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Créditos:

Primera edición: agosto 2011ISBN: 978-84-939168-6-2

Ilustración de portada: José María PicónMaquetación y diseño:Kachi Edroso y Miguel PuenteCorrección de estilo: David Jasso y JA Laguna Edroso

Prólogo (cortesía de Nocte): Emilio Bueso Autores: Silvia Barbeito, Jesús Cañadas, Ignacio Cid

Hermoso, Santiago Eximeno, Charly Gang, SilviaGonzález García, Juan Ángel Laguna Edroso,

Manuel Mije, Elena Montagud [Yume], Ricardo Montesinos, Manuel Osuna,

Carmen del Pino (Raelana Dsagan) y Darío Vilas Couselo Edición: Saco de Huesos Ediciones

Paseo Fernando el Católico, 59. ED 5A 50006 ZaragozaMás información y contacto:www.sacodehuesos.com

Un proyecto de la asociación cultural La BibliotecaFosca

Cualquier forma de reproducción, distribución,comunicación pública o transformación de esta obra solo

puede ser realizada con la autorización de sus titulares,salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de DerechosReprográficos (ww.cedro.org) si necesita fotocopiar o

escanear algún fragmento de esta obra.

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Prólogo: Peste

Vivimos en días extraños, en una época en laque el pánico ya no se siembra, se abona. Latelevisión nos amenaza con la gripe del pollo yla del cerdo y nuestros gobiernos se lanzan acomprar Tamiflu como si estuviéramos a puntode morir todos, pero luego resulta que nadie selo cree, nadie se vacuna.

Parece que le hayamos perdido tanto elrespeto a la peste que ahora ya solo nos sirvepara malversar caudales públicos y entretener-nos con infestaciones de zombies, pandemiasdel virus del Ébola, plagas de vampiros queasolan poblaciones enteras… Todo se ha distraí-do, se diría que nadie quiere reparar en el focodel asunto, que nadie está interesado en abordarseriamente los miedos que marcaron a fuego lamemoria de Europa

Quizás porque el trauma tiene seiscientosaños de antigüedad. O tal vez porque nos sigue,en cierto modo, doliendo.

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Todos hemos oído hablar de la peste negra.Sabemos que redujo la población del mundodesarrollado a la mitad y algunos han oído decirque los territorios del Mediterráneo como elnuestro llegaron a perder el ochenta por cientode sus habitantes en apenas cuatro años. Casitodas las figuras emblemáticas de la literaturade terror nacerían a raíz de aquello. El mito delvampiro no es otro sino el del revenante, el por-tador de las plagas. Los zombies no sonzombies, son infectados. El hombre lobo tam-bién actúa como el que transmite un terriblemal… Todo parece andar conectado con o influi-do por la impronta que nos dejó la masacre másterrible de nuestra historia. Algo normal, dadaslas circunstancias. Porque tampoco ha habidootra pandemia tan devastadora como aquella.

Ahora bien, lo cierto es que la narrativa deterror no parece decidida a atacar la pestebubónica directamente. Le hace quiebros,circunloquios, acercamientos metafóricos, odistantes. Stephen King se aproxima al quid dela cuestión en su «Apocalipsis» pero luego se

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nos pierde por los cerros de Úbeda, Kim StanleyRobinson monta una ucronía partiendo delevento… Únicamente Daniel Dafoe toma el toropor los cuernos en su «Diario del año de lapeste». En el panorama nacional, nadie se haaproximado a abordar la peste original sinpaliativos ni emplear derivados.

Y digo yo, ¿qué pasa con el miedo primario?¿Es que nadie va a afrontarlo frontalmente?¿Por qué razón? ¿Cómo es que nadie se decide ahacer una historia tomando la Europa asoladapor la peste como escenario? ¿Es que todos esossiniestros doctores con máscaras de pájaro noresultan sugestivos? ¿Es que todos esosdesgraciados apilándose medio vivos mediomuertos en interminables hogueras de carne nodan de sí como para que se escriban historiasterribles? ¿Qué demonios os pasa con la pestenegra, muchachos? ¿Le tenéis demasiadorespeto al asunto, o qué? ¿Cómo puede ser quenadie se plantee atacar sin ambages uno de losterrores primigenios de nuestra civilización?¿Qué clase de panorama ofrece la narrativa de

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terror en lengua castellana cuando se suponeque está en auge y ni siquiera se atreve atrabajar con el miedo del que vienen casi todossus miedos?

La única novela que se ha puesto a trabajaren la zona cero se ha publicado recientementede la mano de Ismael Martínez Biurrun. Y comoesto siga así, igual me quita de en medio la gripeA el próximo invierno sin que haya podidosentarme a leer un buen relato bubónico.

