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181Terminé mi crónica apresuradamente, y la envié a talleres, para su confección en la primera página de la edición extra. Fue entonces cuando llegó el redactor-jefe, con el télex en su mano.—Mira, Miller —me dijo—. Acaba de recibirse.Lo tomé. Mis manos temblaron, y noté un profundo escalofrío ante lo que veían allí mis ojos, escritos por el télex:«Londres, víctima de las ratas. Ataques masivos a núcleos aislados de población. Ya hay más de cincuenta víctimas. Las ratas parecen haberse vuelto locas. Pero con una locura ordenada y bien organizada, que les permite eludir la campaña de desratización iniciada con carácter de emergencia nacional.»Contemplé, muy pálido, al redactor-jefe. Este añadió con voz ronca:—Y no es eso lo peor. Telefónicamente, me han llamado de Francia y del Norte de África. Las ratas empiezan a causar destrozos importantes. Y muchas víctimas, Miller...

182Ella estaba ya, inevitablemente, inapelablemente, en poder de su asesino. Se quedaría sin saber quién era. Sólo supo, al levantar los brazos y adelantar las manos, que llevaba el rostro cubierto con un pasamontañas de lana.No pudo hacer nada por impedir que el afilado puñal, cuya punta le heló la piel y la sangre a un mismo tiempo, traspasara su epidermis, rasgara su carne y se alojara entre su cálida y temblorosa carne, muy cerca del corazón. No, no era el corazón, porque ella seguía viviendo y nadie vive con el corazón partido.Pero el asesino, pródigo en la maldad de sus instintos, no tuvo el menor inconveniente en repetir el golpe.Y esta vez sí dio donde quería dar...Notó que la vida se le iba del cuerpo, que los latidos se le apagaban dentro del corazón, que su mente se perdía en la nada... En la nada, que no es otra cosa que la muerte. Era el final. Adiós vida...

183De pronto, se dio cuenta de que estaba notando algo en el rostro. Casi dolor.Se pasó las manos por las mejillas, y respingó al notar la aspereza de la barba. Bueno, era una barba normal, de casi veinticuatro horas. Pero aquella rigidez en sus facciones... La luz de la luna daba de lleno sobre la cama, y durante unos segundos estuvo mirándola, como alucinado.—Tonterías. No noto nada extraño... Es que estoy demasiado tenso, preocupado... Eso es todo. ¿Qué otra cosa?Se levantó para cerrar la ventana, y volvió a la cama.Sólo tenía que esperar unas pocas horas, y sabría si podía continuar amándola..., o debía destrozarla, a ella y a él, a dentelladas, como haría un auténtico lobo gris, grande y fuerte, con cualquier enemigo.

184—Sí, señor —asintió Carpenter, ausentándose, tras dirigir una mirada inquieta al gran bloque de hielo, que Bjorn y el comandante conducían, ahora, hacia el mayor edificio del campamento, el destinado a conservar los alimentos y medicinas de la expedición.—Es curioso... —oyó Carpenter comentar a alguien, mientras se encaminaba al edificio de las cocinas, en busca del inglés Miller y el americano McKern—. ¿Habéis visto a ese tipo sepultado en el hielo? Yo me decía, apenas le vi, que me recordaba a alguien, pero no sabía a quién... Ahora me he acordado, y no deja de ser gracioso, muchachos. ¿Sabéis a quién me recuerda el desdichado? Nada menos que a Drácula…Carpenter no pudo reprimir un repentino escalofrío, aunque no dejó de caminar hacia las cocinas, situadas al otro extremo del campamento...

185Se oyeron unos extraños ruidos en la planta baja. Algo derribó una vasija, que se rompió, con un estrépito que casi hizo gritar a la muchacha. Se oyó un extraño gruñido.—No tema —dijo.De pronto, unas zarpas arañaron la puerta. Al otro lado de la madera, se oyó un feroz gruñido.—El lobo —exclamó.—Sí.La fiera gruñía. Estaba hambrienta. Percibía el olor de la carne y se sentía impotente para romper aquel obstáculo. Al cabo de unos minutos de vanos esfuerzos, la fiera desistió. Un largo aullido de rabia brotó de su garganta.Los ruidos cesaron. Corrió hacia la ventana.El lobo, enorme, siniestro, trotaba por la calle en busca del campo abierto. Se imaginó muchos pares de ojos contemplando la temible figura, llenos de pavor.

