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El oficio de la etnografía política Diálogo con Javier Auyero Po r Edison Hur tado A. 1 Editor de Ícon os, Flacso-Ec uador "Ahora, contándolo, me doy cuenta de que…", dice Javier Auyero, de refilón, en un momen- to de la entrevista. "Ahora que lo pienso en voz alta…", agrega en otro pasaje. Por último, co- mo quien no quiere la cosa, se confiesa: "nadie me había preguntado estas cosas, así que lo estoy contando y pensando al mismo tiempo". Parecen buenas señales ya que esta entrevista, como otras que han aparecido en las páginas de Íconos , busca precisamente explorar (y reflexio- nar a partir de) la labor de un académico. Hacer pensar en voz alta sobre los intersticios del ofi- cio. Convertir al analista en un analizante. En este caso, indagar la experiencia de Javier Auye- ro como etnógrafo de la política resulta particularmente útil para entender algunas tensiones del quehacer etnográfico. Su práctica como etnógrafo y su interés por la política lo sitúan en una arista poco trabajada, pero inmensamente rica, de la sociología de las prácticas; pero más que eso, como se ve durante el diálogo, le permiten dibujar entradas tan apasionantes como rigurosas a temas como el clientelismo, la acción colectiva y la cultura política. Palabras clave: : etnografía política, cultura política, clientelismo, protesta, acción colectiva, reconocimiento, Argentina 109 Iconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 22, Quito, mayo 2005, pp. 109-126 © Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador. ISSN: 1390-1249 1 Muchas de las inquietudes p lanteadas en esta entr evista nacieron de los continuos y siempr e sugestivos diá logos con Sofía Argüello. Agradezco a Patricia Cornejo por la excelente transcripción.

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El oficio de la etnografía política

Diálogo con Javier Auyero

Por Edison Hur tado A.1

Editor de Íconos, Flacso-Ecuador 

"Ahora, contándolo, me doy cuenta de que…", dice Javier Auyero, de refilón, en un momen-

to de la entrevista. "Ahora que lo pienso en voz alta…", agrega en otro pasaje. Por último, co-mo quien no quiere la cosa, se confiesa: "nadie me había preguntado estas cosas, así que loestoy contando y pensando al mismo tiempo". Parecen buenas señales ya que esta entrevista,como otras que han aparecido en las páginas de Íconos , busca precisamente explorar (y reflexio-nar a partir de) la labor de un académico. Hacer pensar en voz alta sobre los intersticios del ofi-cio. Convertir al analista en un analizante. En este caso, indagar la experiencia de Javier Auye-ro como etnógrafo de la política resulta particularmente útil para entender algunas tensionesdel quehacer etnográfico. Su práctica como etnógrafo y su interés por la política lo sitúan enuna arista poco trabajada, pero inmensamente rica, de la sociología de las prácticas; pero másque eso, como se ve durante el diálogo, le permiten dibujar entradas tan apasionantes comorigurosas a temas como el clientelismo, la acción colectiva y la cultura política.

Palabras clave:  : etnografía política, cultura política, clientelismo, protesta, acción colectiva,reconocimiento, Argentina

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Iconos. Revista de Ciencias Sociales. Num. 22, Quito, mayo 2005, pp. 109-126© Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-Sede Académica de Ecuador.

ISSN: 1390-1249

1 Muchas de las inquietudes planteadas en esta entrevista nacieron de los continuos y siempre sugestivos diálogos conSofía Argüello. Agradezco a Patricia Cornejo por la excelente transcripción.

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avier Auyero es sociólogo. Estudió la li-cenciatura en la Universidad de Buenos

 Aires y el doctorado en la New School of 

Social Research (Nueva York). Actualmentees profesor en el Departamento de Sociologíade la State University of New York-Stony Brook. “En últimas, yo hago etnografía polí-tica”, dice sobre sí mismo, y es uno de los po-cos que se dedican a este oficio. Siempre des-de la etnografía, ha trabajo sobre temas decultura política, clientelismo y acción colecti-va. Su tesis doctoral, La política de los pobres ,dirigida por Charles Tilly, es un innovador es-tudio etnográfico sobre redes clientelares en

  Argentina; fue finalista del premio WrightMills y ganó el premio a mejor libro otorga-do por The New England Council of Latin

 American Studies (NECLAS). Su último li-bro, Vidas beligerantes , es una elegante piezade etnografía sobre la memoria de la protesta.Entre su producción también destaca, ade-más de numerosos artículos en diversas revis-tas, la edición de ¿Favores por votos? (1997) y Caja de herramientas  (1999), compilaciones

de estudios sobre clientelismo político, la pri-mera, y sobre estimulantes abordajes para elestudio sociológico de la cultura, la segunda.En este año obtuvo la beca Harry Frank Gug-genheim para estudiar las dinámicas de la vio-lencia colectiva en Argentina.

 Actualmente es editor de Qualitative Socio- logy , asesor editorial de Theory and Society,

  Apuntes de Investigación e Iconos , y miembrodel consejo editorial de Internacional Sociology .

Edison Hurtado: Cuéntanos un poco de tutrayectoria. ¿Qué te motivó a cursar sociolo-gía y cómo nace tu interés por la etnografía?

  Javier Auyero: Estudié la licenciatura en laUniversidad de Buenos Aires (UBA), entre1987 y 1992. Venía de estudiar tres años dederecho en una etapa en la que intenté seguirel mandato familiar: mi padre era abogado y,en ese entonces, me dejé llevar. Me tomó un

tiempo comprender que las leyes no eran pa-ra mí, que eso no era lo mío. Y como muchasde las elecciones que uno toma en la vida de-

penden de las relaciones sociales que establez-cas, conocí a un par de sociólogos que me pa-recían unos tipos muy interesantes. No en-tendía muy bien lo que hacían, pero me pare-cía muy divertido. Uno de ellos, Lucas Rubi-nich (a quien dedico mi último libro), termi-nó siendo mi mentor en la licenciatura. Loque más me atraía era su estilo de vida, la vi-da que lleva un sociólogo.

E.H.: ¿Qué es lo que te atraía de ese estilo de

 vida?

 J.A.: ¡Que vivían leyendo y escribiendo! Vi-niendo del mundo seco y árido del derecho,el mundo de la sociología me fascinó. Y otracosa, el ambiente. Frente a la facultad de de-recho, la facultad de ciencias sociales eraotro mundo. Yo estudié derecho en la Uni-versidad Católica, uno de los ámbitos rema-nentes del conservadurismo católico más re-calcitrante, donde muchos de los profesoreshabían sido magistrados de la Corte Supre-ma de la dictadura. En ese ambiente todavíase defendía, con lo poco que quedaba, los“méritos” de la dictadura, lo que ellos llama-ban “el proceso de reorganización nacional”.Era un ambiente muy facistoide, muy con-servador.

Por eso, lo que más recuerdo de mi pri-mer año de sociología era el clima de liber-tad, la posibilidad de experimentar. El

chance de agarrar un libro, digamos Baudri-llard, y leer. Claro, yo no entendía nada, pe-ro me parecía fascinante. Todo era muchomás laxo. Además, había tipos como Por-tantiero, como De Ipola, y tantos otros queahora no me acuerdo, que hacían de la ca-rrera algo vivo.

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E.H.:  ¿Qué significaba estudiar sociología en esos años en Argentina?

