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FRANK SAFFORD ASPECTOS DEL SIGLO XIX EN COLOMBIA SERIE FIISTORIA/2 Ediciones Hombre Nuevo

Aspectos del siglo XIX en Colombia. Frank Safford

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Page 1: Aspectos del siglo XIX en Colombia. Frank Safford

FRANK SAFFORD

ASPECTOS DEL SIGLO XIX EN COLOMBIA

SERIE FIISTORIA /2

Ediciones Hombre Nuevo

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Primera edición colombiana, Ediciones Hombre Nuevo, abril dp 1977.® Frank SaffordTodos )os derechos reservado.'?.Carátula; Diseño de Juan José Hoyos sobre dibujo de Juan Gabriel Tatis, militar nacido en Cartagena. Siglo XIX. El original reposa en el Museo Nacional de Colombia.Impreso y hecho en Colombia por Impresos Super, Medellín.

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Dedico a Luis Ospina Vásquez, que nos abrió la trocha para todos.

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Prólogo, por Alvaro Tirado Mejía , 9Introducción, por el autor 19Empresarios nacionales y extranjeros en Colombia durante el siglo XIX 27Significación de los antioqueños en el desarrollo económico colombiano. Un examen crítico de las tesis de Everett Hagen 75En busca de lo práctico: estudiantes colombianos en el extranjero, 1845-1890 117Aspectos sociales de la política en la Nueva Gra­nada, 1825-1850 153Reflexiones sobre historia económica de Colombia, 1854-1930, de William McGreevey 201

CONTENIDO

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PROLOGO

Se recoge en este libro una serie de artículos del historiador norteamericano Frank R. Safford. Se tra­ta de cinco ensayos escritos en diferentes épocas, dos de ellos publicados en 1965 y 1969 en una revista es­pecializada como es el "Anuario Colombiano de His­toria Social y de la Cultura” de la Universidad Na­cional de Colombia, otros dos publicados en revistas norteamericanas y el último inédito hasta el presente. En ellos el autor enfoca diferentes aspectos del siglo X IX en Colombia y en el último hace un análisis crí­tico de una obra de otro autor norteamericano, Mc­Greevey, la cual se centra sobre el mismo período.

En el primero “Empresarios nacionales y extran­jeros en Colombia durante el siglo X IX ”, con amplia información documental en fuentes primarias, el autor se propone reaccionar contra los conceptos predomi­nantes en los Estados Unidos sobre la actuación eco­nómica de los latinoamericanos. En la primera parte se da una interesante información comparativa de Co-

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lombia con respecto a otros países latinoamericanos sobre población, comercio exterior, ingresos públicos, ingresos privados por sectores, ferrocarriles, transpor­tes, etc. y la incidencia que estos elementos tuvieron en la vida económica colombiana y en los frustrados intentos de industrialización emprendidos durante el siglo X IX . La segunda parte está dedicada a las ac­tividades de los empresarios extranjeros, menos de 850 europeos y norteamericanos a mediados del siglo X IX , pero que “a pesar de ello tenían una influencia que no guardaba proporción con su número, debido, sin duda, al hecho de que casi todos tenían cierta ca­lificación”. Se describen las diferentes actividades a que se dedicaban, su posición económica y política privilegiada durante las guerras civiles, el concepto de los empresarios extranjeros sobre la mano de obra colombiana y las causas de fracaso en sus empresas. En la tercera parte se habla de los empresarios na­cionales, de su procedencia social ligada a los secto­res terratenientes y en muchos casos a las altas esferas administrativas desde el período colonial, de sus dife­rentes actividades, de las causas de sus fracasos y del papel de los capitalistas antioqueños. Concluye el au­tor con una comparación entre los empresarios nacio­nales y los extranjeros de la cual surge que sus com­portamientos fueron semejantes, pues si bien los ex­tranjeros tenían un superior conocimiento técnico, en otros aspectos “los negociantes extranjeros y los co­lombianos fueron parecidos”. Ambos fallaron por la tendencia a sobreestimar el mercado doméstico y en cuanto a la habilidad para obtener capital “los ingleses y los antioqueños estuvieron con frecuencia a la ca­beza de grandes empresas nuevas porque podían con­seguir capital en mayores cantidades y a una rata de interés mucho más baja".10

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Como lo anota Safford en la introducción, el artícu­lo surgió al constatar él con sorpresa “que las ctctua- ciones colombianas no cabían bien dentro de los pre- conceptos norteamericanos" y en él "se hace hincapié en el hecho de que el interés en el desarrollo econó­mico no es una cosa reciente en Colombia. Ya existía en los primeros años de la república”. Sería de pre­guntar si el interés de los inversionistas nacionales o extranjeros se cifraba en ese difuso concepto de “de­sarrollo económico”, o simplemente en el comporta­miento de todo inversionista tendiente obtener un ren­dimiento. De allí que en ambos casos, ante situaciones similares, en tanto que empresarios, los comportar mientos fueran también similares.

En una relectura de su artículo, él mismo hace una apreciación crítica por haber centrado el énfasis en las restricciones impuestas por las circunstancias geográficas, como determinante de la falta de éxito económico de los empresarios. Señala Safford que “ni en este ensayo ni en la tesis dediqué suficiente atención al lastre económico que representaba la ma­la distribución de la riqueza y la estructura jerár­quica de la sociedad colombiana^’. Con todo, uno de los méritos del trabajo es precisamente que con la abundante y veraz información que en él se suministra al lector tiene los elementos necesarios para derivar esa adecuada conclusión.

E l segundo ensayo, tal vez el más interesante, tie­ne por título “Significado de los antioquefios en el de­sarrollo económico colombiano. Un examen crítico de las tesis de Everett Hagen”. En palabras del autor "fue escrito no para explicar el desarrollo de Antio­quia sino para explicar el dominio antioqueño en los negocios del siglo X IX (cosa bien distinta) y las ac-

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titudes de los otros colombianos frente al poder eco­nómico de los antioqueños’’. Como se indica en el ti­tulo el articulo tiene el propósito de combatir las te­sis de Parsons y Hagen "en cuanto que ambos expli­can el empuje de los antioqueños como una reacción contra la adversidad”. Safford presenta un amplio cua­dro de las condiciones sociales y económicas de A n­tioquia en el siglo X IX , sobre el por qué de los este­reotipos que se crearon sobre el antioqueño, incluida la leyenda sobre su ascendencia judia y concluye, con muy buen criterio^ que “en las relaciones sociales, en Bogotá, en Cartagena o en Popayán los atributos de clase siempre eran considerados mucho más impor­tantes que las identidades regionales. En todas partes de Colombia se identificaron los de la clase alta se­gún sus modalidades, su riqueza, y careciendo de és­ta, su educación. El origen regional no importaba. Por eso, don Raimundo Santamaría, de una distingui­da (rica) familia de Medellín, pudo casarse con una de las aristocráticas Roviras más o menos de paso'- por Santa Marta; por eso el mismo don Raimundo fue elegido Alcalde de Bogotá poco después de esta­blecerse en la ciudad capital. . . La realidad es que quien tuviera dinero, de cualquier parte era aceptado inmediatamente en la clase alta de Bogotá”.

Sobre la situación de pobreza en Antioquia a fina­les del siglo X V I I I de la cual tanto se habla, Safford destaca que los ingresos monetarios per cápita en A n­tioquia eran muy superiores a los del resto del país, lo cual no quería decir que el nivel de vida de los trabajadores fuera más alto que el de otras regiones porque el nivel de precios era también mayor. “Para el bajo pueblo quizás esta diferencia no tendría im­portancia, porque los costos siempre tendían a absor-12

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her los sueldos. Pero alguien que lograra acumular un capital en este nivel monetario, tendría un poder eco­nómico muy grande en las otras regiones o niveles más bajos”.

La minería juega un papel esencial en el análisis de Safford, y a ella atribuye principalmente la acu­mulación de capital, las ventajas de los antioqueños en el comercio interior y exterior por poseer liqui­dez, la disponibilidad de dinero para otras empresas. “El factor más importante fue la lucrativa economía minera, que creó grandes posibilidades de enriqueci­miento”.

“En busca de lo práctico: estudiantes colombia­nos en el extranjero, 1845-1890”, es lo que podría^ mos denominar un estudio de caso, un ensayo sobre actitudes. Con él se disipa la idea comunmente admi­tida de que las clases altas colombianas sólo miraron hacia Europa en el siglo X IX y se demuestra que a nivel de la enseñanza académica superior, desde esa época existía la influencia académica norteamericana. "La preocupación por un comportamiento práctico fue uno de los factores que determinaron que mu­chos padres enviaran sus hijos a Estados Unidos y no a Europa. Para muchos Europa estaba identificada con lujo y consumo, mientras que los Estados Uni­dos, la nueva potencia industrial en ascenso, estaba asociada con empresa y producción”.

Claro está que debido a condiciones económicas y políticas del país, a su regreso la mayoría de estos es­tudiantes no tenían oportunidades de desarollar los conocimientos adquiridos, como en el caso de “José María Mosquera quien estudió ingeniería en Inglate­rra en el decenio de 1840, encontró a su retorno a

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Popayán que podia hallar trabajo sólo en la arquitec­tura, ‘la única-especialidad que por ese tiempo ofrecía un campo de trabajo en ese ambiente’. Su único tra­bajo de importancia, en consecuencia, fue la construc­ción de iglesias”; o como Rafael Espinosa Escallón, que “después de graduarse en Y ale como ingeniero en 1853, debió luchar para encontrcur trabajo en Nueves Granada. Con el apoyo de Herrán, obtuvo en 1855- 56 un trabajo limpiando el Canal del Dique entre Cartagena y el río Magdalena. El proyecto sin em­bargo estaba por encima de los recursos de la Com­pañía del Canal de Cartagena; Espinosa terminó sin trabajo y sin paga. En 1857 trabajó en varias carre­teras de la cordillera Oriental al Magdalena, pero los caprichos de la política colombiana socavaron estos proyectos. Después de una serie de fracasos por el estilo, Espinosa abandonó la práctica de la ingeniería y se refugió en la docencia universitaria.”.

La fuente fundamental de este artículo es la co­rrespondencia del General Pedro Alcántara Herrán, prestigioso jefe conservador. Esta circunstancia tal ves ha incidido para que Safford haga aseveraciones como la siguiente: “Los colombianos de clase alta, en particular los conservadorés, buscaban tanto contener el desorden como acercarse a los logros económicos de las potencias europeas moderna^’. Atribuir esa “particularidad” a los conservadores de clase alta es exagerado. Los liberales hicieron lo mismo. Ellos tam­bién estuvieron dispuestos a contener el “desorden” cuando no estaba dentro de sus conveniencias. Dígalo si no su actitud recelosa durante las guerras. Por el contrario, los conservadores de clase alta también pro­movieron el “desorden” como en el caso de la guerra de 1876. En cuanto a “acercarse a los logros econó­14

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micos de las potencias europeas más modernas” tam­bién es un cargo injusto contra los liberales pues na­die podrá negarles su decisivo papel para proletarizar a gran parte de la población colombiana.

El tema central del cuarto ensayo “Aspectos so­ciales de la política en la América española del siglo XIX : Nueva Granada 1825-1850” es el origen de los partidos liberal y conservador en Colombia. Sobre es­ta génesis el autor adhiere a dos tesis. Primera: la que ubica el surgimiento del partido conservador en­tre los seguidores de Bolívar en el período 1825-1830 3; al partido liberal entre los que secundaron a San­tander durante la misma época. “Yo creo que este concepto tradicional de los orígenes de los partidos tiene mucha razón” afirma Safford más adelante expresa “estos dos grupos antagónicos — los santan- deristas por un lado, los constitucionalistas y los an­tiguos bolivarianos por el otro— constituyeron la base de los partidos que llegaron a ser denominados 'libe­rar y 'conservador’. Aunque el grupo conservador no llegó a denominarse como tal sino en 1849, ya exis­tían los dos partidos en una forma definida antes de la revolución del 40. Se cristalizaron estos dos parti­dos entre 1836 y 1838. La revolución del 40 — con el triunfo de los ministeriales y la amargura de la de­rrota de los santanderístas— tuvo el efecto de ahon­dar, de hacer más fuerte, las identidades de los dos partidos. Pero ya existían como entidades bien mar­cadas unos años antes de estallar la guerra”. Segunda : “Las tradiciones familiares como determinante esen­cial de afiliación”. Para Safford “desde el año de 1840 ser liberal o conservador en la mayoría de los casos era cuestión de herencia” y “la vinculación al partido después de 1840 tuvo poco que ver con la ocu-

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pación o clase económica. A medida que las personas y las familias alteraban su posición de clase sin va­riar su identificación partidista, los dos partidos tra­dicionales llegaron a ser cada vez más semejantes, al menos desde el punto de vista de las categorías socio­lógicas generales”.

A través de numerosos casos y de ejemplos, Saf­ford examina y cuestiona ciertas versiones de uso co­rriente utilizadas para explicar el origen de los parti­dos políticos en Colombia: las "Interpretaciones fun­damentadas en las clases”, "Feudalismo vs. Burgue­sía”, "Propietarios de tierra vs. Abogados y Comer­ciantes”, "Clase económica y alineamientos partidis­tas”, y examina, para tomar en parte "ciertas hipóte­sis alternativas”: las "Divisiones Regionales”, los "Orígenes familiares” y "El efecto de algunas expe­riencias”.

Tiene razón Safford cuando, respecto al problema de "Feudalismo vs. Burguesía” anota que "bajo la ago- j biante influencia de la experiencia europea tanto los hispanoamericanos del siglo X IX como los historia­dores del X X han convertido al hacendado y al co­merciante criollos en algo similar a la nobleza y bur­guesía continentales” y tiene razón también cuando afirma que "por diversas razones la aplicación de las conocidas categorías europeas del siglo X IX ai c íís o hispanoamericano no es la más adecuada”,

Con una fuerte sustentación documental, el artícu­lo cumple una función importante: plantea problemas y desbarata las respuestas fáciles que se han dado so­bre el asunto, basadas en un teoricismo ayuno de do­cumentación. Con todo, las preguntas siguen plantea­das no sólo sobre las fechas y las vinculaciones doctri-16

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nales de “Bolivarianos” y “Santanderistas” sino tam­bién en espera de una explicación más amplia, totali­zadora si se quiere. La virtud del trabajo estriba en la documentación, mas la debilidad de la argumenta­ción está en que se razona por medio de ejemplos y estos de por sí no son una prueba y se pueden encon­trar para cada caso. Queda todavía abierta la pregun­ta sobre el por qué y falta aun la explicación que li­gue el pensamiento y la práctica política con las con­diciones materiales y de clases. Lo cierto es que la respuesta no se ha dado a pesar de algunas interpre­taciones acordes con la “ortodoxia marxiste” pero sin comprobación factual.

El último ensayo: “Reflexiones sobre Historia Económica de Colombia, 1845-1930” tiene carácter diferente. Se trata de crítica a una obra de historia eco­nómica, detallada, contundente y en ocasiones demo­ledora. Safford procede así no por simples razones académicas sino porque como él mismo lo expresa, en su obra McGreevey produce una gran cantidad de cifras históricas y en un país como Colombia en don­de el debate y la investigación sobre estos hechos no es muy amplio suele ocurrir que ellas pasan como ver­dad sabida y se siguen transmitieido con sus errores. De allí que las desmonte con minucia. Tiene el ensa­yo de Safford un aspecto muy importante: es cuando la emprende contra lo que podríamos denominar “el fetichismo de las cifras”. La cifra, el número, sobre todo en ciencias sociales y en especial en historia, se hacen pasar como ciertas porque son números y los números no mienten. De allí que cuando a la histo­ria se le mezclan cifras y cuando éstas vienen por se­ries, para algunos, no haya más que un paso a decían rar que lo que allí se dice es científico, serio, despo­

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jado de especulaciones porque se demostró con nú­meros. Contra esta cuantificación del error, aunque esté en cifras, previene Safford cuando indaga, más allá de la apariencia, de dónde proceden éstcís y cuál es su validez. El resto del ensayo es una polémica con cada uno de los aspectos expresados por McGree­vey que sobrepasa lo particular del libro criticado y que tiene el mérito de servir como modelo de crítica rigurosa en el terreno histórico.

ALVARO TIRADO M EJIA

Medellín, Enero de 1977.

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INTRODUCCION *

Lx)s ensayos presentados en este libro representan aspectos de investigaciones llevadas a cabo en tres etapas; investigación sobre los empresarios y las em­presas del mercado regional de Bogotá, 1820-1870 (1961-65); investigación sobre los esfuerzos de un sector de la clase alta para reorientar la juventud co­lombiana hacia actitudes y actividades prácticas ( 1965- 73), e investigación de las relaciones entre intereses económicos y grupos sociales y las configuraciones políticas entre 1820 y 1850 (1970).

La primera etapa de investigación, representada en este libro por los dos primeros ensayos, se resumió en una tesis doctoral sobre el comercio y las empre­sas de Colombia central entre 1820 y 1870. Aun no doy por terminadas mis investigaciones sobre este te­ma; todavía voy recopilando datos para hacer una interpretación más definitiva que la emitida en 1965. Pero los dos ensayos aquí reeditados son al menos fie­les representaciones de algunas de mis conclusiones sobre el tema en 1965.

* Escrita directamente en español.

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El primer ensayo resume varios aspectos de la te­sis doctoral, pero no la resume completamente. Hay que advertir que este ensayo tiene un enfoque distinto de la tesis escrita en el mismo año. El argumento ma­yor de la tesis fue que el sistema del capitalismo li­beral de mediados del siglo _XIX no sirvió para desa­rrollar al país (o sirvió a medías) porque en el caso de Colombia del siglo pasado los supuestos del libe­ralismo manchesteriano no funcionaron bien. El su­puesto de los liberales económicos del siglo X IX fue que había una armonía de los intereses del individuo y de los intereses de la sociedad. En el caso de Co­lombia en el siglo pasado no sucedió así, porque las actividades económicas que eran más provechosas pa­ra el individuo eran las que menos contribuían al de­sarrollo de la economía.

Este argumento de la tesis doctoral casi no apa­rece en el primer ensayo. Este ensayo, que hace una comparación entre los empresarios nacionales y los empresarios extranjeros, fue dirigido a la comunidad universitaria norteamericana, precisamente para co­rregir algunos preconceptos muy comunes en los Es­tados Unidos sobre la actuación económica de los la­tinoamericanos. Por lo general los norteamericanos están imbuidos con el concepto de que los norteame­ricanos, como también los europeos del norte, llevan ventajas muy claras sobre los latinoamericanos en el manejo de las empresas económicas. Esta bien arrai­gada convicción en un tiempo se formuló en términos de la tesis weberiana sobre la ética protestante. En tiempos más recientes ha sido más de moda utilizar los varios conceptos sociológicos sobre el desarrollo y el “subdesarrollo” y los conceptos complementarios sobre la “modernización”, casi todos los cuales defi­20

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nen la “modernidad” o el “desarrollo” como lo que más aproxima a la sociedad norteamericana. En cual­quiera de estas formulaciones se ha mostrado cierta actitud de superioridad, cierto desprecio hacia los la­tinoamericanos, sobre todo en asuntos económicos. Partiendo de las bases formadas por estas suposicio­nes norteamericanas, yo, al meterme en el medio co­lombiano, quedé sorprendido al encontrar que hubo colombianos en el siglo pasado que hicieron esfuer­zos o en su propio provecho o para adelantar la eco­nomía colombiana. Así el primer artículo en esta co­lección fue escrito en reacción contra los conceptos predominantes en los Estados Unidos.

El artículo entonces fue, hasta cierto punto, una expresión de sorpresa, que las actuaciones colombia­nas no cabían bien dentro de los preconceptos norte­americanos. El artículo hace hincapié en el hecho de que el interés en el desarrollo económico no es una co­sa reciente en Colombia. Ya existía en los primeros años de la república. La falta de éxito económico del siglo X IX entonces se explica en este ensayo, no por falta de voluntad ni de esfuerzos por parte de las es­feras altas colombianas sino por las restricciones im­puestas por las circunstancias geográficas. La estruc­tura geográfica del país obstruía el desarrollo tanto de mercados internos como de las comunicaciones con el exterior. Las limitaciones del medio pronto desani­maron, con pocas excepciones, los empresarios y el capital extranjeros. Estas limitaciones de la econo­mía nacional afectaban a los extranjeros y a los em­presarios nacionales de la misma manera y más o me­nos en igual grado. Los extranjeros se diferenciaban de los colombianos no tanto por su mayor voluntad sino por su superior preparación técnica, por su ma-

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yor experiencia en los negocios, y, muchas veces, por su acceso a los capitales y relaciones en Europa. Pe­ro, como los extranjeros sufrían muchas de las mis­mas limitaciones del medio que los colombianos, en realidad su actuación fue bastante parecida.

Si yo hubiera escrito este ensayo para lectores co­lombianos, tal vez el enfoque habría sido un poco distinto. Sin duda el artículo habría incluido en ma­yor grado el argumento de la tesis: de que los su­puestos del capitalismo liberal no funcionaron. H a­bría hecho más énfasis sobre el hecho de que la res­tringida economía colombiana tuvo el efecto de enca­minar el impulso capitalista hacia especulaciones im­productivas por falta de provecho en las supuestamen­te productivas. Eso es, se ganaba dinero en el comer­cio de las importaciones más seguramente que en las más arriesgadas empresas de exportaciones; y en ün mercado interno diminuto, invertir en las manufactu­ras era suicidarse económicamente. O, al menos, era fundar una obra de piedad (una obra de piedad den­tro del concepto de la necesidad del desarrollo). Mien­tras las inversiones en las manufacturas representa­ban un derroche del capital, invertir dinero en inver­siones improductivas para la economía en un todo (como en los bienes raíces) era asegurar las fortunas de la familia. Como anécdota curiosa al respecto, se puede notar el caso de una señora bogotana que ins­tauró pleito contra su esposo por haber perdido el ca­pital de su dote en una empresa manufacturera.

Hay otros cambios que habría hecho en este en­sayo por tener ya un poco más de experiencia. Ahora se me ha pasado la sorpresa que me cogió cuando hi­ce mis primeros estudios de los negocios del siglo pa­sado. Ahora creo que exageré un poco los esfuerzos22

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de los empresarios colombianos, en parte por la sor­presa inicial de encontrar algo por este lado, en parte para dar la lección a los norteamericanos'. Ahora creo que habría que asumir una actitud un tanto más críti­ca frente a las actuaciones de los colombianos.

El otro cambio mayor en mis conceptos sobre este tema es que siento la necesidad —dentro de esta acti­tud más crítica —de basar el análisis de la actuación económica sobre un estudio más profundo de la es­tructura social. Sobre todo es necesario tener una con­ciencia mayor que la que mostré tanto en la tesis co­mo en el ensayo de la importancia de la estructura de la tenencia de la tieri^ en conformar la economía en un todo. Todavía creo en la suma importancia de los obstáculos de la estructura geográfica del país. Pe­ro ni en este ensayo ni en la tesis dediqué sufFciente atención al lastre económico que representaba la mala distribución de la riqueza y la estructura jerárquica de la sociedad colombiana. Estas estructuras tenían el efecto de disminuir la productividad de todas las clases. Fomentaban en la clase alta (a la medida de sus posibilidades) una orientación hacia*el lujo y el ocio; y entre las clases pobres hizo muy difícil la adop­ción de innovaciones porque la falta de medios pro­hibió asumir riesgos. Así en general, diez años des­pués de escribir este ensayo, adoptaría yo una actitud un tanto más crítica frente a la sociedad colombiana.

En cuanto a los otros ensayos en esta colección, no tengo mucho que decir. Diez años después de es­cribir el artículo sobre los antioqueños, estoy dispues­to a ratificar todo el argumento. Quiero advertir aquí, como también lo hago en el ensayo final de este libro, que este ensayo sobre los antioqueños fue escrito no para explicar el desarrollo de Antioquia sino para ex-

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plicar el dominio antioqueño en los negocios del siglo XIX (cosa bien distinta) y las actitudes de los otros colombianos frente al poder económico de los antio­queños. A este respecto debo añadir que este ensayo es más que todo sobre las relaciones entre los bogo­tanos y los antioqueños en el siglo pasado (sobre todo entre 1830 y 1880). Fue basado no sobre datos re­cogidos en Antioquia sino sobre algunos encontrados en Bogotá. Refleja la perspectiva que pudieran ha­ber tenido los bogotanos de los antioqueños en la éfw- ca. El ensayo en realidad debía de llamarse “Antio­quia vista desde Bogotá”.

El ensayo sobre los estudiantes colombianos en el tranjero es, como el articulo sobre los empresarios, otra obra de sorpresa. Buscando datos sobre fábricas de Bogotá de 1825-50 en el archivo del general Pedro Al­cántara Herrán (que era inversor en una de estas fábricas), encontré una correspondencia bastante am­plia entre Herrán y varios jóvenes colombianos, sus padres, y rectores de instituciones educativas en los Estados Unidos. Resulta que Herrán estaba sirviendo de tutor de un grupo de jóvenes colombianos que sus padres habían enviado a estudiar en los Estados Uni­dos (1847-1863). Lo más interesante era que todos los padres y Herrán mismo insistían en una educa­ción práctica para todos los jóvenes: educación en las prácticas comerciales, o en la ingeniería, o hasta en los manejos mecánicos de las fábricas norteameri­canas. Todo esto no cuadraba bien con el concepto usual de las clases altas de América Latina ; asi re­solví estudiar el caso.

El estudio sobre los aspectos sociales de las afilia­ciones políticas de la clase alta colombiana entre 1825 y 1850 también es obra de la sorpresa. Cuando vine24

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a Colombia la primera vez para hacer investigacio­nes históricas, esperaba hacer un análisis socio-econó­mico de la política colombiana a mediados del siglo XIX. Llevaba en la mente el concepto común de c ue se podría encontrar una división bastante clara entre un grupo de comerciantes y abogados liberales y otro grupo de terratenientes conservadores. Si no iba a en­contrar este patrón, pensaba al menos que se podría divisar otro patrón igualmente claro de divisiones de intereses económicos en la política de la clase alta. En las investigaciones de un decenio, sin embargo, sale siempre más claramente que no hubo tal división. Así este ensayo, répresenta una primera etapa de una investigación detenida de la política entre 1825 y 1850.

Creo que no hay ninguna necesidad de explicar los orígenes del ensayo final de esta colección, por­que la introducción del mismo los explica.

Quiero terminar expresando mis agradecimientos a todos los colombianos que me han ayudado en mis investigaciones a través de los años. El primero, y más importante, es Luis Ospina Vásquez, el pionero y todavía el más grande de la historia económica de Colombia, a quien está dedicada esta colección de artículos. Desde el comienzo de mis investigaciones, Luis Ospina me ha orientado y me ha ayudado con una generosidad poco común, como lo ha hecho con tantos otros investigadores.

También estoy obligado con Guillermo Hernández de Alba, José Manuel Rivas Sacconi, Jaime Duarte French, Fr. Alberto Lee López, Jaime jaramillo Uri- be, Hermes Tovar Pinzón, Enrique Ogliastri Uribe y Alberto Umaña por sus atenciones diversas, y a menudo divertidas. Además, quiero agradecer en par-

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ticular a la familia del finado don Pedro Vargas, quien me brindó el acceso a la colección de cartas comer­ciales de la casa de Francisco Vargas y Hermanos de Bogotá, una fuente que me ha permitido una vi­sión singular de la vida económica del siglo XIX. En fin, agradezco al doctor Alvaro Tirado Mejía por haber propuesto y llevado a cabo la edición de esta colección de ensayos.

FRANK SAFFORD

Northwestern University, Agosto de 1976.

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EN BUSCA DE LO PRACTICO: ESTUDIANTES COLOMBIANOS EN EL EXTRANJERO, 1845-1890 *

Las clases altas latinoamericanas han sido descri­tas generalmente como grupos entregados al cultivo de las humanidades, las artes y la política y carentes de todo interés por las cuestiones prácticas en ciencia, tecnología, industria y comercio'. Aunque tales afir­maciones tienen gran parte de verdad debe anotarse que existe una contracorriente en la cultura de las cla­ses altas en Latinoamérica. Una clara manifestación de esta contracorriente es el patrón de estudios de los jóvenes latinoamericanos matriculados en las universi-

* Traducción del articulo “In search o f the practical: Co­lombian students in foreign lands, 184S-1890”, H ispanic

A m erican H istorical R eview , 52:2 (mayo, 1972)), 230-249. For Fabián Hoyos Patino. Con versión posterior del autor.1. Una presentación de los puntos de vista prevalecientes apa­

reció en “Values, Education and Entrepreneurship”, de Seymour Martin Lipset, en E lites in L a tin A m erica , editado por Lipset y Aldo Sdari (N ueva York, 1967), pp. 1-21.

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dades extranjeras. Mientras los norteamericanos via­jan con becas Fulbright para estudiar temas tales co­mo las actitudes francesas hacia Faulkner o el trata­miento de la luz en la pintura del Renacimiento, los latinoamericanos se han dedicado sobre todo a cues­tiones científicas y técnicas. Este patrón, familiar en el siglo XX, aparece ya a mediados del siglo XIX, cuando comenzó a ponerse de moda entre las clases altas latinoamericanas estudiar en Estados Unidos y Europa.

En los registros del Instituto Politécnico Rensse- laer de Nueva York puede encontrarse un índice del creciente interés latino en los estudios técnicos desde mediados del siglo XIX. Antes de 1847, en el primer cuarto de siglo de existencia de la institución no hubo ningún estudiante latinoamericano; pero en los 25 años transcurridos entre 1850 y 1875, 90 jóvenes del mundo hispánico estudiaron allí, representando más del 10% de los graduados. En el decenio siguiente (1875-1885) hubo 60 estudiantes latinos lo cual re­presenta algo más del 9% de la población estudiantil (Ver cuadro 1).

Después de 1850, los jóvenes latinoamericanos fue­ron llevados al extranjero por la corriente del comer­cio exterior en expansión que incrementaba el contac­to con el extranjero por una parte, y por otra, propor­cionaba los dineros necesarios para costear la educa­ción en dichos países. El desarrollo político también afectaba el patrón de la educación en el extranjero. Frecuentemente un joven de la clase alta debía estu­diar por fuera, bien porque sus padres se encontraban en el exilio, bien porque estos querían alejarlo de lo que consideraban como peligrosas corrientes políticas en su país de origen.118

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Como sugieren los registros de Rensselaer, la Nue­va Granada (Colombia después de 1863) no estaba en­tre los países que más estudiantes enviaron al extran­jero a realizar estudios técnicos. La Nueva Granada carecía de las condiciones económicas que ayudaron a promover los contactos con el exterior en otros países latinoamericanos. Su comercio exterior, a diferencia de Brasil, Argentina o Cuba, era relativamente insignifi­cante. Y a diferencia de México, Perú o Chile, sus montañas no ofrecían recursos minerales espectacula­res que” atrajeran las inversiones extranjeras y la construcción de ferrocarriles. Pero a su manera, la Nueva Granada también sintió el impulso acelerador del comercio internacional de mediados del siglo XIX. Auncuando en menor número, los jóvenes de la Nue­va Granada también fueron al exterior a estudiar ma­terias técnicas. El siguiente ensayo trata las motiva­ciones y las actitudes que impulsaron los primeros esfuerzos para dar a los jóvenes de la clase alta de la

a) Datos tomados de Sem i-centennial Catalogue O fficers and S tu d en ts o f Rensselaer Polytechnic Ins titu te editado

con Proceedings o f the Sem i-centennial Celebration o f R en ­sselaer Polytechnic In s t i tu te .. . 1824-1874. (Troy, N .Y .; W. H. Young, 1875), pp. 14-66; Henry B. Nason (ed.) Biogra­phical Record o f the O fficers and G raduates o f the R ens­selaer P olytchnic Institute^ 1824-1886. En las cifras totales de asistencia se incluyen tanto graduados como no graduados. Los graduados están ubicados en el período de cinco años en que se graduaron aunque su asistencia se ubique en el perío­do anterior. Las cifras de 1880-84 excluyen ocho personas que asistieron en 1884 pero se graduaron en 1885.b) Los números a la izquierda en cada columna represen­

tan la asistencia total. Los números entre paréntesis losgraduados.

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Nueva Granada una educación técnica en los países “desarrollados” del mundo occidental, y analiza tam­bién los resultados de estos esfuerzos. Sin duda mu­chos aspectos del caso de la Nueva Granada son pe­culiares a ese país; sin embargo, esto puede suminis­trar algunas luces, de aplicación general, sobre el fe­nómeno.

En la Nueva Granada, como en otros países de América Latina, la expansión comercial de mediados del siglo XIX, hizo, en gran medida, que la clase alta mirara hacia el extranjero. Entre el comienzo de la década de 1840 y finales de la década de 1850, el va­lor promedio anual de las exportaciones de la Nueva Granada se triplicó. Los periódicos neogranadinos en la última mitad de la década de 1840, empezaron a publicar cotizaciones de precios del comercio local y en la segunda mitad de la década del 50 se hicieron comu­nes los informes sobre mercados extranjeros. A par­tir de 1845 los artículos sobre cuestiones económicas —principalmente sobre agricultura de exportación y el desarrollo de las comunicaciones para el comercio

2. Algunos nuevos cálculos aproximados del comercio colom­biano se encuentran resumidos en W illiam Paul McGree­

vey, H istoria económica de Colombia, 1845-1930 (Bogotá, Edi­ciones Tercer Mundo, 1975), pp. 36-39, 103-104, 106. La es­tadística de McGreevey presenta valores del comercio exte­rior mucho más altos que los que se encuentran en la estadís­tica oficial del país. McGreevey llegó a sus totales utilizando los datos ingleses, norteamericanos y franceses. H ay que ad­vertir que los totales de McGreevey pueden estar inflados por lo que incluyen datos panameños, casi todos los cuales re­presentan operaciones de trasbordo.

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internacional— desplazó, por lo menos parcialmente, los comentarios políticos en los periódicos del país. Un número creciente de miembros de la clase alta viajaba tanto a Manchester y Nueva York en vía de negocios, como a París y a Roma con fines culturales. Se mani­festaron claramente la curiosidad por nuevas técnicas en la minería y la agricultura, y el interés en el apren­dizaje del idioma inglés y en el conocimiento de prác­ticas comerciales angloamericanas.

Además de los estímulos del comercio internacio­nal, las actitudes de la clase alta, reminiscentes de los Jtorbones españoles, promovían la educación técnica en tierras extranjeras. Los colombianos de clase alta, en particular los conservadores, buscaban tanto conte­ner el desorden como acercarse a los logros económi­cos de las potencias europeas más modernas. Creían que la educación técnica era la clave para lograr estos dos objetivos. Los hombres técnicamente capacitados podrían trabajar obteniendo mayor beneficio, y la ga­nancia los haría trabajadores, ordenados y honestos. Los conservadores colombianos esperaban usar la ca­pacitación técnica para aumentar la productividad de todas las clases sociales. Desde luego se preocupaban particularmente de inculcar a sus propios hijos conoci­mientos prácticos y actitudes positivas hacia el trabajo.

A la preocupapción general por el orden social y la productividad económica se añadía, en la década de 1840, otro elemento, el deseo de orden político. Los hombres que gobernaban la Nueva Granada entre 1837 y 1849 se sentían amenazados por el creciente número de abogados jóvenes con ambiciones políticas. Ivos políticos-abogados establecidos empezaron a cul­par al número excesivo de abogados, de la inestabili­dad política del país así como de su atraso económico.122

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Después de la rebelión liberal de 1839-41, Mariano Ospina, Ministro del interior durante la presidencia del General Pedro Alcántara Herrán (1841-45) ar­gumentaba que los abogados jóvenes, incapaces de obtener las posiciones que ambicionaban en el gobier­no, tendían a “afligir a sus familias, atormentarse a sí mismos y a turbar el país” A todo lo largo de la década de 1840 fue dogma entre la clase dominante en Bogotá que un excedente de profesionales, princi­palmente alagados, motivaba un “deseo de noveda­des, para hallar por medio de trastornos políticos los empleos que otros ocupan”. Debido al supuesto exce­so de abogados, “todos no se ocupan sino de la polí­tica, de nuevos sistemas y nuevas constituciones, mien­tras nadie dirije sus miradas a la agricultura, a la mi­nería, a cualquier género de in d u stria ...” ’. Sin nin­gún sentido aparente de ironía o vergüenza, los abo­gados-burócratas establecidos y los políticos de Bogo­tá, urgían a la generación más joven a dedicarse a ac­tividades privadas más útiles y a abandonar las ca­rreras que ellos mismos habían seguido.

Dicha orientación había sido defendida por mu­chos de los ministros del interior de comienzos de la República — por José Manuel Restrepo (1821-30), Lino de Pombo (1833-38), General Alcántara Herrán (1838-39), y Ospina. En 1842 Ospina implemento es­tos objetos con el establecimiento de normas de educa­ción superior más rigurosas y centralizadas, como me­dios de control de la natalidad profesional. Por me-

3. Mariano Ospina, M em oria de lo inferior y relaciones ex- feriorcs, 1824 (Bogotá, 1942), pp. 45-46.

4. “Instrucción pública”, E l D ia, Bogotá, enero 30, 1842.123

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dio de requisitos científicos más elaborados para el estudio de las leyes, Ospina esperaba simultáneamen­te familiarizar a las clases altas con el conocimiento científico práctico y desestimularlos de buscar grados universitarios tradicionales.

