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Revista de Ciencias Sociales Departamento de Sociología Año XVI / Nº 21 AGOSTO 2003 45 Homenaje a Alfredo Errandonea INEDITOS Anarquismo para el Siglo XXI Alfredo Errandonea I - La decadencia “movimientista” del anarquismo Desde sus orígenes, el anarquismo fue un mo- vimiento sociopolítico revolucionario que, conse- cuente con su postulación antiestatista y antiauto- ritaria, desdeñó el camino de la conquista del poder societal centralizado, en beneficio de la colec- tivización autogestiva del poder descentralizado. Asumía así la opción más difícil, porque se la repre- sentó como la más real y auténtica. Pero, tam- bién desde sus orí- genes, el anarquis- mo fue un movi- miento intelectual crítico, cuyos teó- ricos reunieron la doble condición de pensadores y mili- tantes; y su pro- ducción inspiraba, fundaba y orienta- ba la acción revo- lucionaria. Su prestigio proletario y su predominio en al- gunos de los países centrales llegó a ser tal que no importaba la mayor dureza de sus opciones tácticas y estratégicas. Y el capitalismo salvaje de la época era su mayor justificación. Vale decir que, históricamente, el anarquismo emergió como movimiento sociopolítico que se pro- ponía cambiar a la sociedad; y, a la vez, como co- rriente crítica intelectual desde el campo revolucio- nario. Lejos de constituir una opción, el ‘movimien- tismo’ y la ‘pos- tulación inte- lectual’, no sólo convivían sino que se integraban armónicamente. Ambos aspectos representaban la manifestación de una alternativa de cambio para la so- ciedad. Así fue du- rante las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX. Alfredo Errandonea y Luce Fabri. “La institucionalización de una relación social concreta, en la cual unos deciden lo que implica a los otros y/o a todos, constituye una relación de dominación. Sea cual sea el mecanismo a través del cual se lo hace. La aceptación no cuestionada de esta relación por sus actores, constituye su legitimación; y estatuye su límite”. Por el carácter epicéntrico del Estado en el establecimiento y sostén de la dominación, la respuesta más transgresora y sustancialmente revolucionaria fue siempre antiestatista; por más abundantes y mayoritarias que sean las versiones de reformismo que confían en la vía gubernamental. La revolución del siglo XXI asoma como un proceso complejo, seguramente de acaecer plural, con mayores y desiguales tiempos de realización, que posibilite la constitución de organizaciones capaces de asumir la gestión en una sociedad lo más libertaria posible. De allí la importancia de actividades de reflexión y elaboración colectiva, una tarea de revisión y de reubicación teórica y doctrinaria. “Es una hora de reflexión; por lo tanto de fuerte inclinación a la labor intelectual”.

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Revista de Ciencias Sociales ≈ Departamento de Sociología ≈ Año XVI / Nº 21 ≈ AGOSTO 2003 45

Homenaje a Alfredo ErrandoneaINEDITOS

Anarquismo para el Siglo XXI

Alfredo Errandonea

I - La decadencia “movimientista”del anarquismo

Desde sus orígenes, el anarquismo fue un mo-vimiento sociopolítico revolucionario que, conse-cuente con su postulación antiestatista y antiauto-ritaria, desdeñó el camino de la conquista del podersocietal centralizado, en beneficio de la colec-tivización autogestiva del poder descentralizado.Asumía así la opción más difícil, porque se la repre-sentó como la másreal y auténtica.

Pero, tam-bién desde sus orí-genes, el anarquis-mo fue un movi-miento intelectualcrítico, cuyos teó-ricos reunieron ladoble condición depensadores y mili-tantes; y su pro-ducción inspiraba,fundaba y orienta-ba la acción revo-lucionaria.

Su prestigio proletario y su predominio en al-gunos de los países centrales llegó a ser tal que noimportaba la mayor dureza de sus opciones tácticasy estratégicas. Y el capitalismo salvaje de la épocaera su mayor justificación.

Vale decir que, históricamente, el anarquismoemergió como movimiento sociopolítico que se pro-ponía cambiar a la sociedad; y, a la vez, como co-rriente crítica intelectual desde el campo revolucio-nario. Lejos de constituir una opción, el ‘movimien-

tismo’ y la ‘pos-tulación inte-lectual’, no sóloconvivían sino quese integrabanarmónicamente.Ambos aspectosrepresentaban lamanifestación deuna alternativa decambio para la so-ciedad. Así fue du-rante las últimasdécadas del sigloXIX y primeras delsiglo XX.

Alfredo Errandonea y Luce Fabri.

“La institucionalización de una relación social concreta, en la cual unos deciden lo que implicaa los otros y/o a todos, constituye una relación de dominación. Sea cual sea el mecanismo a través

del cual se lo hace. La aceptación no cuestionada de esta relación por sus actores,constituye su legitimación; y estatuye su límite”. Por el carácter epicéntrico del Estado en elestablecimiento y sostén de la dominación, la respuesta más transgresora y sustancialmente

revolucionaria fue siempre antiestatista; por más abundantes y mayoritarias que sean las versionesde reformismo que confían en la vía gubernamental. La revolución del siglo XXI asoma

como un proceso complejo, seguramente de acaecer plural, con mayores y desiguales tiempos derealización, que posibilite la constitución de organizaciones capaces de asumir la gestión

en una sociedad lo más libertaria posible. De allí la importancia de actividades de reflexión yelaboración colectiva, una tarea de revisión y de reubicación teórica y doctrinaria. “Es una hora de

reflexión; por lo tanto de fuerte inclinación a la labor intelectual”.

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Bien entrado el siglo XX, el capitalismo evolu-cionó. Esquemáticamente dicho, operó su propia“revolución interior” como consecuencia del cambiotecnológico que hizo crecer más la productividad -ypor lo tanto, la oferta- que la capacidad adquisitivageneralizada para el consumo en la demanda. El pro-blema ya no era más la cuota de ganancia mediantela plusvalía, sino la necesidad de aumentar el mer-cado para que la demanda acompañara el crecimien-to de la oferta por multiplicación del producto. Osea: encontrar la forma de aumentar el “gasto” de loproducido, sin afectar a la plusvalía.

El sistema capitalista encontró la solución alproblema por una doble vía: guerras masivas de des-trucción universal, que consumen gran parte delsobreproducto; y la incorporación al mercado de ma-sas de consumidores, que serán los mismos integran-tes del proletariado y, desgajados de él, de nuevosestratos en posición intermedia, multiplicando lasnuevas “clases medias dependientes”, de cuello blan-co. El camino es el crecimiento del Estado; que de“juez y gendarme”, custodio los intereses de la clasedominante -y sin dejar de serlo-, pasó a ser el sosténde una nueva versión capitalista. Fue el gran actorde las nuevas guerras de involucramiento total; y elejecutante de una política de ampliación del merca-do, con creación de empleo y financiación de nue-vas actividades creativas de ocupación, además degarante de la mejora de los niveles de vida en queese crecimiento debía traducirse; y el que asumenuevas funciones estatales en función de la moder-nización del consumo (establecimiento de másservicios, proveedor de educación, atención de lasalud, organizador de la complejidad de la vidaurbana abruptamente acrecida, y productor de bie-nes y servicios en nuevas áreas). Las disputasinterimperialistas, y el keynesianismo con su conse-cuente “welfare state”, operaron la revolucionariatransformación del capitalismo del siglo XX; sin per-juicio del proceso de concentración del capital ya endimensiones transnacionales.

Un proceso diferente al de las previsiones mar-xistas. Pero que descoloca la estrategia del anarquis-mo, diseñada para la sociedad del capitalismo salvajecon el viejo Estado prescindente.

