35
La catacumba nueva Arthur Conan Doyle Obra reproducida sin responsabilidad editorial

Arthur Conan Doyle - ataun.eus

  • Upload
    others

  • View
    39

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

La catacumba nueva

Arthur Conan Doyle

Obr

a re

prod

ucid

a si

n re

spon

sabi

lidad

edi

toria

l

Page 2: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tanto que losderechos de autor, según la legislación españolahan caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio a susclientes, dejando claro que:

1) La edición no está supervisada por nuestrodepartamento editorial, de forma que no nosresponsabilizamos de la fidelidad del conte-nido del mismo.

2) Luarna sólo ha adaptado la obra para quepueda ser fácilmente visible en los habitua-les readers de seis pulgadas.

3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

www.luarna.com

Page 3: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

LA CATACUMBA NUEVA

Escuche, Burger: yo quisiera que usted tu-viera — confianza en mí —dijo Kennedy.

Los dos célebres estudiosos que se espe-cializaban en las ruinas romanas estaban sentadosa solas en la confortable habitación de Kennedy,cuyas ventanas daban al Corso. La noche era fría, yambos habían acercado sus sillones a la imperfectaestufa italiana que creaba a su alrededor una zonamás bien de ahogo, que de tibieza. Del lado defuera, bajo las brillantes estrellas de un cielo inver-nal, se extendía la Roma moderna, con su largadoble hilera de focos eléctricos, los cafés brillante-mente iluminados, los coches que pasaban velocesy una apretada muchedumbre desfilando por lasaceras. Pero dentro, en el interior de aquella habita-ción suntuosa del rico y joven arqueólogo inglés, nose veía otra cosa que la Roma antigua. Frisos raja-dos y gastados por el tiempo colgaban de las pare-des, y desde los ángulos asomaban los antiguosbustos grises de senadores y guerreros con suscabezas de luchadores y sus rostros duros y crue-les. En la mesa central, entre un revoltijo de inscrip-

Page 4: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

ciones, fragmentos y adornos, se alzaba la célebremaqueta en que Kennedy había reconstruido lasTermas de Caracalla, obra que tanto interés y admi-ración despertó al ser expuesta en Berlín. Del techocolgaban ánforas y por la lujosa alfombra turca hab-ía desparramadas las más diversas rarezas. Y niuna sola de todas esas cosas carecía de la mayorinatacable autenticidad, aparte de su insuperablesingularidad y valor; porque Kennedy, a pesar deque tenía poco más de treinta años, gozaba decelebridad europea en esta rama especial de inves-tigaciones, sin contar con que disponía de esaabundancia de fondos que en ocasiones resulta unobstáculo fatal para las energías del estudioso, oque, cuando su inteligencia sigue con absoluta fide-lidad el propósito que la guía, le proporciona venta-jas enormes en la carrera hacia la fama. El caprichoy el placer habían apartado frecuentemente a Ken-nedy de sus estudios; pero su inteligencia era agre-siva y capaz de esfuerzos largos y concentrados,que terminaban en vivas reacciones de laxitud sen-sual. Su hermoso rostro de frente alta y blanca, sunariz agresiva y su boca algo blanda y sensual,constituían un índice justo de aquella transacción aque la energía y la debilidad habían llegado dentrode su persona.

Page 5: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

Su acompañante, Julius Burger, era hombrede un tipo muy distinto. Llevaba en sus venas unamezcla curiosa de sangre: el padre era alemán, y lamadre italiana y le trasmitieron las cualidades desolidez propias del norte, junto con un mayor atrac-tivo y simpatía característicos del sur. Unos ojosazules teutónicos iluminaban su rostro moreno cur-tido por el sol y se elevaba por encima de ellos unafrente cuadrada, maciza, con una orla de tupidoscabellos rubios que la enmarcaban. Su mandíbulade contorno fuerte y firme estaba completamenterasurada, dando con frecuencia ocasión a que suacompañante comentase lo mucho que hacía re-cordar a los antiguos bustos romanos que acecha-ban desde las sombras en los ángulos de su habita-ción. Bajo su dura energía de alemán se percibíasiempre un asomo de sutileza italiana; pero su son-risa era tan honrada, y su mirada tan franca, quetodos comprendían que aquello era sólo un índicede su ascendencia, sin proyección real sobre sucarácter. Por lo que se refiere a años y celebridadse encontraba a idéntico nivel que su compañeroinglés, pero su vida y su tarea habían sido muchomás difíciles. Llegado doce años antes a Romacomo estudiante pobre, vivió desde entonces depequeñas becas que la Universidad de Bonn le

