58716175 Grimson Pasiones Nacionales

Embed Size (px)

Citation preview

  • PASIONES NACIONALES

  • ALEJANDRO GRIMSON(compilador)

    PASIONES NACIONALESPoltica y cultura en Brasil y Argentina

    Mirta Amati, Alejandro Grimson, Ronaldo Helal, Gabriel Kessler, Kaori Kodama, Bernardo Lewgoy,

    Silvina Merenson, Renata Oliveira Rufino, Ins M. Pousadela y Pablo Semn

    Jos Nun(supervisin)

  • ndice

    Prlogo ................................................................................................. 9

    Introduccin ......................................................................................... 13

    Captulo 1. Las polticas pblicas y las matrices nacionales de cultura poltica .......................................... 49

    Ins M. Pousadela

    Captulo 2. Argentinos y brasileos frente a la representacin poltica .................................................................... 125

    Ins M. Pousadela

    Captulo 3. Cmo se dividen brasileos y argentinos? Construccin de mapas sociales en Brasil y Argentina........................... 189

    Pablo Semn y Silvina Merenson

    Captulo 4. Principios de justicia distributiva en Argentina y Brasil. Eficacia global, igualitarismo limitado y resignificacin de la jerarqua ....................................................................................... 211

    Gabriel Kessler

    Captulo 5. Percepcin de la historia, sentimientos e implicacin nacional en Argentina y Brasil......................................... 249

    Pablo Semn y Silvina Merenson

    Captulo 6. Intelectuales de masas y Nacin en Argentina y Brasil............................................................................. 299

    Pablo Semn, Bernardo Lewgoy y Silvina Merenson

    Diseo de coleccin: Jordi SbatRealizacin de cubierta: Juan Balaguer

    Primera edicin: octubre de 2007

    Alejandro Grimson, 2007 Edhasa, 2007

    Crdoba 744 2 C, Buenos [email protected]

    http://www.edhasa.net

    Avda. Diagonal, 519-521. 08029 BarcelonaE-mail: [email protected]://www.edhasa.com

    ISBN: 978-987-628-007-5

    Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacin escrita de los titulares delCopyright bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin parcial o total

    de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografay el tratamiento informtico y la distribucin de ejemplares de ella mediante

    alquiler o prstamo pblico.

    El presente libro no implica opiniones del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la Repblica Argentina

    Impreso por Cosmos Offset S.R.L.

    Impreso en Argentina

    Pasiones nacionales : poltica y cultura en Brasil yArgentina / compilado por Alejandro

    Grimson. - 1a ed. - Buenos Aires : Edhasa, 2007.640 p. ; 22,5x15,5 cm. (Ensayo)

    ISBN 978-987-628-007-5

    1. Ensayo . I. Grimson, Alejandro, comp. CDD 379

  • Captulo 7. Jogo Bonito y Ftbol Criollo: la relacin futbolstica Brasil-Argentina en los medios de comunicacin .................................. 349

    Ronaldo Helal

    Captulo 8. Telenovelas e identidad nacional: Un estudiocomparativo entre Brasil y Argentina .................................................... 387

    Renata Oliveira Rufino

    Captulo 9. La nacin escenificada por el Estado.Una comparacin de rituales patrios ..................................................... 413

    Alejandro Grimson, Mirta Amati y Kaori Kodama

    Captulo 10. Sentidos y sentimientos de la nacin................................ 503Alejandro Grimson y Mirta Amati

    Captulo 11. Integracin, estereotipos y Mercosur ................................ 555Silvina Merenson

    Captulo 12. Visiones nacionales sobre la Argentina, Brasil y el Mercosur: entre los intereses y los sentimientos .............................. 583

    Alejandro Grimson

    Bibliografa ........................................................................................... 613

    Agradecimientos ................................................................................... 633

    Prlogo

    Jos Nun

    Etimolgicamente, prlogo significa hablar antes. Es el privilegio que mehan concedido y que les agradezco los autores del importante estudio que vaa leerse, a fin de que cuente cmo comenz todo. Sucede que hace ya unos cua-tro o cinco aos que haba empezado a darle vueltas a la idea que paso a ex-plicar.

    En De la dmocratie en Amrique, Alexis de Tocqueville sostuvo que lascostumbres eran una de las grandes causas generales a las que se les puede atri-buir la permanencia de la repblica democrtica en los Estados Unidos. Yagregaba de inmediato: Entiendo aqu la expresin costumbres en el sentidoque los antiguos le daban a la palabra mores: la aplico no slo a las costumbrespropiamente dichas, que podran ser denominadas los hbitos del corazn, si-no a las diferentes nociones que poseen los hombres, a las diversas opinionesque son corrientes entre ellos, y al conjunto de las ideas mediante las cuales seforman los hbitos del espritu. En una palabra y anticipndose en un sigloa la que se convertira en una de las frmulas favoritas de Antonio Gramsci,Tocqueville se refera as a todo el estado moral e intelectual de un pueblo,slo que cindose a aquellos aspectos que resultasen favorables al manteni-miento de las instituciones polticas.1

    Unos ciento cincuenta aos despus, un equipo de investigadores esta-dounidenses encabezado por Robert N. Bellah se propuso replicar el estudiode Tocqueville para establecer hasta dnde conservaban o no validez sus prin-cipales hallazgos. El trabajo demand cinco aos y su producto se ha conver-tido en una obra de referencia indispensable que, como sus autores subrayan,se inscribe en el marco de una antigua discusin sobre la relacin entre el ca-rcter y la sociedad o, mejor aun, sobre la relacin entre la vida privada y la

  • trumentos de observacin y de anlisis. Este programa fue consultado con co-legas de Brasil y presentado luego de algunas revisiones al Programa de lasNaciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), solicitando el financiamientonecesario.

    La respuesta fue rpida y positiva, de modo que pudimos iniciar los tra-bajos en el segundo semestre de 2004, en el marco y con el apoyo de la Fun-dacin de Altos Estudios Sociales. Slo que, a poco andar, fui convocadopor el gobierno argentino para ocupar la Secretara de Cultura de laPresidencia de la Nacin (cargo que todava desempeo), lo cual me inhi-ba de seguir dedicndome al proyecto salvo en carcter de Supervisor de sudesarrollo y ejecucin.

    Por ello puse en las hbiles manos de Alejandro Grimson la direccinde los varios trabajos que, tal como l mismo relata en la Introduccin aeste libro, se llevaron a cabo tanto en Argentina como en Brasil. Se hizo unexamen exhaustivo y crtico de la literatura relevante, se organizaron gruposfocalizados en ambos pases y se realiz un total de 240 entrevistas a me-diadores socioculturales (destaco que la obra de Bellah bas buena partede su anlisis en 200 casos). Todos estos datos e informaciones se procesa-ron con el necesario rigor y en dilogo permanente con los interlocutoresbrasileos.

    Como se ver, fueron apareciendo con bastante nitidez contrastes y simi-litudes entre Brasil y Argentina que generalmente se soslayan. Existen marca-das diferencias en los respectivos estilos nacionales de hacer poltica; son pe-culiares de cada pas los sentimientos de pertenencia a la nacin; hay analogaspero tambin diferencias en los sentidos que se le atribuye en cada lugar a laidea de justicia; las categoras que los actores utilizan para definir las divisio-nes sociales no son las mismas; y el anlisis de espectculos colectivos como eldeporte, los rituales patrios o las telenovelas corrobora la distancia que separaa los hbitos del corazn y del espritu de ambos pueblos. Por cierto, estoscontrastes slo pueden ser ignorados en perjuicio de un real entendimientoentre los dos pases.

    De ah que el producto de este considerable esfuerzo de investigacinsea un texto de lectura imprescindible para quienes se interesen por las rela-ciones entre Brasil y Argentina y, en especial, para todos aqullos que desea-mos que el Mercosur se afirme y avance de manera sustentable y equitativa.Desde luego, me siento ntimamente ligado al libro y a sus autores pero, almismo tiempo, las circunstancias me han colocado en una situacin de rela-tiva exterioridad que me permite apreciarlo mejor y reconocer el notable

    JOS NUN 11

    vida pblica.2 (Precisamente por esto, creo que hubiera sido menos atractivopero ms riguroso en trminos tocquevillianos que el libro se denominaseHbitos del espritu en vez de Hbitos del corazn.)3

    Tanto mi familiaridad con esta problemtica como mis trabajos sobrenociones afines a ella (la de Sittlichkeitt en Hegel o la de sentido comn enGramsci o en Wittgenstein) me hicieron lamentar que careciramos enArgentina de un texto que pudiera servir de anclaje para una comparacinlongitudinal como la realizada por Bellah y sus asociados.4

    Sin embargo, a un par de aos de iniciado el nuevo siglo y con un inte-rs creciente de los gobiernos de Nstor Kirchner y de Lula da Silva por laconsolidacin del Mercosur y, en especial, por un afianzamiento de las rela-ciones entre Argentina y Brasil, se fue dibujando en el horizonte una pregun-ta apasionante: cules son los hbitos del corazn y del espritu que predo-minan en ambos pases y cmo y hasta dnde pueden contribuir a que eseobjetivo se concrete?

    En otras palabras, descartada aquella comparacin longitudinal, en es-te caso se volva no slo pertinente sino necesaria una comparacin latitu-dinal. Inspirada en premisas parecidas a las mencionadas antes, esta compa-racin deba ser capaz de echar luz sobre algunos aspectos medulares de losmodos de percibir la realidad en las dos sociedades, de ponderar su gradode compatibilidad y de establecer as su eventual incidencia en las relacio-nes entre ellas.

    Hasta entonces, el eje central de los estudios sobre la regin haba sidoeconmico, con un gran nfasis en la integracin industrial entre Argentinay Brasil durante la segunda mitad de la dcada de 1980, que en los aos no-venta fue desplazado por una atencin casi exclusiva a los aspectos comer-ciales y financieros. Se trataba ahora de poner en la agenda cuestiones vin-culadas a la poltica y a la cultura y esto requera esa comprensin previa ala cual me refiero.

    Convoqu a trabajar junto conmigo a un equipo de brillantes investiga-dores del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional deSan Martn, que yo diriga. La ventaja agregada era que varios de ellos hab-an realizado sus postgrados en Brasil y conocan muy bien la realidad de estepas, adems de mantener fluidos contactos con las nuevas generaciones decientficos sociales brasileos.

    Fue as que, en el primer semestre de 2004, diseamos un programa b-sico de investigaciones que, siguiendo los ejemplos de Tocqueville y de Bellahy sus asociados, abordaba el tema desde distintos ngulos y con diversos ins-

    PASIONES NACIONALES10

  • Introduccin

    Alejandro Grimson*

    Un presidente, un poltico, un empresario, un dirigente social a veces creenque actan en funcin de su voluntad. Reconocen limitaciones polticas yeconmicas, en el sentido de que siempre hay una relacin de fuerzas y unaescasez relativa de recursos. No siempre reconocen, sin embargo, que actanen un campo cultural que los constituye en cuanto sujetos sociales y polticos.Este estudio pretende reconstruir algunas claves de las configuraciones cultu-rales argentinas y brasileas que nos permitan explicar y comprender dinmi-cas de los actores sociopolticos en la situacin actual.