El programa de Ospina fue un fracaso. Como los cursos de ciencias naturales actuaban como barreras para los títulos de leyes tradicionalmente aprobados, las reformas de Ospina despertaron resistencia a los requisitos en ciencias naturales y a todo el sistema educativo centralizado. A final de la década de 1840 los liberales se unieron a algunos conservadores para le­gislar algunas medidas que desmantelaran el sistema centralizado de Ospina “. La remoción de los requisitos de grado en 1850 unida a la debilidad financiera del gobierno, trajeron como consecuencia una decadencia general de la educación secundaria para consternación de muchos conservadores y de algunos liberales.

Simultáneamente con el fracaso del sistema centra­lizado de educación superior, los conservadores en­frentaron una crisis aún más grave con la toma por los liberales de la administración nacional en 1849. La expulsión de los Jesuítas y los violentos ataques sobre la propiedad y las personas de los conservado­res, contribuyeron a la alarma de los godos. Cuando los conservadores fracasaron en la rebelión de 1851 muchos se vieron obligados a abandonar el país o eli­gieron voluntariamente el exilio. Otros, aunque per-

5. -1 programa de Ospina, y su destrucción^ están descritos en forma más detallada en John Lane Young, “University

Reform in N ew Granada, 1820-1850”, Ph. D. Disertation, Universidad de Columbia^ 1970.124

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manecieron en la Nueva Granada, enviaron sus hijos al exterior para liberarlos de la contaminación de la fiebre política que infestaba el país y para que centra­ran su atención en intereses más prácticos.

De ninguna manera puede decirse que los hijos de los conservadores fueran los únicos neogranadinos que estudieron en Europa y en los Estados Unidos a me­diados del siglo XIX. Como lo señala Jaime Jaramillo Uribe, tanto los liberales de la clase alta como los con­servadores veían la burguesía inglesa y angloamerica­na como un ideal tanto para ellos como para sus hi­jos '.

Elementos de los dos partidos querían desviar las preocupaciones de la clase alta de la política partidista hacia la pasión dominante de los anglosajones, la em­presa económica. En consecuencia, ambos grupos esta­ban representados entre los que estudiaban en el ex­tranjero. Sin embargo, por razones políticas, los con­servadores tendían a predominar en la primera ola de estudiantes en la década de 1850.

Mariano Ospina expresaba bien una actitud típi­camente conservadora al final de la década de 1850, cuando urgía a un amigo a enviar a su hijo a una es­cuela de Jesuítas en Jamaica o a una en los Estados Unidos a fin de que fuera bien entrenado para llegar a ser un “industrial”. De quedarse en la Nueva Gra­nada seguramente entraría a la política lo cual sería “cada vez peor en este país”.

6. Jaime Jaramillo Uribe, E l Pensam iento Colombiano en el siglo X I X (Bogotá, 1964), pp. 22-24, 36-40, passim.

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Ospina creyó qvie en una escuela en Inglaterra o Alemania un joven adciuiriría hábitos e ideas de or­den, economía y trabajo. El mismo no confiaría su hijo a las escuelas politizadas de Bogotá.

“Me parece que de ninguno de nuestros colegios sale un joven con deseo de trabajar, sino que todos desean salir a ser poetas, escritores públicos, representantes y presi­dentes, oficios todos de poquísimo provecho”Hacerse práctico era la consigna de muchos padres

de la clase alta que enviaban sus hijos al exterior en­tre 1850 y 1870. La preocupación fundamental era que los jóvenes aprendieran algo de provecho para sus fa­milias, y por extensión para la nación. Varios de los líderes conservadores más destacados se oponían a la idea de viajar por mero placer; por lo menos para sus hijos solo se justificaba viajar en vía de entrenamien­to. Los colombianos de la clase alta querían que sus descendientes aprendieran ciencias aplicadas o aplica­bles, idiomas útiles, la práctica del comercio y además de tales habilidades específicas, el hábito del trabajo y otras virtudes económicas angloamericanas.

El énfasis en lo práctico era tal que algunos pa­dres prevenían a sus hijos contra la tentación de es­tudiar ciencias puras. Debían orientarse en cambio a lo inmediato y obviamente aplicable. Mariano Ospina, al escribir a sus hijo Tulio y Pedro Nel, en 1877, ex­presaba vigorosamente este punto de vista.

7. Citado por Estanislao Gómez Barrientos, D on M ariano O sp im y su esposa, (2 vols. Medellín, 1913), II, 179.

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En dos o tres años de “estudio serio y continuo” jxjdrian convertirse en ingenieros civiles o de minas. Pero no debian tomar los aspectos más refinados de la mecánica analítica o de las matemáticas superiores, dedicándose preferentemente “a lo aplicable en la prác­tica y procurando adquirir los conocimientos de los que llaman ingenieros mecánicos”. Ospina continuaba previniéndolos específicamente contra el estudio de aquellas ciencias que eran intelectualmente “muy atractivas, pero poço provechosas”, como la botánica, la zoología o la astronomía'.

Mariano Ospina también advertía a sus hijos que debieran mantenerse alejados de las novelas y los ver­sos. Si querían avanzar en las ciencias aplicadas de­bían renunciar a la literatura, “que quitan el tiempo y fatigan la cabeza sin provecho” “. Ospina aconsejó a su hijo Pedro Nel no escribir poesía y aun no escri­bir elegantemente sino preferir una “noble sencillez de la expresión que produce el pensamiento con cla­ridad y precisión” “. En esta fuerte "inquietud por el comportamiento práctico y la autodisciplina no solo en la acción económica sino también en el estilo per­sonal, hay más de un elemento de las actitudes co­munmente asociadas con la burguesía protestante.

El deseo de los padres de conseguir una entrena­miento práctico iba frecuentemente más allá de la idea de aprender cuestiones técnicas en el salón de clase.

8. Estanislao Gómez Barrientos, “Mariano Ospina R.”, en Rafael M. Mesa Ortiz (ed .) Colombianos ilustres (5 vols.

Bogotá e Ibagué, 1916-29), IV , 176.9. Ibidem., p. 177.10. Ibidem., pp. 174-175.

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Muchos deseaban que sus hijos adquirieran experien­cia en casas de negocios, tiendas y fábricas de los Es­tados Unidos. Esta preocupación fue bien expresada en una carta de Pastor Ospina, sobre la educación de su hijo Sebastián; “Mi objeto al mandarlo a ese país es el de que aprenda algunos ramos que pueden ser útiles en este. Pero muy especialmente deseo que aprenda mecánica y maquinaria, no tanto teórica cuan­to prácticamente y en la parte de más inmediata apli­cación a nuestras necesidades..

La intención de Pastor Ospina no era que su hijo obtuviera un grado como ingeniero mecánico sino que más bien adquiriera una capacidad práctica eti el cam­po. Sugería que su hijo estudiara matemáticas, mecá­nica e hidráulica durante unos pocos meses en los cuales aprendería lo suficiente de la teoría para lue­go “dedicarse exclusivamente a la práctica”. Pedía que su hijo fuera empleado “como aprendiz... en al­gún aserrío, molino u otro establecimiento en que se fabriquen o se usen máquinas. Pero si nada de esto es posible prefiero el que se coloque en alguna casa de comercio más bien que el entrar en un colegio a hacer los estudios ordinarios que forman la instrucción ge­neral de la juventud”. En consecuencia, Sebastián Os­pina fue colocado en una gran fábrica de maquinaria en Paterson, New Jersey".

11. Pastor Ospina al Gen. Pedro A . Herrán, Cartagena, fe ­brero 27, 1862, y julio 31, 1862 y Pedro A. Herrán a Pas­

tor Ospina, Nueva York, octubre 17 y 26, 1862, Academia Colombiana de Historia, Bogotá, Archivo Herrán (en ade­lante A . H .) , Correspondencia, Ospina, II, mecanografiado, pp. 40-41, 135-136, 143.

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Aunque no fuera planteado precisamente en estos términos, una parte de la clase alta colombiana veía el estudio en el exterior, particularmente en los Esta­dos Unidos o Inglaterra, no simplemente como un proceso de educación formal, sino más bien como un medio de empapar sus hijos en una cultura técnica in­existente en Colombia.

Muchos padres de la clase alta, en efecto, no se preocupaban en absoluto de la educación formal en sus proyectos de educación en el exterior. Frecuente­mente los jóvenes eran enviados a Nueva York, o más comunmente a Inglaterra (donde era más fácil conse­guir un puesto) para obtener trabajo como dependien­tes de comercio en el que obtuvieran una experiencia comercial valiosa Lxjs padres colombianos no espe­raban que estos trabajos fueran pagados; su valor re­sidía en la educación mercantil recibida“.

Algunos de los jóvenes enviados a entrenamiento comercial eran, por supuestos, hijos de comerciantes. Es notable, sin embargo, que muchos políticos-aboga­dos enviaron sus hijos a estudiar comercio práctica­mente. Rufino Cuervo —terrateniente, abogado, rector (ie la Universidad Nacional en varias ocasiones, ma­gistrado de la Corte Suprema de Justicia, vicepresi­dente de la república y uno de los principales litera­tos de Bogotá— envió su hijo mayor a Inglaterra a

12. Herrán a M. M. Mallarino, septiembre 3, 185S; A. H., L i­bro copiador, No. 1, 1854-1855, fol. 429.

13. Nicolás Tanco A. a José Eusebio Caro, La Habana, agos­to 29, 1852, en José Eusebio Caro, Epistolario (Bogotá,

1953), p. 441; Inocencio Vargas, Bogotá, a Santamaría & Cía., Liverpool, septiembre 25, 1857, en Cartas Comerciales de Inocencio Vargas e H ijos, Bogotá, 1856-1857, fol. 443.

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aprender manejos comerciales. Manuel María Mallari- no, político, abogado y terrateniente del Valle del Cau­ca, trató de colocar a su hijo mayor en una casa de negocios de Nueva York entre 1855 y 1857, época en que gobernó Nueva Granada como vicepresidente. Otros muchos abogados y terratenientes menos famo­sos pero en todo caso respetados miembros de la aris­tocracia hicieron lo mismo Estos políticos-abogados, sin denigrar explícitamente de sus propias carreras tra­taban de orientar a sus hijos por un camino distin­to al propio. José Manuel Restrepo, que sirvió al go­bierno en distintos puestos continuamente de 1821 a 1860, envió su hijo Manuel a Inglaterra a “completar su educación práctica mercantil” con el comentario que “nunca /hab ía / pensado que sus hijos vivan de destinos públicos, que solo producen una escasa sub­sistencia, y sueldos que siempre se gastan en su to­talidad”

El deseo de la élite/conservadora/ de pasar de sus estériles carreras en la política a otras más rentables en el comercio, fueron más allá de los esfuerzos de los padres por apartar sus hijos del error. Algunos po­líticos desplazados del poder se orientaron al comer­cio y algunos se sometieron al mismo proceso de en­trenamiento a que sujetaban a los jóvenes. José Ense­bio Caro, destituido de su cargo de auditor de la re-

14. Angel y Rufino José, Cuervo: V ida de R u fin o José Cuer­vo y noticias de su época (2 vols., Bogotá, 1946), II, 164;

Herrán a Mallarino, septiembre 3, 18S5, A . H., libro copia­dor, No. 1, 1854-55, fol. 429.15. José Manuel Restrepo, A utob iogra fía , A puntam ientos so­

bre la emigración de 1816, e índices del D iario Político(Bogotá, 1957), p. 42.

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pública, en 1850 marchó al exilio en la ciudad de Nueva York, donde a la edad de 34 años se preparó entusiastamente para una nueva carrera en comercio. Después de dedicar seis meses al estudio del inglés, comenzó a trabajar sin paga como tenedor de libros para una casa de negocios neoyorquina. Caro ponde­raba líricamente sobre las ventajas de su nueva po­sición en la que podía aprender inglés y prácticas co­merciales sin ningún costo mientras desarrollaba simul­táneamente invaluables contactos de negocios“.

La preocupación por un comportamiento práctico fue uno de los factores que determinaron que muchos padres enviaran sus hijos a Estados Unidos y no a Europa. Para muchos Europa estaba identificada con lujo y consumo, mientras que los Estados Unidos, la nueva potencia industrial en ascenso, estaba asociada con el espíritu de empresa y producción. A José Euse­bio Caro, ix)lítico-poeta-conservador, podría chocarle la falta de gracia de los americanos, pero se quedó en k« Estados Unidos puesto que era la tierra de la oportuni­dad. Se resistió a viajar a Europa puesto que no veía ningún negocio rentable en ello, y no quería “arruinar­me mirando parques, jardines zoológicos y revistas mi­litares en París” ”.

IIPuede obtenerse una visión de las carreras de los

ióvenes colombianos que estudiaron en los Estados ijnidos a partir de los papeles del General Pedro Al­cántara Herrán, quien vivió en Nueva York como

16. Caro, Epistolario, pp. 133, 138-139, 158-159.17. Ibid., p. 209. Véase también p. 144.

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embajador de la Nueva Granada (1847-49, 1855-62) y como comisionista (1850-55). Durante el decenio del 50 y del 60 Herrán sirvió como acudiente de unas cuatro docenas de jóvenes colombianos que estudia­ron principalmente en los estados de Nueva York y Connecticut

Los jóvenes que Herrán supervisó no pueden to­marse como una muestra completamente representati­va de todos los estudiantes colombianos en el extran­jero. Puesto que era un general conservador y políti­co bogotano, la mayoría de los jóvenes a él encomen­dados eran hijos de políticos conservadores, milita­res o bogotanos. Sus servicios extendidos primero a amigos políticos que los solicitaban tomaron un carác­ter más o menos público después de noviembre de 1851, cuando pasó una circular anunciando su dispo­nibilidad como un agente educacional en los Estados Unidos.

Los clientes de Herrán que pueden ser identifica­dos fueron sobre todo abogados y políticos ( 12) y co­merciantes capitalistas (11). Cinco fueron terratenien­tes o políticos-terratenientes y tres fueron militares o ixilíticos-militares De acuerdo con esta pauta, los

18. Los datos sobre estos estudiantes han sido obtenidos prin­cipalmente de A. H ., Rejistro de correspondencia, 1850-

53; Rejistro de las cartas escritas a los jóvenes que están a mi cargo y a sus padres, 1853; Copiador de cartas, No. 1, 1854-55, y Libro copiador, N o. 2, 1856-57.19. E l problema de determinar la ocupación de los miembros

de la clase alta en el siglo X IX es difícil no sólo a cau­sa de la escasez de datos, sino también en razón de la poca especialización de funciones. La clasificación acordada lo ha sido con base en ocupación principal.

1. 2

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jóvenes provenían principalmente de lugares involu­crados en el comercio extranjero o afectados por in­fluencias extranjeras. De 43 jóvenes cuyos origenes pueden identificarse, 20 eran de Bogotá, 10 de la Cos­ta Caribe (incluida Panarná), y 9 de los centros co­merciales antioqueños de Medellín y Antioquia. Sólo tres de los padres vivían en ciudades en el interior que no podían ser clasificadas como centros comer­ciales

Aunque los padres deseaban que sus hijos adqui­rieran el sentido práctico angloamericano, también es­peraban que los jóvenes no perdieran su fe católica y romana. Algunos especificaban que los jóvenes de­bían ser colocados en instituciones católicas Conse­cuentemente, Herrán al principio matriculó la mayo­ría de sus encomendados en la escuela preparatoria de St. John’s (Fordham), una universidad jesuíta. Algu­nos de sus pupilos consideraban la disciplina jesuíta demasiado severa; otros se distrajeron de sus estu­dios por las diversiones de Nueva York. Herrán en adelante experimentó constantemente con nuevas ins­tituciones. Por 1851, envió muchos de sus pupilos a instituciones protestantes o seculares, y llegó a prefe­rir los colegios protestantes en pequeñas ciudades de los estados de Nueva York y Connecticut a los cole­gios católicos en la ciudad de Nueva York. Aunque Herrán usó 18 colegios privados diferentes, la mayo-

20. Tal como ocurre en el caso de la ocupación, es difícil es­pecificar el lugar de residencia en ocasiones. Muchos per­

sonajes de provincia pasaban parte del tiempo en Bogotá en las sesiones del congreso.21. J. D. Pumarejo a P. A. Herrán, Valledupar, diciembre

21, 1847, en A .H ., Correspondencia, letra P.

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ría de ellos no católicos, solamente en un caso las creencias o prácticas religiosas llegaron a ser un pro­blema

En los primeros años de la tutela de Herrán, los padres granadinos no tenían casi conocimiento de las instituciones educacionales americanas. Consecuente­mente dejaban la selección de los colegios y las uni­versidades y en algunos casos aun los cursos de estu­dios de sus hijos a su juicio. El procedimiento de Herrán fue colocar los jóvenes en colegios particula­res para que aprendieran inglés, francés, matemáticas, física y contabilidad. Quienes presentaban problemas disciplinarios, eran devueltos a sus padres por He­rrán. Los que eran simplemente lerdos, o cuyos pa­rientes habían ordenado específicamente una carrera comercial, fueron orientados a un entrenamiento co­mercial. Los mejores estudiantes fueron animados a ingresar a universidades norteamericanas a estudiar química, mineralogía, agricultura e ingeniería civil o mecánica. Aunque Herrán aparentemente no encontró ningún colegio preparatorio completamente satisfacto­rio, descubrió un lugar para buenos estudiantes de las ciencias naturales a nivel universitario. En 1850-51, la Universidad de Brown, bajo la dirección de Francis Weyland, instituyó un nuevo programa con énfasis en ciencias aplicadas. Uno de los pupilos de Herrán estuvo entre los primeros que aprovecharon esta oportunidad, en marzo de 1852, estudiando ingeniería con William A. Norton en Brown. Pero a mediados de 1852 el programa de Brown comenzó a fracasar, cuando Nor-

22. A H , Registro de correspondencia 1850-53, cartas a R. E.Rice, S tan iford, agosto 10 y 25, 1852, y a Eugenio Uribe,

Medellín, noviembre 21, 1852.

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ton y John A. Porter, su colega en química apli­cada se marcharon para Yale. El protegido de Herrán, así como muchos otros estudiantes de ciencias en Pro­vidence los siguieron inmediatamente a New H a­ven Después de 1852, la escuela científica de Yale fue la institución más utilizada por el General Herrán, quien envió cuatro de sus pupilos allí antes de 1859. Innegablemente Yale era una buena elección en esos años.

Durante el decenio del 50, a medida que los pa­dres colombianos comenzaron a adquirir alguna infor­mación sobre las instituciones americanas, expresaron deseos más precisos sobre la ubicación de sus hijos. Un comerciante de Honda, en 1856, pidió que se en­viaran sus dos hijos a Yale, el uno a estudiar “quími­ca minerálogica”, el otro ingeniería, con Benjamín Silliman, “el famoso profesor de ciencias naturales y matemáticas”. Aunque el comerciante de Honda es­taba mal informado sobre lo que Silliman enseñaba, evidentemente se estaban filtrando fragmentos de in­formación al interior de Colombia“. En un caso si­milar, dos importantes políticos neogranadinos en 1855

23. Herrán a Rafael Espinosa, marzo 8 y 24 y noviembre 6, 1852, en A H , Registro de correspondencia, 1850-53. So­

bre W . A. Norton y J. A . Porter en Brown y Yale, véase Russell H. Chittenden, H isto ry o f the S h e ff ie ld Scien tific School o f Ya le U niversity, 1846-1922 (2 vols. N ew Haven, 1928), I, 55-61.24. Luis M. Silvestre a Herrán, Honda, enero 29, 1856, A H ,

Correspondencia, letra S. fols. 35-36. E l entonces famo­so Silliman (Benjamín, Sr.) se había retirado, y tanto él co­mo su hijo que enseñaba en Yale en 1856, enseñaron química y geología y no matemáticas o ingeniería (Chittenden, H istory o f the S h e ff ie ld S c ien tific School, I, 28-30, 45-46-63).

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y 1856, buscaron sin éxito colocar sus hijos en la Academia Militar de los Estados Unidos, que era bien conocida como seminario de la ingeniería, pero que no había aceptado estudiantes extranjeros desde ha­cía tres decenios“'.

A fines del decenio del 60 los colombianos comen­zaron a mostrar una considerable sofisticación en su elección de instituciones. En 1869 el primer colom­biano se graduó de Rensselaer; entre 1877 y 1886 estuvieron allí otros cinco. José María Villa, de la pequeña ciudad de Sopetrán, Antioquia, se graduó en el Stevens Institute en 1878, solo 8 años después de que fuera fundada como la primera institución es­pecializada en ingeniería mecánica en Estados Uni­dos. Aproximadamente al mismo tiempo dos hijos de Mariano Ospina Rodríguez se graduaron en ingenie­ría de minas y metalurgia en la Universidad de Cali­fornia, en Berkeley, institución que también tenía me­nos de una década de existencia. Estos fueron segui­dos por varios antioqueños interesados en minería. Similarmente, algunos colombianos en las décadas de 1870 y 1880 estudiaron ingeniería de minas en Co- lumbia University, la primera institución norteameri­cana que desarrolló esta especialidad“.

25. Herrán a M. M. Mallarino, febrero 5 y 22, 1856, y a Jus­to Arosemena, diciembre 19, 1856, en A H Libro copia­

dor, No. 2, 1856-57, fols. 74-76, 120-122, 549.26. Sem i-Centennial C a ta lo g u e ,.. Rensselaer, p. 31, passim, Nason (E d .), Biographical R ecord, pp. 394, 448-548, 474-483; Joaquin Ospina, Diccionario biográfico y bibliográfico de Colombia, (3 vols. Bogotá, 1927; 1937-39), III, 430-431, 965- 966; Monte A . Calvert, T h e M echanical E ngineer in A m e ­rica, 1830-1910 (Baltimore, 1967), p. 49; Em ilio Robledo,

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Con el establecimiento definitivo de la Sociedad Colombiana de Ingenieros en 1887, se publicó mucha información sobre las escuelas técnicas norteamerica­nas en el boletín mensual de la Sociedad, Anales de Ingeniería. Los editores de la revista mantenían actua­lizados a sus lectores sobre las nuevas ideas en edu­cación técnica que se encontraban en discusión en los Estados Unidos. La revista hacía frecuente mención de los institutos norteamericanos más importantes, tales como West Point, Rensselaer y Stevens, y da­ba descripciones de otras instituciones, tales como Purdue, en cuanto comenzaban a tener importancia. Cualquier cambio sustancial en el curriculum o en las facilidades de un instituto importante como Ste- vens o la fundación de una nueva escuela de inge­niería, como la Escuela Politécnica de Terre Haute, Indiana, era destacada en las páginas de los Anales. La revista publicaba también alguna información so­bre las carreras de los científicos tanto europeos como norteamericanos

Irónicamente, casi al tiempo en que las institucio­nes norteamericanas comenzaron a desarrollar un ex­celente nivel en los campos técnicos y a ser conocidas en la Nueva Granada, así como en el resto de Latino­américa, el General Herrán, comenzó a pensar aue eran inferiores a las europeas. A pesar del reciente desarrollo de las “escuelas especiales” de ingeniería en Harvard y Yale, Herrán creía que la instrucción

L a vida del general Pedro N e l Ospina (M edellín, 1959), pp. 33, 45-47; A nales de Ingeniería, 5:57 (abril. 1892). 279-283, y 5:58 (mayo 1892), 320.27. A nales de Ingeniería, 1:8 (marzo 1, 1888), 225; 3:28

(noviembre 1, 1889), 99-100, 127 ; 3:36 (julio, 1890), 403: 5:57 (abril, 1892). 284-286.

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en ingeniería era mejor en Francia. Sus crecientes ob­jeciones a las universidades norteamericanas, sin em­bargo, estaban basadas en gran medida más en razo­nes morales que en razones técnicas. Por el año de 1855, concluyó que la “sujeción y disciplina de los colegios europeos es preferible a la que se observa en este país”, donde los estudiantes de ingeniería en las principales universidades vivían fuera del campus, sin supervisión institucional. En el año 1856 declaró de plano que, “yo estoy cada vez más disgustado con los colegios y escuelas de los Estados Unidos todos son humbug /u n engaño/”. Así, comenzó a aconsejar a los padres que enviaran sus hijos a Europa para su entrenamiento técnico Algunos de los amigos de He­rrán siguieron su consejo. Pero los colombianos no abandonaron totalmente los Estados Unidos: conti­nuaron fascinados por el desarrollo industrial norte­americano y creían que podían aprender algo de é l““, y los jóvenes colomliianos siguieron asistiendo a las instituciones norteamericanas en mayor número cada vez.

I I IMientras muchos colombianos de la clase alta en­

viaban sus hijos a los Estados Unidos porque lo iden­tificaban con el comportamiento práctico, otros se vol­vían a Europa a causa de su superioridad científica

28. Herrán a Eugenio M. Uribe, septiembre 3, 1855, y a M. M. Mallarino, octubre 4, 1855, en A H , Libro copiador

No. 1, 1854-55, fols. 431, 483 y Herrán a Mallarino, octu­bre 1, 1856, A H , Libro copiador. No. 2, 1856-57, fol. 238 vta.29. A nales de Ingeniería, 12:140 (noviembre, 1901), 98-99;

13:158 (abril, 1906), 292. '

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reconocida. Desde el principio de la era republicana los granadinos habían mirado al continente en general

y a París en particular como la meca de las ciencias naturales. Uno de los primeros estudiantes neograna­dinos en el extranjero, Joaquín Acosta, hizo sus estu­dios en París entre 1827 y 1830, volviendo allí a con­tinuar su trabajo entre 1845 y 1849 ™ Las eminencias científicas colombianas de las generaciones posterio­res también gravitaron alrededor del continente euro­peo, y particularmente de París. Después de 1850 los colombianos comenzaron a mirar a París no solamen­te buscando un esclarecimiento científico sino también una instrucción técnica. Algunos de los que estudiaron la ingeniería en los Estados Unidos o en Colombia, asistieron posteriormente a alguna de las escuelas es­peciales de ingeniería en Francia“.

Aunque la preeminencia de Francia en las ciencias académicas y en la ingeniería civil era generalmente reconocida, sin embargo no necesariamente era el me­jor lugar para estudios prácticos de técnica industrial. Algunos jóvenes colombianos fueron enviados a Ale­mania y Bélgica para adquirir conocimientos prácticos en la minería y las manufacturas. En el decenio de 1850 Tyrell Moore, un ingeniero de minas británico radicado largo tiempo en Antioquia, comenzó a aconsejar a los antioqueños ricos a no enviar sus hijos a Bogotá o París, donde probaljlemente no recibirían una educa­ción práctica sino más bien a Sajonia o Hungría;

30. Soledad Acosta de Samper, B iogra fía del General Joaquín A costa (Bogotá, 1901), pp. 20S-229, 436-456.31. A nales de Ingeniería, 12:139 (octubre, 1901), 69; 14:165-

166 (noviembre-diciembre, 1906), 135; 18:211-212 (sep­tiembre-octubre, 1910), 119. •

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allí podrían aprender la minería y la metalurgia que eran de importancia fundamental para Antioquia Moore mismo tomó a su cargo varios jóvenes antio­queños, entre quienes estaba Santiago Ospina Barrien­tos (hijo de Mariano Ospina Rodríguez), para estu­diar metalurgia y tecnología minera en la Academia de Minas de Freiberg”.

Existía una conveniente complementación entre el alto nivel de Alemania y Bélgica en tecnología indus­trial y minera y el de París en ciencias académicas e ingeniería. Algunos colombianos aprovecharon su pro­ximidad estudiando ciencias puras en París y técnica industrial en Alemania o Bélgica. Pedro Nel Ospina, después de graduarse en la Universidad de California. Berkeley, como ingeniero de minas en 1879, empleó dos años estudiando técnica minera en Freiberg y quí­mica analítica en París

Se sabe de algunos aristócratas granadinos que es­tudiaron medicina, matemáticas e ingeniería en escue­las británicas en los decenios de 1840 y 1850“. Pero las universidades inglesas considerablemente atrasa­das en relación con las instituciones continentales, atraían menos estudiantes colombianos de ciencia y tec­nología que las francesas o alemanas. Por otra parte.

32. Emiro Kastos, “Estudios industriales. La minería en A n­tioquia”. E l Pueblo, Medellín, septiembre 6, 1855.

33. Gómez Barrientes, D on M ariano Ospina, II, 423, 425.34. Robledo, Vicia del General Pedro N e l Ospina, pp. 46-47.35. Gustavo Arboleda, Diccionario B iográfico y genealogie»

del antiguo departamento del Cauca (Bogotá, 1962), pj.278-279, 295.

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Inglaterra —como principal nación comercial del mun­do— era preferida como sitio para la educación co­mercial práctica.

IVLos resultados de los experimentos del siglo XIX

en el entrenamiento en el extranjero deben ser juzga­dos en términos de los deseos de los padres y en el contexto de las pautas educativas contemporáneas. Al­gunos de los padres de clase alta nunca pretendieron Gue sus hijos se graduaran. Para sus propósitos era suficiente que los jóvenes aprendieran algo práctico —algo de inglés, matemáticas, contabilidad y tal vez alguna práctica técnica. Frecuentemente, a causa del elevado costo de sostenimiento de un hijo en el ex­tranjero (el triple del costo de un colegio neograna- dino), los padres planeaban sólo un año de inmersión en el ambiente pragmático norteamericano. Otros, con planes más grandiosos, encontraban pronto que no po­drían sostener más de un año. No es sorprendente que la mayoría de los colombianos en los Estados Unidos antes de 1865 hubieran adelantado sólo estudios pre­paratorios.

Los IX3C0S que ingresaron a una universidad cuni' plieron bastante bien considerando los normas de ese tiempo. Durante una considerable parte del siglo XIX la mayor parte de los campos técnicos no habían alcan­zado la etapa de desarrollo profesional en la que se re- (juieren grados. Así, muchos estudiantes estadinenses no terminaban los cursos de 4 años. Evidencias frag­mentarias sugieren que los colombianos, así como otros estudiantes latinoamericanos terminaban sus estudios al menos tan frecuentemente como sus compañeros nor­teamericanos. De 9 colombianos en Yale, 6 se gradua­ron, 5 en la ingeniería, 1 en la medicina. De los pupilos

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de Herrán que asistieron a alguna universidad nortea­mericana, terminaron el 58%. Más ampliamente, los 90 estudiantes del mundo hispánico en Rensselaer antes de 1874 terminaron en una proporción mayor que la de todos los estudiantes. Si se pone aparte los cuba­nos y portorriqueños, la proporción de latinos que terminaron en Rensselaer estaba por encima del 50%, mientras que el promedio general era del 35% Los

36. Los estudiantes suramericanos del Rensselaer termina­ron sus estudios de carrera en una proporción significa­

tivamente más elevada que la de los estudiantes del área del Caribe. La baja proporción para los cubanos y mejicanos pue­de atribuirse a eventos políticos en su patria. Posiblemente los mayores costos y dificultades en el transporte operaban como factores selectivos de elementos más calificados en los países suramericanos. O posiblemente los padres en los países distantes, al considerar el mayor esfuerzo sicológico y el cos­to involucrado en el envío de sus hijos, eran más propensos a demandar un mayor rendimiento a su inversión, es decir, el grado.

E S T U D IA N T E S L A T IN O A M E R IC A N O S E N R E N S SE L A E R (1850-1874) *

E studiantes de CentroamériCa y el Caribe

E studiantesSuramericanos

Gradua- A^o gra­ Gradua- N o grados duados dos duados

Cubanos 16 38 Brasileftos 7 6Portorriqueños 2 4 Neogranadinos 2 0Mejicanos 0 4 Ecuatorianos 0 1Costarricenses 0 1 Peruanos 2 3

Chilenos 1 0Total 18 47 Total 12 10

* Basado en datos de Proccdings o f the Semi-Ceyvtennial. . . Rensselaer, pp. 14-66, 83.

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frutos a largo término de la experiencia de Herrán no fueron en modo alguno espectaculares. Sólo unos po­cos del grupo Herrán alcanzaron alguna preeminen­cia y ninguno llegó a ser tan importante como su pa­dre. Al evaluar la actuación del grupo como un todo, sin embargo, debe recordarse que, mientras algunos fueron enviados a estudiar a los Estados Unidos por­que parecían particularmente aptos, otros eran jóvenes de la clase alta cuyos padres o tutores esperaban que podían ser reformados por el estudio en el extranjero.

En general la inversión colombiana en estudios en el extranjero, produjo sus mayores beneficios en las áreas del comercio y la medicina. Algunos entre quie­nes estudiaron prácticas comerciales en Inglaterra o los Estados Unidos llegaron a ser más tarde líderes importantes en los negocios. Algunos estuvieron en­tre los fundadores de bancos y otras nuevas institucio­nes financieras, y otros promovieron la construcción de ferrocarriles e introdujeron innovaciones en la pu­blicidad”. Es difícil, sin embargo, atribuir el liderazgo en los negocios directamente a la experiencia en el ex­tranjero. El rol de estos individuos puede perfecta­mente adscribirse a la misma posición y riqueza fami­liares que permitieron en primer lugar el estudio en el extranjero.

En la medicina hubo un elevado beneficio probable­mente por el hecho que la mayoría entre los que es­tudiaron en el extranjero lo hicieron por su propia iniciativa, usualmente después de haber tenido un des­empeño profesional no sólo con un grado de univer-

37. Papel Periódico Ilustrado, mayo 5, 1883, p. 251, y mayo 25, 1883, pp. 293-294; Colombia Ilustrada, julio 29, 1889,

p. 94; octubre 15, 1889, p. 134.143

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sidad colombiana sino también con alguna práctica me­dica en su tierra natal“.

Las tradiciones sociales colombianas y el estado de la economía colombiana, sin embargo, también tuvie­ron que ver con el relativo éxito de los estudios mé­dicos y comerciales. Ambas eran profesiones respeta­das y bien establecidas; ofrecían notables beneficios financieros y aseguraban una posición de elevado sta­tus en la sociedad. Esto era menos cierto en la profe­sión más nueva de la ingeniería, que ofrecía algún rec- peto social, pero durante cierto tiempo no así mu> claras oportunidades financieras y de carrera.

Sólo unos pocos de los colombianos que adelanta­ron estudios de ingeniería en el extranjero en los de­cenios de 1850 y 1860 tuvieron unas carreras produc­tivas. Las más notables fueron las de Manuel H. Pe­ña y Juan Nepumuceno González Vásquez, cuyos es­tudios en la escuela militar de Bogotá en 1848-54 y en París fueron seguidos por muchos años de servicios en la construcción de ferrocarriles. Para algunos, de los educados en el extranjero de esta generación, sin embargo, el campo de su trabajo se mantuvo en las matemáticas académicas más que en las aplicaciones prácticas de la ingeniería. Rafael Nieto París, educa­lo en la Universidad de Boston en la última parte leí decenio de 1850, contribuyó a la construcción de algunos ferrocarriles e hizo trabajos de ingeniería. Pe- lo su carrera un tanto creativa estuvo dedicada prin- "ipalmente a la teoría matemática y a la invención de aparatos científicos.

'8. Papel Periódico Ilustrado, enero 1, 1884, pp. 118-121; ene­ro 15, 1884, 134; abril 22, 1884, pp. 246-249; Colombia

lustrada, octubre 22, 1890, pp. 258-259, 264-267.'44

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De 18 miembros del grupo Herrán cuyas carre­ras son conocidas, sólo 4 llegaron a ser ingenieros practicantes, y estos no lograron trabajar en sus pro­fesiones. Uno estuvo activo en la construcción de ca­rreteras durante el decenio de 1850. Otros dos, Ra­fael Arboleda Mosquera y Eugenio J. Gómez, partici­paron en la construcción de ferrocarriles colombia­nos. Muchos de estos ingenieros tuvieron iguales o superiores carreras en la literatura, la política o la educación

Algunos entre los que estudiaron ingeniería u otras carreras prácticas fueron apartados de sus proyectos iniciales. Los campos tradicionales de la literatura y la educación atrajeron a algunos. Del grupo de He­rrán, tres llegaron a ser conocidos como literatos, y seis como educadores. La adopción de estas carreras representa una desviación de las intenciones de sus jmdres —mantener sus hijos apartados de la Dolítica Y la literatura y suprimir la inclinación tradicional ha­cia la abstracción elegante y el desdén de los nego­cios mundanos. Sin embargo, puede considerarse aue 'os estudiantes que siguieron carreras de educación pagaron la inversión en capital social. Como partici ¿¡antes activos en los esfuerzos por construir la uní - /ersidad nacional y el sistema escolar como un todo .:n el período posterior a 1868, contribuyeron al fu- curo desarrollo del país

o9. A dolfo Doliere, Cultura colombiana (Bogotá, 1930) pp.127, 131, 138, SOS; Ospina, Diccionario, II, 1S3.

tO. Casos de Juan David Herrera, V íctor Mallarino, Venan­cio González Manrique, Fidel Pombo, Tomás Herrán

Ibid., 620-621; 627-628; bollero. Cultura Colombiana, pp. 81 i27, 138, 341 ; A nales de la U niversidad, 3 :13 (enero, 1870)

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Algunos entre los colombianos más capaces educa­dos en el extranjero en ramas científicas permane­cieron en Bogotá sólo unos pocos años, y luego retor­naron a las facilidades de investigación y a la comu-, nidad científica que ofrecía Europa. Ezequiel Uricoe-^ chea, quien se graduó en Yale en 1852, y luego fue a estudiar a Europa, regresó a Colombia en 1857 don­de se radicó durante un decenio. En ese período sir­vió durante un tiempo como profesor de química y minerología, fundó una sociedad de naturalistas neo- granadinos y en 1867 desempeñó el puesto de Direc­tor de Instrucción Pública. En 1868, sin embargo, volvió a Europa donde en 1878 llegó a ser profesor de árabe en la Universidad de Bruselas. En 1880 mu­rió en Beirut mientras se encontraba en una expedi­ción de investigación. Este fue un caso extremo de fuga de cerebro en el siglo XIX, pero no fue un caso aislado. José G. Triana, el botánico más consagrado de la segunda mitad del siglo XIX, se educó en Bo­gotá, pero permaneció más de las dos terceras partes de sus años productivos en Europa (1857-1889). Hay que aceptar que Triana dedicó gran parte de estos 32 años a estudiar las plantas de la Nueva Granada. Pero, como otros colombianos de la época, indudable­mente estaba cautivado por las posibilidades cultura­les de Europa, incluyendo la asociación con renombra­dos científicos y la pertenencia a las sociedades cien­tíficas europeas".