Desde entonces, el clásico proletariado ya notendría solo las cadenas a perder. Ahora, su incorpo-ración al consumo lo había integrado al sistema, conintereses inmediatos asociados a él. A partir de locual, de manera progresiva y sostenida, el anarquis-mo fue perdiendo su fuerza “movimientista”; espe-cialmente en el movimiento sindical, donde más lahabía logrado arraigar.

Una serie de acontecimientos precipitaron lacaída de la opción anarquista. La rápida evolución

de la revolución rusa hacia un capitalismo de esta-do, totalitario y de proyección imperialista, que lo-gró la estalinización en varios países y otorgó unsustento decisivo a la acción de los Partidos Comu-nistas de Occidente; el acceso de sectores de origensocialista a la coparticipación en parlamentos y go-biernos burgueses, con abandono de principios clá-sicos y moderación de su acción política, a través dela socialdemocracia; el ascenso del fascismo en Europaal tiempo que afloraban allí posibilidadesrevolucionarias; y la derrota republicana en la gue-rra civil española, en cuya retaguardia se estabaforjando la primera revolución social exitosa de sig-no libertario.

La ilusión socialdemócrata de la reforma socialpor evolución “progresista” del capitalismo, no iba adurar demasiado. Reordenado el mundo de postgue-rra, el capitalismo lograría operar una aceleraciónexponencial del progreso tecnológico; cuya sofisti-cación intensificó el costo en capital y produjo elnuevo fenómeno de la desocupación tecnológica aescala universal. Una fuerza de trabajo conformadaa la organización ‘taylorista’, que afronta una rees-tructuración ‘toyorista’ y un proceso de‘desalarización’, minando su fuerza sindical. La deli-berada búsqueda de ese debilitamiento y del abati-miento de los costos salariales. Y la imposición deuna nueva división internacional del trabajo, quetraslada a la periferia a las industrias tradicionalespara abaratar salarios; fenómeno extendido luego amuchas de las industrias más modernas.

La concentración del capital transnacional tam-bién cobró acelerada velocidad; y las empresastrustificadas transformadas en grandes grupos eco-nómicos de capital, adquirieron dimensiones multi-nacionales gigantescas. La nueva organización queadquirió el capitalismo, sobredimensionó al capitalfinanciero que se hizo estratégico y subordinó a lapropia actividad específicamente productiva. Estatransformación secundarizó la importancia y poderde los Estados Nacionales -la mayoría de ellos, demenor magnitud que muchos grupos económicos-;que comenzaron a endeudarse con los nuevos apara-tos financieros internacionales; los cuales goberna-ron las políticas económicas del mundo a través delcondicionamiento que les imponían, a cambio de laapertura y continuidad de sus líneas de crédito.

Nuevamente la ganancia capitalista se volvíael móvil principal de la dinámica del sistema, ahoraen forma de plusvalía financiera. El consenso demo-crático requerido por los gobiernos de las socieda-des pluralistas, empezó a importar cada vez menos.El keynesianismo y su “estado de bienestar” se con-virtieron en malas palabras. Una nueva corriente teó-rica económica (el neoliberalismo de Milton Fridman,

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y de otras versiones) apareció para reivindicar lasmáximas de las teorías clásicas capitalistas liberales.La apertura de los mercados, el abandono delintervencionismo estatal, la privatización de muchasde sus actividades, el restablecimiento de la insegu-ridad laboral, la intemperie para la libre operaciónde las fuerzas económicas bajo la supuesta ley de laoferta y la demanda, constituyeron los lemascentrales de la plataforma de la llamada “revoluciónconservadora”. En términos económicos, era elavance incontenible hacia la denominada “globali-zación”. En realidad, significaba la reimplantacióndel “capitalismo salvaje” del siglo XIX, ahora enversión edulcorada por el acceso mayor al confortgeneralizado que la nueva tecnología hacía posibley por la asunción de ciertas políticas asistencialesfocalizadas hacia las más agudas formas de miseriadel “mundo civilizado”; mientras la proporción depobreza en la población del planeta siguió creciendoexponencialmente sin obstáculo alguno.

Cualquiera sean las sofisticaciones matemáti-cas con que se presenten hoy sus modelos, siempreestán construidos sobre la falsedad del comporta-miento económico supuestamente racional como leysuprema de asignación de recursos. Y detrás de estepostulado -insostenible para la ciencia social mo-derna- , como rebaño de borregos, transitan la plé-yade de economistas yuppies contemporáneos; losque además suponen la obediencia ciega a él decualquier fenómeno social, sea del orden disciplina-rio que sea. Por supuesto: no interesan aquí loserrores epistemológicos de los intelectuales al servi-cio del neocapitalismo contemporáneo, más que comorespuesta al argumento de autoridad con que suelencontestar cualquier crítica a sus aciertos. Interesa sídesenmascarar la supuesta “neutralidad valorativa”de científico de que se sienten investidos estos eco-nomistas, cuyo producto no tiene nada de “científi-camente neutral”. Sólo cumplen con la función defundar y justificar la imposición de las políticas eco-nómicas decididas por el imperio, como si fueranpremisas de un ordenamiento natural.

En el proceso, cayó la última traba para el de-sarrollo completo de estas tendencias, que había sidola competencia de poder del mundo bipolarizado ylos resquicios que ella dejaba para las alternativasmás o menos autónomas en quienes no integrabanninguno de los polos. Luego de brutales represionespara sustentarse como tal, el ensayo estatista yautoritario del mal llamado “socialismo real” sedesintegró ante los ojos asombrados de la gran ma-yoría de la izquierda internacional que, de algunamanera, se había acostumbrado a confiar en él. Ycon este fracaso, la desesperanza y el retroceso detoda ella.

Esta última crisis no afectó específicamente alanarquismo (más allá de algunos trasnochados, enproceso de leninización), que nunca creyó en la al-ternativa soviética. Pero su presencia “movimien-tista” ya había sido prácticamente eliminada en todoel proceso anterior. No pudo o no supo enfrentarlocon la actualización de su doctrina. Persistió comocrítica intelectual en algunos de sus nuevospensadores, pero sin mayor incidencia en la vidacotidiana de las organizaciones populares; las cualestambién decayeron como formas de participación ose marginizaron en nuevos movimientos sociales conmucha menor centralidad en el conflicto social (ba-rriales o comunales, cooperativos, ecologistas, juve-niles, de desocupados, feministas, etc.), en un mundoavasallado por la fuerza de la tendencia referida.

En este fin de siglo, el panorama que exhibeel anarquismo contemporáneo es la presencia de unarenovada crítica intelectual y la rebelde postulaciónfilosófica enfrentada al rumbo general que imperaen el mundo en las últimas décadas. Visión oposito-ra radical contra una potente dirección del dominiouniversal de imposición de las formas más crudas dela explotación, el autoritarismo, el racismo, el mili-tarismo, el terrorismo de estado y la intoleranciareligiosa; las que avanzan pisoteando las resisten-cias vencidas de una izquierda política fracasada yen desbande; que solo logra subsistir cuando secamufla de tal manera que deja de ser izquierda.

Una casi solitaria visión crítica que se resignaa un papel testimonial de aparente exclusiva inci-dencia intelectual.

El escenario finisecular parece evidenciar el quenos está tocando vivir uno de esos golpes del pén-dulo histórico hacia la derecha. Reaccionarismo yautoritarismo que lo penetra todo, hasta la reflexiónacadémica y el pensamiento intelectual. Y muchomás el ambiente político general y las inclinacionesde la opinión pública y de los electorados. Auge delas ultraderechas, terrorismos de estado, nacionalis-mo y racismo responsables de “limpiezas étnicas” yde absurdas guerras localizadas, reaparición de mo-vimientos nazifascistas, desmovilización de lossindicatos y de las organizaciones populares,insensibilización ante la miseria y el hambre deltercer y “cuarto” mundo, reivindicación defundamentalismos teológicos de estilo shiita, etc.

