AURÉLIE-NERVAL Caja 0 25/8/09 17:30 Página 1maldororediciones.eu/pdfs/maldororediciones_nerval_aurelie.pdf · te sucedió a unas vanas protestas de ternura. 9 AURÉLIE-NERVAL "Caja

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  • Grard de Nerval

    AURLIEO EL SUEO Y LA VIDA

    Traduccin: Jorge Segovia

    MALDOROR ediciones

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  • La reproduccin total o parcial de este libro, no autorizada por los editores, viola derechos de copyright.

    Cualquier utilizacin debe ser previamente solicitada.

    Ttulo de la edicin original:

    Aurlie, ou le rve et la vieGallimard, Pars 1974

    Primera edicin: 2009 Maldoror ediciones

    Traduccin: Jorge Segovia

    ISBN 13: 978-84-96817-91-3

    MALDOROR ediciones, [email protected]

    www.maldororediciones.eu

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  • AURLIEo el sueo y la vida

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  • PRIMERA PARTE

    I

    El sueo es una segunda vida. Nunca pude cruzar sinestremecerme esas puertas de marfil o de cuerno que nosseparan del mundo invisible. Los primeros instantes delsueo son como una imagen de la muerte. Una especie develado letargo acaba por apoderarse de nuestro pensa-miento, y no podemos determinar el instante preciso enque el yo, bajo otra forma, prosigue la obra de la existencia.Se trata de un amorfo subterrneo que se ilumina poco apoco, y donde se desprenden de la sombra y la noche lasplidas figuras hierticas e inmviles que pueblan el terri-torio del limbo. Despus el cuadro adquiere forma, y unaclaridad nueva ilumina cinticamente esas aparicionesextraas: el mundo de los espritus se abre entonces paranosotros. Swedenborg llamaba a esas visiones Memorabilia, y fre-cuentemente tenan su origen en el delirio ms que en elsueo. El Asno de Oro, de Apuleyo, y La Divina Comedia deDante, son los modelos poticos de esos estudios del almahumana. Voy a intentar aqu, siguiendo su ejemplo, trans-cribir las impresiones de una larga enfermedad que se des-arroll en los arcanos de mi espritu; y no s por qu utili-zo el trmino enfermedad, pues nunca, en lo que a m serefiere, llegu a gozar de mejor salud. A veces, crea que mifuerza y actividad eran redobladas; me pareca saberlotodo, comprenderlo todo; la imaginacin me procurabadelicias infinitas... Al recobrar eso que los hombres llamanla razn, tendr que lamentar haberlas perdido?Esa vita nuova consisti para m en dos fases. He aqu lasnotas que se refieren a la primera.

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  • Una mujer a la que llamar Aurlie y a la que am duran-te mucho tiempo poda considerarla ya como perdidapara m. Poco importan las circunstancias de ese aconteci-miento que habra de tener tanta influencia en mi vida.Cada cual puede buscar en sus recuerdos la emocin msdolorosa, el golpe ms terrible con que el destino haya cas-tigado su alma; entonces hay que resolver entre morir ovivir: dir ms adelante por qu no escog la muerte.Condenado por aquella a la que amaba, culpable de unafalta de la que no esperaba ya perdn, no me quedaba otracosa que entregarme a los excesos ms vulgares: as, fingalegra e indolencia, y corr el mundo, locamente seducidopor la variedad y el capricho; me gustaban sobre todo lasindumentarias y las extraas costumbres de lejanos pases;me pareca que desplazaba as las condiciones del bien ydel mal; los trminos, por decirlo as, de lo que es sentimien -to para nosotros los franceses. Qu locura me decaamar as con un amor platnico a una mujer que ya no nosama. Es culpa de mis lecturas; he tomado en serio lasinvenciones de los poetas, y he construido una Laura o unaBeatriz de una persona cualquiera de nuestro siglo...Pasemos a otras intrigas, y sta quedar pronto olvidada.El vrtigo de un alegre carnaval en una ciudad de Italiadesterr todas mis ideas melanclicas. Me senta tan dicho-so por el alivio que experimentaba, que acab por hacerpartcipes de mi alegra a todos mis amigos, y, en mis car-tas, les presentaba como una constante del estado de miespritu lo que no era sino excitacin febril. Un da, lleg a la ciudad una mujer de gran renombre, quese hizo amiga ma y que, acostumbrada a gustar y a des-lumbrar, me arrastr sin dificultad al crculo de sus admi-radores. Despus de una velada en la que haba estado a lavez natural y llena de un encanto del que todos padecimoslas consecuencias, me sent enamorado de ella hasta elpunto de que no quise demorar ni un instante la ocasin deescribirle. Era tan feliz de sentir a mi corazn capaz de unamor nuevo...! Convine en utilizar, en ese entusiasmo falaz,las frmulas mismas que, tan poco tiempo antes, me hab-