179-184, y S:2S (enero-marzo, 1871), 13-26; A nales de la Instrucción Pública, 1:1 (septiembre, 1880) 52-54, 63, 67, 72; A nales de Ingeniería, 1:1 (agosto 1, 1887), 27; Gómez Ba­rrientos, D on M ariano Ospina, I, 236.41. Dollero, Cultura Colombiana, pp. 118-119, 120-121.

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En contraste con algunos colombianos que se dedi­caron a la ciencia académica, quienes se dedicaron a la ingeniería práctica mostraron poca tendencia a lan­zarse a carreras en el extranjero. Los jóvenes colom­bianos que estudiaban ingeniería en los Estados Uni­dos o Europa, frecuentemente permanecían por fuera un año adquiriendo experiencia en obras públicas en los países avanzados, o, como sucedía con frecuen­cia, porque la guerra civil y la parálisis económica habían eliminado cualquier posibilidad inmediata de ejercer su profesión en su país, pero eventualmente retornaban a casa“.

Encontrando pocas oportunidades para aprovechar su experiencia, los primeros ingenieros neogranadinos educados en el extranjero desviaron sus energías por otros canales. José María Mosquera, quien estudió in­geniería en Inglaterra en el decenio de 1840 encontró a su retorno a Popayán que podía hallar trabajo sólo en la arquitectura, única rama que por entonces brin­daba campo al trabajo en este medio. Su único traba­jo de importancia, en consecuencia, fue la construc­ción de iglesias

Conjuntamente con el estancamiento económico, la agitada política del país impidió el desarrollo de las carreras en la ingeniería en por lo menos tres for-

42. Carreras de R afael Arboleda, Alejandro Manrique C , Fidel Pombo, Juan Nepumuceno González Vásquez, P e­

dro Sosa. Ospina, Diccionario, I, 153, 300- 301; A nales de Ingeniería, 2:19 (febrero 1, 1889); 10:121 (septiembre, 1898), 256-279; 12:137 (agosto, 1901), 4-8; 18:211-12 (septiembre- octubre, 1910), 119-26.43. Arboleda, D iccionario, p. 295.

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mas. Las políticas inconstantes de los dos partidos minaban los proyectos de gran envergadura que po­drían haber empleado ingenieros. Algunos ingenieros de ambas tendencias políticas se lanzaron a los vio­lentos conflictos de la época. Y la política partidaria en ocasiones fue el motivo de que algunos ingenieros, particularmente conservadores entre 1861 y 1880, fue­ran rechazados en cargos públicos.

Los efectos dañinos de la inconstancia de la política se reflejan en la carrera de Rafael Espinoza Escallón. Después de graduarse en Yale como ingeniero en 1853, debió luchar para encontrar trabajo en la Nuev% Granada. Con el apoyo de Herrán, obtuvo en 1855 v 56 un trabajo limpiando el Canal del Dique entre Car- 'íxgena y el río Magdalena. El proyecto sin embargo, S£taba por encima de los recursos de la Compañía del Canal de Cartagena; Espinoza terminó sin trabajo \ sin pago. En 1857 trabajó en varías carreteras de 'a cordillera Oriental al Magdalena, pero los capri- "Jios de la política colombiana socavaron estos pro­vectos. Después de una serie de fracasos por el estilo. Espinoza abandonó la práctica de la ingeniería y se refugió en la docencia universitaria“.

Algunos jóvenes ingenieros no resistieron el can- *o de sirenas de la política violenta de la época. Isido- ’■o Plata, un joven liberal con el gralo de B. S. de 1? Yale Scientific School (1856), pasó los primeros años 'leí decenio de 1860 en la campaña militar del General

A H , Libro copiador, No. 1, 18S4-SS, fol. 538; A H . Libro copiador, No. 2, 1856-57, fol. 553; “Boletín industrial”.

El Tiem po, agosto 11 y noviembre 3, 1857; A nales de Ingenie­ra , 1:1 (agosto 1, 1887), 27.,48

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'Mosquera contra los conservadores". Cinco, y proba­blemente seis de aquellos 18 pupilos de Herrán de cu­yas carreras algo se sabe, fueron activistas políticos. Dos de las esperanzas más brillantes entre los estudian­tes en el extranjero ■—Uladislao Vásquez y Sebastián Ospina— murieron combatiendo por las fuerzas conser­vadoras en la guerra civil de 1876-77

Los conservadores educados en el exterior encon­traron particularmente difícil obtener cargos públicos durante el período de dominio liberal de 1861 a 1880. José Cornelio Borda, miembro de una notable familia conservadora, estudió ingeniería en París. Cuando los conservadores tomaron el poder en Bogotá (1857-61), regresó a Nueva Granada y fue nombrado Director del Conservatorio Nacional. Pero enseguida vino la revolución liberal en 1859-63, en la que sirvió tenaz­mente a la causa conservadora como instructor de ar­tillería y oficial de estado mayor. Después de la gue­rra, una vez restablecida la hegemonía liberal. Borda encontró que era necesario refugiarse en el reducto conservador antioqueño, donde obtuvo empleo como profesor de fínica en la Universidad de Antioquia. Bor­da viajó seguidamente a Lima, donde fue muerto en la defensa de Puerto del Callao contra la flota espa­ñola ",

45. Cordovez Moure, Reminiscencias, pp. 782, 1055.46. Robledo, Vida del General P edro N e l Ospina, p. 43; O s­pina, Diccionario, III, 180-182.47. Ibid., 300-301; B oletín de H istoria y A ntigüedades, 7 :82

(marzo, 1912), 647-649, y 32:363-364 (enero-febrero, 1945).19-62.

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En general los esfuerzos de mediados del siglo por traer tecnología y una orientación práctica a Co­lombia mediante la educación en el extranjero tuvie­ron menos éxito de lo que esperaban sus patrocina­dores. Al menos entre 1850 y 1870, las instituciones domésticas de educación técnica, aunque funcionaron de una manera muy esporádica, parecen haber sido más fructíferas. Hay algunas razones para esto. Prime­ro, los factores que operaban en la selección de los jóvenes que irían a estudiar al extranjero eran prin­cipalmente: 1) la riqueza de la familia; 2) el deseo de los padres, y 3) —particularmente entre 1850 y 1870— la situación política. Las aptitudes o los in­tereses de los jóvenes enviados al extranjero eran pro­bablemente consideraciones menos importantes. En el caso de institutos técnicos locales, en cambio, la aptitud jugaba probablemente un papel más importante en la selección de los estudiantes. El Colegio Militar que funcionó en Bogotá entre 1848 y 1854, eficaz semi­llero de ingenieros y profesores de ciencias, operaba también hasta cierto grado sobre principios “ascrip- tos”, en los que los hijos de los héroes de la indepen­dencia tenían preferencia en la admisión. Pero tam­bién se mantenían puestos para un estudiante de ca­da provincia, y estos jóvenes parecen haber sido selec­cionados frecuentemente por su aptitud. Un sistema similar operó cuando la escuela militar fue resucitada en 1866-67 y cuando se ofrecieron estudios técnicos en la Universidad Nacional (1868-74).

Los factores políticos también parecen haber fa­vorecido a los estudiantes de institutos colombianos sobre los que viajaron al extranjero, particularmente entre 1850 y 1860. La mayoría de quienes estudiaron en el extranjero en esos años fueron conservadores,150

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mientras los liberales controlaron el gobierno nacio­nal entre 1849 y 1854 y de nuevo de 1861 a 1880. Mu­chos de quienes estudiaron en el extranjero, en conse­cuencia, tenían poca oportunidad de alcanzar posicio­nes oficiales en la ingeniería o en la docencia. Adicio­nalmente, y tal vez igualmente importante, el Congre­so Nacional, al fundar el Colegio Militar de Bogotá en 1847 había prometido la preferencia en las posicio­nes técnicas y docentes a los alumnos del Colegio Militar. Sea en ampliamento de esta promesa o a cau­sa de las afiliaciones y conexiones políticas de los alumnos, los graduados del Colegio Militar predo­minaron en forma abrumadora en los trabajos técni­cos que podía otorgar el gobierno.

Después de 1870 las condiciones que determinaban el estudio en el extranjero y sus posibles frutos se hi­cieron más favorables y el beneficio fue mayor. La política del país se estabilizó en algunos aspectos des­pués de 1864, con los conservadores haciéndose más seguros cada vez en sus bases de poder regional de Antioquia y otras partes. Así hubo una tendencia a enviar los jóvenes al extranjero menos por razones jxjlíticas que por el interés o las aptitudes demostradas. Adicionalmente, a medida que el sistema colombiano de educación superior se desarrollaba, particularmen­te a partir de 1867, los estudiantes colombianos mar­chaban al extranjero, con una mejor preparación téc­nica y científica. En razón de su preparación mejora­da y su aptitud demostrada, sus estudios en el exte­rior comenzaban a niveles más avanzados y tendían cada vez más a obtener grados en ingeniería. A su retorno a Colombia encontraban probablemente más trabajo como ingenieros a medida que la economía nacional comenzaba a presentar nuevas «portunidades

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para su capacidad técnica. Entre 1850 y 1870 no hu­bo ninguna construcción de í^rrocarnles en^Ctlnterior «le Colombia; en el decenio de 1870 se dieron los pri­meros pasos tentativos, y el decenio de 1880 marcó el comienzo de un auge en la construcción de ferrocarri­les en el país. En los decenios del 70 y 80 llegó tam­bién una nueva moda de construir puentes de hierro de acuerdo con los principios corrientes de la ingenie­ría. Hubo una creciente actividad en la construcción de caminos, en la creación y operación de hornos de hierro y acero, en la ingeniería hidráulica y sanitaria y por último en gas y electricidad. Mientras todos estos desarrollos ofrecían un amplio campo para los ingenieros colombianos, la multiplicación de las es­cuelas técnicas ■—en la Universidad Nacional en Bo­gotá, en la Universidad de Antioquia y en la Escue­la de Minas de Medellín, en la Universidad del Cau­ca en Popayán— también daba lugar a nuevas opor­tunidades para los profesores de ciencias naturales. En la nueva época entre 1870 y 1900, los ingenieros colom­bianos sin lugar a dudas no estuvieron empleados com­pletamente en sus profesiones. Sin embargo en este ambiente más favorable los ingenieros, no importa la filiación política o si fueron educados en el extranje­ro, pudieron lograr vínculos más o menos efectivos con la economía nacional como agentes del desarrollo colombiano.

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ASPECTOS SOCIALES DE LA POLITICA EN LA NUEVA GRANADA, 1825-1850 *

Es frecuente encontrar que los escritos sobre la política del siglo X IX en la América española insisten en los antagonismos de clase entre los propietarios de tierra y la burguesía naciente. Las interpretaciones más comunes presentan, para las primeras décadas de la era republicana, el cuadro de una aristocracia la­tifundista apoyada por el clero y los militares, domi­nando y manipulando a los comerciantes, los profesio­nales y los intelectuales. Más tarde, hacia la mitad de siglo, pintan una burguesía urbana en proceso de separación, haciendo valer su supremacía mediante la gestión de los partidos liberales. Otra de las inter­pretaciones aceptadas ofrece las diferencias económi­

* Versión revisada y aumentada de “ Social Aspects of P oli­tics in Nineteenth-Century Spanish America: N ew Gra­

nada, 182S-'18S0”, Journal o f Social H isto ry (1972), 344-370; traducción del original por Stella de Feferbaum y Germán Ru- biano (Profesores Asistentes, Universidad Nacional, Bogotá), con revisiones posteriores del autor.

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cas regionales como la base de los alineamientos polí­ticos. Este ensayo examina algunos de los puntos débiles de las interpretaciones planteadas en términos de análisis de clase o en términos de conflictos regio­nales; sugiere unas formas en que tales análisis po­drían ser replanteados; y discute la importancia de otros factores sociales en el análisis de las afiliaciones partidistas entre las élites políticas de la América es­pañola \

Aunque las siguientes observaciones son aplicables a la mayor parte, o a casi toda, la América española, este comentario está basado en la historia de Colom­bia durante el siglo XIX (o de la Nueva Granada, como se la conoció hasta 1863). El período propicio para analizar los aspectos sociales de los movimien­tos políticos en Colombia es el comprendido entre 1825 y 1850, por ser los años en que los partidos políticos cobraron forma ^

1. Como este análisis se centra en los determinantes socia­les, no dará ninguna »-tención a la acción de la psicología

individual, ni al papel del pensamiento racional, en determinar las afiliaciones políticas. N o intenta tampoco negar su im­portancia al análisis de la política.2. Este ensayo no pretende llegar a una definición sistemá­

tica de las ideologías liberal o conservadora en el sigloX IX colombiano, ya que los presupuestos ideológicos han ju­gado apenas una parte complementaria en la identificación de las afiliaciones políticas de los varios individuos estudia­dos. Las identidades políticas atribuidas a los líderes políticos en este análisis está determinadas más bien por su propia de­finición o por la competencia de su conducta como participan­tes, en mayor o menor grado, de un grupo poltico determi­nado. Como la mayoría de los escritos sobre el siglo X IX en154

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Según la tradición colombiana, la división entre los dos partidos principales tuvo su origen en el con­flicto de los años 1825 a 1830 entre el general Simón Bolívar que quiso implantar un Estado fuerte por medio de la constitución boliviana, y el general Fran­cisco de Paula Santander y sus amigos políticos (to­dos granadinos) que quisieron sostener la constitu­ción establecida en 1821. Yo creo que este concepto tradicional de los orígenes de los partidos tiene mu­cha razón, aunque las divergencias se desarrollaron de una manera un poco más compleja de lo que se en­cuentra en la versión popular. La versión tradicional tiene razón en cuanto que la lucha entre los bolivia­nos y los constitucionalistas de 1825-1830 sirvió de punto de partida, y de piedra de toque, para las con­troversias políticas subsiguientes. Los dos partidos principales de la década de los 1830s en adelante se formaban, en sus cuerpos mayores, en ambos casos, los 1820s.^ero hubo una diferencia notable entre es­tos constitucionalistas. Por un lado hubo un grupo que siguió muy de cerca el liderazgo del general San­tander. Este grupo, cuyos miembros más notables eran comerciantes, abogados, o clérigos de las provincias del norte o del Alto Magdalena y militares de muchas

Colombia, este ensayo se refiere a los moderados de la déca­da del 30 y a los ministeriales de la década del 40 como la de los “conservadores” de cada uno de estos períodos. Casi to­dos los sobrevivientes de estos grupos adoptaron el nombre de conservadores después de 1849. Igualmente, sus opositores, los santanderistas de la década del 30 y los facciosos o rebel­des de 18440-443 son considerados “liberales”, ya que sus so­brevivientes e hijos con pocas excepciones se encontraban en­tre los liberales de 1849 y los años siguientes.

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regiones de la Nueva Granada, puso una tenaz resis­tencia a los planes de Bolívar, y por lo mismo sufrió más pesadamente la represión de la dictadura bolivia­na. Por haber sostenido a todo trance la resistencia republicana a la dictadura boliviana, los santanderistas se consideraban los verdaderos “patriotas”. Así, des­pués de la caída del efímero estado boliviano, creían que ellos merecían la dirección exclusiva de los asun­tos públicos. El otro grupo de constitucionalistas, más alejado de la influencia del general Santander, obser­vó ima actitud más compleja respecto a Bolívar du­rante la crisis de 1825-1830. Muchos se opusieron al cambio constitucional que proponía el Libertador, pe­ro de una manera más tímida que los norteños que tan calurosamente colaboraron en la resistencia del ge­neral Santander. Entre los constitucionalistas modera­dos se destacaron hombres de origen marcadamente aristocrático —los Mosquera civiles y otros de Po­payán, Juan de Dios Aranzazu de Antioquia, Domin­go Caicedo del Alto Magdalena, los Gutiérrez y otros de Bogotá. Algunos, aunque no tal vez partidarios entusiastas de una dictadura, aceptaron puestos más o menos altos en el gobierno boliviano, a pesar de sus convicciones constitucionales. Varios de estos, que se comprometieron un tanto en la aventura bolivariana, al fin se alejaron del gobierno y se colocaron entre la oposición al régimen militar de Urdaneta. Esta fue precisamente la carrera de José Ignacio de Márquez, que ya en 1832 estaba señalado como el líder del gru­po que se formó en oposición a los santanderistas en la décadas de los 1830s. (Los otros dos moderados muy notables con opciones de liderazgo, Joaquín Mos­quera y Domingo Caicedo, cediei'on el campo de Már­quez, o por modestia o por sus malas experiencias gubernamentales en 1830-31).156

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Durante los 1830s los dos grupos de antiguos cons­titucionalistas sostuvieron políticas acordes con su ac­tuación en la crisis de los 1820s. ILos santanderistas, que habían mantenido una recia resistencia a los pla­nes de Bolívar, creían que era necesario mantener ale­jado de todo puesto político a los antiguos bolivianos como elementos peligrosos para el sistema republicano (y para la vida política de los santanderistas). Los que congregaron alrededor de Márquez, en cambio, si­guieron en los 1830s la política de conciliación que habían practicado en los 1820s. Estos moderados creían que era necesario reunir el país, conciliando los anti­guos bolivianos e incluyéndolos en el proceso políti­co. Se puede suponer que esta política de los modera­dos obedeció no solamente a sus convicciones sino también a sus necesidades tácticas. Si iban a ganar los

. puestos principales y desalojar el grupo santanderista, era necesario, o al menos conveniente, tener el respal­do de los restos del grupo boliviano. (Los bolivianos más notables se concentraron en Cartagena y Bogo­tá, aunque obviamente hubo tipos más oscuros espar­cidos por todo el país). Por eso, durante los 1830s, hubo un acercamiento mutuo entre los constituciona­listas moderados y los antiguos bolivianos, un acerca­miento que los “patriotas” santanderistas considera­ron de mal agüero. Durante la administración de 1837-41, cuando el presidente Márquez destituyó algu­nos de los santanderistas más importantes (Florenti­no González y Lorenzo M. Lleras) y empezó a dar puestos a algunos antiguos bolivianos, los santande­ristas entraron en una oposición furibunda. Utilizando la historia pasada de las actuaciones de los individuos en los dramáticos momentos de 1828 y 1831 como piedra de toque, como medida de virtud política, los santanderistas condenaron el nombramiento de anti-

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guos bolivianos como una amenaza a la existencia de la república. A la medida que se fundieron los anti­guos bolivianos y los constitucionales moderados, los santanderistas denunciaron a los dos como retrógrados.

Estos dos grupos antagónicos — los santanderistas por un lado, los constitucionales moderados y los an- tiguos bolivianos por el otro— constituyeron las ba­ses de los partidos que llegaron a ser denominados “liberal” y “conservador” . Aunque el grupo conser­vador no llegó a denominarse como tal sino en 1849, ya existian los dos partidos en una forma definida an­tes de la revolución del 40. Se cristalizaron estos dos partidos entre 1836 y 1838. La revolución del 40 ■—con el triunfo de los ministeriales y la amargura de derro­ta de los santanderistas— tuvo el efecto de ahondar, de hacer más fuerte, las identidades de los dos parti­dos. Pero ya existian como entidades bien marcadas unos años antes de estallar la guerra.

Desde fines de los 1830s —con la excepción de algunas apostasias individuales— las familias colom­bianas de clase alta han retenido identificaciones par­tidarias más o menos fijas. Desde el año 1840 ser li­beral o conservador en la mayoría de los casos era cuestión de herencia. Las familias criaron sus hijos con una identidad partidaria*.

Con las tradiciones familiares como determinante esencial de afiliación, la vinculación al partido des­pués de 1840 tuvo poco que ver con la ocupación o clase económica. A medida que las personas y las fa-

3. Helen Victoria Delpar, “The Liberal Party o f Colombia, 1863-1903", tesi* doctoral, Columbia University, 1967, p.

171.158

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milias alteraban su posición de clase sin variar su identificación partidista, los dos partidos tradiciona­les llegaron a ser cada vez más semejantes, al menos desde el punto de vista de las categorías sociológicas generales. La cuestión que surge entonces es si du­rante el período formativo la afiliación partidista se desarrolló de manera accidental o sistemática, es de­cir, si siguió algún modelo social perceptible.

Interpretaciones fundamentadas en conceptosde conflicto de claseEl tema aristocracia rural vs. burguesía es pre­

sentado escuetamente por Noel Salomón, autor mar­xista, quien asegura que “de Argentina a México” este es un período de antagonismo entre campo y ciu­dad, barbarie y civilización, feudalismo y capitalismo ‘. Concepciones similares de conflicto entre un conser­vatismo rural y un liberalismo urbano aparecen, en términos menos dogmáticos, en las interpretaciones re­cientes de John J. Johnson, Stanley y Barbara Stein y Tulio Halperín Donghí ^

4. N oel Salomón, “Féodalité et capitalisme au Mexique de 1856 a 1910”, L a Pensee^ número 42-43 (mayo-junio, julio-

agosto, 1952) 123-32; y en una version ligeramente revisada y con el mismo título en Recherches internacionales a la lu- m ier du m arxism e, número 32 (julio-agosto, 1962) 180-96.5. John J. Johnson^ P olitical Change in L a tin A m erica: T he

E m ergence o f the M iddle Sec tors (Stanford UniversityPress, 1958), Capítulo segundo; John J. Johnson, S im o n B o ­livar and Spanish A m erican Independence, 1783-1830 (P rin ­ceton; D. Van Nostrand Company^ 1968), pp. 106-112; Stan­ley J. Stein y Barbara H . Stein, T h e Colonia^ H eritage o f

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En la interpretación de Johnson un “sector urba­no medio” ejerció el liderazgo intelectual por la época de la independencia. Después de ésta, sin embargo, la élite terrateniente se impuso, utilizando caudillos mi­litares para alcanzar el poder por la fuerza. Como los grupos urbanos dependían de los procesos políticos pacíficos y “prácticamente no comulgaban con el lide­razgo de las fuerzas armadas”, fueron desplazados. Según Johnson, con la “victoria política de las élites so­bre los sectores medios, hacia 1825, implicó también una victoria económica del campo sobre las ciudades” ja que el énfasis rural en el área económica frenó el "desarrollo comercial e industrial de las ciudades”. “Así como la dominación (política) elitista reflejaba expe­riencias anteriores, el énfasis agrario reflejaba una economía de tipo colonial”. El dominio de una econo­mía rural controlada por la élite se vio apoyado por el clima de violencia que caracterizó el período de 1825 a 1850, ya que los problemas afectaron adversamente los intereses económicos urbanos en tanto que la tie­rra “resistió los embates de la guerra convirtiéndose en una inversión atractiva dentro de un período tu­multuoso” . Como los sectores medios tenían pocas opor- timidades en este período, las clases poseedoras de tierra pudieron cooptar muchos partidarios dentro del grupo urteno, los cuales como administradores, aboga­dos, educadores o escritores, sirvieron de instrumento de dominio a la lite latifundista“.

Latin A m erica: E ssays on Economic Dependence in P erspecti­ve (N ew Y ork: O xford University Press, 1970), 140-41, 168; Tulio Halperin Donghi, H istoria contemporánea de Am érica Latina (M adrid; Alianza Editorial, 1969), 141-47, 173-74, 187-89.

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Dejando a un lado la cuestión de si los propieta­rios de tierras dominaron en efecto a los grupos urba­nos, el análisis de Johnson se resiente al emplear el concepto amorfo de “sector medio”. Al incluir, como lo hace, todo individuo urbano —desde comerciantes y profesionales, hasta profesores de primaria y obre­ros calificados— este concepto resulta un instrumen­to analítico tosco ya sea aplicado al siglo X IX o al XX. De esta forma Johnson evita definir si se refiere a una clase burguesa o a una clase media —dos gru­pos distintos aunque a veces confundidos. Desde lue­go existe alguna razón para agrupar todos los com- jxjnentes del “sector medio” puesto que a veces la bur­guesia encontró aliados o seguidores entre los elemen­tos urbanos más bajos. Sin embargo, el carácter ver­dadero de su relación se obscurece al ubicar en la misma categoría social a la burguesía y a los elemen­tos sociales más bajos ‘.

Las generalizaciones de Johnson han sido refinadas y dadas con más precisión por Halperín. Pero en sus lineamientos generales los análisis son similares. Hal­perín evita la difusa y falaz categoría de “sectores medios” utilizada jxjr Johnson. Más acertadamente considera a los comerciantes, profesionales y adminis­tradores como “élites urbanas” a quienes atribuye do­minio en la era colonial, mientras trata a los propieta­rios de la tierra como nuevamente emergentes, invir- tiendo así la sufKisición de Johnson.

6. Johnson, Political Change, pp. 20-21. En esta obra se pue­de inferir una identificación implícita de la burguesía de­

pendiente con el liberalismo, pero no es explícita. En S im en Bolívar (p. 110), Johnson hace una identificación más explí­cita entre los dos.

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También en algunas partes de su trabajo Halpe- rín considera a los militares más como árbitros entre varios grupos de intereses y no tanto “comò instru­mento de los propietarios de tierras. Pero en general Halperin está de acuerdo con Johnson en que un gru­po ascendente de propietarios, de tierra^ empleando la, fuerza militar, dominó a los administradores y_comer-, ciantes empobrecidos , por la violencia política^.la-£uaI les devo|xi-Sus fortunas particulares .y. minó las in stitu - ciones de que dependían, Halperin sugiere a la vez que las élites, urbanas fueron debilitadas por la-d^-pe»- dencia económica, externa de sus países, puesto que los comerciantes extranjeros lograron el contrai de gran parte de la áctivídád' comercial que podría ha­ber sostenido a la burguesía local. Los comerciantes criollos, debilitados “por su vulnerabilidad a las pre­siones de un Estado indigente”, de las cuales estaban libres sus competidores extranjeros, decayeron en po­der y prestigio’.

Estos postulados generales tienen cierto fundamen­to. En Argentina algunos contemporáneos, el más notable de los cuales fue Domingo Faustino Sarmien­to, así como historiadores posteriores, han expuesto un cuadro de una cultura rural (o de unos intereses rurales), representado por Rosas y otros caudillos que de manera notoria superaron a los políticos urba­nos. En México los escritores políticos del siglo XIX y la mayoría de los historiadores del siglo XX han descrito un conflicto más estructurado entre los príi-

7. Halperin, H istoria contemporánea, loe, cit. La cita es de la página 147.

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pietarios y la burguesía*. Sin embargo, cabe pregun­tarse si las concepciones normales de la historia argen­tina y mexicana deben proporcionar las bases para una generalización sobre todos los territorios ubicados entre estos dos extremos de América Latina.

8. Jesús Reyes H eroles apoya sü análisis de clase de la po­lítica mejicana con extractos de los puntos de vista de los

liberales (Zavala, M. Otero, Gómez Farias^ M. Lerdo de T e­jada) y los conservadores (Alaniaii, Paredes Arrilaga) por igual {III tiberalismu m exicano [3 vols., M éxico : Universidad JNacionat de M éxico, Facultad de Derecho, 1957-661], II, 35- 51, 91-132, 331-49, 365-67, 392-95). Un postulado típico del concepto convencional aparece en la obra de Richard A . John­son, TÌIC M exican R evolution o f Axutla^ 1854-1855 : A n A n a ­lysis c f the livo tu tion and D estruction o f San ta A n n a 's Last D ictatorship (.Rock Island, Illinois: Augustana College L i­brary, 1939), 8-2/. Un esbozo más profundo aparece en la obra de Francois Chevalier, ‘‘Conservateurs et libéraux au Mexicque : essai de sociologie et geographic politiques de l ’in - dependence a l’intervention française”. Cahiers d’histoire m on­diale^ V III (1964), 457-74. La necesidad de modificar a fon­do el análisis de clase en la política mejicana aparece sugeri­da por los datos que presenta la reciente obra de Jan Bazant, A lienation o f Church W ealth in M exico: Social and Econo­mic A spects o f the L iberal R evolution, 1856^1875 (Cambridge, lîng. : Cambridge University Press, 1971). Bazant demuestra que numerosos comerciantes eran propietarios de tierra y que algunos liberales (especialmente en Michoacán) poseían gran­des extensiones. Bazant busca resucitar el concepto aceptado, sentando una diferencia cualitativa entre un grupo tradicional (le dueños de tierras que operaban según hábitos no capita­listas y los propietarios de tierras radicados en las áreas ur­banas pero que manejaban sus posesiones de manera comercial.

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En la historia colombiana la interacción entre aris­tocracia rural y burguesía también se ha puesto de presente aunque con menos énfasis que en el caso me­xicano. Los intentos recientes por enfocar la política colombiana del siglo XIX desde una perspectiva so­ciológica han utilizado la polaridad convencional ; pro­pietario de tierras-burguesía, pero con algunas modi­ficaciones. Fernando Guillén Martínez sugiere que;

En su origen, los partidos políticos colombianos represen­taron, al menos en su aspecto emocional, los reflejos anta­gónicos de dos grupos diferentes : de un lado . . . los más ricos latifundistas y burócratas que esperaban “heredar” el país de la Corona E spañola. . . y del otro el creciente

* proletariado urbano —incluida la clase de los pequeños empleadillos— , que buscaban mejorar su suerte económica y social con el cambio de las instituciones.Pero Guillén Martínez niega de inmediato que una

división clasista entre los partidos persistiera por mu­cho tiempo. Los partidos definidos con base en divi­siones de clase, según él, fueron prontamente reem­plazados por dos grupos socialmente heterogéneos e indistinguibles cuyo único principio de organización fue la lucha por controlar las entradas del gobierno

En un análisis, a menudo brillante, de la política coloinbiana a mediados del siglo, Germán Colmenares invierte el proceso esbozado por Guillén Martínez. Se­gún Colmenares, los partidos se desarrollaron sim­plemente como mecanismos para proteger a un grupo de las acciones arbitrarias de un estado controlado

9. Fernando Guillén, R a íz y fu tu ro de la revolución (B ogo­tá; Ediciones Tercer Mundo, 1963), 141-51. La cita es de

la página 141.

If34

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por otro grupo. A finales de los 1840s prosigue, emer­gieron dos partidos ideológicamente conscientes, divi­didos por clase, los conservadores, que representaban a los grandes terratenientes del Valle del Cauca, y los liberales una “'burguesía naciente de mercaderes” Existe evidencia en los escritos del momento que jus­tifica tal concepción de la política colombiana durante este período. En 1851, cuando los hacendados conser­vadores en el Valle del Cauca sufrieron ataques del pueblo los dos voceros principales del conservatismo colombiano del momento, Mariano Ospina y José Eu­sebio Caro, se inclinaban a mirar su partido como el de los “propietarios”. Sin embargo, nunca sugirieron que sus oponentes liberales representaran los intere­ses de los comerciantes o de la “burguesía” ”.

Helen Delpar, dedicándose a un período posterior (1863-1903), pero estudiando individuos que en su ma­yor parte habían madurado durante la etapa formativa, ha descrito los fundamentos de clase de los partidos en términos más cuidadosamente esbozados. Ella ca­racteriza a “los conservadores más importantes del momento” como poseedores de “un linaje más aristo­crático que el de aquellos liberales notables como Mit- rillo o Parra, quienes pueden ser considerados como representantes de la burguesía provincial”. Los con­servadores, “especialmente aquellos del Cauca, Tolima

10. Germán Colmenares, “Formas de la concienciá de clase en la Nueva Granada de 184S (1848-1854)”, B oletín Cultural

y B ibliográfico (Banco de la República, Bogotá), IX , No. 3 (1966) en especial 395-399, 403, 406-408.11. José Eusebio Caro, Epistolario (P ogotá: Editorial ABC,

1953), 161, 349-51.

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y las áreas circundantes de Bogotá, se identificaban con los intereses de tierras más frecuentemente que los liberales” Ya sean aplicadas al período formativo o a la segunda mitad del siglo, estas afirmaciones tie­nen gran valor pero necesitan de alguna modificación y clarificación. Conservadores de importancia, como Rufino Cuervo, Mariano Ospina y Pedro Justo Be- rrío (entre otros), no eran de linaje particularmente "aristocrático”, sus orígenes sociales eran similares a los de la mayoría de los líderes liberales. Numerosos conservadores que podrían considerarse “aristócratas”, en el sentido de su posición social, no provenían de familias propietarias de tierras. El carácter y la com­posición de la “aristocracia” en Colombia, y en gene­ral en la América española, necesitan un examen ri­guroso y una definición sería.

¿Feudalismo vs. Burguesía?Si bien es cierto que el concepto convencional de

terratenientes aristocráticos vs. burguesía tiene algu­nas bases reales, la idea ha recibido circulación inde- l)ida quizá por interpretaciones de vieja aceptación en la historia de Europa Bajo la influencia de la

12. Delpar, “The Liberal Party”, 168-69.13. En la historia europea se han aceptado algunas de la d ifi­

cultades que ofrece el establecer una distinción clara entre“aristocracia” y “burguesía” durante la primera mitad del si­glo X IX . Como lo señala A lfred Cobban, algunos grupos, ta­les como los renteros y los propietarios de clase media, noencajan apropiadamente en ninguna de estas categorías. ( “The ‘Middle Class’ in France, 1815-1848”, French H istorical S tu ­dies^ V , No. 1 (Summer, 1967), 41-52. Existe también una166

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experiencia europea tanto los hispanoamericanos del siglo XIX como loa historiadores del siglo XX han convertido al hacendado y al comerciante criollos en algo similar a la nobleza y burguesía continentales. Es bien sabido que en el siglo X IX los hispanoamerica­nos de clase alta miraron hacia Europa, especialmente hacia Francia, en busca de orientación ideológica. Tanto en los análisis de Mora y Otero en México co­mo en las peroratas efusivas de los jóvenes neograna- dinos que adoptaron un “socialismo” retórico a fina­les de 1840, observamos que el asunto es tratado con categorías europeas, no necesariamente aplicables en sus- propios países. La revolución de 1848, en espe­cial, causó una profunda impresión en las clases altas de hispanoamérica, haciendo creer a muchos que la política de sus propios países se debatía en tém inos de una lucha entre aristócratas y gente común. Dado el filtro europeo a través del cual los contemporáneos

; observaron los eventos de la América española, su aná- ! lísis social debe ser mirado con cierta aiutela”. Si bien

cierta mezcla ocupacional entre los dos grupos. Patrick y Tre­vor Higonnet han encontrado alguna coincidencia ocupacional entre aristócratas y burgueses en la Asamblea Francesa de 1846. ( “Class, Corruption, and Politics in the Frencha Cham­ber of Deputies”, ibid., V , No. 2 [Fall, 1967], 206-2(M). Estas y otras obras de la historia francesa sugieren que las divisio­nes regionales eran posiblemente determinantes políticos más importantes que las clases. Sin embargo, estos comentarios si­guen considerando la distinción entre aristocracia y burguesía como' fundamental de la sociedad francesa, si no de la polí­tica, de esta etapa.14, Robert Louis Gilmore, “N ew Granada’s Socialist Mirage”,

H ispanic A m erican H istorical R ev iew , X X X V I (mayo, 1956), 190-210.

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el paso del tiempo nos aleja de los acontecimientos, la influencia de patrones europeos permanece arraigada. Entre los historiadores del siglo XX formados en los supuestos marxistas, existe la predisposición a ver con­flictos entre una aristocracia “feudal” y una burguesía en desarrollo.

Por varias razones la aplicación de las conocidas categorías europeas a la América española del siglo XIX no es apropiada. Fuera de México y el Perú (y aun estos casos son discutibles), la América española no tuvo una aristocracia en el sentido europeo de una nobleza titulada. En la época colonial pocos individuos, fuera de los virreyes, poseyeron títulos. La Nueva Granada, en la colonia, tuvo un total de cinco mar­queses, mientras México tuvo 50 y el Perú 4L Por lo menos diez terratenientes en la región de Bogotá rehusaron títulos nobiliarios á fines de la colonia o porque no pudieron o porqiie no quisieron pagar las contribuciones requeridas“. En la Nueva Granada, si no en México o el Perú, los nobles titulados fueron demasiado pocos como para jugar el papel de cuerpo corporativo o clase conformada. Después de la inde­pendencia, los pocos “nobles” granadinos desaparecie­ron rápidamente, perdiendo no sólo sus títulos sino también una parte considerable de sus tierras.

