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Revista Arenas 33 "El miedo social"

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Dr. Víctor Antonio Corrales Burgueño Rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa Dr. José Alfredo Leal Orduño Secretario General M.C. Elizabeth Moreno Rojas Dirección Editorial UAS

Dr. José Luis Jorge Figueroa Cancino Director de la Facultad de Ciencias Sociales Dra. Roxana Loubet Orozco Investigación y Posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales

Dr. Luis Astorga Almanza (IIS, UNAM); Dr. José Luis Beraud; MC Pedro Brito Osuna; Dra. Guadalupe Isabel Carrillo Torea (UAEMEX); Dr. Nery Córdova; Dr. Segundo Galicia Sánchez; Dra. Corina Giacomello (UNACH); MC Jenny Guerra González (UNAM); Dr. Ernesto Hernández Norzagaray; MC René Jiménez Ayala; Dr. Arturo Lizárraga; Dra. Marycely H. Córdova Solís (UNAM); Dr. Carlos Javier Maya Ambía (U de G); Dr. Juan Manuel Mendoza; Dr. Rigoberto Ocampo; Dra. Lilian Paola Ovalle Marroquín (UABC); Dra. Gabriela Polit Dueñas (U. de Texas); MC Pedro Humberto Rioseco Gallegos; Dr. Arturo Santamaría Gómez; Dra. Lorena Schobert; Dr. José Manuel Valenzuela Arce (COLEF).

Consejo Editorial

A R E N A S. Año 14, Nueva Época, número 33, enero-abril 2013. Publicación cuatrimestral editada por la Universidad Autónoma de Sinaloa, a través de la Facultad de Ciencias Sociales y la Maestría en Ciencias Sociales con énfasis en Estudios Regionales. Domicilio: Ángel Flores s/n, Centro, Culiacán, Sinaloa, CP 80000. Domicilio en Mazatlán: Av. De los Deportes s/n, Ciudad Universitaria, CP 82127. Tels. (669)9810762 y (669)9812100. Editor responsable: Rober Nery Córdova Solís. email: [email protected]. Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2010-091413591500-102. ISSN: 2007-2333. Impresa por Gráficos Once Ríos Editores, Río Usumacinta # 821, Col. Industrial Bravo, Culiacán, Sinaloa. CP 80111, Tel. (667)7122950. http://www.uasfaciso.mx/Editorial. Esta edición se terminó de imprimir el 28 de febrero de 2013, con un tiraje de 500 ejemplares. Ilustraciones de ARENAS 33: Obra artística Josemaría Miranda *No están prohibidos el uso y la reproducción de los textos citando autoría y publicación. *La UAS y la Facultad de Ciencias Sociales no necesariamente comparten las reflexiones y las opiniones expresadas por los autores.

Dirección Editorial: Nery Córdova

Edición y Diseño Editorial: Pedro Humberto Rioseco Gallegos

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PRESENTACIÓN ……………………………………………………………….

LA CULTURA Y EL MIEDO; LA VIOLENCIA Y LA DOMINACIÓN

René JIMÉNEZ AYALA ……………………………………………………………

EL MIEDO Y EL OLVIDO SOCIAL; EL NARCOTRÁFICO Y LA

VIOLENCIA

Lilián Paola OVALLE, Mario Alberto MAGAÑA y Morella ALVARADO

MIQUELENA ……………………………………………………………………….

EL GOBIERNO, EL NARCOTRÁFICO Y LA ERRÓNEA Y FALLIDA

POLÍTICA DE SEGURIDAD

Carlos Antonio FLORES PÉREZ ………………………………………………….

COLOMBIA: GUERRA, DESPLAZAMIENTO FORZADO Y

RECONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES

Sibely CAÑEDO CÁZAREZ ……………………………………………………….

MIEDO DE CARNE Y LETRAS: BOSQUEJO DE LA LITERATURA DEL

MIEDO

Jenny T. GUERRA GONZÁLEZ……………………………………………………………………..

LA SANTA MUERTE, LA VIOLENCIA Y LA LITERATURA: EL LADO

MORIDOR

Ernesto PABLO ÁVILA …………………………………………………………….

EL CORRIDO DE CHALINO SÁNCHEZ, 20 AÑOS DESPUÉS

Alejandra ESPASANDE BOUZA ………………………………………………….

DEL MIEDO VICARIO AL MIEDO REAL Y LA CRÓNICA DEL “NARCO”

Guadalupe Isabel CARRILLO TOREA …………………………………………..

ESPACIOS DE CONSTRUCCIÓN DE PAZ EN SINALOA: UNA

APROXIMACIÓN CONCEPTUAL

Jesús Abel SÁNCHEZ INZUNZA ………………………………………………….

¿CUÁNDO LLEGARON LOS BÁRBAROS A SINALOA?

Nery CÓRDOVA …………………………………………………………………….

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C O N T E N I D O

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PRESENTACIÓN

En esta edición de ARENAS, número 33, abordamos una temática a la que tratamos obviamente con cuidado, por la misma naturaleza de sus formas y de sus

fondos: el miedo. Y más en específico: el miedo social. Teóricos, académicos e

investigadores de México y algunos otros países participan en la tarea, aquí, desde

varios ángulos y enfoques, como un reto critico para reflexionar y analizar, desde las amplitudes de la ciencias sociales, cómo el miedo se ha convertido en un asunto tan

cercano, y que camina, flota, se respira y se siente en el hábitat, los escenarios y el

ambiente social; como algo que anda por todos lados y en todos los frentes, entre la escandalera mediática, la industria del entretenimiento y la cultura, pero sobre todo de

boca en boca, de señal en señal, entre las murmullos, la comunicación interpersonal,

los chismes y los silencios. Desafortunadamente, a la hora de confrontarlo, mirarlo o pensarlo, muy poco se ha dicho, estudiado y escrito con rigor y detenimiento.

En parte, quizá, esto tiene que ver con el hecho de que, ligado a la violencia y el

narcotráfico, el tema del miedo puede provocar precisamente eso: miedo. Cuando las

sensaciones individuales se amplían y expanden y se transforman en grupales y colectivas y que más aún, se manifiestan en las muchedumbres y las masas, habría

que mirar al miedo no sólo, por ejemplo, desde la psicología social y el psicoanálisis,

sino desde una óptica pluridisciplinaria que precise y conjunte al mismo tiempo los nudos, las ramificaciones y los alcances de los tentáculos de su presencia y su

transcendencia sociocultural. Una sociedad con miedo implica pensar en una sociedad

y una población tensa, insegura y en riesgo.

El sentimiento del miedo, visto como algo “común”, “cotidiano”, “natural”, “instintivo”, por sus connotaciones y sus múltiples rostros y expresiones, no es tan

sencillo de valorar y estudiar. El miedo social expresa una situación y una condición

social, histórica, que acaso tiene que ser estudiado y visto como un fenómeno que podría tener sus lindes con lo patológico, y que hasta podría ser parte, por ejemplo, de

los síntomas de un país en una muy amplia y extendida crisis, o de una sociedad que

tiembla, que se asusta y que espanta, y que vive inmersa --la Nación, la sociedad, la población--, en serias dificultades sociales, culturales, políticas y económicas.

Un pueblo en vilo, asediado y asechado por propios, ajenos y extraños; por grupos

criminales organizados; por bandas emergentes que crecen y se multiplican; por

pandilleros que se masifican; por las fuerzas oficiales federales que se han desplegado omnipresentes en casi todos los territorios y estados de la República; por las policías

enmascaradas que recorren temerosos los pueblos y las ciudades. El país, sobre todo

en regiones que abarcan los estados de Guerrero, Morelos, Michoacán, Veracruz,

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Jalisco, Nayarit, Durango, Nuevo León, Tamaulipas, Sonora, Baja California, y por

supuesto, Sinaloa, entre otros, da la impresión de ser una contaminada telaraña de

violencia, sangre y muerte, territorios donde las heridas sociales exudan ira, rencor, resentimientos y odios, con los colores de la delincuencia, el crimen y la venganza.

En un sexenio, el de Felipe Calderón, las acciones punitivas de las fuerzas

federales y los enfrentamientos con los grupos criminales, de diferente poderío y calaña, en realidad enlutaron a unas 60 mil familias; y a otros caídos y afectados por

una guerra que ha alterado y desquiciado el ambiente social en todos los flancos,

estratos y escenarios. Pero de entrada y por lo pronto no fueron “sólo” 60 mil

muertos. La significación de cada uno de ellos es lo que importa, aunque para la burocracia huera, tecnocrática e insensible del poder político eso haya importado un

bledo. Las familias, los familiares cercanos, los vecinos, los amigos, los conocidos

siguen llorando a sus caídos (padres, hermanos, abuelos, hijos, sobrinos, nietos), y siguen acaso con miedo y maldiciendo al mundo que les tocó vivir, y tal vez

esperando, quién sabe cómo, cobrarse algún día las afrentas de una guerra abusiva,

inmoral e ignominiosa, declarada por el Estado mexicano. Y cierto: la guerra fue real,

espectacular y sangrienta, pero también ciega, obtusa y mediática.

De modo que, en el contexto de este hervidero sociocultural de inseguridad, bajo

el clima de miedo que se vive en el país, abordamos pues la presente temática, de

forma reflexiva, analítica, desde los niveles, si se quiere, de un acercamiento al tema. Eso intentamos desde esta primera entrega sobre el miedo. Abrimos fuerte, entonces,

con un sólido y riguroso trabajo de René Jiménez Ayala, catedrático e investigador de

la Facultad de Ciencias Sociales de la UAS. Con la vocación y la mirada siempre atenta y crítica, el sociólogo y politólogo mira lejos y hondo, e indaga, con una

acuciosa retrospectiva teórica e histórica de la cultura sobre el miedo, la violencia y la

dominación, en el contexto sociocultural del ahora y del presente (pensamos y

agregamos nosotros), de una sociedad lastimada y vejada por las transgresiones oficiales, legales o no, amén de las acciones ilegales y criminales multiplicadas y

expandidas en los diversos sectores de la sociedad.

Lilián Paola Ovalle, Mario Alberto Magaña y Morella Alvarado Miquelena, en trabajo conjunto disertan sobre ciertas consecuencias e impactos socioculturales,

como huellas y hechos simbólicos pero reales y crudos de la violencia; en una

sociedad donde cohabitan la injusticia social y la inseguridad de las ciudades y las arquitecturas del miedo; el tráfico ilícito de las drogas, la desviación social, la

delincuencia y el delito como formas rudas de la vida. El luto humano, el desamparo

y el olvido social de involucrados e inocentes suelen ser efectos que se advierten muy

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poco, en un mundo insensible y tecnocrático donde los datos, los números y las

estadísticas de víctimas, muertos y aprehensiones como muestras del “éxito” de las

políticas públicas de la muerte, parecieran ser lo único importante.

El doctor Carlos Antonio Flores Pérez, analista e investigador del CIESAS-DF,

especializado en la problemática de la seguridad y la violencia, efectúa un puntual

recuento crítico de las políticas públicas del Estado mexicano respecto de la lucha contra el crimen organizado y el tráfico ilegal de las drogas. En su análisis de la

política de seguridad, se refiere de forma amplia y rigurosa a las medidas y acciones

erróneas y fallidas del gobierno, en cuanto a diagnóstico y propósitos, en el sexenio

anterior, contra la industria de las drogas ilegales. Se trata de un duro y sistemático cuestionamiento a la política federal instrumentada sin claridad de fines y objetivos en

tan delicada materia, ligada obviamente al contexto internacional.

En seguida, la investigadora y periodista sinaloense Sibely Cañedo Cázarez, maestra en Ciencias Sociales por la UAS, expone un trabajo, que efectuó en

Colombia desde el lugar de los hechos como un necesario ejercicio empírico. Se

inmiscuye en el largo conflicto de violencia de ese país, sobre los desplazamientos y

expulsiones forzadas de la población y la reconstrucción de las identidades sociales y culturales, en el que se bifurcan y acaso se han llegado a mezclar intereses políticos

diversos y las sendas propias del crimen organizado y el narcotráfico.

Por su parte, Jenny Guerra González, catedrática de la UNAM, entrega un acucioso y atractivo ensayo en el que comenta y valora un abanico bibliográfico sobre

la “literatura del miedo”, como un bosquejo de “carne y letras”, que constituye un

sugerente y útil muestrario sobre la problemática. Y en su turno, el maestro Ernesto Pablo Ávila, de la Facultad de Filosofía y Letras, también de la UNAM, echa un febril

vistazo teórico y literario al símbolo transgresor y cultural de la Santa Muerte, así

como a la evolución del género negro o policíaco en México, en el amplio contexto de

la narrativa sobre la violencia.

La maestra Alejandra Espasande Bouza, joven cineasta y documentalista de

California, Estados Unidos, colabora con una retrospección referencial, entre

anecdotarios de historias de vida, sobre el derrotero y el “mito” de Chalino Sánchez. Se trata de una evocativa diáspora de los andares del cantautor sinaloense; de su

influencia en el “narcocorrido” que devino en una retahíla de “chalinillos” que

mientras peor cantaran más éxito alcanzaban en el ambiente sonoro del analfabetismo musical, en el contexto del auge de la industria de las drogas, la narcocultura y la

propia violencia en la que el mismo Chalino Sánchez se vio envuelto.

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Por su lado, Guadalupe Isabel Carrillo Torea, investigadora y catedrática de la

Universidad Autónoma del Estado de México, en un ensayo que remite al miedo

social y a la violencia homicida que andan dando tumbos y regando cadáveres por todos lados, registra y desglosa en otro tenor sus reflexiones y apuntes, que van desde

el “miedo vicario al miedo real”, en lo que constituye una suerte de tejido periodístico

cronológico del narcotráfico y su impacto en la vida de la sociedad.

Luego, el maestro Jesús Abel Sánchez Inzunza, académico formado en el estudio

de las relaciones internacionales, ofrece un giro en la temática y diserta sobre algunos

esfuerzos que se realizan en Sinaloa en pro de la búsqueda de espacios y escenarios

de lucha por la paz, a contracorriente del hábitat transgresivo y del ambiente que se vive entre la histórica cotidianeidad sociocultural de la violencia y las transgresiones

y los recurrentes escándalos que se dirimen en la entidad. Su trabajo, como un

acercamiento conceptual, versa sobre los “espacios de construcción de paz”. Y finalmente cerramos esta edición con una reseña-ensayo sobre los caminos y el auge

del narcotráfico y la exacerbación de la ilegalidad en Sinaloa, a propósito de un libro

de la escritora y cronista Magali Tercero, de sugerente título: Cuando llegaron los

bárbaros…Vida Cotidiana y narcotráfico (2011).

Como aspecto fundamental y distintivo de ARENAS, la Revista Sinaloense de

Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Sinaloa, que editamos en Mazatlán

desde el posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales, incluimos parte de la colección creativa de destacados artistas de la región o del país. En esta ocasión las ilustraciones

son del pintor sinaloense Josemaría Miranda, arquitecto de profesión y artista de

oficio y convicción, que reside y gesta su obra entre los bohemios rumbos del Centro Histórico de Mazatlán, Sinaloa. Calidad, fuerza y los hallazgos del alma se enfrascan

por concretarse en los lienzos que se llenan y se manchan en los impactantes óleos,

obras mixtas y demás técnicas de sus cuadros. La vista y los ángulos de la mirada y

las reacciones y percepciones emotivas e intelectuales se hunden, se fusionan, de vitalidad, en la vorágine de pasiones de sus trazos y colores. Se trata de un trabajo

artístico en el que destaca el talento y el estilo de un creador que, con miedo o sin él,

le arranca jirones y nervios a sus propias visiones, que en muchas ocasiones tienen que ver con los recios y rudos encuentros con la destrucción y con la muerte, engranes

insoslayables o inevitables de la condición humana. Es parte de lo que se distingue en

sus obras. De nueva cuenta nos honra su participación.

Nery Córdova

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LA CULTURA Y EL MIEDO; LA VIOLENCIA Y LA DOMINACIÓN

René JIMÉNEZ AYALA

INTRODUCCIÓN

A diferencia de las orientaciones teóricas racionales, los planteamientos y los

puntos de vista que tratan el papel jugado por los sentimientos, y en particular por el

Sociólogo y politólogo. Fundador del Programa de Posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales de la UAS. Realizó también estudios en matemáticas y economía. Cursó una maestría

en sociología en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) en el DF y el

doctorado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Coordinó la Encuesta

sobre Cultura Política en Sinaloa, 2008, publicada por el Consejo Estatal Electoral.

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miedo, en el establecimiento del orden social, no han tenido la consideración debida

en la mayor parte de los trabajos de investigación. Aunque tampoco puede afirmarse

su desatención total. Dentro de la filosofía y las ciencias sociales es posible rescatar ideas que incorporan los sentimientos en relación con el orden social y con el tema de

la dominación, aunados a estudios que aportan indicadores, a partir de los cuales es

posible derivar la afirmación del papel activo del miedo y la violencia en la conducción de los individuos. Mostrar la relación entre violencia, miedo y

dominación política es el propósito de este ensayo, dividido en cuatro apartados. En el

primero se muestra la presencia de estos factores en distintas etapas o eras de las

sociedades. En el segundo apartado se abordan las perspectivas teóricas que hablan en general del papel que los sentimientos juegan en el orden social y en la dominación.

El tercero se refiere al miedo a la violencia en el discurso sobre el Estado moderno.

En el último se expone la relación entre el miedo y la participación política, ilustrándola con algunos casos específicos.

EL MIEDO

Este sentimiento es una reacción de inquietud frente a un peligro, real o

imaginario, al que se considera como una amenaza para la estabilidad o sobrevivencia de los sujetos. Es “la aprensión del mal”, como lo enunció Aristóteles. Se teme a toda

clase de males como la pobreza, la muerte o el deshonor, aunque no todos los

hombres tienen miedo a los mismos objetos (Aristóteles, 1989: 91-93). En distintas eras, en diversos órdenes y estratos sociales se han venido incubando miedos

específicos. Son los casos de Grecia y Roma en la Antigüedad, las representaciones

de la Edad Media, y las pertenecientes al mundo moderno y posmoderno.

Tampoco tiene el miedo una valoración única. Mientras para algunos discursos

este sentimiento es considerado de modo negativo por sus efectos displacenteros,

otros lo miran desde la siguiente perspectiva: tener miedo aleja a los individuos de un

peligro o amenaza; y temer a ciertos objetos no es una impostura sino algo honroso, como en lo dicho por Aristóteles.

En la Antigüedad algunos discursos filosóficos consideraban ciertos temores

como necesarios. El historiador griego Plutarco (1832) relata que los romanos valoraban algunos miedos no sólo como no deshonrosos, sino más bien

indispensables, como el temor en los hombres frente a un ser superior a ellos. La

religión apoyó esta idea porque parecía ser el único mecanismo que mantenía a los hombres alejados del mal. Por ello se creía en un Dios vengador, quien poseía rayos

poderosos prestos para castigar. Plutarco narra también las formas de producción

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simbólica de la Antigüedad para rendirle culto al miedo y otros sentimientos,

construyéndoles incluso templos. Es el caso, por ejemplo, de los lacedemios, quienes

no tienen templos dedicados sólo al Miedo, sino a la Muerte, a la Risa y muchas de

las pasiones. Tampoco le rinden homenaje al Miedo como uno de los nocivos y destructivos demonios, sino lo consideran como el mejor cemento de la sociedad

porque aquellos quienes tienen más miedo de la ley actúan con la mayor intrepidez

frente al enemigo y aquellos quienes son más delicados (tender) con su reputación,

miran con menor preocupación otros peligros… (Plutarch, 1832: 106).

En otras ocasiones se requería controlar o templar el miedo cuando se estaba

frente a una situación de peligro extremo, recurriendo a la simbología divina si era

necesario. En una guerra, por ejemplo, se exhortaba a los guerreros a no temer frente al enemigo; por el contrario, se les alentaba a tener valor con la esperanza puesta en

los dioses (Plutarco, 2005: 193). El miedo era utilizado, además, entre los romanos

antiguos como estrategia para controlar a los niños más traviesos. Seres fantásticos

como brujas crueles, quienes devoraban a los niños desobedientes, eran inoculados en

su imaginación. Los niños obedecían debido al temor a ser devorados vivos, de tener

una muerte violenta y plena conciencia de ello. Y aunque no está mencionado de modo explícito, hay un miedo a la violencia en esas imágenes. El cristianismo

también le otorgaría luego un estatus positivo a tal sentimiento. Las sentencias del

Deuteronomio de la Biblia acerca de las exigencias divinas así lo muestran:

“Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios

[…] Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses, y Señor de señores, Dios grande,

poderoso y temible […] A Jehová tu Dios temerás, a él sólo servirás, a él seguirás, y

por su nombre jurarás” (De Reina, 1960: 153). La consideración positiva del miedo

se hace de modo expreso.

En la Edad Media los miedos sufrieron modificaciones. Georges Duby resaltó

algunos temores comunes en la época: a la miseria; al otro como el extranjero o las hordas procedentes del Este europeo; a las epidemias como la peste negra y la lepra; a

la violencia de los caballeros en contra de los campesinos; y, más que a la muerte, al

más allá: al juicio y el castigo de los tormentos del infierno (Duby, 1995).

Resultan significativas, de modo particular, las representaciones medievales

acerca del bosque y el desierto1. Ambos simbolizaban para la población el afuera, lo

malo, lo pecaminoso, lo dañino, lo anormal en una palabra. En la imaginación

1 Aunque tal vez haya sido más significativo el bosque en la Edad Media, el desierto también

representó una zona amenazante para las poblaciones. Incluso, en esta era, comenzó a

concebirse otro temor, poderoso y amenazante: el miedo a la soledad. (Hernando, 2002: 171)

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medieval estos dos espacios de aislamiento despertaron el temor de la población y

eran pensados como la negación natural de la vida social, como los lugares donde

reinaban fuerzas demoniacas (Geremek, 1996: 352).

Sin embargo este miedo no era del todo imaginario. Además de ser el bosque

resguardo de los marginados, los excluidos, los anormales, disidentes o herejes

durante el Medioevo, el peligro existía de modo manifiesto en la violencia producida por bandas de jóvenes caballeros sin raíces, quienes se mataban entre sí en los torneos

o robaban las cosechas de los campesinos para poder sobrevivir, razón por la cual

éstos los creían agentes del demonio (Duby, 1995: 98-100). Ese intenso estado de

lucha física ejercida por los caballeros trató de ser pacificada por la Iglesia católica, amenazándolos con la violencia de la condenación (Duby, 1995: 108, 123). La Iglesia

católica intentó establecer un orden más pacífico a través de la denominada “paz de

Dios”. Primero trató de convencer a los caballeros de ayudar a Dios, dejando de sembrar el terror (Duby, 1995: 99). Luego comenzó a reglamentar los combates

restringiéndolos a ciertos espacios, días y señalando a los personajes que no podían

ser atacados. Por añadidura la Iglesia previno a sus ejecutores de la condena a la cual

serían sometidos en caso de no prestar juramento y comprometerse ante Dios (Duby, 1995: 102). De nuevo, el miedo a la violencia del castigo divino fue usado para dirigir

la conducta de un grupo social.

En las sociedades modernas y posmodernas los temores parecen haberse multiplicado de modo inaudito. Los individuos tienen miedo, entre otras cosas, a

transitar por ciertas calles y barrios en horarios peligrosos, a no encontrar trabajo o

perderlo, al futuro propio o de sus descendientes, a ser excluidos, a la pobreza y las enfermedades, a los sueños, a la libertad y la democracia, a Virginia Woolf y, por

supuesto, a la violencia. Las sociedades más avanzadas también van modificando sus

temores en función del desarrollo socioeconómico y cultural. “Cualquier habitante

‘medio’ de un país postindustrial, por ejemplo, puede dejar las puertas de su casa sin cerrojos, pero temer a un desastre nuclear o ecológico y, recientemente, el mundo más

desarrollado ha tenido que asumir que también figuran en esta lista las amenazas del

terrorismo global y de la guerra, que se creían erradicadas tras el fin de la Guerra Fría” (Olvera y Sabido, 2007: 121).

SENTIMIENTOS Y ORDEN SOCIAL

El miedo2 ha sido estudiado desde diversas ópticas: biológica, psicológica y desde la perspectiva de las ciencias sociales. Por ser un sentimiento, por tratarse de la

2 A pesar de la diferencia etimológica entre miedo y temor, aquí son usados como sinónimos.

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inquietud que invade a los individuos al estar frente a una amenaza, es abordado por

la biología debido a la dinámica en la cual se involucra el organismo. El miedo

produce reacciones fisiológicas al activarse un sistema de alarma en una de las capas del cerebro ante una situación de peligro, situando a una persona o animal en posición

de huir o pelear. La psicología le ha dedicado atención por tratarse de un poderoso

estado emocional capaz de alertarnos sobre peligros que pueden ser una amenaza para la propia supervivencia, o intensificarse hasta volverse crónico y convertirse en un

mal para el organismo y el equilibrio emocional de los individuos. En las ciencias

sociales no abundan los materiales teóricos dedicados a estudiar de modo específico

la relación entre el miedo y la conducta colectiva de los individuos. En cambio, sí abordan de modo general el papel jugado por el sentimiento y la fuerza de las

emociones en interacción con la vida social y política, en particular con el fenómeno

de la dominación, en el cual estamos interesados. Ello nos ayudará en la comprensión del miedo como un sentimiento importante en la tarea de conducción política.

Para Georg Simmel, por principio, el gobierno de las masas es posible no tanto

gracias a procedimientos racionales, sino más bien a su conducción emocional. “Por

eso, quien intentó ejercer un efecto sobre las masas, siempre lo consiguió apelando a sus sentimientos, mas raras veces por una explicación teórica, por coherente que

fuera” (Simmel, 2003: 70). Vilfredo Pareto se situó en una posición similar. Concordó

con la idea que afirma la escasa participación de los razonamientos en el ordenamiento social: “los hombres son movidos mucho más por los sentimientos que

por los razonamientos. Un cierto número de ellos sabe beneficiarse de esta

circunstancia y usarla para satisfacer sus propios intereses…” (Pareto, 2010: 170). Aunque Weber sí tiene en consideración la racionalidad como uno de los tipos de

dominación, es reconocido su trabajo en el estudio del papel que las emociones

cumplen en el comportamiento de los individuos. El tipo ideal de dominación

carismática es resultado de tal punto de vista: la dominación política se ejerce por vía de la entrega, la confianza de los seguidores al caudillo. La fe profesada por las masas

hacia el líder carismático legitima este tipo de dominación (Weber, 2003: 9-10).

MIEDO A LA VIOLENCIA Y DOMINACIÓN POLÍTICA

Los puntos de vista teóricos citados muestran que la conducción de las multitudes

va más allá de sólo apelar a la razón: afirman la existencia de una relación estrecha

entre los sentimientos de los individuos y los procesos de dominación, aunque en su análisis no atienden de modo específico al miedo como factor de obediencia o control

de las pasiones. Es en el discurso sobre el Estado moderno donde el temor a la

violencia encuentra una de sus expresiones más claras, como principio del orden

social. Está presente al menos desde Maquiavelo, para quien lo idóneo es que el

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príncipe sea amado y temido al mismo tiempo, condiciones difíciles de lograr, por lo

cual se deberá optar por una de las dos. Y la mejor recomendación es que el príncipe

sea temido si eso mantiene la unidad y fidelidad de los súbditos. El miedo es visto desde esta óptica de modo positivo, por ser productor de gobernabilidad.

Para Nicolás Maquiavelo la crueldad y la clemencia son componentes de las

cualidades que los príncipes deben poseer para gobernar, declarando que, a pesar que “todos los príncipes deben desear ser tenidos por clementes y no por crueles”

(Maquiavelo, 1973: 28), ha sido no obstante la crueldad la que ha impuesto el orden,

como en el caso de César Borgia en la Romaña. Con la crueldad, más que con la

clemencia, un príncipe evita multiplicar los desórdenes, saqueos y matanzas, las cuales van en perjuicio de la población. Mas ser amado y temido no son

características que se puedan poseer de modo simultáneo, y debe ser resuelto el

dilema en favor del miedo:

Declaro que es más seguro ser temido que amado. Porque de la generalidad de los

hombres se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante

el peligro y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, son completamente tuyos: te

ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos, pues ---como antes expliqué---

ninguna necesidad tienes de ello; pero cuando la necesidad se presenta se rebelan…

Y los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno

que se haga temer; porque el amor es un vínculo de gratitud que los hombres,

perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es

miedo al castigo que no se pierde nunca (Maquiavelo, 1973 :29).

En algunos iusnaturalistas como Thomas Hobbes, estos temas fueron tratados de modo amplio. También la idea del control de las pasiones de parte de una autoridad

colectiva caracteriza el discurso de esta filosofía política. La conocida idea de la

guerra de todos contra todos tiene su asiento en la igualdad de derechos que todos los individuos tienen en un supuesto estado de naturaleza preexistente a los lazos civiles.

En dicho estado los individuos no se encuentran ni dentro ni fuera de la justicia ni de

las leyes, debido al derecho de todos a usar cuanto sea necesario para cuidarse y

defenderse a sí mismos. En este discurso, la naturaleza igualitaria de los hombres ha sido la fuente del desorden bajo el siguiente argumento.

De acuerdo con su naturaleza, los hombres han sido hechos iguales en sus

facultades físicas y de pensamiento. Y si a dos hombres se les despierta el deseo por la misma y única cosa, comenzará la disputa, se volverán enemigos y se esforzarán

por someterse o destruirse los unos a los otros. Así, unos individuos van a tener miedo

de los otros, del poder individual de los demás, de la violencia que puede terminar con el despojo de su patrimonio, de su libertad o de la vida misma. Estos ataques y

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defensas provocan una guerra continua de todos contra todos, en la cual todos tienen

derecho a todo y los más débiles pueden formar coaliciones en contra de los más

fuertes. Ante la ausencia de un poder común la inseguridad es constante. Los hombres se valen de la violencia debido a tres motivos:

“para hacerse dueños de las personas, esposas, hijos y ganado de otros hombres; los

segundos para defenderlos; los terceros, por pequeñeces, como una palabra, una

sonrisa, una opinión distinta, y cualquier otro signo de subvaloración...” (Hobbes,

1979: 224).

En un estado de naturaleza no hay cabida para la industria, para el cultivo de la tierra, la navegación ni los productos que se transportan en ellos, ni tampoco las letras

o las artes. Sólo hay lugar para un continuo miedo y peligro de sufrir una muerte

violenta. Los individuos temen más a aquellos a quienes ha ofendido que a los

espíritus invisibles. La solución está en construir una forma de vida socializada, un estado civil, un poder superior que logre inhibir las pasiones y deseos individuales. El

temor a la guerra conduce a la construcción de una entidad de leyes, las cuales

inhiben la expresión de tales pasiones, convirtiéndose en reguladoras del comportamiento de los individuos. A diferencia de lo ocurrido en el estado de

naturaleza, en el estado civil el miedo deja de ser razonable.

Según lo dicho por Hobbes, parecería que el miedo desaparece bajo la presencia de un gobierno civil. Mas sin embargo en su propuesta el miedo no es anulado al

pasar del estado de naturaleza al estado civil. Lo que cambia es la fuente del miedo.

El miedo a la violencia individual lo transmuta en el temor a la violencia de una

fuerza superior a la que deberá someterse: la violencia del Estado. Éste no anula la violencia ni el miedo; sólo cambia la forma. Es indispensable la presencia del

Leviatán, de ese poderoso organismo colectivo que se imponga sobre los apetitos

individuales, capaz de sosegar la ambición y la avaricia de los humanos, lo cual no es posible “cuando falta el temor a algún poder coercitivo” (Hobbes, 1979: 235).

También para B. de Spinoza los hombres son sujetos de pasiones, más que de la

razón. “En tanto que los hombres son conducidos, como hemos dicho, más por la pasión que la razón, se sigue que una multitud se congrega y desea ser guiada, como

si fuera por una mente, no a sugerencia de la razón, sino de alguna pasión común –

esto es… esperanza común o miedo o el deseo de vengar algún dolor común” (De

Spinoza, 2004: 316). Entonces el miedo y la esperanza son importantes en la producción de mecanismos de control social, pues siempre será necesaria una dosis de

temor a la fuerza del Estado para lograr mantener la estabilidad del orden social. El

miedo tiene también una denotación positiva en el discurso de Spinoza:

18

Puesto que los hombres rara vez viven según el dictamen de la razón, estos dos

afectos (...) la esperanza y el miedo, resultan ser más útiles que dañosos; por tanto

supuesto que es inevitable que los hombres pequen, más vale que pequen en esta

materia. Pues, si los hombres de ánimo impotente fuesen todos igualmente

soberbios, no se avergonzaran de nada ni tuviesen miedo de cosa alguna, ¿por medio

de qué vínculos podrían permanecer unidos, y cómo podría contenérseles? El vulgo

es terrible cuando no tiene miedo…” (De Spinosa, 1980: 226)

Parece existir entonces una correlación positiva entre el poder político y el miedo. Éste es útil para el primero, por corresponderle la función de control sobre las

actividades de los individuos en la manifestación de sus emociones. El temor deja una

marca asociada con los comportamientos sociales indeseables. Esta característica puede tener distintos grados, según se viva un régimen autoritario o uno democrático.

El primer tipo parece más proclive al uso de este instrumento poderoso para intentar

controlar las disidencias de grupos o de fuerzas antagónicas, mas no tienen la

exclusividad en el uso del miedo en la política, como lo mostraremos en seguida.

MIEDO Y PARTICIPACIÓN POLÍTICA

No son pocos los regímenes en el mundo moderno, en sus distintas fases, que se

han valido de los sentimientos y de modo específico del miedo a la violencia para domesticar a los gobernados. Erich Fromm analizó el comportamiento de gran parte

de la población alemana, producido por la política aplicada por el Führer durante el

nazismo. Debido a que Hitler requería de la lealtad de la mayoría de la ciudadanía, el régimen abolió todos los partidos políticos, llevando al partido nazi a ser identificado

con Alemania. Toda oposición a tal partido único era considerada como un ataque a la

patria. Así, una parte de la población, aunque fuera contraria a los principios del

partido nazi, prefirió defenderlo de las críticas extranjeras para no quedar aislada. No existe nada más difícil para el hombre común que soportar el sentimiento de hallarse

excluido de algún grupo social mayor” (Fromm, 1981: 235). El nazismo es una

muestra de participación política por sectores de la población conducidos por el manejo de sus sentimientos, por el “miedo al aislamiento”.

Es bien sabido que la estrategia del miedo a la violencia ha sido utilizada por

algunos gobiernos latinoamericanos a través de la historia, mostrando ser una

herramienta muy útil en ciertos momentos clave para preservar el poder político. Basta por el momento recordar las dictaduras y otros tipos de gobierno autoritario en

algunos países del continente, sobre todo durante la segunda mitad el siglo XX.

Estudios actuales nos muestran que los políticos apelan a las emociones de los ciudadanos. Recurrir a ellas se convirtió en sello distintivo de la publicidad televisiva

que domina las elecciones contemporáneas. El papel de las emociones es aceptado de

19

modo central en el comportamiento político de los ciudadanos y, mientras para los

consultores aquéllas son consideradas como una materia prima sobre la cual se puede

trabajar, los críticos las denuncian por sus tendencias manipuladoras y por ser veneno para la toma democrática de decisiones al apelar más a las emociones que a la razón.

Además se ha encontrado una fuerte evidencia del poder persuasivo que tienen los

anuncios políticos cuando invocan al miedo. “Los anuncios de campaña pueden alterar de modo significativo la influencia sobre los votantes enviando mensajes

negativos de miedo al evocar música e imágenes” (Brader, 2005: 400).

A pesar de estas menciones, sin duda existe una insuficiencia de investigaciones

empíricas que den cuenta del papel jugado por el miedo en la participación política, más allá de las conocidas variables apatía y escasez de tiempo: “la explicación real de

las variaciones en las tasas de participación política puede no ser apatía del todo, sino

miedo –miedo de la violencia, o formas más sutiles de temor relacionadas con la coerción social y económica […] Es evidente que ha llegado el momento de

reconsiderar empíricamente el papel del miedo en la participación política” (Salamon

and Van Evera, 1973: 1288-1289). Al respecto, cuando se compararon los resultados

de un estudio sobre participación política de la población negra en 29 condados de Mississippi, entre las variables miedo, apatía y discriminación, se descubrió quela

primera tiene un peso mucho mayor que la apatía o la discriminación en las tasas de

participación de esta población (Salamon and Van Evera, 1973: 1305).

Aunque sin mostrar indicadores empíricos, se pueden citar los casos de los

comicios mexicanos para presidente de la república en 1994 y 2006. En 1994 se

difundió a través de los medios de información el mensaje de que la violencia se apoderaría de la sociedad si un partido distinto al gobernante llegara al poder ganando

las elecciones. En 2006 se hizo circular de modo intenso un mensaje afirmando que

sería peligroso para México si uno de los candidatos de la oposición ganara la

elección presidencial. En ambos casos perdió el candidato que fue estigmatizado por el bloque en el poder. El estigma fue utilizado para despertar el miedo y apartar a los

votantes de un candidato adversario. El manejo de los sentimientos en sentido político

estuvo presente en estos hechos contando con la enorme influencia que tienen los

medios de información3. Por ello algunos periodistas calificaron el hecho como “el

voto del miedo” (Proceso, 10 de nov. de 2012).

3 En el mundo moderno el temor a la violencia del Estado u otras violencias, puede ser

estimulado, intensificado o mitigado por los mass media. El papel de los medios de

comunicación en relación con los sentimientos a nivel masivo debe ser tratado con más

amplitud de la que se le puede brindar en este ensayo.

20

En las condiciones actuales de la sociedad mexicana el Estado está teniendo un

reto de grupos privados, los cuales se encuentran en situación de competencia por el

uso de la violencia. El temor se ha duplicado y se ha esparcido entre la población. No sólo es temor a la violencia del ente político, sino a la violencia de grupos privados.