 J.A.: Eran los años de la primavera democrá-tica en Argentina; aún se vivía la ilusión de lademocracia sustantiva. Ese ambiente marcabael clima de la carrera. Y era un clima de ebu-llición. La carrera había estado cerrada duran-te la dictadura y fue reabierta en el año 82 –83. En esos años, y poco a poco, volvían a lacarrera todos los profesores exilados. Meacuerdo del caso más clásico, el retorno dePortantiero a la UBA.

En ese ambiente, ser estudiante de socio-

logía era, al mismo tiempo, vivir la democra-cia. Era, a la vez, una manera de militar eilustrarse. No era una experiencia exclusiva-mente intelectual. Era lo que leías, lo quevestías, era -en definitiva- cómo andabas porla vida. Por ejemplo, yo estudiaba sociologíay al mismo tiempo militaba en “Humanismoy Liberación”, una corriente de izquierdadentro de la democracia cristiana. Me acuer-do que militaba en un barrio popular, ha-ciendo alfabetización y, al mismo tiempo,cursaba sociología. Y una cosa y la otra eranmás o menos lo mismo. Parafraseando aClausewitz, yo diría que la sociología era unacontinuación de la militancia por otros me-dios. Pero a medida que fui avanzando en lacarrera y mucho más cuando salí al doctora-do, empecé a inclinarme más hacia la vidaacadémica y dejé la militancia.

E.H.: ¿La academia no es también hacer po-

lítica por otros medios? ¿Por qué establecesese divorcio?

 J.A.: Tiene mucho que ver con mi biografíapersonal. Mi padre era político, fue diputado,incluso fue candidato a gobernador. Para mí,eso es hacer política. Yo no hago política, enese sentido. Me preocupo por la política, pe-ro como académico. El divorcio entre voca-ción política y vocación científica, que una

mala lectura de Weber podría llegar a plan-tear, no tiene mucho sentido; yo creo que vande la mano. Pero el trabajo académico tiene

una autonomía, y esto es algo que sobre todoen América Latina –y en Argentina, por susupuesto- cuesta mucho entender. La autono-mía académica es algo por lo que hay que pe-lear sistemática y sostenidamente porque laspreguntas que surgen de un académico y lasreflexiones que guían la práctica política sondistintas. Si dejamos que la política impongasu agenda en la cuestión académica corremosriesgos muy serios.

E.H.: ¿Cómo llegaste a la New School? ¿Porqué escogiste estudiar ahí el doctorado?

 J.A.: Me era lo más familiar. Por decirte algo,los que eran autores en el lomo de un libro enla UBA eran profesores ahí: Charles Tilly,Eric Hobsbawn, Agnes Heller… eran perso-nas de carne y hueso… y daban clases ahí. Meinteresó también el tipo de cursos que te da-ban. Leer a Habermas durante todo un se-mestre. O como el primer curso que toméahí, un semestre entero sobre la Escuela deFrankfurt; un curso sobre método etnográfi-co que lo daban los antropólogos, etc. Todome era bastante familiar y me gustaba.

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¿Por qué me fui? Eso nunca lo tuve claro.Si se quiere, como racionalización  post facto ,te puedo decir que fue para gozar de los pri-

vilegios. Para intentar tener la suerte de queme paguen por estudiar.

E.H.:  ¿Cuál fue tu experiencia en la New School?

 J.A.: La New School es una universidad muy particular en el campo académico norteame-ricano, es más, tiene muy poco de universi-dad norteamericana. Es más un ambiente in-telectual que un ambiente de formación pro-

fesional. Esta muy ligada a la tradición euro-pea y ahí, justamente, respiré poco de las co-rrientes intelectuales norteamericanas.

 Al mismo tiempo, muy curiosamente, es-tando en Nueva York empecé a familiarizar-me mucho más con la realidad latinoamerica-na que estando en la Argentina. En Nueva

  York interactuaba con estudiantes de Perú,México, Chile, Brasil, etc. Empecé a descu-brir un montón de otras realidades que, es-tando en Argentina, no las había visto. Empe-cé a tener nuevas experiencias que no las ha-bía vivido antes, por un sinnúmero de cues-tiones. Tal vez todo venía del hecho de estu-diar afuera, de tener ese privilegio, entendien-do por privilegio el estar dedicado por enteroa estudiar, a formarme. En la New School co-mencé a invertir mucho más en la lógica aca-démica per se . Y lo encontré muy divertido.

E.H.:  ¿Cómo surgió tu interés por la 

etnografía política?

 J.A.: Fue cuando realicé la tesis de licenciatu-ra. Era un proyecto de investigación sobre lacultura política de los jóvenes urbanos. Ese in-terés respondía a que buena parte de la agen-da de investigación en Argentina entre losaños 85 y 90, todavía giraba entorno al temade la democracia, los partidos, las transiciones,la transición 1, la transición 2, la consolida-

ción de la democracia, democracias zonas ma-rrones, el tipo de democracia, etc. Y se dejabacomo algo secundario al tema de las prácticas

políticas. Cuando se hablaba de cultura políti-ca, se hablaba de aquellos valores que necesi-tamos para una experiencia democrática…

E.H.: La lectura funcionalista de la cultura política…

 J.A.: Exacto. Por lecturas que yo había hechoy por profesores con los que me había encon-trado, me daba cuenta de que en la culturapolítica de hecho los valores contaban, pero

que había que ir más allá, que había que estu-diar la cultura política como conjunto deprácticas. El primer texto que escribí fue so-bre una banda de la esquina, lo que acá seríauna pandilla. Eso se convirtió en mi primertrabajo etnográfico más o menos serio.

Empecé a mirar un poco más de cerca lasprácticas concretas de jóvenes urbanos. Porejemplo, en relación al Estado, a los partidos,a otras asociaciones, prácticas que efectiva-mente habían y era necesario investigar. Esatesis derivó en un estudio sobre las percepcio-nes de los jóvenes en relación a sus derechos.Una cosa es decir que la democracia es unconjunto de derechos y otra cosa es ver quéhacían los jóvenes con esos derechos que su-puestamente tenían. Después de estar seis osiete meses con un grupo de jóvenes, me dicuenta que no tenían idea de lo que era serportadores de derechos políticos y civiles. Ini-cialmente, yo describía ese fenómeno como

un proceso de “desciudadanización”. Luegome di cuenta que, en realidad, estaba frente aun sistema de disposiciones que no tenía in-corporado la noción de derechos, de ciudada-nía, no era -digamos- un habitus ciudadano.Eran jóvenes que venían de una época de dic-tadura y que nunca habían perdido esos dere-chos, nunca los habían conocido, no sola-mente en términos teóricos sino en términosde la lógica de la práctica.

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 J.A.: Sí, soy yo. De hecho, “Me manda Ló-pez” juega con dos elementos. Uno es justa-mente ese diálogo en el que fui “actor”, diga-mos. Fue en la puerta de la casa de mis padresy yo recibía a esa persona que venía a ver a mipapá y me hablaba en códigos y entre líneas.Un código indescifrable para mí. Me repetíaconstantemente, “Me manda López, memanda López…”. Yo no le entendía. Luegocomprendí que en esa frase estaba condensa-da no sólo la forma de la red política sino susustancia. Con la expresión “Me manda Ló-pez” la persona hacia referencia explícita a supatrón e implícita a lo que venía a buscar. A buen entendedor, pocas palabras. El receptordebía saber qué era lo que debía ocurrir “si lomandaba López”.