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No sé decirle más, pero la verdad es que me encuentro muy asustada.—Asustada, ¿de qué? Concréteme.—Ya se lo he dicho. De ellos tres, o tal vez sólo de uno de ellos, no sabría especificárselo. Lo único cierto, concreto, es que desde que han aparecido en el caserón, allí dentro se masca la... la...—¿La qué? —volvió a inquirir Roy.—La muerte —dijo Margaret Turner—. La MUERTE, con mayúsculas, para que mejor me entienda.—¿Qué es exactamente lo que pretende que haga por usted? Yo me encuentro al margen de toda esta historia.—Deseo que vaya al caserón, que permanezca allí unos días, y que acierte a defenderme de... de... esa muerte que está sacando ya su guadaña. Es como si viera su siniestra sombra... Le pagaría por sus servicios, naturalmente... Lo que usted me pidiera.—Pero ¿con qué motivo, con qué excusa, podría yo pasar unos días en el caserón...? Siempre le habían atraído los asuntos poco claros. Cuanto menos claros, tanto mejor...Lo mismo que los jeroglíficos. Así, descifrarlos, resultaba un placer mayor.

187… ¿Quién no le dice que ha logrado plenamente su objetivo?—¿Qué quiere decir? —le miró sorprendido.—No sabemos nada de lo que ocurrió a bordo del Sally Ann, hace casi un siglo. Usted ardía en deseos de conocer la verdad. ¿Quién no le dice que todo esto que nos ocurre a nosotros ahora... no sucedió ya ANTES a otras personas, a bordo de un buque gemelo de éste?—Esa es una teoría disparatada... —rechazó atónito.—¿Por qué motivo? Tan posible, en el terreno hipotético, como la idea del reverendo Wade de que Satanás está a bordo, entre nosotros, y acaso es UNO de nosotros... O la premonición del profesor Guthrie de que algo que no es de este mundo se encuentra a bordo, envolviéndonos...—Yo soy realista, usted lo sabe. No puedo creer en épocas paralelas, en especulaciones sobre el tiempo... Como tampoco creo en Satanás personificado. Ni en cosas de ultratumba.—Entonces, explíqueme la presencia de un rostro cadavérico a bordo. Y de un veneno. Y de un marino decapitado en Kingston...

188—Espera —murmuró—. Hay sangre aquí.—¿Qué?—La sangre tiene un olor peculiar..., un olor dulzón, a cobre viejo...Impresionado a su pesar, Campbell sacó el revólver y tanteó la pared a un lado de la puerta. Sus dedos se cerraron sobre el interruptor de la luz.Cuando la lámpara del techo brilló, las huellas sobre la alfombra blanca resaltaron como pintadas en vivo color rojo.El policía contuvo el silencio. Tras él, Max gruñó: —Esas huellas son de mujer... y vienen del dormitorio.La escena se repite, Campbell..., corregida y aumentada.—Cierran la puerta y tratan de no pisar ninguna huella. Avanzaron uno tras otro. No se sorprendieron demasiado al ver el horrendo cuadro del dormitorio, y aquel nuevo mar de sangre que lo inundaba todo procedente de la garganta devorada de un hombre que se había hecho matar justamente en lo que fuera un nido de amor...

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Cruzó la estancia conteniendo la respiración y abrió la ventana de par en par. Aquel ser aumentó sus gruñidos de forma alarmante.—Parece que le molesta la luz del día —dijo, vivamente impresionada por lo que veía.Ella, señalándolo, gritó de pronto:—¡Es el muerto, el muerto, es el muerto!Se la quedaron mirando. Fue el hombre quien preguntó:—¿De qué muerto hablas?—Anoche, anoche, con el catalejo, vi a un muerto salir de su tumba. Sí, estoy segura, ahora estoy segura, salió de su tumba. Abandono el cementerio y vino a la pensión... Estoy segura de que es él, las ropas son las mismas, aunque antes no tenía ojos y ahora sí. Su piel estaba repugnante, pero tenía que oler como huele éste ahora. ¿Es que no os dais cuenta? ¡Huele a cadáver, huele a cadáver!