    Para avanzar en proyectos de bloques regionales slidos y sustentables re-sulta necesario desarrollar y potenciar el conocimiento mutuo entre las socie-dades y culturas que interactan. Las desconfianzas, los malos entendidos, lassituaciones de incomunicacin pueden surgir no slo de intereses divergentes,sino de dificultades reales en encontrar los modos de comprender alternativasde convergencia. Comprender al otro, sus culturas, sus culturas polticas, susformas de identificacin, resulta decisivo para poder avanzar en la interacciny proyectos de integracin. No slo porque comprender a Brasil en su com-plejidad resulta imprescindible para poder proyectar junto a Brasil, sino por-que como se ver en este estudio comprender a Brasil permite observar yconsiderar la sociedad argentina desde un punto de vista distinto. Al conoceral otro podemos conocer mejor nuestra propia sociedad.

    As, desde octubre de 2004 hasta junio de 2006 realizamos una investi-gacin cualitativa amplia con el objetivo de analizar comparativamente con-figuraciones nacionales de cultura poltica en la Argentina y Brasil. Anali-zando desde la formulacin de polticas pblicas hasta los modos de narrar la

    compromiso intelectual y el talento de quienes han realizado un trabajo deexcepcin que, estoy seguro, se convertir desde ahora en un hito en la lite-ratura comparativa.

    Buenos Aires, 26 de junio de 2007

    Notas

    1 Alexis de Tocqueville, De la dmocratie en Amrique (Pars, Gallimard, 1961), I, p. 300(bastardillas agregadas). Hay traduccin castellana.

    2 Robert N. Bellah et l., Habits of the Heart (Berkeley, University of California Press,1985), p. 9. Hay traduccin castellana.

    3 Para una reconstruccin de las tcnicas de observacin utilizadas por Tocqueville, vaseGeorge Wilson Pierson, Tocqueville and Beaumont in America (Nueva York, Oxford UniversityPress, 1938). Para una revisin de las fuentes consultadas por Bellah et l., vase Robert N.Bellah y Richard Masden (comps.), Individualism and Commitment in American Life: Readingson the Themes of Habits of the Heart (Nueva York, Harpercollins, 1987).

    4 Vase Jos Nun, La rebelin del coro. Estudios sobre la racionalidad poltica y el sentido co-mn (Buenos Aires, Nueva Visin, 1989) y Variaciones sobre un tema de Hegel, en Jos E.Buruca et l., La tica del compromiso (Buenos Aires, OSDE/Altamira, 2002), pp. 131-150.

    PASIONES NACIONALES12

    * Decano del Instituto de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martn.Investigador del CONICET.

  • Ahora bien, debe comprenderse que as como las polticas dictatorialesmodularon significados y sentimientos, posteriormente esos significados ysentimientos han modulado polticas pblicas y legitimidades de esas polti-cas. Comprender las caractersticas de los sentimientos nacionales puede serrelevante para comprender las caractersticas de las polticas que afectaron yafectan, entre otras, la dimensin patrimonial. Una sociedad que no sienteciertos objetos, recursos, instituciones o empresas como propios es menosproclive a conservarlos o potenciarlos. As, observando en el largo plazo no esposible aseverar que los sentimientos sean consecuencia de las polticas ni vi-ceversa. Ms bien, es posible constatar una fuerte imbricacin entre cultura ypoltica, constatacin que torna sumamente extrao el grado extremo de so-lapamiento que la cultura tiene an en el anlisis de los procesos polticos.

    Esta investigacin busc evitar el traspi de aquellos investigadores e in-telectuales crticos del nacionalismo que consideran que todos los sentidos so-ciales de lo nacional son, en ltima instancia, reductibles al sentido que ellosmismos le adjudican: militarismo, autoritarismo, expansionismo. Ese tipo deanlisis es etnocntrico porque no logra avanzar en interrogarse acerca de losusos y significados mltiples segn los contextos, los actores y las situacioneshistricas. Ese razonamiento presupone que toda forma de particularismo esnecesariamente y en todas las circunstancias (o sea, esencialmente) riesgosapara los postulados universalistas. Postula, de maneras a veces ocultas, que ellugar de los intelectuales se opone al de los actores sociales como la claridad ala confusin, como el saber a la ignorancia, como la racionalidad a la irracio-nalidad. Nunca asume un presupuesto bsico de la investigacin social: que lasideas tico-polticas pueden ser ampliadas, revisadas y sofisticadas a partir de lacomprensin de los fenmenos socioculturales y que una dimensin bsica deesa tarea radica justamente en la comprensin de la historicidad y racionalidadde puntos de vista diferentes del que nos constitua a nosotros mismos.

    Tres perspectivas sobre la nacin1

    Esquemticamente, puede afirmarse que hay tres perspectivas tericas paraabordar la cuestin nacional. La primera, habitualmente denominada primor-dialista o esencialista, presupone la coincidencia entre nacin, cultura, iden-tidad y territorio (efectivo o reclamado), as como un Estado (existente o de-seado). Esta perspectiva considera que las naciones existen por hechosobjetivos: se tratara de una comunidad que comparte una lengua, una reli-

    ALEJANDRO GRIMSON 15

    historia nacional, desde los modos de pensar el Mercosur hasta los principiosde justicia distributiva, desde el ftbol y las telenovelas hasta la historia de lascelebraciones patrias, buscamos reconstruir concepciones del tiempo, del es-pacio, de las divisiones socioculturales, de la justicia, de las identificacionesnacionales y del lugar de la nacin en la regin y en el mundo.

    Al analizar comparativamente estas configuraciones nacionales sabemosque enfrentamos dos riesgos, que aqu intentamos evitar. Por una parte, elriesgo de miradas simplificadoras que al analizar procesos nacionales conside-ren a las naciones como homogneas, como si dentro de un pas pudiera exis-tir una forma nica de ver el mundo, un conjunto de prcticas caractersticas,una esencia, un ser nacional. Esto producira resultados distorsionados y equi-vocados que se reduciran a listar supuestas caractersticas inherentes a los bra-sileos o los argentinos. Por ejemplo, que unos son ms fros o calientes quelos otros, ms cordiales o conflictivos, ms alegres o ms tristes, muchas vecesreproduciendo en un nivel analtico las representaciones sociales instituidas.

    La pregunta es por qu, siendo conscientes de este primer riesgo, a la vezterico, analtico y poltico, decidimos emprender esta investigacin. Sucedeque un segundo riesgo, tan importante como aquel, consiste en abandonar elestudio de la relevancia efectiva de la escala nacional en la estructuracin derepresentaciones, valores y prcticas. Se trata de la equivocacin, tan habitual,de creer que porque la nacin es construida, histrica, cambiante, no es po-derosa y estructurante. Nada hay fuera de la historia: los procesos sociales yculturales cambian a travs del tiempo. A la vez, la historia produce efectos,modulaciones. Entre un cambio y otro no slo hay procesos sociales muy rea-les. Hay sedimentaciones. De hecho, los propios cambios pueden tener carac-tersticas recurrentes a travs del tiempo.

    Un ejemplo: la visin que prevalece en Brasil y en la Argentina sobre susrespectivos smbolos nacionales es completamente diferente (vase Captulo10). Mientras en Brasil hay una mayor identificacin con la bandera nacional,en la Argentina predominan los sentimientos contradictorios ya que se recuer-da ms a menudo que en Brasil el uso poltico que los militares hicieron de esossmbolos. Si deseamos comprender las razones de esa diferencia debemos co-menzar por aceptar que sta existe. No es una diferencia entre esencias nacio-nales, obedece al proceso histrico. Los modos en que se estructur la relacinEstado-sociedad civil en cada pas durante las ltimas dictaduras militares fue-ron muy distintos. Tambin lo fue la experiencia social que result de esos pro-cesos. Entre diversos aspectos, eso se expresa en los significados sociales de lossmbolos nacionales.

    PASIONES NACIONALES14

  • cin, nuestra propia investigacin y las anotaciones que realizamos a conti-nuacin.

    Las ciencias sociales siempre han trabajado con diferentes escalas de an-lisis: local, nacional, regional, mundial. Sin embargo, hasta hace pocas dca-das la produccin que analizaba la estructura social, el sistema poltico o lastendencias culturales en una escala nacional, la asuma como naturalizada, ta-ken for granted. Con las transformaciones globales esa escala dej de conside-rarse autoevidente para el anlisis y crecientemente fue problematizada.Muchas veces fue cuestionada la posibilidad de realizar estudios en esa escala,ya sea porque nada escapara a la situacionalidad del estudio de caso, ya seaporque la escala regional o global se impondra ahora como segunda natura-leza. As, en unas dos dcadas hemos pasado de un concepto generalmente na-turalizado de la nacin y de una nocin esencializada de la cultura nacional,a la idea de que las naciones prcticamente han desparecido y que las cultu-ras nacionales son meros inventos de gobiernos y Estados que crean falsasconciencias.

    Cultura y nacin

    Los debates sobre la nacin han sido prolficos y hay demasiadas revisionescomo para proponer aqu una adicional. Desde los aos treinta la antropolo-ga comenz a estudiar las naciones y, en un inicio, postul la idea de las per-sonalidades nacionales o el carcter nacional. En ese primer intento de la an-tropologa por transformar a las naciones en objetos de anlisis las fronterasentre pases fueron traducidas en trminos culturales y las fronteras culturalesdefinidas en trminos nacionales, delineando, as, los lmites de las nuevasunidades de anlisis (Goldman y Neiburg, 1998:108). En Patterns of CultureRuth Benedict sostena que cada cultura conformaba un estilo especfico,aunque estuviera formada por fragmentos de orgenes diversos. Ese estilo launificaba como totalidad sinttica y la distingua de otras unidades culturales.

    Las crticas a una conceptualizacin de ese tipo fueron inmediatas.Contra los riesgos de reificacin la nica alternativa era recuperar la perspec-tiva histrica, presente en Boas. Contra los riesgos de equiparar cultura conhomogeneidad, Bateson realiz una temprana y sofisticada intervencin. Enun artculo de 1942, en respuesta a las acusaciones de esencialismo culturalis-ta que se imputaban a estos estudios, Bateson (1976a) afirmaba que no se tratade establecer uniformidades nacionales, sino ciertas regularidades. Esas regula-

    ALEJANDRO GRIMSON 17

    gin, una forma de ser, cierto origen tnico, un sistema de gobierno o, al me-nos, algunos de estos aspectos. Ciertamente, esta perspectiva enfatiza la su-puesta homogeneidad cultural de los miembros de la nacin y, en su versinextrema, postula la existencia de una personalidad nacional, un ser nacional.