El segundo elemento se basa en una nove-

la de Beatriz Guido, Fin de fiestas , que descri-be la relación entre patrones y mediadores enel municipio de Abellaneda, alrededor de la fi-gura de un gran caudillo, Barceló. En esa no-vela la autora describe cómo a uno de los hi-

 jos del caudillo también le cuesta descodificarese lenguaje oscuro que hablan los políticos.

Esos dos elementos con los que jugué en“Me manda López” fueron los que me lleva-ron a pensar que detrás de esos códigos había

toda una lógica que yo no podía entender, lalógica del clientelismo.

 Al mismo tiempo, en la New School había

toda una discusión sobre cómo pensar las re-laciones de dominación en universos socialesespecíficos. En eso me ayudó mucho pensarcon Tilly o pensar a partir de Tilly, si quieres.

Me acuerdo de un día que estaba sólo encasa, con un papelito amarillo en la mano,haciendo diagramas y preguntándome “bue-no, Javier, ¿en qué universo social específicopuedes pensar la dominación política?”. Co-mencé a pensar en blanco. Y muy influencia-do por mi propia biografía, por el hecho de

que mi padre había sido político y porque yomismo había hecho cierta militancia, empecéa pensar que el tema de la máquina política(el aparato que usan los políticos para obtenerlealtades y captar votos) y el tema de las rela-ciones interpersonales en la política, eran ununiverso ignorado de la política en Argentina.Entonces, fue a partir de querer pensar la do-minación en términos muy concretos, en uni-versos sociales delimitados, que empecé apensar en el clientelismo, en la construccióndel habitus político, en los efectos del campopolítico sobre relaciones interpersonales muy concretas.

 A partir de ahí [nadie me había pregunta-do estas cosas así que lo estoy contando y pensando al mismo tiempo…], comencé ahacer combinaciones un poco libres de variasentradas analíticas, lo cual refleja claramentela impronta de la New School. Y es que laNew School, en su falta de sistematicidad y 

en su libertad, te permitía hacer combinacio-nes un poco raras (que no te permiten otrasuniversidades donde los programas son másestructurados). Yo comencé a pensar la domi-nación política combinando tres autores:Tilly, Bourdieu y un autor que empezaba adescubrir en este momento, un tipo muy jo-ven y del cual nadie hablaba, Loïc Wacquant.

  Wacquant estaba estudiando la dominaciónen un universo social específico que no tenía

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nada que ver con la política, el box. Leyendouno de sus textos y luego de escuchar unacharla suya en la New School, me pregunté,

libre de gérmenes sobre el box, “¿por qué nopensar de esta manera la política?” Ahora, contándolo, me doy cuenta de que

fue esa libertad que experimenté en la NewSchool, junto con la posibilidad de hacer cru-ces un tanto extraños, lo que permitió que yocomenzara a combinar lecturas de Bourdieu y Tilly, y a darme cuenta que lo que Tilly decíaal hablar de los repertorios de la acción colec-tiva, era bastante parecido a lo que Bourdieudecía con su idea de habitus al hablar de las

prácticas cotidianas y de los consumos cultu-rales. Hasta ahí, sin embargo, yo no alcazabaa ver cómo se podrían articular ambas pers-pectivas en términos más etnográficos y ¡pum! ahí apareció Wacquant diciendo “yoestudio el box, y miren el habitus, y miren losespectros del campo, miren los tipos de capi-tal que hay que tener para ser un boxeadorexitoso, etc.”

Todas fueron traducciones muy libres. Delbox en Chicago al clientelismo en Argentina,¡imagínate la diferencia! Pero, en realidad,Tilly, Bourdieu y Wacquant hacen centro enlas prácticas, en cómo se da la práctica en tér-minos relacionales muy concretos. Me acuer-do que incluso yo quería pensar el universode la política como análogo al del box que es-tudiaba Wacquant. Así fue que encontré en

 Argentina un local del peronismo, y lo hallémuy parecido al universo social específico endonde Wacquant estudiaba el box, el gimna-

sio. Asimismo, encontré en los llamados“punteros” (los mediadores entre patrones y clientes), los boxeadores de los que hablaba

  Wacquant. Claro, todo esto eran traduccio-nes mías, muy libres, pero que hacían sentidoen tanto eran modos particulares de mirar lasprácticas. La de Wacquant era, a fin de cuen-tas, una mirada etnográfica y teóricamentemuy informada.

E.H.: Tilly te introdujo en el tema de la ac-ción colectiva, Wacquant te aterrizó en ununiverso social específico, pero ¿cómo articu-

las el pensamiento de Bourdieu a tu trabajo?

 J.A.: El de Bourdieu siempre me pareció unpensamiento muy estimulador. Es un pensa-miento que te inspira a mirar una realidad es-pecífica, de una manera particular. Y su formade mirar las cosas, su forma de pensar, me pa-rece bastante novedosa y no predecible. Poreso yo siempre vuelvo a Bourdieu. En particu-lar, yo siempre vuelvo a Meditaciones Pascalia- nas . No se cuantas veces habré leído ese libro.

Unas cinco o seis veces… y cada vez que lo leoencuentro una cosa distinta; cada vez que loleo me inspira a pensar otras cosas… Última-mente lo leí a propósito de Vidas beligerantes ,donde me centro en la búsqueda de reconoci-miento como motor de la acción, y buenaparte de lo es ese libro se inspiró en Medita- ciones Pascalianas . Pero también lo he vuelto aleer para tratar el tema del sufrimiento social,un estudio etnográfico sobre casos de envene-namiento y contaminación en el que trabajoahora, y veo que el mismo texto también meayuda a iluminar este otro tema. Vuelvo a eselibro de Bourdieu porque es una inspiración.

  A mí particularmente no me pasa lo mismocon ningún otro libro. Lo encuentro un pen-samiento muy dinámico, muy flexible.

Hay quienes piensan que debes tener latríada capital, campo y habitus porque si no,no vas a ningún lado, pero a mi me pareceque en realidad piensan que Bourdieu les es-

tá dando los resultados de una investigación y no una caja de herramientas. Yo pienso enBourdieu y en Wacquant, aún más hoy, comoherramientas que te permiten pensar -de al-guna manera- inesperadamente. Creo que esafue la intención de Bourdieu en La distinción ,en Homo Academicus o en los estudios de laselites (no hay un estudio de la elites como elde La nobleza del Estado ), lo mismo que hace

 Wacquant en Entre las cuerdas , su libro sobre

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el box. Bajo ese mismo ímpetu yo edité un li-bro, Caja de herramientas , en donde me pro-puse mapear algunos conceptos con los que

hoy juega la sociología de la cultura en la aca-demia norteamericana y, al mismo tiempo,ver cómo estos se ponían en acto, en la prác-tica concreta de la investigación.

Mi trabajo, ahora que lo pienso en voz al-ta, es una tensión entre varias cosas. En tér-minos creativos eso me funciona. Por ejem-plo, combino el pensamiento de Tilly sobre laacción colectiva o sobre el Estado, con el pen-samiento de Bourdieu sobre cómo funcionala dominación. Hasta donde yo se, no hay 

quien haya intentado ponerlos a trabajar enuna investigación al mismo tiempo a los dos.En un paper que acaba de salir en Nueva So- ciedad , justamente, trato de presentar unaforma de pensar la maquina política utilizan-do Tilly y Bourdieu al mismo tiempo, y meparece que funciona. Habrá problemas, dis-cusiones, tensiones, pero funciona. Y es quelas teorías son para eso, son herramientas. Sinos ponemos a recitar una teoría y al escribirun libro -como típica tesis- pones un granmarco teórico y después hablas de cualquiercosa, eso no tiene sentido. Hay que utilizar lateoría como una herramienta.

