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Dr. Víctor Antonio Corrales Burgueño Rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa Dr. José Alfredo Leal Orduño Secretario General M.C. Elizabeth Moreno Rojas Dirección Editorial UAS
Dr. José Luis Jorge Figueroa Cancino Director de la Facultad de Ciencias Sociales Dra. Roxana Loubet Orozco Investigación y Posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales
Dr. Luis Astorga Almanza (IIS, UNAM); Dr. José Luis Beraud; MC Pedro Brito Osuna; Dra. Guadalupe Isabel Carrillo Torea (UAEMEX); Dr. Nery Córdova; Dr. Segundo Galicia Sánchez; Dra. Corina Giacomello (UNACH); MC Jenny Guerra González (UNAM); Dr. Ernesto Hernández Norzagaray; MC René Jiménez Ayala; Dr. Arturo Lizárraga; Dra. Marycely H. Córdova Solís (UNAM); Dr. Carlos Javier Maya Ambía (U de G); Dr. Juan Manuel Mendoza; Dr. Rigoberto Ocampo; Dra. Lilian Paola Ovalle Marroquín (UABC); Dra. Gabriela Polit Dueñas (U. de Texas); MC Pedro Humberto Rioseco Gallegos; Dr. Arturo Santamaría Gómez; Dra. Lorena Schobert; Dr. José Manuel Valenzuela Arce (COLEF).
Consejo Editorial
A R E N A S. Año 14, Nueva Época, número 33, enero-abril 2013. Publicación cuatrimestral editada por la Universidad Autónoma de Sinaloa, a través de la Facultad de Ciencias Sociales y la Maestría en Ciencias Sociales con énfasis en Estudios Regionales. Domicilio: Ángel Flores s/n, Centro, Culiacán, Sinaloa, CP 80000. Domicilio en Mazatlán: Av. De los Deportes s/n, Ciudad Universitaria, CP 82127. Tels. (669)9810762 y (669)9812100. Editor responsable: Rober Nery Córdova Solís. email: [email protected]. Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2010-091413591500-102. ISSN: 2007-2333. Impresa por Gráficos Once Ríos Editores, Río Usumacinta # 821, Col. Industrial Bravo, Culiacán, Sinaloa. CP 80111, Tel. (667)7122950. http://www.uasfaciso.mx/Editorial. Esta edición se terminó de imprimir el 28 de febrero de 2013, con un tiraje de 500 ejemplares. Ilustraciones de ARENAS 33: Obra artística Josemaría Miranda *No están prohibidos el uso y la reproducción de los textos citando autoría y publicación. *La UAS y la Facultad de Ciencias Sociales no necesariamente comparten las reflexiones y las opiniones expresadas por los autores.
Dirección Editorial: Nery Córdova
Edición y Diseño Editorial: Pedro Humberto Rioseco Gallegos
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PRESENTACIÓN ……………………………………………………………….
LA CULTURA Y EL MIEDO; LA VIOLENCIA Y LA DOMINACIÓN
René JIMÉNEZ AYALA ……………………………………………………………
EL MIEDO Y EL OLVIDO SOCIAL; EL NARCOTRÁFICO Y LA
VIOLENCIA
Lilián Paola OVALLE, Mario Alberto MAGAÑA y Morella ALVARADO
MIQUELENA ……………………………………………………………………….
EL GOBIERNO, EL NARCOTRÁFICO Y LA ERRÓNEA Y FALLIDA
POLÍTICA DE SEGURIDAD
Carlos Antonio FLORES PÉREZ ………………………………………………….
COLOMBIA: GUERRA, DESPLAZAMIENTO FORZADO Y
RECONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES
Sibely CAÑEDO CÁZAREZ ……………………………………………………….
MIEDO DE CARNE Y LETRAS: BOSQUEJO DE LA LITERATURA DEL
MIEDO
Jenny T. GUERRA GONZÁLEZ……………………………………………………………………..
LA SANTA MUERTE, LA VIOLENCIA Y LA LITERATURA: EL LADO
MORIDOR
Ernesto PABLO ÁVILA …………………………………………………………….
EL CORRIDO DE CHALINO SÁNCHEZ, 20 AÑOS DESPUÉS
Alejandra ESPASANDE BOUZA ………………………………………………….
DEL MIEDO VICARIO AL MIEDO REAL Y LA CRÓNICA DEL “NARCO”
Guadalupe Isabel CARRILLO TOREA …………………………………………..
ESPACIOS DE CONSTRUCCIÓN DE PAZ EN SINALOA: UNA
APROXIMACIÓN CONCEPTUAL
Jesús Abel SÁNCHEZ INZUNZA ………………………………………………….
¿CUÁNDO LLEGARON LOS BÁRBAROS A SINALOA?
Nery CÓRDOVA …………………………………………………………………….
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C O N T E N I D O
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PRESENTACIÓN
En esta edición de ARENAS, número 33, abordamos una temática a la que tratamos obviamente con cuidado, por la misma naturaleza de sus formas y de sus
fondos: el miedo. Y más en específico: el miedo social. Teóricos, académicos e
investigadores de México y algunos otros países participan en la tarea, aquí, desde
varios ángulos y enfoques, como un reto critico para reflexionar y analizar, desde las amplitudes de la ciencias sociales, cómo el miedo se ha convertido en un asunto tan
cercano, y que camina, flota, se respira y se siente en el hábitat, los escenarios y el
ambiente social; como algo que anda por todos lados y en todos los frentes, entre la escandalera mediática, la industria del entretenimiento y la cultura, pero sobre todo de
boca en boca, de señal en señal, entre las murmullos, la comunicación interpersonal,
los chismes y los silencios. Desafortunadamente, a la hora de confrontarlo, mirarlo o pensarlo, muy poco se ha dicho, estudiado y escrito con rigor y detenimiento.
En parte, quizá, esto tiene que ver con el hecho de que, ligado a la violencia y el
narcotráfico, el tema del miedo puede provocar precisamente eso: miedo. Cuando las
sensaciones individuales se amplían y expanden y se transforman en grupales y colectivas y que más aún, se manifiestan en las muchedumbres y las masas, habría
que mirar al miedo no sólo, por ejemplo, desde la psicología social y el psicoanálisis,
sino desde una óptica pluridisciplinaria que precise y conjunte al mismo tiempo los nudos, las ramificaciones y los alcances de los tentáculos de su presencia y su
transcendencia sociocultural. Una sociedad con miedo implica pensar en una sociedad
y una población tensa, insegura y en riesgo.
El sentimiento del miedo, visto como algo “común”, “cotidiano”, “natural”, “instintivo”, por sus connotaciones y sus múltiples rostros y expresiones, no es tan
sencillo de valorar y estudiar. El miedo social expresa una situación y una condición
social, histórica, que acaso tiene que ser estudiado y visto como un fenómeno que podría tener sus lindes con lo patológico, y que hasta podría ser parte, por ejemplo, de
los síntomas de un país en una muy amplia y extendida crisis, o de una sociedad que
tiembla, que se asusta y que espanta, y que vive inmersa --la Nación, la sociedad, la población--, en serias dificultades sociales, culturales, políticas y económicas.
Un pueblo en vilo, asediado y asechado por propios, ajenos y extraños; por grupos
criminales organizados; por bandas emergentes que crecen y se multiplican; por
pandilleros que se masifican; por las fuerzas oficiales federales que se han desplegado omnipresentes en casi todos los territorios y estados de la República; por las policías
enmascaradas que recorren temerosos los pueblos y las ciudades. El país, sobre todo
en regiones que abarcan los estados de Guerrero, Morelos, Michoacán, Veracruz,
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Jalisco, Nayarit, Durango, Nuevo León, Tamaulipas, Sonora, Baja California, y por
supuesto, Sinaloa, entre otros, da la impresión de ser una contaminada telaraña de
violencia, sangre y muerte, territorios donde las heridas sociales exudan ira, rencor, resentimientos y odios, con los colores de la delincuencia, el crimen y la venganza.
En un sexenio, el de Felipe Calderón, las acciones punitivas de las fuerzas
federales y los enfrentamientos con los grupos criminales, de diferente poderío y calaña, en realidad enlutaron a unas 60 mil familias; y a otros caídos y afectados por
una guerra que ha alterado y desquiciado el ambiente social en todos los flancos,
estratos y escenarios. Pero de entrada y por lo pronto no fueron “sólo” 60 mil
muertos. La significación de cada uno de ellos es lo que importa, aunque para la burocracia huera, tecnocrática e insensible del poder político eso haya importado un
bledo. Las familias, los familiares cercanos, los vecinos, los amigos, los conocidos
siguen llorando a sus caídos (padres, hermanos, abuelos, hijos, sobrinos, nietos), y siguen acaso con miedo y maldiciendo al mundo que les tocó vivir, y tal vez
esperando, quién sabe cómo, cobrarse algún día las afrentas de una guerra abusiva,
inmoral e ignominiosa, declarada por el Estado mexicano. Y cierto: la guerra fue real,
espectacular y sangrienta, pero también ciega, obtusa y mediática.
De modo que, en el contexto de este hervidero sociocultural de inseguridad, bajo
el clima de miedo que se vive en el país, abordamos pues la presente temática, de
forma reflexiva, analítica, desde los niveles, si se quiere, de un acercamiento al tema. Eso intentamos desde esta primera entrega sobre el miedo. Abrimos fuerte, entonces,
con un sólido y riguroso trabajo de René Jiménez Ayala, catedrático e investigador de
la Facultad de Ciencias Sociales de la UAS. Con la vocación y la mirada siempre atenta y crítica, el sociólogo y politólogo mira lejos y hondo, e indaga, con una
acuciosa retrospectiva teórica e histórica de la cultura sobre el miedo, la violencia y la
dominación, en el contexto sociocultural del ahora y del presente (pensamos y
agregamos nosotros), de una sociedad lastimada y vejada por las transgresiones oficiales, legales o no, amén de las acciones ilegales y criminales multiplicadas y
expandidas en los diversos sectores de la sociedad.
Lilián Paola Ovalle, Mario Alberto Magaña y Morella Alvarado Miquelena, en trabajo conjunto disertan sobre ciertas consecuencias e impactos socioculturales,
como huellas y hechos simbólicos pero reales y crudos de la violencia; en una
sociedad donde cohabitan la injusticia social y la inseguridad de las ciudades y las arquitecturas del miedo; el tráfico ilícito de las drogas, la desviación social, la
delincuencia y el delito como formas rudas de la vida. El luto humano, el desamparo
y el olvido social de involucrados e inocentes suelen ser efectos que se advierten muy
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poco, en un mundo insensible y tecnocrático donde los datos, los números y las
estadísticas de víctimas, muertos y aprehensiones como muestras del “éxito” de las
políticas públicas de la muerte, parecieran ser lo único importante.
El doctor Carlos Antonio Flores Pérez, analista e investigador del CIESAS-DF,
especializado en la problemática de la seguridad y la violencia, efectúa un puntual
recuento crítico de las políticas públicas del Estado mexicano respecto de la lucha contra el crimen organizado y el tráfico ilegal de las drogas. En su análisis de la
política de seguridad, se refiere de forma amplia y rigurosa a las medidas y acciones
erróneas y fallidas del gobierno, en cuanto a diagnóstico y propósitos, en el sexenio
anterior, contra la industria de las drogas ilegales. Se trata de un duro y sistemático cuestionamiento a la política federal instrumentada sin claridad de fines y objetivos en
tan delicada materia, ligada obviamente al contexto internacional.
En seguida, la investigadora y periodista sinaloense Sibely Cañedo Cázarez, maestra en Ciencias Sociales por la UAS, expone un trabajo, que efectuó en
Colombia desde el lugar de los hechos como un necesario ejercicio empírico. Se
inmiscuye en el largo conflicto de violencia de ese país, sobre los desplazamientos y
expulsiones forzadas de la población y la reconstrucción de las identidades sociales y culturales, en el que se bifurcan y acaso se han llegado a mezclar intereses políticos
diversos y las sendas propias del crimen organizado y el narcotráfico.
Por su parte, Jenny Guerra González, catedrática de la UNAM, entrega un acucioso y atractivo ensayo en el que comenta y valora un abanico bibliográfico sobre
la “literatura del miedo”, como un bosquejo de “carne y letras”, que constituye un
sugerente y útil muestrario sobre la problemática. Y en su turno, el maestro Ernesto Pablo Ávila, de la Facultad de Filosofía y Letras, también de la UNAM, echa un febril
vistazo teórico y literario al símbolo transgresor y cultural de la Santa Muerte, así
como a la evolución del género negro o policíaco en México, en el amplio contexto de
la narrativa sobre la violencia.
La maestra Alejandra Espasande Bouza, joven cineasta y documentalista de
California, Estados Unidos, colabora con una retrospección referencial, entre
anecdotarios de historias de vida, sobre el derrotero y el “mito” de Chalino Sánchez. Se trata de una evocativa diáspora de los andares del cantautor sinaloense; de su
influencia en el “narcocorrido” que devino en una retahíla de “chalinillos” que
mientras peor cantaran más éxito alcanzaban en el ambiente sonoro del analfabetismo musical, en el contexto del auge de la industria de las drogas, la narcocultura y la
propia violencia en la que el mismo Chalino Sánchez se vio envuelto.
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Por su lado, Guadalupe Isabel Carrillo Torea, investigadora y catedrática de la
Universidad Autónoma del Estado de México, en un ensayo que remite al miedo
social y a la violencia homicida que andan dando tumbos y regando cadáveres por todos lados, registra y desglosa en otro tenor sus reflexiones y apuntes, que van desde
el “miedo vicario al miedo real”, en lo que constituye una suerte de tejido periodístico
cronológico del narcotráfico y su impacto en la vida de la sociedad.
Luego, el maestro Jesús Abel Sánchez Inzunza, académico formado en el estudio
de las relaciones internacionales, ofrece un giro en la temática y diserta sobre algunos
esfuerzos que se realizan en Sinaloa en pro de la búsqueda de espacios y escenarios
de lucha por la paz, a contracorriente del hábitat transgresivo y del ambiente que se vive entre la histórica cotidianeidad sociocultural de la violencia y las transgresiones
y los recurrentes escándalos que se dirimen en la entidad. Su trabajo, como un
acercamiento conceptual, versa sobre los “espacios de construcción de paz”. Y finalmente cerramos esta edición con una reseña-ensayo sobre los caminos y el auge
del narcotráfico y la exacerbación de la ilegalidad en Sinaloa, a propósito de un libro
de la escritora y cronista Magali Tercero, de sugerente título: Cuando llegaron los
bárbaros…Vida Cotidiana y narcotráfico (2011).
Como aspecto fundamental y distintivo de ARENAS, la Revista Sinaloense de
Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Sinaloa, que editamos en Mazatlán
desde el posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales, incluimos parte de la colección creativa de destacados artistas de la región o del país. En esta ocasión las ilustraciones
son del pintor sinaloense Josemaría Miranda, arquitecto de profesión y artista de
oficio y convicción, que reside y gesta su obra entre los bohemios rumbos del Centro Histórico de Mazatlán, Sinaloa. Calidad, fuerza y los hallazgos del alma se enfrascan
por concretarse en los lienzos que se llenan y se manchan en los impactantes óleos,
obras mixtas y demás técnicas de sus cuadros. La vista y los ángulos de la mirada y
las reacciones y percepciones emotivas e intelectuales se hunden, se fusionan, de vitalidad, en la vorágine de pasiones de sus trazos y colores. Se trata de un trabajo
artístico en el que destaca el talento y el estilo de un creador que, con miedo o sin él,
le arranca jirones y nervios a sus propias visiones, que en muchas ocasiones tienen que ver con los recios y rudos encuentros con la destrucción y con la muerte, engranes
insoslayables o inevitables de la condición humana. Es parte de lo que se distingue en
sus obras. De nueva cuenta nos honra su participación.
Nery Córdova
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LA CULTURA Y EL MIEDO; LA VIOLENCIA Y LA DOMINACIÓN
René JIMÉNEZ AYALA
INTRODUCCIÓN
A diferencia de las orientaciones teóricas racionales, los planteamientos y los
puntos de vista que tratan el papel jugado por los sentimientos, y en particular por el
Sociólogo y politólogo. Fundador del Programa de Posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales de la UAS. Realizó también estudios en matemáticas y economía. Cursó una maestría
en sociología en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) en el DF y el
doctorado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Coordinó la Encuesta
sobre Cultura Política en Sinaloa, 2008, publicada por el Consejo Estatal Electoral.
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miedo, en el establecimiento del orden social, no han tenido la consideración debida
en la mayor parte de los trabajos de investigación. Aunque tampoco puede afirmarse
su desatención total. Dentro de la filosofía y las ciencias sociales es posible rescatar ideas que incorporan los sentimientos en relación con el orden social y con el tema de
la dominación, aunados a estudios que aportan indicadores, a partir de los cuales es
posible derivar la afirmación del papel activo del miedo y la violencia en la conducción de los individuos. Mostrar la relación entre violencia, miedo y
dominación política es el propósito de este ensayo, dividido en cuatro apartados. En el
primero se muestra la presencia de estos factores en distintas etapas o eras de las
sociedades. En el segundo apartado se abordan las perspectivas teóricas que hablan en general del papel que los sentimientos juegan en el orden social y en la dominación.
El tercero se refiere al miedo a la violencia en el discurso sobre el Estado moderno.
En el último se expone la relación entre el miedo y la participación política, ilustrándola con algunos casos específicos.
EL MIEDO
Este sentimiento es una reacción de inquietud frente a un peligro, real o
imaginario, al que se considera como una amenaza para la estabilidad o sobrevivencia de los sujetos. Es “la aprensión del mal”, como lo enunció Aristóteles. Se teme a toda
clase de males como la pobreza, la muerte o el deshonor, aunque no todos los
hombres tienen miedo a los mismos objetos (Aristóteles, 1989: 91-93). En distintas eras, en diversos órdenes y estratos sociales se han venido incubando miedos
específicos. Son los casos de Grecia y Roma en la Antigüedad, las representaciones
de la Edad Media, y las pertenecientes al mundo moderno y posmoderno.
Tampoco tiene el miedo una valoración única. Mientras para algunos discursos
este sentimiento es considerado de modo negativo por sus efectos displacenteros,
otros lo miran desde la siguiente perspectiva: tener miedo aleja a los individuos de un
peligro o amenaza; y temer a ciertos objetos no es una impostura sino algo honroso, como en lo dicho por Aristóteles.
En la Antigüedad algunos discursos filosóficos consideraban ciertos temores
como necesarios. El historiador griego Plutarco (1832) relata que los romanos valoraban algunos miedos no sólo como no deshonrosos, sino más bien
indispensables, como el temor en los hombres frente a un ser superior a ellos. La
religión apoyó esta idea porque parecía ser el único mecanismo que mantenía a los hombres alejados del mal. Por ello se creía en un Dios vengador, quien poseía rayos
poderosos prestos para castigar. Plutarco narra también las formas de producción
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simbólica de la Antigüedad para rendirle culto al miedo y otros sentimientos,
construyéndoles incluso templos. Es el caso, por ejemplo, de los lacedemios, quienes
no tienen templos dedicados sólo al Miedo, sino a la Muerte, a la Risa y muchas de
las pasiones. Tampoco le rinden homenaje al Miedo como uno de los nocivos y destructivos demonios, sino lo consideran como el mejor cemento de la sociedad
porque aquellos quienes tienen más miedo de la ley actúan con la mayor intrepidez
frente al enemigo y aquellos quienes son más delicados (tender) con su reputación,
miran con menor preocupación otros peligros… (Plutarch, 1832: 106).
En otras ocasiones se requería controlar o templar el miedo cuando se estaba
frente a una situación de peligro extremo, recurriendo a la simbología divina si era
necesario. En una guerra, por ejemplo, se exhortaba a los guerreros a no temer frente al enemigo; por el contrario, se les alentaba a tener valor con la esperanza puesta en
los dioses (Plutarco, 2005: 193). El miedo era utilizado, además, entre los romanos
antiguos como estrategia para controlar a los niños más traviesos. Seres fantásticos
como brujas crueles, quienes devoraban a los niños desobedientes, eran inoculados en
su imaginación. Los niños obedecían debido al temor a ser devorados vivos, de tener
una muerte violenta y plena conciencia de ello. Y aunque no está mencionado de modo explícito, hay un miedo a la violencia en esas imágenes. El cristianismo
también le otorgaría luego un estatus positivo a tal sentimiento. Las sentencias del
Deuteronomio de la Biblia acerca de las exigencias divinas así lo muestran:
“Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios
[…] Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses, y Señor de señores, Dios grande,
poderoso y temible […] A Jehová tu Dios temerás, a él sólo servirás, a él seguirás, y
por su nombre jurarás” (De Reina, 1960: 153). La consideración positiva del miedo
se hace de modo expreso.
En la Edad Media los miedos sufrieron modificaciones. Georges Duby resaltó
algunos temores comunes en la época: a la miseria; al otro como el extranjero o las hordas procedentes del Este europeo; a las epidemias como la peste negra y la lepra; a
la violencia de los caballeros en contra de los campesinos; y, más que a la muerte, al
más allá: al juicio y el castigo de los tormentos del infierno (Duby, 1995).
Resultan significativas, de modo particular, las representaciones medievales
acerca del bosque y el desierto1. Ambos simbolizaban para la población el afuera, lo
malo, lo pecaminoso, lo dañino, lo anormal en una palabra. En la imaginación
1 Aunque tal vez haya sido más significativo el bosque en la Edad Media, el desierto también
representó una zona amenazante para las poblaciones. Incluso, en esta era, comenzó a
concebirse otro temor, poderoso y amenazante: el miedo a la soledad. (Hernando, 2002: 171)
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medieval estos dos espacios de aislamiento despertaron el temor de la población y
eran pensados como la negación natural de la vida social, como los lugares donde
reinaban fuerzas demoniacas (Geremek, 1996: 352).
Sin embargo este miedo no era del todo imaginario. Además de ser el bosque
resguardo de los marginados, los excluidos, los anormales, disidentes o herejes
durante el Medioevo, el peligro existía de modo manifiesto en la violencia producida por bandas de jóvenes caballeros sin raíces, quienes se mataban entre sí en los torneos
o robaban las cosechas de los campesinos para poder sobrevivir, razón por la cual
éstos los creían agentes del demonio (Duby, 1995: 98-100). Ese intenso estado de
lucha física ejercida por los caballeros trató de ser pacificada por la Iglesia católica, amenazándolos con la violencia de la condenación (Duby, 1995: 108, 123). La Iglesia
católica intentó establecer un orden más pacífico a través de la denominada “paz de
Dios”. Primero trató de convencer a los caballeros de ayudar a Dios, dejando de sembrar el terror (Duby, 1995: 99). Luego comenzó a reglamentar los combates
restringiéndolos a ciertos espacios, días y señalando a los personajes que no podían
ser atacados. Por añadidura la Iglesia previno a sus ejecutores de la condena a la cual
serían sometidos en caso de no prestar juramento y comprometerse ante Dios (Duby, 1995: 102). De nuevo, el miedo a la violencia del castigo divino fue usado para dirigir
la conducta de un grupo social.
En las sociedades modernas y posmodernas los temores parecen haberse multiplicado de modo inaudito. Los individuos tienen miedo, entre otras cosas, a
transitar por ciertas calles y barrios en horarios peligrosos, a no encontrar trabajo o
perderlo, al futuro propio o de sus descendientes, a ser excluidos, a la pobreza y las enfermedades, a los sueños, a la libertad y la democracia, a Virginia Woolf y, por
supuesto, a la violencia. Las sociedades más avanzadas también van modificando sus
temores en función del desarrollo socioeconómico y cultural. “Cualquier habitante
‘medio’ de un país postindustrial, por ejemplo, puede dejar las puertas de su casa sin cerrojos, pero temer a un desastre nuclear o ecológico y, recientemente, el mundo más
desarrollado ha tenido que asumir que también figuran en esta lista las amenazas del
terrorismo global y de la guerra, que se creían erradicadas tras el fin de la Guerra Fría” (Olvera y Sabido, 2007: 121).
SENTIMIENTOS Y ORDEN SOCIAL
El miedo2 ha sido estudiado desde diversas ópticas: biológica, psicológica y desde la perspectiva de las ciencias sociales. Por ser un sentimiento, por tratarse de la
2 A pesar de la diferencia etimológica entre miedo y temor, aquí son usados como sinónimos.
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inquietud que invade a los individuos al estar frente a una amenaza, es abordado por
la biología debido a la dinámica en la cual se involucra el organismo. El miedo
produce reacciones fisiológicas al activarse un sistema de alarma en una de las capas del cerebro ante una situación de peligro, situando a una persona o animal en posición
de huir o pelear. La psicología le ha dedicado atención por tratarse de un poderoso
estado emocional capaz de alertarnos sobre peligros que pueden ser una amenaza para la propia supervivencia, o intensificarse hasta volverse crónico y convertirse en un
mal para el organismo y el equilibrio emocional de los individuos. En las ciencias
sociales no abundan los materiales teóricos dedicados a estudiar de modo específico
la relación entre el miedo y la conducta colectiva de los individuos. En cambio, sí abordan de modo general el papel jugado por el sentimiento y la fuerza de las
emociones en interacción con la vida social y política, en particular con el fenómeno
de la dominación, en el cual estamos interesados. Ello nos ayudará en la comprensión del miedo como un sentimiento importante en la tarea de conducción política.
Para Georg Simmel, por principio, el gobierno de las masas es posible no tanto
gracias a procedimientos racionales, sino más bien a su conducción emocional. “Por
eso, quien intentó ejercer un efecto sobre las masas, siempre lo consiguió apelando a sus sentimientos, mas raras veces por una explicación teórica, por coherente que
fuera” (Simmel, 2003: 70). Vilfredo Pareto se situó en una posición similar. Concordó
con la idea que afirma la escasa participación de los razonamientos en el ordenamiento social: “los hombres son movidos mucho más por los sentimientos que
por los razonamientos. Un cierto número de ellos sabe beneficiarse de esta
circunstancia y usarla para satisfacer sus propios intereses…” (Pareto, 2010: 170). Aunque Weber sí tiene en consideración la racionalidad como uno de los tipos de
dominación, es reconocido su trabajo en el estudio del papel que las emociones
cumplen en el comportamiento de los individuos. El tipo ideal de dominación
carismática es resultado de tal punto de vista: la dominación política se ejerce por vía de la entrega, la confianza de los seguidores al caudillo. La fe profesada por las masas
hacia el líder carismático legitima este tipo de dominación (Weber, 2003: 9-10).
MIEDO A LA VIOLENCIA Y DOMINACIÓN POLÍTICA
Los puntos de vista teóricos citados muestran que la conducción de las multitudes
va más allá de sólo apelar a la razón: afirman la existencia de una relación estrecha
entre los sentimientos de los individuos y los procesos de dominación, aunque en su análisis no atienden de modo específico al miedo como factor de obediencia o control
de las pasiones. Es en el discurso sobre el Estado moderno donde el temor a la
violencia encuentra una de sus expresiones más claras, como principio del orden
social. Está presente al menos desde Maquiavelo, para quien lo idóneo es que el
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príncipe sea amado y temido al mismo tiempo, condiciones difíciles de lograr, por lo
cual se deberá optar por una de las dos. Y la mejor recomendación es que el príncipe
sea temido si eso mantiene la unidad y fidelidad de los súbditos. El miedo es visto desde esta óptica de modo positivo, por ser productor de gobernabilidad.
Para Nicolás Maquiavelo la crueldad y la clemencia son componentes de las
cualidades que los príncipes deben poseer para gobernar, declarando que, a pesar que “todos los príncipes deben desear ser tenidos por clementes y no por crueles”
(Maquiavelo, 1973: 28), ha sido no obstante la crueldad la que ha impuesto el orden,
como en el caso de César Borgia en la Romaña. Con la crueldad, más que con la
clemencia, un príncipe evita multiplicar los desórdenes, saqueos y matanzas, las cuales van en perjuicio de la población. Mas ser amado y temido no son
características que se puedan poseer de modo simultáneo, y debe ser resuelto el
dilema en favor del miedo:
Declaro que es más seguro ser temido que amado. Porque de la generalidad de los
hombres se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante
el peligro y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, son completamente tuyos: te
ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos, pues ---como antes expliqué---
ninguna necesidad tienes de ello; pero cuando la necesidad se presenta se rebelan…
Y los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno
que se haga temer; porque el amor es un vínculo de gratitud que los hombres,
perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es
miedo al castigo que no se pierde nunca (Maquiavelo, 1973 :29).
En algunos iusnaturalistas como Thomas Hobbes, estos temas fueron tratados de modo amplio. También la idea del control de las pasiones de parte de una autoridad
colectiva caracteriza el discurso de esta filosofía política. La conocida idea de la
guerra de todos contra todos tiene su asiento en la igualdad de derechos que todos los individuos tienen en un supuesto estado de naturaleza preexistente a los lazos civiles.
En dicho estado los individuos no se encuentran ni dentro ni fuera de la justicia ni de
las leyes, debido al derecho de todos a usar cuanto sea necesario para cuidarse y
defenderse a sí mismos. En este discurso, la naturaleza igualitaria de los hombres ha sido la fuente del desorden bajo el siguiente argumento.
De acuerdo con su naturaleza, los hombres han sido hechos iguales en sus
facultades físicas y de pensamiento. Y si a dos hombres se les despierta el deseo por la misma y única cosa, comenzará la disputa, se volverán enemigos y se esforzarán
por someterse o destruirse los unos a los otros. Así, unos individuos van a tener miedo
de los otros, del poder individual de los demás, de la violencia que puede terminar con el despojo de su patrimonio, de su libertad o de la vida misma. Estos ataques y
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defensas provocan una guerra continua de todos contra todos, en la cual todos tienen
derecho a todo y los más débiles pueden formar coaliciones en contra de los más
fuertes. Ante la ausencia de un poder común la inseguridad es constante. Los hombres se valen de la violencia debido a tres motivos:
“para hacerse dueños de las personas, esposas, hijos y ganado de otros hombres; los
segundos para defenderlos; los terceros, por pequeñeces, como una palabra, una
sonrisa, una opinión distinta, y cualquier otro signo de subvaloración...” (Hobbes,
1979: 224).
En un estado de naturaleza no hay cabida para la industria, para el cultivo de la tierra, la navegación ni los productos que se transportan en ellos, ni tampoco las letras
o las artes. Sólo hay lugar para un continuo miedo y peligro de sufrir una muerte
violenta. Los individuos temen más a aquellos a quienes ha ofendido que a los
espíritus invisibles. La solución está en construir una forma de vida socializada, un estado civil, un poder superior que logre inhibir las pasiones y deseos individuales. El
temor a la guerra conduce a la construcción de una entidad de leyes, las cuales
inhiben la expresión de tales pasiones, convirtiéndose en reguladoras del comportamiento de los individuos. A diferencia de lo ocurrido en el estado de
naturaleza, en el estado civil el miedo deja de ser razonable.
Según lo dicho por Hobbes, parecería que el miedo desaparece bajo la presencia de un gobierno civil. Mas sin embargo en su propuesta el miedo no es anulado al
pasar del estado de naturaleza al estado civil. Lo que cambia es la fuente del miedo.
El miedo a la violencia individual lo transmuta en el temor a la violencia de una
fuerza superior a la que deberá someterse: la violencia del Estado. Éste no anula la violencia ni el miedo; sólo cambia la forma. Es indispensable la presencia del
Leviatán, de ese poderoso organismo colectivo que se imponga sobre los apetitos
individuales, capaz de sosegar la ambición y la avaricia de los humanos, lo cual no es posible “cuando falta el temor a algún poder coercitivo” (Hobbes, 1979: 235).
También para B. de Spinoza los hombres son sujetos de pasiones, más que de la
razón. “En tanto que los hombres son conducidos, como hemos dicho, más por la pasión que la razón, se sigue que una multitud se congrega y desea ser guiada, como
si fuera por una mente, no a sugerencia de la razón, sino de alguna pasión común –
esto es… esperanza común o miedo o el deseo de vengar algún dolor común” (De
Spinoza, 2004: 316). Entonces el miedo y la esperanza son importantes en la producción de mecanismos de control social, pues siempre será necesaria una dosis de
temor a la fuerza del Estado para lograr mantener la estabilidad del orden social. El
miedo tiene también una denotación positiva en el discurso de Spinoza:
18
Puesto que los hombres rara vez viven según el dictamen de la razón, estos dos
afectos (...) la esperanza y el miedo, resultan ser más útiles que dañosos; por tanto
supuesto que es inevitable que los hombres pequen, más vale que pequen en esta
materia. Pues, si los hombres de ánimo impotente fuesen todos igualmente
soberbios, no se avergonzaran de nada ni tuviesen miedo de cosa alguna, ¿por medio
de qué vínculos podrían permanecer unidos, y cómo podría contenérseles? El vulgo
es terrible cuando no tiene miedo…” (De Spinosa, 1980: 226)
Parece existir entonces una correlación positiva entre el poder político y el miedo. Éste es útil para el primero, por corresponderle la función de control sobre las
actividades de los individuos en la manifestación de sus emociones. El temor deja una
marca asociada con los comportamientos sociales indeseables. Esta característica puede tener distintos grados, según se viva un régimen autoritario o uno democrático.
El primer tipo parece más proclive al uso de este instrumento poderoso para intentar
controlar las disidencias de grupos o de fuerzas antagónicas, mas no tienen la
exclusividad en el uso del miedo en la política, como lo mostraremos en seguida.
MIEDO Y PARTICIPACIÓN POLÍTICA
No son pocos los regímenes en el mundo moderno, en sus distintas fases, que se
han valido de los sentimientos y de modo específico del miedo a la violencia para domesticar a los gobernados. Erich Fromm analizó el comportamiento de gran parte
de la población alemana, producido por la política aplicada por el Führer durante el
nazismo. Debido a que Hitler requería de la lealtad de la mayoría de la ciudadanía, el régimen abolió todos los partidos políticos, llevando al partido nazi a ser identificado
con Alemania. Toda oposición a tal partido único era considerada como un ataque a la
patria. Así, una parte de la población, aunque fuera contraria a los principios del
partido nazi, prefirió defenderlo de las críticas extranjeras para no quedar aislada. No existe nada más difícil para el hombre común que soportar el sentimiento de hallarse
excluido de algún grupo social mayor” (Fromm, 1981: 235). El nazismo es una
muestra de participación política por sectores de la población conducidos por el manejo de sus sentimientos, por el “miedo al aislamiento”.
Es bien sabido que la estrategia del miedo a la violencia ha sido utilizada por
algunos gobiernos latinoamericanos a través de la historia, mostrando ser una
herramienta muy útil en ciertos momentos clave para preservar el poder político. Basta por el momento recordar las dictaduras y otros tipos de gobierno autoritario en
algunos países del continente, sobre todo durante la segunda mitad el siglo XX.
Estudios actuales nos muestran que los políticos apelan a las emociones de los ciudadanos. Recurrir a ellas se convirtió en sello distintivo de la publicidad televisiva
que domina las elecciones contemporáneas. El papel de las emociones es aceptado de
19
modo central en el comportamiento político de los ciudadanos y, mientras para los
consultores aquéllas son consideradas como una materia prima sobre la cual se puede
trabajar, los críticos las denuncian por sus tendencias manipuladoras y por ser veneno para la toma democrática de decisiones al apelar más a las emociones que a la razón.
Además se ha encontrado una fuerte evidencia del poder persuasivo que tienen los
anuncios políticos cuando invocan al miedo. “Los anuncios de campaña pueden alterar de modo significativo la influencia sobre los votantes enviando mensajes
negativos de miedo al evocar música e imágenes” (Brader, 2005: 400).
A pesar de estas menciones, sin duda existe una insuficiencia de investigaciones
empíricas que den cuenta del papel jugado por el miedo en la participación política, más allá de las conocidas variables apatía y escasez de tiempo: “la explicación real de
las variaciones en las tasas de participación política puede no ser apatía del todo, sino
miedo –miedo de la violencia, o formas más sutiles de temor relacionadas con la coerción social y económica […] Es evidente que ha llegado el momento de
reconsiderar empíricamente el papel del miedo en la participación política” (Salamon
and Van Evera, 1973: 1288-1289). Al respecto, cuando se compararon los resultados
de un estudio sobre participación política de la población negra en 29 condados de Mississippi, entre las variables miedo, apatía y discriminación, se descubrió quela
primera tiene un peso mucho mayor que la apatía o la discriminación en las tasas de
participación de esta población (Salamon and Van Evera, 1973: 1305).
Aunque sin mostrar indicadores empíricos, se pueden citar los casos de los
comicios mexicanos para presidente de la república en 1994 y 2006. En 1994 se
difundió a través de los medios de información el mensaje de que la violencia se apoderaría de la sociedad si un partido distinto al gobernante llegara al poder ganando
las elecciones. En 2006 se hizo circular de modo intenso un mensaje afirmando que
sería peligroso para México si uno de los candidatos de la oposición ganara la
elección presidencial. En ambos casos perdió el candidato que fue estigmatizado por el bloque en el poder. El estigma fue utilizado para despertar el miedo y apartar a los
votantes de un candidato adversario. El manejo de los sentimientos en sentido político
estuvo presente en estos hechos contando con la enorme influencia que tienen los
medios de información3. Por ello algunos periodistas calificaron el hecho como “el
voto del miedo” (Proceso, 10 de nov. de 2012).
3 En el mundo moderno el temor a la violencia del Estado u otras violencias, puede ser
estimulado, intensificado o mitigado por los mass media. El papel de los medios de
comunicación en relación con los sentimientos a nivel masivo debe ser tratado con más
amplitud de la que se le puede brindar en este ensayo.
20
En las condiciones actuales de la sociedad mexicana el Estado está teniendo un
reto de grupos privados, los cuales se encuentran en situación de competencia por el
uso de la violencia. El temor se ha duplicado y se ha esparcido entre la población. No sólo es temor a la violencia del ente político, sino a la violencia de grupos privados.