15. Camilo Pardo Umaña, H aciendas de la Sabana: su his­toria, sus leyendas y tradiciones (B ogotá; Editorial K e­

lly, 1946), 49, 118, 210-15; Ignacio Gutiérrez Ponce, Vida de don Ignacio G utiérrez Vergara y episodios históricos de su tiempo (1806-1877) (London; Bradbury, Agnew, 1900), 5; Frank Robinson Safford, “Commerce and Enterprise in Cen­tral Colombia, 1820-1870”, tesis doctoral, Columbia Universi­ty, 1965, p. 44.

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En los escritos del siglo XX, incluyendo los que versan sobre la historia europea, ha existido la tenden­cia a considerar a los grandes propietarios de tierra, en general, como una “aristocracia”, sin tener en cuen­ta siquiera el factor de los títulos En el caso de la Europa del siglo X IX los propietarios de tierra sin títulos podían de alguna manera considerarse herede­ros de una tradición de nobleza titulada con privi­legios especiales de grupo. En América española sin embargo los propietarios no existieron como un grupo claramente definido y consciente con privilegios socia­les, económicos o políticos formales que los distinguie­ran de los comerciantes, abogados, o administradores gubernamentales. Careciendo de una identidad preci­sada no podían fácilmente ser movilizados como uni­dad política. Aún más, no contaban con privilegios po­líticos o sociales qué defender.

Sólo en un aspecto importante podrían los hacen­dados hispanoamericanos haberse reunido para defen­der un interés común. Se ha pensado, en el caso de México, que los terratenientes que dependían de prés­tamos de corporaciones eclesiásticas temieron que la confiscación de propiedades de la Iglesia repercutiera en su propio detrimento, dando píe para pensar que se interesaron en la protección de las propiedades ecle­siásticas y, por tanto, en el conservatismo político. Es­tudios recientes sugieren, sin embargo, que durante la década de 1840 los propietarios fueron perdiendo su sentido de solidaridad con los intereses eclesiásticos y que más tarde los hacendados figuraron de manera prominente en la compra de propiedades desamorti­zadas. Además, como muchos comerciantes mexicanos

16. Cobban, “The ‘Middle Class’ in France”, 49.

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eran dueños de haciendas, existia poca razón para que los propietarios de tierras se consideraran separados de los segmentos urbanos de la clase a lta” .

Hubo, sí, una no muy bien definida aristocracia en la América española, por cuanto dentro de la clase al­ta algunas familias tuvieron más poder y prestigio que otras. Grandes propietarios de tierra participaron de este prestigio, sobre todo localmente. Sin embargo, la tierra no era el único fundamento de esta “aristocra­cia”, las posiciones en el gobierno colonial y más tar­de en el republicano tuvieron, tal vez, un efecto más potente en cuanto a otorgar status se refiere. Una edu­cación universitaria, con el tan deseado título de doc­tor, facilitó el pase a las filas de la “aristocracia”, co­mo hizo también la correcta conducta social (la ur­banidad). La calidad de la aristocracia se extendía en­tonces en varios grados a través de las clases altas.

17. Reyes Heroles, E l liberalismo m exicano, II, 344-45, desta­ca que para 1846 los representantes de los conservadores

mejicanos continuaban asumiendo una solidaridad de intereses entre los hacendados y la Iglesia, a pesar de que esta suposi­ción se empezaba a poner en tela de juicio de manera crecien­te. Michael P. Costeloe, C hurck W ealth in M exico (Cambrid­ge, Eng., Cambridge University Press, 1967), 28, sugiere que “la mayoría de los propietarios de tierra tenían muy poca al­ternativa aparte de apoyar al clero, o al menos permanecer callados, en cualquier controversia que envolviera a la Iglesia”. Pero Costelos también considera la posibilidad de que los deu­dores hayan tenido interés en la abolición de los conventos. Igualmente señala un cambio en las actitudes conservadoras entre 1833 y 1846 sobre el aspecto de la compra de pro­piedades desamortizadas por parte de propietarios de tie­rra y hacendados, véase Bazant, Alienation o f C hurch W ealth.

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llegando a todo aquel que putativamente fuese blanco rico o educado. Entre la clase alta algunos individuos apreciaron un comportamiento social aristocrático. Pe­ro como el status aristocrático era algo amorfo sin de- ■ finición formal, éste no logró determinar la política en la forma como lo hizo en Europa.

¿Propietarios de tierras vs. Abogadosy Comerciantes?Dejando a un lado las formas europeas de aristo­

cracia, ¿qué pensar de la posibilidad de conflicto en­tre la clase propietaria de tierras (con o sin aderezos aristocráticos) y vm grupo urbano de abogados y co­merciantes? Tal análisis presupone una especializa- ción, una especificidad de funciones que no fue carac­terística de la mayor parte de la América española en este período. Uno de los más respetado.*» “aristócra­tas” colombianos de la temprana era republicana, Vi­cente Borrero (1784-1877), era a la vez gran propie­tario de tierras, abogado, profesor y comerciante. Es­ta diversidad de actividades era el modelo común, no la excepción. Por tanto no podían existir y de hecho no existían clases claramente distinguibles de propie­tarios, profesionales o comerciantes.

Dadas tan diversas ocupaciones en un solo indivi­duo, ¿cómo determinar de manera práctica la corre­lación entre ocupación y afiliación política ? ¿ Qué sepa­ra, en términos de ocupación o interés económico, el conservador moderado Borrero, del liberal Francisco de Paula Santander, general y propietario, o de su se­guidor político Diego Fernández Gómez, abogado, pro­fesor y propietarios de tierras ? En algunos casos un in­dividuo con varias ocupaciones podría ser identificado primordialmente por una de ellas. Pero aún en estos ca­sos

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el indiviciuo forma parte de una familia, de una unidad política, cuyos miembros por lo general abarcan toda una variedad de ocupaciones. En resumen, cualquier análisis de los alineamientos políticos de las élites en el siglo XIX que realce el aspecto de clase económica deberá confrontar ante todo el complejo problema de separar a las personas por grupos ocupacionales cla­ros, y este es un problema cuya solución lleva implí­cito el riesgo-de ser arbitraria, forzada y equívoca.

Aún asumiendo categorías ocupacionales claramen­te divisibles, es dudoso que los propietarios de tierra representasen una “élite” con poder o,status social cla­ramente superior a los profesionales y comerciantes, o que pudiese controlar sus actuaciones. En cuanto al poder político, los abogados y comerciantes sin distin­ciones de afiliación partidista, tenían tanto alcance po­litico como los propietarios de tierras. Desde luego se encuentran ejemplos de hombres cuyo poder y pres­tigio pueden ser vinculados con grandes tenencias de tierra. Pero los mismos hombres frecuentemente eran doctos en la jurisprudencia y así ostentaban otros mo­tivos de respeto. Había también muchos hombres im­portantes de inclinación conservadora cuyo poder ema­naba principalmente de sus capacidades intelectuales. Tales eran los casos de José Manuel Restrepo, Ale­jandro Osorio, José Ignacio de Márquez, José Euse­bio Caro y muchos otros. Se podrían incluir también José María Castillo y Rada y Lino de Pombo, quienes provenían de familias con prestigio social pero cuya influencia se basaba más en el talento que en las pro­piedades.

Queda por saber aún, si los burócratas conserva­dores, abogados intelectuales, eran en realidad los sub­ordinados o los clientes de los propietarios de tierras.172

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Algunos, si no la mayoría, de los empleados urbanos estaban en una situación financiera precaria de la cual siempre esperaban salir con la ayuda de padrinos o de matrimonios convenientes. Pero no siempre busca­ron la ayuda de los propietarios de tierras. Los polí­ticos establecidos, generalmente del sector urbano, eran fuentes esperadas de patrocinio, y ellos, con los comer­ciantes acomodados, eran objeto de alianzas matrimo­niales “.

Para mantenerse en el poder los políticos urbanos dependían indudablemente de la influencia local de los propietarios de tierras, tanto en tiempo de elecciones como en época de guerra civil. Pero de otra parte, los propietarios de tierra eran, en cierto sentido, los “clientes” de los letrados urbanos. Hasta el estableci­miento del sistema federal después de 1863, los pro­pietarios de tierras sirvieron como extensiones locales de un sistema político centralizado. Sin embargo, en cuanto permanecieron en sus haciendas quedaban aisla­dos de las corrientes ix)líticas emergentes de la capi­tal, pudiendo jugar una parte apenas muy pequeña en la organización y dirección de los partidos naciona­les. Así pues, para cumplir cabalmente sus funciones co­mo líderes locales, los hacendados dependían de los abogados e intelectuales de Bogotá por su orienta­ción política y doctrinaría’“.

18. Caro, Epistolario^ ^79-84 y passim, arroja cierta luz sobre los intereses y proyectos de los empleados colombianos. La

buena suerte de contraer matrimonio con un comerciante ca­pitalista se halla descrita en el Epistolario del D octor R ufino Cuervo (3 vols., Bogotá: Imprenta Nacional, 1918-22), II, 182).19 Caro, Epistolario, 73-79.

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Los propietarios de tierra no estaban solamente aislados del centro político, sino que tenían además me­nos razones que otros miembros de la clase alta para preocuparse por lo que ocurriera en la capital. La ma­yor parte de los propietarios necesitaban muy poco de los servicios especiales que la influencia en el go­bierno podría proporcionar; excepciones notables fue­ron los préstamos forzados que les impusieron duran­te la guerra civil, para los cuales buscaron compensa­ción, y los juicios que sobre tierra y títulos de pro­piedades se iniciaron.

Puesto que sus actividades no requerían por lo re­gular la atención del gobierno, los propietarios de tie­rra, es decir hombres dedicados por completo a la agri­cultura, estaban relativamente desconectados del sis­tema y raramente viajaban a Bogotá o se comunica­ban con sus representantes en la capital. En cambio, los abogados y comerciantes de ambos partidos ten­dían a gravitar en el centro del sistema político. A los abogados que aspiraban a nombramientos judiciales les convenía mantener buenas relaciones en las ciuda­des capitales de provincia tanto como en la ciudad ca­pital nacional. Los comerciantes que se dedicaban a la importación, tenían que comprar papel de crédito oficial para el pago de los derechos de aduana al des­cuento ; Bogotá fue el mercado principal para este pa­pel y también el sitio para asegurar decisiones admi­nistrativas favorables en relación con el uso del mis­mo. Otros comerciantes y numerosos abogados traba­jaron también como agentes de comisión, obteniendo decisiones oficiales favorables en relación con las nece­sidades mercantiles de personas dentro o fuera de la capital. La vida de estos agentes en la capital depen­día, hasta cierto punto, de que sus amigos políticos174

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estuvieran en el poder. Como los abogados y los comer­ciantes en sus negocios diarios vivían del sistema, es­taban necesariamente más involucrados en él que los terratenientes. Por lo mismo tendían a jugar un pa­pel mucho más importante en la adquisición y uso del poder político“.

Puesto que la economía era predominantemente agrícola, se podría suponer que todos los demás gru­pos, dependían económicamente de los hacendados que controlaban los medios de producción. Pero esta de- Ijendencia no implicaba necesariamente subordinación. Los comerciantes que de alguna manera tenían que ver con los hacendados eran muchas veces sus acree­dores. Los abogados tendían a depender de los pro­pietarios de tierra, ppr cuanto mucho del trabajo le­gal tenía que ver con asuntos de tierra. En la mayoría de los casos, no obstante, los abogados representaban más bien los intereses en conflicto de hacendados par­ticulares que los intereses colectivos de los propieta­rios de tierra como un todo. Pero aún dentro de una economía tan sencilla como la de la Nueva Granada, los propietarios no eran la única fuente de empleo pa­ra los abogados, los pleitos comerciales ocupaban bue­na parte de su tiempo. Por tanto es dudoso que aún los abogados, como clase, se definieran en base a sus relaciones con los terratenientes. Alguna parte de la legislación producida por los abogados políticos sir­vió claramente a los intereses de los propietarios de tierra; muy notable fue la división y enajenación de

20. E l análisis de este párrafo y de los tres siguientes está ba­sado, en parte, en observaciones derivadas de los libros

copiadores de la firma comercial de Inocencio Vargas e H i­jos, Bogotá, 1850-1870.

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las tierras de las comunidades indígenas y la cesión en grandes cantidades de los terrenos baldíos. Pero estas medidas no beneficiaron solo a los terratenientes, pues los abogados y comerciantes también las consi­deraron como medios especulativos de ensanchamiento.

La idea de que la burguesía estaba dominada por los propietarios de tierra se basa parcialmente en la suposición de que aquella se hallaba debilitada econó­micamente por la querella política del período y es­tos no. Tal presupuesto es dudoso. Es verdad que los empleados oficiales se encontraban económicamen­te mal, pues el Estado, desgarrado por la guerra ci­vil, a menudo les pagaba en documentos crediticios de- valuados. Pero sería difícil decir que otros elementos urbanos fueron más adversamente afectados por las guerras civiles que los propietarios de tierra. Mien­tras los hacendados perdieron continuamente sus ca­ballerizas y ganado en tiempo de guerra, los comer­ciantes al menos a mediados del siglo, pudieron guar­dar mucho de su capital de trabajo en forma segura, colocándolo en el extranjero por medio de casas de comisión británicas. Lo que perdieron los comercian­tes durante las interrupciones del tiempo de guerra, parecen haberlo recuperado con los beneficios espe­culativos de la postguerra. La guerra civil, al minar el crédito público abrió también la oportunidad de hacer préstamos al gobierno con tasas de interés exor­bitantes. Y la baja de los papeles del gobierno en el mercado simplemente hizo más fácil para los comer­ciantes el pago de los derechos de importación, para lo cual muchos de los documentos de deuda pública resultaban canjeables. Al igual que los comerciantes, los abogados podían beneficiarse tanto de la guerra civil como de la paz, cada guerra les reportó nuevos176

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negocios al convertirlos en representantes de las de­mandas contra el gobierno.

Si los intelectuales administrativos comandaban el poder político, y si la agilidad de los comerciantes y ahogados les dio a estos ciertas ventajas económicas, no quedó entonces para los propietarios de tierras la capacidad de influir sobre el resto de la sociedad a través de una reconocida superioridad de statusf Qui­zá los propietarios estuvieron en capacidad de domi­nar la sociedad no tanto a través de manipulación di­recta de las palancas del poder económico y político, como a través de una firme influencia de su presti­gio. Por diversas razones soy escéptico ante esta idea de que las sociedades latinoamericanas estuvieron to­talmente colmadas de admiración por los grandes po­seedores de tierra. El prestigio en los períodos pasa­dos es muy difícil de medir, entre otras razones por ser un elemento tan variable y relativo. El status de­pende de quien lo mire. Para algunos de los comer­ciantes de Bogotá al menos, los hombres más respe­tados eran los comerciantes-capitalistas con el crédito jnás sólido e inversiones monetarias hechas de la ma­nera más inteligente y segura. Lxjs comerciantes y otros grupos urbanos miraban en algunos casos a los propietarios de tierra con condescendencia como ino­centones que vegetaban en el campo, presumiblemente incapaces de entendérselas con los retos y oportuni­dades del comercio Entre los poseedores de tie­rra muy seguramente prevalecía otra opinión. Los

21. Ramón Guerra Azuola, “Apuntamientos de viaje”, Boletín de H istoria y A ntigüedades, IV (Oct., 1906)6, 246-48;

Francisco Vargas a A dolfo Harker, Bogotá, febrero 11, 1860, cartas de Vargas, 1860, folios 58-59.

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hombres de gustos literarios posiblemente admiraban a los poetas y dramaturgos al igual que los militares admiraban a los generales. Codificar estas diferentes perspectivas en una escala social general de ocupacio­nes es un problema extremadamente difícil, en espe­cial cuando se trata del pasado.

Si pudiera hacerse una codificación general de va­lores, la calificación social más altamente valorada, al menos en los centros urbanos ostentadores del po­der, podría bien no ser la propiedad de tierras. Vale recordar que las sociedades latinoamericanas, aunque básicamente agrícolas, han tenido una orientación fuer­temente urbana. En los valores de la población urba­na parece que se daba importancia a: 1) los logros culturales (educación, urbanidad) y 2) dinero en cual­quier forma, con un énfasis variable entre la cultura y el capital. Tanto un comerciante capitalista fuerte, como un abogado poderoso, un gran propietario de tierras, un general, un escritor elocuente e imaginati­vo o un rector de colegio frecuentado por la clase alta, pueden haber disfrutado, en términos generales, de igual respeto. Así, los individuos que ejercían cual­quiera de estas funciones de la clase alta probable­mente no se sentían achicados por ninguno de los otros elementos de la misma clase.

Clase Económica y Alineamientos PartidistasSi los propietarios de tierra no dominaron clara­

mente a los elementos urbanos, podríamos tal vez es­bozar la idea de que los dos grupos se dividieron po­líticamente en partidos? Tal hipótesis supone una conciencia de la existencia de clases económicas dis­178

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tintas que no parece haberse presentado. Si bien algu­nos comerciantes consideraban a los propietarios de tierras como hombres de ocupación diferente, modo de vida diferente y posiblemente de mentalidad dife­rente, hay poca evidencia de que existiera una hosti­lidad de intereses sensible. Tal vez la única excepción ocurrió hacia 1840 cuando a raíz dé una crisis co­mercial en la que muchas familias terratenientes per­dieron sus propiedades se produjo el ataque de algu­nas de éstas contra la usura y la especulación comer­cial. En este caso uno de los principales especulado­res fue identificado con el conservatismo político, y otro con el grupo santanderista. En todo caso, la re­acción no fue claramente un asunto de partido

En general, los intereses económicos de los mieni- bros rurales y urbanos de la clase alta eran totalmente complementarios. Los comerciantes tenían interés en el libre comercio, igualmente lo tenían los propietarios que aspiraban a vender para exportación y a consu­mir mercancías importadas, y también los abogados que podían trabajar por los intereses de ambos con la misma facilidad como podían servir cualquier ' otro interés. Así pues, existía poca base para un conflicto de intereses económico que pudiera ser traducido en divisiones partidistas.

Una posible excepción de lo dicho eran los terra­tenientes del interior que no podían exportar sus pro­ductos. Empero, aún muchos de estos creían, como Rufino Cuervo, que el porvenir del país tenía que fin­carse en la exportación de frutos agrícolas, sobre to­do los tropicales. A este respecto hay que anotar que

22. Safford, “Commerce and Enterprise”, pp. 69-84.

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no siempre hay una relación fácil y directa entre los intereses económicos individuales y las opiniones so­bre política económica. Por ejemplo, varios de los in­teresados en las fábricas de Bogotá de los años 1825- 1850, como José Manuel Restrepo y José María Cas­tillo y Rada, eran libre cambistas.

La evidencia fragmentaria sugiere que cualquier ocupación dada era ejercida tanto por conservadores como por liberales. Durante el período formativo, las adhesiones políticas de muchos individuos no queda­ron fijas y la composición de las facciones fluctuaba. Sin embargo, la distribución ocupacional entre los gru­pos no variaba notablemente. Durante la crisis de 1825- 1831, terratenientes tan notables como Domingo Cay- cedo, Juan de Dios Aranzazu, los Mosqueras civiles y los Borreros se mantuvieron en el bando “liberal”, bien como constitucionalistas o como mediadores en­tre los santanderistas exaltados y los bolivianos ser- TÍlcs. Pero hacia la década de 1830 estos hombres se identificaron claramente como contrarios de la ra­ma santanderista del liberalismo. En este momento te­nemos, entonces, un grupo grande de propietarios de tierra que empiezan a conocerse como conservadores. Pero también en este momento muchos abogados se movían en la misma dirección —^hombres como José Ignacio de Márquez, Alejandro Osorio, Rufino Cuer­vo y José Antonio Plaza, para mencionar únicamente los más conocidos. Lo mismo sucedió con algunos co­merciantes capitalistas del antiguo grupo constítucio- nalista. Los hermanos Arrubla y Francisco Montoya, quienes habían estado muy cerca de Santander duran­te el período 1824-32, se encontraban hacia 1840 en­tre los del grupo conservador ministerial que regía en Bogotá.180

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De 1825 a 1850 los liberales ejercían las mismas ocupaciones que sus adversarios políticos. Las profe­siones parecen haber estado casi igualmente reparti­das entre los dos partidos. Si algunos liberales nota­bles, como Lorenzo María Lleras o Victoriano de Die­go Paredes, encontraron su vocación en enseñar a la juventud de la clase alta en colegios, igual hicieron líderes conservadores como Lino de Pombo y Mariano Ospina Rodríguez. De la misma forma los dos parti­dos estídjan altamente representados, sino igualmente, en la profesión de las leyes y entre los ix>etas, perio­distas y otras actividades literarias.

En esta distribución partidaria de las profesiones literarias se puede incluir hasta el clero. Al menos has­ta la ruptura del 40, hubo muchos sacerdotes santau- deristas, desde el obispo de Antioquia, Juan de la Cruz Gómez Plata, hasta muchos párrocos esparcidos por los pueblos pequeños. Una de las quejas más amar­gas de los santanderístas contra la administración de Márquez fue la postergación del clero santanderista. Probablemente la mayoría del clero era de afiliación ministerial antes del 40; seguramente la gran mayo­ría tenía esta identificación después de la guerra ci­vil de 1840-1842.

Cada partido tenía además su cuota de oficiales militares. Entre 1828 y 1831 el gran número de ofi­ciales venezolanos en la Nueva Granada constituyó ima fuerza cohesionada que militó a favor de la dictadu­ra bolivariana. Pero después de su eliminación en los primeros años de 1830, la restante fuerza militar de la Nueva Granada no favoreció marcadamente a uno u otro partido. (Los años 1853-54 fueron una ex­

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cepción debatible) En cuanto a los últimos años de la década de 1830 la oficialdad parece haber estado casi pareja entre moderados y santanderistas. Des­pués de este momento el número relativo de liberales y conservadores en la lista militar dependía de quien controlaba el gobierno: los conservadores, ascendie­ron después de la fracasada rebelión de los supremos en 1840, en tanto que los liberales dominaron clara­mente entre 1851 y 1854 y con posterioridad a 1863. Una repartición igual, en términos generales, de las ocupaciones literarias y militares entre los dos parti­dos puede ser explicable: con el fin de sostenerse, ca­da partido tenía que cuidar de las mismas funciones políticas; elaboración de pautas, propaganda y manejo político nacional por parte de literatos y abogados, y fuerza militar en el caso de los oficiales de profesión.

Tal vez los liberales fueron ligeramente más nu­merosos en el comercio y los conservadores en la po­sesión de tierras. Pero la división entre los dos, hablan­do exclusivamente en términos de oficios, no era muy grande. Muchos comerciantes de la región oriental,23. Anthony Maingot sostiene que después de obtener la in­

dependencia se desarrolló una división entre los oficiales de la clase alta, quienes se retiraron a sus haciendas volviendo al servicio activo sólo en tiempo de crisis, y los oficiales de origen social más bajo, quienes permanecieron cerca del cuar­tel. Tal división se expresó de una manera notable en el gol­pe de Estado de Meló en 18S4. Los oficiales “caballeros” de ambos partidos que suprimieron el gobierno de M eló, si bien tal vez eran socialinente distintos de los partidarios de Meló, sin embargo se consideraron ante todo como militares profesiona­les. E l argumento de Maingot es esbozado brevemente en la obra de Stephan Therstrom y Richard Sennett, eds., N ine- teenth-C entury C ities: E ssays in the N e w U rban H istory (N ew H aven; Yale, 1969), 297-343.

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grandes y pequeños, se identificaban con el conserva­tismo —Raimundo Santamaría, Juan Clímaco Ordó- nez, Vicente Martínez y Ruperto y Anselmo Restre- po, entre otros. Varios de los comerciantes cartagene­ros (v. gr. Juan de Francisco M artín), y la gran ma­yoría de Medellín eran también conservadores. Algu­nos conservadores, como Adolfo Harker, fueron inclu­so comerciantes prominentes en la región predominan­temente liberal de Santander. Entre los propietarios de tierras, el conservatismo parece haber sido predo­minante en el Alto Cauca y en las zonas orientales altas entre Bogotá y Tunja. Pero en algunas otras áreas del país —las planicies de Cúcuta, mucho de lo que ahora es Santander y, parte del Alto Valle del Magdalena eran más notorios los terratenientes libe­rales. Pero en ninguna de estas regiones se encontra­ba un dominio exclusivo de la tierra por parte de un grupo político u otro.

Hipótesis alternasSi la simple identificación de los grupos ocupacio-

nriles con las afiliaciones de partido no resulta útil> ;<iué podrá decirse acerca de las bases sociales de las alineaciones políticas durante el siglo XIX en Co­lombia? Todo parece indicar que no existe una sola clave que abra esta arca. Examinemos algunas de las jxisibilíclades.I. Divisiones Regionales

Esta clase de explicación es tan general como las de enfoque ocupacional. Las explicaciones con un en­foque regional son varias. Ciertas versiones realzan los intereses económicos regionales en conflicto (ej. Mirón Burgin al hablar sobre Argentina y Harry

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Bernstein cuando intenta aplicar el modelo de Bürgin a México), mientras en otras se relieva el efecto di­visorio de las estructuras eco-sociales distintivas de cada región y las características culturales

En el caso de Colombia en el siglo XIX, los posi­bles conflictos de intereses económicos regionales no parecen haber jugado un papel significante en la de­terminación de los alineamientos políticos. En el pe­ríodo formativo de los partidos políticos colombia­nos la economía no estaba suficientemente integrada como para desarrollar en forma clara intereses econó­micos regionales antagónicos.El país estaba dividido en varios conjuntos regiona­les (cordillera Oriental, Valle del Cauca, Antioquia, Costa Caribe). El clima tropical de Colombia hizo posible que cada región produjera (en sus varias alti­tudes) la mayoría de las cosechas necesaria^ para el consumo local. A esto se agregan, las pésimas condi­ciones de comunicación por tierra que im^xisibilitaban el mercado inter-regional, con excepción de los artícu­los fácilmente transportables como el ganado, los ali­mentos de alto valor y los textiles. Así pues, la espe- cialización económica regional se veía muy limitada. Durante el período colonial se habían desarrollado al­gunas especialidades regionales —el oro de Antiocjuia y Chocó, los textiles del algodón de la región del So­corro, los cultivos de trigo de las Sabanas que se ex-

24. Mirón Bürgin, The Economic A spects o f A rgen tine Fede­ralism , 1820-1852 (Cambridge, M ass.: Harvard Universi­

ty Press, 1946) ; Harry Bernstein, M odern and Contemporary Latin A m erica (N ew York: J. B. Lippincott Company, 1952), Capítulo 4.

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tienden al norte de Bogotá. Pero cuando la indepen­dencia se consolidó en 1821, las dos últimas especia­lidades se hallaban seriamente debilitadas por la com­petencia de las importaciones y porque aún las mismas élites de las regiones productoras hicieron poco por defenderlas. ( Por el contrario, algunos comerciantes santandereanos enviaron a Inglaterra los modelos de tejidos desatollados localmente para una reproducción e importación más baratas) Las minas de oro de Antioquia siguieron siendo una industria importante, pero no dieron origen a intereses en conflicto con los intereses de otras regiones.

Los principales casos de intereses conflictivos (o mejor de carácter competitivo) fueron intra-regiona- les, no inter-regionales. Uno de ellos fue el conflicto entre Cartagena, el puerto monopolio de la era colo­nial, y Santa Marta por el manejo de la importación. Se debatió arduamente si las debilitadas fortunas car­tageneras debían ser alentadas concediéndoles la ca­tegoría de puerto franco o con un subsidio al Canal del Dique. Otra cuestión relacionada era la de abrir el puerto de Sabanilla (Barranquilla) al comercio ex­terno, un cambio que los cartageneros resistían. Se nota que mientras la ciudad de Cartagena fue domi­nada por ministeriales (proto-conservadores), Santa Marta y la parte de la provincia de Cartagena cerca de Sabanilla (cantón de Sabanalarga) eran santanderis- tas (liberales). Sin embargo, todavía falta información (jue indicare que esta correlación representara una expresión de intereses y no una mera casualidad. No se ha encontrado ninguna posición partidaria respecto

25. Francisco Vargas a Hermógenes Vargas, Bogotá, junio17, 1866, Cartas de Vargas, 1866, folio 180.

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a estas cuestiones, ni mucho menos una expresión re­gional indicando que sus simpatías políticas tenían re­lación con estos asuntos económicos.

Otro ejemplo sobresaliente de competencia intra- regional fue la rivalidad entre los varios sub-grupos de la cordillera Oriental en su esfuerzo por crear vías entre las tierras altas y el río Magdalena. No apare­ce claro en este caso tampoco que los intereses com­petitivos de Bogotá, Tunja, Vélez, Socorro y Girón- Bucaramanga afectaran las preferencias políticas de sus habitantes.

Hay, quizás, un momento de correlación entre los intereses económicos regionales y la alineación parti­dista. El sur de Santander, el Valle del Alto Magda­lena, y el Valle del Cauca, áreas de conocido poten­cial como productoras de tabaco, tuvieron claro inte­rés en liberar el tabaco de los estancos coloniales y permitir su libre producción y comercio. Estas áreas se cuentan también entre aqüellas que apoyaron con más fuerza el gobierno liberal de López que abolió el monopolio. De otra parte, las áreas conservadoras que no producían tabaco no contaban con claras razones económicas para oponerse a la abolición del monopo­lio. La oposición conservadora, tal como se expresó, estaba basada esencialmente en principios de réspon- •sabilidad fiscal.

Cabe afirmar aquí que, tanto en lo regional como en lo individual, no siempre hay una relación obvia y sencilla entre los intereses económicos y la política eco­nómica. Por ejemplo, en 1832 en Cartagena se abogó por un fuerte proteccionismo aduanero, a pesar de que —se supondría— un puerto marítimo tendría su inte­rés en la expansión del comercio internacional.186

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Aunque no hay mucha evidencia sobre la impor­tancia política de la competencia de intereses econó­micos ínter-regionales, es cierto que algunas partes de la Nueva Granada tenían fisonomías políticas sorpren­dentemente distintas. En ninguna parte del país un partido tuvo monopolio exclusivo. No obstante, la re­gión de Santander y el Valle del Alto Magdalena eran predominantemente liberales, mientras Tunja y sus al­rededores, Cartagena, Popay^n y finalmente (sobre todo en los últimos años) Antioquia eran muy con­servadoras.

Hasta cierto punto, las diversas tendencias regio­nales pueden explicarse con base en las diferentes es­tructuras económicas de algunas de estas regiones y en los modelos sociales que promovieron. No parece que haya sido simplemente asunto de las formas pre­dominantes de tenencia de tierra en una región dada. Santander y Pasto se caracterizaron por numerosas posesiones pequeñas e independientes; sin embargo, el primero fue marcadamente liberal, mientras Pasto se convirtió en una fortaleza del conservatismo. Igual­mente, el Alto Cauca (Popayán) ofrecía extensas po­sesiones de tierras y tendencias conservadoras predo­minantes, cuando los llanos del Tolima, que también contaban con extensas posesiones, fueron en buena parte liberales.

Debemos mirar más allá de las extensiones poseí­das y observar el carácter de la agricultura y de las fuerzas de trabajo. Por ejemplo, Cartagena y el Valle del Cauca dependían en gran medida del trabajo de los esclavos o de los negros recientemente liberados, con la propensión a verse afectados por el temor de levantamientos “pardocráticos”. Esto puede explicar su inclinación a un estilo conservador marcadamente

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aristocrático y autoritario. En la región de Tunja, de manera algo distinta, una población campesina dócil y (le origen indígena (que evidentemente no amenazó con conflictos de clase) estimuló tal vez el conserva­tismo aristocrático en esta parte. De otro lado, el pre­dominio de la ganadería en las extensas posesiones del Tolima, Huila y los Llanos de Casanare, posiblemente creó una cultura relativamente democrática en los usos sociales (aunque no en la distribución de las ganancias) esta1)leciendo así un ambiente propicio para el libera­lismo. El liberalismo de Santander quizá pueda enten­derse a partir de las pequeñas posesiones característi­cas de esa región. ¿ Pero cómo explicarnos el caso de Antioquia, tan marcada por tendencias contradictorias —terratenientes, dueños de pequeñas parcelas, escla­vos y descendientes en las ardientes regiones mineras—, y aún así socialmente democrática en muchos rasgos? ¿Puede pronosticarse su conservatismo tan marcado a base de esta laiezcla?

Antes de poder afirmar con seguridad una rela­ción entre las estructuras regionales socio-económicas y las tendencias políticas, necesitamos ir más allá de una simple correlación. Necesitamos conocer más acer­ca del proceso por el cual los individuos de distintas regiones y clases sociales llegaron a hacer sus com­promisos ix)líticos. Necesitamos saber si, y en qué ma­nera, las formas sociales de sus regiones nativas inci­dieron en sus afiliaciones. También debemos averiguar, en el caso de que la estructuración socio-económica de una región propiciara la inclinación de los individuos hacia un estilo político particular, qué determinó la afi­liación opuesta del elemento disidente minoritario de la misma región.

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Las diferentes estructuras socio-económicas de ca­da región pueden haber determinado no sólo el predo­minio de un partido en una área dada, sino también haber promovido las diferencias de estilo dentro de ca­da partido. Con la aristocracia conservadora de Popa­yán, Cali y Buga, que dominaba en el Cauca, el libe­ralismo de esa región se convirtió en instrumento del conflicto de clases representando a los individuos des- jx)seídos y sin tierra en su lucha contra los terrate­nientes, contando en ocasiones con un liderazgo pro­veniente de la clase alta aunque de estratos más bajos c[ue los que caracterizaron el conservatismo del Cauca (Obando el bastardo, Ramón Mercado, etc.). Debido al elemento del conflicto de clases, la lucha liberalis- mo-conservatismo en el Cauca parece haber adquirido un carácter un tanto más violento que en otras partes. Lo vemos expresado, ya en la persecusión maniática de Tomás Cipriano de Mosquera a Obando, ya en los “retozos democráticos” de los primeros años de 1850. Por contraste, en Santander los liberales representa­ron el Establecimiento, de tal forma que en el norte el liberalismo no fue un agente del conflicto de clase. Obviamente, no sabremos mucho sobre la dinámica so­cial política en estas regiones hasta que cada una de ellas haya sido rigurosamente examinada.

Un enfoque distinto de las diferencias políticas re­gionales podría realzar el papel jugado por cada re­gión al final del período colonial, como determinante de actitudes tendientes al cambio. El conservatismo predominó en los centros de im¡xirtancia de la colo­nia, y el liberalismo en los centros periféricos. Santa Fe de Bogotá, Cartagena y Popayán fueron -centros en varios sentidos durante el período colonial, Bogotá y Cartagena como centros administrativos, Cartagena

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como la beneficiaria de las restricciones del comercio colonial, Popayán cOmo la sede de los empresarios mi­neros más ricos del Virreinato. Como centros admi­nistrativos o lugares de relativa riqueza, estas ciuda­des contaron con un número elevado del clero y de monasterios bien dotados, lo cual representó una ma­yor disponibilidad educativa en relación con el resto del país. Por lo tanto, sus clases altas tuvieron mayor acceso a los cargos administrativos no sólo por su lo­calización estratégica y sus conexiones sociales, sino por las mejores posibilidades de adquirir educación. El desarrollo de la educación superior significó ade­más que las élites de estas ciudades desarrollaran un estilo aristocrático basado no sólo en su relativa ri­queza sino también, y posiblemente más importante, en el hecho de ser cultas. La concentración de clere­cía y de establecimientos conventuale^ en estas ciuda­des implicó también que la influencia del clero per­maneciera relativamente fuerte durante la era republi­cana. En fin, y en términos más .generales, las clases altas de estas ciudades, debido a su relativa riqueza en la colonia y a su mayor importancia dentro de la estructura colonial, estuvieron más inclinadas a man­tener el status quo institucional, cuando no a mirar atrás, que la gente de la periferia. En diversos, grados esto podría también aplicarse a Pamplona y Girón (cen­tros mineros menos importantes), Mompós y Honda (centros establecidos de comercio), y Tunja, tierra de numerosos latifundistas y sede de muchos conventos. Las tendencias conservadoras de estos lugares se vie­ron indudablemente aumentadas por su marcado estan­camiento económico durante los años comprendidos entre 1825 y 1850. Las únicas excepciones parciales al modelo de estancamiento económico fueron Bogotá y Honda, excepcionales también dentro de los centros190

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coloniales importantes por exhibir durante la era re­publicana notables elementos liberales.

