Sexto Domingo de Pascua 01 de Mayo de 2016

EL QUE ME AMA SERÁ FIEL A MI PALABRA

Su Palabra que es Espíritu y Vida vs palabra mundana Todos los días nos enfrentamos, especialmente en estos tiempos, a una exagerada proliferación de discursos y palabrería. Desde diferentes ámbitos nos bombardean día y noche con discursos políticos, económicos y comerciales. Incluso el "mercado" está inundado de propaganda y oferta religiosa. Sumándose a lo anterior una inagotable ola de información que se genera a cada instante de distintas fuentes. En esto nos distinguimos de lo que ocurría en épocas pasadas. Cuando la palabra se propagaba a modo humano: de voz en voz, con escritura de amanuense. Cuando incluso, las noticias que se imprimían se daban con un tiempo necesario para pensarlas, reflexionarlas y discutirlas, cuando los ancianos traspasaban de manera oral y testimonial a las nuevas generaciones lo que se consideraba útil y necesario poder transmitir. Esto último generado por la necesidad de las culturas de preservar su valor. Hoy, en cambio, cada jornada nos vemos inundados de medios de comunicación que en una pelea constante con las nuevas redes sociales, inundan nuestra atmósfera de información. Tras las cuales se espera una respuesta, que por supuesto los mismos medios esperan con ansias, para ser los primeros en alertar cualquier reacción que provoque sintonía y atención. En definitiva: el mundo está inundado de palabras de todo tipo. Información instantánea a tu disposición. Pareciera que hoy no necesitas tener a

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tu padre o a tu abuelo o al profesor hablándote directamente a ti. Con un solo clic, adquieres lo que tú deseas. Ante este panorama que es lo cotidiano y común a los que vivimos inmersos en esta cultura de las redes de comunicación, valdría la pena preguntarse sobre el verdadero valor que Jesús le otorga a la Palabra. Sobre todo cuando señala el Evangelio de este domingo que, por su Palabra y el ejercicio respuesta de nosotros, sus oyentes, se obtiene algo que parece esencial para recibir de parte de Dios algo impresionante: su propio Amor. El amor del Padre, es decir, su gracia y misericordia. El Texto de este domingo, leído en paralelo con el discurso del pan de vida, nos pone en sintonía con aquello que entrega esta Palabra y que en nada se puede comparar con lo que entrega la palabra de este mundo: Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Juan 6,63b Podríamos poner en paralelo y cotejar, comparando lo que la palabra de este mundo nos ofrece y lo que Dios por medio de su amado hijo nos entrega. No vamos aquí a hacer un análisis detallado, pero salta a la vista que hoy existe demasiado ruido a nuestro alrededor. Demasiadas palabras vaciadas de contenido. Se requiere mayor respeto y silencio para escuchar y estar atento. Como lo hace el Señor, que por sobre todo escucha y sabe lo que necesitamos. Cuando Dios Padre decidió enviar a su propio Hijo, fue en el tiempo propicio, después de toda una historia y de haber preparado su llegada en medio de un pueblo constituido por la escucha de su Palabra. Hoy el Señor nos propone lo mismo, pero en plenitud, ya que su palabra está pletórica de sentido. Su propia palabra, su Hijo eterno, encarnado en nuestra precaria realidad, se ha hecho uno, solidariamente con nosotros, en nuestras propias debilidades y nos ha perdonado de toda culpa. Y la respuesta que espera es, precisamente, que ahora, guardemos cada uno de nosotros, lo que Él nos entrega: su Palabra. Esta es la misión.

Y para que nada de sus enseñanzas se pierdan o se tergiversen nos envía su propio Espíritu, para recordarnos y guiarnos en la verdad, en su amor. Así se determinan las condiciones de un amor permanente. Por eso que también este Domingo se nos regala, en la primera lectura, un relato que atestigua el discernimiento que alcanzan las primeras comunidades cuando saben emplear los medios que Dios ofrece ante las dificultades: su Palabra. El Espíritu Santo nos ayuda a discernir y nos muestra el camino para actuar como Iglesia, es decir, en comunión. Y así la misión de anunciar esta palabra

cobra sentido. Hoy un cristiano está llamado a lo mismo: Frente a todas las situaciones complejas, no abandonar las enseñanzas del Maestro y, junto al Espíritu Santo, caminar por la senda que, en un buen ejercicio de discernimiento, podamos hacer para bien del cuerpo de Cristo, guardando siempre la comunión. No actuar con sentido de cuerpo, nos convierte en sujetos islas, incapaces de relacionarnos de manera vinculante. Convirtiéndonos en náufragos de la historia. Sedientos de verdad. Por eso es que, finalmente, la visión del Apocalipsis nos muestra lo necesario que es desear y anhelar lo que Dios nos puede regalar: Una ciudad, por fin fuerte, luminosa, sin egoísmos. Un lugar donde de manera incluyente podamos experimentar todos vida en abundancia. Esto, definitivamente se construye sobre los cimientos de las enseñanzas del Señor: su gracia y su bondad. Su Palabra, nuestra vida.

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"Si alguno tiene sed, que venga

a mí y beba" - JUAN 7,37

PALABRA MUNDANA