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DIRECTORIO Agosto 2016
Año 4, número 46
Director José Luis Barrera Mora
Editor
Luciano Pérez
Coordinador Gráfico Juvenal García Flores
Asistente de editor
Norma Leticia Vázquez González
Web Master Gabriel Rojas Ruiz
Consejo Editorial Agustín Cadena
Alejandro Pérez Cruz Alejandra Silva
Fabián Guerrero Fernando Medina Hernández
Ave Lamia es un esfuerzo editorial de:
Director
Juvenal Delgado Ramírez
www.avelamia.com
Reserva de Derechos: 04 – 2013 – 030514223300 - 023
Síguenos en:
Ave Lamia
@ave_lamia
ÍNDICE
EDITORIAL 3
IMAGEN DEL MES “DESNUDO” Fotógrafo: Julio César Sánchez Modelo : Friné 5
EMILIO “INDIO” FERNÁNDEZ Del genio al mito José Luis Barrera 6
LA CAÍDA DE LUCIFER
Loki Petersen 10
EN LA CARRETERA
Orsolya Karácsony
(Traducción: Agustín Cadena) 15
REVÓLVER: LA REVOLUCIÓN
MUSICAL DE LOS BEATLES
Luciano Pérez 17
EL ENCAJE NEGRO
(segunda parte)
Manuel Ortiz 22
ADVENIMIENTO 5
Enrique Soria 28
EL GRIAL EN TEPITO
Luciano Pérez 32
SOBRE LOS AUTORES 39
3 www.avelamia.com
El año 2016 no ha sido muy venturoso para México, ni en lo político, ni en lo deportivo; y en lo
cultural ya es una mala costumbre carecer de directrices que infundan vigor a una cultura
desorganizada y desbalagada. Ya estamos en agosto y a cinco meses de que el año concluya no
se ve por dónde pueda cambiar esta situación. Porque ya son años de malas noticias y peores
augurios, en un país donde se resiste de la iniquidad y se salva de la depresión con bromas,
chistes, y ahora, en tiempos de auge de las redes sociales, los memes.
Los políticos no tienen la menor intención de cambiar porque quieren seguir detentando el
poder absoluto. Aunque dan a entender otra cosa, lo único cierto es que ni la educación, ni la
cultura entran en sus planes. Y el deporte, que les interesa como distractor de la opinión pública,
cada vez se encuentra en
mayor decadencia. Nos
han dañado en nuestras
personas, en nuestro
patrimonio y en nuestro
bienestar, y no veo por qué
tendremos que creerles a
ellos y a sus súbditos
mediáticos que ocultan la
verdadera situación del
país.
Sólo hay dos formas de no
sucumbir anímicamente an-
te los catastróficos sexe -
4 www.avelamia.com
nios que se han sobrevenido, uno tras otro sobre el pueblo, o sea nosotros (al menos que algún
lector sea de las cúpulas del poder): una, es mediante la borrachera etílica o la borrachera
mediática –que nos embriagan a los varones con mediocres partidos de futbol y a las damas con
mediocres telenovelas–. La otra, es por medio de la cultura, mucho más fructífera y menos
condescendiente. La cultura, como medio de expresión siempre tendrá sus visos de combatividad,
porque genera opinión y sobre todo hace pensar.
Ave Lamia, aunque no lo parezca, no está alejada de los acontecimientos socio–políticos de
nuestro golpeado país, aunque no siempre tenga una manifestación directa.
Y debido a que agosto no pretende volverse augusto y no pinta para traer buenos augurios,
les dejamos un número dedicado, desde su portada, a los treinta años de la muerte del icónico
“Indio” Fernández, y desde donde partimos para llegar a Liverpool con el disco “Revólver” de los
no menos icónicos Beatles, así como los doscientos años de la obra de E.T.A. Hoffmann, “Los
Elixires del diablo”. Cada uno en su tiempo y en diversas jerarquías, pero no podemos dejar pasar
desapercibidos tales acontecimientos. Por supuesto, están los cuentos y la poesía con que
cotidianamente se engalanan nuestros números.
Dejemos por hoy los augurios para no decepcionar a los lectores y comencemos mejor con
agosto.
Tinta Rápida
6 www.avelamia.com
milio “Indio” Fernán-
dez contó su propia
vida y dijo que parti-
cipó en el levantamiento de
Adolfo de la Huerta en con-
tra de Álvaro Obregón en
1923, pero que resultó preso
ante el fracaso del levanta-
miento. Decía que escapó
de la prisión y se exilió en
Chicago y en Los Ángeles,
en donde se ganó la vida co-
mo empleado de lavandería,
camarero, estibador, ayu-
dante de prensa, y final-
mente como albañil cerca de
los estudios de Hollywood,
circunstancia que lo favore-
ció en su incursión en el cine
como extra y doble de estre-
llas como Douglas Fair-
banks.
También contó que ya
siendo amigo de Dolores del
Río (1928), la entonces pro-
metida del director de arte
de la Metro Goldwyn Mayer,
Cedric Gibbons (uno de los
miembros fundadores de la
Academia de Artes y Cien-
cias Cinematográficas), lo
presentó con el directivo de
los estudios para que posara
para la famosa estatuilla. Se-
gún se dice, el actor fue
renuente en un principio, pe-
ro al final aceptó.
Los orígenes de la ca-
rrera de Emilio Fernández se
pierden en una serie de con-
tradicciones que el mismo
director generó en sus múlti-
ples declaraciones a la pren-
sa y a sus biógrafos. Lo
cierto es que el "Indio" se
involucró en el quehacer
cinematográfico a finales de
los años veinte, durante su
estancia en Hollywood. Sus
participaciones como "extra"
en la Meca del cine lo lle-
varon a relacionarse con va-
rios de los mexicanos que
trabajaban en aquella ciu-
dad, muchos de los cuales
volverían a México unos
años después para inte-
grarse a la naciente industria
del cine nacional.
Fernández hizo lo pro-
pio alrededor de 1934, cuan-
do Lázaro Cárdenas ganó
las elecciones presidencia-
les, año en que regresó a
México y participó como
actor en “Corazón bandole-
E
Emilio “Indio” Fernández Del genio al mito
José Luis Barrera
7 www.avelamia.com
ro” (1934) de Raphael J.
Sevilla, y en “Janitzio” (1934)
de Carlos Navarro, su primer
estelar. Según Carlos Monsi-
váis, esta última película “se
haría 'significativa' en la obra
del Indio por iniciarse allí su
forcejeo erótico con las tradi-
ciones. Zirahuén, el persona-
je sacrificial que interpreta,
es el antecedente de Loren-
zo Rafail (sic) en “María
Candelaria” y es el perfil hie-
rático que anticipa una cau-
da de estatuas móviles y
simbólicas. Gracias a “Ja-
nitzio” el Indio descubre la
'estética mexicana': la con-
quista de la Naturaleza por
la fotografía, la doma del ser
humano por la tragedia". (Ci-
tado por Emilio García Riera
en su libro de 1987 Emilio
Fernández 1904-1986. Gua-
dalajara, México: Universi-
dad de Guadalajara, p. 19).
Alternando su carrera
de actor con la de guionista,
Fernández consiguió darse a
conocer en el naciente mun-
dillo cinematográfico mexica-
no de los primeros años del
sonoro. Para 1936 ya había
escrito el guión de “La isla
de la Pasión” (Clipperton)
(1941), película que señala-
ría su debut como director.
Realizada gracias al apoyo
de Juan F. Azcárate (un mili-
tar convertido en productor
de cine), la primera cinta del
"Indio" obtuvo un éxito mo-
desto pero suficiente para ci-
mentar su carrera como rea-
lizador. Dos años más tarde,
Fernández se apuntaría sen-
dos éxitos consecutivos con
“Flor silvestre” (1943) y “Ma-
ría Candelaria” (1943).
Durante los siguientes
cinco años, Emilio Fernán-
dez consiguió algo que nin-
gún director mexicano hasta
entonces había logrado: cre-
ar una estética propia. Influi-
do por Eisenstein, John Ford
y la pintura de Diego Rivera
y José Clemente Orozco (y
con la invaluable colabora-
ción del fotógrafo Gabriel Fi-
gueroa, el guionista Mauricio
Magdaleno, la editora Gloria
Schoemann y los actores
Dolores del Río, Pedro Ar-
mendáriz, María Félix y Co-
lumba Domínguez, entre o-
tros), el "Indio" construyó un
México cinematográfico de
nubes, magueyes, hacien-
das y claroscuros que se
convirtió, para bien o para
mal, en la imagen de nuestro
país en el resto del mundo.
