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A mano amada A mano amada, cuando la noche impone su costumbre de insomnio y convierte cada minuto en el aniversario de todos los sucesos de una vida; allí, en la esquina más negra del desamparo, donde el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras, los recuerdos me asaltan. Unos empuñan tu mirada verde, otros apoyan en mi espalda el alma blanca de un lejano sueño, y con voz inaudible, con implacables labios silenciosos, ¡el olvido o la vida!, me reclaman. Reconozco los rostros. No hurto el cuerpo. Cierro los ojos para ver y siento que me apuñalan fría, justamente, con ese hierro viejo: la memoria. A veces

Antología - Ángel González

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A mano amada A mano amada, cuando la noche impone su costumbre de insomnio y convierte cada minuto en el aniversario de todos los sucesos de una vida; allí, en la esquina más negra del desamparo, donde el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras, los recuerdos me asaltan. Unos empuñan tu mirada verde, otros apoyan en mi espalda el alma blanca de un lejano sueño, y con voz inaudible, con implacables labios silenciosos, ¡el olvido o la vida!, me reclaman. Reconozco los rostros. No hurto el cuerpo. Cierro los ojos para ver y siento que me apuñalan fría, justamente, con ese hierro viejo: la memoria. A veces

Gerardo Daniel Jiménez Martínez
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Escribir un poema se parece a un orgasmo: mancha la tinta tanto como el semen, empreña también más en ocasiones. Tardes hay, sin embargo, en las que manoseo las palabras, muerdo sus senos y sus piernas ágiles, les levanto las faldas con mis dedos, las miro desde abajo, les hago lo de siempre y, pese a todo, ved: ¡no pasa nada! Lo expresaba muy bien Cesar Vallejo: "Lo digo y no me corro". Pero él disimulaba. Alga quisiera ser, alga enredada... Alga quisiera ser, alga enredada, en lo más suave de tu pantorrilla. Soplo de brisa contra tu mejilla. Arena leve bajo tu pisada. Agua quisiera ser, agua salada cuando corres desnuda hacia la orilla. Sol recortando en sombra tu sencilla silueta virgen de recién bañada. Todo quisiera ser, indefinido, en torno a ti: paisaje, luz, ambiente, gaviota,  cielo,  nave,  vela,  viento… Caracola que acercas a tu oído, para poder reunir, tímidamente, con el rumor del mar, mi sentimiento.

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Así nunca volvió a ser Como llevaba trenza la llamábamos trencita en la tarde del jueves. Jugábamos a montarnos en ella y nos llevaba a una extraña región de la que nunca volveríamos. Porque es casi imposible abandonar aquel olor a tierra de su cabello sucio, sus ásperas rodillas todavía con polvo y con sangre de la última caída y, sobre todo, la nacarada nuca donde se demoraban unas gotas de luz cuando ya luz no había. Allí me dejó un día de verano y jamás regresó a recoger mi insomne pensamiento que desde entonces vaga por sus brazos corrigiendo su ruta, terco y contradictorio, lo mismo que una hormiga que no sabe salir de la rama de un árbol en el que se ha perdido. Breves acotaciones para una biografía Cuando tengas dinero regálame un anillo, cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca, cuando no sepas qué hacer vente conmigo, pero luego no digas que no sabes lo que haces. Haces haces de leña en las mañanas

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y se te vuelven flores en los brazos. Yo te sostengo asida por los pétalos, como te muevas te arrancaré el aroma. Pero ya te lo dije: cuando quieras marcharte ésta es la puerta: se llama Ángel y conduce al llanto. Bosque Cruzas por el crepúsculo. El aire tienes que separarlo casi con las manos de tan denso, de tan impenetrable. Andas. No dejan huellas tus pies. Cientos de árboles contienen el aliento sobre tu cabeza. Un pájaro no sabe que estás allí, y lanza su silbido largo al otro lado del paisaje. El mundo cambia de color: es como el eco del mundo. Eco distante que tú estremeces, traspasando las últimas fronteras de la tarde. Canción de amiga Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.

