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LA BOBINA MARAVILLOSA Erase un principito que no quería estudiar. Cierta noche, después de haber recibido una buena regañina por su pereza, suspiro tristemente, diciendo: ¡Ay! ¿Cuándo seré mayor para hacer lo que me apetezca? Y he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió sobre su cama una bobina de hilo de oro de la que salió una débil voz: Trátame con cuidado, príncipe. Este hilo representa la sucesión de tus días. Conforme vayan pasando, el hilo se ira soltando. No ignoro que deseas crecer pronto... Pues bien, te concedo el don de desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas desenrollado no podrás ovillarlo de nuevo, pues los días pasados no vuelven. El príncipe, para cerciorarse, tiro con ímpetu del hilo y se encontró convertido en un apuesto príncipe. Tiro un poco mas y se vio llevando la corona de su padre. ¡Era rey! Con un nuevo tironcito, inquirió: Dime bobina ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos? En el mismo instante, una bellísima joven, y cuatro niños rubios surgieron a su lado. Sin pararse a pensar, su curiosidad se iba apoderando de él y siguió soltando mas hilo para saber como serian sus hijos de mayores. De pronto se miro al espejo y vio la imagen de un anciano decrépito, de escasos cabellos nevados. Se asusto de sí mismo y del poco hilo que quedaba en la bobina. ¡Los instantes de su vida estaban contados! Desesperadamente, intento enrollar el hilo en el carrete, pero sin lograrlo. Entonces la débil vocecilla que ya conocía, hablo así: Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los días perdidos no pueden recuperarse. Has sido un perezoso al pretender pasar por la vida sin molestarte en hacer el trabajo de todos los días. Sufre, pues tu castigo.

Antologia Bris 3

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Page 1: Antologia Bris 3

LA BOBINA MARAVILLOSA

Erase un principito que no quería estudiar. Cierta noche, después de haber recibido una buena regañina por su pereza, suspiro tristemente, diciendo:

 ¡Ay! ¿Cuándo seré mayor para hacer lo que me apetezca?

Y he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió sobre su cama una bobina de hilo de oro de la que salió una débil voz:

Trátame con cuidado, príncipe. 

 Este hilo representa la sucesión de tus días. Conforme vayan pasando, el hilo se ira soltando. No ignoro que deseas crecer pronto... Pues bien, te concedo el don de desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas desenrollado no podrás ovillarlo de nuevo, pues los días pasados no

vuelven. 

 El príncipe, para cerciorarse, tiro con ímpetu del hilo y se encontró convertido en un apuesto príncipe. Tiro un poco mas y se vio llevando la corona de su padre. ¡Era rey! Con un nuevo

tironcito, inquirió: 

Dime bobina ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos? 

 En el mismo instante, una bellísima joven, y cuatro niños rubios surgieron a su lado. Sin pararse a pensar, su curiosidad se iba apoderando de él y siguió soltando mas hilo para saber como serian sus

hijos de mayores. 

 De pronto se miro al espejo y vio la imagen de un anciano decrépito, de escasos cabellos nevados. Se asusto de sí mismo y del poco hilo que quedaba en la bobina. ¡Los instantes de su vida estaban

contados! Desesperadamente, intento enrollar el hilo en el carrete, pero sin lograrlo. 

Entonces la débil vocecilla que ya conocía, hablo así: 

 Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los días perdidos no pueden recuperarse. Has sido un perezoso al pretender pasar por la vida sin molestarte en hacer el trabajo

de todos los días. Sufre, pues tu castigo. 

El rey, tras un grito de pánico, cayó muerto: había consumido la existencia sin hacer nada de provecho.

 

CAPERUCITA ROJA

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Había una vez una niña llamada Caperucita Roja. Su mama, que sabía coser muy bien, le había hecho una caperuza roja para que estuviera calentita y protegida del viento y como a la niña le gustaba mucho la

llevaba a todos los días, por lo que todo el mundo la llamaba así. 

Un día, la mamá de Caperucita la mandó a casa de su abuelita porque estaba enferma, para que le llevara en una cesta pan, chocolate, azúcar

y dulces. 

Su mamá le dijo: no te apartes del camino de siempre, ya que en el

bosque hay lobos y es muy peligroso.

Caperucita iba cantando por el camino que su mamá le había dicho y , de repente, se encontró con el lobo y le dijo: 

-Caperucita, Caperucita, ¿dónde vas tu tan bonita ?. -A casa de mi abuelita a llevarle pan, chocolate, azúcar y dulces. 

-¡Vamos a hacer una carrera!- Le dijo el lobo-Te dejaré a ti el camino más corto y yo el más largo para darte ventaja. 

Caperucita aceptó pero ella no sabía que el lobo la había engañado. El lobo llegó antes a la casa de la abuelita y se comió a la pobre

ancianita.Cuando Caperucita llegó, llamó a la puerta: 

-¿Quién es?, dijo el lobo vestido con las ropas de la abuelita. -Soy yo, dijo Caperucita. Pasa, pasa nietecita.

Cuando Caperucita vio a su abuelita se sorprendió con su aspecto :-Abuelita, qué ojos más grandes tienes, dijo la niña extrañada. 

-Son para verte mejor. -Abuelita, abuelita, qué orejas tan grandes tienes.

-Son para oírte mejor. -Y qué nariz tan grande tienes. 

Es para olerte mejor.

-Y qué boca tan grande tienes.¡Es para comerte mejor!.

Caperucita empezó a correr por toda la habitación y el lobo tras ella. 

Page 3: Antologia Bris 3

Pasaban por allí unos cazadores y al escuchar los gritos se acercaron con sus escopetas y sus cuchillos de caza. Uno de ellos le dió un golpe

muy fuerte al lobo feroz en la cabeza y el lobo cayó al suelo desmayado. El cazador cogió su cuchillo y le abrió la panza al lobo sacando a la

abuelita de Caperucita, que aún estaba viva y para darle un escarmiento al lobo le lleno la barriga de piedras y le volvió a coser la barriga.

Después de esto se fueron apresuradamente de allí.

Al cabo de un rato el lobo despertó y sintió una terrible sed y se fue corriendo al rio a beber agua pensando que la pesadez de su barriga era por la abuela de Caperucita. Al acercarse a la orilla, la barriga le pesaba

tanto tantísimo que se tambaleó y cayó al agua, ¡y se ahogó!.. 

Caperucita después de este susto aprendió la lección y nunca jamás volvió a desobedecer a su mamá. 

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

LA LIEBRE Y LA TORTUGA.

Page 4: Antologia Bris 3

La liebre siempre se reía de la tortuga, porque era muy lenta. —¡Je, ¡el En

realidad, no sé por qué te molestas en moverte -le dijo.

-Bueno -contestó la tortuga-, es verdad que soy lenta, pero siempre llego al final.

Si quieres hacemos una carrera.

-Debes estar bromeando -dijo la liebre, despreciativa- Pero si insistes, no tengo

inconveniente en hacerte una demostración Era un caluroso día de sol y todos los

animales fueron a ver la Gran Carrera. El topo levantó la bandera y dijo: -Uno, dos,

tres… ¡Ya!

La liebre salió corriendo, y la tortuga se quedó atrás, tosiendo en una nube de

polvo. Cuando echó a andar, la liebre ya se había perdido de vista.

Pero cuál no fue su horror al ver desde lejos cómo la tortuga le había adelantado y

se arrastraba sobre la línea de meta. ¡Había ganado la tortuga! Desde lo alto de la

colina, la liebre podía oír las aclamaciones y los aplausos.

-No es justo -gimió la liebre- Has hecho trampa. Todo el mundo sabe que corro

más que tú.

-¡Oh! -dijo la tortuga, volviéndose para mirarla- Pero ya te dije que yo siempre

llego. Despacio pero seguro.