E.H.:  ¿Y cómo te sirvieron todas estas ten-siones para pensar el tema del clientelismo?En La política de los pobres  sostienes quemuchos de los estudios sobre el clientelismose han centrado en el carácter del intercam-bio de favores por votos, pero que hay un

“algo más” inexplorado. ¿Qué es ese “algomás” del clientelismo?

 J.A.: Hay varias cosas. Una es pensar sosteni-damente en términos relacionales y no actorpor actor. Eso ya te cambia la manera de mi-rar al clientelismo. Otra es pensar en toda ladimensión simbólica que tiene el clientelismoy que se ha perdido de vista: normalmente -aún hoy- se piensa que el clientelismo es una

distribución de recursos. Lo que Bourdieu meayudó a pensar, en realidad, es en toda esa di-mensión de violencia simbólica presente en la

distribución de recursos. Una dimensión queda cuenta de la perdurabilidad del clientelis-mo más allá de los recursos. Directamente aeso me iluminó The Logic of Practice o inclu-so La distinción , que no la había leído antes.

Un ejemplo: cuando se habla de clientelis-mo, de patronazgo, de imágenes políticas, dela monopolización de los recursos del Estado,de una máquina política, se hace mucho hin-capié en la “conquista el voto”, para usar el tí-tulo del libro de Amparo Menéndez-Carrión.

Lo que no se tiene en cuenta en muchas deestas discusiones es toda la dimensión simbó-lica que atraviesa la distribución de recursos.¿Qué quiero decir con formas simbólicas? Lasmaneras de dar, por ejemplo. Los discursosque acompañan a los recursos, las solidarida-des, las lealtades, las relaciones interpersona-les que se juegan. En todo ello, no existe laidea de que hay patrones y clientes totalmen-te desarraigados de las relaciones interperso-nales. Toda esta cuestión tiene que ver con laetnografía, pero al mismo tiempo tiene quever con la mirada relacional a la política.

Esta perspectiva viene muy inspirada porla idea bourdiana, que en realidad es de Marx,de que lo real es lo relacional, de que para darcuenta de un fenómeno en particular uno nopuede tener en cuenta solamente la dimen-sión subjetiva de las cosas (hay que enfocarseen lo inter-subjetivo), y mucho menos en loque aparentemente es un intercambio descar-

nado de favores por votos, como es el juegodel clientelismo. Creo que seguimos errandocuando hablamos de clientelismo en térmi-nos de intercambios, de inclusión y exclu-sión, de acción racional, de cálculo instru-mental, porque hay cosas que se dan, perotambién hay maneras de dar, hay experien-cias, hay historia convertida en esquemas deacción y percepción política, y eso dicta cuánexitosa es la conquista del voto o no.

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E.H.:  En varios textos sobre clientelismo3

llamas la atención al hecho de que las prác-ticas clientelares son el resultado de una au-

sencia o un debilitamiento del Estado debienestar y de una hegemonía de las refor-mas neoliberales en Argentina. ¿Cómo en-tiendes, desde la etnografía política, al Esta-do? ¿Cómo ligas el trabajo etnográfico, cen-trado más en los microcosmos de la práctica política, con las transformaciones políticas a gran escala?

 J.A.: En la construcción de un objeto de in-vestigación siempre tienes una primera etapa

de construcción o reconstrucción objetiva delcontexto. Antes de incorporar la lógica de lasprácticas, la subjetividad de los actores, unotiene que construir -como investigador- elcampo de determinaciones objetivas en don-de se mueven los actores. Este campo de de-terminaciones objetivas, en el caso de la Ar-gentina en los 90, está muy condicionado porla retirada del Estado de bienestar, por la pre-sencia del desempleo, por el empobrecimien-to, por la violencia cotidiana. Todas ellas sonpredeterminaciones de lo que uno va a en-contrar en el campo; temas que uno tiene queconstruir o reconstruir para no pensar que lossujetos de la etnografía están en el aire. En elcaso del estudio sobre el clientelismo, uno tie-ne que tomar en cuenta la dimensión cultu-ral, las prácticas, las relaciones interpersona-les, sin duda, pero no puede dejar de tener encuenta aquel contexto estructural. En reali-dad, mucha de la dinámica del clientelismo

viene muy determinada por lo que haga o nohaga el Estado. La experiencia histórica (y es-to lo digo al final de La política de los pobres )muestra que fue el propio Estado el que me-

 jor contribuyó a la persistencia del clientelis-mo político en Argentina.

Uno no puede pensar que estos fenóme-nos se recrean sólo a partir de la práctica delos actores involucrados. De hecho, hay un

contexto en el que clientes, mediadores y pa-trones producen y reproducen el clientelis-mo, pero -parafraseando a Marx- no en con-diciones de su propia elección, ni -en muchoscasos- con las categorías simbólicas de su pro-pia elección.

E.H.:  ¿Crees que el modelo analítico queusaste en La política de los pobres pueda fun-cionar para analizar otros casos?

 J.A.:  Absolutamente. Sin embargo, hay mu-cha especificidad en los casos. Estamos ha-blando de formas de hacer política, de prácti-cas clientelares concretas, de formas de solu-cionar problemas mediante la intermediaciónpolítica que, seguramente, son distintas en elcaso del peronismo o en el caso de un partidopolítico en México, en Ecuador o en Brasil.

Lo que el libro trata de transmitir es unamanera distinta de mirar el tema del cliente-lismo; que preste atención a los recursos ma-teriales, pero que también preste atención alos recursos simbólicos; que preste atención alo que se da y que a la vez preste atención alas maneras de dar; que mire el contexto eco-nómico estructural a la vez que pondere la di-mensión cultural de la práctica. Porque no eslo mismo un mediador peronista que es mu-

 jer, que tiene todo eso que yo llamo “la per-  formance de Evita” (toda una presentación desu persona que actúa y ritualiza a Eva Perón)

que un dirigente político en una favela de Ríode Janeiro. Hay aspectos muy concretos en lamanera de usar el clientelismo.

Lo que dice la caja de herramientas quepuse en práctica en La política de los pobres esque miremos relaciones, que miremos dimen-siones simbólicas, y que no sólo miremos re-cursos. Jamás diría que de tal o cual formafunciona el clientelismo en todos lados, por-que estaría traicionando la idea de que la teo-

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3 Ver una bibliografía completa en www.sunysb.edu/sociol/faculty/Auyero/auyero.html

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ría es justamente una caja de herramientasque sirve para pensar casos específicos.

E.H.: ¿Esta idea de la teoría como caja de he-rramientas podría verse como un llamado a combinar creativamente tradiciones teóricasdistintas o a mezclar forzadamente perspec-tivas incompatibles? ¿A qué te refieres conesa idea?