8 www.avelamia.com
Enfocado más en los
paisajes y el ambiente tan
icónico para la industria cine-
matográfica nacional, en la
dirección del Indio Fernán-
dez son evidentes las actua-
ciones inexpresivas de sus
actores, aunado al close up,
o primer plano, que hace la
cámara a esas facciones ca-
si impasibles, casi como un
contra expresionismo, que
no es sino una representa-
ción del “estatismo” de su
admirado Eisenstein.
La "fórmula" del cine
de Emilio Fernández no lo-
gró sobrevivir más allá de
una década, pero su inolvi-
dable presencia y constante
actividad lo convirtieron en
un símbolo de continuidad
para una maltrecha industria
cinematográfica que daba
tumbos sin lograr recuperar
su antiguo prestigio. En los
años setenta, con el apoyo
del Estado, Fernández logra-
ría filmar sus cuatro últimas
películas, ninguna de las
cuales aportó mucho a su
dispareja filmografía. Su le-
yenda, sin embargo, estaba
firmemente enraizada en el
imaginario fílmico mexicano,
el cual no podría existir sin la
presencia del "Indio" Fernán-
dez.
De esa fructífera ca-
rrera cinematográfica, su
mayor historial está en el
Festival de Cine de Venecia,
en donde obtuvo un Leone
d'Oro en 1957, por “La Per-
la”, y en cuyo festival tam-
bién obtuvo nominaciones
por las siguiente películas:
“Enamorada” (1946), “Maclo-
via” (1948), “La malquerida”
(1949), y “La Tierra del
Fuego se apaga” (1955).
Con menos nominaciones
pero con dos Palme d'Or en
su palmarés, el Festival de
Cannes fue el otro festival
fundamental para cimentar
su fama como director, en
este festival ganó con “María
Candelaria” (1944) y “La red”
(1949), así como una no-
minación por “Pueblerina”
(1949). “Pueblito” (1962) y
“La choca” (1974) también
obtuvieron premios en San
Sebastián y en Argentina
(ACE) respectivamente,
9 www.avelamia.com
La otra fantasía crea-
da, la de bravucón que lo hi-
zo representar papeles de vi-
llano, también lo llevó de
vuelta a la cárcel en 1976, a
causa de un altercado con
un campesino de nombre
Javier Aldecoa Galván, a
quien mató de dos tiros en el
pecho, cuando el director
buscaba una locación en la
comarca lagunera. Hecho
que ayudó a afianzar aún
más la leyenda del “Indio”
Fernández,
También es mítica la
pasión que sentía por Olivia
de Havilland, que hasta una
calle en su honor quedó co-
mo testigo, y de la cual hablé
a propósito del cumpleaños
cien de esta actriz, en el nú-
mero pasado.
http://www.avelamia.com/20
1607_olivia.htm
Finalmente, el miérco-
les 6 de agosto de 1986, a la
edad de 82 años, moría el
actor y director coahuliense,
Emilio “Indio” Fernández, en
su casa–fortaleza de Coyoa-
cán, acompañado de su hija
Adela Fernández y de la que
fue una de sus cuatro espo-
sas, Columba Domínguez.
Aquélla y ésta se vieron en-
vueltas en un pleito por la
casa intestada del actor.
Como muchas veces
se dice: Murió el hombre y
nació el mito.
10 www.avelamia.com
ace doscientos a-
ños, en 1816, apa-
reció en Alemania
una novela que es una de
las mejores en el género del
horror, “Los elíxires del Dia-
blo”, del autor prusiano o-
riental Ernst Theodor Ama-
deus Hoffmann (mejor cono-
cido como E.T.A. Hoffmann),
el otro creador, junto con
Edgar Allan Poe, de la litera-
tura fantástica moderna. En
ese libro alemán los fenó-
menos de desdoblamiento,
el ya no ser lo que se era y
el llegar a ser lo que no se
había sido, ocurren porque
el Diablo está interesado en
que los humanos tomen pó-
cimas y beban elíxires que
habrán de volverlos locos, a-
sí como él es. Es decir, que
se vuelvan diferentes, otros.
Por lo tanto, que se con-
viertan en lo que siempre
han sido, pero no sabían que
lo eran porque el influjo del
cristianismo les había impe-
dido darse cuenta. Por lo
tanto, esta novela es una in-
vitación a volverse diabólico.
Varios lo hemos hecho al
leerla, así que bebimos del
elixir que desdobló al fraile
Medardo, el protagonista
central del libro cuyo segun-
do centenario de aparición
se cumple en este año.
Por alguna misteriosa
razón, los años que incluyen
algún seis en su cifra tienen
una extraña relación con el
Diablo. Nuestro actual 2016
ha contado con dos impor-
tantes sucesos para recor-
dar: la muerte de Dios y la
fundación de la Iglesia de
Satanás, ya conmemorados
en los números de marzo
(http://www.avelamia.com/20
1603_dios.htm) y de abril
(http://www.avelamia.com/20
1605_medio_siglo.htm) de
Ave Lamia, y que ocurrieron
hace cincuenta años. Y tam-
bién hace cincuenta años,
en agosto de 1966, acon-
teció la Revolución Cultural
China, cuando miles de jóve-
nes chinos, convertidos en
diablos, acabaron con lo vie-
jo destrozando todo para im-
plantar lo nuevo, siguiendo
instrucciones directas del
presidente Mao Tse Tung
H
La caída de
Lucifer
Loki Petersen
11 www.avelamia.com
respecto a lo inevitable de
las contradicciones y las ne-
gaciones. Contradecir todo y
negar todo: tal es el ideario
dialéctico de Satanás. Y ya
que mencionamos agosto,
cabe decir que una antigua
tradición señala que fue en
este mes, un día primero,
cuando se dio la caída de
Lucifer.
Antes de seguir acla-
remos algo. Ha habido ten-
dencias desde la época ilus-
trada, entre algunos ocul-
tistas, a diferenciar a Lucifer
de Satanás, haciendo del
primero un héroe de la luz y
del segundo un promotor de
la oscuridad; es decir, uno
como positivo y otro como
negativo. En la actualidad en
las redes sociales luchan
con fiereza los luciferinos y
los satanistas, unos y otros
en pro de su presunto res-
pectivo amo. Un conflicto
inútil pues no hay tales dos
personas diferentes. La cosa
es simplemente así: Lucifer
se llamó de este modo cuan-
do fue el ángel preferido del
Altísimo, antes de que éste
lo echase del cielo; pero
toma el nombre de Satanás
a partir de que cae y se con-
vierte en el Enemigo de su
propio creador. ¿Cuántos no
hemos caído así, y hemos
tenido que dejar un nombre
y adoptar otro? Y sin emba-
rgo, en el fondo seguimos
siendo el mismo, es decir, el
otro. ¡Como en la novela de
Hoffmann que mencionaba-
mos al principio! Un caso se-
mejante es el del propio ene-
migo del Enemigo: Jesús es
llamado Jesús, y a partir de
que muere y resucita es que
se transforma en Cristo. Y
para algunos no sólo en eso,
sino que incluso echa fuera
a su propio Padre, y se hace
Dios él mismo.
En la tradición celta,
el día primero de agosto se
celebra la fiesta de Lammas,
el festival del fuego. Se su-
pone que en esa fecha el Sol
da inicio a su largo viaje ha-
12 www.avelamia.com
cia la noche del invierno. Por
lo tanto, es la caída de Lu-
cifer, que como luz, o Sol, es
echado del cielo hacia la no-
che invernal e infernal, don-
de adquiere aquél el nombre
de Satanás. Los celtas, por
supuesto, no conocían a és-
te, al menos no bajo tal de-
nominación, y en esa fiesta
de Lammas conmemoraban
a su dios Lugh, el cual, como
deidad de la cosecha, se ca-
sa con la Madre Tierra. Ese
festival, conocido también
como Lugnasadh, duraba
quince días. Algunos ocultis-
tas actuales ven en Lugh un
dios de la sabiduría, y de es-
ta manera quieren ver tam-
bién a Lucifer, para contras-
tarlo con el oscuro y presun-
to ignorante Satanás. Pero
repetimos, no hay dos, sino
uno. En todo caso, el Diablo
puede tener mil y un nom-
bres, y llamarse Loki, Tezca-
tlipoca, Oyama, Pan, Plutón,
etc., y no por ello deja de ser
el mismo; es decir, el otro.