Muchos ejemplos se podrían citar en este sentido, lo cual hace posible hablar de una
situación semejante al estado de naturaleza expuesto por el iusnaturalismo4.
CONCLUSIÓN
Aunque el miedo ha sufrido transformaciones en sus representaciones, desde la
Antigüedad al mundo posmoderno, según lo mostrado en este ensayo, parece mantener una relación casi inseparable con la violencia y la dominación. El miedo,
sentimiento básico, ha sido usado como un instrumento o mecanismo de dominación
por grupos dirigentes. La religión durante la Antigüedad y la Edad Media le otorgaron un estatuto positivo por su capacidad de control sobre los individuos. El miedo ha
sido valorado de forma diferente, positiva o negativa. Y aunque ha tenido distintas
expresiones a través del tiempo, se le ha utilizado como un medio de obediencia, haya
sido por la religión en la Antigüedad, o por la Iglesia católica en la Edad Media para evitar la violencia de los caballeros o para guiar el comportamiento de los infantes. En
el mundo moderno y posmoderno los miedos parecen haberse multiplicado y
diversificado en dimensiones desconocidas en las otras eras.
Las ciencias sociales y la filosofía mostraron la influencia de los sentimientos en
el comportamiento social, y aunque encontraron que son más importantes que la
poderosa razón para poder liderar a un pueblo, no estudiaron de modo específico el
miedo. Los teóricos de la ciencia política fueron quienes sistematizaron en su discurso el miedo como un factor necesario utilizado por el Estado, como mecanismo de
dominación en el sostenimiento del orden social. El temor a la violencia del Estado,
sentimiento al cual es necesario apegarse para evitar la guerra de todos contra todos, cobró una nueva dimensión en el discurso sobre el Estado moderno.
Aunque escasos, estudios recientes muestran con indicadores empíricos los
efectos específicos del miedo en la participación política en algunos grupos sociales por encima de variables comunes como la apatía. Además explican la utilización del
miedo a la violencia de parte de algunos Estados para el control de la población o en
4 Hobbes no asegura que el estado de naturaleza exista en general en las sociedades. Empero,
consideró que en su época se podían registrar casos de órdenes sociales próximos a este estado.
Es decir, es posible que algunas sociedades se acerquen a la guerra de todos contra todos.
21
contra de sus adversarios, a quienes se estigmatiza para generar un sentimiento de
rechazo y mantenerse en el poder o lograr un triunfo electoral.
BIBLIOGRAFÍA
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23
EL MIEDO Y EL OLVIDO SOCIAL; EL NARCOTRÁFICO Y LA
VIOLENCIA
Lilián Paola OVALLE
, Mario Alberto MAGAÑA
y Morella ALVARADO
MIQUELENA
INTRODUCCIÓN
Para cumplir con su objetivo de pensar la violencia, en este texto buscamos explorar la cada
vez más difusa, desgastada e insuficiente categoría de violencia a partir de su correlato social.
A partir de las huellas que va dejando. Huellas que se evidencian en los territorios que
fragmenta, en el espacio público en el que se asienta. Y sobre todo, huellas de la violencia que
se evidencian en las subjetividades, afectos y corporalidades de quienes convivimos con ella.
En el primer apartado se advierte la necesidad de que el análisis propuesto rebase
los observables de las estadísticas sobre hechos violentos. Para alejarnos de interpretaciones apresuradas y en algunas ocasiones insensibles, se debe reconocer
que además de la dimensión física, la violencia urbana tiene dimensiones simbólicas
que deben ser interpretadas en su doble configuración: como legibles y como ilegibles. En el siguiente apartado, El miedo y sus nuevas cartografías, se narra el
proceso social mediante el cual se ha fragmentado el territorio. Se hace palpable una
tendencia de privatización y abandono del espacio público y una arquitectura del miedo que restringe los recorridos por las diferentes ciudades donde se ha asentado la
“narcoviolencia”. En el tercer apartado se expone la forma en que, a cuenta del
discurso totalitario de la guerra, las víctimas de violencia son contabilizadas, y
La doctora Lilián Paola Ovalle es coordinadora de Investigación y Posgrado del Instituto de Investigaciones Culturales-Museo de la Universidad Autónoma de Baja California (UABC).
Oriunda de Cali, Colombia, ha trabajado sobre violencia social y procesos socioculturales del
consumo y tráfico de drogas. Publicó Entre la indiferencia y la satanización:
representaciones del narcotráfico desde la perspectiva de los jóvenes universitarios de
Tijuana, Ed. UABC, 2006. Mario Alberto Magaña es doctor en Ciencias Sociales por el Colegio de Michoacán. Investigador del Instituto de Investigaciones Culturales-Museo de la UABC. Su línea de
investigación es sobre “Memoria Colectiva e Historia Cultural”. Morella Alvarado Miquelena, venezolana, es investigadora del Instituto de Investigaciones de la Comunicación (ININCO), de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad
Central de Venezuela. Especializada en temas de sociología del cuerpo. Trabaja sobre
“Educación, Comunicación y Medios”.
24
posteriormente olvidadas. En el cuarto y último apartado, se señala la importancia de
visibilizar la heterogeneidad de sentidos que se ocultan tras la exposición mediática
de cuerpos muertos.
LA LEGIBILIDAD Y LA ILEGIBILIDAD DE LA VIOLENCIA
Memoria, espacio público y emociones, son los filtros conceptuales que aquí se
instrumentalizan para leer la violencia. Sin embargo, se reconoce que todo intento por descifrarla, corre por la cuerda floja. Encontrar un orden o un sentido en los
escenarios y expresiones violentos es un despropósito. Poner en palabras y hacer
comprensible el dolor de sus víctimas, es imposible. Por ello, estas reflexiones que
hemos tejido, están enmarcadas por una pregunta central: ¿Es legible o ilegible la violencia?
La geografía de México ha sido reconfigurada. Los lugares han sido marcados. El
espacio público ha sido fragmentado. Los símbolos de la nueva cartografía son “narcofosas”, “casas de seguridad”, “narcomantas”, balaceras, retenes, cuerpos
colgados, decapitados, mutilados. Ante este escenario, la violencia como categoría se
desmorona y resulta insuficiente.
En esta ambigüedad e ilegibilidad de la violencia, se asienta el miedo y la parálisis social. Es la opacidad de esta violencia, la que permite que los discursos que
apelan a la levedad y al olvido se asienten como verdades que sustentan la idea de la
necesidad de la guerra. Es una paradoja. Para apelar a la memoria y a la comprensión de las dinámicas que configuran la violencia, ésta debe ser pensada, nombrada,
reflexionada. Debe hacerse legible. Sin embargo nada más inútil que intentar nombrar
y codificar la tragedia y el dolor que implica la violencia. Es ilegible.
Reconocer la ilegibilidad de la violencia, implica reconocer su complejidad y
pone un freno a interpretaciones apresuradas. Serres (1995, p 2-3) hace referencia a
esa “tentación” por reducir la complejidad de los fenómenos cuando intentamos
comprenderlos. Nada menos recomendable para enfrentar el reto que implica el análisis y la comprensión de la violencia actual en el contexto mexicano.
We are fascinated by the unit; only a unity seems rational to us. We want a principle,
a system, an integration, and we want elements, atoms, numbers. We want them, and
we make them. A single God and identifiable individuals. The aggregate as such is
not a well-formed object; it seems irrational to us. The arithmetic of whole numbers
a secret foundation of our understanding; we’re all Pythagoreans. We think only in
monadologies. Nevertheless, we are as little sure of the one as of the multiple. We´ve never hit upon truly atomic, ultimate, indivisible terms that were not
25
themselves, once again, composite. Not in the pure sciences and not in the worldly
ones.
Precisamente, esta idea de la legibilidad y la ilegibilidad de la violencia es una
invitación para eludir las explicaciones unitarias (y utilitarias), que por lo general son impuestas desde el discurso oficial del Estado, desde los discursos oficiales de los
medios de comunicación, o desde los discursos oficiales de la academia. Y por tanto,
es una invitación para explorar los caminos teóricos y metodológicos que permitan
dar cuenta de lo múltiple y lo variado de las experiencias asociadas a la violencia, en este caso a la exacerbada e inédita violencia asociada a la producción, el tráfico y el
consumo de las drogas ilegales.
Por más distancia que como investigadores pudiéramos adoptar frente a la violencia como objeto de estudio, su poder transgresor del sentido impacta las
subjetividades de quien la estudia. Ante esto se puede apostar a la construcción de un
discurso académico sobre la violencia que pudiese imaginarse pulcro, objetivo,
neutral, que resguarde nuestro ejercicio de pensamiento en un lugar lo más seguro posible. Podemos elegir teorías, marcos conceptuales y caminos metodológicos para
identificar, clasificar, nombrar, codificar, organizar y entender la racionalidad de la
violencia actual en México. Pero la apuesta del proyecto de investigación en el que se inscribe la presente reflexión va precisamente en el sentido contrario.
Las teorías sobre la violencia nos pueden ofrecer un conjunto de expresiones y
postulados formales bien articulados que nos permitan caracterizar los hechos y datos empíricos de la violencia. Nos pueden resguardar en la certidumbre de la explicación.
Incluso podríamos identificar en la “narcoviolencia” un bizarro laboratorio de la
postmodernidad y su postviolencia que nos ayude a descifrar un modelo de escalada
violenta por la interconexión de una serie de elementos económicos, sociales, culturales y hasta psicológicos. Un modelo que nos ayude a explicar y a predecir lo
que podría pasar o está pasando en otras ciudades de México o del mundo.
El camino que andamos aquí, tampoco va por esta vía. Reconocer la ilegibilidad y la legibilidad de la violencia, justamente es una invitación a problematizar la
violencia, a pensarla, a renombrarla de formas legibles, sabiendo de antemano que se
fracasará en el intento. Por esto, el papel de la teoría aquí es tangencial pero no por ello menos importante. Para hacer legible la violencia que se viene atestiguando en
México, ésta requiere objetivarse. Las teorías sobre la violencia y sobre la guerra no
iluminan la discusión que debe darse. Ésta debe anclarse en observables concretos, en
datos empíricos de los feminicidios, los juvenicidios, la arquitectura del miedo, las extorsiones, etc. Por ello, el abordaje que se propone para pensar la ilegibilidad de la
26
violencia es más conceptual que teórico. Claro que no es un planteamiento novedoso.
Hace 20 años Zemelman afirmaba:
“Antes de conocer hay que construir la relación con la realidad, que constituye la
aprehensión del conocimiento anterior a la formulación de juicios predicativos. Hay que complejizar esta relación para enriquecer así mismo el contenido de las
proposiciones teóricas, en forma tal que no se formulen exclusivamente con base en
la acumulación de conocimiento. En este sentido, no compartimos el juicio de
Stinchcomb acerca de que ‘resulta poco útil discutir conceptos sin hacer referencia a
teorías sustantivas’, por el contrario consideramos que la perfección conceptual
puede avanzar sin necesidad de un incremento en el conocimiento sobre el
funcionamiento del mundo” (Zemelman, 1992, p. 147).
Se debe entonces romper con las determinaciones teóricas porque los conceptos
que las componen aparecen desgastados y saturados ante las inéditas manifestaciones de horror y violencia. El ejercicio de análisis, en suma, es un ejercicio de armado fino
de piezas conceptuales que podrían incluso parecer alejadas de los lugares comunes
desde donde se reflexiona el problema de la violencia. Memoria, Olvido, Espacio público, Emociones, Miedo, Esperanza, Son estos los filtros conceptuales desde los
cuales se piensa la violencia en este texto, desde los cuales se reconoce su ilegibilidad
y desde los cuales intentamos aprehenderla, nombrarla y hacerla legible.
EL MIEDO Y SUS NUEVAS CARTOGRAFÍAS
En México, la violencia asociada al “crimen organizado” o al “narcotráfico”, no
es un problema exclusivo de las zonas fronterizas. Sus expresiones se han
territorializado en prácticamente todas sus regiones. Las ejecuciones, los ajustes de cuentas y el uso del cuerpo como escenario para enviar mensajes de terror a los
adversarios, se transmiten diariamente por los diversos medios de comunicación.
En ciudades como Tijuana, Acapulco, Ciudad Juárez o Culiacán, la situación actual de violencia y la militarización de la “guerra contra el crimen organizado”
deriva en tendencias de privatización y abandono del espacio público que se hace
palpable en una arquitectura del miedo que restringe los recorridos por la ciudad.
La calle, espacio que costó siglos configurar como lugar de encuentro y camino, accesible a todos los ciudadanos, ha quedado marcada por mantas, cuerpos y
manchas, relatos de la vulnerabilidad, el miedo y el horror. Los lugares privilegiados
para desechar los cuerpos, dejaron de ser los canales, los parajes rurales escondidos, el desierto periférico a las ciudades. Cuando la intención es sembrar terror y paralizar
a la ciudadanía, los cuerpos deben ser expuestos con contundencia en el espacio
público más visible. Por ejemplo, en las banquetas, las avenidas y los puentes.
27
Las banquetas, espacios para la circulación de los peatones, también se han
convertido en bases para la exposición de la muerte. En ellas no sólo han aparecido
los cuerpos baleados, ensangrentados y torturados de miles de personas. Se han convertido en escenarios del desmembramiento corporal. Así: el desmembramiento
del sentido de lo humano. Zarandeados, empozolados1, trozeados, neologismos de la
jerga narca, que aluden a formas diferentes de borrar la identidad de los cuerpos muertos. Estas banquetas son el escenario de imágenes caracterizadas por la
ambigüedad que se aprecia en el desorden de fragmentos de cuerpo. El principal
elemento ambiguo es la figura de la víctima. La humanidad del cuerpo que se retrata
no es perceptible. En algunas ocasiones es incluso difícil identificar a simple vista si se trata de un cuerpo o más, de una víctima o más.
Cavarero denomina a estos hechos como “asesinatos de la unicidad” y ubica en la
violencia contemporánea, una tipología especial a la que designa como “horrorismo”. Se trata de un tipo particular de crimen ontológico que va mucho más allá de la
muerte. El horror aunque se puede ubicar en el mapa conceptual del miedo, lo
trasciende. Ante el horror, la manifestación física se agudiza. Se ubica entre el
espanto y la repugnancia, que obligan a desviar la mirada. En estos asesinatos, se expone la destrucción de la unicidad del cuerpo, se borra la identidad, se deshumaniza
el cadáver. Al identificar estos cuerpos muertos como zarandeados o empozolados, se
niega la condición humana en la física de los cuerpos y en lo abstracto del lenguaje. El desmembramiento y su exposición en el espacio público, territorializa la violencia.
El impacto social de estas muertes crece exponencialmente. Atenta contra la
condición del género humano y expande el horror.
Las avenidas, también han sido resignificadas en la actual violencia de la ciudad.
La recomendación “¡no salgas!”, no sólo implica el riesgo que se asume al habitar
las calles como peatón. Los recorridos por la ciudad deben limitarse
considerablemente ya que ni en los coches ni en el transporte público se está a salvo. Se corre el riesgo de quedar atrapado en una balacera o en un narcobloqueo
2, o de ser
testigos de otras imágenes de desmembramiento: los decapitados. Los decapitados
1 Estas dos figuras establecen una macabra relación entre la manipulación de los cadáveres y la
elaboración de recetas culinarias típicas de México. Metáfora que evidencia con descaro la trivialización de la muerte. Se trata del pescado zarandeado (cocinado a las brazas) y el pozole
(una sopa espesa y espumosa con maíz y trozos de carne). En este sentido, los zarandeados son
cuerpos incinerados y los empozolados son cuerpos desintegrados en ácidos. 2 Práctica en la que miembros del crimen organizado cierran las avenidas con autobuses y autos
robados.
28
constituyen una puesta en escena, en la que por lo general se exhiben las cabezas de
hombres asesinados, en ocasiones acompañadas de mensajes escritos en cartones,
mantas. En estas imágenes la dignidad humana es especialmente ofendida. El rostro es la cepa de la identidad. Ante las escenas que exhiben cabezas despojadas de sus
cuerpos, el sentido de lo humano se derrumba.
Los puentes, estructuras urbanas que dinamizan la movilidad al interior de una ciudad, en algunas ciudades del territorio mexicano se han reconstituido como lugares
de la exposición de la muerte. Estas visibles estructuras se han convertido en
depositarios de grandes mantas con mensajes de grupos ilegales dirigidos a sus
contrincantes o a la ciudadanía. Abundando en la crueldad de estos mensajes, se pueden recordar los cuerpos que han aparecido colgados. Cuerpos desnudos, que
exponen marcas de tortura y que literalmente cuelgan de cuerdas atadas a cabezas
cubiertas de cinta adhesiva plateada. Estos son designados como enteipados3.
Le Breton (1995, p.43) afirma que “la individuación por medio del cuerpo se
vuelve más sutil a través de la individuación por medio del rostro. Para comprender
este dato hay que recordar que el rostro es la parte del cuerpo más individualizada”.
Para el autor, el rostro es la marca de una persona, el lugar de la geografía corporal en el que se deposita el signo de su singularidad. Sin el rostro que proporciona identidad,
el hombre no existe. El horror de esta escena radica, pues, en la desfiguración. Al
exponer un cuerpo desnudo, que culturalmente debe permanecer cubierto, los límites se trasgreden esbozando lo abyecto. Y al ocultar el rostro, cepa de la singularidad, se
destruye al viviente. En últimas, se invisibiliza a la víctima.
Se conforman narrativas visuales y lenguajes que naturalizan la violencia. Los tiros de gracia, los encobijados, los encajuelados, los empozolados, los enteipados,
zarandeados y levantados, se cristalizan en el lenguaje popular como neologismos
que trivializan el horror de las muertes que relatan. Ante formas más crueles de
violencia, la lengua incapaz de nombrarla, la enmascara y la aliviana. Más aun, al transmitirse mediáticamente, caracterizan la vida diaria por la cotidianidad de la
violencia. Resultan esclarecedoras las palabras de Appadurai al señalar que aunque
generalmente la violencia ha sido concebida en términos de caos, brutalidad o irracionalidad, pueden ser ubicadas como un agente ordenador de la vida cotidiana. Es
cuando surge el peligro, que se ha constatado en otros escenarios geográficos y
temporales: cuando la violencia llega y se naturaliza, llega para quedarse.
3 Modismo derivado de la adaptación del inglés tape, nombre de este tipo de cinta
29
Se sabe que la violencia no es humana e inevitable. “No son los genes los que
llevan inscrita la violencia” (Genovés, 2001, p.84). La violencia es cultural, es
aprendizaje. En la violencia actual de México, se debe reconocer la existencia de organizaciones con el suficiente poder social como para defender su rentable proyecto
ilegal por medio de la instrumentalización de la violencia. Se debe reconocer
igualmente, que con sus políticas de militarización, el Estado se suma a la cadena de instrumentalización de la violencia. El gobierno opta por la retórica de la guerra. Una
guerra en la cual “las bajas” de ambos bandos son esperables e inevitables.
Como señala Cavarero, la noción de guerra evoca un viejo concepto que más que
iluminar, confunde el debate sobre la violencia contemporánea. Para esta autora los procesos de denominación en términos de guerra, con su lógica de amigos y
enemigos, son parte integrante del conflicto. La sociedad civil debe aprender o
desaprender a ubicar enemigos externos al nosotros. Aprender o desaprender que existen “mafiosos”, “narcos”, “criminales” extraños a la sociedad, cuyas muertes
debemos celebrar, o en el mejor de los casos, ignorar y olvidar.
Conceptualmente, la guerra hace referencia a una violencia recíproca. Nunca a
una violencia ejercida contra el inerme, contra quien no se puede defender. Sin embargo, gran parte de las actuales muertes del narcotráfico en México, no se dan por
enfrentamientos entre grupos armados. Los muertos “aparecen” en fosas, en el
espacio público, en cobijas, en tambos. La figura de los “levantamientos” o desapariciones forzosas, constituyen la principal estrategia para acabar con las vidas
de estas personas.
La experiencia que dejan las guerras y los conflictos armados es que en contextos donde la violencia y el terror se asientan como modos de la cotidianidad, la
ciudadanía que habita estos lugares, debe generar una serie de estrategias
psicosociales y culturales para mantener la continuidad de la vida. Naturalizar la
violencia construyendo un lenguaje que le otorgue levedad, restringiendo los recorridos por la ciudad, abandonando los espacios públicos y privilegiando los
privados, cediendo su espacio vital y adecuándose a las circunstancias, asumiendo
acríticamente los discursos oficiales, evocando el mesianismo. Implica que la sociedad que convive con este tipo de violencia, debe adecuarse y construir discursos
y prácticas que les permitan “convivir” bajo la égida de la fuerza. No mirar, no hablar,
no salir, creer los discursos oficiales. O al contrario, mirar, pensar, hablar, recuperar espacios, resistir las posturas oficiales que apuestan a enfrentar la violencia con
violencia. Así, la sociedad debe aprender o desaprender que la guerra es necesaria. De
estos aprendizajes complejos depende el proceso de territorialización o de desarraigo
30
de la violencia en su geografía. La coyuntura marca la doble posibilidad de
consolidación de comunidades de miedo y/o de comunidades de esperanza.
OLVIDO SOCIAL DE LA VIOLENCIA ASOCIADA AL NARCOTRÁFICO
Cuerpos tirados y cercados por charcos de sangre. Las escenas de balaceras, con
autos abandonados y montones de balas en el piso. Los cuerpos cubiertos por cobijas
teñidas de sangre. Cuerpos en las cajuelas de autos abandonados. Resignificación de los canales de riego y lotes baldíos como depósitos de cuerpos. Rostros cubiertos con
cinta adhesiva plateada. Cuerpos expuestos impúdicamente colgando de puentes.
Cabezas decapitadas acompañadas de mensajes mal escritos. Escenas televisadas de
largos enfrentamientos entre el ejército y los criminales: a partir de todas estas imágenes mediatizadas y cotidianas, se construyen narrativas para explicar la
dolorosa experiencia que se acumula en el territorio mexicano.
En este apartado se explora la forma en que la reconstrucción de estos hechos violentos y dolorosos, se debate entre la presencia y la ausencia, entre la memoria y el
olvido. Como se argumenta a continuación, la contundencia de estos hechos violentos
y la forma en que se disponen en el espacio, los hace imposibles de ignorar. Están
presentes en la cotidianidad y en los mensajes mediatizados. Sin embargo, su reconocimiento se convierte en un lastre para la continuidad de la vida. “El cadáver
me indica aquello que yo desecho para vivir”, afirma Kristeva (2006:8).
Se puede identificar un modo de ordenar y conectar las imágenes y las palabras asociadas a las muertes violentas y desapariciones forzosas en México. Estas
narrativas e imágenes son secuencias que se interconectan de determinada forma.
Cabe preguntarse: ¿cuál es el sentido que se construye alrededor de esta violencia? ¿Cómo se ordenan y representan estas muertes y desapariciones forzosas? ¿Cómo son
presentadas las víctimas de estos hechos violentos?
Los discursos de los que se dispone para hallar el sentido de estas muertes
violentas y desapariciones parecen insuficientes. ¿Cuáles son los sentidos y significados que sobre la muerte circulan por las redes del narcotráfico? Es necesario
detenerse y mirar esas escenas de terror porque “en la técnica del asesinato se expresa
una cosmovisión”, afirma Restrepo (2005:16). Para descifrar el sistema de significados que delínean la violencia exacerbada asociada al crimen organizado,
resulta pertinente el aporte de Imbert cuando distingue dos formas de violencia
(1992:12): violencia real y violencia representada.
La violencia real hace referencia al acto mismo de la agresión o ejecución. La
violencia representada es un hecho discursivo, y como tal, tiene sus propias leyes para
31
crear su realidad: es la violencia, pero traducida en discurso o en imagen; es la
violencia modalizada y manejada por el periodismo que tiende a hacerla visible
públicamente; es el relato que construyen los actores sociales para explicar la realidad en la que están inmersos; es la violencia que se convierte en discurso académico, en
explicación abstracta o estadística. En otras palabras, la violencia representada hace
referencia a la forma en que estas muertes y desapariciones son interpretadas, a la forma en que son divulgadas y a la forma en que son naturalizadas y ritualizadas. Los
mensajes y los códigos depositados en el territorio donde suceden las muertes
violentas asociadas al narcotráfico, continúan sobre los cuerpos que se vuelven un
lugar, un escenario de ejecución del ritual violento (Blair, 2005).
En este sentido, desde una perspectiva sociocultural, se constata un consenso en el
señalamiento de que el cuerpo es un objeto social, portador de la memoria social. “El
muerto no dice nada, es puesto a hablar a través de su descuartizamiento”, afirma Castillejo (2000: 24). Los cuerpos muertos del narcotráfico son mensajeros del terror
cubiertos de significaciones. Las redes de comercialización de drogas ilegales
instrumentalizan la violencia en aras de la preservación de sus actividades
económicas y, ante el agotamiento de escenarios de expresión, utilizan los cuerpos para transmitir mensajes que impacten e instauren en los imaginarios sociales el poder
que detentan y que sirvan como elemento persuasor para quienes consideren
incumplir sus “reglas del juego”.
De este modo se naturalizan y ritualizan los sentidos de la violencia escenificada
en el territorio mexicano. Al ver dichas imágenes abyectas o los videos que narran el
horror de estas muertes, se confirma su existencia. Pero como afirma Kristeva (2006), “frontera sin duda, la abyección es ante todo ambigüedad”, y el principal elemento
ambiguo que aparece en estas imágenes es la víctima. ¿Quién es?, ¿De dónde viene?
¿Algo tuvo que ver para que eso le sucediera? ¿Es una guerra entre “ellos”?
En los relatos de violencia no hay víctima si no hay victimario, pero en las narrativas que se construyen alrededor de la violencia asociada al narcotráfico resulta
difícil precisar quién es quién. Incluso, cuando el que muere es un policía o un
integrante del gobierno, un manto de sospecha cubre su muerte. La ritualización de las formas de la violencia asociada al “narco”, nos relata la manera en que el poder de
estas redes permanece en el tiempo por el uso de la violencia simbólica y directa.
Como lo plantea Ansart (1990:187), el poder se crea y se conserva a través de la producción y la transposición de imágenes y por medio de la manipulación de
símbolos que son organizados dentro de un marco ceremonial. El miedo es más
temible cuando es difuso, disperso, poco claro, cuando la amenaza es entrevista en
32
todas partes (Bauman, 2007:11). En este contexto no parecen identificarse “víctimas
inocentes”. Constantemente, los discursos oficiales señalan que la mayoría de las
bajas son parte de grupos criminales. Esta forma de presentar a la víctima permite la lectura culpabilizadora de la persona retratada y son estos relatos los que sustentan la
impunidad en la que quedan la mayoría de estos asesinatos y desapariciones.
Los discursos oficiales intervienen en las narrativas que se construyen y determinan, en buena medida, qué es lo que hay que olvidar y qué es lo que debe
mantenerse en la memoria (Mendoza, 2005). En esta línea argumentativa, como la
mayoría de los cadáveres pertenecen a criminales, como la guerra “es entre ellos”, no
es necesario que se integre a la memoria colectiva de la sociedad mexicana. Aunque en esta construcción del olvido social tienen un papel fundamental los discursos
oficiales y los grupos de poder, es necesario que como sociedad nos examinemos y
nos preguntemos de qué forma contribuimos a la indiferencia y al olvido de estas muertes y desapariciones. En tal sentido, Soyinka (2007) afirma: “No examinarnos a
nosotros mismos limita la eficacia a largo plazo de la respuesta y nos cataloga como
poseedores de la mentalidad del fanático que nunca trata de recuperar un momento de
duda. La dudosa doctrina de que no hay inocentes se cimenta en materia duradera”.
Mendoza (2005) señala que el olvido puede fincarse antes o después de la
memoria. En el primer caso, se implementan mecanismos que imposibilitan que los
acontecimientos significativos de una sociedad se articulen y se comuniquen. La rapidez de los sucesos rebasa el ritmo para percibir, vivenciar y retener los
acontecimientos. “Es tal el abultamiento de eventos que por la saturación ninguno
termina de generar sentido y por lo tanto no entran en la memoria del grupo”. En el segundo caso, el olvido se presenta después de que los eventos han pasado por la
memoria. Los eventos significativos para un grupo no logran ser comunicados ya sea
por el silencio, por omisión, por el terror, por prohibición, por censura o porque no
hay comunicación de experiencias que le interesen al grupo de poder. Como se ha señalado en este apartado, la reconstrucción de las muertes violentas y las
desapariciones asociadas al narcotráfico, se debaten entre la presencia y la ausencia.
Este devenir entre la memoria y el olvido, es el resultado de la dinámica del miedo pero también de los usos de éste por parte de los grupos de poder. Sin duda, al
reconstruir o no los sentidos de estos hechos violentos, la sociedad se encuentra ante
una paradoja: el dolor y la tragedia humana que implican estas muertes son en sí memoria. Empero, el dolor espera ser olvidado y allí radica la paradoja: “Los hechos
suscitan el imperativo de olvidar a cualquier costo la ininteligibilidad del dolor. El
olvido es la expresión misma de lo abyecto”, afirma Mier (2008:30).
33
En esta misma idea, Mendoza (2005) arguye que la memoria guarda una ambigua
relación con el miedo ya que dispara los mecanismos de la huida, de la negación, del
olvido. Al mismo tiempo, la evocación es consuelo y confirmación de las identidades. Por otra parte, es necesario resaltar que los grupos de poder, tanto político como
social de las redes del narcotráfico, determinan en gran medida los discursos y los
sentidos que se le atribuyen a las desapariciones y muertes. “El poder muestra, esconde y se revela a sí mismo tanto en lo que exhibe como en lo que oculta”, dice
Calveiro (2002:53).
Importantes sectores de la sociedad replican los discursos oficiales: “es una guerra
necesaria”; “los muertos los ponen ellos”. En estos discursos se reduce la realidad y el intercambio de visiones. Cuando surgen voces que apelan a la búsqueda de caminos
diferentes –como la despenalización– los disuelven negándoles legitimidad o
credibilidad. Cuando surgen notas o noticias que intentan desentrañar los códigos que comulgan con el proyecto ilegal del narcotráfico, aparecen juicios y cuestionamientos
hacia las coordenadas de socialización de importantes sectores de la sociedad. Las
voces de los familiares de las víctimas, la forma en que es atendida o no su petición
de justicia, las arbitrariedades que se cometen en la fabricación de culpables, forman parte de la misma imposición: “Esta guerra es necesaria”. De allí la importancia de la
memoria social, la que apela a la multiplicidad de experiencias y contrarresta las
visiones totalitarias de la realidad. Sólo con un ejercicio de codificación del dolor que dejan estas muertes y de articulación de la memoria social, se podrán ampliar los
sentidos que no se han construido y el potencial de los caminos que no se han elegido.
APELAR A LA MEMORIA
Marina (2006:15) explica que una cosa es la claridad de la experiencia y otra
muy distinta la claridad del sentido de la experiencia. En el caso de las muertes y
desapariciones forzosas relacionadas con el tráfico ilegal de drogas, está claro que se
viene instrumentalizando la violencia fuera de los canales legales que se establecen en un Estado de derecho; sin embargo, el sentido de todas estas muertes permanece
opaco. En este apartado se apela a la necesidad de “codificar el dolor”. Esto implica
recopilar, agrupar, catalogar y clasificar el repertorio de experiencias de los actores que participan o son víctimas de los hechos violentos. Las muertes violentas y las
desapariciones forzosas en México se han convertido en una realidad procesada
culturalmente en un contexto cotidiano. Reconstruir y articular la memoria social sobre las muertes violentas y las desapariciones forzosas asociadas al problema del
narcotráfico, no garantiza la curación. Sin embargo, al identificar las narrativas de esta
violencia, lo realmente importante es cómo se recuerdan o se olvidan estas muertes y
34
desapariciones, cómo se transmite o no el dolor de las víctimas y los familiares; qué
sentido de futuro construyen los habitantes expuestos de manera continua a las
imágenes y palabras que relatan los hechos.
Como Blair (2005) señala, la violencia es un fenómeno que las ciencias
sociales deben interpretar en el ámbito de los referentes simbólicos y de sus componentes imaginarios, intentando codificar e identificar los sentidos que circulan
sobre estas muertes y desapariciones forzosas. A continuación se exponen algunas
ideas preliminares que sobresalen en el contenido de algunas entrevistas.
LA IMPUNIDAD
Mientras en el apartado anterior se argumenta que es en el contexto de
prohibición que surgen y se explican las muertes y desapariciones asociadas al narcotráfico, en este punto se expone que la impunidad en la que quedan la mayor
parte de los hechos violentos explica y amplía la cadena de muertos y desaparecidos.
La violencia ligada al “narco” y al crimen organizado tiene altos niveles de impunidad. La mayoría de los casos de homicidios (o desapariciones forzosas)
asociados al crimen organizado, quedan sin resolver. De alguna manera, los miembros
de las redes del narcotráfico reconocen que en este territorio es posible
instrumentalizar la violencia sin llegar a ser procesados por estos delitos. En la última década se han formalizado asociaciones civiles que luchan a favor de la procuración
de justicia para todos estos casos. En estas asociaciones están agrupados familiares de
desaparecidos y de ejecutados, en delitos que han sido relacionados con el crimen organizado. Algunos de los familiares tienen claro que sus hijos estaban involucrados
en estas actividades; aún así, reclaman que sus casos sean investigados y que también
exista procuración de justicia para ellos.
Por ejemplo, Elena habla así de la situación de su hijo:
Yo entiendo que la gente tiene que pagar las consecuencias de lo que hace. Pero lo que pedimos es que haya un marco de derecho que los juzgue. Pero a nosotros no
nos dieron la oportunidad. Si mi hijo tuvo que ver con un delito, se le hubiera
juzgado, se le hubiera puesto en un penal. A mí se me perdió mi hijo. Y haya hecho
lo que haya hecho mi hijo yo lo hubiera ido a visitar, lo seguiría queriendo. Porque
era mi hijo. Pero no nos dieron la oportunidad. ¿Y a nadie le importa? Las
autoridades justifican la muerte de nuestros hijos “por andar en malos pasos” y las
cubren con un manto de impunidad.
35
Aquí es importante resaltar que la pregunta no va dirigida exclusivamente a
las autoridades. Cuando pregunta “¿y a Nadie le importa?”, se dirige a nosotros, a la
sociedad que convive en estos territorios y a la que estas asociaciones perciben como indiferente a sus reclamos. Consideran que la indiferencia, la falta de denuncia y de
participación, profundizan la impunidad de sus casos. Viven la trágica pérdida de sus
familiares con el desinterés de la sociedad, de las autoridades y de aquéllos otros afectados que no se atreven a alzar la voz y exigir justicia. Esto se observa claramente
en las siguientes palabras de Edith, una de las entrevistadas:
Cuando yo inicié a buscar a mi hijo, yo empecé sola, peregrinando por ese centro de gobierno como una loca. La gente no quiere ahondar. No quiere denunciar, o si
denuncian, no quieren saber más.
Como se ha señalado, la retórica de la guerra contra las drogas permea los
sentidos y los discursos que ubican socialmente estas muertes y desapariciones. Ser la
esposa, la mamá, la hermana o el familiar de un ejecutado o de un desaparecido, es cubrirse con el manto de la sospecha. Como si fueran contaminados por los sucesos
violentos de los que fueron víctimas sus familiares. Los dolientes muchas veces
prefieren callar su dolor; no averiguar o denunciar la muerte o desaparición de sus
familiares; es una opción para muchos de los afectados. No sólo evitan el rechazo y la mirada de sospecha, también reservan su seguridad y la de sus familiares.
UNA HERIDA ABIERTA
Las vivencias, el dolor, los trayectos y la lucha de los familiares de víctimas
de muertes violentas y desapariciones forzosas, no es diferente si se trata de “víctimas
inocentes” o de “víctimas sospechosas”. No es diferente si se trata de la muerte de un narcotraficante, de un policía, de un empresario, de un médico o de un estudiante. Las
imágenes mediatizadas y repetidas sobre estos hechos violentos abruman a los
familiares afectados. El intenso dolor de duelos no resueltos se alimenta y se revive
con las noticias que a diario ejemplifican la violencia en estos territorios. Las noticias que miles de personas leen como materia informativa, son codificadas por los
familiares de las víctimas de ejecuciones y desapariciones como un espejo de su
historia y de su dolor. A finales de enero de 2010, sobresalió la noticia de una nueva serie de asesinatos en Ciudad Juárez: las víctimas fueron 16 jóvenes estudiantes de un
barrio popular, quienes se encontraban festejando en una fiesta. La masacre fue
reducida, por las autoridades, como el resultado de una riña entre pandillas vinculadas a grupos contrarios de narcotraficantes. Durante los días siguientes, en las noticias
nacionales se veían los rostros de los familiares de las víctimas defendiendo la
36
inocencia de sus hijos y reclamando justicia. Imágenes de los funerales y del ritual de
los entierros fueron televisadas. Si bien estos sucesos de extrema violencia sirvieron
para hacer tambalear los discursos oficiales4 y para que se empezaran a integrar con
mayor fuerza los reclamos de nuevas estrategias para combatir el “crimen
organizado”, los hechos resultan devastadores para los familiares afectados. “Es la
sensación que acompaña lo incalificable. Rechaza toda nominación al expresar la destrucción como algo irreversible. No es indecible, es la experiencia del fracaso
mismo del lenguaje” (Mier, 2008:29).
ENFRENTAR EL MIEDO Y LA DESESPERANZA
El miedo tiene su propia dinámica y es difícil enfrentarlo. También es común
encontrar desesperanza. La creencia de que las cosas son así y no van a cambiar se
instaura en el imaginario. Ante estos escenarios, la mejor opción es no hablar, no indagar y menos reclamar justicia. Empero, hay quienes trascienden el miedo y el
dolor para luchar por investigaciones y justicia en las muertes de sus seres queridos.