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  • an servido para pintar un amor verdadero y largamentepuesto a prueba. Una vez que parti la carta, hubiese que-rido retenerla, y me fui a soar en soledad con lo que mepareca una profanacin de mis recuerdos. La noche devolvi a mi nuevo amor todo el encanto de lavspera. La dama se mostr sensible a lo que yo le habaescrito, a la vez que mostraba cierto asombro por mi sbi-to fervor. Yo haba franqueado, en un da, varios estratos delos sentimientos que pueden concebirse por una mujer conapariencia de sinceridad. Me confes que le causaba turba-cin a la vez que la haca sentirse orgullosa. Trat de con-vencerla; pero por mucho que quisiera decirle, no pudevolver a encontrar despus el diapasn de mi estilo, demanera que me vi obligado a confesarle, con lgrimas, queme haba engaado a m mismo al pretender seducirla... Alparecer, mis sentidas confidencias tuvieron sin embargoalgn encanto, y la dulcedumbre de una amistad ms fuer-te sucedi a unas vanas protestas de ternura.

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  • II

    Ms tarde, la encontr en otra ciudad, donde se encontrabala mujer a la que yo segua amando sin esperanza. Un azarhizo que se conocieran entre ellas, y la primera tuvo opor-tunidad, sin duda, de enternecer con respecto a m a la queme haba desterrado de su corazn. De modo que un da,encontrndome en una reunin de la que formaba parteella, la vi venir a m y tenderme la mano. Cmo interpre-tar ese gesto y la mirada profunda y triste con que acompa- su saludo? Cre ver en esto el perdn del pasado; elacento divino de la piedad daba a las sencillas palabras queme dirigi un valor inexplicable, como si un componentereligioso se mezclara a las dulzuras de un amor hastaentonces profano, y le imprimiese el carcter de la eterni-dad. Una urgente obligacin me empujaba a regresar a Pars,pero sobre la marcha tom la decisin de no permanecerms que unos pocos das y volver al lado de mis dos ami-gas. La alegra y la impaciencia me produjeron entoncesuna especie de aturdimiento que se complicaba con el cui-dado de los asuntos que tena que llevar a cabo. Una noche,hacia las doce, atravesaba el arrabal donde se encontrabami alojamiento, cuando, al levantar casualmente los ojos,me fij en el nmero de una casa iluminado por un farol.Esa cifra se corresponda con mi edad. Enseguida, al bajarla mirada, vi ante m a una mujer de tez macilenta y ojoshundidos, que pareca tener los mismos rasgos de Aurlie.Me dije: Es su muerte o la ma lo que me es anunciado.Pero no s por qu me atuve a la ltima suposicin, y meimpresion con la idea de que habra de ser al da siguien-te a la misma hora. Aquella noche tuve un sueo que vino a confirmar mistemores. Erraba por un vasto edificio compuesto de distin-tas salas, de las cuales unas estaban dedicadas al estudio,otras a la conversacin o a las discusiones filosficas. Medetuve con inters en una de las primeras, donde cre reco-