Muchos ejemplos se podrían citar en este sentido, lo cual hace posible hablar de una

situación semejante al estado de naturaleza expuesto por el iusnaturalismo4.

CONCLUSIÓN

Aunque el miedo ha sufrido transformaciones en sus representaciones, desde la

Antigüedad al mundo posmoderno, según lo mostrado en este ensayo, parece mantener una relación casi inseparable con la violencia y la dominación. El miedo,

sentimiento básico, ha sido usado como un instrumento o mecanismo de dominación

por grupos dirigentes. La religión durante la Antigüedad y la Edad Media le otorgaron un estatuto positivo por su capacidad de control sobre los individuos. El miedo ha

sido valorado de forma diferente, positiva o negativa. Y aunque ha tenido distintas

expresiones a través del tiempo, se le ha utilizado como un medio de obediencia, haya

sido por la religión en la Antigüedad, o por la Iglesia católica en la Edad Media para evitar la violencia de los caballeros o para guiar el comportamiento de los infantes. En

el mundo moderno y posmoderno los miedos parecen haberse multiplicado y

diversificado en dimensiones desconocidas en las otras eras.

Las ciencias sociales y la filosofía mostraron la influencia de los sentimientos en

el comportamiento social, y aunque encontraron que son más importantes que la

poderosa razón para poder liderar a un pueblo, no estudiaron de modo específico el

miedo. Los teóricos de la ciencia política fueron quienes sistematizaron en su discurso el miedo como un factor necesario utilizado por el Estado, como mecanismo de

dominación en el sostenimiento del orden social. El temor a la violencia del Estado,

sentimiento al cual es necesario apegarse para evitar la guerra de todos contra todos, cobró una nueva dimensión en el discurso sobre el Estado moderno.

Aunque escasos, estudios recientes muestran con indicadores empíricos los

efectos específicos del miedo en la participación política en algunos grupos sociales por encima de variables comunes como la apatía. Además explican la utilización del

miedo a la violencia de parte de algunos Estados para el control de la población o en

4 Hobbes no asegura que el estado de naturaleza exista en general en las sociedades. Empero,

consideró que en su época se podían registrar casos de órdenes sociales próximos a este estado.

Es decir, es posible que algunas sociedades se acerquen a la guerra de todos contra todos.

21

contra de sus adversarios, a quienes se estigmatiza para generar un sentimiento de

rechazo y mantenerse en el poder o lograr un triunfo electoral.

BIBLIOGRAFÍA

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22

23

EL MIEDO Y EL OLVIDO SOCIAL; EL NARCOTRÁFICO Y LA

VIOLENCIA

Lilián Paola OVALLE

, Mario Alberto MAGAÑA

y Morella ALVARADO

MIQUELENA

INTRODUCCIÓN

Para cumplir con su objetivo de pensar la violencia, en este texto buscamos explorar la cada

vez más difusa, desgastada e insuficiente categoría de violencia a partir de su correlato social.

A partir de las huellas que va dejando. Huellas que se evidencian en los territorios que

fragmenta, en el espacio público en el que se asienta. Y sobre todo, huellas de la violencia que

se evidencian en las subjetividades, afectos y corporalidades de quienes convivimos con ella.

En el primer apartado se advierte la necesidad de que el análisis propuesto rebase

los observables de las estadísticas sobre hechos violentos. Para alejarnos de interpretaciones apresuradas y en algunas ocasiones insensibles, se debe reconocer

que además de la dimensión física, la violencia urbana tiene dimensiones simbólicas

que deben ser interpretadas en su doble configuración: como legibles y como ilegibles. En el siguiente apartado, El miedo y sus nuevas cartografías, se narra el

proceso social mediante el cual se ha fragmentado el territorio. Se hace palpable una

tendencia de privatización y abandono del espacio público y una arquitectura del miedo que restringe los recorridos por las diferentes ciudades donde se ha asentado la

“narcoviolencia”. En el tercer apartado se expone la forma en que, a cuenta del

discurso totalitario de la guerra, las víctimas de violencia son contabilizadas, y

La doctora Lilián Paola Ovalle es coordinadora de Investigación y Posgrado del Instituto de Investigaciones Culturales-Museo de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC).

Oriunda de Cali, Colombia, ha trabajado sobre violencia social y procesos socioculturales del

consumo y tráfico de drogas. Publicó Entre la indiferencia y la satanización:

representaciones del narcotráfico desde la perspectiva de los jóvenes universitarios de

Tijuana, Ed. UABC, 2006. Mario Alberto Magaña es doctor en Ciencias Sociales por el Colegio de Michoacán. Investigador del Instituto de Investigaciones Culturales-Museo de la UABC. Su línea de

investigación es sobre “Memoria Colectiva e Historia Cultural”. Morella Alvarado Miquelena, venezolana, es investigadora del Instituto de Investigaciones de la Comunicación (ININCO), de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad

Central de Venezuela. Especializada en temas de sociología del cuerpo. Trabaja sobre

“Educación, Comunicación y Medios”.

24

posteriormente olvidadas. En el cuarto y último apartado, se señala la importancia de

visibilizar la heterogeneidad de sentidos que se ocultan tras la exposición mediática

de cuerpos muertos.

LA LEGIBILIDAD Y LA ILEGIBILIDAD DE LA VIOLENCIA

Memoria, espacio público y emociones, son los filtros conceptuales que aquí se

instrumentalizan para leer la violencia. Sin embargo, se reconoce que todo intento por descifrarla, corre por la cuerda floja. Encontrar un orden o un sentido en los

escenarios y expresiones violentos es un despropósito. Poner en palabras y hacer

comprensible el dolor de sus víctimas, es imposible. Por ello, estas reflexiones que

hemos tejido, están enmarcadas por una pregunta central: ¿Es legible o ilegible la violencia?

La geografía de México ha sido reconfigurada. Los lugares han sido marcados. El

espacio público ha sido fragmentado. Los símbolos de la nueva cartografía son “narcofosas”, “casas de seguridad”, “narcomantas”, balaceras, retenes, cuerpos

colgados, decapitados, mutilados. Ante este escenario, la violencia como categoría se

desmorona y resulta insuficiente.

En esta ambigüedad e ilegibilidad de la violencia, se asienta el miedo y la parálisis social. Es la opacidad de esta violencia, la que permite que los discursos que

apelan a la levedad y al olvido se asienten como verdades que sustentan la idea de la

necesidad de la guerra. Es una paradoja. Para apelar a la memoria y a la comprensión de las dinámicas que configuran la violencia, ésta debe ser pensada, nombrada,

reflexionada. Debe hacerse legible. Sin embargo nada más inútil que intentar nombrar

y codificar la tragedia y el dolor que implica la violencia. Es ilegible.

Reconocer la ilegibilidad de la violencia, implica reconocer su complejidad y

pone un freno a interpretaciones apresuradas. Serres (1995, p 2-3) hace referencia a

esa “tentación” por reducir la complejidad de los fenómenos cuando intentamos

comprenderlos. Nada menos recomendable para enfrentar el reto que implica el análisis y la comprensión de la violencia actual en el contexto mexicano.

We are fascinated by the unit; only a unity seems rational to us. We want a principle,

a system, an integration, and we want elements, atoms, numbers. We want them, and

we make them. A single God and identifiable individuals. The aggregate as such is

not a well-formed object; it seems irrational to us. The arithmetic of whole numbers

a secret foundation of our understanding; we’re all Pythagoreans. We think only in

monadologies. Nevertheless, we are as little sure of the one as of the multiple. We´ve never hit upon truly atomic, ultimate, indivisible terms that were not

25

themselves, once again, composite. Not in the pure sciences and not in the worldly

ones.

Precisamente, esta idea de la legibilidad y la ilegibilidad de la violencia es una

invitación para eludir las explicaciones unitarias (y utilitarias), que por lo general son impuestas desde el discurso oficial del Estado, desde los discursos oficiales de los

medios de comunicación, o desde los discursos oficiales de la academia. Y por tanto,

es una invitación para explorar los caminos teóricos y metodológicos que permitan

dar cuenta de lo múltiple y lo variado de las experiencias asociadas a la violencia, en este caso a la exacerbada e inédita violencia asociada a la producción, el tráfico y el

consumo de las drogas ilegales.

Por más distancia que como investigadores pudiéramos adoptar frente a la violencia como objeto de estudio, su poder transgresor del sentido impacta las

subjetividades de quien la estudia. Ante esto se puede apostar a la construcción de un

discurso académico sobre la violencia que pudiese imaginarse pulcro, objetivo,

neutral, que resguarde nuestro ejercicio de pensamiento en un lugar lo más seguro posible. Podemos elegir teorías, marcos conceptuales y caminos metodológicos para

identificar, clasificar, nombrar, codificar, organizar y entender la racionalidad de la

violencia actual en México. Pero la apuesta del proyecto de investigación en el que se inscribe la presente reflexión va precisamente en el sentido contrario.

Las teorías sobre la violencia nos pueden ofrecer un conjunto de expresiones y

postulados formales bien articulados que nos permitan caracterizar los hechos y datos empíricos de la violencia. Nos pueden resguardar en la certidumbre de la explicación.

Incluso podríamos identificar en la “narcoviolencia” un bizarro laboratorio de la

postmodernidad y su postviolencia que nos ayude a descifrar un modelo de escalada

violenta por la interconexión de una serie de elementos económicos, sociales, culturales y hasta psicológicos. Un modelo que nos ayude a explicar y a predecir lo

que podría pasar o está pasando en otras ciudades de México o del mundo.

El camino que andamos aquí, tampoco va por esta vía. Reconocer la ilegibilidad y la legibilidad de la violencia, justamente es una invitación a problematizar la

violencia, a pensarla, a renombrarla de formas legibles, sabiendo de antemano que se

fracasará en el intento. Por esto, el papel de la teoría aquí es tangencial pero no por ello menos importante. Para hacer legible la violencia que se viene atestiguando en

México, ésta requiere objetivarse. Las teorías sobre la violencia y sobre la guerra no

iluminan la discusión que debe darse. Ésta debe anclarse en observables concretos, en

datos empíricos de los feminicidios, los juvenicidios, la arquitectura del miedo, las extorsiones, etc. Por ello, el abordaje que se propone para pensar la ilegibilidad de la

26

violencia es más conceptual que teórico. Claro que no es un planteamiento novedoso.

Hace 20 años Zemelman afirmaba:

“Antes de conocer hay que construir la relación con la realidad, que constituye la

aprehensión del conocimiento anterior a la formulación de juicios predicativos. Hay que complejizar esta relación para enriquecer así mismo el contenido de las

proposiciones teóricas, en forma tal que no se formulen exclusivamente con base en

la acumulación de conocimiento. En este sentido, no compartimos el juicio de

Stinchcomb acerca de que ‘resulta poco útil discutir conceptos sin hacer referencia a

teorías sustantivas’, por el contrario consideramos que la perfección conceptual

puede avanzar sin necesidad de un incremento en el conocimiento sobre el

funcionamiento del mundo” (Zemelman, 1992, p. 147).

Se debe entonces romper con las determinaciones teóricas porque los conceptos

que las componen aparecen desgastados y saturados ante las inéditas manifestaciones de horror y violencia. El ejercicio de análisis, en suma, es un ejercicio de armado fino

de piezas conceptuales que podrían incluso parecer alejadas de los lugares comunes

desde donde se reflexiona el problema de la violencia. Memoria, Olvido, Espacio público, Emociones, Miedo, Esperanza, Son estos los filtros conceptuales desde los

cuales se piensa la violencia en este texto, desde los cuales se reconoce su ilegibilidad

y desde los cuales intentamos aprehenderla, nombrarla y hacerla legible.

EL MIEDO Y SUS NUEVAS CARTOGRAFÍAS

En México, la violencia asociada al “crimen organizado” o al “narcotráfico”, no

es un problema exclusivo de las zonas fronterizas. Sus expresiones se han

territorializado en prácticamente todas sus regiones. Las ejecuciones, los ajustes de cuentas y el uso del cuerpo como escenario para enviar mensajes de terror a los

adversarios, se transmiten diariamente por los diversos medios de comunicación.

En ciudades como Tijuana, Acapulco, Ciudad Juárez o Culiacán, la situación actual de violencia y la militarización de la “guerra contra el crimen organizado”

deriva en tendencias de privatización y abandono del espacio público que se hace

palpable en una arquitectura del miedo que restringe los recorridos por la ciudad.

La calle, espacio que costó siglos configurar como lugar de encuentro y camino, accesible a todos los ciudadanos, ha quedado marcada por mantas, cuerpos y

manchas, relatos de la vulnerabilidad, el miedo y el horror. Los lugares privilegiados

para desechar los cuerpos, dejaron de ser los canales, los parajes rurales escondidos, el desierto periférico a las ciudades. Cuando la intención es sembrar terror y paralizar

a la ciudadanía, los cuerpos deben ser expuestos con contundencia en el espacio

público más visible. Por ejemplo, en las banquetas, las avenidas y los puentes.

27

Las banquetas, espacios para la circulación de los peatones, también se han

convertido en bases para la exposición de la muerte. En ellas no sólo han aparecido

los cuerpos baleados, ensangrentados y torturados de miles de personas. Se han convertido en escenarios del desmembramiento corporal. Así: el desmembramiento

del sentido de lo humano. Zarandeados, empozolados1, trozeados, neologismos de la

jerga narca, que aluden a formas diferentes de borrar la identidad de los cuerpos muertos. Estas banquetas son el escenario de imágenes caracterizadas por la

ambigüedad que se aprecia en el desorden de fragmentos de cuerpo. El principal

elemento ambiguo es la figura de la víctima. La humanidad del cuerpo que se retrata

no es perceptible. En algunas ocasiones es incluso difícil identificar a simple vista si se trata de un cuerpo o más, de una víctima o más.

Cavarero denomina a estos hechos como “asesinatos de la unicidad” y ubica en la

violencia contemporánea, una tipología especial a la que designa como “horrorismo”. Se trata de un tipo particular de crimen ontológico que va mucho más allá de la

muerte. El horror aunque se puede ubicar en el mapa conceptual del miedo, lo

trasciende. Ante el horror, la manifestación física se agudiza. Se ubica entre el

espanto y la repugnancia, que obligan a desviar la mirada. En estos asesinatos, se expone la destrucción de la unicidad del cuerpo, se borra la identidad, se deshumaniza

el cadáver. Al identificar estos cuerpos muertos como zarandeados o empozolados, se

niega la condición humana en la física de los cuerpos y en lo abstracto del lenguaje. El desmembramiento y su exposición en el espacio público, territorializa la violencia.

El impacto social de estas muertes crece exponencialmente. Atenta contra la

condición del género humano y expande el horror.

Las avenidas, también han sido resignificadas en la actual violencia de la ciudad.

La recomendación “¡no salgas!”, no sólo implica el riesgo que se asume al habitar

las calles como peatón. Los recorridos por la ciudad deben limitarse

considerablemente ya que ni en los coches ni en el transporte público se está a salvo. Se corre el riesgo de quedar atrapado en una balacera o en un narcobloqueo

2, o de ser

testigos de otras imágenes de desmembramiento: los decapitados. Los decapitados

1 Estas dos figuras establecen una macabra relación entre la manipulación de los cadáveres y la

elaboración de recetas culinarias típicas de México. Metáfora que evidencia con descaro la trivialización de la muerte. Se trata del pescado zarandeado (cocinado a las brazas) y el pozole

(una sopa espesa y espumosa con maíz y trozos de carne). En este sentido, los zarandeados son

cuerpos incinerados y los empozolados son cuerpos desintegrados en ácidos. 2 Práctica en la que miembros del crimen organizado cierran las avenidas con autobuses y autos

robados.

28

constituyen una puesta en escena, en la que por lo general se exhiben las cabezas de

hombres asesinados, en ocasiones acompañadas de mensajes escritos en cartones,

mantas. En estas imágenes la dignidad humana es especialmente ofendida. El rostro es la cepa de la identidad. Ante las escenas que exhiben cabezas despojadas de sus

cuerpos, el sentido de lo humano se derrumba.

Los puentes, estructuras urbanas que dinamizan la movilidad al interior de una ciudad, en algunas ciudades del territorio mexicano se han reconstituido como lugares

de la exposición de la muerte. Estas visibles estructuras se han convertido en

depositarios de grandes mantas con mensajes de grupos ilegales dirigidos a sus

contrincantes o a la ciudadanía. Abundando en la crueldad de estos mensajes, se pueden recordar los cuerpos que han aparecido colgados. Cuerpos desnudos, que

exponen marcas de tortura y que literalmente cuelgan de cuerdas atadas a cabezas

cubiertas de cinta adhesiva plateada. Estos son designados como enteipados3.

Le Breton (1995, p.43) afirma que “la individuación por medio del cuerpo se

vuelve más sutil a través de la individuación por medio del rostro. Para comprender

este dato hay que recordar que el rostro es la parte del cuerpo más individualizada”.

Para el autor, el rostro es la marca de una persona, el lugar de la geografía corporal en el que se deposita el signo de su singularidad. Sin el rostro que proporciona identidad,

el hombre no existe. El horror de esta escena radica, pues, en la desfiguración. Al

exponer un cuerpo desnudo, que culturalmente debe permanecer cubierto, los límites se trasgreden esbozando lo abyecto. Y al ocultar el rostro, cepa de la singularidad, se

destruye al viviente. En últimas, se invisibiliza a la víctima.

Se conforman narrativas visuales y lenguajes que naturalizan la violencia. Los tiros de gracia, los encobijados, los encajuelados, los empozolados, los enteipados,

zarandeados y levantados, se cristalizan en el lenguaje popular como neologismos

que trivializan el horror de las muertes que relatan. Ante formas más crueles de

violencia, la lengua incapaz de nombrarla, la enmascara y la aliviana. Más aun, al transmitirse mediáticamente, caracterizan la vida diaria por la cotidianidad de la

violencia. Resultan esclarecedoras las palabras de Appadurai al señalar que aunque

generalmente la violencia ha sido concebida en términos de caos, brutalidad o irracionalidad, pueden ser ubicadas como un agente ordenador de la vida cotidiana. Es

cuando surge el peligro, que se ha constatado en otros escenarios geográficos y

temporales: cuando la violencia llega y se naturaliza, llega para quedarse.

3 Modismo derivado de la adaptación del inglés tape, nombre de este tipo de cinta

29

Se sabe que la violencia no es humana e inevitable. “No son los genes los que

llevan inscrita la violencia” (Genovés, 2001, p.84). La violencia es cultural, es

aprendizaje. En la violencia actual de México, se debe reconocer la existencia de organizaciones con el suficiente poder social como para defender su rentable proyecto

ilegal por medio de la instrumentalización de la violencia. Se debe reconocer

igualmente, que con sus políticas de militarización, el Estado se suma a la cadena de instrumentalización de la violencia. El gobierno opta por la retórica de la guerra. Una

guerra en la cual “las bajas” de ambos bandos son esperables e inevitables.

Como señala Cavarero, la noción de guerra evoca un viejo concepto que más que

iluminar, confunde el debate sobre la violencia contemporánea. Para esta autora los procesos de denominación en términos de guerra, con su lógica de amigos y

enemigos, son parte integrante del conflicto. La sociedad civil debe aprender o

desaprender a ubicar enemigos externos al nosotros. Aprender o desaprender que existen “mafiosos”, “narcos”, “criminales” extraños a la sociedad, cuyas muertes

debemos celebrar, o en el mejor de los casos, ignorar y olvidar.

Conceptualmente, la guerra hace referencia a una violencia recíproca. Nunca a

una violencia ejercida contra el inerme, contra quien no se puede defender. Sin embargo, gran parte de las actuales muertes del narcotráfico en México, no se dan por

enfrentamientos entre grupos armados. Los muertos “aparecen” en fosas, en el

espacio público, en cobijas, en tambos. La figura de los “levantamientos” o desapariciones forzosas, constituyen la principal estrategia para acabar con las vidas

de estas personas.

La experiencia que dejan las guerras y los conflictos armados es que en contextos donde la violencia y el terror se asientan como modos de la cotidianidad, la

ciudadanía que habita estos lugares, debe generar una serie de estrategias

psicosociales y culturales para mantener la continuidad de la vida. Naturalizar la

violencia construyendo un lenguaje que le otorgue levedad, restringiendo los recorridos por la ciudad, abandonando los espacios públicos y privilegiando los

privados, cediendo su espacio vital y adecuándose a las circunstancias, asumiendo

acríticamente los discursos oficiales, evocando el mesianismo. Implica que la sociedad que convive con este tipo de violencia, debe adecuarse y construir discursos

y prácticas que les permitan “convivir” bajo la égida de la fuerza. No mirar, no hablar,

no salir, creer los discursos oficiales. O al contrario, mirar, pensar, hablar, recuperar espacios, resistir las posturas oficiales que apuestan a enfrentar la violencia con

violencia. Así, la sociedad debe aprender o desaprender que la guerra es necesaria. De

estos aprendizajes complejos depende el proceso de territorialización o de desarraigo

30

de la violencia en su geografía. La coyuntura marca la doble posibilidad de

consolidación de comunidades de miedo y/o de comunidades de esperanza.

OLVIDO SOCIAL DE LA VIOLENCIA ASOCIADA AL NARCOTRÁFICO

Cuerpos tirados y cercados por charcos de sangre. Las escenas de balaceras, con

autos abandonados y montones de balas en el piso. Los cuerpos cubiertos por cobijas

teñidas de sangre. Cuerpos en las cajuelas de autos abandonados. Resignificación de los canales de riego y lotes baldíos como depósitos de cuerpos. Rostros cubiertos con

cinta adhesiva plateada. Cuerpos expuestos impúdicamente colgando de puentes.

Cabezas decapitadas acompañadas de mensajes mal escritos. Escenas televisadas de

largos enfrentamientos entre el ejército y los criminales: a partir de todas estas imágenes mediatizadas y cotidianas, se construyen narrativas para explicar la

dolorosa experiencia que se acumula en el territorio mexicano.

En este apartado se explora la forma en que la reconstrucción de estos hechos violentos y dolorosos, se debate entre la presencia y la ausencia, entre la memoria y el

olvido. Como se argumenta a continuación, la contundencia de estos hechos violentos

y la forma en que se disponen en el espacio, los hace imposibles de ignorar. Están

presentes en la cotidianidad y en los mensajes mediatizados. Sin embargo, su reconocimiento se convierte en un lastre para la continuidad de la vida. “El cadáver

me indica aquello que yo desecho para vivir”, afirma Kristeva (2006:8).

Se puede identificar un modo de ordenar y conectar las imágenes y las palabras asociadas a las muertes violentas y desapariciones forzosas en México. Estas

narrativas e imágenes son secuencias que se interconectan de determinada forma.

Cabe preguntarse: ¿cuál es el sentido que se construye alrededor de esta violencia? ¿Cómo se ordenan y representan estas muertes y desapariciones forzosas? ¿Cómo son

presentadas las víctimas de estos hechos violentos?

Los discursos de los que se dispone para hallar el sentido de estas muertes

violentas y desapariciones parecen insuficientes. ¿Cuáles son los sentidos y significados que sobre la muerte circulan por las redes del narcotráfico? Es necesario

detenerse y mirar esas escenas de terror porque “en la técnica del asesinato se expresa

una cosmovisión”, afirma Restrepo (2005:16). Para descifrar el sistema de significados que delínean la violencia exacerbada asociada al crimen organizado,

resulta pertinente el aporte de Imbert cuando distingue dos formas de violencia

(1992:12): violencia real y violencia representada.

La violencia real hace referencia al acto mismo de la agresión o ejecución. La

violencia representada es un hecho discursivo, y como tal, tiene sus propias leyes para

31

crear su realidad: es la violencia, pero traducida en discurso o en imagen; es la

violencia modalizada y manejada por el periodismo que tiende a hacerla visible

públicamente; es el relato que construyen los actores sociales para explicar la realidad en la que están inmersos; es la violencia que se convierte en discurso académico, en

explicación abstracta o estadística. En otras palabras, la violencia representada hace

referencia a la forma en que estas muertes y desapariciones son interpretadas, a la forma en que son divulgadas y a la forma en que son naturalizadas y ritualizadas. Los

mensajes y los códigos depositados en el territorio donde suceden las muertes

violentas asociadas al narcotráfico, continúan sobre los cuerpos que se vuelven un

lugar, un escenario de ejecución del ritual violento (Blair, 2005).

En este sentido, desde una perspectiva sociocultural, se constata un consenso en el

señalamiento de que el cuerpo es un objeto social, portador de la memoria social. “El

muerto no dice nada, es puesto a hablar a través de su descuartizamiento”, afirma Castillejo (2000: 24). Los cuerpos muertos del narcotráfico son mensajeros del terror

cubiertos de significaciones. Las redes de comercialización de drogas ilegales

instrumentalizan la violencia en aras de la preservación de sus actividades

económicas y, ante el agotamiento de escenarios de expresión, utilizan los cuerpos para transmitir mensajes que impacten e instauren en los imaginarios sociales el poder

que detentan y que sirvan como elemento persuasor para quienes consideren

incumplir sus “reglas del juego”.

De este modo se naturalizan y ritualizan los sentidos de la violencia escenificada

en el territorio mexicano. Al ver dichas imágenes abyectas o los videos que narran el

horror de estas muertes, se confirma su existencia. Pero como afirma Kristeva (2006), “frontera sin duda, la abyección es ante todo ambigüedad”, y el principal elemento

ambiguo que aparece en estas imágenes es la víctima. ¿Quién es?, ¿De dónde viene?

¿Algo tuvo que ver para que eso le sucediera? ¿Es una guerra entre “ellos”?

En los relatos de violencia no hay víctima si no hay victimario, pero en las narrativas que se construyen alrededor de la violencia asociada al narcotráfico resulta

difícil precisar quién es quién. Incluso, cuando el que muere es un policía o un

integrante del gobierno, un manto de sospecha cubre su muerte. La ritualización de las formas de la violencia asociada al “narco”, nos relata la manera en que el poder de

estas redes permanece en el tiempo por el uso de la violencia simbólica y directa.

Como lo plantea Ansart (1990:187), el poder se crea y se conserva a través de la producción y la transposición de imágenes y por medio de la manipulación de

símbolos que son organizados dentro de un marco ceremonial. El miedo es más

temible cuando es difuso, disperso, poco claro, cuando la amenaza es entrevista en

32

todas partes (Bauman, 2007:11). En este contexto no parecen identificarse “víctimas

inocentes”. Constantemente, los discursos oficiales señalan que la mayoría de las

bajas son parte de grupos criminales. Esta forma de presentar a la víctima permite la lectura culpabilizadora de la persona retratada y son estos relatos los que sustentan la

impunidad en la que quedan la mayoría de estos asesinatos y desapariciones.

Los discursos oficiales intervienen en las narrativas que se construyen y determinan, en buena medida, qué es lo que hay que olvidar y qué es lo que debe

mantenerse en la memoria (Mendoza, 2005). En esta línea argumentativa, como la

mayoría de los cadáveres pertenecen a criminales, como la guerra “es entre ellos”, no

es necesario que se integre a la memoria colectiva de la sociedad mexicana. Aunque en esta construcción del olvido social tienen un papel fundamental los discursos

oficiales y los grupos de poder, es necesario que como sociedad nos examinemos y

nos preguntemos de qué forma contribuimos a la indiferencia y al olvido de estas muertes y desapariciones. En tal sentido, Soyinka (2007) afirma: “No examinarnos a

nosotros mismos limita la eficacia a largo plazo de la respuesta y nos cataloga como

poseedores de la mentalidad del fanático que nunca trata de recuperar un momento de

duda. La dudosa doctrina de que no hay inocentes se cimenta en materia duradera”.

Mendoza (2005) señala que el olvido puede fincarse antes o después de la

memoria. En el primer caso, se implementan mecanismos que imposibilitan que los

acontecimientos significativos de una sociedad se articulen y se comuniquen. La rapidez de los sucesos rebasa el ritmo para percibir, vivenciar y retener los

acontecimientos. “Es tal el abultamiento de eventos que por la saturación ninguno

termina de generar sentido y por lo tanto no entran en la memoria del grupo”. En el segundo caso, el olvido se presenta después de que los eventos han pasado por la

memoria. Los eventos significativos para un grupo no logran ser comunicados ya sea

por el silencio, por omisión, por el terror, por prohibición, por censura o porque no

hay comunicación de experiencias que le interesen al grupo de poder. Como se ha señalado en este apartado, la reconstrucción de las muertes violentas y las

desapariciones asociadas al narcotráfico, se debaten entre la presencia y la ausencia.

Este devenir entre la memoria y el olvido, es el resultado de la dinámica del miedo pero también de los usos de éste por parte de los grupos de poder. Sin duda, al

reconstruir o no los sentidos de estos hechos violentos, la sociedad se encuentra ante

una paradoja: el dolor y la tragedia humana que implican estas muertes son en sí memoria. Empero, el dolor espera ser olvidado y allí radica la paradoja: “Los hechos

suscitan el imperativo de olvidar a cualquier costo la ininteligibilidad del dolor. El

olvido es la expresión misma de lo abyecto”, afirma Mier (2008:30).

33

En esta misma idea, Mendoza (2005) arguye que la memoria guarda una ambigua

relación con el miedo ya que dispara los mecanismos de la huida, de la negación, del

olvido. Al mismo tiempo, la evocación es consuelo y confirmación de las identidades. Por otra parte, es necesario resaltar que los grupos de poder, tanto político como

social de las redes del narcotráfico, determinan en gran medida los discursos y los

sentidos que se le atribuyen a las desapariciones y muertes. “El poder muestra, esconde y se revela a sí mismo tanto en lo que exhibe como en lo que oculta”, dice

Calveiro (2002:53).

Importantes sectores de la sociedad replican los discursos oficiales: “es una guerra

necesaria”; “los muertos los ponen ellos”. En estos discursos se reduce la realidad y el intercambio de visiones. Cuando surgen voces que apelan a la búsqueda de caminos

diferentes –como la despenalización– los disuelven negándoles legitimidad o

credibilidad. Cuando surgen notas o noticias que intentan desentrañar los códigos que comulgan con el proyecto ilegal del narcotráfico, aparecen juicios y cuestionamientos

hacia las coordenadas de socialización de importantes sectores de la sociedad. Las

voces de los familiares de las víctimas, la forma en que es atendida o no su petición

de justicia, las arbitrariedades que se cometen en la fabricación de culpables, forman parte de la misma imposición: “Esta guerra es necesaria”. De allí la importancia de la

memoria social, la que apela a la multiplicidad de experiencias y contrarresta las

visiones totalitarias de la realidad. Sólo con un ejercicio de codificación del dolor que dejan estas muertes y de articulación de la memoria social, se podrán ampliar los

sentidos que no se han construido y el potencial de los caminos que no se han elegido.

APELAR A LA MEMORIA

Marina (2006:15) explica que una cosa es la claridad de la experiencia y otra

muy distinta la claridad del sentido de la experiencia. En el caso de las muertes y

desapariciones forzosas relacionadas con el tráfico ilegal de drogas, está claro que se

viene instrumentalizando la violencia fuera de los canales legales que se establecen en un Estado de derecho; sin embargo, el sentido de todas estas muertes permanece

opaco. En este apartado se apela a la necesidad de “codificar el dolor”. Esto implica

recopilar, agrupar, catalogar y clasificar el repertorio de experiencias de los actores que participan o son víctimas de los hechos violentos. Las muertes violentas y las

desapariciones forzosas en México se han convertido en una realidad procesada

culturalmente en un contexto cotidiano. Reconstruir y articular la memoria social sobre las muertes violentas y las desapariciones forzosas asociadas al problema del

narcotráfico, no garantiza la curación. Sin embargo, al identificar las narrativas de esta

violencia, lo realmente importante es cómo se recuerdan o se olvidan estas muertes y

34

desapariciones, cómo se transmite o no el dolor de las víctimas y los familiares; qué

sentido de futuro construyen los habitantes expuestos de manera continua a las

imágenes y palabras que relatan los hechos.

Como Blair (2005) señala, la violencia es un fenómeno que las ciencias

sociales deben interpretar en el ámbito de los referentes simbólicos y de sus componentes imaginarios, intentando codificar e identificar los sentidos que circulan

sobre estas muertes y desapariciones forzosas. A continuación se exponen algunas

ideas preliminares que sobresalen en el contenido de algunas entrevistas.

LA IMPUNIDAD

Mientras en el apartado anterior se argumenta que es en el contexto de

prohibición que surgen y se explican las muertes y desapariciones asociadas al narcotráfico, en este punto se expone que la impunidad en la que quedan la mayor

parte de los hechos violentos explica y amplía la cadena de muertos y desaparecidos.

La violencia ligada al “narco” y al crimen organizado tiene altos niveles de impunidad. La mayoría de los casos de homicidios (o desapariciones forzosas)

asociados al crimen organizado, quedan sin resolver. De alguna manera, los miembros

de las redes del narcotráfico reconocen que en este territorio es posible

instrumentalizar la violencia sin llegar a ser procesados por estos delitos. En la última década se han formalizado asociaciones civiles que luchan a favor de la procuración

de justicia para todos estos casos. En estas asociaciones están agrupados familiares de

desaparecidos y de ejecutados, en delitos que han sido relacionados con el crimen organizado. Algunos de los familiares tienen claro que sus hijos estaban involucrados

en estas actividades; aún así, reclaman que sus casos sean investigados y que también

exista procuración de justicia para ellos.

Por ejemplo, Elena habla así de la situación de su hijo:

Yo entiendo que la gente tiene que pagar las consecuencias de lo que hace. Pero lo que pedimos es que haya un marco de derecho que los juzgue. Pero a nosotros no

nos dieron la oportunidad. Si mi hijo tuvo que ver con un delito, se le hubiera

juzgado, se le hubiera puesto en un penal. A mí se me perdió mi hijo. Y haya hecho

lo que haya hecho mi hijo yo lo hubiera ido a visitar, lo seguiría queriendo. Porque

era mi hijo. Pero no nos dieron la oportunidad. ¿Y a nadie le importa? Las

autoridades justifican la muerte de nuestros hijos “por andar en malos pasos” y las

cubren con un manto de impunidad.

35

Aquí es importante resaltar que la pregunta no va dirigida exclusivamente a

las autoridades. Cuando pregunta “¿y a Nadie le importa?”, se dirige a nosotros, a la

sociedad que convive en estos territorios y a la que estas asociaciones perciben como indiferente a sus reclamos. Consideran que la indiferencia, la falta de denuncia y de

participación, profundizan la impunidad de sus casos. Viven la trágica pérdida de sus

familiares con el desinterés de la sociedad, de las autoridades y de aquéllos otros afectados que no se atreven a alzar la voz y exigir justicia. Esto se observa claramente

en las siguientes palabras de Edith, una de las entrevistadas:

Cuando yo inicié a buscar a mi hijo, yo empecé sola, peregrinando por ese centro de gobierno como una loca. La gente no quiere ahondar. No quiere denunciar, o si

denuncian, no quieren saber más.

Como se ha señalado, la retórica de la guerra contra las drogas permea los

sentidos y los discursos que ubican socialmente estas muertes y desapariciones. Ser la

esposa, la mamá, la hermana o el familiar de un ejecutado o de un desaparecido, es cubrirse con el manto de la sospecha. Como si fueran contaminados por los sucesos

violentos de los que fueron víctimas sus familiares. Los dolientes muchas veces

prefieren callar su dolor; no averiguar o denunciar la muerte o desaparición de sus

familiares; es una opción para muchos de los afectados. No sólo evitan el rechazo y la mirada de sospecha, también reservan su seguridad y la de sus familiares.

UNA HERIDA ABIERTA

Las vivencias, el dolor, los trayectos y la lucha de los familiares de víctimas

de muertes violentas y desapariciones forzosas, no es diferente si se trata de “víctimas

inocentes” o de “víctimas sospechosas”. No es diferente si se trata de la muerte de un narcotraficante, de un policía, de un empresario, de un médico o de un estudiante. Las

imágenes mediatizadas y repetidas sobre estos hechos violentos abruman a los

familiares afectados. El intenso dolor de duelos no resueltos se alimenta y se revive

con las noticias que a diario ejemplifican la violencia en estos territorios. Las noticias que miles de personas leen como materia informativa, son codificadas por los

familiares de las víctimas de ejecuciones y desapariciones como un espejo de su

historia y de su dolor. A finales de enero de 2010, sobresalió la noticia de una nueva serie de asesinatos en Ciudad Juárez: las víctimas fueron 16 jóvenes estudiantes de un

barrio popular, quienes se encontraban festejando en una fiesta. La masacre fue

reducida, por las autoridades, como el resultado de una riña entre pandillas vinculadas a grupos contrarios de narcotraficantes. Durante los días siguientes, en las noticias

nacionales se veían los rostros de los familiares de las víctimas defendiendo la

36

inocencia de sus hijos y reclamando justicia. Imágenes de los funerales y del ritual de

los entierros fueron televisadas. Si bien estos sucesos de extrema violencia sirvieron

para hacer tambalear los discursos oficiales4 y para que se empezaran a integrar con

mayor fuerza los reclamos de nuevas estrategias para combatir el “crimen

organizado”, los hechos resultan devastadores para los familiares afectados. “Es la

sensación que acompaña lo incalificable. Rechaza toda nominación al expresar la destrucción como algo irreversible. No es indecible, es la experiencia del fracaso

mismo del lenguaje” (Mier, 2008:29).

ENFRENTAR EL MIEDO Y LA DESESPERANZA

El miedo tiene su propia dinámica y es difícil enfrentarlo. También es común

encontrar desesperanza. La creencia de que las cosas son así y no van a cambiar se

instaura en el imaginario. Ante estos escenarios, la mejor opción es no hablar, no indagar y menos reclamar justicia. Empero, hay quienes trascienden el miedo y el

dolor para luchar por investigaciones y justicia en las muertes de sus seres queridos.