Page 6: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

otorgaba para sus estudios. Lenta, dolorosamente ycon tenacidad porfiada y extraordinaria, guiado poruna sola idea, había escalado peldaño a peldaño laescalera de la fama, llegando a ser miembro de laAcademia de Berlín, y tenía, en la actualidad, todaclase de razones para esperar verse pronto elevadoa la cátedra de la más importante de las universida-des alemanas. Ahora bien; lo unilateral de sus acti-vidades, si por un lado lo había elevado al mismonivel que el rico y brillante investigador inglés, habíahecho que quedase infinitamente por debajo de ésteen todo lo que caía fuera del radio de su trabajo.Burger no dispuso nunca en sus estudios de unparéntesis que le permitiese cultivar el trato social.Únicamente cuando hablaba de temas que caíandentro de su especialidad, el rostro de Burger ad-quiría vida y expresión. En los demás momentospermanecía silencioso y molesto, con excesiva con-ciencia de sus propias limitaciones en otros temasmás generales, y sentía impaciencia ante la chácha-ra sin importancia, que es un refugio convencionalpara todas aquellas personas que no tienen ningunaidea propia que expresar.

A pesar de todo eso, Kennedy y Burgermantuvieron trato por espacio de algunos años, y alparecer ese trato maduró poco a poco hasta conver-

Page 7: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

tirse en una amistad de los dos rivales, de persona-lidad tan diferente. La base y el arranque de esasituación residían en que tanto el uno como el otroeran, dentro de su especialidad, los únicos de lageneración joven con saber y entusiasmo suficien-tes para valorarse mutuamente. Su interés y susactividades comunes los habían puesto en contacto,y ambos habían sentido la mutua atracción de supropio saber. Este hecho se había ido luego com-pletando con otros detalles. A Kennedy le divertíanla franqueza y la sencillez de su rival, y Burger, encambio, se había sentido fascinado por la brillantezy vivacidad que habían convertido a Kennedy enuno de los hombres más populares entre la altasociedad romana. Digo que le habían convertido,porque, en ese preciso momento, el joven inglésestaba algo oscurecido por una nube. Un asuntoamoroso, que nunca llegó a saberse con todos susdetalles, pareció descubrir en Kennedy una falta decorazón y una dureza de sentimiento que sorpren-dieron desagradablemente a muchos de sus ami-gos.

Ahora bien, dentro de los círculos de estu-diosos y de artistas solterones, en los que el inglésprefería desplazarse, no existía, sobre estos asun-tos, un código de honor muy severo, y aunque más

Page 8: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

de una cabeza se moviese con expresión de des-agrado o más de unos hombros se encogiesen alreferirse a la fuga de dos y al regreso de uno solo,el sentimiento general era probablemente de simplecuriosidad y quizá de envidia, más bien que de cen-sura.

—Escuche, Burger: yo querría que usted tu-viese confianza en mí —dijo Kennedy, mirando condura expresión el plácido semblante de su compa-ñero.

Al decir estas palabras con un vaivén de sumano señaló hacia una alfombra extendida en elsuelo. Encima de ella había una canastilla, larga yde poca profundidad, de las que se usan en la cam-paña para la fruta y que están hechas de mimbreligero. Dentro de la canastilla se amontonaba unrevoltijo de cosas: baldosines con rótulos, inscrip-ciones rotas, mosaicos agrietados, papiros desga-rrados, herrumbrosos adornos de metal, que para elprofano producían la sensación de haber sido saca-dos de un cajón de basura, pero en los que un es-pecialista habría reconocido rápidamente la condi-ción de únicos en su clase. Aquel montón de obje-tos variados contenidos en la canastilla de mimbre,proporcionaba justo uno de los eslabones que falta-

Page 9: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

ban en la cadena del desenvolvimiento social, y yaes sabido que los estudiosos sienten vivísimo in-terés por esa clase de eslabones perdidos. Quienlos había traído era el alemán, y el inglés los con-templaba con ojos de hambriento. Mientras Burgerencendía con lentitud un cigarro, Kennedy prosi-guió:

—Yo no quiero inmiscuirme en este hallaz-go suyo, pero sí que me agradaría oírle hablar so-bre él. Se trata, evidentemente, de un descubrimien-to de máxima importancia. Estas inscripciones pro-ducirán sensación por toda Europa.

— ¡Por cada uno de los objetos que hayaquí se encuentran allí millones! —dijo el alemán—.Abundan tanto, que darían materia para que unadocena de sabios dedicasen toda su vida a su estu-dio y se crearan así una reputación tan sólida comoel castillo de St. Angelo.

Kennedy permaneció meditando con la fren-te contraída y los dedos jugueteando en su largo yrubio bigote. Por último dijo:

— ¡Burger, usted mismo se ha delatado!Esas palabras suyas sólo pueden referirse a unacosa. Usted ha descubierto una catacumba nueva.