“Estoy de pie como el primer día que me arrebataron a mi hijo. Pero ahora con más
ganas. Estoy aún más fuerte porque tengo compañeros a mi lado”, dice Edilma, una
de las tantas madres que en este momento continúan esperando que aparezcan los
cuerpos de sus hijos. Irma, otra integrante de esta asociación afirma: “Hay miedo,
hay dolor, hay coraje, hay impotencia pero sigo en esta lucha porque tengo que saber
qué pasó con mi hijo. ¿Dónde quedaron los restos de mi hijo?”
Indistintamente de la historia de sus familiares, lo que buscan es que estas muertes
y desapariciones no queden en la impunidad. Estos familiares, como grupo, reconocen que los discursos de guerra contra el crimen organizado y de la identificación de
enemigos sustentan las escasas acciones de la justicia por esclarecer los hechos. “La
valentía le apuesta a un proyecto de vida que antes de existir en la realidad existe en las mentes. La valentía se mueve pues en el campo de la inteligencia creadora. Esto
no quiere decir vivir por encima de nuestras posibilidades sino a pesar de nuestras
realidades”, afirma Marina (2006:237). Así, en los relatos de estos familiares, se
observa que no pueden eliminar el miedo y el dolor, pero actúan a pesar de él.
CONCLUSIONES
Desde una perspectiva que integra los elementos culturales, lo que subyace al
ejercicio del poder por parte de estas redes, es la capacidad de imponer un punto de
4 Hasta el punto en el que el mismo presidente Felipe Calderón, tuvo que disculparse por sus
primeras declaraciones.
37
vista, una visión sobre el mundo y con ello modificar los cursos de acción; esto es,
encontrar los mecanismos y estrategias para asegurar la permanencia del negocio.
Estos cuerpos expuestos y mediatizados son a la vez violencia latente que instaura en el imaginario la posibilidad real del empleo de la fuerza. No es solamente entre ellos.
Es una falacia creer que las muertes del narcotráfico no afectan a la ciudadanía en
general, o que constituyen hechos aislados de actores que cifraron su propio destino. Estos cuerpos son al mismo tiempo violencia simbólica que amedranta a todos los
habitantes del territorio; violencia simbólica que al naturalizar “los ajustes de
cuentas”, paralizan cualquier intento de hablar sobre el fenómeno, de reflexionar
sobre él y de emprender acciones ciudadanas capaces de contener los estragos de estas muertes. Sin embargo, en el actual contexto de violencia en México, se puede
observar la forma en que el miedo y el olvido social coexisten con el llamado a la
memoria y a la esperanza por parte de la sociedad civil. Está pendiente la tarea del registro y análisis riguroso de los alcances de acciones e iniciativas ciudadanas que en
medio del terror, rompen el silencio y la indiferencia para apelar a la memoria
colectiva de esta época violenta.
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39
EL GOBIERNO, EL NARCOTRÁFICO Y LA ERRÓNEA Y FALLIDA
POLÍTICA DE SEGURIDAD
Carlos Antonio FLORES PÉREZ
Doctor en Ciencias Políticas y Sociales. Investigador del CIESAS-DF y miembro del SNI-CONACYT. Integrante de la Cátedra UNESCO sobre el estudio internacional de las drogas
ilícitas del IIS de la UNAM. Ha publicado, entre otros, El Estado en crisis: crimen
organizado y política, Ed. CIESAS, México, 2009 y como coautor Delincuencia organizada
y sistema acusatorio (Colombia, 2004).
40
Uno de los pensadores políticos más importantes del siglo XX, Max Weber,
definió al Estado como aquella entidad que monopoliza la violencia legítima a lo
largo de un territorio. Un Estado que es crónicamente incapaz de cumplir con esta premisa, se encuentra en una profunda crisis que trastoca todos los demás aspectos
adicionales que las instituciones estatales formalmente regulan.
En la forma de dominación burocrática, que es la que corresponde al Estado contemporáneo, el aparato público determina los medios más eficientes para alcanzar
objetivos determinados, a partir de una acción con arreglo a fines.
En esta racionalidad con respecto a fines, que enmarca la operación de las
burocracias gubernamentales, la evaluación de una política y sus alcances y limitaciones debe partir de una definición clara del problema, la articulación de un
diagnóstico sobre las condiciones generales del mismo y la determinación de los
resultados a los que se aspira alcanzar. Es decir, se debe tener claridad tanto en la concepción del problema como en los resultados que se pretenden lograr con la
acción del aparato público.
No puede haber estrategia triunfadora ahí donde no hay definición de objetivos
prioritarios, jerarquización de los mismos ni planteamiento de metas concretas a alcanzar. Menos la puede haber cuando la definición básica del fenómeno a afrontar
pasa por alto aspectos fundamentales que lo causan o contribuyen a su gravedad.
Tampoco puede alcanzarse el éxito ahí donde los medios racionalmente más eficientes no se emplean para alcanzar los resultados a los que formalmente se aspira.
En este sentido, la política vigente del gobierno federal para enfrentar al
narcotráfico ha sido errónea, porque ha carecido precisamente de claridad respecto a los objetivos; parte de un diagnóstico insuficiente sobre las causas que han conducido
a que en la actualidad, sean algunos de los actores involucrados en la actividad ilícita,
quienes poseen mayor capacidad para desestabilizar al Estado mexicano.
Evaluar los desafíos que representa el tráfico de drogas para el Estado mexicano requiere diferenciar los distintos aspectos involucrados en esta actividad, a fin de
determinar la capacidad de respuesta que las instituciones nacionales pueden tener
para abordar una u otra de sus complejas aristas.
EL TRÁFICO DE DROGAS COMO MERCADO ILEGAL.
De entrada es preciso señalar que el tráfico de drogas es en sí mismo una
actividad económica: se trata de la producción, transporte y comercialización de determinadas sustancias en función de un mercado que las demanda, y que por
41
razones históricas han sido proscritas a partir de los intereses de la potencia
hegemónica mundial, aquella donde se encuentra el mayor consumo de drogas
psicoactivas: Estados Unidos.1
Se trata de un mercado clandestino de proporciones indeterminadas, pero que de
cualquier manera tiene una relevancia tal que prácticamente no es susceptible de ser
modificado por los esfuerzos punitivos individuales de ningún Estado, incluido el mexicano. A más de un siglo de política punitiva contra las drogas, ésta no ha
alterado los patrones de demanda sobre dichas sustancias. La erradicación de la
producción de drogas como mecanismo para abatir el consumo es una evidente falacia
de tal enfoque. Tampoco se ha logrado alterar el mercado a partir de la persecución legal y policiaca de quienes se involucran en el negocio de las drogas.
La referencia frecuente en los discursos oficiales y/o mediáticos, a economías
nacionales gravemente alteradas o enriquecidas por los capitales provenientes de las drogas, o de omnipotentes barones del narcotráfico dueños de riquezas fabulosas con
infinito poder de compra, constituyen otras tantas creaciones míticas que en general
no se asientan en análisis sólidos, sino que sirven para justificar por igual aciertos y
fracasos de una acción gubernamental, construida más a partir de frases retóricas que de referentes objetivos.
Hoy por hoy los analistas más serios de la dimensión económica del tráfico de
drogas, como Francisco Thoumi, ex Coordinador de investigaciones del Programa de la ONU para el Control de las Drogas y la Prevención del Crimen, establecen que el
volumen global de los recursos generados por el negocio de las drogas permanece
indeterminado, pero el ingreso que éstas representan para los países involucrados está lejos de constituir su principal fuente de recursos. Incluso, en países emblemáticos del
problema del narcotráfico, como Colombia, una utópica erradicación total de coca no
habría de traducirse más allá de una recesión local de un par de años.2
1 Estados Unidos no siempre vio a las drogas como sustancias ilegales. De hecho varias
empresas navieras mercantes como la Perkins and Company y la Russell and Company de
Boston introdujeron sistemáticamente grandes cantidades de opio turco y del medio oriente a
China, en la primera mitad del siglo XIX. Ver Lintner, Bertil. Blood Brothers. The criminal
underworld of Asia. U.S. Palgrave-MacMillan. 2003, p. 24-30 2 Conferencia “La ventaja competitiva en drogas ilegales o por qué pocos países producen
drogas y muchos no”, Francisco Thoumi, 25-II-2004. Cátedra UNESCO “Transformaciones
Económicas y Sociales relacionadas con el Problema Internacional de las Drogas”, Instituto de
Investigaciones Sociales de la UNAM (Trabajo publicado más tarde en ARENAS, No. 19,
revisado por el propio Thoumi).
42
No es en sí mismo el factor económico del tráfico de drogas el que genera los
mayores problemas de inestabilidad para el Estado mexicano, ni sus recursos son
comparables a los que genera en su conjunto la economía formal, lo que no significa que la ganancia económica deje de ser la premisa fundamental en torno a la cual se
constituye la actividad y que la hace altamente redituable.
Estas ganancias significativas, si bien incapaces de desestabilizar a la economía nacional, sí ofrecen un asset favorable para la reproducción de la actividad ilícita, ya
que retroalimenta directamente la capacidad de los grupos delictivos para desarrollar
violencia y adquirir mayor influencia en distintos espacios de la vida lícita.
Por tanto, si bien el Estado mexicano no puede afectar unilateralmente un mercado global de bienes ilícitos de muy amplia demanda, sí podría ser capaz de
atacar con más eficiencia al lavado de dinero y asegurar los activos vinculados al
delito, como medio, no para alcanzar la finalidad utópica de “acabar con las drogas”, sino para contener en mayor medida a la delincuencia.
La estrategia del gobierno federal contra los grupos delictivos dedicados al tráfico
de drogas en la práctica ha omitido atacar sistemáticamente a las ganancias obtenidas
por los traficantes de droga. La Unidad de Inteligencia Financiera del gobierno federal está lejos de constituir una herramienta eficiente para acotar la capacidad
operativa de los grupos delictivos.
LAS DROGAS COMO PROBLEMA DE SALUD PÚBLICA
Desde hace algunos años, el término narcomenudeo ha ocupado un lugar
destacado en el discurso oficial. Aunque no se le ha brindado una definición unívoca,
se le hace referencia con la venta al detalle o minorista de drogas psicoactivas.
Se trata de un término esquivo, que en ese discurso oficial pareciera a momentos
hacer alusión a un fenómeno delictivo nuevo, distinto al narcotráfico de gran escala, y
otras tantas veces lo ubica como extensión de este último. El resultado práctico de
esta ambivalencia no es menor: se traduce en la falta de claridad en el diseño de políticas gubernamentales y en los objetivos a alcanzar mediante ellas.
La producción y tráfico de drogas es una realidad en el país desde el primer tercio
del siglo XX. Esta actividad se incrementó con amplitud hacia finales de la década de los sesenta y, hasta ahora, parece inagotable. La venta al menudeo de drogas en
México, no es tampoco un factor novedoso. Sí lo es, en cambio, el número ascendente
43
de puntos de venta de droga y de población interesada en consumir semejantes
productos. Aunque no existen suficientes estudios al respecto, es una realidad que se
puede constatar empíricamente: basta indagar, hasta como curiosidad, en cualquier colonia de cualesquier localidad.
Históricamente, México había sido considerado como zona de producción y
tránsito de drogas, que habrían de ser comercializadas hacia su vecino del norte. Se daba por hecho que el consumo local de drogas era un problema marginal. En
consecuencia, durante mucho tiempo se asumió que, en la larga cadena comercial del
tráfico de drogas, el país no ofrecía un mercado de consumo relevante.
En México, el instrumento más amplio de medición de las tendencias del consumo de drogas lo constituye la Encuesta Nacional de Adicciones (ENA), que
realiza cada 4 años el CONADIC. Los datos son sólo acercamientos a una muy
compleja realidad del consumo. Las tendencias han mostrado que las drogas más empleadas han sido la marihuana y la cocaína, que la población consumidora es
mayoritariamente masculina y urbana.
Más allá de que los datos parciales no permiten distinguir con precisión al usuario
ocasional del adicto consuetudinario, resulta que, en un país de más de 100 millones de habitantes, la proporción manifiesta de consumidores (entre 3.5 o tal vez 4
millones) está aún lejos de alcanzar niveles de alarma.
No que ello no pueda llegar a ocurrir, si se agudizan las tendencias prevalecientes de cambio en los patrones culturales de demanda de drogas ilícitas. Pero, al menos, no
se aprecia aún una pandemia de consumo de drogas entre la población mexicana. Se
trata de una cantidad de población importante, pero aún comparativamente reducida frente al total de mexicanos.
Esto no implica, desde luego, que el problema carezca de interés. Sin embargo,
obliga a pensar, en una perspectiva estratégica, cuáles son los objetivos a alcanzar y
cuáles son los medios más efectivos para lograrlo. En términos de consumo, es claro que la política punitiva es irrelevante: la disminución del mismo se logra mejor a
partir de políticas de salud pública, no de seguridad.
Por lo visto, esta no es la forma de concebir el problema en el gobierno. La forma de presentar el balance de cifras en el combate a las drogas, ha evidenciado un
especial interés por mostrar en números que se hace algo y se desquita el presupuesto.
Ejemplificamos con algunas cifras de hace unos cuantos años:
44
“Al 31 de julio de 2006, se ha impedido que 7 mil 970 millones de dosis de
estupefacientes lleguen al mercado, lo cual representa una pérdida de
aproximadamente 430 mil millones de pesos, para el narcotráfico.” 3
Una cifra bárbara si se tiene en cuenta que la población mundial en 2005 era de
alrededor de 6 mil 500 millones de habitantes. Es decir, en un periodo muy reducido de tiempo, se asumía que se había “salvado” a la población de una cantidad de droga
que permitiría dar una dosis a todos y cada uno de los habitantes de este planeta, y
todavía habría un remanente, para quien deseara repetir.
Más allá de lo estratosférico de la cifra, no se distingue si se aludía al mercado internacional de las mismas, o al local, aunque es posible que no haya mercado
alguno que demande tal cantidad de drogas. Por otra parte, también astronómicas las
pérdidas así medidas: la cifra equivalía al 4.5% del PIB en 2006 y constituiría algo más de la sexta parte del total de exportaciones legales de México en ese mismo año
4.
La eficiencia burocrática elevada exponencialmente. Esa ha sido casi siempre la
tendencia burocrática y el estilo. Pero la danza de cifras cobraba otro matiz cuando se señalaba que, de enero de 2001 a junio de 2006, habían sido detenidos 73 mil 225
delincuentes dedicados al tráfico de drogas.5 En el primer semestre de 2006, los
detenidos por narcomenudeo fueron 18 mil 464, en 51 mil 307 operativos y cateos
realizados. En 2004, la población penitenciaria nacional, incluyendo procesados y sentenciados para los fueros federal y común, fue de 190 mil 509 reclusos.
6 De modo
que, con tan sólo por el rubro de narcomenudeo, en el primer semestre de 2006 se
aseguró un número de personas equivalente a casi el 10 % de la población penitenciaria existente dos años atrás.
A este ritmo, en pocos años se podría duplicar el número de reclusos del país, si
no fuera porque seguramente la capacidad del sistema de procuración de justicia para procesar tantos casos acumulados, habría seguramente de colapsar. El desglose de los
73 mil 225 delincuentes detenidos por tráfico de drogas es elocuente: 72 mil 523
fueron distribuidores al menudeo.
3 “Por un México Seguro”. Cifras del Sexto Informe de Gobierno. Septiembre de 2006. 4 El PIB en 2006 fue de 9 377 157.7 millones de pesos y el valor total de exportaciones fue de 250,292.4 millones de dólares. Ver
http://www.inegi.gob.mx/inegi/contenidos/espanol/acerca/inegi324.asp?c=324. 5 “Por un México seguro”, ob cit, p. 51. 6 Información de la Secretaría de Seguridad Pública Federal, Organo Administrativo
Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social. http://www.ssp.gob.mx/
45
La supuesta eficiencia gubernamental en el combate al tráfico ilícito de drogas, ha
descansado en cifras magnificadas, derivadas a su vez de la persecución de lo que ha
sido considerado como narcomenudeo. Pero aún los números correspondientes a este fenómeno pueden estar artificialmente incrementados, a fin de mostrar resultados.
Aquí la definición del narcomenudeo, según el referido documento presidencial:
“Se conoce como narcomenudeo al conjunto de actividades ilícitas, consistentes en
la posesión, comercio y suministro de narcóticos en pequeñas cantidades.” 7
Es preciso reparar en las palabras posesión de narcóticos en pequeñas cantidades. Así, con una demanda nacional todavía exigua de drogas psicoactivas, es no sólo
posible sino probable que buena parte de los “narcomenudistas” detenidos no sean
otra cosa que los propios consumidores de dichas sustancias, quienes las poseen en pequeñas cantidades.
No se trata, desde luego, de construir una visión idílica del vendedor de drogas al
menudeo ni del consumidor de las mismas. El propósito es destacar el sesgo e
inviabilidad en el mediano y largo plazo de una política gubernamental que concibe a la detención carcelaria como única opción de respuesta de la autoridad hacia el
fenómeno. De seguir este esquema, habrán de saturarse aún más los sistemas de
procuración de justicia y readaptación social. Además, se correrá el riesgo de extender horizontalmente la corrupción en cuerpos policiacos poco profesionalizados.
Penalizar en todo caso la posesión de drogas psicoactivas no por necesidad tiene
que derivar en el encarcelamiento del inculpado.8 Las herramientas del derecho penal
sobrepasan la mera privación de la libertad y pueden orientarse en su caso hacia los
tratamientos de desintoxicación y abandono de hábitos de consumo.
Destaca además la prevalencia de la visión de “cártel” de las organizaciones
delictivas dedicadas al narcotráfico, que lleva a la autoridad a suponer que éstas estarían en condiciones de dominar toda la cadena productiva y comercial de drogas
ilícitas y donde aún los vendedores “al detalle” estarían orgánica y jerárquicamente
vinculados a los grandes capos. Es como considerar que el dueño de la miscelánea de
7 “Por un México seguro”, ob cit, p. 51. 8 Las cantidades de drogas psicoactivas consideradas propias de consumo personal y no
acreedoras a pena de prisión se encuentran establecidas en el Apéndice 1 del Código Penal
Federal. Entre ellas, por ejemplo, la posesión de menos de: 250 gr. de marihuana, 25 gr. de
clorhidrato de cocaína; 250 mg. de sulfato de cocaína; 1 gr. de heroína y 1.5 gr. de clorhidrato
de metanfetamina o de metanfetamina.
46
la esquina se encuentra organizacionalmente vinculado con Lorenzo Servitje, porque
vende productos Bimbo.
TRÁFICO DE DROGAS COMO GENERADOR DE CORRUPCIÓN Y VIOLENCIA
No se puede soslayar, sin embargo, que parte de la violencia de alto impacto que
se aprecia actualmente en diversas ciudades del país no está ya solamente asociada al
interés de los grupos delictivos por controlar plazas estratégicas para introducir droga hacia el mercado estadounidense, sino para comerciarla en ellas. Tal es el caso, por
ejemplo, de Acapulco y Zihuatanejo en Guerrero, centros turísticos por excelencia, y
Monterrey, Nuevo León, la tercera urbe más poblada del país.
No toda la venta al menudeo de drogas se vincula estructuralmente a las organizaciones grandes del narcotráfico, pero al menos dos de ellas sí podrían estar
generando nuevos esquemas de comercialización a nivel local: la del Golfo y la de
Sinaloa. Así, por ejemplo, en un video que ha circulado en los medios de comunicación nacionales, un presunto sicario de la primera de estas agrupaciones
delictivas señalaba que dicha organización controla el 30% de las “tienditas” de droga
al menudeo que operan en Veracruz. El mismo individuo exponía que cuentan con un
censo, según el cual existen 600 establecimientos de ese tipo en la localidad.
La tendencia de las grandes organizaciones mexicanas de traficantes de drogas de
generar y controlar un mercado local es relativamente nueva. Varios trabajos
sociológicos muestran que, en la cosmovisión tradicional del traficante nacional, por lo general oriundo de la región noroccidental del país, el consumo de las mismas era
considerado un signo de debilidad, e incluso, el suministro local ha sido considerado
como poco ético.9
Este último aspecto no se debía meramente a la benevolencia del delincuente, sino
al hecho documentado de que históricamente, en las condiciones propias de un
régimen autoritario y fuertemente centralizado, con capacidad de controlar
prácticamente a todos los actores sociales relevantes –incluyendo a la delincuencia organizada-, el tráfico de drogas y quienes lo llevaban a cabo, se desarrollaron, en
acuerdos transaccionales corruptos, bajo la tutela de miembros del poder político.10
9 Ver por ejemplo Astorga, Luis. El Siglo de las Drogas. México. Plaza y Janés, 2005; y del
mismo autor, Mitología del narcotraficante en México. México, Plaza y Valdes, 1995. 10 Flores Pérez, Carlos Antonio. El Estado en crisis: crimen organizado y política. Desafíos
para la consolidación democrática. México. Tesis Doctoral. UNAM, 2005. S.P.
47
En nuestro país, la producción de drogas y su tráfico hacia Estados Unidos es un
fenómeno presente, al menos desde las primeras décadas del siglo XX. En un primer
momento, México no penalizaba esta actividad, y no fue sino hasta 1916 que se promulgó la primera prohibición de traficar con productos opiáceos, derivada a su vez
de la política internacional que desde entonces comenzaron a impulsar los Estados
Unidos.
En los años veinte surgieron leyes federales que prohibían el cultivo y comercio
de marihuana y adormidera. Durante los años treinta, la presión estadounidense por
expandir su política punitiva respecto a las drogas psicoactivas continuó, en
detrimento de estrategias alternativas que entonces apoyaba el gobierno mexicano, que encuadraban el problema como un asunto de salud pública.
En consecuencia, a partir de esos años, pero con mayor notoriedad, desde la
segunda mitad de los cuarenta, el fenómeno comenzó a recibir un trato en esencia coercitivo. A partir de 1947, el control de la producción y trasiego de drogas ilegales
se adjudica formalmente a la Procuraduría General de la República. Sin embargo,
como extensión de la lógica funcional de un régimen afecto al frecuente divorcio
entre normas y prácticas, el control efectivo se otorgó a la Dirección Federal de Seguridad.
No se puede analizar con rigor el fenómeno del tráfico de drogas en México sin
atender a la influencia que sobre él ejercieron históricamente las características específicas del régimen político que prevaleció desde finales de los años 20 hasta el
cierre del siglo.
Un régimen autoritario, de partido de Estado, fuertemente centralizado, donde los círculos del poder podían ejercer un amplio control prácticamente sobre todos los
actores sociales relevantes, incluyendo a la delincuencia organizada que, como es
sabido, para perdurar requiere un factor fundamental: la corrupción del sector público.
Incómodo, pero cierto. El crimen organizado implica la organización del crimen: mientras más amplias las dimensiones organizativas y logísticas del grupo delictivo
organizado y más extendida la duración temporal de sus operaciones, más difícil que
el Estado sea capaz de detectarlo. Esa amplia dimensión y perduración no pueden explicarse de forma cabal, si entre los distintos factores de análisis no se tiene en
cuenta uno básico: la protección brindada por determinados núcleos que, dentro del
48
poder público, han prevaricado de sus funciones y de facto forman parte integral de la
matriz criminal.11
Hasta 1947, el vínculo de protección entre autoridades públicas y traficantes de
droga, se limitaba en general a esquemas de contubernio entre gobernadores de entidades fronterizas y delincuentes. A partir de 1947, y con un crecimiento
exponencial a partir de los años 70, la protección de mayor importancia respecto al
tráfico de drogas se ha asentado fundamentalmente en las estructuras de seguridad
federales. A ello han contribuido por igual el hecho de que el tráfico de drogas sea
un delito federal y que la logística necesaria para el mismo rebase los límites
estatales, por lo menos, hasta que el negocio ilegal tuvo como mercado principal el
estadounidense.
A fines de los años sesenta, el consumo de drogas se había incrementado de
manera notable entre los jóvenes de clase media de los Estados Unidos, motivado en parte por la expansión de un movimiento contracultural y las secuelas de adicción que
generó el amplio uso de enervantes por parte de las tropas norteamericanas en la
guerra de Vietnam. México era, en esos años, un proveedor importante de marihuana y goma de opio para el mercado anglosajón.
El gobierno de ese país, cada vez más presionado por su propia opinión pública,
trasladó la presión hacia su homólogo mexicano. En 1968, durante la campaña
presidencial estadounidense, el candidato Richard Nixon retomó dentro de su discurso el combate a las drogas. En 1969, ya como presidente, Nixon puso en marcha una
denominada Operación Intercepción, destinada a presionar al gobierno mexicano para
que éste prestara una mayor colaboración en el combate al tráfico de drogas. Esta operación mantuvo cerrada la frontera entre Tijuana y San Isidro por tres semanas,
durante el otoño de 1969.
La respuesta del gobierno de México fue incrementar su esfuerzo en la erradicación de cultivos de marihuana y amapola. En 1975 el presidente Luis
Echeverría inauguraría la Campaña Permanente de Lucha Contra las Drogas del
gobierno mexicano, que implicó el uso de tecnología para la ubicación y destrucción
de plantíos y la puesta en marcha de la Operación Cóndor, que contó con la participación de unos 10 mil efectivos militares.
11 Un enfoque teórico respecto a las vinculaciones del mundo político y la delincuencia
organizada dedicada al narcotráfico, en una perspectiva comparada entre México y Colombia,
se encuentra desarrollada en Flores Pérez, El Estado en crisis…
49
En el periodo que transcurre entre finales de los setenta y mediados de los
ochenta, concurren diversos factores que habrán de favorecer la expansión del
narcotráfico en México. El primero es el incremento de la demanda de narcóticos que tiene lugar en Estados Unidos. El segundo es la dispersión de los narcotraficantes,
radicados al principio en Sinaloa, hacia diversas partes del territorio nacional, a partir
de la ejecución de la Operación Cóndor. El tercero es la modificación de las rutas internacionales de tráfico de cocaína, que en función del fortalecimiento de la
vigilancia de las fuerzas de seguridad estadounidense sobre las costas sudorientales de
ese país, se ven obligadas a adoptar nuevas vías de tráfico y que habrían de pasar con
mayor intensidad por territorio mexicano.
Esto obligó al establecimiento de acuerdos entre traficantes sudamericanos y sus
homólogos mexicanos, quienes hasta el momento habían comerciado de forma fuerte
con marihuana y heroína, y a partir de entonces, habrán de hacerlo también con cocaína. El cuarto es el incremento de la participación de las estructuras de seguridad
mexicanas en la articulación del negocio ilícito, según se pudo apreciar con los
testimonios recopilados en investigaciones propias.
A comienzos de la década de los ochenta, el tráfico de cocaína constituye una fuente de ingresos ilegales sin precedente en las estructuras de seguridad mexicanas,
ya integradas a un esquema de corrupción importante, según se puede apreciar con lo
expuesto hasta aquí, pero inmersas, en ese nuevo periodo, en un flujo de dinero ilícito nunca antes visto. Los montos de la corrupción prevalecientes en las instituciones
mexicanas no se comparan con aquella generada a partir del ingreso masivo de
cocaína al territorio nacional, que podían exceder considerablemente el propio presupuesto de una institución federal como la PGR. Fue precisamente el incremento
de la circulación de recursos procedentes de la droga sudamericana el factor que
multiplicó la corrupción ya existente en las instituciones de seguridad nacionales.
A mediados de los ochenta, la policía más poderosa del régimen era la Dirección Federal de Seguridad, que una vez desarticulada la subversión de los años setenta,
entró de lleno a combatir formal y supuestamente el narcotráfico. El resultado fue
contrario a las expectativas oficiales establecidas. En vez de combatir al narcotráfico, la DFS colaboró en forma directa en su reestructuración, tras la dispersión resultante
de la Operación Cóndor.
En estos años ocurre la primera etapa de centralización amplia del control del narcotráfico, donde la Dirección Federal de Seguridad desempeñó un papel
fundamental en la extorsión de las organizaciones delictivas dedicadas a la actividad.
50
La desaparición de la DFS puso fin a un periodo de relaciones entre criminales
organizados y funcionarios públicos, enmarcadas en un esquema centralizado.
Culminó así el primer momento de alta centralización del negocio ilícito del narcotráfico, donde los cuerpos de seguridad del Estado desempeñaron un papel
crucial en la articulación del mismo. Cabe destacar, sin embargo, que este modelo
centralizado no concluyó al término del sexenio de Miguel de la Madrid. Funcionarios del gobierno que le sustituyó fue capaz de efectuar un nuevo proceso de
rearticulación y de protección estatal sobre el tráfico de narcóticos.
Tras la desaparición de la DFS, la Procuraduría General de la República se
constituyó como el principal punto de contacto del Estado con la delincuencia organizada dedicada al tráfico de drogas. Entre finales de los ochenta y 1991, de
acuerdo con diversos testimonios obtenidos, tuvo lugar una nueva centralización del
negocio ilícito. Este proceso implicó la redefinición de la mecánica operativa del tráfico de drogas, que ya para entonces vinculaba directamente a las organizaciones
colombianas y mexicanas.
Los vínculos entre organizaciones de tráfico de Colombia y México pueden
rastrearse hasta mediados de los setenta, cuando el hondureño Juan Ramón Matta Ballesteros puso en contacto a grupos colombianos dedicados al tráfico de cocaína,
con Miguel Angel Félix Gallardo, entonces principal figura del tráfico de drogas en
México, amigo y ex guardaespaldas de Leopoldo Sánchez Celis, gobernador de Sinaloa en la década de los años sesenta.
Esta relación se reforzó cuando a mediados de los ochenta, un emisario de la
organización de traficantes de Medellín, ni más ni menos que el propio Gonzalo Rodríguez Gacha, viajó a tierras mexicanas para establecer un acuerdo de
colaboración con Félix Gallardo. De ese viaje y de su afición a las costumbres y
productos de estas tierras, Rodríguez Gacha derivaría su alias: “El mexicano”.
El acuerdo que se establece en este momento entre colombianos y mexicanos es que estos últimos habrían de recibir entre 3 mil y 4 mil dólares por cada kilogramo de
cocaína transportado hasta la frontera con los Estados Unidos. En términos generales,
así operó la cooperación entre las organizaciones de ambos países, hasta el periodo 1988-1991, cuando los traficantes mexicanos impusieron a los sudamericanos un
nuevo acuerdo. Entre 1989 y 1991 los primeros exigieron, como parte de la
retribución que habrían de recibir de los colombianos, que éstos les cedieran, en especie, el 30% de la cocaína que pretendían transportar por territorio mexicano.
Hacia 1993, las organizaciones mexicanas obligaron a sus homólogas colombianas a
51
cederles el 50% de la cocaína transportada por México, a fin de comercializarla
directamente en el mercado estadounidense.
La forma en que se estableció el nuevo acuerdo, según los testimonios, fue la desarticulación de las organizaciones preexistentes –que contaban con distintas
lealtades dentro de la estructura política– y el desarrollo o fortalecimiento de grupos
alternos. La fuente señaló:
“Primero, decapitan a Félix Gallardo, los que tenían el control, y establecen un
nuevo control. El nuevo control lo establecen creando el cártel del Golfo, con Juan
García Abrego, y reformulando las cosas con los otros. ¿Por qué a Amado Carrillo
lo sacan a los ocho meses de que lo meten a prisión en el año 89? Porque hubo un
acuerdo, porque hay un acuerdo cupular. Acepta él las nuevas reglas, y las nuevas
reglas estaban basadas en el control político.”
Desde la segunda mitad de la década de los noventa, comienza a transitarse hacia
un nuevo esquema en los vínculos de contubernio entre funcionarios públicos y delincuentes dedicados al tráfico de drogas ilícitas, donde estos parecen ya más
atomizados y variables. No se aprecia ya una línea de predominio o patronazgo
incuestionable.
La estructura de protección centralizada, que había operado durante los años
precedentes, colapsó simultáneamente al desarrollo de una confrontación de poder en
la cúspide del entramado político. En el mundo del tráfico de drogas, el correlato fue
la vertiginosa pérdida de poder y virtual desaparición de una organización delictiva que cobró auge en el periodo anterior –la de Juan García Abrego, en el Golfo– y en el
lento pero constante ocaso de otra poderosa organización: la de Amado Carrillo.
El efecto directo de esta transición, que desde entonces vive el país, se aprecia en la regionalización de los nuevos acuerdos de protección –por lo menos en su
dimensión más visible– y en el incremento en la disputa violenta entre las nuevas
organizaciones, que desean establecer un control hegemónico sobre determinadas
zonas de la geografía nacional, consideradas estratégicas para el desarrollo del negocio ilícito.
Cabe destacar que la transformación política del país, a partir del año 2000, con la
alternancia en la titularidad del poder ejecutivo, ha tenido por efecto secundario, indeseable e imprevisto, la fractura de la propia capacidad de las fuerzas de seguridad
del Estado para actuar como mecanismos más o menos homogéneos y cohesionados,
ya no digamos para aplicar la ley, sino incluso, para ejercer el control directo sobre la criminalidad organizada con fines distintos.
52
Tras la alternancia en el poder, ocurrida en 2000, diversos acontecimientos han
mostrado un cambio notable en la correlación de fuerzas entre funcionarios y
delincuentes en el establecimiento de vínculos de contubernio y protección, lo que a su vez afecta directamente las condiciones y premisas de operación de la delincuencia
organizada. Las evidencias muestran que estos vínculos corruptos han perdurado. Sin
embargo, se aprecia cada vez más una menor disposición de los delincuentes de mayor relevancia a aceptar la tutela del poder.
La confrontación que se apreció a lo largo del sexenio de Fox, entre las diversas
fuerzas políticas, aunado a la desarticulación de varias instituciones de seguridad
federales incrementó la capacidad de los delincuentes organizados para imponerse eventualmente en los nuevos acuerdos de protección, que cuentan ahora con
incentivos especiales para establecerse en el ámbito local o con funcionarios federales
de jerarquía media. Esto no implica que acuerdos de mayor nivel dentro de la estructura federal necesariamente se encuentren ausentes.
De cualquier manera, la descomposición institucional que esto implica y las
confrontaciones concomitantes entre las múltiples redes de funcionarios convertidos
en delincuentes y aliados a los traficantes, por obtener mayores beneficios, constituyen factores muy negativos para la consolidación en México de un régimen
democrático liberal, y pueden contribuir de manera notable a erosionar aún más la
hegemonía del Estado mexicano sobre su propio territorio.
Inmersas en disputas de poder entre las fuerzas políticas y arrastrando importantes
inercias de incapacidad institucional, las organizaciones de seguridad del Estado, en
los distintos ámbitos federal, estatal y municipal, se debaten entre la ineficiencia operativa, las dificultades para realizar labores de inteligencia y la corrupción
endémica que ha conducido incluso a la confrontación directa entre distintas agencias,
interesadas en proteger clientelas delictivas contrapuestas.
El notable incremento en la violencia generada por el tráfico de drogas es el producto de un esquema atomizado de redes criminales, donde las distintas fuerzas
involucradas –el Estado y las propias organizaciones delictivas– se aprecian incapaces
para establecer nuevas condiciones hegemónicas que permitan contener la actividad ilícita de acuerdo a lo previsto por la ley, o al menos articularla bajo criterios de
operación estables, que no repercutan en una percepción social de inseguridad y
riesgo, debido a los efectos del continuo derramamiento de sangre que las condiciones de disputa actual favorecen.
53
Ejecuciones, decapitaciones, desmembramientos, ataques con granadas de
fragmentación, incursiones para ejecutar policías se han convertido en una realidad
cotidiana en estados como Baja California, Guerrero, Michoacán, Nuevo León, Sinaloa y Tamaulipas. Con menor intensidad esta realidad ha estado presente también
en Chihuahua, Oaxaca, Quintana Roo, Sonora y Tabasco.
En medio de estas circunstancias inéditas en el México contemporáneo, y debido a la asociación directa con la violencia generada por la delincuencia organizada en
otros países del continente, diversas voces mediáticas han hecho referencia a la
“colombianización” de México, colocando sin más etiquetas a un fenómeno que
requiere una evaluación de mayor seriedad.
En una perspectiva cuantitativa México dista mucho de alcanzar los niveles de
violencia de Colombia. Este país ha sufrido atentados terroristas desde hace ya largo
tiempo. Sin embargo, ésta no es una condición inmodificable: los cambios políticos que se han registrado en México y las rearticulaciones estructurales que éstos han
implicado en la operación del crimen organizado, junto con la incorporación directa
de actores con entrenamiento en guerra de baja intensidad como grupos ejecutores de
la delincuencia, están favoreciendo la escalada de una violencia grave que en sentido cualitativo evoca ya a la sufrida por aquella nación sudamericana.
El problema se hace aún más grave por la incorporación de un tipo de actor, que
cuenta con capacidad para desatar una escalada de violencia significativa y mayor, a las filas de la delincuencia organizada. Se trata de desertores del Grupo Aeromóvil de
Fuerzas Especiales del Ejército Mexicano12, e incluso, otros tantos de corporaciones
homólogas de países centroamericanos, como es el caso de los Kaibiles guatemaltecos.
Se trata de comandos de élite que tienen una gran capacitación para desarrollar
operaciones de guerra de baja intensidad13, que incluyen tácticas de guerra
12 Hacia junio de 2003, se hizo pública la operación de un grupo denominado Los Zetas, que se
constituyó en el principal brazo armado de la organización de traficantes de droga del Golfo.