    La segunda perspectiva, constructivista, critica la idea de que las nacio-nes expresen la existencia previa de rasgos culturales objetivos y afirma que lacomunidad es bsicamente imaginada, resultado de un proceso histricocomplejo en el que intervienen diferentes actores, bsicamente el Estado. Alldonde un esencialista cree que los Estados expresan la existencia previa de na-ciones, los constructivistas muestran empricamente que las naciones fueronconstruidas por Estados a travs de diferentes dispositivos que incluyen laeducacin, los smbolos nacionales, los mapas, los censos, los mitos, los ritua-les y el establecimiento de derechos.

    Una tercera perspectiva se hizo necesaria porque, asumiendo varios pre-supuestos constructivistas, son demasiadas las preguntas que permanecen sinrespuesta y tambin las preguntas que el propio constructivismo no formula.Esta tercera perspectiva interviene en el debate acerca de si las naciones com-parten o no aspectos culturales planteando que, como consecuencia de comple-jos procesos histricos, se han edificado parmetros culturales que lejos estnde ser exclusivamente imaginados. En muchos pases (y esto es muy variableentre pases) se comparten experiencias histricas configurativas que han se-dimentado, traducindose en que la diversidad y la desigualdad se articulenen modos de imaginacin, cognicin, sentimiento y prcticas que presentanelementos comunes. En sus primeros delineamientos, esta tercera perspectiva,que podemos denominar experiencialista, coincide con los constructivistascuando afirman que una identificacin nacional es el resultado de un procesohistrico y poltico, contingente como tal. Pero se diferencia porque enfatizala sedimentacin de esos procesos en la configuracin de dispositivos cultura-les y polticos relevantes. No se trata, desde este punto de vista, de procesossimblicos resultado de fuerzas simblicas, sino de lo vivido histricamenteen el proceso social total (Williams, 1980).

    Esta tercera perspectiva, como se ver, requiere ser construida y recons-truida a partir de intervenciones tericas a veces olvidadas. Se trata de una ta-rea apremiante porque en pocos aos los anlisis se han desplazado de la natu-ralizacin de la perspectiva esencialista a la instauracin de un constructivismoextremo y superficial. Los contrastes entre esencialismo, constructivismo y ex-periencialismo pueden ser a veces demasiado esquemticos, pero sin dudaayudarn al lector a comprender mejor algunos problemas de conceptualiza-

    PASIONES NACIONALES16

  • La imaginacin de la pertenencia es constitutiva de todo proceso de iden-tificacin. Por ello, la imaginacin de la pertenencia no podra ser falsa, yaque es muy real, efectiva y poderosa. No se trata, claro est, de iniciar aqu undebate acerca de la relacin entre lo real y lo imaginario, sino de comprenderque los procesos de fabricacin de naciones fueron procesos sociales totales(Williams, 1983) en el sentido de que lo material y lo simblico se encuen-tran profundamente imbricados. Es sobre la base de la creencia en una perte-nencia que se establecen derechos y deberes muy concretos, as como es a par-tir de esa creencia que se constituyen voluntades. Las personas van a la guerray hacen revoluciones.

    El giro terico constructivista implic una transformacin radical de losmodos de comprender a la nacin y a los nacionalismos. La nacin fue des-naturalizada, abandonando las definiciones de la nacin en funcin de rasgosobjetivos. El constructivismo concentr su trabajo en los mecanismos a travsde los cuales desde las elites o desde el Estado se planific y se llev a cabo esafabricacin de la nacin. Sin embargo, no siempre prest igual atencin, co-mo s lo hace el constructivismo epistemolgico, a las condiciones sociales enlas cuales esos procesos fueron o no exitosos y en qu grado. Smbolos, ale-goras, mitos slo crean races cuando hay terreno social y cultural en el cualse alimenten. En la ausencia de esa base, la tentativa de crearlos, de manipu-larlos, de utilizarlos como elemento de legitimacin, cae en el vaco, cuandono en el ridculo (Carvalho, 1990:89).

    Acaso todos los pases tienen identificaciones nacionales extendidas enel conjunto de la poblacin, con igual intensidad, pasin o capacidad de mo-vilizacin? Desde ya que no. Hay pases con sentimientos de pertenencia ex-tendidos e intensos, mientras en otros esa pertenencia es discutida y se encuen-tra en el centro del conflicto poltico. Esas diferencias pueden adjudicarseslo o principalmente a las acciones polticas de construccin de la nacin?Desde ya que no. Ciertamente hubo proyectos estatales y nacionales muy dis-tintos, concepciones contrastantes de la membresa y la ciudadana. Pero tam-bin hay pases en los cuales slo se habla una lengua y otros en los que se ha-blan varias decenas; pases con numerosas minoras religiosas y pases sindivisiones tajantes en ese plano; hay pases que son poco ms que una ciudady pases con amplios sectores de la poblacin distantes a miles de kilmetrosde los grandes centros urbanos; as podramos continuar. Las mltiples dife-rencias de este tipo no pueden ni deben menospreciarse.

    La irreductible diversidad de procesos nacionales se encuentra lejos dehaber sido abordada a partir de los consensos tericos de la comunidad ima-

    ALEJANDRO GRIMSON 19

    ridades no refieren a patrones de conducta iguales para todos los miembros deuna sociedad, sino al carcter relacional (complementario) de las diversas con-ductas de los diferentes miembros. Adems, el hecho de que los caracteresnacionales (en plural) sean construidos no implica que no terminen marcan-do diferencias culturales.

    Goldman y Neiburg plantean las disyuntivas actuales del debate sobrela existencia del carcter nacional y sostienen que si el carcter nacional esel resultado de un proceso de produccin y objetivacin involucrando al mis-mo tiempo relaciones sociales, estrategias polticas y discursos tericos, esono significa bien por el contrario que no sea nada (dem:132). As, con-cluyen que aquellos estudios fueron un ejemplo de cmo se pueden estudiartemas centrales de nuestra sociedad en la medida en que se eviten dos equi-vocaciones: Convertirse irreflexivamente en un foco ms de produccin derepresentaciones colectivas o, bajo el pretexto de permanecer libre de todacontaminacin ideolgica, perder el contacto con las propias representacio-nes que circulan en esa sociedad (134). El riesgo de que el cientista social seconvierta en un productor de identificaciones nacionales comienza por asu-mir a la nacin como unidad natural de estudio y presuponer que las rela-ciones entre sociedades nacionales son siempre relaciones entre culturas na-cionales.

    Por esto ltimo, las conceptualizaciones de la nacin como cultura ob-jetiva y homogneamente compartida han sido ampliamente criticadas en lasciencias sociales y las humanidades. La nacin se revel, especialmente en eltrabajo de los historiadores y de los antroplogos, como artefacto, cons-truccin, muchas de cuyas tradiciones fueron inventadas o creadas como par-te de la legitimacin de la propia idea del Estado como agente de soberana.

    Dentro de ese marco constructivista, sin embargo, hay notorias diferen-cias. Mientras Gellner (1991) considera que las naciones son invenciones enel sentido de que son falsas y Hobsbawm prefiere distinguir las comunidadesreales de las comunidades imaginadas (1991:55), Anderson (1993) postu-l que todas las comunidades mayores que las aldeas primordiales de contac-to directo (y quizs incluso estas) son imaginadas y que las comunidades nodeben distinguirse por su falsedad o legitimidad, sino por el estilo con el queson imaginadas (24). Imaginacin y creacin desde este punto de vista notienen relacin alguna con la verdad o la falsedad. Ahora, la ambivalencia an-dersoniana sobre si exceptuar o no a las aldeas de contacto directo (y se po-dra agregar a otros grupos equiparables en el sentido del conocimiento mu-tuo), da cuenta de una indecisin terica.

    PASIONES NACIONALES18

  • fueran entidades puras traducibles en la celebrable participacin social ver-sus el condenable exclusivismo parroquial.

    Adems, la dimensin identitaria es slo un aspecto (por cierto crucial)de los procesos nacionales. La sedimentacin cultural y poltica de esas cons-trucciones se traduce en la estructuracin de principios sociolgicos, en lamodulacin de prcticas sociales y polticas. Puede discutirse si conviene con-ceptualizar esa sedimentacin como habitus nacional (Elas, 1997). Pero re-sulta necesario reconocer que la potencia estructuradora de lo nacional enmuchos pases constituye un espacio desde el cual significar la llamada globa-lizacin y definir modos de accin en ella, espacio cuyas fronteras no han des-parecido por la transnacionalizacin.

    Cada nacin y cada categora de identificacin es una construccin hist-rica. Pero invenciones, creaciones, construcciones hay constantemente.Pequeas o grandes ideas imperialistas, antiimperialistas, secesionistas, autono-mistas, xenfobas, tradicionalistas recorren las sociedades. Slo una pequeaporcin de todas esas ideas y proyectos consigue efectivamente realizarse, ins-tituirse como sentido comn. Adems, actualmente resulta necesario estudiarsistemticamente crisis y fisuras en esos procesos de legitimacin nacional.

    Un programa de investigacin que busque demostrar que las nacionesson construcciones sociales nace agotado desde el inicio, ya que no hay pro-cesos sociales que no sean construidos. El desafo consiste en formular otrosinterrogantes acerca de motivos del xito o del fracaso de esas construcciones,de sus consecuencias culturales, imaginarias, prcticas, de su capacidad o in-capacidad para modular la vida social y poltica.

    Si se comparan pases latinoamericanos (prcticamente ausentes en elmainstream del constructivismo histrico) puede constatarse que los procesosde ciudadanizacin, territorializacin, escolarizacin, incorporacin de la di-versidad tnica y conformacin de identificaciones nacionales extendidas hansido sumamente variables. Hay pases donde el conjunto de la poblacin seidentifica en trminos nacionales (adems de en otros trminos), hay pasesdonde la identificacin nacional es considerada por sectores relevantes una ca-tegora colonial, hay pases donde es considerada una herramienta de ciuda-dana. Adems, ha habido significativos cambios a travs del tiempo, no sloen trminos de mayor o menor expansin de la identificacin nacional, sino enlos sentidos sociopolticos que adquiri en cada contexto nacional.

    Por eso, hay un arduo trabajo de investigacin an por realizar y este li-bro pretende hacer aportes en ese camino. El punto de partida consiste enasumir que desde el acto de desnaturalizacin de las tradiciones que repone su

    ALEJANDRO GRIMSON 21

    ginada. Chiaramonte ha realizado importantes investigaciones sobreArgentina e Iberoamrica, que cuestionan afirmaciones empricas e interpre-tativas de Anderson, especialmente acerca de que en el proceso de las inde-pendencias se combinaban identificaciones americanas con otras locales, en-tre las cuales no existan identificaciones nacionales. El nacionalismo, diceChiaramonte, es fruto y no causa del proceso de Independencia (2004:164).Por su parte, Halpern Donghi sostiene que los procesos posteriores a 1810en la Amrica espaola son muy distintos a las referencias que hace Andersonsobre los mismos, e incluso plantea que la perspectiva de Anderson tiene po-co para ser aplicado productivamente al anlisis de esa regin. Sin embargo,Halpern Donghi afirma que en la historia y en otras disciplinas encontrar laspreguntas correctas no es menos importante que encontrar las respuestas co-rrectas y que Anderson ha propuesto una nueva forma de plantear las pregun-tas bsicas sobre la nacin y el nacionalismo (2003: 33).