Quizás no sea tan así, y junto a tales fenóme-nos, se ven también algunos otros acontecimientosde distinto signo (la rebelión zapatistas, el movi-miento brasileño de los “sin tierra”, etc.); y hasta esposible que ya se haya iniciado el regreso de esemovimiento pendular. Pero, sea como sea, esta claroque predomina la sensación de vivir un mundoderechizado. Y frente a él, la profesión de fe revolu-

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cionaria parece totalmente a contrapelo. Lo queempuja defensivamente hacia el refugio de los valo-res profesados a la vida personal y grupal. El anar-quismo no puede escapar a esta percepción. Más queninguna otra cosmovisión ideológica. Tiende a sersentido como actitud; casi como solución deconciencia y conducta individual.

La realidad del ya largo marginamiento‘movimientista’ del anarquismo, acentúa esta sensa-ción. Y, debemos ser conscientes, ella implica la ab-dicación real de todo propósito de cambio social ensu dirección. Su sustitución con un inconformismoy protesta perennes; refugio conscientementeutópico, de un real “conformismo” con su reduccióna un imaginario grupal ghetizado.

II - La razón del anarquismoen la actualidad

Sin embargo, toda esta realidad no ha hechomás que darle la razón a los postulados esencialesdel anarquismo. Si olvidamos por un momento lafalta de eficacia actual de su estrategia de lucha -aesta altura, plenamente demostrada desde hacetiempo- y nos centramos en los postulados funda-mentales y básicos de su doctrina, debemos concluirque ellos expresan la más acertada y completa críticadel sistema que la humanidad padece, en todas susvariantes. Y a la vez, que ellos apuntan a laexplicación más eficiente de la realidad en que talsistema se concreta.

Los vertiginosos cambios tecnológicos y lastransformaciones en el sistema, hacen posible la edi-ficación de modalidades de explotación capitalistamucho más eficientes que las del pasado. Aquellos yestas suponen la concentración del poder a nivelplanetario en la llamada “globalización”; despojande trascendencia a la vida social de la comarca, des-truyendo la participación y la solidaridad de sus com-plejas redes de cotidiano interrelacionamiento; e im-ponen la mayor asimetría y la institucionalizacióndel autoritarismo generalizado en las relacionessociales. O sea: atentan contra las bases de lasociabilidad sobre las cuales se edifica la civiliza-ción humana. Este es el efecto de lo que se ha dadoen denominar la “revolución conservadora”. La máselemental sensibilidad social no puede dejar de ad-vertir la brutal regresión histórica que implica, másespectacular cuando ella ocurre -y se sirve- de losmás impactantes progresos tecnológicos alcanzados.

Tampoco puede concebirse escenario más des-favorable para la acción libertaria clásica. Pero, jus-tamente, en su acaecimiento, nada puede darle mayorvigencia a los principios y valores anarquistas; que

son los únicos que se orientan en la dirección exac-tamente opuesta del proceso emprendido. El cual,por cierto, no es el resultado de una natural evoluciónde la humanidad y su economía, sino de la orien-tación deliberada desde los cada vez más eficientesaparatos de poder, por un sistema de dominaciónuniversal; contra el cual de nada han servido losintentos de acceder a él.

Vale decir que en la peor frustración para losvalores y la acción libertaria, radica también la de-mostración de la razón anarquista.

Durante décadas, los marxistas creyeron res-paldar su razón en la realización del “mundo socia-lista”, como le llamaron. El acceso leninista al poderdel Estado, y desde él, les había permitido organizaruna sociedad supuestamente ordenada con fidelidada los principios socialistas.

Por muy sabida, no vale la pena detenerse enel análisis de tal mentira. Que se tradujo en el otor-gamiento de los privilegios sociales desde el poder;en la realización de la acumulación capitalista afuerza de represión y hambre; en el montaje de unestado policíaco de persecución implacable de ladisidencia, o simplemente de las posibilidades decompetencia al liderazgo; en las purgas y asesinatosestalinistas; en la imposición imperialista del modeloa otras sociedades ocupadas, y el ahogo de susrebeliones al paso de sus tanques invasores; en fin,en el establecimiento de la dominación de clases yla injusticia a través del Estado-Partido, es decir delpoder concentrado, en vez de por la propiedad delos medios de producción. Toda una contrastaciónempírica negativa de la hipótesis marxistas; así comode confirmación de las anarquistas.

Después de las siete largas décadas que habíadurado esta “dictadura del proletariado”, el sistemase desplomó. De la arrogante competencia bipolarcon Estados Unidos, cayó como castillo en la arenabarrido por el agua. Con él, y como prueba irrefuta-ble de su dependencia imperialista, se desintegraronlos regímenes de los países en que la ocupación so-viética los había instalado. Los mismos personajessoviéticos que en nombre del comunismo dirigieronsu último tramo, fueron los instaladores en su lugarde endebles sistemas capitalistas. Una ironía histó-rica difícil de igualar.

Nuevamente aquí la historia le dio razón a lacrítica anarquista: el método autoritario de la con-quista del poder no conduce al socialismo, sino aotra forma de explotación.

Otra alternativa planteada como socialista fuela opción reformista socialdemócrata. Inspirada enla idea de que la transformación social socialistapodía alcanzarse mediante el acceso al poder en lasdemocracias capitalistas, mediante la acción políti-ca, bajo sus reglas del juego.

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Es cierto que esta opción no asumió la res-ponsabilidad directa de los crímenes y represionescon que cargó el camino soviético (salvo algunos,menores en comparación con los de los Partidos Co-munistas). E, inicialmente, como consecuencia de lavigencia del “welfare state” keynesiano (funcionalal proceso capitalista, como vimos), al cual se asoció,pareció rendir cierta eficacia en las mejoras legalesde las condiciones de la clase trabajadora. Algunas,no desdeñables por cierto para los interesesinmediatos de las clases populares. Incluso, la socialdemocracia asumió gobiernos en Occidente, en eseperíodo que le resultó favorable.

Pero esa misma asunción de responsabilidadesde gobierno o parlamentarias, desdibujaron comple-tamente sus supuestas metas socialistas finales. Cadavez más se convirtieron en pieza del sistema capita-lista. Y cuando el timón internacional puso proa ha-cia la derecha, también acompañaron el proceso; conalguna que otra salvaguardia en tributo a su pasadosocialista.

Hoy pretenden encarnar una supuesta “terceravía”, que no es otra cosa que la asunción de las doc-trinas económicas conservadoras y sus consecuen-tes líneas políticas, acompañadas de algunospaliativos adicionales de sensibilidad social; los cua-les, claro está, no alcanzan a revertir la tendenciamás general de la orientación económica aceptada,y justamente por eso mismo, pueden llegar a serincorporados. Nada de esto puede si quiera recordarel origen socialista de sus sostenedores; quienes enlo sustancial han asumido el destino capitalista.

Por otra parte, tampoco esta opción parece lo-grar detener la polarización económica, el crecimien-to incontenible de la pobreza, la desocupación, lamarginación y la exclusión; sino tan solo, en el mejorde los casos, enlentecerlas algo. Ni tiene chance al-guna de revertir la autoritarización del sistema“globalizado”, ni la anulación de la participación queél provoca.

Entonces, también la opción de alterar al siste-ma por la vía del acceso democrático al poder no haproducido otra cosa que la alteración derechizantede quienes la intentan. La aproximación al podercambia a los actores que la operan y no al sistema.Otra vez, la confirmación empírica de una premisaanarquista.