En la otra cara de la moneda encontramos a los individuos que vivían en sitios marginales durante la era colonial y quienes se mostraron menos interesados en el mantenimiento de las instituciones coloniales. Así, la región del Socorro (que representa muy bien este aspecto) no produjo mucha riqueza a sus clases altas y estuvo caracterizada por poblaciones pequeñas, poca importancia de la clerecía regular y escasas opor­tunidades educativas a nivel local. También jodemos mencionar a los liberales de Santander, provincianos típicamente ambiciosos que deseaban romper y que­brar la estructura de los privilegios económicos, polí­ticos y culturales de la colonia a fin de competir con los atrincherados descendientes de la élite económica y administrativa de los Borbohes. La economía post- colonial de la región de Santander fue apenas más próspera que la de Popayán, Cartagena o Tunja. Sin embargo, fue menos inactiva por cuanto los santande- reanos trataron mucho más persistentemente de supe­rar su pobreza a través de varias iniciativas como el cambio de la producción de textiles por la de sombre­ros de paja, los intentos de exportación de tabaco en el sur y el reemplazo del cacao por el café en el norte. A pesar de que la ganancia producida por estas activi­dades fuera menos que espectacular, los esfuerzos, sin embargo, señalaron una orientación del presente hacia el futuro, en contraste con una orientación más al pa- -sado en Popayán, Cartagena y Tunja.

Dentro de este marco analítico, que relieva las es­tructuras coloniales y la economía post-colonial, An­tioquia, aparece siempre como una anomalía. En la época colonial, Antioquia compartió muchas caracte­

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rísticas con Santander —^escaso desarrollo de las ins­tituciones urbanas, pocos conventos, tardía implanta­ción de la educación superior, desinterés por la cultura y una simplicidad general en el estilo social. Y, al igual que los santandereanos del siglo XIX, los antio­queños tuvieron un ojo agudo para las innovaciones económicas. Sin embargo, en tanto que la región de Santander se convirtió en la clave del liberalismo. An­tioquia, alrededor de 1840, comenzó a jugar el mismo papel para el conservatismo. Posiblemente el movi­miento económico generado por la economía minera tuvo algo que ver con el conservatismo de Antioquia, jK)r cuanto el despliegue de las oportunidades econó­micas a todos los niveles sociales tendió a dar a la par­te de la jKjblación activa en la jxilítíca puesto fijo den­tro del orden existente. Esta explicación económica puede parecer indacuada ya que no explica (al menos aparentemente) el elemento más notorio del conserva­tismo antioqueño, la devoción religiosa hondamente arraigada de la región. Empero, este ahincamiento re­ligioso al menos encuadra perfectamente bien con una sociedad regional en que los logros económicos crea­ban bases sólidas para un muy profundo conservatis­mo social.II. Orígenes familiares

Otro sistema de análisis íntimamente relacionado es aquel que relieva los orígenes familiares ya que ofrece la ventaja de tratar más directamente con los distintos empeños dentro de una región dada. Este en­foque difiere del estereotipo ocupacional, ya discutido, en que se remite a los orígenes más que a los logros eventviales del individuo y en que hace énfasis en el status familiar más que en las clases económicas. Tie­ne también numerosas ventajas sobre otra clase de mé­todos de grupo referidos a los intereses económicos.192

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Permite mayor discriminación: desde el momento de su aparición en la escena política, la mayoría de los líderes políticos difícilmente se pueden separar; una vez en el pináculo, cualquiera sea su partido, proba­blemente poseen grandes extensiones de terreno, gra­dos en leyes o alto rango militar. En sus orígenes sin embargo, se tiende a encontrar más variaciones. En se­gundo lugar, en el momento relativamente temprano en que numerosos individuos se forjan compromisos políticos, sus orígenes probablemente han sido factores más relevantes para definirse en la política que sus lo­gros ix)steriores..

El énfasis en los orígenes familiares es más útil si se incluyen tres componentes distintos: 1) la posición económica de la familia, 2) su posición social, y 3) las dotes culturales o las maneras sociales dadas al niño en su educación familiar. Esto lleva a una definición cultural de clase tan importante, por lo menos, como la definición económica. Tal concepción cultural de clase nos resulta particularmeifte útil para discriminar los liderazgos conservadores y liberales en el período formativo. En numerosos casos cuando las diferencias en los orígenes económicos no están claras, la posi­ción social y las dotes o formas culturales ayudan efectivamente a discriminar entre los dos grupos. Esto salta a la vista en La Galería Nacional de Hombres Ilustres o Notables de José María Sami>er, colección de bosquejos biográficos escritos la mayor parte entre 1876 y 1878. En estos bosquejos, los conservadores (¡ue alcanzaron talla nacional se describen uniforme­mente como hombres de familias muy distinguidas y de alta cultura. Muchos de los liberales de Samper, aunque de clase alta, son descritos como menos cul- Tf)s y más simples en su estilo social (ej.: Patrocinio

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Cuéllar, José Hilario López, José María Obando, San­tos Gutiérrez). Desde luego, el tratamiento particular de Samper puede ser objeto de sospechas, toda vez que por el tiempo en que escribió estos bosquejos, el autor era fuerte conservador. Pese a esto, cualquiera sea la precisión u objetividad de sus descripciones, ellas sugieren que, por lo menos, alguna gente de la época consideraba a los conservadores más aristocráti­cos y cultos y a loa liberales campechanos y menos bien educados.

Este enfoque cultural tiende a funcionar menos efec­tivamente con los santandereanos, entre quienes los li­berales eran entre los más establecidos y cultos. Pe­ro parece útil cuando se relaciona con el Cauca y la órbita Cundinamarca-Tolima y puede también ser ilus­trativo cuando se aplica a Antioquia. En el Cauca, los Mosquera y los Arboleda provenían claramente de di­ferente base social que Obando, aunque Obando, a tra­vés de su familia adoptiva, llegó a poseer haciendas. De manera similar, José Hilario López, aunque clara­mente de clase alta, careció de la categoría social de monopolio. De otra parte, las áreas conservadoras que los bien ubicados mineros y hacendados Mosqueras y Arboledas. López y Obando, como políticos de oríge­nes medianamente altos, tuvieron la alternativa de vin­cularse a la corte de los Mosqueras o de lanzarse co­mo jefes de la oposición. Sin duda, las características de sus personalidades influyeron mucho en las deci­siones que adoptaron, pero sus orígenes sociales de­marcaron las alternativas a que se vieron abocados. Es­to es, si deseaban ser líderes en el Cauca, tenían que dirigir la oposición liberal.

El antecedente social de la familia como determi­nante de la afiliación partidista es visible también en194

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la región de Cundinamarca-Tolima. Muchos de los conservadores bogotanos pertenecían a ‘familias que no solamente poseían tierra sino que habían estado vincu­ladas a la última administración colonial, mientras los pocos liberales nacidos en Bogotá eran de familias in­significantes en el. sistema colonial.. Basta pensar en los conservadores de los años 1820 y 1830, como Esta­nislao Vergara, y en los conservadores moderados de los años 1840,como Joaquín Acosta, Ignacio Gutiérrez Vergara y José Antonio Plaza. Por otra parte, hay grandes excepciones en el área de Cundinamarca. La familia de Pedro Alcántara Herrán tuvo nexos con la administración virreinal aunque sólo en sus esferas más bajas,’ y hombres como Alejandro Osorio, Rufino Cuervo, José Ignacio de Márquez y Mariano Ospina Rodríguez tuvieron orígenes regionales diferentes, pe­ro similares en su aspecto sociológico, a los orígenes de los liberales santandereanos. En el caso del Valle del Alto Magdalena el modelo aparece un poco más cla­ro. Allí los Caycedos, dueños de un enorme terreno en el Tolima y muy bien establecidos en Santa Fe de Bogotá, sirvieron como líderes y patronos de nume­rosos rancheros más pequeños de sus vecindades; una oix)SÍción liberal de gente, menos pudiente se desarro­lló en torno de Ibagué y en el centro comercial de Honda.

Con los antecedentes familiares se halla relacionada la importancia de las conexiones sociales, en la deter­minación de las afiliaciones políticas. La alianza de las familias Nariño-Ricaurte en la Patria Boba tendía a permanecer en la política durante los años de 1820.Y los liberales de Santander estaban vinculados no sólo por sus comunes orígenes' regionales sino tam­bién por sus interconexiones familiares. No obstante,

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los tempestuosos conflictos entre los Mosquera y los Arboleda sugieren que las estrechas ataduras familia­res o sociales estaban lejos de tener una significación política absoluta.

3. El efecto de algunas experienciasUn último factor por considerar es el papel juga­

do por las múltiples experiencias que afectaron la for­mación de los vínculos políticos. Tales serían, por ejemplo, el impacto de la guerra o de otros aconteci­mientos políticos en la familia, las experiencias uni­versitarias, las asociaciones con jefes políticos y los matrimonios. Se podría esperar que estos factores tu­vieran al menos tanta importancia, en la determina­ción de la afiliación política, como las bases regiona­les y sociales de las familias. Parece, sinembargo, que estos factores tuvieron menor valor, en cuanto no. ope­raran tan consistentemente. Algunos individuos se vie­ron fundamentalmente afectados por aquellas experien­cias, en otros los efectos fueron imperceptibles o sim­plemente reforzaron los compromisos familiares esta­blecidos.

Un ejemplo notable de los efectos del conflicto po­lítico en la formación de la juventud de la Nueva Granada fue el impacto de la Guerra de los Supremos, en 1840, que intensificó la hostilidad de los jóvenes de familias liberales hacia los oponentes moderado-mi­nisteriales de sus padres. Es claro que los hermanos Samper, Salvador Camacho Roldán y Aníbal Galindo, entre otros, fueron confirmados en su compromiso con la herencia santanderista por el hecho de que sus pa­dres y tíos fueron perseguidos o muertos en la guerra mencionada.196

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La misma generación, en realidad los mismos in­dividuos, fueron también afectados por su período de aprendizaje político en la Universidad, no sólo por las corrientes intelectuales de la época, sino también por las experiencias compartidas. La comprensión de la doctrina liberal dentro de los estrechos confines de un plan de estudios conservador y de un régimen univer­sitario represivo produjo una explosión de liberalis­mo quijotesco, que encontró expresión en las extra­vagancias de los gólgotas de los años 1850 y de los radicales en los años 1860. La práctica, común en La­tinoamérica, de designar las corrientes políticas por las generaciones universitarias, tiene alguna aplicación en el siglo XIX de Colombia, no sólo para la genera­ción de 1840, sino también para un período anterior. Durante la crisis política de 1828-1831, los observa­dores contemporáneos vieron en los estudiantes uni­versitarios y en los abogados recién graduados de Bo­gotá, un grupo político cohesionado, unido en la opo­sición a los militares y en la defensa del gobierno consr titucional liberal. Retrospectivamente este grupo sería conocido como la “generación de 1828”, con la cons­piración septembrina contra Bolívar como su aconte­cimiento característico. Sin embargo, hay que hacer

.ciertas advertencias obvias sobre el concepto de la ge­neración universitaria. Primero, no obstante las im­presiones de los conservadores aprensivos de la gene­ración anterior, no existió una generación universita­ria realmente unida.. Aun en 1828 se contaba con un grupo substancial de estudiantes que simpatizaba o es­taba dispuesto a plegarse a una dictadura bolivarifina, de la misma manera que por los años de 1840 hubo numerosos estudiantes conservadores (probablemente tantos como los liberales). Segundo, las afiliaciones de la Universidad no fueron necesariamente perdurables

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—sirvan de testimonio las carreras divergentes de Flo­rentino González y Mariano Ospina Rodríguez de la ■generación de 1828.

Otro factor secundario fue la asociación con líde­res políticos o el patrocinio de estos. Se podría pre­sumir que ese factor tuviera una importancia funda­mental en determinar las afiliaciones partidistas. En muchos casos, sin embargo, no sucedió así. Manuel Murillo Toro, por ejemplo, sirvió y fue ayudado tan­to por conservadores como por liberales en su juven­tud; sin embargo, en su carrera posterior ciertamente no se reflejaron deudas con sus patrones conserva­dores.

El matrimonio fue otro factor que a veces operó conio determinante importante de las afiliaciones po­líticas, mientras en otros casos tuvo muy poco efecto. En un extremo tenemos la conversión de José María Samper del liberalismo más ardiente al conservatismo militante luego de su matrimonio con Soledad Acosta. En el otro extremo el matrimonio entre el General Pe­dro Alcántara Herrán y la hija del General Mosque­ra no evitó una acre división política entre el General Herrán y su suegro.

•Para resumir : las bases sociales de las afiliacio­nes políticas colombianas en el siglo" XIX, como es de esperar, no pueden sintetizarse en un esquema sencillo que satisfaga tanto por su simplicidad como por su aplicación universal. Las explicaciones convencionales de tipo ocupacional o de clase económica parecen ser inadecuadas. El enfoque regional tiene alguna validez, pero es excesivamente esquemático, en cuanto no expli­ca el desarrollo de una minoría opositora en ninguna región dada. El status social (en distinción a las cla-198

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ses económicas) parece tener algún valor como deter­minante pero es difícil de medir, envuelve juicios sub­jetivos sobre el stahts de los individuos y puede lle­gar a ser tautológico. Los otros factores discutidos pa­recen ser de importancia secundaria. Es obvio enton­ces que tenemos un largo trecho para llegar a un jui­cio adecuado acerca de las bases sociales de las alinea­ciones políticas. Estudios profundos de la política a un nivel local o regional, hasta ahora virtualmente inexis­tentes, ayudarían a precisar nuestros juicios generales. A medida que los datos más sólidos sean organizados en forma útil, podremos comenzar a hacer pruebas cuantitativas de nuestras proposiciones generales pa­ra determinar los límites de su validez.

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REFLEX IO N ES SOBRE H ISTO RIA ECONOMICA DE COLOMBIA, 1845-1930

D e W IL L IA M P A U L M cG REEVEY »

La falta de un detenido examen crítico del libro acaso se explica en parte por las restricciones de for­ma de la reseña que aparece por lo general en las revistas académicas: en las pocas palabras permitidas

* En el año de 1971 se editó en inglés el libro de W illiam Paul McGreevey que después se ha publicado en Colom­

bia con el título de H istoria Económ ica de Colombia, 1845- 1930 (Ediciones Tercer Mundo, 1975). Cuando primero apa­reció- este libro, se pudo reconocer como efectivamente fue reconocido en los comentarios subsiguientes, como una obra bastante ambiciosa de análisis e interpretación, un libro de gran envergadura, con elementos analíticos interesantes e hi­pótesis inventivas traídas en muchos casos de la ahora sus­tanciosa literatura sobre el desarrollo económico. Algunos his­toriadores norteamericanos con conocimientos de la historia colombiana hicieron algunos reparos sobre errores de relación de los hechos. Pero en la gran mayoría de los comentarios que aparecieron después de la primera edición no se recono­ció que también el libro sufría de fallas de método y de ló ­gica tanto en el análisis económico como en cierto sentido de la historia.

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a los comentarios, hay apenas espacio suficiente para resumir un libro sin poder entrar en un análisis de­tenido. En cuanto a una obra como ésta es imposible hacer un estudio adecuado dentro de los confines de las reseñas comunes. Porque un comentario adecuado requiere no únicamente una exposición de sus tesis, muy interesantes, sino también una advertencia ade­cuada sobre sus múltiples errores de hecho y fallas de análisis. Así es que un estudio detenido de esta obra no se publicó ni en los Estados Unidos ni en Ingla­terra. Pero una explicación posible de la falta de un examen crítico me ha molestado mucho: la posibili­dad de que los comentaristas no hubieran alcanzado a notar las fallas del libro. Por lo general los comen­tarios sobre la primera edición fueron hechos o por historiadores un poco desconfiados de sus capacidades en el campo de análisis económico, o por comentaris­tas sin conocimiento de la historia colombiana. Así, por varias razones, el libro antes de aparecer en su edición colombiana no recibió en las revistas acadé­micas publicadas en el extranjero un examen severo y exigente al nivel del análisis del libro mismo.

La falta de un escrutinio serio al libro en los Es­tados Unidos fue lamentable pero, a fin de cuentas, inevitable. La realidad es que en los Estados Unidos, para decirlo francamente, las posibles equivocaciones en una obra de historia económica sobre Colombia po­drían interesar únicamente a un grupo reducido de historiadores interesados en el país.

Pero cuando el libro se publicó en Colombia, la cuestión de sus fallas metodológicas y analíticas como también los errores en la relación de los hechos llegó a ser más urgente. El libro en traducción española cir­cularía como texto básico en las universidades y afec­202

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taría profundamente los conceptos que los colombia­nos pudieran tener de su propia historia. Me asaltó el temor de que si las equivocaciones y los puntos flacos del libro no se notaron cabalmente entre la co­munidad académica en los Estados Unidos, tampoco se notarían en Colombia. Temía que no se notariati porque relativamente pocos colombianos tienen cono­cimientos amplios de su propia historia económica. También temía que los colombianos que sí tenían es­tos conocimientos no publicarían observaciones muy críticas del libro, restringidos tal vez por un sentido de delicadeza. El libro entonces, saldría a circular entre los intelectuales y los estudiantes colombianos, sin la corrección o contexto crítico que debía encontrarse. Esto sin considerar la autoridad exagerada que ten­dría el libro por ser su autor un extranjero —porque por lo general los colombianos han concedido demasia­da importancia a las opiniones de los extranjeros so­bre el país. Así es que cuando el Instituto de Estudios Colombianos me invitó a participar en simposio sobre el libro de McGreevey, me sentí llamado a suplir las sanciones de disciplina y el contexto crítico que, pa­recía, no iban a aparecer de otra parte. En el en­cuentro que tuvo lugar en Bogotá en julio de 1975, yo salí lanza en ristre para defender los buenos pro­cedimientos históricos y corregir los errores mayores que encontraba en el libro. El resultado fue un comen­tario muy duro, que, sin poner mucha atención a los elementos buenos en el libro, se enfocó sobre sus erro­res de método y de análisis. En el simposio encontré que varios historiadores y otros estudiosos —tanto ex­tranjeros como colombianos— compartían algo de mi actitud crítica frente al libro. Los participantes en el simposio hicieron al libro una serie de críticas muy variadas desde distintos enfoques (corrección de la

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estadística, critica marxista, rectificación del análisis político, etcétera). Si las ponencias presentadas en ju­lio de 1975 salen publicadas en un libro de simposios, como ha proyectado hacer el Instituto de Estudios Qilombianos, a la obra de McGreevey no faltará un contexto crítico. Mientras tanto, como los editores de esta colección de ensayos me han solicitado mis con­ceptos sobre el libro de McGreevey, presentaré aquí un comentario un tantico menos agresivo y más sere­no, pero sin dejar de exponer las críticas severas que planteé en el simposio, y con la adición de algunas otras.

Para el historiador convencional, empero, el libro presenta algunos problemas. El problema principal es del criterio que debe usarse para juzgar la obra. Debe juzgarse como una exposición de un conjunto de con­ceptos sobre el desarrollo, o, en cambio, como una obra de historia? Aunque se reconozca la afinidad de McGreevey al primero, gran parte de los historiado­res en el simposio de 1975 se sintieron constreñidos a juzgar el libro como una obra de historia. Obvia­mente lo juzgaron así porque la historia es el punto fuerte de sus conocimientos. Pero también el libro da pie para esta clase de juicio porque se presenta como una obra de historia. Y se va a utilizar como obra de historia. Así es que muchas de las críticas dirigidas a McGreevey en el simposio tenían que ver con sus fallas como historiador. Aunque yo encuentro varios problemas en los análisis económicos de McGreevey, gran parte de lo que sigue representa un juicio, elabo­rado dentro del criterio del historiador.

En términos generales se puede decir que McGree­vey expone hipótesis económicas muy interesantes, pe­ro dista mucho de relacionarlas adecuadamente con204 ..

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los hechos reales de la historia. Frecuentemente está xontento con asentar como hecho histórico un patrón económico, social o político sin tomarse el trabajo de comprobar su realidad. O si lo hace, lo hace de una manera demasiado fácil. Este comentario intenta pri­mero rectificar algunos errores técnicos en la presen­tación de la información histórica, errores que fácil­mente podrían engañar o despistar al lector. Y en se­gundo lugar, señala algunos problemas en su com­prensión y análisis de los hechos históricos.

Consideraciones preliminaresCreo que es necesario concretar la problemática de

un juicio sobre el libro de McGreevey. McGreevey tu ­vo su entrenamiento en el campo de la economía del desarrollo, y no en el de la historia convencional. Aun­que ha metido al menos una pata en el camjx) de la historia, creo todavía se acomoda más al estilo y a los criterios de la economía. Este hecho se nota en su mo­do de proceder en las investigaciones llevadas a cabo en la elaboración de este libro. McGreevey empezó sus investigaciones bien armado de conceptos sobre el desarrollo y buscó en el terreno colombiano un caso donde podría comprobar (o al menos probar) la vali­dez de los varios conceptos. No se concibió su deber ejecutar la labor de burro en los archivos que los his­toriadores convencionales generalmente creen un fun­damento esencial de sus investigaciones. En lugar de esto, invirtió sus energías en algo sin duda intere­sante ; la consideración —por medio de estudios ya he­chos y de datos más o menos fácilmente conseguibles— de cómo los patrones de la historia económica colom­biana cuadraban con los diversos conceptos elaborados

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en el campo de la economía del desarrollo. El resulta­do es un libro de bastante vuelo conceptual y por lo tanto uno que es muy estimulante.

Una introducción a las tesis de McGreeveyPara orientar un poco al lector que i30siblemente

no ha leído el libro de McGreevey, creo qvie es nece­sario destacar las posiciones generales que él ha asu­mido frente al problema de explicar las pautas histó­ricas del desarrollo económico en Colombia. McGree­vey es de la opinión que las estructuras internas son mucho más importantes en determinar el desarrollo eco­nómico que los efectos del mercado externo. Aunque el impacto de la economía de exportaciones sí tiene un papel importantísimo en su análisis, McGreevey no cree que se puede explicar el éxito o la falta de éxito en las exportaciones en términos de variaciones en la demanda externa. Explícitamente niega que la falta de crecimiento en Colombia antes de 1880 pueda atri­buirse a la falta de demanda externa. En cambio, cree que Colombia no avanzó económicamente antes del 1880 por falta de iniciativa empresarial. Y esta falta de iniciativa empresarial (parece) se relaciona, aunque de una manera muy vaga y oscura en este libro, con varios factores internos.

Más adelante tendré algo que decir sobre la tesis de que la demanda externa no era el determinante de las pautas del desarrollo colombiano y sobre la tesis complementaria de que a Colombia le faltaba iniciati­va empresarial. Al momento quiero decir vmicamen- te que McGreevey da al lector muy poco para sos­tener una u otra tesis. La única comprobación que206

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ofrece de que no faltaba demanda externa es el he­cho de que los brasileños empezaron a cultivar el ca­fé mucho antes que los colombianos del interior del país. Uno podría añadir que los santandereanos del norte y los venezolanos empezaron a cultivarlo mucho antes también. Pero ni estos casos ni el del Brasil ofre­cen comprobantes de que el café debía de haber sido un éxito mucho antes en el interior de Colombia. Ase­verar esto es no considerar los factores específicos que afectarían el cultivo del café en el interior de Colom­bia, cosa que pasaré a considerar al fin de este ensayo.

Sí no ofrece una comprobación fehaciente de su posición sobre la demanda externa, tampoco lo hace en cuanto a la supuesta falta de iniciativa empresarial. Varias veces repetí la aseveración que hubo tal falta (por ejemplo, pp. 12, 18, 162, 163 y 243). Pero ofre­ce muy poco para sostenerla. En ambos casos —la tesis .sobre demanda externa y aquella sobre falta de iniciativa empresarial— son tesis que asevera sin de­mostrar. Son supuestos, que después se afirman como conclusiones.

En cambio, sí ofrece una discusión mucho más ex­tensa sobre los problemas de estructura social y eco­nómica que obstruían el desarrollo del país. Los prin­cipales factores internos que señala como obstáculos al desarrollo colombiano son la estructura de la tenen­cia de la tierra y lo erróneo de la política económica liberal de mediados del siglo XIX. En la primera sec­ción del libro McGreevey delinea la evolución de la política de la tierra, de los borbones españoles y de los granadinos republicanos, que llevaba a una con­centración de la tierra en pocas manos. En realidad no lleva ningún dato cuantitativo sobre el grado de la concentración de la tierra —conseguir datos de esta

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clase habría implicado una investigación muy deteni­da. Sin embargo, sin los datos necesarios para demos­trarlo, podemos a.sentir al supuesto de que hulx) tal con­centración, un supuesto que surge como de bastante importancia en la tercera sección del libro (capitulo IX ).

Aunque McGreevey en la primera sección del li­bro encuentra ciertas continuidades entre la política de los borbones en la colonia y los liberales en la re­pública, es a la política de los lU^erales que sobre todo dirige sus críticas. La segunda sección del libro (ca­pítulos 4-7) se trata de un análisis del impacto nega­tivo sobre la economía de las políticas liberales del período de 1880. Parece que uno de los puntos de ])artida de este análisis fue la observación de Luis Os­pina Vásquez que los ingresos reales de los jornale­ros bajaron en la segunda mitad del siglo XIX. Par­tiendo de esta base, McGreevey intenta demostrar por medio de un análisis de “costos y beneficios” que no sólo los jornaleros sino la economía eu conjunto su-' frió pérdidas durante este período, y que este dete­rioro puede atril)uirse a los efectos negativos de las políticas liberales.

La política aduanera de los liberales, orientada ha­cia el comercio externo, debilitó las clases artesana­les, disminuyendo asi sus ingre.sos así como sus con­tribuciones a la economía. A la vez, la política de dis­tribuir las tierras de los resguardos de los indígenas y de permitir la alienación de la tierra por los indíge­nas llevó a ima creciente concentración de la tierra en pocas manos, a la utilización ineficiente de la tierra en la ganadería, y a la depresión de los ingresos de los trabajadores rurales. (McGreevey también encuen­tra el mismo efecto en el secuestro de los bienes de208

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la Iglesia, cosa muy improbable porque estos ya esta­ban más o menos concentrados). La política liberal también debilitó al Estado central, haciendo difícil, si no imposible, la búsqueda de programas de' desarro­llo de largo alcance. Además McGreevey asevera que la política liberal de reformar en forma radical la eco­nomía, las instituciones gubernamentales, las relacio­nes entre' Estado e Iglesia, suscitó una polarización entre las élites colombianas que llevó a las guerras ci­viles de la época. Así de esta manera también la políti­ca liberal debilitó la economía. No estoy dispuesto a negar la validez de varios de los elementos en este análisis. Pero sí estoy en desacuerdo con la manera muy extravagante con que está elaborado y presenta­do. En el análisis de McGreevey en esta sección se encuentran las conclusiones fundadas sobre errores his- ■ tóricos, juicios ligeros y supuestos insostenibles.

En la tercera parte, McGreevey analiza varios ele­mentos de lo que él llama la “transición” hacia el de­sarrollo económico en I05 años entre 1885 y 1930. H a­ce hincapié en el papel de liderazgo de los antioque­ños en el desarrollo del país, y encuentra en la indus­tria del café el medio que permitió a los antioqueños desarrollar las manufacturas en la primera parte del si­glo XX. Hace una comparación entre la poca produc­tividad económica de la industria del tabaco, que se cultivaba en áreas muy limitadas cerca de Ambalema (y en otros lugares), y el gran impacto del café que llegó a ser cultivado en extensiones mucho más gran­des, y en muchas regiones del país. Anota la impor­tancia del café en estimular la construcción de ferro­carriles. En fin, hace una comparación de la relativa eficiencia del transporte al lomo de muía con la de los ferrocarriles, con el intento de demostrar matemática-

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mente la superioridad del ferrocarril sobre la muía —cosa que supongo pocos habían dudado.

Leyendo la tercera parte del libro, uno podría sa­car la conclusión de que el café fue el punto clave en el movimiento hacia el desarrollo en Colombia, pues creó las bases para la construcción de los ferrocarri­les y luego para las manufacturas. Asi uno podría pensar que la demanda en el exterior para el café fue el estímulo más importante en la transición hacia el desarrollo. En la conclusión de su libro, empero, McGreevey niega explícitamente esta clase de explica­ción. Aparece el café como el instrumento, el me­dio, con que los colombianos llegaron a desarollarse, pero no lo ve como prinum mobile. Para McGreevey el elemento clave, según parece, no fue el cultivo del café sino la decisión de cultivar el café. Dice que esta decisión no fue un reflejo de la demanda en el exte­rior, alegando que ya existía tal demanda en épocas anteriores. Así McGreevey ve el movimiento hacia la transición no como el reflejo- de un cambio en la de­manda externa sino como una creación de la voluntad humana actuando al unísono en la región de Antioquia. McGreevey explica el surgimiento de esta voluntad primero en términos de una respuesta a ciertos cam­bios demográficos. Pero, al fin del libro, en un aserto que ha suscitado más discusión que cualquier otro elemento del libro, concluye que surgió esta voluntad por razones desconocidas. Surgió porque sí. “Los co­lombianos realizaron la transición y comenzaron a de­sarrollarse porque así lo desearon” . En las secciones finales de este ensayo voy a analizar detenidamente los análisis y las conclusiones de McGreevey. Por ahora quiero hacer algunos comentarios sobre su metodolo­gía.210

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En ciertos respectos sobre todo como su relato de los hechos históricos, el libro representa una síntesis de lo que se podría sacar de las obras de investiga­ción e interpretación que lo han precedido. Se basa en gran parte en las investigaciones y observaciones fundamentales del pionero en la historia económica colombiana —-Luis Ospina Vásquez. (Debo añadir que lo mismo hacemos todos). También figuran como im­portantes fuentes de información y orientación en es­te libro las obras de Indalecio Liévano Aguirre (en lo socio-político), David Bushnell (política aduanera, 1850-1880), James Par sons (sobre Antioquia), John P. Harrison (industria del tabaco) y Roberto Beyer (café y su importancia en el desarrollo de los ferro­carriles). A veces también encuentro que se ha apro­vechado algo de las obras mías.

Pero si estas obras le sirvieron a McGreevey co- luo fuentes de información básica, lo que él ha creado es una obra muy distinta de cualquiera de las mencio­nadas arriba. A estas obras McGreevey ha añadido un análisis derivado de sus amplias lecturas en el campo del desarrollo económico, en base a los cuales ha intentado llegar a nuevos niveles de sofisticación analítica, a los que ninguno de los de arriba mencio­nados aspiraría. McGreevey también ha recogido da­tos estadísticos y los ha organizado para poder susten­tar las tesis, y ha introducido métodos de análisis nun­ca vistos antes en una obra sobre la historia econó­mica colombiana. Estas aportaciones metodológicas son estimulantes. Pero tengo grandes dudas sobre la utilidad de muchas de estas contribuciones metodoló­gicas.

LA CUESTION DE METODOLOGIA

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En cuanto a los métodos, el libro representa la im- jx)rtación a Colombia de algunos sistemas de análisis desarrollados en los Estados Unidos en los últimos quince o veinte años. Estos métodos son lo que se llama “la nueva historia económica”. La escuela de la nueva historia económica en los Estados Unidos hace alarde (como hace McGreevey en este libro) de ser superior a la historia económica tradicional. Se vanagloria de utilizar métodos más rigurosos que los historiadores tradicionales, por las siguientes razones. Primero, obran con hipótesis elaboradas; segitndo, in tentan probar la validez de las hipótesis con análisis cuantitativos sistemáticos; tercero, en el análisis cuan­titativo, exponen (o al menos dicen que debe expo­nerse) los métodos que utilizan para llegar a sus con­clusiones. Así el lector que duda de su validez puede satisfacerse replicando el análisis. Por lo tanto, ellos dicen, el método es más “científico” que la historia económica tradicional.

Sin querer negar lo deseable de la meta de una historia más rigurosa y científica, se hallan los pro­blemas que muchas veces encuentran los nuevos his­toriadores económicos en llegar a esta meta. El su­puesto fundamental de esta escuela es la necesidad de una comprobación cuantitativa de las afirmacio­nes. Una meta indudablemente muy deseable. El pro­blema es que muchas veces no existe la estadística necesaria para comprobar los asertos. Esto es cierto aún en los Estados Unidos, donde las estadísticas no sólo de este siglo sino también las del siglo pasado, son incomparablemente más amplias que las de Colom­bia- Hay dos clases de problemas. Primero, que muchas veces hay datos estadísticos que son de cali­dad poco confiable o son deficientes en cantidad o en-212

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vergadura. Enfrenta este problema, el nuevo histo­riador econóipico o puede dejar de hacer el estudio jx)rque los datos son deficientes o puede seguir con el estudio utilizándolos de todas maneras. Naturalmente, casi siempre escoge la segunda opción, a pesar de que esto inmediatamente pone en duda la base “científica” del estudio. En los Estados Unidos se ha armado últimamente una discusión bastante acalorada sobre un libro de dos de los nuevos historiadores económi* eos más respetados, Robet Fogel y Stanley Engerman, én el cual intentan comprobar que el sistema de escla­vitud fue más productivo que el de trabajo libre y que, a la vez, los esclavos no eran tan maltratados co­mo antes se había expuesto. (No fueron golpeados mucho, pudieron casarse, etc.). Una de las criticas más fuertes de esta muy criticada obra es que estos asertos se han basado sobre datos muy parciales qué (entre otras cosas) no significan lo que Fogel y En­german daban a entender. Entonces una de las ten­dencias de la nueva historia económica, en sus esfuer­zos de crear una historia científica, es la de utilizar datos inadecuados o inválidos y pretender que son ade­cuados y válidos.

Otra característica de los nuevos historiadores eco­nómicos es la de inventar o crear datos cuando los da­tos existentes no son suficientes. Así se pueden llenar los vacíos en la historia iX)r medio de relleno mental. Según los cánones de la nueva historia económica, esto se puede hacer si uno hace ima explicación y una jus­tificación de los métodos utilizados al inventar los da­tos. Así, en esta clase de historia muchas veces una gran parte de la exposición se enfoca en la justifica­ción de estas invenciones. Estas características de la nueva historia económica me preocupan mucho. Me

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preocupan porque en realidad están jugando con esa fe en los números que cada vez más caracteriza al mundo académico. Los nuevos historiadores económi­cos parten de la base de que los números representan una clase de datos mucho más significativos que cual­quiera otro. Gran parte del mundo moderno estará de acuerdo. Por consiguiente los nuevos historiadores utilizan números sospechosos (muchas veces sin ad- íTiitirlo) o, con maniobras un tanto complicadas, los inventan. Luego ponen los números no confiables o in­ventados en cuadros gráficos en donde sus origenes sospechosos se pierden para el lector común, que por lo general no va a molestarse con una investigación a fondo de la base estadística de la cosa.

Sin realmente comprender la debilidad de la esta­dística, el lector lo va a creer, porque lleva en sí la fuerza mágica, la fingida certeza de los números.

Y no es únicamente la posibilidad de que afirma­ciones inválidas, respaldadas por números sospechosos, sean creídas por parte del lector corriente; también hay el problema de la utilización de estos númefos por el mundo académico. Lo que pasa es que un inves­tigador de un tema necesita un dato o una serie de da­tos, y sí estos ya existen en un libro, es muy fuerte la tentación de tomarlos, en la suposición de que son válidos, y utilizarlos como tales. Así, con el respaldo del prestigio de la historia cuantitativa, los datos ma­los o sospechosos pueden entrar a correr en la san­gre académica como datos sólidos y fundamentales.Y ima vez que están en la sangre académica difícil­mente se corrigen los errores subsecuentes.

Hay algunos de actitud más optimista que tienen fe en que estos errores al fin se corrijan por medio del escrufinio y la crítica de los otros investigadores214

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en el mismo campo. Yo no comparto tal fe. En algu­nos casos famosos, como en el de la obra de Fogel y Engerman, las rectificaciones llegaron muy rápida­mente. Pero esto sucedió porque el tema de la escla­vitud es muy apasionante en los Estados Unidos, en donde además hay una comunidad muy grande de in­vestigadores en las universidades, todos listos a salir a la batalla contra las tesis de los colegas. En cam­bio, en un caso como el del libro de McGreevey, en el cual el tema no llama tanto la atención del mundo académico en los Estados Unidos, la sanción contra los malos procedimientos con los números nunca vi­no. Ni tampoco vendría, acaso, del mundo académico en Colombia, en donde no hay tantos adiestrados en la historia cuantitativa y puede ser posible hacer pa- .sar el misterio de los números.

Como se deduce de la discusión anterior, el libro de McGreevey comparte muchos de los vicios de la es­cuela de la “nueva” historia económica. Y lo malo es que los contiene en un grado extremo. Esto sucede en parte porque McGreevey estaba tratando de apli­car estos métodos cuantitativos en un país en donde estadísticas económicas para el siglo pasado casi no existen. En realidad, no existe una estadística que jxídría servir como base para la clase de estudio que .VlcGreevey quiso hacer. Pero él no se dejó doblegar l>or este problema. Siguió con la estadística mala o in­ventada. Pero, a veces, no deja muy claro para el lec­tor de dónde sacó los datos. Ni, en el caso de inven­tarlos, justifica adecuadamente su modo de hacerlo.