Aunque en principio las autoridades refirieron que se trataba de ex policías, más tarde
admitieron que la célula estaba conformada por desertores del Grupo Aeromóvil de Fuerzas
Especiales (GAFES) del Ejército Mexicano. Ver “Identifican a los Zetas” en Reforma. 06 de junio de 2003. Asimismo, “Reconocen a 13 ex militares como ‘Zetas’” en El Universal, 11 de
mayo de 2004. 13 Las fuerzas especiales son unidades militares empleadas en acciones de combate no
convencionales. Una de sus principales funciones es precisamente entrenar nuevos grupos –
trátese de militares regulares o paramilitares– para generar acciones de comando en una lógica
54
psicológica y generación de bases sociales de apoyo. Las decapitaciones con
mensajes, en el primer punto, y el surgimiento de agrupaciones como la denominada
Familia Michoacana, que no es otra cosa que una fachada de los propios Zetas, respecto al segundo, ilustran con claridad la concepción operativa de este nuevo tipo
de actor que participa ahora en las filas de la delincuencia. Se trata de individuos que
no parecen amedrentarse por la capacidad de fuego del Estado: finalmente ellos se formaron dentro de los cuerpos con mayor capacitación y entrenamiento de seguridad
del mismo.
¿GUERRA SIN ESTRATEGIA?
En estas condiciones es posible apreciar que el Estado mexicano no ha tenido hasta el momento una estrategia clara respecto a lo que intenta hacer con el problema
del narcotráfico que, según se deduce de los resultados cotidianos, pretende encarar
sin un diagnóstico objetivo que le permita establecer las metas por alcanzar y jerarquizar las prioridades respecto a los mismos.
Tampoco se aprecia con claridad el fin que pretende alcanzar en esta campaña.
¿Solucionar las distintas facetas del problema del tráfico de drogas con meros
despliegues territoriales masivos y continuación de estrategias de erradicación de cultivos ilícitos? Se ha enunciado una guerra a partir de premisas retóricas que, sin
embargo, carece de definiciones específicas sobre qué constituiría la victoria respecto
a la misma.
Aún el esbozo de las organizaciones a combatir resulta incierto: hasta el 30 de
noviembre de 2006, la versión oficial de las autoridades era que existían siete grandes
de guerra de guerrillas. La concepción de este tipo de unidades fue desarrollada originalmente
en el marco de la Segunda Guerra Mundial, por el gobierno de Estados Unidos. Sin embargo,
su mayor uso ha ocurrido a partir del contexto bipolar de la Guerra Fría y se ha mantenido
desde entonces en las diversas guerras que este país ha librado Originalmente, se inscribían en
la estrategia político-militar antisubversiva, encaminada a contener la expansión del
comunismo. Más tarde, en los ochenta, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos la
redefinió como Guerra de Baja Intensidad. En el tercer mundo, hasta principios de los noventa,
esto significó la intervención soterrada de fuerzas militares estadounidenses, encaminadas a
entrenar y adoctrinar a unidades militares similares de los ejércitos de países donde grupos revolucionarios de izquierda desarrollaran acciones de guerrilla a fin de obtener el poder; o
bien, para preparar fuerzas contrarrevolucionarias a fin de desestabilizar gobiernos emanados
de grupos afines al bloque comunista. Ver Klare, Michael T. y Peter Kornbluh.
Contrainsurgencia, proinsurgencia y antiterrorismo en los 80; El arte de la guerra de baja
intensidad. México, Conaculta-Grijalbo, 1990.
55
organizaciones delictivas que controlaban el narcotráfico en el país: los Carrillo
Fuentes; los Arellano Félix; el grupo articulado en torno a Joaquín Guzmán Loera; los
Valencia; los Amezcua; la agrupación de Pedro Díaz Parada y la propia de Osiel Cárdenas Guillén.
Más tarde, la versión del mapeo oficial es que sólo existían tres grandes
organizaciones: la que comandaba Osiel Cárdenas; la del Chapo y la de los Arellano Félix. Hasta hace poco, la PGR sostenía que el grupo de Osiel se había aliado con los
Arellano, hecho no imposible, dados los reacomodos del mundo delictivo. Pero
entonces, ¿cuántas son las organizaciones criminales poderosas en México? ¿Se ha
emprendido una guerra sin ubicar con claridad al enemigo?
La gravedad del problema del narcotráfico no arrancó hace poco. El desorden es
producto directo de graves omisiones del periodo precedente. A pesar de la captura de
varios líderes relevantes de las estructuras del narcotráfico, es evidente que, por una matriz compleja de falta de voluntad, ineficacia y corrupción, el sistema de seguridad
mexicano fue incapaz, durante los seis años de Vicente Fox, de hacer equivalentes la
detención de delincuentes y la garantía del cese de su participación en actividades
ilícitas, aun si se encontraban recluidos en los centros penitenciarios de mayor rigor, como fue el caso de Osiel Cárdenas; de recapturar a traficantes como Guzmán Loera;
de disminuir la violencia que la disputa entre las organizaciones encabezadas por
ambos individuos generó en varias entidades de la República y recuperar de facto el control territorial de las mismas.
Aún la estrategia más recurrida de lucha contra el narcotráfico –la erradicación de
cultivos ilegales– sufrió un deterioro importante en términos de capacidad técnica, durante los seis años precedentes: en 2001, se contaba con un total de 87 aeronaves de
ala fija y rotativa, adscritos a la Dirección General de Erradicación de la PGR; en
septiembre de 2006, el total se redujo a 82, de las cuales, 54 están en condiciones que
no permiten su operación. La erradicación de cultivos ilegales que ha realizado el
gobierno mexicano, se ha hecho en su mayor parte con métodos manuales, que se
traduce en la dificultad de alcanzar zonas geográficas poco accesibles e incrementa
los esfuerzos que se requiere desplegar para arrasar los plantíos.
La lucha contra la alta corrupción virtualmente se colapsó durante el sexenio de
Vicente Fox. Mientras que en el mandato de Ernesto Zedillo se ordenó la detención
de diversos servidores públicos de alto nivel, incluyendo a un gobernador y varios
56
generales, la siguiente administración federal no procedió judicialmente contra ningún
alto funcionario implicado en casos de corrupción.14
Es en estas circunstancias en las que se desarrolla el combate al narcotráfico que realizan las autoridades federales, del cual, la principal acción que se ha impulsado
han sido las Operaciones Conjuntas. Algún funcionario alguna vez me señaló que el
propósito de dichas Operaciones Conjuntas emprendidas por el actual gobierno era justamente enviar un mensaje a la delincuencia de decisión del Estado y de rescate
territorial. Sin embargo, es claro que la semiótica de los delincuentes es con mucho
más violenta y la mera presencia de contingentes de fuerzas de seguridad no es
sinónimo de recuperación del territorio.
Al ser la inseguridad la principal preocupación de la población mexicana, el
gobierno de Calderón emprendió pronto una acción que, según diversas fuentes,
pretendía recuperar el control del territorio y lanzar un mensaje de severidad y fuerza unificada. Sin embargo, el mero despliegue masivo de elementos de seguridad no es
sinónimo de control territorial si, como se ha visto, la violencia continúa en cuanto el
contingente se retira, o aun de manera simultánea a su propia presencia.
La realización de operaciones de despliegue sin trabajo de inteligencia sólido está resultando en un creciente costo de vidas entre las corporaciones de seguridad,
incluso de las propias fuerzas armadas. Esto está conduciendo a medidas
gubernamentales poco meditadas que en un futuro pueden traer efectos aún más negativos.
Aunque las fuerzas armadas constituyen las instituciones de seguridad más sólidas
y profesionales del país, es evidente que no poseen una garantía de blindaje contra las tentaciones que rodean al narcotráfico. La existencia misma de Los Zetas es evidencia
de ello. Mantener a las fuerzas armadas en contacto permanente con un problema que
no se puede solucionar sino sólo contener, puede dar lugar a una erosión del último
bastión de institucionalidad del Estado mexicano.
De cualquier manera, en estos momentos el debate de fondo no lo constituye el
dilema de si los militares deben participar o no en el combate al narcotráfico. Es claro
que no es su tarea sustantiva, que su involucramiento en tal lucha no es la solución óptima y que su contacto con este tipo de criminales pone en riesgo la fortaleza de
una institución fundamental para la vigencia del Estado. Es evidente que se requiere
14 Lo anterior se constató tras revisar todos los boletines de prensa de la PGR, durante el
sexenio 2000-2006.
57
urgentemente construir instituciones civiles de seguridad sólidas y confiables. De
cualquier manera, es también patente que en lo inmediato, dada la capacidad de fuego
y entrenamiento de varios de los individuos que forman parte de la estructura de choque de las organizaciones delictivas, ninguna fuerza civil cuenta con la suficiente
capacidad de contención.
El fondo del problema es que el actual esquema de empleo de las fuerzas armadas en esta materia, según se puede apreciar en las noticias de todos los días, no es
productiva porque no enfoca blancos específicos, sino que se limita añadir a las
labores de erradicación la realización de patrullajes e instalación de retenes, que han
conducido a confrontaciones de tipo circunstancial con la delincuencia. Los resultados de esta medida se han traducido en bajas innecesarias en miembros de las
fuerzas armadas que.
Otras medidas sí han sido acertadas y es preciso no escatimarles el reconocimiento merecido. La extradición de varias figuras relevantes de las diversas
organizaciones del tráfico de drogas que operan en el país, puede arrojar resultados
más favorables, no para influir a la baja en un mercado ilícito de carácter trasnacional
como es el de la droga, de lo cual está lejos, pero sí para disminuir o desincentivar en el mediano plazo el tipo de violencia de alto impacto que se ha reproducido
pertinazmente en los últimos años, asociada a la delincuencia organizada.
En el corto plazo, es posible que medidas de este tipo exacerben aún más la violencia al incrementar la resistencia de los delincuentes a la acción del Estado o su
disposición para cobrar represalias contra representantes del poder público. Sin
embargo, en este caso, esta estrategia se apreciaba de facto ineludible, en un contexto donde aún los Centros Federales de Readaptación Social se han mostrado
insuficientes para contener la operación de los principales capos.
De cualquier manera, a pesar de haber constituido un golpe importante para las
organizaciones delictivas –sobre todo para la del Golfo, dado que Osiel Cárdenas sí mantenía vigente su liderazgo dentro de la misma– esta medida requiere
complementarse con otras tantas a fin de lograr el único objetivo que realmente puede
alcanzar el Estado mexicano con una política punitiva, dadas las premisas globales con que actualmente opera el mercado del tráfico de drogas ilícitas: la disminución de
la violencia de alto impacto que es ya una realidad cotidiana en múltiples zonas de la
geografía nacional y recuperar su capacidad de control sobre la delincuencia.
Naturalmente, lo deseable sería que, en este último punto, prive la ley como
mecanismo de contención y premisa fundamental de la existencia de una democracia
58
exitosa. Una vía no institucionalizada de control, con fines ajenos a la ley obra per se
en detrimento de la institucionalidad del Estado y de su fortaleza. De cualquier
manera, sea la solución institucional o el pragmatismo lo que predomine, no se podrá alcanzar ningún propósito para encarar a la delincuencia, mientras la clase política
mantenga la confrontación que ha caracterizado su desarrollo durante los últimos
años. Tanto la aplicación certera de la ley, como la generación de mecanismos informales de control, propios de la antigua escuela, no dependen sólo de la voluntad
de actores individuales, sino de la existencia de condiciones políticas que permitan
generar un frente razonablemente homogéneo de la autoridad frente a la delincuencia,
con reglas claras del juego.
Probablemente no sea el señalamiento más edificante ni embone bien en el marco
del lenguaje políticamente correcto, pero existen múltiples indicios de las
interacciones entre diversos espacios del poder y el crimen organizado. Eso no está a discusión: a pesar de la pretensión de clandestinidad del vínculo, se ha podido
documentar en diversos lugares y tiempos. No es exclusivo de México, ni de este
momento histórico. Por lo que se refiere a nuestro país, tampoco murió con el antiguo
régimen que ya volvió; simplemente alteró su forma de funcionamiento.
El predominio de la estructura política sobre la delincuencia, hasta antes del 2000
se derivó en lo fundamental del carácter centralizado del régimen y de su capacidad
de control político y social, que contaba con una línea de autoridad clara. No necesariamente formal, pero clara. Hoy, las condiciones del pluralismo imponen el
acuerdo político entre las fuerzas que constituyen autoridad en los diversos ámbitos
de gobierno, como paso imprescindible para rearticular el poder del Estado.
En la actualidad, ninguna de las tres principales fuerzas políticas que hoy
gobiernan son ajenas a los diversos efectos adversos que ha generado el narcotráfico.
Ninguna de ellas puede señalar objetivamente que no se ha visto afectada por
problemas de corrupción. El peor escenario para el país sería que, precisamente por tratarse de un mal compartido, se continuaran aplicando meros paliativos como
estrategia de contención contra los delincuentes más violentos a fin de no pagar
costos políticos, en un contexto de impunidad generalizada. Ese derrotero sólo acarrearía un agravamiento de la corrupción y la violencia.
No hay recetas fáciles para un problema que se dejó podrir al tiempo. Sin
embargo, en términos generales, una estrategia orientada a disminuir la violencia asociada a la delincuencia organizada en el país requiere, más que medidas o
mensajes efectistas, acciones integrales y sinérgicas, simultáneas algunas,
consecutivas otras, sin las cuales es previsible su fracaso.
59
El despliegue territorial masivo no basta, como tampoco la generación de penas
más rigurosas, los incrementos presupuestarios o de entrenamiento para las
corporaciones de seguridad, si no se realizan al mismo tiempo la mejora en el funcionamiento de impartición de justicia y penitenciario, la ruptura del dominio de
las ganancias obtenidas ilícitamente y la priorización en el aseguramiento de los
actores delictivos más disruptivos.
Se precisan muchas acciones racionales, como generar corporaciones policiacas
civiles altamente profesionalizadas para realizar tareas de investigación e inteligencia,
respetuosas de los derechos humanos. Es preciso desembarazar a los órganos de
inteligencia civil del Estado mexicano de muchas tareas que no constituyen un tópico de seguridad nacional, que las mantienen virtualmente inoperantes como centros de
información y asesoría política hipertrofiados, y reenfocarlas a los objetivos
sustantivos de proteger la integridad de los ciudadanos y la supervivencia del Estado, no del régimen.
Es fundamental acotar la ventana de oportunidad que representan para los
intereses delictivos los descomunales gastos de campaña y precampaña políticas que
en la actualidad permanecen en todos los niveles, federal, estatal y municipal, fácticamente fuera de control y supervisión efectivos.
Pero sobre todo, es imprescindible tener la voluntad política de llamar a las cosas
por su nombre y afrontar el problema del narcotráfico a partir de sus variables sustantivas y de lo que el Estado mexicano está realmente en condiciones de hacer.
60
COLOMBIA: GUERRA, DESPLAZAMIENTO FORZADO Y
RECONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES
Sibely CAÑEDO CÁZAREZ
RESUMEN
El desplazamiento forzado en Colombia se ha convertido en una crisis humanitaria de grandes proporciones. Hasta mayo de 2011 el Gobierno había
registrado más de 3.7 millones de desplazados internos en el país. Sin embargo,
organismos no gubernamentales consideran que la cifra de desplazados por el conflicto que involucra a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)
y a las fuerzas del Estado, rebasa los 5 millones, sobre todo a partir de la década de
Comunicóloga. Maestra en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Es periodista del diario Noroeste, Mazatlán.
61
1980. Desde la urbanización del conflicto se desató un intenso debate público y
académico que derivó en la categorización del desplazado como un ciudadano en
situación vulnerable y en reconocimiento de las responsabilidades del Estado en torno al tema. La polémica culminó con la creación de la Ley 387 para la Atención y
Protección de Personas Desplazadas en el año de 1997, que establece una serie de
políticas públicas en torno a la restitución de los derechos ciudadanos de las personas que han perdido su territorio y patrimonio y en muchos casos han visto destruido su
núcleo familiar. Buscamos, aquí, mostrar y explicar este proceso, que ha representado
la reconstrucción de identidades generada por el fenómeno del desplazamiento, dentro
de un contexto social y cultural, como una categoría social emergente.
DESPLAZADOS: LA PERMANENTE RECONSTRUCCIÓN
La forma de conceptualizar el desplazamiento forzado en Colombia, tanto en el
debate público, como en las esferas académicas y en las discusiones emanadas por el sentido común, ha sufrido una transformación vertiginosa en las últimas dos décadas,
con la etapa que se conoce como la urbanización del conflicto armado a partir de la
década de 1980. El fenómeno fue tomando tintes de crisis humanitaria y aquellos “sin
tierra” se hicieron visibles en las calles de las principales ciudades y en los caminos rurales. Esos rostros de desilusión y espasmo, en el limbo jurídico y social, fueron
cobrando forma al tiempo que el problema entraba a una etapa masiva y se estrenaban
tendencias en el ya conocido desarraigo.
Según reconocidos autores, la guerra y la expulsión de poblaciones ha sido un eje
estructurante de las ciudades en el territorio colombiano debido a la larga continuidad
del conflicto, que así como destructor, es “constructor” de nuevas realidades y grupos sociales. El conflicto bélico y sus efectos habían sido naturalizados entre muchos
sectores, vistos como parte inherente de la historia y no como una problemática.
Tomando en cuenta que el actual conflicto armado tiene sus raíces en una
confrontación bipartidista, conservadores contra liberales, de los años 50 del siglo pasado, así como en las marcadas desigualdades sociales y la inequidad en el reparto
de la tierra, el desplazamiento forzado podría parecer un tema sin novedad. Sin
embargo, las cifras se dispararon y aparecieron situaciones que obligaron a visibilizar el problema. Actualmente Colombia es uno de los países con el mayor número de
desplazados. Hasta mayo de 2011 el Gobierno ha registrado a más de 3.7 millones de
desplazados internos. Pero la Consultoría para los Derechos Humanos y el
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Desplazamiento (CODHES), considera que la cifra real de desplazados por el
conflicto desde mediados de los años 80 supera los 5 millones de personas.1
La relación desplazamiento-conflicto armado influye en la conformación de conceptos e imaginarios colectivos acerca de los desplazados, una hibridación
confusa que no contribuye a la categorización de la problemática y más bien genera
una serie de imputaciones al sujeto desterrado. No obstante, distinguir las distintas etapas del conflicto armado ayuda a entender la naturaleza del desarraigo y sus
implicaciones territoriales. Al respecto, señala Flor Edilma Osorio (2000):
En la segunda mitad del siglo XX, podemos diferenciar tres etapas del conflicto
armado, si bien no tienen fronteras muy nítidas, ni en su temporalidad ni en su
caracterización: La violencia bipartidista, aproximadamente entre 1946 y 1964. El
surgimiento y consolidación de guerrillas de izquierda, entre 1965 y 1985. Y la
complejización, intensificación e internacionalización del conflicto armado, a partir de 1985. Aunque hay rupturas que las marcan, es posible identificar ciertos hilos
conductores y dinámicas recurrentes que entretejen estas etapas, y que adquieren
lógicas particulares en las regiones y localidades.
Las primeras dos etapas se circunscriben casi exclusivamente a los contextos
rurales y se relacionan en mayor medida con desplazamientos paulatinos o aluviales,
pero en la tercera etapa, la más reciente, se complejiza la correlación de fuerzas del conflicto armado con la participación más activa de nuevos poderes fácticos, como el
narcotráfico, el sistema político, las compañías multinacionales, los medios de
comunicación y los organismos no gubernamentales internacionales (ONG), tema que será tratado más adelante. Lo importante aquí es la visibilización del fenómeno y su
impacto como una categoría social emergente, que si bien se encontraba en sus raíces
en épocas anteriores, es hasta los años recientes cuando se consolida en busca de
reconocimiento social.
Esto se dificulta debido a la ausencia de identidades preexistentes en torno a las
personas desarraigadas. Los desplazados no proceden de una región en particular,
aunque sí hay zonas marcadas con focos rojos. Las tendencias son cambiantes y las territorialidades del desplazamiento fluctúan de acuerdo a las treguas del momento o a
los avatares del conflicto, por lo que no se puede identificar a los afectados con una
región específica; el desplazamiento tampoco se vincula en exclusiva a grupos determinados ya sea por su raza, su religión o alguna característica por la que puedan
1 Las cifras corresponden al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados
(ACNUR), en su capítulo Colombia. Disponible en: http://www.acnur.org/t3/operaciones/situacion-
colombia/desplazamiento-interno-en-colombia/ Consultado: 30/04/2012
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ser discriminados; si bien se presentan tendencias como que la mayoría de los
desplazados son campesinos y afrodescendientes, no es ésta la causa de la
movilización forzosa. Los desplazados han sido una especie de masa amorfa difícil de reconocer y clasificar (Uribe, 2001).
Ante la ausencia de conocimiento sobre un grupo poblacional en ascenso y visible
en las ciudades, surge la asignación de pertenencias imputadas, “impuestas por otros y referidas a las exigencias discursivas de la guerra y no a los sentimientos y las
voluntades de quienes las sufren contribuyen a la pérdida de sentido, a la confusión ya
la opacidad en la que se mueven irremediablemente los afectados por este drama
social” (Ibíd).
La particularidad del desplazamiento en Colombia se enmarca sobre todo en una
guerra de larga duración y multipolar. A diferencia de otros países, donde los
episodios bélicos suelen ser eventos intensos y traumáticos pero de corto tiempo, y con la participación de dos actores principales enfrentados entre sí, en Colombia son
numerosas las causas y los actores que pueden provocar un desplazamiento forzoso de
población.
Ante este marasmo de incertidumbres, surgen estigmatizaciones que se centralizan en las categorías del desplazado bandido y del desplazado damnificado.
La primera responde a la lógica de la guerra, y se cristaliza en la desconfianza con
que el ciudadano común ve a los desplazados recién llegados a su ciudad, como resultado de la asociación de las víctimas con los victimarios y una supuesta relación
con el conflicto armado.
Por otra parte, el desplazado damnificado es visto como la víctima de un hecho desafortunado, una catástrofe cuasi natural como la guerra, eliminando así la
dimensión política y social de esta crisis humanitaria, así como borrando la
responsabilidad del Estado. De igual forma se refieren a los desplazados como
problemáticos o flojos, ya que vienen a agregar conflictos a las ciudades al buscar un lugar para vivienda y hacer uso de los servicios públicos, que ya de por sí sufren una
sobresaturación. Estas eran visiones que prevalecían en el sentido común y
reproducían un estigma.
Fue necesario un trabajo de construcción teórica para separar a los desplazados
del maremágnum de fenómenos dentro de los cuales solían enmarcarse: la
marginación, la pobreza y los efectos colaterales de la guerra. La indiferencia constituyó el primer obstáculo a vencer para aquellos interesados en combatir los
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destierros de grandes grupos de ciudadanos, que se traducían en penosos peregrinajes,
pérdidas irreparables y daños imborrables.
Retomando a Hanna Arendt, los desplazados podrían equipararse a la condición de apátridas pero no “de jure”, sino de facto, inclusive al encontrarse dentro de los
límites territoriales de la nación que nominalmente los acoge. Con el concepto de
apátridas, se establece un contrapunto para analizar el caso colombiano. El comparativo ayuda a resaltar las cualidades particulares y ayuda a reflexionar en torno
a las diferencias con otros casos del mundo.
La autora enmarca su reflexión sobre los apátridas en el período de entre guerras y
lo analiza a la luz de los efectos traumáticos que para la Europa Central y Oriental tuvieron 3 factores específicos: el derrumbe de los grandes imperios multinacionales
(Austria-Hungría y Rusia); los tratados de paz que pusieron fin a la guerra mundial y
que redefinieron las fronteras de muchos países y los tratados sobre minorías nacionales, suscritos por los diferentes Estados y por la Comunidad de Naciones.
2
Los grupos minoritarios por excelencia eran los judíos dispersos en el mundo
como una nación sin Estado. Muchos de ellos lucharon por el reconocimiento. Decían
que un pueblo sin patria carecía de los derechos más elementales. Estos movimientos fueron sofocados por estados nacionales y expulsados por no querer pertenecer a la
patria que les daba refugio, y así se incrementó el fenómeno de los apátridas de un
contingente importante de población que vivía “sin Estado, sin Patria y sin Ley”.
Pero en el caso colombiano, coincide una corriente importante de investigadores,
millones de personas son apátridas dentro de su propio territorio, aun bajo un estatuto
jurídico que los acoge sólo en el papel. Siguiendo con la misma autora, los apátridas pierden en tres sentidos: sus hogares, la protección de sus gobiernos y el estar por
“fuera del redil de la ley”. Esto último significa la no pertenencia a comunidad
alguna; no es sólo que no sean iguales a los demás ciudadanos, sino que su misma
condición de ciudadanos está en duda, es la pérdida del derecho a tener derechos.
En Colombia, el fenómeno del desplazamiento cundió acaso de manera silenciosa
hasta mediados de la década de los 80, sin que el problema fuera reconocido por el
Estado, por lo que no había un mecanismo legal que respondiera por la protección de
2 Uribe de Hincapié, María Teresa [coord.] (2001). Desplazamiento forzado en Antioquia.
Aproximaciones teóricas y metodológicas al desplazamiento de población en Colombia.
Volumen 0. Universidad de Antioquia, Instituto de Estudios Políticos. ISBN 958-33-2346-2.
Bogotá, Colombia, pp 54.
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los desplazados. El gobierno federal se deslinda y pasa la responsabilidad a los
gobiernos locales; y éstos a su vez dicen que a ellos no les corresponde.
Fue la Iglesia Católica, vía la Conferencia Episcopal de Colombia, la primera entidad en develar este drama, al impulsar el estudio exploratorio denominado
“Derechos humanos: desplazados por la violencia en Colombia”, publicado en 1995.
El libro abrió el debate, impulsado por redes de ONG e instituciones académicas, que culminó en la promulgación de la Ley 387 para la Atención y Protección de Personas
Desplazadas 2 años más tarde; en ella se responsabiliza el Estado en devolver la
estabilidad socioeconómica a las personas desplazadas, así como establecer políticas
que contribuyan a disminuir los impactos de la violenciaa, y entre sus apartados más discutidos se encuentra la definición de desplazados, que constituye un parteaguas
para la concepción del problema desde un estatuto jurídico: 3
Toda persona o grupo de personas que se han visto forzada a migrar dentro del
territorio nacional abandonando su localidad de residencia o actividades económicas
habituales, porque su vida, su integridad física, su seguridad o libertad personales han sido vulneradas o se encuentran directamente amenazadas, con ocasión de
cualquiera de las siguientes situaciones: Conflicto armado interno, disturbios o
terrorismo internos, violencia generalizada, violaciones masivas de Derechos
Humanos, infracciones al Derecho Internacional Humanitario u otras circunstancias
emanadas de las situaciones anteriores que puedan alterar o alteren drásticamente el
orden público.
Según la Ley, las personas desplazadas poseen la misma dignidad y derechos que
cualquier otra, pero al ser personas a las cuales se les han violado sus derechos fundamentales, merecen un trato especial por parte del gobierno y de las instituciones,
para que dichos derechos sean resarcidos. La atención psicosocial debe reconocer a la
persona desplazada como sujeto de derechos. Y aunque aún falta mucho por discutir y la implementación de la reforma ha despertado diversas críticas, la ley 387 introdujo
la categoría desplazados en el campo jurídico y plantea sus elementos esenciales.
SOBERANÍAS EN VILO Y “ESTADO DE GUERRA”
Las particularidades del caso colombiano se encuentran muy ligadas al carácter único de la guerra en este país, que como ya se ha mencionado, no se conforma por
3 Colombia fue el primer país que consideró a los desplazados como una categoría de
ciudadanos aparte, en reconocimiento de su vulnerabilidad y falta de garantías para ejercer sus
derechos, incluso antes de que la ONU publicara los Principios Rectores para el
Desplazamiento en 1998.
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un sólo episodio sino múltiples y muy dispersos. El Estado demuestra la debilidad y
la falta de capacidad para ejercer el control sobre la totalidad de su territorio y para
aplacar a los grupos subversivos que le disputan de una u otra manera la soberanía.
Para Hobbes, un Estado omnipotente es capaz de agrupar a diferentes grupos y
estamentos dentro de su égida. Pero ¿qué pasa cuando un Estado no logra convertirse
en omnipotente u omnipresente? La soberanía no se logra de una vez y para siempre, pues siempre subyace la posibilidad de la guerra o de intereses que intenten derrocar a
un poder imperante. María Teresa Uribe defiende la tesis de soberanías en vilo para
explicar la crisis de Estado que se vive en Colombia, donde no se puede hablar de un
fracaso total o de un Estado inexistente, pero sí de un Estado que es constantemente retado y no puede imponer su poder en la totalidad del territorio; grupos armados,
especialmente las guerrillas, le disputan la soberanía en espacios confinados e
intentan sustituir las funciones estatales imponiendo su ley a miles de pobladores.
La soberanía en vilo corresponde a un “Estado de guerra” cuasi permanente,
caracterizado por el animus belis, la predisposición casi natural a dirimir los
conflictos sociales mediante la violencia, pues aunque puedan presentarse periodos de
relativa calma, permanecen las condiciones necesarias para que la lucha armada se “prenda” de nuevo en cualquier momento. El Estado de guerra y no en guerra, según
una reinterpretación del concepto usado por Foucault, provoca que todos tengan el
poder de la violencia. “Ante este poder todos son iguales o como diría Hegel, cada uno es débil frente a los demás y por tanto cada uno es enemigo y competidor de los
otros” (Schmitt, citado por Uribe, 1998).
En Colombia se expresa por una debilidad endémica tanto en el pasado como en el presente, por grupos armados de diferente ideología que se caracterizan por resistir
los intentos de dominación desde el Estado y mantener viva la hostilidad cuando
sentían vulnerados o en peligro sus circuitos privados de poder. En esos espacios
surgen formas no convencionales de ejercer la política y de usar el recurso de la fuerza; se instalan mandos alternativos que son capaces de dirimir conflictos entre
vecinos, otorgar protección y seguridad, en algunos casos sin trastocar en forma
significativa la vida cotidiana y en otros, de forma traumática y con violencia exacerbada (Uribe, 1996).
Así expuestos los vacíos y debilidades del Estado, cuando no complicidad y
negligencia, la construcción teórica encuentra fundamentos para establecer su responsabilidad en el fatídico destino de millones de personas que han sido
desplazadas de sus hogares patrios, lo cual se asienta en la ley 387, que ha derivado
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en políticas públicas específicas y en una inserción del tema en las agendas públicas
en las distintas escalas de gobierno.
DESPLAZAMIENTO Y RECONSTRUCCIÓN DE IDENTIDADES
El agotamiento del paradigma positivista para abordar el fenómeno de la guerra y
sus implicaciones, como el desplazamiento forzado y sus efectos psicosociales y
culturales, ha llevado cada vez más a una aceptación de los métodos cualitativos y, sobre todo, al rescate de la memoria colectiva como manera de referirse a lo
simbólico-sacralizado, como sustrato invisible de la violencia, formador y reformador
de realidades. Elsa Blair Trujillo (1998), explica que “uno de los factores en juego en
la violencia actual es el problema de las identidades, que no acaban de construirse a partir de referentes abstractos, racionales, laicos (ciudadanía propia de la modernidad)
y que, por el contrario, parecerían construirse a partir de la guerra o sucumbir en ella”.
Una dimensión simbólica bastante descuidada en la investigación.
Más allá de las pertenencias imputadas como la del desplazado bandido y la del
desplazado damnificado, se encuentra la identidad que se construye socialmente en el
cotidiano devenir del día a día, en donde la guerra en Colombia influye en distintas
regiones de forma significativa. De acuerdo a varios investigadores, como Pécaut, la sociedad colombiana ha banalizado la violencia al grado de concebirla como una
consecuencia natural de la búsqueda del poder en un Estado nacional, y ante la
generalización del fenómeno se ha perdido buena parte de la capacidad explicativa. “En la dinámica del conflicto parecería que, por momentos, lo importante no es el
porqué de la lucha, sino la lucha misma, como si la confrontación armada se hubiera
convertido en un fin” (Ibidem). Esta naturalización conlleva a la creación de un imaginario colectivo de la violencia susceptible de ser reproducido en sus estructuras
principales y convierte a la violencia en portadora de una semilla capaz de hacerla
germinar de nuevo una y otra vez.
Según Blair Trujillo, está por un lado la ausencia de estructuras formales como el de una ciudadanía moderna para formar identidades y la prestancia de la guerra como
factor de identificación. Un ejemplo es en el periodo de La Violencia, que polarizó la
identidad de los actores sociales como adeptos de uno u otro partido, ya sea liberales o conservadores, una visión que no daba cabida a más alternativas y configuró una
forma de construir identidades a través de la adscripción político-militar como eje
principal. Qué tanto el pertenecer a un grupo armado puede marcar la identidad del individuo y su familia, vista desde dentro o desde fuera. O qué tanto las
territorialidades bélicas estigmatizan a quiénes habitan en un espacio marcado por la
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guerra. De acuerdo a esta tesis, es necesario entender el lenguaje de la violencia en
términos simbólicos y no sólo en estadísticas o según la estrategia militar.
De modo que si la cosmovisión y la cultura de un pueblo se expresan no sólo en su arte, como lo señalara Clifford Geertz, sino en todos los ámbitos de la vida, en la
economía, en la religión, en la política, no es difícil concluir que si la guerra ha estado
presente como factor estructural en la historia de Colombia, la relación cultura-violencia sea por lo menos indisoluble. De acuerdo a Gilberto Giménez, la identidad
sería
El proceso de construcción social y simbólica que ejecutan los actores sociales para
interiorizar un conjunto de repertorios culturales (representaciones, valores,
símbolos, normas) mediante los cuales demarcan sus fronteras y se distinguen de los
demás actores en una situación determinada, todo ello en contextos históricamente
específicos y socialmente estructurados (Giménez, 2007).
Desde este punto de vista, las representaciones sociales se convierten en un factor
de creación de nuevas realidades y por ello, en el tema de la violencia, amerita
especial atención.
POR EL RESCATE DE LA MEMORIA HISTÓRICA
Además de la construcción de aspectos identitarios en el contexto de una
violencia generalizada, se encuentra el problema de la reconstrucción de la vida social
y comunitaria de millones de individuos que han sufrido el éxodo y la pérdida de sus territorios, junto con sus referentes simbólicos. El antropólogo Michael M. Cernea,
nos dice que el desplazamiento es en términos sociológicos una desarticulación de
los patrones de existencia social en general; pero, más aún, cuando el abandono de sus pertenencias materiales e inmateriales ligadas al territorio es motivado por las armas,
esto conlleva cargas adicionales en el aspecto psicológico y de vulnerabilidad de la
propia integridad física. Los momentos de crisis suelen ser periodos calientes en los
que se intensifica la búsqueda de significados a los acontecimientos que trastocan la vida social. Y por otro lado, se ve alterada la identidad individual y colectiva,
entendida “la representación que tienen los agentes (individuos o grupos) de su
posición en el espacio social y de sus relaciones con otros agentes (individuos o grupos) que ocupan la misma posición o posicione diferenciadas en el mismo
espacio” (Giménez, 1997).
En este sentido, autores como Baczko (citado por Blair, 1996) atribuyen al pasado
una función modeladora y resignificadora de los sucesos presentes, pero también de la proyección hacia el futuro. La memoria colectiva y una revaloración de la identidad
69
territorial como algo primigenio y simbólico, independiente de su espacialidad física,
puede llegar a convertirse en un proceso cultural que ayude a restablecer el tejido
social, afectado después de un proceso de belicosidad. Explica: “Esta reivindicación del derecho al pasado y, por tanto, al ejercicio de la memoria colectiva, se inscriben
en un contexto más amplio, el de la reconquista de un campo simbólico.”
La pérdida de los territorios no sólo representa un factor para el empobrecimiento material y un riesgo para la seguridad física de los apátridas de facto, sino también
afecta la identidad individual y colectiva, pues rompe con los referentes concretos de
sus memorias e historias de vida, así como de los recursos naturales e incluso de los
lazos con los ancestros como en el caso de los grupos indígenas y muchas poblaciones campesinas. Por ello, la restitución de tierras y el retorno es una parte fundamental de
lo que se conoce como reparación de daños a las víctimas, en la medida que esto es
posible. La diseminación de las comunidades es un golpe fuerte para los grupos desplazados, quienes se ven obligados a romper sus lazos sociales de forma drástica.
La relación entre la memoria y las esperanzas colectivas ha sido puesta también
sobre la mesa de discusiones. La psicología social pone en evidencia la necesidad de
las colectividades de una continuidad histórica. Necesitan un pasado para recordar su esencia y garantizarse a sí mismas y a los demás quiénes son y de dónde provienen.
No obstante, el contexto violento y la estigmatización del sujeto desarraigado no
ayudan para elaborar relatos coherentes, ya que las víctimas son objeto constante de sospechas. Ellos mismos se ven obligados al silencio o a ocultar su condición de
desplazados por temor a represalias, por lo que tienen que crear un relato para la
policía, otro para la ONG que los ayuda, otro para la alcaldía, por lo que el asunto resulta más complejo de lo que parece.
Aquí se comparte la propuesta de Martha Nubia Bello (2001) referente a la
construcción de narrativas alternativas en torno al sujeto desplazado, que deben
buscarse desde el sujeto mismo no sólo desde la victimización, sino que estos nuevos relatos deben ir acompañados de la capacidad de agencia. Si la identidad de los
desplazados se forma sobre la base violenta del despojo, de la victimización, la
vulnerabilidad, no será posible encontrar un hilo conductor que los constituya en sujetos de acción capaces de influir sobre sus propios destinos y el de sus
comunidades. Muchos estudios han comprobado que cuando el desplazamiento se
enfrenta de forma comunitaria se encuentran mejores soluciones.
