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Subjetividad y Discapacidad: Reflexiones en torno a la inclusión social .pdf

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P ara tratar el tema de la inclusión resulta necesario nombrar la exclusión, pero más aún, hablar de aquello invisibilizado en los discursos de inclusión, pues pareciera

haber un esfuerzo por borrar del discurso y los programas en pro de la inclusión la cuestión de la exclusión. Y es que evadir ciertas temáticas dentro del discurso de inclusión es práctica común, lo cual no permite eliminar la exclusión. Al contrario, aquello que se niega, que se silencia, que se acalla, grita mucho más fuerte y se vuelca en un retorno casi siempre violento. A través de estas líneas se propone una invitación para reflexionar de la inclusión desde lo excluido. De otra forma, ¿no podríamos estar sólo haciendo semblante de acto? Un “como si” que pudiera devenir altamente peligroso, en el que caen constantemente muchos discursos que perversamente (de manera intencional y a veces sin percatarse de ello) sólo hablan para no decir, para que nada ocurra, retórica a la que recurren, por ejemplo, las políticas públicas para la inclusión social. Siguiendo a Žižek (2008), en la actualidad el peligro no reside en la pasividad de la gente, sino en la pseudoactividad. Y es que se habla mucho, pero ¿se dice? Pensando la dimensión del dicho como acto, ¿se hace?

En este sentido, el discurso de inclusión-exclusión se ha vuelto una manera de hablar, de enunciar sin decir nada. Como afirma Assoun (2004: 28): “La exclusión es evidente: es un hecho patente que se convirtió en un pliegue en los discursos. Se podría temer que esta contraseña se haya convertido en un estereotipo en el que se confunde la ‘representación de la

palabra’ con la ‘cosa’ que se supone expresa”. Y así, ¿no sería importante abordar el tema también a partir de lo no dicho, lo acallado por los discursos de aparente actuación? Por supuesto, no pretendo hablar de cosas completamente novedosas aquí, sino de eso no dicho, pero sabido; o bien de eso que incluso no se sabe que se sabe. Así, hablo de reflexionar al respecto de la inclusión social de las personas con discapacidad, con la introducción de lo no dicho, la dimensión de lo inconfesable, la cuestión de la subjetividad. En palabras de Assoun: “oír este silencio, en contraste con los discursos demasiado elocuentes y apurados por decir la exclusión, pero también en el vacío de su propia experiencia de la miseria simbólica que aclara, en cambio, el sujeto de la miseria real”.

Los esfuerzos continuos por incluir a las personas con discapacidad a las diversas actividades de la vida social, regular-mente giran en torno a las necesidades de movilidad (derribar barreras físicas, acondicionar espacios, colocar elevadores, etcétera); de comunicación (colocar letreros en braille, o bien utilizar fuentes de mayor tamaño en letreros y señalizaciones, suplir sonidos por imágenes), en torno a capacitar y sensibilizar a la población con respecto a la discapacidad (profesores que den sus clases de manera inclusiva, trabajadores en oficinas que consideren y apoyen a sus compañeros de trabajo con discapacidad, instituciones que contraten personas con alguna discapacidad); estos esfuerzos giran también en torno a las modificaciones y adecuaciones en los programas de estudio,

por ADRIANA HERNÁNDEZ G.*

* Profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y de la Facultad de Estudios Superiores- Iztacala de la UNAM.

SOCIEDAD ABIERTA

S U BJ E T I V I D A D Y D I S C A PA C I D A D : R E F L E X I O N E S E N TO R N O A L A I N C LU S I Ó N S O C I A L

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en torno a disponer los recursos necesarios, dar incentivos a las organizaciones que contraten personas con discapacidad, contar con tecnologías que sirvan de apoyo, crear políticas de inclusión, en fin, garantizar que disfruten los mismos derechos y libertades sin discriminación alguna. Todos estos esfuerzos son vitales para lograr la inclusión social, pero ¿basta con ello?, ¿se logra la inclusión cumpliendo con estos y más puntos? o ¿faltaría algo?