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  • nocer a mis antiguos maestros y condiscpulos. Las leccio-nes sobre los autores griegos y latinos an seguan desarro-llndose, con ese montono zumbido que parece una ple-garia a la diosa Mnemosine... Despus pas a otra sala,donde tenan lugar conferencias filosficas. Particip enellas durante algn tiempo, luego sal para buscarme unahabitacin en una especie de hostera de escaleras inmen-sas, que bulla de viajeros atareados. Me perd ms de una vez en aquellos largos corredores y, alatravesar una de las galeras centrales, me llam la aten-cin un extrao espectculo. Un ser de tamao desmesura-do hombre o mujer, no lo s, revoloteaba penosamenteen la alturas y pareca debatirse entre nubes espesas. Faltode aliento y de fuerza, acab por caer, finalmente, en mitaddel oscuro patio, enganchando y desgarrando sus alas a lolargo de los tejados y las balaustradas. Pude contemplarloun instante. Estaba teido con tintes bermellones, y sus alasbrillaban con mil reflejos tornasolados. Vestido con unlargo traje de pliegues antiguos, se pareca al ngel de laMelancola, de Albrecht Drer... No pude reprimir un gritode terror, que me despert sobresaltado. Al da siguiente, me apresur a ir a ver a todos mis amigos.Mentalmente me desped de todos y cada uno, y, sin decir-les ni una palabra de lo que ocupaba mi espritu, disertapasionadamente sobre temas msticos; incluso llegu aasombrarlos con una elocuencia fuera de lo comn; mepareca que lo saba todo, y que los misterios del mundo seme revelaban en esas horas supremas. Al anochecer, cuando la hora fatal pareca acercarse, diser-taba con dos amigos, sentados a la mesa de un casino, sobrela pintura y la msica, definiendo desde mi punto de vistala generacin de los colores y el sentido de los nmeros.Uno de ellos, llamado Paul***, quiso acompaarme a micasa, pero le dije que todava no me retiraba. A dnde vas? me pregunt. Hacia el Oriente.Y mientras me acompaaba, me puse a buscar en el cielouna estrella, que crea conocer, y a la que atribua alguna

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  • influencia sobre mi destino. Despus de encontrarla, prose-gu mi deambular siguiendo las calles en cuya direccin eravisible, yendo por decirlo as al encuentro de mi destino, yqueriendo percibir la estrella hasta el momento en que lamuerte hubiera de alcanzarme. Al llegar sin embargo a laconfluencia de tres callejuelas, no quise ir ms lejos. Mepareca que mi amigo desplegaba una fuerza sobrehumanapara hacerme cambiar de lugar, creca a mis ojos y tomabala apariencia de un apstol. Tuve la sensacin de que ellugar donde estbamos comenzaba a levitar, y que perdalas formas que le daba su configuracin urbana... Sobreuna colina, rodeada de vastas soledades, esa escena se con-verta en el combate de dos Espritus y como una tentacinbblica. No! deca yo, no pertenezco a tu cielo. En esa estrellaestn los que me esperan. Son anteriores a la revelacinque has anunciado. Djame reunirme con ellos, pues aque-lla a la que amo les pertenece, y es all donde debemos reu-nirnos.

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  • III

    Aqu empez para m lo que llamar el desbordamiento delsueo en la vida real. A partir de aquel momento, todotomaba a veces un aspecto doble, y eso, sin que el razona-miento careciese nunca de lgica, sin que la memoria per-diese los ms leves detalles de lo que me suceda. Slo quemis acciones insensatas en apariencia, estaban comosometidas a lo que llaman ilusin, segn la razn huma-na...En muchas ocasiones me ha asaltado la idea de que, endeterminados momentos graves de la vida, algn Espritudel mundo exterior se encarnaba de pronto en la forma deuna persona ordinaria, y actuaba o intentaba actuar sobrenosotros, sin que esa persona lo supiese o guardase unrecuerdo de ello. Mi amigo me haba abandonado, viendo que sus esfuerzoseran intiles, y creyndome sin duda presa de alguna ideafija que nuestra deambulacin acabara aplacando. A lencontrarme solo, no sin esfuerzo reanud mi camino endireccin de la estrella sobre la que fijaba sin interrupcinmis ojos. Al hilo de mi errancia, cantaba un himno miste-rioso del que crea recordar que lo haba escuchado enalguna otra existencia, y que me colmaba de una inefablealegra. Al mismo tiempo, abandonaba mi ropaje terrestrey lo dispersaba a mi alrededor. El camino pareca elevarseconstantemente y la estrella aumentar de tamao. Despus,me qued con los brazos extendidos, esperando el momen-to en que el alma iba a separarse del cuerpo, atrada mag-nticamente por el rayo de la estrella. Entonces sent unescalofro; la aoranza de la tierra y de aquellos a los queen ella amaba sobrecogi mi corazn, y supliqu tanardientemente en m mismo al Espritu que me atraa hacial, que me pareci que volva a descender entre los hom-bres. En torno a m, unos gendarmes que hacan su rondanocturna ; tena entonces la sensacin de que me habavuelto muy grande, y de que, enteramente imbuido de

