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Mario Halley Mora Amor de invierno 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales

Amor de Invierno

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  • Mario Halley Mora

    Amor de invierno

    2003 - Reservados todos los derechos

    Permitido el uso sin fines comerciales

  • Mario Halley Mora

    Amor de invierno Breve proemio El arte de narrar es un arte inmemorial. Naci con el hombre y morir con l. Se mantiene como esa vocacin innata de toda persona de referir sucesos reales o inventados que logra el inters y la atencin del oyente. Cuando el hombre invent los signos que representan el pensamiento trasmutando en palabras y los fij, para darles permanencia, en el metal, la piedra, el papiro y el papel, esas narraciones pudieron ser transmitidas a las generaciones sucesivas, pues la perennidad de la letra supla las fragilidades de la memoria. Fue entonces cuando esa capacidad narrativa fue buscando cauces diferentes, entre las cuales estaba el primigenio de la mera narracin en s, sin aditamentos, y otros en que tales sucesos adquiran caractersticas diferentes, pues exigan ser representados por otras personas con el objeto de darles mayor vivencia y emocin. Este proceso indica que la poesa pica y la poesa dramtica tienen un mismo origen, as como tambin la lrica. En un tiempo llegaron a separarse totalmente, formando compartimientos estancos, como si no tuviesen parentesco entre s. Los grandes pontfices de las artes poticas as lo haban resuelto y la situacin se mantuvo casi inmutable por ms de un milenio. Pero la creacin no puede vivir entre lindes estrictos e inmutables. Los rebasa y fluye en una forma tal que aquellos cauces aparentemente irreconciliables vuelven a encontrarse y a entremezclarse y a reconocer su comn origen que no es otro que la creacin humana. Y es as como actualmente ya no puede hablarse con propiedad ni autoridad de gneros literarios estrictos y definitivos, sino sencillamente de comunicacin artstica por el irremplazable medio de la palabra. Valgan estos prrafos anteriores para detenernos en esta nueva obra de Mario Halley Mora, cuyo ttulo Amor de Invierno sintetiza adecuadamente su contenido. Sobre la base de lo expuesto ms arriba no podemos clasificar esta obra ni como novela corta, ni como cuento largo, ni como ninguna otra especie literaria pues, de hacerlo, nos desdeciramos y nos convertiramos en una suerte de entomlogos que con alfiler en ristre intentsemos clavar la obra dentro del lugar correspondiente. Limitmonos a decir que en estas pginas del conocido escritor el dilogo entre los personajes ocupa muchas de ellas, tal como si fuera una obra de teatro, mientras que en otras, la narracin en s, sin perder su esencia de tal, viene a desempear el papel de acotaciones al margen, para ilustrar mejor al lector. No faltan tampoco los soliloquios que permiten adentrarse en el pensamiento de los personajes con mucho mayor hondura que la que podra ofrecer el autor con procedimientos ms convencionales. Tales caractersticas contribuyen a dar a la obra una agilidad y una frescura muy especiales y a, en cierta manera, paliar algunas aristas un tanto crueles de la accin en s; crueles, decimos, porque es amor de invierno el surgido entre seres que han traspuesto

  • holgadamente los umbrales de lo que hoy llamamos, con trasparente eufemismo, la tercera edad, y un amor en tales circunstancias linda con lo pattico y lo desesperanzado. No queremos detenemos en el desarrollo de la obra, en donde se advierte sin dificultad el oficio del autor tanto en los dilogos como en el juego de encontrar dos caracteres. Su larga y fecunda trayectoria como dramaturgo y como narrador avalan con solvencia los mritos de esta obra que se incorpora con luces propias a la extensa bibliografa de Mario Halley Mora y a las letras paraguayas. Hemos preferido ocuparnos de sus acusados perfiles formales que, a la vez de ser innovacin, estn encuadrados en una aeja tradicin en el arte de narrar. Jos-Luis Aplleyard Asuncin, mayo de 1989 Captulo I El hombre viejo deposit unas flores ante una tumba, susurr un padrenuestro entre dientes, extrajo un pauelo del bolsillo y lustr cuidadosamente la litografa de su finada esposa, que pareca mirarlo tristemente desde la pared del panten. Cumplido el rito camin por la fnebre avenida rumbo a la salida. Le llam la atencin una seora vieja que, frente a una suntuosa tumba, haca lo que no deba hacerse ante ninguna tumba, suntuosa o humilde: maldeca. -Puedo ayudarle en algo, seora? -S, vaya y consiga con el Intendente una resolucin que prohba hacer caca en este santo lugar. -No me diga que usted... -No la hice yo. La pis, seor mo! Se haba sentado y con infinito asco y esfuerzos musculares olvidados trataba de sacarse el zapato mancillado por la humana miseria. -Me permite...? El seor viejo ayud galantemente ala seora vieja a despejarse del zapato, y se puso a limpiarlo cuidadosamente contra el csped que haba invadido una losa olvidada. -Es usted muy gentil, seor. -Jams paso de largo ante una dama en apuros -dijo el seor viejo-. Parece que el zapato ya est limpio, aunque todava huele.

  • -Gracias -dijo la seora vieja y se calz el zapato. El hombre viejo mir el retrato de un caballero de mirada dura tras los cristales del sepulcro, y abajo una leyenda. Jams te olvidaremos. Tu esposa e hijos. -Su marido, si no es mucha curiosidad? -No, es mi padre. El retrato de al lado es mi madre. Estoy casi sola. -Viuda con hijos? -No, soltera con un hijo. Soy lo que se dice una madre soltera. O, mejor, una abuela soltera. -No me cuente si le duele. -Quin le dijo que me duele? Me hubiera dolido ms ser soltera sin hijos. Y hubiera llegado a ser una abuela sin nietos. -Me gusta usted, seora. Toma la vida en solfa. -Tomarla en serio es muy triste. Me entristece la tristeza. Y usted? Permtame decirlo. Luce usted elegante, y distinguido con esos cabellos blancos. Lstima que huele a caca. -Lo que huele es su zapato, seora! -No me contest la pregunta. Toma la vida en solfa? -Hum... dira que no. -Y qu espera? Espera llegar a morirse con ese porte tieso y pacato? -No espero morirme de ninguna manera! -Ochenta aos? -Hum... setenta y nueve. -Ya es hora de que piense en la muerte. -Y usted piensa en la muerte? -S, por eso tomo la vida en solfa! Casado? -Viudo.

  • -Con hijos. -Con ex hijos. -Cmo dice? -Se fueron todos. Vivo solo. Bueno, es un decir. Hay una dama que... -Ya, ya, ya, hombres, hombres, hombres! -Tiene ochenta y cinco aos, seora! Se supone que es la encargada de la limpieza y darme los remedios a hora. No limpia nada y los remedios a la hora se los doy yo. Y no me diga que la eche. Es reliquia de la familia. -Y usted vive sola? -Con dos gatos y un perro. Los gatos se llaman Gorbachov y Lenin y el perro Bush. Es, como tener un poquito el podrido mundo en casa. A lo lejos se oye un trueno lejano y empieza a obscurecer. -Bien aviada voy a estar si me mojo y me agarra la sinusitis. Buenas tardes, caballero. -La acompao. El hombre viejo y la mujer vieja caminan por la avenida central. Ella pisa una baldosa floja y trastrabilla. El hombre viejo la sostiene gentilmente del brazo. Ya no la suelta. En el gran portal una anciana increblemente nariguda le ofrece un lirio -cado de una corona- al seor viejo. -Una flor para la seora? El hombre viejo le da un billete y ofrece versallescamente la flor a la seora vieja. Ren a do. -Nos tom por marido y mujer! -dice ella. Luego lo mira de pies a cabeza y dice-: No me hubiera casado jams con usted. -Y se puede saber por qu? -Habr sido un joven demasiado solemne. -Cmo lo sabe? -Porque es un viejo demasiado solemne. Yo detesto la solemnidad. Jess, empieza a llover. -No se preocupe. Yo la llevo.

  • -Me lleva adnde? -A su casa! -Cmo? -En mi coche! -No me diga que usted maneja! -Con quin cree que est tratando, con un paraltico? -Pero maneja de veras? -Seora, me siento al volante, arranco, brrrummmm y empiezo a andar! -Y cul es su coche? -Aqul. -El negro? -El mismo! -Por todos los cielos... es un armatoste! -No ofenda, seora, no ofenda. Es un Buick Dinaflower de ocho cilindros en lnea modelo 1949! Es un Clsico! -En 1949 yo era todava suficientemente joven como para bailarla pachanga. Si ese coche se fabric cuando yo bailaba la pachanga, se est cayendo a pedazos. -Pero anda. Vamos? Corriendo de la lluvia que empieza a arreciar, abordan el enorme automvil negro. Ella se encoge, como si tuviera fro, o miedo. -Tranquila... -Es que su coche es lo ms parecido que he visto a una carroza fnebre. Slo faltan unos candelabros. -Muy amable de su parte. El hombre viejo imprime velocidad al automvil por la avenida Mariscal Lpez. La vieja seora se alarma:

  • -Oiga, seor mo. Yo ya pas la edad de volverme loca por los tuercas. As que ms despacito, por favor. El hombre viejo aminora, maneja en silencio. Luego pregunta: -Dnde la llevo? -Vivo en General Santos y Pirizal. Dgame, ese volante grandote es de fbrica o la puso usted porque es corto de vista? -Es de fbrica, seora! -Si es corto de vista me bajo, aunque me moje! -Leo sin lentes, seora! -Ay no, coquetera senil no, seor mo! -Coquetera senil? -Mire, se manifiesta en dos formas. Con la vista y con el sexo. Todava leo sin lentes es una forma. Presumir de bajar calzones, otra. -Bueno, yo, por lo menos, leo sin lentes. As que soy slo medio coqueto. Cul es la calle Pirizal? -En la siguiente esquina. La de portones de hierro. El hombre viejo detiene el coche. -Bonita casa. -Me la regal mi hijo. Le agradezco mucho, seor... -Me llamo Miguel. -Yo, Sara. Vistame alguna vez. -En serio? -Qu le pasa? Les tiene alergia a los gatos? -Es que la idea me atrae. Siento un poquito el peso de la soledad. Mis amigos ms viejos ya chochean y con los ms jvenes no tenemos los mismos recuerdos. Conclusin, la voy a visitar.

  • -Si viene para tomar el t traiga masitas, y si viene a la hora del aperitivo traiga su botella. -Me rindo ante su hospitalidad! -As soy. Adis, Miguel. Cudese, aunque supongo que con ese armatoste no hay peligro en los raudales. Miguel, 79 aos confesados, ochenta reales, sonre y parte. Sara, que en 1949 era an lo suficientemente joven para bailar la pachanga, entra en su casa con un andar de pato apresurado. La lluvia cae intensa y hay en el ambiente un penetrante olor de tierra mojada. Captulo II Durante la noche la lluvia sigue cayendo. Pero ya no es tormentosa, sino mansa. Se oye el correr musical del agua en las canaletas y un concierto de goteos. Don Miguel ha cenado su bife a la plancha con papas, se ha vestido su fresco pijama y apoltronado en su mullido silln, a la luz de un velador, lee El Erial, de Constancio C. Vigil. Lo ha ledo de muchacho, de adulto, y en la ancianidad vuelve a leerlo. Arrastrando los pies, se acerca a l la anciana ama de casa, que trae un vaso y una pastilla roja en un platillo. -Su pastilla de las nueve, Miguelito. Tiene derecho a llamarlo Miguelito porque as lo llam de nio, cuando vino de criada-nia y le dedicaron a cuidar al nio. -No es mi pastilla de las nueve, Marcelina, sino tu pastilla de las 10. -Jess... es que no encuentro mis lentes. -Los tienes puestos, Marcelina. -ltimamente ando algo distrada. Y se marcha a cambiar la pastilla, murmurando que debo cambiar de lentes, o dejar de ver la televisin. Don Miguel prosigue su lectura. No lee, repasa lo ya sabido de memoria, como un hombre fatigado de andar el mismo sendero y sin nimo de buscar uno nuevo. -Adems -dice para s-, si leer es como remar por un ro torrentoso, El Erial es un remanso donde echarle el anzuelo a los recuerdos. Marcelina vuelve con un vaso de leche tibia. -Y la pastilla, Marcelina?