La rebelión de Lucifer
por la que tuvo que caer es
la epopeya máxima de la
eternidad, y a ella dedicó el
poeta inglés John Milton sus
mejores y tenaces esfuerzos
en su “El Paraíso perdido”,
para darnos a saber lo que
ocurrió ahí. Nos ha descrito
muy bien cómo planearon
Lucifer y sus ángeles todavía
no malos la revuelta contra
Dios. En el libro 6 de ese
poema épico, Milton nos da
a saber la manera en que se
dio la batalla final y cómo
Lucifer y los suyos fueron
derrotados y echados del
Cielo, para ser arrojados al
abismo. No había entonces
Tierra, ésta apareció des-
pués. Ya el profeta Isaías
tuvo en el Antiguo Testa-
mento la visión de lo extra-
ordinario del suceso de esta
caída, cuando dice en el ca-
pítulo 14 de sus profecías,
versículos 12 al 15: “¡Cómo
caíste del cielo, astro brillan-
te, hijo de la aurora! ¡Cómo
fuiste echado por tierra, tú el
destructor de las naciones!
Tú que dijiste en tu corazón:
„al cielo subiré, sobre las es-
trellas de Dios levantaré mi
trono; me sentaré en el trono
de la Asamblea, en lo más
recóndito del Septentrión;
subiré a los altares de las
nubes, seré como el Altí-
simo‟. Pero ahora has sido
13 www.avelamia.com
precipitado al Sheol, a lo
más profundo del pozo”. Una
lástima que no haya re-
sultado exitosa la rebelión
contra Dios.
En los días de la gira
promocional de su evangelio
por Palestina, Jesús recor-
daría ese día, o tal vez fue
noche, cuando vio caer a
Satanás como un rayo, co-
mo está dicho en San Lucas
capítulo 10, versículo 18: “yo
veía caer a Satanás como
un rayo del cielo” (“videbam
Satanam sicut fulgur de
caelo cadentem”, como se
dice en el vigoroso latín de la
Vulgata). Esa caída fue qui-
zá un presagio de la otra caí-
da, la de Adán y Eva. Ambas
son de igual importancia pa-
ra entender nuestro drama
como humanos sometidos a
una Divinidad. Pero la lec-
ción de Lucifer es fundamen-
tal: precisamente hay que li-
brarnos de ese Dios, tal co-
mo hizo aquél al convertirse
en Satanás. Nosotros, por lo
tanto, podemos ser como él
y quitarnos de encima la au-
toridad del aborrecible viejo
de barbas blancas y de su
temible hijo. La caída del
Diablo significó pues una li-
beración, y de semejante
modo hay que ver la de A-
dán y Eva. Somos libres, sin
Dios, y la Tierra es así nues-
tro Cielo como nuestro Infier-
no, tal como lo ha sido siem-
pre y lo seguirá siendo. No
hay manera pues de ver con
nostalgia lo que no hemos
visto ni necesitamos ver: el
reino de Dios.
Por otro lado, cuando
Lucifer cayó en aquel pri-
mero de agosto de la eter-
nidad, siendo como era un
príncipe y portador de una
corona, de ésta se despren-
dió una piedra preciosa, que
se perdió entre la nada. Sin
embargo, de alguna manera
reapareció cuando fue crea-
da la Tierra, y esa piedra fue
conocida como el Grial, a cu-
ya búsqueda se dedicaron
14 www.avelamia.com
afanosos los caballeros de la
época artúrica. Cierto, creían
que buscaban la copa de la
que bebió Jesús en la Última
Cena, pero el poeta
medieval alemán Wolfram
von Eschenbach aclaró en
su poema sobre el caballero
Parsifal lo que realmente era
el Grial: la piedra preciosa
caída de la corona de Lucifer
aquel día fatídico en que
Dios lo expulsó de lo Alto.
Nosotros, al encontrar a Sa-
tanás, hemos hallado asimis-
mo el Grial, el cual le devol-
vemos al rey del infierno
para que su corona quede
completa y luzca más, como
nunca, como siempre.
15 www.avelamia.com
En la carretera
Orsolya Karácsony
(Traducción: Agustí n Cadena)
Nos prometieron
que todo iba a salir bien:
una experiencia fantástica.
Pero pronto nos dimos cuenta
cómo las palabras bonitas colorean el mundo
con los tonos de la fe y la permanencia.
Una vida sin pasión
es un fuego sin llamas.
(Imposible que tú lo sepas bien )
No es tan difícil aprender a llorar.
No te lleva mucho tiempo
(vamos a ver quién toca primero la campana)
Ahora sentimos que nos ahoga el humo.
Seguimos perdiendo la esperanza.
El motor ha corrido ya mucho,
pero hay que seguir.
Seguimos corriendo.
16 www.avelamia.com
No tienes por qué quejarte.
Tú fuiste quien me enseñó este juego.
Ahora tus demonios van a alcanzarte
y no tienes espacio para maniobrar y dar la vuelta.
Pero aún podrías ser mi mejor amigo,
pues no me importa perder lo que me da temor.
Y aún podríamos ganar.
Sólo necesitamos seguirle
y dar un paso más allá del dolor.
Seguimos corriendo.
Todos los días jugamos
el mismo juego de mierda.
Y ésta es la hora en que no sabemos
cómo ser mejores que ayer.
Seguimos corriendo.
Tenemos que seguir corriendo.
17 www.avelamia.com
legó el año de 1966, y
todo indicaba que na-
da cambiaría respecto
al esquema artístico de los
Beatles impuesto desde tres
años antes: componer can-
ciones, grabarlas, lanzar dis-
cos, salir de gira, y tener éxi-
to en todo. En efecto, hubo
de nuevo todo eso, sólo que
ocurrieron una serie de he-
chos que dieron a saber que,
sin embargo, algo estaba
cambiando, o ya había cam-
biado. Para empezar, los
Beatles mismos ya estaban
cansados y fastidiados del
tren exitoso en el que esta-
ban subidos desde fines de
1962, pues les afectaba en
su vida personal; y además,
ya tenían más interés en ha-
cer música como tal que en
vender discos y promoverlos
en giras por todo el mundo.
La declaración que hizo
John Lennon en marzo de
ese año detonó la necesidad
de un cambio total en la ima-
gen y el destino del grupo:
“Los Beatles son más po-
pulares que Jesús”. A partir
de ahí ocurrió un distan-
ciamiento de cierto sector
del público respecto a los de
Liverpool.
Hasta antes de esa
frase lennoniana, todo había
sido sonrisas y halagos por
donde quiera que se presen-
tasen los Beatles. Los jóve-
nes se sentían arrebatados
por ellos, y muchos adultos
también. Como los músicos
de rock en general, ni los de
ningún otro género, no de-
cían nada sobre religión ni
sobre política, había confor-
midad por parte de todos, y
los músicos se hacían ricos,
y la gente compraba su ma-
terial. Los dueños de las
disqueras, claro, se enri-
quecían aún más que sus
artistas, y los jóvenes vivían
subyugados sin pensar en
otra cosa que no fuese el
canto y la apariencia física
de sus ídolos. ¿Y qué
pensaban realmente éstos?
De eso no se hablaba. Hasta
que Lennon hizo su im-
portante declaración (¡los ro-
ckeros tenían ideas pro-
pias!), y entonces la gente
se escandalizó. Sobre todo
aquella que vivía en lugares
de los Estados Unidos con-
sagrados a Dios. Cuando los
Beatles realizaron su gira de
1966 por ese país, en el mes
L
Revólver: la
revolución musical
de los Beatles
Luciano Pérez
18 www.avelamia.com
de agosto, se encontraron
con el rechazo de buena
parte del público, y sus dis-
cos y fotografías fueron
quemados. Es cierto que o-
tros espectadores los reci-
bieron con el entusiasmo de
siempre, pero la incomodi-
dad se percibía en el am-
biente. Los periodistas los
cuestionaban, o más bien a
Lennon, sobre lo dicho sobre
Jesús. Él se defendía dicien-
do que sólo se había referido
a la situación que había en
Gran Bretaña, no a la de los
Estados Unidos. Ni así deja-
ron de molestarlo.
Antes de la gira esta-
dounidense, los Beatles se
presentaron en el mes de
julio en auditorios de Ale-
mania, Japón y las Filipinas.
Fue en este último país
donde sucedió una catás-
trofe, y nada tuvo que ver
ahí el asunto de Jesús. Hubo
en dicha nación un grave
malentendido, por culpa de
la esposa del presidente
Marcos, Imelda, una señora
despótica que junto con su
marido mantenían oprimidos
a los filipinos, y en parte
para contentarlos les lleva-
ron a éstos a los Beatles
para que les cantasen. Hubo
una fiesta de la señora Mar-
cos, donde se supone los
Beatles irían, pero éstos no
fueron informados a tiempo y
no fueron, lo cual fue tomado
como una ofensa al honor
nacional filipino, y la señora
decretó que el cuarteto fuese
expulsado. Casi a patadas
fueron llevados al aeropuerto
de Manila para que se fue-
sen.