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Las calles de la ciudad son láminas de hielo. Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo. Las estrellas tan altas son destellos de hielo. Helado está también mi corazón, pero no fue en invierno. Mi amiga, mi dulce amiga, aquella que me amaba, me dice que ha dejado de quererme. No recuerdo un invierno tan frío como éste. Canción, glosa t cuestiones Ese lugar que tienes, cielito lindo, entre las piernas, ese lugar tan íntimo y querido, es un lugar común. Por lo citado y por lo concurrido. Al fin, nada me importa: me gusta en cualquier caso. Pero hay algo que intriga. ¿Cómo solar tan diminuto puede ser compartido por una población tan numerosa? ¿Qué estatutos regulan el prodigio?

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Capital de provincia Ciudad de sucias tejas soleadas: casi eres realidad, apenas nido sólo un rumor, un humo desprendido, de las praderas verdes y asombradas. Luego hay hombres de vidas apretadas a tu destino semiderruido y muchachas que crecen entre el ruido cual si estuvieran entre amor sembradas. A casi todas miro tiernamente, y los viejos alegran tus afueras con sus traviesas cabelleras blancas. Yo estoy contento y, cariñosamente, caballo gris me gustaría que fueras para darte palmadas en las ancas. Carta sin despedida A veces, mi egoísmo me llena de maldad, y te odio casi hasta hacerme daño a mí mismo: son los celos, la envidia, el asco al hombre, mi semejante aborrecible, como yo

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corrompido y sin remedio, mi querido hermano y parigual en la desgracia. A veces -o mejor dicho: casi nunca-, te odio tanto que te veo distinta. Ni en corazón ni en alma te pareces a la que amaba sólo hace un instante, y hasta tu cuerpo cambia y es más bello -quizá por imposible y por lejano-. Pero el odio también me modifica a mí mismo, y cuando quiero darme cuenta soy otro que no odia, que ama a esa desconocida cuyo nombre es el tuyo, que lleva tu apellido, y tiene, igual que tú, el cabello largo. Cuando sonríes, yo te reconozco, identifico tu perfil primero, y vuelvo a verte, al fin, tal como eras, como sigues siendo, como serás ya siempre,

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mientras te ame. ¿Cómo seré... ¿Cómo seré o cuando no sea yo? Cuando el tiempo haya modificado mi estructura, y mi cuerpo sea otro, otra mi sangre, otros mis ojos y otros mis cabellos. Pensaré en ti, tal vez. Seguramente, mis sucesivos cuerpos -prolongándome, vivo, hacia la muerte- se pasarán de mano en mano de corazón a corazón, de carne a carne, el elemento misterioso que determina mi tristeza cuando te vas, que me impulsa a buscarte ciegamente, que me lleva a tu lado sin remedio: lo que la gente llama amor, en suma. Y los ojos -qué importa que no sean estos ojos- te seguirán a donde vayas, fieles.

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Crepúsculo, Albuquerque, invierno No fue un sueño, lo vi: La nieve ardía. Cumpleaños Yo lo noto: cómo me voy volviendo menos cierto, confuso, disolviéndome en el aire cotidiano, burdo jirón de mí, deshilachado y roto por los puños Yo comprendo: he vivido un año más, y eso es muy duro. ¡Mover el corazón todos los días casi cien veces por minuto! Para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho. Danae La tarde muere envuelta en su tristeza. Paisaje tierno para soñadoras miradas de mujer, exploradoras

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de su melancolía en la belleza. Danae apoya en sus manos la cabeza. El ambiente que el sol último dora es una leve, dulce y turbadora caricia que la oprime con pereza. Un pajarillo gris, desde una vana rama, canta a la tarde lenta y rosa. Oro de sol entra por la ventana y Danae, indiferente y ojerosa, siente el alma transida de desgana y se deja, pensando en otra cosa. Deixis en fantasma Aquello. No eso. Ni -mucho menos- esto. Aquello. Lo que está en el umbral de mi fortuna. Nunca llamado, nunca esperado siquiera; sólo presencia que no ocupa espacio, sombra o luz fiel al borde de mí mismo que ni el viento arrebata, ni la lluvia disuelve, ni el sol marchita, ni la noche apaga. Tenue cabo de brisa que me ataba a la vida dulcemente. Aquello que quizá hubiese sido posible,