-No tiene nada que hacer -dijeron los saltamontes- La tortuga está perdida.

“¡Je, je! ¡Esa estúpida tortuga!”, pensó la liebre, volviéndose. “¿Para qué voy a

correr? Mejor descanso un rato.”

Así pues, se tumbó al sol y se quedó dormida, soñando con los premios y

medallas que iba a conseguir.

La tortuga siguió toda la mañana avanzando muy despacio. La mayoría de los

animales, aburridos, se fueron a casa. Pero la tortuga continuó avanzando. A

mediodía pasó ¡unto a la liebre, que dormía al lado del camino. Ella siguió pasito a

paso.

Finalmente, la liebre se despertó y estiró las piernas. El sol se estaba poniendo.

Miró hacia atrás y se rió:

—¡Je, ¡el ¡Ni rastro de esa tonta tortuga! Con un gran salto, salió corriendo en

dirección a la meta para recoger su premio.

Pero cuál no fue su horror al ver desde lejos cómo la tortuga le había adelantado y

se arrastraba sobre la línea de meta. ¡Había ganado la tortuga! Desde lo alto de la

colina, la liebre podía oír las aclamaciones y los aplausos.

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-No es justo -gimió la liebre- Has hecho trampa. Todo el mundo sabe que corro

más que tú.

-¡Oh! -dijo la tortuga, volviéndose para mirarla- Pero ya te dije que yo siempre

llego. Despacio pero seguro.

LA GALLINA ROJA

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Había una vez una gallina roja llamada Marcelina, que vivía en una

granja rodeada de mucho animales . Era una granja muy grande, en

medio del campo.

En el establo vivían las vacas y los caballos; los cerdos tenían su propia

cochiquera. Había hasta un estanque con patos y un corral con

muchas gallinas. Había en la granja también una familia de granjeros

que cuidaba de todos los animales. Un día la gallinita roja, escarbando

en la tierra de la granja, encontró un grano de trigo Pensó que si lo

sembraba crecería y después podría hacer pan para ella y todos sus

amigos.

-¿Quién me ayudará a sembrar el trigo?, les preguntó.

- Yo no, dijo el pato.

- Yo no, dijo el gato.

- Yo no, dijo el perro.

- Muy bien, pues lo sembraré yo, dijo la gallinita.

Y así, Marcelina sembró sola su grano de trigo con mucho cuidado. Abrió

un agujerito en la tierra y lo tapó. Pasó algún tiempo y al cabo el trigo

creció y maduró, convirtiéndose en una bonita planta.

-¿Quién me ayudará a segar el trigo?, preguntó la gallinita roja.

- Yo no, dijo el pato.

- Yo no, dijo el gato.

- Yo no, dijo el perro.

- Muy bien, si no me queréis ayudar, lo segaré yo, exclamó Marcelina.

Y la gallina, con mucho esfuerzo, segó ella sola el trigo. Tuvo que cortar

con su piquito uno a uno todos los tallos. Cuando acabó, habló muy

cansada a sus compañeros:

-¿Quién me ayudará a trillar el trigo?

- Yo no, dijo el pato.

- Yo no, dijo el gato.

- Yo no, dijo el perro.

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- Muy bien, lo trillaré yo.

Estaba muy enfadada con los otros animales, así que se puso ella sola a

trillarlo. Lo trituró con paciencia hasta que consiguió separar el grano de

la paja. Cuando acabó, volvió a preguntar:

-¿Quién me ayudará a llevar el trigo al molino para convertirlo en

harina?

- Yo no, dijo el pato

- Yo no, dijo el gato.

- Yo no, dijo el perro.

- Muy bien, lo llevaré y lo amasaré yo, contestó Marcelina.

Y con la harina hizo una hermosa y jugosa barra de pan. Cuando la tuvo

terminada, muy tranquilamente preguntó:

- Y ahora, ¿quién comerá la barra de pan? volvió a preguntar la gallinita

roja.

-¡Yo, yo! dijo el pato.

-¡Yo, yo! dijo el gato.

-¡Yo, yo! dijo el perro.

-¡Pues No os la comeréis ninguno de vosotros! contestó Marcelina. Me la

comeré yo, con todos mis hijos.

Y así lo hizo. Llamó a sus pollitos y la compartió con ellos.

FIN

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UGA LA TORTUGA

¡Caramba, todo me sale mal! se lamenta constantemente Uga, la

tortuga. Y es que no es para menos: siempre llega tarde, es la última en

acabar sus tareas, casi nunca consigue premios a la rapidez y, para

colmo es una dormilona.

¡Esto tiene que cambiar! se propuso un buen día, harta de que sus

compañeros del bosque le recriminaran por su poco esfuerzo al realizar

sus tareas.

Y es que había optado por no intentar siquiera realizar actividades tan

sencillas como amontonar hojitas secas caídas de los árboles en otoño, o

quitar piedrecitas de camino hacia la charca donde chapoteaban los

calurosos días de verano.-¿Para qué preocuparme en hacer un trabajo que luego acaban haciendo mis compañeros? Mejor es dedicarme a jugar y a descansar.

- No es una gran idea, dijo una hormiguita. Lo que verdaderamente

cuenta no es hacer el trabajo en un tiempo récord; lo importante es

acabarlo realizándolo lo mejor que sabes, pues siempre te quedará la

recompensa de haberlo conseguido.

No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que

requieren tiempo y esfuerzo. Si no lo intentas nunca sabrás lo que eres

capaz de hacer, y siempre te quedarás con la duda de si lo hubieras

logrados alguna vez.

Por ello, es mejor intentarlo y no conseguirlo que no probar y vivir con la

duda. La constancia y la perseverancia son buenas aliadas para conseguir lo

que nos proponemos; por ello yo te aconsejo que lo intentes. Hasta te

puede sorprender de lo que eres capaz.

- ¡Caramba, hormiguita, me has tocado las fibras! Esto es lo que yo

necesitaba: alguien que me ayudara a comprender el valor del esfuerzo; te

prometo que lo intentaré.

Pasaron unos días y Uga, la tortuga, se esforzaba en sus quehaceres.

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Se sentía feliz consigo misma pues cada día conseguía lo poquito que se

proponía porque era consciente de que había hecho todo lo posible por

lograrlo.

- He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse grandes e

imposibles metas, sino acabar todas las pequeñas tareas que

contribuyen a lograr grandes fines.

FIN

RICITOS DE ORO

En un bosque florido y frondoso vivían tres ositos, un papá, una mamá y el pequeño osito. Un día, tras hacer todas las camas, limpiar la casa y hacer la sopa para la cena, los tres ositos fueron a pasear por el bosque para que el pequeño osito pudiera jugar y respirar aire puro. De repente, apareció una niña muy bien vestida llamada Ricitos de Oro. Cuando vio la casita de los tres ositos, se asomó a la ventana y le pareció muy curioso lo ordenada y coqueta que tenían la casa. A Ricitos de Oro se le olvidaron los modales que su mamá le había inculcado y decidió entrar en la casita de los tres ositos. "¡Oh! ¡Qué casita más bonita! ¡Qué limpia y ordenada tienen la casa la gente que vive aquí!". Mientras iba observando todo lo que había en la casa comenzó a sentir hambre, ya que le vino un olor muy sabroso a sopa . "¡Mmm...! ¡Qué hambre me ha entrado! Voy a ver que tendrán para cenar." Fue hacia la mesa y vio que había tres tazones. Un tazón pequeño, uno más grande y otro más y más grande que los otros dos anteriores. Ricitos de Oro siguió sin acordarse de los modales que su mamá le había enseñado y en vez de esperar a que los tres ositos volvieran a la casita y le invitaran a tomar un poco de la sopa que habían preparado, se lanzó directamente a probarla. Comenzó por el tazón más grande, pero al probarlo, la sopa estaba demasiado caliente. Entonces pasó al tazón mediano y al probarlo, la sopa estaba demasiado fría, pasándose a probar el tazón más pequeño que estaba como a ella le gustaba. "Está en su punto", dijo la niña. Cuando acabó la sopa se subió a la silla más grandota pero estaba demasiado dura y se pasó a la otra silla más mediana comprobando que estaba demasiado blanda, y entonces decidió