Page 10: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

—No he dudado ni por un momento de queusted llegaría a esa conclusión examinando estosobjetos.

—Desde luego, parecían apuntar en esesentido; pero sus últimas observaciones me dieronla certidumbre. No existe lugar, como no sea unacatacumba, que pueda contener una reserva dereliquias tan enorme como la que usted describe.

—Así es. La cosa no tiene misterio. En efec-to, he descubierto una catacumba nueva.

— ¿Dónde?

—Ese es mi secreto, querido Kennedy. Bas-ta decir que su situación es tal, que no existe unaprobabilidad entre un millón de que alguien la des-cubra. Pertenece a una época distinta de todas lascatacumbas conocidas, y estuvo reservada a losenterramientos de cristianos de elevada condición, ypor eso los restos y las reliquias son completamentedistintos de todo lo que se conoce hasta ahora. Siyo ignorara su saber y su energía, no vacilaría, ami-go mío, en contárselo todo bajo juramento de guar-dar secreto. Pero tal como están las cosas, no ten-go más remedio que preparar mi propio informe

Page 11: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

sobre la materia antes de exponerme a una compe-tencia tan formidable.

Kennedy amaba su especialidad con unamor que llegaba casi a la monomanía, con unamor al que se mantenía fiel en medio de todas lasdistracciones que se le brindan a un joven rico ydisoluto. Era ambicioso, pero su ambición resultabacosa secundaria, frente al simple gozo abstracto y alinterés en todo aquello que guardaba relación con lavida y la historia antigua de Roma. Anhelaba ya elver con sus propios ojos este nuevo mundo sub-terráneo que su compañero había descubierto, ydijo con vivacidad:

—Escuche, Burger; le aseguro que puedetener en mí la más absoluta confianza en este asun-to. Nada será capaz de inducirme a poner por escri-to cosa alguna de cuanto vean mis ojos hasta queusted me autorice de una manera explícita. Com-prendo perfectamente su estado de ánimo y meparece muy natural, pero nada puede temer real-mente de mí. En cambio, si usted no me explica elasunto, esté seguro de que realizaré investigacio-nes sistemáticas al respecto, y de que sin la menorduda, llegaré a descubrirlo. Como es natural, si talcosa ocurriese y no estando sujeto a compromiso

Page 12: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

alguno con usted, haría de mi descubrimiento el usoque bien me pareciera.

Burger contemplaba reflexivo y sonriente sucigarro y le contestó:

—Amigo Kennedy, he podido comprobarque cuando me hacen falta datos sobre algún pro-blema, no siempre se muestra usted dispuesto aproporcionármelos.

— ¿Cuándo me ha planteado alguna pre-gunta a la que yo no haya contestado? Recuerde,por ejemplo, cómo le proporcioné los materialespara su monografía referente al templo de las vesta-les.

—Bien, pero se trataba de un tema de pocaimportancia. No estoy seguro de que usted me con-testase si yo le hiciera alguna pregunta sobre asun-tos íntimos. Esta catacumba nueva es para mí unasunto de la máxima intimidad, y a cambio tengo yoderecho a esperar que usted me dé alguna pruebade confianza.

El inglés contestó:

—No veo adónde va usted a parar; pero silo que quiere dar a entender es que responderá a

Page 13: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

mis preguntas relativas a la catacumba si yo contes-to a cualquiera de las suyas, puedo asegurarle queasí lo haré.

Burger se recostó cómodamente en su sofá,y lanzó al aire un árbol de humo azul de su cigarro.Luego dijo:

—Pues bien; dígame todo lo que hubo ensus relaciones con miss Mary Saunderson.

Kennedy se puso de pie de un salto y clavóuna mirada de irritación en su impasible acompa-ñante. Luego exclamó:

— ¿Adónde diablos va usted a parar? ¿Quéclase de pregunta es ésa? Si usted ha pretendidohacer una broma, de verdad que jamás se le haocurrido otra peor.

—Pues no, no lo dije por bromear —contestó Burger con inocencia. La verdad es quetengo interés por conocer el asunto en detalle. Yoestoy en la más absoluta ignorancia en todo cuantose refiere al mundo y a las mujeres, a la vida socialy a todas esas cosas, y por eso un episodio de esaclase ejerce sobre mí la fascinación de lo descono-cido. Lo conozco a usted, la conocía de vista a ella.Llegué incluso en una o dos ocasiones a conversar

Page 14: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

con esa señorita. Pues bien, me agradaría muchí-simo oír de sus propios labios y con toda exactitud,cuanto ocurrió entre ustedes.

—No le diré una sola palabra.