“Estoy de pie como el primer día que me arrebataron a mi hijo. Pero ahora con más

ganas. Estoy aún más fuerte porque tengo compañeros a mi lado”, dice Edilma, una

de las tantas madres que en este momento continúan esperando que aparezcan los

cuerpos de sus hijos. Irma, otra integrante de esta asociación afirma: “Hay miedo,

hay dolor, hay coraje, hay impotencia pero sigo en esta lucha porque tengo que saber

qué pasó con mi hijo. ¿Dónde quedaron los restos de mi hijo?”

Indistintamente de la historia de sus familiares, lo que buscan es que estas muertes

y desapariciones no queden en la impunidad. Estos familiares, como grupo, reconocen que los discursos de guerra contra el crimen organizado y de la identificación de

enemigos sustentan las escasas acciones de la justicia por esclarecer los hechos. “La

valentía le apuesta a un proyecto de vida que antes de existir en la realidad existe en las mentes. La valentía se mueve pues en el campo de la inteligencia creadora. Esto

no quiere decir vivir por encima de nuestras posibilidades sino a pesar de nuestras

realidades”, afirma Marina (2006:237). Así, en los relatos de estos familiares, se

observa que no pueden eliminar el miedo y el dolor, pero actúan a pesar de él.

CONCLUSIONES

Desde una perspectiva que integra los elementos culturales, lo que subyace al

ejercicio del poder por parte de estas redes, es la capacidad de imponer un punto de

4 Hasta el punto en el que el mismo presidente Felipe Calderón, tuvo que disculparse por sus

primeras declaraciones.

37

vista, una visión sobre el mundo y con ello modificar los cursos de acción; esto es,

encontrar los mecanismos y estrategias para asegurar la permanencia del negocio.

Estos cuerpos expuestos y mediatizados son a la vez violencia latente que instaura en el imaginario la posibilidad real del empleo de la fuerza. No es solamente entre ellos.

Es una falacia creer que las muertes del narcotráfico no afectan a la ciudadanía en

general, o que constituyen hechos aislados de actores que cifraron su propio destino. Estos cuerpos son al mismo tiempo violencia simbólica que amedranta a todos los

habitantes del territorio; violencia simbólica que al naturalizar “los ajustes de

cuentas”, paralizan cualquier intento de hablar sobre el fenómeno, de reflexionar

sobre él y de emprender acciones ciudadanas capaces de contener los estragos de estas muertes. Sin embargo, en el actual contexto de violencia en México, se puede

observar la forma en que el miedo y el olvido social coexisten con el llamado a la

memoria y a la esperanza por parte de la sociedad civil. Está pendiente la tarea del registro y análisis riguroso de los alcances de acciones e iniciativas ciudadanas que en

medio del terror, rompen el silencio y la indiferencia para apelar a la memoria

colectiva de esta época violenta.

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39

EL GOBIERNO, EL NARCOTRÁFICO Y LA ERRÓNEA Y FALLIDA

POLÍTICA DE SEGURIDAD

Carlos Antonio FLORES PÉREZ

Doctor en Ciencias Políticas y Sociales. Investigador del CIESAS-DF y miembro del SNI-CONACYT. Integrante de la Cátedra UNESCO sobre el estudio internacional de las drogas

ilícitas del IIS de la UNAM. Ha publicado, entre otros, El Estado en crisis: crimen

organizado y política, Ed. CIESAS, México, 2009 y como coautor Delincuencia organizada

y sistema acusatorio (Colombia, 2004).

40

Uno de los pensadores políticos más importantes del siglo XX, Max Weber,

definió al Estado como aquella entidad que monopoliza la violencia legítima a lo

largo de un territorio. Un Estado que es crónicamente incapaz de cumplir con esta premisa, se encuentra en una profunda crisis que trastoca todos los demás aspectos

adicionales que las instituciones estatales formalmente regulan.

En la forma de dominación burocrática, que es la que corresponde al Estado contemporáneo, el aparato público determina los medios más eficientes para alcanzar

objetivos determinados, a partir de una acción con arreglo a fines.

En esta racionalidad con respecto a fines, que enmarca la operación de las

burocracias gubernamentales, la evaluación de una política y sus alcances y limitaciones debe partir de una definición clara del problema, la articulación de un

diagnóstico sobre las condiciones generales del mismo y la determinación de los

resultados a los que se aspira alcanzar. Es decir, se debe tener claridad tanto en la concepción del problema como en los resultados que se pretenden lograr con la

acción del aparato público.

No puede haber estrategia triunfadora ahí donde no hay definición de objetivos

prioritarios, jerarquización de los mismos ni planteamiento de metas concretas a alcanzar. Menos la puede haber cuando la definición básica del fenómeno a afrontar

pasa por alto aspectos fundamentales que lo causan o contribuyen a su gravedad.

Tampoco puede alcanzarse el éxito ahí donde los medios racionalmente más eficientes no se emplean para alcanzar los resultados a los que formalmente se aspira.

En este sentido, la política vigente del gobierno federal para enfrentar al

narcotráfico ha sido errónea, porque ha carecido precisamente de claridad respecto a los objetivos; parte de un diagnóstico insuficiente sobre las causas que han conducido

a que en la actualidad, sean algunos de los actores involucrados en la actividad ilícita,

quienes poseen mayor capacidad para desestabilizar al Estado mexicano.

Evaluar los desafíos que representa el tráfico de drogas para el Estado mexicano requiere diferenciar los distintos aspectos involucrados en esta actividad, a fin de

determinar la capacidad de respuesta que las instituciones nacionales pueden tener

para abordar una u otra de sus complejas aristas.

EL TRÁFICO DE DROGAS COMO MERCADO ILEGAL.

De entrada es preciso señalar que el tráfico de drogas es en sí mismo una

actividad económica: se trata de la producción, transporte y comercialización de determinadas sustancias en función de un mercado que las demanda, y que por

41

razones históricas han sido proscritas a partir de los intereses de la potencia

hegemónica mundial, aquella donde se encuentra el mayor consumo de drogas

psicoactivas: Estados Unidos.1

Se trata de un mercado clandestino de proporciones indeterminadas, pero que de

cualquier manera tiene una relevancia tal que prácticamente no es susceptible de ser

modificado por los esfuerzos punitivos individuales de ningún Estado, incluido el mexicano. A más de un siglo de política punitiva contra las drogas, ésta no ha

alterado los patrones de demanda sobre dichas sustancias. La erradicación de la

producción de drogas como mecanismo para abatir el consumo es una evidente falacia

de tal enfoque. Tampoco se ha logrado alterar el mercado a partir de la persecución legal y policiaca de quienes se involucran en el negocio de las drogas.

La referencia frecuente en los discursos oficiales y/o mediáticos, a economías

nacionales gravemente alteradas o enriquecidas por los capitales provenientes de las drogas, o de omnipotentes barones del narcotráfico dueños de riquezas fabulosas con

infinito poder de compra, constituyen otras tantas creaciones míticas que en general

no se asientan en análisis sólidos, sino que sirven para justificar por igual aciertos y

fracasos de una acción gubernamental, construida más a partir de frases retóricas que de referentes objetivos.

Hoy por hoy los analistas más serios de la dimensión económica del tráfico de

drogas, como Francisco Thoumi, ex Coordinador de investigaciones del Programa de la ONU para el Control de las Drogas y la Prevención del Crimen, establecen que el

volumen global de los recursos generados por el negocio de las drogas permanece

indeterminado, pero el ingreso que éstas representan para los países involucrados está lejos de constituir su principal fuente de recursos. Incluso, en países emblemáticos del

problema del narcotráfico, como Colombia, una utópica erradicación total de coca no

habría de traducirse más allá de una recesión local de un par de años.2

1 Estados Unidos no siempre vio a las drogas como sustancias ilegales. De hecho varias

empresas navieras mercantes como la Perkins and Company y la Russell and Company de

Boston introdujeron sistemáticamente grandes cantidades de opio turco y del medio oriente a

China, en la primera mitad del siglo XIX. Ver Lintner, Bertil. Blood Brothers. The criminal

underworld of Asia. U.S. Palgrave-MacMillan. 2003, p. 24-30 2 Conferencia “La ventaja competitiva en drogas ilegales o por qué pocos países producen

drogas y muchos no”, Francisco Thoumi, 25-II-2004. Cátedra UNESCO “Transformaciones

Económicas y Sociales relacionadas con el Problema Internacional de las Drogas”, Instituto de

Investigaciones Sociales de la UNAM (Trabajo publicado más tarde en ARENAS, No. 19,

revisado por el propio Thoumi).

42

No es en sí mismo el factor económico del tráfico de drogas el que genera los

mayores problemas de inestabilidad para el Estado mexicano, ni sus recursos son

comparables a los que genera en su conjunto la economía formal, lo que no significa que la ganancia económica deje de ser la premisa fundamental en torno a la cual se

constituye la actividad y que la hace altamente redituable.

Estas ganancias significativas, si bien incapaces de desestabilizar a la economía nacional, sí ofrecen un asset favorable para la reproducción de la actividad ilícita, ya

que retroalimenta directamente la capacidad de los grupos delictivos para desarrollar

violencia y adquirir mayor influencia en distintos espacios de la vida lícita.

Por tanto, si bien el Estado mexicano no puede afectar unilateralmente un mercado global de bienes ilícitos de muy amplia demanda, sí podría ser capaz de

atacar con más eficiencia al lavado de dinero y asegurar los activos vinculados al

delito, como medio, no para alcanzar la finalidad utópica de “acabar con las drogas”, sino para contener en mayor medida a la delincuencia.

La estrategia del gobierno federal contra los grupos delictivos dedicados al tráfico

de drogas en la práctica ha omitido atacar sistemáticamente a las ganancias obtenidas

por los traficantes de droga. La Unidad de Inteligencia Financiera del gobierno federal está lejos de constituir una herramienta eficiente para acotar la capacidad

operativa de los grupos delictivos.

LAS DROGAS COMO PROBLEMA DE SALUD PÚBLICA

Desde hace algunos años, el término narcomenudeo ha ocupado un lugar

destacado en el discurso oficial. Aunque no se le ha brindado una definición unívoca,

se le hace referencia con la venta al detalle o minorista de drogas psicoactivas.

Se trata de un término esquivo, que en ese discurso oficial pareciera a momentos

hacer alusión a un fenómeno delictivo nuevo, distinto al narcotráfico de gran escala, y

otras tantas veces lo ubica como extensión de este último. El resultado práctico de

esta ambivalencia no es menor: se traduce en la falta de claridad en el diseño de políticas gubernamentales y en los objetivos a alcanzar mediante ellas.

La producción y tráfico de drogas es una realidad en el país desde el primer tercio

del siglo XX. Esta actividad se incrementó con amplitud hacia finales de la década de los sesenta y, hasta ahora, parece inagotable. La venta al menudeo de drogas en

México, no es tampoco un factor novedoso. Sí lo es, en cambio, el número ascendente

43

de puntos de venta de droga y de población interesada en consumir semejantes

productos. Aunque no existen suficientes estudios al respecto, es una realidad que se

puede constatar empíricamente: basta indagar, hasta como curiosidad, en cualquier colonia de cualesquier localidad.

Históricamente, México había sido considerado como zona de producción y

tránsito de drogas, que habrían de ser comercializadas hacia su vecino del norte. Se daba por hecho que el consumo local de drogas era un problema marginal. En

consecuencia, durante mucho tiempo se asumió que, en la larga cadena comercial del

tráfico de drogas, el país no ofrecía un mercado de consumo relevante.

En México, el instrumento más amplio de medición de las tendencias del consumo de drogas lo constituye la Encuesta Nacional de Adicciones (ENA), que

realiza cada 4 años el CONADIC. Los datos son sólo acercamientos a una muy

compleja realidad del consumo. Las tendencias han mostrado que las drogas más empleadas han sido la marihuana y la cocaína, que la población consumidora es

mayoritariamente masculina y urbana.

Más allá de que los datos parciales no permiten distinguir con precisión al usuario

ocasional del adicto consuetudinario, resulta que, en un país de más de 100 millones de habitantes, la proporción manifiesta de consumidores (entre 3.5 o tal vez 4

millones) está aún lejos de alcanzar niveles de alarma.

No que ello no pueda llegar a ocurrir, si se agudizan las tendencias prevalecientes de cambio en los patrones culturales de demanda de drogas ilícitas. Pero, al menos, no

se aprecia aún una pandemia de consumo de drogas entre la población mexicana. Se

trata de una cantidad de población importante, pero aún comparativamente reducida frente al total de mexicanos.

Esto no implica, desde luego, que el problema carezca de interés. Sin embargo,

obliga a pensar, en una perspectiva estratégica, cuáles son los objetivos a alcanzar y

cuáles son los medios más efectivos para lograrlo. En términos de consumo, es claro que la política punitiva es irrelevante: la disminución del mismo se logra mejor a

partir de políticas de salud pública, no de seguridad.

Por lo visto, esta no es la forma de concebir el problema en el gobierno. La forma de presentar el balance de cifras en el combate a las drogas, ha evidenciado un

especial interés por mostrar en números que se hace algo y se desquita el presupuesto.

Ejemplificamos con algunas cifras de hace unos cuantos años:

44

“Al 31 de julio de 2006, se ha impedido que 7 mil 970 millones de dosis de

estupefacientes lleguen al mercado, lo cual representa una pérdida de

aproximadamente 430 mil millones de pesos, para el narcotráfico.” 3

Una cifra bárbara si se tiene en cuenta que la población mundial en 2005 era de

alrededor de 6 mil 500 millones de habitantes. Es decir, en un periodo muy reducido de tiempo, se asumía que se había “salvado” a la población de una cantidad de droga

que permitiría dar una dosis a todos y cada uno de los habitantes de este planeta, y

todavía habría un remanente, para quien deseara repetir.

Más allá de lo estratosférico de la cifra, no se distingue si se aludía al mercado internacional de las mismas, o al local, aunque es posible que no haya mercado

alguno que demande tal cantidad de drogas. Por otra parte, también astronómicas las

pérdidas así medidas: la cifra equivalía al 4.5% del PIB en 2006 y constituiría algo más de la sexta parte del total de exportaciones legales de México en ese mismo año

4.

La eficiencia burocrática elevada exponencialmente. Esa ha sido casi siempre la

tendencia burocrática y el estilo. Pero la danza de cifras cobraba otro matiz cuando se señalaba que, de enero de 2001 a junio de 2006, habían sido detenidos 73 mil 225

delincuentes dedicados al tráfico de drogas.5 En el primer semestre de 2006, los

detenidos por narcomenudeo fueron 18 mil 464, en 51 mil 307 operativos y cateos

realizados. En 2004, la población penitenciaria nacional, incluyendo procesados y sentenciados para los fueros federal y común, fue de 190 mil 509 reclusos.

6 De modo

que, con tan sólo por el rubro de narcomenudeo, en el primer semestre de 2006 se

aseguró un número de personas equivalente a casi el 10 % de la población penitenciaria existente dos años atrás.

A este ritmo, en pocos años se podría duplicar el número de reclusos del país, si

no fuera porque seguramente la capacidad del sistema de procuración de justicia para procesar tantos casos acumulados, habría seguramente de colapsar. El desglose de los

73 mil 225 delincuentes detenidos por tráfico de drogas es elocuente: 72 mil 523

fueron distribuidores al menudeo.

3 “Por un México Seguro”. Cifras del Sexto Informe de Gobierno. Septiembre de 2006. 4 El PIB en 2006 fue de 9 377 157.7 millones de pesos y el valor total de exportaciones fue de 250,292.4 millones de dólares. Ver

http://www.inegi.gob.mx/inegi/contenidos/espanol/acerca/inegi324.asp?c=324. 5 “Por un México seguro”, ob cit, p. 51. 6 Información de la Secretaría de Seguridad Pública Federal, Organo Administrativo

Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social. http://www.ssp.gob.mx/

45

La supuesta eficiencia gubernamental en el combate al tráfico ilícito de drogas, ha

descansado en cifras magnificadas, derivadas a su vez de la persecución de lo que ha

sido considerado como narcomenudeo. Pero aún los números correspondientes a este fenómeno pueden estar artificialmente incrementados, a fin de mostrar resultados.

Aquí la definición del narcomenudeo, según el referido documento presidencial:

“Se conoce como narcomenudeo al conjunto de actividades ilícitas, consistentes en

la posesión, comercio y suministro de narcóticos en pequeñas cantidades.” 7

Es preciso reparar en las palabras posesión de narcóticos en pequeñas cantidades. Así, con una demanda nacional todavía exigua de drogas psicoactivas, es no sólo

posible sino probable que buena parte de los “narcomenudistas” detenidos no sean

otra cosa que los propios consumidores de dichas sustancias, quienes las poseen en pequeñas cantidades.

No se trata, desde luego, de construir una visión idílica del vendedor de drogas al

menudeo ni del consumidor de las mismas. El propósito es destacar el sesgo e

inviabilidad en el mediano y largo plazo de una política gubernamental que concibe a la detención carcelaria como única opción de respuesta de la autoridad hacia el

fenómeno. De seguir este esquema, habrán de saturarse aún más los sistemas de

procuración de justicia y readaptación social. Además, se correrá el riesgo de extender horizontalmente la corrupción en cuerpos policiacos poco profesionalizados.

Penalizar en todo caso la posesión de drogas psicoactivas no por necesidad tiene

que derivar en el encarcelamiento del inculpado.8 Las herramientas del derecho penal

sobrepasan la mera privación de la libertad y pueden orientarse en su caso hacia los

tratamientos de desintoxicación y abandono de hábitos de consumo.

Destaca además la prevalencia de la visión de “cártel” de las organizaciones

delictivas dedicadas al narcotráfico, que lleva a la autoridad a suponer que éstas estarían en condiciones de dominar toda la cadena productiva y comercial de drogas

ilícitas y donde aún los vendedores “al detalle” estarían orgánica y jerárquicamente

vinculados a los grandes capos. Es como considerar que el dueño de la miscelánea de

7 “Por un México seguro”, ob cit, p. 51. 8 Las cantidades de drogas psicoactivas consideradas propias de consumo personal y no

acreedoras a pena de prisión se encuentran establecidas en el Apéndice 1 del Código Penal

Federal. Entre ellas, por ejemplo, la posesión de menos de: 250 gr. de marihuana, 25 gr. de

clorhidrato de cocaína; 250 mg. de sulfato de cocaína; 1 gr. de heroína y 1.5 gr. de clorhidrato

de metanfetamina o de metanfetamina.

46

la esquina se encuentra organizacionalmente vinculado con Lorenzo Servitje, porque

vende productos Bimbo.

TRÁFICO DE DROGAS COMO GENERADOR DE CORRUPCIÓN Y VIOLENCIA

No se puede soslayar, sin embargo, que parte de la violencia de alto impacto que

se aprecia actualmente en diversas ciudades del país no está ya solamente asociada al

interés de los grupos delictivos por controlar plazas estratégicas para introducir droga hacia el mercado estadounidense, sino para comerciarla en ellas. Tal es el caso, por

ejemplo, de Acapulco y Zihuatanejo en Guerrero, centros turísticos por excelencia, y

Monterrey, Nuevo León, la tercera urbe más poblada del país.

No toda la venta al menudeo de drogas se vincula estructuralmente a las organizaciones grandes del narcotráfico, pero al menos dos de ellas sí podrían estar

generando nuevos esquemas de comercialización a nivel local: la del Golfo y la de

Sinaloa. Así, por ejemplo, en un video que ha circulado en los medios de comunicación nacionales, un presunto sicario de la primera de estas agrupaciones

delictivas señalaba que dicha organización controla el 30% de las “tienditas” de droga

al menudeo que operan en Veracruz. El mismo individuo exponía que cuentan con un

censo, según el cual existen 600 establecimientos de ese tipo en la localidad.

La tendencia de las grandes organizaciones mexicanas de traficantes de drogas de

generar y controlar un mercado local es relativamente nueva. Varios trabajos

sociológicos muestran que, en la cosmovisión tradicional del traficante nacional, por lo general oriundo de la región noroccidental del país, el consumo de las mismas era

considerado un signo de debilidad, e incluso, el suministro local ha sido considerado

como poco ético.9

Este último aspecto no se debía meramente a la benevolencia del delincuente, sino

al hecho documentado de que históricamente, en las condiciones propias de un

régimen autoritario y fuertemente centralizado, con capacidad de controlar

prácticamente a todos los actores sociales relevantes –incluyendo a la delincuencia organizada-, el tráfico de drogas y quienes lo llevaban a cabo, se desarrollaron, en

acuerdos transaccionales corruptos, bajo la tutela de miembros del poder político.10

9 Ver por ejemplo Astorga, Luis. El Siglo de las Drogas. México. Plaza y Janés, 2005; y del

mismo autor, Mitología del narcotraficante en México. México, Plaza y Valdes, 1995. 10 Flores Pérez, Carlos Antonio. El Estado en crisis: crimen organizado y política. Desafíos

para la consolidación democrática. México. Tesis Doctoral. UNAM, 2005. S.P.

47

En nuestro país, la producción de drogas y su tráfico hacia Estados Unidos es un

fenómeno presente, al menos desde las primeras décadas del siglo XX. En un primer

momento, México no penalizaba esta actividad, y no fue sino hasta 1916 que se promulgó la primera prohibición de traficar con productos opiáceos, derivada a su vez

de la política internacional que desde entonces comenzaron a impulsar los Estados

Unidos.

En los años veinte surgieron leyes federales que prohibían el cultivo y comercio

de marihuana y adormidera. Durante los años treinta, la presión estadounidense por

expandir su política punitiva respecto a las drogas psicoactivas continuó, en

detrimento de estrategias alternativas que entonces apoyaba el gobierno mexicano, que encuadraban el problema como un asunto de salud pública.

En consecuencia, a partir de esos años, pero con mayor notoriedad, desde la

segunda mitad de los cuarenta, el fenómeno comenzó a recibir un trato en esencia coercitivo. A partir de 1947, el control de la producción y trasiego de drogas ilegales

se adjudica formalmente a la Procuraduría General de la República. Sin embargo,

como extensión de la lógica funcional de un régimen afecto al frecuente divorcio

entre normas y prácticas, el control efectivo se otorgó a la Dirección Federal de Seguridad.

No se puede analizar con rigor el fenómeno del tráfico de drogas en México sin

atender a la influencia que sobre él ejercieron históricamente las características específicas del régimen político que prevaleció desde finales de los años 20 hasta el

cierre del siglo.

Un régimen autoritario, de partido de Estado, fuertemente centralizado, donde los círculos del poder podían ejercer un amplio control prácticamente sobre todos los

actores sociales relevantes, incluyendo a la delincuencia organizada que, como es

sabido, para perdurar requiere un factor fundamental: la corrupción del sector público.

Incómodo, pero cierto. El crimen organizado implica la organización del crimen: mientras más amplias las dimensiones organizativas y logísticas del grupo delictivo

organizado y más extendida la duración temporal de sus operaciones, más difícil que

el Estado sea capaz de detectarlo. Esa amplia dimensión y perduración no pueden explicarse de forma cabal, si entre los distintos factores de análisis no se tiene en

cuenta uno básico: la protección brindada por determinados núcleos que, dentro del

48

poder público, han prevaricado de sus funciones y de facto forman parte integral de la

matriz criminal.11

Hasta 1947, el vínculo de protección entre autoridades públicas y traficantes de

droga, se limitaba en general a esquemas de contubernio entre gobernadores de entidades fronterizas y delincuentes. A partir de 1947, y con un crecimiento

exponencial a partir de los años 70, la protección de mayor importancia respecto al

tráfico de drogas se ha asentado fundamentalmente en las estructuras de seguridad

federales. A ello han contribuido por igual el hecho de que el tráfico de drogas sea

un delito federal y que la logística necesaria para el mismo rebase los límites

estatales, por lo menos, hasta que el negocio ilegal tuvo como mercado principal el

estadounidense.

A fines de los años sesenta, el consumo de drogas se había incrementado de

manera notable entre los jóvenes de clase media de los Estados Unidos, motivado en parte por la expansión de un movimiento contracultural y las secuelas de adicción que

generó el amplio uso de enervantes por parte de las tropas norteamericanas en la

guerra de Vietnam. México era, en esos años, un proveedor importante de marihuana y goma de opio para el mercado anglosajón.

El gobierno de ese país, cada vez más presionado por su propia opinión pública,

trasladó la presión hacia su homólogo mexicano. En 1968, durante la campaña

presidencial estadounidense, el candidato Richard Nixon retomó dentro de su discurso el combate a las drogas. En 1969, ya como presidente, Nixon puso en marcha una

denominada Operación Intercepción, destinada a presionar al gobierno mexicano para

que éste prestara una mayor colaboración en el combate al tráfico de drogas. Esta operación mantuvo cerrada la frontera entre Tijuana y San Isidro por tres semanas,

durante el otoño de 1969.

La respuesta del gobierno de México fue incrementar su esfuerzo en la erradicación de cultivos de marihuana y amapola. En 1975 el presidente Luis

Echeverría inauguraría la Campaña Permanente de Lucha Contra las Drogas del

gobierno mexicano, que implicó el uso de tecnología para la ubicación y destrucción

de plantíos y la puesta en marcha de la Operación Cóndor, que contó con la participación de unos 10 mil efectivos militares.

11 Un enfoque teórico respecto a las vinculaciones del mundo político y la delincuencia

organizada dedicada al narcotráfico, en una perspectiva comparada entre México y Colombia,

se encuentra desarrollada en Flores Pérez, El Estado en crisis…

49

En el periodo que transcurre entre finales de los setenta y mediados de los

ochenta, concurren diversos factores que habrán de favorecer la expansión del

narcotráfico en México. El primero es el incremento de la demanda de narcóticos que tiene lugar en Estados Unidos. El segundo es la dispersión de los narcotraficantes,

radicados al principio en Sinaloa, hacia diversas partes del territorio nacional, a partir

de la ejecución de la Operación Cóndor. El tercero es la modificación de las rutas internacionales de tráfico de cocaína, que en función del fortalecimiento de la

vigilancia de las fuerzas de seguridad estadounidense sobre las costas sudorientales de

ese país, se ven obligadas a adoptar nuevas vías de tráfico y que habrían de pasar con

mayor intensidad por territorio mexicano.

Esto obligó al establecimiento de acuerdos entre traficantes sudamericanos y sus

homólogos mexicanos, quienes hasta el momento habían comerciado de forma fuerte

con marihuana y heroína, y a partir de entonces, habrán de hacerlo también con cocaína. El cuarto es el incremento de la participación de las estructuras de seguridad

mexicanas en la articulación del negocio ilícito, según se pudo apreciar con los

testimonios recopilados en investigaciones propias.

A comienzos de la década de los ochenta, el tráfico de cocaína constituye una fuente de ingresos ilegales sin precedente en las estructuras de seguridad mexicanas,

ya integradas a un esquema de corrupción importante, según se puede apreciar con lo

expuesto hasta aquí, pero inmersas, en ese nuevo periodo, en un flujo de dinero ilícito nunca antes visto. Los montos de la corrupción prevalecientes en las instituciones

mexicanas no se comparan con aquella generada a partir del ingreso masivo de

cocaína al territorio nacional, que podían exceder considerablemente el propio presupuesto de una institución federal como la PGR. Fue precisamente el incremento

de la circulación de recursos procedentes de la droga sudamericana el factor que

multiplicó la corrupción ya existente en las instituciones de seguridad nacionales.

A mediados de los ochenta, la policía más poderosa del régimen era la Dirección Federal de Seguridad, que una vez desarticulada la subversión de los años setenta,

entró de lleno a combatir formal y supuestamente el narcotráfico. El resultado fue

contrario a las expectativas oficiales establecidas. En vez de combatir al narcotráfico, la DFS colaboró en forma directa en su reestructuración, tras la dispersión resultante

de la Operación Cóndor.

En estos años ocurre la primera etapa de centralización amplia del control del narcotráfico, donde la Dirección Federal de Seguridad desempeñó un papel

fundamental en la extorsión de las organizaciones delictivas dedicadas a la actividad.

50

La desaparición de la DFS puso fin a un periodo de relaciones entre criminales

organizados y funcionarios públicos, enmarcadas en un esquema centralizado.

Culminó así el primer momento de alta centralización del negocio ilícito del narcotráfico, donde los cuerpos de seguridad del Estado desempeñaron un papel

crucial en la articulación del mismo. Cabe destacar, sin embargo, que este modelo

centralizado no concluyó al término del sexenio de Miguel de la Madrid. Funcionarios del gobierno que le sustituyó fue capaz de efectuar un nuevo proceso de

rearticulación y de protección estatal sobre el tráfico de narcóticos.

Tras la desaparición de la DFS, la Procuraduría General de la República se

constituyó como el principal punto de contacto del Estado con la delincuencia organizada dedicada al tráfico de drogas. Entre finales de los ochenta y 1991, de

acuerdo con diversos testimonios obtenidos, tuvo lugar una nueva centralización del

negocio ilícito. Este proceso implicó la redefinición de la mecánica operativa del tráfico de drogas, que ya para entonces vinculaba directamente a las organizaciones

colombianas y mexicanas.

Los vínculos entre organizaciones de tráfico de Colombia y México pueden

rastrearse hasta mediados de los setenta, cuando el hondureño Juan Ramón Matta Ballesteros puso en contacto a grupos colombianos dedicados al tráfico de cocaína,

con Miguel Angel Félix Gallardo, entonces principal figura del tráfico de drogas en

México, amigo y ex guardaespaldas de Leopoldo Sánchez Celis, gobernador de Sinaloa en la década de los años sesenta.

Esta relación se reforzó cuando a mediados de los ochenta, un emisario de la

organización de traficantes de Medellín, ni más ni menos que el propio Gonzalo Rodríguez Gacha, viajó a tierras mexicanas para establecer un acuerdo de

colaboración con Félix Gallardo. De ese viaje y de su afición a las costumbres y

productos de estas tierras, Rodríguez Gacha derivaría su alias: “El mexicano”.

El acuerdo que se establece en este momento entre colombianos y mexicanos es que estos últimos habrían de recibir entre 3 mil y 4 mil dólares por cada kilogramo de

cocaína transportado hasta la frontera con los Estados Unidos. En términos generales,

así operó la cooperación entre las organizaciones de ambos países, hasta el periodo 1988-1991, cuando los traficantes mexicanos impusieron a los sudamericanos un

nuevo acuerdo. Entre 1989 y 1991 los primeros exigieron, como parte de la

retribución que habrían de recibir de los colombianos, que éstos les cedieran, en especie, el 30% de la cocaína que pretendían transportar por territorio mexicano.

Hacia 1993, las organizaciones mexicanas obligaron a sus homólogas colombianas a

51

cederles el 50% de la cocaína transportada por México, a fin de comercializarla

directamente en el mercado estadounidense.

La forma en que se estableció el nuevo acuerdo, según los testimonios, fue la desarticulación de las organizaciones preexistentes –que contaban con distintas

lealtades dentro de la estructura política– y el desarrollo o fortalecimiento de grupos

alternos. La fuente señaló:

“Primero, decapitan a Félix Gallardo, los que tenían el control, y establecen un

nuevo control. El nuevo control lo establecen creando el cártel del Golfo, con Juan

García Abrego, y reformulando las cosas con los otros. ¿Por qué a Amado Carrillo

lo sacan a los ocho meses de que lo meten a prisión en el año 89? Porque hubo un

acuerdo, porque hay un acuerdo cupular. Acepta él las nuevas reglas, y las nuevas

reglas estaban basadas en el control político.”

Desde la segunda mitad de la década de los noventa, comienza a transitarse hacia

un nuevo esquema en los vínculos de contubernio entre funcionarios públicos y delincuentes dedicados al tráfico de drogas ilícitas, donde estos parecen ya más

atomizados y variables. No se aprecia ya una línea de predominio o patronazgo

incuestionable.

La estructura de protección centralizada, que había operado durante los años

precedentes, colapsó simultáneamente al desarrollo de una confrontación de poder en

la cúspide del entramado político. En el mundo del tráfico de drogas, el correlato fue

la vertiginosa pérdida de poder y virtual desaparición de una organización delictiva que cobró auge en el periodo anterior –la de Juan García Abrego, en el Golfo– y en el

lento pero constante ocaso de otra poderosa organización: la de Amado Carrillo.

El efecto directo de esta transición, que desde entonces vive el país, se aprecia en la regionalización de los nuevos acuerdos de protección –por lo menos en su

dimensión más visible– y en el incremento en la disputa violenta entre las nuevas

organizaciones, que desean establecer un control hegemónico sobre determinadas

zonas de la geografía nacional, consideradas estratégicas para el desarrollo del negocio ilícito.

Cabe destacar que la transformación política del país, a partir del año 2000, con la

alternancia en la titularidad del poder ejecutivo, ha tenido por efecto secundario, indeseable e imprevisto, la fractura de la propia capacidad de las fuerzas de seguridad

del Estado para actuar como mecanismos más o menos homogéneos y cohesionados,

ya no digamos para aplicar la ley, sino incluso, para ejercer el control directo sobre la criminalidad organizada con fines distintos.

52

Tras la alternancia en el poder, ocurrida en 2000, diversos acontecimientos han

mostrado un cambio notable en la correlación de fuerzas entre funcionarios y

delincuentes en el establecimiento de vínculos de contubernio y protección, lo que a su vez afecta directamente las condiciones y premisas de operación de la delincuencia

organizada. Las evidencias muestran que estos vínculos corruptos han perdurado. Sin

embargo, se aprecia cada vez más una menor disposición de los delincuentes de mayor relevancia a aceptar la tutela del poder.

La confrontación que se apreció a lo largo del sexenio de Fox, entre las diversas

fuerzas políticas, aunado a la desarticulación de varias instituciones de seguridad

federales incrementó la capacidad de los delincuentes organizados para imponerse eventualmente en los nuevos acuerdos de protección, que cuentan ahora con

incentivos especiales para establecerse en el ámbito local o con funcionarios federales

de jerarquía media. Esto no implica que acuerdos de mayor nivel dentro de la estructura federal necesariamente se encuentren ausentes.

De cualquier manera, la descomposición institucional que esto implica y las

confrontaciones concomitantes entre las múltiples redes de funcionarios convertidos

en delincuentes y aliados a los traficantes, por obtener mayores beneficios, constituyen factores muy negativos para la consolidación en México de un régimen

democrático liberal, y pueden contribuir de manera notable a erosionar aún más la

hegemonía del Estado mexicano sobre su propio territorio.

Inmersas en disputas de poder entre las fuerzas políticas y arrastrando importantes

inercias de incapacidad institucional, las organizaciones de seguridad del Estado, en

los distintos ámbitos federal, estatal y municipal, se debaten entre la ineficiencia operativa, las dificultades para realizar labores de inteligencia y la corrupción

endémica que ha conducido incluso a la confrontación directa entre distintas agencias,

interesadas en proteger clientelas delictivas contrapuestas.

El notable incremento en la violencia generada por el tráfico de drogas es el producto de un esquema atomizado de redes criminales, donde las distintas fuerzas

involucradas –el Estado y las propias organizaciones delictivas– se aprecian incapaces

para establecer nuevas condiciones hegemónicas que permitan contener la actividad ilícita de acuerdo a lo previsto por la ley, o al menos articularla bajo criterios de

operación estables, que no repercutan en una percepción social de inseguridad y

riesgo, debido a los efectos del continuo derramamiento de sangre que las condiciones de disputa actual favorecen.

53

Ejecuciones, decapitaciones, desmembramientos, ataques con granadas de

fragmentación, incursiones para ejecutar policías se han convertido en una realidad

cotidiana en estados como Baja California, Guerrero, Michoacán, Nuevo León, Sinaloa y Tamaulipas. Con menor intensidad esta realidad ha estado presente también

en Chihuahua, Oaxaca, Quintana Roo, Sonora y Tabasco.

En medio de estas circunstancias inéditas en el México contemporáneo, y debido a la asociación directa con la violencia generada por la delincuencia organizada en

otros países del continente, diversas voces mediáticas han hecho referencia a la

“colombianización” de México, colocando sin más etiquetas a un fenómeno que

requiere una evaluación de mayor seriedad.

En una perspectiva cuantitativa México dista mucho de alcanzar los niveles de

violencia de Colombia. Este país ha sufrido atentados terroristas desde hace ya largo

tiempo. Sin embargo, ésta no es una condición inmodificable: los cambios políticos que se han registrado en México y las rearticulaciones estructurales que éstos han

implicado en la operación del crimen organizado, junto con la incorporación directa

de actores con entrenamiento en guerra de baja intensidad como grupos ejecutores de

la delincuencia, están favoreciendo la escalada de una violencia grave que en sentido cualitativo evoca ya a la sufrida por aquella nación sudamericana.

El problema se hace aún más grave por la incorporación de un tipo de actor, que

cuenta con capacidad para desatar una escalada de violencia significativa y mayor, a las filas de la delincuencia organizada. Se trata de desertores del Grupo Aeromóvil de

Fuerzas Especiales del Ejército Mexicano12, e incluso, otros tantos de corporaciones

homólogas de países centroamericanos, como es el caso de los Kaibiles guatemaltecos.

Se trata de comandos de élite que tienen una gran capacitación para desarrollar

operaciones de guerra de baja intensidad13, que incluyen tácticas de guerra

12 Hacia junio de 2003, se hizo pública la operación de un grupo denominado Los Zetas, que se

constituyó en el principal brazo armado de la organización de traficantes de droga del Golfo.