Los Beatles dieron su
último concierto como grupo
en el Candlestick Park de
San Francisco, California, el
30 de agosto de 1966. Ha-
bían decidido que no habría
ni una sola gira más, ni una
sola presentación ante el
público de donde fuese. Es-
taban hartos de lo ocurrido
en las Filipinas y por el a-
sunto de Jesús. Además,
consideraron que era de ma-
yor importancia lo que mu-
sicalmente estaban haciendo
en el estudio de grabación,
ni más ni menos que toda
una revolución…
En diciembre de 1965
apareció un single con dos
muy buenas canciones, una
de Lennon, “Day tripper”, y
otra de McCartney, “We can
work it out”. La primera es
notable por el requinteo y la
segunda por el uso del ór-
gano. En junio de 1966 apa-
reció otro single, con una
canción de McCartney, “Pa-
perback writer”, y otra de
Lennon, “Rain”, ambas bue-
nas, sobre todo la primera.
19 www.avelamia.com
Pero en estos discos sen-
cillos, no obstante estar bien
hechos, no está todavía la
revolución que menciona-
mos. Llegó con el lanza-
miento el 5 de agosto de
1966 del álbum “Revólver”,
que originalmente se iba a
llamar “Abracadabra”; el ti-
tulo no hace referencia a un
arma de fuego, sino al movi-
miento de la tornamesa de
los discos, pero a nosotros
nos suena como lo primero.
Este disco transformó la mú-
sica de rock, que ya no
volvería a ser la misma, y to-
dos los grupos tuvieron que
ponerse al día para no per-
der el paso implantado por
los Beatles. La portada es un
dibujo de Klaus Voorman, un
artista plástico y músico ale-
mán amigo del grupo desde
los heroicos días de Ham-
burgo en 1960. Es un álbum
donde se hacen todo tipo de
experimentos con toda clase
de música, con canciones
que evocan de manera ori-
ginal atmósferas extrañas,
surrealistas, algo nunca oído
antes, y que rompe por en-
tero con todo lo que los pro-
pios Beatles habían hecho
antes. Son catorce piezas
que vale la pena rememorar.
Inicia “Taxman”, don-
de George Harrison plantea
con ironía el problema de
todos nosotros: el excesivo
cobro de impuestos que su-
frimos. ¿Quién había can-
tado antes sobre esto? Lue-
go viene una obra maestra,
“Eleanor Rigby”, donde te-
niendo como fondo un arre-
glo barroco de cuerdas, Paul
McCartney expone la sole-
dad y el sinsentido de la
existencia a través de la vida
de una mujer que nunca se
casó. Luego está Lennon
con “I‟m only sleeping”, una
canción que ya es sicodélica
antes de que el concepto de
sicodelia existiese (eso sería
un año más tarde), con so-
nidos de una guitarra distor-
sionada y la voz de John
muy lejos, en el éter de las
drogas. A continuación otra
vez George, quien ya en es-
te disco se consagra como
un compositor por derecho
propio; “Love you to” es una
canción tocada únicamente
con instrumentos indios, y su
autor expone las ideas mís-
ticas de su reciente consa-
gración a la cultura de la
India, a propósito del amor,
que hay que darlo ahora, no
cuando ya esté uno viejo y
muerto: “love me while you
can, before I‟m a dead old
man”. Luego viene una
extraordinaria balada de Mc-
Cartney, “Here, there and
20 www.avelamia.com
everywhere”, digna de oírse
una y otra vez. Ringo entra
después con una de las más
populares canciones de los
Beatles y de todos los
tiempos, “Yellow submarine”,
que es otro viaje sicodélico,
esta vez a ritmo de marcha
y a bordo de un submarino
liverpooliano. El lado uno del
disco concluye con una can-
ción muy personal de Le-
nnon, “She said, she said”,
donde no sólo está evocan-
do su experiencia con las
drogas, sino también los
más dolorosos pasajes de su
infancia como niño no queri-
do.
El lado dos principia
con optimismo, “Good day
sunshine”, alegre canción de
McCartney. Luego viene una
muy buena melodía, “And
your bird can sing”, con un
Lennon pesimista y un
excelente trabajo en la
guitarra eléctrica por parte
de Harrison. La siguiente
canción es de Paul, quien
vuelve a ser sombrío como
en “Eleanor Rigby”, con una
pieza que también suena
barroca, “For no one”, que
habla de un amor
desconsolado y sin solución
posible. Lennon vuelve con
otra canción sobre drogas,
“Doctor Robert”. Después
entra George, con “I want to
tell you”, una de sus mejores
composiciones y donde su
guitarra logra sonidos
nuevos. McCartney, quien
está demostrando ser cada
vez mejor compositor y
músico, en “Got to get you
into my life” le canta con
entusiastas gritos a la
mariguana, con un brillante
acompañamiento de metales
al estilo americano. Y el
disco concluye con una
extraña alegoría budista
tibetana, “Tomorrow never
knows”, que originalmente
se llamaba “Mark One” (en
referencia a la cannabis);
Lennon habla con voz
distorsionada desde lo alto
del Himalaya, con frases
como mantras y en el fondo
una percusión constante,
junto a sonidos raros y
ruidos de aves.
Adiós a Elvis Presley,
a Chuck Berry, al propio
Yeah Yeah Yeah. Desde
“Revólver” cada álbum
beatle que apareció en los
siguientes años sería una
caja de sorpresas, donde
cualquier cosa podía ocurrir.
Habría hermosas melodías y
armonías, y habría
perturbadoras disonancias,
con música increíble y letra
estimulante. Nada humano
sería indiferente, ni la
política, ni la vida cotidiana,
ni la experiencia sicotrópica.
Y desde este álbum de 1966
cada beatle se iría
mostrando como sí mismo,
ya no sólo como parte de un
grupo. George alcanzaría
alturas místicas, sin dejar de
tener los pies sobre la tierra.
John no tendría temor de
mostrar sus miedos y sus
traumas, ya sea para reírse
de eso o para dar a saber su
profundo disgusto. Paul se
concentraría más y más en
sus producciones musicales
para lograr la perfección.
Ringo, al no ser compositor,
se vería un tanto
desplazado, aunque de vez
en cuando intentaría cantar
una buena canción, e incluso
crearla. Es decir, que los
Beatles estaban dejando de
ser Beatles, para en
adelante proyectarse como
cuatro personas de gustos
distintos.
Al dejar de presentarse ante
un auditorio se negaban a
recibir un aplauso que de
todos modos se daría, al
margen de lo que hicieran.
Preferían que cada persona
que los admirase oyese en
su casa el disco y expresase
su deleite para sí mismo. El
éxito ya no importaba, pero
de todos medios continuó,
incluso más que nunca,
aunque no hubiese
presentaciones. Y a fines de
1966, con la grabación de
una extraña canción de
Lennon, “Strawberry Fields
forever”, y de la nostálgica
de McCartney “When I‟m
21 www.avelamia.com
sixty four”, se apuntaba
hacia lo que vendría para los
Beatles en 1967, con el Club
de los Corazones Solitarios
del Sargento Pimienta, lleno
de colores, sicodelia, más
drogas, nueva música, y
nuevo aspecto físico.
22 www.avelamia.com
sa noche el maestro
Novoa pasó la no-
che en vela, lo que
provocó que llegara
retrasado a su clase de
siete; esto debido a que
como a las cinco de la
madrugada, hora en que
apenas había conciliado el
sueño, solamente faltaba
una para levantarse como
cada día, y a que en esta o-
casión lo realizó con suma
pereza, provocando en cas-
cada el retraso de quince mi-
nutos en su hora de entrada.
A su vez, la clase de las
nueve correspondía al grupo
dos, en donde se encontraba
inscrita María del Carmen
León Villagrán, número
veinte en su lista de asisten-
cia y primera en su corazón.
Como pudo impartió su
cátedra, aunque de continuo
repetía los conceptos y no
hilvanaba las ideas, lo cual
fue notorio para el
alumnado, que en voz baja
se comunicaban unos a
otros un:
– ¿Qué onda con el pro-
fe?¿Anda pacheco o qué?