—Perfectamente. Fue solo un capricho míopara ver si usted era capaz de descubrir un secretocon la misma facilidad con que esperaba que yo ledescubriese el de la catacumba nueva. Yo no espe-raba que usted revelase el suyo, y no debe esperarque yo revele el mío. Bueno, el reloj de San Juanestá dando las diez. Es ya hora de que me retire ami casa.

—No, Burger. Espere un poco —exclamóKennedy—. Es verdaderamente un capricho ridículosuyo el querer saber detalles de un lío amoroso queacabó hace ya meses. Ya sabe que al hombre quebesa a una mujer y lo cuenta, lo consideramos co-mo el mayor de los cobardes y de los villanos.

—Desde luego —dijo el alemán, recogiendosu canastilla de antigüedades—, y lo es cuando serefiere a alguna muchacha de la que nadie sabenada. Pero bien sabe usted que el caso del quehablamos fue la comidilla de Roma, y que con acla-rarlo no perjudica en nada a miss Mary Saunderson.

Page 15: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

De todos modos, yo respeto sus escrúpulos. Bue-nas noches.

—Espere un momento, Burger—dijo Ken-nedy, apoyando su mano en el brazo del otro—.Tengo un interés vivísimo en el asunto de esa cata-cumba y no renuncio así como así. ¿Por qué no mepregunta sobre alguna otra cosa? Sobre algo queno resulte tan fuera de lugar.

—No, no. Usted se ha negado, y no haymás que hablar—contestó Burger con la canastillabajo el brazo—. Tiene usted mucha razón en nocontestar, y yo también la tengo. Buenas noches,pues, otra vez, amigo Kennedy.

El inglés vio cómo Burger cruzaba la habita-ción; pero hasta que el alemán no tuvo la mano enel picaporte no le gritó, con el acento de quien sedecide de pronto a sacar el mejor partido de algoque no puede evitar.

—No siga adelante, querido amigo. Creoque eso que hace es una ridiculez; pero, puesto quees usted así, veo que no tendré más remedio quepasar por su exigencia. Me repugna hablar acercade ninguna muchacha; pero, como usted bien dice,el asunto ha corrido por toda Roma, y no creo que

Page 16: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

usted encuentre novedad alguna de cuanto yo pue-da contarle. ¿Qué es lo que quería saber?

El alemán volvió a aproximarse a la estufa,y dejando en el suelo la canastilla, se arrellanó nue-vamente en su sofá, diciendo:

— ¿Puedo servirme otro cigarro? ¡Muchasgracias! Nunca fumo mientras me dedico al trabajo;pero saboreo mucho más una charla si saboreo almismo tiempo un cigarro. A propósito de esa señori-ta con la que tuvo su pequeña aventura, ¿qué dia-blos ha sido de ella?

—Está en Inglaterra, con su familia.

— ¡Vaya! ¿De modo que en Inglaterra y consu familia?

—Sí.

— ¿En qué parte de Inglaterra? En Londres,quizá.

—No, en Twickenham.

—Mi querido Kennedy, tendrá que saberdisculpar mi curiosidad, y atribúyala a mi ignoranciadel mundo. Desde luego que resulta asunto sencilloel convencer a una señorita joven de que se fugue

Page 17: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

con uno durante tres semanas y entregarla luego asus familiares de.... ¿cómo dijo que se llama la po-blación?

—Twickenham.

—Eso es; Twickenham. Pero es algo que sesale tan por completo de todo lo que yo he hecho,que no consigo imaginarme siquiera cómo se lasarregló usted. Por ejemplo, si hubiese estado ena-morado de esa joven, es imposible que ese amordesapareciese en tres semanas, de modo que meimagino que nunca la amó. Pero si no la amaba,¿para qué levantó usted semejante escándalo, queha redundado en su propio daño y que ha arruinadola vida de ella?

Kennedy contempló malhumorado el rojo dela estufa y dijo:

—Desde luego que hay lógica en esa mane-ra de encarar el problema. La palabra amor es demucha envergadura y corresponde a muchísimosmatices distintos del sentimiento. La muchacha megustó. Ya sabe todo lo encantadora que podía pare-cer, puesto que la conoció y le habló. La verdad esque, volviendo la vista hacia el pasado, estoy dis-

Page 18: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

puesto a reconocer que nunca sentí por ella unverdadero amor.

—Pues entonces, mi querido Kennedy, ¿porqué lo hizo?

—Por lo mucho que la cosa tenía de aven-tura.

— ¡Cómo! ¿Tanta afición tiene usted a lasaventuras?

— ¿Qué es lo que quita monotonía a la vidasino ellas? Si empecé a galantearla fue por puroafán de aventura. Hubo tiempos en que perseguímucha caza mayor, pero le aseguro que no haycaza como la de una mujer bella. En este caso es-taba también la pimienta de la dificultad, porque,como era la acompañante de lady Emily Rood, re-sultaba casi imposible entrevistarse con ella a solas.Y para colmo de obstáculos que daban atractivo a laempresa, ella misma me dijo a la primera de cambioque estaba comprometida.