Aunque en principio las autoridades refirieron que se trataba de ex policías, más tarde

admitieron que la célula estaba conformada por desertores del Grupo Aeromóvil de Fuerzas

Especiales (GAFES) del Ejército Mexicano. Ver “Identifican a los Zetas” en Reforma. 06 de junio de 2003. Asimismo, “Reconocen a 13 ex militares como ‘Zetas’” en El Universal, 11 de

mayo de 2004. 13 Las fuerzas especiales son unidades militares empleadas en acciones de combate no

convencionales. Una de sus principales funciones es precisamente entrenar nuevos grupos –

trátese de militares regulares o paramilitares– para generar acciones de comando en una lógica

54

psicológica y generación de bases sociales de apoyo. Las decapitaciones con

mensajes, en el primer punto, y el surgimiento de agrupaciones como la denominada

Familia Michoacana, que no es otra cosa que una fachada de los propios Zetas, respecto al segundo, ilustran con claridad la concepción operativa de este nuevo tipo

de actor que participa ahora en las filas de la delincuencia. Se trata de individuos que

no parecen amedrentarse por la capacidad de fuego del Estado: finalmente ellos se formaron dentro de los cuerpos con mayor capacitación y entrenamiento de seguridad

del mismo.

¿GUERRA SIN ESTRATEGIA?

En estas condiciones es posible apreciar que el Estado mexicano no ha tenido hasta el momento una estrategia clara respecto a lo que intenta hacer con el problema

del narcotráfico que, según se deduce de los resultados cotidianos, pretende encarar

sin un diagnóstico objetivo que le permita establecer las metas por alcanzar y jerarquizar las prioridades respecto a los mismos.

Tampoco se aprecia con claridad el fin que pretende alcanzar en esta campaña.

¿Solucionar las distintas facetas del problema del tráfico de drogas con meros

despliegues territoriales masivos y continuación de estrategias de erradicación de cultivos ilícitos? Se ha enunciado una guerra a partir de premisas retóricas que, sin

embargo, carece de definiciones específicas sobre qué constituiría la victoria respecto

a la misma.

Aún el esbozo de las organizaciones a combatir resulta incierto: hasta el 30 de

noviembre de 2006, la versión oficial de las autoridades era que existían siete grandes

de guerra de guerrillas. La concepción de este tipo de unidades fue desarrollada originalmente

en el marco de la Segunda Guerra Mundial, por el gobierno de Estados Unidos. Sin embargo,

su mayor uso ha ocurrido a partir del contexto bipolar de la Guerra Fría y se ha mantenido

desde entonces en las diversas guerras que este país ha librado Originalmente, se inscribían en

la estrategia político-militar antisubversiva, encaminada a contener la expansión del

comunismo. Más tarde, en los ochenta, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos la

redefinió como Guerra de Baja Intensidad. En el tercer mundo, hasta principios de los noventa,

esto significó la intervención soterrada de fuerzas militares estadounidenses, encaminadas a

entrenar y adoctrinar a unidades militares similares de los ejércitos de países donde grupos revolucionarios de izquierda desarrollaran acciones de guerrilla a fin de obtener el poder; o

bien, para preparar fuerzas contrarrevolucionarias a fin de desestabilizar gobiernos emanados

de grupos afines al bloque comunista. Ver Klare, Michael T. y Peter Kornbluh.

Contrainsurgencia, proinsurgencia y antiterrorismo en los 80; El arte de la guerra de baja

intensidad. México, Conaculta-Grijalbo, 1990.

55

organizaciones delictivas que controlaban el narcotráfico en el país: los Carrillo

Fuentes; los Arellano Félix; el grupo articulado en torno a Joaquín Guzmán Loera; los

Valencia; los Amezcua; la agrupación de Pedro Díaz Parada y la propia de Osiel Cárdenas Guillén.

Más tarde, la versión del mapeo oficial es que sólo existían tres grandes

organizaciones: la que comandaba Osiel Cárdenas; la del Chapo y la de los Arellano Félix. Hasta hace poco, la PGR sostenía que el grupo de Osiel se había aliado con los

Arellano, hecho no imposible, dados los reacomodos del mundo delictivo. Pero

entonces, ¿cuántas son las organizaciones criminales poderosas en México? ¿Se ha

emprendido una guerra sin ubicar con claridad al enemigo?

La gravedad del problema del narcotráfico no arrancó hace poco. El desorden es

producto directo de graves omisiones del periodo precedente. A pesar de la captura de

varios líderes relevantes de las estructuras del narcotráfico, es evidente que, por una matriz compleja de falta de voluntad, ineficacia y corrupción, el sistema de seguridad

mexicano fue incapaz, durante los seis años de Vicente Fox, de hacer equivalentes la

detención de delincuentes y la garantía del cese de su participación en actividades

ilícitas, aun si se encontraban recluidos en los centros penitenciarios de mayor rigor, como fue el caso de Osiel Cárdenas; de recapturar a traficantes como Guzmán Loera;

de disminuir la violencia que la disputa entre las organizaciones encabezadas por

ambos individuos generó en varias entidades de la República y recuperar de facto el control territorial de las mismas.

Aún la estrategia más recurrida de lucha contra el narcotráfico –la erradicación de

cultivos ilegales– sufrió un deterioro importante en términos de capacidad técnica, durante los seis años precedentes: en 2001, se contaba con un total de 87 aeronaves de

ala fija y rotativa, adscritos a la Dirección General de Erradicación de la PGR; en

septiembre de 2006, el total se redujo a 82, de las cuales, 54 están en condiciones que

no permiten su operación. La erradicación de cultivos ilegales que ha realizado el

gobierno mexicano, se ha hecho en su mayor parte con métodos manuales, que se

traduce en la dificultad de alcanzar zonas geográficas poco accesibles e incrementa

los esfuerzos que se requiere desplegar para arrasar los plantíos.

La lucha contra la alta corrupción virtualmente se colapsó durante el sexenio de

Vicente Fox. Mientras que en el mandato de Ernesto Zedillo se ordenó la detención

de diversos servidores públicos de alto nivel, incluyendo a un gobernador y varios

56

generales, la siguiente administración federal no procedió judicialmente contra ningún

alto funcionario implicado en casos de corrupción.14

Es en estas circunstancias en las que se desarrolla el combate al narcotráfico que realizan las autoridades federales, del cual, la principal acción que se ha impulsado

han sido las Operaciones Conjuntas. Algún funcionario alguna vez me señaló que el

propósito de dichas Operaciones Conjuntas emprendidas por el actual gobierno era justamente enviar un mensaje a la delincuencia de decisión del Estado y de rescate

territorial. Sin embargo, es claro que la semiótica de los delincuentes es con mucho

más violenta y la mera presencia de contingentes de fuerzas de seguridad no es

sinónimo de recuperación del territorio.

Al ser la inseguridad la principal preocupación de la población mexicana, el

gobierno de Calderón emprendió pronto una acción que, según diversas fuentes,

pretendía recuperar el control del territorio y lanzar un mensaje de severidad y fuerza unificada. Sin embargo, el mero despliegue masivo de elementos de seguridad no es

sinónimo de control territorial si, como se ha visto, la violencia continúa en cuanto el

contingente se retira, o aun de manera simultánea a su propia presencia.

La realización de operaciones de despliegue sin trabajo de inteligencia sólido está resultando en un creciente costo de vidas entre las corporaciones de seguridad,

incluso de las propias fuerzas armadas. Esto está conduciendo a medidas

gubernamentales poco meditadas que en un futuro pueden traer efectos aún más negativos.

Aunque las fuerzas armadas constituyen las instituciones de seguridad más sólidas

y profesionales del país, es evidente que no poseen una garantía de blindaje contra las tentaciones que rodean al narcotráfico. La existencia misma de Los Zetas es evidencia

de ello. Mantener a las fuerzas armadas en contacto permanente con un problema que

no se puede solucionar sino sólo contener, puede dar lugar a una erosión del último

bastión de institucionalidad del Estado mexicano.

De cualquier manera, en estos momentos el debate de fondo no lo constituye el

dilema de si los militares deben participar o no en el combate al narcotráfico. Es claro

que no es su tarea sustantiva, que su involucramiento en tal lucha no es la solución óptima y que su contacto con este tipo de criminales pone en riesgo la fortaleza de

una institución fundamental para la vigencia del Estado. Es evidente que se requiere

14 Lo anterior se constató tras revisar todos los boletines de prensa de la PGR, durante el

sexenio 2000-2006.

57

urgentemente construir instituciones civiles de seguridad sólidas y confiables. De

cualquier manera, es también patente que en lo inmediato, dada la capacidad de fuego

y entrenamiento de varios de los individuos que forman parte de la estructura de choque de las organizaciones delictivas, ninguna fuerza civil cuenta con la suficiente

capacidad de contención.

El fondo del problema es que el actual esquema de empleo de las fuerzas armadas en esta materia, según se puede apreciar en las noticias de todos los días, no es

productiva porque no enfoca blancos específicos, sino que se limita añadir a las

labores de erradicación la realización de patrullajes e instalación de retenes, que han

conducido a confrontaciones de tipo circunstancial con la delincuencia. Los resultados de esta medida se han traducido en bajas innecesarias en miembros de las

fuerzas armadas que.

Otras medidas sí han sido acertadas y es preciso no escatimarles el reconocimiento merecido. La extradición de varias figuras relevantes de las diversas

organizaciones del tráfico de drogas que operan en el país, puede arrojar resultados

más favorables, no para influir a la baja en un mercado ilícito de carácter trasnacional

como es el de la droga, de lo cual está lejos, pero sí para disminuir o desincentivar en el mediano plazo el tipo de violencia de alto impacto que se ha reproducido

pertinazmente en los últimos años, asociada a la delincuencia organizada.

En el corto plazo, es posible que medidas de este tipo exacerben aún más la violencia al incrementar la resistencia de los delincuentes a la acción del Estado o su

disposición para cobrar represalias contra representantes del poder público. Sin

embargo, en este caso, esta estrategia se apreciaba de facto ineludible, en un contexto donde aún los Centros Federales de Readaptación Social se han mostrado

insuficientes para contener la operación de los principales capos.

De cualquier manera, a pesar de haber constituido un golpe importante para las

organizaciones delictivas –sobre todo para la del Golfo, dado que Osiel Cárdenas sí mantenía vigente su liderazgo dentro de la misma– esta medida requiere

complementarse con otras tantas a fin de lograr el único objetivo que realmente puede

alcanzar el Estado mexicano con una política punitiva, dadas las premisas globales con que actualmente opera el mercado del tráfico de drogas ilícitas: la disminución de

la violencia de alto impacto que es ya una realidad cotidiana en múltiples zonas de la

geografía nacional y recuperar su capacidad de control sobre la delincuencia.

Naturalmente, lo deseable sería que, en este último punto, prive la ley como

mecanismo de contención y premisa fundamental de la existencia de una democracia

58

exitosa. Una vía no institucionalizada de control, con fines ajenos a la ley obra per se

en detrimento de la institucionalidad del Estado y de su fortaleza. De cualquier

manera, sea la solución institucional o el pragmatismo lo que predomine, no se podrá alcanzar ningún propósito para encarar a la delincuencia, mientras la clase política

mantenga la confrontación que ha caracterizado su desarrollo durante los últimos

años. Tanto la aplicación certera de la ley, como la generación de mecanismos informales de control, propios de la antigua escuela, no dependen sólo de la voluntad

de actores individuales, sino de la existencia de condiciones políticas que permitan

generar un frente razonablemente homogéneo de la autoridad frente a la delincuencia,

con reglas claras del juego.

Probablemente no sea el señalamiento más edificante ni embone bien en el marco

del lenguaje políticamente correcto, pero existen múltiples indicios de las

interacciones entre diversos espacios del poder y el crimen organizado. Eso no está a discusión: a pesar de la pretensión de clandestinidad del vínculo, se ha podido

documentar en diversos lugares y tiempos. No es exclusivo de México, ni de este

momento histórico. Por lo que se refiere a nuestro país, tampoco murió con el antiguo

régimen que ya volvió; simplemente alteró su forma de funcionamiento.

El predominio de la estructura política sobre la delincuencia, hasta antes del 2000

se derivó en lo fundamental del carácter centralizado del régimen y de su capacidad

de control político y social, que contaba con una línea de autoridad clara. No necesariamente formal, pero clara. Hoy, las condiciones del pluralismo imponen el

acuerdo político entre las fuerzas que constituyen autoridad en los diversos ámbitos

de gobierno, como paso imprescindible para rearticular el poder del Estado.

En la actualidad, ninguna de las tres principales fuerzas políticas que hoy

gobiernan son ajenas a los diversos efectos adversos que ha generado el narcotráfico.

Ninguna de ellas puede señalar objetivamente que no se ha visto afectada por

problemas de corrupción. El peor escenario para el país sería que, precisamente por tratarse de un mal compartido, se continuaran aplicando meros paliativos como

estrategia de contención contra los delincuentes más violentos a fin de no pagar

costos políticos, en un contexto de impunidad generalizada. Ese derrotero sólo acarrearía un agravamiento de la corrupción y la violencia.

No hay recetas fáciles para un problema que se dejó podrir al tiempo. Sin

embargo, en términos generales, una estrategia orientada a disminuir la violencia asociada a la delincuencia organizada en el país requiere, más que medidas o

mensajes efectistas, acciones integrales y sinérgicas, simultáneas algunas,

consecutivas otras, sin las cuales es previsible su fracaso.

59

El despliegue territorial masivo no basta, como tampoco la generación de penas

más rigurosas, los incrementos presupuestarios o de entrenamiento para las

corporaciones de seguridad, si no se realizan al mismo tiempo la mejora en el funcionamiento de impartición de justicia y penitenciario, la ruptura del dominio de

las ganancias obtenidas ilícitamente y la priorización en el aseguramiento de los

actores delictivos más disruptivos.

Se precisan muchas acciones racionales, como generar corporaciones policiacas

civiles altamente profesionalizadas para realizar tareas de investigación e inteligencia,

respetuosas de los derechos humanos. Es preciso desembarazar a los órganos de

inteligencia civil del Estado mexicano de muchas tareas que no constituyen un tópico de seguridad nacional, que las mantienen virtualmente inoperantes como centros de

información y asesoría política hipertrofiados, y reenfocarlas a los objetivos

sustantivos de proteger la integridad de los ciudadanos y la supervivencia del Estado, no del régimen.

Es fundamental acotar la ventana de oportunidad que representan para los

intereses delictivos los descomunales gastos de campaña y precampaña políticas que

en la actualidad permanecen en todos los niveles, federal, estatal y municipal, fácticamente fuera de control y supervisión efectivos.

Pero sobre todo, es imprescindible tener la voluntad política de llamar a las cosas

por su nombre y afrontar el problema del narcotráfico a partir de sus variables sustantivas y de lo que el Estado mexicano está realmente en condiciones de hacer.

60

COLOMBIA: GUERRA, DESPLAZAMIENTO FORZADO Y

RECONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES

Sibely CAÑEDO CÁZAREZ

RESUMEN

El desplazamiento forzado en Colombia se ha convertido en una crisis humanitaria de grandes proporciones. Hasta mayo de 2011 el Gobierno había

registrado más de 3.7 millones de desplazados internos en el país. Sin embargo,

organismos no gubernamentales consideran que la cifra de desplazados por el conflicto que involucra a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)

y a las fuerzas del Estado, rebasa los 5 millones, sobre todo a partir de la década de

Comunicóloga. Maestra en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Es periodista del diario Noroeste, Mazatlán.

61

1980. Desde la urbanización del conflicto se desató un intenso debate público y

académico que derivó en la categorización del desplazado como un ciudadano en

situación vulnerable y en reconocimiento de las responsabilidades del Estado en torno al tema. La polémica culminó con la creación de la Ley 387 para la Atención y

Protección de Personas Desplazadas en el año de 1997, que establece una serie de

políticas públicas en torno a la restitución de los derechos ciudadanos de las personas que han perdido su territorio y patrimonio y en muchos casos han visto destruido su

núcleo familiar. Buscamos, aquí, mostrar y explicar este proceso, que ha representado

la reconstrucción de identidades generada por el fenómeno del desplazamiento, dentro

de un contexto social y cultural, como una categoría social emergente.

DESPLAZADOS: LA PERMANENTE RECONSTRUCCIÓN

La forma de conceptualizar el desplazamiento forzado en Colombia, tanto en el

debate público, como en las esferas académicas y en las discusiones emanadas por el sentido común, ha sufrido una transformación vertiginosa en las últimas dos décadas,

con la etapa que se conoce como la urbanización del conflicto armado a partir de la

década de 1980. El fenómeno fue tomando tintes de crisis humanitaria y aquellos “sin

tierra” se hicieron visibles en las calles de las principales ciudades y en los caminos rurales. Esos rostros de desilusión y espasmo, en el limbo jurídico y social, fueron

cobrando forma al tiempo que el problema entraba a una etapa masiva y se estrenaban

tendencias en el ya conocido desarraigo.

Según reconocidos autores, la guerra y la expulsión de poblaciones ha sido un eje

estructurante de las ciudades en el territorio colombiano debido a la larga continuidad

del conflicto, que así como destructor, es “constructor” de nuevas realidades y grupos sociales. El conflicto bélico y sus efectos habían sido naturalizados entre muchos

sectores, vistos como parte inherente de la historia y no como una problemática.

Tomando en cuenta que el actual conflicto armado tiene sus raíces en una

confrontación bipartidista, conservadores contra liberales, de los años 50 del siglo pasado, así como en las marcadas desigualdades sociales y la inequidad en el reparto

de la tierra, el desplazamiento forzado podría parecer un tema sin novedad. Sin

embargo, las cifras se dispararon y aparecieron situaciones que obligaron a visibilizar el problema. Actualmente Colombia es uno de los países con el mayor número de

desplazados. Hasta mayo de 2011 el Gobierno ha registrado a más de 3.7 millones de

desplazados internos. Pero la Consultoría para los Derechos Humanos y el

62

Desplazamiento (CODHES), considera que la cifra real de desplazados por el

conflicto desde mediados de los años 80 supera los 5 millones de personas.1

La relación desplazamiento-conflicto armado influye en la conformación de conceptos e imaginarios colectivos acerca de los desplazados, una hibridación

confusa que no contribuye a la categorización de la problemática y más bien genera

una serie de imputaciones al sujeto desterrado. No obstante, distinguir las distintas etapas del conflicto armado ayuda a entender la naturaleza del desarraigo y sus

implicaciones territoriales. Al respecto, señala Flor Edilma Osorio (2000):

En la segunda mitad del siglo XX, podemos diferenciar tres etapas del conflicto

armado, si bien no tienen fronteras muy nítidas, ni en su temporalidad ni en su

caracterización: La violencia bipartidista, aproximadamente entre 1946 y 1964. El

surgimiento y consolidación de guerrillas de izquierda, entre 1965 y 1985. Y la

complejización, intensificación e internacionalización del conflicto armado, a partir de 1985. Aunque hay rupturas que las marcan, es posible identificar ciertos hilos

conductores y dinámicas recurrentes que entretejen estas etapas, y que adquieren

lógicas particulares en las regiones y localidades.

Las primeras dos etapas se circunscriben casi exclusivamente a los contextos

rurales y se relacionan en mayor medida con desplazamientos paulatinos o aluviales,

pero en la tercera etapa, la más reciente, se complejiza la correlación de fuerzas del conflicto armado con la participación más activa de nuevos poderes fácticos, como el

narcotráfico, el sistema político, las compañías multinacionales, los medios de

comunicación y los organismos no gubernamentales internacionales (ONG), tema que será tratado más adelante. Lo importante aquí es la visibilización del fenómeno y su

impacto como una categoría social emergente, que si bien se encontraba en sus raíces

en épocas anteriores, es hasta los años recientes cuando se consolida en busca de

reconocimiento social.

Esto se dificulta debido a la ausencia de identidades preexistentes en torno a las

personas desarraigadas. Los desplazados no proceden de una región en particular,

aunque sí hay zonas marcadas con focos rojos. Las tendencias son cambiantes y las territorialidades del desplazamiento fluctúan de acuerdo a las treguas del momento o a

los avatares del conflicto, por lo que no se puede identificar a los afectados con una

región específica; el desplazamiento tampoco se vincula en exclusiva a grupos determinados ya sea por su raza, su religión o alguna característica por la que puedan

1 Las cifras corresponden al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados

(ACNUR), en su capítulo Colombia. Disponible en: http://www.acnur.org/t3/operaciones/situacion-

colombia/desplazamiento-interno-en-colombia/ Consultado: 30/04/2012

63

ser discriminados; si bien se presentan tendencias como que la mayoría de los

desplazados son campesinos y afrodescendientes, no es ésta la causa de la

movilización forzosa. Los desplazados han sido una especie de masa amorfa difícil de reconocer y clasificar (Uribe, 2001).

Ante la ausencia de conocimiento sobre un grupo poblacional en ascenso y visible

en las ciudades, surge la asignación de pertenencias imputadas, “impuestas por otros y referidas a las exigencias discursivas de la guerra y no a los sentimientos y las

voluntades de quienes las sufren contribuyen a la pérdida de sentido, a la confusión ya

la opacidad en la que se mueven irremediablemente los afectados por este drama

social” (Ibíd).

La particularidad del desplazamiento en Colombia se enmarca sobre todo en una

guerra de larga duración y multipolar. A diferencia de otros países, donde los

episodios bélicos suelen ser eventos intensos y traumáticos pero de corto tiempo, y con la participación de dos actores principales enfrentados entre sí, en Colombia son

numerosas las causas y los actores que pueden provocar un desplazamiento forzoso de

población.

Ante este marasmo de incertidumbres, surgen estigmatizaciones que se centralizan en las categorías del desplazado bandido y del desplazado damnificado.

La primera responde a la lógica de la guerra, y se cristaliza en la desconfianza con

que el ciudadano común ve a los desplazados recién llegados a su ciudad, como resultado de la asociación de las víctimas con los victimarios y una supuesta relación

con el conflicto armado.

Por otra parte, el desplazado damnificado es visto como la víctima de un hecho desafortunado, una catástrofe cuasi natural como la guerra, eliminando así la

dimensión política y social de esta crisis humanitaria, así como borrando la

responsabilidad del Estado. De igual forma se refieren a los desplazados como

problemáticos o flojos, ya que vienen a agregar conflictos a las ciudades al buscar un lugar para vivienda y hacer uso de los servicios públicos, que ya de por sí sufren una

sobresaturación. Estas eran visiones que prevalecían en el sentido común y

reproducían un estigma.

Fue necesario un trabajo de construcción teórica para separar a los desplazados

del maremágnum de fenómenos dentro de los cuales solían enmarcarse: la

marginación, la pobreza y los efectos colaterales de la guerra. La indiferencia constituyó el primer obstáculo a vencer para aquellos interesados en combatir los

64

destierros de grandes grupos de ciudadanos, que se traducían en penosos peregrinajes,

pérdidas irreparables y daños imborrables.

Retomando a Hanna Arendt, los desplazados podrían equipararse a la condición de apátridas pero no “de jure”, sino de facto, inclusive al encontrarse dentro de los

límites territoriales de la nación que nominalmente los acoge. Con el concepto de

apátridas, se establece un contrapunto para analizar el caso colombiano. El comparativo ayuda a resaltar las cualidades particulares y ayuda a reflexionar en torno

a las diferencias con otros casos del mundo.

La autora enmarca su reflexión sobre los apátridas en el período de entre guerras y

lo analiza a la luz de los efectos traumáticos que para la Europa Central y Oriental tuvieron 3 factores específicos: el derrumbe de los grandes imperios multinacionales

(Austria-Hungría y Rusia); los tratados de paz que pusieron fin a la guerra mundial y

que redefinieron las fronteras de muchos países y los tratados sobre minorías nacionales, suscritos por los diferentes Estados y por la Comunidad de Naciones.

2

Los grupos minoritarios por excelencia eran los judíos dispersos en el mundo

como una nación sin Estado. Muchos de ellos lucharon por el reconocimiento. Decían

que un pueblo sin patria carecía de los derechos más elementales. Estos movimientos fueron sofocados por estados nacionales y expulsados por no querer pertenecer a la

patria que les daba refugio, y así se incrementó el fenómeno de los apátridas de un

contingente importante de población que vivía “sin Estado, sin Patria y sin Ley”.

Pero en el caso colombiano, coincide una corriente importante de investigadores,

millones de personas son apátridas dentro de su propio territorio, aun bajo un estatuto

jurídico que los acoge sólo en el papel. Siguiendo con la misma autora, los apátridas pierden en tres sentidos: sus hogares, la protección de sus gobiernos y el estar por

“fuera del redil de la ley”. Esto último significa la no pertenencia a comunidad

alguna; no es sólo que no sean iguales a los demás ciudadanos, sino que su misma

condición de ciudadanos está en duda, es la pérdida del derecho a tener derechos.

En Colombia, el fenómeno del desplazamiento cundió acaso de manera silenciosa

hasta mediados de la década de los 80, sin que el problema fuera reconocido por el

Estado, por lo que no había un mecanismo legal que respondiera por la protección de

2 Uribe de Hincapié, María Teresa [coord.] (2001). Desplazamiento forzado en Antioquia.

Aproximaciones teóricas y metodológicas al desplazamiento de población en Colombia.

Volumen 0. Universidad de Antioquia, Instituto de Estudios Políticos. ISBN 958-33-2346-2.

Bogotá, Colombia, pp 54.

65

los desplazados. El gobierno federal se deslinda y pasa la responsabilidad a los

gobiernos locales; y éstos a su vez dicen que a ellos no les corresponde.

Fue la Iglesia Católica, vía la Conferencia Episcopal de Colombia, la primera entidad en develar este drama, al impulsar el estudio exploratorio denominado

“Derechos humanos: desplazados por la violencia en Colombia”, publicado en 1995.

El libro abrió el debate, impulsado por redes de ONG e instituciones académicas, que culminó en la promulgación de la Ley 387 para la Atención y Protección de Personas

Desplazadas 2 años más tarde; en ella se responsabiliza el Estado en devolver la

estabilidad socioeconómica a las personas desplazadas, así como establecer políticas

que contribuyan a disminuir los impactos de la violenciaa, y entre sus apartados más discutidos se encuentra la definición de desplazados, que constituye un parteaguas

para la concepción del problema desde un estatuto jurídico: 3

Toda persona o grupo de personas que se han visto forzada a migrar dentro del

territorio nacional abandonando su localidad de residencia o actividades económicas

habituales, porque su vida, su integridad física, su seguridad o libertad personales han sido vulneradas o se encuentran directamente amenazadas, con ocasión de

cualquiera de las siguientes situaciones: Conflicto armado interno, disturbios o

terrorismo internos, violencia generalizada, violaciones masivas de Derechos

Humanos, infracciones al Derecho Internacional Humanitario u otras circunstancias

emanadas de las situaciones anteriores que puedan alterar o alteren drásticamente el

orden público.

Según la Ley, las personas desplazadas poseen la misma dignidad y derechos que

cualquier otra, pero al ser personas a las cuales se les han violado sus derechos fundamentales, merecen un trato especial por parte del gobierno y de las instituciones,

para que dichos derechos sean resarcidos. La atención psicosocial debe reconocer a la

persona desplazada como sujeto de derechos. Y aunque aún falta mucho por discutir y la implementación de la reforma ha despertado diversas críticas, la ley 387 introdujo

la categoría desplazados en el campo jurídico y plantea sus elementos esenciales.

SOBERANÍAS EN VILO Y “ESTADO DE GUERRA”

Las particularidades del caso colombiano se encuentran muy ligadas al carácter único de la guerra en este país, que como ya se ha mencionado, no se conforma por

3 Colombia fue el primer país que consideró a los desplazados como una categoría de

ciudadanos aparte, en reconocimiento de su vulnerabilidad y falta de garantías para ejercer sus

derechos, incluso antes de que la ONU publicara los Principios Rectores para el

Desplazamiento en 1998.

66

un sólo episodio sino múltiples y muy dispersos. El Estado demuestra la debilidad y

la falta de capacidad para ejercer el control sobre la totalidad de su territorio y para

aplacar a los grupos subversivos que le disputan de una u otra manera la soberanía.

Para Hobbes, un Estado omnipotente es capaz de agrupar a diferentes grupos y

estamentos dentro de su égida. Pero ¿qué pasa cuando un Estado no logra convertirse

en omnipotente u omnipresente? La soberanía no se logra de una vez y para siempre, pues siempre subyace la posibilidad de la guerra o de intereses que intenten derrocar a

un poder imperante. María Teresa Uribe defiende la tesis de soberanías en vilo para

explicar la crisis de Estado que se vive en Colombia, donde no se puede hablar de un

fracaso total o de un Estado inexistente, pero sí de un Estado que es constantemente retado y no puede imponer su poder en la totalidad del territorio; grupos armados,

especialmente las guerrillas, le disputan la soberanía en espacios confinados e

intentan sustituir las funciones estatales imponiendo su ley a miles de pobladores.

La soberanía en vilo corresponde a un “Estado de guerra” cuasi permanente,

caracterizado por el animus belis, la predisposición casi natural a dirimir los

conflictos sociales mediante la violencia, pues aunque puedan presentarse periodos de

relativa calma, permanecen las condiciones necesarias para que la lucha armada se “prenda” de nuevo en cualquier momento. El Estado de guerra y no en guerra, según

una reinterpretación del concepto usado por Foucault, provoca que todos tengan el

poder de la violencia. “Ante este poder todos son iguales o como diría Hegel, cada uno es débil frente a los demás y por tanto cada uno es enemigo y competidor de los

otros” (Schmitt, citado por Uribe, 1998).

En Colombia se expresa por una debilidad endémica tanto en el pasado como en el presente, por grupos armados de diferente ideología que se caracterizan por resistir

los intentos de dominación desde el Estado y mantener viva la hostilidad cuando

sentían vulnerados o en peligro sus circuitos privados de poder. En esos espacios

surgen formas no convencionales de ejercer la política y de usar el recurso de la fuerza; se instalan mandos alternativos que son capaces de dirimir conflictos entre

vecinos, otorgar protección y seguridad, en algunos casos sin trastocar en forma

significativa la vida cotidiana y en otros, de forma traumática y con violencia exacerbada (Uribe, 1996).

Así expuestos los vacíos y debilidades del Estado, cuando no complicidad y

negligencia, la construcción teórica encuentra fundamentos para establecer su responsabilidad en el fatídico destino de millones de personas que han sido

desplazadas de sus hogares patrios, lo cual se asienta en la ley 387, que ha derivado

67

en políticas públicas específicas y en una inserción del tema en las agendas públicas

en las distintas escalas de gobierno.

DESPLAZAMIENTO Y RECONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES

El agotamiento del paradigma positivista para abordar el fenómeno de la guerra y

sus implicaciones, como el desplazamiento forzado y sus efectos psicosociales y

culturales, ha llevado cada vez más a una aceptación de los métodos cualitativos y, sobre todo, al rescate de la memoria colectiva como manera de referirse a lo

simbólico-sacralizado, como sustrato invisible de la violencia, formador y reformador

de realidades. Elsa Blair Trujillo (1998), explica que “uno de los factores en juego en

la violencia actual es el problema de las identidades, que no acaban de construirse a partir de referentes abstractos, racionales, laicos (ciudadanía propia de la modernidad)

y que, por el contrario, parecerían construirse a partir de la guerra o sucumbir en ella”.

Una dimensión simbólica bastante descuidada en la investigación.

Más allá de las pertenencias imputadas como la del desplazado bandido y la del

desplazado damnificado, se encuentra la identidad que se construye socialmente en el

cotidiano devenir del día a día, en donde la guerra en Colombia influye en distintas

regiones de forma significativa. De acuerdo a varios investigadores, como Pécaut, la sociedad colombiana ha banalizado la violencia al grado de concebirla como una

consecuencia natural de la búsqueda del poder en un Estado nacional, y ante la

generalización del fenómeno se ha perdido buena parte de la capacidad explicativa. “En la dinámica del conflicto parecería que, por momentos, lo importante no es el

porqué de la lucha, sino la lucha misma, como si la confrontación armada se hubiera

convertido en un fin” (Ibidem). Esta naturalización conlleva a la creación de un imaginario colectivo de la violencia susceptible de ser reproducido en sus estructuras

principales y convierte a la violencia en portadora de una semilla capaz de hacerla

germinar de nuevo una y otra vez.

Según Blair Trujillo, está por un lado la ausencia de estructuras formales como el de una ciudadanía moderna para formar identidades y la prestancia de la guerra como

factor de identificación. Un ejemplo es en el periodo de La Violencia, que polarizó la

identidad de los actores sociales como adeptos de uno u otro partido, ya sea liberales o conservadores, una visión que no daba cabida a más alternativas y configuró una

forma de construir identidades a través de la adscripción político-militar como eje

principal. Qué tanto el pertenecer a un grupo armado puede marcar la identidad del individuo y su familia, vista desde dentro o desde fuera. O qué tanto las

territorialidades bélicas estigmatizan a quiénes habitan en un espacio marcado por la

68

guerra. De acuerdo a esta tesis, es necesario entender el lenguaje de la violencia en

términos simbólicos y no sólo en estadísticas o según la estrategia militar.

De modo que si la cosmovisión y la cultura de un pueblo se expresan no sólo en su arte, como lo señalara Clifford Geertz, sino en todos los ámbitos de la vida, en la

economía, en la religión, en la política, no es difícil concluir que si la guerra ha estado

presente como factor estructural en la historia de Colombia, la relación cultura-violencia sea por lo menos indisoluble. De acuerdo a Gilberto Giménez, la identidad

sería

El proceso de construcción social y simbólica que ejecutan los actores sociales para

interiorizar un conjunto de repertorios culturales (representaciones, valores,

símbolos, normas) mediante los cuales demarcan sus fronteras y se distinguen de los

demás actores en una situación determinada, todo ello en contextos históricamente

específicos y socialmente estructurados (Giménez, 2007).

Desde este punto de vista, las representaciones sociales se convierten en un factor

de creación de nuevas realidades y por ello, en el tema de la violencia, amerita

especial atención.

POR EL RESCATE DE LA MEMORIA HISTÓRICA

Además de la construcción de aspectos identitarios en el contexto de una

violencia generalizada, se encuentra el problema de la reconstrucción de la vida social

y comunitaria de millones de individuos que han sufrido el éxodo y la pérdida de sus territorios, junto con sus referentes simbólicos. El antropólogo Michael M. Cernea,

nos dice que el desplazamiento es en términos sociológicos una desarticulación de

los patrones de existencia social en general; pero, más aún, cuando el abandono de sus pertenencias materiales e inmateriales ligadas al territorio es motivado por las armas,

esto conlleva cargas adicionales en el aspecto psicológico y de vulnerabilidad de la

propia integridad física. Los momentos de crisis suelen ser periodos calientes en los

que se intensifica la búsqueda de significados a los acontecimientos que trastocan la vida social. Y por otro lado, se ve alterada la identidad individual y colectiva,

entendida “la representación que tienen los agentes (individuos o grupos) de su

posición en el espacio social y de sus relaciones con otros agentes (individuos o grupos) que ocupan la misma posición o posicione diferenciadas en el mismo

espacio” (Giménez, 1997).

En este sentido, autores como Baczko (citado por Blair, 1996) atribuyen al pasado

una función modeladora y resignificadora de los sucesos presentes, pero también de la proyección hacia el futuro. La memoria colectiva y una revaloración de la identidad

69

territorial como algo primigenio y simbólico, independiente de su espacialidad física,

puede llegar a convertirse en un proceso cultural que ayude a restablecer el tejido

social, afectado después de un proceso de belicosidad. Explica: “Esta reivindicación del derecho al pasado y, por tanto, al ejercicio de la memoria colectiva, se inscriben

en un contexto más amplio, el de la reconquista de un campo simbólico.”

La pérdida de los territorios no sólo representa un factor para el empobrecimiento material y un riesgo para la seguridad física de los apátridas de facto, sino también

afecta la identidad individual y colectiva, pues rompe con los referentes concretos de

sus memorias e historias de vida, así como de los recursos naturales e incluso de los

lazos con los ancestros como en el caso de los grupos indígenas y muchas poblaciones campesinas. Por ello, la restitución de tierras y el retorno es una parte fundamental de

lo que se conoce como reparación de daños a las víctimas, en la medida que esto es

posible. La diseminación de las comunidades es un golpe fuerte para los grupos desplazados, quienes se ven obligados a romper sus lazos sociales de forma drástica.

La relación entre la memoria y las esperanzas colectivas ha sido puesta también

sobre la mesa de discusiones. La psicología social pone en evidencia la necesidad de

las colectividades de una continuidad histórica. Necesitan un pasado para recordar su esencia y garantizarse a sí mismas y a los demás quiénes son y de dónde provienen.

No obstante, el contexto violento y la estigmatización del sujeto desarraigado no

ayudan para elaborar relatos coherentes, ya que las víctimas son objeto constante de sospechas. Ellos mismos se ven obligados al silencio o a ocultar su condición de

desplazados por temor a represalias, por lo que tienen que crear un relato para la

policía, otro para la ONG que los ayuda, otro para la alcaldía, por lo que el asunto resulta más complejo de lo que parece.

Aquí se comparte la propuesta de Martha Nubia Bello (2001) referente a la

construcción de narrativas alternativas en torno al sujeto desplazado, que deben

buscarse desde el sujeto mismo no sólo desde la victimización, sino que estos nuevos relatos deben ir acompañados de la capacidad de agencia. Si la identidad de los

desplazados se forma sobre la base violenta del despojo, de la victimización, la

vulnerabilidad, no será posible encontrar un hilo conductor que los constituya en sujetos de acción capaces de influir sobre sus propios destinos y el de sus

comunidades. Muchos estudios han comprobado que cuando el desplazamiento se

enfrenta de forma comunitaria se encuentran mejores soluciones.

EN BUSCA DE NUEVAS TENDENCIAS

70

En la constante re-edición de los episodios violentos en el territorio colombiano,

el desplazamiento forzado está dejando de ser atribuido, de forma exclusiva, al

conflicto armado. La tesis de la guerra como gran causa enfrenta fuertes críticas, debido a la emergencia de nuevos actores que actúan de forma abierta o implícita en

la guerra, que utilizan las dinámicas de lo bélico con intereses económicos. A finales

de los 90, comienza a cobrar fuerza una línea de investigación que aduce como causa de los desplazamientos masivos y aluviales, a los macroproyectos de desarrollo que se

engarzan con las nuevas tendencias de mundialización de la economía.