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que sería posible todavía hoy o mañana si no fuese un sueño. Domingo Domingo, flor de luz, casi increíble día. Bajas sobre la tierra como un ángel inútil y dorado. Besas a las muchachas de turbia cabellera, vistes de azul marino a los hombres que te aman, y dejas en las manos del niño un aro de madera o una simple esperanza. Repartes golondrinas, globos de primavera, te subes a las torres y giras las veletas oxidadas. Tu viento agita faldas de colores, estremece banderas, lleva lejos canciones y sonrisas, llena las estancias de polvo plateado. Los árboles esperan tu llegada para cubrirse de gorriones. Sabe más fresca el agua de las fuentes. Las campanas dispersan palomas imprevistas que vuelan de otro modo. No hay nadie que no sepa

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que es domingo, domingo. Tu presencia de espuma lava, eleva, hace flotar las cosas y los seres en un nítido cielo que no era -el lunes- de verdad: apenas desteñido papel, vidrio olvidado, polvo tedioso sobre las aceras. El derrotado Atrás quedaron los escombros: humeantes pedazos de tu casa, veranos incendiados, sangre seca sobre la que se ceba -último buitre- el viento. Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia el tiempo bien llamado porvenir. Porque ninguna tierra posees, porque ninguna patria es ni será jamás la tuya, porque en ningún país puede arraigar tu corazón deshabitado. Nunca -y es tan sencillo- podrás abrir una cancela y decir, nada más: «buen día, madre». Aunque efectivamente el día sea bueno, haya trigo en las eras y los árboles

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extiendan hacia ti sus fatigadas ramas, ofreciéndote frutos o sombra para que descanses. El día se ha ido Ahora andará por otras tierras, llevando lejos luces y esperanzas, aventando bandadas de pájaros remotos, y rumores, y voces, y campanas, -ruidoso perro que menea la cola y ladra ante las puertas entornadas. (Entretanto, la noche, como un gato sigiloso, entró por la ventana, vio unos restos de luz pálida y fría, y se bebió la última taza.) Sí; definitivamente el día se ha ido. Mucho no se llevó (no trajo nada); sólo un poco de tiempo entre los dientes, un menguado rebaño de luces fatigadas. Tampoco lo lloréis. Puntual e inquieto, sin duda alguna, volverá mañana. Ahuyentará a ese gato negro. Ladrará hasta sacarme de la cama. Pero no será igual. Será otro día. Será otro perro de la misma raza.

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El otoño se acerca El otoño se acerca con muy poco ruido: apagadas cigarras, unos grillos apenas, defienden el reducto de un verano obstinado en perpetuarse, cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste. Se diría que aquí no pasa nada, pero un silencio súbito ilumina el prodigio: ha pasado un ángel que se llamaba luz, o fuego, o vida. Y lo perdimos para siempre. Elegía pura Aquí no pasa nada, salvo el tiempo: irrepetible música que resuena, ya extinguida, en un corazón hueco, abandonado, que alguien toma un momento, escucha y tira.

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Elegido por aclamación Sí, fue un malentendido. Gritaron: ¡a las urnas! y él entendió: ¡a las armas! -dijo luego. Era pundonoroso y mató mucho. Con pistolas, con rifles, con decretos. Cuando envainó la espada dijo, dice: La democracia es lo perfecto. El público aplaudió. Sólo callaron, impasibles, los muertos. El deseo popular será cumplido. A partir de esta hora soy -silencio- el Jefe, si queréis. Los disconformes que levanten el dedo. Inmóvil mayoría de cadáveres le dio el mando total del cementerio. Empleo de la nostalgia Amo el campus universitario, sin cabras, con muchachas que pax pacem en latín, que meriendan pas pasa pan con chocolate en griego, que saben lenguas vivas y se dejan besar

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en el crepúsculo (también en las rodillas) y usan la cocacola como anticonceptivo. Ah las flores marchitas de los libros de texto finalizando el curso deshojadas cuando la primavera se instala en el culto jardín del rectorado por manos todavía adolescentes y roza con sus rosas manchadas de bolígrafo y de tiza el rostro ciego del poeta transustanciándose en un olor agrio a naranjas Homero o semen Todo eso será un día materia de recuerdo y de nostalgia. Volverá, terca, la memoria una vez y otra vez a estos parajes, lo mismo que una abeja da vueltas al perfume de una flor ya arrancada: inútilmente. Pero esa luz no se extinguirá nunca: llamas que aún no consumen ...ningún presentimiento puede quebrar ]as risas que iluminan las rosas y ]os cuerpos y cuando el llanto llegue como un halo los escombros