Quince minutos antes
del término de la sesión, el
profesor Novoa decidió dar
por terminada la clase, solici-
tando a los alumnos la entre-
ga del trabajo sobre Organi-
zación de la Producción,
siendo la última en entre-
garlo precisamente María del
Carmen, en un simple folder
azul ya muy maltratado, que
desentonaba con la exce-
lente presentación de los tra-
bajos de sus compañeros,
que se esmeraban por pre-
sentar investigaciones de ca-
lidad, debido a la alta exi-
gencia del mentor. Fue tal la
prisa de éste por abandonar
el aula que, cosa inaudita,
no pasó lista.
Ya sentado en el có-
modo sillón de la sala de
maestros, el profesor Novoa
procedió a revisar los traba-
jos entregados por sus alum-
nos, pero sólo le interesaba
uno, el más modesto de to-
dos, entregado en un folder
azul muy ajado, que escrito
en la ceja con letras con tinta
negra decía: “León Villagrán
E
El encaje negro (Segunda y última parte)
Manuel Ortiz
23 www.avelamia.com
María del Carmen # de bo-
leta 20012321”. Al abrirlo y
descubrir el contenido del
folder, fue toda una sorpresa
para el maestro, y es que en
solitario se hallaba una hoja
de block de media carta es-
crita con elegante caligrafía
que decía simplemente:
Profe:
Perdone, pero no tuve tiem-
po de hacer el trabajo. Si no
está enojado nos vemos el
domingo ahí mismo, en el
Sanborns a las dos. Me invi-
ta a comer y después a dar
una vuelta ,¿sí?
Ese domingo fue el
primero en años, en que Al-
berto Novoa Sánchez no co-
mió con si madre, ni des-
pués de su compañía ver la
televisión. Para compensar
en algo el salirse de su ru-
tina, dejó de asistir al depor-
tivo a jugar frontón e invitó a
su progenitora a desayunar
con el pretexto de que tenía
una junta académica por la
tarde. Cosa que ni él mismo
creyó. Como en la cita an-
terior, llegó con mucha anti-
cipación al restaurante y, al
ver llegar a María del Car-
men, con el corazón arrít-
mico de nuevo casi tiró la si-
lla al recibirla. Un beso de
boca a boca oficializó la
relación sentimental entre el
maestro y la alumna, al-
gunas caricias en tono res-
petuoso fueron el sello que
impuso el atribulado profe-
sor; eso sí, sin dejar de afe-
rrarse a la mano de la joven
que en más de una ocasión
utilizó la servilleta para lim-
piarse el sudor provocado
por el calor de ambas manos
unidas. Una vasta comida a-
compañada por algunas be-
bidas encargadas al bar, hi-
cieron en el profesor Novoa
un efecto soporífero, mien-
tras que en María del Car-
men, todo lo contrario. Y en
tanto ella hablaba y reía de
cualquier simpleza, él en
contraparte sólo movía la ca-
beza acompañada de sim-
ples: “sí”, “no”, e incluso
“ajá”. A punto de vencerse
por la pesadez de la comida,
la bebida y la sosa plática, la
propuesta de ir a bailar fue
aceptada por Novoa, quien
después de pagar la abul-
24 www.avelamia.com
tada cuenta, se encaminó
con su joven compañía rum-
bo al salón “Rodeo Mix”, ele-
gido por la sensual adoles-
cente, y en donde se encon-
tró con un tumulto de jóve-
nes pretendiendo entrar, to-
dos ellos vestidos en de ma-
nera muy informal, contras-
tando con la sobriedad del
traje negro que él portaba. Al
fin, después de entregar al-
guna cantidad de dinero al
encargado de la puerta, y
con la recomendación de
que se despojara de su cor-
bata y saco, pudieron entrar;
previa compra de dos som-
breros tejanos en el lobby
para estar en más ambiente
(según insistió Carmelita).
Un galerón inundado
con un fuerte olor a rancio,
mezcla de sudores, cerveza
y humo de cigarros recibió a
la pareja. La estridencia de
la música grupero entonada
en el lugar cimbró al maestro
Novoa que, acostumbrado
cuando mucho a la música
de las Grandes Bandas, se
sentía terriblemente fuera de
lugar, y aunque la mayoría
de los asistentes se encon-
traban de pie o bailando, sa-
cudiendo alegremente sus
sombreros, al fondo una hile-
ra de mesas metálicas a-
compañadas de cuatro sillas
desocupadas (que anuncia-
ban la cerveza “Corona”)
que invitaban a sentarse. A
lo cual María del Carmen
propuso:
– ¿Qué?¿Nos sentamos o
así parados?
– ¡Mejor nos sentamos Car-
melita! –, propuso el maduro
profesor.
Una cubeta de doce
cervezas bien frías fue or-
denada al tiempo de sen-
tarse. La nueva tanda de
música obligó al profesor
Novoa a bailar, pero con tan
mala técnica que desentona-
ban sus vueltas y brincos
con los de los jóvenes
expertos. Quince minutos de
sufrimiento duró el segmento
de baile, y sintiéndose ridí-
culo con su camisa de vestir
desfajada y sudando a cho-
rros, al sentarse fue reani-
mado por un beso que en
tono “salivado” le obsequió
su Carmelita, al tiempo que
le susurraba al oído:
– ¡Gracias, papacito!
25 www.avelamia.com
No se había vaciado
el contenido de la botella de
cerveza de cada uno de
ellos, cuando una nueva se-
rie de compases invitaba a
bailar, por lo cual sintiéndose
todavía cansado el maduro
maestro enamorado, pidió u-
na tregua. De pronto, salido
de la nada, se apareció un
joven de aproximadamente
veinte años, vestido de va-
quero tejano, que amable-
mente le solicitó permiso de
bailar con Carmelita, la cual,
sin consultar con su acom-
pañante, rápidamente tomó
la iniciativa y aceptó de buen
agrado.
Ya cerca de las ocho
de la noche, sumamente
confundido y cansado, el
profesor Novoa sólo desea-
ba llegar a su casa para des-
cansar y pararse al día si-
guiente, lunes, a las seis de
la mañana, y asistir a su ru-
tina diaria. Y es que las dos
tandas que había bailado
después de la primera lo
cansaron tanto, que sentía
que las piernas le explota-
ban, además de la molestia
que le ocasionaba que el
audaz joven vestido de teja-
no importunara constante-
mente con su: “¿le permite
bailar a la señorita, señor?”
El término de la tanda de
música y de las doce cerve-
zas de la cubeta apoyaron al
profesor Novoa a solicitar la
cuenta, la que fue cobrada
casi de inmediato. Y mien-
tras se retiraban, ya con la
muchedumbre más encendí-
da por la bebida, no faltaron
los gritos perdidos como:
“¡Me la cuidas, suegro!”, o
“¡Adiós, viejito rabo verde!”
Y ambos, fingiendo no
oír, se alejaron del bullicio,
para apersonarse en la puer-
ta. El aire fresco que chocó
contra la cara todavía sudo-
rosa del vilipendiado hombre
sirvió como bálsamo para
despertar de aquel aturdi-
miento al cual había estado
sometido.
“¡Hey, papito, llévame a ce-
nar!”, fueron las palabras
que volvieron a la realidad al
maestro Novoa. Y es que
María del Carmen, que se
encontraba colgada de su
brazo derecho, lucía tan
fresca como cuando se ha-
bían encontrado a las dos de
la tarde, y ahora pedía conti-
nuar la salida en algún ínti-
mo lugar.
Sin desearlo y casi
sin darse cuenta, en menos
de media hora la pareja se
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encontraba ya sentada en
una oscura mesa del de-
sierto restaurante Les Mous-
tache, el cual por cierto co-
nocía el profesor Novoa,
gracias a que en ese lugar
se había celebrado el cum-
pleaños del director de la
escuela. Y aunque sabía lo
excesivamente caro del sitio,
decidió elegirlo para que la
joven y deseada alumna
quedara impactada. Dos jai-
boles, acompañados por una
orden de Ostiones Rocke-
ford y sendos filetes Cordon
Blue propiciaron una opípara
cena, que culminó con dos
cafés capuchinos, especiali-
dad de la casa, y un pastel
de Moka al Cognac. Debido
a lo solitario del lugar y a la
excesiva atención personal
no hubo la oportunidad, co-
mo lo hubiese deseado el
maestro Novoa, de tener un
acercamiento más sensual
con María del Carmen. Has-
ta que ya cerca de las once
de la noche, y a punto de
abordar el automóvil; del que
atentamente les abría la
puerta el valet en espera de
una jugosa propina, nueva-
mente María del Carmen,
con su melosa voz que tanto
incitaba al profesor Novoa, le
dice:
– ¡Hay papacito, vamos rá-
pido al Sanborns a que me
compre unas medias, ya que
no tengo qué ponerme para
mañana!