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sentarse en la silla más pequeña que estaba ni muy dura ni muy blanda; era comodísima. Pero la sillita estaba acostumbrada al peso tan ligero del osito y poco a poco el asiento fue cediendo y se rompió. Cuando Ricitos de Oro se levantó del suelo, subió a la habitación de los tres ositos y comenzó a probar las tres camas. Probó la cama grande pero estaba demasiado alta. Después probó la cama mediana pero estaba demasiado baja y por fin probó la cama pequeña que era tan mullidora y cómoda que se quedó totalmente dormida. Mientras Ricitos de Oro dormía profundamente, llegaron los tres ositos a la casa y nada más entrar el oso grande vio cómo su cuchara estaba dentro del tazón y dijo con su gran voz: "¡Alguien ha probado mi sopa!". Y mamá oso también vio su cuchara dentro del tazón y dijo: "¡Alguien ha probado también mi sopa!". Y el osito pequeño dijo con voz apesadumbrada: "¡Alguien se ha tomado mi sopa y se la ha comido toda entera!". Después pasaron al salón y dijo papá oso: "¡Alguien se ha sentado en mi silla!". Y mamá oso dijo: "¡Alguien se ha sentado también en mi silla!". Y el pequeño osito dijo con su voz aflautada: "¡Alguien se ha sentado en mi sillita y además me la ha roto!". Al ver que allí no había nadie, subieron a la habitación para ver si el ladrón de su comida se encontraba todavía en el interior de la casa. Al entrar en la habitación, papá oso dijo: "¡Alguien se ha acostado en mi cama!". Y mamá eso exclamó: "¡Alguien se ha

acostado en mi cama también!". Y el osito pequeño dijo: "¡Alguien se ha acostado en ella...!". Ricitos de Oro, mientras dormía creía que la voz fuerte que había escuchado y que era papá oso, había sido un trueno, y que la voz de mamá oso había sido una voz que la hablaba en sueños pero la voz aflautada del osito la despertó. De un salto se sentó en la cama mientras los osos la observaban, y saltó hacia el otro lado saliendo por la ventana corriendo sin parar un solo instante, tanto, tanto que no

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daban los pies en el suelo. Desde ese momento, Ricitos de Oro nunca volvió a entrar en casa de nadie ajeno sin pedir permiso primero. 

PINOCHO

En una vieja carpintería, Geppetto, un señor amable y simpático,

terminaba un día más de trabajo dando los últimos retoques de pintura a

un muñeco de madera que había construido.

Al mirarlo, pensó: ¡qué bonito me ha quedado! Y como el muñeco había

sido hecho de madera de pino, Geppetto decidió llamarlo Pinocho.

Aquella noche, Geppeto se fue a dormir deseando que su muñeco fuese

un niño de verdad.

Siempre había deseado tener un hijo. Y al encontrarse profundamente

dormido, llegó un hada buena y viendo a Pinocho tan bonito, quiso

premiar al buen carpintero, dando, con su varita mágica, vida al

muñeco.Al día siguiente, cuando se despertó, Geppetto no daba crédito a sus ojos. Pinocho se movía, caminaba, se reía y hablaba como un niño de verdad, para alegría del viejo carpintero.

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Feliz y muy satisfecho, Geppeto mandó a Pinocho a la escuela. Quería que

fuese un niño muy listo y que aprendiera muchas cosas. Le acompañó su

amigo Pepito Grillo, el consejero que le había dado el hada buena.

Pero, en el camino del colegio, Pinocho se hizo amigo de dos niños muy

malos, siguiendo sus travesuras, e ignorando los consejos del grillito. En

lugar de ir a la escuela, Pinocho decidió seguir a sus nuevos amigos,

buscando aventuras no muy buenas.

Al ver esta situación, el hada buena le puso un hechizo. Por no ir a la

escuela, le puso dos orejas de burro, y por portarse mal, cada vez que

decía una mentira, le crecía la nariz poniéndosele colorada.

Pinocho acabó reconociendo que no estaba siendo bueno, y arrepentido

decidió buscar a Geppetto. Supo entonces que Geppeto, al salir en su

busca por el mar, había sido tragado por una enorme ballena. Pinocho,

con la ayuda del grillito, se fue a la mar para rescatar al pobre viejecito.

Cuando Pinocho estuvo frente a la ballena le pidió que le devolviese a

su papá, pero la ballena abrió muy grande su boca y se lo tragó también

a él. Dentro de la tripa de la ballena, Geppetto y Pinocho se

reencontraron. Y se pusieran a pensar cómo salir de allí.

Y gracias a Pepito Grillo encontraron una salida. Hicieron una fogata. El

fuego hizo estornudar a la enorme ballena, y la balsa salió volando con

sus tres tripulantes.

Todos se encontraban salvados. Pinocho volvió a casa y al colegio, y a

partir de ese día siempre se ha comportado bien. Y en recompensa de

su bondad el hada buena lo convirtió en un niño de carne y hueso, y

fueron muy felices por muchos y muchos años.

FINLA MARIPOSA VANIDOSA

Bastante revuelo generaba cada año la fiesta de primavera, en la que todos los jóvenes animalitos

del bosque tendrían la oportunidad de conocer a quienes serían su pareja en el futuro, era de una importancia tal que todos hacían su mejor esfuerzo para lucir impecable en la fiesta de la cueva del Gran Oso. Aparentemente no existía posibilidad de que alguno de los animales tuviera siquiera la intención de perderse tal evento. Pero sí, había alguien, era Eva, una hermosa mariposa, quien se divertía observando como las demás hembras, corrían de un lado para otro tratando de no olvidar detalle en su arreglo. Ella, sin embargo, sentía que dicha fiesta, no era importante, pues a su manera de ver las cosas, no habría en ella alguien siquiera con el nivel de inteligencia suficiente para estar a su altura y no se diga de su belleza, la cual resaltaba entre todos los presentes.

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Llegó la noche, y muchos de los animalitos ya estaban dispuestos a salir a la gran fiesta, el Gran Oso ya los esperaba y todo proponía que sería una excelente noche. Pero aun Eva, seguía en su idea de que sería un gran desperdicio de tiempo, aunque en vista de la posibilidad de quedarse sola en el bosque, tomó finalmente la decisión de asistir a la fiesta, pero como habría de esperarse, ni siquiera optó por arreglarse, sentía que su gran belleza, no requería de retoques. Eva era muy vanidosa, pero aún así, sus amigos del bosque la veían como amiga, y como quiera tenía en sus manos la invitación personal del Gran Oso.

-Ya estamos todos listos para salir hacia la cueva del Gran Oso -dijo una joven tortuga, quien siempre salía primero que todos los demás para poder llegar siempre puntual, Eva aun sin estar muy convencida, le escuchó fingiendo estar interesada - ¿Seguro estarás en la fiesta, verdad?-, insistió amablemente la tortuguita, y aun así Eva se resistía un poco a la idea - No son de mi categoría-, continuamente repetía en voz baja. Pero luego de que varios de los animalitos que le insistían al pasar, se decidió por fin, aunque tal vez fue más su miedo a quedarse sola como ya lo había imaginado.