Si recurrimos a las definiciones más simples (como lo hace Assoun en El perjuicio y el ideal), la palabra inclusión es referida dentro del Diccionario de la lengua española como la conexión o amistad de alguien con otra persona. A la vez, incluir lo refieren como poner algo dentro de otra cosa o dentro de sus límites. Con la simplicidad de esta definición se lee que la inclusión implica ya a la exclusión, es decir, sólo puede intentar incluirse lo que está fuera. Exclusión, por otro lado, es defi-nido en este mismo diccionario como el acto de excluir, que refiere, a su vez, al acto de quitar a alguien o algo del lugar que ocupaba; o bien, descartar, negar o rechazar la posibilidad de algo. La cuestión es, entonces, que la inclusión social implica que hubo en algún momento un rechazo, un acto en el que se le prohíbe a la persona formar parte, o acceder a ciertos espacios. Assoun (2001: 29) enuncia al respecto lo siguiente: “[...] es difícil transcribir el lenguaje de la exclusión en el campo social, en la medida en que en él hay algo preinscripto: el hecho de la exclusión hace converger el sentido propio y el figurado para recapitular la secuencia: de la puesta fuera de lugar a la segregación, pasando por el rechazo y la expoliación de los derechos, la exclusión constituye el borde negativo de la norma social”. De esta manera, la separación entre un “nosotros” y “los otros” (el extranjero, el diferente, el anormal, el discapacitado) funda a la comunidad, en torno a un mismo lenguaje, en torno a un mismo pathos (siguiendo a Husserl). Esta separación que abre el lugar a la exclusión, en definitiva, no puede eliminarse. Ahora, ¿el lugar (no lugar) del excluido será el lugar de la imposibilidad?

Ya hemos dicho que hablar de inclusión es hablar del excluido, del rechazado, del que se le ha negado la posibilidad de participar como al resto. Y esto implica hablar de las subjeti-vidades que emergen de esta posición del excluido, una subje-tividad excluida, perjudicada si seguimos el recorrido realizado por Assoun, para quien la forma en que se aborda la exclusión desde la noción de los grupos que son relegados, marginados y excluidos, es sólo “el texto de la fantasía social”. Pues bien, tomando distancia de este discurso de la exclusión (aunque no por ello deje de ser importante abordarlo), pensemos la subje-tividad del excluido, que para Assoun formaría un sujeto fuera de la ley, un sujeto que puede justificar su actuar (o su inacción) por haber sido perjudicado ya de origen, hay algo que se le debe y encontrará formas para cobrar, conformándose así, como un sujeto de excepción.

Si retomamos las formas en que se pone en juego la subjetividad desde las cuatro categorías modales que trabaja Giorgio Agamben: posibilidad, imposibilidad, contingencia y necesidad, ¿podrá pensarse el lugar de la exclusión (y con ello el de cierto posicionamiento de la discapacidad) en las categorías

de imposibilidad y de necesidad (para Agamben de desubjetiva-ción)? Recordemos brevemente qué implican estas categorías:

Y es que para Assoun la exclusión siempre requiere de una cierta auto-exclusión, un posicionamiento que podría tal vez pensarse como un lugar-no lugar de imposibilidad y necesidad. Lugar del excluido que lo coloca entre el aislamiento y la evasión cons-tantes, entre la dependencia y la subestimación de su capacidad frente a la de los otros, lugar que deja una otra relación con el tiempo, ya que el perjuicio no caduca, su situación es y será así (como en la mayoría de las discapacidades). No resulta extraño entonces, escuchar a un hombre cuyos continuos ataques epilépticos recién habían causado importantes afectaciones a nivel motriz, decir: “esto es sólo temporal”.

Regresaremos a este punto más adelante, ahora demos un giro hacia la familia. Ya Maud Mannoni afirmaba que:

Mannoni está refiriéndose específicamente al niño considerado enfermo, distinto, anormal, como síntoma de la familia. ¿No

ADRIANA HERNÁNDEZ G.

Posibilidad (poder ser) y contingencia (poder no ser) son los opera-dores de la subjetivación, del punto en que un posible adviene a la existencia, se da por medio de la relación a una imposibilidad. La imposibilidad, como negación de la posibilidad [no (poder ser)], y la necesidad como negación de la contingencia [no (poder no ser)], son los operadores de la desubjetivación, de la destrucción y de la remoción del sujeto; es decir, de los procesos que establecen en él una división entre potencia e impotencia, posible e imposible. Las dos primeras categorías constituyen al ser en su subjetividad, es decir, en último término como un mundo que es siempre mi mundo, porque en él la posibilidad existe, toca (contingit) lo real. Necesidad e imposibilidad, por el contrario, definen el ser en su integridad y compacidad, pura sustancialidad sin sujeto; un mundo, pues, que no es nunca, en último término, mi mundo, porque en él no existe la posibilidad. Pero las categorías modales —como operadores del ser— no están nunca ante el sujeto, como algo que éste pueda elegir o rechazar, y ni siquiera como tarea que pueda decidir —o no— asumir en un instante privilegiado. El sujeto es más bien el campo de fuerzas atravesado desde siempre por las corrientes incandescentes e históricamente determinadas de la potencia y la impotencia, del poder no ser y del no poder no ser (Agamben, 2000: 150).

el niño enfermo aparece allí como el portavoz de las tensiones del grupo familiar. En efecto, en determinados momentos, la familia puede funcionar como un grupo cerrado y favorecer en sus miembros todo un juego de proyecciones introyectivas e identificaciones recíprocas. Entonces se produce un equilibrio al precio de la enfermedad de uno de los miembros de la familia. El enfermo (ya sea el niño o el adulto) asume las tensiones del grupo para salvar al conjunto (Mannoni, 2001: 15).