    Por otra parte, los estudios subalternos y poscoloniales han desarrolladoun intenso dilogo crtico respecto de los planteos de Anderson, dando cuen-ta de la inestabilidad de las construcciones nacionales, de la heterogeneidad ycolocando en cuestin las implicancias del trmino imaginacin. En sus di-ferentes trabajos aparecen con potencia los anlisis acerca de las relaciones en-tre los distintos sectores sociales y los distintos nacionalismos, desde las ten-siones y articulaciones entre las polticas de las elites indias con losmovimientos campesinos, hasta los contrastes entre nacionalismos subalter-nos y nacionalismos de las elites. Chatterjee (1986 y 1993) argument que nohay un carcter modular y homogneo de los fenmenos nacionales que pue-da aplicarse a todos los pases a partir de la emergencia de los Estados nacio-nales en Europa.2 Chakrabarty mostr los lmites heursticos y polticos deuna nocin puramente mentalista de imaginacin, planteando la necesidadde enfatizar la historia de las prcticas que constituyen nociones identitarias.Chakrabarty muestra que los campesinos utilizaban expresiones sobre la na-cin india haciendo referencia a prcticas sedimentadas en el lenguaje mis-mo (2000:117).

    Estos diferentes modos de pensar y sentir la nacin entre sectores socia-les distintos es clave, ya que como identificaciones sociales las naciones soncategoras de la prctica. Por lo tanto necesitamos comprender los usos prc-ticos de la categora nacin por parte de actores sociales especficos (Brubaker,1996). Un obstculo para esa tarea es comenzar por clasificaciones definidasacerca del buen y mal nacionalismo, tal como Calhoum (1997) seala quese realiza habitualmente entre el nacionalismo cvico y el tnico, como si

    PASIONES NACIONALES20

  • Implicancias tico-polticas de las conceptualizaciones

    Ciertas vertientes del constructivismo fueron anudndose con las percepcio-nes cada vez ms homogneas del nacionalismo como algo daino, idiotizan-te, belicista, totalitario, represivo. Como seala Chatterjee, la exotizacin delnacionalismo como un fenmeno de cierto fervor anticolonial localizado enfrica o Asia, o como un fenmeno de furiosas guerras tnicas, su provincia-lizacin como historias locales desconectadas de problemas globales o los en-foques conspirativos que anulan los aspectos y movimientos de emancipacinpor el anlisis exclusivo de manipulaciones, intereses privados o acuerdos se-cretos de cpulas, han socavado aquella parte del legado del nacionalismo vin-culado a la libertad, la igualdad, la autodeterminacin. El nacionalismo es vis-to como una fuerza oscura e impredecible que amenaza la calma ordenada dela vida civilizada. Al igual que las drogas, el terrorismo y la inmigracin esuno de los productos del Tercer Mundo que disgusta a Occidente pero queste no tiene el poder suficiente para impedir (1993: 4).

    En algunos pases latinoamericanos, donde las identificaciones naciona-les han sido ampliamente utilizadas por sectores totalitarios y el nacionalismoes socialmente relacionado principalmente con homogeneizacin, autoritaris-mo y represin poltica, se desarroll una interpretacin peculiar de las ver-tientes constructivistas. Segn esta interpretacin, las identificaciones nacio-nales no tendran caracteres polismicos y contradictorios, implicando demanera intrincada ciudadana y exigencia de sumisin, a la vez habilitandodisputas por autodeterminacin y ofrendando a las elites mecanismos de clau-sura y represin material y simblica. En esa interpretacin, nacin es siem-pre potencialmente nacionalismo y nacionalismo es siempre una visin parro-quial, autoritaria e irracional del mundo.

    Cmo concebir entonces la tarea de las ciencias sociales? La ficcin queel Estado edific acerca de la comunidad nacional debe ser socavada y recons-truida para poder fundar democracias slidas, proclives a la pluralidad y la di-versidad. As, el debate terico se imbric con perspectivas tico-polticas.Como la Argentina es un caso extremo de utilizacin totalitaria de los smbo-los nacionales por parte de la dictadura militar, tambin ha sido un caso ex-tremo de la corriente que terica, emprica y polticamente se aboc a decons-truir lo nacional.

    Acaso no se trata de un objetivo prioritario revelar la contingencia de laconstruccin de lo nacional? Muchas veces sucede que esa revelacin es con-cebida como denuncia y como concientizacin, creyendo que al reponer los

    ALEJANDRO GRIMSON 23

    carcter de creacin social contingente hay un extenso recorrido hasta alcan-zar la levedad de la afirmacin de que todo es inventado (como si cada descu-brimiento del agua tibia mereciera ser celebrado). En el mundo de lo huma-no, efectivamente, todo es inventado. Cada categora e idea es una creacinhumana. Ahora, para comprender configuraciones de cultura poltica la pre-gunta es por qu algunos de esos inventos generan legitimidad poltica y mo-vilizan sentimientos de multitudes, y otros en cambio resultan socialmenteirrelevantes.

    Desde nuestra perspectiva, la alternativa terica ms slida frente al in-vencionismo ingenuo es la propuesta de Norbert Elas. Las perspectivas pos-modernas preguntan reiteradamente: acaso es esto homogneo?, acaso todoslos alemanes, argentinos o brasileos son iguales? Obviamente, conocen larespuesta, pero lo importante es jams generalizar. Elas revierte el abordaje ypostula que lo relevante es definir sociogenticamente los ncleos culturales eideolgicos de una sociedad. Ncleos histricamente determinados y deter-minantes. Los matices entre los alemanes son muy reales, pero no han sidorelevantes en relacin a la Segunda Guerra si se considera empricamente elproceso histrico. En ese sentido, podramos decir que la pregunta no debe-ra ser si todos los alemanes son iguales (ya que es evidente que no), sino silo constitutivo de un proceso histrico tal como se desarroll de manera efec-tiva fueron esas diferencias o los ncleos culturales e ideolgicos.

    El caso alemn quiz sea un caso extremo donde resulta evidente que unacultura nacional fue determinante, no en el sentido simplista de ser causa,sino en el sentido de delimitar un campo de posibilidades y ejercer presionesen una direccin. La cuestin central que Elas se propuso investigar es c-mo los destinos de una nacin a lo largo de lo los siglos devienen sedimenta-dos en el habitus de sus miembros individuales (30). Elas afirma que las ex-periencias pasadas influyen de manera decisiva en el desarrollo de una naciny muestra que las caractersticas del habitus, la idiosincracia, la personalidad,la estructura social y el comportamiento de los alemanes se combinaron paraproducir el ascenso de Hitler y el genocidio nazi. La ascensin de un movi-miento como el nacionalsocialismo no era necesaria e inevitable partiendo dela tradicin nacional alemana. Sin embargo, era ciertamente uno de los posi-bles desarrollos implcitos en esa tradicin (Elas, 1997: 294). De manera an-loga, es necesario comprender que cada uno de los ncleos que podamosencontrar actualmente en las sociedades argentinas y brasileas no fue inevi-table, pero constituye una consecuencia de una cierta historia y una cierta tra-dicin.

    PASIONES NACIONALES22

  • dilemas se complican an ms cuando asumimos que cultura e identidadson ellos mismos conceptos polmicos. Este libro expresa los resultados denuestras investigaciones sobre Brasil y Argentina y, por lo tanto, slo podre-mos aqu aclarar las maneras en que hemos concebido estos trminos, dejan-do para otra oportunidad el tratamiento de estas cuestiones en su estatutoconceptual especfico.

    Para comenzar, sealemos esquemticamente que en diferentes perspec-tivas esencialistas la nacin es cultura, en un sentido romntico, es decir, quecada pueblo y cada nacin tienen una cultura propia. En diferentes perspec-tivas constructivistas la nacin es bsicamente una identidad, en un sentido ala vez afectivo e instrumental. Es decir que cada pueblo es constituido comonacin por el Estado y, a pesar de su diversidad ms o menos reconocida se-gn las definiciones oficiales, se imagina como uno, como totalidad.

    No genera mayor debate si en una de sus dimensiones la nacin es unacategora de identificacin, como la clase, el gnero, la etnicidad.3 Ha habidos una explosin de los discursos acerca de la multiplicidad de las formas deidentificacin, de los procesos de fragmentacin y tribalizacin. Un error fre-cuente consiste en equiparar a todas las categoras de identificacin. Ante lapregunta acerca de cmo se identifica a s misma, una persona podr respon-der con el gnero, la etnicidad, la nacionalidad, la clase, el equipo de ftbol,el barrio, el tipo de msica que escucha, la generacin, la ideologa o cualquierotra categora. Esto se vincula tanto a contextos sociales especficos como a re-levancia subjetiva de cada dimensin para distintas personas. Hay slo unacuestin que no resulta equiparable y que toda persona que conozca la idea denacin la tiene muy presente. De todas las categoras mencionadas, slo la na-cin alude a un Estado existente o postulado, y por lo tanto refiere a sobera-na, institucionalidad, leyes y derechos. En la multiplicidad de identificacionesdel mundo contemporneo las equivalencias no son plenas. Algunas categor-as tienen una efectividad jurdica y poltica muy distinta de las otras. Y, por ellomismo, en ciertos contextos adquieren un alto poder de clausura semitica.

    Ahora, la idea de cultura nacional es profundamente polmica. El pro-blema terico ms relevante de esa nocin se encuentra sobre todo en el tr-mino cultura si ste es comprendido como un conjunto homogneo de per-sonas que tienen creencias y costumbres uniformes contrastantes con otrosgrupos tambin uniformes. Pero creemos que descartar la nocin de culturapor esos problemas tericos y polticos es un grave error. Lo que es necesarioes una nocin histrica, procesual, poltica, relacional, flexible de la cultura ylas culturas (Ortner, 1999 y 2005; Grimson y Semn, 2005).

    ALEJANDRO GRIMSON 25

    procesos de fabricacin pueden apuntalarse universalismos humanistas. Des-de nuestra perspectiva terica, no se trata de revelar, sino de comprender.Comprender a la vez los sentidos de la nacin para diversos sectores sociales ycomprender la sedimentacin de los procesos de construccin en el funciona-miento de configuraciones nacionales. Desde nuestra perspectiva tico-polti-ca, no se trata de socavar, sino de estudiar crticamente la ambivalencia cons-titutiva del fenmeno nacional.