  • -Qu pastilla? Paciente, don Miguel se toma la leche y devuelve el vaso. Marcelina se marcha con prisa, con toda la prisa que permite sus ochenta y cinco aos porque est a punto de empezar Diana Salazar. Don Miguel cierra los ojos. Recuerda la aventura del cementerio, y a la anciana Sara. -Pintoresca, la seora. Le resulta nuevo eso de tomar la vida en solfa, de ser anciana y ponerse a bailar al borde de la propia fosa. Tomarle el pelo al mundo con sus dos gatos y su perro, emitiendo por los poros una vitalidad cnica, inextinguible. -Me llam solemne, tieso y pacato... Lo soy? Posiblemente. Tomo a la vida demasiado en serio y a mi mismo tambin demasiado en serio. Me pregunto si no es una tontera, ahora que los aos se acaban. Quizs los aos desgastan la capacidad de la alegra, y nos la reemplaza por la chochez, porque ocurre que estoy hablando solo. Se levanta, marca cuidadosamente la pgina del libro que no ley y se encamina a la amplia cama, donde se siente demasiado pequeo desde que su esposa muri y dej de compartirla. El cristal de la ventana est empaado. La lluvia ha cesado, pero se oye el goteo de los rboles del patio escurriendo agua. Cierra los ojos y trata de dormir, como todas las noches, sabiendo que solo conseguir llegar al portal donde la vigilia termina pero no empieza el sueo, o es un sueo tan leve y transparente que las cosas siguen siendo, enfundadas en un velo de alejada realidad. All en la otra casa, Sara, 78 aos reales, vestida con un inmenso camisn de franela acaba de sacar afuera a Gorbachov y Lenin, que mallan resistindose a salir a la noche mojada. Bush simula dormir con el hocico entre las patas, pero tiene un ojo abierto, a la espera temerosa de que tambin sea expulsado de la calidez de su trozo preferido de piel de oveja. Sara no lo ve y se marcha a su dormitorio, y Bush, con un suspiro de satisfaccin, empieza a dormir de veras. Sara apaga las luces y se acuesta. Afuera todava hay un rumor de humedades vivas, pero las gotas de la brecha del techo siguen cayendo en la palangana, produciendo un ruido musical, rtmico, que Sara adapta a una meloda vieja como el tiempo ido. Sonre en la oscuridad pensando en el encuentro del cementerio. Hace cuentas de que hace semanas que no habla con nadie, porque no tiene con quin hablar, salvo con Gorbachov, Lenin y Bush, y su hijo, en ese orden, porque el ms verboso dilogo con Ral, su vstago, fue el mes pasado. -Necesitas algo, mam? -No, hijo, no me falta nada.

  • -Fuiste al mdico? -Fui. -Bueno, mam, me voy, tengo algo que hacer -dice, mirando su reloj pulsera. Y se va. Pero el viejo... cmo se llamaba? Ah s, Miguel, era ms apto para la conversacin. Pareca tener tambin sed de palabras. Y fue amable. Y dijo que la visitara, sin ofenderse por lo de las masitas y la botella. -Es bueno tener un amigo -susurr en la oscuridad- anque fuera para sentirse viva... Cmo se deca?, s, comunicada. Extraa palabra que no s por qu me suena a vspera de Nochebuena, como una espera que terminar en algo agradable. Afuera, se oye un maullido urgente, como una llamada de amor. -Es Gorbachov, el ms galante de los dos. Y se durmi. En la noche, el cielo se ha aclarado. La luna, como un letrero luminoso, se enciende y apaga al paso de las nubes veloces. La tierra mojada se despereza con la lujuria de una mujer que acaba de ser poseda. Don Miguel transita en la lnea del sueo y la vigilia. Sara oye en sueos el goteo metlico del techo, y le parece escuchar la meloda de Isla de Capri. Captulo III Se siente un poco ridculo cuando se acerca al mostrador de la confitera. Cuntas masitas debe comprar? Un kilo? Cuntas masitas hay en un kilo? Deben ser muchas, pero mejor pecar por exceso que por carencia. Adems, si sobraban masitas, estaban los gatos y el perro. Decide comprar un kilo de masitas. -Surtidas? -pregunta la vendedora. -Cmo dice? -Si las quiere surtidas, un poquito de cada una. -Surtidas. -Las pongo tambin con crema? -Van bien con el t?

  • -Pienso que s. -Est bien. Se sienta al volante. Arranca. General Santos y Pirizal. El motor de ocho cilindros en lnea, su ltimo orgullo viril, zumba con suavidad. La trompa, como la proa de un trasatlntico oscila con suavidad y se abre paso por la avenida. Aqu est, General Santos y Pirizal. Mientras busca el timbre, tiene el ojo alerta al perrazo peludo, un mosaico de razas mezcladas que estaba dormitando al otro lado del portn de hierro, que despus de todo, tiene la mirada amistosa de un perro que no quiere conflictos. No encuentra timbre alguno y bate palmas. El perro ladra, pero en direccin a la casa, como enseado a anunciar visitas. Se abre la ventana, pero solamente una brecha que da lugar a media nariz y un ojo. -Usted? -Yo -le dice don Miguel y exhibe el paquete de masitas, que se ha puesto un poco grasiento. -Por qu no avis? -Porque no encontr su telfono en la gua. Como no saba su apellido me pas buscando todas las Saras de la A hasta la Zeta. -No tengo telfono. Bueno, tengo que ponerme algo decente. Mientras tanto vaya al coreano y compre algo de t instantneo. -Tambin la leche? -No tomo leche. -Y a m me da flatulencias. Ser entonces sin leche. Camina hacia la despensa, mientras Sara se despoja del astroso batn y viste un vestido azul. A ltimo momento decide ponerse el grueso collar de coral que, dicen que, perteneci a su abuela. Se mira al espejo. -Parezco la bandera paraguaya -dice, pero lo deja as. Ms tarde, el kilo de masitas ha desaparecido con la ayuda de los dos gatos. Lenin parece haberle tomado cario al visitante y no cesa de ronronear y frotarse contra sus piernas. Gorbachov es menos sociable. -Estuvo bueno el t? -Preparado a punto, Sara. Y fue toda una experiencia tomar t en un vaso.

  • -Es que slo me queda una taza de un juego de doce. Bueno, y ahora qu hacemos? -Eso que est ah es un tocadiscos? -S, es un tocadiscos, aunque parece un ropero. Me lo regal el pap de mi hijo, en el aniversario de lo que hicimos sin el santo sacramento. Es Telefunken, si quiere saber. -Funciona? -No. Un da se qued mudo y mudo qued. Llam a un tcnico, mir adentro y me recomend que lo transformara en una cmoda. Me apen mucho, porque la msica me acompaaba. Tengo un mont de discos. Deben estar por ah. -Le gusta la msica, Sara? -Me encanta -respondi Sara y se puso a cantar: Como no hay mar sin orillas, como no nubes sin cielo, como no hay da sin sol, no hay amor para m sin tu amor.... -Tiene una buena voz. -Aduln! -En serio. Yo tambin cantaba en mi juventud. -No creo! -Y por qu no? -Ya le dije. Habr sido un joven muy solemne. -Cantaba! -Qu? Don Miguel carraspe y cant: Hblame de amores, Marin... Dime que me quieres, Marin... Caramba, ya no recuerdo el resto. Sara empez a tararear la meloda de Marin, y l le hizo do, vigilndose mutuamente para pescar una nota equivocada, pero llegando triunfalmente juntos a la ltima. Sara rea a carcajadas. -Hace tanto tiempo que no me divierto!

  • -Yo tambin! -No tiene otro traje? -Qu? -Usa el mismo traje negro para ir al cementerio y para venir a tomar el t con una dama! -Bueno, en verdad... no he visto la necesidad. -No sabe que el negro deprime? -De verdad? -Es como ponerse de luto por s mismo. -Eso suena muy fnebre. -Su aspecto es fnebre! No tiene dinero para hacerse un traje un poco ms optimista? -El dinero no es problema. Tengo una renta que... -Entonces mndese hacer un traje decente, y guarde esa funda de piano para ir a los velorios. Incluso para el suyo! -Ahora la fnebre es usted. -Los muertos se ven mejor de negro. -Los muertos se ven muertos -respondi irritado don Miguel-. Ni mejor ni peor! -No se enoje. Le pido perdn. Que vuelva la alegra -dijo Sara, y se levant de su asiento, cant un vals y se puso a danzar. -En la inmensidad de las olas flotando te vi... -Y al irte a salvar, por tu vida mi vida perd... -respondi l, y se levant a tomarla de la cintura. Cantaron a do y danzaron el viejo vals, hasta que el momento mgico fue interrumpido por Bush que trataba de morderlos pantalones a ese sujeto que pareca estar maltratando a su querida ama. Fatigados, se sentaron de nuevo. -Juventino Rosas -dijo l. -Quin?

  • -Juventino Rosas es el msico mejicano que compuso ese vals. -Jess! Qu ignorante, es de Strauss! -Juventino Rosas! -Es de Strauss! Todos los valses son de Strauss! -Qu loca! -No te permito que me llames loca! Don Miguel solt una carcajada. -De qu diablos te res? -Me est usted tuteando! -Ay, perdn, me olvid del debido respeto al Conde Drcula! -Eso no es chistoso -fabull don Miguel irritado. -Es por el traje negro! -Otra vez! Ya te dije que... -Ahora me tuteaste vos, sin pedirme permiso. -Vos empezaste! Sara lo mir con un brillo de simpata en los ojos. -Y me gustara que sigamos as -dijo. -De acuerdo. Pero si yo digo que es de Juventino Rosas, es de Juventino Rosas. -Est bien, es de Juventino Rosas. -Lo dices sin conviccin. -Es que no tengo mucha cultura. Comet en mi vida ms errores que aciertos. -Hblame de vos. De aquellos tiempos de hblame de amores, Marin. -Ya lo dijiste. Fui una loca. Me enamor de un hombre que saba que era casado, pero le hice creer que no saba que era casado, y l crea que no saba que era casado. Y entretanto

  • me hizo un hijo. Cuando mi embarazo fue evidente, mis padres me echaron de casa. Fui a un convento donde una prima era superiora. All tuve mi beb. Un da mi prima tom en brazos el beb y se plant en casa. Aqu est su nieto! le dijo a mis padres. Los viejos quedaron chochos y quisieron criar al beb, pero mi prima les dijo: El beb viene con la madre o no viene. Volv a casa, donde viv una castidad ocasionalmente interrumpida. Le qued eternamente agradecida a mi prima, y ella qued eternamente agradecida de m. -Tena algo que agradecerte? -Le ense cmo se provoca un orgasmo! -Jess! En un convento! -Un orgasmo es un orgasmo en una catedral o en un quilombo, no? -Me gustara que no fueras tan grosera. Si tu prima estaba destinada a Dios... -Entonces hubiera sido ms precavido, hacindola nacer sin tero ni ovario! -Y despus? -Despus de qu? -Del hijo y la castidad con tropezones. -Bueno, cuando mi hijo entr en la adolescencia y ya poda imaginar qu haca mam cuando sala con un caballero, cambi. Para siempre, pero entretanto me haba divertido razonablemente. Y ahora soy razonablemente feliz. Ahora hblame de vos. -Am mucho a mi esposa. -Qu lindo. -Cuando muri, quise morirme yo tambin. -Suele suceder, pero se sobrevive. -Pero ya nada es igual. -Cuntos aos tenas? -Cundo ella muri? 41 -Por qu no te casaste otra vez? -Prefer probar un poco de todo. Una vez mi hija mayor descubri que tena una amante, y me lo reproch. La tranquilic. No era una amante. Era una pjara.