—Mein Gott! ¿Con quién?

—No dio el nombre.

Page 19: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

—Yo no creo que nadie esté enterado deese detalle. ¿De modo que fue eso lo que dio mayorfascinación a la aventura?

—La salpimentó, por lo menos. ¿No opinausted lo mismo?

—Le vuelvo a decir que yo estoy en ayunasen esos asuntos.

—Mi querido camarada, usted puede recor-dar por lo menos que la manzana que hurtó delhuerto de su vecino le pareció siempre más apetito-sa que la del suyo propio. Y después de eso, meencontré con que ella me quiso.

— ¿Así? ¿De sopetón?

— ¡Oh, no! Me llevó por lo menos tres me-ses de labor de zapa y ataque. Pero la conquisté,por fin. La muchacha comprendió que el estado deseparación judicial en que me encuentro con res-pecto a mi esposa, me imposibilitaba para entrarcon ella por el camino legal. Pero se fugó conmigo,a pesar de todo, y mientras duró la aventura lo pa-samos estupendamente.

—Pero ¿y el otro?

Page 20: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

Kennedy se encogió de hombros, y con-testó:

—Yo creo que es un caso de supervivenciade los mejores. Si él hubiese sido el mejor de losdos, ella no lo habría abandonado. Pero basta yadel tema, porque ha llegado a hastiarme.

—Sólo otra pregunta: ¿cómo se desemba-razó de ella a las tres semanas?

—En ese tiempo, como usted comprenderá,ya había bajado un poco nuestra temperatura. Ellase negó a regresar a Roma, no queriendo reanudarel trato con quienes la conocían. Pues bien; Romaes una cosa indispensable para mí, y ya me domi-naba la nostalgia de volver a mis tareas. Comoverá, existía una razón potente para separamos.Aparte de eso, y cuando estábamos en Londres, suanciano padre se presentó en el hotel, y tuvimosuna escena desagradable. Total, que la aventuratomó el peor cariz, y yo me alegré de darla por ter-minada, aunque al principio eché terriblemente demenos a la muchacha. Bien, ya está. Cuento conque usted no repetirá ni una palabra de lo que aca-bo de contarle.

Page 21: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

—Ni en sueños se me ocurriría tal cosa,Kennedy. Pero todo eso me ha interesado mucho,porque me proporciona una visión de las cosascompletamente distinta de la que yo acostumbro,debido a que conozco poco la vida. Y después deeso, querrá que yo le hable de mi catacumba nueva.No merece la pena de que yo trate de describírsela,porque con mis datos verbales jamás llegaría usteda encontrarla. Lo único que viene al caso es que lelleve a ella.

—Sería una cosa magnífica.

— ¿Cuándo le gustaría ir?

—Cuanto antes, mejor. Me muero por visi-tarla.

—Pues bien; hace una noche espléndida,aunque un poquitín fría. Podemos emprender laexcursión dentro de una hora. Es preciso que adop-temos toda clase de precauciones para que el des-cubrimiento no trascienda de nosotros dos. Si al-guien nos viera salir en pareja a explorar, sospe-charía que algo está en marcha.

—Desde luego—contestó Kennedy—. Todaprecaución es poca. ¿Queda lejos?

Page 22: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

— A unas millas de aquí.

— ¿No será mucha distancia para hacerla apie?

—Al contrario, podemos ir paseando sin di-ficultad.

—Entonces, eso es lo mejor. Si un cocheronos dejara a noche cerrada en algún sitio solitario,le entrarían recelos.

—Así es. Creo que lo mejor que podemoshacer es citarnos para las doce de la noche en laPuerta de la Vía Appia. Yo necesito regresar a midomicilio para proveerme de cerillas, velas y todo lodemás.

— ¡Magnífico, Burger! Es usted verdadera-mente amable en acceder a revelarme este secreto,y le prometo no escribir nada al respecto hasta des-pués de que haya publicado su memoria. ¡Hastaluego, pues! A las doce me encontrará en la puerta.

Cuando Burger, embozado en un capote deestilo italiano y con una linterna colgando de sumano derecha, llegó al lugar de la cita, vibraban porla fría y clara atmósfera de la noche, las notas mu-sicales de las campanas de aquella ciudad de los

Page 23: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

mil relojes. Kennedy salió de la oscuridad y se leacercó. El alemán le dijo riendo:

—Es usted tan apasionado para el trabajocomo para el amor.

—Tiene razón, porque llevo esperándolocasi media hora.

—Espero que no habrá dejado ninguna cla-ve que permita a otros suponer a qué lugar nosdirigimos.