    Por qu ambivalencia tico-poltica? La apelacin a la nacin ha resulta-do decisiva para la Revolucin Francesa y para el nazismo. Como ha seala-do Todorov (1991), hay un sentido interior de la nacin que la identifica conel pueblo en oposicin al Estado o al tirano. Al mismo tiempo, hay un sentidoexterior de la nacin que Todorov identifica con la vocacin imperial o colonial,es una oposicin a otra nacin o, al menos, a otro pueblo. Ciertamente, enpases del llamado Tercer Mundo existen otros sentidos exteriores de la na-cin. Uno es la oposicin y competencia con los pases vecinos que, tenga ono visos de colonialidad, tiene fuertes semejanzas con esta lgica. Otro es lademarcacin de su soberana frente a pases centrales, soberana que constitu-ye una condicin necesaria aunque en absoluto suficiente de cualquier de-mocracia efectiva. El gobierno de un pueblo o de una comunidad de ciuda-danos presupone su soberana.

    En otras palabras, reafirmamos los entrecruzamientos entre modos deconceptualizar la nacin, los programas de investigacin y las definiciones ti-co-polticas. En ese sentido, presuponer la ambivalencia tico-poltica de lanacin es justamente lo que hace indispensable la comprensin de la multi-plicidad de fenmenos. A la vez, desde nuestra perspectiva, avanzar en ese ca-mino exige pensar otros modos de conceptualizacin de los procesos naciona-les, que busquen apartarse del viejo esencialismo y que, capitalizando losaportes de los ltimos aos, escape a las trampas del constructivismo. En lafase actual de nuestras investigaciones slo estamos en condiciones de ofrecerindicaciones muy generales de nuestra perspectiva, ideas que han estado en labase de este libro y han sido reelaboradas en el desarrollo de la investigacin.

    La nacin es cultura o identidad?

    Una dimensin relevante del debate terico se refiere a la disyuntiva acerca desi la nacin es bsicamente una cultura o una identidad, en el sentido antesreferido acerca de si hay dimensiones objetivas o subjetivas de la nacin. Esos

    PASIONES NACIONALES24

  • lgicas con sus contrincantes o, incluso, que reclaman que un abismo entredos culturas polticas los separa de manera irreductible.

    Para enfatizar este sentido de marco compartido por actores enfrentadoso distintos, de articulacin compleja de espacios sociales heterogneos, utili-zaremos la nocin de configuracin de cultura poltica nacional. Si lo nacio-nal es un proceso histrico configurado a travs de procesos polticos que sonvividos de maneras diversas y desiguales por una poblacin, de ello se sigueque entre los pases hay grados de configuracin sumamente dismiles de esadimensin nacional. En pases donde, entre otras variables, el Estado o movi-mientos de alcance nacional casi no han existido podemos encontrar que laconfiguracin nacional es dbil. En otros pases, con fuertes actores polticos,puede haber habido procesos de estructuracin muy definidos de una dimen-sin nacional. Esto implica que si la nocin de configuracin nacional puedehacer algn trabajo, se trata de un trabajo desigual entre pases y entre fen-menos sociales que pueden analizarse.

    Creemos que es necesario considerar a la nacin como cultura y comoidentificacin, distinguiendo con precisin cundo se utiliza el concepto enuno u otro sentido. Por una parte, la nacin es un modo especfico de iden-tificacin, una categora como otras con la cual un colectivo de personaspuede considerarse afiliada y desarrollar diferentes sentimientos de pertenen-cia (Brubaker y Cooper, 1997). Por otra parte, la nacin es un espacio de di-logo y disputa de actores sociales (lo que Geertz llama el pas), un campo deinterlocucin, una configuracin en la cual diversos actores y elementos se ar-ticulan de manera compleja y cambiante (Segato, 1998; Grimson, 2000).

    Configuraciones nacionales

    Ambas acepciones de la nacin se distinguen claramente del Estado comoaparato institucional y, a su vez, cambian en el tiempo a travs de lgicas di-ferentes. Los Estados podrn debilitarse o fortalecerse en funcin de opcionespolticas. Concepciones y polticas desarrollistas, asistencialistas o neolibera-les tienen incidencia directa en ello. La intensidad y el sentido de las identifi-caciones nacionales pueden variar rpidamente como consecuencia de proce-sos histricos muy especficos. Una crisis econmica, una invasin, unaderrota blica, una catstrofe natural, un fracaso o un xito poltico puedentener fuerte incidencia. Un apasionado y soberbio orgullo nacional puede de-venir en una sensacin modesta y angustiante, cuando no vergonzante; un

    ALEJANDRO GRIMSON 27

    Si bien todos los miembros de un grupo social no tienen prcticas cotidia-nas idnticas, tambin es cierto que las reglas matrimoniales, los relatos mticos,los rituales alimenticios, las formas de vestimenta, las lenguas, las reglas comu-nicativas y cualquier otro elemento cultural no estn aleatoriamente distribui-dos entre los seres humanos (Brumann, 1999). Es necesaria una nocin de cul-tura que pueda problematizar aquello que antes tenda a darse por supuesto,como la homogeneidad y la territorialidad. Pero sobre todo resulta imprescin-dible reintroducir en el centro de la cuestin de la cultura la cuestin del po-der. Cuando el anlisis cultural se vincula a las dimensiones histricas y socio-polticas, es siempre un anlisis de lucha y de cambio, un anlisis en el cual losagentes se sitan de maneras diferentes respecto al poder y tienen intencionesdistintas (Ortner, 1999). Al introducir el poder, la historicidad y los agencia-mientos, se reducen notablemente los riesgos de reificacin y sustancializacin.

    Desde esa perspectiva, como seala Ortner (1999), cultura significa lacomprensin del mundo imaginativo dentro del cual los actores operan, lasformas de poder y agencia que son capaces de construir, los tipos de deseosque son capaces de crear. Cultura, dice Ortner, es tanto la base de la accincomo aquello que la accin arriesga. La gente siempre busca hacer sentido desus vidas, siempre fabrica tramas de significados y lo hace de maneras diver-sas. La cuestin de la fabricacin de significados es central para el anlisis delpoder y sus efectos, justamente porque la identidad integra all donde la cul-tura, ms que un sistema integrado, es una combinacin peculiar.

    Las relaciones entre cultura y poltica fueron pensadas de modos diver-sos. Por ejemplo, hay una idea dimensional acerca de luchas econmicas,polticas, ideolgicas, a la cual se agregan las culturales. As, tambin seconsidera que hay distintos tipos de polticas pblicas, entre las cuales se en-cuentran las muchas veces olvidadas polticas culturales. La manera en queutilizamos aqu la relacin entre cultura y poltica es bastante especfica. Elenfrentamiento, abierto o sutil, no es necesariamente entre una cultura oficialy la cultura asistemtica de los grupos subalternos. Entendemos que la cultu-ra se encuentra en la base del conflicto poltico en el sentido de que se refie-re a los modos peculiares, contingentes, histricos, en que los actores se en-frentan, se alan o negocian. Por lo tanto, diferentes actores que participan deuna disputa pueden insertar sus acciones en una lgica de la interaccin y laconfrontacin compartida. De este modo, pueden pertenecer al menos par-cialmente a mundos imaginativos similares. En este sentido, cultura no slosirve para contrastar, sino tambin para intentar vislumbrar si hay algo com-partido entre actores aparentemente dismiles, que afirman diferencias ideo-

    PASIONES NACIONALES26

  • que un grupo le adjudica a un evento, a un personaje, a un territorio tiene sig-nificacin clara e inmediata para sus adversarios. Las significaciones podrnser opuestas, divergentes o consensuales. Pero son mutuamente inteligibles o,al menos, tienen significados opuestos, complementarios. Significados que,desde el punto de vista de cada uno, tienen sentido, pueden ser inscriptosen una lgica, una forma, adjudicados a una identidad.

    Postular que hay configuraciones nacionales sedimentadas histricamen-te implica concebir intersecciones entre representaciones y prcticas en esca-las micro y macro, en la vida cotidiana y en funcionamientos institucionales.Justamente, el desafo consiste en constatar si los hbitos del corazn (de losque hablaba Tocqueville) que pueden hacerse presentes en relaciones cotidia-nas tienen o no vnculo con procesos institucionales y macropolticos. Es de-cir, si hay una imbricacin entre esos hbitos del corazn, la configuracinde culturas polticas especficas y los estilos nacionales de hacer poltica (va-se Captulo 1).

    Hay cuatro elementos constitutivos de una configuracin nacional quees necesario distinguir. En primer lugar, las configuraciones nacionales soncampos de posibilidad. Es decir, aunque cierto tipo de imaginarios, represen-taciones o prcticas no sean compartidos, encontraremos ciertas ideas, ins-tituciones y prcticas posibles en un pas e imposibles en el otro, incluso si alldonde son posibles no son compartidas. En un espacio nacional, como encualquier espacio social hay representaciones, prcticas e instituciones que sonposibles (aunque no sean mayoritarias); hay representaciones, prcticas e ins-tituciones que son imposibles; hay representaciones, prcticas e institucionesque se convirtieron en hegemnicas.

    Pases en los cuales un genocidio fue posible y que un mnimo de castigose estableci como horizonte social, como horizonte que al menos genera mo-vilizaciones sociales en contextos dismiles, son distintos de pases donde en ple-no rgimen constitucional una masacre policial o del narcotrfico de decenas depersonas es factible y puede no generar consecuencias jurdicas ni movilizacincvica significativa. Pases en los cuales los grandes cambios ideolgicos y deorientacin de las polticas pblicas tienden a ser cambios al interior de un granpartido poltico que gobierna en contextos contrastantes, son distintos de pa-ses donde los actores tradicionales son ms dbiles y nuevos protagonistas pol-ticos han emergido en las ltimas dcadas. Y as, sucesivamente, resultara necionegar que hay pases con grandes tradiciones de movilizacin y organizacin c-vica frente a otros con una historia ms dbil en ese sentido; pases con distin-to tipo de instituciones y de continuidad institucional, etctera.

    ALEJANDRO GRIMSON 29

    sentimiento de pertenencia a una comunidad puede convertirse en moviliza-cin nacionalista, en furia, indignacin o xenofobia.

    Si bien esos cambios pueden ser lentos o veloces, articulados o disrupti-vos, generalmente su lgica se inscribe en procesos histricos de ms largo pla-zo. Cuando se comparan Brasil y la Argentina en la larga duracin llama laatencin la persistencia del predominio de una lgica de la continuidad enBrasil y de la discontinuidad en la Argentina (vanse Captulo 1 y Captulo10). De manera anloga, no se trata de que no haya divisiones y conflictos enlos pases, sino de que esas divisiones y conflictos tambin tienen lgicas es-pecficas (vase Captulos 2 y 3).

    Las configuraciones nacionales han sedimentado a travs de experienciashistricas y estn sujetas a cambios ms lentos que los Estados y los sentimien-tos de pertenencia. La sedimentacin de los procesos histricos no conformaun nico carcter nacional (como se crea en los aos treinta y cuarenta),pero en muchos pases ha generado un espacio social donde efectivamenteuna sociedad comparte concepciones del tiempo, el espacio, la persona, lasinstituciones, formas de relacionarse, de desarrollar y dirimir conflictos, entremuchos otros aspectos.