  • -Pjara? -Aves de paso en mi vida sexual. Se tranquiliz un poco. Odiaba la idea de que alguien reemplazara a su mam. Los reemplazos de ocasin no le molestaron mucho. -Y hasta cundo fuiste as? -Todos los hombres recordamos la primera vez, pero no recordamos la ltima. -Tambin las mujeres. Sara ri inesperadamente. -Qu raro -dijo. -Qu es lo raro? -Somos dos viejos y no hablamos de nuestros achaques. -No es lo acostumbrado? -Tienes achaques? -pregunt don Miguel. -Salvo mi sinusitis, no s. -No vas al mdico? -Mi hijo me da el dinero para el mdico pero yo voy al cine o tomar t en la confitera. Les tengo pavor a los mdicos. Veo uno y ya me duelen todos los huesos. -Yo no ando bien de la prstata. El mdico me dijo que hay que extirpar, pero me advirti que a mi edad puedo quedar tieso con la anestesia. As que cuando muera voy a ser un cadver con prstata. -Ya nos estamos poniendo fnebres de nuevo. -Entonces es mejor que me vaya, Sara. Hace aos que... -Que qu...? -No s cmo expresarlo... digamos que hace aos que no me senta tan intensamente yo. -Suena a piropo. -Entonces suena cincuenta aos tarde.

  • -No pueden decirse piropos entre amigos? -Pienso que s. -Entonces gracias por el cumplido. l se levanta. Lenin arrecia con su frotacin y su ronroneo. -Basta, Lenin! -manda ella. -Djalo, me gustan los animales. -Te vas con los pantalones llenos de pelos de gato. Volvers? -Cuando quieras. -El mircoles? -Traigo masitas? -No har falta. l la besa en la mejilla, con un leve esbozo de beso. -Hasta el mircoles. -Adis. La ventana del dormitorio de don Miguel da al gran patio en sombras. Estn abiertas por el calor y junto con una tenue brisa penetra un olor de guayaba madura, como tomado de la mano con los efluvios de las limas de Persia que se pudren al pie del rbol. El agua espeso y sombro suelta su ronda de murcilagos, y la fronda del aguacate da paso a trozos de luz de luna que ilumina la hojarasca cada, verdosa, luminiscente. Don Miguel no duerme, escucha y huele el silencio. No tiene deseos de dormir, porque ha descubierto algo nuevo. Que estuvo viviendo en soledad, y que la soledad acaba de romperse con un inesperado ruido de cristales rotos. -Dentro de la soledad no se tiene conciencia de que existe -reflexiona- ni que nos asfixia y nos enmudece. Hay que salir de la soledad para comprenderla en su vaciedad majestuosa. Esa mujer, Sara, Sara, Sara, mi amiga. Tipa loca, madre amante, superior a sus instintos, vieja de alma adolescente, ha prendido fuego a una mecha y esta soledad est explotando. Maana subir a los pisos altos vacos y abrir todas las ventanas y sacudir todos los polvos y repondr todas las bombillas quemadas. No le voy a dar a la soledad un solo rincn obscuro donde se sienta a empollar nuevas soledades. Ah, y desde luego, ir a ver si Ruiz Daz todava vive, para que me haga un traje.

  • Intenta arrancar un pedazo inmaduro de sueo, pero sus odos oyen un chirrido extrao. Se levanta, viene de la habitacin de Marcelina, que se ha dormido sin apagar el televisor cuya pantalla muestra una danza de partculas. Apaga el televisor, arropa a la anciana y vuelve a acostarse. Duerme profundamente despus de mucho tiempo. A mucha distancia, y a la misma hora, sucede lo contrario. Sara no puede dormir. Se siente inquieta, adivinando que tiene algo que reprocharse, sin saber qu. Est tan despierta que escucha los gritos de los coreanos que en el piso alto de enfrente juegan a las cartas, o a lo que sea que jueguen 20 coreanos apiados en un espacio de cuatro a cuatro. -Algo que reprocharme... qu? -se pregunta-. Le hostigu con su traje negro; le escandalic con el descubrimiento de que las monjas tienen cltoris. Acaso no lo tienen? Quizs se fue pensando que fui una inmoral, fornicando con un casado y pariendo en un convento. Pero... me reprocho yo o me reprocha l? No, Miguel. Miguel, lindo nombre, es un hombre de mundo, y sincero, hasta con su prstata. Qu me inquieta? Se me est metiendo entre las piernas las avispitas del sexo? Jess, qu ridculo! Y grotesco! Adems el pobre Miguel debe tener el pene arrugado como una uva pasa. No, definitivamente no. Pero qu demonios es este escozor del alma? Si fuera ese trozo de juventud que no viv y ha despertado en este cuerpo viejo y rechoncho? No vuelvas, juventud perdida! Ya no hay alas para que vueles ni venas abiertas para que se precipiten los torrentes de sangre impetuosa. Djame dormir, juventud perdida. Djame dormir. Pero no consigue dormir hasta muy tarde, y tiene pesadillas. Se ve a s misma, joven y desmelenada, tratando de encontrar la salida de un laberinto, intilmente. All arriba, los coreanos se han dormido sobre sus esteras. Gorbachov malla en el tejado y Lenin duerme calentndose los pies. Bush duerme profundamente, y grue y patalea soando que persigue un conejo. Captulo IV -Buen da, mam. -Buen da, hijo. Hoy llegas temprano. Qu me miras? -Es eso... colorete? -Se dice maquillaje. S, seor. Me puse maquillaje. -Y para qu? -Necesitas ser tan ofensivo? -Ofensivo, yo?

  • -Soy mujer, recuerdas? -Pues s. -Y tengo derecho a ponerme lo que se me antoje en la cara. -Pero... a tu edad, mam. -Precisamente por eso, para ponerle una valla a la edad y que no me pase por encima. -Aclaremos, mam. No estoy enojado, sino curioso. Cul es el fin del maquillaje en la mujer? -No soy filsofa, hijo. -El fin es... digamos, apoyar a la coquetera, para llegar a otro fin: la seduccin. O dicho sea ms simplemente, mam: la mujer se embellece no para las mujeres, sino para los hombres. -Gracias, hijo, por algo te recibiste de abogado con medalla de oro! -Me das las gracias, por qu? -Porque yo no saba por qu me estaba maquillando. Ahora lo s. -A ver cuntame eso. -Jams. Es un secreto. Bueno, no tanto, puedo compartirlo contigo, pero nada de contrselo a la pacata de tu mujer. Tengo un amigo. -Mam! -Qu pasa? Hay un terremoto? -Cmo quieres que me sienta? Me disparas en la cara que tienes un amigo! A tu edad! Supongo que ser un hombre mucho ms joven que vos. -Es un caballero tres aos mayor que yo, o cuatro. No s. Que sufre de la prstata, con lo que queda asegurado el ciento por ciento lo platnico de una relacin. Es un amigo, no un amante, como pas por esa sucia cabeza de abogado! -No te enojes, mam. -No me cae bien ser considerada un trasto viejo. Soy un ser humano! Dio la casualidad de que tropec con una persona amable... y tan solitaria como yo! Ha empezado a hacer pucheros.

  • -Mam, no te me pongas a llorar. -Soy un ser humano! -exclama Sara. Ral se enternece, el extremo de un hilillo de comprensin se aferra a su corazn. Abraza a su madre. -Mam, comprendo perfectamente. Mi viciosa mente me suscit algo monstruoso y grotesco. Te pido perdn. S, mam, sos un ser humano. Solitario. Y tropezaste con un anciano solitario tambin. Slo pido a Dios que sea un caballero y su amistad te haga feliz -re y contina-, quizs la alianza de dos soledades sea la enemiga ms letal de la tristeza. -Ahora s que te mereces la medalla de oro. -No necesitas nada? Ella piensa que es decoroso que sea ella quien compre las masitas. -Tengo unas recetas del mdico que... -Te alcanza 30000? -Es mucho. -No importa -dice el hijo, y entrega el dinero a la madre. -Gracias, hijo. -Te visitaremos con los nietos el domingo... -No, por favor! Prefiero visitarlos yo, en cuanto pueda. La ltima vez que los diablillos vinieron Lenin desapareci por tres das. -Est bien, mam. Y... de paso... ese tonito azul sobre los prpados te queda muy bien. -Gracias, hijo, gracias. Captulo V -Buenos das, est el seor Ruiz Daz? -Yo soy el seor Ruiz Daz. -Me refiero al sastre.

  • -Yo soy el sastre. -Claro, el hijo de Ruiz Daz. Quisiera hablar con su pap. -Me parece difcil, hace diez aos fue al cielo. -Caramba! Mis psames, aunque diez aos tarde. -Gracias... en qu le puedo servir? -Supongo que hered la mano de Ruiz Daz. -Hered su oficio. Necesita un traje? -sa es la idea. Un traje adecuado. -Adecuado a su edad, dice? -Bueno, ah est el problema. Un traje adecuado a mi edad pero que no me haga aparecer tan viejo. O tan solemne. -Y en qu piensa? -Desde luego, algo obscurito, pero no tanto. -Digamos, un azul claro. -Me parece bien. Este... con un toquecito juvenil, digamos. -Tajitos a los costados! -Eso! y sin chaleco. -Entonces, nada de saco cruzado. Recto y con dos botones. Quedar bien, seor. -Saco recto? S, pero no muy ajustado, por la pancita. -Entonces le har los pantalones con pinzas, un poquito anchos. -No! No me gustan esos pantalones modernos que parecen dos fundas de almohadas. -Entonces un poquito estrechos. El seor Ruiz Daz hijo procede a tomar las medidas a don Miguel. Termina de tomarlas y anotarlas, y ofrece un muestrario de telas. El acuerdo es rpido sobre un casimir azul liviano.

