuestas. La fiebre del

mamuth en tierras mariacheras. El niño camina por otrora las playas de la laguna,

pateando latas y basura. Una piedra porosa, desgastada se asoma entre el

lodazal. Pero no, no, no es una piedra… 1 Ponencia presentada en la II Semana de Arqueología de León, Guanajuato, México y el

Mundo. Celebrada en la ciudad de León, Gto., en las instalaciones de la Universidad Meridiano, durante la semana del 22 al 26 de Septiembre de 2014.

¿Era Prehistórica, Arcaica o Protohistórica?

La etapa prehistórica2 de Jalisco es una época nebulosa y confusa tanto en el

imaginario popular como en el ámbito académico. Múltiples son los factores que lo

causan; algunos de ellos se tratarán en estas páginas. Un aspecto que aumenta la

confusión, es la creencia popular, e inclusive presente aún en ciertos sectores de

la academia, de que la prehistoria jalisciense se extiende hasta la llegada de los

españoles, dada la supuesta inferioridad tecnológica y cultural de las sociedades

nativas. Así pues, es muy común leer o escuchar que las sociedades indígenas

eran prehistóricas o que la historia comienza a la llegada de Cortés, lo cual revisite

un claro sesgo eurocentrista.

Además, la definición de la prehistoria en Jalisco no es del todo clara. En

primer lugar por la falta de estudios sistemáticos para caracterizar adecuadamente

el periodo. En segundo, porque desde un punto de vista historicista y eurocéntrica,

la historia comienza con el surgimiento de la escritura. Así pues, muchos de los

pueblos precolombinos serían prehistóricos bajo tal aseveración, inclusive

civilizaciones de la magnitud de los incas. En el Occidente de México, la presencia

de una tradición escriturística propia ha sido en general infructuosa hasta el

momento (Yáñez 2009). Solo en el caso tarasco hay evidencias de un posible

tradición pictográfica nativa (véase Roskamp, 2000), si bien, al parecer de menor

arraigo que en otras zonas de Mesoamérica. En Jalisco y otras regiones más

occidentales, a lo sumo tenemos evidencia de algunas inscripciones glifícas

tardías, en especial las asociadas con el Complejo Grillo y Aztatlán (entre el 500 y

el 1200 d.C.), de los periodos Epiclásico y Posclásico respectivamente (véanse

figuras 1 y 2).

2 Otro término usado por los investigadores como equivalente de Prehistoria es Paleoindio,

es decir, la ocupación humana más antigua, y antecesora directa de los grupos amerindios, que se extiende desde (ca.) 15, 000 a 6,000/4,000 a.C., en otras palabras, el periodo que va desde la aparición del hombre hasta el surgimiento de la agricultura en la región.

Figura 1 y 2.- Chimalli en una alfarda de un templo de Los Toriles/Ixtlán del Río (izquierda). Escalera con glifos de El Chanal, Colima (derecha). Fotografías del autor.

Así pues, resulta claramente conflictivo utilizar el término prehistórico en

su acepción europea para el caso de muchas sociedades complejas

americanas. Entones, otro concepto utilizado frecuente por los

mesoamericanistas fue el de Periodo Protohistórico, utilizado en particular

para las sociedades con escritura pictográfica del Posclásico, especialmente

las del centro del país. Sin embargo, tal concepto también adolece de su

carga eurocentrista, puesto que se parte de la aceptación tácita de que solo

los pueblos con escritura son “históricos”. Además, otras sociedades

mesoamericanas ya desde el preclásico desarrollaron sistemas de escritura

propios, lo cual, bajo el concepto tradicional y eurocéntrico de la historia, las

vuelve tan históricas como las civilizaciones egipcia, china o mesopotámica.

Por otro lado, Arcaico suele ser el término más usado para definir a las

sociedades mesoamericanas tras la aparición de la agricultura y antes del

surgimiento del Estado y/o complejidad social. Entonces, ¿son las

sociedades que habitaron Jalisco antes de la conquista, prehistóricas,

protohistóricas o arcaicas? ¿Son acaso sinónimos? Para efectos del

presente trabajo se distinguirán las tres etapas distintas: Prehistoria, Arcaico

y Formativo. Entonces, los grupos humanos de la región pasaron por las

dichas tres etapas hasta culminar en el surgimiento de sociedades

complejas, como la Tradición Teuchitlán.

Así pues, para efectos de análisis, en el presente trabajo por Prehistoria

se entiende, que se trataría del periodo que inicia después de llegada del

hombre a América (20 000/15 000 – 6000 a. C.). Abarcaría pues, parte de la

última glaciación y la transición hacia el actual periodo cálido interglaciar que

atravesamos hasta la aparición de la agricultura. Luego tendríamos el

periodo Arcaico (6000/4000 – 1500 a.C.), cuando comienza el cultivo de maíz

y otras plantas domesticadas en el Occidente y otras regiones de

Mesoamérica. Baste recordar que en América no existió un periodo Neolítico

como en el Viejo Mundo. Y finalmente, la etapa prehispánica en sí (1500

a.C.-1525/1600 d.C.), durante la cual tenemos sociedades complejas en la

región, siendo el Formativo (1500-200 a.C.), cuando surgen dicha

complejidad sociocultural.