Vamos, que me habría gustado que todos loscuentos que he venido a prologar hoy hubieranestado dispuestos a viajar al epicentro delgénero pero, qué demonios, se trata de unabuena selección de trabajos, que es lo queimporta. Y todos ellos abordan el miedo a lapeste, cada cual a su manera. Es un buen tópicopara la literatura de terror.

Porque la peste siempre ha sido y siempreserá, en todas sus formas y sentidos, uno de losmiedos más profundos de la humanidad… Al finy al cabo, las religiones nacen crecen y sereproducen gracias al miedo, y el miedo a la

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muerte es algo que a todos nos atenaza desdeque nacemos hasta que nos toca espicharla, amenudo por algún asunto inmunoinfeccioso ygracias a los inescrutables designios de algunode los dioses de las pestes que tenemos loshombres, ya sea su nombre Skanda, Bhadrakali,Tlazoltéotl, Sejmet… Somos sabedores desdesiempre que todo habrá terminado paranosotros si un día enfermamos hasta morir, demodo que hemos construido todo tipo deiconografía y mitología al respecto. La cosaresulta especialmente curiosa si examinamosahora la visión cristiana, donde aparecencabalgando juntos en el fin de los tiempos losconsabidos cuatro jinetes del Apocalipsis. Unode ellos monta un caballo blanco, y no está clarosi su nombre es peste… o victoria. Unos exégetascreen que serán las plagas el azote queacompañará al hambre, la muerte y la guerra,otros creen que el jinete blanco es un trasuntode Cristo, o del Espíritu Santo.

Curioso. Lo que para unos es visto como Diospara otros es la pestilencia. La cosa tiene miga,

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va a ser que la humanidad anda desde siempreaterrorizada y obsesionada con la peste, aniveles que llegan muy hondo. Que la cosa esmucho más oscura y ancestral de lo que parece,tal vez un miedo cerval, de los que traemosgrabados a fuego en lo más profundo de nuestraconsciencia.

Somos, en definitiva, conscientes de quenuestro destino podría ser desaparecer algúndía gracias a alguna plaga letal. Sabemos cuál esel enemigo biológico más poderoso, un asesinode masas invisible que no se cansa ni sienteremordimientos. Sabemos que al enemigo aveces hay que hacerle burlas y hacerle artes. Porhoy, nada como un poco de narrativa de terrorpara quitarle y ponerle hierro al asunto.

A disfrutar. Emilio Bueso

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Schnabel

Por Jesús Cañadas

Ámbar triturado, alcanfor, hojas de menta,láudano, clavo, mirra, pétalos de rosa yestoraque. Eso es lo peor, el olor. Sabes que esuna perogrullada, pero esa idea te acompaña entodo momento. Puedes vencer el asco queprovocan los esputos, la repulsión de las bubasque se abren como flores negras, la repugnanciade los vómitos y la grima que te revuelve lastripas cada vez que examinas a uno de ellos contu vara. Pero el olor es una punta de hierro quemartillea el centro de tu frente. Surge de lostrapos empapados en esa mezcla del demonio eintroduce dedos de fango por tu nariz. No losoportas. Pero tienes que hacerlo.

Cada noche, mientras atraviesas el camino de ladehesa, rezas a Dios en silencio. Le pides que

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acabe pronto, que mañana al despertar Su manohaya sanado a todos los que, en la últimasemana, habéis tenido que hacinar en elhospicio. Por favor, Señor. Que no tenga quevolver a soportar ese olor. Pero cada mañana,Dios te vuelve a defraudar. Así que le vuelves arezar camino a casa. Pronto pasará, te dices alacabar la oración. No quieres pensar en lasnoticias que traen los arrieros. No quieresrecordar lo que cuentan los palafreneros cuandoel vino les suelta la lengua. No te permitespronunciar las palabras que corren como rataspor los pasillos de la Universidad. Incontrolable.Palabras que proliferan en el lodo que seacumula en las herraduras de tu caballo. Plaga.Palabras que el humo de las hogueras decadáveres dibuja en el aire. Incurable. Palabraspronunciadas en un lenguaje que ya casi hasdejado de entender. Castigo.

Llegas a la hacienda. El sol se pone en loslímites de la dehesa. Las piernas te duelen acada paso. Empujas la puerta. Arrugas el labioante el chirrido de los goznes. Óxido. El hierro

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sangra. Sacudes la cabeza. Es el final del día, tucabeza está agotada. Bienvenido sea el silencio.Caminas hasta la cocina. Enciendes una vela y,por fin, te desprendes de la máscara.

La dejas encima de la mesa y vas a cortar unpoco de queso. Sabe a pus. Lo escupes. Unacorriente de aire pasa a tu lado. Alguien semueve a tu espalda. Te das la vuelta.