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la descomposición que los preserva entre las sombras puros no prevalecerán serán más ruina absortos en sí mismos y sólo erguidos quedarán intactos todavía más brillantes ignorantes de sí esos gestos de amor... sin ver más nada. En este instante, breve y duro instante... En este instante, breve y duro instante, ¡cuántas bocas de amor están unidas, cuántas vidas se cuelgan de otras vida exhaustas en su entrega palpitante! Fugaz como el destello de un diamante, ¡qué de manos absurdamente asidas quieren cerrar las más leves salidas a su huida perpetua e incesante! Lentos, aquí y allá, y adormecidos, ¡tantos labios elevan espirales de besos!... Sí, en este instante, ahora que ya pasó, que ya lo hube perdido, del cual conservo sólo los cristales rotos, primera ruina de la aurora. (En este instante, breve, y duro instante...)

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En ti me quedo De vuelta de una gloria inexistente, después de haber avanzado un paso hacia ella, retrocedo a velocidad indecible, alegre casi como quien dobla la esquina de la calle donde hay una reyerta, llorando avergonzado como el adolescente hijo de viuda sexagenaria y pobre expulsado de la escuela vespertina en la que era becario. Estoy aquí, donde yo siempre estuve, donde apenas hay sitio para mantenerse erguido. La soledad es un farol certeramente apedreado: sobre ella me apoyo. La esperanza es el quicio de una puerta de la casa que fue desarraigada de sus cimientos por los huracanes: quicio-resquicio por donde entro y salgo cuando paso del nunca (me quisiste) al todavía (te odio), del tampoco (me escuchas) al también (yo me callo), del todo (me hace daño) al nada (me lastima). No importa, sin embargo. Los aviones de propulsión a chorro salvan rápidamente la distancia que separa Tokio de Copenhague, pero con más rapidez todavía me desplazo yo a un punto situado a diez centímetros de mí mismo, de prisa, muy de prisa, en un abrir y cerrar de ojos, en sólo una diezmilésima de segundo, lo cual supone una velocidad media de setenta kilómetros a la hora,

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que me permite, si mis cálculos son correctos, estar en este instante aquí, después mucho más lejos, mañana en un lugar sito a casi mil millas, dentro de una semana en cualquier parte de la esfera terrestre, por alejada que os parezca ahora. Consciente de esa circunstancia, en muchas ocasiones emprendo largos viajes; pero apenas me desplazo unos milímetros hacia los destinos más remotos, la nostalgia me muerde las entrañas, y regreso a mi posición primera alegre y triste a un tiempo -como dije al principio: alegre, porque sé que tú eres mi patria, amor mío; y triste, porque toda patria, para los que la amamos, - de acuerdo con mi personal experiencia de la patria- tiene también bastante de presidio. Así, en ti me quedo, paseo largamente tus piernas y tus brazos, asciendo hasta tu boca, me asomo al borde de tus ojos, doy la vuelta a tu cuello, desciendo por tu espalda, cambio de ruta para recorrer tus caderas, vuelvo a empezar de nuevo, descansando en tu costado, miro pasar las nubes sobre tus labios rojos, digo adiós a los pájaros que cruzan por tu frente, y si cierras los ojos cierro también los míos, y me duermo a tu sombra como si siempre fuera verano, amor, pensando vagamente

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en el mundo inquietante que se extiende -imposible- detrás de tu sonrisa. Entonces Entonces, en los atardeceres de verano, el viento traía desde el campo hasta mi calle un inestable olor a establo y a hierba susurrante como un río que entraba con su canto y con su aroma en las riberas pálidas del sueño. Ecos remotos, sones desprendidos de aquel rumor, hilos de una esperanza poco a poco deshecha, se apagan dulcemente en la distancia: ya ayer va susurrante como un río llevando lo soñado aguas abajo, hacia la blanca orilla del olvido.