Entonces Eva voló sobre los demás, y aun con poco animo ingresó a la cueva del Gran Oso, era como para muchos otros, la primera vez que asistía, era lo común para todos los jóvenes animales que habrían de por fin encontrarse con su pareja. Encontró que el salón ya estaba casi lleno, y muchas parejas de animales ya se disponían a ingresar a la pista de baile; parecía que todo era divertido para ellos, pero no para ella. El gran salón tenía bastante espacio para todos, algunos sentados y otros caminaban en busca de algo que les llamara la atención o simplemente tomar valor y determinación. Se dedicó a volar por todo el lugar apreciando el buen gusto del Gran Oso, entonces se encontró volando al centro del salón, en el que de pronto Eva vio al ser más hermoso que se había imaginado sobre la tierra, pero algo pasaba, se dio cuenta de que no hablaba, sólo miraba, y saludaba sólo si ella lo hacía. A esto Eva no pareció darle importancia, por lo que se quedó pasmada mirando y mirando. Algunos de sus amigos que observaron la situación y sabían que se trataba en realidad del gran espejo que adornaba el centro del gran salón, decidieron acercarse para explicarle que era aquello en lo que ella estaba tan fascinada. Eva sin embargo, no les hizo el mínimo caso, siguió admirando aquella imagen; la fiesta duró horas y horas y ella seguía moviéndose de un lado para otro siguiendo aquella hermosa figura que la tenía hipnotizada.

Los demás animales decidieron olvidarle y siguieron participando de la fiesta. Luego de la gran diversión, los animalitos que tuvieron la suerte de encontrar su media naranja fueron poco a poco

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Abandonando el salón, los que no lo lograron, igual decidieron divertirse con la buena plática que les hacía su anfitrión el Gran Oso, también famoso por contar muy buenos chistes, pero como todo, también decidieron que la hora de irse a casa había llegado. Todos se olvidaron de Eva, que de pronto con un vuelco en el corazón se dio cuenta que  en el gran salón sólo reinaba el silencio y por fin se dio cuenta de lo que había pasado, se había quedado completamente sola, y con gran tristeza no pudo más que aceptar que se había quedado acompañada toda la noche del ser más hermoso sobre la tierra, pero también con el ser más vació, tanto que no podría aportarle absolutamente nada.

Ya no tenía duda, lo que tenía enfrente era sólo un espejismo, y reflexionó sobre lo que era realmente ella, había sido duro pero esa fue su lección además de haberse quedado absolutamente sola

EL CISNE ORGULLOSO

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En un maravilloso y precioso bosque, había un gran lago y dentro, y a su

alrededor, vivían gran cantidad de animales de todo tipo.  De entre todos ellos

destacaba un gran cisne blanco con unas plumas largas y brillantes, dotado de

una belleza sin igual y que era considerado como el cisne más bello del mundo.

Era tan bonito que había ganado todos los concursos de belleza a los que se

había presentado, y eso hacía que cada vez se paseara más y más orgulloso,

despreciando a todos los demás animales, e incluso se negaba a hablar con ellos,

pues no estaba dispuesto a que lo viesen con animales que para el eran tan feos y

desagradables. Era tal el grado de vanidad que tenía que los animales estaban

hartos de él y un día un pequeño puercoespín se decidió a darle una buena

lección.

Fue a ver al cisne, y delante de todos le dijo que no era tan bello, que si ganaba

todos los concursos era porque los jurados estaban influenciados por su fama, y

que todos sabían que él un pequeño puercoespín era más bello. Entonces el cisne

se enfureció, y entre risas y desprecios le dijo “pero que tonterías estas diciendo,

yo a tí te gano un concurso con el jurado que quieras”. “Vale, acepto, nos vemos el

sábado”, respondió el puercoespín, y dándose media vuelta se alejó muy

orgulloso, sin dar tiempo al cisne a decir nada más.

EL PATITO FEO

En una hermosa mañana de verano, los huevos que habían empollado la

mamá Pata empezaban a romperse, uno a uno. Los patitos fueron

saliendo poquito a poco, llenando de felicidad a los papás y a

sus amigos. Estaban tan contentos que casi no se dieron cuenta de que

un huevo, el más grande de todos, aún permanecía intacto.

Todos, incluso los patitos recién nacidos, concentraron su atención en el

huevo, a ver cuando se rompería. Al cabo de algunos minutos, el huevo

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empezó a moverse, y luego se pudo ver el pico, luego el cuerpo, y las

patas del sonriente pato. Era el más grande, y para sorpresa de todos,

muy distinto de los demás. Y como era diferente, todos empezaron a

llamarle el Patito Feo.

La mamá Pata, avergonzada por haber tenido un patito tan feo, le apartó

con el ala mientras daba atención a los otros patitos. El patito feo

empezó a darse cuenta de que allí no le querían. Y a medida que crecía,

se quedaba aún más feo, y tenía que soportar las burlas de todos.

Entonces, en la mañana siguiente, muy temprano, el patito decidió irse

de la granja.

Triste y solo, el patito siguió un camino por el bosque hasta llegar a otra

granja. Allí, una vieja granjera le recogió, le dio de comer y beber, y el

patito creyó que había encontrado a alguien que le quería. Pero, al cabo

de algunos días, él se dio cuenta de que la vieja era mala y sólo quería

engordarle para transformarlo en un segundo plato. El patito salió

corriendo como pudo de allí.El invierno había llegado, y con él, el frío, el hambre y la persecución de los cazadores para el patito feo. Lo pasó muy mal. Pero sobrevivió hasta la llegada de la primavera. Los días pasaron a ser más calurosos y llenos de colores. Y el patito empezó a animarse otra vez. Un día, al pasar por un estanque, vio las aves más hermosas que jamás había visto. Eran elegantes, delicadas, y se movían como verdaderas bailarinas, por el agua. El patito, aún acomplejado por la figura y la torpeza que tenía, se acercó a una de ellas y le preguntó si podía bañarse también en el estanque.

Y uno de los cisnes le contestó:

- Pues, ¡claro que sí! Eres uno de los nuestros. 

Y le dijo el patito: 

- ¿Cómo que soy uno de los vuestros? 

Yo soy feo y torpe, todo lo contrario de vosotros. 

Y ellos le dijeron: 

- Entonces, mira tu reflejo en el agua del estanque y verás cómo no te

engañamos.

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El patito se miró y lo que vio le dejó sin habla. ¡Había crecido y se

transformado en un precioso cisne! Y en este momento, él supo que

jamás había sido feo. Él no era un pato sino un cisne. Y así, el nuevo

cisne se unió a los demás y vivió feliz para siempre.

FIN

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LA ABEJA ARAGANA

HABÍA UNA VEZ en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.         Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.         Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.         Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:         —Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.         La abejita contestó:         —Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.         —No es cuestión de que te canses mucho —respondieron—, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.         Y diciendo así la dejaron pasar.         Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:         —Hay que trabajar, hermana.         Y ella respondió en seguida:         —¡Uno de estos días lo voy a hacer!         —No es cuestión de que lo hagas uno de estos días —le respondieron—, sino mañana mismo. Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.         Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:          — ¡Si, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!         —No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido —le respondieron—, sino de que trabajes. Hoy es diecinueve de abril. Pues bien: trata de que mañana veinte, hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.