No hay nadie. Solo la máscara, sobre la mesa.No recuerdas haberla dejado en esa posición.Sus ojos te miran. Pero no son ojos, te dices. Sonagujeros. Bostezas. La luz de la vela acaricia elpico blanco. Te acercas a ella. Te agachas y lamiras cara a cara. Ves lo que ven los enfermos,los enterradores, los gusanos. No te gusta.

Qué extraño poder tienes, le dices, te dices.Yo solo soy un hombre, pero cuando te llevo,me convierto en el Doctor. Me haces más quehumano. Tú consigues que ellos confíen en mí,que tiendan hacía mí sus manos, que depositenen mí sus esperanzas. Me conviertes en Dios.Pero el precio es alto. Me eliminas. Usurpas micuerpo. Devoras al hombre. Ellos esperan que

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aparezcamos entre la niebla, tú vistiendo mipiel, yo llevándote sobre los hombros. Allídonde la muerte baila. Porque estás hecha demuerte. Has sido creada para advertir. Paraasustar. Los que están sanos se espantan cuandote ven. Azuzan el caballo en dirección opuesta,se pierden murmurando plegarias. ¿Por qué?¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres de nosotros?

Sin proponértelo, has hecho la pregunta alaire. Tu propia voz te sobresalta. La cocina estávacía. La vela mengua, o eso te parece. La coges.Las sombras engordan como cerdos antes deuna matanza. Más vale que vayas al abrevadero.Te espera el peor momento del día.

Cierras la puerta a tu espalda. La máscara sequeda ahí, sobre la mesa de la cocina.

En la oscuridad.

La luna empieza a salir por la loma. Pronto sereflejará en la alberca, pero aún no. Por ahora, elagua es tuya. La noche te eriza la piel. Intentasseguir el ritual que tú mismo te has impuesto,pero siempre fallas. Tranquilo, te repites. Al

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principio consigues controlarte. Te vasdesprendiendo poco a poco de cada pieza deropa. Te quitas la sobrepelliza encerada que tecubre hasta la nuca. Caen los guantes. Fuera losborceguíes. Adiós a la pelliza. Pero a medidaque las prendas se van depositando en el suelo yel aire te acaricia, te sientes cada vez másindefenso. La duda se apodera de ti. Respirascon dificultad. Algo te revuelve las tripas.¿Sucederá? ¿Será esta noche? Te arrancas máspiezas de ropa y las arrojas lejos. Para cuando tugreguescos descansan a tus pies, la duda seconvierte en certeza. Lágrimas de fatalidadbajan por tus mejillas. Te pellizcas la piel.Hueles cada rincón de tu cuerpo. Teinspeccionas. Te bañas en el agua de la alberca,te frotas con puñados de tierra. Fuera, fuera,fuera. Las raíces te arañan. Te purificarías confuego si pudieras, pero no te atreves. El fuego espara las brujas.

Cuando vuelves a sentirte limpio, tesantiguas.

Un día más.

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Te tumbas en el lecho. Tu mujer duerme. Serevuelve a tu lado. Intentas no tocarla. Intentasno tocar nada. Temes que haya llegado hastaaquí, que haya atravesado la dehesa como unladrón y haya irrumpido en tu casa. Te damiedo que tu mujer se gire y la visión de losbubones te golpee como un mazo, borrando elmundo. Cierras los ojos, pero los ves. Los vesuna y otra, y otra, y otra vez. Estás tan ocupadohundiéndote en tu horror que ni siquierapercibes el momento en que te quedas dormido.Sueñas. Sueñas con el día en que te dieron lamáscara, el día en que dejaste de ser quien erespara convertirte en el Doctor. Revives lasinfonía de gemidos de los pacientes tras losmuros, los espumarajos, las antorchas en lasparedes, los cuchicheos de tus compañeros a tupaso por los pasillos, la soledad en el despachode tu decano. Atiendes a su explicación sincomprender del todo la magnitud de lo quedice. La prioridad es controlar los brotes de loque, en ciertos círculos, han empezado a llamar

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con un nombre que no quieres pronunciar, unnombre que te trae reminiscencias de iglesia, dedomingo, de azufre. En el sueño que bebe de turecuerdo, la máscara está ahí, sobre la mesa deldespacho, cubierta con un lienzo. Escuchando.El decano aparta el lienzo. Suena como unabandada de murciélagos alzando el vuelo. Lamano del decano desciende con lentitud hastala máscara. Te invita a probártela. Tú obedeces,solo una parte de ti se da cuenta de lo que estásaceptando. La agarras con las dos manos,ignorando el temblor, y te la acercas a la cara. Elolor de las esencias te estrangula. Cuando mirasa través de las gafas de cristal, el decano hadesaparecido. En su lugar hay uno de tushermanos. Otro Doctor. A su espalda se abre elcamino de la dehesa que lleva a tu hacienda, ysobre la dehesa la luna, y sobre la luna unaprofusión de bubones. El Doctor te mira. Susojos están vacíos, pero no son ojos. Son agujeros.Su voz es un niño atrapado en un pozo. Algo seacerca, te dice. Algo grande. Algo peor que lapeor de las guerras. Está asomando por la

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puerta. Vas a intentar detenerlo. Y fracasarás. Fracasarás.