    Pensar en configuraciones nacionales permite considerar los efectos deunificacin de horizontes y tramas de accin social que han impuesto losEstados, los movimientos nacionales, las oposiciones internacionales y las com-petencias entre Estados nacionales. Esos horizontes nacionales son un plano deinscripcin de las divisiones sociales, culturales o polticas. Por eso, una confi-guracin nacional no slo habla de cmo se unifica una nacin sino tambinde su peculiar forma de dividirse, singularidad que slo es posible reconocercuando esos procesos nacionales se examinan comparativamente.

    Podemos presuponer siempre que un colectivo de personas que naci enel mismo pas pertenece a una misma cultura poltica? Desde ya que no. Slopertenecen a una misma cultura poltica personas que, habiendo estado atra-vesadas por procesos sociales similares (por ejemplo dictaduras, hiperinflacio-nes, polticas neoliberales, guerras u otros fenmenos), construyeron catego-ras sociales a travs del tiempo que les permitieron percibir, clasificar ysignificar esos procesos. Quienes pertenecer a la misma cultura poltica no ne-cesariamente comparten los sentidos que le adjudican a cada una de esas si-tuaciones. Pero necesariamente comprenden los sentidos que cada sector leadjudica a cada evento (un golpe de Estado, un paquete de medidas econ-micas, una declaracin de guerra) y dividen el campo de los sentidos posiblesen trminos polticos. As, en una cultura poltica determinada los sentidos

    PASIONES NACIONALES28

  • divisiones y cierto constructivismo que desliza que la nacin es una ficcinque intenta, como toda falsa conciencia, ocultar los conflictos.

    Lgicas de la heterogeneidad

    En una configuracin nacional se despliegan conflictos en una lengua quepuede ser reconocida por los diferentes actores. Entrecomillamos lenguaporque somos conscientes del peso de la metfora y no pretendemos utilizar-la en un sentido estricto. El castellano que se habla en la Argentina y el por-tugus que se habla en Brasil estn repletos de matices regionales, de acentosdistintos entre sectores sociales. Obviamente los hablantes utilizan esas len-guas para expresar sentidos mltiples, contradictorios y opuestos entre s. Sinembargo, los diferentes hablantes de esa misma lengua, inscriptos en esa di-versidad, se comprenden entre s. Al menos, se comprenden en un nivel cua-litativamente superior al que enfrentan cuando tienen frente a s al hablantede una lengua desconocida. Y, adems, construyen jerarquas, distinciones yestigmas sociales asociados a cada uno de los matices de una lengua. Las re-glas de significacin de todos los matices y las disputas de significacin exis-tentes configuran una metalengua, una configuracin nacional.

    La lengua, sabemos, se encuentra atravesada por el poder. Recordemos elpeso del modo porteo de hablar en los medios de comunicacin argenti-nos, la discriminacin por no pronunciar las s finales, el estigma contra elsotaque nordestito en Brasil o la falta de reconocimiento de lenguas indge-nas en ambos pases durante tanto tiempo. En este sentido, la lengua es un es-cenario donde se expresan diferencias y desigualdades constitutivas de las re-laciones sociales.4

    Esas y otras dimensiones son comparables a la dinmica propia de las con-figuraciones nacionales. Nuestras hiptesis de investigacin apuntaron a quehay ciertas concepciones del tiempo, del espacio, de la jerarqua, del igualitaris-mo que son transversales a diferentes clases o sectores o grupos ideolgicos enBrasil y en la Argentina. Y que pueden ser comprendidas comparativamente.

    Si un espacio nacional se ha estructurado, tambin hay lenguajes polti-cos especficos. En cada pas encontramos nociones contrastantes acerca de laciudadana, de la representacin, de los partidos polticos, del Estado y de lanacin. El propio trmino nacin existe en portugus y castellano. Sin em-bargo, el sentido acerca de lo nacional es muy diferente en cada pas, ya queese sentido expresa aspectos claves de la relacin entre el Estado y la sociedad,

    ALEJANDRO GRIMSON 31

    Ahora, la idea de que hay una cultura poltica sin que exista homogenei-dad implica necesariamente que hay una totalidad conformada por partes di-ferentes que tienen no slo relacin entre s, sino una lgica de la interrelacin.Esa lgica de la interrelacin entre las partes es el segundo elemento constitu-tivo de una configuracin nacional. Una lgica que puede ser, por ejemplo, deescisiones dicotmicas en las identificaciones polticas o en las divisiones espa-ciales, articulaciones u oposiciones que aparecen con diferentes intensidades ensus instituciones, en su cotidianidad, en las grandes crisis o conflictos.

    En tercer lugar, una configuracin nacional implica un lenguaje socialcomn, un lenguaje en el cual quienes disputan pueden entenderse y enfren-tarse. Hay categoras de identificacin que se oponen, pero que forman partede la misma lengua. Si no hay un mnimo de comprensin, no hay una con-figuracin nacional. Evidentemente, cada grupo y actor dice cosas muy dife-rentes, pero aquello que enuncia es inteligible para los otros actores.

    En cuarto lugar, suele decirse que la cultura es aquello socialmente com-partido por un grupo. El problema terico y metodolgico principal puederesumirse en el trmino compartir o comn. Cmo podemos afirmar al-gn aspecto compartido de la cultura argentina? En realidad, quizs la mejorsolucin para considerar un elemento como presente en la configuracin ar-gentina en comparacin con Brasil o viceversa, sea desagregar el concepto delo compartido especificando en cada caso si se trata:

    - de un aspecto mayoritario de la poblacin del pas, aunque no sea homo-gneo.

    - de creencias o prcticas relevantes en los sectores populares.- de una postulacin de la elite de su cultura como cultura nacional, con

    mayor o menor pregnancia.- de un elemento presente en diversos escenarios brasileos o argentinos,

    sea o no predominante en trminos cuantitativos o cualitativos.

    Si no hubiera nada compartido en ninguna de estas u otras acepciones no esta-ramos autorizados a hablar de configuracin de una cultura poltica nacional.Desde nuestra perspectiva, una nacin difcilmente tenga unidad ideolgica opoltica, pero desarrolla fronteras de lo posible, una lgica de la interrelacin,un lenguaje en comn y otros aspectos culturales compartidos. Todos estoselementos son histricos porque en cada momento slo son la sedimentacindel transcurrir de procesos sociales. Por ello, esta conceptualizacin contrastacon la concepcin esencialista que cree que la nacin se impone por sobre las

    PASIONES NACIONALES30

  • No slo un xito, tambin mltiples fracasos cuando los sectores subal-ternos rechazan la interpelacin, postulan otras identificaciones y las imponenen el escenario poltico. En Bolivia, despus de la Revolucin de 1952, el go-bierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario interpel a las poblacio-nes rurales como campesinos (no ya como indgenas), en una peculiar con-ceptualizacin de la modernizacin de las identidades sociales. Una expresindel fracaso del Estado boliviano se manifest en la incapacidad por modularesas categoras de identificacin, incapacidad que se manifest desde la emer-gencia pocos aos despus del movimiento katarista hasta la relevancia con-tempornea de las identidades indgenas (Alb, 1993). El xito del Estado ar-gentino en ese campo se manifest, por el contrario, en la institucin de unimaginario de un pas sin indios justamente en un territorio que tiene pro-porcionalmente ms poblacin que se considera indgena que en Brasil(Ramos, 1998).

    La configuracin de una cultura poltica en un espacio nacional determi-nado no es, en absoluto, slo la consecuencia de los xitos de un Estado na-cional. Por una parte, los fracasos de los Estados tienen tambin una capaci-dad estructuradora difcil de exagerar. Situaciones de extrema inestabilidadpoltica, ausencias sistemticas del Estado en territorios o conjuntos poblacio-nes, contextos hiperinflacionarios, derrotas blicas y otros fracasos son tan re-levantes potencialmente como los xitos. Cada experiencia nacional combinade modo peculiar relaciones complejas entre unos y otros.

    Por otra parte, hay diversos actores que pueden tener, fuera del Estado,un peso decisivo en estos procesos. Segn los pases, pueden constituir facto-res decisivos los modos de organizacin y accin de los trabajadores, de loscampesinos, los indgenas, las mujeres, los afro-descendientes, los desocupa-dos, u otros sujetos y categoras identitarias. Las caractersticas de las elites po-lticas, econmicas, intelectuales tambin resultan claves. Los movimientosculturales tambin pueden resultar centrales en los modos de elaboracin delos significados de la experiencia social.

    Ahora, all donde el Estado tuvo algn peso, positivo o negativo, amplioo restringido, all donde hay un gentilicio, all donde hay una jurisdiccin, hayuna experiencia social compartida. Una experiencia social significada de mane-ras diversas por distintos actores, pero de maneras significativas (y por eso de-batibles, criticables o aborrecibles) incluso por aquellos que disienten o preten-den imponer interpretaciones opuestas o alternativas de esa experiencia.

    ALEJANDRO GRIMSON 33

    entre diferentes sectores sociales y polticos, entre los modos de imaginar elpresente y el futuro. No se trata, lo hemos dicho, de buscar homogeneidad.Partimos, como seala Chakrabarty (2000), de la heterogeneidad constituti-va de lo poltico que expresa pluralidades irreductibles. A la vez, se trata deaceptar el desafo de preguntarse si en una sociedad hay una lgica de la he-terogeneidad, un dispositivo que otorga sentidos determinados a las partes.Sentidos que, inestables, son disputados justamente porque son relevantes yestructuran la vida social en mltiples aspectos.

    Cada Estado nacional ha tenido estrategias de unificacin y los diversossectores sociales respondieron de diferentes formas a estas polticas. De esastensiones sociales surgieron formaciones nacionales de diversidad que estable-cieron clivajes peculiares, culturas distintivas, tradiciones reconocibles eidentidades relevantes en el juego de intereses polticos (Segato, 1998:171).De ese modo, se forj un estilo especfico de interrelacin entre las partes deun pas.5

    En la medida en que hay una lgica de la heterogeneidad, las configura-ciones nacionales son campos de interlocucin. Cualquier grupo humano ycualquier persona se encuentran, en un contexto espacio-temporal determina-do, dentro de un campo de interlocucin especfico. Un campo de interlocu-cin es un marco dentro del cual ciertos modos de identificacin son posiblesmientras otros quedan excluidos. Entre los modos posibles de identificacin,existe una distribucin desigual del poder. Cada Estado nacional constituyeun campo de interlocucin en el cual los actores y grupos se posicionan co-mo parte del dilogo y el conflicto con otros actores y grupos. Es decir, uncampo de interlocucin implica una economa poltica de produccin deidentificaciones (vase Briones, 2005:18).