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         Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.         Pero el veinte de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío.         La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estaría allá adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.         — ¡No se entra! —le dijeron fríamente.         — ¡Yo quiero entrar! —clamó la abejita—. Esta es mi colmena.         —Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras le contestaron las otras—. No hay entrada para las haraganas.         — ¡Mañana sin falta voy a trabajar! —insistió la abejita.         —No hay mañana para las que no trabajan— respondieron las abejas, que saben mucha filosofía.         Y diciendo esto la empujaron afuera.         La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.         Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, a tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.         — ¡Ay, mi Dios! —clamó la desamparada—. Va a llover, y me voy a morir de frío. Y tentó entrar en la colmena.          Pero de nuevo le cerraron el paso.         — ¡Perdón! —gimió la abeja—. ¡Déjenme entrar!         —Ya es tarde —le respondieron.         — ¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!         —Es más tarde aún.         — ¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!         —Imposible.         — ¡Por última vez! ¡Me voy a morir! Entonces le dijeron:         —No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.         Y la echaron.         Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.         Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.         En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían trasplantado hacia tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.         Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:

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         — ¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.         Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devoró sino que le dijo: —¿qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.         —Es cierto —murmuró la abeja—. No trabajo, y yo tengo la culpa.         —Siendo así —agregó la culebra, burlona—, voy a quitar del mundo a un mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.         La abeja, temblando, exclamo entonces: — ¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.         — ¡Ah, ah! —exclamó la culebra, enroscándose ligero —. ¿Tú crees que los hombres que les quitan la miel a ustedes son más justos, grandísima tonta?         —No, no es por eso que nos quitan la miel —respondió la abeja.         — ¿Y por qué, entonces?         —Porque son más inteligentes.         Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando:         — ¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, apróntate.         Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:         —Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.         — ¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? —se rió la culebra.         —Así es —afirmó la abeja.         —Pues bien —dijo la culebra—, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba más rara, ésa gana. Si gano yo, te cómo.         — ¿Y si gano yo? —preguntó la abejita.         —Si ganas tú —repuso su enemiga—, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?         —Aceptado —contestó la abeja.         La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:         Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.         Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.         —Esto es lo que voy a hacer —dijo la culebra—. ¡Fíjate bien, atención!         Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.         La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:         —Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.         —Entonces, te como —exclamó la culebra.

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         — ¡Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una cosa que nadie hace.         — ¿Qué es eso?         —Desaparecer.         — ¿Cómo? —exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa—. ¿Desaparecer sin salir de aquí?         —Sin salir de aquí.         — ¿Y sin esconderte en la tierra?         —Sin esconderme en la tierra.         —Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida — dijo la culebra.         El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.         La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:         —Ahora me toca a mí, señora culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga "tres", búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!         Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente:"uno..., dos..., tres", y se volvió y abrió la boca cuán grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.         La culebra comprendió entonces que si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho?, ¿dónde estaba?         No había modo de hallarla.         — ¡Bueno! —exclamó por fin—. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?         Una voz que apenas se oía —la voz de la abejita— salió del medio de la cueva.         — ¿No me vas a hacer nada? —dijo la voz—. ¿Puedo contar con tu juramento?         —Sí —respondió la culebra—. Te lo juro. ¿Dónde estás?         —Aquí —respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.         ¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.         La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para

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salvar su vida.         La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.         Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.         Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.         Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.         Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.         Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:         —No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese

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esfuerzo, sí hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche. Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos —la felicidad de todos— es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.

FIN

LA LUNA DORMIDA

Martín era un niño que vivía en un pequeño pueblo al lado de unas pequeñas montañas.

Todas las noches le gustaba mirar al cielo, y buscar la luna para poder verla y admirarla.

A veces la miraba tanto que le dolían los ojos y acababa durmiéndose en el rellano de la

ventana.

Su madre trabajaba en una panadería, y a veces le hacía un pequeño pan blanco muy

redondo, al que le dibujaba unos ojos y una boca sonriente y al entregárselo su madre le

decía 

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 Toma Martín, te traigo una pequeña luna. A, pues el papá de Martín había  perdido su trabajo hacía ya cuatro años. Todas las noches Martín seguía mirando el cielo para ver a su amiga la luna, pero cuando el cielo estaba nublado se asustaba y llamaba a sus padres, para preguntarles por qué no podía encontrarla.Su padre le explicaba que las nubes la tapaban, pero a veces sobre todo en verano, no había luna y sin embargo el cielo estaba lleno de estrellas, entonces su madre una noche le dijo:– Martín, no te preocupes por tu amiguita luna, porque está durmiendo, también ella tiene que descansar para poder brillar intensamente.

Martín se quedó sorprendido, ahora por fin comprendía por qué la luna  a veces estaba escondida.

Tras el verano llegó un duro invierno, tan duro que casi todas las noches llovía e incluso nevaba, y Martín se pasó más de un mes sin poder ver a su amiga la luna, tanta era su tristeza que cayó enfermo, muy enfermo y no encontraban ninguna medicina que le hiciese curarse. La tristeza, reinaba en su casa, sus padres no sabían dónde llevarle para curar su extraña enfermedad. Pero una noche todas las nubes desaparecieron, y entonces apareció la luna con un brillo tan intenso, que en cada calle del pueblo parecía que estuviesen alumbrando un montón de farolas. Martín apenas podía mirar a la ventana, pero poco a poco sus débiles ojos comenzaron a mirar hacia ella y descubrió a su amiga luna sonriéndole, entonces Martín le preguntó:– ¿Dónde has estado tanto tiempo? Te he buscado noche tras noche y no te he encontrado, me he puesto malito y me quisiera despedir de ti, porque el médico dice que a lo mejor me tengo que marchar muy lejos donde ya no podré verte.La luna se acercó poco a poco hasta la ventana de Martín y le dijo:

– Ay amiguito mío, todas éstas noches he estado durmiendo, para recuperar todo el brillo que me han quitado las estrellas en verano y ahora tengo tanta energía que vengo a regalarte una poca de ella, para que me puedas seguir mirando cada noche, pues si tú no estuvieses en ésta ventana, me sentiría tan triste y sola que ya no volvería a tener el mismo brillo, tú me has regalado tu amistad desde que apenas eras un bebé; y aunque no podía verte sabía que siempre estabas ahí, así que abre la ventana y cierra los ojos, verás la gran sorpresa que te espera.

Como si de un milagro se tratase Martín se levantó de la cama y sus píes descalzos que apenas podían  caminar, se subieron al rellano de la ventana, la abrió y cerró los ojos. La luna alargo unos brazos relucientes y cogió a Martín en sus brazos, le apretó con ternura y le transmitió un calor intenso, pero al mismo tiempo muy agradable.

A la mañana siguiente los padres de Martín abrieron la puerta de su habitación, y le encontraron saltando en la cama loco de contento y completamente recuperado, sus padres llenos de asombro llamaron al médico para saber lo que le ocurría, pero éste se encogió de hombros y dijo:

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– Misterios de la ciencia, el niño está totalmente recuperado!

Entonces Martín dijo sonriendo:

– Me ha curado mi amiga luna, para que siga mirándola por la ventana, y las noches que esté dormida, ya no estaré triste, porque los buenos amigos al final  siempre se buscan para estar un ratito juntos.

FIN

LA SIRENA Y EL CAPITAN

Había una vez una sirena que vivía por el río Paraná. Tenía su ranchito de hojas en un camalote y allí pasaba los días peinando su largo pelo color de miel, y pasaba las noches cantando, porque su oficio era cantar.

En noches de luna llena por el río Paranáuna sirena cantando va.Por aquí, por allá, el agua qué fría está.Juncal y arena del Paraná,una sirena cantando va.Alahí se llamaba la sirena y, como era un poco maga, sabía gobernar su camalote y remontarlo contra la corriente. A veces iba hasta las Cataratas del Iguazú para darse una larga ducha fresquita llena de espuma.Después tomaba sol en la orilla y conversaba con los muchos amigos que tenía por el cielo, el agua y la tierra. Ninguno le hacía daño. Hasta los que parecen más malos, como los caimanes y las víboras, se le acercaban mimosos.A veces, toda una hilera de mariposas le sostenía el pelo y los pájaros se juntaban en coro para arrullarle la siesta.