Esencialmente, anarquismo significa recha-zo a toda autoridad (del griego: “no gobierno”). Comopostulación política, desde que se la formula comotal, el anarquismo asigna toda injusticia de la orga-nización social entre los humanos al fenómeno delpoder (entendido como la capacidad de determinarla conducta de otros, aún contra su voluntad). Espe-cialmente le adjudica al poder en cualquier sociedadla gestación de la estructura de clases sociales y la

opresión de unas por otras. En el capitalismo origi-nario esta se da básicamente a través de la explota-ción, mediante la posesión de los medios de produc-ción por parte de unos, para los cuales deben traba-jar los otros. Este poder económico, dada la centra-lidad del trabajo asalariado en este tipo de socieda-des, es la base de la dominación general ejercida poruna clase. La cual se vale del Estado (entonces, mero“juez y gendarme”), para su respaldo; cualquiera seanlas abstracciones que traten de justificarla.

En el surgimiento de su postulación políticamás orgánica, el anarquismo se propone la construc-ción de una sociedad basada en la libertad y lasolidaridad entre los humanos, organizada por lapropiedad común, especialmente de los medios deproducción, sustituyendo las relaciones de autori-dad por las de cooperación. Es decir, un socialismolibre. Y, obviamente, este tipo de organización so-cial que despoje a los dominantes de su capacidadde serlos, sólo podía obtenerse revolucionariamente;arrebatándole los medios de producción a sus posee-dores, destruyendo al Estado que era su aparato defuerza, asumiendo directamente por los trabajado-res la gestión de los asuntos comunes, especialmen-te la propia producción.

Las ideas de la socialización de los medios deproducción, destrucción del Estado burgués, reali-zación de todo ello por los propios trabajadores, re-unió a anarquistas y marxistas en la Primera Inter-nacional. Pero bien pronto los separaría por la pro-puesta de éstos de hacerlo por medio de la “conquis-ta temporaria” del Estado, para desde su aparato cen-tralizado llevar a cabo la transformación mediantela “dictadura del proletariado”. La respuestabakuninista no se hizo esperar: quienes asuman “enrepresentación” del proletariado tal ocupación delpoder institucionalizado del Estado, se constituiránen nueva clase dominante, forjarán otra sociedadopresora.

Como hemos visto, y como a esta altura resultaevidente, esto es exactamente lo que ocurrió con laRevolución Rusa. Y la tan pregonada eficacia del mé-todo marxista fue tan limitada, que además de nohaber logrado en 73 años ninguna forma de vigenciareal del socialismo finalmente llevó al colapso de laUnión Soviética y sus satélites, sin que mediara nin-guna guerra, sin que los esbirros de los capitalistasdisparan un sólo tiro para lograrlo; siendo los propiosdirigentes “comunistas” de la URSS los que hicieranel tránsito de regreso a la organización capitalista.

Pero la esencia de la postulación política delanarquismo no es en sí mismo la destrucción delEstado (como muchos parecen creerlo), sino en tan-to poder institucionalizado que organiza y garantela opresión. Sin duda de que de ello era sinónimodel Estado “juez y gendarme” del siglo XIX. Pero no

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puede decirse lo mismo de la compleja organizacióndel sector y el espacio público, que ha llegado a serel Estado del siglo XX; aunque conserve en ella tam-bién el papel del respaldo de la fuerza en beneficiodel orden social y la concentración de decisionescolectivas que corresponden a toda la sociedad. Sonestos aspectos de su realidad y no toda su composi-ción la que sigue mereciendo la propuesta de elimi-nación de los anarquistas, como veremos.

La postulación esencial del anarquismo es laabolición de la autoridad, la destrucción del podercomo capacidad de dominar a otros. En este sentido,el anarquismo representa la tendencia antiautoritariade la humanidad. Y es ella la que debe constituir sufuente de orientación general.

Probablemente, la misma idea de revoluciónapocalíptica, con que soñaron todos los revolucio-narios de las diversas tendencias en el siglo XIX, notenga tampoco cabida en nuestra época. La Revolu-ción Social con mayúscula, llevada a cabo como cul-minación de un proceso, pero consistente en un sóloacto insurreccional, que evoca a la Comuna de Parísde 1871 y sus barricadas, ha pasado a la historiacomo imagen romántica. Irrepetible en el mundo con-temporáneo, no sólo por el trazado de Houseman delas grandes avenidas de París, que permiten el des-plazamiento rápido de tropas y artillería. Esirrepetible por el inmenso cambio ocurrido desdeentonces en el mundo, por sus actuales dimensionesy comunicaciones, por la transformación de latecnología, por la complejidad que implica hoy elcambio del poder social. Mucho menos si se la concibecomo la erradicación de un orden autoritario,sustituido por otro libertario. Las transformacionesanarquistas revolucionarias en varias áreas españolasen 1936 y 1937, en plena guerra civil, ya cons-tituyeron un buen ejemplo del cambio de condicio-nes para la insurrección revolucionaria clásica. Ydesde entonces, mucha agua ha pasado bajo los puen-tes...

Solo golpes de estado militares o insurreccio-nes violentas más o menos populistas, y en algúncaso sublevaciones revolucionarias ante regímenesen descomposición, en sociedades del tercer mundoconsiderablemente subdesarrolladas, asumieron for-mas similares a las de aquel pasado. Y ninguna deellas constituyen ejemplos de revoluciones socialesmodernas; mucho menos de modalidades imitablespara una revolución anarquista.

III - Volver a las fuentes ideológicas

La presente, me parece una oportunidad parael debate de cómo replantear el anarquismo hacia elfuturo, si es que ello es posible. Hoy, muchos de los

compañeros militantes siguen repitiendo planteospensados y formulados para una realidad muy dife-rente a la actual, como si ellos fueran piezas de uncatecismo inmutable. Y justamente el anarquismodebería haberles inspirado el libre análisis de las nue-vas realidades desde su plataforma básica de valores.Porque no hay recetas únicas, y mucho menos in-mutables. El creerlo produce esclerosis en cualquierplanteo ideológico; por consiguiente, incapacidadpara actuar ante las nuevas situaciones ycircunstancias.

Tengo la impresión de que el movimiento anar-quista padece desde hace bastante tiempo de estetipo de ineptitud. Frente a ella, corresponde volvera las fuentes y buscar la expresión de nuestros obje-tivos en los fundamentos teóricos básicos; desde loscuales trazar la orientación que los tiempos requie-ren. Cuyo logro no puede ser más que una orienta-ción general que en cada situación permita elegir elcamino concreto a seguir, apto para ella. Por esodigo que esta es una buena oportunidad de hacerlo.Y estas líneas tienen la intención de ayudar a provo-carlo.

Para ello, creo inevitable partir de la consi-deración teórica más general. Construida de maneratal que, parta del fenómeno cuyo enjuiciamientoimplica el valor más básico del anarquismo -el po-der-; que, a la vez, no avance más allá de la formu-lación de premisas muy generales como para inspi-rar análisis concretos aptos para las más diversasrealidades, y que simultáneamente posea la preci-sión conceptual requerida para emprenderlos enforma adecuada.