Tierra de Gigantes. Megafauna de Jalisco

Antes de hablar de la megafauna que pisó las tierras jaliscienses, debemos dar un

repaso de las características e historia geológica de la región, para hacernos una

idea del espacio que habitaron los megamamíferos y humanos. Por tierras altas

pues, se entenderá el espacio central del estado de Jalisco, confirmado por

amplios valles y cuencas lacustres cerradas, con excepción de Chapala, que se

encuentra entre los 1100 y 1800 msnm (véase mapa 1). La mayoría de los

hallazgos sobre la prehistoria jalisciense se han realizado en esta zona, en las

cuencas lacustres de las tierras altas (e.g. Chapala, Cajititlán, Zacoalco, San

Marcos, Sayula). Lo anterior no debe sorprendernos, ya que dichos espacios

acuáticos serían muy atrayentes para la megafauna prehistórica, y por ende para

el hombre, dada la fertilidad de las tierras y la abundancia de agua. Cabe recordar

que durante el cuaternario el clima en la región era más frío y seco que en la

actualidad.

Mapa 1.- Cuencas lacustres de las tierras altas de Jalisco. Se muestra la máxima extensión de las cuencas en tiempos históricos.

La mayoría de los suelos de la cuenca Lerma-Chapala está conformada por

suelos aluviales. Lo anterior tiene su origen en el periodo Plioceno, cuando se

formaría un gran sistema lacustre al interior de la Mesa Central Mexicana, dado el

estancamiento por la poca pendiente; dicho sistema posteriormente fue drenado

por los movimientos telúricos y geológicos (Sánchez 2007:2, 3; véanse mapas 2 y

3). Entonces, el vaciamiento de los vasos lacustres sería lento y se debería a

factores geológicos y acumulativos, como la erosión, el azolvamiento y el

surgimiento de la barranca del Rio Santiago, que drenaría sus aguas hacia el

océano Pacífico (Sánchez 2007:5, 6). La presencia de este gigantesco sistema

lacustre sobre la Mesa Central, convertiría a dicha franja –cuyo extremo occidental

son las tierras latas de Jalisco– en un hábitat riquísimo para los megamamíferos

típicos del Cuaternario. Así pues, no es de extrañar que la zona sea rica en fósiles

de megafauna.

Mapa 2.- Cuenca del Río Lerma y antiguo sistema lacustre al interior de la Mesa Central Mexicana. Tomado de Sánchez (2007:4).

Mapa 3.- Antiguo sistema de lagos interiores del Pleistoceno. Tomado de Sánchez (2007:5).

Al extremo poniente de dicho sistema lacustre se encontraba el Chapala

primigenio. Así pues, el antiguo lago de Chapala, el de la era

pliocénica/pleistocénica, extendía sus aguas entre los 1550 y los 1650 msnm, es

decir más de 100 metros su nivel actual, lo cual implicaba que sus aguas se

extendían hacia el Bajío guanajuatense por el este y el bajío zamorano hacia el

sur, uniendo sus aguas con otros cuerpos lacustres del interior del país (García

1988:9; Sánchez 2007:5; véanse mapas 2 y 3). La extensión hacia el poniente de

este verdadero mar chapalico primigenio, aún no es clara, pero es probable que se

extendiera hacia las vecinas cuencas de Magdalena, Cajititlán, Sayula, San

Marcos, Zacoalco y Atotonilco, las cuales forman hoy junto a Chapala una sola

subprovincia fisiográfica (véase Acosta 2010:57). Haciendo un ejercicio imaginario,

se podría viajar en una embarcación mediana desde Querétaro hasta Guadalajara.

Si bien, la evidencia paleoambiental es escasa, la existencia de la misma

fauna acuática en las cuencas citadas jaliscienses y en otras que conformarán el

antiguo Sistema de Lagos Interiores de la Mesa Central, registrada por las fuentes

históricas (Acuña,1987 y 1988; Alcalá, 2008; Patiño, 1878; Sugiura, et al. 1998;