Es muy difícil, en realidad, comprobar la validez de los datos cuantitativos que McGreevey utiliza. Al menos en una tercera parte de sus 41 cuadros, y en particular en los cuadros básicos sobre los cuales cons­

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truye los siguientes, no cita fuente alguna. Lo mismo sucede con muchas de las 18 figuras gráficas que uti­liza. Muchas veces refiere al lector a la nota sobre las fuentes que aparecen al fin de la obra. Pero esta nota ofrece sólo una discusión muy general de las fuentes, que a veces no permite averiguar de dónde exactamente se sacaron los datos ni cuál era su natu­raleza dentro de las fuentes originales. Así es impo­sible juzgar la calidad de los datos, cosa importantí­sima en cualquier obra que pretenda utilizar una ba­se estadística.

Con este procedimiento McGreevey obviamente de­ja de seguir el sistema que él anuncia en la introduc­ción del libro. Allí dice (p. LS de la edición espa­ñola) :

"A través de la obra, se ha seguido el principio de que el trabajo de un científico social debe ser presentado en forma tal que pueda ser repetido por otros investigado­res competentes del tema. La adhesión a este principio es garantía de que cualquiera conclusión puede ser pues­ta a prueba repitiendo la investigación necesaria. Además, no se ha utilizado ningún material que no esté al alcance de cualquier otro investigador”.En cierta manera es cierto que no ha utilizado nin­

gún material que no esté al alcance de otro investi­gador —en el sentido de que el libro de McGreevey está basado casi completamente en obras secundarias. Pero no es muy cierto que el material está al alcmcc de otros investigadores, porque, como él cita su mate­rial por lo general de una manera muy vaga, seria muy difícil encontrar los datos a que se refiere. En este sentido, no es cierto que se puedan replicar las investigaciones. En la medida que no cita precisamen­te las fuentes de los datos, no se puede seguir su pista.216

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En los pocos caeos en donde McGreevey mencio­na las fuentes de las estadísticas, las citaciones no me­recen mucha confianza. El cuadro 16, sobre los valo­res de la tierra, se fundamenta sobre referencias va­gas que. se encuentran en fuentes literarias, algunas de las cuales no ofrecen base ninguna para derivar datos económicos confiables. En un caso, el autor de­riva los precios de la tierra en el Valle del Cauca de una referencia no muy clara de un viajero extranje­ro. (El viajero, Isaac Holton, dice que compró un pollo a un precio que él consideraba justo para un acre de tierra: 40 centavos. No es claro que Holton esté hablando del precio de la tierra en el Valle: ha­bría podido ser de los Estados Unidos. En todo caso no dice qué clase de tierra tenía en mente). A pesar de la obvia invalidez de esta clase de “estadística", McGreevey la incorpora en sus tablas para que la dis­frute el lector. Pero sin la adecuada advertencia de su pésima calidad.

Además del poco cuidado con la calidad de las fuentes, el autor añade un trato muy frívolo de los mismos datos. Por ejemplo, en el mismo cuadro so­bre precios de la tierra, incluye muchos datos que son completamente incomparables, porque no son series a través del tiempo (time series) de las mismas regio­nes, sino datos dispersos recogidos para diversas re­giones con características muy distintas. El cuadro, entonces, no tiene ninguna validez. Pero se utiliza co­mo si ia tuviera.

También hay el problema de la interpretación que McGreevey da a los datos. A veces los interpreta de una manera inversa de su verdadero sentido. Por ejem^ pío, en la página 123, McGreevey discurre sobre el

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efecto del alza de las exportaciones después de 1850 en aumentar los precios de la tierra. Dice:“Las tierras ubicadas en áreas de cultivo de productos de exportación experimentaron los mayores aumentos en valor. En la región del Magdalena, los precios de la tie­rra se duplicaron durante el auge del tabaco entre 1850 y 1865. La hacienda Bunch, de 14.429 fanegadas, había sido comprada originalmente por $ 30.000; en 1854, esta­ba en venta por $ 100.000”.Seguramente el lector, dado el contexto, va a creer

que la hacienda Bunch fue ubicada en la región taba­calera del Magdalena, y así experimentó este auge tan notable en su valor. Tal vez el autor mismo está co n ­vencido de esto. En realidad, la hacienda de Bunch estaba ubicada en Pacho, bastante lejos de las tierras tabacaleras; y el aumento de su valor provenía no de la economía de exportación sino del hecho de que en esta hacienda se encontraba la ferrería de Pacho. En­tonces, los datos citados por McGreevey no tienen re­lación a su comentario sobre el auge de la exporta­ción y los precios de la tierra. Pero McGreevey los 'atiliza así en todo caso. Parece que da lo mismo.

La misma falta de discriminación en el trato de los datos se muestra en uno de los cuadros básicos del libro, cuadro 6, sobre los fletes de transporte terres­tre. En esta tabla McGreevey utiliza más o menos cin­cuenta referencias de fletes que sacó de una tabla en mi tesis doctoral. Pero en la tabla de mi tesis los fletes aparecen no sólo con especificación de la fuente sino también de las condiciones en que ocurrieron (época de lluvia o verano, terreno pendiente o llano), circunstancias de suma importancia en una época eti (jue el modo de transporte era la muía, ya que la llu­via o el terreno pendiente muchas veces doblaba el218

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precio del flete. McGreevey trae estos datos sobre fle­tes en condiciones concretas pero sin hacer caso de la importancia de estas condiciones, hace aparecer es­tos fletes en el libro como promedios anuales. No es que diga que son promedios anuales. Pero como tam­poco advierte lo contrario, muchos lectores segura­mente pensarán que son promedios anuales. Parece, entonces, según el cuadro 6 de McGreevey, que hubo violentas fluctuaciones en los fletes de un año al otro —por ejemplo en 1849, 14.6 centavos por tonelada- kilómetro, mientras en los años inmediatamente ante­riores los fletes citados eran de 47.6 centavos ix>r to­nelada-kilómetro. Lo que pasa es que unas citas son en época seca. Otras del período de lluvias. Pero apa­recen como si fueran promedios y el lector que se de­tenga en estudiar esto.s números imaginará tal vez que el ganado mular sufrió periódicamente epidemias que recortando su número dramáticamente causaron estas fluctuaciones violentas. Después, para agraviar toda­vía más el trato de los mismos datos, McGreevey cal­cula un promedio de todos los fletes citados, sin pen­sar aparentemente en el problema de cuál pondera­ción de estos datos sería representativa.

Estos malos procedimientos ya citados acaso no tienen mucha trascendencia en cuanto a los análisis e interpretaciones centrales de McGreevey. No afec­tan sus conclusiones de una manera importante. (Otros sí, que analizaré después). Pero los procedimientos mismos me preocupan. Me preocupan porque en el mundo académico entran a circular fácilmente datos estadísticos falsos o de mala calidad. Por eso, ruego a McGreevey, y a otros que puedan estar tentados de seguir su ejemplo, por favor, que sean más respon­sables y menos descuidados.

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Esto en cuanto a los datos “históricos” que utiliza McGreevey. En cuanto a los datos inventados, tengo comentarios semejantes. La invención de datos por los métodos de la llamada nueva historia económica me preocupa por la posibilidad de que los lectores pe­rezosos o descuidados puedan confundirlos con los datos reales. Pero, aún en el supuesto que esté bien y sin peligro la invención de datos, los procedimien­tos utilizados por el autor de este libro no se justifican siquiera por los cánones de la escuela de la historia contra-factual. La base fundamental de la nueva his­toria económica, sin la cual ella no tiene ninguna vali­dez, es la justificación rigurosa de los datos inventa­dos. En este caso el autor rara vez se toma el trabajo de hacer una justificación cuidadosa de sus inven­ciones.

Un ejemplo de esta tendencia ■—realmente es un ejemplo de ligereza analítica— se encuentra en el argu­mento sobre el impacto del incremento del comercio exterior en la segunda mitad del siglo XIX (Capítulo V II). En este caso él juego que McGreevey hace con los números no es una cosa de poca significación para su tesis : es importantísima para sostenerla. Para in­dicar el efecto del aumento de las importaciones en causar el estancamiento de las industrias artesanales, McGreevey inventa una serie de datos sobre el consu­mo doméstico de bienes importables. El modo de in­ventar los datos es así. Dice (p. 172) que en los años 1845-49 el promedio de las importaciones totales fue US$ 2.5 millones, “Haciendo un cálculo arbitrario, ,yo subrayo) puede decirse que, en 1845, el consume

nacional de productos importables era de unos $ 23 rnillones”. ¿Cómo llegó a este número? Pues, arbitra­riamente. Entonces, sigue: “Puede suponerse, además,220

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que la demanda por estos productos se extenaia a igual ritmo que la población (1.5% anual), de mane­ra que, para el período 1845-85, dicha demanda sería lo que indica en la primera columna del cuadro 21”.

Así, McGreevey construye esta columna sobre dos suposiciones arbitrarias.

Después de construir su columna de números ficti­cios sobre el consumo de bienes importables, McGree­vey procede a sustraer la cantidad de bienes importa­dos, para dar, como saldo, lo que él supone ser la pro­ducción doméstica de productos importables. Es de­cir, lo que fue consumido sin importar debía de ser producido por los artesanos. Así, McGreevey trata de mostrar el impacto de las crecientes importaciones solire los artesanos.

Hay dos problemas con este procedimiento (fuera de la arbitraria columna del total de consumo de bie­nes importables). Primero, McGreevey supone que no hubo ningún camibio en la composición de los con­sumos; así todo k) importado representaba una de­ducción del ingreso de los artesanos. Pero su posición me parece muy dudosa. La realidad es que entre 1870 y 1890 hubo una creciente importación de bienes de capital, en la medida que Colombia empezaba la cons­trucción de sus ferrdtarriles. Luego no-se puede con­siderar toda la monta de importaciones como algo res­tado del producto de los artesanos. También hay que notar que en el periodo 1850-1900 los artesanos co­lombianos producían para la exportación un número considerable de sombreros de palma. Así, no se puede calcular la monta de su producción por medio de de­ducir las importaciones de la supuesta monta de con­sumos de importables.

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Aunque el lector pueda cansarse con toda esta dis­cusión de números, procedimientos y cálculos, este asunto es importantísimo de comprender porque cons­tituye uno de los fundamentos principales de la tesis de McGreevey. Después de hacer un cálculo de la cantidad de plata sustraída de las manos de los artesa­nos por medio de las importaciones, McGreevey luego utiliza estos mismos números para hacer un cálculo de los costos y beneficios de la política económica de 1850-1875. En la p. 175 McGreevey hace una com­paración de los efectos negativos de las importacio­nes con los beneficios de las mismas. Para conseguir un estímulo de los efectos negativos, él multiplica las pérdidas de los artesanos (un número ya inventado, como se describe arriba) por un factor de 3. (La su- ix)sición es que la producción de los números arte­sanos tendría un efecto multiplicador en la economía local).

Empero, en el cálculo de los beneficios de las im­portaciones, multiplica la monta de las importaciones por únicamente 1.5 (se supone es menor el efecto multiplicador). Pero nunca justifica la selección ni del 3 ni del 1.5. Como comentaba Alberto Umaña en el simposio de 1975, ¿por qué no utilizó otros multi­plicadores, 2.8 y 2.0, etc.?

La razón es que con otros lílultiplicadores no ha­bría podido conseguir el resultado negativo que bus­caba. Esta invención de números sin una justificación cuidadosa viola todos los supuestos cánones de la nue­va historia económica, que permite invenciones pero exige también justificaciones apropiadas.

Estos cálculos tan sospechosos entonces entran a formar un renglón en el gran cálculo de los “benefi­cios y pérdidas” de la economía de exportación (p.222

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181). No quiero cansar al lector más (aquí, al menos', volveré después de un descanso) con estos análisis de números. Es suficiente decir aquí que casi todos los elementos en el cálculo de costos y beneficios en las pp; 181-182 están basados sobre supuestos igual­mente sospechosos. Creo, empero, que los números tienen una función importantísima. La función es pre­cisamente la de enredar 1 lector hasta cansarlo, pero dejándolo impresionado con el aparato.

PROBLEM AS DE ANALISISEL TRASFONDOEl descanso prometido al lector tendrá la forma

de un repaso, capítulo por capítulo, de los análisis que se encuentran en el libro. Las fallas analíticas varían en carácter de un capítulo a otro, según el contenido. En algunos casos el problema parece reflejar un lap­sus de lógica, o el olvido de una consideración crítica. En otros capítulos el problema parece radicarse en hacer mal uso de los datos o la falta de información. En otros la falla está en cierta ligereza metodológica. En algunos capítulos hay una mezcla de todos los tres.

En la primera parte del libro, sobre el período de 1760 a 1845, McGreevey expone una tesis muy inte­resante y original, para explicar la sobrevivencia de los artesanos en la colonia. Por lo general se explica la industria artesanal en la colonia por los altos costos del transporte, así como por la política comercial res­trictiva de la corona. Y el declinamiento de los arte­sanos después de la independencia se explica, por lo general, por la adopción de la política de librecambio y de modo menos abrupto por la baja en los costos de

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transporte. McGreevey, sin negar estas interpretacio­nes tradicionales, plantea una hipótesis novedosa ha­ciendo hincapié en la transferencia de capitales como medida no intencional de protección de los artesanos coloniales. Dice que la extracción de capitales por me­dio de los impuestos redujo la capacidad de importar y asi dio alguna protección a los artesanos (capítulo II, especialmente pp. 28-36 y 46-47).

Este argumento muestra una mente muy imagina­tiva e inventiva pero el modo de sostenerlo también la muestra poco cuidadosa. McGreevey utiliza como dato sobre la extracción de capitales por medio de im­puestos los estimados hechos por Alejandro von Hum- boldt. Pero estos, muestran una extracción de capital, por medio de impuestos de sólo 600.000 pesos anua­les. Parece que para McGreevey esta cantidad no era de monta suficiente para hacer el argumento muy fuer­te. Por eso, añadió a los capitales extraídos por im­puestos una figura imaginaria de oro en polvo sacado de contrabando. Así las extracciones llegan a ser más considerables. El problema con esta maniobra es que McGreevey no considera la posibilidad, sino la certe­za, de que una gran parte del oro de contrabando fue­ra utilizado para pagar las importaciones de bienes de consumo (sobre todo comprados en Jamaica y lleva­dos de contrabando). Así a McGreevey se le fue la mano con este argumento. Mientras los oficiales rea­les estaban “protegiendo” los artesanos con sus impues­tos, los comerciantes estaban desprotegiéndolos con el oro de contrabando, y en una cantidad posiblemente mayor que el capital extraído en impuestos.

Cabe añadir que en todo caso no es muy claro que la extracción de capitales sirviera como una protec­ción muy eficaz a los artesanos. Sj debilitó la capaci-224

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dad de importar, por lo mismo se debilitò el poder de consumo interno. Así es que todavía me parecen más convincentes las explicaciones tradicionales que las muy originales que se encuentran en este libro.

PROBLEMAS DE ANALISIS.EL PERIODO LIBERAL

Las fallas de la primera parte del libro, aunque l)uedan despistar al lector, no tienen mucha importan­cia para el argumento central, porque la primera ])arte no es más que un trasfondo. En cambio, la se­gunda sección tiene una parte integral en el argu­mento. Es en esta sección en donde McGreevey hace

* N o quiero recargar este ensayo con los muchos detalles equivocados; pero tampoco quiero dejarlos inadvertidos.

Asi les hago a algunos una referencia. E n ,lo politico, pinta a! general Mosquera como converso reciente al centralismo en los 1850s, cuando había sido el presidente más centralista en 1845-49 y estaba para ligarse con los federalistas en la época mencionada por McGreevey. Dice que en 1857 los radicales apoyaron a Mariano Ospina Rodríguez, el candidato conserva­dor para la presidencia, uniéndose con los conservadores contra los liberales draconianos. El hecho es todo lo contrario. Los ra­dicales apoyaron a su líder predilecto, Manuel Murillo Toro, quien recibió un número de votos no muy inferior a Ospina. Fueron los liberales draconianos los que dividieron sus sufra­gios entre Mosquera y Ospina. Aunque los errores económicos .se destacarán en el texto de este ensayo, quiero mencionar aquí uno pequeño que no tiene importancia en el argumento, pero sí puede desorientar a los lectores. McGreevey dice que la tasa de los censos (por préstamos de instituciones eclesiásticas, etc. ) era de 6 por ciento ; en realidad, casi siempre era 5%.

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el argumento de que las reformas liberales a media­dos del siglo XIX tuvieron varios efectos económicos negativos —por debilitar el Estado y su capacidad de adelantar el desarrollo y también por restar in­gresos de la gran masa del pueblo. Aunque uno pueda estar de acuerdo en términos generales con este plan­teamiento, el argumento y el fundamento de hechos que presenta McGreevey sufren algunas equivoca­ciones o exageraciones que sería mejor no permitir se difundieran entre los lectores colombianos.

Voy a comentar la segunda sección del libro di­vidiéndola en sus tres segmentos mayores; los as­pectos socio-políticos (que se encuentran más que to­do en el capítulo 4, pero con elementos en el capítu­lo 7) ; el desequilibrio comercial y sus causas (capí­tulo 5, pero con elementos del argumento también en los capítulos 7 y 9 ), y las consecuencias del des­equilibrio comercial (capítulo 7, pero con elementos del argumento en los capítulos 4 y 5).

EL PERIODO LIBERAL - ASPECTOS SOCIO-POLITICOS

En el primer capitulo de la segunda sección, el ca­pítulo cuatro, McGreevey explica los orígenes de la política liberal. Fue este capítulo más que cualquier otro el que suscitó las críticas de los historiadores con­vencionales en el simposio de 1975. Como este capí­tulo es el que más se sale del campo económico, en - trando en lo social y lo político, en donde sus cono­cimientos son limitados, McGreevey se expuso a mu­chos reparos tanto sobre cuestiones de hecho como sobre análisis.226

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Sin tratar de tocar todas las fallas de este capí­tulo, hay que señalar varios problemas mayores de análisis. El primer problema serio es que McGreevey tiene una idea muy artificial de la política de media­dos del siglo XIX. Describe los dos partidos de la élite como dos grupos jiolarizados en todos los aspec­tos. Los liberales, según McGreevey, eran comercian­tes que deseaban el libre cambio, la destrucción de ios resguardos (para poder apoderarse de las tierras apetecidas de los indígenas), la destrucción del poder de la iglesia, y la descentralización del gobierno. Los conservadores, en cambio, según McGreevey, eran to­do lo contrario —eran terratenientes que no tenían in­terés en el comercio exterior y así no se entusiasmaban por el comercio libre. Por eso, McGreevey deja en­tender, apoyaron la protección. También, él supone, tendían a sostener los resguardos así como el poder de la iglesia y el Estado central.

En muchos de estos puntos McGreevey, franca­mente, se ha dejado llevar por ciertos conceptos este­reotipados. En primer lugar, es muy difícil para la época de 1850 asignar profesiones muy específicas a los miembros de la clase alta*.

La realidad es que casi todos —de ambos parti­dos— eran terratenientes, en el sentido de que eran dueños de al menos una hacienda. Además, los mis­mos hombres muchas veces ejercían el comercio. Así, Francisco Montoya, quien McGreevey señala como el tipo ideal del comercio, y quien ocupó un punto

'clave en el comercio exterior, era a la vez dueño de

* Véanse también los planteamientos parecidos que se encuen­tran en el ensayo que precede éste.

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haciendas en las tierras frías de Boyacá. Otros que figuraron en la exportación del tabaco, como Fernan­do Nieto y Mauricio Rizo, también tenían intereses tanto en la economía doméstica de la tierra fría co­mo en la de exportación en la tierra caliente.

Én segundo lugar, aún si se pudieran distinguir comerciantes y terratenientes de una manera conve­niente, no los podría encontrar divididos claramente en dos grupos partidistas. McGreevey señala a los co­nocidos liberales como los Samper, Salvador Camacho Roldán y Aníbal Galindo como ejemplos del espíritu comercial. Y así lo fueron. Pero existían otros tantos ejemplares del espíritu comercial en el partido con­servador. Santiago Grajales, santafereño conservador y buen amigo de los típicos santafereños terratenientes conservadores, no fue terrateniente sino comerciante. Carlos y Leopoldo Borda, de una familia siempre afi­liada al conservatismo, figuraron entre los sobresalien­tes de Bogotá. Y otros dos comerciantes grandes de la capital, Francisco Montoya y Raimundo Santamaría, auncuando no militantes del conservatismo, mucho menos eran simpatizantes del liberalismo. Debe no­tarse que Montoya fue el cuñado y amigo de José Ma­nuel Restrepo, el hijo de José Manuel, fue socio y agente de Montoya Sáenz en Ambalema. José Manuel Restrepo mismo aunque ya anciano, llegó a invertir sus capitales en la producción y exportación del taba­co de Ambalema. Fuera de Bogotá también se encon­traron conservadores entre los comerciantes sobresa­lientes: Juan Qímaco Ordóñez y José Vicente Mar­tínez en Girón, Juan Francisco Martínez en Carta­gena, etc. ¿Y qué pensar de los grandes comerciantes de Medellin? La gran mayoría de estos —si tuvieron alguna filiación política— estuvieron ligados al lado conservador.228

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En tercer lugar, tampoco puede decirse que los liberales y conservadores se dividieron claramente en los dos lados de cada una de las cuestiones mencio­nadas por McGreevey. Mariano Ospina Rodríguez, el vocero del conservatismo (con José Eusebio Caro) en 1850, había sido un entusiasta del librecambio des­de 1842. José Manuel Restrepo y Lino de Pombo tam­bién eran librecambistas; lo habían sido aun en 1831- 35, la época de la más grande fascinación con el pro­teccionismo. No hay ningún indicio de resistencia de los conservadores al programa de libre cambio de Flo­rentino González. Hay que recordar que este progra­ma fue formulado por el ministro de un gobierno con­servador. Y en los 1850s, cuando primero se empezó a agitar la adopción del sistema de peso bruto, este cambio —que McGreevey identifica exclusivamente con los liberales— tuvo el apoyo de muchísimos co­merciantes sin ninguna simpatía con el partido libe­ral. Entre los adalides del sistema de peso bruto se encontraron muchos comerciantes de Antioquia, y en Bogotá otros comerciantes sin tacha de liberales, tales como Raimundo Santamaría, Nazario Lorenzana, Me- liton Escovar, Manuel Laverde y Leopoldo Borda (véa­se la Gaceta Oficial, 10 de marzo de 1853). No hay razón para creer que existía otra cosa <que un con­senso de los partidos sobre política aduanera desde 1847 hasta 1880.

Lo mismo con la cuestión de los resguardos. La abolición de los resguardos fue un propósito de todos los gobiernos republicanos desde los 1820s — tanto conservadores como liberales. En realidad, el más fuerte y efectivo impulso hacia la división de los res­guardos se notó en los 1840s, bajo los gobiernos con­servadores de los generales Pedro Alcántara Herrán

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y Tomás Cipriano de Mosquera. Esta fue otra cues­tión de consenso entre los partidos.

Y, al fin, casi lo mismo se puede decir de la des­centralización del gobierno. Es verdad que a fines de los 1840s, los conservadores, como partido gobernan­te, opusieron el movimiento hacia descentralización. Pero con los liberales controlando el gobierno, cambia­ron de posición y llegaron a ser fervorosos apóstoles de la descentralización.

Así, hubo únicamente una cuestión importante que dividió los dos partidos de una manera más que pasaje­ra —ésta fue, por supuesto, la del poder y la posi­ción de la iglesia.

Si en la discusión de las posiciones y conflictos de los partidos, McGreevey presenta un estereotipo exa­gerado, su cuadro X (esquema de los grupos y pun­tos de controversia colombianos, 1845-85, p. 91) es risible. Aquí McGreevey categoriza a los comerciantes y terratenientes como federalistas, los artesanos como centralistas, y los campesinos e indios contra la des­amortización de tierras de la Iglesia.

En realidad, no se sabe las posiciones que habrían tomado los comerciantes y terratenientes sobre la cues­tión federalista; pero dudo mucho que tuvieran nirí- guna posición clara y fija como grupos sociales. Y yo no sé con qué McGreevey puede respaldar la idea de que los artesanos eran centralistas y los campesinos hostiles a la desamortización. Con respecto a la des­amortización de manos muertas McGreevey identifica esta medida con la destrucción de los resguardos, como una que llevaba a la concentración de las tierras. Es posible que esto sucediera, si se supone que los com­pradores de los bienes desamortizados eran todos hom-230

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bres de grandes recursos. Pero esto todavía falta por comprobar ; otra vez McGreevey hace una aseveración muy firme sobre una materia de la cual no tiene nin­gún fundamento en datos. En todo caso, ¿cómo se puede saber la posición de los campesinos- sobre esta medida? Parece que McGreevey supone que estarían en contra porque la medida tal vez conduciría a,remo­verlos de la tierra. En realidad, no hay razón para creer que la desamortización implicaba'ningún cambio en el modo de utilizar las tierras. Significó nada más que el traspaso de éstas de unas, manos a otras, todas de la clase alta. El problema aquí es que McGreevey está siempre listo a pronunciarse con mucha autoridad sobre cuestiones de las cuales sabe muy poco.

Toda esta descripción estereotipada de grupos so­ciales lineados claramente en dos partidos políticos di­ferentes, con dos posiciones ideológicas opuestas, se utiliza para respaldar la tesis de que las reformas libe­rales, por abrir un cisma profundo entre los dos par­tidos, en efecto, cmsaron las guerras civiles y así de­bilitaron la economía. Tengo que confesar, con algún desconcierto, que, según parece, yo pueda ser uno de los orígenes de esta tesis extrema. (Me cita largamen­te McGreevey al respecto, p. 76). Así es que creo necesario aclarar la cuestión un poco. Yo sí creo que las reformas de mediados del siglo contribuyeron a agitar los espíritus y a debilitar el gobierno central, y así a crear un ambiente propicio para la guerra civil. Pero estas reformas no eran la única causa de las gue­rras como da a entender McGreevey. Como digo en la cita llevada por McGreevey a su libro, “El impacto de las innovaciones liberales ahondó las divisiones po­líticas en la sociedad colombiana y jugó un papel im­portante en causar frecuentes guerras civiles de la épo­ca” (El subrayado es mío, de ahora). Pero esto no

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quiere decir que estas controversias- eran las únicas causas de las guerra civiles. Solamente eran factores contribuyentes. La causa más importante de las gue­rras civiles fue la ambición de un grupo que estaba fuera del poder para desplazar a otro que en ese mo­mento manejaba el presupuesto. En todo caso, no de­ben entenderse los conflictos de la segunda mitad del siglo XIX en términos de una clara división de intere­ses entre grupos sociales como comerciantes y terra­tenientes, etcétera, etcétera. Respecto a la tesis de que las reformas liberales debilitaron al Estado central y asi demoraron el desarollo, creo que esta tesis tiene alguna razón, pero ■—como en el caso de la polariza­ción creada por las reformas liberales— no hay que exagerar su significado. En realidad, la tesis del de­bilitamiento estatal tiene dos aspectos, el uno directa­mente económico y el otro solo indirectamente econó­mico. El aspecto directamente económico es el efecto • de la descentralización en frustrar el desarrollo de las obras públicas. Se puede suix)ner que con la división de la responsabilidad entre el gobierno central y los nuevos estados era más difícil, llegar a un sistema ri­guroso de prioridades en la aprobación y financiación de la construcción de carreteras y ferrocarriles. Sin un sistema de prioridades, todos los estados, y el go­bierno central también, se lanzaron a la vez a la cons­trucción de vías de comunicación. En algunos casos sus esfuerzos se aplicaron a lo mismo sin complemen­tarse. Y en todo caso, se puede pensar que por ser muchos los proyectos era más difícil llegar a una con­clusión exitosa con cualquiera de ellos por la disper­sión de recursos. Pero hay que considerar también la otra faz de la cuestión; la posibilidad de que la auto­nomía relativa de los estados permitió en el caso de los estados con más recursos la iniciación de proyec-232

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tos regionales que posiblemente no habrían tenido res­paldo del gobierno central. Sobre todo en el caso de Antioquia se puede pensar que el notable desarrollo de esta región en los últimos decenios del siglo X IX puede atribuirse en parte al hecho de que este está,do relativamente rico pudo canalizar la gran mayoría de sus recursos en su propio provecho en vez de dedicar­los en una mayor proporción a los proyectos del go­bierno central. (Por este aspecto, como en otros, se notan los muchos paralelos, entre Antioquia y el esta­do de Sao Paulo en el Brasil: en ambos casos eran beneficiarios de un sistema federal, que les permitió utilizar sus recursos en obras de interés específico de la región).

El aspecto indirectamente económico es el que más enfatiza McGreevey, al menos en su análisis cuantita­tivo. Es el argumento de que la descentralización, por debilitar el Estado central, hizo más difícil la repre­sión de las guerras civiles y así tuvo el efecto de alen­tarlas. Contra esta posición hay que considerar los argumentos —tal vez no muy convincentes—- que opu­sieron los. liberales para justificar la descentralización.La posición de los liberales era que la adopción del sistema federal, por descentralizar las rentas, también descentralizó los conflictos civiles. El argumento libe­ral era que, con un gobierno federal, era menos im­portante capturar el gobierno central; por lo tanto, los conflictos que fueron motivados por cuestiones me­ramente regionales no tenían que involucrar toda la nación y así alcanzaron grados menores de destruc­ción. Creo que hay problemas con este argumento li­beral. Uno es que, como el presidente nacional fue es­cogido por las votaciones electorales dé los “estados so­beranos” y no por votación popular, el control de cada

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estado sí tuvo importancia en la política nacional. Sin embargo, en la época federal no era necesario contro­lar todos los “estados soberanos” porque el presiden­te se elegía por la votación de la mayoría de ellos. Por lo tanto, para el partido que controlaba el go­bierno central era necesario unicamente tener un con­trol seguro de cinco o seis de los nueve estados. Visto desde este punto de vista, se podría pensar que el sis­tema federal tuvo la ventaja de permitir cierta tole­rancia entre los partidos. Así los radicales en el go­bierno nacional podían tolerar el dominio conserva­dor en Antioquia. La cuestión llegó a ser grave, y mo­tivo de guerra civil, unicamente cuando los grupos no radicales (conservadores y nacionalistas) amenazaron el control- de los radicales sobre la mayoría de los es­tados.

También hay que considerar —respecto a la tesis de que la descentralización fue responsable de la con­tinuación de las guerras civiles— que las guerras civi­les no terminaron con el fin del sistema federalista. En 1895, poco después de la muerte de Rafael Nú- ñez, hubo una guerra civil, y cuatro años más tarde el país sufrió la Guerra de los Mil Días, sin duda la más tremenda disrupción del país antes de empezar la vio­lencia de épocas más recientes. Así, no creo demasia­do fácil echar toda la culpa de las guerras civiles so­bre los hombros de los liberales y sus reformas.

Aunque pueda parecer muy obvio que los libera­les y sus políticas no tenían toda la culpa de estas dis- rupciones, es necesario discutir la cuestión en estos términos, porque es en estos términos que proyecta la cuestión McGrevvey. Y sobre todo porque insiste en cuantificar, en su balance de costos y beneficios, los resultados de la política liberal. Cuando llega a ha-234

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cer este balance (pp. 180-181), en el acto de conside­rar el impacto de la política liberal sobre los campesi­nos, el renglón más importante es el de las pérdidas que ellos debían sufrir por los conflictos civiles. En el balance de los efectos de la política liberal sobre los campesinos, e impacto de las guerras civiles figura como casi el 80 por ciento de las pérdidas de los cam­pesinos. Hay dos problemas aquí. Uno es la falta de justificación para considerar —en términos matemáti­cos— la política liberal como única responsable de las guerras civiles. (Porque esto es lo que signifi­ca asignar a la política liberal todas las pérdidas eco- nómicas de las guerras). El otro es —si no se jus­tifica considerar las guerras como la responsabilidad de la política liberal— entonces, en realidad, según los cálculos de McGreevey, los campesinos no salie­ron perdiendo por la política liberal. Véase la página 180).

Los problemas creados por tratar de hacer un cálcu­lo económico del impacto de la política se encuentran en otros lugares, en algunos en una forma exagerada. En su consideración de los muchos problemas del aná­lisis político (en el capítulo 4) varios de los expertos en la historia política que asistieron al simposio de 1975 señalaron lo falaz del Cuadro X I (pp. 96-97), que McGreevey presenta para comprobar el proceso del debilitamiento del Estado central. En este cuadro se hace una comparación cuantitativa de la duración de los términos administrativos de los presidentes de Colombia en distintas épocas. Concluye (p. 93) que entre 1830 y 1863 y 1884, 16.1 meses; entre 1884 y 1966 (?) de (34) meses. Esto supuestamente para demostrar que las reformas liberales debilitaron al Es­tado y agitaron al país, así creando más inestabilidad.

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En el simposio de 1975, José León Helguera se­ñaló algunos de los problemas con este cuadro XI. Notó Helguera que McGreevey incluyó entre los go­bernantes del siglo XIX muchos vice-presidentes y de­signados que en realidad no eran los depositarios del poder real, mientras excluyó del cuadro los muchísi­mos designados del siglo X IX que sirvieron tempo­ralmente de la misma manera. Fuera de este proble­ma, aun obrando con la hipótesis de que los datos de McGreevey no tuvieran fallas, en todo caso no pare­cen mostrar muy claramente la validez de sus tesis. Porque, según los datos de McGreevey, hubo mucho más inestabilidad bajo el régimen centralista de la primera mitad del siglo que bajo el régimen federal implantado por los liberales que rigió de 1863 a 1884. Según los datos de McGreevey el término presiden­cial promedio entre 1830 y 1863 fue unicamente 14.0 meses, y esto bajo un sistema en el cual se suponía un término legal de 4 años. Quiero decir que el tér­mino medio en este período equivale unicamente al 29 por ciento del término legal. En cambio, entre 1863 y 1884, cuando el término legal era 16,1 meses, o sea el 67 por ciento del término fijado por la constitución.

Aún en el supuesto que uno pudiera aceptar este método de medir la estabilidad, los resultados pare­cen mostrar que las reformas liberales llevaron a más estabilidad y no a menos, como dice McGreevey. Creo que en realidad tal conclusión sería una ilusión. Lo que tenemos aquí es una falla doble; metodología ri­sible y tergiversación de las implicaciones de los da­tos —todo para llegar a una conclusión ya propuesta.

El cuadro X I representa un problema metodo­lógico. (Refleja la manía de intentar cuantificar to­do, aunque sea de una manera falaz, que se encuentra236

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a través de la obra de McGreevey). Pero hay otros problemas en el aspecto político del libro que repre­sentan problemas analíticos en un sentido mayor. Sobre todo en la discusión sobre la adopción de la política de libre cambio, a mí me parece que McGre­evey muestra una notable falta de comprensión his­tórica, esto es, una falta de comprensión de las cir­cunstancias que conllevan a un consenso sobre esta política. McGreevey describe su adopción como si fuera una cosa hecha en completa libertad por los políticos colombianos y como si pasara', en un vacío histórico. No hace ninguna referencia a las expe­riencias colombianas que habían precedido la adop­ción de la tarifa de aduana de 1847, ni de los facto­res externos que influyeron en ello. Empezando su discusión con las medidas de Florentino González en 1847, McGreevey dice que esta política era el pro­ducto de la confluencia de la ideología económica li­beral y los intereses de las clases altas. No voy a ne­gar la existencia de esta confluencia. Pero la adopción de la política de un libre cambio extremo no se ex­plica únicamente de esta manera. ¿Si esta política era únicamente producto de la confluencia de ideo­logía liberal y de intereses de la clase alta, por qué no se produjo antes? No existía la ideología econó­mica liberal antes del año de 1847? Claro que sí ¿En­tonces cuáles eran los intereses de la-clase alta que se mostraron precisamente en esta época y por qué se mostraron? Para explicar el desarrollo del inte­rés de la clase alta en el libre cambio extremo hay que fijarse en las experiencias de los años preceden­tes, como también en las influencias de los factores

■ externos de esta época. McGreevey pasa por alto am­bos factores porque la tesis que él presenta es que la falta relativa del desarrollo en el período se debía a

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deficiencias internas (sobre todo de la clase dirigente) y no a factores externos.

Asi McGreevey (deliberadamente?) deja comple­tamente fuera de su explicación toda la experiencia de los años 1833 a 1845, cuando una parte de la élite en Bogotá trató de fundar industrias manufactureras sin mucho éxito. Esta falta relativa de éxito en los prime­ros intentos de establecer manufacturas, fue un factor que condicionó la adhesión de toda la'clase alta des­pués de 1845 a la doctrina de la división internacional de trabajo. (Esto en contraste con los 1830s, cuando la élite granadina estaba dividida entre librecambistas orientados hacia el comercio exterior y proteccionstas que abogaban por cierta autarquía).

Por lo mismo McGreevey deja fuera de su expli­cación los cambios notables en la política económica del mundo atlántico que seguramente influyeron en los cambios paralelos en la Nueva Granada. Es muy notable que Florentino González empezara su campa­ña con una política de lil)recambio extremo inmedia­tamente después de que el gobierno británico adoptó la política de abrir sus mercados más ampliamente a productos agrícolas extranjeros. El hecho de que Co­lombia respondió positivamente a esta apertura ingle­sa no debe ser motivo de vergüenza nacional. También los Estados Unidos y otros países del occidente res­pondieron en el mismo, sentido. Otro factor externo que influyó en esta orientación más marcada hacia el comercio exterior fue el auge del tabaco colombiano en los mercados europeos durante la misma época.