Hace muchos años de esto. América todavía era india: no habían llegado los españoles con sus barbas y sus barcos. Las pocas personas que alguna vez habían entrevisto a Alahí, creían que era un sueño, y corrían a frotarse los ojos con ungüento para espantar la visión de esa hermosa criatura mitad

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muchacha y mitad pez.Una noche de luna, Alahí se puso a cantar como de costumbre, y tanto se entretuvo y tan fuerte cantaba recostada en la orilla lejos de su camalote, que no oyó que por el agua se acercaba un enorme barco con las velas desplegadas. Los hombres del barco también venían cantando.

Soy marinero y aventurero, vengo de España y olé.Quiero gloria, quiero dinero y con los dos volveré.Para mí será el dinero, la gloria para mi rey.

–¡Callad! –dijo el capitán, que era flaco y barbudo como Don Quijote– Callad, que alguien está cantando mejor que vosotros.¿Será quizás un pintado pajarillo cual la abubilla o el estornino, capitán? –le dijo un marinero tonto.–Calla, que los pajarillos no cantan de noche. ¡Tirad las anclas!– ¿Vamos a tierra, capitán?–No, iré yo solo.El barco amarró suavemente muy cerca de Alahí, que al ver a los hombres extraños enmudeció y trató de deslizarse hasta su camalote para huir. El capitán saltó a la orilla y la

sorprendió.

Alahí se quedó quietita, muerta de miedo, mientras cundía la alarma entre todos sus amigos.– ¿Quién vive? –preguntó el capitán don Gonzalo de Valdepeñas y Villa tuerta del Calabacete, que así se llamaba.La sirena no contestó y trató de escapar.– ¡Alto allí!El capitán alzó su farola y...– ¡Una sirena, vive Dios! ¿Estaré soñando? ¡Qué cosas se ven en estas embrujadas y pitañosas tierras!–Más raro es usted, señor –dijo Alahí–, todo vestido de lata y más peludo que un mono, señor.–Eres tan bella que paso por alto tu insolencia. Serás mi esposa y reina de los ríos de España.–No, señor, lo siento mucho pero no... Y Alahí trató de escurrirse entre las hojas.– ¡Detente!El capitán la ató al tronco de un árbol. En las ramas los pajaritos temblaban por la suerte de su querida sirena.–Haré un cofre y te encerraré para que no te escapes.El capitán sacó su hacha y allí mismo se puso a hachar un árbol para construir la jaula para la pobre sirena.–Ay, tengo frío –dijo Alahí.

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El capitán, que era todo un caballero, quiso prestarle su coraza, pero no se la pudo quitar porque se había olvidado el abrelatas en el barco.A todo esto, los amigos de Alahí se habían dado la voz de alarma y cuchicheaban entre las hojas, mientras el capitán talaba el árbol. Varios caimanes salieron del agua y se acercaron sigilosos. Muy cerca relampagueaban los ojos del tigre con toda su familia.Cien monitos saltaron de árbol en árbol hasta llegar al de Alahí. Un regimiento de pájaros carpinteros avanzaba en fila india. Las mariposas estaban agazapadas entre el follaje. Las tortugas hicieron un puente desde la otra orilla para que los armadillos pudieran cruzar.Cuando estuvieron todos listos, un papagayo dio la señal de ataque:– ¡Ahora!Los monitos se descolgaron sobre el capitán, chillando y tirándole de las orejas.Los caimanes le pegaron feroces coletazos. Las mariposas revolotearon sobre sus ojos para cegarlo. Dos culebras se le enredaron en los pies para hacerlo tropezar.El tigre, la tigra y los tigrecitos le mostraron uñas y colmillos, porque no hacía falta más. Luego llegó el escuadrón blindado de los mosquitos y obligaron al capitán a escapar despavorido y trepar por una escala de cuerda hasta la borda de su barco.– ¡Alzad el ancla, levad amarras, izad las velas, huyamos de esta tierra de demonios!Mientras el barco soltaba amarras, los pájaros carpinteros terminaron el trabajo picoteando las cuerdas hasta liberar a la pobre Alahí.– ¡Gracias, amigos, gracias por este regalo, el más hermoso para mí: la libertad!Amanecía cuando la sirena volvió a su camalote, escoltada por cielo y tierra de todos sus amigos. Allá, muy lejos se iba el barco de los hombres extraños. Alahí tomó el rumbo

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contrario en su camalote y se alejó río arriba, hasta Paitití, el país de la leyenda, donde sigue viviendo libre y cantando siempre para quien sepa oírla.

EL ANGEL JUGUETON

Todos los niños tienen un ángel de la guarda que les guía, les cuida y les protege. Eso

al menos es lo que me decía mi mamá, que al darme el beso de buenas noches, siempre

repetíamos la misma conversación:

– Que sueñes con los angelitos, mi amor

– ¿Quiénes son los angelitos, mamá?

– Son los enviados de Dios que se encargan de cuidar, proteger y guiar a cada niño,

porque como Dios solo no lo puede hacer, necesita de ellos para que le ayuden.

– ¿Y todos los niños tenemos un ángel que nos cuida?

– Así es hijo.

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– Pues entonces yo quiero soñar con él para conocerle y que me cuente muchas cosas.

– Buenas noches, mamá

– Buenas noches, hijo

Esta conversación se repetía todos los días porque Juan necesitaba escucharla para

convencerse de que tenía un ángel muy cerca de él que le cuidaba y protegía.

Pero a pesar de ello, no sabía nada de él porque nunca soñaba con él, ni se dejaba ver, ni

oír.

A veces Juan se hacía el encontradizo porque se imaginaba que podía estar detrás de él,

y zas, se daba media vuelta enseguida para pillarlo infraganti, pero nada, ni por esas, allí

tampoco estaba su amigo el ángel.

Un día Juan se puso malito, le dolía tanto la barriguita que se metió en la cama bien

abrigado.

Tenía mucha fiebre y deliraba un poco hasta que por fin se durmió, sin esperanza, una

vez más, de encontrarse en sueños con su ángel de la guarda.

Pero esa noche fue distinto. Empezó a soñar, y se vio bailando, cantando, riendo mucho y

haciendo juegos de magia y de circo como los payasos.

Soñaba y soñaba con tantas cosas bonitas que era inmensamente feliz, porque además

también hacia felices a otros niños.

Cuando de pronto, cayó en la cuenta de que tanta alegría y tanta felicidad no podían

provenir solamente de él, y fue entonces cuando escuchó la voz de su ángel que le decía:

– Cuando tú eres feliz, soy yo el que te infunde la alegría, la risa, el canto y el baile, pero

cuando estás triste yo también estoy contigo apoyándote y ayudándote para que la alegría

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brote pronto de nuevo en tu corazón. Por eso aunque no me veas, ahora ya sabes que

estoy siempre contigo, cuando estás feliz y también cuando estás triste.

Cuando se despertó de su sueño, la fiebre y el dolor de tripa se le habían pasado y se

encontraba radiante, feliz, entusiasta. Por fin había comprendido la misión que los

ángeles guardianas tienen para cada niño.

Y un lazo de complicidad muy fuerte se estableció entre ellos. Tan fuerte, tan fuerte, que

ni el mismo Dios podría romperlo.

FIN

EL ARCOIRIS Y EL CAMALEON

Un camaleón orgulloso, que se burlaba de los demás por no cambiar de color como él. Pasaba el día diciendo: ¡Qué bello soy!.

¡No hay ningún animal que vista tan señorial!.

Todos admiraban sus colores, pero no su mal humor y su vanidad.

Un día, paseaba por el campo, cuando de repente, comenzó a llover.

La lluvia, dio paso al sol y éste a su vez al arco iris.

El camaleón alzó la vista y se quedó sorprendido al verlo, pero envidioso dijo: ¡No es tan bello como yo!.

¿No sabes admirar la belleza del arco iris?: Dijo un pequeño pajarillo que estaba en la rama de un árbol cercano.

Si no sabes valorarlo, continuó, es difícil que conozcas las verdades que te enseña la naturaleza.