—No soy tan estúpido como para eso.Además, el frío se me ha metido hasta los huesos.Vamos andando, Burger, y entremos en calor conuna rápida caminata.

Las pisadas de ambos resonaban ágilessobre el tosco pavimento de piedra de la lamentablevía, único resto que queda de la carretera máscélebre del mundo. No tuvieron mayores encuentrosque el de un par de campesinos que marchaban dela taberna a su casa, y algunos carros de otros quellevaban sus productos al mercado de Roma. Avan-zaron, pues, con rapidez por entre las tumbas colo-sales que asomaban de entre la oscuridad a uno yotro lado. Cuando llegaron a las Catacumbas deSan Calixto y vieron alzarse frente a ellos, sobre el

Page 24: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

telón de fondo de la luna naciente, el gran bastióncircular de Cecilia Metella, se detuvo Burger, lleván-dose la mano a un costado.

—Sus piernas son más largas que las míasy está más acostumbrado a caminar—dijo riéndo-se—. Me parece que el sitio en que tenemos quedesviarnos queda por aquí. Sí, en efecto, hay quedoblar la esquina de esa trattoria. El sendero quesigue es muy estrecho, de manera que quizá seapreferible que yo marche adelante.

Había encendido su linterna. Alumbradospor su luz pudieron seguir por una huella angosta ytortuosa que serpenteaba por las tierras pantanosasde la campaña. El enorme Acueducto de Roma sealargaba igual que un gusano monstruoso por elclaro de luna, y su camino pasaba por debajo deuno de los descomunales arcos, dejando a un ladola circunferencia del muro de ladrillos en ruinas deun viejo anfiteatro. Burger se detuvo, al fin, junto aun solitario establo de madera, y sacó de su bolsillouna llave. Kennedy, al verlo, exclamó:

— ¡No es posible que su catacumba estédentro de una casa!

Page 25: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

—La entrada sí que lo está. Eso es preci-samente lo que evita el peligro de que nadie la des-cubra.

— ¿Está enterado el propietario?

—Ni mucho menos. Él fue quien hizo un parde hallazgos por los que yo deduje, casi con seguri-dad, que la casa estaba construida sobre la entradade una catacumba. En vista de eso, se la alquilé yrealicé yo mismo las excavaciones. Entre usted, ycierre luego la puerta.

Era una construcción larga y vacía, con lospesebres de las vacas a lo largo de una de las pa-redes. Burger depositó su linterna en el suelo y latapó con su gabán, salvo en un solo sentido, dicien-do:

—Podría llamar la atención, si alguien vieseluz en un lugar abandonado como éste. Ayúdeme alevantar esta plataforma de tablas.

Entre el suelo y las tablas había, en el ángu-lo, algo de holgura, y los dos sabios fueron le-vantándolas una a una y colocándolas de pie, apo-yadas en la pared. Se veía en el fondo una aberturacuadrada y una escalera de piedra antigua, por la

Page 26: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

que se descendía a las profundidades de la caver-na.

— ¡Tenga cuidado! —gritó Burger, al verque Kennedy, aguijoneado por la impaciencia, selanzaba escaleras abajo—. Es una verdadera ma-driguera de conejos, y quien se extravíe en su inter-ior, tiene cien probabilidades contra una de quedar-se dentro. Espere a que yo traiga la luz.

—Si tan complicada es, ¿cómo se las arre-gla para orientarse?

—Pasé al principio verdaderos momentosde angustia, pero poco a poco he aprendido a ir yvenir con seguridad. Las galerías están construidascon cierto sistema, pero una persona desorientada ysin luz no sabría salir. Aun ahora llevo mis preven-ciones hasta el punto de que, cuando me adentromucho, voy soltando un rollo de cable fino. Ustedmismo puede ver, desde donde está, que la cosa escomplicada. Pues bien, cada uno de esos pasillosse divide y subdivide en una docena más antes delas próximas cien yardas.

Habían bajado unos veinte pies desde el ni-vel de los establos y se encontraban dentro de unacámara cuadrada, excavada en la blanda piedra

Page 27: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

caliza. La linterna proyectaba sobre las agrietadasparedes una luz oscilante, intensa en el suelo ydébil en lo alto. De este centro común irradiabannegras bocas en todas las direcciones. Burger dijo:

—Sígame de cerca, amigo mío. No se en-tretenga mirando nada de lo que se ofrece en nues-tro camino, porque en el sitio al que lo conduzcoencontrará todo lo que por aquí pueda ver y otrasmuchas cosas. Ahorraremos tiempo marchandohasta allí directamente.