Para ello, me siguen pareciendo pertinentes lasafirmaciones que hice en trabajos que escribí haceuno cuantos años.” La institucionalización de unarelación social concreta, en la cual unos deciden loque implica a los otros y/o a todos, constituye unarelación de dominación. Sea cual sea el mecanismo através del cual se lo hace, el procedimiento utilizado,la ubicación de los que lo llevan a cabo y el contenidode ellas, en una palabra, la configuración sistemáti-ca de la adopción de decisiones constituye un sistemade dominación.” Por otra parte, “la dominación esbilateral, constituye siempre una relación dedominación, involucra necesariamente al dominante(o dominantes) y dominado(o dominados),y esnormativa; consiste en una `probabilidad’ compues-ta por expectativas mutuas internalizadas -que sehacen comunes- las cuales configuran contenidosposibles de mandatos.”... La aceptación no cuestio-nada de esta relación por sus actores, constituye sulegitimación; y estatuye su límite. “Más allá de él ,el mandato será obedecido o no. Pero la reiteraciónde mandatos de ese orden que resultan obedecidosincorpora ese contenido a las expectativas mutuas de

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la relación de dominación, se institucionalizan como`materia’ de la dominación -integran su `contenido’-y terminan por ser `legitimados’. Se habría `corrido´ampliatoriamente el `límite’.” En el sentido inverso:contenidos legitimados de la dominación...noutilizados en mandatos específicos, tienden adesinstitucionalizarse, a excluirse como mandatosposibles por desaparición en las expectativas mutuas,a perder legitimidad. Aquí se habría corridorestrictivamente el límite de la dominación. Es decirque una relación de dominación requiere su constan-te actualización por medio de su ejercicio.” De todoello. deducía:”la dominación tiene una contraparti-da que -además- configura su límite: la participa-ción. La dominación -que es poder concretado einstitucionalizado- se manifiesta en la imposición dela propia voluntad a otro(u otros) lo cual implicauna limitación de la voluntad del otro (u otros) y unexceso de capacidad decisoria que afecta más allá dela propia persona que la ejerce. La capacidad de deci-sión sobre la propia persona -esa misma que resultalimitada por la dominación de otro (u otros)-, el`poder sobre sí mismo´, es participación. Como se ve,la dominación es, a la vez, la continuación de la`participación’ más allá de sí mismo, y tiene en ellasu contrapartida porque en la exacta medida de aque-lla es que se resta campo a ésta. O sea: a mayorparticipación, menor sometimiento a la dominación.”

Volvamos a los hechos que nos traen hasta estepresente del fin de siglo, convocante de la reflexión.Luego de un período relativamente prolongado en elcual el intervencionismo estatal, el “welfare state”,y la doctrina keynesiana, habían concurrido a soco-rrer con su expansión del consumo, al exponencialcrecimiento de la productividad y de la oferta en elmercado en las sociedades más avanzadas, ysubsidiariamente a proporcionar “legitimidad demo-crática” al orden capitalista; abruptamente, se operaun regreso al pasado.

En efecto, en las últimas décadas, el mundo haasistido a la refundación del “capitalismo salvaje”.No otra cosa es la imposición generalizada delneoliberalismo como doctrina económica y como po-lítica de obligado seguimiento por casi todos los go-biernos del planeta, mediante los ya clásicos meca-nismos de la dependencia; auxiliados ahora por eldesnudo condicionamiento de la renovación de cré-ditos de la deuda externa y la continuidad de la asis-tencia financiera. Tampoco es otra cosa la generalaplicación de una de sus premisas básicas: la exi-gencia universal de las privatizaciones; que signifi-can el regreso a manos del capitalismo privado -ahorainternacional- de los medios de producción que losestados habían asumido en nombre de sus socieda-des. Y, por cierto, también es regreso al “capitalismosalvaje” el descarnado barrido de los obstáculos que

podían interponerse a la “libre” dominación univer-sal del capitalismo internacional, en lo que se hadado en denominar “globalización”; fenómeno paracuya concreción se han utilizado gran parte de losacelerados progresos tecnológicos.

En realidad, este mundo “neoliberalizado”, pri-vatizado y “globalizado”; es una nueva versión,tecnificada y mucho más perfecta, del crudo capita-lismo del siglo XIX.

IV - La cuestión del Estado

En esta reseña histórica que nos trae a nues-tros días, se encierra un desafío teórico que losanarquistas no podemos rehuir. El siglo XX ha sidoel del crecimiento y decadencia posterior de un Es-tado intervencionista; más aún en la doctrinahegemónica que en la realidad concreta, pero tam-bién en ésta de manera muy manifiesta. Y en eseproceso es donde el anarquismo movimientista en-contró gran parte de su ‘descolocación’ en cuanto alas premisas para su acción y a su fundamento teó-rico. En esta instancia de repensar nuestra situa-ción, no nos podemos hacer los distraídos. Volva-mos, pues, al plano conceptual que nos permita re-pensar el fenómeno.

Al contrario de lo privado, de lo cual se dis-tingue, el espacio social está constituido por aque-llas actividades y posesiones compartidas, que parasu realización o utilización se requiere de otros, ypara los cuales los otros deben tener vocación y ac-ceso; o sea que unos y otros concurren a ocuparloen tanto espacio común, “social”. En cambio, lo pri-vado es lo que compone el universo individual, par-ticular o doméstico; las actividades o posesiones que,para el individuo, le son exclusivamente propias ode su familia; lo que sólo pasiva e indirectamentepuede referir a los demás, a los extradomésticos. Esel terreno de la privacidad e intimidad; de los obje-tos sociales sobre los cuales no es lógico el acceso deotros.

La delimitación entre espacio privado y espa-cio social es relativa: su límite varía de sociedad ensociedad, y según las épocas. Pero esa fronteraconsensualmente compartida es muy importante; yrequiere su garantización. Al punto de que estagarantización de “lo social” del espacio, reclama suvisualización física (el ágora de los griegos), su “pu-blicidad” o carácter público. Es cierto que en nues-tras sociedades, no todo lo social es público, ni mu-cho menos; pero tiene vocación de serlo. Es que lopúblico es tan colectivamente comunitario, que esde todos; y por lo tanto no puede ser privativo denadie. Por eso es el más perfecto espacio social. Valedecir que el espacio público viene a ser el mayor

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grado de institucionalización del espacio social. Pue-de decirse que la sociedad como tal, toma bajo suresponsabilidad colectiva el desarrollo de ciertas ac-tividades o la atención de ciertas necesidades o elcumplimiento de determinados servicios, que suconciencia común concibe como requerimientos detodos, a los que entiende como derecho de todos,por lo que su prestación asume carácter colectivo.Ellos no son patrimonios de nadie ni pueden serapropiados por ningún sector de ella. Constituyen“cosa pública”.

El cumplimiento cabal de los fines y funcionesque de ellos son requeridos en la sociedad, no secompadecen con la lógica del mercado. Esta lógicaque funciona en base a mercancías demandadas yofertadas que asumen el correspondiente valor decambio, la cual radica su dinámica en el móvil dellucro; sólo se compadece con “lo privado”, que pue-de ser objeto de propiedad, sobre aquello que essusceptible de inhibírsele el acceso a otros, que esdisponible por mera voluntad patrimonial. Claramen-te se trata de una lógica que no es susceptible deaplicarse a objetos como las plazas y parques o ser-vicios como la administración de justicia.

Si el objetivo y la justificación de la organiza-ción social es el servicio destinado a todos, los ins-trumentos para su realización y las necesidades bá-sicas para todos ellos, cada vez serán mayores y máscomplejos. Cuanto más evolucionada es una socie-dad, más aspectos y actividades de ella tendrán estecarácter, más amplia será la esfera de “lo público”,más abarcativa será la lógica respectiva. Contra loque suele suponerse, en el gran trazo, el espaciopúblico nítidamente garantizado ha ido creciendo através de la historia; desde una indefinición en quetodo se confundía con el espacio patrimonial de lospoderosos, de la clase dominante. El ejerciciosecularizante de separar lo público del patrimonioprivado de quien realiza su gestión, al título quesea, de hecho, fue todo un proceso histórico eman-cipador; de construcción de “la modernidad”. Y enesa segregación del “dominio público” de lo patri-monial del dominante, radica una de las garantíasde la efectiva colectividad progresiva, con real acce-so a su ámbito, igualitario para todos los miembrosde la sociedad, de imposibilidad de inhibir para unospor la voluntad de los otros.