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Epílogo Me arrepiento de tanta inútil queja, de tanta tentación improcedente. Son las reglas del juego inapelables y justifican toda, cualquier pérdida. Ahora sólo lo inesperado o lo imposible podría hacerme ll0rar: una resurrección, ninguna muerte. Eso era amor Le comenté: -Me entusiasman tus ojos. Y ella dijo: -¿Te gustan solos o con rimel? -Grandes, respondí sin dudar. Y también sin dudar me los dejó en un plato y se fue a tientas. Esperanza Esperanza, araña negra del atardecer. Tu paras

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no lejos de mi cuerpo abandonado, andas en torno a mí, tejiendo, rápida, inconsistentes hilos invisibles, te acercas, obstinada, y me acaricias casi con tu sombra pesada y leve a un tiempo. Agazapada bajo las piedras y las horas, esperaste, paciente, la llegada de esta tarde en la que nada es ya posible... Mi corazón: tu nido. Muerde en él, esperanza. Esto no es nada Si tuviésemos la fuerza suficiente para apretar como es debido un trozo de madera, sólo nos quedaría entre las manos un poco de tierra. Y si tuviésemos más fuerza todavía para presionar con toda la dureza esa tierra, sólo nos quedaría entre las manos un poco de agua. Y si fuese posible aún oprimir el agua, ya no nos quedaría entre las manos nada.

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Inmortalidad de la nada Todo lo consumado en el amor no será nunca gesta de gusanos. Los despojos del mar roen apenas los ojos que jamás -porque te vieron-, jamás se comerá la tierra al fin del todo. Yo he devorado tú me has devorado en un único incendio. Abandona cuidados: lo que ha ardido ya nada tiene que temer del tiempo. Inventario de lugares propicios al amor Son pocos. La primavera está muy prestigiada, pero es mejor el verano. Y también esas grietas que el otoño forma al interceder con los domingos en algunas ciudades ya de por sí amarillas como plátanos. El invierno elimina muchos sitios: quicios de puertas orientadas al norte,

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orillas de los ríos, bancos públicos. Los contrafuertes exteriores de las viejas iglesias dejan a veces huecos utilizables aunque caiga nieve. Pero desengañémonos: las bajas temperaturas y los vientos húmedos lo dificultan todo. Las ordenanzas, además, proscriben la caricia ( con exenciones para determinadas zonas epidérmicas -sin interés alguno- en niños, perros y otros animales) y el «no tocar, peligro de ignominia» puede leerse en miles de miradas. ¿Adónde huir, entonces? Por todas partes ojos bizcos, córneas torturadas, implacables pupilas, retinas reticentes, vigilan, desconfían, amenazan. Queda quizá el recurso de andar solo, de vaciar el alma de ternura y llenarla de hastío e indiferencia, en este tiempo hostil, propicio al odio. La vida en juego Donde pongo la vida pongo el fuego de mi pasión volcada y sin salida. Donde tengo el amor, toco la herida. Donde pongo la fe, me pongo en juego.

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Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego vuelvo a empezar, sin vida, otra partida. Perdida la de ayer, la de hoy perdida, no me doy por vencido, y sigo, y juego lo que me queda: un resto de esperanza. Al siempre va. Mantengo mi postura. Si sale nunca, la esperanza es muerte. Si sale amor, la primavera avanza. Los sábados Las prostitutas madrugan mucho para estar dispuestas... Elena despertó a las dos y cinco, abrió despacio las contraventanas y el sol de invierno hirió sus ojos enrojecidos. Apoyada la frente en el cristal, miró a la calle: niños con bufandas, perros. Tres curas paseaban. En ese mismo instante, Dora comenzaba a ponerse las medias. Las ligas le dejaban una marca en los muslos ateridos. Al encender la radio -«Aída: marcha nupcial»-, recordaba palabras

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-«Dora, Dorita, te amo»- a la vez que intentaba reconstruir el rostro de aquel hombre que se fue ayer -es decir, hoy- de madrugada, y leía distraída una moneda: «Veinticinco pesetas.» «...por la gracia de Dios.» (Y por la cama) Eran las tres y diez cuando Conchita se estiraba la piel de las mejillas frente al espejo. Bostezó. Miraba su propio rostro con indiferencia. Localizó tres canas en la raíz oscura de su pelo amarillo. Abrió luego una caja de crema rosa, cuyo contenido extendió en torno a su nariz. Bostezaba, y aprovechó aquel gesto indefinible para comprobar el estado de una muela careada allá en el fondo de sus fauces secas, inofensivas, turbias, algo hepáticas. Por otra parte, también se preparaba la ciudad. El tren de las catorce treinta y nueve alteró el ritmo de las calles. Miradas vacilantes, ojos confusos, planteaban imprecisas preguntas que las bocas no osaban formular. En los cafés, entraban y salían los hombres, movidos por algo parecido a una esperanza. Se decía que aún era temprano. Pero a las cuatro, Dora comenzaba a quitarse las medias -las ligas