Williams, 2014), deja entrever la posibilidad, y esto es por ahora una hipótesis, que

dicho macrosistema lacustre tuviera vasos comunicantes con otras cuencas de las

tierras altas (véase mapa 4). Así pues, tendríamos una extensa área de lagos y

pantanos comunicados entre sí, muchos de ellos (como Cajititlán, Zacoalco,

Sayula, San Marcos y Atotonilco) tendrían zonas de contacto con la cuenca

chapalica y por ende con el resto del sistema lacustre interior. Como ya se ha

mencionado la fauna acuática mencionada recurrentemente en las fuentes

históricas3 es prácticamente la misma entre las cuencas de la región, desde

Magdalena hasta el valle de Toluca: pescado blanco –o amilotl/amilote, charales,

bagres, sardinas, etc.–. Además, otro elemento que apoya la hipótesis aquí

esbozada, por ejemplo, es la composición de los suelos en los valles de Poncitlán

y Toluquilla, así como de la cuenca de Cajititlán, básicamente tierras negras de

origen aluvial y alta productividad agrícola, similares a las del Bajío –que fuera el

centro de tal Macrosistema lacustre interior–. Por otro lado, es probable que otros

cuerpos lacustres prehistóricos en los valles de Tequila (cuenca de Magdalena y

los valles de Ahualulco, Tala y Ameca), fueran drenados de manera lenta y natural

por el río Ameca. Los embalses que sobrevivirían hasta tiempos recientes en la

zona sur de los valles de Tequila, serian pues, restos de los lagos prehistóricos

(véase mapa 4).

3 A finales del siglo XVIII se describían los tipos de peces y demás fauna acuática

encontrados en la laguna de Cajititlán de la siguiente manera:

“Un pez llamado blanco, por tener blanca así la carne como el cútis, con escamas relucientes como la plata, que el mayor es como una tercia de vara corriente: el segundo (que llaman pescado bagre) este tiene ménos (sic) espinas que el blanco, y la carne no tan blanca, que tira algo á color morado, el cútis grueso de color oscuro y muy liso, sin ninguna escama; es apreciable al gusto, y más la hembra, y dañoso á la salud por ser frío y flemoso: la tercera de las especies es uno chiquillo llamado charal que el más grande no pasa de sesma de vara, del mismo color y escama del blanco, y del mismo aprecio, por ser casi de la misma especie; el cuarto y último es un pecesillo muy espinoso, llamado sardina, la mayor es de una cuarta, es apreciable al gusto y á la salud, y despreciable por su mucha espina; tiene escama y color prieto deslavado. […] Asimismo hay en esta dicha laguna tortugas chicas y ranas grandes comestibles, fuera de otros animalillos que no les hacen aprecio, como perrillos de agua que son más chicos que los que hay en otros lagos y ríos del reino; no tienen pelo éstos, sino el color y cútis del pescado bagre, y muy lisos. Hay también culebras chicas de varios colores, y otras varias sabandijas de agua sin ninguna utilidad, y sin ponzoña” (Patiño, 1878:201-203).

Mapa 4.- Extensión del antiguo marca chapalico y los hallazgos de megafauna y actividad humana prehistórica en la región. Elaborado por el autor con datos del INEGI, IJAH, Alberdi

y Corona (2005), Benz (2005), Canales, et al. (2000), Sánchez (2007) y Solórzano (1976).

Un aspecto que llama la atención es la concentración de la evidencia de

tanto de megafauna como de actividades humanas en las riberas de lo que fuera

el antiguo mar chapalico (véase mapa 4). Especialmente importante para ello ha

sido el estudio de la cuenca de Zacoalco, donde se han encontrado restos de

mamuts, así como de herramientas líticas prehistóricas, petrograbados, atláts o

lanzaderas y por si fuera poco evidencia del inicio de la domesticación de las

plantas en la región (Benz, 2005; Solórzano, 1976). Cabe mencionar que la

megafauna de las tierras altas jaliscienses es básicamente la misma que se

encuentra en el centro del país, lo cual no sorprende, ya que ambas regiones

formaban parte del mismo ecosistema de la Mesa Central. Si bien, la megafauna

que habitó el país antes de la gran extinción del Holoceno, está mejor estudiada

en la zona centro del país, y en menor medida en la zona norte y occidente. Así

pues, sabemos que entre los megamamíferos que habitaron el centro del país y

probablemente las riberas del mar chapalico estarían diversas especies de

perezosos, osos de cara chata (el mayor mamífero depredador terrestre), tigres

dientes de sable, capibaras, camellos, mixotoxodontes, borregos almizcleros,

caballos americanos, gonfoterios, lobos terribles, leones americanos, bisontes

gigantes, mastodontes americanos, gilptodontes, armadillos gigantes, berrendos,

llamas, venados, tapires, y las estrellas de las películas sobre la prehistoria: los

mamuts (véanse Galindo, 2012:60-87 y figuras 7, 8 y 9).

Figura 1.- Visita del personal del IJAH a la excavación de Santa Catarina. Archivo Histórico IJAH.

Figuras 2 y 3.- El Lic. Francisco Ayón Zester en las excavaciones (izquierda). Sosteniendo un molar del mamut (derecha). Archivo Histórico IJAH.