  • -Cunto tiempo le llevar? -Digamos ocho das, y ya que estamos, seor... -Llmeme Miguel, como su padre lo haca. Me deca? -No piensa en un traje deportivo? -Por qu lo dice? -Por la intencin que muestra de ser ms... o menos anciano. -Y qu hay con el traje deportivo? -Siempre da un aire de juventud! -No pretendo tener aire de juventud, jovencito! -Est bien, slo era una sugerencia. Si viniera dentro de dos das para una prueba, don Miguel... -Bien, dentro de dos das a esta misma hora. -S, seor. -Hasta entonces. Don Miguel empieza a marcharse. En el portal se detiene. Se vuelve a Ruiz Daz, hijo, y le dice: -Podra ser un traje deportivo que no parezca juvenil pero que me haga menos viejo. -Buena idea, don Miguel. -Qu me sugiere? -Como el invierno est cerca, podra ser un traje ambo. Franela, saco azul con botones dorados y pantaln gris. -Botones dorados no. Solamente botones. Me parece bien. Elija usted la tela. -Con el mayor gusto. Pero... me permite? -S? -Debe comprarse zapatos.

  • -Y qu tienen de malo mis zapatos? -Que ningn traje deportivo va bien con zapatos de punta ancha y cordones. Va mejor con unos mocasines. -Mocasines! No me diga que combinados marrn y blanco! Le voy a parecer a Fred Astaire! -No, mocasines negros, simplemente. -Lo pensar. Se marcha malhumorado murmurando mocasines, vaya!, mientras Ruiz Daz hijo empieza a elegir las combinaciones para el traje ambo. Captulo VI Aquella maana, mircoles, al despertarse, Sara se levant y se mir al espejo. Lo que vio no le gust nada. Adnde fue mi nariz perfecta, Seor mo? Se volvi bulbosa y tiene un color de rbanos. Bolsas bajo los ojos. Y qu secos mis cabellos, salta una chispa y se encienden como paja. Jess, mi boca. Por qu las bocas se apuntan hacia abajo con los aos? Antes no era as. No recuerdo quin me dijo una vez en la cama que tena una boca de Monalisa. Ahora es como si tuviera adentro un horrible caramelo para la tos. Creo que una visita al saln de belleza no me har mal. Se visti y fue el saln de belleza. Una esbelta y resplandeciente muchacha la atendi, la sent en el silln y pregunt: -Algo especial, seora? -S, hgame parecer un ser humano. La muchacha la mir crticamente. Me mira con asco, pens Sara. -Empecemos por el cabello, seora. Los tiene naturalmente blancos. Y muy abundantes. Quizs un tinte levemente azulado... -No quiero tener la cabeza azul! Djela blanca. Pero me devuelve cada pelo a su sitio. La chica empez su tarea. El cabello blanco resplandeci y recobr suaves ondulaciones. Las cejas algo pilosas fueron ordenadas y adquirieron una suave curva. Por su viejo rostro se untaron cremas, anticremas hormonales, suavizadores de algas marinas, aceites de jojoba, unturas para extraer antiguas grasas de los poros abiertos, con una parafernalia de golpecitos reductores de papadas... y el trazo sabio de un fino pincel que...

  • -Para qu es eso? -Tiene usted unos interesantes ojos rasgados, seora. Vamos a acentuar un poquito. Un toque oriental siempre resulta interesante. Y una tenue lnea negro-azulada corra desde la comisura de los ojos hacia la sien. -Para eso! -Cmo dice, seora? -No vine aqu con la intencin de disfrazarme de Cleopatra! Hace que mis ojos parezcan a los de Lenin. -Lenin? -Mi gato! -sa es la idea, seora. No hay nada ms atractivo en una mujer que una mirada felina. -Yo no soy una mujer, soy una vieja que slo quiere aparecer una vieja que cuida su aspecto. Con desconsuelo, la experta borr los rastros de su arte y propuso: -Entonces, aprovechemos esos ojos azules y vamos a acentuar su brillo. Digamos con un poquitn de oscuro en los prpados. -Brillo en los ojos? No est mal. Me gusta. Los ojos azules realmente parecieron brillar ms, como una estrella en un cielo en sombras. Un delineador manejado con absoluta pericia remodel la lnea de los labios y volvieron a tener su tenue sonrisa pulposa de la Monalisa juvenil, cuando el rouge complet la obra. La mejilla y el mentn parecieron adquirir firmeza de carne joven, y las arrugas del cuello desaparecieron bajo una fina capa cremosa, sutil. Por fin, la bella joven termin aquella esforzada reconstruccin facial, y dijo ya est con aire casi triunfal. Sara se mir al espejo. -Sigo siendo yo -dijo. Not el desconsuelo de la joven. -Pero un yo menos yo que cuando entr -concedi-. Hizo usted un buen trabajo, nia. La chica sonri con satisfaccin.

  • -Va a una fiesta, seora? -No. Por qu la pregunta? -Porque la preocupacin por su aspecto parece cosa nueva. -Quiere decir que cuando entr era una ruina. -No es exactamente lo que pens. Pens en algo as como asistir a los 15 aos de una nieta. -Nada de eso. Es que hoy tengo una cita. -Ah! -Qu quiere decir con ah? Claro, le debe parecer ridculo que una vieja se ponga presentable para una cita. Adems vi cierto brillito burln en sus ojos, criatura. -Le aseguro que no fue mi intencin... -Es que s. Tiene razn. Mi cita es con un caballero. -Est bien, seora. Todos tenemos derecho a... -No lo diga como si pensara que la cita es para revolcarme en la cama con un tipo! Algo ofendida, la chica replic. -Pero si eso es cosa suya, seora. -Pero aclaremos el punto, nia. Mi cita es con un caballero que si se revuelca en la cama, se le desarma el esqueleto. Y yo termino con un lumbago, posiblemente. -No se enoje, seora. -Es que me pareci una impertinencia que me preguntara para qu me estaba adobando la cara. -No fue impertinencia, seora. Era inters, de mujer a mujer. -De mujer a mujer! Qu de comn hay entre una chica de veinte aos como usted y una septuagenaria como yo? -El vestido! -Cmo dice?

  • -Pensando que iba a una fiesta y que se preocup tanto de su cara. Le iba a sugerir un vestido nuevo. Sara reflexion un momento. -Le parece que un vestido nuevo...? -Sobre todo si la cita es con un caballero, toda vez que por la edad ya no sea medio ciego. -Todava lee sin lentes! -Razn de ms para pensar en un vestido nuevo. En el saln vecino mi hermana tiene una boutique... -Creo que voy a echar una miradita. Pag a la experta en belleza y cuando se marchaba, la joven le dijo: -Si me permite otra sugerencia... -No me diga que tiene otra hermana que vende ropa interior negra! -No, seora. Me refera a un perfume. -Perfume? -Si el caballero lee sin lentes, debe tener funcionando el sentido del olfato. -Huelo a antisudoral, y basta, nia. -Un leve efluvio de cedro, lirio y pachol -murmur con picarda la joven. -Le est imitando a Menchi Barriocanal? De la tele? -No vino aqu a ser ms agradable? -sa fue la idea, seorita. -Compltelo con un perfume. -Yo? Perfumada? Qu va a pensar Miguel? -Se va sentir halagado. -Qu?

  • -Cuando un hombre aspira el perfume de una mujer, piensa que se ha perfumado para l. -Usted sabe mucho para ser tan jovencita! Est bien. Cunto cuesta el perfume? -No le cuesta nada. Le voy a obsequiar un frasquito. -Es usted muy amable. La joven extrajo de un pequeo muestrario de cristal un frasquito minsculo, lo destap y humedeci milmetros del dorso de su mano con el perfume. -Aspire, seora. Sara aspir. -Hum... huele bien. -Seora! -Dije algo malo? -Se dice que huele bien de un pollo al horno. -Tiene razn, nia. Un perfume no huele. Perfuma. -Insina... -Susurr la joven con voz ronca, sensual. -Yo ya no tengo nada que insinuar -asegur Sara, sonrojndose bajo la capa del maquillaje. -De mujer a mujer, seora... -S? Qu me va a decir? -Parece que yo tengo ms experiencia que usted. -Por supuesto! Yo ya olvid las mas. Y se puede saber en qu sabe ms usted que yo? -Del romance. -Y qu pasa con el romance? -Que no tiene necesariamente que ser sexual, seora. -A los 20 aos no puede saber eso, jovencita. -Lo s. Tengo un amante y le soy fiel. Un hombre mayor que me ha puesto este negocio.

  • -Eso es sexual! -Pero tengo un amado que me hace feliz. -En la cama, claro. -Sin cama. -Eso ser cosa de estos tiempos modernos. Cuando yo era joven y amaba a un muchacho no dejaba de pensar en su bragueta. -Eso no es amor. Era deseo. No nota la diferencia? -A mi edad? Y para qu? -Tiene una cita. -...y ya no hay caso de pensar en braguetas. Eso me quiere decir? -Acaso s, seora. Tal vez nunca conoci el verdadero amor, y est teniendo su ltima oportunidad. Un amor condenado a ser limpio. -Usted no es una vulgar peluquera... -Estoy en la facultad por la noche. -Y el amado intocado es un compaero, no? -Acert. Estudiamos juntos. -Se besan? -Curiosidad morbosa, doa? -Est bien, nia, dejemos las cosas as. Gracias por el perfume. Dnde est su hermana? -El saln vecino. -Gracias otra vez. Es usted una chica muy vivaz y prctica. Sali Sara a la calle y volvi a entrar en el negocio vecino. La duea era la rplica de la peinadora, aunque un poquito mayor. -Seora?

  • -Estuve en manos de su jodida hermana, al lado. -Se nota. -Cree que necesito un vestido. Es que tengo una cita, sabe? -Bueno, seora. Usted debe decidir si necesita un vestido o no. -Los que tengo huelen a alcanfor y naftalina. -Puede airearlos, seora. Su eleccin depende de la impresin que quiera causar al caballero. -No puedo pretender que se desmaye como un Romeo. Slo causarle la impresin de que soy una dama... pulcra. -Y deseable? -Eso ya no corre. Hay una prstata de por medio. Y ochenta aos. -Ah, comprendo. Miremos aqu... De un largo listn colgaban decenas de perchas con sus correspondientes vestidos. -Mire, ese verde con el cinturn rosa. -Parece un poco escotado. No voy a usar un escote que muestre dos bolsas vacas que me llegan a la barriga. -Hay portasenos que... -Olvdese de eso. Quiero ser elegante en la medida de lo posible, no grotesca, muchacha. Por fin, eligi un vestido de tenue color celeste con motitas azules cuyo cuello se cerraba en la garganta con un discreto moo. Iba camino a su casa con la cabeza blanca tornasolada por el sol crepuscular, con el paquete del vestido metido en un bolsn de plstico, y pensando que deba inventar una receta bien cara para recuperar con Ral lo que haba gastado. Captulo VII Don Miguel sali del bao enfundado en su batn y secndose el pelo con una toalla. Mir con desconsuelo el traje negro extendido en la cama. Ruiz Daz le entregara el traje nuevo recin el viernes o el sbado, o el lunes. De modo que Sara deba soportar una vez

  • ms su traje negro. En compensacin, se puso una camisa nueva que haba comprado el da anterior, y despus los mocasines negros, que encontr molestamente livianos, como si anduviera en zapatillas. Contempl su cara acabada de afeitar y record que antes quedaba una sombra azulada, pero ahora ya no, porque la barba se haba vuelto blanca. Vestido completamente, volvi a contemplarse en el espejo. -No ests del todo mal -le dijo a su imagen. -No s para qu diablos quieres estar bien -le contest la imagen-. Tengo una cita, recuerdas? -La palabra no cabe, y lo sabes bien -le replic la imagen. -La palabra cita no cabe? -No. Porque tiene una connotacin de aventura, de romance, y acaso pecado. -Gracias por ser tan estimulante. Aventuras? Qu es la aventura? Un rompimiento de la rutina. Cruzar un umbral sin saber qu se va a encontrar. Y romance? Hay que tener una definicin estereotipada del romance? No veo la razn. Concluyamos que el romance es un intercambio. De qu? De pasiones, supongo. Pero... por qu no un intercambio de sosiego? Un intercambio de cansancios? Un intercambio de esperanzas? -Se tienen esperanzas a tu edad, viejo loco? -pregunt el espejo-, Por qu no? -De qu? Esperanza es esperar. Qu? -De no andar medio muerto antes de morir -replic irritado don Miguel. -Y qu papel juega una mujer en esto? -No es una mujer. Es otra persona vieja. -De sexo distinto -insista el espejo. -Es cierto. Eso le pone una capita del ilusin a la esperanza. Es como volver a ser nios y jugar a ser novios. Y se completa as el crculo de la vida. No es tan malo. Volver a la infancia despus de haber aprobado todas las culpas, y recuperar la inocencia al fin. El del espejo call. -Olvidemos entonces el pecado implcito en la cita -dijo don Miguel, y llam a Marcelina, que apareci arrastrando los pies. -Salgo, Marcelina. No me esperes levantada.