190—George, ¿por qué hiciste vaciar la sepultura de tu primo Duncan? —preguntó de repente—. ¿Te lo ordenó su hijo, acaso?Algo ocurrió en George. Se irguió, asustado. Sus ojos se desorbitaron. Comenzó a temblar. Miraba en torno, como si el visitante no le importara. Otra vez aquel vago terror a lo desconocido, mencionado por el psiquiatra, asomaba a su rostro.—No, no... —jadeó—. No puedo hablar..., ¡No debo hablar! Nadie debe encontrar jamás al hijo de Duncan… Lo sé, Duncan, lo juro! ¡No, no te acerques a mí! ¡No me pinches con alfileres! ¡No me toques, no me tortures más! ¡Duncan, por el amor de Dios! ¡Perdón, perdón! ¡Juro que me arrepiento! ¡Me arrepiento de haber reclamado tu cuerpo para quedarme con tus cosas! ¡No, Duncan, no! Déjame solo... ¡No oprimas mi cuello, no me asfixies, por el amor de Dios...!

191—Tu padre ha resbalado y se ha torcido un tobillo. Ha quedado con tu tío. Lo mío ha sido peor porque me han asesinado.Se produjo un leve roce en el suelo.—Quieto, o disparo. Las almas de los muertos no hacen ruido. En cuanto a esa voz, no es la de Ed...Pese a su conminación, Beth se dio cuenta de que un ser destacaba del fondo más oscuro de la puerta y avanzaba lentamente hacia ella.Veía su rostro pálido, el cual presentaba un aspecto fantasmagórico.Pero no se dejó impresionar por ello y disparó, primero un cartucho, luego otro.Recibió la impresión de que el extraño ser era sacudido por los dos disparos.Pero no cayó al suelo y prosiguió su lento e inexorable avance.El supuesto fantasma rio de manera tan extraña, que llegó a impresionar a la rubia Beth.Y dijo:—No se muere dos veces. El plomo no puede ya conmigo.

192Quizá la rué Morgue, la verdadera rué Morgue que yo busco... no esté en este mundo. No sea de este París que yo recorro noche tras noche, hasta que la luz del día, como si fuese un vampiro, me devuelve a mi chirriante cama de duro jergón, en el cuarto angosto, frío y sin luz, con sus polvorientas vidrieras de la claraboya, asomadas a una plazuela llena de tenderetes que venden pescado maloliente, frutas o verduras. Dicen que es un cuarto ideal para un pintor. Al infierno con eso. Es el cuarto ideal para un tipo que bebe demasiada absenta y duerme de día, para vagar estúpidamente de noche, junto a las oscuras aguas del Sena, arriba y abajo, incansable e inútilmente...Sí. Es posible que en la muerte encuentre la calle Morgue. Y el número trece. Y a ella. A Suzanne Du Marier.En las sombras eternas, puede que las encuentre. La calle, la casa, ella... Y todo el horror que hay detrás. Pero no me importa eso. No temo a nada, si Suzanne está junto a mí, si veo en las sombras su piel pálida, sus oscuros ojos asustados, su pelo negro, como hebras de azabache hilado...Por eso no me importa morir. En realidad, andar por ahí de este modo es como ir muriendo un poco. Un poco más cada día...

193… Lo único que les diré es que yo no puedo morir. Si me matan, ustedes vendrán a reunirse conmigo algún día.—¿Cómo se comprende eso? —exclamó Faith, aprensiva, pero desconcertada —. No puede morir, pero admite que podemos matarlo...—Mi querida señora Deedin, lo que acabo de decir es demasiado elevado para su intelecto de mosquito— respondió Raddison con acento sarcástico —. Por tanto, dejaré que lo comprenda cuando llegue el momento oportuno y, repito, vendrá a reunirse conmigo.—Estamos perdiendo el tiempo —dijo Logan, colérico—, ¡Palabras, palabras, palabras; eso es lo único que hemos conseguido en cinco años!—Entonces, ha llegado ya la hora— exclamó McCain.Ocho revólveres formaron un mortal semicírculo en torno a Raddison, de cuyos labios no se había borrado la sonrisa desdeñosa con la que había aparecido desde el primer momento.—¡Creerán que me matan, pero soy inmortal y vendrán a reunirse conmigo! —gritó.Fue una descarga irregular, de ocho tiros que no sonaron ninguno al mismo tiempo. Pero las ocho balas alcanzaron a Raddison…