 J.A.:  Yo tomé de Bourdieu la idea de que lacultura puede ser un conjunto de repertorios,de maneras de hacer cosas. Es en ese sentidoque también la teoría es un conjunto de reper-

torios. No creo que eso sea un llamado al to-do vale. Más bien, es un llamado a una visiónun poco más fértil de la teoría de lo que nor-malmente se entiende, que es un recitado delcombinado de dos o tres autores: “miren quéinteresente que lo que dijo Adams sobre Goff-man se parece a lo que dijo Alexander sobreGoffman…y lo que dice Melucci sobre losmovimientos sociales en comparación con loque dijo Tarrow” y después hacemos una in-vestigación que no tiene nada que ver con es-te supuesto marco teórico. La idea es –y estoes bourdiano- que la teoría es útil cuando pue-de ser puesta en práctica. Por ejemplo, la prue-ba de la teoría bourdiana no es ver cuántas de-finiciones de habitus tiene Bourdieu, sino enver cómo se la pone en práctica. Ver qué utili-zación más o menos fructífera se puede hacer.Querer estudiar, por ejemplo, el campo acadé-mico en Ecuador repitiendo lo que dijo Bour-dieu sobre el campo académico francés es una

estupidez. Pero ver los principios metodológi-cos, analíticos y epistemológicos que usóBourdieu para ver este campo y ver, por ejem-plo, cómo y por qué el campo ecuatoriano es-tá muchísimo más permeado por la políticaque el campo francés -que tiene mucha másautonomía-, es una manera útil, productiva y enriquecedora de hacer investigación.

La idea de la teoría como caja de herra-mientas es, en definitiva, una guía práctica

que puede aplicarse desde una teoría bourdia-na, marxiana, habermasiana, parsoniana, etc.

E.H.:  ¿Hay algún hilo que te haya llevadodel tema del clientelismo al de la acción co-lectiva?

 J.A.: Sí, en realidad sí. Tiene que ver, ante to-do, con el hecho de que mientras escribía La 

 política de los pobres había quienes me remar-caban que “no todo era clientelismo”, quetambién había protesta. Yo creo que pensar demanera dicotómica clientelismo vs. accióncolectiva es muy poco útil. Pero la crítica sí es

útil, y me puso a pensar en las continuidades,en las imbricaciones entre formas de acción.

Quise seguir pensando el tema del cliente-lismo, pero siguiéndole la pista a uno de esosmomentos de su aparente ruptura, como fueel caso de un episodio de protesta en Santia-go del Estero, una de las provincias en dondeel sistema de patronazgo está más asentado y en donde, paradójicamente, en 1993 se diouna protesta en la que miles de personas inva-dieron y destruyeron la casa de gobierno, lalegislatura, la sede el poder judicial y las casasparticulares de una docena de “patrones polí-ticos”. Como vez, mi idea era seguir con el te-ma, pero me metí a trabajar la acción colecti-va porque me fui dando cuenta de un con-

 junto de otras dimensiones que me parecíaninteresantes y sobre los cuales había poca in-vestigación.

En general, yo te diría que el paso del te-ma del clientelismo al de la acción colectiva es

parte (me parece muy pretencioso decir “demi agenda intelectual”) de un conjunto depreocupaciones que tengo desde hace algúntiempo, y que tiene que ver con cómo mirara la política. Ahora estoy en el tema de la ac-ción colectiva. Hace poco acabo de terminarun proyecto sobre los saqueos, como se cono-cen a los asaltos colectivos a los supermerca-dos que ocurrieron en diciembre de 2001 y que determinaron en buena medida la caída

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del entonces presidente De la Rúa. Tambiénestoy metido en el tema del envenenamientoy el sufrimiento social. Y todas estas aventu-

ras intelectuales son una manera de buscar ladimensión subjetiva de la política. Hay quie-nes dicen que hay que meterse en la políticamirando las constituciones, los partidos, lossindicatos, etc. A mi me interesa más cómo lagente común practica la política, si la practi-ca colectivamente, con intercambios interper-sonales, o si la practica cuando vive en un am-biente degradado y tiene que resolver el pro-blema de que sus hijos no se contaminen conplomo, etc.

Sigo en la búsqueda de esos universos so-ciales específicos para, de última, volver a ha-cer la misma pregunta, que es una preguntade etnografía política. ¿Cómo los sujetos ensu esquema clasificatorio, en sus esquemas deacción, percepción y evaluación, ven la políti-ca? ¿Y de dónde vienen estos esquemas? Meparece que “el lugar” donde se haga ese estu-dio, es circunstancial. Eso tiene que ver conlo que “le calienta” a uno en ese momento,con su libido científica, tiene que ver con loque le interesa a uno. Pero si algo une a todolo que he hecho, me parece que todo tieneque ver con la etnografía política. Como diceGeertz, uno no estudia villas, uno estudia en villas determinados problemas antropológi-cos o, en mi caso, sociológicos. Y a mí lo queme interesa es entender la política desde unaaproximación etnográfica. El “lugar” dondese haga esa indagación puede ser un poco cir-cunstancial.

E.H.: ¿Y, entonces, cómo definirías a la po-lítica? ¿Qué es la política desde una aproxi-mación etnográfica?

 J.A.: Si me pides que precise qué es la políti-ca, yo te diría que es un conjunto de disputaspor recursos materiales o simbólicos que, enalgún momento, involucran al Estado; es lalucha por el poder en relación al Estado. Uno

no puede decir que “todo es política”, porquenos quedamos sin ninguna especificidad. Pa-ra que tenga esa especificidad, yo diría que

uno de los actores, de los múltiples actorespresentes en esa lucha por los recursos, tieneque ser estatal. No se si esta es mi definiciónde la política, pero al menos es lo que guía mipráctica de investigación.

En el caso del clientelismo, por ejemplo,no se trata sólo de mirarlo según cómo captael voto del partido peronista, sino en pensarcómo resuelve sus problemas la gente pobre.En el caso de la protesta, que es el otro gran te-ma que he investigado, no sólo se trata de ver

cuáles eran las demandas de quienes protesta-ban, sino entender las luchas por esas deman-das, las luchas por el prestigio, las luchas por elreconocimiento que había en esas protestas. Laetnografía política es una de las mejores herra-mientas para mirar de cerca esas disputas.

E.H.: En Vidas beligerantes explicas que ini-cialmente el eje de tu trabajo de campo con-sistía en aplicar el modelo de Tilly sobre ac-ción colectiva al ciclo de protestas que ocu-rrieron en Argentina en los 90s. Pero luegodecidiste poner énfasis en el cruce entre bio-grafía, reconocimiento y protesta. ¿A qué sedebió ese cambio sobre la marcha en el focode la investigación?

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 J.A.: En etnografía y, en general, en la inves-tigación de ciencias sociales, todo va de loepistemológico, de lo teórico, a lo empírico, y 

no al revés. La idea de cierto espontaneismoen la etnografía, la idea de que vas al campo aver que sale, es una ilusión. Lo que te guíasiempre va a ser la teoría.

