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P R I M E R A L E C T U R A D E L L E N G U A C A S T E L L A N A
HILO A HILOJordi era un mecenas rico y poderoso, una persona muy influyente que vivía en el corazón de
Nueva York. Perteneciente a la aristocracia, a Jordi le gustaba rodearse de personajes también
famosos y destacados dentro de la selecta sociedad neoyorquina. Conocido por estar muy
interesado por el mundo de la moda y de la alta costura, Jordi aseguraba la manutención a los
modistos con más talento del mercado. Oriol era uno de esos diseñadores de ropa que
últimamente estaba dando mucho que hablar... Había conseguido confeccionar unos vestidos
tejidos con lino y delicados hilos de oro que permitían transformar a la persona que los vestía en
alguien sumamente bello y apuesto. Hasta los monarcas y políticos rematadamente más feos
habían conseguido cambiar su aspecto y experimentar un auténtico éxito a nivel social gracias a
los trajes del modisto. Oriol, sin embargo, tenía un grave defecto: era muy ambicioso,
extremadamente egoísta y muy individualista.
Jordi contrató al famoso modisto porque deseaba celebrar una fiesta en su mansión situada en
la Quinta Avenida, una de las calles más concurridas y visitadas de la ciudad. Hospitalario como
siempre, ofreció posada, comida, cama y una enorme suma de dinero a Oriol para que pudiese
concentrarse en la elaboración de un traje deslumbrante, espectacular, impactante.
Oriol se zambulló rápidamente en el diseño de una pieza carísima, hecha de oro, seda, lino y
diamantes, un traje que con toda seguridad sería la envidia de todo el mundo.
El día en que Oriol empezó a trabajar en el diseño exclusivo, entró también en la mansión una
viejecita al servicio del aristócrata Jordi. La anciana llegó solo con un sencillo hatillo en cuyo
interior había cuatro cosas. La mujer tenía que ocuparse de servir la mesa y limpiar la cocina. La
esposa de Jordi, Aida, había prohibido hablar terminantemente a la anciana. Aida era una persona
presuntuosa, acostumbrada a nadar en la riqueza y la abundancia.
La anciana empezó su tarea puntualmente y no abrió nunca la boca. Destinada solo a limpiar,
por las noches se dedicaba sin embargo a tejer una especie de tela formada por hilos viejos y casi
rotos: eran los fragmentos de hilo que el modisto Oriol no quería y tiraba a la basura.
Aida supervisaba los trabajos de Oriol y el modisto se mostraba eufórico ante el aprecio que le
mostraba la señora de la casa. Así, poco a poco, el vestido de seda y oro destinado al señor Jordi
iba tomando forma... Oriol y Aida se burlaban de la anciana cada vez que veían que la mujer tejía
esa fea tela hecha de viejos y rasgados hilos. La anciana, haciendo caso ante lo que le había sido
encomendado, nunca protestaba... Nunca decía nada.
Llegó el día de la fiesta y Jordi finalmente pudo lucir un traje digno de su linaje. Al parecer,
Oriol había creado un prodigio textil y todos estaban extasiados, alucinados con la hazaña.
La vieja mujer no había sido invitada a la fiesta, por supuesto…
A la mansión de la Quinta Avenida llegó también Genís, el dueño de una cadena de perritos
calientes de Manhattan que le tenía una envidia terrible e insana a Jordi.
Genís se situó tras una columna y esperó el momento justo para empujar a Jordi, con la
intención de que cayese por la ventana. Llegado el momento, Genís llevó a cabo su plan y el
aristócrata cayó al vacío ante la mirada de los invitados. Los gritos y la incredulidad se apoderaron
de los asistentes...
Cuando parecía que el impacto era ya inminente, algo fantástico sucedió. En la planta baja, una
especie de tela protectora, muy extensa, tejida por las noches en medio de un gran silencio por
unas viejas manos, se extendía cubriendo todo el vestíbulo de la casa.
Jordi fue a parar de lleno a la zona central de la tela hecha con hilos harapientos y fue así como
salvó su vida.
Fue entonces cuando Aida y Oriol se dieron cuenta de la necedad con la que habían actuado:
cegados por la soberbia y los aires de superioridad, habían olvidado que, a veces, lo más valioso
es aquello más sencillo. La anciana les había dado una lección.
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