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dejaban una marca en sus muslos. Lentas, solemnes, eclesiásticas, volaban de las torres palomas y campanas. Mientras se bajaba la falda, Conchita vio su cuerpo -y otra sombra vaga- moverse en el espejo de su alcoba. En las calles y plazas palidecía la tarde de diciembre. Elena cerró despacio las contraventanas. Me basta así Si yo fuera Dios y tuviese el secreto, haría un ser exacto a ti; lo probaría (a la manera de los panaderos cuando prueban el pan, es decir: con la boca), y si ese sabor fuese igual al tuyo, o sea tu mismo olor, y tu manera de sonreír, y de guardar silencio, y de estrechar mi mano estrictamente, y de besarnos sin hacernos daño -de esto sí estoy seguro: pongo tanta atención cuando te beso; entonces, si yo fuese Dios,

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podría repetirte y repetirte, siempre la misma y siempre diferente, sin cansarme jamás del juego idéntico, sin desdeñar tampoco la que fuiste por la que ibas a ser dentro de nada; ya no sé si me explico, pero quiero aclarar que si yo fuese Dios, haría lo posible por ser Ángel González para quererte tal como te quiero, para aguardar con calma a que te crees tú misma cada día, a que sorprendas todas las mañanas la luz recién nacida con tu propia luz, y corras la cortina impalpable que separa el sueño de la vida, resucitándome con tu palabra, Lázaro alegre, yo, mojado todavía de sombras y pereza, sorprendido y absorto en la contemplación de todo aquello que, en unión de mí mismo, recuperas y salvas, mueves, dejas abandonado cuando -luego- callas... (Escucho tu silencio. Oigo constelaciones: existes. Creo en ti. Eres. Me basta. Me he quedado sin pulso y sin aliento...

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Me he quedado sin pulso y sin aliento separado de ti. Cuando respiro, el aire se me vuelve en un suspiro y en polvo el corazón de desaliento. No es que sienta tu ausencia el sentimiento. Es que la siente el cuerpo. No te miro. No te puedo tocar por más que estiro los brazos como un ciego contra el viento. Todo estaba detrás de tu figura. Ausente tú, detrás todo de nada, borroso yermo en el que desespero. Ya no tiene paisaje mi amargura. Prendida de tu ausencia mi mirada, contra todo me doy, ciego me hiero. Mientras tú existas... Mientras tú existas, mientras mi mirada te busque más allá de las colinas, mientras nada me llene el corazón, si no es tu imagen, y haya una remota posibilidad de que estés viva en algún sitio, iluminada por una luz cualquiera... Mientras yo presienta que eres y te llamas así, con ese nombre tuyo tan pequeño, seguiré como ahora, amada

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mía, transido de distancia, bajo ese amor que crece y no se muere, bajo ese amor que sigue y nunca acaba. Milagro de la luz Milagro de la luz: la sombra nace, choca en silencio contra las montañas, se desploma sin peso sobre el suelo desvelando a las hierbas delicadas. Los eucaliptos dejan en la tierra la temblorosa piel de su alargada silueta, en la que vuelan fríos pájaros que no cantan. Una sombra más leve y más sencilla, que nace de tus piernas, se adelanta para anunciar el último, el más puro milagro de la luz: tú contra el alba. Muerte en el olvido Yo sé que existo porque tu me imaginas. Soy alto porque tu me crees alto, y limpio porque tú me miras con buenos ojos,

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con mirada limpia. Tu pensamiento me hace inteligente, y en tu sencilla ternura, yo soy también sencillo y bondadoso. Pero si tú me olvidas quedaré muerto sin que nadie lo sepa. Verán viva mi carne, pero será otro hombre -oscuro, torpe, malo- el que la habita... Nada es lo mismo La lágrima fue dicha... Olvidemos el llanto y empecemos de nuevo, con paciencia, observando a las cosas hasta hallar la menuda diferencia que las separa de su entidad de ayer y que define el transcurso del tiempo y su eficacia. ¿A qué llorar por el caído fruto, por el fracaso de ese deseo hondo, compacto como un grano de simiente? No es bueno repetir lo que está dicho. Después de haber hablado, de haber vertido lágrimas,