194Volvió sobre sus pasos y decidió llamarlo otra vez. No hacía el menor ruido, puesto que llevaba zapatillas. Se dirigió hacia el blanco aparato pegado a la pared y puso la mano en él.De pronto sus dedos se crisparon.Hubo un chirrido en sus dientes.Porque la cara ESTABA ALLÍ.La cara que podía explicarlo lodo.Y las manos trémulas.Y el hacha...Apenas pudo lanzar un gemido, mientras intentaba saltar hacia atrás. Pero ya no lo quedó tiempo. Bruscamente el hacha osciló sobre su cabeza.Fue como un rayo.El golpe salvaje resonó en toda la cocina, pero nadie lo oyó fuera de ella. Sa cabeza se abrió en dos. Pareció estallar.Luego se oyó en el recinto una risita silenciosa, una risita casi demoníaca.¿Una risita que surgía de la garganta de una mujer?¿O quizá de alguien que, a pesar de todo, era un hombre?...

195A fin de cuentas... ¿quién puede olvidar que está conviviendo entre unas personas respetables... y, sin embargo, una de ellas... es un asesino?Yo lo sabía. Lo sabían otros. Esa noche se había desvelado una parte del siniestro misterio, y todos estábamos enterados de que en nuestro reducido grupo de buenos amigos, uno era un criminal despiadado.¿Quién?No lo sabíamos. No podíamos saberlo. El único informe existente hablaba de... de un maníaco, de un loco peligroso. Más aún: de un psicópata que había resuelto ensangrentar aquellos días de vacaciones en el castillo. Un monstruo humano, capaz de atacar cuando menos lo esperásemos todos. Además, desconocíamos sus razones para ese ataque... si es que realmente las tenía.Y, por otro lado... ¿quién, de entre nosotros, podía ser ese maníaco asesino?

196—¡Santo cielo! ¿Qué le pasa a esta mujer?—¡Se vuelve vieja! —chilló una muchacha de veinte años.El rostro de Charlotte era el de una vieja que hubiese llegado a centenaria. De la belleza que había sido su orgullo pocos meses antes, ya no quedaba el menor rastro. Varios dientes se desprendieron súbitamente de las encías y cayeron al suelo, con tétrico repiqueteo.El ascensor se paró en el vestíbulo del edificio. Las personas que estaban aguardando entrar, se vieron arrolladas de súbito por una enloquecida estampida de hombres y mujeres, capitaneados por el ascensorista, que huían frenéticamente, profiriendo agudísimos gritos de terror.Un conserje había reaccionado y guió a dos policías hasta el ascensor. Sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, había una mujer, con los ojos desmesuradamente abiertos. Era una vieja que debía de tener lo menos cien años, supusieron los policías.Uno de ellos le tomó el pulso.—Está muerta — dijo.

197… Y la presencia del esqueleto encadenado en el sótano, rodeado de los huesos de las ratas que lo devoraron...Cayó un silencio de tumba tras estas palabras. Pareció despertar de su melancolía y exclamó:—¿De qué otra cosa espantosa está hablando?Fue ella quien explicó su aventura del espejo y de lo que habían descubierto al romperlo.Luego, añadió:—Antes de venir aquí hice averiguaciones sobre las historias de esta casa, las leyendas que la rodeaban y todo eso. Nadie me dijo una palabra de un ser humano enterrado en vida en compañía de un puñado de ratas hambrientas. De modo que este episodio de su historia familiar, señor, debe ser un secreto muy bien guardado hasta ahora…