Y así, conduciendo
mansamente, en menos de
quince minutos el auto del
profesor Novoa se acomoda-
ba en un cajón del estacio-
namiento del Sanborns, para
que en menos de diez mi-
nutos ya se encontrara liqui-
dando los tres pares de me-
dias, que de la mejor calidad
había escogido la alumna en
compañía del maestro, o qui-
zás en ese momento más
bien sería la maestra y el el
alumno.
Las once cuarenta y
cinco de la noche, al fin fue
la hora señalada por el reloj
para permitirle a la desigual
pareja estar a solas. Se en-
contraban a bordo del auto
del profesor Novoa, a una
escasa cuadra de la casa
donde vivía María del Car-
men. El temor del profesor
Novoa de que alguna patru-
lla los sorprendiera en faltas
a la moral, no impidió que
con un furtivo beso iniciara el
acercamiento, que terminó
precisamente cuando el bra-
zo derecho del profesor en-
27 www.avelamia.com
volvió los hombros de la jo-
ven, mientras que con la ma-
no izquierda, en un acto de
temeridad, empezara a hur-
gar entre los ojales y los bo-
tones de la blusa. Apenas el
dedo índice logró palpar el
encaje negro del brasier,
cuando Carmelita, entre de-
cidida y ofendida dijo:
– ¡Mejor nos vemos mañana,
profe! ¡Ya es muy tarde y
hay clases desde las siete!
Y ofreciendo un breve
beso en la mejilla derecha
del profesor Novoa, abrió la
puerta y apresuradamente
caminó el tramo que la se-
paraba de su hogar. Desilu-
sionado, y con una gran frus-
tración, el profesor Novoa se
encaminó a su casa, y aun-
que sabía que le sería impo-
sible dormir esa noche, den-
tro de sí empezó a brotar,
como para justificarse a sí
mismo, pero sin convicción,
la idea de romper con Car-
melita y mejor buscar a al-
guien de sus mismos intere-
ses; por ejemplo la profesora
Beatriz Alemán, que al igual
que él era viuda y parecía no
serle indiferente.
Mientras, Alberto No-
voa Sánchez, maestro titular
“C” de tiempo completo de
las materias de Administra-
ción I y II, seguía conducien-
do y decidía qué parte de su
mente, la racional o la emoti-
va, se impondría.
Tirado en el piso del
asiento trasero del automó-
vil, aún sin ser sacado de su
envoltura de regalo, yacía
olvidado el libro de poesías
de Bécquer, que le había
ragalado a María del Car-
men y que ésta, sin prestarle
el menor interés, había a-
bandonado.
28 www.avelamia.com
Advenimiento (Fragmento 5)
Enrique Soria
Asesino serial
de las costumbres,
veía la oscuridad de frente
al acostarse
Igual que un espejo
Reflejando su verdadera identidad
cuando no hay nadie,
un espejo
donde ve el vacío interminable
que le llena dentro
29 www.avelamia.com
Luego
volvía al mundo
y se repetía
que no estaba solo,
con la conciencia
de que en algún sitio,
ella,
sin conocerlo
estaría pensando en el
Caigo nuevamente,
me venzo ante el vacío del diario
y no quiero
estar donde estoy;
ni moverme
ni dejar de ser quien soy,
ni serlo.
30 www.avelamia.com
Solo abordo tu imagen
en una calle oscura
te describo
con un verso.
me esmero en ser valiente,
en no fallar
Línea
tras
línea,
porque sé que estás ahí,
en algún lugar,
tal vez pensando en mí
Y esperando permanentemente
La siguiente frase
Debieron hallarse a la hora cero
y entrar a un café;
31 www.avelamia.com
comentar el cine
y sus dolencias.
hablar de los años perdidos,
y de si sus rostros
Son iguales que en sus mentes.
y decirse
lo que hacían de niños
y como se miraban
–al menos por saberlo–
Y mientras tanto,
rozar sus rodillas
con la timidez de un novato.
después caminar por la plaza
imaginando la tersura de sus desnudeces,
revelarse contra la multitud
que intentó separarlos.
32 www.avelamia.com
L caballero en extin-
ción halló el Grial en
Tepito, su barrio. Sin
embargo, primero, como tie-
ne que ser, cubrió un largo
camino de iniciación y reden-
ción, o de otra manera le ha-
bría sido imposible el hallaz-
go. Para encontrar algo hay
que perderlo, y el caballero
perdió todo antes de encon-
trar… algo. Y ese algo fue el
Grial, sólo que él no lo bus-
caba, precisamente. Porque
esa es otra regla de las
historias de hadas: para en-
contrar lo que se busca, lo
esencial, primero, es no bus-
carlo; pero si se busca, darlo
ya por perdido, para que en-
tonces aparezca, como esos
álbumes de estampas de ha-
ce cuarenta o cincuenta a-
ños, que uno cree que se
perdieron para siempre de
nuestra vista, y de repente
aparecen en un bazar, en un
tianguis, y pagamos lo que
sea para tenerlo de nuevo
con nosotros, esta vez a sal-
vo de que se vaya a la basu-
ra.
Al caballero le dolía
una dama en todo el cuerpo,
pero como estaba convenci-
do de la necesidad de ya no
verla más, el periodo de sa-
nación para su alma entró en
proceso. Había que olvidar,
esto es, recordar olvidar, pa-
ra que el olvido se hiciese
efectivo. Así que el caballero
tomó de nuevo sus arreos de
combate, pulió su escudo
grabado con la imagen de la
Virgen de la Inmaculada
Concepción, subió al caballo
blanco y se fue a recorrer las
calles de la ciudad. Pero
ésta también estaba en pro-
ceso de extinción, y unos po-
licías bajaron del caballo al
caballero y le exigieron las
placas de circulación y la
licencia de conductor. El ca-
ballero sacó la espada y es-
taba por insertar ésta en el
estómago de los policías,
cuando ocurrió que éstos
huyeron, quizá porque se
asustaron al ver a la Virgen
en el escudo, con sus largos
cabellos de diosa que no ha
parido aún, ni parirá jamás.
El caballero volvió a cabal-
gar, y llegó a una iglesia de
por la Alameda, la de San
Juan de Dios.
Desmontó y caminó
hacia el jardín, donde había
una intensa romería, porque
se celebraba la fiesta de San
Antonio de Padua, el de los
noviazgos y casamientos, y
E
El Grial en Tepito
Luciano Pérez
33 www.avelamia.com
el lugar estaba lleno de mu-
jeres de todas las edades,
cada una con sus doce mo-
nedas en la mano para ofre-
cérselas al santo y así éste
les otorgase un novio, o me-
jor, un marido. En los pues-
tos se vendían velas y flores
para sobornar bien a San
Antonio. Las compradoras,
lleno el corazón de esperan-
za, abrían mucho los ojos.
Por supuesto que no vieron
al caballero en extinción,
pues ya no conocían a los
caballeros, por más que éste
portase la cruz de la reina de
las hadas en el pecho, y en
el escudo llevase, como ya
dijimos, a la Virgen. Para e-
llas, las buscadoras de pare-
ja, los nombres de Arturo,
Parsifal, Lancelot, Lohengrin,
no significaban nada. Así,
sin ser reconocido, le fue
más fácil al caballero entrar
a la iglesia, y se dirigió hacia
el altar del santo paduano.
Y entre las muchas
chicas y señoras arrodilladas
ante San Antonio, reconoció
a una antigua amiga, la mu-
jer-gato, quien hundía sus
garras en el suelo implora-
ndo por algo o por alguien.
El caballero se le acercó y le
dijo que la conocía. Ella, con
su antifaz felino y sus cabe-
llos de bruja, larga nariz y
vestuario hippie, lo reconoció
también. Se abrazaron, y él
le preguntó sobre qué hacia
ella ahí, que nunca se había
distinguido por su fervor reli-
gioso. La gato se echó a reír,
y le indicó a su amigo que
salieran de la iglesia para
poder hablar. Se sentaron en
una banca del jardín. Ella le
explicó que, en efecto, no
era afecta a ninguna religión,
pero quería casarse como
experiencia indispensable,
como un requisito del curri-
culum existencial. “De otra
manera, al no saber lo que
es el matrimonio, no puedo
estar en su contra. Sólo se
ataca a fondo lo que se co-
noce bien. Y para casarme,
sólo San Antonio puede
ayudarme”, dijo con una
gran sonrisa la felina, que se
llamaba Aldara. El caballero
le preguntó que si ya traía
todo lo requerido, las mone-
das, las flores, las velas. Ella
dijo que sí, y que le había
dado todo al santo, y sólo
restaba que éste cumpliera.