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silencio y sonreíd: Nada es lo mismo. Habrá palabras nuevas para la nueva historia y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde. Otras veces Quisiera estar en otra parte, mejor en otra piel, y averiguar si desde allí la vida, por las ventanas de otros ojos, se ve así de grotesca algunas tardes. Me gustaría mucho conocer el efecto abrasivo del tiempo en otras vísceras, comprobar si el pasado impregna los tejidos del mismo zumo acre, si todos los recuerdos en todas las memorias desprenden este olor a fruta madura mustia y a jazmín podrido. Desearía mirarme con las pupilas duras de aquel que más me odia, para que así el desprecio destruya los despojos de todo lo que nunca enterrará el olvido. Otro tiempo vendrá distinto a éste...

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Otro tiempo vendrá distinto a éste. Y alguien dirá: «Hablaste mal. Debiste haber contado otras historias: violines estirándose indolentes en una noche densa de perfumes, bellas palabras calificativas para expresar amor ilimitado, amor al fin sobre las cosas todas.» Pero hoy, cuando es la luz del alba como la espuma sucia de un día anticipadamente inútil, estoy aquí, insomne, fatigado, velando mis armas derrotadas, y canto todo lo que perdí: por lo que muero. Palabra muerta, palabra perdida Mi memoria conserva apenas solo el eco vacilante de su alta melodía: lamento de metal, rumor de alambre, voz de junco, también latido, vena. Recuerdo claramente su erre temblorosa, su estremecida erre suspendida sobre un abismo de silencio y ámbar, desprendiéndose casi de la música oscura que por detrás la asía, defendiéndose apenas del cálido misterio que la alzaba en el aire

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creando un solo cuerpo de luz y de belleza. Luminosa y precisa, yo la sentía en mi ser profundamente, sabía su sentido, descifraba sin llanto su mensaje, porque acaso ella fuese -o sin acaso: cierto- la única palabra irrefrenable que mi sangre entendía y pronunciaba: una palabra para estar seguro, talismán infalible significando aquello que nombraba. Como un perfume que lo explica todo, como una luz inesperada, su presencia de viento y melodía hería los sentidos, golpeaba el corazón, estremecía la carne con el presentimiento verdadero de la honda realidad que descubría. Pronunciarla despacio equivalía a ver, a amar, a acariciar un cuerpo, a oler el mar, a oír la primavera, a morder una fruta de piel dulce. Todo ocurría así, hasta que un día la dije bien, y no entendí su cántico. La grité clara, la repetí dura, y esperé ávidamente, y percibí, lejano, un eco inexplicable, infiel reflejo que en vez de iluminar, oscurecía, que en vez de revelar, cubrió de tierra la imprecisa nostalgia de su antiguo mensaje. Cuando un nombre no nombra, y se vacía, desvanece también, destruye, mata la realidad que intenta su designio.

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Para nada Trabajé el aire se lo entregué al viento: voló, se deshizo, se volvió silencio. Por el ancho mar, por los altos cielos, trabajé la nada, realicé el esfuerzo, perforé la luz ahondé el misterio. Para nada, ahora, para nada, luego; humo son mis obras, cenizas mis hechos. ...Y mi corazón que se queda en ellos. Porvenir Te llaman porvenir porque no vienes nunca. Te llaman: porvenir, y esperan que tú llegues como un animal manso a comer en su mano. Pero tú permaneces más allá de las horas, agazapado no se sabe dónde.