 Yo fui a Santiago del Estero (donde se ini-ció mi estudio) y a Cutral-co con el plan dellevar un conjunto de ideas que animan ladiscusión actual sobre acción colectiva, y vercómo funcionaban ahí. Mi idea era poner enpráctica (y ver las virtudes y las limitaciones)del programa que McAdam, Tarrow y Tilly 

denominan DOC (Dynamics of Contention ).Pero cuando comienzas con el trabajo decampo -para hablar mal y pronto- vas cono-ciendo gente y surgen cuestiones que te inte-resan más. Hablando en términos argentinos,hay cosas que te calientan más que otras. Sepresenta entonces, de manera un tanto dialéc-tica, un proceso de construcción del objeto deestudio que tiene que ver con tus interaccio-nes en el campo, con tus lecturas, con tuspreocupaciones. Todo eso va redefiniendo elobjeto de estudio. Me acuerdo que iba y vol-vía del trabajo de campo tratando de darlecuerpo a lo que estaba haciendo. Iba con laidea de ver qué mecanismos y procesos estánen el origen de un episodio específico de pro-testa como fue el Santiagueñazo. Me di cuen-ta que los mecanismos eran más o menos cla-ros, que la sociología ya había dicho algo so-bre eso, pero también me di cuenta que habíaun sinnúmero de otras dimensiones que una

visión muy centrada en indagar aquellos me-canismos y procesos dejaban fuera. Me refie-ro a la dimensión cultural de la protesta, a lasemociones involucradas, a las historias perso-nales de los actores… y me empecé a intere-sar. Es una ida y vuelta  entre el trabajo decampo y las lecturas que vas haciendo de ma-nera sistemática pero muy sesgada por lo quete interesa en ese momento. Eso, para mí, esdejarse iluminar por la teoría. Yo empecé a

leer un conjunto de textos que hablaban delcruce entre biografía y protesta, y ese ejerciciono era sino retomar la agenda de Wright Mills

donde él la había dejado. De lo que se trata-ba era ver qué más se podía hacer con eso.Entonces, el proceso de investigación degene-ró o se regeneró -como quieras- en la relaciónentre biografía e historia. No abandoné mipreocupación por los mecanismos que acti-van la protesta. Tampoco abandoné la dimen-sión espacial de la protesta, que también meinteresaba. Seguí publicando sobre eso. Peropara el libro -y esto puede ser más personal-quise centrarme en lo que más me excita co-

mo tema indagable, el tema sobre el que megusta escribir más o sobre el que me gusta in-vestigar.

 Ahí hay algo que siempre está rondando alos etnógrafos y es cuánto de detective tieneun etnógrafo. A mí me interesó esta cosa de-tectivesca. Pero de ninguna manera estoy di-ciendo “vayan y vean lo que encuentran en elcampo, vean lo que les fascine y cuenten unahistoria”. No, estas historias son construidas apartir de lecturas y preguntas teóricas queuno tiene.

E.H.: En Vidas beligerantes dedicas la con-clusión (“Etnografía y reconocimiento”) y un apéndice (“Sobre el trabajo de campo, la teoría y la cuestión biográfica”) a tratar la forma en la que llevaste a cabo tu etnografía.Entre otras cosas, explicas por qué incluisteen tu análisis la forma en la que tus propiasinterpretaciones sobre el Santiagueñazo y la 

Pueblada eran resignificadas por los actores.¿Es una forma de retomar el problema de la autoridad del etnógrafo? ¿Es un paso a legi-timar un tipo de autoetnografía?

 J.A.: Más que autoetnografía que sería unavuelta muy narcisista a la cuestión del etnó-grafo, quise prestar atención a cómo se con-frontan los sentidos de la protesta entre losactores participantes y otros actores, como el

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etnógrafo, por ejemplo. Cuando estaba ha-ciendo el trabajo de campo y luego cuandoescribía el libro -más que en otras investiga-

ciones- me llamaba mucho la atención el he-cho de que los propios actores me pregunta-ban qué interpretaba yo, cuál esa mi formade entender las protestas en las que ellos fue-ron protagonistas. Yo les iba diciendo y ellosme seguían preguntando… y se armaba todauna conversación al respecto. Me acuerdo,por ejemplo (y esto lo cuento en el libro)que presenté avances de la investigación an-te una audiencia compuesta, entre otros, pormuchos de los que habían estado en las jor-

nadas de protesta, por quienes habían sidomis entrevistados… y muchos reaccionabansobre mis interpretaciones. ¿Cómo puedono recoger ese intercambio de sentidos sobrela protesta?

En muchos de los textos etnográficos ac-tuales, aparece siempre el etnógrafo comoquien interpreta el comportamiento de los ac-tores, y más allá de un diálogo circunstancial,no aparece lo que dijeron los actores sobre lalabor del etnógrafo. No me refiero a lo quedijeron sobre la persona del etnógrafo, sino alas reacciones de los actores respecto a lo queetnógrafo decía al estar ahí. Parece que el et-nógrafo es mudo, y el etnógrafo no es mudo.Sobre todo cuando uno habla y está haciendoproyectos de investigación con actores comolos de Vidas beligerantes , actores que tienenopiniones muy formadas sobre las causas, lasrazones y los motivos de la protesta, interpre-taciones sobre sus propias experiencias, sobre

sus acciones. Opiniones e interpretacionesque las dicen al ser entrevistados y a partir delas cuales contestan e interpelan a las del et-nógrafo. ¿Por qué no incorporar eso? No co-mo una vuelta narcisista para decir “yo estuveahí y los seduje para que me contaran”, sinoporque en realidad eso es parte de la cons-trucción subjetiva de la protesta y de la me-moria de la protesta, que eran los temas queme interesaban en ese rato.

Pensar que el etnógrafo no habla sino has-ta cuando escribe su libro, es artificial. O es-tamos haciendo mala etnografía o no estamos

contando toda la historia. Porque uno cuan-do está en el campo no es un sujeto que sóloescucha, es alguien que emite opinión, sobretodo en un terreno tan minado donde todo elmundo tiene tomas de posición al respecto,como al hacer estudios sobre piqueterismo en

 Argentina en la actualidad. Si hablas con unpiquetero, él te va preguntar sobre lo que túpiensas, y vos tienes que decirle lo que pien-sas, y seguro la otra persona te va a contestar.¿Por qué borrar esa contestación de la etno-

grafía si en realidad es parte de lo que estas in-vestigando? Entonces, yo no hice otra cosaque ser fiel a lo que estaba ocurriendo en elcampo, que era que yo como etnógrafo esta-ba ahí, no estaba ausente.

E.H.: Pero hay que entender, entonces, la di-ferencia entre etnografía de la protesta y etnografía de la memoria de la protesta 

 J.A.: Claro. Este no es un libro de etnografíade la protesta porque yo no estaba simultá-neamente ahí. Etnografía implica estar entiempo y lugar simultáneamente cuando ocu-rren los hechos. Esta es, más bien, una etno-grafía hecha años después sobre cómo dabansentido los actores a su participación en esas

 jornadas de protesta. Y era una etnografía he-cha cuando muchas de esas interpretacionesya habían estado dando vueltas durante untiempo. Lo que hizo mi presencia es activar

otra vez discusiones al respecto. Yo fui a esas ciudades y me entrevistabanen los periódicos. Yo decía mi opinión y des-pués, a la mañana siguiente, cuando salía elperiódico, me encontraba con un entrevista-do y me decía, “yo estoy de acuerdo con vos,pero… sin embargo…”. Esa discusión entreel etnógrafo y el actor, para ponerlo en esostérminos, es parte de la discusión sobre la me-moria colectiva de la protesta. En este senti-

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do, el etnógrafo es un actor más de esta dis-cusión. Un actor más que, en muchos casos(y en el caso de Vidas beligerantes -que trata

sobre el reconocimiento como motor de laacción- es muy claro), es un conducto para launa búsqueda de reconocimiento de los acto-res. Se trata de contarle tu experiencia, partede tu vida, a alguien que viene de afuera; ahíhay, de hecho, una búsqueda de reconoci-miento. Entonces, el etnógrafo termina sien-do un actor más en esa discusión sobre la me-moria colectiva de la protesta. Eso no quieredecir que es un actor con plena membresía,porque sigue siendo un extranjero.