EN BUSCA DE NUEVAS TENDENCIAS
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En la constante re-edición de los episodios violentos en el territorio colombiano,
el desplazamiento forzado está dejando de ser atribuido, de forma exclusiva, al
conflicto armado. La tesis de la guerra como gran causa enfrenta fuertes críticas, debido a la emergencia de nuevos actores que actúan de forma abierta o implícita en
la guerra, que utilizan las dinámicas de lo bélico con intereses económicos. A finales
de los 90, comienza a cobrar fuerza una línea de investigación que aduce como causa de los desplazamientos masivos y aluviales, a los macroproyectos de desarrollo que se
engarzan con las nuevas tendencias de mundialización de la economía.
Contrario a los postulados de la teoría postmodernista, que observa una
desterritorialización de los procesos económicos y sociales más importantes, y que pondera los “flujos” de capital y de comunicación sobre las fronteras espaciales, lo
que se ha visto en el caso colombiano y de otros países de América Latina es que los
intentos de dominación se realizan sobre una base de territorialidad al buscar el control de espacios estratégicos, con el fin de explotar hidrocarburos, recursos
hídricos o minerales de alto valor en el mercado industrial. Álvarez de Flores y Luz
Dary Rivera exponen durante el Congreso “Planes geoestratégicos, desplazamientos y
migraciones forzadas en el área del proyecto de desarrollo e integración de Mesoamérica”:
… Con la implementación del modelo neoliberal, asociado a los interés de
corporaciones trasnacionales para el control de los recursos naturales y los diferentes
sectores económicos, converge el advenimiento de planes estratégicos de desarrollo
e integración que caracterizan el actual proceso de globalización, bajo el supuesto
que a mayor inversión extranjera, mayores posibilidades de desarrollo para los países, llamados de “economías emergentes”.
El contexto internacional ha influido, de algún modo, sobre los intereses y el
trasfondo detrás de las operaciones de desplazamiento de comunidades en Colombia;
si bien es cierto que diversos actores internacionales aprovechan la situación de
guerra interna que vive el país sudamericano, ya no es ésta la que domina la pauta en los éxodos de población marcados por la trama del conflicto, sino que hay otros
intereses que intentan controlar estas tendencias para su beneficio, sin descartar los
efectos colaterales e inesperados, sobre todo tomando en cuenta la porosidad que existe entre los diversos grupos armados y la clase política del país.
Cada uno posee distintas formas de acción y de posesión del territorio. No es
asunto de este trabajo describir cada uno, pero lo importante es hacer notar la maleabilidad del conflicto y su capacidad para transformarse y adquirir nuevos e
71
insospechados derroteros que muy fácilmente se salen de control. Myriam Zapata,
estudiosa del tema, advierte que el desplazamiento de comunidades
coincide con el señalamiento de ser ayudantes de la guerrilla o del narcotráfico y con
zonas estratégicas donde se planea desarrollar grandes megaproyectos para la extracción de oro, níquel y cultivo de palma africana en el Chocó por parte de
multinacionales como Chiqui-cultivo de palma africana en el Chocó por parte de
multinacionales como Chiquita Brands International Inc. (antigua United Fruit),
acusada en Estados Unidos por abonar más de 100 pagos a las Autodefensas Unidas
de Colombia para asegurar su protección. La justicia estadounidense condenó al grupo
bananero Chiquita a una multa de 25 millones de dólares por haber financiado a
paramilitares colombianos para lograr su protección entre los años de 1997 a 2004. 4
Esta “coincidencia” de regiones desplazadas y la posterior explotación o
instalación de macroproyectos de desarrollo, se presenta no sólo como una práctica nueva de desplazamiento, sino que se oculta en los viejos paradigmas de las guerrillas
de las FARC, en una imbricación compleja de estructuras y representaciones sociales
del pasado, del mundo premoderno con otras pertenecientes a las postmodernidad. Por ello es necesario un nuevo marco de interpretación.
Por otro lado, la acción colectiva y la participación de la sociedad organizada a
nivel internacional han desempeñado un papel crucial. Aunque permanezcan
dinámicas del pasado, la guerra no puede analizarse ya como en los siglos XVIII y XIX, cuando ésta era una cuestión de honor sobre la base del patriotismo y los
enfoques nacionalistas prevalecían sobre los globales. La intervención de la opinión
pública internacional, así como la intervención de potencias extranjeras, añaden grados de complejidad; pero en contraparte la acción de las ONG ha ayudado a
destapar una tragedia humanitaria que permanecía oculta debido a la militarización y
narcotización de las relaciones internacionales de Colombia hasta hace unos años, además de integrar redes de una movilización ciudadana sin precedentes en busca de
la paz social. Después de varios procesos fallidos de negociación con los grupos
armados, parece que la única esperanza viene más de la acción colectiva que de los
esfuerzos de su propio gobierno por meter al país en proceso de justicia y paz.
REFLEXIONES FINALES
4 Zapata, Myriam (2011). “Planes geoestratégicos, despojamiento y representaciones sociales
del desplazamiento forzado en Colombia”. En: Planes geoestratégicos, desplazamientos y
migraciones forzadas en el área del proyecto de desarrollo e integración de Mesoamérica. Ed.
Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia, Pp.341.
72
El desplazamiento forzado exige una mirada integradora a la luz de todo un
sistema social en movimiento y, por ende, requiere ser visto desde el paradigma del
pensamiento complejo, donde todos los subsistemas de acción se interpenetran entre sí y moldean la naturaleza general del fenómeno como. Cabe mencionar que la guerra
es un eje constructor/destructor de todas las dimensiones de la vida colectiva y no
sólo de una de ellas. Rompe con los patrones de existencia de una forma total, provocando cambios drásticos que no dan tiempo para procesos de adaptación como
en los cambios sociales que suelen darse de forma más o menos natural en el paso del
tiempo. Los desterrados pierden sus trabajos, ven desarticuladas sus familias, sus
relaciones sociales, su lugar en el mundo, por lo que las repercusiones en la identidad tanto individual como colectivas podrían resultar claras al igual que la fragmentación
de la vida comunitaria; sin embargo, ante la urgencia de atender las necesidades
vitales como vivienda, alimentación, educación, tanto las mismas víctimas como las instancias del gobierno y organismos civiles, pasan los factores socioculturales a un
segundo plano. Creemos que este aspecto no por ser menos urgente, deja de ser
relevante, porque de ahí depende en gran medida el restablecimiento de la vida social
y la manera en que las personas encontrarán una salida digna en la proyección de su futuro. Por último, es importante adelantar que la presente exposición pretende formar
la base para un estudio comparativo entre los casos de Colombia y México, donde a
partir de la llamada Guerra contra el Narcotráfico (2006-2012) ha recobrado inusitada relevancia y actualidad el tema del desplazamiento forzado.
BIBLIOGRAFÍA
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Aproximaciones teóricas y metodológicas al desplazamiento de población en Colombia,
Universidad de Antioquia, Bogotá. Wehr, Ingrid [coordinador] (2006). Un continente en movimiento. Migraciones en América
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73
MIEDO DE CARNE Y LETRAS: BOSQUEJO DE LA LITERATURA
DEL MIEDO
Jenny T. GUERRA GONZÁLEZ
Comunicóloga, egresada de la UAEMEX. Efectuó una maestría en Estudios Latinoamericanos en la UNAM, en la que actualmente cursa el Doctorado también en Estudios
Latinoamericanos. Catedrática de la UNAM. Colabora en varias revistas especializadas y ha
efectuado estancias académicas en Colombia y Costa Rica.
74
DEFINIR, HISTORIAR Y SENTIR EL MIEDO
El miedo como perturbación angustiosa por un riesgo o daño real o imaginario1es
inherente al género humano; universal y democrático para provocar alteraciones en los sentimientos que se manifiestan en reacciones paralizantes o arrebatos violentos.
El miedo se relaciona con lo que deseamos y con lo que rechazamos, con lo probable
y con lo incierto; sólo la certeza o la ignorancia total nos liberan del miedo.
El miedo individual, instintivo y meramente físico, se ha generalizado en formas
de temor colectivas; desde los individuos que se agruparon en sociedades primitivas
hasta los habitantes de mega ciudades posmodernas, cuantos hombres se han
organizado en comunidades han compartido miedos y esperanzas, porque ambos sentimientos, orientados hacia un futuro contingente, resultan inseparables.
Un leve atisbo a la historia de la humanidad puede confirmarnos la existencia de
una inseparable relación entre el miedo y la esperanza, o bien el miedo y el deseo. Podemos avistar las tumbas de los faraones que temían a la muerte y deseaban
sobrevivir con lujos y sirvientes; reflexionar sobre las motivaciones de los primeros
cristianos que llegaban a la arena del circo romano para enfrentarse a fieras
hambrientas esperando la resurrección en el paraíso. También podemos observar a personas que fueron un día admiradas por su belleza y ven acercarse la vejez: temen
perder algo que consideran un valor (que quizá les dio una sensación de triunfo) y
desean con desesperación conservar la apariencia juvenil a la que se aferran. Si el miedo es la más antigua de las emociones, podríamos deducir que toda nuestra vida
cultural y social estaría influida por él.
Desde tiempos remotos, pensadores y filósofos se han ocupado del miedo, considerado como un sentimiento, como un “afecto”, como una pasión del alma y,
más contemporáneamente, como una emoción del individuo. Los conceptos no se han
modificado notablemente, aunque sí los términos. Platón se refirió al miedo en
contraste con la valentía y lo relacionó con los valores formativos del carácter. En la Atenas de los siglos V y IV antes de Cristo nadie se habría atrevido a menospreciar la
valentía, esencial para la defensa de la ciudad, a la vez que para medir la calidad de
los ciudadanos.
En los albores de la modernidad, René Descartes y Baruch Spinoza, preocupados
por las pasiones capaces de alterar la conducta de los individuos, analizaron las
1 Fuente electrónica: http://www.rae.es/rae.htmln (Diccionario de la Real Academia Española
en línea).
75
emociones y las impresiones que conmueven al ser humano y provocan sentimientos
con la misma fuerza que si algo estuviera sucediendo en el acto. Según Spinoza, las
causas de esperanza o de miedo, provocan alegría o tristeza, y no sólo son diversas según los individuos sino que uno mismo puede reaccionar de distinto modo, acorde a
las circunstancias, ante similares estímulos: “del amor, del odio, de la esperanza, del
miedo, etc., se dan tantas especies cuantas son las especies de los objetos por los cuales somos afectados”. Mientras la esperanza es una alegría “nacida de la idea de
una cosa futura o pretérita de cuyo suceso dudamos hasta cierto punto”; el miedo es
por contraste, la tristeza provocada por la misma duda en relación con algo que nos
asusta. De donde se sigue que “no se da esperanza sin miedo ni miedo sin esperanza” (Spinoza en Gonzalbo, et al, 2009: 24-25).
En las empresas de conquista y colonización de América se combinó
permanentemente la incertidumbre de hallarse perdidos en tierras perdidas y con frecuencia deshabitadas, vulnerables a cualquier peligro, con la esperanza de alcanzar
los ambicionados y míticos tesoros de El Dorado, en Sudamérica, la salida al mar por
el soñado reino de las Amazonas o la ansiada y mágica fuente de la eterna juventud.
La historia de Occidente cambió drásticamente a consecuencia de la Revolución Francesa, cuya cuota de miedo fue tan ostentosa que incluso uno de sus periodos se
llamó El Terror (1793-1794). La Terreur, en francés, se caracterizó por la brutal
represión de los revolucionarios mediante el terrorismo desde el Estado que buscó constreñir las actividades contrarrevolucionarias y cuyas secuelas fueron 1 300
ejecuciones por guillotina, supresión de las universidades, supresión de todas las
congregaciones, entre otras medidas económicas, sociales y culturales.
Mediado el siglo XIX, Darwin identificó las emociones repentinas que provocan
reacciones filológicas, de los estados de ánimo más o menos permanentes, que no son
visibles en los gestos faciales o movimientos corporales. Al estudiar la expresión de
las emociones en los animales y en el hombre equiparó seis emociones básicas en ambos grupos, y entre ellas señaló el miedo. En los casos de terror extremo, las
emociones se hacen visibles porque ocasionan cambios en el organismo, los cuales
comparó con las expresiones de los animales.
Una modificación de fondo en el estudio del miedo se produjo cuando, de las
pasiones individuales, se pasó a reconocer la trascendencia de las emociones
compartidas por grupos más o menos numerosos. Para Freud, en la psicología de masas podía apreciarse el impacto de emociones colectivas capaces de modificar el
comportamiento individual, de tal modo que tendían a desvanecerse la conciencia
moral y los sentimientos de culpa anteriormente asumidos. De ahí los abusos “que se
76
permiten los seres humanos cuando se sienten miembros de una masa y eximidos de
toda responsabilidad personal” (Freud en Gonzalbo, et al, 2009: 25).
La religión cristiana, en sus distintas confesiones, no fue excepcional en el terreno del miedo; a las potencias sobrenaturales, bienhechoras y sobreprotectoras se le
opusieron entes malignos. La posibilidad de bienaventuranza eterna se contrastó con
el peligro del castigo perenne, y los goces terrenales se vieron como engaños pasajeros que alejaban al hombre de su destino espiritual. Puesto que Dios destinó al
hombre a gozar del paraíso, poco valían los limitados goces terrenales, mientras que
los sufrimientos eran bienvenidos como méritos en el camino de la salvación. Los
relatos de mensajeros de ultratumba recordaban a los vivos la necesidad de privarse de lujos y placeres que se pagarían muy caros en el infierno.
Los individuos tienen la capacidad de conceptualizar sus miedos, de describirlos,
de ejercer su capacidad de imaginación e inventar sus propios terrores y de comunicarlos a sus semejantes. Frente a las formas instintivas del miedo, aparecen
creencias sobre las cuales sustentar a éste y a su contraparte, la esperanza. La historia
nos enseña que los viejos miedos (a la muerte, al dolor, a la vergüenza, al despojo)
siguen acompañando a la humanidad.
LIBROS QUE DAN MIEDO
El miedo no es único, no tiene una sola faz como hemos venido explicando. Los
retratos literarios que de él se han hecho, van desde la inminencia del mal (satanismo) en novelas góticas de fines del siglo XVIII y principios del XIX como El Monje
(1794) o Melmoth el errabundo (1820), pasando por lo monstruoso e incomprensible
que termina en una explicación racional –Los Crímenes de la Calle Morgue de Edgar Allan Poe- y desembocando en una experiencia del miedo entre lo explicable y lo
inexplicable que se traduce como ambigüedad en relatos como El almohadón de
plumas de Horacio Quiroga, There are more things de Jorge Luis Borges o La muerta
de Guy de Maupassant.
El miedo y su consecuencia directa, el temor, inspiraron el género literario del
terror durante el Romanticismo (fines del siglo XVIII en Alemania y Reino Unido).
Como consecuencia de la reacción contra la dictadura de la razón que supuso el Siglo de las Luces se despliega una profusa búsqueda de todo lo que tenga que ver con la
parte oscura, desconocida del ser humano, y ahí aparecen en su máximo esplendor el
miedo y el terror. No obstante, los escritores argentinos Borges, Bioy Cásares y Silvina Ocampo (1983: 5) coincidieron en que probablemente fueron los chinos los
primeros especialistas en el género. Sueño del aposento rojo y novelas eróticas y
77
realistas como KinP´inoMei y Sui Hu Chuan e incluso los libros de filosofía son ricos
en fantasmas y sueños.
En este género literario, se intenta impresionar o conmover al lector con la utilización de elementos sobrenaturales. El terror es la quintaesencia de lo fantástico,
la inquietud llevada a su máxima expresión. Allí donde la literatura fantástica invoca
a lo cerebral (¡Esto no debería suceder!), el terror apela a lo visceral (¡No quiero que esto suceda!). En el terror se plantea superlativamente la definición pura de lo
fantástico en cuanto a la irrupción de lo anormal en la normalidad. Es esencialmente
subversivo y perturbador.
Elemento fundamental que hace funcionar los mecanismos del terror es generalmente el monstruo. El monstruo como encarnación de lo desconocido, de lo
extraño, de lo otro, desde los relatos tradicionales, de origen folklórico (el hombre
lobo, los fantasmas), hasta monstruos que adquirieron su personalidad a partir de la ficción (Drácula de Stoker, prototipo del vampiro). Para Phillip Lovecraft, el mayor
miedo del ser humano es el temor a lo desconocido y en la narrativa de terror lo
desconocido es por lo general un ser extraño. Este Ser es muy concreto y claramente
descrito (un automóvil con instintos asesinos en Christine (1983) de Stephen King; una niña poseída por el demonio en El exorcista (1971) de William Peter Blatty o una
presencia apenas sugerida en La pata de mono (1902) de W.W. Jacobs.
Edgar Allan Poe sería el encargado de diversificar temáticamente al género del terror con sus cuentos sobre el entierro en vida, el duelo y la muerte. Contraria a la de
Poe, la obra de Henry James introduce la ambigüedad como recurso de extrañamiento
en el relato, así en Otra vuelta de tuerca (1898) no sabemos nada con absoluta certeza (¡el miedo cunde!): si la protagonista está loca o si los niños son espíritus malignos.
Herederos del “miedo” en las narraciones de Poe y James son los pintores Édouard
Manet (ilustración de El cuervo), Paul Gauguin (Nevermore de 1897), el grupo
musical The Alan Parsons Project (The Raven de 1976), el historietista español José Antonio Godoy “Keko” (cómic La protectora de 2011), entre otros.
El siglo XX es rico en literatura capaz de producir los miedos más diversos; desde
El fantasma de la ópera de Gaston Leroux (1909) hasta El resplandor de Stephen King (1977); pasando por El libro de las maldiciones (Clive Barker, 1985) y Entrevista con
el vampiro (Anne Rice, 1976). La monstruosidad, el monstruo que asolaba los relatos
decimonónicos ataca ahora con esa máscara que es una síntesis simbólica del miedo al caos, a la desestructuración de lo conocido; el miedo al otro distinto, a la
contaminación cultural y la pérdida de la tradición.
78
Los thriller psicológicos y la literatura juvenil de terror (relatos de espíritus,
relatos de temática gótica, relatos que aluden al mal absoluto, relatos de grupos o
pandillas que se enfrentan a la resolución de un caso terrorífico) son los escenarios desde que el miedo asoma al final del siglo XX y comienzos del XXI. El miedo
encuentra lectores en niños y jóvenes que saben que contra el mal, contra las criaturas
malignas, hay maneras de luchar, de protegerse, aunque a veces no se llega a tiempo. En Este libro está maldito (Alfaguara, 2007) se lucha contra los vampiros así:
Durante todo el día, sin detenerse un solo minuto a descansar, se dedicaron a abrir
ataúdes y a eliminar a los vampiros que anidaban en ellos. Clavaron estacas,
cortaron cuellos con cuchillos de plata, rociaron agua bendita, hostias y tierra
consagrada sobre los cuerpos inermes. Cuando la tarde agonizaba, habían acabado
con más de doscientos vampiros, entre hombres, mujeres, niños y ancianos (p. 34).
Pero en este texto como en otras historias, el mal –causa y origen de muchos miedos- no termina con el relato, sino que se expande y llega hasta quien se atreve a
invocarlo de nuevo; el efecto en el lector tiene un mayor impacto. Chicos y chicas son
potenciales víctimas del miedo que habita las páginas de Los ojos en el espejo de José
María Latorre (cuya trama se desarrolla en un antiguo manicomio que era utilizado por una secta satánica para hacer sus ritos); Los demonios de Pandora de Silvestre
Vilaplana (parte del mito de la caja para establecer como eje del relato un misterio en
el que los protagonistas intentan cerrarla y los “malignos” mantenerla abierta); La Casa del Indiano de Jesús Díez de Palma (en donde los aparecidos son los causantes
de temor y espanto); La Posada del Aullido de James Howe (historia de terror en la
que un perro y un gato son los protagonistas mientras sus dueños los dejan en una pensión para animales durante sus vacaciones); Lucas de Kevin Brooks (miedo y
misterio a partir de una historia de amor entre dos adolescentes que viven en la
pequeña isla de Hale) o Visita de tinieblas también de José María Latorre (libro que
aborda la muerte violenta de las monjas de un convento en Galicia, España)2.
LA CONTEMPORANEIDAD DEL MIEDO
La historiadora neozelandesa Joanna Bourke autora de El miedo: una historia
cultural (Virago Press, 2005) dejar ver que el miedo, como un sentimiento colectivo e individual, varía con las épocas y los contextos históricos:
2 Un inventario más detallado sobre literatura de terror, lo podemos encontrar en Miedo y
Literatura de Luis Martínez de Mingo (EDAF, 2004). Los interesados también pueden revisar
el sobresaliente ensayo que escribió H. P. Lovecraft entre 1925 y 1927 intitulado El terror en
la literatura.
79
Durante el siglo XIX, los temores relacionados con la muerte inminente estaban
estrechamente vinculados a los miedos acerca de cualquier tipo de vida después de
la muerte eventual, así como relacionados con la inquietud sobre el diagnóstico
correcto del deceso (o dicho de otra manera: que condujera a un entierro prematuro).
En nuestro tiempo, por el contrario, tendemos a preocuparnos mucho más sobre el
hecho de que nos obliguen a permanecer vivos más de lo debido (denegándonos la
oportunidad de “morir con dignidad”. Es el personal médico, en vez de los clérigos,
el que preside cada vez más el terror a la muerte. Los debates actuales sobre la
eutanasia y la muerte asistida están relacionados con estos cambios.
La gente tiene mucho miedo, vivimos en un mundo sobrecargado de peligros: la
alimentación, el cáncer, el cambio climático… estamos sobreexpuestos a
información que produce miedo (Antón, 2006).
En el marco de esta contemporaneidad posmoderna, neoliberal, de
fundamentalismos religiosos y peligros biológicos y ambientales es que se ha
producido durante los últimos veinte años abundante literatura que indaga, expone e intenta dar solución a los nuevos miedos colectivos e individuales. Antropólogos,
sociólogos, psiquiatras y hasta gurús del New Age han puesto el dedo sobre las formas
y mecanismos en qué opera el miedo; aquí una breve reseña de los que se consideran emblemáticos en sus respectivas áreas de conocimiento.
En Miedo Líquido: La sociedad contemporánea y sus temores (Paidós, 2007),
Zygmunt Bauman aborda el miedo y sus nuevas formas a partir de la modernidad que
pone fin a los temores místicos para acoger fatalidades y catástrofes novedosas. El peligro ya no sólo amenaza al cuerpo y las propiedades de la persona; su posición en
la jerarquía social, su identidad de clase, género, religiosa; su inmunidad a la
degradación y a la exclusión sociales, en resumen, su lugar en el mundo se ponen en riesgo. Bauman sostiene que el miedo es un término que refiere hoy a la
incertidumbre, a la ignorancia sobre la amenaza concreta que se cierne sobre nosotros
(el terrorismo, virus asesinos, pérdida del orden social, terremotos, etc.) y a la capacidad para determinar qué se pude hacer y qué no para contrarrestarla.
La emergencia de un mundo multicultural, globalizado y policéntrico trae consigo
el “miedo al miedo”. Los ciudadanos generamos una adicción a la seguridad que se
traduce en núcleos urbanos amurallados, seguros de vida, contra asaltos, incendios, robos, pero con la consecuencia de “sentirnos permanentemente inseguros”. La obra
del sociólogo polaco pone el acento en las fuentes de infelicidad del individuo; la
carencia de seguridad y justicia, el conflicto político y el debilitamiento de los gobiernos nacionales.
80
Los hijos de Marte y la cultura del miedo (Edit. Regional de Murcia, 2007) es un
ensayo en el que Juan Carlos Pérez Jiménez partiendo de la historia de Marte, dios de
la guerra, de la violencia asesina y de los combates y sus hijos con Afrodita, Deimos (el Terror) y Fobos (el Miedo) analiza al miedo en sus vertientes físicas y psíquicas.
Con apartados como El olor del miedo, De lo fisiológico a lo patológico, Peligros
públicos, Las estrategias del miedo político, entre otros, Pérez Jiménez nos habla del miedo como una emoción que adquiere matices diferentes en cada época. Contrasta
los temores de hoy con los de ayer, para localizar lo que nos asusta y lo que nos
conmueve en el ya no tan nuevo milenio. Rastrea la estela que deja la propagación del
miedo a través de los medios de comunicación y de otros canales sociales. El libro cierra con un epílogo que es como la contraparte del miedo: la Esperanza; la que ni la
ciencia ni la religión han sido capaces de consumar o concretar.
Una historia de los usos del miedo (El Colegio de México/Universidad Iberoamericana, 2009) es un trabajo colectivo que reúne las discusiones y reflexiones
que sobre el miedo se llevaron a cabo durante varios años en el Seminario de Historia
de la Vida Cotidiana (Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México) con el
apoyo de teorías de sociólogos y antropólogos entre los que se destacan Remo Bodei (Geometría de las pasiones, 1995); Jean Delumeau (El miedo en Occidente, 1989);
Edgar Morín (El hombre y la muerte, 1974); Jon Elster (Alquimias de la mente. La
racionalidad y las emociones, 2002), entre otros.
En sus dos partes constitutivas (“El miedo al otro o la justificación de la
violencia” e “Ideologías, estrategias y miedos”), se analiza al miedo como un
instrumento que con frecuencia resulta útil para lograr la estabilidad social (Los años que vivimos bajo amenaza. Miedo y violencia durante la etapa de la educación
socialista (1924-1940) de Engracia Loyo); mantener privilegios (El temor a la
insurrección de los indios en Querétaro a principios del siglo XIX de Juan R. Jiménez
Gómez); justificar actitudes de violencia (El miedo a los indios rebeldes e insumisos en Yucatán, siglos XVI y XVII de Laura Caso) o como explicación de debilidades
individuales o colectivas (Formas del miedo en la cultura urbana contemporánea de
María de la Paloma Escalante y Miedos terrenales, angustias escatológicas y pánicos en tiempos de terremotos a comienzos del siglo XVII en Perú de Bernard Lavallé).
El libro Una historia de los usos del miedo, a decir de Pilar Golzalbo, una de las
editoras, conjunta una visión panorámica de los ejes que orientaron la integración de las investigaciones:
Nos hemos referido al miedo como estructurador de relaciones sociales, a la
justificación de la violencia motivada por el miedo, a la percepción del miedo a
81
amenazas imaginarias como capaz de producir las mismas consecuencias que si
existiese la amenaza real, a la selección de un enemigo como causante del peligro
denunciado, a la habilidad para conseguir que el miedo se convirtiera en un impulsor
de movimientos colectivos y a respuestas variables ante los miedos (p. 18).
MIEDO Y REFLEXIÓN
Pero el miedo no sólo es objeto de estudio, sino de reflexión y testimonio personal. Vencer el Miedo. Mi vida contra el terrorismo islámico y la inconsciencia
de Occidente (Ed. Encuentro, 2008) de Magdi Allam (periodista italiano de origen
egipcio que ha trabajado en La Reppublica y Corriere della Sera) es en paralelo, un recuento nostálgico de la niñez y adolescencia del autor en el Egipto de los años 50 y
60 y un “homenaje a los mártires de la libertad”, de la libertad en vilo en todo el
mundo árabe, sobre todo desde los ataques terroristas en Nueva York del 11-S,
Madrid (2004) y Londres (2005).
En su doble condición de musulmán y occidental, y sin renunciar a ninguna,
Allam dice a los musulmanes yihadistas3 e integristas, que Occidente no es ni puede
ser el único culpable de todos los males que afligen al islam (endémicos o de reciente aparición). “Pensar así no es más que pura irracionalidad, pereza intelectual y barbarie
moral” (p. 8). A los occidentales nos recuerda que el islam no es el único peligro real
para Occidente y que, desde luego, no todo el islam es un peligro; que hay un islam tolerante y empeñado en la racionalidad, con profundo humanismo (masculino y
femenino), con fina religiosidad o laicidad, y que esa es la veta de la que hay que tirar
y con la que conviene aliarse. Allam no está por el choque frontal o carneril de
civilizaciones pero tampoco por una alianza superflua de las mismas sin ton ni son; sin saber en qué, para qué, cómo o cuándo. “El miedo se ha de vencer desde la más
profunda racionalidad, desde la más amplia cordura y desde la imaginación más
valerosa para crear o inventar soluciones sostenibles en la hora presente” (p.195).
Apostando a la retórica de la solución individual de los problemas de la
cotidianeidad (espiritualidad con tintes psicológicos), la literatura de autoayuda a
través de Osho, uno de sus gurús, dice que “el miedo no se puede eliminar por completo, tampoco puede ser dominado, sólo puede ser comprendido”. En Miedo.
3Yihadismo es un neologismo occidental para denominar a las ramas más violentas y radicales del islam político, caracterizadas por el empleo del terrorismo en nombre de una supuesta
yihad. La yihad tiene dos manifestaciones: la “yihad menor”, la lucha externa y la “yihad
mayor”, el esfuerzo que todo creyente debe realizar para ser mejor musulmán.
Fuente: Gil Calvo, Enrique. “La invención del yihadismo” en El País (21 de mayo de 2004).
Disponible en línea en: http://elpais.com/diario/2004/05/21/opinion/1085090410_850215.html
82
Entender y aceptar las inseguridades de la vida (Ed. Norma, 2007), el controvertido
guía espiritual y orador de origen hindú ve en el “gozar la vida de forma positiva” una
posibilidad para vencer el miedo. Para ello su libro-guía es un itinerario marcado por los consecuentes capítulos: La etología del miedo; Muertos de miedo. Explorando las
raíces del miedo; Lo incierto y lo desconocido. El misterio de la confianza y En busca
de un camino hacia la intrepidez.
Concluimos este breve recuento bibliográfico sobre la literatura de y sobre el
miedo, con esta sencilla frase del filósofo y ensayista francés Michel de Montaigne
(1533-1592), prolífico escritor identificado como “el padre” del ensayo:
No hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo.
BIBLIOGRAFÍA
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fantástica. Barcelona: Edhasa.
Gonzalbo Aizpuru, Pilar, Staples, Anne y Torres Septién, Valentina, editoras (2009). Una historia de los usos del miedo. México: El Colegio de México/Universidad
Iberoamericana.
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Reguillo, Rossana. “Los laberintos del miedo. Un recorrido para fin de siglo” en Revista de
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los Andes. Bogotá, Colombia. Pp. 63-72. Disponible en:
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Sáiz Ripol, Anabel. “Aquello no existía, no podía existir (Algunas claves narrativas de la
literatura juvenil de terror”. Disponible en: www.ediciona.com
83
LA SANTA MUERTE, LA VIOLENCIA Y LA LITERATURA: EL
LADO MORIDOR
Ernesto PABLO ÁVILA
Los asesinos inclementes que pueblan estas páginas son el
rostro deforme de una sociedad temerosa que se tapa los
Maestro en Letras Mexicanas y licenciado en Lengua y Literatura Hispanoamericana y catedrático e investigador de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha realizado
estudios sobre la obra de Ernesto Sábato y sobre La Santa Muerte y la literatura de los
márgenes en la era “tardomoderna”. Trabaja hiperviolencia y posmodernidad.
84
ojos ante las muecas grotescas de las víctimas, al mismo
tiempo que deja una abertura entre los dedos que permita
ver al menos un poquito de sangre
Norma Lazo
La Santísima es obra de la historia de este país
José Gil Olmos
A principios de los años setenta del pasado siglo hablar de literatura policiaca, de la narrativa que da cuenta de la criminalidad y la violencia era, de algún modo, una
suerte de “descenso” a los cimientos sociales en el sentido más lineal del término: no
sólo porque implicaba el alumbramiento de temas urbanos y populares sino porque la producción de la literatura policiaca era considerada una subcultura e, incluso, una
incultura. La crítica literaria más canónica, influyente y elitista, por desconocimiento,
prejuicio o desencuentro político, sobre todo, había determinado que este medio de
expresión carecía de los méritos necesarios para recibir la atención de cualquier crítica especializada o académica seria. Para Gubern (1970), “si la novela criminal
interesó escasamente, desde el punto de vista estrictamente literario, pues acaparó la
atención de sociólogos y de psicólogos como manifestación y síntoma de la neurosis de la sociedad industrial” (p. 17).
Aunque los términos “novela policiaca” y “novela negra” pudieran parecer
sinónimos es necesario recapitular brevemente y anotar una diferenciación liminar para distinguir ambos tipos de narrativas. La novela policiaca es un género
ampliamente desarrollado durante el siglo XIX y XX, primordialmente en lengua
inglesa, aunque hubo diversas adecuaciones canónicas en toda Hispanoamérica,
principalmente en Argentina, Uruguay y México. Desde sus orígenes dicha literatura se posibilitó como un medio de divulgación masiva, popular y, por tanto, la crítica de
la Inglaterra victoriana, en general, la experimentó como un divertimento, que acaso
poseía ciertas virtudes analíticas y alumbraba los bajos fondos sociales con el morbo del amarillismo y la nota roja. Para Eco (1995) en lo oculto de la sociedad urbana
moderna, yace el alma de la novela popular, que, a su vez, se enraiza conceptualmente
con la novela gótica y la novelística del subsuelo de tipo Dostoievsky:
A partir del Monje de Lewis, la novela gótica comporta el uso abundantísimo de subterráneos y cavernas artificiales en cuyo interior se cometen los crímenes más
sangrientos (…) nos encontramos ante un topos que, tanto en la novela histórica
como en la novela popular no abandonarán nunca y la prueba la tenemos en que (…)
85
mazmorras y subterráneos vuelven a parecer bajo forma de alcantarillas de París,
tanto en Los miserables, como en la larguísima epopeya de Fantomas (pp. 74-75).
La moderna literatura policial, ya en el siglo XX, que escritores como Hammet,
Gubern o Chandler concibieron como una variante del género con un cariz social, había recibido, cierto, influencias de la sociedad capitalista de los años veinte, sobre
todo la norteamericana, que lo marcaron, redefinieron y cambiaron a un género más
duro, realista, descarnado, “negro”, que retrataba el malestar social de la época de la
prohibición del alcohol, el encumbramiento de las mafias y la colusión de éstas con las esferas del poder político. El género describió las contradicciones (ricos/pobres,
poderosos/indefensos) de la sociedad donde se desarrolla: no se encerró en mansiones
que pululaban enigmas, no trató sobre crímenes ingeniosos sino brutales y el problema que comenzó a plantear no era la solución de ese crimen, sino el grado de
culpabilidad asumible por los buenos o los malos, cuya frontera se desvanecía. Por
tanto, el género negro, si se compara con la obra iniciada por Edgar Allan Poe y Los
asesinatos de la calle Morgue de 1841 o con los relatos del hiperracional, fascinante y vanidoso Sherlock Holmes de Conan Doyle, definió, con el tiempo, un tipo de
literatura dúctil, flexible y maleable que involucraba intensamente a la realidad y que,
por ello, interesó a las mayorías: creó un tipo de narrativa periférica y verosímil que alumbraba un mundo auténtico de violencia, muerte y vesania y en cierta medida, se
enlazaba en su tradición con otros medios de comunicación populares como el comic,
el pulp o los relatos del far-west, concretamente en publicaciones periódicas como la revista Black mask, que dio inicio a narraciones de un estilo más duro y violento, en
sus argumentos y lenguaje: el hardbolied.
POSMODERNIDAD Y FINITUD EN LA LITERATURA NEGRA MEXICANA
Con ese mismo impulso renovador y consciente de subrayar la realidad política y social, la literatura negra, en la vertiente desarrollada en México, ha continuado,
durante el siglo XX y la posmodernidad, como en su momento la narrativa “oficial”
lo hizo, el pincelaje del aguafuerte nacional, la captación verosímil y eficaz de su momento histórico con nuevos y anteriores medios narrativos y de expresión
ajustados a las necesidades de una representación compleja de la cultura mexicana,
sobre todo a partir de 1968 y su impacto implacable en la sociedad mexicana posterior. El género negro mexicano enfatizó el reflejo del contexto social y, como
consecuencia, dejó el misterio por resolver en un segundo plano como resulta
evidente en obras como en Linda 67. Historia de un crimen (1995) de Fernando del
Paso. En la novela negra mexicana se acentúa, especialmente, el destino político de la
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creación literaria y privilegia la desconfianza en la ley y el estado de derecho de una
sociedad que reboza inequidad y proyectos políticos corrompidos
Hace décadas, Reyes (1959) también cuestionó la eficacia del discurso policiaco. Encontró que al poner énfasis en el “interés” por la fábula y en dar coherencia en la
acción, el género policiaco, incluso, respeta y sigue la poética occidental más
tradicional. “¿Qué más exigía Aristóteles”, preguntaba Reyes como agotando la detracción. Verosimilitud. La literatura deber ser verosímil, no una calca de la
realidad. Contar y ser coherente en el accionar narratológico. “El género clásico de
nuestro tiempo” (p. 459), como llama Reyes a la literatura policiaca, ha sobresalido,
se ha desarrollado y alcanzado tamaño éxito que ha desbordado sus horizontes, sus posibilidades. A través de la recreación, de su desapego general a lo ortodoxo, han
logrado dar a conocer ese “otro” México en un acto no sólo de asunción sino siendo
críticos de estas realidades y creando una cultura de identificación (como la literatura producida en el norte) e incorporando, cada autor, nuevas posibilidades no sólo para
el género sino hacia el enriquecimiento de la técnica narrativa y la estética; han
generado una literatura como medio de expresión vigente y popular y lo han
confirmado como una instancia de una impresionante capacidad de adaptación
universal, como explica Taibo II (www.caras.cl/ediciones/paco.htm): “es la gran
novela social del fin del milenio. Este formidable vehículo narrativo nos ha permitido poner en crisis las apariencias de las sociedades en que vivimos. Es ameno, tiene
gancho y, por su intermedio entramos de lleno en la violencia interna de un Estado
promotor de la ilegalidad y del crimen”.