198La boca del gigante se entreabría, mostrando aún más sus incisivos, mientras de su interior brotaban unos sonidos guturales, roncos, ininteligibles.De repente se oyó la voz.—¡Mátala de una vez, Zaqui! ¡Mátala!Reconoció aquella voz. ¿Cómo no iba a reconocerla, si la había oído tantas veces...?Comprendió que estaba perdida. Ya no había posible salvación para ella.En efecto, apenas oída aquella terminante orden, el monstruo la arrojó, la estrelló con todas sus fuerzas contra el suelo.No fue una caída mortal. Pero allí quedó; con un brazo lesionado, con una pierna rota y con la espina dorsal fracturada por dos sitios. Quedó allí en el suelo, gimiendo y jadeando angustiosamente, desesperadamente...Tal vez por eso, porque su dolor era espantoso, insoportable, de puro infierno, resultó casi una liberación que el monstruo se decidiera a acabar con ella. Le puso el pie encima y...Y una vez más quedó materialmente aplastado un joven y bonito cuerpo de mujer.

199¡La muerte estaba allí!¡Agazapada!¡Tensa!¡La muerte que tenía un hermoso cuerpo de mujer!¡La muerte que saltaba!El cuchillo fue directamente hacia el vientre de ella. Con los dientes apretados, con una mueca diabólica en su rostro, lo empuñó en sus manos mientras lanzaba un grito.—¡No podrás nacer de nuevo! ¡Te mataré otra vez antes de que vuelvas al mundo! ¡Te mataré otra vez, maldita! ¡OTRA VEZ!

200Asió una de las flechas y la sujetó con fuerza, moviéndola a un lado y a otro y provocando una tortura insoportable a la que su víctima no pudo escapar. Después tiró con fuerza, arrancando la flecha y desgarrando las carnes sin piedad, provocando una hemorragia.Repitió la cruel acción con las otras flechas hasta llegar a la última, a la del abdomen. Sus carnes estaban brutalmente desgarradas por aquel sádico llamado Crowen.—La última, conde, la última.Y le sacó la flecha del estómago.Ella lanzó su último grito de dolor. Sintió que la vida se le escapaba, que sus miembros le dolían horriblemente y no le obedecían.Crowen la agarró por los cabellos y le alzó la cabeza, sacudiéndole el cuerpo que perdía sangre, que se desangraba como una res degollada.—Dentro de poco será un cadáver y toda tuya, conde, toda tuya y una más para conjurar la maldición que nos retiene vivos pero muertos, sin dejarnos alcanzar el descanso eterno.El conde Roxlasky la observaba con sus cuencas putrefactas a ella que tenía los ojos cerrados y cuya cabeza colgaba de la mano de Crowen que la seguía sujetando por los cabellos mientras la sangre se deslizaba por el suelo y la vida escapaba, escapaba.

201Medusa era una criatura terrible, que tenía serpientes venenosas en vez de cabellos, sus dientes eran afilados colmillos, el rostro era de una fealdad estremecedora, y cada uno de sus ojos tenía un alucinante poder, que la Gorgona ponía en práctica con frecuencia, para deshacerse de sus enemigos: convertía a los hombres en piedra...Convertía a los hombres en piedra.CONVERTÍA A LOS HOMBRES EN PIEDRA... «Extraño suceso en un caserón junto al Támesis. Cuatro jóvenes de la buena sociedad londinense aparecen muertos en misteriosas circunstancias. Corre el rumor, no confirmado por la policía, de que los cadáveres parecían petrificados. El superintendente Chapman, de Scotland Yard, niega rotundamente tal hecho, pero los periodistas no han tenido acceso a las víctimas.»