    El Estado-nacin es uno entre muchos otros campos de interlocucin,pero ha tenido en los ltimos siglos una particular relevancia poltica, cultu-ral, cognitiva y afectiva. En un Estado-nacin ciertas modalidades de identi-ficacin cobraron especial relevancia mientras otras pasaron a un segundoplano. En trminos de configuracin de culturas polticas, es posible consi-derar que un proyecto estatal fue exitoso no porque anulase la oposicin, si-no en la medida en que la resistencia a los sectores dominantes se haya rea-lizado en los trminos en que los actores fueron interpelados: como obreros,como negros, como indgenas, como campesinos, como varones, como sol-dados. Un xito especfico del Estado consiste en su capacidad para imponerlas clasificaciones sociales y la lgica en la que se desarrolla el conflicto socio-poltico.

    PASIONES NACIONALES32

  • reconstruidos y analizados. Procesos que de maneras diversas atravesaron alconjunto del cuerpo y tejido social.

    Esa experiencia histrica nacional es configurativa de modos de percibir,significar, sentir y actuar. Entre muchos otros elementos, esa experiencia na-cional configura modos de significar las propias referencias nacionales. Porello, en cada espacio nacional y en cada momento histrico son diferentes lossentidos sociales de lo nacional.

    Una de las preocupaciones de Elas consista en establecer relaciones en-tre procesos microsociolgicos, como puede ser la forma de saludo, el tuteo oel grado de formalidad o informalidad de las relaciones, y los procesos hist-ricos de configuracin de las naciones. No hemos podido llegar tan lejos enesta fase de nuestra propia investigacin. Sin embargo, podremos mostrar porejemplo que los sentimientos de los argentinos hacia la Argentina son ambi-valentes y contradictorios, mientras que en el caso de los brasileos predomi-nan diferentes formas de orgullo y pasin. A la vez, mientras los brasileos parahablar de lo que sienten de su pas se refieren a la poblacin y a la naturaleza,los argentinos lo hacen a la historia y, narrativizando sus propios sentimien-tos, dan cuenta de la intensidad y rapidez con la que stos cambiaron. Tantolos sentimientos contradictorios como esta narrativizacin de los afectos son,a nuestro entender, una forma especfica en que sedimenta la discontinuidadcclica que caracteriz al proceso poltico y social argentino.

    Estudios comparados

    Las comparaciones entre la Argentina y Brasil han sido relativamente escasas.En un reciente ensayo de historia comparada entre Brasil y Argentina, Faustoy Devoto, conscientes de los riesgos y problemas, eligen la dimensin nacio-nal de anlisis, ya que sta permite iluminar algunos problemas centrales deanlisis del pasado (2004:21) y esto contribuye a repensar la historia de cadapas, con nuevas preguntas e hiptesis (25). A lo largo del libro, hay distintasreferencias a este volumen comparativo. Aqu nos interesa subrayar dos cues-tiones especialmente presentes en nuestra investigacin.

    Este libro muestra que las representaciones, los valores y las instituciona-lizaciones del orden, la continuidad y la jerarqua en Brasil en contraste conla comparativa inestabilidad, la discontinuidad y un horizonte ms igualita-rista no son nuevos. Estuvieron presentes en el siglo XIX, a partir de la formaen que se desarrollan las independencias y las dcadas posteriores. Resulta lla-

    ALEJANDRO GRIMSON 35

    Las experiencias nacionales

    Los lmites de los enfoques constructivistas sobre las naciones no pueden re-solverse desde el viejo esencialismo. Como dijimos, es necesario, en cambio,enfatizar la dimensin conceptual (descuidada) de la experiencia compartida.El conjunto de personas socialmente desiguales y culturalmente diferentesque se consideran miembros de una nacin comparten experiencias histricasmarcantes que son constitutivas de modos de imaginacin, de sentimiento, decognicin y accin. Como se ha sealado, en funcin de la presencia estatal yde otros actores polticos, diversos pases viven la experiencia nacional en gra-dos diversos.

    Las versiones esencialistas de la Argentina han definido que los argenti-nos comparten el tango, el asado, el espaol y un pasado de hroes, entre otrascosas. Se trata de un pasado seleccionado que pretende servir al funciona-miento de una hegemona. La investigacin histrica ha mostrado que en1810 no haba sentimientos nacionales (Chiaramonte, 1997) y que la nacinfue un proyecto construido por el Estado moderno (Halpern Donghi, 1987;Romero, 1973; Rouqui, 1981). El Estado y otros agentes sociales construye-ron lo nacional a travs de la escuela pblica y obligatoria, el servicio militarobligatorio, los medios de comunicacin, los impuestos, las leyes migratoriasy otros dispositivos. El arduo trabajo historiogrfico que analiz este procesode construccin social revel los mecanismos a travs de los cuales se institu-y lo nacional.

    Un enfoque experiencialista coincidira con el constructivismo en quelos argentinos o los brasileos son resultados del proceso histrico, con-tingente. Pero al enfatizar la sedimentacin y lo vivido histricamente en elproceso social total, la Argentina o Brasil no slo implican la construccin desentimientos y modos de imaginacin comunitaria, sino que lo nacional seinstituye tambin como un campo de interlocucin, un espacio poltico espe-cfico.

    En ese sentido, una conceptualizacin experiencialista de la nacin asu-me que efectivamente los argentinos o los brasileos comparten algo. Pero sediferencia del esencialismo al considerar que aquello que los brasileos o losargentinos comparten no es justamente lo que ellos o su Estado dicen com-partir: no comparten una msica (dentro de cada pas hay una diversidad demsicas), ni una lengua primera (hay diferentes variedades del espaol o por-tugus y hay otras lenguas) y menos an una religin. Comparten una expe-riencia histrica, algunos de cuyos principales hitos y momentos pueden ser

    PASIONES NACIONALES34

  • mente y, en un sentido relativo, declin. Si bien las explicaciones difieren, hayacuerdo en que la coherencia y continuidad de la poltica econmica desarro-llada en Brasil durante los ltimos 50 aos contribuy a su sorprendente pa-trn de crecimiento, mientras la discontinuidad de la poltica de la Argentinamin los esfuerzos desarrollistas. La continuidad fue posible en Brasil porquelas elites estuvieron unidas alrededor de los elementos bsicos de un nicomodelo de crecimiento: el desarrollismo. En la Argentina, profundas divisio-nes polticas de las elites imposibilitaron el consenso sobre un modelo de cre-cimiento deseable.

    As, la diferencia crucial entre los industriales de la Argentina y Brasil du-rante este perodo fue que en Brasil los industriales se concibieron a s mis-mos y actuaron como lderes del programa de desarrollo, mientras que en laArgentina aprovecharon las ventajas de los incentivos ofrecidos por el progra-ma pero nunca tomaron una posicin de liderazgo. Mientras en Brasil defen-dieron polticamente al gobierno, en la Argentina los industriales fueron in-diferentes y ocasionalmente se involucraron en acciones para minar algobierno. Estas diferencias son menos resultado de la composicin de las bur-guesas nacionales de ambos pases que de sus ideologas polticas y econmi-cas. Los industriales brasileos eran ms desarrollistas que sus contrapartes dela Argentina, quienes continuaban cercanos a ideas econmicas ms liberales.

    Programas similares tuvieron no slo resultados diferenciales sino tam-bin diferentes significados (claves para explicar su xito). Estos significadosde las nuevas ideas no derivaban nicamente de su contenido sino tambin dela naturaleza del contexto poltico e ideolgico en el cual eran introducidas.As, mientras Frondizi interpretaba al desarrollismo como nacionalista, el pe-ronismo lo vea como entreguista. Algunas interpretaciones fueron ms do-minantes que otras. Frondizi perdi la batalla interpretativa y en la Argentinael desarrollismo fue asociado al antinacionalismo. En cambio en Brasil man-tuvo su asociacin con el nacionalismo, lo que contribuy a la consolidacindel modelo. La continuidad caracterstica de Brasil se plasm en los nuevoscuadros tcnicos del Estado y en diversas instituciones, ambos factores ausen-tes en la Argentina, que contribuyeron a la falta de desarrollo y de manteni-miento de experticia econmica en el Estado (Sikkink, 1991).

    En relacin a los procesos socioculturales, los antroplogos han realizadoalgunas comparaciones entre ambos pases. Segato compar en un ensayo lasformaciones de diversidad en Estados Unidos, Brasil y la Argentina. Los trespases usan el mismo trmino para referir a su constitucin como nacin: mel-ting pot en Estados Unidos, crisol de razas en la Argentina, cadinho de ra-

    ALEJANDRO GRIMSON 37

    mativo verificar que algunos de esos elementos estuvieron presentes en la his-toria reciente, por ejemplo en las caractersticas de ambas dictaduras militaresy sus transiciones a la democracia. Mientras el rgimen militar brasileo fuems homogneo (tuvo una secuencia ininterrumpida de 20 aos desde abrilde 1964 hasta enero de 1985 con la victoria de Tancredo Neves), atraves cri-sis menos agudas y la transicin a la democracia fue lenta, gradual y segura(en palabras del general Geisel, citado en 2004:366), en la Argentina no slolos gobiernos militares no tuvieron continuidad, sino que su fin fue abrupto,precipitando la derrota en la Guerra de Malvinas (dem:396 y 397).

    La constatacin de la persistencia de elementos en la larga duracin noimplica imaginar supuestas esencias. Sin embargo, el espanto que provoca quela persistencia sea confundida con esencias no debe evitar esas constataciones.Por otra parte, como suele suceder, sera equivocado interpretar que un con-junto de elementos es siempre preferible a otro. En este caso, podra suponer-se que la continuidad y el orden convienen ante la inestabilidad y el conflic-to. En relacin con el desarrollo econmico y la consolidacin institucionalesto es muy cierto, mientras que es muy diferente si por ejemplo se analiza,en Brasil, la continuidad manifestada en la persistencia de esclavitud y, en laArgentina, la ruptura que se expresa con los juicios a las juntas militares.

    Un ejemplo elocuente de este contraste es la historia del desarrollismoen ambos pases. Los gobiernos de Juscelino Kubitschek (1956-1961) yArturo Frondizi (1958-1962) representan los ejemplos puros de la ideologadesarrollista en Amrica Latina. Sin embargo, aunque similares en sus ideas,los resultados fueron muy diferentes. Mientras Kubitschek pudo implemen-tar la mayor parte de su programa, Frondizi fue derrocado por un golpe mi-litar y su programa de desarrollo qued trunco. En la Argentina se trat deun perodo de divergencia, donde incluso ciertos grupos que compartan cre-encias bsicas acerca del rumbo que la economa deba tomar, estaban divi-didos polticamente. Por el contrario, en Brasil se trat de un perodo deconvergencia, donde varios grupos, teniendo como meta comn una rpidaindustrializacin patrocinada por el Estado, temporalmente pasaron por al-to sus diferencias con vistas a cooperar y sostener el programa de desarrollo(Sikkink, 1991).