Planteada, a inicios de los años ochenta, desde sus orígenes, como una apuesta literaria internacional que permitiera la libre interacción de autores coetáneos y
contemporáneos la novela negra o neopoliciaca, concentrada y consagrada por la
AIEP (Asociación Internacional de Escritores Policiacos), se consideró una estratagema con una autonomía que fuera independiente de los lineamientos
culturales imperantes de cada nación, por lo que su temática y su desarrollo fueron
considerados paralelos e incluso marginales para el oficialismo literario. Hacia 1986, su autor más emblemático, Paco Ignacio Taibo II, ya hacía un balance del alcance que
el género y su éxito habían alcanzado y pensaba que había quedado superado el
prejuicio por parte del aparato cultural y oficial de tildar a la novela negra como un
“subgénero”. A partir de ese año, crucial para la literatura negra mexicana, sus autores fueron “elaborando la teorización apologética del género” (Cabrera, 2008, p. 207).
Esta literatura, tan oscura, tan negra, tan “marginal” como la realidad que espejea,
en México, desde la década de los 70 y 80, en la mejor tradición de la novela popular,
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folletinesca o gótica, alumbró y alumbra en la posmodernidad, el bizarro, sangriento,
el otrora subterráneo (ahora epidérmico) universo de violencia e injusticia social con
el que se enfrenta, día con día, el mexicano promedio. A decir de Gabriel Trujillo (2000) el género en México es la novela
costumbrista por excelencia de nuestro país postratado de libre comercio. En el
espejo de su violencia nos podemos contemplar de cuerpo entero: a profundidad y
sin eufemismos. Vernos tal cual somos, con nuestras carencias y miserias, pero
también con nuestra dignidad y nuestra libertad en lucha permanente, en constante
conflicto con un mundo que cada día es más voraz en su morbo y en sus placeres, es
decir, que cada vez es más felizmente monstruoso, porque sus sueños y pesadillas se
cumplen puntualmente con sólo desearlas (p. 24).
Hoy, en la llamada posmodernidad, desde la heterodoxia del género policiaco
mexicano, autores como Gabriel Trujillo (Baja California), Guillermo Munro
(Sonora), David Martín del Campo (DF), José Amparán (Coahuila), Eduardo Antonio
Parra (Nuevo León), Jesús Alvarado (Durango) o Rafael Ramírez Heredia (Tampico- D.F.) han generado una literatura “versátil”, lúdica, subversiva, de un humor negro y
ácido; manifestación estética descarnada y por incluir los últimos cambios,
adaptaciones y accionar de una sociedad mexicana en transformación efusiva; esta expresión de la realidad conmueve por la eficacia con que atrapa al lector y lo llevan a
la aprehensión de mundos, lugares críticos y actitudes sociales como la criminalidad
de gran problematicidad en nuestra realidad posmoderna.
Lejos de regodearse haciendo una apología de la violencia que vive en su interior,
la literatura negra contemporánea ha utilizado la narrativa, primordialmente, como un
vehículo de entendimiento: de aprehensión de la realidad y su comprensión. En un
México de ejecuciones, tiroteos, granadazos a la sociedad civil, decapitamientos, “pozoleados” emboscadas, baños de sangre, guerras perdidas contra el narcotráfico,
corrupción de los principales cuerpos y actores policiacos, militares y políticos del
país, batallas por las principales plazas y rutas comerciales de la droga entre los diferentes cárteles y espeluznantes muertes sumarias, la cultura nacional, desde hace
unos años y desde diferentes ópticas y disciplinas, ha emprendido un abordaje
estético, una reflexión y una argumentación sobre esta transformación febril, sobre
esta realidad brutal que ha alterado radicalmente la forma de vida de millones de mexicanos. Esto, a decir de Rodríguez Lozano (2008), constituye
Otro factor determinante en la aparición de textos policiacos se relaciona con las
condiciones sociales, políticas y culturales por las que pasa México. La larga crisis
económica, imparable desde los años setenta (con Luis Echeverría en el poder),
aguda en los ochenta (con José López Portillo inutilizado por las devaluaciones y
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Miguel de la Madrid tejiendo las futuras relaciones México-Estados Unidos a través
del Tratado de Libre Comercio), encubierta en los noventa (con el prácticamente
aquí no pasa nada de Carlos de Salinas de Gortari y a su modo con Ernesto Zedillo),
afectó los modos de vida y agudizó las diferencias y los contrastes entre las zonas
del país. Quitado el velo de la seudoprosperidad y la democracia surgieron con
mayor fuerza las redes del narcotráfico, la violencia extrema, los asesinatos, la
narcopolítica y más que nunca la evidencia de que la corrupción, ese mal de siglos,
continuaba con su apabullante fuerza. En medio de esto, las ciudades de los estados
crecieron a un ritmo acelerado, lo mismo Mérida que Monterrey, Tijuana, Puebla o Guadalajara. La explosión demográfica, la presencia de Universidades estatales con
nivel académico, el crecimiento de una clase media ya no activada en un único lugar
(el Distrito Federal) y por ende el incremento de posibles lectores, forman parte de
un corpus complejo que justifica la práctica del policial a fines del siglo XX (p. 59).
Gran panegirista del género negro, Giardinelli (1984), arguye que esta vertiente
literaria posee una maleabilidad extraordinaria que le ha permitido adaptarse al febril
desarrollo de la sociedad industrial inglesa del XIX, atravesar con adecuaciones y exageraciones (como el thriller) el caótico siglo XX e instalarse en la posmodernidad
como un género donde la lógica y la premisa fundamental obedece al “pepenaje” de
elementos culturales masivos (a la manera del barroco), a la reintegración del pasado a través del bricolaje cultural extremo usando como hilo conductor la narrativa,
acentuando al fabulación y la lógica de este constructo, asequible en cuanto a su
temática pero abigarrado y complejo en cuanto a su forma.
Las actuales propuestas mexicanas sobre el género negro, exigen sumar la
reconstrucción masiva de sentidos y elementos culturales de todo orden. “La
heterogeneidad del relato policial mexicano, explica Rodríguez Lozano (2008), a
fines del siglo XX y hasta ahora debe mucho a los vaivenes de la historia social y política de México” ( p. 77). La literatura negra mexicana, puntualiza, no se regala ni
se frivoliza en su experiencia narrativa, sino se virtualiza, exige del lector, como la
primera literatura policiaca y el género barroco en el siglo de Quevedo, expectación y disposición, pero “quiebra” la linealidad de la esperada aclaración del enigma (que
puede aparecer en cualquier momento o no hacerlo en absoluto), para mantener al
lector en un estado de mayor tensión o mantenerlo en la incógnita, en perpetua conmoción, al abandonar al lector con el fin de la obra.
En la nueva narrativa negra mexicana, incluso, el crimen no es un estadio o un
hecho insólito sino la atmósfera perpetua de la narración. Para Michael Foucault
(1995), en este sentido, el crimen presupone el encuentro y enfrentamiento de dos antagónicos estadios de lo humano, pues la trama del asesinato como “la lucha entre
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dos puras inteligencias --la del asesino y la del detective-- constituirá una forma
esencial del enfrentamiento” (p. 74). El crimen es el aire, el clima, la atmósfera, un
bienvenido olor a muerte. Como señala Reyes (1959) sobre la primera novela policial contra el sentido de la novela oficial, “una muerte puede hacer llorar (…) en la novela
policial, al contrario, una muerte es bienvenida, porque da mayor relieve al problema”
(p. 457). La Muerte es, así, el personaje axial, el riesgo, la atmósfera permanente que se recrea en la literatura negra actual de México. Como el barroco, el género
neopoliciaco ha sumado a su discurso lo popular, lo marginal, la intertextualidad
masiva, la construcción abigarrada y no lineal, el espectáculo del Triunfo de la muerte
del periodo colonial americano y de la estética del suplicio medievalista. También conlleva ecos de los folletines, de la literatura de Sucesos, de las hojas de volante y
las “causas célebres” muy populares en la Nueva España del siglo XVIII.
Frente al modelo clásico, que privilegia la figura del detective, el género negro mexicano ha incorporado a las tramas, como otras tradiciones literarias extranjeras,
los puntos de vista del criminal y la víctima. El héroe o el héroe aurevoir puede
dejar, así, de ser un policía; puede ser un hombre promedio, un taxista, un ama de
llaves, un sicario (Nostalgia de la Sombra), un abogado defensor de los derechos humanos (el caso de Miguel Ángel Morgado de Gabriel Trujillo), un profesor del
ITESM (Algunos crímenes norteños) o una ama de casa y vendedora de fayuca en
Tepito que busca venganza por la muerte de su hija (La esquina de los ojos rojos), ya que la muerte y el crimen en este mundo no reconoce piedad, género o edad ninguna.
El género mexicano, contrario a la pasividad, es un ejemplo posmoderno ideal: la
dinámica de su síntesis es el accionar de un texto que habla de sí mismo y de sus condiciones de posibilidad. Es una síntesis que ha recuperado aspectos culturales
extremos de la cultura popular del siglo XX. Como vertiente literaria ha mostrado una
maleabilidad extraordinaria que le ha permitido adaptarse al febril desarrollo de la
sociedad industrial inglesa del XIX, atravesar con adecuaciones y exageraciones (tipo thriller) el caótico siglo XX e instalarse, incluso, en la posmodernidad como un
género donde la lógica y la premisa fundamental obedece al “pepenaje” de elementos
culturales de masas (a la manera del barroco), a la reintegración del pasado a través del bricolaje cultural extremo, usando como hilo conductor la narrativa, acentuando al
fabulación y la lógica de este constructo, accesible en cuanto a su temática pero
abigarrado, complejo y polisémico en cuanto a su forma.
Expresiones-límite que reflejan la experiencia humana misma en cuanto a la
búsqueda de la trascendencia forman la sustancia íntima de esta literatura. El Distrito
Federal, en su vertiente narrativa, es un mundo cercado por la violencia, la injusticia
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y la causalidad inmediata. Para Guillermo Fadanelli (Mergier), incluso el DF “creció
en forma totalmente absurda hasta convertirse en una especie de metástasis. El DF es
la negación de toda medida humana” (p. 62).
POSMODERNIDAD, VIOLENCIA Y FINITUD
Los últimos acontecimientos sociales, como los de la narcopolítica, así como un
México sumido permanentemente en la nota roja, han vuelto a esta literatura “estación” obligada y “sismógrafo” recurrente, donde la cultura ha comenzado a
recibir las aportaciones de una realidad brutal y de un género crítico y denunciante
pues, como piensa Dorfman (1972), “quien degrada la muerte hasta convertirla en
algo mecánico, repetible, pierde, también, la posibilidad de derrotarla mediante la fantasía intuitiva” (p. 35).
Por su popularidad, alcance y reconocimiento de su calidad narrativa y el interés
por su temática, el neopolicial mexicano está alcanzando, en todo el mundo, un lugar sobresaliente, aunque, sin embargo, ha ganado también cierto tipo de estigmatización
por parte del mercado internacional, particularmente, el francés y el norteamericano,
que ya comienzan a hablar de esta literatura en términos de una nouvelle barberie
mexicaine; y que en muchos sentidos han llevado al terreno de la cultura el hipócrita discurso primermundista de escandalizarse por la “violencia endémica” desatada en el
México de los últimos tiempos y de signarla, como otrora al realismo mágico de los
tiempos del boom latinoamericano, con grotescos tintes “exóticos”. A este parecer, Guillermo Arriaga (Mergier) ha respondido enfáticamente:
En los años ochenta, Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Milton Friedman y los
Chicago boys, nos impusieron un nuevo modelo económico basado en la
competitividad y la competencia. Nació una verdadera jungla económica que
excluyó y sigue excluyendo a millones de campesinos en todo el planeta. Esa es una
forma muy cruda de violencia (…) es en ese contexto que los narcotraficantes
reclutan a jóvenes desamparados. Les llegan con una narrativa de éxito, adrenalina y
mucho dinero (…) Estados Unidos y las demás naciones del primer mundo son muy hábiles para garantizar cierta tranquilidad a sus ciudadanos y expulsar la violencia
hacia nuestros países (…) No se puede hablar de la violencia que trastorna a
México como si fuera algo exótico. No es exótica. Tiene origen preciso (p. 63).
Con un estilo que podría definirse como un “realismo escéptico”, los creadores,
coetáneos y contemporáneos, de este género literario entre los que han destacado los
ya mencionados y J. M. Servín, Guillermo Arriaga, Víctor Ronquillo y Enrique Serna, han defendido e incorporado a la rica tradición novelística mexicana, una veta
literaria que ha asumido como poética a la representación estética de la
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hiperviolencia, los temas límites y los usos y costumbres de formas culturales que
germinan desde lo proscrito.
Si bien la novela policiaca decimonónica, enfatizaba el enfrentamiento que refería el misterio o enigma del crimen y que debía ser resuelto por una investigación
racionalista y extrema, evocaba, también, otros tópicos muy propios de la época que
al parecer siguen manteniendo una intensa relación con la criminalidad en la posmodernidad; el enigma implicaba un contacto con lo negado; el asesinato y la
muerte violenta removía el ocultismo, espacios ignotos y desatendidos para la razón
cientificista. La relación de lo marginal y lo delincuencial con lo mágico era
alumbrado de forma veraz por esta literatura. El encuentro con esta gama inmensa de “veladuras” esotéricas implicó para el hombre decimonónico la asunción de que lo
metafísico reconvenía nuevas instancias de lo sagrado, tomando en cuenta el
horizonte histórico del siglo XIX, donde a decir de Chávez (2007) “otro rasgo ideológico importante es la diversidad religiosa que el propio romanticismo propicio
en su incorporación de antiguas tradiciones, tanto orientales (hinduismo, sufismo,
budismo) como occidentales no cristianas (hermetismo, gnosticismo, cábala)”( p. 20).
Por ello, Thomas Narcejac o Roman Gubern (1970), dos de los teóricos que más ha influido en el rediseño del género policiaco contemporáneo, describían a esta
narrativa como el posible punto de inflexión entre dos estadios básicos y universales
de lo humano: lo racional y lo irracional, la inteligencia y la irracionaildad, el ocultismo y lo esotérico, por una parte; la razón y la ciencia positiva, por la otra:
“¡Cagliostro contra Voltaire!”( p. 52). El thriller para Poe significaba “el poema del
miedo”, una codificación de los temores de la sociedad industrial y moderna, un trazado de realidades simbolizadas donde pervivían auténticas motivaciones
espirituales básicas en un mundo declaradamente materialista.
LA RELIGIOSIDAD MARGINAL
Amada y temida, respetada y proscrita, la muerte, la Santa Muerte en el imaginario social posmoderno, es un ejemplo de una reconstrucción conceptual del
miedo, del temor metafísico, de la incertidumbre magnificada por nuestra sociedad
mexicana, volcada en el riesgo universal del crimen, lo delictivo y la polaridad social extrema. Es una implicación social, más no la única, de la intensa relación siniestra
que guarda actualmente la espiritualidad y la situación de riesgo.
Así ha sucedido con el culto a la Santa Muerte, “la niña blanca”, que recientemente es un tema que se ha trasminado y multiplicado en los basamentos de
la sociedad mexicana con una celeridad impresionante y ha tenido tal impacto cultural
que, desde las últimas dos décadas, ha ingresado, propiamente, en el mundo de la
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narrativa mexicana. Por dar un ejemplo contemporáneo, en la obra de Víctor
Ronquillo (2006), Ruda de corazón, el blues de la mataviejitas, se lee acerca del
contacto y la permeabilidad que este caso esotérico ha encontrado en la idiosincrasia mexicana y en amplios sectores populares de México, por el incremento delincuencial
y las situaciones socioeconómicas desfavorables:
Por eso, por ese temor de morir de forma prematura y dejar a Cristina sola y a
Samuel con sus desgracias, fue por lo que hiciste un pacto con la santita blanca, la
Santa Muerte, milagrera de la calle y los bajos fondos. A la santita la conociste por
Julián, el padre de tu niña, aunque ya mucho antes habías oído hablar de ella. La bruja del mercado de Sonora te habló de sus milagros, era especialista en pobres y
en aquellos que la sabían cerca de sí, muy cerca, quienes habían probado ya su
amarga miel de dolor y ausencia (p. 73).
En 2006, Víctor Ronquillo hubo de presentar esta narración de lo que se ha
llamado un caso emblemático de la violencia urbana y de la que el mercado
occidental no ha dilatado en definir, en los últimos tiempos, como la nouvelle barbarie mexicaine: la oscura biografía de Juana Barraza Samperio, la “Mataviejitas”.
La obra de Ronquillo es una mezcla de novela y reportaje, un híbrido que tiene como
pulsión central la recreación literaria de un caso extremo y que le sirve al autor como sismógrafo de una realidad mexicana decaída y crítica. Basado en uno de los hechos
criminales más sonados en la ciudad de México, una asesina serial que mata a
ancianas de la tercera edad, presenta un retrato apegado a las condiciones que llevaron a la protagonista a actuar de esa manera. Personaje clandestino, única asesina serial
mexicana, pero también mujer vulnerable, madre soltera y profesional del pancracio
en funciones de colonias populares, esta “mataviejitas”, al igual que sus víctimas, los
ancianos, padece a lo largo de su vida la injusticia y la marginación de una sociedad distante a la mínima humanidad pero cercana al morbo mediático y a la exclusión
sistemática de los más desfavorecidos y de su senectud. Juana es la “Dama del
silencio” en la arena de la lucha libre. Juana es la devota de la Santa Muerte a la que se encomienda frente a su altar doméstico antes de husmear, asechar, poner las
trampas, atacar a sus presas y, una vez terminado su “trabajo”, depositar,
simbólicamente, los despojos de las ancianas en los brazos descarnados de “la Señora
de las sombras”.
En este mismo año, con la publicación de La esquina de los ojos rojos, el culto a
La Santa Muerte adquiere una visión diferente y, por primera vez, puede decirse, es el
personaje axial de un relato de gran extensión. De la pluma de un escritor identificado como un conocedor de la realidad popular en la capital del país, Rafael Ramírez
Heredia (2006), surge una obra endogámica, pero esperada en un ambiente social que
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ya en la medianía de la primera década del siglo XXI, padecía de una “guerra” contra
la delincuencia organizada y particularmente contra el narcotráfico, por parte de un
gobierno que parece anunciar su violencia incontenible en esta novela, donde se recrean los intensos operativos policiales:
A lo lejos se ven reflejos azules de algunos transportes, el brillo de los escudos, las
insignias policiacas, el relampagueo del sol en los cascos de los gendarmes. La gente
del Barrio grita, insulta al aire esperando que sus maldiciones lleguen hasta donde la
policía. Ya ni la señora Laila duda que sean los gendarmes los que avanzan a paso
rítmico, golpeando el suelo con los botines, haciendo ruido con los escudos
transparentes (p. 177).
La aparición en el mercado literario de La esquina de los ojos rojos, a casi 20 años del clímax episódico que significó el protagonismo y la creación de este
movimiento literario negado y combatido, como sus mismos expositores y sus
temáticas, no es sino el espejo donde confluyen tres negaciones culturales que, pese a todo, han logrado trasminar el imaginario social y la censura mediática. Escritura
marginal trazada por un autor marginado y orillado a los sótanos de su tradición
literaria sobre un tema aún más negado, es el caso de esta novela que versa sobre los outsiders y sus creencias como “estrategias” de supervivencia en un mundo que
fronteriza con la violencia extrema y los cultos proscritos que otorgan protección a
seres entrampados en la delincuencia y la marginalidad. Es en honor a la Santa
Muerte, a quien los personajes de Ramírez Heredia, como en la realidad, piden, veneran o tatúan en la piel para obtener la fuerza y el valor necesarios para arriesgar
su más ínfima sustancia vital:
La que Fer Maracas se revisa contra el espejo, mira los dos tatuajes de la Santa
Blanca, nuevos, bellos, punteados en cada uno de sus trazos, las figuras son exactas
entre sí (…) Maracas mira unido a ese gesto de triunfo por saberse protegido doblemente; ¿quién es el gandalla que le puede quitar el gusto de saberse en los
primeros planos junto a los jefes, y con la Señora Pálida como duplicado
guardaespalda? Las imágenes de la Señora , pareadas en los omóplatos, son mucho
más importantes que los chalecos del Piculey, las iras del Bufas Vil, las inquinas del
Tacuas Salcedo (p. 364)
Cada personaje acude a esta religiosidad desde distintas ópticas, lo que permite
conocer diferentes expectativas en diferentes tipos de caracteres. Así como no hay dos muertes iguales en toda la historia de la humanidad, de la misma manera cada
personaje, imitando la forma en que, en la posmodernidad, muchos creyentes adoptan
este tópico, expresan una de las formas más extremas del deísmo y una de su
características que le han permitido su diametral éxito: su increíble adaptabilidad a la
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compleja sociedad mexicana actual. Dicha asimilación por parte del género negro de
estas temáticas esotéricas ha resultado de una empatía notable, pero explicable si se
toma en cuenta que la magia siempre ha formado parte de los conocimientos y las conductas marginales. Para los desposeídos, los no integrados a la ultramodernidad o
los que actúan en los límites de la legalidad y del estado de derecho, la Santa Muerte
es la reconstrucción totémica de una entidad fundante, de un símbolo de envergadura que implica pasado y presente de la realidad y la cultura donde se cifra la protección,
la esperanza, el porvenir.
La novelística mexicana actual ha recogido un horizonte posmoderno del riesgo,
la vulnerabilidad, el desencanto social, la voracidad y el engaño de la religión católica, la corrupción, el fracaso de los planes sociopolíticos neoliberales o la
impunidad al dar cuenta del fenómeno de la Santa Muerte.
La “Santísima” aparece, debe recordarse, desde la década de los años sesenta, en la obra del literato-antropólogo norteamericano Oscar Lewis (1961): Los hijos de
Sánchez. Se encuentra aquí la primera alusión literaria conocida de la Santa Muerte,
con sus rasgos culturales y religiosos ya identificables. Deidad recuperada por el
imaginario popular y con ecos que se remontan al pasado prehispánico, la Santa Muerte ha sido incorporada a la cultura mexicana no sólo desde lo popular, sino que a
raíz de la relación de su simbología con varios casos de delincuencia organizada hacia
la década de los años 90 del pasado siglo XX, la han transformado en un culto efervescente que se ha visto vinculado de forma estrecha con el dolo y la
criminalidad, con el morbo y el sensacionalismo mediático. La Santa Muerte, según
González (2009) “encierra la parte esotérica de las conductas criminales. Violencia y dolo. Pactos de sangre y ley de silencio entre los adeptos. La promesa de riqueza
(sin) límite y veloz, y poder inconmensurable, aunque sea fugaz: la muerte, sentido y
meta de nuestra existencia terrenal” (p. 163).
En este sentido, es hasta el año 2005 con la aparición de la obra de Homero Aridjis: La santa Muerte. Sexteto de relatos de idolatría pagana, que en realidad las
letras nacionales dieron cuenta formal de este fenómeno cultural que durante el
transcurso del siglo XX se había situado en una condición latente y embrionaria en la cultura popular mexicana. Pero es hasta la década de los noventa y la posmodernidad
que encontró nichos de adoración social de todo tipo y una permisividad cultural
pública y mediática (y hasta sensacionalista) que le permitió el ingreso a los ámbitos del conocimiento público. Este rasgo, el del amarillismo, con que la mayoría de los
medios masivos de comunicación trató el descubrimiento de esta religiosidad, causó
estupor social cuando se mediatizó diametralmente la relación entre el crimen
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organizado y la figura de la Santa Muerte. El “descubrimiento” masivo de esta
religiosidad ha quedado enlazado, desde sus inicios, con la conciencia de una
criminalidad en México mejor organizada, más violenta, y de mayor penetración y daño en el tejido social
No es fortuito, así, que las primeras manifestaciones literarias sobre esta presencia
metafísica tome sus explicaciones, sus determinaciones parciales y sus juicios literarios, precisamente, de esa relación Santa Muerte-criminalidad, de su
amarillismo, de la nota roja, el morbo colectivo y la negación social, sin preocuparse
demasiado por penetrar en la otra modalidad del culto: la que transmite esperanza y
tranquilidad metafísica a los desposeídos, a obreros, prostitutas y gente en situación de riesgo. Exaltando el prejuicio mencionado, en el cuento que titula el libro de
Aridjis se lee: “La Santa Muerte era un personaje envuelto en ropajes blancos, rojos y
negros, representando sus tres atributos: el poder violento, la agresión artera y el asesinato cruel” (p. 127).
Para Aridjis, la Santa Muerte es todavía una deidad terrible, con muchas
características precolombinas y, por tanto sus criminales ficticios deben “apaciguarla
con un sacrificio humano”. Los hampones, bien sean políticos corruptos, líderes de cártel o sicarios, buscan la protección de la Señora de las Sombras para que, como
Daniel Arizmendi, les sea concedido el favor de la impunidad. Pidiendo maldiciones,
salaciones, tortura, dominación y enfermedad a los enemigos, los personajes de Aridjis transitan un mundo donde la fortuna, como la vida, es cambiante y voluble, y
el castigo y la ayuda son igualmente posibles. Con elementos del thriller
norteamericano y algunas deudas al género policiaco, la obra de Aridjis no alcanza, por su brevedad, por su ineficaz, tendencioso, parcial y artificial acercamiento
discursivo, a explicarnos, más allá del morbo, cómo se desarrolla y ejerce este culto, a
varios niveles, y cuáles son las causas de su pululante desarrollo en la
tradicionalmente devota y fervorosa sociedad mexicana. Para Aridjis, este símbolo no es sino un accidente social, un “fenómeno” cultural y modal muy determinado en el
fenómeno de la narcocultura, pero carente de una contextualización y argumentación
suficiente y objetiva para entender esta nueva religiosidad dentro del panorama histórico de México y el porqué de su empatía con núcleos sociales más vastos que le
rinden devoción y que no necesariamente participan de actividades ilícitas.
Con un año de distancia, una obra de Eduardo Antonio Parra, consigue, ya para 2006, un acercamiento menos acartonado y estereotipado que el intento de Aridjis por
la aprehensión literaria de este motivo cultural novedoso. En el cuento “Plegarias
silenciosas”, parte de la antología Parábolas del silencio, Parra (2006) nos hace entrar
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una noche en el cuarto-vivienda de dos seres marginales: Tadeo, ratero y recién
metido a traficante de mariguana y Milagros, su madre ciega. Entre los dos, habían
convertido en una heterodoxa capilla la pequeña vivienda, dedicada indistintamente a la Santa Muerte, a Jesús Malverde, a San Judas y al Niño Fidencio.
Cuando llega el nuevo día Tadeo pregunta a su madre por qué le puso velas
nuevas sólo a la Santa Muerte y a Malverde. “Milagros, con sus ojos que parecían los fragmentos de un espejo roto, contesta: “Porque a los otros no tengo nada que
agradecerles” (p. 163). En esta habitación, que difumina sus contornos por la fuerza
trascendental, “la muerte, oronda de su poder, apoltronada sobre el mundo como si lo
empollara, mostraba a Tadeo su doble hilera de dientes. Malverde parecía sonreír bajo el fino bigote y en sus pupilas relampagueaba de cuando en cuando el reflejo de las
llamas” (p.163). Luego, Tadeo se entera de que los dos judiciales que lo habían
torturado y que lo perseguían, y a quienes él había robado la droga que habían decomisado para luego traficarla, han sido encontrados ejecutados, a la orilla del río.
Sus “santos” le concedieron, a él y a su madre, todo lo que les habían pedido1. La
modificación del tejido social ha llevado, en la realidad y en su ficción, a buscar reconfigurar la identidad religiosa y su tabulador aspiracional y a buscar una
espiritualidad “funcional” que ha cambiado la sociedad desde sus nichos domésticos
en la era posmoderna: una defensa absoluta y a ultranza del deísmo y el “hágalo usted mismo”. A la Santa Muerte, dice Manuel Castells (2008), no únicamente
los delincuentes, policías, soldados, pandilleros, vagabundos, drogadictos y
alcohólicos que caminan sobre la tenue línea de la vida son los que se acercan a
pedirle que los proteja, sino que se trata de esta amplia capa social de mexicanos
olvidados, marginados y afectados por las crisis que se han desatado desde 1995
(…) La mayor parte de los que se le acercan a rezar van en busca de la seguridad y
el bienestar que la clase política les ha negado; piden salud que no tienen porque no
pueden acceder al sistema de seguridad social y médica pública y menos al privado;
solicitan el salario que se ha reducido en más de la mitad en los últimos años; suplican el empleo que se ha caído durante los últimos gobiernos; ruegan la
seguridad para ellos y su familia ante un ambiente de asaltos, ejecuciones,
secuestros, extorsiones, corrupción e impunidad que permea todo el sistema de
procuración de justicia. En síntesis ante “la Madrina, sus “ahijados” invocan una
vida mejor (p. 134).
En este microuniverso doloso, marginal y religioso, las creencias de los
personajes conviven simbióticamente y sin contradicciones. Ejemplo de un deísmo
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reivindicado y extremo en la literatura negra mexicana, el esoterismo de Tadeo y su
madre forma una dialéctica entre lo pragmático y lo espiritual; una dialéctica por la
supervivencia donde lo absoluto adquiere la forma de lo más terrenal y necesario. Una atmósfera verosímil y, por momentos, delirante es la que Parra describe: una realidad
donde las creencias y lo esotérico no son meras ambientaciones de la narraciones sino
que forman parte integrante de la vida extrema de sus practicantes y, por la fuerza de la invocación, se tornan en presencias, en personaje omniscientes de este mundo
cercado por la fatalidad y el desamparo.
En estas versiones literarias de la realidad, La Santa Muerte juega un papel
ordenador y referente de un mundo caído, decantado e invertido en su crisis de valores, en su realidad cotidiana brutal y febril. Un mundo como distopía, como una
lucha confundida donde los hombres viven y practican lo que Dorfman (1972) llama
una “violencia horizontal e individual” y “presenciamos la guerra civil en el fárrago de la cotidianidad”, donde:
la complejidad viciosa de la situación, la amenaza constante que rodea al hombre
americano, queda establecida con el siguiente razonamiento: vivir significa tener que
matar. Matar significa que no hay vida para el otro, para algún otro. Pero yo también
soy lo otro: para mí tampoco habrá vida, ya que al amenazar escucho por mis labios
la sentencia que me profiere el otro (p. 26).
No es la muerte o la Santa Muerte, únicamente, una representación devocionante del miedo tanto como símbolo que marca la reaparición, entre sus seguidores, reales o
ficticios, de una religiosidad recobrada en un mundo desacralizado, banal y
desenfadado de absolutos; se trata de un mundo que ha superado, en mucho, lo siniestro, la veladura última que representa la muerte: es la realidad el verdadero
espectáculo de la iniquidad, de la brutalidad máxima y sin antifaz a la que se le opone
la esperanza, lo siniestro donde aún acontece la esperanza y el porvenir. El filósofo
español Eugenio Trías (2006) entiende la ambivalencia de la siguiente manera:
produce en el alma un encontrado sentimiento que sugiere un vínculo profundo,
intrínseco, misterioso, entre la familiaridad (…) y el carácter extraordinario, mágico,
misterioso que esa comunidad de contradicciones produce, esta promiscuidad entre
lo orgánico y lo inorgánico, entre lo humano y lo inhumano (p. 46).
En este sentido, el crítico Evodio Escalante (1979) realizó un ensayo ahora casi
obligado sobre la obra de José revueltas titulado Una literatura del lado moridor, en el que éste concepto, en la obra del autor de Los muros de agua, permitía acentuar los
aspectos negativos de la realidad y que permitieron a Revueltas acceder a ella desde
una expresión crítica de nuestra idiosincrasia, a través de su marginalidad, de lo
98
siniestro, de un claroscuro social extremo; y la esperanza, si existe, es, en todo caso,
como en la última obra de Ramírez Heredia, un lucero pero inverso, un combatir y
soportar la vida no con vida, sino con muerte.
Como en Revueltas, el “lado moridor” es el lado donde habitan ésta y otras
nuevas novelas negras mexicanas. Estas obras, “campeonas” de realidades donde
habitan los negados por la historia. A esta nueva literatura negra no le viene mal, por cierto, la misma vestidura con que Escalante define la obra narrativa de Revueltas: la
gente puede asomar a este abismo literario y tener la visión tan siniestra, tan
invertida, tan pertinentemente grotesca, como los tiempos mismos que vivimos, de
“otra” literatura del lado moridor.
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de 2005.
100
EL CORRIDO DE CHALINO SÁNCHEZ, 20 AÑOS DESPUÉS
Alejandra ESPASANDE BOUZA
En la noche del martes 30 de abril de 2004 la televidencia de la ciudad de Los
Ángeles, California, fue alertada de una noticia en desarrollo. Imágenes grabadas desde un helicóptero mostraban a cientos de jóvenes, de ascendencia hispana,
concentrándose en las calles de la ciudad de Norwalk; debido a la geografía de la
Alejandra Espasande Bouza, cineasta. Cursó la licenciatura en Producción de Cine en la Universidad del Sur de California (USC) y la Maestría en Estudios de Archivo de Imágenes en
Movimiento, en la Universidad de California, Los Angeles (UCLA). Entre sus intereses y
vocación están la realización de cortometrajes, la restauración cinematográfica y la
investigación sobre la historia del entretenimiento en español en los Estados Unidos.
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localidad, y al perfil racial de los sujetos, los canales de televisión en inglés
rápidamente concluyeron que la noticia estaba relacionada con una trifulca entre
pandillas. En contraste, los canales de televisión en español reportaban algo muy diferente: el tumulto era la espontánea expresión de dolor de la joven comunidad
hispana por el fallecimiento de Adán Sánchez, un cantante mexicoamericano, de 19
años, cuyo cuerpo estaba siendo honrado en el interior de la iglesia San Juan De Dios.
La diferencia en coberturas evidenció la realidad de Los Ángeles: una ciudad
multicultural, pero fragmentada, donde el mundo en inglés cohabita, sin encontrarse,
con el mundo en español. La muerte de Adán Sánchez forzó al encuentro de ambos mundos, los cuales se encontraron cuando Joel Connable, reportero del canal 9
KCAL-TV, aclaró a la audiencia en inglés que la presencia de miles se debía al deseo
de éstos en dar un último adiós a un ídolo juvenil. Connable añadió que el fallecido era el hijo de un cantante llamado Chalino Sánchez, quien había sido asesinado en
Sinaloa, un lugar que describió como famoso por el crecimiento de la marihuana y sus
cárteles de droga.
En previos meses los fallecimientos en California del actor Bob Hope y del
expresidente Ronald Reagan no habían causado tal revuelo. ¿Y quién era este
muchacho de 19 años para causar tal conmoción? Para comprender qué sucedió esa noche es imperativo acercarse un poco a la vida de Adán, pero también a la de su
padre Chalino Sánchez. Resultan valiosos los testimonios de dos personas que los
conocieron de manera íntima y que se encontraban justo dentro de la iglesia ese día: Juanita Sánchez, hermana de Chalino, y Marisela Vallejo, su viuda y madre de Adán.
CHALINO SÁNCHEZ (1960-1992)
Rosalino Sánchez Félix nació en Sinaloa el 30 de agosto de 1960 de la unión
de Senorina Félix y Santos Sánchez; el más pequeño de la familia pasó sus primeros
años en un rancho en el área cercana a Badiraguato, Sinaloa, donde creció en
compañía de seis hermanos. En 1964, Santos fallece y el pequeño Rosalino desde niño comienza a trabajar. Juanita, la única hermana de la familia, residente de la ciudad de
Fontana, California, pese a todo recuerda esta etapa con agrado debido a las muchas
horas que pasó con su hermano a quien le gustaba cantar junto con ella de camino a la escuela, la cual les quedaba a 45 minutos de distancia, o mientras trabajaban en
diferentes labores del campo que incluían la pizca de tomates.
Su vida se vio afectada el día en que un vecino intentara abusar de Juanita,
quien contaba entonces con quince años. Para Juanita es difícil recordar esa época,
102
pero más aún ha sido ver cómo un hecho tan íntimo, y traumático, ha sido manipulado
por los medios de comunicación. Asemeja lo sucedido con la marca de fierro que
reciben las vacas, ya que fue estigmatizada de tal manera que el novio con quien se iba a casar se alejó, y la boda para la cual ya tenía el vestido, fue cancelada. Esos años no
fueron fáciles para la familia.1 A la humillación siguió un ambiente de extrema
tensión. Si habría de haber un futuro mejor éste sería lejos de un territorio rural donde el peligro siempre acecharía. Chalino llegó así a Estados Unidos. Como muchos
inmigrantes, entró de manera ilegal y trabajó en lo que se hubiera, desde la pizca de
melón a la venta de carros.
En 1983 Chalino conoce en Los Ángeles a Marisela Vallejo, una muchacha
oriunda de Mexicali, Baja California, que trabajaba en una fábrica de costura, con
quien se casaría y tendría en 1984 a su primer hijo: Adán Santos. Marisela, residente de la ciudad de Paramount, California, recuerda el primer encuentro con Chalino,
quien le gustó por su “sencillez, su autenticidad, su espontaneidad.”2 Y en ese mismo
año, 1984, su hermano es asesinado, drama que inspira a Chalino en uno de sus primeros corridos:
EL CORRIDO DE ARMANDO SÁNCHEZ
“En la ciudad de Tijuana, señores esto pasó,
murió un hombre de valor, un cobarde lo mató.
Sin darle tiempo de nada, siete balazos le dio. Armando Sánchez tu nombre, pa siempre queda presente.
Tus amigos recordamos, que fuiste un hombre valiente.
A sangre fría te mataron. Tú no esperabas la muerte. El día cinco de diciembre, a la una de la mañana,
en el Hotel Santa Rita, de la ciudad de Tijuana,
te acribillaron a tiros, sin darte tiempo de nada”.