  • -Levantada o acostada es lo mismo. No duermo mientras no vuelves, chiquitn. No te olvides de cenar. -Me llevo la llave. Prtate bien. Sac del garaje, con experta marcha atrs, el poderoso Buick. Y mientras manejaba, silbaba. Cunto tiempo haca que no silbaba? Ni lo recordaba, pero era sorprendente que de repente sintiera ganas de silbar, especialmente aquella meloda que de pronto se desempolv en la memoria. Cmo era la letra? Ah s, canturre: -Labios de miel que besaron mis labios ojos de sol que me hicieron soar y en la emocin de tus besos tan sabios desglosaba mi alma un cantar. En su mente apareci el rostro ovalado y la melena castaa y ondulada de Cristina. Bailaban muy juntos, muy jvenes, muy novios y muy vivos aquel foxtrot. -Y dnde estars ahora acordate de m mientras mi querer te llora vuelve mi emocin hacia ti. Cristina apoyaba su mejilla tibia contra la suya. Y l aspiraba la fragancia de su cabello y segua la msica. -Epa, abuelo, mire por donde va! El grito destemplado lo arranc de la ensoacin. Se dio cuenta de que estuvo a punto de atropellar a una pareja de muchachos con libros bajo los brazos. Fren. -Disculpen, chicos. -No es nada, seor -dijo el muchacho. -A su edad ya no deberan manejar -dijo la muchacha. -Debera estar sentado en un silln mirando afuera y acariciando un gato. Rieron divertidos y se alejaron tomados de la mano. Alguna vez, Cristina y l...

  • Pero Cristina estaba muerta mucho tiempo ya. Ahora le esperaba Sara. Puso en primera y retom suavemente su camino. Cmo haba dicho la chica? Debera estar en un silln mirando afuera y acariciando un gato. Mirando afuera, mirando por la ventana, viendo pasar el tiempo que a cada minuto, se llevaba algo de l mismo. Pero no. Poda manejar, s seor. Poda salir a tomar el t con una dama. Poda an vivir. Vete al diablo, chiquilina. Cuando lleg a casa de Sara, sinti una atmsfera distinta. -Buenas tardes, Sara. -Hola, Miguel. Se sorprendi un poco porque Sara estaba all, de pie, con las manos unidas de una niita avergonzada de recitar, soltando risitas y meneando los hombros. Indudablemente esperaba algo especial. Qu, Seor mo? Y de pronto se dio cuenta. Pareca que pareca ms joven. -Hermoso vestido, luces elegante. -Gracias! -susurr Sara y se acarici el pelo. -Y ese peinado. Es una obra de arte. Qu huelo? -se acerc y aspir. -Seducciones de Oriente! -aclar ella. -Funciona en Occidente! Me siento seducido, seora. Sara se puso ceuda. -No suena del todo sincero desde ese traje negro. -Mand confeccionar uno ms claro! Lo juro. Ves mi camisa?, es nueva. Tambin mis zapatos son nuevos. -Mocasines! Te ests humanizando, Miguel. -Siento como si anduviera descalzo. Y el t? -No hay t. -Hacemos dieta? -No, vamos a salir a tomar el t. -Salir?

  • -S, salir, salir, ir a una confitera. Charlar. Por qu no? -se dijo Miguel. -Excelente idea. Pero si me haces una promesa. -Dependeee -susurr con picarda Sara. -No me vas a decir cmo debo manejar. -Entrego mi vida a tu pericia! -Sin burlas, sin burlas. Ella cerr las puertas con llave. Bush dormitaba y Lenin y Gorbachov quedaron adentro, maullando su protesta. Tomados de la mano, fueron a abordar el coche. Captulo VIII Exactamente como le haba dicho la jovencita aquella, coloc el silln junto a la ventana abierta a la noche, los pies calzados con zapatillas, sobre el piyama el viejo batn, porque un poco del fresco humedecido de roco de marzo se colaba al dormitorio. -Pues bien, chiquilla. Aqu estoy como queras que estuviera. Lo dijiste sin malicia, claro, pero con mucho prejuicio. Ustedes los jvenes nos condenan a sentarnos a mirar cmo pasa el tiempo. O sea, dicho mejor, cmo se acaba el tiempo. No estamos de acuerdo. Hoy mi tiempo se llen de sucesos agradables. No es amor, no es amistad. Es un encuentro en una avenida vaca, que dej de ser casual, para volverse algo importante. Te cuento, jovencita, que en un momento dado, haciendo bollitos con las migas entre los dedos, ella me dijo que esto era muy agradable. Estar tomando t con un amigo, y dijo algo que no comprend bien. Algo as como esto debe tener un sentido, porque lo que no tiene sentido, se muere. Ahora me doy cuenta de que se refera a nuestra relacin. Y resulta, jovencita, que tiene razn. Toda relacin entre dos personas debe tener una finalidad, un propsito. Lo que no alcanzo a ver es qu propsito pueda tener una relacin entre ancianos. Me da cierta angustia pensarlo. Aunque, filosofando un poco, podra decir que la finalidad es la relacin misma. El propsito es estar juntos, porque el estar juntos trae el olvido de lo que somos, barcos rumbo al ltimo puerto. Y trae alivio. Y trae consuelo. Y trae, esto ms importante de lo que crees, jovencita, una sensacin de ser, de vivir, de estar exprimiendo las ltimas ofertas del tiempo que se va. Con todo propsito, jovencita, he hecho lo que me has dicho. He trado el silln, abr la ventana y mir la nada enfundada en noche. Y aunque te ofendas, nia, no me siento feliz, ni sosegado. Todava hay vida que vivir, calles que caminar, una fruta que arrancar del guayabo, un nido que descubrir en el naranjo, un ysa diligente que lleva un trozo de hoja

  • del rosal como velamen verde. Veo todas esas cosas, la crislida que cuelga de la morera, el enrejado de hierro del aljibe muerto que se ha cubierto de enredadera de flores azules, el tejido de una araa cazadora de perfecta arquitectura que amaneci atrapando gotas de roco. Veo todas esas cosas y me emociono. Y ah est la cuestin. En la emocin. Creo que una persona empieza a morir cuando ya no se emociona por nada, cuando ya no busca en los jardines el trbol de cuatro hojas o cuando no piensa en una joya volante cuando un moscardn azul vuela de la sombra a la luz y de la luz a la sombra. Eso a m me emociona. Y la emocin es mi motor, que an anda. Tendr que decirle a Sara que las cosas no necesitan tener un sentido si son sentidos en s mismas. Son planteo y propsito. Pero quizs tenga razn. Que eso no basta. Ella dijo que Lenin, Gorbachov y Bush le dan un sentido a su vida. Yo le encuentro sentido cuando siento el placer de manejar mi bestia suave de ocho cilindros y asustando en mi patio a una lagartija. Pero, claro, ahora somos dos. Nos hemos aliado, y esta rueda gira y me replica que la alianza tiene un propsito. Llegar a los altares y gozar noches nupciales ya estn fuera de concurso. Creo que debo pensar mucho sobre el tema. Y descartar cosas limitadas por el tiempo, como el concepto de porvenir. Vaya, jovencita, qu palabra: porvenir. Qu se puede esperar que venga por un camino hecho de tiempo que ya ni existe? Podra sustituirla por otro: por pasar y rectificar la pregunta, que ya no es qu nos va a venir? sino qu nos va a pasar? Cundo? Maana, pasado maana, pronto? La respuesta es demasiado evidente para alegrar el corazn. Despus de habernos pasado todo, lo nico importante que queda por pasarnos es... Uff, el viento se volvi fro de repente. Voy a cerrar la ventana, y me voy a la cama, nia. Captulo IX Durmi, pero con un sueo superficial de anciano primero, con un sueo espeso, terminal, despus, sintiendo que caa hacia un lecho marino, y haba en l una enorme suma de frustracin, porque saba en esa pesadilla que culminaba en el abismo estaba la consumacin final, la muerte, que se le present como una gran mentira, porque haba ledo aquellos libros en los que la ciencia trataba de forzar los umbrales ltimos, y a la cabecera de los moribundos se hurgaba en el modo y en el itinerario del trnsito. Con pavor infinito, estaba descubriendo la mentira de la experiencia. No era aquello un ascenso por un pozo vertical hacia una luz resplandeciente, amistosa y compasiva, que anunciaba reposo a todas las fatigas y consuelo a todos los dolores, y ms all del brocal iluminado, el espacio infinito y celeste poblado de amor, de encuentro, de nombres olvidados que volvan a los odos con un sonido de campanillas de plata. Era s la cada por las aguas y el silencio marino, hacia una profundidad que guardaba la claudicacin de barcos fantasmales reposando en el cieno y con el agua convertida en sopa espesa donde se incubaban los huevos de la pesadilla, en una profundidad oscura de peces ciegos donde tal