Contrario a los postulados de la teoría postmodernista, que observa una

desterritorialización de los procesos económicos y sociales más importantes, y que pondera los “flujos” de capital y de comunicación sobre las fronteras espaciales, lo

que se ha visto en el caso colombiano y de otros países de América Latina es que los

intentos de dominación se realizan sobre una base de territorialidad al buscar el control de espacios estratégicos, con el fin de explotar hidrocarburos, recursos

hídricos o minerales de alto valor en el mercado industrial. Álvarez de Flores y Luz

Dary Rivera exponen durante el Congreso “Planes geoestratégicos, desplazamientos y

migraciones forzadas en el área del proyecto de desarrollo e integración de Mesoamérica”:

… Con la implementación del modelo neoliberal, asociado a los interés de

corporaciones trasnacionales para el control de los recursos naturales y los diferentes

sectores económicos, converge el advenimiento de planes estratégicos de desarrollo

e integración que caracterizan el actual proceso de globalización, bajo el supuesto

que a mayor inversión extranjera, mayores posibilidades de desarrollo para los países, llamados de “economías emergentes”.

El contexto internacional ha influido, de algún modo, sobre los intereses y el

trasfondo detrás de las operaciones de desplazamiento de comunidades en Colombia;

si bien es cierto que diversos actores internacionales aprovechan la situación de

guerra interna que vive el país sudamericano, ya no es ésta la que domina la pauta en los éxodos de población marcados por la trama del conflicto, sino que hay otros

intereses que intentan controlar estas tendencias para su beneficio, sin descartar los

efectos colaterales e inesperados, sobre todo tomando en cuenta la porosidad que existe entre los diversos grupos armados y la clase política del país.

Cada uno posee distintas formas de acción y de posesión del territorio. No es

asunto de este trabajo describir cada uno, pero lo importante es hacer notar la maleabilidad del conflicto y su capacidad para transformarse y adquirir nuevos e

71

insospechados derroteros que muy fácilmente se salen de control. Myriam Zapata,

estudiosa del tema, advierte que el desplazamiento de comunidades

coincide con el señalamiento de ser ayudantes de la guerrilla o del narcotráfico y con

zonas estratégicas donde se planea desarrollar grandes megaproyectos para la extracción de oro, níquel y cultivo de palma africana en el Chocó por parte de

multinacionales como Chiqui-cultivo de palma africana en el Chocó por parte de

multinacionales como Chiquita Brands International Inc. (antigua United Fruit),

acusada en Estados Unidos por abonar más de 100 pagos a las Autodefensas Unidas

de Colombia para asegurar su protección. La justicia estadounidense condenó al grupo

bananero Chiquita a una multa de 25 millones de dólares por haber financiado a

paramilitares colombianos para lograr su protección entre los años de 1997 a 2004. 4

Esta “coincidencia” de regiones desplazadas y la posterior explotación o

instalación de macroproyectos de desarrollo, se presenta no sólo como una práctica nueva de desplazamiento, sino que se oculta en los viejos paradigmas de las guerrillas

de las FARC, en una imbricación compleja de estructuras y representaciones sociales

del pasado, del mundo premoderno con otras pertenecientes a las postmodernidad. Por ello es necesario un nuevo marco de interpretación.

Por otro lado, la acción colectiva y la participación de la sociedad organizada a

nivel internacional han desempeñado un papel crucial. Aunque permanezcan

dinámicas del pasado, la guerra no puede analizarse ya como en los siglos XVIII y XIX, cuando ésta era una cuestión de honor sobre la base del patriotismo y los

enfoques nacionalistas prevalecían sobre los globales. La intervención de la opinión

pública internacional, así como la intervención de potencias extranjeras, añaden grados de complejidad; pero en contraparte la acción de las ONG ha ayudado a

destapar una tragedia humanitaria que permanecía oculta debido a la militarización y

narcotización de las relaciones internacionales de Colombia hasta hace unos años, además de integrar redes de una movilización ciudadana sin precedentes en busca de

la paz social. Después de varios procesos fallidos de negociación con los grupos

armados, parece que la única esperanza viene más de la acción colectiva que de los

esfuerzos de su propio gobierno por meter al país en proceso de justicia y paz.

REFLEXIONES FINALES

4 Zapata, Myriam (2011). “Planes geoestratégicos, despojamiento y representaciones sociales

del desplazamiento forzado en Colombia”. En: Planes geoestratégicos, desplazamientos y

migraciones forzadas en el área del proyecto de desarrollo e integración de Mesoamérica. Ed.

Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia, Pp.341.

72

El desplazamiento forzado exige una mirada integradora a la luz de todo un

sistema social en movimiento y, por ende, requiere ser visto desde el paradigma del

pensamiento complejo, donde todos los subsistemas de acción se interpenetran entre sí y moldean la naturaleza general del fenómeno como. Cabe mencionar que la guerra

es un eje constructor/destructor de todas las dimensiones de la vida colectiva y no

sólo de una de ellas. Rompe con los patrones de existencia de una forma total, provocando cambios drásticos que no dan tiempo para procesos de adaptación como

en los cambios sociales que suelen darse de forma más o menos natural en el paso del

tiempo. Los desterrados pierden sus trabajos, ven desarticuladas sus familias, sus

relaciones sociales, su lugar en el mundo, por lo que las repercusiones en la identidad tanto individual como colectivas podrían resultar claras al igual que la fragmentación

de la vida comunitaria; sin embargo, ante la urgencia de atender las necesidades

vitales como vivienda, alimentación, educación, tanto las mismas víctimas como las instancias del gobierno y organismos civiles, pasan los factores socioculturales a un

segundo plano. Creemos que este aspecto no por ser menos urgente, deja de ser

relevante, porque de ahí depende en gran medida el restablecimiento de la vida social

y la manera en que las personas encontrarán una salida digna en la proyección de su futuro. Por último, es importante adelantar que la presente exposición pretende formar

la base para un estudio comparativo entre los casos de Colombia y México, donde a

partir de la llamada Guerra contra el Narcotráfico (2006-2012) ha recobrado inusitada relevancia y actualidad el tema del desplazamiento forzado.

BIBLIOGRAFÍA

Uribe de Hincapié, María Teresa [coord.] (2001). Desplazamiento forzado en Antioquia.

Aproximaciones teóricas y metodológicas al desplazamiento de población en Colombia,

Universidad de Antioquia, Bogotá. Wehr, Ingrid [coordinador] (2006). Un continente en movimiento. Migraciones en América

Latina. Bogotá, Colombia: Iberoamericana-Vervuert, pp. 367-384.

Bello, Martha Nubia (2001). Desplazamiento forzado y reconstrucción de identidades.

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Colombia: Arfo Editores.

Blair Trujillo, Elsa (1998). "Memorias e identidades: desafíos de la violencia". En: Colombia

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Osorio, Flor (2000). Territorialidades en suspenso. Desplazamiento forzado, identidades y

resistencias. Medellín, Colombia: Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (CODHES), p. 66.

73

MIEDO DE CARNE Y LETRAS: BOSQUEJO DE LA LITERATURA

DEL MIEDO

Jenny T. GUERRA GONZÁLEZ

Comunicóloga, egresada de la UAEMEX. Efectuó una maestría en Estudios Latinoamericanos en la UNAM, en la que actualmente cursa el Doctorado también en Estudios

Latinoamericanos. Catedrática de la UNAM. Colabora en varias revistas especializadas y ha

efectuado estancias académicas en Colombia y Costa Rica.

74

DEFINIR, HISTORIAR Y SENTIR EL MIEDO

El miedo como perturbación angustiosa por un riesgo o daño real o imaginario1es

inherente al género humano; universal y democrático para provocar alteraciones en los sentimientos que se manifiestan en reacciones paralizantes o arrebatos violentos.

El miedo se relaciona con lo que deseamos y con lo que rechazamos, con lo probable

y con lo incierto; sólo la certeza o la ignorancia total nos liberan del miedo.

El miedo individual, instintivo y meramente físico, se ha generalizado en formas

de temor colectivas; desde los individuos que se agruparon en sociedades primitivas

hasta los habitantes de mega ciudades posmodernas, cuantos hombres se han

organizado en comunidades han compartido miedos y esperanzas, porque ambos sentimientos, orientados hacia un futuro contingente, resultan inseparables.

Un leve atisbo a la historia de la humanidad puede confirmarnos la existencia de

una inseparable relación entre el miedo y la esperanza, o bien el miedo y el deseo. Podemos avistar las tumbas de los faraones que temían a la muerte y deseaban

sobrevivir con lujos y sirvientes; reflexionar sobre las motivaciones de los primeros

cristianos que llegaban a la arena del circo romano para enfrentarse a fieras

hambrientas esperando la resurrección en el paraíso. También podemos observar a personas que fueron un día admiradas por su belleza y ven acercarse la vejez: temen

perder algo que consideran un valor (que quizá les dio una sensación de triunfo) y

desean con desesperación conservar la apariencia juvenil a la que se aferran. Si el miedo es la más antigua de las emociones, podríamos deducir que toda nuestra vida

cultural y social estaría influida por él.

Desde tiempos remotos, pensadores y filósofos se han ocupado del miedo, considerado como un sentimiento, como un “afecto”, como una pasión del alma y,

más contemporáneamente, como una emoción del individuo. Los conceptos no se han

modificado notablemente, aunque sí los términos. Platón se refirió al miedo en

contraste con la valentía y lo relacionó con los valores formativos del carácter. En la Atenas de los siglos V y IV antes de Cristo nadie se habría atrevido a menospreciar la

valentía, esencial para la defensa de la ciudad, a la vez que para medir la calidad de

los ciudadanos.

En los albores de la modernidad, René Descartes y Baruch Spinoza, preocupados

por las pasiones capaces de alterar la conducta de los individuos, analizaron las

1 Fuente electrónica: http://www.rae.es/rae.htmln (Diccionario de la Real Academia Española

en línea).

75

emociones y las impresiones que conmueven al ser humano y provocan sentimientos

con la misma fuerza que si algo estuviera sucediendo en el acto. Según Spinoza, las

causas de esperanza o de miedo, provocan alegría o tristeza, y no sólo son diversas según los individuos sino que uno mismo puede reaccionar de distinto modo, acorde a

las circunstancias, ante similares estímulos: “del amor, del odio, de la esperanza, del

miedo, etc., se dan tantas especies cuantas son las especies de los objetos por los cuales somos afectados”. Mientras la esperanza es una alegría “nacida de la idea de

una cosa futura o pretérita de cuyo suceso dudamos hasta cierto punto”; el miedo es

por contraste, la tristeza provocada por la misma duda en relación con algo que nos

asusta. De donde se sigue que “no se da esperanza sin miedo ni miedo sin esperanza” (Spinoza en Gonzalbo, et al, 2009: 24-25).

En las empresas de conquista y colonización de América se combinó

permanentemente la incertidumbre de hallarse perdidos en tierras perdidas y con frecuencia deshabitadas, vulnerables a cualquier peligro, con la esperanza de alcanzar

los ambicionados y míticos tesoros de El Dorado, en Sudamérica, la salida al mar por

el soñado reino de las Amazonas o la ansiada y mágica fuente de la eterna juventud.

La historia de Occidente cambió drásticamente a consecuencia de la Revolución Francesa, cuya cuota de miedo fue tan ostentosa que incluso uno de sus periodos se

llamó El Terror (1793-1794). La Terreur, en francés, se caracterizó por la brutal

represión de los revolucionarios mediante el terrorismo desde el Estado que buscó constreñir las actividades contrarrevolucionarias y cuyas secuelas fueron 1 300

ejecuciones por guillotina, supresión de las universidades, supresión de todas las

congregaciones, entre otras medidas económicas, sociales y culturales.

Mediado el siglo XIX, Darwin identificó las emociones repentinas que provocan

reacciones filológicas, de los estados de ánimo más o menos permanentes, que no son

visibles en los gestos faciales o movimientos corporales. Al estudiar la expresión de

las emociones en los animales y en el hombre equiparó seis emociones básicas en ambos grupos, y entre ellas señaló el miedo. En los casos de terror extremo, las

emociones se hacen visibles porque ocasionan cambios en el organismo, los cuales

comparó con las expresiones de los animales.

Una modificación de fondo en el estudio del miedo se produjo cuando, de las

pasiones individuales, se pasó a reconocer la trascendencia de las emociones

compartidas por grupos más o menos numerosos. Para Freud, en la psicología de masas podía apreciarse el impacto de emociones colectivas capaces de modificar el

comportamiento individual, de tal modo que tendían a desvanecerse la conciencia

moral y los sentimientos de culpa anteriormente asumidos. De ahí los abusos “que se

76

permiten los seres humanos cuando se sienten miembros de una masa y eximidos de

toda responsabilidad personal” (Freud en Gonzalbo, et al, 2009: 25).

La religión cristiana, en sus distintas confesiones, no fue excepcional en el terreno del miedo; a las potencias sobrenaturales, bienhechoras y sobreprotectoras se le

opusieron entes malignos. La posibilidad de bienaventuranza eterna se contrastó con

el peligro del castigo perenne, y los goces terrenales se vieron como engaños pasajeros que alejaban al hombre de su destino espiritual. Puesto que Dios destinó al

hombre a gozar del paraíso, poco valían los limitados goces terrenales, mientras que

los sufrimientos eran bienvenidos como méritos en el camino de la salvación. Los

relatos de mensajeros de ultratumba recordaban a los vivos la necesidad de privarse de lujos y placeres que se pagarían muy caros en el infierno.

Los individuos tienen la capacidad de conceptualizar sus miedos, de describirlos,

de ejercer su capacidad de imaginación e inventar sus propios terrores y de comunicarlos a sus semejantes. Frente a las formas instintivas del miedo, aparecen

creencias sobre las cuales sustentar a éste y a su contraparte, la esperanza. La historia

nos enseña que los viejos miedos (a la muerte, al dolor, a la vergüenza, al despojo)

siguen acompañando a la humanidad.

LIBROS QUE DAN MIEDO

El miedo no es único, no tiene una sola faz como hemos venido explicando. Los

retratos literarios que de él se han hecho, van desde la inminencia del mal (satanismo) en novelas góticas de fines del siglo XVIII y principios del XIX como El Monje

(1794) o Melmoth el errabundo (1820), pasando por lo monstruoso e incomprensible

que termina en una explicación racional –Los Crímenes de la Calle Morgue de Edgar Allan Poe- y desembocando en una experiencia del miedo entre lo explicable y lo

inexplicable que se traduce como ambigüedad en relatos como El almohadón de

plumas de Horacio Quiroga, There are more things de Jorge Luis Borges o La muerta

de Guy de Maupassant.

El miedo y su consecuencia directa, el temor, inspiraron el género literario del

terror durante el Romanticismo (fines del siglo XVIII en Alemania y Reino Unido).

Como consecuencia de la reacción contra la dictadura de la razón que supuso el Siglo de las Luces se despliega una profusa búsqueda de todo lo que tenga que ver con la

parte oscura, desconocida del ser humano, y ahí aparecen en su máximo esplendor el

miedo y el terror. No obstante, los escritores argentinos Borges, Bioy Cásares y Silvina Ocampo (1983: 5) coincidieron en que probablemente fueron los chinos los

primeros especialistas en el género. Sueño del aposento rojo y novelas eróticas y

77

realistas como KinP´inoMei y Sui Hu Chuan e incluso los libros de filosofía son ricos

en fantasmas y sueños.

En este género literario, se intenta impresionar o conmover al lector con la utilización de elementos sobrenaturales. El terror es la quintaesencia de lo fantástico,

la inquietud llevada a su máxima expresión. Allí donde la literatura fantástica invoca

a lo cerebral (¡Esto no debería suceder!), el terror apela a lo visceral (¡No quiero que esto suceda!). En el terror se plantea superlativamente la definición pura de lo

fantástico en cuanto a la irrupción de lo anormal en la normalidad. Es esencialmente

subversivo y perturbador.

Elemento fundamental que hace funcionar los mecanismos del terror es generalmente el monstruo. El monstruo como encarnación de lo desconocido, de lo

extraño, de lo otro, desde los relatos tradicionales, de origen folklórico (el hombre

lobo, los fantasmas), hasta monstruos que adquirieron su personalidad a partir de la ficción (Drácula de Stoker, prototipo del vampiro). Para Phillip Lovecraft, el mayor

miedo del ser humano es el temor a lo desconocido y en la narrativa de terror lo

desconocido es por lo general un ser extraño. Este Ser es muy concreto y claramente

descrito (un automóvil con instintos asesinos en Christine (1983) de Stephen King; una niña poseída por el demonio en El exorcista (1971) de William Peter Blatty o una

presencia apenas sugerida en La pata de mono (1902) de W.W. Jacobs.

Edgar Allan Poe sería el encargado de diversificar temáticamente al género del terror con sus cuentos sobre el entierro en vida, el duelo y la muerte. Contraria a la de

Poe, la obra de Henry James introduce la ambigüedad como recurso de extrañamiento

en el relato, así en Otra vuelta de tuerca (1898) no sabemos nada con absoluta certeza (¡el miedo cunde!): si la protagonista está loca o si los niños son espíritus malignos.

Herederos del “miedo” en las narraciones de Poe y James son los pintores Édouard

Manet (ilustración de El cuervo), Paul Gauguin (Nevermore de 1897), el grupo

musical The Alan Parsons Project (The Raven de 1976), el historietista español José Antonio Godoy “Keko” (cómic La protectora de 2011), entre otros.

El siglo XX es rico en literatura capaz de producir los miedos más diversos; desde

El fantasma de la ópera de Gaston Leroux (1909) hasta El resplandor de Stephen King (1977); pasando por El libro de las maldiciones (Clive Barker, 1985) y Entrevista con

el vampiro (Anne Rice, 1976). La monstruosidad, el monstruo que asolaba los relatos

decimonónicos ataca ahora con esa máscara que es una síntesis simbólica del miedo al caos, a la desestructuración de lo conocido; el miedo al otro distinto, a la

contaminación cultural y la pérdida de la tradición.

78

Los thriller psicológicos y la literatura juvenil de terror (relatos de espíritus,

relatos de temática gótica, relatos que aluden al mal absoluto, relatos de grupos o

pandillas que se enfrentan a la resolución de un caso terrorífico) son los escenarios desde que el miedo asoma al final del siglo XX y comienzos del XXI. El miedo

encuentra lectores en niños y jóvenes que saben que contra el mal, contra las criaturas

malignas, hay maneras de luchar, de protegerse, aunque a veces no se llega a tiempo. En Este libro está maldito (Alfaguara, 2007) se lucha contra los vampiros así:

Durante todo el día, sin detenerse un solo minuto a descansar, se dedicaron a abrir

ataúdes y a eliminar a los vampiros que anidaban en ellos. Clavaron estacas,

cortaron cuellos con cuchillos de plata, rociaron agua bendita, hostias y tierra

consagrada sobre los cuerpos inermes. Cuando la tarde agonizaba, habían acabado

con más de doscientos vampiros, entre hombres, mujeres, niños y ancianos (p. 34).

Pero en este texto como en otras historias, el mal –causa y origen de muchos miedos- no termina con el relato, sino que se expande y llega hasta quien se atreve a

invocarlo de nuevo; el efecto en el lector tiene un mayor impacto. Chicos y chicas son

potenciales víctimas del miedo que habita las páginas de Los ojos en el espejo de José

María Latorre (cuya trama se desarrolla en un antiguo manicomio que era utilizado por una secta satánica para hacer sus ritos); Los demonios de Pandora de Silvestre

Vilaplana (parte del mito de la caja para establecer como eje del relato un misterio en

el que los protagonistas intentan cerrarla y los “malignos” mantenerla abierta); La Casa del Indiano de Jesús Díez de Palma (en donde los aparecidos son los causantes

de temor y espanto); La Posada del Aullido de James Howe (historia de terror en la

que un perro y un gato son los protagonistas mientras sus dueños los dejan en una pensión para animales durante sus vacaciones); Lucas de Kevin Brooks (miedo y

misterio a partir de una historia de amor entre dos adolescentes que viven en la

pequeña isla de Hale) o Visita de tinieblas también de José María Latorre (libro que

aborda la muerte violenta de las monjas de un convento en Galicia, España)2.

LA CONTEMPORANEIDAD DEL MIEDO

La historiadora neozelandesa Joanna Bourke autora de El miedo: una historia

cultural (Virago Press, 2005) dejar ver que el miedo, como un sentimiento colectivo e individual, varía con las épocas y los contextos históricos:

2 Un inventario más detallado sobre literatura de terror, lo podemos encontrar en Miedo y

Literatura de Luis Martínez de Mingo (EDAF, 2004). Los interesados también pueden revisar

el sobresaliente ensayo que escribió H. P. Lovecraft entre 1925 y 1927 intitulado El terror en

la literatura.

79

Durante el siglo XIX, los temores relacionados con la muerte inminente estaban

estrechamente vinculados a los miedos acerca de cualquier tipo de vida después de

la muerte eventual, así como relacionados con la inquietud sobre el diagnóstico

correcto del deceso (o dicho de otra manera: que condujera a un entierro prematuro).

En nuestro tiempo, por el contrario, tendemos a preocuparnos mucho más sobre el

hecho de que nos obliguen a permanecer vivos más de lo debido (denegándonos la

oportunidad de “morir con dignidad”. Es el personal médico, en vez de los clérigos,

el que preside cada vez más el terror a la muerte. Los debates actuales sobre la

eutanasia y la muerte asistida están relacionados con estos cambios.

La gente tiene mucho miedo, vivimos en un mundo sobrecargado de peligros: la

alimentación, el cáncer, el cambio climático… estamos sobreexpuestos a

información que produce miedo (Antón, 2006).

En el marco de esta contemporaneidad posmoderna, neoliberal, de

fundamentalismos religiosos y peligros biológicos y ambientales es que se ha

producido durante los últimos veinte años abundante literatura que indaga, expone e intenta dar solución a los nuevos miedos colectivos e individuales. Antropólogos,

sociólogos, psiquiatras y hasta gurús del New Age han puesto el dedo sobre las formas

y mecanismos en qué opera el miedo; aquí una breve reseña de los que se consideran emblemáticos en sus respectivas áreas de conocimiento.

En Miedo Líquido: La sociedad contemporánea y sus temores (Paidós, 2007),

Zygmunt Bauman aborda el miedo y sus nuevas formas a partir de la modernidad que

pone fin a los temores místicos para acoger fatalidades y catástrofes novedosas. El peligro ya no sólo amenaza al cuerpo y las propiedades de la persona; su posición en

la jerarquía social, su identidad de clase, género, religiosa; su inmunidad a la

degradación y a la exclusión sociales, en resumen, su lugar en el mundo se ponen en riesgo. Bauman sostiene que el miedo es un término que refiere hoy a la

incertidumbre, a la ignorancia sobre la amenaza concreta que se cierne sobre nosotros

(el terrorismo, virus asesinos, pérdida del orden social, terremotos, etc.) y a la capacidad para determinar qué se pude hacer y qué no para contrarrestarla.

La emergencia de un mundo multicultural, globalizado y policéntrico trae consigo

el “miedo al miedo”. Los ciudadanos generamos una adicción a la seguridad que se

traduce en núcleos urbanos amurallados, seguros de vida, contra asaltos, incendios, robos, pero con la consecuencia de “sentirnos permanentemente inseguros”. La obra

del sociólogo polaco pone el acento en las fuentes de infelicidad del individuo; la

carencia de seguridad y justicia, el conflicto político y el debilitamiento de los gobiernos nacionales.

80

Los hijos de Marte y la cultura del miedo (Edit. Regional de Murcia, 2007) es un

ensayo en el que Juan Carlos Pérez Jiménez partiendo de la historia de Marte, dios de

la guerra, de la violencia asesina y de los combates y sus hijos con Afrodita, Deimos (el Terror) y Fobos (el Miedo) analiza al miedo en sus vertientes físicas y psíquicas.

Con apartados como El olor del miedo, De lo fisiológico a lo patológico, Peligros

públicos, Las estrategias del miedo político, entre otros, Pérez Jiménez nos habla del miedo como una emoción que adquiere matices diferentes en cada época. Contrasta

los temores de hoy con los de ayer, para localizar lo que nos asusta y lo que nos

conmueve en el ya no tan nuevo milenio. Rastrea la estela que deja la propagación del

miedo a través de los medios de comunicación y de otros canales sociales. El libro cierra con un epílogo que es como la contraparte del miedo: la Esperanza; la que ni la

ciencia ni la religión han sido capaces de consumar o concretar.

Una historia de los usos del miedo (El Colegio de México/Universidad Iberoamericana, 2009) es un trabajo colectivo que reúne las discusiones y reflexiones

que sobre el miedo se llevaron a cabo durante varios años en el Seminario de Historia

de la Vida Cotidiana (Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México) con el

apoyo de teorías de sociólogos y antropólogos entre los que se destacan Remo Bodei (Geometría de las pasiones, 1995); Jean Delumeau (El miedo en Occidente, 1989);

Edgar Morín (El hombre y la muerte, 1974); Jon Elster (Alquimias de la mente. La

racionalidad y las emociones, 2002), entre otros.

En sus dos partes constitutivas (“El miedo al otro o la justificación de la

violencia” e “Ideologías, estrategias y miedos”), se analiza al miedo como un

instrumento que con frecuencia resulta útil para lograr la estabilidad social (Los años que vivimos bajo amenaza. Miedo y violencia durante la etapa de la educación

socialista (1924-1940) de Engracia Loyo); mantener privilegios (El temor a la

insurrección de los indios en Querétaro a principios del siglo XIX de Juan R. Jiménez

Gómez); justificar actitudes de violencia (El miedo a los indios rebeldes e insumisos en Yucatán, siglos XVI y XVII de Laura Caso) o como explicación de debilidades

individuales o colectivas (Formas del miedo en la cultura urbana contemporánea de

María de la Paloma Escalante y Miedos terrenales, angustias escatológicas y pánicos en tiempos de terremotos a comienzos del siglo XVII en Perú de Bernard Lavallé).

El libro Una historia de los usos del miedo, a decir de Pilar Golzalbo, una de las

editoras, conjunta una visión panorámica de los ejes que orientaron la integración de las investigaciones:

Nos hemos referido al miedo como estructurador de relaciones sociales, a la

justificación de la violencia motivada por el miedo, a la percepción del miedo a

81

amenazas imaginarias como capaz de producir las mismas consecuencias que si

existiese la amenaza real, a la selección de un enemigo como causante del peligro

denunciado, a la habilidad para conseguir que el miedo se convirtiera en un impulsor

de movimientos colectivos y a respuestas variables ante los miedos (p. 18).

MIEDO Y REFLEXIÓN

Pero el miedo no sólo es objeto de estudio, sino de reflexión y testimonio personal. Vencer el Miedo. Mi vida contra el terrorismo islámico y la inconsciencia

de Occidente (Ed. Encuentro, 2008) de Magdi Allam (periodista italiano de origen

egipcio que ha trabajado en La Reppublica y Corriere della Sera) es en paralelo, un recuento nostálgico de la niñez y adolescencia del autor en el Egipto de los años 50 y

60 y un “homenaje a los mártires de la libertad”, de la libertad en vilo en todo el

mundo árabe, sobre todo desde los ataques terroristas en Nueva York del 11-S,

Madrid (2004) y Londres (2005).

En su doble condición de musulmán y occidental, y sin renunciar a ninguna,

Allam dice a los musulmanes yihadistas3 e integristas, que Occidente no es ni puede

ser el único culpable de todos los males que afligen al islam (endémicos o de reciente aparición). “Pensar así no es más que pura irracionalidad, pereza intelectual y barbarie

moral” (p. 8). A los occidentales nos recuerda que el islam no es el único peligro real

para Occidente y que, desde luego, no todo el islam es un peligro; que hay un islam tolerante y empeñado en la racionalidad, con profundo humanismo (masculino y

femenino), con fina religiosidad o laicidad, y que esa es la veta de la que hay que tirar

y con la que conviene aliarse. Allam no está por el choque frontal o carneril de

civilizaciones pero tampoco por una alianza superflua de las mismas sin ton ni son; sin saber en qué, para qué, cómo o cuándo. “El miedo se ha de vencer desde la más

profunda racionalidad, desde la más amplia cordura y desde la imaginación más

valerosa para crear o inventar soluciones sostenibles en la hora presente” (p.195).

Apostando a la retórica de la solución individual de los problemas de la

cotidianeidad (espiritualidad con tintes psicológicos), la literatura de autoayuda a

través de Osho, uno de sus gurús, dice que “el miedo no se puede eliminar por completo, tampoco puede ser dominado, sólo puede ser comprendido”. En Miedo.

3Yihadismo es un neologismo occidental para denominar a las ramas más violentas y radicales del islam político, caracterizadas por el empleo del terrorismo en nombre de una supuesta

yihad. La yihad tiene dos manifestaciones: la “yihad menor”, la lucha externa y la “yihad

mayor”, el esfuerzo que todo creyente debe realizar para ser mejor musulmán.

Fuente: Gil Calvo, Enrique. “La invención del yihadismo” en El País (21 de mayo de 2004).

Disponible en línea en: http://elpais.com/diario/2004/05/21/opinion/1085090410_850215.html

82

Entender y aceptar las inseguridades de la vida (Ed. Norma, 2007), el controvertido

guía espiritual y orador de origen hindú ve en el “gozar la vida de forma positiva” una

posibilidad para vencer el miedo. Para ello su libro-guía es un itinerario marcado por los consecuentes capítulos: La etología del miedo; Muertos de miedo. Explorando las

raíces del miedo; Lo incierto y lo desconocido. El misterio de la confianza y En busca

de un camino hacia la intrepidez.

Concluimos este breve recuento bibliográfico sobre la literatura de y sobre el

miedo, con esta sencilla frase del filósofo y ensayista francés Michel de Montaigne

(1533-1592), prolífico escritor identificado como “el padre” del ensayo:

No hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo.

BIBLIOGRAFÍA

Borges, Jorge Luis, Bioy Casares, Adolfo y Ocampo, Silvina (1983). Antología de la literatura

fantástica. Barcelona: Edhasa.

Gonzalbo Aizpuru, Pilar, Staples, Anne y Torres Septién, Valentina, editoras (2009). Una historia de los usos del miedo. México: El Colegio de México/Universidad

Iberoamericana.

González, Fernando (2007). Este libro está maldito. Madrid: Alfaguara Juvenil.

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los Andes. Bogotá, Colombia. Pp. 63-72. Disponible en:

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Sáiz Ripol, Anabel. “Aquello no existía, no podía existir (Algunas claves narrativas de la

literatura juvenil de terror”. Disponible en: www.ediciona.com

83

LA SANTA MUERTE, LA VIOLENCIA Y LA LITERATURA: EL

LADO MORIDOR

Ernesto PABLO ÁVILA

Los asesinos inclementes que pueblan estas páginas son el

rostro deforme de una sociedad temerosa que se tapa los

Maestro en Letras Mexicanas y licenciado en Lengua y Literatura Hispanoamericana y catedrático e investigador de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha realizado

estudios sobre la obra de Ernesto Sábato y sobre La Santa Muerte y la literatura de los

márgenes en la era “tardomoderna”. Trabaja hiperviolencia y posmodernidad.

84

ojos ante las muecas grotescas de las víctimas, al mismo

tiempo que deja una abertura entre los dedos que permita

ver al menos un poquito de sangre

Norma Lazo

La Santísima es obra de la historia de este país

José Gil Olmos

A principios de los años setenta del pasado siglo hablar de literatura policiaca, de la narrativa que da cuenta de la criminalidad y la violencia era, de algún modo, una

suerte de “descenso” a los cimientos sociales en el sentido más lineal del término: no

sólo porque implicaba el alumbramiento de temas urbanos y populares sino porque la producción de la literatura policiaca era considerada una subcultura e, incluso, una

incultura. La crítica literaria más canónica, influyente y elitista, por desconocimiento,

prejuicio o desencuentro político, sobre todo, había determinado que este medio de

expresión carecía de los méritos necesarios para recibir la atención de cualquier crítica especializada o académica seria. Para Gubern (1970), “si la novela criminal

interesó escasamente, desde el punto de vista estrictamente literario, pues acaparó la

atención de sociólogos y de psicólogos como manifestación y síntoma de la neurosis de la sociedad industrial” (p. 17).

Aunque los términos “novela policiaca” y “novela negra” pudieran parecer

sinónimos es necesario recapitular brevemente y anotar una diferenciación liminar para distinguir ambos tipos de narrativas. La novela policiaca es un género

ampliamente desarrollado durante el siglo XIX y XX, primordialmente en lengua

inglesa, aunque hubo diversas adecuaciones canónicas en toda Hispanoamérica,

principalmente en Argentina, Uruguay y México. Desde sus orígenes dicha literatura se posibilitó como un medio de divulgación masiva, popular y, por tanto, la crítica de

la Inglaterra victoriana, en general, la experimentó como un divertimento, que acaso

poseía ciertas virtudes analíticas y alumbraba los bajos fondos sociales con el morbo del amarillismo y la nota roja. Para Eco (1995) en lo oculto de la sociedad urbana

moderna, yace el alma de la novela popular, que, a su vez, se enraiza conceptualmente

con la novela gótica y la novelística del subsuelo de tipo Dostoievsky:

A partir del Monje de Lewis, la novela gótica comporta el uso abundantísimo de subterráneos y cavernas artificiales en cuyo interior se cometen los crímenes más

sangrientos (…) nos encontramos ante un topos que, tanto en la novela histórica

como en la novela popular no abandonarán nunca y la prueba la tenemos en que (…)

85

mazmorras y subterráneos vuelven a parecer bajo forma de alcantarillas de París,

tanto en Los miserables, como en la larguísima epopeya de Fantomas (pp. 74-75).

La moderna literatura policial, ya en el siglo XX, que escritores como Hammet,

Gubern o Chandler concibieron como una variante del género con un cariz social, había recibido, cierto, influencias de la sociedad capitalista de los años veinte, sobre

todo la norteamericana, que lo marcaron, redefinieron y cambiaron a un género más

duro, realista, descarnado, “negro”, que retrataba el malestar social de la época de la

prohibición del alcohol, el encumbramiento de las mafias y la colusión de éstas con las esferas del poder político. El género describió las contradicciones (ricos/pobres,

poderosos/indefensos) de la sociedad donde se desarrolla: no se encerró en mansiones

que pululaban enigmas, no trató sobre crímenes ingeniosos sino brutales y el problema que comenzó a plantear no era la solución de ese crimen, sino el grado de

culpabilidad asumible por los buenos o los malos, cuya frontera se desvanecía. Por

tanto, el género negro, si se compara con la obra iniciada por Edgar Allan Poe y Los

asesinatos de la calle Morgue de 1841 o con los relatos del hiperracional, fascinante y vanidoso Sherlock Holmes de Conan Doyle, definió, con el tiempo, un tipo de

literatura dúctil, flexible y maleable que involucraba intensamente a la realidad y que,

por ello, interesó a las mayorías: creó un tipo de narrativa periférica y verosímil que alumbraba un mundo auténtico de violencia, muerte y vesania y en cierta medida, se

enlazaba en su tradición con otros medios de comunicación populares como el comic,

el pulp o los relatos del far-west, concretamente en publicaciones periódicas como la revista Black mask, que dio inicio a narraciones de un estilo más duro y violento, en

sus argumentos y lenguaje: el hardbolied.

POSMODERNIDAD Y FINITUD EN LA LITERATURA NEGRA MEXICANA

Con ese mismo impulso renovador y consciente de subrayar la realidad política y social, la literatura negra, en la vertiente desarrollada en México, ha continuado,

durante el siglo XX y la posmodernidad, como en su momento la narrativa “oficial”

lo hizo, el pincelaje del aguafuerte nacional, la captación verosímil y eficaz de su momento histórico con nuevos y anteriores medios narrativos y de expresión

ajustados a las necesidades de una representación compleja de la cultura mexicana,

sobre todo a partir de 1968 y su impacto implacable en la sociedad mexicana posterior. El género negro mexicano enfatizó el reflejo del contexto social y, como

consecuencia, dejó el misterio por resolver en un segundo plano como resulta

evidente en obras como en Linda 67. Historia de un crimen (1995) de Fernando del

Paso. En la novela negra mexicana se acentúa, especialmente, el destino político de la

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creación literaria y privilegia la desconfianza en la ley y el estado de derecho de una

sociedad que reboza inequidad y proyectos políticos corrompidos

Hace décadas, Reyes (1959) también cuestionó la eficacia del discurso policiaco. Encontró que al poner énfasis en el “interés” por la fábula y en dar coherencia en la

acción, el género policiaco, incluso, respeta y sigue la poética occidental más

tradicional. “¿Qué más exigía Aristóteles”, preguntaba Reyes como agotando la detracción. Verosimilitud. La literatura deber ser verosímil, no una calca de la

realidad. Contar y ser coherente en el accionar narratológico. “El género clásico de

nuestro tiempo” (p. 459), como llama Reyes a la literatura policiaca, ha sobresalido,

se ha desarrollado y alcanzado tamaño éxito que ha desbordado sus horizontes, sus posibilidades. A través de la recreación, de su desapego general a lo ortodoxo, han

logrado dar a conocer ese “otro” México en un acto no sólo de asunción sino siendo

críticos de estas realidades y creando una cultura de identificación (como la literatura producida en el norte) e incorporando, cada autor, nuevas posibilidades no sólo para

el género sino hacia el enriquecimiento de la técnica narrativa y la estética; han

generado una literatura como medio de expresión vigente y popular y lo han

confirmado como una instancia de una impresionante capacidad de adaptación

universal, como explica Taibo II (www.caras.cl/ediciones/paco.htm): “es la gran

novela social del fin del milenio. Este formidable vehículo narrativo nos ha permitido poner en crisis las apariencias de las sociedades en que vivimos. Es ameno, tiene

gancho y, por su intermedio entramos de lleno en la violencia interna de un Estado

promotor de la ilegalidad y del crimen”.