O sea, cuanto más ocupa efectivamente el es-pacio social, si está garantizado por su carácter pú-blico, más igualitaria es una sociedad (es más co-rrecto decir “menos desigualitaria”). Porque la dife-renciación susceptible de privilegio es propia delespacio privado, es función de él. Y cuantos másaspectos, actividades y objetos estén sustraídos a lacapacidad privada de inhibir el acceso a ellos de otros,cuantos más objetos sociales (materiales o

inmateriales) son efectivamente accesibles a todos,no sólo la sociedad es más igualitaria (“menosdesigualitaria”), sino que también son más realmentelibres sus miembros, en tanto efectivamente dispo-nen de mayor capacidad de opción a accesos. Y, porcierto, justamente por ello, que el contenido con-creto de la materia que se incluye en el espaciopúblico es uno de los principales objetos de debateideológico actual entre izquierdas y derechas.

Desde esta perspectiva, la idea de resolver losproblemas del espacio público transfiriendo la ma-yor cantidad de segmentos de él al espacio privado(que es lo que quiere decir “privatizar”); es, senci-llamente, una de las formas de abdicación del desti-no humano liberador. Más allá de toda adjetivaciónsubjetiva, objetivamente se trata de una política ver-daderamente retrógrada; con destino de regreso alos tiempos del “capitalismo salvaje”.

La gestión de lo social, especialmente cuandoes público, requiere decisiones. Grandes y generalesdecisiones de orientación; y decisiones cotidianas,orientadas por aquellas. Unas y otras oponen alter-nativas entre las cuales elegir. Especialmente sobrelas primeras, pero en general para todas ellas, la cues-tión de las alternativas trae consigo la toma de par-tido por opciones. Como las decisiones debenadoptarse, y el no hacerlo es también una forma dedecisión, la sociedad no puede sustraerse a la activi-dad decisoria. Y para hacerlo es que está constituidoel sistema político. O sea, que el espacio de lo polí-tico es parte del espacio público, y por lo tanto tam-bién parte del espacio social. En general, a través dela historia, las sociedades han resuelto esta necesi-dad de adoptar decisiones del espacio público, juntoa la regulación del conjunto societal, por medio delos gobiernos. Estos han constituido en ellas el pro-ducto y el objeto de la acción política. De allí lafuerte tendencia a identificarlos.

Sistemas de gobierno y espacios políticos -asícomo sus relaciones recíprocas- los ha habido de losmás diversos tipos, y han asumido gran variedad deformas concretas. Sin embargo, la variedad de regí-menes concretos, no ha sido arbitraria. Existe unacierta relación con la estructura y organicidad de lassociedades a las cuales pertenecen.

A partir de cierto “clik” histórico, en las socie-dades que fueron más complejas y dinámicas, queasumieron la vanguardia en la transformación de susestructuras, aquellas que fueron capaces de engen-drar al capitalismo que habría de emprender su pro-ceso de universalización; también se desarrolló unatendencia histórica a ensanchar los márgenes de ge-neralización participativa; y, por lo tanto, una aper-tura de espacios de acción social y política ajenos alo gubernamental, aunque en parte su actividadpueda orientarse hacia su incidencia sobre actos de

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gobierno, pero siempre en referencia a una activi-dad fuera de él, propia de la gente. O sea que unadimensión de la modernidad ha sido la vigenciacreciente del espacio político no-gubernativo, queha estado implicado en el constante crecimiento dela participación, garante y fuente de legitimidaddemocrática pluralista.

Es cierto que, aunque con fuertes variantes peroen todas ellas, la autodenominación de “democra-cias” se debió sustancialmente más al establecimientodel tipo de legitimidad a invocar y a los mecanismosque la sustentaron (no menospreciables, por cierto),que a un efectivo “gobierno del demos”. Y que eseproceso está muy lejos de haber sido lineal; que hasabido de fuertes “baches históricos”, espectacu-larmente visibles en este siglo que concluye (los nazi-fascismos, los estalinismos, las dictaduras militar-burocráticas en sociedades modernizantes y otrosautocratísmos contemporáneos). Pero también escierto que, en términos relativos y en la gran líneahistórica, los grados de libertad fueron creciendosostenidamente en el proceso histórico de ese tipode sociedades más dinámicas de la humanidad. Yque, como hoy lo sabemos muy bien, ha sido en elseno de sociedades de su tipo, en que la calidad devida de la generalidad de sus poblaciones ha podidoalcanzar los mejores niveles relativos; pese a lo lejosque ellos puedan estar del modelo de sociedad real-mente igualitario y libre al que aspiramos, y pese alproceso de crecimiento incesante de la miseria en elplaneta.

Debe concluirse, pues, que el crecimiento delespacio político no-gubernamental, se correlacionacon el de las condiciones sociales en tendencialibertaria, por lejos que pueda llegar a situarse deesta meta (No porque uno sea efecto del otro, sinoporque ambos participan de un proceso común).

La complejidad creciente que fue adquirien-do el espacio público en la medida en que se desa-rrolló, y el incremento de los requerimientossocietales en la organización de los sistemas de do-minación que se conforman en todas estas socieda-des, demandaron la presencia de un gran cuadroadministrativo, de un aparato funcionarial-burocrá-tico de magnitud. Mayor cuanto más aspectos y ac-tividades abarcó el espacio público. El instrumentohistórico que asumió ese cuadro administrativo fueel Estado. Por supuesto, más que incluirlo, el go-bierno fue el epicentro del Estado. Y desde él, seorganizó siempre la ‘garantía’ del sistema de domi-nación vigente. Fue el brazo ejecutor y armado de laimplementación de la dominación de clase (como lovieron Marx y Bakunin), y de la conculcación deaquellas libertades que el sistema no admitió. Porese carácter epicéntrico del Estado que tuvo el go-

bierno -mucho más en los tiempos del “juez y gen-darme”-, la respuesta más transgresora ysustancialmente revolucionaria fue siempreantiestatista; por más abundantes y mayoritarias quesean las versiones de reformismo socialista que con-fiaron en la vía gubernamental.

Pero en su proceso de crecimiento y abarcabi-lidad incremental, además de muy complejo ysegmentalmente diversificado, el Estado incluyó muydiversos aspectos organizativos del espacio público.De ese espacio, cuyo crecimiento fue justamente fun-ción de los márgenes de libertad y participación. Elque llegó a ser muy distinto en el siglo XX en relaciónal del siglo XIX. Al punto de que las actividades ypresencias estatales tendieron a descentralizarsefuncionalmente; aunque la dimensión represiva au-mentara su centralidad. Se fueron forjando las auto-nomías estatales. Y con éstas crecieron lasdiferenciones mutuas, inconsistencias recíprocas, lapluralidad del sector público. Y hasta el obstáculopara ciertos grados de desarrollo de la dinámicasupercapitalista. (Es interesante constatar, hasta enmedio del apogeo keynesiano, la persistencia de larequisitoria del centralismo ideológico contra “lasrepúblicas dentro de la República”). Por lo que hoy,la reacción conservadora, sintiendo que le llegó sumejor hora, se orienta decididamente contra la ex-pansión multidimensional y diversificada del sectorpúblico en que el Estado se ha convertido; por lomenos contra gran parte de esa compleja magnitud,la que tiende a cobrar desconcentración o autono-mía.