Las explicaciones, los cálculos y los modelos de McGreevey tienen como fundanxento la suposición de que los líderes colombianos tuvieron opciones ilimita­das en la formación de la economía nacional. Esta su­238

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posición, me parece, no se justifica. Carece de realis­mo y de sentido histórico, y hasta se puede tachar el resultado como demagógico.

LA EX PA N SIO N Y EL DESEQ U ILIBRIO DEL COMERCIO EX TERIO R BAJO LAS REFORM AS LIBERALESEl capítulo quinto tiene como enfoque la expansión

del comercio exterior de Colombia después de 1845 y el desequilibrio entre las exportaciones e importa­ciones de la misma época. Se trataba de mostrar con nuevas estadísticas que había un desequilibrio —una balanza negativa en el comercio exterior— aún en al­gunos años en los cuales antes se había pensado que la balanza era favorable. El mismo capítulo ofrece ex­plicaciones del por qué del desequilibrio y señala algu­nos de los efectos sociales del crecimiento exterior.

En este capítulo se encuentra uno de los elemen­tos del libro que más llama la atención: es la nue­va estadística que McGreevey ha elaborado sobre el monto del comercio exterior. Es esta nueva estadística la principal contribución de McGreevey en la reco­lección de nuevos datos.

Antes de aparecer la “nueva estadística” de Mc­Greevey, ya se sabía que la estadística colombiana so­bre comercio exterior era muy deficiente. En las pá­ginas de El Tiempo en los 1850s, se notó que la esta­dística norteamericana sobre comercio entre los Esta­dos Unidos y Colombia mostraba niveles dos o tres veces más altos que los encontrados en la estadística colombiana. Me Greevey tuvo la feliz idea de utilizar sistemáticamente los datos extranjeros (norteamerica­

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nos, ingleses, franceses, alemanes) que se podían con­seguir publicados, para llegar a una aproximación de lo que habría podido ser el monto del comercio exte­rior colombiano. Esta labor, llevada a cabo bajo la di­rección de McGreevey en la Universidad de Califor­nia, Berkeley, me pareció una de las contribuciones más importantes en el libro. Y como yo sabia de los comentarios de El ’Tiempo, los estimados más altos de McGreevey me parecieron muy plausibles.

En el simposio de 1975, empero, Alberto Umaña presentó una crítica de la estadística de McCíreevey que suscita dudas sobre su validez. Umaña, a través de un estudio cuidadoso de los registros comerciales ingleses y de otra información de fuentes primarias norteamericanas y francesas, encontró varias dificulta­des con la estadística extranjera que habían pasado inadvertidas por McGreevey. La dificultad principal de la estadística de McGreevey, según el análisis de Umaña, es que no toma en cuenta el papel de los bie­nes en tránsito por el istmo de Panamá, los cuales se registraban muchas veces —aunque no siempre— como de Colombia en los datos de los Estados Uni­dos y los países europeos. Umaña anota que en un año la mitad de las supuestas exportaciones de Co­lombia a los Estados Unidos consistían en seda bruta y té, obviamente productos provenientes del Asia y no de Colombia. Lo mismo pasaba con la estadísti­ca europea; a veces los bienes en tránsito por Pana­má posiblemente representaron un 40 por ciento de las exportaciones colombianas registradas en Fran­cia. Umaña también advertía problemas muy graves en la estadística sobre las remesas del oro, mostran­do errores en las cifras utilizadas por McGreevey de más de un 60 por ciento en este renglón. Así, pa-240

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rece muy probable que la estadística de McGreevey no es más confiable que la antigua estadística que se encuentra en Nieto Arteta, etcétera, sacada de los in­formes de los ministros de hacienda de Colombia. Habrá que intentar una nueva estimación, haciendo descuentos en la estadística extranjera de los bienes en tránsito por Panamá •—muy difícil por cierto, por no saber en muchos casos cuánto valdrían éstos.

Las dudas sobre la estadística de McGreevey no inciden necesariamente que él esté equivocado en su creencia de que hubo un desequilibrio en la balanza comercial entre 1850 y 1885. Es posible, si se pudie­ran aislar los bienes en tránsito por Panamá, que el desequilibrio anunciado por McGreevey sea igual o peor.

En todo caso, hay otros datos que respaldan la probabilidad de un desequilibrio crónico. Los datos .más convincentes son los de la tasa de cambio sobre el exterior que entre 1850 y 1885 mostraron una ten­dencia de deterioro a largo plazo —aunque debo aña­dir que antes de 1880 el deterioro fue muy lento en comparación con el mucho más rápido (y más brus­co en el caso de otros países de América Latina) deterioro del intercambio con el exterior en el Si­glo XX.

En cuanto al exceso de las importaciones entre 1864 y 1874, McGreevey cree que los factores más importantes en alentar las importaciones en 1864-1874 eran la política aduanera (sobre todo el sistema de pe­so bruto, que hizo poca distinción entre bienes bur-

I dos y finos) y el más “fácil acceso a los mercadosI de importación”. Este último debe entenderse comoI referencia a las mejoras en los transportes marítimosf! 241

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y fluviales, un factor importantisimo en alentar las importaciones. (Digo que debe entenderse como refe­rencia a estas mejoras porque es la interpretación más útil que se puede dar ; en realidad en la edición inglesa McGreevey dijo “más fácil obtención de permisos pa­ra importar” (p. 111 de la edición inglesa) que no tiene sentido porque en esta época el permiso para importar no era un factor; el traductor, Haroldo Cal­vo, lo volvió más razonable, poniendo “fácil acceso a los mercados de importación” ).

Aunque creo que McGreevey esté en lo correcto al señalar alguna importancia al peso bruto, como tam­bién al más “fácil acceso a los mercados de importa­ción”, hay que anotar algunas reservas sobre su in­terpretación. En cuanto a la importancia del régimen del peso bruto, cabe preguntar*si es válida la Suposi­ción fundamental de McGreevey de que la política gu­bernamental fue el factor controlante en el flujo del comercio.

Mis investigaciones en los papeles de comercian­tes del siglo pasado me hacen creer que la política aduanera no fue el factor determinante en las decisio­nes de los comerciantes. Ciertas medidas del gobierno pudieron molestar a los comerciantes, tanto por la in­seguridad que implicaba cualquier cambio como por el contenido de la política en sí. Pero para los comer­ciantes la política aduanera era mucho menos un fac­tor controlante en las decisiones económicas que el análisis de la demanda interna, la disponibilidad de cambios sobre el exterior y, sobre todo, las perspecti­vas de paz política o guerra civil. Yo creo que no es correcto asumir que el grado y carácter de la partici­pación colombiana en el sistema comercial del mundo atlántico podría determinarse solamente, o aun en gran242

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parte, por las políticas aduaneras. Siempre es necesa­rio ponderar en la interpretación muchos otros facto­res, como los costos relativos del capital y producción, así como de los transportes.

La posibilidad, si no la probabilidad, de que la po­lítica gubernamental no fuera el determinante de la actuación de los negociantes ni de los patrones bási­cos de la economía parece mostrarse en la misma esta­dística que trae McGreevey. Según su cuadro XIIL el auge más fuerte de las importaciones, en términos de cambios porcentuales en las importaciones per cá- pita, sucedió en el lustro de 1855-59, antes de adop­tarse el sistema de peso bruto (1861) *.

No puede saberse qué significado tienen estos da­tos. Como se señaló anteriormente, los datos que uti­liza McGreevey (y que ya, supongo, utilizaremos to­dos) incluyen los bienes en tránsito por Panamá. Así

* Convirtiendo los datos del Cuadro 13 (Promedios anua­les per cápita de importaciones y exportaciones por quin­

quenios, 1845-1899) a cambios porcentuales se d a :Crecim iento de Crecimiento de

im portaciones (%) exportaciones (%)18S0-S4, sobre 1845-49 33 45.1855-59, sobre 1850-54 110 125.1860-64, sobre 1855-59 . 61 69.1865-69, sobre 860-64 94 19.61870-74, sobre 1865-69 14 9.51875-79, sobre 1870-74 — 34 5.1880-84, sobre 1875-79 10 — 20.1885-89, sobre 1880-84 — 22 — 55.1890-94, sobre 1885-89 — 11.5 22.51895-99, sobre 1890-99 — 19.6 — 16.

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es jKJsible que el auge de los 1850s, como también el de los 1860s, representa en parte el comercio en trán­sito por el istmo, que debió crecer mucho en esta épo­ca por el descubrimiento del oro en California (1848) y la construcción del ferrocarril de Panamá (1855). (Se puede añadir que la misma construcción de este ferrocarril (1850-55) debió implicar la importación de cuantiosos bienes de capital al istmo).

Pero, suponiendo que estos datos tienen alguna va­lidez, ellos indicarían que el auge en las importacio­nes en los 1850s y los 1860s y el desequilibrio conse­cuente debe explicarse más bien como un reflejo de los ritmos de las exportaciones que por cualquier otro factor *. Lo que pasa es que, con la experiencia del crecimiento de los 1850s, la clase alta colombiana llegó a contar con una prosperidad comercial continua. Con esta experiencia como premisa, alcanzaron un nivel de importaciones que a la larga, con el descenso de las exportaciones, resultó imposible sostener. El desequi­librio muy fuerte de 1865 a 1875 representa en parte un retardo en adaptarse a la realidad de que las exporta­ciones no iban a crecer al mismo ritmo que antes. Pa­rece que el mismo ritmo de las exportaciones tiene mucho que ver con el desequilibrio, y que la política aduanera posiblemente no tuviera tanta importancia como la que le otorga McGreevey.

* H ay que notar que en otra parte de su análisis (ya en le capítulo S ), McGreevey parece estar de acuerdo con este

juicio. En la página 116, dice: “La adopción de una nueva constitución (sic) y, casi simultáneamente, un inusitado au­mento de las exportaciones parecen haber sido, en conjunto, la causa suficiente y necesaria del desplazamiento estructural de la demanda por importaciones”.244

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Estas observaciones acerca de la relación entre los ritmos de exportación y de importación conducen a otro comentario sobre las conclusiones de McGreevey sobre el desequilibrio. McGreevey cree que las esta­dísticas comerciales indican que no hubo un cambio de gustos, o al menos que si hubiere tal cambio no tuvo ningún impacto sobre el desequilibrio comercial. ( “No parece que la raíz del problema haya sido un desplazamiento de las preferencias de los consumido­res. . . ” (p. 114). Yo no veo cómo la estadística que él trae da pie para esta conclusión. Se podría pensar que es precisamente un cambio notable en los patro­nes, y en las expectativas del consumo lo que expli­ca el desequilibrio de 1865-1875 y el muy prolongado de 1880-1900. Se podría pensar que las expectativa.s engrandecidas del consumo eran el elemento que más dificultó el reajuste necesario cuando las exportacio­nes dejaron de crecer al ritmo de aumento de la po­blación.

Volviendo al lado de las exportaciones, no hay du­da de que a través del período 1865-1900 Colombia mostró bastante débilidad como país exportador -—una debilidad muy notable no únicamente en comparación con el comercio de otros países del hemisferio sino ' también en relación con las esperanzas fervorosas de la clase alta colombiana. Si no hay duda de la debili­dad exportadora de Colombia, sin embargo uno sí pue­de dudar de la explicación que McGreevey da a este fenómeno. En su lugar (p. 102) culpa del atraso eco­nómico y social de Colombia: “La política librecam­bista . . . fracasó no por falta de consistencia lógica. . . sino a causa de la incapacidad de una economía y una sociedad atrasadas de adaptarse a las complicaciones del cambio”. No entra aquí en explicaciones de esté

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dictamen, pero uno puede suponer que está refiriéndo­se a la concentración de la tierra en pocas manos, en­tre otras cosas. En todo caso, en esta parte del libro McGreevey descuida el factor que me parece más tuvo que ver con el poco éxito de Colombia en las expor­taciones : el factor geográfico, eso es, los problemas de transporte implicados por el terreno muy quebrado del país y también los problemas de salud todavía su­fridos en las tierras bajas y calientes que sí tenían po­sibilidades de alcanzar un mercado mundial.

Otra vez, en la p. 116, McGreevey ofrece otra ex­plicación que puede ser una elaboración de la prime­ra. Hablando de la decadencia repentina del tabaco de Ambalema, McGreevey sugiere la posibilidad de que “una investigación de las condiciones en que entonces se cultivaba el tabaco en Colombia revelara sin duda ima serie de problemas inherentes a la industria que, eventualmente, habrían generado la crisis. En ésta y en otras actividades /no menciona cuáles/, las con­diciones domésticas constituyen la causa eficiente de desequilibrio externo” .

Esta sugerencia me parece, en primer lugar, algo graciosa porque ya se hizo un estudio de la clase que McGreevey sugiere, el estudio de John P. Harrison, que es la base de casi todo lo que dice McGreevey so­bre el tabaco. Es un poco extraño predecir las con­clusiones a las cuales llegaría un estudio que ya se ha hecho y ya llegó a las mismas conclusiones!

Las conclusiones de Harrison a que se refiere son que la industria del tabaco en Ambalema perdió su mercado en Europa porque los cultivadores permitie­ron decaer la calidad del producto. Esto sucedió, se­gún Harrison, porque el tabaco se cultivaba en terre­nos de tamaños más o menos grandes en base a un246

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sistema de arrendamiento de explotación que no creó ningún incentivo para la mejora de los métodos. Por ejemplo, no se utilizaban abonos para restaurar el sue­lo gastado, lo que habría podido tener algo que ver con el desarrollo de enfermedades en la hoja.

McGreevey ve en el episodio del tabaco la com­probación de que a los colombianos les faltaba iniciativa empresarial, de que no eran capaces de adaptarse a los cambios implicados por la entrada en el mercado internacional. Quiero advertir dos cosas respecto a es­ta tesis. Una es que algunos colombianos (entre ellos la familia Samper) sí hicieron esfuerzos para cambiar el sistema utilizado para cultivar el tabaco (sistema heredado del monopolio de la colonia). Los esfuerzos fueron infructuosos, pero al menos algunos colombia­nos eran conscientes de la necesidad de cambios y tra­taron de llevarlos a cabo. También vale la pena ano­tar que los comerciantes ingleses dueños de tierras ta­bacaleras en Ambalema, utilizaron el mismo sistema de explotación que los colombianos. Y fue durante el dominio de los comerciantes ingleses que la industria (le Ambalema perdió más campo en el mercado, ale­mán. Seguramente estos comerciantes ingleses eran muy atrasados económica y socialmente.

En el capítulo séptimo (p. 163), McGreevey vuel­ve al tema de las capacidades empresariales y su pa­pel en la industria d.el tabaco en Ambalema. Aquí des­taca la figura de Francisco Montoya como caso ex­cepcional de “destreza empresarial” . Dice que la

“fortuna que Montoya y su firma acapararon en la admi­nistración del monopolio del tabaco puede atribuirse más correctamente no a un control de la tierra, ni aun al mo­nopolio de mercadeo, sino a capacidades personales de organización.

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McGreevey sigue con esta observación:“Una convincente prueba de la importancia de estas ca­pacidades es el poco auge que tuvo la industria del ta­baco entre 1875 y 1919, año este en que se fundó la Com­pañía Colombiana del Tabaco”,No llego a entender estas observaciones. Parece que lo que está diciendo McGreevey es que Francisco

Montoya fue un caso único como empresario en la j)oca. Esto es tanto una exageración de las capacida- desde Montoya como una subestimación muy grave de todo el resto de los negociantes colombianos. Hay que recordar que Montoya, Sáenz y Compañía quebró en el año de 1857, pocos años después de estar esta­blecida la libertad del cultivo del tabaco, mientras los otros comerciantes en el Alto Magdalena lograron se­guir con el negocio. Así Montoya no aparece con mu­cho más “destreza” que los demás. _

Pero el asunto más grave, la ligereza increíble, en este comentario, es la sugerencia de que la falta de fuerza empresarial se comprueba por el hecho de que hubo poco desarollo del tabaco antes de la fundación de la Compañía Colombiana de Tabaco, en 1919. Es esta sugerencia una ligereza porque deja completamen­te fuera de consideración los factores existentes en 1919 para estimular la formación de la Compañía Co­lombiana de Tabaco, que no existían en épocas ante­riores. La realidad es que la Compañía Colombiana de Tabaco se formó para atender a una creciente po­blación urbana en Colombia, un mercado que casi no existía entre 1870 y 1900. Entonces atribuir el surgi­miento de esta compañía meramente a un brote de fuer­za empresarial, del que antes se carecía, es un juicio demasiado ligero que no debe tomarse en serio.248

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Los efectos de la política liberal y la expansión comerciMA través de los capítulos 4 y 5 McGreevey se re­

fiere al impacto económico de las reformas liberales y del desequilibrio comercial que él insiste en atribuir unicamente a estas reformas. Y en el capitulo 7 trata de resumir estos efectos y de hacer un balance cuanti­tativo de sus consecuencias para la economía colom­biana en la segunda mitad del siglo XIX. En térmi­nos generales se puede decir que él encuentra las pér­didas mayores en los efectos adversos del comercio exterior sobre los artesanos, de la política de la tierra sobre los campesinos, y de las reformas liberales so­bre la estabilidad poMtica del país. En esta sección haré algunos comentarios sobre cada uno de estos ren­glones como también sobre el balance de los costos y beneficios que se encuentra en el capítulo 7.

Priméro hay que decir que, para hacer resaltar los malos efectos de la política librecambista de mediados del siglo XIX, McGreevey exagera la prosperidad re­lativa de los artesanos en la época anterior *. Declara

* En la discusión del impacto de las políticas liberales sobre las comunidades indígenas hay la misma tendencia a exage­

rar los cambios después de 1850, tal vez por ignorar los cam­bios que haban ocurrido en épocas anteriores. McGreevey se­ñala correctamente que la división y apropiación de terrenos de comunidades indígenas fue un proceso más o menos conti­nuo desde la década de los 1770s. Sin embargo, después aseve­ra sin base factual de ninguna clase, que en 18S0 posiblemen­te una tercera parte de la población de Colombia vivía en co­munidades indígenas prácticamente sin vínculos económicos o sociales con la Colombia mestiza o blanca (p. 8 0 ). Este esti­mado, que McGreevey admite es una conjetura, es una con­

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que antes de 1846 los artesanos eran más o menos prósperos y el descenso de las artesanías fue un fe­nómeno posterior a 1846 (p. 83). Creo que esta es una exageración. El movimiento hacia el librecambio, el cambio de gustos, y los problemas de los artesanos se fortalecieron después de 1846, pero no eran cosas completamente nuevas. Ya había habido otra ola de librecambismo en la época de la independencia, ola en la que todavía flotaban muchos de la clase dirigente por los 1830s. Por lo mismo, ya por los 1820s y los 1830s había empezado el influjo de la última moda eu­ropea, cosa denunciada por muchos artículos de fondo en los periódicos de los 1830s. Ya también los artesa­nos criollos —tanto los urbanos productores de ropa hecha como los rurales productores de telas— habían empezado a entrar en crisis por la competencia de loa efectos extranjeros. En realidad, McGreevey habría lX)dido fechar su análisis de los malos efectos del libre­cambio desde mucho antes de 1846. No lo hizo tal vez

jetura muy mala. N o hay nada en los documentos contempo­ráneos que sugiera que las comunidades indígenas eran tan extensas a mediados del siglo. Y a en el censo de 1776-1779 los indígenas representaban no más que el 20 por ciento de la población de las regiones que más tarde llegaron a componer la República de la Nueva Granada y la República de Colom­bia. Y seguramente la proporción de los indígenas en comu­nidad disminuyó en épocas posteriores a 1779, porque ya en los decenios de los 1830s y los 1840s las tierras de muchas de las comunidades indígenas se habían repartido. Además, no es cierto que los resguardos carecieron de vínculos económicos con el resto de la población. Con esto no se quiere negar el significado económico de la abolición de los resguardos. Pero sí quiere decir que McGreevey ha tratado el tema en esta par­te de una manera muy floja.250

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por no conocer las fuentes relevantes de este período (periódicos, peticiones de los artesanos al ejecutivo y al congreso, informes de los diputados del consulado de Cartagena, etc.)-

Hay que añadir que las aseveraciones de McGree­vey respecto a la fecha en que comienza el descenso de los artesanos se basan en muy poca evidencia. La fuente que él cita para la relativa prosperidad de los artesanos hasta 1850 (Manuel Ancízar hablando de Vélez) contradice la contención de McGreevey (p. 83). Según Ancizar, Vélez estaba en decadencia, y los otros centros artesanales visitados por Ancizar ya ha­bían tenido que responder a la competencia de los tex­tiles extranjeros con la introducción de la nueva in­dustria de tejidos de sombreros de palma. Mientras que McGreevey describe un rompimiento radical a me­diados del siglo, la realidad es que hubo un proceso mucho más gradual y continuo, en el cual las presio­nes del extranjero y los cambios en las oportunidades ofrecidas por los mercados forzaron o indujeron adap­taciones entre los artesanos colombianos. McGreevey hace poco caso de estas adaptaciones, o porque no tie­ne noticias de éstas, o porque no caben bien dentro de la tesis sobre la incapacidad de los colombianos de mediados del siglo XIX para adaptarse a los cam­bios económicos.

Para intentar una medición del impacto del auge del comercio exterior sobre los artesanos, McGreevey se vale de la estadística de importación que él ha ela­borado a base de la estadística norteamericana y euro­pea occidental. Asume que cualquier aumento de las importaciones representaba una sustracción de lo pro­ducido por los artesanos colombianos. Así, en la pá­gina 108 calcula que como las importaciones en

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cada de los 1860s aumentaron en aproximadamente 15 millones de dólares y como se podrían calcular los ingresos de un artesano en 150 dólares anuales, enton­ces el aumento de las importaciones en sólo esta dé­cada significaba el desplazamiento de unos 100.000 ar­tesanos.

En la p. 174 hace un cálculo un poco distinto, pe­ro del mismo tenor. Se supone que las ventas de los artesanos son el resto que queda después de sustraer la monta de las importaciones (un número inflado por el comercio de Panamá) del consumo de impor­tables (un número imaginario). Estima la “pérdida” de los artesanos por la política liberal como la dife­rencia entre las “ventas” de los artesanos en 1870 (nú­mero imaginario) y lo que habrían sido si las impor­taciones habían quedado solamente la quinta parte de los im¡x>rtables consumidos como “eran” en 1850 (lo de la quinta parte tampoco es un número real sino tma sujxisición hipotética de McGreevey). Ya se ha he­cho una critica de este procedimiento, que se puede resumir asi : Los números imaginarios que represen- tan_ el consumo’ de importables no tiene ninguna base en la realidad. Es muy posible que estos números sub­estiman el crecimiento del consumo de importables, porque McGreevey supone que el consumo creció uni­camente al ritmo del aumento de la población. Como las importaciones crecieron a un ritmo más acelerado que el aumento de la población, obviamente lo que re­sulta de los cálculos de McGreevey .—con sustraer las importaciones del “consumo de los importables”— ne­cesariamente tiene que resultar una pérdida- Entonces el resultado a que llega está fijado de antemano, por los mismos procedimientos adoptados.252

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En todo c^so, aun si se pudiera estar de acuerdo con este procedimiento de inventar los números, no se pueden aceptar los supuestos de este cálculo. No se puede medir el monto de la producción artesanal con una sustracción de las importaciones del total del consumo de importables en el país. Porque una gran parte de la producción artesanal de las regiones ru­rales ya se había convertido de la producción de tex­tiles para el consumo doméstico, a la producción de sombreros de palma que se exportaban.

También por el lado de las importaciones, no se puede suponer que las implicaciones de éstas eran com­pletamente negativas aun para los artesanos. Hay que considerar que una parte de los bienes importados se utilizaban por los artesanos urbanos para fabricar más terminados. Tainbién hay que tomar en cuenta los cam­bios en la composición de las importaciones —con una composición más fuerte de bienes de capital, y un tan­to menos de bienes de consumo, cuando Colombia co­menzó la construcción de sus ferrocarriles. Estas im- lX)rtaciones de bienes de capital podrían significar un aumento en los empleos artesanales, y a un nivel mu­cho -más significativo que los tejidos caseros de algo­dón. Eso es, estas importaciones de bienes de capital implicarían el desarrollo de artes como la mecánica, herrería y fundición, calderería y hojalatería, cerraje­ría, carretería, carpintería y ebanistería —artes que empezaron a desarrollarse de una manera más o me­nos sistemática en Bogotá y Medellín precisamente en el decenio de los 1870s.

Hay que añadir que cuando McGreevey hace su cálculo de las pérdidas después de 1850, escoge el año más a propósito para demostrar su tesis. Quiere decir que escoge el año de 1870 porque, con el método que

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utiliza, dará los resultados más exagerados. Mirando el Cuadro X III (p. 108) se ve que en 1870-74 las importaciones per cápita llegaron a su cima (12.20 dólares per cápita, según la estadística de McGreevey). Después las importaciones per cápita bajaron notable­mente, a s í:1845-49 1.20 1865-69 10-70 ~ 1885-89 6.901850-54 1.60 1870-74 12.20 1890-94 6.101855-59 3.40 1875-79 8.00 1895-99 4.901860-64 5.50 1880-84 8.80_________________

Esto quiere decir que, utilizando el método de Mc­Greevey, las “pérdidas” de los artesanos habrían ba­jado notablemente después de 1874 —eso es, después de 1874 habrían salido ganando— porque el margen entre el supuesto consumo de importables y el monto de las importaciones debía estar aumentando progre­sivamente desde 1874 hasta 1900.

McGreevey trata de respaldar sus cálculos en base a las importaciones con otra clase de datos. Para con­firmar el hecho de que el Estado de Santander, uno de los más artesanales, sufrió por el aumento de las importaciones, dice (p. 109) :

“Todavía en 1875, el Anuario Estadístico se refería al departamento de Santander como ‘uno de los más prós­peros de la Unión’. Sin embargo, hacia fines del decenio de 1870 los tiem pos de prosperidad habían terminado. En 1882 el gobierno de Santander tuvo ingresos de $ 485,468 y gastos de $ 789,748, resultando así el mayor déficit de cualquiera de los estados co lom bian os...”.McGreevey lleva estos datos al libro para compro­

bar un descenso de la artesanía en la época. Hay que advertir al lector desprevenido que los datos mencio­254

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nados no tienen nada que ver con el supuesto descen­so de los artesanos. En 1870 Santander estaba gozan­do el ápice de una bonanza de exportaciones de la quina. En 1882 el comercio de la quina estaba en quie­bra. Por lo tanto, los datos que lleva McGreevey pa­recen tener poca relación con el estado de la artesanía- Con esto no quiero negar que hubo un descenso de los artesanos en Santander. McGreevey utiliza datos de los censos que tienen más relación con el estado de los artesanos y que son más convincentes. El problema aquí otra vez es de mezclar con los datos buenos otros falaces.

McGreevey encuentra interesante la falta de reac­ción muy fuerte de los artesanos contra las pérdidas que él calcula debían de haber sufrido, e intenta un análisis (o, tal vez mejor dicho, intenta lanzar algunas hipótesis) sobre este tema. En cuanto a los artesanos urbanos de Bogotá, McGreevey cree que, por una par­te, el aplastamiento severo de la rebelión de los arte­sanos en 1854 (después de la cual muchos artesanos fueron mandados a cumplir penas en Panamá) comple­tamente aniquiló cualquier espíritu de rebelión entre estos. Por otra parte, cree que algunos grupos artesa- nales no fueron adversamente afectados por la expan­sión del comercio y si no cumplieron la función de en­cabezar los otros artesanos. Señala al respecto los pla­teros, que McGreevey cree que fue un gremio muy respetado entre los artesanos de Bogotá y que, según él, no debía de sufrir por el aumento de las impor­taciones.

En realidad, ni la una ni la otra afirmación tienen razón. La tesis de McGreevey sobre los plateros (pp. 79-169) es una ficción completa. Los plateros no eran un grupo significativo en Bogotá. Ni debe suponerse

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que los pocos que hubo no fueron afectados por las importaciones —con el sistema aduanero del peso bru­to fue tan fácil importar la plata labrada como cual­quiera otra cosa.

En todo caso, no es cierto que no hubo protestas de los artesanos urbanos después de 1854. En reali­dad, a través de los 1860s y 1870s hubo temores en­tre la clase alta en Bogotá de nuevos brotes de rebe­lión artesanal-

David Bushnell señala protestas en 1863 y 1864 por parte de los artesanos de Bogotá y Cartagena —so­bre todo los ebanistas y los curtidores— contra bajas en las tarifas. Y Bushnell cree que tanto el general Tomás Cipriano de Mosquera (en 1866-67) como el doctor Rafael Núñez (en 1879-1885) hicieron esfuer­zos para atraer el apoyo de los artesanos urbanos ¡xir medio de concesiones tarifarias *. Por lo tanto no fue­ron una fuerza tan despreciable.

En cambio, creo que McGreevey tiene alguna ra­zón en la hipótesis de que los artesanos rurales no podían defenderse por encontrarse aislados de los cen­tros políticos importantes (sobre todo, Bogotá). Hay que añadir, acaso^ otro posible factor de debilitamien­to político de los artesanos rurales: casi todos eran en realidad mujeres, cuyos trabajos servían de suple­mento al trabajo agrícola del marido. Tal vez la de­bilidad política del sexo en la época contribuyó a de­jarlas indefensas.

* “T w o Stanges in Colombian T ariff Policy: The Radical Era and the Retum o to Protection (1861-1885), “Inter

A m erican Econom ic A ffa ir e s”, IX (Spring, 1956), pp. 9-23.

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En cuanto al impacto de la politica liberal sobre los campesinos, McGreevey cree encontrar los siguien­tes efectos (pp. 175-179) :

1) Aunque el desarrollo de la agricultura para la exportación creó * algún empleo para los cainpesinos que emigraron a las tierras bajas, McGreevey calcula que este sector dio empleo a solamente 35.000 perso­nas (en el supuesto que cada uno producía 1.000 dóla­res por año).

2) Aunque las importaciones de bienes manufac­turados habrían podido significar precios más bajos y calidad mejor de estos productos, McGreevey cree que únicamente una pequeña parte de estos beneficios afec­taron a los campesinos; supone que al menos la mitad de los bienes importados se consumían en las 18 ciu­dades principales.

3) Cree que las importaciones implicaban una re­ducción en los mercados locales y así empujó a los ar­tesanos o al desempleo o a una competencia con los jornaleros en el trabajo agrícola (por lo tanto, reba­jando los jornales rurales); anota al respecto informa­ción sobre el gran número de vagabundos en las regio­nes de la cordillera oriental.

4) También los campesinos “fueron víctimas del generalizado conflicto civil entre liberales y conserva­dores” .

5) En fin, las “políticas del laisscz-faire llevaron a una disminución de la demanda por la mano de obra agrícola en el interior a causa del desplazamiento de la ganadería hacia tierras bajas ocasionado por la in­troducción de los pastos Guinea y Pará, y por la ocu­pación de llanuras cercanas a los ríos”.

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Respecto al primer punto (el número empleado en el sector exportador), presumir un producto de 1.000 dólares por trabajador me parece poco plausible. En 1870 aun muchos miembros de la clase alta no tuvie­ron ingresos anuales de más de mil dólares. Seria más plausible suponer un producto por trabajador de 300 a 400 dólares máximo, lo que daría empleo entre 70.000 y 100.000 (casi el número de los artesanos des­empleados, según los cálculos de McGreevey, y con un producto dos o tres veces mayor).

En cuanto a la distribución de los beneficios de los bienes importados, la idea de que las 18 ciudades principales absorbieron la mitad de las importaciones no es más que una suposición de McGreevey; reque­riría el estudio de gran número de libros de comer­ciantes que ya no existen. Pero loa estudios que yo hice con los libros comerciales de Francisco Vargas indican que una gran parte, si no la mayor parte, de sus ventas fue destinada a comerciantes pequeños en pueblos no muy grandes como Garzón, La Plata, Cha­parral, Barichara, etcétera.

Respecto al punto de lo que pasó con los artesanos desplazados, parece muy posible que algunos hicieran competencia con los jornaleros agrícolas. Pero en rea­lidad no sabemos todavía —sin tener ningún estudio al respecto— qué pasó con los artesanos que supon­gamos fueron desplazados. En el único caso que conoz­co —el más celebrado— el hijo del artesano Ambrosio López se volvió, no trabajador agrícola, ni tampoco vagabundo, sino comerciante y muy grande. Fue Pe­dro A. López, uno de los comerciantes de más alto vuelo a fines, del siglo XIX. Obviamente, Pedro A. López representa una excepción. Pero su caso suscita la pregunta: ¿no habría más que hicieron una transi­ción exitosa de la artesanía hacia el comercio ?258

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Respecto al cuarto punto, la implicación del cálculo matemático de los costos de los conflictos civiles a los campesinos es que la política liberal tiene que llevar toda la responsabilidad de estas guerras. Como ya di­je, esto me parece una interpretación muy exagerada. Y, como las pérdidas sufridas por las guerras civiles representan el 78 por ciertto del total calculado por McGreevey de los costos de estos conflictos a los cam- jjesinos, si uno omitiera las guerras civiles, del cálculo (le los costos de la política liberal, entonces resultariíi que la política liberal habría significado una ventaja neta para los campesinos.

En fin, realmente no comprendo el último aserto de McGreevey de que el desplazamiento de la ganade­ría hacia las tierras bajas representaba una disminu­ción de la demanda por mano de obra agrícola. Creo que sí es cierto que en el grado en que fueron desin­tegrados los resguardos de la tierra fría y sus tierras acumuladas por terratenientes y utilizadas en la- gana­dería, se restaba demanda de mano de obra en las tierras frías. Pero no comprendo el argumento en cuan­to a las tierras bajas- Porque en realidad las tierras bajas en donde se pusieron los nuevos pastales por lo general no eran regiones densamente pobladas. La ex­tensión de los pastos y la ganadería a estas tierras re­presentaba un desarrollo de una nueva frontera agríco­la. Así posiblemente representaba cierta demanda de mano de obra (para descuajar y limpiar los bosques).

En la página 180 McGreevey hace un balance cuan­titativo de los beneficios y pérdidas del campesinado, basado sobre los supuestos enunciados arriba, Pero en el balance añade ciertos elementos cuantitativos que no justifica ni explica ampliamente. Supone beneficios de mayor empleo equivalentes al 10% ¿el valor de las

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exportaciones. Figuran beneficios por precios meno­res de las importaciones con una supuesta elasticidad de precios. Calcula el deterioro de los mercados loca­les con la suposición de que esta pérdida representa la quinta parte de la disminución del ingreso artesanal. Calcula las pérdidas por los conflictos civiles en el 10% del valor económico de las vidas perdidas en las gue­rras entre 1840 y 1879. Y así sigue. Al presentar este balancé, McGreevey dice claramente que todos estos números son números supuestos. Pero quiero hacer hincapié en esto. Cualquiera de estos números podría ser sustituido con otro que represente la mitad o el doble, porque no nos ofrece McGreevey ninguna base para saber cuáles números serían razonables. Así toda la maquinaria del balance me parece un juego ocioso, al menos en el estado en que se encuentra en este libro.

En la p. 181, McGrevey nos da el balance general de los “beneficios y pérdidas” al país total que él cree son atribuíbles a la política liberal de mediados del si­glo XIX. No voy a cansar al lector más con un aná­lisis detenido de todos los elementos que entran a fi gurar dentro de este balance. No voy a hacerlo en par­te porque ya se han señalado al menos algunos de los problemas que se encuentran en los cálculos de las pérdidas de los artesanos y de los campesinos. Tam­bién resisto a hacerlo porque hasta yo estoy cansado con todo el enredo de McGreevey. Terminaré entonces con una advertencia muy sencilla. Antes de aceptar los re­sultados de los cálculos que hace McGrevey, hay que inspeccionar muy cuidadosamente los supuestos que él utiliza para fundar estos cálculos. Muchas veces estos supuestos se hacen sin una justificación rigurosa (co­mo en el caso de multiplicar las pérdidas de los arte­sanos por 3 mientras multiplica los beneficios de las260

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importaciones únicamente por 1.5). A veces no da una justificación de estas maniobras de ninguna clase (co­mo en el caso del balance de los campesinos, p. 180). También, fuera de examinar los supuestos, hay que examinar de dónde vienen los datos. Esto va a costar al lector bastante trabajo. Porque construye una pirá­mide de conclusiones montadas sobre datos que vienen muy atrás en el libro, y de estos montados sobre da­tos que a veces no se encuentran ni en el mismo libro y que para el lector común en realidad no son conse- guibles. Por lo tanto, yo aconsejarla al lector no ha­cer mucho caso de todo el enredo de los cálculos y ba­lances, y descartaria completamente las conclusiones cuantitativas de esta clase que nos brinda McGreevey en la segunda parte del libro.

LOS ELEM ENTOS EN LA “TRA N SICIO N ” HACIA EL DESARROLLO

Mientras la segunda parte del libro tiene como su enfoque los errores políticos de los liberales que, en la opinión de McGreevey, demoraron el desarrollo eco­nómico del país, la tercera parte tiene que ver con los elementos positivos que empezaron a llevar el país ha­cia el desarrollo en los años entre 1885 y 1930.