Planteada, a inicios de los años ochenta, desde sus orígenes, como una apuesta literaria internacional que permitiera la libre interacción de autores coetáneos y

contemporáneos la novela negra o neopoliciaca, concentrada y consagrada por la

AIEP (Asociación Internacional de Escritores Policiacos), se consideró una estratagema con una autonomía que fuera independiente de los lineamientos

culturales imperantes de cada nación, por lo que su temática y su desarrollo fueron

considerados paralelos e incluso marginales para el oficialismo literario. Hacia 1986, su autor más emblemático, Paco Ignacio Taibo II, ya hacía un balance del alcance que

el género y su éxito habían alcanzado y pensaba que había quedado superado el

prejuicio por parte del aparato cultural y oficial de tildar a la novela negra como un

“subgénero”. A partir de ese año, crucial para la literatura negra mexicana, sus autores fueron “elaborando la teorización apologética del género” (Cabrera, 2008, p. 207).

Esta literatura, tan oscura, tan negra, tan “marginal” como la realidad que espejea,

en México, desde la década de los 70 y 80, en la mejor tradición de la novela popular,

87

folletinesca o gótica, alumbró y alumbra en la posmodernidad, el bizarro, sangriento,

el otrora subterráneo (ahora epidérmico) universo de violencia e injusticia social con

el que se enfrenta, día con día, el mexicano promedio. A decir de Gabriel Trujillo (2000) el género en México es la novela

costumbrista por excelencia de nuestro país postratado de libre comercio. En el

espejo de su violencia nos podemos contemplar de cuerpo entero: a profundidad y

sin eufemismos. Vernos tal cual somos, con nuestras carencias y miserias, pero

también con nuestra dignidad y nuestra libertad en lucha permanente, en constante

conflicto con un mundo que cada día es más voraz en su morbo y en sus placeres, es

decir, que cada vez es más felizmente monstruoso, porque sus sueños y pesadillas se

cumplen puntualmente con sólo desearlas (p. 24).

Hoy, en la llamada posmodernidad, desde la heterodoxia del género policiaco

mexicano, autores como Gabriel Trujillo (Baja California), Guillermo Munro

(Sonora), David Martín del Campo (DF), José Amparán (Coahuila), Eduardo Antonio

Parra (Nuevo León), Jesús Alvarado (Durango) o Rafael Ramírez Heredia (Tampico- D.F.) han generado una literatura “versátil”, lúdica, subversiva, de un humor negro y

ácido; manifestación estética descarnada y por incluir los últimos cambios,

adaptaciones y accionar de una sociedad mexicana en transformación efusiva; esta expresión de la realidad conmueve por la eficacia con que atrapa al lector y lo llevan a

la aprehensión de mundos, lugares críticos y actitudes sociales como la criminalidad

de gran problematicidad en nuestra realidad posmoderna.

Lejos de regodearse haciendo una apología de la violencia que vive en su interior,

la literatura negra contemporánea ha utilizado la narrativa, primordialmente, como un

vehículo de entendimiento: de aprehensión de la realidad y su comprensión. En un

México de ejecuciones, tiroteos, granadazos a la sociedad civil, decapitamientos, “pozoleados” emboscadas, baños de sangre, guerras perdidas contra el narcotráfico,

corrupción de los principales cuerpos y actores policiacos, militares y políticos del

país, batallas por las principales plazas y rutas comerciales de la droga entre los diferentes cárteles y espeluznantes muertes sumarias, la cultura nacional, desde hace

unos años y desde diferentes ópticas y disciplinas, ha emprendido un abordaje

estético, una reflexión y una argumentación sobre esta transformación febril, sobre

esta realidad brutal que ha alterado radicalmente la forma de vida de millones de mexicanos. Esto, a decir de Rodríguez Lozano (2008), constituye

Otro factor determinante en la aparición de textos policiacos se relaciona con las

condiciones sociales, políticas y culturales por las que pasa México. La larga crisis

económica, imparable desde los años setenta (con Luis Echeverría en el poder),

aguda en los ochenta (con José López Portillo inutilizado por las devaluaciones y

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Miguel de la Madrid tejiendo las futuras relaciones México-Estados Unidos a través

del Tratado de Libre Comercio), encubierta en los noventa (con el prácticamente

aquí no pasa nada de Carlos de Salinas de Gortari y a su modo con Ernesto Zedillo),

afectó los modos de vida y agudizó las diferencias y los contrastes entre las zonas

del país. Quitado el velo de la seudoprosperidad y la democracia surgieron con

mayor fuerza las redes del narcotráfico, la violencia extrema, los asesinatos, la

narcopolítica y más que nunca la evidencia de que la corrupción, ese mal de siglos,

continuaba con su apabullante fuerza. En medio de esto, las ciudades de los estados

crecieron a un ritmo acelerado, lo mismo Mérida que Monterrey, Tijuana, Puebla o Guadalajara. La explosión demográfica, la presencia de Universidades estatales con

nivel académico, el crecimiento de una clase media ya no activada en un único lugar

(el Distrito Federal) y por ende el incremento de posibles lectores, forman parte de

un corpus complejo que justifica la práctica del policial a fines del siglo XX (p. 59).

Gran panegirista del género negro, Giardinelli (1984), arguye que esta vertiente

literaria posee una maleabilidad extraordinaria que le ha permitido adaptarse al febril

desarrollo de la sociedad industrial inglesa del XIX, atravesar con adecuaciones y exageraciones (como el thriller) el caótico siglo XX e instalarse en la posmodernidad

como un género donde la lógica y la premisa fundamental obedece al “pepenaje” de

elementos culturales masivos (a la manera del barroco), a la reintegración del pasado a través del bricolaje cultural extremo usando como hilo conductor la narrativa,

acentuando al fabulación y la lógica de este constructo, asequible en cuanto a su

temática pero abigarrado y complejo en cuanto a su forma.

Las actuales propuestas mexicanas sobre el género negro, exigen sumar la

reconstrucción masiva de sentidos y elementos culturales de todo orden. “La

heterogeneidad del relato policial mexicano, explica Rodríguez Lozano (2008), a

fines del siglo XX y hasta ahora debe mucho a los vaivenes de la historia social y política de México” ( p. 77). La literatura negra mexicana, puntualiza, no se regala ni

se frivoliza en su experiencia narrativa, sino se virtualiza, exige del lector, como la

primera literatura policiaca y el género barroco en el siglo de Quevedo, expectación y disposición, pero “quiebra” la linealidad de la esperada aclaración del enigma (que

puede aparecer en cualquier momento o no hacerlo en absoluto), para mantener al

lector en un estado de mayor tensión o mantenerlo en la incógnita, en perpetua conmoción, al abandonar al lector con el fin de la obra.

En la nueva narrativa negra mexicana, incluso, el crimen no es un estadio o un

hecho insólito sino la atmósfera perpetua de la narración. Para Michael Foucault

(1995), en este sentido, el crimen presupone el encuentro y enfrentamiento de dos antagónicos estadios de lo humano, pues la trama del asesinato como “la lucha entre

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dos puras inteligencias --la del asesino y la del detective-- constituirá una forma

esencial del enfrentamiento” (p. 74). El crimen es el aire, el clima, la atmósfera, un

bienvenido olor a muerte. Como señala Reyes (1959) sobre la primera novela policial contra el sentido de la novela oficial, “una muerte puede hacer llorar (…) en la novela

policial, al contrario, una muerte es bienvenida, porque da mayor relieve al problema”

(p. 457). La Muerte es, así, el personaje axial, el riesgo, la atmósfera permanente que se recrea en la literatura negra actual de México. Como el barroco, el género

neopoliciaco ha sumado a su discurso lo popular, lo marginal, la intertextualidad

masiva, la construcción abigarrada y no lineal, el espectáculo del Triunfo de la muerte

del periodo colonial americano y de la estética del suplicio medievalista. También conlleva ecos de los folletines, de la literatura de Sucesos, de las hojas de volante y

las “causas célebres” muy populares en la Nueva España del siglo XVIII.

Frente al modelo clásico, que privilegia la figura del detective, el género negro mexicano ha incorporado a las tramas, como otras tradiciones literarias extranjeras,

los puntos de vista del criminal y la víctima. El héroe o el héroe aurevoir puede

dejar, así, de ser un policía; puede ser un hombre promedio, un taxista, un ama de

llaves, un sicario (Nostalgia de la Sombra), un abogado defensor de los derechos humanos (el caso de Miguel Ángel Morgado de Gabriel Trujillo), un profesor del

ITESM (Algunos crímenes norteños) o una ama de casa y vendedora de fayuca en

Tepito que busca venganza por la muerte de su hija (La esquina de los ojos rojos), ya que la muerte y el crimen en este mundo no reconoce piedad, género o edad ninguna.

El género mexicano, contrario a la pasividad, es un ejemplo posmoderno ideal: la

dinámica de su síntesis es el accionar de un texto que habla de sí mismo y de sus condiciones de posibilidad. Es una síntesis que ha recuperado aspectos culturales

extremos de la cultura popular del siglo XX. Como vertiente literaria ha mostrado una

maleabilidad extraordinaria que le ha permitido adaptarse al febril desarrollo de la

sociedad industrial inglesa del XIX, atravesar con adecuaciones y exageraciones (tipo thriller) el caótico siglo XX e instalarse, incluso, en la posmodernidad como un

género donde la lógica y la premisa fundamental obedece al “pepenaje” de elementos

culturales de masas (a la manera del barroco), a la reintegración del pasado a través del bricolaje cultural extremo, usando como hilo conductor la narrativa, acentuando al

fabulación y la lógica de este constructo, accesible en cuanto a su temática pero

abigarrado, complejo y polisémico en cuanto a su forma.

Expresiones-límite que reflejan la experiencia humana misma en cuanto a la

búsqueda de la trascendencia forman la sustancia íntima de esta literatura. El Distrito

Federal, en su vertiente narrativa, es un mundo cercado por la violencia, la injusticia

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y la causalidad inmediata. Para Guillermo Fadanelli (Mergier), incluso el DF “creció

en forma totalmente absurda hasta convertirse en una especie de metástasis. El DF es

la negación de toda medida humana” (p. 62).

POSMODERNIDAD, VIOLENCIA Y FINITUD

Los últimos acontecimientos sociales, como los de la narcopolítica, así como un

México sumido permanentemente en la nota roja, han vuelto a esta literatura “estación” obligada y “sismógrafo” recurrente, donde la cultura ha comenzado a

recibir las aportaciones de una realidad brutal y de un género crítico y denunciante

pues, como piensa Dorfman (1972), “quien degrada la muerte hasta convertirla en

algo mecánico, repetible, pierde, también, la posibilidad de derrotarla mediante la fantasía intuitiva” (p. 35).

Por su popularidad, alcance y reconocimiento de su calidad narrativa y el interés

por su temática, el neopolicial mexicano está alcanzando, en todo el mundo, un lugar sobresaliente, aunque, sin embargo, ha ganado también cierto tipo de estigmatización

por parte del mercado internacional, particularmente, el francés y el norteamericano,

que ya comienzan a hablar de esta literatura en términos de una nouvelle barberie

mexicaine; y que en muchos sentidos han llevado al terreno de la cultura el hipócrita discurso primermundista de escandalizarse por la “violencia endémica” desatada en el

México de los últimos tiempos y de signarla, como otrora al realismo mágico de los

tiempos del boom latinoamericano, con grotescos tintes “exóticos”. A este parecer, Guillermo Arriaga (Mergier) ha respondido enfáticamente:

En los años ochenta, Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Milton Friedman y los

Chicago boys, nos impusieron un nuevo modelo económico basado en la

competitividad y la competencia. Nació una verdadera jungla económica que

excluyó y sigue excluyendo a millones de campesinos en todo el planeta. Esa es una

forma muy cruda de violencia (…) es en ese contexto que los narcotraficantes

reclutan a jóvenes desamparados. Les llegan con una narrativa de éxito, adrenalina y

mucho dinero (…) Estados Unidos y las demás naciones del primer mundo son muy hábiles para garantizar cierta tranquilidad a sus ciudadanos y expulsar la violencia

hacia nuestros países (…) No se puede hablar de la violencia que trastorna a

México como si fuera algo exótico. No es exótica. Tiene origen preciso (p. 63).

Con un estilo que podría definirse como un “realismo escéptico”, los creadores,

coetáneos y contemporáneos, de este género literario entre los que han destacado los

ya mencionados y J. M. Servín, Guillermo Arriaga, Víctor Ronquillo y Enrique Serna, han defendido e incorporado a la rica tradición novelística mexicana, una veta

literaria que ha asumido como poética a la representación estética de la

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hiperviolencia, los temas límites y los usos y costumbres de formas culturales que

germinan desde lo proscrito.

Si bien la novela policiaca decimonónica, enfatizaba el enfrentamiento que refería el misterio o enigma del crimen y que debía ser resuelto por una investigación

racionalista y extrema, evocaba, también, otros tópicos muy propios de la época que

al parecer siguen manteniendo una intensa relación con la criminalidad en la posmodernidad; el enigma implicaba un contacto con lo negado; el asesinato y la

muerte violenta removía el ocultismo, espacios ignotos y desatendidos para la razón

cientificista. La relación de lo marginal y lo delincuencial con lo mágico era

alumbrado de forma veraz por esta literatura. El encuentro con esta gama inmensa de “veladuras” esotéricas implicó para el hombre decimonónico la asunción de que lo

metafísico reconvenía nuevas instancias de lo sagrado, tomando en cuenta el

horizonte histórico del siglo XIX, donde a decir de Chávez (2007) “otro rasgo ideológico importante es la diversidad religiosa que el propio romanticismo propicio

en su incorporación de antiguas tradiciones, tanto orientales (hinduismo, sufismo,

budismo) como occidentales no cristianas (hermetismo, gnosticismo, cábala)”( p. 20).

Por ello, Thomas Narcejac o Roman Gubern (1970), dos de los teóricos que más ha influido en el rediseño del género policiaco contemporáneo, describían a esta

narrativa como el posible punto de inflexión entre dos estadios básicos y universales

de lo humano: lo racional y lo irracional, la inteligencia y la irracionaildad, el ocultismo y lo esotérico, por una parte; la razón y la ciencia positiva, por la otra:

“¡Cagliostro contra Voltaire!”( p. 52). El thriller para Poe significaba “el poema del

miedo”, una codificación de los temores de la sociedad industrial y moderna, un trazado de realidades simbolizadas donde pervivían auténticas motivaciones

espirituales básicas en un mundo declaradamente materialista.

LA RELIGIOSIDAD MARGINAL

Amada y temida, respetada y proscrita, la muerte, la Santa Muerte en el imaginario social posmoderno, es un ejemplo de una reconstrucción conceptual del

miedo, del temor metafísico, de la incertidumbre magnificada por nuestra sociedad

mexicana, volcada en el riesgo universal del crimen, lo delictivo y la polaridad social extrema. Es una implicación social, más no la única, de la intensa relación siniestra

que guarda actualmente la espiritualidad y la situación de riesgo.

Así ha sucedido con el culto a la Santa Muerte, “la niña blanca”, que recientemente es un tema que se ha trasminado y multiplicado en los basamentos de

la sociedad mexicana con una celeridad impresionante y ha tenido tal impacto cultural

que, desde las últimas dos décadas, ha ingresado, propiamente, en el mundo de la

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narrativa mexicana. Por dar un ejemplo contemporáneo, en la obra de Víctor

Ronquillo (2006), Ruda de corazón, el blues de la mataviejitas, se lee acerca del

contacto y la permeabilidad que este caso esotérico ha encontrado en la idiosincrasia mexicana y en amplios sectores populares de México, por el incremento delincuencial

y las situaciones socioeconómicas desfavorables:

Por eso, por ese temor de morir de forma prematura y dejar a Cristina sola y a

Samuel con sus desgracias, fue por lo que hiciste un pacto con la santita blanca, la

Santa Muerte, milagrera de la calle y los bajos fondos. A la santita la conociste por

Julián, el padre de tu niña, aunque ya mucho antes habías oído hablar de ella. La bruja del mercado de Sonora te habló de sus milagros, era especialista en pobres y

en aquellos que la sabían cerca de sí, muy cerca, quienes habían probado ya su

amarga miel de dolor y ausencia (p. 73).

En 2006, Víctor Ronquillo hubo de presentar esta narración de lo que se ha

llamado un caso emblemático de la violencia urbana y de la que el mercado

occidental no ha dilatado en definir, en los últimos tiempos, como la nouvelle barbarie mexicaine: la oscura biografía de Juana Barraza Samperio, la “Mataviejitas”.

La obra de Ronquillo es una mezcla de novela y reportaje, un híbrido que tiene como

pulsión central la recreación literaria de un caso extremo y que le sirve al autor como sismógrafo de una realidad mexicana decaída y crítica. Basado en uno de los hechos

criminales más sonados en la ciudad de México, una asesina serial que mata a

ancianas de la tercera edad, presenta un retrato apegado a las condiciones que llevaron a la protagonista a actuar de esa manera. Personaje clandestino, única asesina serial

mexicana, pero también mujer vulnerable, madre soltera y profesional del pancracio

en funciones de colonias populares, esta “mataviejitas”, al igual que sus víctimas, los

ancianos, padece a lo largo de su vida la injusticia y la marginación de una sociedad distante a la mínima humanidad pero cercana al morbo mediático y a la exclusión

sistemática de los más desfavorecidos y de su senectud. Juana es la “Dama del

silencio” en la arena de la lucha libre. Juana es la devota de la Santa Muerte a la que se encomienda frente a su altar doméstico antes de husmear, asechar, poner las

trampas, atacar a sus presas y, una vez terminado su “trabajo”, depositar,

simbólicamente, los despojos de las ancianas en los brazos descarnados de “la Señora

de las sombras”.

En este mismo año, con la publicación de La esquina de los ojos rojos, el culto a

La Santa Muerte adquiere una visión diferente y, por primera vez, puede decirse, es el

personaje axial de un relato de gran extensión. De la pluma de un escritor identificado como un conocedor de la realidad popular en la capital del país, Rafael Ramírez

Heredia (2006), surge una obra endogámica, pero esperada en un ambiente social que

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ya en la medianía de la primera década del siglo XXI, padecía de una “guerra” contra

la delincuencia organizada y particularmente contra el narcotráfico, por parte de un

gobierno que parece anunciar su violencia incontenible en esta novela, donde se recrean los intensos operativos policiales:

A lo lejos se ven reflejos azules de algunos transportes, el brillo de los escudos, las

insignias policiacas, el relampagueo del sol en los cascos de los gendarmes. La gente

del Barrio grita, insulta al aire esperando que sus maldiciones lleguen hasta donde la

policía. Ya ni la señora Laila duda que sean los gendarmes los que avanzan a paso

rítmico, golpeando el suelo con los botines, haciendo ruido con los escudos

transparentes (p. 177).

La aparición en el mercado literario de La esquina de los ojos rojos, a casi 20 años del clímax episódico que significó el protagonismo y la creación de este

movimiento literario negado y combatido, como sus mismos expositores y sus

temáticas, no es sino el espejo donde confluyen tres negaciones culturales que, pese a todo, han logrado trasminar el imaginario social y la censura mediática. Escritura

marginal trazada por un autor marginado y orillado a los sótanos de su tradición

literaria sobre un tema aún más negado, es el caso de esta novela que versa sobre los outsiders y sus creencias como “estrategias” de supervivencia en un mundo que

fronteriza con la violencia extrema y los cultos proscritos que otorgan protección a

seres entrampados en la delincuencia y la marginalidad. Es en honor a la Santa

Muerte, a quien los personajes de Ramírez Heredia, como en la realidad, piden, veneran o tatúan en la piel para obtener la fuerza y el valor necesarios para arriesgar

su más ínfima sustancia vital:

La que Fer Maracas se revisa contra el espejo, mira los dos tatuajes de la Santa

Blanca, nuevos, bellos, punteados en cada uno de sus trazos, las figuras son exactas

entre sí (…) Maracas mira unido a ese gesto de triunfo por saberse protegido doblemente; ¿quién es el gandalla que le puede quitar el gusto de saberse en los

primeros planos junto a los jefes, y con la Señora Pálida como duplicado

guardaespalda? Las imágenes de la Señora , pareadas en los omóplatos, son mucho

más importantes que los chalecos del Piculey, las iras del Bufas Vil, las inquinas del

Tacuas Salcedo (p. 364)

Cada personaje acude a esta religiosidad desde distintas ópticas, lo que permite

conocer diferentes expectativas en diferentes tipos de caracteres. Así como no hay dos muertes iguales en toda la historia de la humanidad, de la misma manera cada

personaje, imitando la forma en que, en la posmodernidad, muchos creyentes adoptan

este tópico, expresan una de las formas más extremas del deísmo y una de su

características que le han permitido su diametral éxito: su increíble adaptabilidad a la

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compleja sociedad mexicana actual. Dicha asimilación por parte del género negro de

estas temáticas esotéricas ha resultado de una empatía notable, pero explicable si se

toma en cuenta que la magia siempre ha formado parte de los conocimientos y las conductas marginales. Para los desposeídos, los no integrados a la ultramodernidad o

los que actúan en los límites de la legalidad y del estado de derecho, la Santa Muerte

es la reconstrucción totémica de una entidad fundante, de un símbolo de envergadura que implica pasado y presente de la realidad y la cultura donde se cifra la protección,

la esperanza, el porvenir.

La novelística mexicana actual ha recogido un horizonte posmoderno del riesgo,

la vulnerabilidad, el desencanto social, la voracidad y el engaño de la religión católica, la corrupción, el fracaso de los planes sociopolíticos neoliberales o la

impunidad al dar cuenta del fenómeno de la Santa Muerte.

La “Santísima” aparece, debe recordarse, desde la década de los años sesenta, en la obra del literato-antropólogo norteamericano Oscar Lewis (1961): Los hijos de

Sánchez. Se encuentra aquí la primera alusión literaria conocida de la Santa Muerte,

con sus rasgos culturales y religiosos ya identificables. Deidad recuperada por el

imaginario popular y con ecos que se remontan al pasado prehispánico, la Santa Muerte ha sido incorporada a la cultura mexicana no sólo desde lo popular, sino que a

raíz de la relación de su simbología con varios casos de delincuencia organizada hacia

la década de los años 90 del pasado siglo XX, la han transformado en un culto efervescente que se ha visto vinculado de forma estrecha con el dolo y la

criminalidad, con el morbo y el sensacionalismo mediático. La Santa Muerte, según

González (2009) “encierra la parte esotérica de las conductas criminales. Violencia y dolo. Pactos de sangre y ley de silencio entre los adeptos. La promesa de riqueza

(sin) límite y veloz, y poder inconmensurable, aunque sea fugaz: la muerte, sentido y

meta de nuestra existencia terrenal” (p. 163).

En este sentido, es hasta el año 2005 con la aparición de la obra de Homero Aridjis: La santa Muerte. Sexteto de relatos de idolatría pagana, que en realidad las

letras nacionales dieron cuenta formal de este fenómeno cultural que durante el

transcurso del siglo XX se había situado en una condición latente y embrionaria en la cultura popular mexicana. Pero es hasta la década de los noventa y la posmodernidad

que encontró nichos de adoración social de todo tipo y una permisividad cultural

pública y mediática (y hasta sensacionalista) que le permitió el ingreso a los ámbitos del conocimiento público. Este rasgo, el del amarillismo, con que la mayoría de los

medios masivos de comunicación trató el descubrimiento de esta religiosidad, causó

estupor social cuando se mediatizó diametralmente la relación entre el crimen

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organizado y la figura de la Santa Muerte. El “descubrimiento” masivo de esta

religiosidad ha quedado enlazado, desde sus inicios, con la conciencia de una

criminalidad en México mejor organizada, más violenta, y de mayor penetración y daño en el tejido social

No es fortuito, así, que las primeras manifestaciones literarias sobre esta presencia

metafísica tome sus explicaciones, sus determinaciones parciales y sus juicios literarios, precisamente, de esa relación Santa Muerte-criminalidad, de su

amarillismo, de la nota roja, el morbo colectivo y la negación social, sin preocuparse

demasiado por penetrar en la otra modalidad del culto: la que transmite esperanza y

tranquilidad metafísica a los desposeídos, a obreros, prostitutas y gente en situación de riesgo. Exaltando el prejuicio mencionado, en el cuento que titula el libro de

Aridjis se lee: “La Santa Muerte era un personaje envuelto en ropajes blancos, rojos y

negros, representando sus tres atributos: el poder violento, la agresión artera y el asesinato cruel” (p. 127).

Para Aridjis, la Santa Muerte es todavía una deidad terrible, con muchas

características precolombinas y, por tanto sus criminales ficticios deben “apaciguarla

con un sacrificio humano”. Los hampones, bien sean políticos corruptos, líderes de cártel o sicarios, buscan la protección de la Señora de las Sombras para que, como

Daniel Arizmendi, les sea concedido el favor de la impunidad. Pidiendo maldiciones,

salaciones, tortura, dominación y enfermedad a los enemigos, los personajes de Aridjis transitan un mundo donde la fortuna, como la vida, es cambiante y voluble, y

el castigo y la ayuda son igualmente posibles. Con elementos del thriller

norteamericano y algunas deudas al género policiaco, la obra de Aridjis no alcanza, por su brevedad, por su ineficaz, tendencioso, parcial y artificial acercamiento

discursivo, a explicarnos, más allá del morbo, cómo se desarrolla y ejerce este culto, a

varios niveles, y cuáles son las causas de su pululante desarrollo en la

tradicionalmente devota y fervorosa sociedad mexicana. Para Aridjis, este símbolo no es sino un accidente social, un “fenómeno” cultural y modal muy determinado en el

fenómeno de la narcocultura, pero carente de una contextualización y argumentación

suficiente y objetiva para entender esta nueva religiosidad dentro del panorama histórico de México y el porqué de su empatía con núcleos sociales más vastos que le

rinden devoción y que no necesariamente participan de actividades ilícitas.

Con un año de distancia, una obra de Eduardo Antonio Parra, consigue, ya para 2006, un acercamiento menos acartonado y estereotipado que el intento de Aridjis por

la aprehensión literaria de este motivo cultural novedoso. En el cuento “Plegarias

silenciosas”, parte de la antología Parábolas del silencio, Parra (2006) nos hace entrar

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una noche en el cuarto-vivienda de dos seres marginales: Tadeo, ratero y recién

metido a traficante de mariguana y Milagros, su madre ciega. Entre los dos, habían

convertido en una heterodoxa capilla la pequeña vivienda, dedicada indistintamente a la Santa Muerte, a Jesús Malverde, a San Judas y al Niño Fidencio.

Cuando llega el nuevo día Tadeo pregunta a su madre por qué le puso velas

nuevas sólo a la Santa Muerte y a Malverde. “Milagros, con sus ojos que parecían los fragmentos de un espejo roto, contesta: “Porque a los otros no tengo nada que

agradecerles” (p. 163). En esta habitación, que difumina sus contornos por la fuerza

trascendental, “la muerte, oronda de su poder, apoltronada sobre el mundo como si lo

empollara, mostraba a Tadeo su doble hilera de dientes. Malverde parecía sonreír bajo el fino bigote y en sus pupilas relampagueaba de cuando en cuando el reflejo de las

llamas” (p.163). Luego, Tadeo se entera de que los dos judiciales que lo habían

torturado y que lo perseguían, y a quienes él había robado la droga que habían decomisado para luego traficarla, han sido encontrados ejecutados, a la orilla del río.

Sus “santos” le concedieron, a él y a su madre, todo lo que les habían pedido1. La

modificación del tejido social ha llevado, en la realidad y en su ficción, a buscar reconfigurar la identidad religiosa y su tabulador aspiracional y a buscar una

espiritualidad “funcional” que ha cambiado la sociedad desde sus nichos domésticos

en la era posmoderna: una defensa absoluta y a ultranza del deísmo y el “hágalo usted mismo”. A la Santa Muerte, dice Manuel Castells (2008), no únicamente

los delincuentes, policías, soldados, pandilleros, vagabundos, drogadictos y

alcohólicos que caminan sobre la tenue línea de la vida son los que se acercan a

pedirle que los proteja, sino que se trata de esta amplia capa social de mexicanos

olvidados, marginados y afectados por las crisis que se han desatado desde 1995

(…) La mayor parte de los que se le acercan a rezar van en busca de la seguridad y

el bienestar que la clase política les ha negado; piden salud que no tienen porque no

pueden acceder al sistema de seguridad social y médica pública y menos al privado;

solicitan el salario que se ha reducido en más de la mitad en los últimos años; suplican el empleo que se ha caído durante los últimos gobiernos; ruegan la

seguridad para ellos y su familia ante un ambiente de asaltos, ejecuciones,

secuestros, extorsiones, corrupción e impunidad que permea todo el sistema de

procuración de justicia. En síntesis ante “la Madrina, sus “ahijados” invocan una

vida mejor (p. 134).

En este microuniverso doloso, marginal y religioso, las creencias de los

personajes conviven simbióticamente y sin contradicciones. Ejemplo de un deísmo

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reivindicado y extremo en la literatura negra mexicana, el esoterismo de Tadeo y su

madre forma una dialéctica entre lo pragmático y lo espiritual; una dialéctica por la

supervivencia donde lo absoluto adquiere la forma de lo más terrenal y necesario. Una atmósfera verosímil y, por momentos, delirante es la que Parra describe: una realidad

donde las creencias y lo esotérico no son meras ambientaciones de la narraciones sino

que forman parte integrante de la vida extrema de sus practicantes y, por la fuerza de la invocación, se tornan en presencias, en personaje omniscientes de este mundo

cercado por la fatalidad y el desamparo.

En estas versiones literarias de la realidad, La Santa Muerte juega un papel

ordenador y referente de un mundo caído, decantado e invertido en su crisis de valores, en su realidad cotidiana brutal y febril. Un mundo como distopía, como una

lucha confundida donde los hombres viven y practican lo que Dorfman (1972) llama

una “violencia horizontal e individual” y “presenciamos la guerra civil en el fárrago de la cotidianidad”, donde:

la complejidad viciosa de la situación, la amenaza constante que rodea al hombre

americano, queda establecida con el siguiente razonamiento: vivir significa tener que

matar. Matar significa que no hay vida para el otro, para algún otro. Pero yo también

soy lo otro: para mí tampoco habrá vida, ya que al amenazar escucho por mis labios

la sentencia que me profiere el otro (p. 26).

No es la muerte o la Santa Muerte, únicamente, una representación devocionante del miedo tanto como símbolo que marca la reaparición, entre sus seguidores, reales o

ficticios, de una religiosidad recobrada en un mundo desacralizado, banal y

desenfadado de absolutos; se trata de un mundo que ha superado, en mucho, lo siniestro, la veladura última que representa la muerte: es la realidad el verdadero

espectáculo de la iniquidad, de la brutalidad máxima y sin antifaz a la que se le opone

la esperanza, lo siniestro donde aún acontece la esperanza y el porvenir. El filósofo

español Eugenio Trías (2006) entiende la ambivalencia de la siguiente manera:

produce en el alma un encontrado sentimiento que sugiere un vínculo profundo,

intrínseco, misterioso, entre la familiaridad (…) y el carácter extraordinario, mágico,

misterioso que esa comunidad de contradicciones produce, esta promiscuidad entre

lo orgánico y lo inorgánico, entre lo humano y lo inhumano (p. 46).

En este sentido, el crítico Evodio Escalante (1979) realizó un ensayo ahora casi

obligado sobre la obra de José revueltas titulado Una literatura del lado moridor, en el que éste concepto, en la obra del autor de Los muros de agua, permitía acentuar los

aspectos negativos de la realidad y que permitieron a Revueltas acceder a ella desde

una expresión crítica de nuestra idiosincrasia, a través de su marginalidad, de lo

98

siniestro, de un claroscuro social extremo; y la esperanza, si existe, es, en todo caso,

como en la última obra de Ramírez Heredia, un lucero pero inverso, un combatir y

soportar la vida no con vida, sino con muerte.

Como en Revueltas, el “lado moridor” es el lado donde habitan ésta y otras

nuevas novelas negras mexicanas. Estas obras, “campeonas” de realidades donde

habitan los negados por la historia. A esta nueva literatura negra no le viene mal, por cierto, la misma vestidura con que Escalante define la obra narrativa de Revueltas: la

gente puede asomar a este abismo literario y tener la visión tan siniestra, tan

invertida, tan pertinentemente grotesca, como los tiempos mismos que vivimos, de

“otra” literatura del lado moridor.

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muerte, México: Alfaguara.

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99

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de 2005.

100

EL CORRIDO DE CHALINO SÁNCHEZ, 20 AÑOS DESPUÉS

Alejandra ESPASANDE BOUZA

En la noche del martes 30 de abril de 2004 la televidencia de la ciudad de Los

Ángeles, California, fue alertada de una noticia en desarrollo. Imágenes grabadas desde un helicóptero mostraban a cientos de jóvenes, de ascendencia hispana,

concentrándose en las calles de la ciudad de Norwalk; debido a la geografía de la

Alejandra Espasande Bouza, cineasta. Cursó la licenciatura en Producción de Cine en la Universidad del Sur de California (USC) y la Maestría en Estudios de Archivo de Imágenes en

Movimiento, en la Universidad de California, Los Angeles (UCLA). Entre sus intereses y

vocación están la realización de cortometrajes, la restauración cinematográfica y la

investigación sobre la historia del entretenimiento en español en los Estados Unidos.

101

localidad, y al perfil racial de los sujetos, los canales de televisión en inglés

rápidamente concluyeron que la noticia estaba relacionada con una trifulca entre

pandillas. En contraste, los canales de televisión en español reportaban algo muy diferente: el tumulto era la espontánea expresión de dolor de la joven comunidad

hispana por el fallecimiento de Adán Sánchez, un cantante mexicoamericano, de 19

años, cuyo cuerpo estaba siendo honrado en el interior de la iglesia San Juan De Dios.

La diferencia en coberturas evidenció la realidad de Los Ángeles: una ciudad

multicultural, pero fragmentada, donde el mundo en inglés cohabita, sin encontrarse,

con el mundo en español. La muerte de Adán Sánchez forzó al encuentro de ambos mundos, los cuales se encontraron cuando Joel Connable, reportero del canal 9

KCAL-TV, aclaró a la audiencia en inglés que la presencia de miles se debía al deseo

de éstos en dar un último adiós a un ídolo juvenil. Connable añadió que el fallecido era el hijo de un cantante llamado Chalino Sánchez, quien había sido asesinado en

Sinaloa, un lugar que describió como famoso por el crecimiento de la marihuana y sus

cárteles de droga.

En previos meses los fallecimientos en California del actor Bob Hope y del

expresidente Ronald Reagan no habían causado tal revuelo. ¿Y quién era este

muchacho de 19 años para causar tal conmoción? Para comprender qué sucedió esa noche es imperativo acercarse un poco a la vida de Adán, pero también a la de su

padre Chalino Sánchez. Resultan valiosos los testimonios de dos personas que los

conocieron de manera íntima y que se encontraban justo dentro de la iglesia ese día: Juanita Sánchez, hermana de Chalino, y Marisela Vallejo, su viuda y madre de Adán.

CHALINO SÁNCHEZ (1960-1992)

Rosalino Sánchez Félix nació en Sinaloa el 30 de agosto de 1960 de la unión

de Senorina Félix y Santos Sánchez; el más pequeño de la familia pasó sus primeros

años en un rancho en el área cercana a Badiraguato, Sinaloa, donde creció en

compañía de seis hermanos. En 1964, Santos fallece y el pequeño Rosalino desde niño comienza a trabajar. Juanita, la única hermana de la familia, residente de la ciudad de

Fontana, California, pese a todo recuerda esta etapa con agrado debido a las muchas

horas que pasó con su hermano a quien le gustaba cantar junto con ella de camino a la escuela, la cual les quedaba a 45 minutos de distancia, o mientras trabajaban en

diferentes labores del campo que incluían la pizca de tomates.

Su vida se vio afectada el día en que un vecino intentara abusar de Juanita,

quien contaba entonces con quince años. Para Juanita es difícil recordar esa época,

102

pero más aún ha sido ver cómo un hecho tan íntimo, y traumático, ha sido manipulado

por los medios de comunicación. Asemeja lo sucedido con la marca de fierro que

reciben las vacas, ya que fue estigmatizada de tal manera que el novio con quien se iba a casar se alejó, y la boda para la cual ya tenía el vestido, fue cancelada. Esos años no

fueron fáciles para la familia.1 A la humillación siguió un ambiente de extrema

tensión. Si habría de haber un futuro mejor éste sería lejos de un territorio rural donde el peligro siempre acecharía. Chalino llegó así a Estados Unidos. Como muchos

inmigrantes, entró de manera ilegal y trabajó en lo que se hubiera, desde la pizca de

melón a la venta de carros.

En 1983 Chalino conoce en Los Ángeles a Marisela Vallejo, una muchacha

oriunda de Mexicali, Baja California, que trabajaba en una fábrica de costura, con

quien se casaría y tendría en 1984 a su primer hijo: Adán Santos. Marisela, residente de la ciudad de Paramount, California, recuerda el primer encuentro con Chalino,

quien le gustó por su “sencillez, su autenticidad, su espontaneidad.”2 Y en ese mismo

año, 1984, su hermano es asesinado, drama que inspira a Chalino en uno de sus primeros corridos:

EL CORRIDO DE ARMANDO SÁNCHEZ

“En la ciudad de Tijuana, señores esto pasó,

murió un hombre de valor, un cobarde lo mató.

Sin darle tiempo de nada, siete balazos le dio. Armando Sánchez tu nombre, pa siempre queda presente.

Tus amigos recordamos, que fuiste un hombre valiente.