E.H.: ¿Lo que dices es válido también para elcaso de una etnografía de la protesta que sehaga en simultaneidad de tiempo y espacio?¿Tú recomendarías incluir el papel del etnó-grafo durante la protesta?

 J.A.: Por supuesto. Creo que es parte del giroreflexivo que debe tener la etnografía. Lo quepasa es que hace falta mayor creatividad. Fíja-te que una de las áreas con más producciónde las ciencias sociales es la que concierne alos movimientos sociales. Sin embargo, aúnhoy, en un área tan poblada como ésta, hacenfalta mejores entradas y más creatividad. Engeneral, yo te diría que hace falta más activi-dad en el campo de la etnografía de la protes-ta. Etnógrafos políticos hay pocos, si quieres.Hay mucho de reconstrucción pos facto de laprotesta, pero poca etnografía in situ .

Lo que pasa es que cuando uno hace etno-

grafía política siempre corre un riesgo. Haceretnografía política implica, por un lado, ais-larte de la comunidad en la que estas habi-tualmente (en la FLACSO, por ejemplo). Teaíslas permanentemente de tus colegas, entrasen aislamiento de tu espacio normal de de-senvolvimiento cotidiano. Pero, por otro la-do, entras en extrema sociabilidad dentro deotro espacio social, porque hacer etnografíarequiere socializar junto a los actores a los que

estas investigando. Esa extrema sociabilidad y ese extremo aislamiento (que no son contra-dictorios, sino que simplemente es lo que ha-

ce un etnógrafo político) muchas veces te ha-ce correr el riesgo de convertirte (y vemosmucho de esto en quienes estudian los movi-mientos sociales) en ideólogo, en propagan-dista, en militante, en simpatizante… encualquiera de las variantes de una tentaciónpopulista de la actividad académica. Entre eseaislamiento y esa sociabilidad están las condi-ciones de compromiso y distanciamiento quees tan clásica en la etnografía, y no sólo en lasociología. Me parece que este es un proble-

ma que todavía no se resuelve. Yo te diría quehay muy pocos practicantes de etnografía po-lítica que han logrado resolver de maneracreativa esta tensión entre involucramiento y distanciamiento que se requiere para hacer es-te tipo de estudios. Uno puede ser JamesScott, otro puede ser el mismo Bourdieu, talvez Elisabeth Wood y algunos otros que se meescapan. El problema de fondo sigue siendoque -en realidad- uno simpatiza en muchoscasos con los movimientos de protesta, pero ala vez hay que mantener cierta distancia…

E.H.:  ¿Pero se puede mantener esa distan-cia? ¿Es posible hacer algo como eso?

 J.A.: Se lo vive como tensión. Lo que primaal escribir un texto es justamente cómo unoresuelve esa tensión. A veces de manera máso menos creativa y otras veces con mayor omenor grado de libertad. Pero es que yo creo

que muchas cosas que uno dice en los librosno van a gustar a los actores. En definitiva,de eso se trata la labor del sociólogo. Es lanaturaleza de nuestro oficio. En primer lu-gar, porque si todos los actores fuesen con-cientes sus propias realidades, de la naturale-za de sus propias acciones, entonces para quéhacer sociología. Y en segundo lugar, si losactores fuesen totalmente ciegos, sordos, in-sensibles -digamos- no tendrían ningún tipo

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de subjetividad política. Y no ocurre ni unacosa ni la otra.

Entonces, me parece que hay que vivir con

la tensión, que hay que garantizar ciertos ni-veles de objetividad, si quieres hablar en esostérminos. O para decirlo de otra manera, hay que establecer las rupturas que uno hace conrespecto a las prenociones de los actores. Y esas son rupturas que uno va haciendo no só-lo cuando se construye el proyecto de investi-gación, sino cuando va haciendo etnografía.Lo que pasa es que el objeto de la investiga-ción se termina de construir en el momentoen el que uno pone el punto final del libro…

E.H.: Vidas beligerantes trata de cómo dosmujeres dan sentido a su participación endos protestas diferentes en Argentina. Túubicas como el elemento clave, como lo quemueve a los actores en la protesta, a la bús-queda de reconocimiento. Pero también de-  jas colar una segunda noción de reconoci-miento que es aquel que los actores encuen-tran cuando el etnógrafo se interesa por sus vidas, por sus experiencias. ¿Por qué es tanimportante esta búsqueda de reconocimien-to? ¿Cómo se articula el reconocimiento conla biografía de los actores, con la protesta eincluso con la etnografía?

 J.A.:  Yo creo que es parte de una verdad an-tropológica. Lo que nos mueve a todos los su-

 jetos es buscar reconocimiento. En el trabajoacadémico, en el trabajo como padres, comoeditores de una revista, como mozos de un

bar, lo que hace que uno siga para adelante esesa búsqueda insaciable de reconocimiento…

E.H.: ¿Una condición ontológica?

 J.A.: Sí, sin duda. Retomando la idea de Pas-cal, Bourdieu habla de verdad antropológica,de un hecho antropológico. En el trabajo decampo para Vidas beligerantes me encontré enese proceso de ida y vuelta del que hablába-

mos hace un rato, entre el trabajo etnográficoy las lecturas, y empecé a pensar que lo quemovía a estas dos mujeres a participar en la

protesta era justamente esa búsqueda de reco-nocimiento. Pero, al mismo tiempo, me dicuenta que había otra dimensión de la accióncolectiva que tenía que ver con las disputaspor las memorias de lo que había ocurrido enesas protestas. Había una disputa en torno acuál era la interpretación que primaba sobrelo que pasó. Lo que estaba detrás era el hechode que se reconozca que lo que “lo hicimosvalió la pena”. No era sólo explicar que tal ac-tor, movido por una búsqueda de reconoci-

miento, daba sentido de una u otra manera asu participación en la protesta. Era entenderque detrás de decir que “lo que hicimos valióla pena” estaba involucrada, de manera simul-tánea, una forma de decir “yo valgo la pena”,“yo hice algo importante”. Pero además, alcontar mi experiencia de acción colectiva, yomismo/misma valgo la pena porque no se locuento a cualquiera; se lo cuento a alguienque está escribiendo un libro sobre el tema y que me eligió a mí para contarle la historia delo que sucedió en esos días4.

Todas ellas, me parece, son búsquedas dereconocimiento simultáneas que funcionancomo espejos. Son búsquedas de reconoci-miento tanto en lo colectivo (como pueblo,como ciudad, como grupo de actores) comoen lo individual. Búsquedas que tienen quever con los deseos de decir yo existo, yo es-toy aquí, aquí vivo, quiero que me re-conoz-can, que me vuelvan a conocer, que me jus-

tifiquen, que me validen, que me den mi es-pacio…

E.H.: ¿Por qué los personajes de tus etnogra-fías son mayormente mujeres? Matilde enLa política de los pobres , Nana y Laura enVidas beligerantes . Por ahí tienes un juez, un

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4 Sobre este tema, ver el artículo de Muratorio en estenúmero de ÍCONOS .

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policía, pero las historias centrales son pro-tagonizadas por mujeres.