  • vez las almas sin ojos se debatieran durante eternidades buscando salidas imposibles, caminos borrados por el cieno primordial, principio y final de la existencia humana. Durante aquella lenta cada a la que el cuerpo se entregaba con fatalidad dolorida, slo se rebelaba la memoria, en desesperado intento de rescatar recuerdos que desbordaban de instantes que fueron sntesis de una vida vivida con prodigalidad. Se vea nio, aterrado por la oscuridad de afuera que corra a refugiarse en el lecho de sus padres, arrebujarse entre los dos, y sentirse seguro y protegido en esa oquedad clida, nido abierto por la ternura palpitante, aspirando el olor masculino de pap, y el perfume de leche derramada que exhalaba el cuerpo de mam. Durante los das de verano, la larga galera sombra donde la pelota multicolor corra espantando el moscardn posado en las sinesias y a las abejas que exploraban el naranjal y la parra. La escuela que instalaba en las narices el inolvidable olor del almidn de los guardapolvos y la tiza que caa en polvillo de los pizarrones. La maestra del cuarto grado, rubia y de ojos celestes, que le ense lo que es el anonadamiento ante el infinito misterio cuando un da no vino ms a clase y se supo despus que se haba suicidado por amor. La juventud temprana y terrible cuando los diarios anunciaban la movilizacin general porque Bolivia tentaba su salida al mar conquistando el Chaco para asomarse al gran ro, y entonces le convocaron y le dieron un uniforme verde y le pusieron una estrella de Teniente sobre los hombros, porque era bachiller en Ciencias y Letras, y march a la guerra pavorosa donde la sed mataba ms que las balas en la sequedad espinosa de la selva sin agua, territorio para el extravo y el sufrimiento. Y dentro de aquellos tres aos de guerra intil por una salida al mar que no era salida sino ms encierro y por un petrleo que no exista, las experiencias lmites que aproximaban a los bordes de la locura, como la muerte del teniendo Carlos Irrazbal, compaero de juegos de la niez y de aula en el colegio, que logr alcanzar el pozo de agua, pero muri de sed en sus orillas porque Bolivia, al marcharse, envenen el agua arrojando sus muertos en ella. La cada lenta, interminable, se iba resolviendo en el desenfrenado forcejeo de la memoria, que se revuelca rebelde cuando todo ha claudicado. El regreso del Chaco, y el comienzo de su otra guerra ntima para rescatar la juventud que quedara presa en los espinos innumerables de la selva reseca, o enterrada en las trincheras intiles, con el espectro del teniente Irrazbal rondando su vigilia, sus sueos, y su insomnio interminable para or pisadas duras en la acera, o el andar interminable de las patrullas que reclutaban carne de can, pisadas de perseguidor de sombras, livianas, como de pies sin materia, de pies descalzos sobre arena hmeda, zarpa afelpada del aire acechante, y huyendo de la amenaza, los espectros de los que murieron en la guerra sin sentido. Y entre esas sombras dolientes su amigo el teniente Irrazbal que cruzaba las plazas oscuras de la ciudad dormida, trepaba escalinatas interminables, hua de las arcadas redibujadas por la luna o se asomaban a barandas y balcones para otear en el paisaje que no era paisaje sino lneas quebradas contra las sombras, vigilante, ansioso, temeroso de adivinar los pasos o discernir las sombras de la patrulla fantasmal que obligaba a marchar a punta de fusil a combatir por la gloria de la Patria. El encuentro con Cristina fue su nuevo despertar a la vida. Su amor ahuyent fantasmas y visti los recuerdos trgicos con el velo de una fatalidad que ya no dola, porque empezaba a ser aceptada, reducida a la categora de una experiencia del pasado que dejaba cicatrices, pero no ya dolores ni la lenta agona del sufrimiento. Cristina le trajo

  • iluminacin, reconciliacin con la vida y con la experiencia. El teniente Irrazbal encontr el reposo y su muerte una justificacin resignada, porque Cristina traa una dulzura que reconciliaba con la memoria y borraba la ira de la juventud perdida. Despert con el recuerdo de Cristina. Escuch el paso del viento nocturno entre el ramaje del jardn y se pregunt si en cada vida existe la opcin de una sola Cristina que amanece con los resplandores de un corto da de juventud. Cristina irrepetible como la juventud misma, haciendo que las Saras que asoman despus, trayendo, ms que amor, consuelo para la soledad, no estaban all a contrapelo de la experiencia humana, como un toque grotesco para la vejez que se resiste a la condena inapelable del tiempo. Captulo X Sara tampoco dorma. Se haba lavado la cara viendo con pena cmo la vejez reapareca cuando el agua se llevaba su ilusin de juventud qumica. Haba dado de comer a los gatos sus trozos de hgado, y regal a Bush con un trozo de torta que sin vergenza alguna haba pedido al mozo que le envolviera. -Soy demasiado ordinaria y l es tan caballero -se dijo a s misma-. Capaz que piense que soy una vieja calentona, sobre todo cuando le dije esa estupidez de que las cosas -nuestras relaciones- deben tener un sentido. Levant una ceja como haca Tirone Power hace un milln de aos. Comprob que las puertas y ventanas estuvieran cerradas y los animales afuera, y fue a acostarse. -No lo hice con mala intencin. Me vino a la cabeza cuando vi que el joven mozo besaba como al descuido a la chica del mostrador, ella se enojaba, pero se haba puesto colorada y rea. Los vi llenos de propsitos y de promesas, y tuve envidia. Por eso dije lo que dije, pero no me estaba insinuando, como puede pensar l. Y si lo pens, me avergenza, aunque tengo una disculpa. No se sabe cundo una mujer deja de ser mujer, o cundo una mujer es huera, frgida, estril o indiferente. No s cundo pero lo que s es que no hay poder en el mundo que le diga a mis hormonas levntense y anden. La fe mueve montaas, pero no resucita nada de lo que en la mujer muri para siempre. Lo que me atormenta es no comprender si una mujer que dej de ser mujer, es todava mujer. Y si es mujer, para qu, si lleva adentro sequedad y fro. Entraas muertas, Jess mo. No entendi o simul no entender? Pero cmo va a entender l si yo misma no entiendo lo que quise decir? Un beso furtivo entre dos jvenes puso palabras en mi boca, pero ningn pensamiento en mi mente, y ninguna calentura en mi sangre.

  • Me siento intranquila. Soy, o fui, de las que piensan que todo propsito de pareja lleva a la cama. Pero me juro que no pas por mi mente semejante barbaridad. Lo malo sera que l pensara que yo estaba pensando en... eso. Y qu tal si me pide que hagamos el amor? Los hombres se sienten alentados por cualquier cosa. Interpretan mal una palabra, o le dan un significado ertico a una sonrisa. Jess mo, si me pide que hagamos el amor me da un patats. Adems, desnuda parezco una mortadela gigante. Aunque se puede apagar la luz y... Sara, ests loca! No, lo que pasa es que soy ms joven que l, menos seca que l, y las mujeres no tenemos prstata. Qu demonios les pasar a los hombres con la prstata inflamada que hacen el amor? Eso es algo que tengo que averiguarlo, aunque no s para qu, porque l es un caballero y no se le ocurrir eso de pedirme hacer el amor. Es un hombre respetuoso. Demasiado. Pero as y todo, debera haberme dado una respuesta, en vez de levantar una ceja como Tyrone Power. Es mucho ms culto que yo, y debe saber para qu... para qu qu? Al diablo, me confundo. Sencillamente para qu. Captulo XI Aquel domingo de maana, maana de abril, luminosa y lmpida, haba decidido dar un paseo hasta Itaugu. -All tengo una comadre que no veo hace aos -explic Sara. -Entonces, vamos a Itaugu. -No consume mucha nafta este monstruo? -Menos de lo que se cree. Cruzaron por la ciudad de San Lorenzo y enfilaron por la ruta. -Pongo la radio? -Slo se oyen malas noticias. Antes transmitan msica. De todos modos, l encendi la radio, y un poltico hablaba de fraude. Cambi de emisora y otro poltico deca qu linda es la democracia, pero... encontr una fatigosa multitud de peros. Entonces Sara misma apag la radio. El Buick mantena un prudente y majestuoso 60 kilmetros por hora y pareca deslizarse sobre el asfalto. Llegaron a Itaugu

  • y Sara no fue capaz ni de ubicar la casa de su comadre. Curiosearon en los negocios que vendan andut, y l tuvo el gesto galante de obsequiar a Sara un primoroso centro de mesa. -Gracias! -exclam Sara, maravillada por el obsequio-, es el primer obsequio que me haces. -Espero que no sea el ltimo -contest l. -Luces muy bien con el traje azul. -Gracias. -Pero no es lo ms adecuado a un paseo de domingo. -Y qu debo ponerme? Pantaln vaquero y guayabera? -Precisamente. -No! -Sigues con tu empaque. -Respeto mi edad. -La edad no tiene nada que ver con la comodidad. Yo estoy pensando comprar unos pantalones. Crees que unos pantalones me sentarn bien? -Depende... -Claro, de la silueta. Yo soy cuadrada y con unos pantalones parecer ms cuadrada. -Lo decs vos. -Lo penss vos. Est bien, no me comprar los pantalones, si no te agradan. -No dije que no me agradan. -No aplaudiste tampoco -dijo ella, irritada. -No se trata de vos. Sino de m, siempre detest que las mujeres se pusieran pantalones. Es antinatural. -Qu anticuado...! Como tu traje azul en domingo! -Est bien, me comprar un pantaln sport y guayabera. Pero nada de vaquero!

  • -Hac lo que se te antoje. -No tienes derecho a estar enojada. -Por qu no? -Acabo de hacerte un regalito... -Mrenle! Me ests comprando con un regalito? -Hablas como una chiquilla caprichosa! -Lo que quiere decir que me consideras una vieja gruona! -No. Una dama incomprensiblemente peleona. -Es que no soporto ese traje azul! -Otra vez! -Mira a aquel seor. -Cul? -El que baj del coche verde, viste un short, y debe tener tu edad. -No es un espectculo agradable. De la cintura para arriba parece un sapo, y sus piernas son color difunto. Adems es pelado. -Ah est! Vos tens todava una linda figura, unos lindos cabellos y con short luciras elegante. -Tengo las piernas peludas. -Gusta a las mujeres, porque indican virilidad. -La virilidad no est en las piernas sino entre las piernas, y sa es una cuestin que no quiero tratar. -De veras que tienes las piernas peludas? -Pues s. -Me muestras? -Mis piernas? Qu ocurrencia!

  • -Te avergenzan, son secas como palitos. -Oiganla! Mir. Levanta los pantalones y muestra. -Jess, que pelambre! No te pican? -No. No me pican. Lo que me pica es este ridculo de mostrar mis piernas a una dama. Aquella seora se est riendo. -Debe ser por envidia. Debe tener un marido lampio. Nos vamos? Abordaron el coche y retomaron la ruta. De repente, l ri. -Hay algo gracioso? -pregunt ella. -S, nosotros. -Ahora resulta que resultamos cmicos. -Cmico no es la palabra. La palabra es gracioso, lo dijiste vos. -Bueno, cuntame lo de gracioso, a ver si me ro. -Sabes algo de Freud? -Quin? -Froid. -Freud o Froid, no s de qu hablas. -De un sabio que estudi el comportamiento humano. -Y qu conclusin sac? -Muchas. Tambin sobre el amor. -Cuntame. -No s cmo explicarte. -Prueba, no soy tan boba como piensas. Qu hay del amor? -Que es como un proceso de maduracin, como una fruta. Y hay una etapa caracterstica dentro de ese proceso. Me sigues?

  • -Dale, dale. -La etapa de la hostilidad. -Y qu sigue? -Despus llega el amor. -Qu presuntuoso! Ests sugiriendo que me estoy enamorando de vos! -Slo recordaba a Freud. -Froid! -Froid. Sara encendi la radio. Un locutor llamaba a la solidaridad para adquirir medicinas para una enferma grave en el Hospital de Clnicas. Despus arremeti con una tanda de avisos. -Ah est el sentido! -dijo de pronto Sara. -De qu ests hablando? -De cuando dije que una relacin debe salir de su encierro y encontrar un propsito. Ayudar a esa enferma es un propsito. Sentira que nuestra amistad es... no s cmo decirlo. -til. -Eso. -Y proyectado hacia afuera, generando el bien para otros. -Tienes una forma tan clara de decir las cosas! -Qu se supone que debemos hacer, Sara? -Ir al Hospital, ayudar a esa mujer. -No recuerdo qu medicinas pidi. -El dinero es el camino a todos los remedios. O es que sos avaro? -No entiendo. -Entonces, acelera, hombre!