A sangre fría te mataron. Tú no esperabas la muerte. El día cinco de diciembre, a la una de la mañana,

en el Hotel Santa Rita, de la ciudad de Tijuana,

te acribillaron a tiros, sin darte tiempo de nada”.

En otro corrido, Recordando a Armando Sánchez, Chalino extiende la trama

cuando informa sobre el destino del asesino: “Al poco tiempo del crimen aquel cobarde cayó. Siendo una .45 la cual venganza cobró.”

1 Entrevista realizada a Juanita Sánchez el 17 de diciembre de 2012. 2 Entrevista realizada a Marisela Vallejo el 23 de junio de 2012.

103

Durante los siguientes años, paralelo a otros tipos de trabajos, Chalino

continuaría una ascendiente carrera de compositor atendiendo las solicitudes de una

serie de clientes que querían ser homenajeados, o que querían honrar a sus seres queridos, en la lírica de un corrido. Inicialmente las grabaciones de Chalino se

realizaban ex profeso para sus clientes a quienes les entregaba un audio casete con los

temas comisionados.

Para Armando de Maria y Campos, autor de La Revolución Mexicana a

Través de los Corridos Populares, los compositores de los corridos del periodo

revolucionario eran poetas que lanzaban “al aire sus trinos lo mismo para exaltar al agrarista, que al minero, al obrero que al sinarquista, al cristero que al comunista.”

3 En

contraste, para los mexicanos radicados en Los Ángeles en la década de los 80 los

corridos de Chalino reflejaban una realidad más contemporánea, además de temas romáticos y exaltaciones al orgullo sinaloense; pero los que ganaron mayor atención

fueron los que narraban hazañas y tragedias de héroes y malhechores involucrados en

la pujante industria del narcotráfico. Aunque Chalino siempre tuvo el referente de las interpretaciones de sus cantantes predilectos que incluían a Luis Pérez Meza, Octavio

Norzagaray y Pedro Infante.

En cuanto a su estilo de componer, Marisela explica: “Yo recuerdo que él donde se le ocurría, donde le venía la idea de un corrido, de una canción, lo apuntaba,

ya fuera en una toallita o donde podía, y empezaba a desarrollarlo después con los días

o quizá en el mismo momento lo terminaba. Nunca se sabía. Era según la inspiración o las circunstancias, o tal vez su estado de ánimo...Componía hasta silbando.

Desarrollaba la tonada y la letra. Y luego en el estudio grababan directamente el tema.

Había músicos que él ya conocía y que encontraba en los night clubs, o buscaba a los músicos que le gustaban y así los llevaba al estudio y grababan. El tenía su

grabadorcita donde llevaba la tonada algunas veces silbada y la letra”.

A finales de la década de los 80 Chalino tomó una decisión crucial al convertirse en intérprete tanto de temas propios como ajenos, algunos de los cuales

había escuchado en escenas del cine clásico mexicano, cuyas películas disfrutaba.

Empezó a ser su propio intérprete el día en que un cantante no asistió a una sesión donde se iban a grabar corridos compuestos por él y otros autores. Según su viuda: “Al

no llegar el cantante, los mismos amigos, dueños de los corridos, deciden que él puede

3 Armando De María y Campos, La Revolución Mexicana a través de los corridos populares.

(México: Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1962), 451.

104

cantarlos. Era lo que deseaba desde que era pequeñito. Estaba feliz de saber que la

gente lo aceptara como cantante.”

Cuando el público comenzó a solicitar su música, Chalino estableció de

manera informal el sello Rosalino Records de los audio casetes que comienza a

distribuir de forma independiente. “Hacía sus grabaciones, se encargaba de la portada, de manufacturarlos y de distribuirlos. Era un poquito difícil porque trabajaba en fiestas

privadas, en clubes nocturnos, y pues se desvelaba mucho. Y se levantaba a las 5 ó 6

de la mañana. Igual podía ir para el lado del norte de California, o para el sur al lado

de Phoenix, o tal vez para Tijuana o Mexicali. Llevaba sus casetes, los distribuía, hasta que se le hizo difícil porque cada día había mas trabajo”, explica Marisela.

Desde un principio Chalino se diferenció por un estilo peculiar de voz e imagen. Además de una agradable apariencia, había algo en aquel muchacho de

humilde porte ranchero. Las fotografías y videos muestran a un artista vestido con la

típica indumentaria norteña de sombrero y botas, y un buen número de alhajas de oro, incluyendo reloj, e inclusive una lujosa pistola. Su voz era rasgada con marcado

acento sinaloense, y ejercía un dominio total sobre el escenario, elementos que lo

convirtieron en un “showman”.

Chalino estaba en auge, pese a que las compañías discográficas y las

radioemisoras en español de Los Ángeles mostraban desinterés en promover el género

de corridos al considerarlo carente de valor comercial; en consecuencia, la demanda de un público que sí los quería escuchar fomentó el nacimiento de sellos discográficos

independientes como Cintas Acuario, de Pedro Rivera; Discos Linda, de Abel Orozco;

y Discos Ángel, de Ángel Parra, todos con los que Chalino grabó.

Aunque ignorado por la radio, su música se escuchaba en sus presentaciones

en vivo, por medio de los audio casetes que él mismo distribuía e inclusive por la

televisión local de Los Ángeles, donde actuó en varias ocasiones, con el grupo Los Amables del Norte, para El Show de Keystone Ford, producido por Bobby Colón.

Durante esta época realizó por lo menos un video musical con el tema Pilares de

Cristal, que incluía a Marisela, una joven muchacha sentada en la barra de un bar a quien Chalino le canta.

4

“Desde el momento que tus ojos a los míos se miraron

4 Video musical de Pilares de Cristal con Chalino y Marisela Vallejo,

http://www.youtube.com/watch?v=WXAR6h_dq10

105

Desde el momento se enbriagaron a las cosas del amor.

Desde allí fue mi destino, desde allí cambio mi suerte.

Sólo Dios, sólo la muerte, me separa de tu amor.”

En cuanto a la incursión de Chalino en la interpretación, Marisela comenta:

"Yo creo que fue una barrera que él derrumbó. En ese tiempo no se escuchaba la

banda ni el norteño tampoco. Era el mariachi. Era Vicente Fernández. Y Chalino llega con su banda. Las canciones que no tenían letra, él les hacía la letra. Pero él era cien

por ciento banda y norteño. Entonces no había mucha cabida si no eras un Ramón

Ayala. Si no eras músico o cantante de mucho prestigio. Llega él y hace su propia

música. Hace su propio estilo, lo que a él le nace, lo que él quiere hacer. Rompe con esa barrera de lo tradicional, y así es como nace Chalino Sánchez y su estilo”.

Con una carrera que transcurría entre grabaciones y shows, Chalino mantenía una estable vida en compañia de Marisela, Adán y su hija Cynthia. Para 1990 Chalino

había desatado un cambio otrora impredecible en las generaciones de jóvenes

mexicoamericanos quienes comenzaron a prestar atención a la lírica de sus corridos. Se manifestó con fuerza en los High Schools (preparatorias) donde de repente aquellos

estudiantes que en una época mostraban desinterés por la cultura y música mexicana,

inclusive negándose a hablar el español, sustituyeron el rap por el corrido, cambiando

la indumentaria del hip-hop por la norteña. La “chalinomanía,” como un apego a las raíces, la música, y las formas de vestir de los padres y abuelos, se cimentó con la

llegada del baile de la quebradita. Sin planearlo Chalino ayudó a unificar el

distanciamiento que las nuevas generaciones de mexicano americanos habían mantenido con sus raíces culturales, las cuales al no verse reflejadas, y mucho menos

valoradas en la sociedad estadounidense que los vio crecer, carecían de importancia.

Gracias a los corridos de Chalino la vestimenta norteña de sombrero tejano y botas,

hasta entonces asociada con la pobreza del recién llegado, se convirtió en la vestimenta de moda.

Sobre este aspecto Marisela expresa: "Chalino tenía sus propias ideas. Su propia manera de vestir. Su propio criterio, digamos. Sentía bonito usar una tejana y

usaba una tejana. No importaba lo que la gente dijera, lo que la gente pensara. Muchas

personas lo miraban como un poquito raro porque eran cosas que no eran muy vistas, que no eran muy usuales. Pero eso a él no le interesaba. El usaba su tejana porque así

le gustaba. Usaba sus sacos porque así le gustaban. Siempre fue una persona que sabía

muy bien qué es lo que quería representar ante su gente."

106

La carrera de Chalino siguió creciendo y nuevos contratos lo llevaron a viajar

por diferentes ciudades de México y Estados Unidos, donde le aguardaba la

tradicional audiencia compuesta en su mayoría por mexicanos, un buen número de su nueva audiencia, y también los miles y miles de fans de otros países de América

Latina, en especial inmigrantes de Centro América.

EL PRINCIPIO DEL FINAL

El sábado 25 de enero de 1992 Chalino se presentó en el club Plaza Los

Arcos, en la ciudad de Coachella, California. Durante su aparición un miembro del

público, Eduardo Gallegos, la emprendió a tiros contra el cantante quien también se defendió.

5 Gallegos terminó con 15 años en prisión y Chalino, quien fue herido,

estuvo varios días hospitalizado entre la vida y la muerte. A nivel profesional, el hecho

consolidó la imagen de un cantante tan bravo como los héroes de los corridos que interpretaba. A nivel personal, el cantante se sintió en riesgo y comenzó a organizar su

vida en caso de que alguien pudiera quitarle la vida. Vendió los derechos de su música

a Musart Records, y le compró una casa a su familia.6

Según Marisela la incertidumbre siempre estuvo presente en su vida. “Era una

persona muy dada a odiar las injusticias. Y eso le traía problemas. Sabía que venía

arrastrando problemas de antaño. […] Sentía que lo que estaba viviendo lo estaba viviendo extra. Pelear, para él, era usual y peleaba y defendía a cualquier gente aunque

no la conociera. Sabía que en cualquier rato se podía meter en problemas.”

Grabaciones caseras de la época, varias de las cuales están al alcance del

público por canales de YouTube muestran su carisma con la audiencia, ejemplificado

en la presentación que realizó el domingo 10 de mayo de 1992 en el club El Farallón. Se aprecia a Chalino en un pequeño escenario acompañado por una banda, la

protección de varios elementos de seguridad, y la presencia de hombres con tejana,

acompañados por damas, y la mirada de uno que otro niño, entre ellos la de su hijo

Adán. El presentador lo anuncia exclamando: "Hace unos días casi le sucede una tragedia. Ustedes saben. Pero gracias a todos ustedes él ha quedado para seguir

cantando. El ha quedado para que lo sigan escuchando [...] En esta noche yo quisiera

5 From Times Staff and Wire Reports, “California in Brief : Coachella: 1 Killed, 10 Hurt in

Nightclub Shooting,” Los Angeles Times, January 26, 1992, http://articles.latimes.com/1992-

01-26/news/mn-1480_1_shooting-nightclub-killed 6 La casa se la vendió la cantante Jenni Rivera quien en ese entonces trabajaba como vendedora

de bienes y raíces.

107

que todos ustedes le dieran un buen recibimiento. Como él se lo merece, como un

buen sinaloense." La banda comienza a tocar y Chalino sube al escenario donde

interpreta su composición A todo Sinaloa. 7

"A todo Sinaloa le canto con amor.

Le rindo este homenaje porque soy trovador. Los Mochis y Guasave, El Puente y Angostura,

Guamuchil y Pericos sector de agricultura.

Tenemos en la historia una hermosa capital,

fue Sinaloa de Leyva y ahora es Culiacán."

El segundo tema que interpreta es Adiós Madre Querida, que inserta de

manera espontánea en el repertorio pues es el día de las madres. Tenía especial

significado ya que se trataba del primer día de las madres que pasaba tras el fallecimiento de Senorina. Bajo el rito de El Toro Moro Chalino invita a la audiencia a

bailar y, después de otros tantos temas, interpreta una canción, que afirma haber

cantado en Coachella en el momento de ser tiroteado. Y Chalino expresa con sorprendente humor: “El Gallo de Sinaloa el otro día lo estaba cantando allá, cuando

valió madre allá. Asi que…Ay, por favor no vayan a… otra vez. Que no se repita. ¡No

somos Alka-Seltzer!”8 Al final de cada canción Chalino añade: “¡Gracias! ¡Thank you

very Mochis Sinaloa!”.

Constante en su vida fue el orgullo por su natal Sinaloa. Esta lealtad –

contraria a los deseos de su esposa – lo llevó a realizar una gira9 a Culiacan, Quilá y

Villa Juárez, del 15 al 17 de mayo de 1992, titulada ¡A Toda Sinaloa!.10

En imágenes grabadas la noche del 15 de mayo en el salón Las Bugambilias de Culiacán

11 se aprecia a un Chalino vestido de traje gris y sombrero blanco,

acompañado de cinco “señoritas Tecate” que lo escoltan al escenario donde el cantante

entona un primera canción. Las chicas abandonan el escenario y Chalino comienza a

7 Chalino Sánchez En Vivo Desde El Farallón, 10 de mayo de 1992,

http://www.youtube.com/watch?v=KIrKKZsI4f0 8 Haciendo referencia a los personajes de las películas interpretadas por el actor Arnold Schwarzenegger. 9 La gira llevó el nombre de su composición musical “¡Arriba Sinaloa!”. 10 Luis Lim, “Su Muerte… Otro Corrido: Asesinan Violentamente al Cantante Chalino

Sánchez,” Noroeste, 17-mayo-1992. 11 Vida y Muerte de Chalino Sánchez, 2004, http://www.youtube.com/watch?v=1adjI2wOEK8

108

cantar el tema que quedaría para siempre en la memoria de su público, una

composición de Mario Molina Montes: Las Nieves de Enero. El público lo acompaña

en coro y Chalino en ocasiones inclusive se inclina a escuchar los pedidos de sus admiradores; acompañado por el grupo Los Amables del Norte, bajo el efecto de una

neblina de juegos de luces, y el ritmo de su acordeonista Nacho Hernández. Chalino

exclama: “¡Viva Sinaloa!”. La frase enfrascaba la emoción y el orgullo del inmigrante que lleva su triunfo a la cuna que lo vio nacer; pero en Sinaloa además de éxitos había

cultivado enemigos.

Luego de la presentación en Las Bugambilias, durante un trayecto por la carretera Culiacán-Los Mochis, el vehículo de Chalino sería interceptado por hombres

vestidos de federales quienes se lo llevaron dejando atrás a un hermano y a dos

mujeres que lo acompañaban. Horas después, durante el amanecer del 16 de mayo de 1992, su cuerpo fue encontrado sin vida en la cercanía de un canal de irrigación. Hace

ya 20 años.

EL NACIMIENTO DE UNA LEYENDA

En Los Ángeles la noticia del asesinato corrió como pólvora y de un día al

otro se armó una leyenda. Pero al contrario de muchas otras de la cultura mexicana,

fraguadas en la tierra propia, la leyenda de Chalino se fraguó, para orgullo de muchos, en Los Ángeles, California, segunda ciudad más poblada de mexicanos en el mundo.

Las ventas de sus grabaciones se incrementaron a niveles jamás imaginados por el

mismo intérprete, hecho que le daría varios discos de oro. En Sinaloa, la repercusión de su muerte también se hizo notar. El periodista Luis Lim escribió:

“Vendedores ambulantes y discotecas establecidas de Culiacán cuestionadas sobre las ventas de Chalino Sánchez reportaron que ayer hubo una alta

demanda de cintas de este famoso cantante norteño ante el temor de que se

agotaran de inmediato, tras conocerse la noticia de su muerte. Las estadísticas

demuestran así mismo que Chalino vendió mas cintas y discos en los últimos años en Culiacán que cualquier otro cantante, asegurando los especialistas que

ni Luis Miguel, líder hispano a nivel internacional con records de altas ventas,

rebasó el éxito del norteño.”12

12 Luis Lim, “Su Muerte… Otro Corrido: Asesinan Violentamente al Cantante Chalino

Sánchez,” Noroeste, 17-mayo- 1992.

109

Siguiendo los deseos del cantante su cuerpo fue enterrado en el panteón del

rancho Los Vasitos de Sinaloa. En EU, su viuda Marisela Vallejo convocó una misa

oficiada en su memoria el 21 de junio de 1992, en la Iglesia Santa Martha de Huntingon Park, California.

ADÁN SANTOS SÁNCHEZ VALLEJO (1984-2004)

Meses después la antorcha de Chalino fue pasada a su hijo quien con apenas

ocho años dio sus primeros trinos ante la audiencia del club El Farallón. En una

entrevista realizada por Sony Studios, compañía con la que firma a los 15 años, Adán

Sánchez comentó: “Decidí seguir la carrera de mi padre porque a mí nunca me ha gustado dejar las cosas empezadas. Yo sentí que mi padre dejó un camino abierto, una

carrera que no fue terminada, y yo quería seguir por ese paso.”13

Es aquí donde la historia que al parecer culminó en tragedia adquiere un

nuevo matiz al convertirse su primogénito en el portador de su memoria. Marisela

recuerda que Adán “Siempre estuvo muy firme en seguir los pasos de su padre. Y lo llevó a cabo. Yo creo que muy dignamente. Sin imitarlo, sin tratar de competir con la

carrera de su padre.”

Con el tiempo Adán “Chalino” Sánchez comienza a lograr éxitos basados en un repertorio de temas románticos, y varios dedicados a la memoria de su padre; si las

interpretaciones de Chalino ganaron valor al ser cantadas por quien fue considerado un

valiente, los temas interpretados por Adán, en especial aquellos relacionados con su padre, le ganaron el respeto del público joven y el cariño de los padres y abuelos que

recordaban la tragedia de Chalino. Uno de los temas de más éxito interpretados por

Adán fue la composición de Raúl Osuna Pérez Qué falta me hace mi padre.

“Que falta me hace mi padre a cada paso que doy,

Ya mi Dios se lo llevó, cuán solita está mi madre.

Recorrimos tantas veces, caminos y más caminos. Éramos inseparables, casi como dos amigos.

Que falta me hace mi padre, ya no lo tengo conmigo.”

Marisela recuerda a Adán como un niño normal: “un niño demasiado apegado a su padre. Chalino era de una manera muy especial para Adán. Era su muñequito. Si

él se compraba unos lentes, le compraba unos lentes al niño. Si él se compraba un saco

13 Entrevista a Adán Chalino Sánchez, http://www.youtube.com/watch?v=ounDK87Q7YA

110

azul, le compraba un saco azul al niño. Buscaba la manera de identificarse con el niño.

Siempre anduvieron juntos, fueron demasiado apegados”.

Después de muerto Chalino siguió siendo una fuerte presencia en la vida de

Adán. Marisela explica: “Yo creo que Adán venía de una gran escuela que fue la de

Chalino. Aprendió muchas cosas de su papá. Ejecutó muchas de las ideas que tenía Chalino. Su manera de ser siempre fue llevada por lo que hubiera sido su padre, o que

hubiera hecho su padre. Si había que tomar una decisión Adán pensaba '¿cómo hubiera

actuado mi papá en una cosa como esta?' Su padre fue como un gran motor. Llevaba

siempre en su mente el cómo actuaría su padre. Que diría su padre”.

En el año 2002, Adán se gradúa de la preparatoria Paramount High School y

comienza a enfocarse en la consolidación de su carrera, hecho que se concreta en marzo del 2004, cuando con tan sólo 19 años se convierte en el primer intérprete de

música regional mexicana en presentarse en el escenario del prestigioso teatro Kodak

de Hollywood.14

En una entrevista efectuada para el periodista Ben Quiñónes, en ocasión de este concierto, Adán expresó: “Mucha gente de todas las edades se me

acerca para decirme: ‘Me gustaba tu padre y ahora me gustas tú.’ Yo estoy en lo mío

pero intento seguir sus pasos con un estilo propio para asegurarme de que él se sienta

orgulloso.” 15

Un mes después, el sábado 27 de abril de 2004, durante una gira de conciertos

por Sinaloa, y según aquellos que lo acompañaban, el vehículo que transportaba al joven ídolo se volcó causándole una muerte instantánea. La noticia fue causa de

consternación para la comunidad hispana de Los Ángeles; aquellos familiarizados con

su carrera, y la historia de su padre, sufrieron por la doble tragedia que implicaba su muerte, y aquellos que desconocían quien era Adán, tuvieron que hacer un alto para

comprender el dolor que paralizó a la ciudad por días.

Por segunda vez en su vida Marisela Vallejo convocó una misa funeraria la cual se ofició el martes 30 de abril. Mientras el interior de la iglesia rebozaba de

dolientes, atestado con la presencia de familiares, amigos y admiradores, un público

adolorido se volcaba en las afueras esperando la oportunidad de un último adiós. La tensión se empezó a incrementar. Las puertas de la iglesia se cerraron y la misa tuvo

que terminarse antes de tiempo a solicitud de la policía, la cual no sabía cómo manejar

14 En la actualidad llamado Dolby Theater. 15 Ben Quiñones, “¡Arriba Chalino Sánchez!” LA Weekly [March 18, 2004]

http://www.laweekly.com/2004-03-18/news/arriba-chalino-s-nchez/

111

a la desesperada y creciente masa. En imágenes grabadas desde helicópteros se vio

salir de la iglesia un vehículo con el ataúd de Adán; entre sollozos y gritos, el pueblo

lo cubrió en flores dándole su último adiós.

El dolor de la tragedia se manifestó por medio de la música de padre e hijo, la

cual se escuchó a todo volumen en diferentes partes de Los Ángeles, emanando de los automóviles, o desde el interior de las muchas cocinas de restaurantes donde trabaja a

diario gran parte de los inmigrantes hispanos de la ciudad. Tampoco ha de olvidarse

que en cuestión de días los empleados de la panadería Celaya –con la ayuda de

vecinos– pintaron en una pared exterior un mural con la imagén de Chalino y Adán.

DOS DÉCADAS SIN CHALINO

Después de dos décadas de fallecido muchos han sido los corridos que han sido dedicados a honrar la vida y música de Chalino. A estos se suma el corrido que

Tito y Su Torbellino interpretó ante una audiencia de miles, en el homenaje que le fue

organizado el 18 de mayo de 2012, en el Anfiteatro Gibson de Universal City, California.

“Rosalino Sánchez Félix, fui humilde y muy sencillo.

Tal vez fue por mi carisma que tuve muchos amigos, y también por mi carácter fui acarreando enemigos.

No me arrepiento de nada, son las leyes del destino. Y todo lo hice a mi estilo...”

A pesar de la piratería, la cual evita apreciar cuán solicitada es su música, la

vigencia de Chalino se evidencia en el número de visitas que los videos de sus temas reciben en Internet, donde una de sus interpretaciones románticas, Tengo el Alma

Enamorada, ha recibido cerca de cinco millones de visitas. Estos videos sirven a la par

como tributos al cantor, por medio de comentarios donde sus fans expresan admiración, además de compartir expresiones de orgullo regional, algunas de las

cuales terminan en peleas cibernéticas cuando alguien se atreve a cuestionar el

liderazgo de Sinaloa cuando de valentía se trata.

A veinte años de su muerte nada parece haber cambiado en el hogar que

comprara para su familia. De esta casa localizada en Paramount, California, el espacio

con más simbolismo es la sala. En ella dos fotografías gigantes, una de Adán y otra de Chalino, cubren las paredes, junto con los discos de oro que Chalino ganara después

de muerto. En un rincón de este espacio se encuentra una vitrina dedicada a la

112

memoria de Adán, la cual contiene tres acordeones Gabbanelli, instrumento que

aprendió a tocar, un par de sus botas, un sombrero tejano, varios de los premios que

recibió durante su corta carrera, y sobre la repisa última, una urna con sus cenizas. Porqué es importante seguir viviendo en esta residencia. Marisela dice:

“Yo creo que Dios no te da más de lo que tú no puedes resistir. Yo creo que nunca

llegamos a superar una muerte, mucho menos la de un hijo. En el caso de Chalino fue

un golpe muy duro y lo sobrellevamos de la mano de mis dos hijos, Cuando pasa lo de Adán yo lo sobrellevo de la mano de mi hija. Es algo muy fuerte, que nunca te

resignas, nunca lo superas. Aprendes a vivir con ese dolor. Sigues viviendo porque

tienes que sobrevivir pero ellos nunca se te olvidan. Nunca se te van. Están tan

contigo que a la hora que tú quieras puedes sentirlos en tu dolor. Es un dolor que no se

va. Aquí sé que están ellos. Sé que están conmigo. Sólo quiero la casa donde ellos me

dejaron, donde puedo sentirlos a ellos. Quizás esto conteste las preguntas que la gente

hace. ¿Por qué todo sigue igual después de 20 años? ¿Por qué todo sigue siendo lo

mismo después de 20 años? Este es un lugar donde cada cosa tiene su significado.

Para mí es muy importante mantener todo esto, y seguir estando aquí, porque aquí

estoy con ellos.”

Entonces la pregunta: ¿Por qué el fallecimiento de Adan causó tal convulsión?

Si la muerte de Chalino asestó un fuerte golpe a su audiencia, la emergencia de su hijo

en la industria de la música se convirtió en una consolación y en símbolo de la continuación de su legado. La muerte de Adán fue una doble tragedia de vastas

proporciones. Y es por ello que Chalino y Adán Sánchez, se encontraron en un legado

musical que se escucha en el diario palpitar de Los Ángeles, una ciudad que no los olvida, y que les recuerda con orgullo y respeto.

113

114

DEL MIEDO VICARIO AL MIEDO REAL Y LA CRÓNICA DEL

“NARCO”

Guadalupe Isabel CARRILLO TOREA

En una entrevista realizada a Stephen King acerca de su vasta obra fílmica y

literaria, el periodista Ian Caddell le preguntó acerca del miedo como ese ingrediente

indispensable del género de terror al que el autor ha dedicado sus páginas más brillantes. King contestó con absoluta convicción: “El miedo es un programa de

superviven|cia”1. Desde esa perspectiva, pareciera que estamos, en principio, ante un

fenómeno de carácter emocional que vincula también experiencias fisiológicas que nos mueven a la sobrevivencia; es decir, no se trata de algo necesariamente negativo.

En el mismo tenor, incluso con una mirada aún más optimista, el teórico y

cuentista español David Roas, quien ha dedicado buena parte de su carrera al estudio de la literatura fantástica, llega a considerar la percepción del miedo como un placer:

“el placer del miedo es un placer moderno”2. Claro que si nos referimos al mismo

desde las manifestaciones artísticas, sean estas literatura o cinematografía, la sensación es absolutamente vicaria. El lector sabe que aquello que le produce temor

no lo puede agredir directamente. Sin embargo, en la vida real, la experiencia del

miedo se ha instalado en nuestras sociedades y en nuestros países convirtiéndose en una de las mayores angustias que padecemos. El miedo tiene distintas formas de

manifestarse; se puede observar que no todos los seres humanos padecemos de los

mismos tipos de miedo. Existen quienes tienen animadversión a las alturas, y que se

expresa en el vértigo, o quienes temen a los espacios abiertos –agorafobia- o a la inversa, quienes sufren en los espacios cerrados –claustrofobia-. Pero hay también

sentimientos mezclados en la Xenofobia que es el rechazo al extranjero y se mezcla

con el odio hacia él. Otras personas experimentan temores frente a determinados animales, a situaciones de angustias colectivas y hasta a olores o frente a la

Doctora en Letras por la UNAM. Catedrática nacida en Venezuela, es investigadora del

Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM). Autora, entre otros libros, de Lo doméstico y lo cotidiano en la

poesía femenina venezolana y de Miradas a la ciudad, ambos editados por la UAEM.

Integrante del SNI del CONACYT. 1 En la página web: http://www.actualidadliterira.com . 2007. Rev. 21 de enero del 2013. 2 En la página web: http://dlublin.blogs.cervantes.es/encuentros-digitales-virtual-

115

sensación del color. Desde la época griega se han creado términos para aludir a cada

una de las sensaciones de temor. No hay que olvidar, por otra parte, que cada persona

experimenta diferentes grados de miedo y las conductas suelen ir del simple desagrado hasta la agresión ya verbal, ya física. Hay muchas conductas

delincuenciales cuyo trasfondo es el terror que experimenta el sujeto que la padece.

Tratándose de una sensación subjetiva, voy a referirme al tema del miedo real a través del testimonio que ofrece la crónica periodística en México. Un miedo que se

expresa de manera intensa en el mundo del narcotráfico y en sus secuelas sobre los

grupos sociales que se han visto castigados por la violencia que genera.

LOS PERIODISTAS

La crónica -definida por Juan Villoro como “literatura bajo presión”- es de los

discursos cuya flexibilidad en los estilos, en los recursos utilizados, entiéndase las

entrevistas, por el uso de la primera persona, aunado a un contenido dramático acentuado por la veracidad y la inmediatez, se convierte en un discurso que mejor

describe el pulso social y el tono humano de los actores que se convierten en

protagonistas de sus narraciones.

En los últimos dos sexenios del Partido Acción Nacional en el poder, el recrudecimiento de la violencia que han generado los cárteles de las drogas entre sí y

frente a la sociedad civil, ha llegado a extremos deshumanizados. Reseñar los actos en

que se expresa tal violencia ha sido una labor titánica por parte de los periodistas. La Revista Proceso, que se edita en la capital del país, es una de las que cubre de manera

constante la temática del narcotráfico. De manera constante sus periodistas están

expuestos a recibir agresiones, amenazas o incluso sufrir la violencia extrema: la muerte. Según los datos arrojados por Reporteros Sin Fronteras, en la última década

en México han sido asesinados 85. Otros 16 figuran como desaparecidos3.

Entre ellos el caso más recordado, por la vileza con que fue perpetrado y la inconvincente que ha querido ofrecer el gobierno estatal, es el de la periodista Regina

Martínez, corresponsal de la revista Proceso en la ciudad de Veracruz, asesinada el

28 de abril del 2012. Su cuerpo fue encontrado en su domicilio y el diagnóstico forense señaló como causas de su muerte la asfixia, a lo que se añaden los

hematomas presentes en su cuerpo, producto de un previo castigo corporal. Regina

Martínez era una periodista que denunció presuntas irregularidades del gobierno

3 En la página web: http://es.rsf.org/mexico-el-pais-de-los-cien-periodistas Actualizado el 22

de noviembre del 2012.

116

estatal, tanto de Fidel Herrera como del actual gobernador, Javier Duarte de Ochoa.

Verónica Espinosa, colega de Martínez en la revista Proceso, comenta en un artículo

sobre la labor profesional de la periodista:

La corresponsal ahondó en 2010 sobre el dispendio y el descomunal endeudamiento

que dejó Fidel Herrera al concluir su sexenio, el cual paralizó a su sucesor Javier

Duarte y a la economía estatal, particularmente luego del paso de los huracanes Alex

y Karl, así como de la tormenta tropical Matthew. Estos fenómenos meteorológicos

dejaron cientos de miles de personas damnificadas, y así lo registró Martínez en el

número 1771, de octubre de ese año, en el reportaje El Huracán Fidel.4

Tras el asesinato de la periodista, se apersonaron en la casa de gobierno de

Xalapa, Veracruz, Rafael Rodríguez Castañeda, director de la revista Proceso y Julio

Scherer García, fundador de la misma. Ante las promesas del Gobernador de

esclarecer y esclarecimiento del asesinato, Julio Scherer lo interrumpió, diciéndole:

“Sus palabras, le dice, son retórica ritual”.5 El gobierno actual, así como el anterior se

ha visto envuelto en escándalos de orden económico y de seguridad de amplio espectro. En varias ocasiones fueron retirados masivamente ejemplares de la revista

Proceso por las denuncias que publicaban. Se atribuye el retiro de los ejemplares al

gobierno del Estado. En el caso de la muerte de Regina Martínez, ocurrida a finales

de abril del 2012, no se dio ninguna información acerca de la investigación hasta el 1 de noviembre del 2012, cuando, intempestivamente, las autoridades leyeron un

comunicado en el que, sin permitir preguntas, señalaban haber encontrado al asesino

confeso, y sugerían una amistad cercana entre este, otro agresor que lo acompañaba y la hoy occisa. Se sugirió que se trataba de un crimen pasional; de una supuesta

amistad de Regina con sus agresores que terminó en desgracia.

El Estado de Veracruz ha sido conmocionado a causa de las muertes generadas por los reacomodos de los cárteles de la droga. La persecución a los periodistas en

Veracruz es cada vez mayor, al extremo de que es considerarlo como el Estado

mexicano de mayor riesgo para el ejercicio del periodismo profesional.

Sin quedarnos en un único caso, vemos en el número 1853 de la Revista Proceso el artículo titulado “Infierno Psicológico”, escrito por Anne Marie Mergier. En él la

periodista entrevista a Anthony Feinstein, que, en palabras de la periodista, ha sido

“el mayor estudioso de los desórdenes psicológicos de los corresponsales de guerra”. De origen sudafricano, Feinstein, médico de profesión, vino a México para estudiar

4 Artículo “Así era Regina”. Páginas 8 y 9. Revista Proceso. N°1853. 6 de Mayo del 2012. 5 Ibid, p. 7.

117

“los problemas de los reporteros que cubren la guerra de Calderón”. Entrevistó a 130

reporteros de provincia y su conclusión fue desalentadora: “Mi impresión personal –

dice- es que las heridas psíquicas del 25% de los reporteros mexicanos vulnerados por

la violencia son mucho más profundas que las de los reporteros de guerra”.6

Según Feinstein la mayoría de ellos padece los síntomas del PRSD (post

traumatic stress disorder). Señala el especialista: “Padecen depresiones profundas, les angustia sobremanera lo que pueda pasarle a sus familias, muchos rehúsan socializar

y la mayoría está obsesionada por su salud física”. Un aspecto interesante de las

observaciones del especialista es ver la diferencia entre estos periodistas y aquellos corresponsales de guerra de cadenas internacionales, pues, según apunta el mismo,

aquellos tienen el apoyo de sus empresas que les facilitan seguro médico, seguro de

vida y atención psicológica especializada; los reporteros mexicanos carecen de todos estos recursos y reciben un salario modesto.

LAS VÍCTIMAS

El miedo es la manifestación más palpable que la guerra contra el narcotráfico ha

dejado como secuela. Las víctimas padecen el sentimiento del miedo en toda su amplitud y la consecuencia más desastrosa la vemos en los niños. El libro Fuego

Cruzado7 de Marcela Turati, publicado en 2011 es un testimonio desgarrador de lo

que padecen quienes que por azar, se encontraron en el fuego cruzado de los narcotraficantes. Turati analiza especialmente a los más vulnerables: los niños que

han perdido a sus seres queridos, o aquellos que han muerto por encontrarse en medio

de un tiroteo. En uno de sus apartados, titulado “Colapsados por el miedo” la investigadora resume el caos en el que habitan grupos sociales cada vez más

extendidos:

Todos los días, en algún lugar del país se registra un enfrentamiento armado entre

las fuerzas federales y alguno de los grupos criminales. La violencia homicida que

recorre México pisotea vidas, las avienta a una trituradora, las destroza. Cada una de las balas disparadas deja una huella imborrable. Hace tanto daño como una bomba.

Afecta gente a su paso. Sume en depresión a familias completas. El miedo las toma

de rehén. Tortura a sus miembros hasta en sueños. Incuba enfermedades en sus

organismos. Las arruina económicamente. Se ensaña especialmente contra los más

pobres, a quienes roba más oportunidades y condena a repetir el ciclo de exclusión.

Deja maltrechas sociedades enteras. (2011: 57)

6 Páginas de la 28 a la 32. 7 Turati, Marcela: Fuego Cruzado. (2011). Editorial Grijalbo.

118

Turati escarba en el tejido social de aquellos que han sido lastimados. Ve a los

niños huérfanos, a las viudas que presenciaron cómo ultimaban la vida de sus

maridos. Todos ellos necesitan terapias especiales a las que no siempre tienen acceso. Pero va más allá: también subraya el caso de los desaparecidos a quienes el gobierno

federal ha sepultado en el olvido. Recientemente, se han producido a lo largo y a lo

ancho de todo el país manifestaciones masivas de familiares de desaparecidos. Las madres de ellos, las más de las veces, se plantan en el Zócalo capitalino, o marchan

kilómetros para mostrar las fotos de aquellos que ya no están. Pero las autoridades

mexicanas no parecen estar muy interesadas en la suerte corrida por esos

desaparecidos. Turati anota: “Yo desaparezco, salí a comprar agua y me acorralaron; Túdesapareces, regresabas del establo cuando te llevaron; él

desaparece, viajó para dar una charla antisecuestros y no llegó a la cita; nosotros

desaparecemos, recorríamos el país vendiendo pinturas hasta que nos interceptaron… La desaparición masiva de personas, que se pensaba casi erradicada,

resurge como una epidemia que ha originado todo tipo de relatos escabrosos que ya

nadie pone en duda.” (2011: 192), concluye la periodista.

El miedo es, pues, ese temor que genera la violencia y que se puede vivir en diferentes planos: uno, claramente reconocible, cuando la agresión es física y viene

directamente hacia nosotros; otra más, cuando nos topamos con la corrupción, los

abusos de los políticos; las trampas a través de la cuales logran alcanzar sus objetivos más mezquinos en detrimento de una sociedad lacerada e inmersa en la impotencia y

en la desilusión. Es el caso, por señalar un ejemplo, del Casino Royale, incendiado y

baleado el 25 de agosto del 2012 en Monterrey, Nuevo León. Cincuenta y dos personas murieron en el lugar, bien fuese por la balacera de que se hizo objeto al

casino, o por asfixia, a causa del humo que invadió todo el local. Se trató de una

venganza entre grupos delictivos por un soborno no entregado. Sin embargo, después

del suceso, se conocieron una serie infinita de irregularidades tanto en este casino como en otros que no tenían sus permisos en regla; y mucho menos las condiciones

físicas adecuadas para evitar este tipo de tragedias.