Entre los hallazgos más relevantes de megafauna en Jalisco se encuentra el

de Santa Catarina. En febrero de 1962 acaeció el hallazgo del famoso Mamut, hoy

todo un icono del Museo Regional de Guadalajara. El hallazgo fue realizado por

los pobladores del poblado cercano de Santa Catarina (en el cerro del Tecolote,

dentro de la cuenca de San Marcos en el centro-sur del Estado), quienes lo

reportaron al arquitecto Diego Delgado, catedrático de Historia de la Arquitectura

de la Facultad de Ingeniería de la UAG (Universidad Autónoma de Guadalajara), y

el escultor Luis Ocampo (García, 2012). El hallazgo fue un parteaguas en el

estudio de la prehistoria jalisciense, al ser el primer fósil excavado de manera

científica. El IJAH (Instituto Jalisciense de Antropología e Historia) aportó apoyo

logístico a la excavación e incluso su fundador Francisco Ayón Zester asistió a las

excavaciones (véanse figuras 1-3). Además, en el mismo cerro del Tecolote se

encontraron puntas de proyectiles del tipo Clovis, de los primeros indicios de la

presencia humana en Jalisco, lo cual lo vuelve un sitio de primer nivel, si bien no

hay evidencia directa que asocie la actividad humana con la megafauna (García,

2012).

Figuras 4 y 5.- Esqueleto y defensas del megamamífero. Archivo Histórico IJAH.

Figura 6.- Molar enyesado del Mamut de Santa Catarina. Archivo Histórico IJAH.

Además, debe señalarse que los hallazgos de restos fósiles de fauna

cuaternaria en la región de las tierras altas de Jalisco datan de antiguo. De ella se

originaron leyendas tan conocidas como la de los “Gigantes de Tala”:

Los yndios viejos de este pueblo de Tlala nos cuentan que por tradición muy antigua de sus padres y abuelos, sauen como en los tiempos passados vinieron a este valle por la parte del Occidente una gran tropa de Gigantes de muy disforme (sic) estatura que en número dicen los yndios eran quatrocientos y que entre ellos no vino mujer alguna, y que llegados a este valle causaron tanto temor entre los habitantes del, que algunos se huyeron, y los que quedaron les dauan por tributo a acad uno cierta cantidad de mujeres para solo hacerles de comer, y muchas no eran bastantes según lo que comían y dizen tambien los yndios deste valle que como los Gigantes no trajeron mujeres cometían entre sí el pecado torpe [es decir, actos

homosexuales], en pena de lo qual los hauia hanegado una gran avenida de aguas conque se consumieron todos (Mota y Escobar 1993:36).

Dos fenómenos estarían detrás del origen de tal leyenda: primero como se ha

señalado, el descubrimiento de distintos restos fósiles en la región, el mismo Mota

y Escobar lo presenciaría a inicios del siglo XVII durante su visita pastoral al

obispado de Guadalajara al pasar por Tala dice que “vimos aquí vn hueso que era

de vn muslo que solo él era de siete palmos de largo y la choquezuela que encaja

en la çea era como una botija commun en grandeza y desta proporsion emos visto

otros huesos que oy (sic) día están aquí” (Mota y Escobar 1993:36). Y segundo,

las migraciones relacionadas con la aparición del Complejo Aztatlán y la lengua

náhuatl en el centro de Jalisco durante el Posclásico temprano. A lo anterior se

suma la existencia de un centro ceremonial Aztatlán en las cercanías del actual

Tala, denominado el Peñol de Jorge Dipp (González et al. 2007:29). La confusión

de restos fósiles con los de supuestos gigantes es algo que sucedió a menudo en

el Viejo Mundo. Además, la purificación de los pecados con la aniquilación por

agua, algo ya visto en el relato diluviano del Génesis, indica ya cierto nivel de

asimilación de las tradiciones orales indígenas y la recién impuesta doctrina

cristiana.

Figura 7.- Replica del Mamut de Santa Catarina en el Museo Regional.

Figura 8.- Cráneo de tigre dientes de Sable. Museo Regional de Guadalajara.

Uno de los hallazgos más importantes en la región en tiempos recientes fue

la localización de un gonfoterio de tierras bajas en la localidad de Santa Cruz de la

Soledad, Chapala en abril del año 2000, durante una de las peores sequias que en

los últimos años ha afectado al vaso lacustre. Baste señalar que los hallazgos de

antiguos proboscidios han sido frecuentes en la cuenca chapalica y otros puntos

como en los municipios de Ameca, Ajijíc y El Salto, (Alberdi y Corona, 2005:249,

250; El Universal, 2007). Pero sin duda, fue el hallazgo del Gonfoterio, mal

llamado “Mamut de Chapala” por la prensa y la gente en general, el que desató

una verdadera fiebre de fósiles durante el inicio del milenio (véase figura 9). El

breve relato con el que se abre el presente artículo trata precisamente como un

niño tapatío de 12 años encontró durante una excursión escolar diversos restos

fósiles en la ribera de Chapala al poco tiempo de encontrarse el gonfoterio. Dichos

hallazgos continúan hoy en día, y generalmente terminan por enriquecer

colecciones privadas en lugar de ir a parar a repositorios y museos. De hecho el

hallazgo más reciente es acaba de registrarse en el municipio de Amacueca,

dentro de la sureña cuenca de Sayula, donde se localizaron osamentas de dos

megaterios o perezosos gigantes (El Informador, 2014; véase figura 10).