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!Mañana! Y mañana será otro día tranquilo un día como hoy, jueves o martes, cualquier cosa y no eso que esperamos aún, todavía, siempre. Preámbulo a un silencio Porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas cosas a veces uno se sienta tranquilamente a la sombra de un árbol en verano y se calla. (? ¿Dije tranquilamente? falso, falso: uno se sienta inquieto, haciendo extraños gestos, pisoteando las hojas abatidas por la furia de un otoño sombrío, destrozando con los dedos el cartón inocente de una caja de fósforos, mordiendo injustamente las uñas de esos dedos, escupiendo en los charcos invernales, golpeando con el puño cerrado la piel rugosa de las casas que permanecen indiferentes al paso de la primavera una primavera urbana que asoma con timidez los flecos de sus cabellos verdes allá arriba, detrás del zinc oscuro de los canalones, levemente arraigada a la materia efímera de las tejas a punto de ser de polvo.) Eso es cierto, tan cierto como que tengo un nombre con alas celestiales, arcangélico nombre que a nada corresponde: Ángel me dicen y yo me levanto disciplinado y recto con las alas mordidas

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quiero decir: las uñas y sonrío y me callo porque, en último extremo, uno tiene conciencia de la inutilidad de todas las palabras. Quise A Susana Rivera Quise mirar el mundo con tus ojos ilusionados, nuevos, verdes en su fondo como la primavera. Entré en tu cuerpo lleno de esperanza para admirar tanto prodigio desde el claro mirador de tus pupilas. Y fuiste tú la que acabaste viendo el fracaso del mundo con las mías. Siempre lo que quieras Cuando tengas dinero regálame un anillo, cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca, cuando no sepas qué hacer vente conmigo -pero luego no digas que no sabes lo que haces. Haces haces de leña en las mañanas y se te vuelven flores en los brazos. Yo te sostengo asida por los pétalos,

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como te muevas te arrancaré el aroma. Pero ya te lo dije: cuando quieras marcharte ésta es la puerta: se llama Ángel y conduce al llanto. Son las gaviotas, amor Son las gaviotas, amor. Las lentas, altas gaviotas. Mar de invierno. El agua gris mancha de frío las rocas. Tus piernas, tus dulces piernas, enternecen a las olas. Un cielo sucio se vuelca sobre el mar. El viento borra el perfil de las colinas de arena. Las tediosas charcas de sal y de frío copian tu luz y tu sombra. Algo gritan, en lo alto, que tú no escuchas, absorta. Son las gaviotas, amor. Las lentas, altas gaviotas. Te tuve

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Te tuve cuando eras dulce, acariciado mundo. Realidad casi nube, ¡cómo te me volaste de los brazos! Ahora te siento nuevamente. No por tu luz, sino por tu corteza, percibo tu inequívoca presencia, ...agrios perfiles, duros meridianos, ¡áspero mundo para mis dos manos¡ Todo amor es efímero Ninguna era tan bella como tú durante aquel fugaz momento en que te amaba: mi vida entera. Todos ustedes parecen felices... ...Y sonríen, a veces, cuando hablan. Y se dicen , incluso, palabras de amor. Pero se aman de dos en dos para odiar de mil

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en mil. Y guardan toneladas de asco por cada milímetro de dicha. Y parecen -nada más que parecen- felices, y hablan con el fin de ocultar esa amargura inevitable, y cuántas veces no lo consiguen, como no puedo yo ocultarla por más tiempo; esta desesperante, estéril, larga ciega desolación por cualquier cosa que -hacia donde no sé-, lenta, me arrastra. Última gracia Acaso ese golpe final -yo ya caído- no fue otro acto de crueldad, sino una prueba de la piedad que decían no tenerme Vals del atardecer Los pianos golpean con sus colas

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enjambres de violines y de violas. Es el vals de las solas y solteras, el vals de las muchachas casaderas, que arrebata por rachas su corazón raído de muchachas. A dónde llevará esa leve brisa, a qué jardín con luna esa sumisa corriente que gira de repente desatando en sus vueltas doradas cabelleras, ahora sueltas, borrosas, imprecisas en el río de música y metralla que es un vals cuando estalla sus trompetas. Todavía inquietas, vuelan las flautas hacia el cordelaje de las arpas ancladas en la orilla donde los violoncelos se han dormido. Los oboes apagan el paisaje. Las muchachas se apean en sus sillas, se arreglan el vestido con manos presurosas y sencillas, y van a los lavabos, como después de un viaje. Ya nada es ahora Largo es el arte; la vida en cambio corta como un cuchillo Pero nada ya ahora -ni siquiera la muerte, por su parte

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inmensa- podrá evitarlo: exento, libre, como la niebla que al romper el día los hondos valles del invierno exhalan, creciente en un espacio sin fronteras, ese amor ya sin ti me amará siempre.