202—Mira esto...Había colocado algo ante sus ojos.—¿Qué es...?—¿No lo ves? Un puñal de hoja muy estrecha y aguda... Un estilete... Un estilete...—Sí, lo veo —asintió—, pero no comprendo... ¿Qué vas a hacer con él? ¿Para qué lo llevas?—Para esto...Y la mano que sostenía el estilete se alzó rápida y descargó un furibundo golpe en el pecho de él. Dio de lleno donde quería, y su muerte resultó casi instantánea.Pero no acabó aquí el terror de esa escena. Porque aquella mano desgarró el pecho, en un tajo atroz, hasta conseguir que el corazón apareciera a la vista.Y no se conformó con eso, sino que asestó puñaladas continuas al cráneo, hasta que el cerebro salió por más de un sitio. Y de un nuevo golpe le amputó la nariz, y luego le rompió varios dientes... Y en su desquiciado arrebato terminó partiéndole la yugular y abriéndole el vientre, dejando que aparecieran los intestinos...Todo igual, exacto —una auténtica carnicería— a otro crimen que había sido llevado a cabo veinticinco años atrás.

203Tenía los ojos cargados de sueño cuando leyó aquellos titulares. Y era natural que los tuviese así, puesto que no había podido pegar ojo en toda la noche. Situó los periódicos sobre la mesa de su despacho y se dio cuenta de que el sentimiento de alarma ya había llegado a tener dimensión nacional. Incluso el moderadísimo Times titulaba a tres columnas: ES NECESARIO QUE EL GOBIERNO TOME ALGUNA MEDIDA EN RELACIÓN CON LOS SUCESOS DE PALADIAN MANOR¿SERÁ CIERTO QUE HAY QUE VOLVER A CREER EN LOS FANTASMAS? Otros periódicos pedían que se paralizaran las obras que habían de significar la destrucción del cementerio, pero la mayoría de ellos pedían al contrario, que las obras se aceleraran y que aquel lugar maldito fuera destruido de una vez. Eran muchos los que pensaban que la venganza de la señora Scott acabaría cuando hasta su sepulcro fuera aniquilado para siempre…

204—Evan —dijo ella.La voz era cascada, de una mujer de avanzada edad.—Señora...—Evan, soy Wendy.Payle frunció el ceño.—No me gustan las bromas, señora —dijo.—¡Soy Wendy! —insistió ella. De repente, vaciló y tuvo que sentarse en una silla—. Evan —lloró—, me han robado la juventud.—Por favor...—Nunca... debí aceptar aquel contrato Ahora tengo más de ochenta años... Mi juventud, mi vitalidad, mi energía está ahora en el cuerpo de esa maldita mujer... ¡Evan, insisto en que soy Wendy! Mírame, Evan. Mira cómo he cambiado en poco más de tres meses.Payle se sentía atónito. Aquella horrible cara, llena de arrugas, las cejas casi sin pelo, los ojos mortecinos...Ella hizo un esfuerzo, se puso en pie y subió la falda hasta la cintura, a la vez que se volvía un poco. Estupefacto. Payle contempló el lunar cuyos contornos conocía sobradamente. La piel era blanca, pero había perdido la consistencia y la tersura de la juventud.De repente, ella se desplomó al suelo.—Me muero... —jadeó—. Evan..., la dama de... quinientos años... Me ha robado... la juventud.

205—¡Antoine, Antoine! —gritaba la mujer llamando a su marido.El miedo, más que otro sentimiento, la impulsaba a gritar, llamando la atención de todos.—¿Qué sucede? —rezongó un hombre que estaba reparando un neumático. Tenía el vientre abultado y rostro cetrino, con un pendiente colgándole de la oreja.—¡Antoine, Michel se ha escapado otra vez y le he visto con las ratas, estaba con una rata enorme, una rata gigante...!Madame Vermes, que estaba cerca y que era propietaria de una de las carretas con llantas de goma, pues ella no utilizaba vehículo a motor, preguntó:—¿Una rata gigante, has dicho?—¡Sí, una rata más grande que el propio Antoine!Madame Vermes escrutó el cielo que se había tornado gris oscuro y que la niebla cada vez dejaba ver menos. Parecía buscar la luna o las estrellas para que le dijeran algo, para que le dieran una explicación. Siempre mirando el cielo, como si soltara un oráculo, musitó:—Era Satanás, Satanás, que es amigo de Michel o quizá Satanás fue su padre...