Figura 9.- Esqueleto del Gonfoterio de Chapala en el Museo de Paleontología de Guadalajara Federico Solórzano Barreto. Imagen El Informador (2011).

Figura 10.- Excavación de dos perezosos gigantes en el municipio de Amacueca. Imagen El Informador (2014).

Recientemente, en el valle de Toluca, en el extremo oriental del antiguo

sistema de lagos interiores de la Mesa Central, se han encontrado como ofrendas

en contexto mucho más recientes, en tiempos del Formativo, defensas de mamut

que los antiguos habitantes extrajeron de las partes bajas del citado valle para

depositarla como ofrenda en las elevaciones del valle (Boletín del INAH, 2014).

Dicha práctica no es descartable en la zona de estudio, dada la abundancia de

restos fósiles. De hecho en el área de Zacoalco-Sayula se encontró una vértebra

de ballena prehistórica (hoy custodiada en el Museo de Paleontología de la

ciudad) que fuera objeto de modificaciones culturales en tiempos prehispánicos.

La llegada del hombre y el periodo arcaico en Jalisco.

La llegada del ser humano a América ha sido un tema que ha intrigado a diversos

religiosos y científicos desde el siglo XVI. Los datos genéticos, arqueológicos y

lingüísticos parecen indicar que la población nativa americana se originó a raíz de

migraciones desde Siberia a través del estrecho de Bering (Wells, 2009). De

hecho parece haber habido dos o tres oleadas migratorias asiáticas: la primera y

más antigua, desde Siberia, daría origen a la mayor parte de las lenguas

indígenas, agrupadas en la familia lingüística Amerindia, y que se extiende tanto

en Norteamérica como en Sudamérica, quizá llegada al continente entre los 20 y

los 12 mil años antes de Cristo. La segunda, que originó a la familia lingüística Na-

dene llegaría hacia el 10 000 a.C., vía costera desde el sureste de Siberia o desde

el norte de China, y se introdujo solo a Norteamérica, entrando por las costas del

Pacífico. Finalmente la familia esquimal-aleutiana, que derivó de la primera

migración siberiana, distribuyéndose hacia el este hasta Groenlandia (Wells,

2009:152-156).

Así pues, hasta que no se demuestre científicamente lo contrario, es

presumible que los primeros grupos humanos llegaran al Occidente desde el

norte, provenientes del actual USA. Los grupos humanos que llegaron a la zona se

encontrarían con un paisaje muy prometedor, rico en agua, recursos naturales y

en caza mayor. El Sistema Lacustre Interior de la Mesa Central Mexicana (véanse

mapas 2, 3 y 4) podría bien considerarse uno de los más ricos de Norteamérica a

finales del Pleistoceno. Contrariamente a lo que se imagina, la migración humana

en el continente no sería fruto de un viaje épico, sino resultado de la expansión

biológica, es decir, de la expansión natural de poblaciones humanas debida al

crecimiento demográfico exponencial que impulsaba a los individuos a buscar

nuevos territorios (Finlayson, 2010). Lo anterior debió haber sido un proceso

bastante común y rápido, tras el internamiento de las primeras bandas humanas

en las praderas norteamericanas, dado que al llegar a las planicies se

encontrarían con una reserva alimentaria insospechada y sin explotar como lo era

la rica megafauna del continente. Así pues, las poblaciones humanas crecerían

exponencialmente gracias a la gran reserva alimenticia, abriendo nuevos territorios

hacia el interior del continente.

Entonces, la llegada del hombre a México, y por ende al Occidente, debió

acaecer entre los 20 y 15 mil años a.C., siendo los primeros restos materiales

asociados con actividades humanas las culturas líticas norteamericanas conocidas

como Folsom y Clovis. Así pues, debe señalarse que no hay evidencia hasta el

momento de culturas líticas en el Occidente asociadas a otros yacimientos

antiguos sudamericanos como Monte Verde, en Chile, a diferencia de la lítica de

grupos paleoindios norteamericanos (Clovis y Folsom). Por ejemplo se encontró

material Clovis en Sonora, asociado a restos de un gonfoterio de tierras bajas

(Galindo, 2012). Además, se han localizado puntas Folsom en el sitio de

Guachimontones, en Teuchitlán, si bien dentro de un contexto cultural mucho más

tardío, probablemente depositadas como ofrendas, una en el juego de pelota 1 y

otra en el circulo 6 (Canales, et al. 2006; véase figura 11). En qué medida los

antiguos teuchitecas asociaban dichos elementos líticos con sus antepasados, nos

es desconocido, pero es probable que si los consideraran parte de su historia, al