Avanzó Burger con resolución por uno delos pasillos, y detrás de él Kennedy, pisándole lostalones. De trecho en trecho, el pasillo se bifurcaba;pero era evidente que Burger seguía algún propiosistema suyo de señales secretas, porque nunca sedetenía ni dudaba. Por todas partes, a lo largo delas paredes, los cristianos de la antigua Roma yac-ían en huecos que recordaban las literas de un bu-que de emigrantes. La amarilla luz se proyectabavacilante sobre los arrugados rasgos faciales de lasmomias, resbalando sobre las redondeces de loscráneos y de las canillas, largas y blancas, de losbrazos cruzados sobre los descarnados pechos.Kennedy miraba con ojos ansiosos, sin dejar deavanzar, las inscripciones, los vasos funerarios, las

Page 28: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

pinturas, las ropas y los utensilios que seguían en elmismo sitio en que los colocaron manos piadosasmuchos siglos antes. Comprendió con toda claridad,sólo con esos ojeadas que lanzaba al pasar, queaquella catacumba era la más antigua y la mejor, yque encerraba una cantidad de restos romanossuperior a todo lo que hasta entonces se había po-dido ofrecer en un mismo lugar a la observación enlos investigadores.

— ¿Que ocurriría si se apagara la luz? —preguntó, mientras avanzaba apresuradamente.

—Tengo de reserva en el bolsillo una vela yuna caja de cerillas. A propósito, Kennedy, ¿tieneusted cerillas?

—No, sería bueno que usted me diese al-gunas.

— ¡Bah!, no es necesario, porque no hayninguna posibilidad de que nos separemos el unodel otro.

— ¿Vamos a penetrar muy adentro? Creoque llevamos ya avanzado por lo menos un cuartode milla.

Page 29: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

—Yo creo que más. La verdad es que elespacio que ocupan las tumbas no tiene límites o,por lo menos, yo no he encontrado todavía el final.Este sitio en que ahora entramos es muy complica-do, de modo que voy a emplear nuestro rollo decuerda fina.

Ató una extremidad de la soga a una piedrasaliente y puso el rollo en el pecho de su chaqueta,dando cuerda a medida que avanzaban. Kennedycomprendió el requerimiento, porque los pasilloseran cada vez más complicados y tortuosos, for-mando una perfecta red de galerías cortadas entresí. Desembocaron, por fin, en un amplio salón circu-lar en el que se veía un pedestal cuadrado de toba,recubierta en la parte superior con una losa demármol. Burger hizo balancear su linterna sobre lasuperficie marmórea, y Kennedy exclamó como enun éxtasis:

— ¡Por Júpiter! Éste es un altar cristiano.Probablemente el más antiguo de cuantos existen.He aquí, grabada en un ángulo, la crucecita de laconsagración. Este salón circular sirvió sin duda deiglesia.

— ¡Exactamente! —dijo Burger—. Si yo dis-pusiera de más tiempo, me gustaría enseñarle to-

Page 30: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

dos los cuerpos enterrados en los nichos de estasparedes, porque son de los primeros papas y obis-pos de la iglesia, y fueron enterrados con sus mi-tras, báculos y todas sus insignias canónicas. Acér-quese a mirar ése que hay allí.

Kennedy cruzó el salón y se quedó contem-plando la fantasmal cabeza, que quedaba muy hol-gada dentro de la mitra hecha jirones y comida porla polilla.

—Esto es interesantísimo —exclamó, y pa-reció que su voz resonaba con fuerza en la conca-vidad de la bóveda—. En lo que a mí concierne, esalgo único. Acérquese con la linterna, Burger, por-que quiero examinar todos estos nichos.

Pero el alemán se había alejado hasta el la-do contrario de aquel salón, y estaba de pie en elcentro de un círculo de luz.

— ¿Sabe usted la cantidad de vueltas ymás vueltas equivocadas que hay desde aquí hastalas escaleras? —preguntó—. Son más de dos mil.Sin duda, los cristianos recurrieron a ese sistemacomo medio de protección. Hay dos mil probabilida-des contra una de que, incluso disponiendo de unaluz, consiga una persona salir de aquí; pero si tuvie-

Page 31: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

se que hacerlo moviéndose entre tinieblas, le resul-taría muchísimo más difícil.

— Así lo creo también.

—Además, estas tinieblas son cosa de es-panto. En una ocasión quise hacer un experimentopara comprobarlo. Vamos a repetirlo ahora.

Burger se inclinó hacia la linterna, y un ins-tante después Kennedy sintió como que una manoinvisible le oprimía con gran fuerza los dos ojos.Hasta entonces no había sabido lo que era oscuri-dad. Esta de ahora parecía oprimirlo y aplastarlo.Era un obstáculo sólido, cuyo contacto evitaba elavance del cuerpo. Kennedy alargó las manos comopara empujar lejos de él las tinieblas, y dijo:

—Basta ya, Burger. Encienda otra vez laluz.