206… Se interrumpió. Había asomado a un gabinete también iluminado por el gas. Viejos muebles, óleos en los muros, con la firma de John Bryans, cortinajes raídos, postigos encajados en las ventanas...Y una mujer allá al fondo, en el sofá color verde oscuro. Sentada. Petrificada, con los ojos desorbitados, fijos en su visitante. Con una lividez mortal en su rostro, con un rigidez delatora en sus facciones, en sus manos agarrotadas, en sus piernas. Una mujer de más de cincuenta años, con cabellos canosos mal peinados, con rostro afilado... Un rostro desfigurado horriblemente por algún miedo indescriptible. Mirada vidriosa, fija en ningún sitio. Y arañazos. Crueles, profundos arañazos sanguinolentos, cruzando sus pómulos y labios, su cuello y manos...Estaba muerta. El simple color cera de su piel, su rigidez toda, así lo pregonaban. Al morir, algo la aterrorizó de forma increíble…

207… Había caído al suelo bajo el peso de aquel cuerpo sin vida, pero ahora se dio cuenta de que no se podía levantar.Era como un paralítico.Estaba a merced del diablo.Y EL DIABLO vino.Vio con los ojos desencajados sus botas de media caña.Surgían de la oscuridad.Vio sus piernas anchas embutidas en unos pantalones negros.Sus manos enormes y completamente manchadas de sangre.Su cuchillo de desollar.Sus ojos saltones y enloquecidos, sus facciones brutales, su lengua que babeaba presa de una excitación indecible.Se dio cuenta de lo que iba a ocurrir.Pero no pudo moverse.El terror era tan intenso que le dejaba sin fuerza en las venas, sin aliento, sin alma.Aquel rostro se inclinó sobre él.De los labios partió una risita demoníaca.El cuchillo de desollar le abrió las ropas de arriba abajo, pero no le lastimó la piel. Aquel monstruo manejaba tan perfectamente el cuchillo como un cirujano maneja el bisturí…

208Siguió un grito estremecedor, a su salida. Luego se produjo el ruido de la caída de un cuerpo y vino a continuación un silencio opresivo.En la lejanía se escuchó el ladrar de un perro, rompiendo el impresionante silencio. Y en el pasillo a que daban las puertas de las habitaciones, se produjo ruido de pasos.Una persona avanzaba en dirección a la escalera, como si lo persiguiese.Pero su caminar era lento, inseguro.Por el pasillo, en dirección a la escalera, caminando como una sonámbula, avanzaba la explosiva rubia cubierta por una bata. Y en la mano derecha asía un cuchillo que estaba ligeramente ensangrentado.Se oyó una leve y burlona carcajada que resultó escalofriante, como si alguien gozara con el daño que se iba produciendo prácticamente en cadena.—No vayas, te matará...Y se oyó una voz susurrante, que decía:—Mátalo. Es tu enemigo. Quiere quedarse con todo lo que te pertenece... Mátalo...

209La bruma del pantano se había extendido nuevamente mucho más allá de sus orillas. Era una bruma pesada, húmeda, que se calaba en la epidermis y dejaba los pelos de punta.—Esta noche voy a ir al pantano, junto a esos cañaverales— dijo con un tono de voz que se esforzó para que no trasluciera su propio miedo—. Debo hacerlo, aunque sólo sea para dar largas al asunto... De lo contrario, esta misma noche, quizá, me tocará morir a mí...

210Y entonces lo vio.Estaba allí, agazapado, aproximándose paso a paso, aquel ser de pesadilla, aquello que era apenas una «cosa» animada.La horrible pesadilla se le acercó paso a paso.—¡No! —balbuceó con una voz sollozante—. ¡A mí no!Un sordo gruñido brotó de aquella cosa horrenda.Vio la demoníaca expresión de aquellos ojos salvajes. Vio el brillo de unos colmillos como no podían existir otros en ningún otro ser viviente. Vio...Las zarpas le atraparon entonces. Pudo emitir un espantoso alarido antes que los colmillos chascaran contra su carne.Luego, lo que siguió fue una pesadilla delirante de sangre y muerte como no podría habérsele ocurrido a la mente más desquiciada del universo.La sombra negra de ojos fulgurantes permaneció en la puerta de la bodega mientras la sangre corría a torrentes en torno al muerto. Luego, simplemente, se esfumó como si jamás hubiera estado allí.