depositarlos en espacios de alto valor simbólico y ritual. También se han localizado

puntas Clovis talladas en obsidiana dentro de la cuenca de Zacoalco-Sayula, lo

curioso es que la obsidiana no es nativa de tal cuenca, sino de los valles de

Tequila al norte (Esparza 2014). Lo anterior podría ser un indicio de cierto

intercambio regional durante la era prehistórica entre los grupos humanos de las

tierras altas.

Figura 11.- Ubicación de las puntas Folsom halladas en Teuchitlán. Tomado de Canales, et al. (2006).

Otra herramienta temprana, utilizada desde la prehistoria hasta la llegada de

los españoles fue el atlátl o lanzadera, registrado en la zona de Zacoalco y Sayula

en particular (Solórzano, 1976). Una zona prometedora en hallazgos prehistóricos

y arcaicos es la cuenca de Cajititlán, que probablemente fuera parte del Sistema

Lacustre de la Mesa Central. En las colecciones locales se aprecian diversos

instrumentos líticos, de entre los que destaca un raspador de pedernal, al parecer

encontrado en la ladera poniente del cerro del Sacramento, y que por la técnica

utilizada para hacerlo, bien podría ser prehistórico (Esparza, 2013, comunicación

personal; véase figura 12). De hecho, en el citado cerro existen yacimientos de

pedernal, caliza, tezontle y cuarzo, lo cual lo haría muy atractivo (además de la

riqueza en fauna acuática) para los primeros habitantes de la región.

Figura 12.- Raspador de pedernal de Cajititlán. Podría datar de la etapa prehistórica de la cuenca. Colección particular.

Otros elementos que indican la presencia humana en la región desde el

periodo prehistórico serían los petrograbados. Cabe señalar que en el Occidente,

el uso de petrograbados fue bastante común hasta muy entrada la etapa

prehispánica. Entonces existen zonas ricas en petrograbados en Santa Anita y

San Agustín (cerca de Guadalajara), Cajititlán (en especial en la ribera sur),

Chapala, Mascota, Sayula, la Presa de la Luz en Jesús María (en los Altos de

Jalisco), Zacoalco, La Huerta, La sierra Huichola, entre otras áreas (véase

Esparza y Rodríguez 2013; Morales, 2009; Moya 2006).

Figura 13.- Petrograbados de La Huerta, Jalisco. Imágenes cortesía del IJAH.

Hasta el momento, una de las mayores concentraciones de petrograbados

presumiblemente prehistóricos se localiza en las áreas lacustres de las Tierras

Altas de Jalisco. En el área de Poncitlán, por ejemplo, existe una gran muestra de

petrograbados (en particular en la sierra de Mezcala, frente a la ribera lacustre),

del periodo arcaico y del prehispánico, incluso algunos podrían ser poco anteriores

a la conquista y asociados con los grupos cocas de la zona (Morales, 2009). Como

ya se ha señalado, en el Occidente destaca la pervivencia del uso de

petrograbados desde el periodo prehistórico hasta prácticamente la conquista

española. Así pues, tenemos la incorporación de petrograbados en la arquitectura

pública de la región era una práctica frecuente en algunos sitios, como en

Tzintzúntzan, Zaragoza y El Cóporo, por ejemplo.

Por otra parte, el primer cambio antrópico a gran escala en el paisaje del

antiguo Occidente, y de las tierras altas en particular, acaeció con el surgimiento

de la agricultura y el modo de vida sedentario, en el llamado periodo Arcaico, entre

el 6000/4000 y el 2000 a. C; primeramente, afectaría las áreas lacustres –como

nuestra zona de estudio–, valles y costa, donde se asentaron las mayores

densidades de población desde la época prehistórica (Jardel, 1994:27). Otros

estudios polínicos hablan de la presencia de agricultura en las cuencas lacustres

de las tierras altas de Jalisco y las bajas de Nayarit hacia 5000 años antes de

nuestra (Brown, 1992:45). En 3600 a.C. aparece por primera vez, polen fósil de

maíz (Zea), evidencia de una economía agrícola ya consolidada (Brown, 1992: 45-

46).