Una de las dimensiones más tensionales del con-flicto social de nuestros días, es justamente la arre-metida conservadora contra muchos de los espaciosconfigurados ya como sector público. Así, la ense-ñanza pública, la salud pública, la seguridad social,entre otros aspectos de la actividad del Sector Públi-co, son objeto en la actualidad de constantes emba-tes “privatizadores” por parte de las clases domi-nantes. Arremetidas resistidas popularmente, casicon una “conciencia instintiva” de que lo que estáen juego es la pérdida de importantes espaciosconquistados a lo largo del último siglo.

Es cierto que las tendencias ‘moderadoras’ delcapitalismo y de tibias reformas de la social demo-cracia, que prevalecieron en una cantidad de paísesdurante buena parte del siglo XX, estaban basadasen la ampliación del rol del Estado, como adminis-trador de la “cosa pública”, sin que éste dejara deseguir constituyéndose en el principal aparato dedominación política. Más aún: que las sociedadesque ensayaron otras vías de organización social, to-maran el atajo de la organización totalitaria por partedel Estado. No sólo las llamadas de “socialismo real”;

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sino incluso los breves ensayos de los estados fascis-tas. La corta y nefasta experiencia de éstas, y elderrumbe por inviable vía muerta de aquellas; de-mostraron el error y desvío del camino autorita-rio. Las varias experiencias reformistas, de ningunamanera convalidaron al capitalismo, como lopretenden los “realistas” argumentadores sobre eltriunfo del “capitalismo” sobre el “socialismo”. Pesea ellas, el capitalismo cada vez más condena a unamayor proporción de los habitantes del globo a lasmás inaceptables condiciones de vida. Y tampoco,por cierto, la caída del supuesto “socialismo real”,puede hacer mella sobre la alternativa de la organi-zación de un socialismo libre y autónomo; como elque postulamos desde siempre en contra del “socia-lismo de estado” de la ortodoxia marxista-leninista.

Pero en este asunto del Estado hay matices quehoy no tenemos derecho a confundir. El Estado comoorganización política destinada a mantener y admi-nistrar al sistema de dominación, siempre recibió lacondena de los anarquistas. En la época de sus teó-ricos clásicos, en que el Estado se concretaba en suforma de “juez y gendarme”, el juicio fue neto y enbloque. El Estado era la concreción del poder y ladominación, que los anarquistas rechazaron perma-nentemente.

Sin embargo, especialmente en el siglo XX, elEstado se fue haciendo mucho más complejo. En lamedida que fue asumiendo otras funciones, a la vezque creció en su estructura burocrática, también sematizó en una serie de organizaciones públicas quetendieron a desconcentrarlo. Absorbió las muy an-teriores autonomías municipales y universitarias. Yagregó las instituciones de enseñanza y de salud pú-blicas, destinadas a asistir a la generalidad de la po-blación. Además de otros servicios públicos, en buenacantidad de países, Incorporó los monopolios natu-rales y otras grandes empresas productivas. Y ocupóa una parte considerable de su población activa.

Por cierto que de la mano de este crecimiento,vino la utilización del Estado en el más eficaz man-tenimiento de la dominación en su implementaciónpolítica, la más explícita justificación de su exis-tencia burocrática, el parasitismo político, el“clientelismo” y la corrupción. Pero también conél, el ensanchamiento de la presencia del “espaciopúblico”, la legitimidad de la existencia de servi-cios y bienes sociales colectivos destinados a to-dos; aunque su funcionamiento fuera ineficaz ydeficitario.

Es este “espacio público” del cual el nuevo ca-pitalismo salvaje del neoliberalismo quiere desha-cerse; de cuya responsabilidad busca desentenderse;y lo procura mediante la conversión de todo él en“propiedad privada”, de la entrega de su gestión alas empresas para que lo oferten en el mercado como

mercancías. Sin que importe la enorme marginalidadsocial de “lo público” de quienes no puedan accedera él.

Sin duda, más allá de tales embates, el Estadomoderno está en crisis. Probablemente, de maneraprincipal, por el desarrollo de la contradicción in-trínseca entre la funcionalidad administradora de ladominación clasista requerida a su epicentro guber-namental y la de garantización del creciente espaciopúblico en servicios y de derechos sociales a la ge-neralidad de la población. Pero con el importanteingrediente de una lógica perversa que sustenta es-pecíficamente a la clase política, por la cual tiendecada vez más a la pérdida de eficiencia y a suburocrático crecimiento paquidérmico, ya sincorrelato alguno con la muy necesitada funcionalidadde servicio que su ampliado sector público requiere.Mientras, desde luego, el sistema económico dedominación resiste su financiación.

En el tema planteado como “reforma del esta-do”, se trata justamente del desmontaje del sectorpúblico ampliado por desarrollo del correspondienteespacio público; para volver sin tapujos al “juez ygendarme” del capitalismo salvaje. Mientras desdeel sector privado emerge una asistencia corruptoradel personal político, para lograr ocupar segmentosdel sector público mediante la compra demalbaratadas empresas estatales, supuestamentepara “ahorrarle pérdidas” al fisco...

Más allá de la espuriedad de la forma de ocuparestatalmente “lo público” en su provecho por la ‘clasepolítica’, los anarquistas no podemos aceptar pasi-vamente el regreso a la negativa total de los derechospopulares a los bienes y servicios que ya habían sidoreconocidos como “sociales”, por más de que ese re-conocimiento llegara por la vía estatal. Pensemos atodos ellos como “Sector Público”, como el espaciodel cual debe apropiarse el colectivo social. Para ha-cerlo, obviamente, el camino no son “lasprivatizaciones”, que significan su regreso liso y lla-no a la propiedad capitalista. Para hacerlo, el caminomás anarquista pasa por la autonomización y des-centralización; por llevar su gestión a manos de lospropios interesados. De quienes trabajan esos mediosy de quienes se sirven de ellos; de sus “productores”y de sus “consumidores”.

En realidad, no importa si la denominación quelos designa alude a su condición “estatal” o a cual-quier otra abstracción; lo que sí importa es que sureal conducción esté en manos de la gente. Si seconvierten en cooperativas, en organizaciones co-munitarias o en entes públicos, lo mismo da; siem-pre y cuando, su gestión sea asumida por los direc-tos interesados, con total autonomía de la clasepolítica, de la clase burguesa, de la clase burocráti-ca, o de cualquier otra.

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Para ello, en cada caso, debe asumirse la formamás accesible de lograr ese objetivo. Y debe hacérselodesde el ejercicio directo de la incidencia de los des-tinatarios. Los anarquistas, pues, debemos reivindicarla participación para reducir la dominación. Por losmedios y presiones que sean; en la mayor medidaque se pueda. La lucha es por la participaciónefectiva.

V - En conclusión: propuestas deorientación

Dentro de un panorama general de disminu-ción de la participación social y política que afectahoy a toda la vida social contemporánea, y el cualinvolucra por igual a todas las tendencias y organi-zaciones que actúan en el campo de la izquierda;existe además una perdida de centralidad en el con-flicto social global de las organizaciones y movimien-tos sociales que constituyen escenarios de partici-pación, tanto de los tradicionales como de los nuevos,incluido por supuesto el clásico movimiento sindicalque llegó a ser el campo más propicio de la actuaciónanarquista en otra época. Contra esta tendencia hayque luchar decididamente; como si volviéramos aestar en los tiempos de su primera construcción.Lucha que debe volver a incluir su elaboración yorganización o reorganización; así como suinvolucramiento en la vida social y política de lasociedad, en la gestión de las actividades, decisio-nes e intereses sociales y públicos; ya sea en el sectorpúblico como en el social no público. Incluso ganarespacios para tales movimientos y protagonismosarrancados al sector privado, allí donde sea posiblela confluencia de actividad colectiva popular, encualquier segmento de la vida social. En realidad,no hay alternativa para cualquier forma de acciónmilitante.