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  • fuerzas elctricas, iba a derribar todo lo que se me acerca-ba. Sin duda, algo de cmico debi haber en el cuidado quepuse en respetar las fuerzas y la vida de los gendarmes queme haban recogido.Si no creyese que la misin de un escritor es analizar since-ramente lo que experimenta en las graves circunstancias dela vida, y si no me propusiera un objetivo que considerotil, me detendra aqu, y no intentara describir lo queexperiment despus en una serie de visiones insensatastal vez, o quiz vulgarmente enfermizas... Tumbado sobreun camastro, cre ver al cielo retirar sus velos y abrirse enmil aspectos de inaudita magnificencia. El destino delAlma liberada pareca revelarse a m como para apesadum-brarme por haber hecho pie con todas mis fuerzas en la tie-rra que iba a abandonar... Inmensos crculos se dibujabanen el infinito, como las ondas que se forman en el agua dis-turbiada por la cada de un cuerpo; cada regin, pobladade figuras radiantes, cobraba movimiento, se coloreaba, yse funda alternativamente, y una divinidad, siempre lamisma, se desprenda sonriente de las furtivas mscaras desus diversas encarnaciones, y se refugiaba al fin, inasible,en los msticos esplendores del cielo de Asia. Por uno de esos fenmenos que todo el mundo ha podidoexperimentar en el curso de determinados sueos, esavisin celeste no me dejaba insensible a lo que suceda a mialrededor. Tumbado en un catre, oa cmo los agentescharlaban de un desconocido arrestado como yo, y cuyavoz resonaba en la misma sala. Por un singular efecto devibracin, me pareca que esa voz retumbaba en mi pechoy que mi alma se desdoblaba, por decirlo as, distintamen-te repartida entre la visin y la realidad. Por un instante,tuve la idea de volverme hacia aquel del que hablaban,pero al momento me estremec al recordar una tradicinmuy conocida en Alemania, segn la cual cada hombretiene un doble, y que cuando le ve, es seal de que la muer-te est prxima. Cerr los ojos y ca en un confuso estadode nimo en el que las figuras fantsticas o reales que merodeaban se quebraban en mil apariencias fugitivas. En

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  • determinado momento, vi cerca de m a dos de mis amigosque me reclamaban, los agentes me sealaron, despus lapuerta se abri y alguien de mi estatura, a quien no pudever la cara, sali con mis amigos, cuya atencin quise atraeren vano. Se trata de un error! exclam: vinieron a buscarme am y es otro el que sale!Arm tal algazara que acabaron por meterme en el calabo-zo.Permanec all varias horas sumido en una especie de tor-por; finalmente, los dos amigos que haba credo ver antesvinieron a buscarme con un coche. Les cont todo lo acon-tecido, pero negaron haber venido durante la noche.Almorc con ellos dando muestras de bastante tranquili-dad, pero a medida que se acercaba la noche, me parecique deba temer la hora misma que la vspera haba estadoa punto de resultarme fatal. Ped a uno de ellos una sortijaoriental que llevaba en el dedo y que yo consideraba comoun antiguo talismn, y, cogiendo un pauelo de seda, laanud alrededor de mi cuello, procurando que el engaste,compuesto de una turquesa, quedase fijo sobre un puntode la nuca, donde senta un vivo dolor. En mi opinin, esepunto era por donde el alma amenazaba con salir en elmomento en que cierto rayo, surgido de la estrella quehaba visto la vspera, coincidiera relativamente conmigodesde su cenit. Y ya fuese por azar, o por efecto de mi inten-sa preocupacin, el caso es que ca como fulminado a lamisma hora que la vspera. Me instalaron en un lecho, y durante mucho tiempo perdel sentido y el nexo de las imgenes que se ofrecieron a mivista. Ese estado dur varios das. Fui trasladado a unacasa de salud. Muchos parientes y amigos me visitaron sinque yo llegase a tener conocimiento de ello. La nica dife-rencia para m entre la vigilia y el sueo era que, en la pri-mera, todo se transfiguraba antes mis ojos; cada personaque se me acercaba pareca cambiada, los objetos materia-les tenan como una penumbra que modificaba su forma, ylos juegos de luz, las combinaciones de los colores, se des-

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  • componan, de manera que me mantenan absorto en unaconstante serie de impresiones que se ligaban entre s, ycuya probabilidad era continuada por el sueo, ms desli-gado de los elementos exteriores.

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