  • -Para qu? -Para llegar al Hospital de Clnicas! El Buick rugi al tomar velocidad, y Sara no sinti miedo, sino la urgencia de cumplir un propsito. Entre los dos. Cuando llegaron al Hospital, don Miguel tena los riones doloridos. En cinco aos no haba manejado tan lejos y tanto tiempo. Una atareada enfermera los condujo hacia una sala de muchas camas, de donde sala un mdico. -Doctor... -S, seor? -Omos por radio un pedido de auxilio para una enferma. Quisiramos ayudar. -Si mal no entendimos, pedan antibiticos y vitamina K. -Ah, s. La pobre muri. De todos modos, gracias. Se alej presuroso. Sara sinti que iba a llorar y don Miguel sinti un pesado sentimiento de pena. -Vmonos de aqu, Miguel. -Est bien. Lloras? -Me siento frustrada. Se encaminaban hacia la salida, cuando el mismo mdico iba a cruzarse con ellos y se detuvo. -El beb vive -les dijo. -Beb? -La mujer muri despus de una cesrea. -Qu quiere decirnos con eso? -Que forman un venerable matrimonio feliz que quieren dar algo de su felicidad. -Matrimonio...? -dijo don Miguel y sinti un codazo de Sara en las costillas. La mir.

  • -El propsito, recuerdas? -susurr ella. -Est sugiriendo, doctor...? -Mire, seor. sa mujer vino sola. Era muy joven. Con toda seguridad era su primer hijo. Muri sin parientes a su lado. Queda el beb. Qu hacemos con el beb? Generalmente comunicamos al juez de Menores y lo entregamos a la Cruz Roja, o a la Casa Cuna. Tambin suele suceder que una pareja caritativa se haga cargo de la custodia, con conocimiento del juez, claro. -Es que nosotros no somos un matri... Otro codazo experto hizo callar a don Miguel. -Quiere decir... tenerlo en casa? -pregunt Sara. -sa es la idea, seora. Y nos saca un peso de encima. -Pero... as... tan pronto? -pregunt don Miguel. -Todo provisorio, seor, usted firma papeles en duplicado, nos deja sus datos, y comunicamos al Juez de Menores el destino del chico, bajo su responsabilidad y cuidado. -Suena terriblemente legal, doctor! -As es, caballero. Pero todo es provisorio, le repito. Puede aparecer la madre de la chica muerta; descontamos que se presente el padre o el que engendr el chico, nunca sucede. Acreditan la identidad de la fallecida, acreditan su parentesco y el juez ordena la entrega del beb. -Y entretanto podemos tenerlo? -pregunt ansiosa, Sara. -Desde ahora mismo. Sara mir suplicante a Miguel. Pareca una nia pidiendo una mueca nueva. -S -hasta daba saltitos. El mdico sac de sus dudas a Miguel. -Me da sus documentos, caballero? -Para qu? -Para los certificados de entrega, basta que usted los firme -dijo, aadi con picarda-, a pesar de todo todava seguimos siendo jefes de familia.

  • Roto su empaque, confundido, don Miguel entreg al mdico sus documentos, y el hombre de amarillento guardapolvos se alej con ellos, entrando en una oficina, o secretara, o lo que fuera. -Hacen rpido las cosas -dijo Sara. -Es que en este sitio el dolor no da ventaja, Sara. Pero, djame entender. Me ests convirtiendo en delincuente! -La caridad no es delincuencia! -Mentir el estado civil es delincuencia. Nos cree casados. -Les dijimos que estbamos casados? -No. -Ya, se lo imagin l. No tenemos la culpa de que sea un tonto. -Pero es una locura! -S, en eso tienes razn, Miguel. -Menos mal! -La ltima locura que nos podemos permitir en esta vida. Si nos vamos de aqu sin el chico, nos iremos ya irremediablemente viejos. -Lo que ests diciendo... -E intiles. -Pero analicemos un poco, Sara. Es obvio que ese doctorcito quiere que yo firme los papelotes. Firmo los papelotes. Me hago responsable de un beb que ha sido recogido por un matrimonio que no existe y que no ser capaz de tenerlo en casa. -S estar en casa! -Pero sos capaz de... -Ya he sido madre soltera una vez, recuerdas? -S, pero... Lo tendrs en tu casa, dijiste? -Eso dije.

  • -Y si se lo comen Lenin y Gorbachov, o incluso Bush? Qu pasa conmigo? Quiero morir en mi cama, no en la crcel! -Deja el beb por mi cuenta, y tranquilzate. -No. No. Hay que racionalizar. Te veo muy entusiasmada, muy sensible. Le vas a tomar cario al chico. Qu pasa si aparecen los parientes? Se lo llevan y vas a sufrir mucho. -No es esta nuestra ltima locura? -As parece. -Tambin es nuestra ltima aventura, e incluye una apuesta. Estoy apostando a que nadie se interesar por el beb, como nadie se interes por la madre. -Pero cuando se descubra que no somos... -Miguel... estamos en una edad en que el maana no importa. Importa ahora. -Pero el maana sigue existiendo. Maana puede ser maana mismo. Creo que dije un disparate, pero es as. -Seor...? -era el mdico, que volva. -S? -Me acompaa? Hizo falta un leve empujoncito de Sara para que don Miguel empezara a moverse con desgano. Entraron en la oficina. Una dama de guardapolvos blancos, sentada en un escritorio, tena delante s unos formularios llenados a mquina. -Firme aqu, gracias, y aqu, gracias. Y tambin esto. -Est en blanco. -S, firme muy al pie, es la comunicacin al juez y su conformidad de tenerlo en custodia. La llenaremos nosotros. Resignado, don Miguel firm el papel, con la sensacin de estar firmando su propia sentencia. -Bien, gracias -dijo la enfermera-. Han hecho una buena accin. Ir a traer al beb. Quedaron esperando, tensos. El mdico le dio unos golpecitos en la espalda a don Miguel y se march presuroso, rumbo a sus tareas.

  • Poco despus, apareci la dama de blanco, portando un bulto envuelto en pao blanco, de donde sala un berrido bastante agudo. Sara apart los paales y le mir la cara. -Jess, qu feo! -exclam deleitada. -No es feo, es fea -aclar la mujer. -Cmo? -Es nia. Qu harn con ella? -se dirigi a don Miguel. -Bueno, no s... -Puedo sugerirle algo prctico? -S, s, cmo no -respondi don Miguel, mientras Sara meca a la nia, le susurraba un canto de cuna. -Llvenla a un sanatorio. Necesita una inspeccin completa. Tiene apenas dos horas. -S, buena idea -dijo don Miguel, por decir algo. Ms tarde, en el ms moderno sanatorio de la ciudad, Miguel y Sara miraban los cristales donde una joven enfermera, despus de baar y desinfectar el ombligo y envuelto en paales ms decorosos que los del hospital a la nia, estaba empezando a alimentarla con un bibern. -Mir! Chupa! -deca Sara dando saltitos. -S, s, veo que chupa -le contestaba don Miguel, con aire ceudo y preocupado. -Estar aqu tres das y despus me la llevo a casa -anunci Sara. -Y, mientras tanto, ensea a Gorbachov, Lenin y Bush la diferencia entre un ratn y un cachorro humano. Captulo XII Una punta roja encendida brillaba en la oscuridad, all donde el rugoso limonero empezaba a madurar. Era el cigarro que don Miguel se permita apenas una vez por semana, violando la prohibicin estricta de su mdico. Sentado en un silln de mimbre, vestido con un liviano buzo de algodn y viejos pantalones de entrecasa, los pies metidos en zapatillas, meditaba. El olor de los frutos en sazn le traan recuerdos. Cristina y l lo haban plantado juntos, como el aguacate que ahora era viejo y tosco de tronco, pero lozano en el follaje. Ahora el limonero era tan alto que casi le tapaba la luna. Cristina la sola

  • prohibir que arrancara los frutos maduros, porque el limonero era suyo, y el rbol lo saba y slo fructificaba para su duea. Si cualquier otro tocara un fruto, se enojaba y se secaba. Muri Cristina y el limonero sigui vivo, dio nuevas frutas y fue indiferente a las cosechas de la vieja Marcelina y a las de l mismo. Quizs en su pena, al limonero ya no le importaba que le arrancaran sus frutos. Don Miguel se pregunt qu pasara cuando l mismo muriera. El arbolito le sobrevivira, sera parte de la herencia que recibiran sus hijos, y quizs el arquitecto casado con su hija cumpliera el sueo de edificar all un edificio de consorcio. Entonces cortaran el limonero, y el agua, y el aguacate, y la lima de Persia; el naranjo del fondo, tan viejo y cansado que slo daba frutitas enanas cada agosto, y la morera donde el gusano teja su sarcfago para encerrarse en l en agosto y renacer mariposa en setiembre. -Por lo menos ese gusano sabe que existe otra vida -se deca a s mismo-. Sabe lo que no sabe el hombre, o lo que el hombre slo presiente, o desea, o espera. Pero por qu estoy pensando en eso? Esa mujer torrencial, esa vieja con alma infante me ha empujado a una aventura inconcebible. Cmo dijo cuando fuimos a traer al beb a su casa? S, dijo que ahora tenemos una razn para no morir. No dijo razn para vivir. Dijo: razn para no morir, como si pensara que estamos obligados a vivir, porque una vida nueva dependa de nosotros. Es loca la dama sa, pero tiene una energa poderosa que me lleva a cometer disparates como falsificar documentos, pero lo hago. No digo no. La aventura me atrae como le atrae a ella. Slo que ella se lanza de cabeza al agua. Yo entro caminando cuidadosamente, pero es la misma agua, el mismo riesgo, la misma locura de jugar a ser padres de una mueca. Dios, de nuevo otro crculo que se cierra. La vuelta a la infancia. Pero no, no es infancia, es juventud. Jugamos a ser padres jvenes. Lstima que ser un juego tan corto, porque vendrn a llevarse a la chiquilla, o quedar para decimos adis, quizs ms pronto de lo que creemos. Caray! Otra vez la idea de la muerte. Antes de conocerla, pensaba poco en la muerte. Ahora s. Es que la soledad de la tercera edad (horribles palabras) viene envuelta en celofanes negros, como si la muerte formara parte inevitable de la soledad, pero rota la soledad, de regreso a la vida, queremos ms vida, y pensamos en la muerte como la enemiga que traza una raya en la tierra y dice que de aqu no pasas. Y la raya est tan cerca, casi debajo de nuestras narices. Pobre nia, que mal le hemos hecho. Aprender a decir mam, o pap, y despus adis. Sara, Sara, el sentido que le encontraste a nuestra alianza no tiene sentido, porque no tiene continuidad en el tiempo. Es una aventura sin futuro. Don Miguel se dej adormecer. El cigarro se haba apagado y lo tir. Cantaban los grillos su extrao concierto de chirridos dialogales. Los murcilagos pasaban veloces lanzando chillidos. Una suave brisa haca crepitar el follaje y traa la azucarada esencia de las pomarrosas maduras del patio vecino. En alguna parte corra agua. Una canilla que el descuido dej abierta o una canilla ya vencida, y haba un rumor de arroyito que dejara al amanecer una minscula laguna donde vendran los gorriones a darse un bao y esponjar las plumas. Don Miguel se meca en la frontera del sueo, con la mente suficientemente clara como para recordar que no haba preguntado cmo se llamara la nia. -Le pondremos Aurora -se dijo-, es la palabra ms alejada de la noche.