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es entonces el inicio de la exclusión social, la propia familia?, ¿no es acaso el excluido social (el sujeto de inclusión) el síntoma que permite, como afirma Mannoni, un equilibrio aparente en la familia?, ¿no es el papel del excluido borrar la falta de los otros, la discapacidad que en realidad tenemos todos?

Al respecto, Pantoja, Puente y Velasco (1999) señalan la dificultad de la llegada de un hijo con discapacidad a una familia, dificultad que no implica sólo las diversas problemáticas a las que se enfrentará la familia y las necesa-rias adecuaciones de todos y todo en la casa y en la dinámica ya establecida, sino también y especialmente como confrontación con los propios ideales de los padres. Surge ahí un desfase entre el ideal con el que planea todo padre colmar sus carencias y la realidad que enfrenta (y aun cuando esto ocurre siempre en cierta medida, en el caso de la discapacidad esta brecha es aún más evidente). De esta dificultad subjetiva en los padres, emergen diversas formas de enfrentar la situación: desde la sobreprotección hasta el rechazo completo, la marginación, hasta los muchos casos en los que los padres deciden mantener al hijo con discapacidad (mayormente ocurre en casos de discapacidad intelectual) como un secreto encerrado en las cuatro paredes de la casa. Pantoja Puente y Velasco afirman, sobre la angustia que se genera en los padres al recibir noticia sobre la discapacidad de un hijo, que representan: “movimientos subje-tivos cargados de desesperación, confusión, desilusión, vergüenza, envidia, agresión, culpa y autocompasión. Toda esta serie de senti-mientos son puestas en juego en las relaciones que mantienen los padres entre ellos mismos,

y con el hijo portador de la limitación.” (Pantoja, Puente y Velasco, 1999: 178).

Considerando lo anterior, ¿qué subjetividades emergen de esta angustia parental?, ¿qué lugar le es otorgado al hijo con discapacidad desde aquí? Será necesario considerar que la exclusión, en sus múltiples definiciones, adquiere una dimensión topológica. Se le excluye de un espacio, pero se le otorga otro. La exclusión asigna un lugar de no lugar, un lugar de imposibi-lidad. Sin embargo, es un lugar que se toma, que se acepta sumi-samente, un nombramiento del otro que se asume, formando una subjetividad excluida. Laing (citado en Litmanovich, 2000) afirmaba que todo ser humano, niño o adulto necesita, sin duda tener importancia, es decir, ocupar un lugar en el mundo de algún otro. Se ocupa el lugar del excluido, del perjudicado, del dañado, del enfermo, del imposibilitado, del discapacitado para tener aunque sea este lugar frente al otro. Los intentos que hace Maud Mannoni en Boneuil dentro del Centro que ella crea a las afueras de París, es no que el discapacitado viva con su discapacidad, sino que salga de la mirada de exclusión que el otro le otorga, que salgan también del discurso en el que ellos mismos se han asumido: los excluidos, comportándose como tales. Al respecto afirma:

¿Qué hay con estas subjetividades que, de inicio, se asumen como excluidas? Y la pregunta inmediata que surge de este enunciado es: ¿se asumen?, ¿no acaso la exclusión viene de afuera?, Y como se ha comentado, la exclusión viene del otro, pero también se asume este lugar. Por otro lado, ¿no hay acaso una realidad en la discapacidad? Por supuesto vivir con una discapacidad, cualquiera que ésta sea, implica el ajuste especí-fico a la vida, pero también la conformación de una subjetividad determinada a partir de estas implicaciones físicas.