Hay que leer esta sección con mucha atención y cuidado, no tanto por los errores de lecho, de la mis­ma clase que se encuentran en la segunda sección, sino por lo complejo del argumento y por el sistema de ar­gumentación que utiliza. Esta tercera sección resulta tener algo de la estructura de una cebolla; hay que seguir pelándola para llegar al corazón del argumento, que al fin se encuentra en el último capítulo.

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Leyendo los capítulos 8, 9 y 10, parece que el ca­fé sale como el primun mòbile del desarrollo colom­biano. Es el café lo que fomenta el desarollo de Antio­quia, o que (según McGreevey) crea una base amplia de consumidores para sostener el desarrollo de las ma­nufacturas incipientes en la misma región, y, en fin, lo que estimula la construcción de los ferrocarriles. Así parece que es la industria del café la que echa los. fun­damentos del desarrollo colombiano. En el énfasis so­bre la importancia del café los lectores colombianos sin duda pensarán que en esta tesis no hay mucho novedoso. Ya hace años la importancia del café para el desarollo del país forma una parte fundamental del folclor colombiano. También leyendo estos capítulos uno cree. advertir una inconsistencia notable entre el argumento de la segunda parte del libro y el de la ter­cera. En la segunda sección McGreevey culpa la polí­tica gubernamental de los liberales como la causante del atraso del período 1850-1885. Pero en la tercera sección encuentra su salvación económica* en factores asociados más bien con la geografía económica y so­cial. Viendo el contraste entre las dos secciones, se pregunta uno : ¿ si el país se salvó no jwr acción guber­namental sino por el cultivo del café, puede culparse tanto a la política gubernamental por el atraso de la época anterior al cultivo del café?

Leyendo el capítulo final del libro, eiiipero, estas cuestiones llegan a tener un aspecto nuevo. Quiere de­cir que en el capítulo final llegamos al corazón de la cebolla McGreeveyana. Resulta en el capítulo final que el café no es el primum mobile del desarrollo colom,- biano sino un agente catalítico o un elemento instru­mental accionado por otro factor fundamental. Este factor es el cambio demográfico, el crecimiento autó-262

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nomo de la población colombiana. Es en este factor de­mográfico que McGreevey cree encontrar la fuente ori­ginal del desarrollo colombiano entre 1885 y 1930.

La tesis demográfica —en breve— es que por va­rias razones, sobre todo las reformas de 1850 (otra vez las reformas de 1850!) la población colombiana empezó a aumentarse a un ritmo más dinámico que a mediados del siglo XIX. Este crecimiento de la po­blación trajo una baja en los ingresos reales, y así es­timuló un esfuerzo para restaurar los niveles de in­greso acostumbrados.. Este esfuerzo conllevó a la intro­ducción de innovaciones, entre las cuales eran las más importantes el café (y nuevos métodos de cultivar y beneficiar el café) y los ferrocarriles. También el au­mento de la población implicó un aumento en la “inter­dependencia” de la población colombiana. Antes del decenio de 1880 esta “interdependencia” nueva creó o se manifestó en problemas o conflictos que el débil Estado liberal no fue capaz de solucionar. Pero a la larga el surgimiento de la interdependencia coadyuvó a la creáción de un estado más efectivo que, por ejem­plo, pudo llevar a cabo exitosamente la construcción de ferrocarriles. Así, con la introducción del factor de­mográfico, McGreevey termina su análisis, intentando mostrar (entre otras cosas) como el análisis político de la segunda sección se enlaza con el análisis más bien geográfico de los capítulos 8, 9 y 10.

Tengo que confesar que en mis primeros repasos del libro, no puse suficiente atención en este último capítulo ■—sin duda por tener más conocimientos de las materias de los capítulos anteriores y por lo mis­mo por haber quedado tan enfurecido con estos. Ahora caigo en la cuenta de que este capítulo es esencial pa­ra comprender el argumento de todo el resto del li-

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bro, que, de otra manera, parece muy inconsistente. Así, aunque este último capítulo suscitó las críticas más vigorosas del libro en el simposio de 1975 —por e! a.serto final de que los colombianos empezaron a desarrollar su economía ¡»rque querían hacerlo— me parece que en este capítulo se encuentra el punto clave de la interpretación de McGreevey. Volveré a este ca­pítulo final después de algunos comentarios sobre los capítulos precedentes de la misma seección tercera.

Primero quiero señalar lo que me parece una de­ficiencia analítica del capítulo nueve, sobre “Agricul­tura, exportaciones y desarrollo económico ; un con­trapunto colombiano”. En este capítulo se trata de una explicación de largo alcance —esto es, a un nivel bas­tante alto de generalización— del por qué en algunas situaciones algunos productos de exportación condu­cen hacia el desarollo y por qué no sucede en otros casos. Para explicar el éxito relativo de Colombia en el período después de 1880, McGreevey propone un “modelo de cambio agrario” (en el sector externo, se debe aclarar), que representa una adaptación de las tesis de Douglas North sobre el desarrollo comparati­vo del Sur y del Norte de los Estados Unidos. En este modelo las variables críticas son, según McGree­vey: 1) la disponibilidad de la tierra “para un cultivo óptimo”, y 2) “las condiciones técnicas” de este cul­tivo que determinan la eficiencia relativa de pequeñas o grandes unidades de producción. La hipótesis de McGreevey es la de que las condiciones que favore­cían pequeñas (tamaño familiar) unidades, promovie­ron el desarollo por cuanto implicaron una distribu­ción más o menos igual del ingreso, niveles más altos de ahorro, una experiencia amplia del mercado, y un interés por el desarollo entre una proporción grande264

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de la población. Intenta comprobar o al menos ilustrar la hipótesis con un contraste entre la industria taba­calera del Alto Magdalena a mediados del siglo XIX con la industria cafetera de Antioquia y Caldas des­pués de 1880. Aquella fue monopolizada por terrate­nientes más o menos grandes, quienes, él supone, ab­sorbieron una proporción muy grande de las rentas las cuales gastaron en consumos de lujo. Como fun­cionaba en unidades grandes, la industria tabacalera estimuló muy poco desarrollo complementario. En cam­bio el café podia cultivarse con provecho en tantos lu­gares que no podía monopolizarse por un puñado de terratenientes. Los muchos cultivadores pequeños ga­naron experiencia en el mercado, la cual sirvió de ba­se a una capacidad empresarial. Un interés muy difun­dido en el desarrollo se reflejaba en un marcado inte­rés por la educación.

McGreevey tiene cuidado en decir que no intenta utilizar su modelo para “describir ninguna situación real” sino para generar hipótesis que se puedan pro­bar frente a situaciones reales. La hipótesis me pa­rece interesante. Pero su utilidad se disminuye por cierta falta de rigor analítico en la construcción del modelo. Es que McGreevey ha construido un modelo con variables muy difusas que resultan difíciles de aplicar sistemáticamente. Ambos términos —la dispo­nibilidad de la tierra “para un cultivo óptimo”, y las “condiciones técnicas” de este cultivo— como los usa el autor, envuelven muchos factores diversos. Varios de estos deben considerarse exógenos, porque no tie­nen ninguna relación teórica y pueden variar mucho de un caso a otro. Algunos de estos factores McGree­vey los incluye específicamente; otros entran al mo­delo por la puerta trasera tal vez sin advertirlo el

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en Antioquia. Sin embargo, en Cundinamarca los fe­rrocarriles se construyeron y algunas clases de manu­facturas se desarrollaron en la misma época que en Antioquia. Para explicar la construcción de los ferro­carriles, por ejemplo, hay que aclarar que ésta se de­bía a los factores geográficos asociados con el café y no al tamaño de las unidades de producción. Pero si es necesario hacer esta clase de aclaración, entonces los términos generales del modelo sirven más bien para estorbar la comprensión que para dilucidar las pautas del desarollo.

En fin, se nota cierta tautología en el uso del mo­delo cuando el autor concluye el análisis de éste, di­ciendo ;

“Consecuentemente, puede avanzarse la hipótesis de que las condiciones naturales y técnicas de la parte central de la Gráfica X III no conducirán normalmente a siste­mas laborales o de tenencia explotadores” (p. 246).

Como las “condiciones naturales y técnicas de la parte central de la Gráfica X III” son de propiedades medianas de tamaño familiar, esta afirmación no debe caernos como ima gran sorpresa.

El análisis que hace McGreevey del caso específi­co de Antioquia tiene para mí mucho más interés que el modelo pomposo que él pretende montar sobre este caso. Lo más original en su discusión de Antioquia es- la sugerencia de la forma como las oportunidades abier­tas por la falta de monopolización de la tierra podrían traducirse en una mejor preparación para el desarro­llo. Respecto a esta tesis, empero, hay que anotar al­gunas cosas. Una es que el marcado interés en la edu­cación primaria en Antioquia se mostró mucho antes266

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cuestión de linkages en cuanto a transporte se inclu­yera en el modelo. Pero como el impacto de las dos industrias sobre los transportes figura como elemento importante en el contraste entre las dos, da a pensar al lector que esta explicación forma parte del modelo.

El problema de lo difuso de los términos del mo­delo se nota también en otro aspecto de sus dos casos ilustrativos. McGreevey discute el tabaco del Magda­lena y el café de Antioquia como “tipos ideales”, tipos ideales que más que todo representan, según me pa­rece, unidades grandes y monopolisticas por un lado y unidades pequeñas por el otro. Si McGreevey se hubiera quedado con términos tan sencillos y bien de­finidos, la hipótesis habría sido más utilizable. Pero la utilización de la hipótesis en forma tan sencilla con­llevaba un dilema. En el caso de Colombia hubo re­giones, sobre todo en la región de Santander, en don­de el tabaco se cultivaba en pequeñas unidades como el café en Caldas. Pero el cultivo del tabaco en San­tander no sirvió de motor para un desarrollo notable. Parece que para pasar encima de este dilema, McGree­vey utilizó el término más difuso, flexible e indefinido de las “condiciones técnicas de producción”. Así, echa a un lado el problema de Santander con decir nada más que este estado “careció de las condiciones técni­cas necesarias para la producción y la exportación” . Se ve que estas “condiciones técnicas” son una inven­ción maravillosa: se prestan para explicar cualquier cosa. Pero después de esta clase de explicación es ne­cesario entrar en algunos detalles.

La industria del café también ilustra los problemas en aplicar el modelo de una manera rigurosa. En al­gunas regiones, por ejemplo Cundinamarca, las uni­dades grandes eran relativamente más importantes que

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propio autor. Parece que McGreevey quiso tener va­riables que explicaran todo. Así los construyó con la consistencia de una esponja para que pudieran absor­ber cualquier cosa. En consecuencia, el modelo real­mente no es un conjunto bien integrado. No puede funcionar sin desbaratarse. Es necesario desarmarlo para poder utilizar los factores componentes separada­mente. De otra manera no se puede comprender cla­ramente lo que realmente está pasando. Así parece que el modelo en toda su extensión puede servir más bien para oscurecer que para esclarecer las pautas del desarrollo.

Se pueden advertir los problemas al aplicar el mo­delo difuso en los casos que McGreevey utiliza. Por ejemplo, McGreevey señala el hecho, ya notado por otros autores,de que la industria tabacalera no estimu­ló el desarrollo de los transportes como hizo después la industria del café. Pero hizo por circunstancias muy particulares porque el tabaco tenía un alto valor en relación a su peso y porque la región productora más importante era pequeña y estaba ubicada en las orillas del río Magdalena. El café en cambio tenía costos más altos de transporte en relación a su valor y no se encontraba cerca del río sino en Jas montañas. Todo esto, parece que McGreevey lo incluye bajo el término de “condiciones técnicas” de la producción. Pero algu­nas de estas “condiciones técnicas” no son fijas, ni inherentes, ni en el café ni en el tabaco, ni en las gran­des propiedades ni en las pequeñas.

El factor más importante en el no-desarrollo de transportes terrestres por la industria tabacalera, era su ubicación en las orillas de un río. Pero ésta no es una condición técnica inherente en el cultivo del ta­baco. Es posible que McGreevey no entendía que la268

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de la época del café. Era visible ya en los 1830s. Yo creo que esto sí se puede asociar con las oportunida­des de la frontera antioqueña. Pero en este caso obvia­mente no se originó en las “condiciones técnicas” del cultivo del café. Por otra parte hay que advertir que los pequeños caficultores no eran los únicos pequeños productores agrícolas con experiencia en el mercado. No veo por qué el pequeño productor de papas o ce­bollas en Boyacá tuviera menos experiencia de esta clase.

No puedo dejar el tema de los antioqueños sin ha­cer un comentario sobre los que hace McGreevey con mi interpretación del papel de ellos en la economía co­lombiana en el siglo XIX. McGreevey avanza a la car­ga contra mi tesis aparentemente en el equivocado concepto que yo había dicho que el “desarrollo” de An­tioquia se fundaba sobre la minería del oro y que em­pezó mucho antes de la época del café. En realidad, no dije tal cosa. Mi artículo no tiene su enfoque en el "desarrollo” de Antioquia. Tiene que ver con la mine­ría del oro como base no del desarollo económico sino de la formación y concentración de capitales de alguna consideración en manos de los comerciantes de Mede­llín. Tiene que ver no con el desarrollo industrial de los años posteriores a 1900 sino con el dominio que ejercieron los antioqueños sobre aspectos claves de las economías de otras regiones en la época entre 182r y 1880. (Compárese la descripción de mi tesis que se encuentra publicado en este libro).

El desarrollo y el proceso de capitalización son co­sas bien distintas. Tienen una relación, sin embargo, una relación que McGreevey, según parece, prefiere dejar de mencionar. Es muy notable que en su expli­cación del desarrollo de Antioquia hace mucho hinca­

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pié en,el papel de los pequeños caíicultores pero no dice nada de figuras no menos notables, los grandes capitalistas de Medellín *. Cabe anotar que las fábri­cas de Medellín no fueron fundadas ix)r los pequeños caficultores. Ni es para mi muy claro que como mer­cado eran un factor dominante en sostenerlas. Antes de aceptar esta tesis será necesario saber si los mercados de las fábricas antioqueñas estaban limitados a la re­gión de Antioquia.

En su penúltimo capítulo, McGreevey anota lo que ya señaló Robert Beyer en su tesis sobre la historia del café colombiano —la relación estrecha entre el de­sarrollo de la industria del café y la construcción de los ferrocarriles. En sus respectivos desarrollos anda­ban parejos, el ferrocarril abriendo posibilidades para una exportación con costos mucho más bajos, el café supliendo la carga esencial para justificar la construc­ción de los ferrocarriles. No se puede decir que el uno causó el otro, porque en realidad fue un desarrollo complementario y contemporáneo.

Al fin de este capítulo McGreevey se lamenta de que el binomio ferrocarril-café no tuvo un desarrollo notable sino después de 1910 y que la red de ferroca­rriles por esto se aproximó a su conclusión sólo a fi­nes de los 1920s. Se pregunta por qué la construcción de los ferrocarriles se demoró tanto en Colombia. Ano­ta que ya existía la tecnología, mucho antes de 1880.

* En una ponencia elaborada para el simposio de 1975, Roger Brew hace una crítica paralela a ésta. Brew dice que M c­

Greevey exagera el papel de la demanda de los consumidores antioqueños en el desarollo industrial de la región y no con­cede suficiente atención al papel de los capitales antioqueños en este proceso.270

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jP o r qué no se utilizó? Observa que se habían cons­truido gran parte de los ferrocarriles no únicamente de Norteamérica y Europa sino también de México, Argentina y Brasil antes de 1910; mientras en Co­lombia en 1910 apenas se había construido el 26 por ciento de lo que después llegó a ser la red nacional. “Es tentador concluir”, remata McGreevey, “que si los ferrocarriles hubieran sido construidos (quiere de­cir, terminados?) antes, hacia 1880 y no hacia 1920, entonces las exportaciones de café habrían llegado en el decenio de 1880 al nivel que alcanzaron en el de 1920. El país se habría ganado cuatro decenios en su trayectoria de desarrollo” (p. 281).

Fuera de lo ahistórico de este planteamiento, uno se resiste a la explicación demasiado sencilla que Mc­Greevey da a la falta de construcción ferroviaria en Colombia. En el capítulo sobre los transportes (capí­tulo 10) él describe esta falta al “predominio de la ideo­logía del laisser-faire” y a la incapacidad del gobier­no central de percibir y apropiar las economías exter­nas de la construcción de vías férreas” . Luego, en el capítulo final asevera que por los efectos del aumento de la población (que discutiré después) el gobierno central llegó a ser más efectivo (y así, se supone, se pudieron construir los ferrocarriles).

Sin querer negar un papel a la incapacidad del gobierno en el retardo en la construcción de los ferro­carriles, hay que decir que la explicación a este fenó­meno que da McGreevey es sumamente deficiente. En primer lugar, él exagera los efectos de la ideología de dejad-hacer. Esta ideología tal vez fue típica de los radicales que siguieron la línea de Manuel Murillo Toro en la década del 50. Pero ya en los 60s, como ha señalado Luis Ospina Vásquez, se empezaron a modi-

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íicar las versiones extremas de esta ideología. Después de 1864 el gobierno centra! ofreció subsidios para com­pensar las compañías que construyeran ferrocarriles. En 1871 el gobierno ofreció garantizar a las compa­ñías constructoras un interés de 7 por ciento sobre el capital invertido. Y ya en 1873 se autorizó la cons­trucción de ferrocarriles por el mismo estado en el caso de que ningún empresario privado ofreciera cons­truirlos en condiciones aceptables. (Véase Alfredo O r­tega Díaz, Ferrocarriles colombianos, pp. 18-26). Ya en 1879 y 1880 más del 40 por ciento del presupuesto nacional fue dedicado al desarrollo material, y la ma­yor parte de estos gastos eran para sostener la cons-, trucción de ferrocarriles. Creo entonces que la influen­cia negativa de la ideología de dejad-hacer no alcanza a explicar la falta de construcción de los ferrocarriles después de 1870.

Pero la explicación de la demora en la construc­ción de los ferrocarriles que nos ofrece McGreevey es deficiente no solamente por exagerar la influencia de la ideología de dejad-hacer. Es deficiente también jx)r los otros actores que deja de considerar.

El más importante de estos factores es la geografía colombiana. En primer lugar el terreno muy abrupto de Colombia, precisamente en las regiones más po­bladas, combinado con las lluvias torrenciales, hizo muy difícil la construcción de los ferrocarriles en el interior. Y en las tierras bajas, que eran más llanas, se tropezó durante el siglo X IX con el problema de las enfermedades tropicales. Así la construcción de los ferrocarriles en las tierras calientes en esta época im­plicaba una fuerte mortalidad de los trabajadores (y hasta entre los ingenieros dirigentes). Por estas razo­nes —y también por la necesidad de importar gran par­272

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te de los bienes de capital utilizados— el costo de la construcción de los ferrocarriles en Colombia fue tres veces mayor que en los paises de terrenos planos y cli­ma templado como los Estados Unidos, Canadá y Ar­gentina.

En estas condiciones, para iniciar y para llevar a cabo una via férrea, se necesitaba un aliciente muy po­deroso. Lo necesitaba una empresa privada en la for­ma de alguna esperanza de utilidades. Y lo necesitaba también una empresa estatal, porque los costos de la construcción eran tales que implicaban conseguir em­préstitos en el exterior, empréstitos difíciles de conse­guir si la empresa no era prometedora.

La realidad es que Colombia no ofreció antes de 1880, o aún después, estos alicientes. No podía asegu­rar a las posibles empresas de ferrocarriles la carga necesaria para sostenerlas. No podía ofrecer esta carga en parte por la misma estructura topográfica de Co­lombia que hasta en las partes más pobladas del inte­rior mantuvo la población muy dispersa y arrinconada en pequeñas islas económicas. Utilizar el ferrocarril implicaba cierta concentración de población y de re­cursos que casi prohibía la geografía colombiana.

En el caso de algunos estados americanos la falta de jxiblación concentrada se compensó con la existen­cia de algunos recursos apetecidos por los países in­dustrializados. En México, Perú y Chile, los mine­rales industriales cumplieron esta función. Pero Co­lombia no pudo ofrecer este incentivo a los que estaban en mayores capacidades de construir ferrocarriles. Uni­camente con el cultivo del café en una extensión más o menos grande se creaba una demanda de transpor­tes suficiente para justificar los ferrocarriles.

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Entonces la pregunta de McGreevey de por qué no se construyeron los ferrocarriles antes se traduce en la pregunta de por qué no se fundó la industria del café antes. A este respecto McGreevey anota que, en su opinión, el café habria i>odido fundarse ya en 1850. Observa que el hecho de que el Brasil ya tuvo en pleno vuelo su industria del café a mediados del siglo XIX, indica que hubo suficiente demanda para sostener la industria.

Este planteamiento también me parece muy super­ficial. En primer lugar, los empresarios agrícolas del interior del país no invirtieron en el café en la década de 1850 porque en esta época les parecía que tenían alternativas mejores. Por razones puramente econó­micas, no estarían dispuestos a cultivar el café mien­tras'tenían alternativas- menos costosas y más llamati­vas. Hay que considerar que el costo del dinero en Colombia en el siglo pasado, como hoy en día, era bas- tanto alto, por lo general de 12 a 18 por ciento para el gobierno o para los negociantes pudientes. Por lo tanto hubo bastante resistencia a emprender cualquier negocio que requería un tiempo muy largo en dar un retorno. Como bien se sabe, el cafeto requiere cuatro o cinco años para madurar. Entonces, implica una in­versión a largo plazo. Con los altos costos del dinero, casi todos buscarían una inversión más corta si exis­tiera la posibilidad. Y, antes de 1880, existían estas posibilidades, aunque desafortunadamente no de una manera muy estable. Uno de los grandes atractivos del tabaco fue que se podía recoger la cosecha en seis me­ses. También los cultivos del añil y del algodón daban sus cosechas en muy corto tiempo. Y para la quina^y los otros productos silvestres la espera podría ser no muy larga también. Por esto, todos estos productos274

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-mientras hubiere mercado en el exterior para elloS'—tuvieron un atractivo muy obvio para los negociantes colombianos. No-es de admirar que no fijaron su aten­ción en el café sino cuando ya parecia imposible seguir con las otras opciones. Asi el tabaco tuvo su gran auge en los 1850s y 1860s, el añil y el algodón sus breves historias en los 1860s, y la quina tuvo sus momentos en los 1850s y otra vez en los 1870s. El café se adoptó cuando se empezaron a desvanecer las ilusiones susci­tadas por estos otros productos. Empezó a llamar la atención de los dirigentes colombianos a mediados del decenio de 1860, y el ensanche en serio puede fecharse desde 1880, cuando ya se habian perdido todas las es­peranzas de financiar el futuro en las otras opciones.

Otro costo del café ■—fuera de la espera de cuatro o cinco años— fue precisamente el del transporte. Se ix)dia cultivar el café únicamente en ciertas condicio­nes geográficas. Estas condiciones se encontraban en Colombia más que todo en las cordilleras del interior. Esta ubicación del posible cultivo del café implicaba costos de transporte más fuertes que en las- regiones que primero empezaron el cultivo del café en el Bra­sil, más cercanos a la costa. Hay que notar a este res­pecto que también se cultivó el café en la primera mi­tad del siglo XIX en las regiones de Colombia que tenían un acceso más c> menos fácil a los mercados ul­tramarinos —eso es, en el norte de Santander y en una parte de la Sierra Nevada de Santa Marta. Pero la mayor parte de los lugares apropiados para el culti­vo del café en Colombia estaban mucho más alejados de la costa; así el cultivo tuvo que esperar el momento en que, por no tener otras opciones, era necesario lanzar­se al café (y también a los ferrocarriles).

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Así el juicio de que Colombia no construyó sus fe­rrocarriles anteriormente por razones politicéis es uno muy ligero y superficial. Descuida alegremente todos los problemas reales que tuvieron que enfrentar los co­lombianos el siglo pasado. Es cierto que en el capítulo final de! übro McGreevey añade otra explicación que la de la política de las pautas del desarrollo de los fe­rrocarriles —una explicación que, sin tocar los factores mencionados arriba, sí tiene mucha razón. Es éste el papel del crecimiento de la población en crear las ba­ses para el desarrollo. Obviamente el aumento de la jx)blación también tuvo el efecto de incrementar la de­manda y así ayudó a echar los cimientos económicos de los ferrocarriles.

Es interesante, empero, que McGreevey cree que el aumento de la población no fue tan importante en el sentido de crear más demanda para los transportes. En vez de esto analiza los efectos del aumento de la población en términos más intangibles. Propone como modelo de explicación del desarrollo una tesis adapta­da de los estudios de H. J. Habakkuk sobre que la población) fue la de hacer un esfuerzo para recuperar dio; la respuesta (al menos en algunos sectores de la población) fue la de hacer un esfuerzo para recuperar sus ingresos acostumbrados; este esfuerzo condujo a la introducción de innovaciones económicas. Al análisis de Habakkuk, McGreevey añade otro elemento deriva­do de sus admirables lecturas en el campo del desarro­llo : la tesis de que tal aumento de la población también hizo necesario un mayor grado de “interdependencia”, término que en el uso de McGreevey involucra varias definiciones distintas pero que en la práctica parece ser equivalente de una intervención más activa del Esta­do en la economía.276

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En el caso colombiano, McGreevey con un enfo­que especial en Antioquia trata de establecer una co­nexión entre el aumento de la población y el cultivo del café (y varias innovaciones en el mismo) y entre el aumento de la población, la interdependencia, y la construcción de los ferrocarriles.

La discusión de McGreevey sobre los posibles efec­tos del aumento de la población es sumamente intere­sante. El problema, como se ha notado antes con otro? de sus conceptos, es relacionarlos con la realidad con­creta de la historia. Creo que en este caso, como en otros, los conceptos son más interesantes como con­ceptos abstractos que convincentes como descripción de la historia económica y social colombiana.

La primera duda que tengo en cuanto a los hechos concretos tiene que ver con la sugerencia de McGree­vey de que las “reformas del 1850 bien pudieron ha­ber sido suficientes para inducir” el aumento autóno­mo de la población (p. 293). Sugiere que la

“emancipación de los esclavos negros y el intercambio de la producción tabacalera en tierra caliente pudieron haber alterado radicalmente los frenos morales y sociales sobre la tasa de natalidad entre la población negra y entre los habitantes de las zonas tropicales. D e otra parte, el rom­pimiento de los lazos comunales entre los indios también pudo haber tenido efectos s im ila r e s ... .”.

Esta es una sugerencia muy imaginativa ; tengo que confesar que no se me habría ocurrido. Lo que falta es comprobarla, cosa bastante fácil de hacer, utilizan­do los datos comparativos de las poblaciones munici­pales de 1851 y 1870 (en el Anuario Estadístico de 1875). Dudo que McGreevey se tomó el trabajo de in­

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tentar probar la hipótesis. En el Anuario se encuentra una jxjsible comprobación de la tesis respecto al pro­yectado incremento de la pol)lación antes esclava. Al menos la población del Estado del Cauca, en donde se encontraba una gran proporción de los esclavos, cre­ció a una tasa un ¡xjco mayor que el promedio nacio­nal. (Falta hacer un estudio más específico de los mu­nicipios en donde estaban concentrados los esclavos pa­ra dar una comprobación más convincente). Pero en el caso de los otros grupos mencionados por McGree­vey los datos no parecen respaldar la hipótesis. Parece que la supuesta relajación moral entre los trabajado­res tabacaleros no produjo el aumento de la pobla­ción imaginado posible por McGreevey. Entre 1851 y 1870 el pueblo de Ambalema perdió más de la tercera parte de su población. Y en el cantón o depar­tamento del cual formó parte Ambalema, el aumento entre 1851 y 1870 fue únicamente de 12.8 por ciento (en un promedio nacional de 37.2% ); dos terceras par­tes de este aumento representó el crecimiento de Iba- gué y Chaparral, municipios no tabacaleros. Es posi­ble que el descenso de la población de Ambalema y el estancamiento de la de los pueblos vecinos productores del tabaco refleje la salida de los trabajadores en una época de depresión del tabaco de Ambalema, porque ya en 1870 se empezó a notar su decadencia. Pero e s - , ta salida debía ser muy rápida, porque en 1868 la ex­portación del tabaco de Ambalema alcanzaba niveles comparables con los buenos años anteriores. Hay que añadir que en todo el Tolima en la época 1851-1870 el aumento de la población fue muy bajo (32.3%, en un promedio nacional de 37.2%). Unicamente un estado en la Unión tuvo un aumento menor. Este fue Santan- der, y ya sabemos que este estado de artesanos rura­les sufrió más que cualquier otro. Así quedo un poco278

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escéptico en cuanto al efecto demográfico de la expan­sión tabacalera que proyecta McGreevey.Dudo aún más que la destrucción de los resguar­

dos hubiera suscitado un aumento de la población que había vivido en estos. Si se supone que los indígenas sufrieron una pérdida económica con la pérdida de sus tierras, lo que supone McGreevey (creo que con ra­zón), y si se supone que una pérdida económica se re­fleja en una baja en las tasas de fertilidad, lo que tam- ])ién supone McGreevey en algunas partes del libro, entonces uno debe concluir que los antiguos miembros de los resguardos no debían de haber experimentado un aumento notable de su población. Sería interesante hacer un estudio cuidadoso de los cambios de pobla­ción en todos los pueblos conocidos como mayormente indígenas en esta época —estudio del cual tengo que prescindir en este momento. Empero, se puede decir que los datos globales no son muy convincentes. Boya­cá y Cundinamarca, en donde se encontraba una gran proporción de comunidades indígenas, tuvieron una ex­periencia demográfica muy mediocre entre 1851 y 1870, ambos por debajo del promedio nacional. Los estados que más experimentaron incrementos de población (Panamá, Antioquia, Magdalena y Bolívar, en orden descendente) no eran notables por sus concentracio­nes de indígenas.

Hay otra clase de problema de comprobación en otro de los elementos de la tesis demográfica de la transición. Es esta la parte que asevera (siguiendo a Habakkuk) que el aumento de la población y un con­secuente descenso de los ingresos estimula la adopción de innovaciones por el esfuerzo de recuperar los anti­guos niveles de ingreso. Este es un planteamiento muy interesante, pero muy difícil de comprobar. McGreevey

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cree encontrar la sustentación del mismo más que todo en la industria del café. Anota innovaciones colombia­nas en los modos de cultivar el café (utilizando la som­bra) y de cosecharlo (con una selección cuidadosa de los granos maduros) ambos métodos no utilizados j» r los brasileños. (Pero, ¿fueron por lo tanto necesaria­mente innovaciones colombianas?). También se refiere a innovaciones en la maquinaria para procesar el café y en el mercadeo. Muy bien. El problema con este plan­teamiento es establecer que estas innovaciones refleja­ban un esfuerzo para compensar una baja de los in­gresos reales de la masa de la población. Muchas de estas innovaciones probablemente eran la obra no del campesino raso sino de los grandes negociantes de Me­dellín y los grandes propietarios de cafetales. Resulta entonces muy difícil (al menos para mi) establecer una conexión entre estas innovaciones y la baja del in­greso real medio. Más bien parecen representar el lo­gro de gentes obrando con las ventajas de un capital acumulado y buscando una acumulación todavía mayor.

Todavía es más difícil comprobar la realidal de los asertos de McGreevey sobre el fenómeno de la “inter­dependencia”, porque se formulan a un nivel de abstrac­ción y de generalización tal que es difícil relacionar este concepto con los hechos reales. McGreevey per­cibe dos fases en el proceso de desarrollar la interde­pendencia. La primera es una de “fracaso”, en la cual las interrelaciones económicas y sociales más activas implican un reto a la organización social, una prueba de que la sociedad todavía no está en condiciones de “pasar” con éxito. Ve a las guerras civiles del siglo pasado como el ejemplo sobresaliente de esta clase de interdependencia”, en la cual hay una respuesta más efectiva al reto implicado por el crecimiento de la po-280

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fracaso. La segunda fase del “reconocimiento de la blación. En esta etapa es notable la intervención más efectiva del Estado en la intervención de la economía.

Ahora bien, este proceso, sujwngo, se puede reco­nocer en todas las sociedades occidentales. Creo, empe­ro, que en este caso McGreevey no logra establecer muy claramente la relación entre los cambios demográ íicos y el proceso socio-político de la interdependencia. Ambos tal vez se pueden notar como fenómenos gene­rales, pero no se establece una estrecha relación entre ellos (en términos de datos).

Cuando desciente McGreevey al reino terrestre de los datos históricos, las comprobaciones que ofrece no son muy convincentes. Por ejemplo, McGreevey cree (p. 300) que “la interdependencia fue reconocida y encarada en Antioquia antes que en otras regiones, quizás en razón de la experiencia antioqueña con las empresas conjuntas en la minería y en la colonización o quizás sólo porque el crecimiento demográfico gene­ró un estímulo óptimo en Antioquia. Para respaldar este aserto, anota que en Antioquia el gobierno estatal “fomentó las investigaciones sobre el cultivo del café e inicialmente subsidió las siembras experimentales”. También trae el dato de que en 1877 una disposición del gobierno estatal estableció premios para los que le­vantaran ovejas, produjeran vino o cultivaran el café. Y, en fin, el estado de Antioquia también promovió la construcción de carreteras y de ferrocarriles (p. 300). Hay que decir que estos indicios de un “ reconocimien-

* Sobre la tesis de que la minería fue un estímulo de orga­nización económica en Antioquia, véase el segundo ensayo

en esta colección.

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to” efectivo de la interdependencia no eran una cosa completamente nueva en la época de 1870-1900. Ya en la época de 1821-1849 el gobierno central había inter­venido con la misma actividad para promover la misma clase de adelantos económicos —concediendo premios a los que intentaron nuevos cultivos o la exportación de productos que todavía no tenían un mercado esta­blecido, por medio de privilegios intentando promover nuevas industrias. Entonces, esta intervención del Es­tado en la economía en la primera mitad del siglo tam­bién representa una respuesta a cambios demográfi­cos ?' Hay que anotar que Antioquia tampoco era tan excepcional en la época 1870-1900 como da a enten­der McGreevey. Los otros estados mayores, como Cun­dinamarca, Boyacá y Santander también estaban pro­moviendo investigaciones agrícolas, la fundación de nuevas industrias (hierro y acero en los casos de Cun­dinamarca y Boyacá) y la construcción de carreteras y ferrocarriles. Pero estos estados eran entre los esta­dos con las tasas más bajas de crecimiento de pobla­ción (todos los tres tenían tasas por debajo del pro­medio nacional). Entonces, por esta razón tampoco veo una relación muy clara entre los cambios demográficos y este proceso de “reconocimiento” de la interdepen­dencia. Para comprender estos fanómenos hay que bu.=- car otras variables menos trascendentales.

En fin, después de elaborar la tesis de que el cre­cimiento de la población fue el primum mobile del de­desarrollo, McGreevey concluye el libro diciendo que él cree que esta hipótesis aun no es suficiente para ex­plicar el desarrollo colombiano después de 1885. Con­cluye entonces con la siguiente observación;

“los colombianos realizaron la transición y comenzaron adesarrollarse porque así lo desearon. La expansión demo-

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gráfica fue importante y, ciertamente, las innovacionc“> fueron esenciales, pero el ingrediente básico de la transí ción fue la voluntad de realizarla”.

En el simposio de 1975 esta conclusión suscitó más críticas que cualquier otro elemento del libro. La ina­plicación de este aserto es que antes de 1885 o de 1905 o de cualquiera fecha que escoja McGreevey, los co­lombianos no querían desarrollarse, lo que me parece ridículo. Hay que aclarar que cuando McGreevey ha­bí?, de la voluntad para desarrollarse, está pensando en una voluntad tal que esté lista para hacer sacrificios para llegar a la meta. Pero aun con esta construcción del aserto, todavía me parece ridículo. Quiere decir que los colombianos anteriores de 1885 no querían hacer tales sacrificios.

Creer en tal cosa, supongo, es un asunto del juicio subjetivo; a mi me parece que falta completamente a la realidad histórica.

Sin duda los pocos lectores que han seguido hasta aquí este repaso de problernas analíticos y metodológi­cos en el libro de McGreevey se alegrarán en saber que ya hemos llegado a su conclusión. En resumen, se puede decir que el libro sufre de varias fallas de aná­lisis y de no pocos yerros de documentación. A pesar de la postura “científica” que asume McGreevey, hay una fuerte tendencia a hacer aseveraciones sobre asun­tos de los cuales, él tiene pocos conocimientos. A veces estas aseveraciones se hacen no porque haya compro­bación de éstas sino porque sería bello si fueran cier­tas; quiere decir que el concepto del momento saldría muy bien. Pero, a pesar de las fuertes críticas que ha­go aquí del libro, quiero aclarar que las hago no con el motivo de impedir su lectura —estoy seguro que se

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va a leer en todo caso— sino con el fin de suplir una guia critica del libro. Sobre todo quiero servir a los que por falta de experiencia con la materia puedan es­tar un poco desprevenidos. En fin, es un libro muy ambicioso, de largo alcance, que muestra mucha imagi­nación (aunque a veces poco cuidado) y que introduce a los lectores colombianos muchos conc^tos interesan­tes que puedan servir para comprender las pautas del desarrollo económico del país. Hay que leerlo —pero con mucho cuidado.

Escrito en español por el autor.

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