Él quiso saber si ya existía
pretendiente, alguien ade-
cuado para el experimento
nupcial. Aldara le dijo que
no, y que por eso pensó que
sólo mediante un milagro
podría obtener a alguien.
El caballero se quedó
pensativo y se dijo a sí mis-
mo: “Desde luego que no se-
ría yo el elegido. Después de
la catástrofe que acabo de
sufrir, no puedo darme otra
oportunidad con alguien
más, no tengo ningún ánimo,
aunque Aldara siempre me
pareció excelente para una
relación”. Entonces le expre-
só a su amiga esto: “Me gus-
taría ser yo el que buscas,
pero…” Mas ella lo interrum-
pió: “No, no, tampoco te pe-
diría que fueras tú. En todo
caso, si me comprometiera
con alguien, sería con…
¿con quién crees?” Esto
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último lo dijo con una amplia
y perversa sonrisa, lo cual
desconcertó al caballero,
quien no supo qué res-
ponder. Ella, entonces, sin
dejar de sonreír y abriendo
mucho los ojos tras los
agujeros del antifaz, dijo: “El
único con el que me casaría
es con el Diablo”. Al escu-
char eso el caballero quiso
reírse, pero se contuvo pues
no quería molestar a Aldara.
Pero ésta entendió: “Anda,
ríete, está bien. No me ofen-
de nada. Y si tú me pudieras
ayudar a lograrlo, te lo agra-
decería mucho. Sé de tus
conexiones con la oscuri-
dad”.
Era cierto, pero últi-
mamente el caballero en
extinción estaba resentido
con su amigo el Diablo por-
que no le echó la mano en el
asunto de una dama que se
perdió. Pensó él: “Por más
que se lo pedí, no quiso
quitar los obstáculos econó-
micos que me impidieron lo-
grar lo que más quería yo.
Todo lo contrario, sólo se
encogió de hombros y me
dijo que por el momento no
había recursos en el tesoro
infernal y que, por lo tanto,
no había más que hacer, así
que a la mujer había que
darla ya por perdida. Y como
estoy disgustado con él, no
voy a pedirle que sea el ma-
rido de Aldara. Él no la acep-
taría, en todo caso, pues me
ha dicho que no se casaría
jamás, con nadie”. Se lo
explicó a la gato, pero ella le
dijo: “Tú no tienes que pe-
dirle nada, sólo llévame ante
él, y yo misma se lo haré
saber”. El caballero, sin em-
bargo, le dijo que probable-
mente San Antonio estaría
por hacer el milagro. Aldara
sonrió una vez más, y to-
mándolo de la mano camina-
ron de prisa por el jardín
hacia la cabalgadura del ca-
ballero, y ella iba gritando,
ante el espanto de la gente:
“¡Vámonos al infierno, amigo
mío, llévame con Satanás!”
¿Quién podría oponerse an-
te tal entusiasmo?
Y no había más alter-
nativa que la de ir a caballo,
así que Aldara se sentó ade-
lante, quitándose el antifaz y
colocándose los anteojos de
costumbre; atrás de ella y to-
mando las riendas, iba el ca-
ballero. Parecía como si él
acabase de rescatarla de al-
gún impertinente dragón.
Pero no, iban directo al in-
fierno, montando como en
los viejos tiempos. Aldara y
el caballero hacían de hecho
buena pareja, pero el cora-
zón de él había quedado
sumamente dolido por lo o-
currido con la dama que lo
dejó; y la gato, por su parte,
tenía demasiada obsesión
por el Diablo. Mil películas y
libros sobre exorcismo la
convencieron de que necesi-
taba vivir poseída, al menos
por un tiempo. Y como todos
saben, para casarse hay que
estar en verdad poseído, o
poseída, o de otra manera
no es posible. En todo caso,
para Aldara se trataba de un
experimento. Era enemiga
del matrimonio, pero ya ha-
bía explicado el porqué de
su idea de casarse ahora. Y
ya que iba a hacerlo, ¿por
qué no con el mejor de todos
los hombres, con el Señor
del averno mismo?
Y mientras el caballo
se apresuraba a llegar al in-
fierno, los amigos conversa-
ban. Aldara le dijo: ”Un caba-
llero en extinción como tú
debiera estar en busca de al-
go en extinción como…”, va-
ciló un poco y él la completó,
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irónico: “el matrimonio”. Ella
se rió y dijo: “No, sino más
bien algo como lo que bus-
caban los caballeros en otro
tiempo. Aquello que encon-
tró Parsifal, ¿recuerdas?” Y
él respondió: “Ah, sí, el ca-
ballero tonto; porque todos
los caballeros somos tontos,
¿sabías? Por lo mismo, nun-
ca logramos lo que quere-
mos, y a veces lo logramos
cuando ya no lo queremos.
Como yo ahora contigo”, y
los dos soltaron la carcajada.
Aldara dijo, con no mucho
convencimiento: “Bueno, si
el Diablo no me quiere, me
quedo contigo y asunto arre-
glado”. Pero el caballero no
dio su conformidad: “No, mi
corazón está en ruinas. Pre-
fiero hallar el Grial después
de cruzar la tierra baldía, y
guardarlo entre mis revistas
pornográficas y de ciencia
ficción”. Ella preguntó: “Y por
cierto, ¿sabes dónde pueda
estar?” Él respondió: “No, ni
me importa, no lo estoy bus-
cando siquiera”. Aldara re-
mató: “Ah, pues esa es la
manera perfecta de encon-
trarlo. ¿No te parece?”
Llegaron al infierno, que
no es algún sórdido subte-
rráneo como pudiera creer-
se, sino un sitio en un lugar
alto, quizá un rascacielos
como los de Neza York. Sa-
tán los esperaba, pues sabía
perfectamente que vendrían
y del asunto que querían
tratarle. Saludó con mucha
amistad al caballero, y con
gran cortesía a la mujer-ga-
to. Los invitó a sentarse en
el salón del reino. El Diablo
traía puesta en la cabeza
una corona con esmeraldas,
pero parecía faltar alguna,
se notaba por ahí un hueco.
Eso les llamó la atención a
los recién llegados, de lo que
Satán se percató, y entonces
él les explicó qué ocurría:
“Se me cayó una piedra ver-
de cuando me expulsaron
del cielo, y no he vuelto a re-
cuperarla, fue a dar allá aba-
jo en la Tierra. Por eso casi
no uso la corona, salvo en
ocasiones especiales, como
esta en la que estoy con
ustedes. Porque quiero que
se den cuenta de esa caren-
cia en mi corona”. Y dirigién-
dose al caballero, le hizo una
petición: “¿No podrías en-
contrarme la esmeralda, mi
buen amigo?” Éste, sin pen-
sar mucho, pero sin la menor
gana de hacerlo, le dijo que
sí, que por supuesto. No se
notaba muy entusiasmado
de estar en el infierno, y co-
mo el Diablo se percató le
habló así: “Bien sé que estás
resentido conmigo por no
haberte ayudado con esa
mujer, pero créeme que
cuando quise hacerlo, ya
con el tesoro infernal dis-
puesto para que se entrega-
ra y mantuvieras a la señora
esa, la Bruja Roja de Ame-
cameca vino a advertirme
que si lo hacía corrías tú un
gran peligro. Entonces me di
cuenta de que era mejor ale-
jarte de la mujer”. Claro está
que el caballero no quedó
convencido con esa explica-
ción, pero ya no era el tiem-
po para ocuparse de tal
cuestión. Lo perdido, perdido
estaba. En cuanto a la es-
meralda, ¿para qué objetar
su búsqueda? Quizá estu-
viera en algún lado, y si no,
al caballero no le preocupa-
ba gran cosa. Por lo tanto,
prefirió tratar lo del matrimo-
nio de Aldara con el Diablo,
así que le preguntó a éste:
─ Y bien, ¿estás dispuesto a
casarte con mi amiga?
El Diablo, quien nunca había
parado de sonreír, abrazó a
la muchacha y dijo esto:
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─ ¿Por qué no? Casémonos
pues. Pero lo haré hasta que
tenga mi esmeralda de re-
greso.
Aldara, satisfecha, se
dirigió hacia el caballero en
extinción:
─ Ve, amigo, como no estás
buscando la piedra, proba-
blemente la encuentres.