Ya Sigmund Freud enuncia como un tipo de carácter, las subjetividades que emergen del daño físico, social o congénito, al que denomina excepciones. Se vale Freud en este texto de un fragmento del monólogo introductorio de Ricardo III de Shakes-peare para definir las subjetividades que se construyen como excepciones de la siguiente forma: “La naturaleza ha cometido conmigo una grave injusticia negándome la bella figura que hace a los hombres ser amados. La vida me debe un resarci-

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El sentimiento que un individuo tiene de su lugar en el mundo está ligado igualmente a la forma en que su vida cuenta o no para alguien más, y cuenta para alguien sin haber tenido por ello que eclipsarse como sujeto. Este “contar para otro” se repre-senta en la escena de la institución de manera muy repetitiva. El niño desempeña alternativamente el papel de padre, de un hermano, de un amigo, etcétera. Y en el transcurso de estas representaciones aparece de manera muy clara la función que ocupa la “enfermedad” en el campo de otro (si quiere contar para él como “enfermo”). Así pues, es una representación con muchos personajes: es preciso hacer que los niños no se fijen en los papeles establecidos (Mannoni, 1990: 1).

La exclusión asigna un lugar de no lugar, un lugar de imposibilidad.

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miento que yo me tomaré. Tengo derecho a ser una excepción, a pasar por encima de los reparos que detienen a los otros. Y aún me es lícito ejercer la injusticia, pues conmigo se la ha cometido” (Freud, 2007: 322). Esta posición de la excepción, una subjetividad que al percibir un perjuicio, un daño de origen, un cuerpo dañado y arrojado al lugar de exclusión, se asume excluido, desde el daño. Assoun retoma este texto freudiano para pensarlo en su dimensión social: las excepciones como síntomas sociales. De esta manera, habría dos formas en la exclusión: un colocar afuera al discapacitado desde la mirada del otro que lo usa como chivo expiatorio; y por otro lado, un asumir este no lugar (de excluido) como único lugar posible, es decir, desde esta visión, la exclusión es siempre un asunto doble. Para ejemplificar, la terrible posición en que se coloca al sujeto con discapacidad como sujeto de caridad (sobre todo en nuestro país y sus anuales colectas para ciertas instituciones); pero también el sujeto con discapacidad, en disposición de recibir lo que “por derecho” le corresponde porque “se” le ha quitado de origen. Ese “se” impersonal que alude a la figura del Otro. Estas dos caras de la exclusión fijan a las personas que viven con alguna discapacidad en un destino de caridad, de dádiva, desde el que no hay posibilidad alguna de movimiento psíquico.

Me permito hacer el mismo uso literario que hace Freud, pero con un fragmento de La carta de la jorobada al cerrajero de Fernando Pessoa, en la que una chica jorobada y enferma, confiesa, a través de una carta que nunca entregará, su amor al señor Antonio, a quien observa pasar diariamente, escondida detrás de la ventana. El lugar subjetivo desde donde escribe esta carta es el lugar de la miseria, de la imposibilidad, de la necesidad, el lugar del ser nada; hace una aparente confesión de amor al cerrajero, pero hace con ello también un reclamo al universo por su condición de nada, por su afectación de origen, carta no entregada al señor Antonio, pero que pareciera sí llegar a su verdadero destinatario:

Hay una doble exclusión, la que viene de afuera y la que se asume; la subjetividad que emerge de aquí sería una subjetividad perjudicada que, como afirma Freud, se da en lo singular de las historias de los sujetos, pero que puede trasladarse a las historias

de los pueblos también: “Tampoco quiero profundizar en la sugerente analogía entre la deformación del carácter tras un prolongado achaque en la infancia y la conducta de los pueblos enteros que tienen un pasado de graves sufrimientos” (Freud, 2007: 320).

Por supuesto, esto no disminuye la importancia de las diversas problemáticas que implica vivir con una discapacidad, ya sea física o intelectual, tampoco se reduce la importancia de llevar a cabo los necesarios ajustes (ya mencionados) que deben estar presentes en todo proceso de inclusión, o en el proyecto de hacer una sociedad inclusiva. Todo esto debe ser base indispensable; sin embargo, me enfoco el día de hoy en la consideración de la subjetividad, en dar lugar a lo no dicho, de modo que pensar en inclusión, sea pensar en la creación de un lazo distinto, es decir, ¿cómo pensar en una mirada distinta de la diferencia, de la discapacidad?, ¿cómo hacer de la inclusión social una nueva forma de hacer lazo?