En esa presencia, lucha y participación, novamos a estar solos. Ni es bueno que lo estemos.Dada nuestra magnitud actual, nuestra presenciasolitaria sería indicador de casi seguro margina-miento; que acentuaría negativamente nuestroaislamiento, salvo probables excepcionales y muybreves situaciones, en que pudiéramos jugar un pa-pel de iniciativa. En todo caso nuestra actitud yorientación debe ser la de la mayor apertura posi-ble, sin discriminación alguna y en funciónintegrativa; y su reivindicación radical cuando otrosla nieguen. Es decir que nuestra actuación en laorganización popular, en primer lugar, debe propug-nar su naturaleza pluralista.

Nuestra presencia y acción debe estar orien-tada a la asunción colectiva constructiva de respon-

sabilidades y capacidades de decisión, a la inciden-cia de tales organizaciones en la vida social y soli-daria. Y la concepción de esa participación tiene queestar dirigida hacia una inteligente combinación dedescentralización y participación, que erradique las“delegaciones de competencias”, las pérdidas deprotagonismos de la generalidad, la conformaciónde elites o capas dirigentes. El logro de la participa-ción y el compromiso de los más, de la generalidad,es una meta esencial y totalmente prioritaria paraun tipo de ámbitos que se pretenden como unidadesde la organización social futura. Y, por supuesto, lareivindicación de esas formas de democracia directapara la organización de la vida social en general.Este tipo de orientación y el combate a sudesvirtuación, es la que debe signar ideológicamen-te nuestra actuación.

Ya se ha dicho: la idea de la Revolución So-cial como acto insurreccional apocalíptico y abrup-to, solo es una imagen romántica de la historia delsiglo XIX. La revolución del siglo XXI será un proce-so complejo, seguramente de acaecer plural, conmayores y desiguales tiempos de realización. Quepuede o no vivir instancias de violenciainsurreccional; lo que dependerá de las resistenciasque en las diversas circunstancias el sistema opongaa la asunción de capacidades y responsabilidadesdecisorias. Pero en todos los casos tendrán que serculminaciones de procesos de alto consenso, quedepongan ostensibles obstáculos a sus naturalesdesarrollos. Casi meros derribes de endebles tabiquesde muy visible absurda obstrucción.

Dadas las tendencias del mundo actual, esinevitable que aparezcan y se multiplique los esce-narios para esas actuaciones revolucionarias en losmás diversos lugares, en las más distintas situacio-nes. Sobretodo cuando y donde los procesosmovimientistas populares de participación logren laintegración y participación generalizada, y lamadurez que los conduzca naturalmente a ello. Yallí será vital nuestra presencia y la defensa másradical de su carácter de pluralistas y de participa-ción democrática directa, de los principios antesaludidos.

Históricamente, el anarquismo como movi-miento tuvo importantes períodos de presenciagravitante en el movimiento popular de muchas so-ciedades. En general, en ellos existió o un predomi-nio tal que el movimiento popular que integraba seconfundía con el movimiento específico como orga-nización ideológica definida; o coexistió con la exis-tencia de una organización específica de quienes sedefinían ideológicamente como tales, además de suimportante y generalmente hegemónica presenciaen organizaciones populares de vocación general. En

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DESCRIPTORES: Anarquismo / Historia / Movimientos Populares / Participación Social

estos casos, la organización específica y la popularde vocación general tendieron a tener relaciones re-cíprocas fuertes; incluso hasta orgánicas desemifusión (como la CNT-FAI española). Este hechotuvo considerable incidencia en la existencia demovimientos sociales (casi siempre, sindicales) divi-didos, paralelos a la existencia de otras organizacio-nes populares con otras hegemonías ideológicas. Loque se constituyó en factor negativo en la medidade que la correlación de fuerzas entre las corrientesideológicas en el movimiento popular comenzaron asernos desfavorables.

El punto de partida de esta reflexión final esque prácticamente no existe casi presencia del anar-quismo en los movimientos populares de las dife-rentes sociedades; y que son pequeños, sin gravita-ción general y ghetizados, los movimientosanarquistas específicos hoy subsistentes. Algo quedebe quedar muy claro en cualquier análisisautocrítico, es que las organizaciones populares (es-pecialmente los sindicatos) donde el anarquismoresistió su definición pluralista, terminaron pordesaparecer como tales; y que hoy no son viablesesos grados de definiciones ideológicas para las or-ganizaciones populares. No sólo por la pequeñez delvolumen de los militantes anarquistas y su entornode fuerte simpatía; sino porque las condiciones so-ciales de la militancia popular son muy adversas paralos clásicos requerimientos de definición ideológica,y porque está lógicamente impuesta la perspectivade integración pluralista de cualquier organizaciónpopular, aún aquellas en que son ostensiblementehegemonizadas por algún partido político. Estehecho, de por sí, se convierte en poderoso motivode rechazo hacia ella, de estigma de sectarización;y, en fin, de motivo de su frustración comoorganización popular. Y, además, es bueno que asísea si lo que queremos es constituir organizacionespopulares capaces de asumir la gestión social en unasociedad lo más libertaria posible. Porque no espensable este tipo de organizaciones con vocacióngeneral dominadas por ninguna forma de segmentosocial; y ello nos incluye como corriente ideológica.Este de la definición ideológica de las organizacio-nes populares con vocación general, es un sentidodefinitivamente descartable en la orientación a asu-

mir, para la organización de cualquier movimientopopular que quieran inspirar a los anarquistas.

Desde luego, por definición, este no es el casode la existencia de organizaciones específicas que,al igual que los partidos políticos, se organicen paramejor administrar la orientación definidamente anar-quista. En este caso, la pregunta que cabe hacersees si tales tipos de organizaciones son necesarias.

Si es que se pretende dotar al anarquismo deuna capacidad dinámica, si se quiere afrontar la pro-blemática de su aggiornamiento, si es que se sientenecesario actualizar y profundizar el análisis de suposicionamiento frente a los tiempos que corren yen los diferentes lugares, si se cree importante co-ordinar la actuación de sus militantes en las diver-sas organizaciones populares, si se siente la necesi-dad de realizar actividades de reflexión y elabora-ción colectiva como el presente Encuentro, si es quese comprende que toda esta actividad requiere deorganización y financiación, necesariamente debeconcluirse en una respuesta afirmativa.

Como lo dije al principio, el actual momento,la situación de nuestros días, impone como priorita-ria una tarea de revisión y de reubicación teórica ydoctrinaria, de análisis de las sociedades de nuestrotiempo. Es una hora de reflexión; por lo tanto defuerte inclinación a la labor intelectual. Pero aúnpara ella, es muy importante recomponer la exis-tencia ‘movimientista’ en lo específico.

Pero aún en estas circunstancias, para no caeren desviantes ghetizaciones, para experimentar lavivencia de esa realidad social en la que pretende-mos restablecer nuestra presencia, y porque en defi-nitiva es en ese campo que debemos encarar nuestraactuación; también es importante comenzar aensanchar nuestra muy debilitada presencia en elmovimiento popular de vocación general. Aunqueen muchos casos ello implique comenzar desde lanada.

Simplemente, debemos asumir la responsabili-dad de esa presencia allí donde nuestra inserción yubicación social no los indique y habilite. Y comen-zar a desarrollar con esa participación, una capaci-dad reproductiva de nuestra militancia, un recluta-miento y socialización de quienes están predispues-tos a participar de nuestra sensibilidad ideológica.