¿Por qué no bajas al mundo
y lo intentas?
El caballero, viendo a
los dos tan decididos, a fe-
lina y a demonio, no pudo
negarse y pensó: “Como
siempre, sólo al gran tonto le
piden lo imposible, y a veces
hasta lo consigue. Ahora cu-
raré, no como Parsifal, al
gran rey pescador, sino a la
obsesión de Aldara por su
experimento nupcial, a la vez
que curo al Diablo por la
pérdida que tuvo cuando lo
echaron de las alturas. Por
mi parte, no veo por qué no
ayudarlos, aunque a mí no
se me cure de nada. Sigo sin
perdonar a Satán, a pesar
de lo que le haya dicho la
bruja. Es más, es probable
que ésta me ayude, iré hacia
Amecameca”. Se despidió
de sus amigos y montó su
caballo, quien por cierto se
llamaba En-Grane, en honor
de la valkiria Brunilda.
En Amecameca pasó
junto al obelisco egipcio que
conmemoraba a la monja
poeta, pues era la marca pa-
ra llegar a la casa de la Bruja
Roja. Un lugar modesto, sin
pretensiones, ningún gran
castillo negro, Más bien era
como una choza. Y ahí, junto
al fuego de la chimenea, es-
taba ella leyendo las cartas.
Ni siquiera vio al caballero,
pero le dijo con afabilidad:
“Pasa, siéntate. No te he vis-
to en años”. Él pensó: “Tam-
poco me está viendo ahora,
pues no deja de revisar su
tarot”, pero no se lo dijo, na-
da más se sentó. La bruja
era ya una mujer de edad,
pero no por ello dejaba de
maquillarse la cara. Traía
puesto su característico
manto rojo, y sin dejar de ver
las cartas le dijo al caballero:
─ Ya te explicó el amigo
Diablo lo de por qué no se
logró aquello de la mujer que
querías. Nunca hubieras sa-
lido vivo de la experiencia.
Habrías abandonado todo lo
que más amabas: tus libros,
tus revistas, tus gatos. Todo
eso ya no existiría más, si la
mujer se te concediera. Sin
embargo, ella lo pensó mejor
cuando la fui a ver y le hice
notar que tú tenías una tarea
más alta que realizar.
El caballero se levan-
tó, un tanto a disgusto, y di-
jo:
─ ¿Una tarea más alta? ¡Eso
era lo que yo quería, a esta
mujer tan alta, por la que es-
tuve dispuesto a dejarlo to-
do!
La bruja ahora sí se
decidió a verlo. Sacó unos
anteojos de algún lado y se
los puso, diciéndole al caba-
llero:
─ Tranquilízate. Esa mujer
no era conveniente. Ella mis-
ma me dijo cuán difícil de
temperamento y egoísta de
corazón era. Le pregunté en-
tonces acerca de qué busca-
ba contigo. Me respondió
que como ya no hay caballe-
ros, le fascinó conocer al fin
a uno. Pero señaló que no
era amor lo que sentía, y
que ya se había dado cuenta
de que contabas tú con po-
cos medios, siendo que ella
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necesitaba grandes recursos
para seguir adelante, no me
dijo hacia dónde o hacia
qué. A menos que el Diablo
te ayudase a lograrla, esta
mujer no estaba en contra
de irse lo más lejos posible,
en busca del hombre rico.
Por eso fui con el Señor de
la Oscuridad, para que no
metiese mano en esto, es
decir, dándote riquezas para
la señora. De otra manera,
adiós libros, revistas, ga-
tos… y Grial.
El caballero no se sor-
prendió con nada de lo que
se le contó, salvo por la úl-
tima palabra. Se volvió a
sentar y dijo:
─ ¿El Grial? ¿Qué tengo que
ver con eso?
La bruja, más relaja-
da, continuó.
─ Esa es la tarea más alta a
la que me refiero. Así que
vuelve a Tepis, ahí debe es-
tar, en el lugar de quien en
verdad amas.
─ ¿No amaba yo a la mujer?
─ Así con el amor que le tie-
nes a la que te digo, defini-
tivamente no. Tú estabas im-
presionado por esa mujer
alta, por el glamour que por-
taba, por el orgullo que te
daba cuando te veían con
envidia los hombres desayu-
nar con ella. Entraban us-
tedes dos al restaurante, y
todas las miradas iban hacia
ella.
─ Sí, y en los centros comer-
ciales. Los tacones de ella
resonaban con fuerza en los
pisos de mosaico. Era una
hermosa música…
─ No lo dudo, pero tú como
caballero…
─ Como tonto, querrás decir.
─ No, no es que seas tonto,
es más bien la realidad la
que ya no admite caballe-
rías.
─ Y nunca le perdonaré al
diablo el que no me diese ri-
quezas.
─ Él lo habría hecho, ya es-
taba todo listo, pero en ese
momento dejabas de ser el
caballero en extinción. Ya no
habría, simplemente, ningún
caballero.
─ Me gustaba la mujer.
─ Claro, claro. Pero ahora
tienes otra tarea. Te digo
que regreses a Tepis, y bus-
ques el Grial en lo que más
amas.
─ ¿La ciencia ficción? ¿La
pornografía? ¿Los gatos?
─ No en tu casa, dije más
bien que había un lugar, ¿re-
cuerdas?
─ Dijiste: “el lugar de quien
en verdad amas”.
─ Adelante, pues, no diré
más, y déjame seguir con
mis cartas.
El caballero montó en
En-Grane, y se fue hacia Te-
pis, su barrio tan querido. Al
entrar por la viejas calles lle-
nas de sol, supo que primero
tenía que saludar a su Inma-
culada Concepción, la Con-
chita de su corazón cuya
imagen portaba en el escudo
y también en el alma. Llegó
a la puerta de la iglesia, bajó
del caballo y caminó hacia el
altar principal donde estaba
ella, siempre joven, siempre
de azul y blanco, y nunca
con niño. Porque este último
detalle fue lo que desde un
principio impactó al caballe-
ro. Aunque le fascinaban las
imágenes de la Madonna,
procuraba no ver al niño.
Nunca le simpatizó éste, así
que la veía a ella, pero
jamás a quien traía en bra-
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zos. Pero con la Inmaculada
no había este problema,
porque además no estaba
embarazada, y en cambio la
Guadalupana, sin traer niño,
ya vivía éste dentro de ella,
se notaba. Con la Conchita
no, así que el caballero se
dedicó a su culto. Ella no
estaba a punto de dar a luz,
a diferencia de la Virgen del
Apocalipsis, y no lo haría
jamás.
Se arrodilló ante la
bendita imagen, y le vio los
cabellos a ésta, tan largos,
tan castaños. Y entonces se
dio cuenta de un detalle:
había una piedra verde entre
el pelo de la Virgen, en la
cabeza, como si fuese un
moño puesto ahí. Se veía
lindísima. El caballero se
puso de pie y miró con más
atención, percatándose de
que era una esmeralda, y en
la iglesia resonaron enton-
ces los acordes del tema de
Parsifal de Wagner. “¡Así
que aquí estás!”, pensó él.
Ahora bien, ¿cómo despojar
a la Virgen de algo que se le
veía tan bien? El caballero
se dijo: “No veo cómo el Dia-
blo, siendo tan rico, no pue-
da hacerse de otra esme-
ralda”. Una voz de gran
sonoridad retumbó en la igle-
sia, respondiendo esto: “Por-
que la que está aquí es la
que me gusta. Es la original.
¡Quítasela a la muchacha!
Esa esmeralda tiene que es-
tar en el infierno”. Pero el ca-
ballero se dio cuenta de que
él no sería capaz de hacer
eso; no se hablaría bien de
él si lo hiciera. ¡Dejaría de
ser caballero! La extinción
sería un hecho antes de
tiempo. Tenía que tomar una
decisión. Es más, ya estaba
tomada. La esmeralda se
quedaba en el cabello de la
Conchita. ¡Que se pudriera
el Diablo!
La voz infernal volvió
a escucharse: “Entonces no
me caso con tu amiga. ¡Te la
regreso!” Y Aldara entró a la
iglesia, toda llorosa, dicién-
dole al caballero: “¿Por qué
no le diste la piedra? No te
costaba nada ayudarme”. Él
ya no dijo más, tomó del
brazo a la felina y juntos se
arrodillaron ante el altar, y
mientras se oían los acordes
de la marcha nupcial del
Lohengrin de Wagner, una
sacerdotisa vestida de blan-
co y llamada Kundry los unió
en matrimonio, a caballero y
felina, de una vez y quizá
para siempre.