Pero su compañero rompió a reír, y dentrode aquella habitación circular, la risa parecía proce-der de todas partes al mismo tiempo. El alemán dijodespués:

—Amigo Kennedy, parece que se siente us-ted inquieto.

Page 32: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

— ¡Venga ya, hombre, encienda la luz! —exclamó Kennedy con impaciencia.

—Es una cosa extraña, Kennedy, pero yosería incapaz de decir en qué dirección se encuen-tra usted guiándome por la voz. ¿Podría usted decirdónde me encuentro yo?

—No, porque parece estar en todas partes.

—Si no fuese por esta cuerdecita que tengoen mi mano, yo no tendría la menor idea del caminoque debo seguir.

—Lo supongo. Encienda una luz, hombre, ydejémonos ya de tonterías.

—Pues bien, Kennedy, tengo entendido quehay dos cosas a las que es usted muy aficionado.Una de ellas es la aventura, y la otra, el que tengaobstáculos que vencer. En este caso, la aventura hade consistir en que usted se las arregle para salir deesta catacumba. El obstáculo consistirá en las tinie-blas y en los dos mil ángulos equivocados quehacen difícil esa empresa. Pero no necesita darseprisa, porque dispone de tiempo en abundancia.Cuando haga un alto de cuando en cuando paradescansar, me agradaría que usted se acordaseprecisamente de miss Mary Saunderson, y que re-

Page 33: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

flexionara en si se portó usted con ella con todadecencia.

— ¿A dónde va usted a parar con eso, mal-dito demonio?—bramó Kennedy.

Había empezado a correr de un lado paraotro, moviéndose en pequeños círculos y aferrándo-se con ambas manos a la sólida oscuridad.

—Adiós—dijo la voz burlona, ya desde al-guna distancia—. Kennedy, basándome en su mis-ma exposición del asunto, la verdad es que no creoque usted hizo lo que debía en lo relativo a esamuchacha. Sin embargo, hay un pequeño detalleque usted, por lo visto, no conoce, y que yo estoyen condiciones de proporcionárselo. Miss Saunder-son estaba comprometida para casarse con un po-bre diablo, con un desgarbado investigador que sellamaba Julius Burger.

Se oyó en alguna parte un rozamiento, unvago sonido de un pie que golpeaba en una piedra,y de pronto cayó el silencio sobre aquella iglesiacristiana de la antigüedad. Fue un silencio estanca-do, abrumador, que envolvió por todas partes aKennedy, lo mismo que el agua envuelve a un hom-bre que se está ahogando.

Page 34: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

Unos dos meses después corrió por toda laprensa europea el siguiente relato:

El descubrimiento de la catacumba nuevade Roma es uno de los más interesantes entre losde los últimos años. La catacumba se encuentrasituada a alguna distancia, hacia el Oriente, de lasconocidas bóvedas de San Calixto. El hallazgo deeste importante lugar de enterramientos, extraordi-nariamente rico en interesantísimos restos de losprimeros tiempos del cristianismo, se debe a laenergía e inteligencia del joven especialista alemándoctor Julius Burger, que se está colocando rápi-damente en primer lugar como técnico en los temasde la Roma antigua. Aunque el doctor Burger hayasido el primero en llevar al público la noticia de sudescubrimiento, parece que otro aventurero conmenos suerte se le adelantó. Unos meses atrásdesapareció repentinamente de las habitacionesque ocupaba en el Corso, el conocido investigadoringlés míster Kennedy. Se hicieron conjeturas aso-ciando esa desaparición con el escándalo socialque tuvo lugar poco antes, suponiéndose que sehabría visto por ello impulsado a abandonar Roma.Por lo que ahora se ve, dicho señor fue víctima delfervoroso amor a la arqueología, que lo había ele-

Page 35: Arthur Conan Doyle - ataun.eus

vado a un plano distinguido entre los investigadoresactuales.

Su cadáver ha sido descubierto en el co-razón de la catacumba nueva, y del estado de suspies y de sus botas se deduce que caminó días ydías por los tortuosos pasillos que hacen de estastumbas subterráneas un lugar peligroso para losexploradores. Por lo que se ha podido comprobar, elmuerto, llevado de una temeridad inexplicable, semetió en aquel laberinto sin llevar consigo velas nicerillas, de modo que su lamentable desgracia fueun resultado lógico de su propia precipitación. Lomás doloroso del caso es que el doctor Julius Bur-ger era íntimo amigo del difunto, por lo que su júbiloante el extraordinario descubrimiento que ha tenidola suerte de hacer se ha visto grandemente melladopor el espantoso final de su camarada y compañerode trabajos.