¡Si quieres, yo puedo ayudarte a conocer algunas!.

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¡Está bien!: dijo el camaleón.

Los colores del arco iris te enseñan a vivir, te muestran los sentimientos.

El camaleón le contestó: ¡Mis colores sirven para camuflarme del peligro, no necesito sentimientos para sobrevivir!

El pajarillo le dijo: ¡Si no tratas de descubrirlos, nunca sabrás lo que puedes sentir a través de ellos!

Además puedes compartirlos con los demás como hace el arcoíris con su belleza.

El pajarillo y el camaleón se tumbaron en el prado.

Los colores del arco iris se posaron sobre los dos, haciéndoles cosquillas en sus cuerpecitos.

El primero en acercarse fue el color rojo, subió por sus pies y de repente estaban rodeados de manzanos, de rosas rojas y anocheceres.

El color rojo desapareció y en su lugar llegó el amarillo revoloteando por encima de sus cabezas.

Estaban sonrientes, alegres, bailaban y olían el aroma de los claveles y las orquideas.

El amarillo dio paso al verde que se metió dentro de sus pensamientos.

El camaleón empezó a pensar en su futuro, sus ilusiones, sus sueños y recordaba los amigos perdidos.

Al verde siguió el azul oscuro, el camaleón sintió dentro la profundidad del mar, peces, delfines y corales le rodeaban.

Daban vueltas y vueltas y los pececillos jugaban con ellos.

Salieron a la superficie y contemplaron las estrellas. Había un baile en el cielo y las estrellas se habían puesto sus mejores galas.

El camaleón estaba entusiasmado.

La fiesta terminó y apareció el color azul claro. Comenzaron a sentir una agradable sensación de paz y bienestar.

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Flotaban entre nubes y miraban el cielo.

Una nube dejó caer sus gotas de lluvia y se mojaron, pero estaban contentos de sentir el frescor del agua.

Se miraron a los ojos y sonrieron.

El color naranja se había colocado justo delante de ellos.

Por primera vez, el camaleón sentía que compartía algo y comprendió la amistad que le ofrecía el pajarillo.

Todo se iluminó de color naranja.

Aparecieron árboles frutales y una gran alfombra de flores.

Cuando estaban más relajados, apareció el color añil, y de los ojos del camaleón cayeron unas lagrimitas. Estaba arrepentido de haber sido tan orgulloso y de no valorar aquello que era realmente hermoso.

Pidió perdón al pajarillo y a los demás animales y desde aquel día se volvió más humilde.

CARLA Y SUS ANIMALES PARLANTES

Carla Coletas era una niña buena, un poco callada y reservada. No hablaba mucho, en parte por vergüenza, y en parte también porque a veces no sentía que tuviera nada interesante que decir. Pero el año que Carla y su familia se cambiaron de casa, todo eso cambió.

Cuando llegó a la nueva casa, Carla descubrió un gran desván lleno de trastos viejos, al fondo del cual había un gran baúl en el que encontró todo tipo de cosas extrañas; y al fondo, debajo de todas ellas, encontró algo especial: era un libro antiguo, con las tapas muy gruesas y pesadas, escrito con letras doradas. 

Pero lo que lo hacía especial de verdad, era que podía brillar en la oscuridad y que de la forma más fantástica y mágica, el libro flotaba en el aire, y no necesitaba estar apoyado.

Carla llevó el libro a su cuarto y lo escondió hasta la noche, poniendo a su perrito a vigilar. Y cuando estuvo segura de que no vendría nadie, se sentó junto a su perro y comenzó a leer. Era un libro de cuentos, pero casi no pudo leer nada porque al poco su perro comenzó a hablarle:

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- ¡Qué libro más interesante has encontrado!, tiene unos cuentos muy bonitos!Carla no se lo podía creer, pero su perro seguía hablando con ella, contándole cosas y haciéndole mil preguntas. Finalmente, la niña pudo reaccionar y preguntar-Pero, ¿cómo es que estás hablando?

- No lo sé- dijo el perro ahora yo sólo digo lo que antes pensaba... para mí no ha cambiado mucho, pero supongo que habrá sido este libro raro

Carla decidió investigar el asunto, y se le ocurrió enseñar el libro a otros animales. Uno tras otro, todos comenzaban a hablar, y en poco tiempo, Carla estaba charlando amistosamente con un perro, tres gatos, dos palomas, un periquito y cinco lagartijas. 

Todos ellos hablaban como si lo hubieran hecho durante toda la vida, y ¡todos decían cosas interesantísimas! ¡Claro, chica!, le decía el lagartijo Pipón, ¡todos tenemos una vida increíble!

Durante algunos días, Carla Coletas estuvo charlando y charlando con sus nuevos amigos, y disfrutaba de veras haciéndolo, pero un día, sin saber ni cómo, el libro desapareció, y con él también lo hicieron sus amigos los animales con sus voces. Carla buscó por todas partes, pero no hubo forma de encontrarlo, y a los pocos días, echaba tanto de menos las animadas charlas con sus amigos, que no podía pensar en otra cosa.

Entonces recordó lo que le había dicho Pipón, y pensó que ella casi no hablaba nunca con sus compañeros del cole y otros niños, y ¡seguro que todos tenían una vida increíble!. Así que desde aquel día, poquito a poco, Carla fue hablando más y más con

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sus compañeros, tratando de saber algo más de sus increíbles vidas, y resultó que, sin apenas darse cuenta, tenía más amigos que ningún otro niño; y ya nunca más le faltó gente con la que disfrutar de una buena charla.

FIN

LAS AVENTURAS DE MEÑEQUIN

Erase una vez... un gigante que, al repartir un tesoro con un hechicero muy codicioso, se peleó con él y le amenazó: "¡No ves que podría aplastarte con mi meñique si quisiera! ¡Anda, esfúmate!" Cuando el hechicero se hubo distanciado lo suficiente, lanzó al gigante su maléfica venganza: "¡Abracadabra! ¡Hágase el sortilegio! ¡Que el hijo que tu mujer espera no sea mayor ni crezca más que mi dedo meñique!" Cuando Meñiquín nació, sus progenitores estaban desesperados. 

Les apenaba verlo y tocarlo y, al hablarle, debían susurrar al oído para no romperle los tímpanos. Meñiquín, tan diferente de sus padres, prefería jugar con los pequeños moradores del jardín. Se divertía cabalgando a lomos de un caracol o bailando con una mariquita. Total, que aunque diminuto de talla, era feliz en este mundo en miniatura. Pero un día desapacible, tuvo la mala idea de ir a visitar a una rana amiga suya. 

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Apenas había descendido de la hoja que le hacía las veces de barca, un enorme lucio al acecho se lo comió de un solo bocado. Sin embargo, el destino le reservaba una suerte distinta. Al cabo de poco, el lucio mordió el anzuelo de un pescador al servicio del rey y, en un abrir y cerrar de ojos, estuvo delante del cuchillo del cocinero real. 

Tras la sorpresa general, Meñiquín, un poco maltrecho, pero todavía vivo, salió de la barriga del pescado. "Y ahora, ¿qué haré de este hombrecito en miniatura?" Se preguntó atónito el cocinero. En esto que tuvo una idea: "¡Haré de él un paje real! Pequeño como es, podré meterlo en la tarta que estoy preparando y, cuando salga del puente levadizo haciendo sonar la trompeta, todo el mundo gritará... ¡milagro! Jamás en la corte había sucedido nada parecido. 

Todos aplaudieron a rabiar la ocurrencia del cocinero, el rey el primero. Este tuvo a bien premiar al artífice del acontecimiento con un saquito de monedas de oro. A Meñiquín la suerte le fue todavía más propicia: sería paje con todos los honores de su rango. Le fue asignado un ratoncillo blanco como montura, un alfiler de oro como espada y, además, obtuvo el privilegio de probar los alimentos que comía el rey. Durante los banquetes se paseaba por la mesa entre los platos y copas, alegrando a todos con el toque de su trompeta. 