El estrépito te hace emerger a la vigilia como site hubieran vertido un chorro de agua sobre lacara. Boqueas unos segundos, convencido deque el olor ha vuelto. Pero la conciencia vuelvea abrazarte. Y entonces suena otro estrépito.

Echas mano del crucifijo. Enciendes una velay sales de la habitación. Te quedas quieto. Lapuerta de la cocina está abierta. Ya no recuerdassi la has cerrado o no. Pero lo peor es el olor quesale de dentro. Ámbar triturado, alcanfor, hojasde menta, láudano, clavo, mirra, pétalos de rosay estoraque. Llega hasta ti, más fuerte quenunca, el aroma destinado a salvar tu vida ypudrir tu alma. En ese momento estás seguro deque está ahí. El Doctor está ahí, pero el Doctorya no eres tú. Es simplemente el Doctor, con suhedor, su sayo encerado y su vara de hierrosangrante para examinarte desde lejos. Porqueahora eres un enfermo más. Has dejado de ser elDoctor. Ha llegado hasta aquí, hasta ti, y has de

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ser tratado. Has caído desde las alturas. Algo se mueve en la cocina. El corazón se te desboca. Caminas hasta la

puerta. Aprietas el crucifijo contra el pecho. Teasomas dentro y adelantas la vela, como si tefuese a proteger. Hay un gato en el suelo, junto ala mesa. Juguetea con pedazos de picoempapados en esencias. Arrugas el rostro. La hamatado. La ha destrozado. El gato levanta lacabeza, plata en sus dos ojillos gemelos a la luzde la candela. Con una calma que en realidad nosientes, depositas la vela en la mesa. Levantas elcrucifijo. La ha matado. La ha destrozado. Y va apagarlo.

El primer golpe llega tarde. El gato salta sobreel alféizar. Blandes el crucifijo como si fuese elgarrote de juguete de un niño. Estás gritando.Repartes palos a diestro y siniestro, pero eldemonio es más rápido que tú. Los platos debarro estallan, los trozos se te clavan en lasmanos. En los pies. No puedes parar. El gatosalta de un lado a otro. En algún momento, losgritos de tu mujer se suman a los tuyos. Pero no

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puedes parar. El olor lo inunda todo, os atrapa,os consume, baila a vuestro alrededor. Teduelen los brazos. Cuando el crucifijo se rompe,empiezas a golpearlo todo con los puños. El gatosalta. Parece reírse de ti. Pisas un Cristo hechoañicos. Haces agujeros en el adobe. No puedesparar.

El gato se escabulle por un hueco. Le lanzasmedio crucifijo. Fallas. Tus brazos chillan. Tumujer también. No les haces caso. Te agachasjunto a la máscara. La ha matado. La hadestrozado. Sostienes los trozos entre tusmanos, te los pasas por la cara, por la piel, bebesel maldito olor que, ahora lo sabes, te haabandonado para siempre.

Y entonces lo oyes. El miedo de tu miradaabraza al de la mirada de tu mujer. Algo seacerca por el camino de la dehesa. Se oyenvoces. La luz de la luna mengua ante otroresplandor. A través de la ventana se adivina elbrillo del fuego. Sales por la puerta. Es fuego, sí,pero no el dedo de Dios que tenía que erradicareste castigo de la faz de la tierra. Son antorchas.

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Antorchas y más antorchas empuñadas pormanos. Se dirigen a la hacienda. Están aquí.Peor que la peor de las guerras. Vienen delbrazo de sus seres queridos, convencidos de quesu amor les protegerá del contagio. Vienen hastati, desbordado ya el hospicio, buscando alDoctor. Vienen armados de confianza, de manostendidas, de esperanza.

Tú caes de rodillas. Las lágrimas recorren tusmejillas. Alzas hacia el cielo los trozos de cueroempapados en esencias aromáticas. Le pides aDios que se vayan, que se vayan, que se vayan.

Dios te defrauda.

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Sobre el autor de «Schnabel»:

Jesús Cañadas nació en Cádiz en 1980. En laactualidad vive entre Valencia y Berlín,ciudades donde compagina la escritura con lagestión cultural.

Entre su producción escrita encontramoscolaboraciones con revistas de género comoMiasma, Lovecraft Magazine, Aurora Bitzine ola prestigiosa Revista Asimov. Ha formado partede la antología Visiones en su edición de 2008.También colabora periódicamente con lasrevistas de arte y literatura Área Zinc y LaMirada de Odín. En Mayo de 2011 publicará ElBaile de los Secretos, su primera novela, con laeditorial Grupo AJEC.