  • Captulo XIII -Mam!, es el ms grande disparate que he visto! -No alces la voz que la nia duerme! -La nia! La nia! La nia! Traerla fue una locura. -Lo s. Lo hice por eso, justamente. -Y ese viejo demente! -Te prohbo que trates as a mi amigo! -Mam, mamita, soy abogado, no? El acto de apropiarse de esa nia en base a un engao es ilegal. Es lo ms parecido a un secuestro! -Miguel firm papeles! -Con mala fe manifiesta! -No me hables como abogado! -Te estoy hablando como abogado! Ese caballero corre peligro de ir a la crcel! -Nadie va a la crcel por un acto de amor, seor abogado. Y en todo caso me supongo que tendrs la caballerosidad de defenderlo. -Que no me lo pida! -Te lo pido yo! -Mam, mam, mam. Esto no tiene sentido. Se supone que si no hay grandes los la tienes que criar. -sa es la idea! -Hasta cundo? -Hasta que crezca y se case! -Mam! -Qu?

  • -Tienes 78 aos! -Qu te pasa? Me ests condenando a muerte? -Es que matemticamente... -En los actos de amor no hay matemticas! -Veo que ests metida hasta en las narices con esto. Entonces te hablar como hijo. -A ver con qu trampa me sales! -Dije como hijo! -Un hijo abogado! -No. No. No, mam. Slo como hijo. -Est bien. Te oigo. -No sos injusta con tus nietos? -Qu ests diciendo? -Los chiquillos se sentirn heridos. La abuela ocupndose de una beba extraa, se sentirn celosos. -Se sentirn felices! -Yo soy el padre! -Y yo soy la abuela! Se volvern locos de alegra con la nueva tita! -Tita? -S la adopto ser tu hermana, no? -Si la adoptas! Jess mo, mam. No tienes la ms mnima posibilidad de que te la den! Hay otras parejas jvenes que esperan! Adems sos soltera! -No ser una novedad. Cuando te conceb y cri, tambin era soltera. -Mam... No puedes pensar con lgica? -Qu es la lgica?

  • -Que las cosas sean como deben ser! -Entonces me das la razn! -Cmo que te doy la razn? -Lo lgico es que una nia tenga madre! -Ests jugando con las palabras, mam. -Y vos ests jugando con mis sentimientos, hijo. Parecs un totalitario. Primero me amenazs con la crcel, despus me chantajes con mis nietos, me sugers que no voy a vivir para ver seorita a la beba. Cres que te ests portando bien? -Puedo entrar? -es don Miguel que ha asomado en la puerta de la casa. -Bienvenido, Miguel. La expresin de Ral es ptrea, enfurruada. Don Miguel queda desconcertado al verlo. -Es mi hijo -dijo Sara, presentndolos. -Mucho gusto, joven. -Digo lo mismo, pero me hubiera gustado conocerlo en otras circunstancias, caballero. -Comprendo. Me permite? Entrega un paquete bastante grande a Sara. -Es lo que pediste. -Claro, es para la beba. Se lleva el paquete adentro, con evidente intencin de dejar solos a los dos hombres. -Usted tuvo una participacin muy irregular en este asunto, seor. -Ciertamente, tiene razn, joven. -Entonces aydeme a deshacer este entuerto. -Parece que no ha aprendido a conocer a su madre, joven. Se lleva todo por delante. Incluso a m. -Pero han hecho algo casi ilegal.

  • -As lo entiendo. -Y no teme a la sancin? -En verdad, no. Ser un gran chiste que el juez me condene a diez aos. No voy a poder cumplir la pena. Pero no se aflija por su mam. Yo asumir toda la responsabilidad. -No puede, ella es cmplice, tan culpable como usted. -Slo ve este asunto en trminos jurdicos, joven? -Quiere dejar de decirme joven? Tengo mis aos. -Esta bien, doctor. -No tan doctor, slo quiero la paz para mi mam. -Quiere la paz para su mam, y est impidiendo que sea feliz. -Que sea feliz! -Por un corto tiempo. -Cmo dice? -Los parientes pueden aparecer en cualquier momento. Y la verdad puede saltar y golpear de repente. Como por ejemplo el lunes. -Qu va a pasar el lunes? -Estamos citados en el Tribunal -extrae un papel del bolsillo-, est dirigido a Miguel Velzquez y seora. -Miguel Velzquez soy yo. La seora no existe. -Qu he odo sobre Tribunales? -deca Sara, que regresaba a la salita. -Que tenemos que comparecer el lunes. -Como marido y mujer! -agreg con furia Ral. Sara se puso a temblar, su voz se quebraba. -Tan pronto? No eran que los jueces olvidan? Que los expedientes se extravan por aos? Por qu a nosotros? Qu dao hemos hecho? -dirigindose a don Miguel exclama-: Necesitamos un buen abogado!

  • -Yo soy abogado, mam. -Ests descartado! -No, mam, les acompaar. Les acompaar, aunque sea para suplicar clemencia. -Clemencia! Dijiste clemencia, hijo? -Para ustedes dos, naturalmente. -Y para la nia? Quin pedir clemencia, Ral? Ya no es suficiente nacer sin madre y sin padre conocido? -Estar all, de todos modos -dice enrgicamente Ral y, tras una inclinacin de cabeza a don Miguel, se marcha. Captulo XIV Grandes nubarrones encapotan el cielo de domingo. No obstante, don Miguel y Sara han ido al Parque Caballero. La nia -Sara acept el nombre de Aurora- duerme entre rasos en un cochecito de mueca. Sentados en un banco, Miguel y Sara se sumen en sus pensamientos. Maana es lunes, piensan los dos. -No me quitarn a mi beb! -dice Sara por dentro. -Maana termina la comedia -reflexiona don Miguel-. No voy a decir que no tema a la crcel, pero si la ancianidad sirve de algo, que sirva tambin de atenuante, por esta vez. La gente joven acostumbra a pensar que vejez es chochez. Dirn que fueron cosas de chochos como quienes dicen que son cosas de nios, y all terminar todo. Pero me duele Sara. Ha tomado en serio la cuestin. Si se llevan a la beba quedar hecha trizas. Una joven vestida de buzos rojo y pantalones largos va trotando y sus cabellos castaos atados con un lazo flamean al viento. Ms atrs un muchacho, y otro, y otro. Un chiquillo gordo y rubio se apoya en el cochecito de Aurora y mira a la nia dormida. Trata de tocar con las manitas la cara de la bella durmiente. La joven madre lo aparta. -No toques a la nena que sus abuelitos te van a dar chas-chas -le dice a su hijo. -Vyase a la mierda! -explota Sara. La madre joven no oculta su expresin consternada y se aleja. -Has tratado muy mal a esa chica -le reprocha don Miguel.

  • -Lo s -lagrimea Sara- es que le tengo envidia. -Sara, ya viviste lo tuyo. -Viejo idiota, nunca se termina de vivir. Dolido por el insulto, don Miguel calla. -Perdn -susurra Sara. -No es nada, lo atribuyo a tu estado de nimo. -Tienes que ser siempre tan conformista? -S cuando hay que luchar y cuando hay que resignarse. Eso es todo. Y lo deberas aprender vos. Suelo or a los oradores que los cielos polticos terminan. Los cielos humanos tambin. -Yo tengo ganas de luchar. -Est bien. Lucha. Acaso eso haga menos amarga la derrota. -Crees que nos la van a quitar? -En ningn cdigo del mundo existe la razn para que la dejen contigo. -Con nosotros. -Est bien, con nosotros. Es nuestra aventura, desde luego. Nuestra manera de dar un sentido a nuestras vidas, perfecto. Pero es como jugar bsquetbol con una pompa de jabn. Sara calla. Miguel medita. Al pie de la alta palmera el csped es ms verde y el trbol ms abundoso, apindose contra el tronco. Los eucaliptus han sangrado cristales. Hormigas frenticas van y vienen oliendo la tormenta que se acerca. Chicas y muchachos trotan tras la perfeccin atltica. Todo es vida -piensa don Miguel-, hasta en el cielo, donde los relmpagos viven un segundo y estallan en otro. Parecida a la vida humana, que dura segundos en la vasta eternidad. Segundos o aos, el tiempo lo condiciona todo... y nunca se detiene. Y nos arrastra. -Vamos, parece que va a llover. -Vamos. Como una pareja joven, ella alza en brazos a Aurora, Miguel, diligente, pliega el cochecuna y lo deposita en la baulera del auto. Sara se acomoda en el asiento, Aurora llora, ella la mece y le susurra el rumor de su corazn. Miguel pulsa el botn de arranque.

  • -No aceleres tanto, que Aurorita se asusta. -Est bien, perdona. Maneja suavemente, llegan a la casa de Sara. -Maana paso a buscarte -dice Miguel. -Est bien -responde Sara. Desciende y sin decir adis entra corriendo a su casa, como una loba que lleva a su cachorro a la seguridad de su cubil. Don Miguel enfila hacia la avenida, olvidndose de que lleva el cochecuna en la baulera. Captulo XV El juez result jueza, como descubrieron cuando el secretario los invit a pasar. Sara insisti en llevar en brazos a Aurora, insistiendo en que si ve a la beba el juez se enternecer ms. A lo mejor es un abuelo. -Secretario, no hace falta que tome nota, esto ser informal. Tiene el rostro severo de una solterona, pens Miguel. Parece machona -pens Sara. La magistrada les invit a tomar asiento. -Su Seora... -empez a decir Miguel, sin estar seguro de que ese es el trato protocolar. -Miguel Velzquez? -Lo confieso. Y la seora es... -Ya la conozco. Estuve charlando ya con su hijo. Me inform de todo. Fuimos compaeros de facultad, y en homenaje a eso, tratar de ser justa. -Gracias, seora! -exclam Sara. -Justa hasta el lmite de lo posible. Olvidar la forma irregular que utilizaron para hacerse de la beba. Lo importante es el bienestar del beb. -Eso, eso, eso! -dijo entusiasmada Sara.

  • -Seora, el bienestar de la beba no pasa por su contento, ni por su intencin. -Jess! -Es duro, pero es as. -Nos la van a quitar, doctora? -Por el momento no. Me consta que est bien atendida. Que con usted est segura y protegida... provisoriamente. -Claro, es lgico, provisoriamente -dijo don Miguel. -Deberas luchar un poco ms, Miguel! -S cuando estoy vencido, ya te dije. -No dialoguen, por favor. Quiero terminar pronto esto. Seora, le concedo la custodia del beb hasta que se le encuentre un destino ms permanente. -Qu quiere decir? -Quiere decir que nosotros ya no somos permanentes. Somos viejos. -No quiero decir eso -respondi la jueza, molesta. -Est bien, lo dijo con elegancia, Su Seora. -La presentarn aqu una vez por semana. Y tal vez reciba la visita de una asistente social con la misma frecuencia. -Me permite una pregunta, doa jueza? -intervino Sara. -Pregunte, seora. -Un juez no tiene que mirar las cosas sin prejuicios? -Por cierto, seora! Por qu lo dice? -Porque usa, o como se diga, est prejuzgando. -Sara! -Cllate! -Escuchar lo que tenga que decir, seora. Lo que dijo es grave.

  • -Lo que usted hace es prejuzgar de entrada que una vieja no puede ser madre adoptiva. -Tambin es soltera, seora. -Fui soltera cuando cri a su brillante compaero de facultad. -Pero era joven. -Pero ahora te