En otro corrido, Recordando a Armando Sánchez, Chalino extiende la trama
cuando informa sobre el destino del asesino: “Al poco tiempo del crimen aquel cobarde cayó. Siendo una .45 la cual venganza cobró.”
1 Entrevista realizada a Juanita Sánchez el 17 de diciembre de 2012. 2 Entrevista realizada a Marisela Vallejo el 23 de junio de 2012.
103
Durante los siguientes años, paralelo a otros tipos de trabajos, Chalino
continuaría una ascendiente carrera de compositor atendiendo las solicitudes de una
serie de clientes que querían ser homenajeados, o que querían honrar a sus seres queridos, en la lírica de un corrido. Inicialmente las grabaciones de Chalino se
realizaban ex profeso para sus clientes a quienes les entregaba un audio casete con los
temas comisionados.
Para Armando de Maria y Campos, autor de La Revolución Mexicana a
Través de los Corridos Populares, los compositores de los corridos del periodo
revolucionario eran poetas que lanzaban “al aire sus trinos lo mismo para exaltar al agrarista, que al minero, al obrero que al sinarquista, al cristero que al comunista.”
3 En
contraste, para los mexicanos radicados en Los Ángeles en la década de los 80 los
corridos de Chalino reflejaban una realidad más contemporánea, además de temas romáticos y exaltaciones al orgullo sinaloense; pero los que ganaron mayor atención
fueron los que narraban hazañas y tragedias de héroes y malhechores involucrados en
la pujante industria del narcotráfico. Aunque Chalino siempre tuvo el referente de las interpretaciones de sus cantantes predilectos que incluían a Luis Pérez Meza, Octavio
Norzagaray y Pedro Infante.
En cuanto a su estilo de componer, Marisela explica: “Yo recuerdo que él donde se le ocurría, donde le venía la idea de un corrido, de una canción, lo apuntaba,
ya fuera en una toallita o donde podía, y empezaba a desarrollarlo después con los días
o quizá en el mismo momento lo terminaba. Nunca se sabía. Era según la inspiración o las circunstancias, o tal vez su estado de ánimo...Componía hasta silbando.
Desarrollaba la tonada y la letra. Y luego en el estudio grababan directamente el tema.
Había músicos que él ya conocía y que encontraba en los night clubs, o buscaba a los músicos que le gustaban y así los llevaba al estudio y grababan. El tenía su
grabadorcita donde llevaba la tonada algunas veces silbada y la letra”.
A finales de la década de los 80 Chalino tomó una decisión crucial al convertirse en intérprete tanto de temas propios como ajenos, algunos de los cuales
había escuchado en escenas del cine clásico mexicano, cuyas películas disfrutaba.
Empezó a ser su propio intérprete el día en que un cantante no asistió a una sesión donde se iban a grabar corridos compuestos por él y otros autores. Según su viuda: “Al
no llegar el cantante, los mismos amigos, dueños de los corridos, deciden que él puede
3 Armando De María y Campos, La Revolución Mexicana a través de los corridos populares.
(México: Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1962), 451.
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cantarlos. Era lo que deseaba desde que era pequeñito. Estaba feliz de saber que la
gente lo aceptara como cantante.”
Cuando el público comenzó a solicitar su música, Chalino estableció de
manera informal el sello Rosalino Records de los audio casetes que comienza a
distribuir de forma independiente. “Hacía sus grabaciones, se encargaba de la portada, de manufacturarlos y de distribuirlos. Era un poquito difícil porque trabajaba en fiestas
privadas, en clubes nocturnos, y pues se desvelaba mucho. Y se levantaba a las 5 ó 6
de la mañana. Igual podía ir para el lado del norte de California, o para el sur al lado
de Phoenix, o tal vez para Tijuana o Mexicali. Llevaba sus casetes, los distribuía, hasta que se le hizo difícil porque cada día había mas trabajo”, explica Marisela.
Desde un principio Chalino se diferenció por un estilo peculiar de voz e imagen. Además de una agradable apariencia, había algo en aquel muchacho de
humilde porte ranchero. Las fotografías y videos muestran a un artista vestido con la
típica indumentaria norteña de sombrero y botas, y un buen número de alhajas de oro, incluyendo reloj, e inclusive una lujosa pistola. Su voz era rasgada con marcado
acento sinaloense, y ejercía un dominio total sobre el escenario, elementos que lo
convirtieron en un “showman”.
Chalino estaba en auge, pese a que las compañías discográficas y las
radioemisoras en español de Los Ángeles mostraban desinterés en promover el género
de corridos al considerarlo carente de valor comercial; en consecuencia, la demanda de un público que sí los quería escuchar fomentó el nacimiento de sellos discográficos
independientes como Cintas Acuario, de Pedro Rivera; Discos Linda, de Abel Orozco;
y Discos Ángel, de Ángel Parra, todos con los que Chalino grabó.
Aunque ignorado por la radio, su música se escuchaba en sus presentaciones
en vivo, por medio de los audio casetes que él mismo distribuía e inclusive por la
televisión local de Los Ángeles, donde actuó en varias ocasiones, con el grupo Los Amables del Norte, para El Show de Keystone Ford, producido por Bobby Colón.
Durante esta época realizó por lo menos un video musical con el tema Pilares de
Cristal, que incluía a Marisela, una joven muchacha sentada en la barra de un bar a quien Chalino le canta.
4
“Desde el momento que tus ojos a los míos se miraron
4 Video musical de Pilares de Cristal con Chalino y Marisela Vallejo,
http://www.youtube.com/watch?v=WXAR6h_dq10
105
Desde el momento se enbriagaron a las cosas del amor.
Desde allí fue mi destino, desde allí cambio mi suerte.
Sólo Dios, sólo la muerte, me separa de tu amor.”
En cuanto a la incursión de Chalino en la interpretación, Marisela comenta:
"Yo creo que fue una barrera que él derrumbó. En ese tiempo no se escuchaba la
banda ni el norteño tampoco. Era el mariachi. Era Vicente Fernández. Y Chalino llega con su banda. Las canciones que no tenían letra, él les hacía la letra. Pero él era cien
por ciento banda y norteño. Entonces no había mucha cabida si no eras un Ramón
Ayala. Si no eras músico o cantante de mucho prestigio. Llega él y hace su propia
música. Hace su propio estilo, lo que a él le nace, lo que él quiere hacer. Rompe con esa barrera de lo tradicional, y así es como nace Chalino Sánchez y su estilo”.
Con una carrera que transcurría entre grabaciones y shows, Chalino mantenía una estable vida en compañia de Marisela, Adán y su hija Cynthia. Para 1990 Chalino
había desatado un cambio otrora impredecible en las generaciones de jóvenes
mexicoamericanos quienes comenzaron a prestar atención a la lírica de sus corridos. Se manifestó con fuerza en los High Schools (preparatorias) donde de repente aquellos
estudiantes que en una época mostraban desinterés por la cultura y música mexicana,
inclusive negándose a hablar el español, sustituyeron el rap por el corrido, cambiando
la indumentaria del hip-hop por la norteña. La “chalinomanía,” como un apego a las raíces, la música, y las formas de vestir de los padres y abuelos, se cimentó con la
llegada del baile de la quebradita. Sin planearlo Chalino ayudó a unificar el
distanciamiento que las nuevas generaciones de mexicano americanos habían mantenido con sus raíces culturales, las cuales al no verse reflejadas, y mucho menos
valoradas en la sociedad estadounidense que los vio crecer, carecían de importancia.
Gracias a los corridos de Chalino la vestimenta norteña de sombrero tejano y botas,
hasta entonces asociada con la pobreza del recién llegado, se convirtió en la vestimenta de moda.
Sobre este aspecto Marisela expresa: "Chalino tenía sus propias ideas. Su propia manera de vestir. Su propio criterio, digamos. Sentía bonito usar una tejana y
usaba una tejana. No importaba lo que la gente dijera, lo que la gente pensara. Muchas
personas lo miraban como un poquito raro porque eran cosas que no eran muy vistas, que no eran muy usuales. Pero eso a él no le interesaba. El usaba su tejana porque así
le gustaba. Usaba sus sacos porque así le gustaban. Siempre fue una persona que sabía
muy bien qué es lo que quería representar ante su gente."
106
La carrera de Chalino siguió creciendo y nuevos contratos lo llevaron a viajar
por diferentes ciudades de México y Estados Unidos, donde le aguardaba la
tradicional audiencia compuesta en su mayoría por mexicanos, un buen número de su nueva audiencia, y también los miles y miles de fans de otros países de América
Latina, en especial inmigrantes de Centro América.
EL PRINCIPIO DEL FINAL
El sábado 25 de enero de 1992 Chalino se presentó en el club Plaza Los
Arcos, en la ciudad de Coachella, California. Durante su aparición un miembro del
público, Eduardo Gallegos, la emprendió a tiros contra el cantante quien también se defendió.
5 Gallegos terminó con 15 años en prisión y Chalino, quien fue herido,
estuvo varios días hospitalizado entre la vida y la muerte. A nivel profesional, el hecho
consolidó la imagen de un cantante tan bravo como los héroes de los corridos que interpretaba. A nivel personal, el cantante se sintió en riesgo y comenzó a organizar su
vida en caso de que alguien pudiera quitarle la vida. Vendió los derechos de su música
a Musart Records, y le compró una casa a su familia.6
Según Marisela la incertidumbre siempre estuvo presente en su vida. “Era una
persona muy dada a odiar las injusticias. Y eso le traía problemas. Sabía que venía
arrastrando problemas de antaño. […] Sentía que lo que estaba viviendo lo estaba viviendo extra. Pelear, para él, era usual y peleaba y defendía a cualquier gente aunque
no la conociera. Sabía que en cualquier rato se podía meter en problemas.”
Grabaciones caseras de la época, varias de las cuales están al alcance del
público por canales de YouTube muestran su carisma con la audiencia, ejemplificado
en la presentación que realizó el domingo 10 de mayo de 1992 en el club El Farallón. Se aprecia a Chalino en un pequeño escenario acompañado por una banda, la
protección de varios elementos de seguridad, y la presencia de hombres con tejana,
acompañados por damas, y la mirada de uno que otro niño, entre ellos la de su hijo
Adán. El presentador lo anuncia exclamando: "Hace unos días casi le sucede una tragedia. Ustedes saben. Pero gracias a todos ustedes él ha quedado para seguir
cantando. El ha quedado para que lo sigan escuchando [...] En esta noche yo quisiera
5 From Times Staff and Wire Reports, “California in Brief : Coachella: 1 Killed, 10 Hurt in
Nightclub Shooting,” Los Angeles Times, January 26, 1992, http://articles.latimes.com/1992-
01-26/news/mn-1480_1_shooting-nightclub-killed 6 La casa se la vendió la cantante Jenni Rivera quien en ese entonces trabajaba como vendedora
de bienes y raíces.
107
que todos ustedes le dieran un buen recibimiento. Como él se lo merece, como un
buen sinaloense." La banda comienza a tocar y Chalino sube al escenario donde
interpreta su composición A todo Sinaloa. 7
"A todo Sinaloa le canto con amor.
Le rindo este homenaje porque soy trovador. Los Mochis y Guasave, El Puente y Angostura,
Guamuchil y Pericos sector de agricultura.
Tenemos en la historia una hermosa capital,
fue Sinaloa de Leyva y ahora es Culiacán."
El segundo tema que interpreta es Adiós Madre Querida, que inserta de
manera espontánea en el repertorio pues es el día de las madres. Tenía especial
significado ya que se trataba del primer día de las madres que pasaba tras el fallecimiento de Senorina. Bajo el rito de El Toro Moro Chalino invita a la audiencia a
bailar y, después de otros tantos temas, interpreta una canción, que afirma haber
cantado en Coachella en el momento de ser tiroteado. Y Chalino expresa con sorprendente humor: “El Gallo de Sinaloa el otro día lo estaba cantando allá, cuando
valió madre allá. Asi que…Ay, por favor no vayan a… otra vez. Que no se repita. ¡No
somos Alka-Seltzer!”8 Al final de cada canción Chalino añade: “¡Gracias! ¡Thank you
very Mochis Sinaloa!”.
Constante en su vida fue el orgullo por su natal Sinaloa. Esta lealtad –
contraria a los deseos de su esposa – lo llevó a realizar una gira9 a Culiacan, Quilá y
Villa Juárez, del 15 al 17 de mayo de 1992, titulada ¡A Toda Sinaloa!.10
En imágenes grabadas la noche del 15 de mayo en el salón Las Bugambilias de Culiacán
11 se aprecia a un Chalino vestido de traje gris y sombrero blanco,
acompañado de cinco “señoritas Tecate” que lo escoltan al escenario donde el cantante
entona un primera canción. Las chicas abandonan el escenario y Chalino comienza a
7 Chalino Sánchez En Vivo Desde El Farallón, 10 de mayo de 1992,
http://www.youtube.com/watch?v=KIrKKZsI4f0 8 Haciendo referencia a los personajes de las películas interpretadas por el actor Arnold Schwarzenegger. 9 La gira llevó el nombre de su composición musical “¡Arriba Sinaloa!”. 10 Luis Lim, “Su Muerte… Otro Corrido: Asesinan Violentamente al Cantante Chalino
Sánchez,” Noroeste, 17-mayo-1992. 11 Vida y Muerte de Chalino Sánchez, 2004, http://www.youtube.com/watch?v=1adjI2wOEK8
108
cantar el tema que quedaría para siempre en la memoria de su público, una
composición de Mario Molina Montes: Las Nieves de Enero. El público lo acompaña
en coro y Chalino en ocasiones inclusive se inclina a escuchar los pedidos de sus admiradores; acompañado por el grupo Los Amables del Norte, bajo el efecto de una
neblina de juegos de luces, y el ritmo de su acordeonista Nacho Hernández. Chalino
exclama: “¡Viva Sinaloa!”. La frase enfrascaba la emoción y el orgullo del inmigrante que lleva su triunfo a la cuna que lo vio nacer; pero en Sinaloa además de éxitos había
cultivado enemigos.
Luego de la presentación en Las Bugambilias, durante un trayecto por la carretera Culiacán-Los Mochis, el vehículo de Chalino sería interceptado por hombres
vestidos de federales quienes se lo llevaron dejando atrás a un hermano y a dos
mujeres que lo acompañaban. Horas después, durante el amanecer del 16 de mayo de 1992, su cuerpo fue encontrado sin vida en la cercanía de un canal de irrigación. Hace
ya 20 años.
EL NACIMIENTO DE UNA LEYENDA
En Los Ángeles la noticia del asesinato corrió como pólvora y de un día al
otro se armó una leyenda. Pero al contrario de muchas otras de la cultura mexicana,
fraguadas en la tierra propia, la leyenda de Chalino se fraguó, para orgullo de muchos, en Los Ángeles, California, segunda ciudad más poblada de mexicanos en el mundo.
Las ventas de sus grabaciones se incrementaron a niveles jamás imaginados por el
mismo intérprete, hecho que le daría varios discos de oro. En Sinaloa, la repercusión de su muerte también se hizo notar. El periodista Luis Lim escribió:
“Vendedores ambulantes y discotecas establecidas de Culiacán cuestionadas sobre las ventas de Chalino Sánchez reportaron que ayer hubo una alta
demanda de cintas de este famoso cantante norteño ante el temor de que se
agotaran de inmediato, tras conocerse la noticia de su muerte. Las estadísticas
demuestran así mismo que Chalino vendió mas cintas y discos en los últimos años en Culiacán que cualquier otro cantante, asegurando los especialistas que
ni Luis Miguel, líder hispano a nivel internacional con records de altas ventas,
rebasó el éxito del norteño.”12
12 Luis Lim, “Su Muerte… Otro Corrido: Asesinan Violentamente al Cantante Chalino
Sánchez,” Noroeste, 17-mayo- 1992.
109
Siguiendo los deseos del cantante su cuerpo fue enterrado en el panteón del
rancho Los Vasitos de Sinaloa. En EU, su viuda Marisela Vallejo convocó una misa
oficiada en su memoria el 21 de junio de 1992, en la Iglesia Santa Martha de Huntingon Park, California.
ADÁN SANTOS SÁNCHEZ VALLEJO (1984-2004)
Meses después la antorcha de Chalino fue pasada a su hijo quien con apenas
ocho años dio sus primeros trinos ante la audiencia del club El Farallón. En una
entrevista realizada por Sony Studios, compañía con la que firma a los 15 años, Adán
Sánchez comentó: “Decidí seguir la carrera de mi padre porque a mí nunca me ha gustado dejar las cosas empezadas. Yo sentí que mi padre dejó un camino abierto, una
carrera que no fue terminada, y yo quería seguir por ese paso.”13
Es aquí donde la historia que al parecer culminó en tragedia adquiere un
nuevo matiz al convertirse su primogénito en el portador de su memoria. Marisela
recuerda que Adán “Siempre estuvo muy firme en seguir los pasos de su padre. Y lo llevó a cabo. Yo creo que muy dignamente. Sin imitarlo, sin tratar de competir con la
carrera de su padre.”
Con el tiempo Adán “Chalino” Sánchez comienza a lograr éxitos basados en un repertorio de temas románticos, y varios dedicados a la memoria de su padre; si las
interpretaciones de Chalino ganaron valor al ser cantadas por quien fue considerado un
valiente, los temas interpretados por Adán, en especial aquellos relacionados con su padre, le ganaron el respeto del público joven y el cariño de los padres y abuelos que
recordaban la tragedia de Chalino. Uno de los temas de más éxito interpretados por
Adán fue la composición de Raúl Osuna Pérez Qué falta me hace mi padre.
“Que falta me hace mi padre a cada paso que doy,
Ya mi Dios se lo llevó, cuán solita está mi madre.
Recorrimos tantas veces, caminos y más caminos. Éramos inseparables, casi como dos amigos.
Que falta me hace mi padre, ya no lo tengo conmigo.”
Marisela recuerda a Adán como un niño normal: “un niño demasiado apegado a su padre. Chalino era de una manera muy especial para Adán. Era su muñequito. Si
él se compraba unos lentes, le compraba unos lentes al niño. Si él se compraba un saco
13 Entrevista a Adán Chalino Sánchez, http://www.youtube.com/watch?v=ounDK87Q7YA
110
azul, le compraba un saco azul al niño. Buscaba la manera de identificarse con el niño.
Siempre anduvieron juntos, fueron demasiado apegados”.
Después de muerto Chalino siguió siendo una fuerte presencia en la vida de
Adán. Marisela explica: “Yo creo que Adán venía de una gran escuela que fue la de
Chalino. Aprendió muchas cosas de su papá. Ejecutó muchas de las ideas que tenía Chalino. Su manera de ser siempre fue llevada por lo que hubiera sido su padre, o que
hubiera hecho su padre. Si había que tomar una decisión Adán pensaba '¿cómo hubiera
actuado mi papá en una cosa como esta?' Su padre fue como un gran motor. Llevaba
siempre en su mente el cómo actuaría su padre. Que diría su padre”.
En el año 2002, Adán se gradúa de la preparatoria Paramount High School y
comienza a enfocarse en la consolidación de su carrera, hecho que se concreta en marzo del 2004, cuando con tan sólo 19 años se convierte en el primer intérprete de
música regional mexicana en presentarse en el escenario del prestigioso teatro Kodak
de Hollywood.14
En una entrevista efectuada para el periodista Ben Quiñónes, en ocasión de este concierto, Adán expresó: “Mucha gente de todas las edades se me
acerca para decirme: ‘Me gustaba tu padre y ahora me gustas tú.’ Yo estoy en lo mío
pero intento seguir sus pasos con un estilo propio para asegurarme de que él se sienta
orgulloso.” 15
Un mes después, el sábado 27 de abril de 2004, durante una gira de conciertos
por Sinaloa, y según aquellos que lo acompañaban, el vehículo que transportaba al joven ídolo se volcó causándole una muerte instantánea. La noticia fue causa de
consternación para la comunidad hispana de Los Ángeles; aquellos familiarizados con
su carrera, y la historia de su padre, sufrieron por la doble tragedia que implicaba su muerte, y aquellos que desconocían quien era Adán, tuvieron que hacer un alto para
comprender el dolor que paralizó a la ciudad por días.
Por segunda vez en su vida Marisela Vallejo convocó una misa funeraria la cual se ofició el martes 30 de abril. Mientras el interior de la iglesia rebozaba de
dolientes, atestado con la presencia de familiares, amigos y admiradores, un público
adolorido se volcaba en las afueras esperando la oportunidad de un último adiós. La tensión se empezó a incrementar. Las puertas de la iglesia se cerraron y la misa tuvo
que terminarse antes de tiempo a solicitud de la policía, la cual no sabía cómo manejar
14 En la actualidad llamado Dolby Theater. 15 Ben Quiñones, “¡Arriba Chalino Sánchez!” LA Weekly [March 18, 2004]
http://www.laweekly.com/2004-03-18/news/arriba-chalino-s-nchez/
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a la desesperada y creciente masa. En imágenes grabadas desde helicópteros se vio
salir de la iglesia un vehículo con el ataúd de Adán; entre sollozos y gritos, el pueblo
lo cubrió en flores dándole su último adiós.
El dolor de la tragedia se manifestó por medio de la música de padre e hijo, la
cual se escuchó a todo volumen en diferentes partes de Los Ángeles, emanando de los automóviles, o desde el interior de las muchas cocinas de restaurantes donde trabaja a
diario gran parte de los inmigrantes hispanos de la ciudad. Tampoco ha de olvidarse
que en cuestión de días los empleados de la panadería Celaya –con la ayuda de
vecinos– pintaron en una pared exterior un mural con la imagén de Chalino y Adán.
DOS DÉCADAS SIN CHALINO
Después de dos décadas de fallecido muchos han sido los corridos que han sido dedicados a honrar la vida y música de Chalino. A estos se suma el corrido que
Tito y Su Torbellino interpretó ante una audiencia de miles, en el homenaje que le fue
organizado el 18 de mayo de 2012, en el Anfiteatro Gibson de Universal City, California.
“Rosalino Sánchez Félix, fui humilde y muy sencillo.
Tal vez fue por mi carisma que tuve muchos amigos, y también por mi carácter fui acarreando enemigos.
No me arrepiento de nada, son las leyes del destino. Y todo lo hice a mi estilo...”
A pesar de la piratería, la cual evita apreciar cuán solicitada es su música, la
vigencia de Chalino se evidencia en el número de visitas que los videos de sus temas reciben en Internet, donde una de sus interpretaciones románticas, Tengo el Alma
Enamorada, ha recibido cerca de cinco millones de visitas. Estos videos sirven a la par
como tributos al cantor, por medio de comentarios donde sus fans expresan admiración, además de compartir expresiones de orgullo regional, algunas de las
cuales terminan en peleas cibernéticas cuando alguien se atreve a cuestionar el
liderazgo de Sinaloa cuando de valentía se trata.
A veinte años de su muerte nada parece haber cambiado en el hogar que
comprara para su familia. De esta casa localizada en Paramount, California, el espacio
con más simbolismo es la sala. En ella dos fotografías gigantes, una de Adán y otra de Chalino, cubren las paredes, junto con los discos de oro que Chalino ganara después
de muerto. En un rincón de este espacio se encuentra una vitrina dedicada a la
112
memoria de Adán, la cual contiene tres acordeones Gabbanelli, instrumento que
aprendió a tocar, un par de sus botas, un sombrero tejano, varios de los premios que
recibió durante su corta carrera, y sobre la repisa última, una urna con sus cenizas. Porqué es importante seguir viviendo en esta residencia. Marisela dice:
“Yo creo que Dios no te da más de lo que tú no puedes resistir. Yo creo que nunca
llegamos a superar una muerte, mucho menos la de un hijo. En el caso de Chalino fue
un golpe muy duro y lo sobrellevamos de la mano de mis dos hijos, Cuando pasa lo de Adán yo lo sobrellevo de la mano de mi hija. Es algo muy fuerte, que nunca te
resignas, nunca lo superas. Aprendes a vivir con ese dolor. Sigues viviendo porque
tienes que sobrevivir pero ellos nunca se te olvidan. Nunca se te van. Están tan
contigo que a la hora que tú quieras puedes sentirlos en tu dolor. Es un dolor que no se
va. Aquí sé que están ellos. Sé que están conmigo. Sólo quiero la casa donde ellos me
dejaron, donde puedo sentirlos a ellos. Quizás esto conteste las preguntas que la gente
hace. ¿Por qué todo sigue igual después de 20 años? ¿Por qué todo sigue siendo lo
mismo después de 20 años? Este es un lugar donde cada cosa tiene su significado.
Para mí es muy importante mantener todo esto, y seguir estando aquí, porque aquí
estoy con ellos.”
Entonces la pregunta: ¿Por qué el fallecimiento de Adan causó tal convulsión?
Si la muerte de Chalino asestó un fuerte golpe a su audiencia, la emergencia de su hijo
en la industria de la música se convirtió en una consolación y en símbolo de la continuación de su legado. La muerte de Adán fue una doble tragedia de vastas
proporciones. Y es por ello que Chalino y Adán Sánchez, se encontraron en un legado
musical que se escucha en el diario palpitar de Los Ángeles, una ciudad que no los olvida, y que les recuerda con orgullo y respeto.
114
DEL MIEDO VICARIO AL MIEDO REAL Y LA CRÓNICA DEL
“NARCO”
Guadalupe Isabel CARRILLO TOREA
En una entrevista realizada a Stephen King acerca de su vasta obra fílmica y
literaria, el periodista Ian Caddell le preguntó acerca del miedo como ese ingrediente
indispensable del género de terror al que el autor ha dedicado sus páginas más brillantes. King contestó con absoluta convicción: “El miedo es un programa de
superviven|cia”1. Desde esa perspectiva, pareciera que estamos, en principio, ante un
fenómeno de carácter emocional que vincula también experiencias fisiológicas que nos mueven a la sobrevivencia; es decir, no se trata de algo necesariamente negativo.
En el mismo tenor, incluso con una mirada aún más optimista, el teórico y
cuentista español David Roas, quien ha dedicado buena parte de su carrera al estudio de la literatura fantástica, llega a considerar la percepción del miedo como un placer:
“el placer del miedo es un placer moderno”2. Claro que si nos referimos al mismo
desde las manifestaciones artísticas, sean estas literatura o cinematografía, la sensación es absolutamente vicaria. El lector sabe que aquello que le produce temor
no lo puede agredir directamente. Sin embargo, en la vida real, la experiencia del
miedo se ha instalado en nuestras sociedades y en nuestros países convirtiéndose en una de las mayores angustias que padecemos. El miedo tiene distintas formas de
manifestarse; se puede observar que no todos los seres humanos padecemos de los
mismos tipos de miedo. Existen quienes tienen animadversión a las alturas, y que se
expresa en el vértigo, o quienes temen a los espacios abiertos –agorafobia- o a la inversa, quienes sufren en los espacios cerrados –claustrofobia-. Pero hay también
sentimientos mezclados en la Xenofobia que es el rechazo al extranjero y se mezcla
con el odio hacia él. Otras personas experimentan temores frente a determinados animales, a situaciones de angustias colectivas y hasta a olores o frente a la
Doctora en Letras por la UNAM. Catedrática nacida en Venezuela, es investigadora del
Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM). Autora, entre otros libros, de Lo doméstico y lo cotidiano en la
poesía femenina venezolana y de Miradas a la ciudad, ambos editados por la UAEM.
Integrante del SNI del CONACYT. 1 En la página web: http://www.actualidadliterira.com . 2007. Rev. 21 de enero del 2013. 2 En la página web: http://dlublin.blogs.cervantes.es/encuentros-digitales-virtual-
115
sensación del color. Desde la época griega se han creado términos para aludir a cada
una de las sensaciones de temor. No hay que olvidar, por otra parte, que cada persona
experimenta diferentes grados de miedo y las conductas suelen ir del simple desagrado hasta la agresión ya verbal, ya física. Hay muchas conductas
delincuenciales cuyo trasfondo es el terror que experimenta el sujeto que la padece.
Tratándose de una sensación subjetiva, voy a referirme al tema del miedo real a través del testimonio que ofrece la crónica periodística en México. Un miedo que se
expresa de manera intensa en el mundo del narcotráfico y en sus secuelas sobre los
grupos sociales que se han visto castigados por la violencia que genera.
LOS PERIODISTAS
La crónica -definida por Juan Villoro como “literatura bajo presión”- es de los
discursos cuya flexibilidad en los estilos, en los recursos utilizados, entiéndase las
entrevistas, por el uso de la primera persona, aunado a un contenido dramático acentuado por la veracidad y la inmediatez, se convierte en un discurso que mejor
describe el pulso social y el tono humano de los actores que se convierten en
protagonistas de sus narraciones.
En los últimos dos sexenios del Partido Acción Nacional en el poder, el recrudecimiento de la violencia que han generado los cárteles de las drogas entre sí y
frente a la sociedad civil, ha llegado a extremos deshumanizados. Reseñar los actos en
que se expresa tal violencia ha sido una labor titánica por parte de los periodistas. La Revista Proceso, que se edita en la capital del país, es una de las que cubre de manera
constante la temática del narcotráfico. De manera constante sus periodistas están
expuestos a recibir agresiones, amenazas o incluso sufrir la violencia extrema: la muerte. Según los datos arrojados por Reporteros Sin Fronteras, en la última década
en México han sido asesinados 85. Otros 16 figuran como desaparecidos3.
Entre ellos el caso más recordado, por la vileza con que fue perpetrado y la inconvincente que ha querido ofrecer el gobierno estatal, es el de la periodista Regina
Martínez, corresponsal de la revista Proceso en la ciudad de Veracruz, asesinada el
28 de abril del 2012. Su cuerpo fue encontrado en su domicilio y el diagnóstico forense señaló como causas de su muerte la asfixia, a lo que se añaden los
hematomas presentes en su cuerpo, producto de un previo castigo corporal. Regina
Martínez era una periodista que denunció presuntas irregularidades del gobierno
3 En la página web: http://es.rsf.org/mexico-el-pais-de-los-cien-periodistas Actualizado el 22
de noviembre del 2012.
116
estatal, tanto de Fidel Herrera como del actual gobernador, Javier Duarte de Ochoa.
Verónica Espinosa, colega de Martínez en la revista Proceso, comenta en un artículo
sobre la labor profesional de la periodista:
La corresponsal ahondó en 2010 sobre el dispendio y el descomunal endeudamiento
que dejó Fidel Herrera al concluir su sexenio, el cual paralizó a su sucesor Javier
Duarte y a la economía estatal, particularmente luego del paso de los huracanes Alex
y Karl, así como de la tormenta tropical Matthew. Estos fenómenos meteorológicos
dejaron cientos de miles de personas damnificadas, y así lo registró Martínez en el
número 1771, de octubre de ese año, en el reportaje El Huracán Fidel.4
Tras el asesinato de la periodista, se apersonaron en la casa de gobierno de
Xalapa, Veracruz, Rafael Rodríguez Castañeda, director de la revista Proceso y Julio
Scherer García, fundador de la misma. Ante las promesas del Gobernador de
esclarecer y esclarecimiento del asesinato, Julio Scherer lo interrumpió, diciéndole:
“Sus palabras, le dice, son retórica ritual”.5 El gobierno actual, así como el anterior se
ha visto envuelto en escándalos de orden económico y de seguridad de amplio espectro. En varias ocasiones fueron retirados masivamente ejemplares de la revista
Proceso por las denuncias que publicaban. Se atribuye el retiro de los ejemplares al
gobierno del Estado. En el caso de la muerte de Regina Martínez, ocurrida a finales
de abril del 2012, no se dio ninguna información acerca de la investigación hasta el 1 de noviembre del 2012, cuando, intempestivamente, las autoridades leyeron un
comunicado en el que, sin permitir preguntas, señalaban haber encontrado al asesino
confeso, y sugerían una amistad cercana entre este, otro agresor que lo acompañaba y la hoy occisa. Se sugirió que se trataba de un crimen pasional; de una supuesta
amistad de Regina con sus agresores que terminó en desgracia.
El Estado de Veracruz ha sido conmocionado a causa de las muertes generadas por los reacomodos de los cárteles de la droga. La persecución a los periodistas en
Veracruz es cada vez mayor, al extremo de que es considerarlo como el Estado
mexicano de mayor riesgo para el ejercicio del periodismo profesional.
Sin quedarnos en un único caso, vemos en el número 1853 de la Revista Proceso el artículo titulado “Infierno Psicológico”, escrito por Anne Marie Mergier. En él la
periodista entrevista a Anthony Feinstein, que, en palabras de la periodista, ha sido
“el mayor estudioso de los desórdenes psicológicos de los corresponsales de guerra”. De origen sudafricano, Feinstein, médico de profesión, vino a México para estudiar
4 Artículo “Así era Regina”. Páginas 8 y 9. Revista Proceso. N°1853. 6 de Mayo del 2012. 5 Ibid, p. 7.
117
“los problemas de los reporteros que cubren la guerra de Calderón”. Entrevistó a 130
reporteros de provincia y su conclusión fue desalentadora: “Mi impresión personal –
dice- es que las heridas psíquicas del 25% de los reporteros mexicanos vulnerados por
la violencia son mucho más profundas que las de los reporteros de guerra”.6
Según Feinstein la mayoría de ellos padece los síntomas del PRSD (post
traumatic stress disorder). Señala el especialista: “Padecen depresiones profundas, les angustia sobremanera lo que pueda pasarle a sus familias, muchos rehúsan socializar
y la mayoría está obsesionada por su salud física”. Un aspecto interesante de las
observaciones del especialista es ver la diferencia entre estos periodistas y aquellos corresponsales de guerra de cadenas internacionales, pues, según apunta el mismo,
aquellos tienen el apoyo de sus empresas que les facilitan seguro médico, seguro de
vida y atención psicológica especializada; los reporteros mexicanos carecen de todos estos recursos y reciben un salario modesto.
LAS VÍCTIMAS
El miedo es la manifestación más palpable que la guerra contra el narcotráfico ha
dejado como secuela. Las víctimas padecen el sentimiento del miedo en toda su amplitud y la consecuencia más desastrosa la vemos en los niños. El libro Fuego
Cruzado7 de Marcela Turati, publicado en 2011 es un testimonio desgarrador de lo
que padecen quienes que por azar, se encontraron en el fuego cruzado de los narcotraficantes. Turati analiza especialmente a los más vulnerables: los niños que
han perdido a sus seres queridos, o aquellos que han muerto por encontrarse en medio
de un tiroteo. En uno de sus apartados, titulado “Colapsados por el miedo” la investigadora resume el caos en el que habitan grupos sociales cada vez más
extendidos:
Todos los días, en algún lugar del país se registra un enfrentamiento armado entre
las fuerzas federales y alguno de los grupos criminales. La violencia homicida que
recorre México pisotea vidas, las avienta a una trituradora, las destroza. Cada una de las balas disparadas deja una huella imborrable. Hace tanto daño como una bomba.
Afecta gente a su paso. Sume en depresión a familias completas. El miedo las toma
de rehén. Tortura a sus miembros hasta en sueños. Incuba enfermedades en sus
organismos. Las arruina económicamente. Se ensaña especialmente contra los más
pobres, a quienes roba más oportunidades y condena a repetir el ciclo de exclusión.
Deja maltrechas sociedades enteras. (2011: 57)
6 Páginas de la 28 a la 32. 7 Turati, Marcela: Fuego Cruzado. (2011). Editorial Grijalbo.
118
Turati escarba en el tejido social de aquellos que han sido lastimados. Ve a los
niños huérfanos, a las viudas que presenciaron cómo ultimaban la vida de sus
maridos. Todos ellos necesitan terapias especiales a las que no siempre tienen acceso. Pero va más allá: también subraya el caso de los desaparecidos a quienes el gobierno
federal ha sepultado en el olvido. Recientemente, se han producido a lo largo y a lo
ancho de todo el país manifestaciones masivas de familiares de desaparecidos. Las madres de ellos, las más de las veces, se plantan en el Zócalo capitalino, o marchan
kilómetros para mostrar las fotos de aquellos que ya no están. Pero las autoridades
mexicanas no parecen estar muy interesadas en la suerte corrida por esos
desaparecidos. Turati anota: “Yo desaparezco, salí a comprar agua y me acorralaron; Túdesapareces, regresabas del establo cuando te llevaron; él
desaparece, viajó para dar una charla antisecuestros y no llegó a la cita; nosotros
desaparecemos, recorríamos el país vendiendo pinturas hasta que nos interceptaron… La desaparición masiva de personas, que se pensaba casi erradicada,
resurge como una epidemia que ha originado todo tipo de relatos escabrosos que ya
nadie pone en duda.” (2011: 192), concluye la periodista.
El miedo es, pues, ese temor que genera la violencia y que se puede vivir en diferentes planos: uno, claramente reconocible, cuando la agresión es física y viene
directamente hacia nosotros; otra más, cuando nos topamos con la corrupción, los
abusos de los políticos; las trampas a través de la cuales logran alcanzar sus objetivos más mezquinos en detrimento de una sociedad lacerada e inmersa en la impotencia y
en la desilusión. Es el caso, por señalar un ejemplo, del Casino Royale, incendiado y
baleado el 25 de agosto del 2012 en Monterrey, Nuevo León. Cincuenta y dos personas murieron en el lugar, bien fuese por la balacera de que se hizo objeto al
casino, o por asfixia, a causa del humo que invadió todo el local. Se trató de una
venganza entre grupos delictivos por un soborno no entregado. Sin embargo, después
del suceso, se conocieron una serie infinita de irregularidades tanto en este casino como en otros que no tenían sus permisos en regla; y mucho menos las condiciones
físicas adecuadas para evitar este tipo de tragedias.