En la cuenca de Zacoalco-Sayula hay evidencia científica de la aparición de

actividades agrícolas (al parecer cultivo de calabazas y frijoles) hacia 4780 ± 60

antes del Presente, es decir, que para el 2800 a.C. (Benz, 2005:2), los habitantes

de la zona, otrora rica en megafauna de Pleistoceno, habían iniciado ya la

transición de una vida nómada a la sedentaria. En la zona de Zacoalco, el sitio

denominado Moreno 5, es el que tiene una mayor evidencia de ocupación arcaica

(véase figura 14). Aquí no debe descartarse que al igual que otros casos de

sedentarización en el mundo, los primeros cazadores-recolectores establecieran

campamentos permanentes en zonas de alta productividad, como es el caso de la

cuenca en cuestión, rica en alimentos de distintos biotopos. Así pues, quizá la

sedentarización podría haber precedido a la experimentación de cultivos. A favor

de lo anterior debe mencionarse que en el sur de Jalisco existen poblaciones

espontáneas de parientes silvestres del maíz, la calabaza y los frijoles (Benz,

2005). Entonces resulta que a unos kilómetros desde las riberas lacustres se

encuentran seis zonas de vegetación natural distintas, las cuales ofrecen al menos

100 especies de plantas comestibles, algo que sin duda no debió haber pasado

desapercibido por los antiguos cazadores-recolectores (Benz, 2005:3-5).

Figura 14.- Herramientas líticas del Arcaico encontradas en el sitio Moreno 5 en la cuenca de Zacoalco-Sayula. Tomado de Benz (2005:22).

En otras zonas de Mesoamérica hay datos que apoyan la propuesta de que

el teosinte, el ancestro silvestre del maíz, fue domesticado hacia el 4200 a.C.

(Benz, 2005:3). Se han propuesto cuatro centros de domesticación de plantas

comestibles en el país: la Sierra Tamaulipeca, México Central, la cuenca del

Balsas y las Tierras Altas de Jalisco (García-Bárcena, 2000:15). Que las tierras

altas sea uno de dichos centros de domesticación no debe sorprendernos, dada la

enorme diversidad ecológica de la zona y la existencia de variantes locales del

teosinte, calabazas y frijoles. La primera evidencia de cultivo de maíz en Zacoalco

proviene de una mazorca de maíz (obtenida un abrigo rocoso) que data del 1760 ±

60 años antes del Presente (primeros siglos de la era cristiana), si bien, su cultivo

debe ser mucho más antiguo (Benz, 2005:2).

Como ya se ha mencionado, el inicio de las actividades agrícolas transformó

el paisaje de la región. Por ejemplo, en zonas como la laguna de Zapotlán (ciudad

Guzmán, Jalisco), estudios paleoambientales perfilan un medio cuya vegetación

Arcaica consistía básicamente en pinos y robles. Será hacia 1200 d.C. que dichos

bosques decrecieron, ya sea a consecuencia de alguna sequía, o bien, fruto de la

intensa actividad humana en el ambiente (Brown, 1992:45, 46, 87-97). Lo más

probable es que se trate de evidencia directa de la actividad antrópica en el medio,

ya que la sequia más intensa registrada en la zona hasta el momento, acaeció en

la cuenca de Magdalena entre el 4500 y el 3000 a.C. (Anderson, et al. 2013), en

pleno periodo Arcaico, mientras que los cambios en la vegetación registrados por

Brown (1992) son mucho más tardíos. En las tierras bajas nayaritas, la evidencia

paleoclimática apunta a una presencia de una considerable actividad humana

sobre el medio y sus recursos entre los años 1000 a.C. y 1200 d. C. (Brown, 1992:

45-46, 87-97).

Entonces, si bien la evidencia aún es fragmentaria, podemos proponer que el

periodo Arcaico en las Tierras Altas inicia hacia el 6000/4000 a.C. y que se

extendería hasta el 1500 a.C., dándose en él la transición a la vida agrícola y los

primeros procesos de “complejización social”. Dicho proceso de cambio

sociocultural seria particularmente intenso en las cuencas lacustres,

convirtiéndose en uno de los focos de domesticación botánica más importantes de

Mesoamérica, dada su gran riqueza ecológica, y muy probablemente, debido a

que ya desde el periodo prehistórico albergará densidades poblacionales

importantes. Al inicio del Formativo, entre el 1500 y 1000 a.C. se iniciaría un

proceso de intensificación agrícola que desembocaría en el surgimiento de

sociedades complejas en la región, y uno de los primeros desarrollos estatales de

Mesoamérica.

Los albores de la civilización en Jalisco.

Al inicio del Formativo, entre el 1500 y 1000 a.C., como ya se ha dicho, se

iniciaría un proceso cambio sociocultural y económico muy interesante en la

región: la aparición de sociedades complejas y de uno de los primeros desarrollos

estatales de Mesoamérica: la Tradición Teuchitlán, en los valles de Tequila. Hacia

el Formativo tardío, hace su aparición este desarrollo estatal temprano,

caracterizado por una arquitectura en círculos concéntricos, juegos de pelota,

conjuntos cruciformes, tumbas de tiro, cerámica estilo Ameca y Oconahua rojo

sobre crema, explotación intensiva de la obsidiana y la construcción de campos

chinamperos –así como otras obras agro-hidráulicas– en las cuencas lacustres

(Esparza, 2009; Weigand, 1993, 1996, 2013; López, 2011).