LOS MILITARES

En el caso del narcotráfico existe una auténtica guerra, porque no sólo se

enfrentan los cárteles entre sí, sino también con militares; o bien son éstos quienes

arbitrariamente hostigan, golpean e incluso asesinan a víctimas civiles que nada tenían que ver con las acciones del narcotráfico. En su número 1869, fechado el 26

de agosto de 2012, Proceso publica un “Reporte Especial” que intituló: “Testimonios

de la brutalidad militar”. Allí se denuncia, por testimonios de las víctimas de los

119

grupos militares, las irregularidades continuas en las que incurren los soldados y

marinos que dicen combatir a los actores del crimen organizado, sin ningún tipo de

corrección o vigilancia sobre sus acciones, por parte de las autoridades.

Uno de los casos más llamativos es el del puerto de San Felipe, en Baja

California; un pueblo de pescadores que se encuentra a doscientos kilómetros de la

frontera con Estados Unidos; es decir, un lugar clave para el trasiego de enervantes; Gloria Leticia Díaz, periodista que cubrió el evento, señala: “Los militares sin

identificación a la vista, revisan minuciosamente todos los vehículos. No hay criterios

ni protocolos claros en la revisión: pueden tardar diez minutos o hasta hora y media

en hacerlo; o más, si alguien protesta, cuentan quienes frecuentan el tramo

carretero”.8 La arbitrariedad con la que trabajan los militares va de la mano de la

negativa por parte del gobierno de la intervención de instituciones como Derechos Humanos o alguna que pueda denunciar irregularidades. En entrevista a Raúl Ramírez

Baena, director de la Comisión Ciudadana de Derechos Humanos del Noroeste

(CCDH), comentó: “Si el C-4 –que atiende llamadas de emergencia- recibe una

denuncia por un allanamiento o por un cateo ilegal, por una detención arbitraria en la que esté involucrado el Ejército o haya presencia de vehículos militares u hombres

encapuchados vestidos de negro, tiene instrucciones de no intervenir”9.

Efectivamente, el sexenio de Felipe Calderón ha sido permanente en el incumplimiento de los Derechos Humanos. En hacerse la vista gorda frente a

denuncias testimoniales, sobre todo en los Estados del Norte del país, que se enfrenta

no sólo a la presencia de los cárteles y de los militares, sino también a una geografía accidentada, donde el aislamiento físico es condición inevitable de los pobladores de

aquellas zonas.

Si bien podemos anotar páginas de casos de abuso del poder por parte de los militares, también encontramos otra cara de la moneda. En la Revista Proceso N°

1824 del 16 de octubre del 2011, vemos un artículo intitulado “Cuando los soldados

se suicidan…” escrito por Gloria Leticia Díaz. Expone el caso de varios militares que

por diferentes razones han sido apresados y pagan penas de varios años en prisión militar. El estado de depresión en el que se ven sumergidos ha llevado a 82 miembros

del Ejército y 14 efectivos de la Marina al suicidio, a la fecha de la publicación de la

Revista en 2011. Ese era el número de suicidios de militares y marinos en lo que iba del sexenio de Felipe Calderón. En general, los especialistas ven una estrecha relación

8 Revista Proceso. N°1869. 26 de agosto del 2012. De la página 7 a la 9. 9 Revista proceso. N°1869. Página 7.

120

entre la experiencia de la violencia a la que se ven sometidos los militares y el deseo

posterior de quitarse la vida. Es otra manera de vivir el miedo.

La vivencia del miedo puede mostrar diferentes caras: las más de las veces te paraliza, o bien puede generar más agresión, una violencia descontrolada que alcanza

niveles de destrucción absoluta: ese es el suicidio y lo han perpetrado muchos más

individuos de lo que podemos calcular.

LAS NARCO NOVELAS: EL MIEDO DESAPARECE

El trabajo del cronista es más bien de orden testimonial y la crónica ha sabido

recogerlo, dándole un tono humano que atrae a los lectores. Pero, de nuevo, todo tiene

su opuesto: también el amarillismo y el morbo es capaz de movilizar a muchos a lecturas asiduas. Eso ocurre con la afluencia de lectores que ha generado las novelas

cuyo tema es el sicario, el matón a sueldo o incluso las víctimas que se ven envueltas

en el vicio de la droga. Los escenarios en los que se desenvuelven las novelas son sórdidos y el uso del lenguaje coloquial que fractura el discurso muestra con más

énfasis la ruptura social y la decadencia generalizada. Por ello en las novelas sobre

narcos el miedo desaparece para dar paso al arrojo temerario; el que hace olvidar

cualquier límite o alguna expresión de piedad. Así lo vemos en la mayor parte de las novelas de Élmer Mendoza, cuyos protagonistas suelen provenir de esa atmósfera, la

más de las veces macabra, donde la destrucción se enseñorea y lo domina todo.

Otros autores que mantienen la línea de Mendoza y que se inscriben en lo descrito, serían Bernardo Fernández con su novela Tiempo de Alcranes con la que

obtuvo el premio Semana Negra de Gijón en el 2006; Juan Antonio Rosado con El

Cerco (2008); José Dimayuga con su novela polifónica ¿Y qué fue de Bonita Malacón? (2007); y también Yuri Herrera con Trabajos del reino (2004).

Hay infinidad de escritores que han incursionado en el tema del narcotráfico y

cuyas publicaciones, muy recientes, han generado ganancias a las editoriales que

apuestan por las ventas masivas con muy buenos resultados. Deberíamos sin embargo no olvidar que muchos de ellos podrían acentuar el mundo encantado de la riqueza

que genera el narcotráfico y no tanto el cruel, hasta convertirlo en una apología que

nadie pretende fomentar. El miedo, que desaparece muchas veces en la ficción, podría retomarse para que tuviéramos una imagen más completa de lo que verdaderamente

estamos mostrando.

121

ESPACIOS DE CONSTRUCCIÓN DE PAZ EN SINALOA: UNA

APROXIMACIÓN CONCEPTUAL

Jesús Abel SÁNCHEZ INZUNZA

Licenciado en Relaciones Internacionales y Maestro en Estudios de Estados Unidos y Canadá. Doctorante en Gestión de la Paz y Conflictos (Universidad de Granada-UAS-UAIP),

es profesor e investigador de Tiempo Completo de la Facultad de Estudios Internacionales y

Políticas Públicas de la UAS.

122

Sinaloa es una entidad a la que comúnmente se le relaciona con escenarios de

violencia asociada a la inseguridad pública. Diversos delitos han tenido una

incidencia preocupante durante los últimos años, lo que ha erosionado la percepción y confianza ciudadanas. Periodistas, casas editoriales, escritores y académicos han

dedicado buena parte de su tiempo a documentar la evolución de la estadística

delictiva, lo que abona a la proyección de la imagen negativa del estado.

Sin embargo, en medio de las dificultades que representa un clima de esta

naturaleza, en toda la geografía sinaloense también existen múltiples experiencias

orientadas al reforzamiento del tejido social, al fomento de valores y a la construcción

de verdaderos espacios para la paz, lo cual abre expectativas para transformar o mirar desde otros ángulos la realidad y la percepción colectiva, tanto interna como externa.

Estas iniciativas provienen tanto de la sociedad civil como de los gobiernos estatal

y municipales, y se enmarcan dentro de los estudios para la paz a raíz de que pueden ser analizados tomando como base conceptos como Paz Imperfecta, construcción de

la Paz, optimismo inteligente, empoderamiento pacifista, praxis de paz, entre otros.

UNA BREVE REVISIÓN CONCEPTUAL

Entender la realidad que se vive en Sinaloa y las oportunidades para avanzar en la construcción de la paz requiere que dicha realidad sea analizada desde la paz misma,

como proponen Francisco Muñoz y Beatriz Molina, quienes consideran necesario

realizar un giro epistemológico que nos permita abordar la paz desde las bondades de los seres humanos con un pensamiento positivo y optimista, sin olvidar el lado

controvertido y oscuro de nuestra identidad.

En este sentido, proponen hacer uso del concepto de Paz Imperfecta, mismo que resulta de gran utilidad para hablar del caso Sinaloa, pues esta categoría de análisis

define a los espacios e instancias en las que se pueden detectar acciones que crean

paz, a pesar de que estén en contextos en los que existen conflictos y violencia. En

este orden de ideas, destaca la importancia de estas acciones de paz así como las relaciones que se establecen entre ellas, pues al fin y al cabo, son las que hacen

posible las experiencias concretas.1

Por ello es necesario pensar la paz desde sus experiencias, desde su propia existencia; de ahí que la Paz Imperfecta sea también estructural, pues está anclada en

las estructuras y sistemas, contando con un gran poder de transformación de las

1 .- Muñoz, Francisco y Beatriz Molina. Una Paz compleja, conflictiva e imperfecta. Versión

preliminar. Pp. 14-23.

123

realidades sociales. Esto además nos hace un llamado a establecer lazos con otras

temáticas y disciplinas, es decir, se convierte en un área de estudio transdisciplinar,

arraigado en el enfoque de la complejidad, al que Muñoz y Molina analizan desde una matriz unitaria que contiene cinco ejes: paz imperfecta/estructural, conflictividad

abierta, mediaciones, deconstrucción de la violencia y empoderamiento pacifista.

Este concepto, empoderamiento pacifista, es definido como el reconocimiento de realidades, prácticas y acciones pacifistas y sus capacidades para actuar y transformar

el entorno más o menos cercano e impulsar la creación de redes entre todos los

actores que de una u otra forma tienen interés en promover la paz.2

De tal forma que los actores sociales, políticos o económicos, desde los individuos y las ONGs, hasta los gobiernos o los empresarios, son capaces de

construir paz, a través de acciones solidarias, altruistas, de defensa de los derechos

humanos, de cooperación o de cualquiera otra forma relacionada; todas las entidades humanas tienen poder y lo ejercen, en la mayoría de los casos, de forma pacifista.

El reconocimiento de la paz hace palpable que nuestras acciones sean opciones

para conseguir el máximo de bienestar posible. La paz puede generar optimismo y

éste, a la vez, confianza y fuerzas para continuar en ese camino. Concederle poder a la paz, darle cada vez más espacio público y político se convierte en un instrumento para

el cambio. Empoderar a las personas y a todo tipo de grupos, asociaciones,

organizaciones e instituciones es la garantía de los mejores frutos posibles.3

De igual manera, en los diferentes caminos, existe un optimismo al que Francisco

Muñoz adjetiva como inteligente, en el sentido de que existen razones para dirigir

esfuerzos hacia lo que valoramos como respetuoso de la paz. Se impone un optimismo inteligente sustentado en razones científicas, en presupuestos teóricos y

emociones que discriminen y orienten sus acciones hacia la paz, que crean que la

especie humana tiene suficiente recursos para regular los conflictos pacíficamente.

Otra de las virtudes del concepto de Paz Imperfecta es que facilita el reconocimiento “práxico” (teórico y práctico) de las instancias donde se desarrollan

2 .- Muñoz, Francisco A. (2010) ¿Cómo investigar para la paz? Una perspectiva conflictiva, compleja e imperfecta. En Autores varios, Todavía en busca de la paz. Fundación Seminario

de Investigación para la Paz. Gobierno de Aragón. Pp. 419-428. 3.- Muñoz, Francisco A. y Jorge Bolaños C. (2011) La praxis (teoría y práctica) de la paz

imperfecta, en: Los hábitus de la Paz. Teorías y Prácticas de la Paz imperfecta. España, Eirene,

Instituto de la Paz y los Conflictos, Universidad de Granada. P. 13.

124

las potencialidades humanas y se satisfacen las necesidades o se gestionan

pacíficamente los conflictos y las interacciones entre unas y otras.4

En este contexto, otro concepto de utilidad es el de Cultura de Paz, que se define, en parte, como un conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y

estilos de vida, que llevan implícitos el respeto a la vida, el fin de la violencia y la

práctica de la no-violencia por medio de la educación, el diálogo y la cooperación. Incluye también los componentes de protección del medio ambiente de las

generaciones presentes y futuras.5

Vicent Martínez Guzmán, establece que la construcción de la paz y el papel de la

sociedad civil son cruciales en las situaciones de reconstrucción postconflicto; y en una visión más amplia, implica la prevención así como la creación de culturas para

hacer las paces. Boulding resalta, por su parte, la necesidad de nuevas perspectivas en

la noción de construcción de paz, unidas a un papel innovador de la sociedad civil.6

La Investigación para la Paz ha dotado a los espacios públicos, ya sean estados,

gobernantes, ejércitos, guerrillas, sociedad civil, entre otros actores, de líneas y ejes

prácticos para regular pacíficamente los conflictos. Asimismo, la Investigación para la

Paz es consciente de que sus objetivos son conseguir condiciones favorables para la paz a largo plazo, sin que ello suponga renunciar a propuestas y mediaciones para el

futuro inmediato. Por ello puede ayudar a campañas y acciones puntuales e

inmediatas, dirigidas a provocar un cambio en las sociedades, compatibles con los objetivos de paz y justicia social, lo que podrá ser realidad después de un prolongado

trabajo de investigación, formación de toma de conciencia en todos los ámbitos y a

todas las escalas, donde se puede ubicar el plano personal y local.7

En un trabajo sobre el tema, Andrés Serbin identifica las fortalezas y debilidades

de las organizaciones de la sociedad civil, destacando la necesidad de desarrollar sus

capacidades en la construcción de un entramado institucional, en apoyo a un Estado

democrático y eficiente, para el desarrollo de políticas públicas que aborden los factores estructurales de la violencia. Se requiere también de una dinámica vigorosa

4 .- Ibid. P 35. 5 .- Naciones Unidas, 1999. 6 .- Martínez Guzmán, Vicent (2010) El papel de la sociedad civil en la construcción de la Paz.

Estudio introductorio. En Luis Sánchez Vázquez y Juan Codorníu Solé. Movimiento

Asociativo y Cultura de Paz. Granada, Pp. 56-58. 7 .- Cano Pérez, María José, Beatriz Molina y Francisco A. Muñoz (2004) Diálogos e

Investigaciones Trans Culturales y Disciplinares. Revista Convergencia, México. Pp.59-72.

125

de la ciudadanía, basada en un empoderamiento real de la sociedad civil a diversos

niveles y a través de diversos mecanismos.8

La controversia sobre si las organizaciones de la sociedad civil son relevantes o no en materia de prevención de conflictos armados y construcción de la paz ha

quedado rebasada. Lo que se discute ahora es cómo éstas pueden explotar todo su

potencial y ventajas comparativas y contribuir sustancialmente en estos campos.9

En la región latinoamericana, estas asociaciones están conformadas básicamente y

a nivel nacional, por ONGs y organismos ciudadanos, con agendas sectoriales y

específicas, más profesionalizadas, urbanas y de clase media. Y se articulan con

movimientos emergentes en torno a problemas de violencia e inseguridad pública.10

EXPERIENCIAS CONCRETAS DE CONSTRUCCIÓN DE PAZ EN SINALOA.

A partir de este breve acercamiento conceptual, se puede afirmar que en Sinaloa

existen múltiples experiencias concretas emanadas de la sociedad civil y del Estado, que se orientan a construir espacios para la paz, en su sentido de imperfección, pero

generadora de optimismo y esperanza.

Así, abordamos a continuación, de manera apenas descriptiva, algunas de las

diversas iniciativas que están contribuyendo a la promoción del reforzamiento del tejido social, del empoderamiento pacifista y del avance de la cultura de paz, tanto en

el discurso como en las acciones. De tal forma, se enuncian las asociaciones de la

sociedad civil, los espacios públicos o los proyectos ciudadanos que están impactando en una autoestima orientada a recuperar la identidad, como una sociedad capaz de

alcanzar mejores niveles de vida y de convivencia comunitaria.

SUMA, Sociedad Unida es una Institución de Asistencia Privada (IAP) creada en 2007, resultado del trabajo de ciudadanos, reunidos a título personal o representando

organizaciones, para llevar a cabo acciones para promover y gestionar el compromiso

ciudadano hacia el respeto, la cultura de la legalidad y la convivencia social.11

En esta IAP, se han identificado con la necesidad de evitar conductas antisociales, asumiendo esta tarea como propia, sin dejar todo bajo la responsabilidad del gobierno.

8 Serbin, Andrés (2008) Paz, violencia y sociedad civil en América Latina y el Caribe. Introducción a algunas nociones básicas. Buenos Aires, Icaria. P. 47. 9 Bourse, Ana (2008) Si vis pacem, para pacem. Actores en la prevención de conflictos

violentos y armados en América Latina y el Caribe. Buenos Aires, Icaria. Pp. 123-126. 10 .- Serbin, Andrés. Op cit. Pp. 52-53. 11 www.sumasinaloa.org. mx.

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Parten de la idea de que son más los ciudadanos y familias que desean vivir en paz,

con respeto, con legalidad, pero están conscientes de que si estos deseos y esfuerzos

están dispersos, no tendrán un avance significativo. “Sólo unidos podemos hacer valer nuestros espacios de paz y sana convivencia social”, afirman.

Como parte de sus acciones, han venido sumando a empresas, centros educativos

públicos y privados e instituciones gubernamentales para hacer llegar a sus empleados una serie de principios y compromisos propios de la cultura de la legalidad y la

práctica de valores. Han acercado estas ideas y compromisos a niños, jóvenes y

adultos, en un esfuerzo por involucrar a todos los ámbitos posibles de la sociedad.

Un espacio público que se ha recuperado para la sociedad es el Parque las

Riberas, ubicado en los márgenes del río Humaya, en el sector Tres Ríos, en la

ciudad de Culiacán. Esta área recreativa ha representado una opción para la

convivencia familiar, al contar con ciclovías, juegos infantiles y diversas actividades que permiten la cohesión social. Asimismo, facilita la realización de encuentros

juveniles para la práctica de deporte y actividades culturales.

Otro proyecto de especial significado ha sido el empoderamiento de la Asociación

Civil Ciclos Urbanos, misma que promueve la participación ciudadana para alcanzar un mayor grado de sustentabilidad en las ciudades. Una acción permanente y de gran

éxito son las llamadas “ciclonoches”, que consiste en recorrer parte de la ciudad en

bicicleta, como una forma de llamar la atención de la población y de las autoridades en cuanto a los medios alternativos de transporte.

El recorrido colectivo contempla una ruta de 7 kilómetros a un ritmo tranquilo, en

el que participan personas de todas las edades. Se realiza el primer martes de cada mes, con una asistencia de más de 5 mil personas. Esta asociación también desarrolla

propuestas para la creación de ciclovías en la ciudad de Culiacán como una forma de

mejorar la calidad ambiental, la movilidad urbana y la salud de las personas.12

Otro esfuerzo en materia de prevención o gestión pacífica de los conflictos, es el Bufete Jurídico de que dispone la Universidad Autónoma de Sinaloa. Funciona con

personal académico de la Facultad de Derecho y en el cual se brindan servicios de

asesoría legal a personas de escasos recursos. Uno de los proyectos recientemente implementados es el Centro de Mediación para la Solución de Controversias entre

INFONAVIT y derechohabientes que han caído en cartera vencida.

12 www.ciclosurbanos.org.mx

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Para dar este servicio, se capacitó personal en materia de mediación, se estableció

un convenio entre la Universidad y el INFONAVIT y se ha venido operando a través

de pláticas de renegociación de adeudos, mediando una tercera parte, que es la Universidad. Este mecanismo ha sido de gran utilidad pues un número importante de

familias estaba a punto de perder sus viviendas, lo que ya había subido a nivel de

conflicto social.

En materia educativa, relacionada con la Construcción de espacios para la Paz,

podemos anotar la iniciativa denominada En Sinaloa se Viven los Valores

(SIVIVA), lanzado a finales del año 2012 desde la Secretaría de Educación Pública y

Cultura del Gobierno del Estado de Sinaloa. En su elaboración participaron expertos en educación, planeación y valores, además de propiciar la participación ciudadana a

través de un Congreso abierto, una encuesta y una plataforma electrónica.13

Este modelo de acción a favor de los valores que involucra a a todos los niveles educativos, con el objeto de formar tanto a los docentes como a los alumnos en la

práctica de valores, como la cultura de la legalidad y el desarrollo de habilidades,

destrezas y competencias para la convivencia social, hasta incorporarlos a su vida

cotidiana, sumando para ello a las familias, a la escuela y la sociedad misma.

CONCLUSIÓN

Habiendo revisado brevemente conceptos emanados de la Investigación para la

Paz, y tras una mirada exploratoria a las iniciativas emprendidas en Sinaloa para construir espacios para la paz, para generar una cultura de paz o el empoderamiento

pacifista, consideramos que este marco de análisis es de gran utilidad para entender la

realidad sinaloense y poder transformarla positivamente.

Como establece Esperanza Hernández Delgado, el enfoque de Paz Imperfecta, las

iniciativas civiles de paz, permiten otra lectura de su país: Colombia; en este caso de

Sinaloa; una lectura también real pero más propositiva, donde se identifican

escenarios de construcción de paz. 14

De tal forma, si alguna vez se comparó a Sinaloa en el aspecto negativo, también

es posible vincularlo en la parte positiva, pues tanto en Colombia, como en nuestra

entidad, se están reproduciendo espacios para la construcción de la paz. Aquí como

13Gobierno del Estado de Sinaloa (2012) En Sinaloa se viven los valores. Programa SIVIVA. 14 .- Hernández Delgado, Esperanza (2011) Diplomacias populares no violentas: prácticas de

paz imperfecta en experiencias de construcción de paz en Colombia, en Muñoz, Francisco y

Jorge Bolaños Carmona (ed.) Los hábitus de la paz. España, Eirene, P. 207.

128

allá, se está desarrollando el potencial de la ciudadanía para elevar el nivel de

bienestar colectivo, para abrir espacios para la convivencia y para afianzar prácticas

relacionadas con la necesidad de una cultura de la paz.

BIBLIOGRAFÍA

Bourse, Ana (2008) Si vis pacem, para pacem. Actores en la prevención de conflictos violentos

y armados en América Latina y el Caribe. Buenos Aires, Icaria.

Cano Pérez, María José, Beatriz Molina y Francisco A. Muñoz (2004) Diálogos e

Investigaciones Trans Culturales y Disciplinares. Revista Convergencia, México.

Gobierno del Estado de Sinaloa (2012) En Sinaloa se viven los valores. Programa SIVIVA.

Hernández Delgado, Esperanza (2011) Diplomacias populares no violentas: prácticas de paz

imperfecta en experiencias de construcción de paz en Colombia, en Muños, Francisco y Jorge Bolaños Carmona (ed.) los habitus de la paz. España, Eirene.

Martínez Guzmán, Vicent (2010) El papel de la sociedad civil en la construcción de la Paz.

Estudio introductorio. En Luis Sánchez Vázquez y Juan Codorníu Solé. Movimiento

Asociativo y Cultura de Paz. Granada.

Muñoz, Francisco A. (2010) ¿Cómo investigar para la paz? Una perspectiva conflictiva,

compleja e imperfecta. En Autores varios, Todavía en busca de la paz. Fundación

Seminario de Investigación para la Paz. Gobierno de Aragón.

Muñoz, Francisco A. y Jorge Bolaños Carmona (2011) La praxis (teoría y práctica) de la paz

imperfecta, en: Los habitus de la Paz. Teorías y Prácticas de la Paz imperfecta.

España, Eirene, Instituto de la Paz y los Conflictos, Universidad de Granada.

Muñoz, Francisco y Beatriz Molina. Una Paz compleja, conflictiva e imperfecta. Versión preliminar.

Serbin, Andrés (2008) Paz, violencia y sociedad civil en América Latina y el Caribe.

Introducción a algunas nociones básicas. Buenos Aires, Icaria.

Páginas electrónicas

www.sumasinaloa.org.mx www.ciclosurbanos.org.mx

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Reseña-Ensayo

¿CUÁNDO LLEGARON LOS BÁRBAROS A SINALOA?

A la memoria viva de Álvaro Rendón, “El Feroz”, a quien aún vemos,

sarcástico, sonriendo en el Malecón, sin dar la espalda al absoluto mar

de Mazatlán.

Nery CORDOVA

Ensayista, poeta e investigador de la UAS. Director editorial de la revista ARENAS y miembro del SNI-CONACYT. Es autor de varios libros, entre ellos La narcocultura:

simbología de la transgresión, el poder y la muerte (2011), Ed. UAS.

130

La investigación de Magali Tercero, Cuando llegaron los bárbaros…Vida

cotidiana y narcotráfico (Ed. Planeta, 2011), es una zambullida a las honduras de las

realidades socioculturales de Sinaloa, y también secuela vital reflexiva e inteligente, como grito desesperado, crítica, cuestionamiento y reconocimiento de los pantanosos

terrenos y escenarios del fenómeno de la narcocultura.

Más que el título, lo que inquieta de este denso y compulsivo trabajo (crónica, reportaje, testimonio, reflexión), son las reverberaciones significativas de las

estampas policromadas de tinta sangre, con sus olores, ruidos y sabores mortuorios,

que estallan sin piedad, desde el vigor de sus fuertes cargas simbólicas, en nuestras

percepciones. Nos ubicamos por momentos, durante la lectura, intentando estar más allá de los escenarios de la vida ruda, cruda y real, como si fuésemos receptores

extraños y “fuereños”, integrantes de un hábitat distinto y distante, “extranjeros” o

“chilangos go home” de otro ambiente sociocultural, como habitantes aún con capacidad de asombro, acaso de un mundo de luces apacibles: entre hadas de

ensueño, halos, olas, bahías y paisajes de brisa y bosque para solaz y regocijo del

espíritu; y hasta con sonidos de oboes de la naturaleza con sus vientos leves y tenues

que besan sol y nubes, entre arcoíris de creación, poiesis y fantasía. O como cita y evoca casi al final la autora, con latidos de nostalgia, a una espléndida ave de los

rumbos de Culiacán: “Las hermosas alas de la espátula dorada crean, al remontar el

vuelo, una bella melodía de los encantos naturales de nuestro planeta”.

Pero no. Lo que nos restriega en el rostro, en la piel y en el alma la acuciosa

pluma de la periodista Magali Tercero son, más bien, los escenarios sociales y

culturales múltiples, diversos y escatológicos de una región y de un país, resabio y entuerto histórico y contextual en que nos ha tocado vivir, sentir y sufrir. Lo que nos

cuenta y recuenta es mucho más que una bofetada; es mucho más que una patada en

los bajos fondos. Y éstas van para cualquier tipo de creencia, convicción o

percepción, sea para quienes no miren o hasta para quienes miramos de más. Sin embargo, con la ansiedad personal como motor que guía los afanes de su

investigación participante, este recuento de hechos, situaciones y anécdotas del

pasado y del presente, como raspones y rasgaduras de la cultura, nos muestra que es posible, desde la mirada honda que se puede hacer aún desde el periodismo, quitarse

caretas, hipocresías y las subidas tonalidades del amarillismo, o como ella misma

desliza en el texto, es posible despojarse de la doble o triple “moral” con que se mira, las más de las veces, al fenómeno de la reptante y globalizada industria de las drogas

ilegales, sea desde el poder político mojigato, o desde las esferas de la economía, la

cultura, la sociedad, las creencias o la religión.

131

En el recuento de los hechos y los daños, la diligente escritora de pasado y familia

sinaloense, de plano tuvo que rozar y escarbar entre las cuencas del dolor y de la

muerte de varios personajes y familias de su tierra matria (norte, centro y sur de Sinaloa); de hombres, mujeres, jóvenes y niños lastimados por los alcances de los

perdigones de fuego de los circuitos del famoso “negocio” de la plata y el plomo. De

modo que como resultado metodológico, la periodista ha realizado un muy amplio registro etnográfico en torno a este fenómeno histórico y sociocultural que ha

desquiciado a medio mundo. Y también a los ingenuos o perversos Quijotes del poder

sexenal de la República, que han insistido en estar ganando una cruenta guerra que

iniciaron en 2008 contra los fantasmas de las drogas, con el propósito de resarcir una maltrecha imagen presidencial (la del sexenio anterior) que entró sin legitimidad y

que se fue dejando un reguero de cadáveres y una nación atizada y encendida por la

violencia y el miedo. Lo que han ganado los guerreristas gubernamentales hasta la fecha es la multiplicación ad infinitum de los odios, rencores y resentimientos

bárbaros de vastos segmentos sociales, con sus miles y miles de heridos, y el agravio

de las decenas de miles de muertos sin nombre, sin rostro y sin tumba y sus millones

de humillados hasta la ignominia, dentro y fuera del país, bajo la burla y el escarnio de la pobreza, la miseria y el hambre. Sean de los territorios que fueren, en realidad

son nuestros heridos, nuestros muertos y nuestros humillados. Eso, en parte, nos hace

sentir a través del periplo por los candentes y erosionados escenarios de la trama sinaloense, la lectura de este apasionado tejido textual. Y uno no tiene más remedio

que rememorar la paradójica tragedia de la condición humana: qué discapacitado y

ciego es, las más de las veces, el ejercicio del poder, cualesquiera que éste sea. Cuando no debiera serlo bajo ninguna circunstancia y situación, por lo que implica la

representatividad social y humana.

Dos preguntas nos hemos planteado desde la misma primera imagen que nos

generó la temática. Una: Los “bárbaros”, ¿alguna vez estuvieron fuera de la región? Dos: ¿Quiénes son más bárbaros: los que no tienen casi nada y matan y descuartizan;

o los que tienen casi todo y de todas maneras matan y arrasan? A propósito del

canibalismo o la antropofagia como usanza y ritual de los viejos tiempos tribales en varias regiones del planeta, Michel de Montaigne lo decía de esta forma, cuestionando

a los ilustrados y aristócratas ejercicios del poder eclesial y terrenal, hace ya unos 500

años: “Es más bárbaro comerse a un hombre vivo que a un hombre muerto”.

Esta tarea que ha realizado Magali Tercero al ofrecernos su libro, se trata,

decíamos, de un abordaje sobre la vida de una población ultrajada por un fenómeno

construido histórica, social y políticamente a fuerza, a rajatabla, con estructura y

normas, por los propios intereses de la sociedad. La misma que ahora y siempre se ha

132

santiguado santurrona y se da golpes de pecho ante el delirio de sus Frankestein,

cuando se ha beneficiado de la algarabía y el escándalo de las riquezas súbitas,

soterradas, corrosivas y magnas de la poderosa y multinacional industria de las drogas ilegales. Y sí, se advierte en el texto, el prefijo “narco” o el concepto “cártel” se han

vulgarizado y acorrientado tanto, en parte por los fines mercantilistas y

sensacionalistas de los mass media y de no pocos periodistas que han transformado el fenómeno en un camino seguro hacia la fama huera, o en un simple lugar común,

tanto que cualquier hijo de vecino lo degusta o lo teclea hasta como postre.

Cuando señalamos que el método se inscribe en las descripciones vitales y

profundas, nos referimos a las formas de concebir, registrar y mirar los detalles y los retruécanos que conforman a los sucesos. Y en este tipo de miradas hondas y densas,

denominado como una suerte de “antropología simbólica” formulada por Clifford

Geertz, desde nuestra perspectiva, resalta que lo que ahora vivimos, sea como rasgos y detalles del ethos, como predisposiciones de la vida cotidiana o como sucesos

evenenciales (Edgar Morin), espectaculares y fenomenológicos, en estas regiones

azotadas por el aquelarre de la violencia; se trata de incidentes y accidentes que

resultan harto significativos, tanto para los actores que los viven y padecen, como para quienes los miran, los estudian y los analizan.

Dice Geertz que el hombre es “un animal inserto en tramas de significación que él

mismo ha tejido…”. Y que, por tanto, la cultura es esa urdimbre, en donde lo que importa es el estudio y la búsqueda de sentidos y significaciones, para transformar en

“inteligible” a la revoltura o “telaraña” de la vida, que es ya, de por sí, muy

significativa para quienes la viven. O como en este caso de infierno que nos ocupa, para quienes la padecen.

Lo que vemos aquí es un libre transcurrir de escenarios y vidas, azotadas por las

agresiones y la hostilidad como símbolos que se han metamorfoseado hasta en

estandartes y emblemas que dan cuenta de los rasgos inocultables de las realidades socioculturales. Porque, ha plasmado el propio autor de La interpretación de las

culturas, que el ethos de un pueblo, el sentido profundo y de carne y hueso de su

existencia, por más que busquemos justificaciones y disfraces, es precisamente “el tono, el carácter y la calidad de su vida, su estilo moral y estético, la disposición de su

ánimo; se trata de la actitud subyacente que un pueblo tiene ante sí mismo y ante el

mundo que la vida refleja”. Es su cosmovisión, su retrato de la vida y de sus cosas en el que está inserto como animal social. Un poco o un mucho a estas cosas nos lleva y

nos conduce, de arriba abajo en el territorio de las marismas, la costa, las montañas y

los valles sinaloenses, la reinterpretación de esta especie de doxa de los bajos fondos

133

que efectúa sobre los hechos sangrientos y sin ambages, la ya muy reconocida y

premiada periodista Magali Tercero.

De eso versa el presente abordaje o bordado periodístico que ha tenido a bien realizar la autora, quien no sólo nos ha sorprendido sino también nos ha deleitado con

el oficio de la prosa que hurga y escudriña, pero siempre con aires y giros que

muestran más que eso: intuición, conocimiento, oficio y talento. La mayoría de los periodistas no trabajan con cuestiones sublimadas o estetizadas de la vida; sin

embargo, como lo hiciera la generación de los periodistas-literatos norteamericanos

encabezados por Tom Wolfe, hasta para describir a la basura, a las heces fecales, al

dolor, a la tragedia y a la muerte o hasta para mentarnos la madre, hay que tener siempre elegancia. Desde nuestra perspectiva teórica, la primera impresión que

generan muchos libros escritos desde la santísima filosofía del mercantilismo

periodístico, rápidamente y por fortuna en este caso, quedó en el olvido y cada página y cada vuelta de hoja nos fueron recordando ayeres y recorridos sobre los viejos y

recientes episodios de esta ya larga “leyenda negra” sinaloense.

En este anecdotario sociocultural y cotidiano sobre la violencia nos involucramos

en un incesante viaje sobre un mundo sórdido y sumamente delicado y peligroso. Y más que por ello son doble o triplemente peligrosos los libros cuyo único afán es la

mercadotecnia, tanto en el ámbito literario como en el periodístico. Los reflejos

superfluos de las realidades son parte también de las acciones fútiles, plebiscitarias y publicitarias de quienes ostentan poderes y ejercitan medidas punitivas terribles

contra la población desvalida, pero que no acaban nunca, de esa forma superficial,

con las raíces y las causales socioeconómicas de los problemas. Y es que cuando los intereses pesan, los tecnócratas no entienden ni quieren ni les interesa entender.

Los pasajes que integran el libro van y vienen desde “Culiacán es un panteón”, al

“Badiraguato bucólico”, toca Mochis y pasa por “el Navolato de los Carrillo”, sin

olvidar otras poblaciones que han destacado en las arenas de fuego de la mota y la amapola. El recorrido es un reto al estoicismo y la ecuanimidad. Ciudades, lugares,

paisajes y personajes se encienden en el imaginario personal. Dada la diversa cantidad

de intereses, emociones, deformaciones, mitos, enredos y afectos involucrados, a veces las historias pueden advertirse o mirarse extrañas. Entre ellas van los mitos. Y

por ejemplo, las creencias de los pobladores que se aferran a la amnesia y juran y

perjuran que sus héroes o antihéroes, sean de Badiraguato, Culiacán o San Ignacio, aún están vivos y a salvo, con cirugías de por medio, en algún lugar del planeta.

Acaso son también ecos expresivos de la cultura de la muerte.

134

De modo que acudimos, aquí, a un hilar sistemático de estampas, retazos, escenas,

voces, ecos, evocaciones emotivas, retratos, chácharas…El sonido, el espacio y las

imágenes de un territorio de instinto, tánatos y encrucijada; de una tierra y de una sociedad de normas sociales y cotidianas hechas telarañas roídas por el propio furor

de clanes, etnias, familias, estamentos, grupos y segmentos sociales diversos. Los que

hasta parecen gozar y disfrutar, en el largo aprendizaje en la maraña de las transgresiones, del submundo furibundo que se ha edificado, bajo la indirecta guía

simbólica de Malverde o la Santa Muerte, o el Becerro de Oro que se nos dé la gana,

con base en los modos de ser escatológico: son los escenarios de la agresividad social,

del ruido, de la escandalera común hecha santo y seña que define y describe arquetipos y estereotipos identitarios, desde las sombras y desde las cloacas de esta

suerte también de inframundo, desde las ráfagas de la destructividad que impera en

los drenajes de la vida, que se han transformado en buena medida, en un mundo visible, presuntuoso, estentóreo y mucho más que cotidiano: festejado hasta por los

propios poderes cívicos y educativos e incluso universitarios ad hoc, que sin empacho

se regodean y rinden pleitesía, por ejemplo, dentro de las instituciones oficiales, a los

grupos de “narcomúsica” rudimentarios, grotescos y corrientes, pero de los cuales la cultura hegemónica regional se siente mucho más que vibrante y orgullosa.

“Porque es un orgullo ser…” de cualquier lugar, sitio o paraje enhiesto, costero,

montañoso o tribal de pertenencia, donde la vida sí que no vale nada, y donde se ha vivido --como ha dicho un famoso y mediático traficante encarcelado (Rafael Caro

Quintero)-- y se ha crecido como si se fuera “un animalito salvaje”. Pero se trata esto,

a fin de cuentas, del anchísimo escenario de la violencia y su parafernalia: ilegalidad, inseguridad, impunidad, cinismo, primitivismo, miedo, disimulo, tolerancia,

complicidad, como engranes de una compleja realidad sociocultural. El imperio, en

suma, de una cultura bárbara.

ARENAS

Revista Sinaloense de Ciencias Sociales

Número 33

Se terminó de imprimir en los talleres Gráficos Once Ríos Editores,

Rio Usumacinta No. 821

Col. Industrial Bravo Culiacán, Sinaloa

Tel. 667-7122950