Es necesario salir de los discursos complacientes de aparente tolerancia, salir de la pseudoactividad, decir la dife-rencia. Sobre todo en momentos en los que cada vez más las cosas pierden sustancia. Slavoj Žižek, hablando de la aparente tolerancia del multiculturalismo, da cuenta de esta carencia de sustancia que permite hacer como si se hiciera algo:

En este sentido, ¿no pasará lo mismo con muchos discursos que hablan sobre la inclusión social de la discapacidad? Ejemplo de esto es la aprobación en el Senado de la República (29 de septiembre de 2014) de la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, en la que se consideran algunos aspectos de la población infantil que vive con discapacidad, pero que en sí dice poco de la discapacidad; deja huecos importantes para pensar realmente en una sociedad inclusiva. No es de sorprenderse, entonces, que estas “apariencias de acción” coinciden perfectamente con el decremento del casi 85 por ciento en el presupuesto para el Programa Nacional de Atención a Personas con Discapacidad en 2014. Ya hay, por supuesto, en este momento, respuestas de activistas en pro de los derechos de las personas con discapacidad, promoviendo que se realicen todavía muchos cambios en dicha ley.

Vuelvo a las palabras de Žižek: ¿no está el verdadero peligro en la pseudoactividad? Emprender “acciones”, para

ADRIANA HERNÁNDEZ G.

[...] Usted no se puede imaginar, porque es lindo y tiene salud, lo que es haber nacido y no ser nadie, y ver en los periódicos lo que hacen las personas de verdad. Unos son ministros y andan de un lado para otro visitando todos los países, otros hacen vida de sociedad, se casan, celebran los bautizos, y cuando están enfermos los operan los mismos médicos, otros se van a las casas que tienen aquí y allá, unos roban y otros se quejan, unos cometen crímenes enormes, hay artículos firmados con nombres falsos, fotos y declaraciones de la gente que se va a comprar la última moda al extranjero... y usted no se imagina lo que significa todo eso para un trapo como yo, que se quedó en el parapeto de la ventana para limpiar la marca redonda que dejan los vasos cuando la pintura está fresca a causa del agua... (Pessoa, 1997).

En el mercado actual, encontramos toda una serie de productos libres de sus propiedades perjudiciales: café sin cafeína, nata sin grasa, cerveza sin alcohol… Y la lista es larga: ¿no podríamos considerar el sexo virtual como sexo sin sexo, la teoría de Colin Powell de la guerra sin bajas como guerra sin guerra, la redefinición contemporánea de la política como el arte de la administración experta como política sin política, hasta llegar al multicultura-lismo liberal y tolerante de hoy en día como experiencia del Otro sin su Otredad? […] La realidad virtual se limita a generalizar el procedimiento ofreciendo un producto carente de sustancia (Žižek, 2008: 15).

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que nada ocurra en realidad. Incluso, cuando consideráramos que las leyes son ya inclusivas; que las escuelas cumplen con los requisitos para la integración de personas con discapacidad; cuando se viera que los medios de comunicación se adecuan para las personas con debilidades visuales y auditivas; cuando nuestras calles permitieran realmente el tránsito seguro a personas con discapacidad; cuando las empresas modificaran sus políticas de contratación, etcétera, ¿ya hablaríamos de inclusión, o habría algo más a considerar?, ¿estaríamos ya inte-grando a las personas con discapacidad, o sólo cierta parte de ellas, digamos condicionadamente?

Habrá que recibir, de manera hospitalaria, la palabra de quienes viven con alguna discapacidad, para dejar de hablar por ellos, para dejar de esconder la propia vulnerabilidad; pero principalmente, las personas con discapacidad deberán tomar la palabra, que es al mismo tiempo dejar el lugar perjudicado y tomar en manos propias la responsabilidad de su destino. Desde ahí, tal vez, pensar en inclusión social, no se vuelva un juego al infinito de propuestas que dejan al otro sin su otredad. m

REFERENCIAS

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Litmanovich, J. A. (2000), “Psicoanálisis e inclusión: entre realidades y mitos”, en Z. Jacobo, M. Villa, y E. Luna (eds.), Sujeto, educación especial e integración, México, UNAM-FES Iztacala.

Mannoni, M. (1990), La educación imposible, México, Siglo XXI Editores._____, (2001)., El síntoma y el saber, Barcelona, Gedisa.Morales, C. (2012), No venir de ningún lugar. Ir. Variaciones sobre

Jacques Derrida, México, Porrúa.Saad, S. (1999), “La producción subjetiva de la infancia anormal: el

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Pantoja, M., A. Puente y J. Velasco (1999), “Discapacidad y subjetividad”, en Z. Jacobo, M. Villa, y E. Luna (eds.), Sujeto, educación especial e integración, México, UNAM-FES Iztacala.

Pessoa, F. (1997), La carta de la jorobada, disponible en: http://www.nexos.com.mx/?p=8209.

Žižek, S. (2008), Cómo leer a Lacan, Buenos Aires, Paidós. _____, (2008), Bienvenidos al desierto de lo real, Madrid, Akal. _____, (2009), En defensa de la intolerancia, Madrid, Sequitur.

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