 J.A.: En el caso de este último libro, Laura y Nana fueron elecciones iluminadas por loque me interesaba en términos teóricos. Peroal mismo tiempo, eran elecciones circunstan-ciales. No elegí escribir sobre dos mujeres si-no que, me parecía, las experiencias de am-bas iluminaban mejor que otras la temáticade la acción colectiva que estaba tratando deinvestigar. En el caso de Laura fue porque erauna líder piquetera. Nana, que había sidoreina del carnaval, iluminaba la dimensión

bakhtiniana de la protesta. En ningún mo-mento fue una intención de escribir una his-toria de las mujeres en la protesta. La presen-cia de mujeres, o la temática de género, nofue una dimensión significativa de la investi-gación.

E.H.: Para terminar quisiera preguntarte dedónde te sale esa vena literaria para escribir.Cada vez que abres un capítulo, que comien-zas un párrafo, cuentas una historia que en-gancha al lector, que lo cautiva. Alguien medijo que le habías copiado a Tilly esa forma suelta y seductora de narrar tus etnografías.

 J.A.: En realidad no se de donde viene eso. Yodisfruto mucho escribiendo pero al mismotiempo, me genera muchísima ansiedad. Metorturo cuando escribo. Es la idea de que elamor cautiva, la idea de que la pasión es su-frimiento y placer al mismo tiempo.

No se si me viene de Tilly. Más bien creoque viene de la manera en que hago etnogra-fía. Yo capto historias y trato de entenderlas.Como la historia de “Me manda López”: fueuna historia real, en la que yo mismo partici-pé y en donde había un velo que yo no logra-ba traspasar. Era una historia que me cautivó

 justamente porque expresaba algo que yo noentendía. Lo que vino después, la investiga-ción, fue tratar de entender esa historia.

En los debates sobre cómo hacer etnogra-fía se habla mucho de las separaciones entrecontexto de exposición y contexto de descu-brimiento. Yo creo, más bien, que narrativa y explicación van de la mano. En mi caso, yotrato de reconstruir una historia. Puede seruna historia que viví en el campo o algunaque alguien me contó, pero siempre será unahistoria que me intriga y que quiero explicar.El caso de La política de los pobres es muy cla-ro. El libro comienza describiendo un actopolítico en el que estuve presente. No era unacto que ocurrió al inicio de mi trabajo decampo. Era un acto que lo viví como la esce-na precisa de lo que yo quería explicar.

Quizás la vena literaria es porque a mí, enmis momentos más delirantes, me encantaríaescribir una novela, pero no tengo el talento

ni la imaginación para hacerlo. O quizás ven-ga de que vivo con una narradora quien, ellasí, sabe construir historias [se refiere a Gabrie-la Pólit].

Como inspiración, más que a Tilly yo usoRussell Banks o a Paul Auster, autores que mecuentan historias. Historias que yo quierocontar iluminado teórica y sociológicamentee informado por la etnografía. En el fondo,por su puesto, me interesa contar una histo-

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ria que alguien quiera leer. Y así es como mesale. Pero no quiero naturalizar: como te ha-brás dado cuenta, yo no tengo esa facilidad de

decir las cosas claramente, tal como apareceen los libros. En realidad no la tengo. Hay al-guna gente que ha elogiado mi forma de es-cribir, pero no es un producto de una virtudde la que esté consciente. Más bien es partede cómo construir un argumento. Es una for-ma de tratar de convencer al lector de que elargumento tiene validez. Por ejemplo, si te fi-

 jas, en la primera parte de Vidas beligerantes hay una especie de narración cinematográfi-ca, si quieres. Esa es la forma en la que me

imagino que ocurrieron los eventos y asíquiero narrarlo.

Tilly tiene una manera mucho más durade escribir. Cierto es que muchas veces em-pieza con una historia, pero después es mu-cho más científico social, mucho más crípticoy con lenguaje técnico. De lo que sí estoy se-guro es que por suerte mi forma de escribirno viene de Bourdieu, ¡de eso estoy seguro!

E.H.: ¿Cuál es tu “agenda de investigación”de aquí en adelante?

 J.A.: Quiero seguir investigando las prácticas,pero ya no tanto en relación a la acción colec-tiva. Hoy me interesa una dimensión de la vi-da social que es bastante marginada. Me refie-ro al tema del habitat y de cómo la gente lu-cha por mantener unas mínimas condicionesde vida en contextos marcados por las expe-riencias de envenenamiento.

En toda América Latina los sectores másvulnerables, no lo son sólo porque no tienentrabajo o porque no tienen recursos, sino por-que viven en un habitat más degradado, por-que viven contaminados, porque toman aguamás podrida, porque respiran aire más podri-do, porque viven sobre el suelo en una ciu-dad, etc.

La pregunta que me estoy empezando ahacer es sobre las experiencias de vivir enve-

nenado. Y me la hago porque eso es una di-mensión constitutiva de la desigualdad persis-tente en América Latina, porque así es cómo

se reproduce la desigualdad. Si uno respira ai-re contaminado, vive en un suelo podrido,toma agua podrida, las chances objetivas demejorar sus condiciones de vida son menoresque si uno toma agua pura, se alimenta bien,etc. Esto lo voy a hacer en términos más et-nográficos. Me interesa un lugar específico enBuenos Aires cercano al polo petroquímicomás grande del país. Es una suerte de tipoideal realmente existente que, espero, me per-mita detectar la formación y transformación

del habitus del envenenado.

E.H.: ¿Con qué historia vas a comenzar eselibro?

 J.A.: No tengo idea. Todavía sigo en búsque-da de esta historia. Todavía estoy comenzan-do mi trabajo de campo. Probablemente seala historia de una madre que tiene a sus hijosenvenenados con plomo, como ocurre hoy enel Gran Buenos Aires y que enfrenta la totalindiferencia del Estado. Para el Estado argen-tino el tema de la contaminación no es un te-ma o es un tema totalmente menor. Hoy ladiscusión pública en Argentina es sobre el de-sempleo, sobre la pobreza… No es sobre lospobres que respiran aire contaminado, tomanagua contaminada, caminan en un suelo con-taminado. Ese es un tema que no le importaa nadie. Y si me importa a mi, otra vez, esporque se trata de un universo social específi-

co donde se expresa la dominación y la desi-gualdad. Un espacio donde los dados ya estánechados de antemano. Una mujer embaraza-da que vive en un barrio marginado alimentaal niño que tiene en su vientre con agua con-taminada, respira aire con plomo. El niño,cuando nace, sigue tomando esa agua conta-minada, gatea sobre un suelo que tiene plomoy respira tolueno o benceno en cantidadesque están por sobre los estándares aceptados.

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El oficio de la etnografía política. Diálogo con Javier Auyero

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8/4/2019 Auyero.el Oficio de La Etnografia Politica

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Lo que me ocupa ahora es eso. Es ver, en tér-minos etnográficos, cómo se reproducen lasdesigualdades persistentes en América Latina.

* * *

 Afuera del café donde nos citamos, Javier sedespide: “si me decías que iba a ser así, lo pen-saba dos veces antes de darte la entrevista”.“¿Y por qué?”, le pregunto un tanto sorpren-dido. “No sé… es un poco raro ser el entre-vistado. En el campo soy yo el que hace laspreguntas… pero bueno, andá, ya está”.

Bibliografía

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Edison Hurtado