LOS MILITARES
En el caso del narcotráfico existe una auténtica guerra, porque no sólo se
enfrentan los cárteles entre sí, sino también con militares; o bien son éstos quienes
arbitrariamente hostigan, golpean e incluso asesinan a víctimas civiles que nada tenían que ver con las acciones del narcotráfico. En su número 1869, fechado el 26
de agosto de 2012, Proceso publica un “Reporte Especial” que intituló: “Testimonios
de la brutalidad militar”. Allí se denuncia, por testimonios de las víctimas de los
119
grupos militares, las irregularidades continuas en las que incurren los soldados y
marinos que dicen combatir a los actores del crimen organizado, sin ningún tipo de
corrección o vigilancia sobre sus acciones, por parte de las autoridades.
Uno de los casos más llamativos es el del puerto de San Felipe, en Baja
California; un pueblo de pescadores que se encuentra a doscientos kilómetros de la
frontera con Estados Unidos; es decir, un lugar clave para el trasiego de enervantes; Gloria Leticia Díaz, periodista que cubrió el evento, señala: “Los militares sin
identificación a la vista, revisan minuciosamente todos los vehículos. No hay criterios
ni protocolos claros en la revisión: pueden tardar diez minutos o hasta hora y media
en hacerlo; o más, si alguien protesta, cuentan quienes frecuentan el tramo
carretero”.8 La arbitrariedad con la que trabajan los militares va de la mano de la
negativa por parte del gobierno de la intervención de instituciones como Derechos Humanos o alguna que pueda denunciar irregularidades. En entrevista a Raúl Ramírez
Baena, director de la Comisión Ciudadana de Derechos Humanos del Noroeste
(CCDH), comentó: “Si el C-4 –que atiende llamadas de emergencia- recibe una
denuncia por un allanamiento o por un cateo ilegal, por una detención arbitraria en la que esté involucrado el Ejército o haya presencia de vehículos militares u hombres
encapuchados vestidos de negro, tiene instrucciones de no intervenir”9.
Efectivamente, el sexenio de Felipe Calderón ha sido permanente en el incumplimiento de los Derechos Humanos. En hacerse la vista gorda frente a
denuncias testimoniales, sobre todo en los Estados del Norte del país, que se enfrenta
no sólo a la presencia de los cárteles y de los militares, sino también a una geografía accidentada, donde el aislamiento físico es condición inevitable de los pobladores de
aquellas zonas.
Si bien podemos anotar páginas de casos de abuso del poder por parte de los militares, también encontramos otra cara de la moneda. En la Revista Proceso N°
1824 del 16 de octubre del 2011, vemos un artículo intitulado “Cuando los soldados
se suicidan…” escrito por Gloria Leticia Díaz. Expone el caso de varios militares que
por diferentes razones han sido apresados y pagan penas de varios años en prisión militar. El estado de depresión en el que se ven sumergidos ha llevado a 82 miembros
del Ejército y 14 efectivos de la Marina al suicidio, a la fecha de la publicación de la
Revista en 2011. Ese era el número de suicidios de militares y marinos en lo que iba del sexenio de Felipe Calderón. En general, los especialistas ven una estrecha relación
8 Revista Proceso. N°1869. 26 de agosto del 2012. De la página 7 a la 9. 9 Revista proceso. N°1869. Página 7.
120
entre la experiencia de la violencia a la que se ven sometidos los militares y el deseo
posterior de quitarse la vida. Es otra manera de vivir el miedo.
La vivencia del miedo puede mostrar diferentes caras: las más de las veces te paraliza, o bien puede generar más agresión, una violencia descontrolada que alcanza
niveles de destrucción absoluta: ese es el suicidio y lo han perpetrado muchos más
individuos de lo que podemos calcular.
LAS NARCO NOVELAS: EL MIEDO DESAPARECE
El trabajo del cronista es más bien de orden testimonial y la crónica ha sabido
recogerlo, dándole un tono humano que atrae a los lectores. Pero, de nuevo, todo tiene
su opuesto: también el amarillismo y el morbo es capaz de movilizar a muchos a lecturas asiduas. Eso ocurre con la afluencia de lectores que ha generado las novelas
cuyo tema es el sicario, el matón a sueldo o incluso las víctimas que se ven envueltas
en el vicio de la droga. Los escenarios en los que se desenvuelven las novelas son sórdidos y el uso del lenguaje coloquial que fractura el discurso muestra con más
énfasis la ruptura social y la decadencia generalizada. Por ello en las novelas sobre
narcos el miedo desaparece para dar paso al arrojo temerario; el que hace olvidar
cualquier límite o alguna expresión de piedad. Así lo vemos en la mayor parte de las novelas de Élmer Mendoza, cuyos protagonistas suelen provenir de esa atmósfera, la
más de las veces macabra, donde la destrucción se enseñorea y lo domina todo.
Otros autores que mantienen la línea de Mendoza y que se inscriben en lo descrito, serían Bernardo Fernández con su novela Tiempo de Alcranes con la que
obtuvo el premio Semana Negra de Gijón en el 2006; Juan Antonio Rosado con El
Cerco (2008); José Dimayuga con su novela polifónica ¿Y qué fue de Bonita Malacón? (2007); y también Yuri Herrera con Trabajos del reino (2004).
Hay infinidad de escritores que han incursionado en el tema del narcotráfico y
cuyas publicaciones, muy recientes, han generado ganancias a las editoriales que
apuestan por las ventas masivas con muy buenos resultados. Deberíamos sin embargo no olvidar que muchos de ellos podrían acentuar el mundo encantado de la riqueza
que genera el narcotráfico y no tanto el cruel, hasta convertirlo en una apología que
nadie pretende fomentar. El miedo, que desaparece muchas veces en la ficción, podría retomarse para que tuviéramos una imagen más completa de lo que verdaderamente
estamos mostrando.
121
ESPACIOS DE CONSTRUCCIÓN DE PAZ EN SINALOA: UNA
APROXIMACIÓN CONCEPTUAL
Jesús Abel SÁNCHEZ INZUNZA
Licenciado en Relaciones Internacionales y Maestro en Estudios de Estados Unidos y Canadá. Doctorante en Gestión de la Paz y Conflictos (Universidad de Granada-UAS-UAIP),
es profesor e investigador de Tiempo Completo de la Facultad de Estudios Internacionales y
Políticas Públicas de la UAS.
122
Sinaloa es una entidad a la que comúnmente se le relaciona con escenarios de
violencia asociada a la inseguridad pública. Diversos delitos han tenido una
incidencia preocupante durante los últimos años, lo que ha erosionado la percepción y confianza ciudadanas. Periodistas, casas editoriales, escritores y académicos han
dedicado buena parte de su tiempo a documentar la evolución de la estadística
delictiva, lo que abona a la proyección de la imagen negativa del estado.
Sin embargo, en medio de las dificultades que representa un clima de esta
naturaleza, en toda la geografía sinaloense también existen múltiples experiencias
orientadas al reforzamiento del tejido social, al fomento de valores y a la construcción
de verdaderos espacios para la paz, lo cual abre expectativas para transformar o mirar desde otros ángulos la realidad y la percepción colectiva, tanto interna como externa.
Estas iniciativas provienen tanto de la sociedad civil como de los gobiernos estatal
y municipales, y se enmarcan dentro de los estudios para la paz a raíz de que pueden ser analizados tomando como base conceptos como Paz Imperfecta, construcción de
la Paz, optimismo inteligente, empoderamiento pacifista, praxis de paz, entre otros.
UNA BREVE REVISIÓN CONCEPTUAL
Entender la realidad que se vive en Sinaloa y las oportunidades para avanzar en la construcción de la paz requiere que dicha realidad sea analizada desde la paz misma,
como proponen Francisco Muñoz y Beatriz Molina, quienes consideran necesario
realizar un giro epistemológico que nos permita abordar la paz desde las bondades de los seres humanos con un pensamiento positivo y optimista, sin olvidar el lado
controvertido y oscuro de nuestra identidad.
En este sentido, proponen hacer uso del concepto de Paz Imperfecta, mismo que resulta de gran utilidad para hablar del caso Sinaloa, pues esta categoría de análisis
define a los espacios e instancias en las que se pueden detectar acciones que crean
paz, a pesar de que estén en contextos en los que existen conflictos y violencia. En
este orden de ideas, destaca la importancia de estas acciones de paz así como las relaciones que se establecen entre ellas, pues al fin y al cabo, son las que hacen
posible las experiencias concretas.1
Por ello es necesario pensar la paz desde sus experiencias, desde su propia existencia; de ahí que la Paz Imperfecta sea también estructural, pues está anclada en
las estructuras y sistemas, contando con un gran poder de transformación de las
1 .- Muñoz, Francisco y Beatriz Molina. Una Paz compleja, conflictiva e imperfecta. Versión
preliminar. Pp. 14-23.
123
realidades sociales. Esto además nos hace un llamado a establecer lazos con otras
temáticas y disciplinas, es decir, se convierte en un área de estudio transdisciplinar,
arraigado en el enfoque de la complejidad, al que Muñoz y Molina analizan desde una matriz unitaria que contiene cinco ejes: paz imperfecta/estructural, conflictividad
abierta, mediaciones, deconstrucción de la violencia y empoderamiento pacifista.
Este concepto, empoderamiento pacifista, es definido como el reconocimiento de realidades, prácticas y acciones pacifistas y sus capacidades para actuar y transformar
el entorno más o menos cercano e impulsar la creación de redes entre todos los
actores que de una u otra forma tienen interés en promover la paz.2
De tal forma que los actores sociales, políticos o económicos, desde los individuos y las ONGs, hasta los gobiernos o los empresarios, son capaces de
construir paz, a través de acciones solidarias, altruistas, de defensa de los derechos
humanos, de cooperación o de cualquiera otra forma relacionada; todas las entidades humanas tienen poder y lo ejercen, en la mayoría de los casos, de forma pacifista.
El reconocimiento de la paz hace palpable que nuestras acciones sean opciones
para conseguir el máximo de bienestar posible. La paz puede generar optimismo y
éste, a la vez, confianza y fuerzas para continuar en ese camino. Concederle poder a la paz, darle cada vez más espacio público y político se convierte en un instrumento para
el cambio. Empoderar a las personas y a todo tipo de grupos, asociaciones,
organizaciones e instituciones es la garantía de los mejores frutos posibles.3
De igual manera, en los diferentes caminos, existe un optimismo al que Francisco
Muñoz adjetiva como inteligente, en el sentido de que existen razones para dirigir
esfuerzos hacia lo que valoramos como respetuoso de la paz. Se impone un optimismo inteligente sustentado en razones científicas, en presupuestos teóricos y
emociones que discriminen y orienten sus acciones hacia la paz, que crean que la
especie humana tiene suficiente recursos para regular los conflictos pacíficamente.
Otra de las virtudes del concepto de Paz Imperfecta es que facilita el reconocimiento “práxico” (teórico y práctico) de las instancias donde se desarrollan
2 .- Muñoz, Francisco A. (2010) ¿Cómo investigar para la paz? Una perspectiva conflictiva, compleja e imperfecta. En Autores varios, Todavía en busca de la paz. Fundación Seminario
de Investigación para la Paz. Gobierno de Aragón. Pp. 419-428. 3.- Muñoz, Francisco A. y Jorge Bolaños C. (2011) La praxis (teoría y práctica) de la paz
imperfecta, en: Los hábitus de la Paz. Teorías y Prácticas de la Paz imperfecta. España, Eirene,
Instituto de la Paz y los Conflictos, Universidad de Granada. P. 13.
124
las potencialidades humanas y se satisfacen las necesidades o se gestionan
pacíficamente los conflictos y las interacciones entre unas y otras.4
En este contexto, otro concepto de utilidad es el de Cultura de Paz, que se define, en parte, como un conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y
estilos de vida, que llevan implícitos el respeto a la vida, el fin de la violencia y la
práctica de la no-violencia por medio de la educación, el diálogo y la cooperación. Incluye también los componentes de protección del medio ambiente de las
generaciones presentes y futuras.5
Vicent Martínez Guzmán, establece que la construcción de la paz y el papel de la
sociedad civil son cruciales en las situaciones de reconstrucción postconflicto; y en una visión más amplia, implica la prevención así como la creación de culturas para
hacer las paces. Boulding resalta, por su parte, la necesidad de nuevas perspectivas en
la noción de construcción de paz, unidas a un papel innovador de la sociedad civil.6
La Investigación para la Paz ha dotado a los espacios públicos, ya sean estados,
gobernantes, ejércitos, guerrillas, sociedad civil, entre otros actores, de líneas y ejes
prácticos para regular pacíficamente los conflictos. Asimismo, la Investigación para la
Paz es consciente de que sus objetivos son conseguir condiciones favorables para la paz a largo plazo, sin que ello suponga renunciar a propuestas y mediaciones para el
futuro inmediato. Por ello puede ayudar a campañas y acciones puntuales e
inmediatas, dirigidas a provocar un cambio en las sociedades, compatibles con los objetivos de paz y justicia social, lo que podrá ser realidad después de un prolongado
trabajo de investigación, formación de toma de conciencia en todos los ámbitos y a
todas las escalas, donde se puede ubicar el plano personal y local.7
En un trabajo sobre el tema, Andrés Serbin identifica las fortalezas y debilidades
de las organizaciones de la sociedad civil, destacando la necesidad de desarrollar sus
capacidades en la construcción de un entramado institucional, en apoyo a un Estado
democrático y eficiente, para el desarrollo de políticas públicas que aborden los factores estructurales de la violencia. Se requiere también de una dinámica vigorosa
4 .- Ibid. P 35. 5 .- Naciones Unidas, 1999. 6 .- Martínez Guzmán, Vicent (2010) El papel de la sociedad civil en la construcción de la Paz.
Estudio introductorio. En Luis Sánchez Vázquez y Juan Codorníu Solé. Movimiento
Asociativo y Cultura de Paz. Granada, Pp. 56-58. 7 .- Cano Pérez, María José, Beatriz Molina y Francisco A. Muñoz (2004) Diálogos e
Investigaciones Trans Culturales y Disciplinares. Revista Convergencia, México. Pp.59-72.
125
de la ciudadanía, basada en un empoderamiento real de la sociedad civil a diversos
niveles y a través de diversos mecanismos.8
La controversia sobre si las organizaciones de la sociedad civil son relevantes o no en materia de prevención de conflictos armados y construcción de la paz ha
quedado rebasada. Lo que se discute ahora es cómo éstas pueden explotar todo su
potencial y ventajas comparativas y contribuir sustancialmente en estos campos.9
En la región latinoamericana, estas asociaciones están conformadas básicamente y
a nivel nacional, por ONGs y organismos ciudadanos, con agendas sectoriales y
específicas, más profesionalizadas, urbanas y de clase media. Y se articulan con
movimientos emergentes en torno a problemas de violencia e inseguridad pública.10
EXPERIENCIAS CONCRETAS DE CONSTRUCCIÓN DE PAZ EN SINALOA.
A partir de este breve acercamiento conceptual, se puede afirmar que en Sinaloa
existen múltiples experiencias concretas emanadas de la sociedad civil y del Estado, que se orientan a construir espacios para la paz, en su sentido de imperfección, pero
generadora de optimismo y esperanza.
Así, abordamos a continuación, de manera apenas descriptiva, algunas de las
diversas iniciativas que están contribuyendo a la promoción del reforzamiento del tejido social, del empoderamiento pacifista y del avance de la cultura de paz, tanto en
el discurso como en las acciones. De tal forma, se enuncian las asociaciones de la
sociedad civil, los espacios públicos o los proyectos ciudadanos que están impactando en una autoestima orientada a recuperar la identidad, como una sociedad capaz de
alcanzar mejores niveles de vida y de convivencia comunitaria.
SUMA, Sociedad Unida es una Institución de Asistencia Privada (IAP) creada en 2007, resultado del trabajo de ciudadanos, reunidos a título personal o representando
organizaciones, para llevar a cabo acciones para promover y gestionar el compromiso
ciudadano hacia el respeto, la cultura de la legalidad y la convivencia social.11
En esta IAP, se han identificado con la necesidad de evitar conductas antisociales, asumiendo esta tarea como propia, sin dejar todo bajo la responsabilidad del gobierno.
8 Serbin, Andrés (2008) Paz, violencia y sociedad civil en América Latina y el Caribe. Introducción a algunas nociones básicas. Buenos Aires, Icaria. P. 47. 9 Bourse, Ana (2008) Si vis pacem, para pacem. Actores en la prevención de conflictos
violentos y armados en América Latina y el Caribe. Buenos Aires, Icaria. Pp. 123-126. 10 .- Serbin, Andrés. Op cit. Pp. 52-53. 11 www.sumasinaloa.org. mx.
126
Parten de la idea de que son más los ciudadanos y familias que desean vivir en paz,
con respeto, con legalidad, pero están conscientes de que si estos deseos y esfuerzos
están dispersos, no tendrán un avance significativo. “Sólo unidos podemos hacer valer nuestros espacios de paz y sana convivencia social”, afirman.
Como parte de sus acciones, han venido sumando a empresas, centros educativos
públicos y privados e instituciones gubernamentales para hacer llegar a sus empleados una serie de principios y compromisos propios de la cultura de la legalidad y la
práctica de valores. Han acercado estas ideas y compromisos a niños, jóvenes y
adultos, en un esfuerzo por involucrar a todos los ámbitos posibles de la sociedad.
Un espacio público que se ha recuperado para la sociedad es el Parque las
Riberas, ubicado en los márgenes del río Humaya, en el sector Tres Ríos, en la
ciudad de Culiacán. Esta área recreativa ha representado una opción para la
convivencia familiar, al contar con ciclovías, juegos infantiles y diversas actividades que permiten la cohesión social. Asimismo, facilita la realización de encuentros
juveniles para la práctica de deporte y actividades culturales.
Otro proyecto de especial significado ha sido el empoderamiento de la Asociación
Civil Ciclos Urbanos, misma que promueve la participación ciudadana para alcanzar un mayor grado de sustentabilidad en las ciudades. Una acción permanente y de gran
éxito son las llamadas “ciclonoches”, que consiste en recorrer parte de la ciudad en
bicicleta, como una forma de llamar la atención de la población y de las autoridades en cuanto a los medios alternativos de transporte.
El recorrido colectivo contempla una ruta de 7 kilómetros a un ritmo tranquilo, en
el que participan personas de todas las edades. Se realiza el primer martes de cada mes, con una asistencia de más de 5 mil personas. Esta asociación también desarrolla
propuestas para la creación de ciclovías en la ciudad de Culiacán como una forma de
mejorar la calidad ambiental, la movilidad urbana y la salud de las personas.12
Otro esfuerzo en materia de prevención o gestión pacífica de los conflictos, es el Bufete Jurídico de que dispone la Universidad Autónoma de Sinaloa. Funciona con
personal académico de la Facultad de Derecho y en el cual se brindan servicios de
asesoría legal a personas de escasos recursos. Uno de los proyectos recientemente implementados es el Centro de Mediación para la Solución de Controversias entre
INFONAVIT y derechohabientes que han caído en cartera vencida.
12 www.ciclosurbanos.org.mx
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Para dar este servicio, se capacitó personal en materia de mediación, se estableció
un convenio entre la Universidad y el INFONAVIT y se ha venido operando a través
de pláticas de renegociación de adeudos, mediando una tercera parte, que es la Universidad. Este mecanismo ha sido de gran utilidad pues un número importante de
familias estaba a punto de perder sus viviendas, lo que ya había subido a nivel de
conflicto social.
En materia educativa, relacionada con la Construcción de espacios para la Paz,
podemos anotar la iniciativa denominada En Sinaloa se Viven los Valores
(SIVIVA), lanzado a finales del año 2012 desde la Secretaría de Educación Pública y
Cultura del Gobierno del Estado de Sinaloa. En su elaboración participaron expertos en educación, planeación y valores, además de propiciar la participación ciudadana a
través de un Congreso abierto, una encuesta y una plataforma electrónica.13
Este modelo de acción a favor de los valores que involucra a a todos los niveles educativos, con el objeto de formar tanto a los docentes como a los alumnos en la
práctica de valores, como la cultura de la legalidad y el desarrollo de habilidades,
destrezas y competencias para la convivencia social, hasta incorporarlos a su vida
cotidiana, sumando para ello a las familias, a la escuela y la sociedad misma.
CONCLUSIÓN
Habiendo revisado brevemente conceptos emanados de la Investigación para la
Paz, y tras una mirada exploratoria a las iniciativas emprendidas en Sinaloa para construir espacios para la paz, para generar una cultura de paz o el empoderamiento
pacifista, consideramos que este marco de análisis es de gran utilidad para entender la
realidad sinaloense y poder transformarla positivamente.
Como establece Esperanza Hernández Delgado, el enfoque de Paz Imperfecta, las
iniciativas civiles de paz, permiten otra lectura de su país: Colombia; en este caso de
Sinaloa; una lectura también real pero más propositiva, donde se identifican
escenarios de construcción de paz. 14
De tal forma, si alguna vez se comparó a Sinaloa en el aspecto negativo, también
es posible vincularlo en la parte positiva, pues tanto en Colombia, como en nuestra
entidad, se están reproduciendo espacios para la construcción de la paz. Aquí como
13Gobierno del Estado de Sinaloa (2012) En Sinaloa se viven los valores. Programa SIVIVA. 14 .- Hernández Delgado, Esperanza (2011) Diplomacias populares no violentas: prácticas de
paz imperfecta en experiencias de construcción de paz en Colombia, en Muñoz, Francisco y
Jorge Bolaños Carmona (ed.) Los hábitus de la paz. España, Eirene, P. 207.
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allá, se está desarrollando el potencial de la ciudadanía para elevar el nivel de
bienestar colectivo, para abrir espacios para la convivencia y para afianzar prácticas
relacionadas con la necesidad de una cultura de la paz.
BIBLIOGRAFÍA
Bourse, Ana (2008) Si vis pacem, para pacem. Actores en la prevención de conflictos violentos
y armados en América Latina y el Caribe. Buenos Aires, Icaria.
Cano Pérez, María José, Beatriz Molina y Francisco A. Muñoz (2004) Diálogos e
Investigaciones Trans Culturales y Disciplinares. Revista Convergencia, México.
Gobierno del Estado de Sinaloa (2012) En Sinaloa se viven los valores. Programa SIVIVA.
Hernández Delgado, Esperanza (2011) Diplomacias populares no violentas: prácticas de paz
imperfecta en experiencias de construcción de paz en Colombia, en Muños, Francisco y Jorge Bolaños Carmona (ed.) los habitus de la paz. España, Eirene.
Martínez Guzmán, Vicent (2010) El papel de la sociedad civil en la construcción de la Paz.
Estudio introductorio. En Luis Sánchez Vázquez y Juan Codorníu Solé. Movimiento
Asociativo y Cultura de Paz. Granada.
Muñoz, Francisco A. (2010) ¿Cómo investigar para la paz? Una perspectiva conflictiva,
compleja e imperfecta. En Autores varios, Todavía en busca de la paz. Fundación
Seminario de Investigación para la Paz. Gobierno de Aragón.
Muñoz, Francisco A. y Jorge Bolaños Carmona (2011) La praxis (teoría y práctica) de la paz
imperfecta, en: Los habitus de la Paz. Teorías y Prácticas de la Paz imperfecta.
España, Eirene, Instituto de la Paz y los Conflictos, Universidad de Granada.
Muñoz, Francisco y Beatriz Molina. Una Paz compleja, conflictiva e imperfecta. Versión preliminar.
Serbin, Andrés (2008) Paz, violencia y sociedad civil en América Latina y el Caribe.
Introducción a algunas nociones básicas. Buenos Aires, Icaria.
Páginas electrónicas
www.sumasinaloa.org.mx www.ciclosurbanos.org.mx
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Reseña-Ensayo
¿CUÁNDO LLEGARON LOS BÁRBAROS A SINALOA?
A la memoria viva de Álvaro Rendón, “El Feroz”, a quien aún vemos,
sarcástico, sonriendo en el Malecón, sin dar la espalda al absoluto mar
de Mazatlán.
Nery CORDOVA
Ensayista, poeta e investigador de la UAS. Director editorial de la revista ARENAS y miembro del SNI-CONACYT. Es autor de varios libros, entre ellos La narcocultura:
simbología de la transgresión, el poder y la muerte (2011), Ed. UAS.
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La investigación de Magali Tercero, Cuando llegaron los bárbaros…Vida
cotidiana y narcotráfico (Ed. Planeta, 2011), es una zambullida a las honduras de las
realidades socioculturales de Sinaloa, y también secuela vital reflexiva e inteligente, como grito desesperado, crítica, cuestionamiento y reconocimiento de los pantanosos
terrenos y escenarios del fenómeno de la narcocultura.
Más que el título, lo que inquieta de este denso y compulsivo trabajo (crónica, reportaje, testimonio, reflexión), son las reverberaciones significativas de las
estampas policromadas de tinta sangre, con sus olores, ruidos y sabores mortuorios,
que estallan sin piedad, desde el vigor de sus fuertes cargas simbólicas, en nuestras
percepciones. Nos ubicamos por momentos, durante la lectura, intentando estar más allá de los escenarios de la vida ruda, cruda y real, como si fuésemos receptores
extraños y “fuereños”, integrantes de un hábitat distinto y distante, “extranjeros” o
“chilangos go home” de otro ambiente sociocultural, como habitantes aún con capacidad de asombro, acaso de un mundo de luces apacibles: entre hadas de
ensueño, halos, olas, bahías y paisajes de brisa y bosque para solaz y regocijo del
espíritu; y hasta con sonidos de oboes de la naturaleza con sus vientos leves y tenues
que besan sol y nubes, entre arcoíris de creación, poiesis y fantasía. O como cita y evoca casi al final la autora, con latidos de nostalgia, a una espléndida ave de los
rumbos de Culiacán: “Las hermosas alas de la espátula dorada crean, al remontar el
vuelo, una bella melodía de los encantos naturales de nuestro planeta”.
Pero no. Lo que nos restriega en el rostro, en la piel y en el alma la acuciosa
pluma de la periodista Magali Tercero son, más bien, los escenarios sociales y
culturales múltiples, diversos y escatológicos de una región y de un país, resabio y entuerto histórico y contextual en que nos ha tocado vivir, sentir y sufrir. Lo que nos
cuenta y recuenta es mucho más que una bofetada; es mucho más que una patada en
los bajos fondos. Y éstas van para cualquier tipo de creencia, convicción o
percepción, sea para quienes no miren o hasta para quienes miramos de más. Sin embargo, con la ansiedad personal como motor que guía los afanes de su
investigación participante, este recuento de hechos, situaciones y anécdotas del
pasado y del presente, como raspones y rasgaduras de la cultura, nos muestra que es posible, desde la mirada honda que se puede hacer aún desde el periodismo, quitarse
caretas, hipocresías y las subidas tonalidades del amarillismo, o como ella misma
desliza en el texto, es posible despojarse de la doble o triple “moral” con que se mira, las más de las veces, al fenómeno de la reptante y globalizada industria de las drogas
ilegales, sea desde el poder político mojigato, o desde las esferas de la economía, la
cultura, la sociedad, las creencias o la religión.
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En el recuento de los hechos y los daños, la diligente escritora de pasado y familia
sinaloense, de plano tuvo que rozar y escarbar entre las cuencas del dolor y de la
muerte de varios personajes y familias de su tierra matria (norte, centro y sur de Sinaloa); de hombres, mujeres, jóvenes y niños lastimados por los alcances de los
perdigones de fuego de los circuitos del famoso “negocio” de la plata y el plomo. De
modo que como resultado metodológico, la periodista ha realizado un muy amplio registro etnográfico en torno a este fenómeno histórico y sociocultural que ha
desquiciado a medio mundo. Y también a los ingenuos o perversos Quijotes del poder
sexenal de la República, que han insistido en estar ganando una cruenta guerra que
iniciaron en 2008 contra los fantasmas de las drogas, con el propósito de resarcir una maltrecha imagen presidencial (la del sexenio anterior) que entró sin legitimidad y
que se fue dejando un reguero de cadáveres y una nación atizada y encendida por la
violencia y el miedo. Lo que han ganado los guerreristas gubernamentales hasta la fecha es la multiplicación ad infinitum de los odios, rencores y resentimientos
bárbaros de vastos segmentos sociales, con sus miles y miles de heridos, y el agravio
de las decenas de miles de muertos sin nombre, sin rostro y sin tumba y sus millones
de humillados hasta la ignominia, dentro y fuera del país, bajo la burla y el escarnio de la pobreza, la miseria y el hambre. Sean de los territorios que fueren, en realidad
son nuestros heridos, nuestros muertos y nuestros humillados. Eso, en parte, nos hace
sentir a través del periplo por los candentes y erosionados escenarios de la trama sinaloense, la lectura de este apasionado tejido textual. Y uno no tiene más remedio
que rememorar la paradójica tragedia de la condición humana: qué discapacitado y
ciego es, las más de las veces, el ejercicio del poder, cualesquiera que éste sea. Cuando no debiera serlo bajo ninguna circunstancia y situación, por lo que implica la
representatividad social y humana.
Dos preguntas nos hemos planteado desde la misma primera imagen que nos
generó la temática. Una: Los “bárbaros”, ¿alguna vez estuvieron fuera de la región? Dos: ¿Quiénes son más bárbaros: los que no tienen casi nada y matan y descuartizan;
o los que tienen casi todo y de todas maneras matan y arrasan? A propósito del
canibalismo o la antropofagia como usanza y ritual de los viejos tiempos tribales en varias regiones del planeta, Michel de Montaigne lo decía de esta forma, cuestionando
a los ilustrados y aristócratas ejercicios del poder eclesial y terrenal, hace ya unos 500
años: “Es más bárbaro comerse a un hombre vivo que a un hombre muerto”.
Esta tarea que ha realizado Magali Tercero al ofrecernos su libro, se trata,
decíamos, de un abordaje sobre la vida de una población ultrajada por un fenómeno
construido histórica, social y políticamente a fuerza, a rajatabla, con estructura y
normas, por los propios intereses de la sociedad. La misma que ahora y siempre se ha
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santiguado santurrona y se da golpes de pecho ante el delirio de sus Frankestein,
cuando se ha beneficiado de la algarabía y el escándalo de las riquezas súbitas,
soterradas, corrosivas y magnas de la poderosa y multinacional industria de las drogas ilegales. Y sí, se advierte en el texto, el prefijo “narco” o el concepto “cártel” se han
vulgarizado y acorrientado tanto, en parte por los fines mercantilistas y
sensacionalistas de los mass media y de no pocos periodistas que han transformado el fenómeno en un camino seguro hacia la fama huera, o en un simple lugar común,
tanto que cualquier hijo de vecino lo degusta o lo teclea hasta como postre.
Cuando señalamos que el método se inscribe en las descripciones vitales y
profundas, nos referimos a las formas de concebir, registrar y mirar los detalles y los retruécanos que conforman a los sucesos. Y en este tipo de miradas hondas y densas,
denominado como una suerte de “antropología simbólica” formulada por Clifford
Geertz, desde nuestra perspectiva, resalta que lo que ahora vivimos, sea como rasgos y detalles del ethos, como predisposiciones de la vida cotidiana o como sucesos
evenenciales (Edgar Morin), espectaculares y fenomenológicos, en estas regiones
azotadas por el aquelarre de la violencia; se trata de incidentes y accidentes que
resultan harto significativos, tanto para los actores que los viven y padecen, como para quienes los miran, los estudian y los analizan.
Dice Geertz que el hombre es “un animal inserto en tramas de significación que él
mismo ha tejido…”. Y que, por tanto, la cultura es esa urdimbre, en donde lo que importa es el estudio y la búsqueda de sentidos y significaciones, para transformar en
“inteligible” a la revoltura o “telaraña” de la vida, que es ya, de por sí, muy
significativa para quienes la viven. O como en este caso de infierno que nos ocupa, para quienes la padecen.
Lo que vemos aquí es un libre transcurrir de escenarios y vidas, azotadas por las
agresiones y la hostilidad como símbolos que se han metamorfoseado hasta en
estandartes y emblemas que dan cuenta de los rasgos inocultables de las realidades socioculturales. Porque, ha plasmado el propio autor de La interpretación de las
culturas, que el ethos de un pueblo, el sentido profundo y de carne y hueso de su
existencia, por más que busquemos justificaciones y disfraces, es precisamente “el tono, el carácter y la calidad de su vida, su estilo moral y estético, la disposición de su
ánimo; se trata de la actitud subyacente que un pueblo tiene ante sí mismo y ante el
mundo que la vida refleja”. Es su cosmovisión, su retrato de la vida y de sus cosas en el que está inserto como animal social. Un poco o un mucho a estas cosas nos lleva y
nos conduce, de arriba abajo en el territorio de las marismas, la costa, las montañas y
los valles sinaloenses, la reinterpretación de esta especie de doxa de los bajos fondos
133
que efectúa sobre los hechos sangrientos y sin ambages, la ya muy reconocida y
premiada periodista Magali Tercero.
De eso versa el presente abordaje o bordado periodístico que ha tenido a bien realizar la autora, quien no sólo nos ha sorprendido sino también nos ha deleitado con
el oficio de la prosa que hurga y escudriña, pero siempre con aires y giros que
muestran más que eso: intuición, conocimiento, oficio y talento. La mayoría de los periodistas no trabajan con cuestiones sublimadas o estetizadas de la vida; sin
embargo, como lo hiciera la generación de los periodistas-literatos norteamericanos
encabezados por Tom Wolfe, hasta para describir a la basura, a las heces fecales, al
dolor, a la tragedia y a la muerte o hasta para mentarnos la madre, hay que tener siempre elegancia. Desde nuestra perspectiva teórica, la primera impresión que
generan muchos libros escritos desde la santísima filosofía del mercantilismo
periodístico, rápidamente y por fortuna en este caso, quedó en el olvido y cada página y cada vuelta de hoja nos fueron recordando ayeres y recorridos sobre los viejos y
recientes episodios de esta ya larga “leyenda negra” sinaloense.
En este anecdotario sociocultural y cotidiano sobre la violencia nos involucramos
en un incesante viaje sobre un mundo sórdido y sumamente delicado y peligroso. Y más que por ello son doble o triplemente peligrosos los libros cuyo único afán es la
mercadotecnia, tanto en el ámbito literario como en el periodístico. Los reflejos
superfluos de las realidades son parte también de las acciones fútiles, plebiscitarias y publicitarias de quienes ostentan poderes y ejercitan medidas punitivas terribles
contra la población desvalida, pero que no acaban nunca, de esa forma superficial,
con las raíces y las causales socioeconómicas de los problemas. Y es que cuando los intereses pesan, los tecnócratas no entienden ni quieren ni les interesa entender.
Los pasajes que integran el libro van y vienen desde “Culiacán es un panteón”, al
“Badiraguato bucólico”, toca Mochis y pasa por “el Navolato de los Carrillo”, sin
olvidar otras poblaciones que han destacado en las arenas de fuego de la mota y la amapola. El recorrido es un reto al estoicismo y la ecuanimidad. Ciudades, lugares,
paisajes y personajes se encienden en el imaginario personal. Dada la diversa cantidad
de intereses, emociones, deformaciones, mitos, enredos y afectos involucrados, a veces las historias pueden advertirse o mirarse extrañas. Entre ellas van los mitos. Y
por ejemplo, las creencias de los pobladores que se aferran a la amnesia y juran y
perjuran que sus héroes o antihéroes, sean de Badiraguato, Culiacán o San Ignacio, aún están vivos y a salvo, con cirugías de por medio, en algún lugar del planeta.
Acaso son también ecos expresivos de la cultura de la muerte.
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De modo que acudimos, aquí, a un hilar sistemático de estampas, retazos, escenas,
voces, ecos, evocaciones emotivas, retratos, chácharas…El sonido, el espacio y las
imágenes de un territorio de instinto, tánatos y encrucijada; de una tierra y de una sociedad de normas sociales y cotidianas hechas telarañas roídas por el propio furor
de clanes, etnias, familias, estamentos, grupos y segmentos sociales diversos. Los que
hasta parecen gozar y disfrutar, en el largo aprendizaje en la maraña de las transgresiones, del submundo furibundo que se ha edificado, bajo la indirecta guía
simbólica de Malverde o la Santa Muerte, o el Becerro de Oro que se nos dé la gana,
con base en los modos de ser escatológico: son los escenarios de la agresividad social,
del ruido, de la escandalera común hecha santo y seña que define y describe arquetipos y estereotipos identitarios, desde las sombras y desde las cloacas de esta
suerte también de inframundo, desde las ráfagas de la destructividad que impera en
los drenajes de la vida, que se han transformado en buena medida, en un mundo visible, presuntuoso, estentóreo y mucho más que cotidiano: festejado hasta por los
propios poderes cívicos y educativos e incluso universitarios ad hoc, que sin empacho
se regodean y rinden pleitesía, por ejemplo, dentro de las instituciones oficiales, a los
grupos de “narcomúsica” rudimentarios, grotescos y corrientes, pero de los cuales la cultura hegemónica regional se siente mucho más que vibrante y orgullosa.
“Porque es un orgullo ser…” de cualquier lugar, sitio o paraje enhiesto, costero,
montañoso o tribal de pertenencia, donde la vida sí que no vale nada, y donde se ha vivido --como ha dicho un famoso y mediático traficante encarcelado (Rafael Caro
Quintero)-- y se ha crecido como si se fuera “un animalito salvaje”. Pero se trata esto,
a fin de cuentas, del anchísimo escenario de la violencia y su parafernalia: ilegalidad, inseguridad, impunidad, cinismo, primitivismo, miedo, disimulo, tolerancia,
complicidad, como engranes de una compleja realidad sociocultural. El imperio, en
suma, de una cultura bárbara.
ARENAS
Revista Sinaloense de Ciencias Sociales
Número 33
Se terminó de imprimir en los talleres Gráficos Once Ríos Editores,
Rio Usumacinta No. 821
Col. Industrial Bravo Culiacán, Sinaloa
Tel. 667-7122950