Pero, sin saberlo, Meñiquín se había creado un enemigo: el gato, que hasta entonces había sido el favorito del rey, quedó relegado a un segundo lugar, y juró vengarse del intruso tendiéndole una trampa en el jardín. Meñiquín, cuando vio al gato, en vez de huir según lo previsto, montó a lomos del ratoncillo y desenfundó su alfiler de oro al tiempo que ordenaba a su montura: "¡Al ataque! ¡Al ataque!" El gato al verse amenazado por tan diminuta espada, huyó vergonzosamente. 

Puesto que no pudo consumar su venganza, pensó emplear la astucia. Fingiendo encontrarse allí por casualidad, aguardó a que el rey subiera la escalera y le susurró:

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"¡Atención Majestad! ¡Alguien quiere atentar contra su vida!" Y le contó una soberbia mentira: " Meñiquín quiere envenenar vuestra comida. 

Lo sorprendí el otro día en el jardín cogiendo hojas de cicuta, y escuché cómo murmuraba esta terrible amenaza contra vos." El rey, que desde hacía algún tiempo estaba en cama aquejado de fuertes dolores de barriga, por haber ingerido demasiadas cerezas, tuvo el convencimiento de haber sido envenenado, y mandó llamar a Meñiquín. 

El gato, para reforzar su acusación, escondió una hoja de cicuta debajo de la silla de montar del ratoncillo. Meñiquín no se sentía con el estado de ánimo apropiado para poder replicar las acusaciones hechas por el gato, y el rey, ordenó que lo encerraran en un reloj de péndulo. Pasaron las horas y los días hasta que una noche, una mariposa que revoloteaba por la habitación, se percató de que Meñiquín golpeaba el cristal pidiendo ayuda: "¡Sálvame!", gritaba. 

La mariposa, que había estado encerrada mucho tiempo en una caja de cartón, se apiadó de él, y lo liberó. "¡Date prisa! ¡Sal! ¡Sube encima de mí antes de que nos descubran! Te llevaré al Reino de las Mariposas donde todos los habitantes son tan pequeños como tú y enseguida harás amigos." Y así fue. Todavía hoy, si tenéis la ocasión de visitar este reino, veréis el monumento que Meñiquín construyó en honor a la mariposa que lo liberó y dio pie a esta maravillosa aventura.

FIN

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LA BRUJA DE LA TELEVISION

Un día como tantos, en que Tomás miraba la televisión solo en su casa, mientras esperaba a que su mamá regresara del trabajo, apareció una bruja en televisión. Era muy fea y su cara era maligna, a Tomás le dio mucho miedo pues pensaba que en cualquier momento, la bruja lo miraría directamente a los ojos para decirle que conocía todas las maldades que había hecho ese día. Pero la bruja ni se dio cuenta de que Tomás la miraba, y continuó preparando sus embrujos como si nada. El pobre Tomás pudo descansar un poco, porque nadie le contaría a su mamá cuando llegara, que se había comido todas las galletas que ella guardaba en la cocina, ni que había roto el vidrio de la ventana del comedor. Ahora podría echarle las culpas de todos a algún ratoncito o hacerse el distraído y fingir que nada sabía de los asuntos en cuestión.En el fondo, Tomás no era malo, pero no podía resistirse a una diablura cuando la oportunidad se presentaba, y como sus padres trabajaban todo el día y él debía permanecer muchas horas solo, nunca faltaban oportunidades para hacer cosas indebidas.Cuando la bruja volvió a aparecer en televisión, Tomás miraba sin preocuparse, pero de pronto la bruja apuntó directamente a Tomás con dedo arrugado y feo, y le gritó con una voz de bruja terrible:– ¡Pórtate bien! O si no…Tomás no podía creer lo que acababa de escuchar, la bruja sabía todo y lo estaba amenazando. Cuando su madre regresó del trabajo, lo primero que hizo el niño, fue contarles todos los desastres que había hecho. De las galletas y del vidrio de la ventana del comedor que había quebrado, y se quedó muy triste en espera de su merecido castigo.En lugar de un buen reto, su mamá le dio un gran beso y abrazo. No porque lo felicitara por las maldades, que estaban muy mal, sino porque estaba feliz de que su hijo fuese valiente y honesto, y se hubiese atrevido a confesar la verdad aunque esto pudiera traerle un severo castigo.Desde ese día, Tomás se portó bien y dijo siempre la verdad. Ya no hizo maldades, ni tuvo motivos para temerle a la bruja de la televisión.

LA BRUJA MARUJA

Había una vez una señora de avanzada edad que parecía vivir su vida sin

preocupaciones. Se levantaba por las mañanas, y como sus hijos ya eran mayores, ella

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se dedicaba a descansar realizando actividades que la mantuvieran activa la mayor parte

de la semana. Unas veces iba al gimnasio, otras veces hacia visitas culturales, y el resto

de días se quedaba en casa viendo la tele con las piernas en alto.

Era una persona muy buena, pero algo sucedió en su rutina diaria que la transformó para

siempre, y llegó a convertirse en una auténtica bruja.

Un día estaba en el gimnasio y llegó una mujer más joven que ella y se puso delante, la

recién llegada no se dio cuenta de que estaba molestando a Maruja, y ésta en vez de

pedirle con educación que se apartara para seguir viendo las explicaciones del profesor,

pensó:

– “Como esta persona ha sido egoísta y no me ha dejado estar atenta el resto de la clase,

mañana cuando llegue tendrá una sorpresita, ¡je je je !”.

Al día siguiente, Maruja se puso lo más delante que pudo en la sala de estiramientos, y

detrás de ella puso su mochila, y un par de bolsas más que llevaba para luego hacer unos

recados. Cuando la mujer del día anterior llegó, se puso donde encontró un hueco, y no

fue detrás de Maruja, así que ésta se quedó muy frustrada, ya que no había podido

devolverle la que le hizo el día anterior.

Así pasaron las semanas, y Maruja cada día estaba más amargada, ya que nunca

conseguía molestar a la mujer que aquel día le impidió atender en clase. Poco a poco se

le fue arrugando la piel, sobre todo de la cara, y le empezaron a salir verrugas por la

frente y la nariz. Ella no entendía esa transformación, y cada vez que lo pensaba volvía a

sentirse triste y amargada.

Un día en clase, se le acercó la mujer que la había molestado en su día, y le dijo:

– “Maruja, últimamente te veo muy tristona, ¿qué te pasa?, ¿te puedo ayudar en algo?”.

Maruja le respondió:

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– “No se cómo te llamas porque nunca me he preocupado de preguntártelo, y desde el

primer día que te vi me molestaste con tu actitud arrogante, pero viendo que ahora mismo

te estás interesando por mí, he de reconocer que me he equivocado contigo y que tus

intenciones conmigo son buenas. Gracias por abrirme los ojos”.

Maruja comenzó a llorar delante de aquella persona, y ésta la consoló y estuvo con ella

hasta que se tranquilizó. Esa persona se llamaba Ángeles, y resultó ser la mujer más

despistada del mundo.

La bruja Maruja fue bruja durante sólo unos días, y en ese tiempo lo pasó fatal. De aquella

experiencia aprendió a ver más allá de las personas, y a darse cuenta de que todos los

humanos tienen preocupaciones, y aun así van haciendo el bien a los demás.

La piel se le fue alisando y las verrugas quitando, aunque aún tiene una en el centro de la

nariz, que le recuerda diariamente lo malvada que fue un tiempo, y todo lo que aprendió al

conocer a Ángeles.

FIN