    Sikkink afirma que si se pretende comprender por qu polticas similarestuvieron resultados diferentes en los dos pases es necesario entender el impac-to de las ideas y el modo en el que las ideas se tradujeron en instituciones.Durante el perodo de posguerra, Brasil se movi rpidamente desde la peri-feria a la cima de la semiperiferia, mientras la Argentina se movi ms lenta-

    PASIONES NACIONALES36

  • tituye una clave de todo el lenguaje poltico, Brasil construy su imagen de na-cin procurando incorporar elementos clave de la cultura afro-brasilea (des-de sus cultos a los que asiste poblacin de cualquier marcacin tnica, hasta elcarnaval) e idealizando al indgena como ancestral mtico-ednico comn a lanacin en su totalidad (vase Ramos, 1998). De ese modo, el clivaje princi-pal no es tnico, sino social: la cuestin social, con grados de exclusin y po-breza altsimos, no coincide siempre con la lnea racial. El Movimiento SinTierra no habla un idioma tnico o racial, sino fuertemente social.

    La formacin argentina es muy diferente. La presin del Estado nacionalpara que la nacin se comporte como una unidad tnica result en que todadiferenciacin o particularidad fuera percibida como negativa o, directamen-te, resulte invisibilizada. En la medida en que ese proyecto era exitoso, la et-nicidad era un idioma poltico prohibido o, al menos, institucionalmente des-alentado. El conflicto social, estructurado sobre la fractura persistentecapital/interior, adquiri un lenguaje directamente poltico.

    El caso argentino constituye una configuracin en la cual las luchas so-ciales se desplegaron en un lenguaje fundamentalmente poltico. En trminosgenerales, la cuestin tnica nunca ha tenido un peso hegemnico ni en laspolticas de Estado ni en las afiliaciones de los principales movimientos socia-les. Durante el siglo XX no ha habido planteos secesionistas ni agrupamien-tos partidarios (al estilo del katarismo boliviano) sustentados en un origencultural comn. La cultura de la disputa social ha utilizado un cdigo pol-tico. Incluso, los usos de frmulas racializadoras como cabecita negra hantenido una funcin eminentemente poltica.

    Las condiciones sociales que forjaron esta modalidad especfica en que seformularon las luchas de poder se vinculan a las caractersticas de la Organi-zacin Nacional iniciada de 1880. A travs de la llamada Conquista del De-sierto, los aborgenes fueron aniquilados o dispersados en la periferia y a tra-vs del servicio militar obligatorio y de la escuela pblica se instrument unapoltica de argentinizacin del enorme contingente migratorio. Esa compul-sin asimilacionista o poltica de desetnizacin (Segato, 1997) fue amplia-mente exitosa. No porque no se hayan planteado reacciones xenfobas hacialos mismos inmigrantes europeos, sino porque la poltica de Estado implicotorgarles mayores beneficios que a los nativos (Halpern Donghi, 1987) ycombatirlos en ciertas coyunturas no por su origen migratorio, sino en tantosocialistas y anarquistas que promovan la organizacin obrera.

    En la medida en que el dispositivo de produccin de identidad del pro-pio Estado articulaba su doctrina con la nacin, uno de sus xitos consisti

    ALEJANDRO GRIMSON 39

    as o fbula de las tres razas (o de las tres etnias) en Brasil. Esa misma ex-presin refiere a imgenes completamente diferentes. En Estados Unidos, don-de tempranamente se desarrollaron crticas a la fusin, la formacin de diver-sidad refiere a un mosaico tnico, un conjunto de unidades segmentadas,segregadas y enfrentadas de acuerdo con una estructura polar de blancos y ne-gros. Esto ha sido sintetizado por DaMatta en la frase iguales pero separadoscomo caracterizacin de Estados Unidos. En Brasil, en cambio la norma seradiferentes pero juntos, una fuerte interpenetracin de los grupos (a veces lla-mada sincretismo) normatizada por la jerarqua. El relato nacional brasileohabla de la fusin de blancos, negros e indios. Para DaMatta en Brasil no esnecesario segregar al mestizo o al indio o al negro porque las jerarquas asegu-ran la superioridad del blanco como grupo dominante (1997:75).

    A diferencia de la imagen del mosaico americano y de la fusin de las tresrazas brasilea, el crisol refiere en la Argentina a la mezcla de razas europe-as. No hay lugar para los indgenas ni para los afrodescendientes en el relatooficial de la nacin. Mientras en Estados Unidos las seales diacrticas de la afi-liacin tnica se exacerbaron y, actualmente, el acceso a los derechos se da engran medida a travs de la pertenencia a una minora (afro-americano, hispa-no, etctera), en la Argentina hubo un proceso de desetnizacin por el cual lanacin se construy instituyndose como la gran antagonista de las minoras(Segato, 1998:183). El papel del Estado argentino fue el de una verdaderamquina de aplanar las diferencias: las personas tnicamente marcadas fue-ron convocadas o presionadas para desplazarse de sus categoras de origen pa-ra, solamente entonces, poder ejercer confortablemente la ciudadana plena(dem). La formacin argentina se asentara en el pnico a la diversidad y enuna vigilancia cultural a travs de mecanismos oficiales y oficiosos: desde eluniforme blanco en el colegio, la prohibicin de lenguas indgenas hasta laburla del acento que aterroriz a migrantes europeos, internos y limtrofes. Losmecanismos capilares de homogeneizacin implicaron que el judo se burldel tano, el tano del gallego, el gallego del judo, y todos ellos del cabecita ne-gra o mestizo del indio, bajo un imperativo de apagar las huellas de origen(dem: 176). Incluso en la actualidad, toda persona que no hable con acentoporteo (sea tonada cordobesa o correntina, la r de zonas del noroeste o lafalta de s) puede ser objeto de ridiculizacin. No es casual que argentinos desectores medios se sorprendan frente a las vestimentas poco convencionales (se-gn sus parmetros) que puedan usar brasileos o americanos.

    El lugar de las minoras y el clivaje poltico son muy diferentes en lostres pases. Mientras en Estados Unidos prim el mosaico y la etnicidad cons-

    PASIONES NACIONALES38

  • del Cono Sur (1984: 27). As, un pas menos jerrquico como la Argentinatermin siendo un pas ms represivo y autoritario.

    Por ltimo, Ribeiro (1999) analiz los modos en que Brasil y la Argentinase representan a s mismos explorando los contrastes entre tropicalismo y euro-pesmo. Ribeiro afirma que se trata de dos naciones fuertemente contrastantesy explica las diferencias en relacin a los modos de insercin en el sistema capi-talista mundial. La formacin de la poblacin y la forma de ocupacin del te-rritorio tuvieron efectos duraderos. Esos efectos se expresan tanto en la forma-cin de la segmentacin tnica y en la dinmica de las fronteras en expansin.As, contrasta la democracia racial con la relativa uniformidad que supone elimaginario del crisol del razas. De la misma manera, la relevancia del pasado enla visin argentina y del futuro en la brasilea expresan procesos y tendenciashistrico-sociales. As, la serie de oposiciones estereotipadas que vincula a losbrasileos con el hedonismo, la sensualidad y la alegra, y a los argentinos conla arrogancia, la nostalgia y la agresividad encontraran sus ncleos fundantes enestas auto-imgenes simplificadoras del tropicalismo y el europesmo.

    Como se ver, esta investigacin muestra transformaciones en los imagi-narios sociales y en las categoras de identidad e interpelacin. El papel de ladiversidad, el peso de las clasificaciones polticas, la relacin entre jerarqua,desigualdad e igualitarismo, entre otros aspectos centrales del debate de los l-timos aos, estn presentes a partir de datos empricos en la pginas subsi-guientes. Datos e interpretaciones que nos permiten volver ms complejos y re-visar algunos supuestos que, al inicio de este estudio, dbamos como vlidos.

    A lo largo de este libro creemos haber establecido que hay elementos con-trastantes que se hacen presentes en los entrevistados y en las polticas pbli-cas, en los grupos realizados y en las telenovelas, en los rituales y las narracio-nes mediticas y masivas sobre la nacin. Esto permite postular que la nocinde configuracin de culturas polticas nacionales tiene algn trabajo interpre-tativo para realizar con estos datos y, seguramente, tambin con otros. Esosnudos culturales contrastantes no son esencias, pero muy lejos estn de no serrelevantes. Quizs, de hecho, las esencias, en tanto naturales y ajenas a la vi-da social, sean menos relevantes que estas marcas sedimentadas por la histo-ria, que continan actualmente estructurando la vida social y poltica de nues-tros pases. Para transformarlos, para limitar su capacidad estructuradora denuestras propias representaciones, prcticas e instituciones, para que no pue-dan constituir obstculos a procesos de articulacin y proyeccin regional, co-nocerlos y comprenderlos es una condicin, si bien no suficiente, al menosclaramente necesaria.

    ALEJANDRO GRIMSON 41

    justamente en que cualquier imaginacin diferente de la Argentina partiera dela premisa de la liquidacin de sus adversarios. La fabricacin de dicotom-as polares, de identificaciones polticas contrapuestas, se remonta al siglo XIX.Los mismos padres fundadores haban elaborado sus proyectos de nacin enbase a la contraposicin de civilizacin y barbarie; desde poco despus de laIndependencia hasta mediados del siglo XIX el pas vivi una guerra civil en-tre unitarios y federales; hasta la actualidad un parmetro taxonmico bsicoentre los argentinos divide a los de la capital y los del interior. Esta fue laestructura dicotmica histrica sobre la cual se constituy el gran eje de la se-gunda mitad del siglo XX. El peronismo y el antiperonismo actualizaron y re-significaron las dicotomas histricas del pas.

    Otro contraste relevante surge de la comparacin acerca de cmo funcio-nan las nociones de jerarqua e igualdad en la vida cotidiana y la vida polti-ca en Argentina y Brasil. En el libro ya citado, DaMatta estudiaba en un ca-ptulo una frmula comunicativa clave de la vida social brasilea, el Vocesabe com quem est falando?. Brasil, para DaMatta, es un pas donde cadauno debe estar en su lugar. Frente a situaciones sociales en las cuales esa je-rarqua puede desdibujarse (la fila de un banco, un choque entre dos autos)frecuentemente la persona jerrquicamente superior utiliza su expresin paravolver a instaurar un orden, realiza un procedimiento de jerarquizacin.ODonnell realiz un ensayo donde intentaba apuntar algunas conexiones en-tre las expresiones cotidianas o lo micro y el funcionamiento de la democra-cia y los rasgos del autoritarismo en ambos pases. As, contrastaba la servi-cialidad que caracteriza al mozo, al chofer o al portero de un edificio enBrasil (y que expresa un lugar bajo en una jerarqua incuestionada) con la ac-titud igualitaria del trabajador (no servidor) argentino. ODonnell afirma-ba que frente a una interrogacin anloga a la brasilea, usted sabe conquin est hablando? era habitual especialmente antes del golpe de Estadode 1976 que alguien respondiera y a m qu me importa?. Esa expresin,para ODonnell, no funciona como el igualitario estadoun