La relevancia de tal fenómeno es grande, incluso a nivel panmesoamericano,

dado que Teuchitlán (ca. 200 a.C.-450 d. C.) se trata de uno de los desarrollos

estatales más antiguos de Mesoamérica, anterior incluso, a la aparición del Estado

Teotihuacano. Sin embargo, los antecedentes más tempranos de la Tradición

Teuchitlán bien podrían remontarse hasta fechas tan lejanas como 1000 a. C., en

el periodo Preclásico o Formativo (Weigand, 2006:39). Es así que hacia el inicio

del primer milenio a. C. hacen su aparición de los primeros rasgos arquitectónicos

de la tradición Teuchitlán, en la fase San Felipe (1000 a.C.-200 a.C.), como

plataformas circulares construidas encima de tumbas de tiro, quizá como un

incipiente culto a los antepasados (Weigand, 1993; véase figura 15).

Figura 15.- Circulo 2 del sitio de Guachimontones, Teuchitlán, Jalisco.

El ascenso de Teuchitlán también marcaría el inicio de un proceso de

urbanización regional (Weigand, 2008). Por éste, se entiende que se hace

referencia al surgimiento de aquellos asentamientos con población densa, con

claros indicios de complejidad social o económica (Smith, 2005:404). Para efectos

de esto debe señalarse la existencia de un sistema de asentamientos urbanos

encabezados por Teuchitlán, en los valles de Tequila hacia el final del Formativo.

Estamos pues en los albores de la civilización en el Occidente, es decir, la

consolidación de la vida sedentaria y el nacimiento de las ciudades en la región.

CONCLUSIONES

Cabe señalarse que la etapa prehistórica y la subsecuente era arcaica, aún están

mal caracterizadas en la región occidente, dada que la mayoría de los datos son

dispersos, y a que aún falta un marco regional interpretativo para su estudio. Las

excavaciones paleontológicas son pocas, y generalmente resultado de

salvamentos, si bien, la zona es prometedora, siendo una de las vetas fosilíferas

sobre el pleistoceno superior más rica del país.

Otro aspecto, ya mencionado, es que la creencia popular (e inclusive

presente aún en ciertos sectores de la academia) que la prehistoria jalisciense se

extiende hasta la llegada de los españoles, dada la supuesta inferioridad

tecnológica y cultural de las sociedades nativas. Como se ha visto, ésta

aseveración carece de total validez hoy en día, a la vista de los nuevos hallazgos

arqueológicos en la región.

En el presente trabajo se ha visto la relevancia de los valles y cuencas

lacustres centrales de Jalisco en la consolidación de la vida sedentaria

mesoamericana, como una zona temprana de domesticación botánica (y quizás

animal también, debe recordarse que el perro pelón o xoloizcuintle, es originario

del Occidente) en Mesoamérica. Cabe entonces preguntarse, si la abundancia de

recursos en la zona fue un factor determinante en una posible concentración

demográfica temprana en la región, quizá desde la prehistoria. De ser así, el perfil

demográfico alto presente en las tierras altas, podría haber influido fuertemente en

los posteriores procesos de cambio sociocultural que desembocarían el

surgimiento temprano de sociedades complejas. Además, durante los cambios

paleoclimáticos que sucedieron a la transición entre el pleistoceno y el holoceno

(ca. 10 000 a.C.), las cuencas y fértiles valle de las tierras altas jaliscienses

debieron ser un refugio ideal ante condiciones más inhóspitas para los cazadores

recolectores del Occidente.

Agradecimientos

Agradezco especialmente al desaparecido Instituto Jalisciense de

Antropología e Historia, al Lic. Juan Gil Flores y al Dr. Luis Gómez Gastélum el

acceso al material fotográfico resguardado en el archivo Histórico de la institución,

en el marco del proyecto de investigación “El papel del Instituto Jalisciense de

Antropología e Historia en la investigación arqueológica del Occidente de México.

Historia de la arqueología en Jalisco”. Dicho proyecto, en que realice mis prácticas

profesionales y servicio social, se centró en analizar la forma en que se dio la

investigación arqueológica en el Estado de Jalisco entre 1959 y 1976, fecha en

que se consolida la presencia del Instituto Nacional de Antropología e Historia

(INAH) en la entidad.

También agradezco al Dr. Rodrigo Esparza López por sus observaciones

sobre los materiales de las colecciones Cajititlán. Finalmente a los compañeros de

Xalixco. Estudios Históricos y Patrimonio Cultural A.C., Issac, Laura y Maribel por

su apoyo en ésta y otras investigaciones.

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