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FÉLIX CARRASCO CERVANTES Y GÓNGORA: LABRADORES, CABREROS Y CABALLEROS «Para cuya seguridad, andando más los tiem- pos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncella, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menestero- sos. De esta orden soy yo, hermanos cabre- ros...» (Don Quijote I, 11, pág. 106) 1 . Sabemos muy bien que no es fácil decir nada nuevo sobre labrado- res, cabreros y caballeros, ni sobre los tipos de discursos en que apare- cen estos actantes y actores en la obra cervantina. El tema ha sido estudiado a lo largo, a lo ancho y a lo hondo por eminentes cervantistas 2 . Aunque detrás de los actores de nuestro título se pone en juego una buena parte de la obra de ambos autores, nuestro acerca- miento tiene un carácter puntual y apunta a dos piezas específicas del arsenal discursivo pastoril, a saber, reflexionar sobre la utilización que Góngora y Cervantes hacen del «beatus ille» y de los «cantos a la Edad de Oro». Las obras que nos van a servir de base son el Quijote y Soledades, y esporádicamente otras obras cervantinas. Evidentemente, el «beatus ille» ha sido objeto de atención en los estudios monográficos de amplio espectro, pero nuestro enfoque pre- tende analizarlo como un elemento autónomo, del que se hace abun- dante uso a lo largo de la trayectoria histórica del género pastoril. La importancia del mito de la edad dorada en el Quijote es funda- mental, puesto que es, en definitiva, el objetivo esencial de la búsqueda de nuestro héroe. Bonilla lo señala sin ambages al explicar la fuerza del ideal quijotesco por el «convencimiento de que si ese ideal se prac- ' Citaremos por la edición de Martín de Riquer, Barcelona, 1969. 2 Un balance de la larga lista de estudios sobre los temas concitados por nuestra ponencia, podemos encontrarlo en obras como Juan B. Avalle-Arce, La novela pastoril espa- ñola, Madrid: 1974, y o en José A. Maravall, Utopía y contrautopía en el Quijote, Santiago de Compostela: 1976. ACTAS II - ASOC. CERVANTISTAS. Félix CARRASCO. Cervantes y Góngora: labradores, cabreros y...

Cervantes y Góngora: labradores, cabreros y caballerosreducirse a cuatro eslabones: Hesíodo (Los trabajos y los días), Arato Cf. Adolfo Bonilla, Cervantes y su obra, Madrid, 1916,

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FÉLIX CARRASCO

CERVANTES Y GÓNGORA: LABRADORES, CABREROS Y CABALLEROS

«Para cuya seguridad, andando más los tiem­pos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncella, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menestero­sos. De esta orden soy yo, hermanos cabre­ros...» (Don Quijote I, 11, pág. 106) 1.

Sabemos muy bien que no es fácil decir nada nuevo sobre labrado­res, cabreros y caballeros, ni sobre los tipos de discursos en que apare­cen estos actantes y actores en la obra cervantina. El tema ha sido estudiado a lo largo, a lo ancho y a lo hondo por eminentes cervantistas 2. Aunque detrás de los actores de nuestro título se pone en juego una buena parte de la obra de ambos autores, nuestro acerca­miento tiene un carácter puntual y apunta a dos piezas específicas del arsenal discursivo pastoril, a saber, reflexionar sobre la utilización que Góngora y Cervantes hacen del «beatus ille» y de los «cantos a la Edad de Oro». Las obras que nos van a servir de base son el Quijote y Soledades, y esporádicamente otras obras cervantinas.

Evidentemente, el «beatus ille» ha sido objeto de atención en los estudios monográficos de amplio espectro, pero nuestro enfoque pre­tende analizarlo como un elemento autónomo, del que se hace abun­dante uso a lo largo de la trayectoria histórica del género pastoril.

La importancia del mito de la edad dorada en el Quijote es funda­mental, puesto que es, en definitiva, el objetivo esencial de la búsqueda de nuestro héroe. Bonilla lo señala sin ambages al explicar la fuerza del ideal quijotesco por el «convencimiento de que si ese ideal se prac-

' Citaremos por la edición de Martín de Riquer, Barcelona, 1969. 2 Un balance de la larga lista de estudios sobre los temas concitados por nuestra

ponencia, podemos encontrarlo en obras como Juan B. Avalle-Arce, La novela pastoril espa­ñola, Madrid: 1974, y o en José A. Maravall, Utopía y contrautopía en el Quijote, Santiago de Compostela: 1976.

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ticase, la edad de oro tornaría y el mundo sería fe l iz » 3 . Últimamente, ha sido Maravall quien ha analizado este aspecto más en profundidad 4. Empezaremos por delimitar los dos tipos de texto para verificar a continuación en qué forma son usados y 'abusados' por las respectivas instancias de la enunciación.

1.1. Los cantos a La Edad de Oro

Dos sistemas de creencias contrapuestos conviven sin conflicto en el Renacimiento y actúan como configuradores fundamentales de la cultura de la época. Naturalmente eso sólo fue posible gracias, por una parte, al predominio indiscutible de uno de ellos, la escatología cri­stiana, y a la desactivación del más allá de la religión grecorromana; y por otra, a una redistribución de esferas entre ambos. En lo religioso y moral prevalece el cristianismo; en otros campos, la filosofía, las ciencias, la literatura, el arte, etc., la herencia clásica es la dominante. De esta esfera procede el mito de la Edad de Oro, que está fuertemente implantado en la conciencia colectiva europea del periodo, reforzado sin duda por el del paraíso, que proviene de la otra esfera. Harry Levin, autor de un estudio fundamental sobre este mito, lo define como «una afirmación nostálgica de la orientación del hombre en el tiempo, un intento de trascender los límites de la historia»\ Se trata, pues, de un acto de habla que obedece primariamente a la función expresiva en la tipología buhleriana de las funciones de la lengua: el hombre histórico manifiesta su malestar con el tiempo que le ha tocado vivir y añora y sueña con el «illo tempore» del mito. A diferencia de otros mitos, este no tiene un carácter narrativo muy acusado, pues «el elenco de personajes es anónimo y de poco relieve excepto dos perso­najes de honor, que poco tienen que hacer; la función del mito es la de proyectar una actitud» (Levin: XVII I ) . Estamos, pues, ante un texto mitográfico, cuya cadena de trasmisión desde la antigüedad puede reducirse a cuatro eslabones: Hesíodo (Los trabajos y los días), Arato

Cf. Adolfo Bonilla, Cervantes y su obra, Madrid, 1916, pág. 39. 4 Cf. José A. Maravall, Utopía y contrautopía en el Quijote, Santiago de Compostela,

1976, especialmente en el cap. VI. ^ «the myth oí the golden age is a notalgic statement of man's orientation in time,

an attempt at trascending the limits ol history» (cf. H. Levin, The myth of The Golden Age in the Renaíssance, Bloomington: Indiana Universíty Press, 1969, pág. XV) ; Lewis Mumford: «ese cuadro inolvidable de la época anterior a la maldición del trabajo organizado v !a matanza sistemática que cayó sobre el hombre tal vez sea menos ilusorio de lo que en un tiempo creyeron los eruditos... las penalidades reiteradas de los períodos glaciales... Pero los períodos interglaciares tal vez hayan sido períodos relativamente idílicos de bienes­tar y de abundancia: y la leyenda de oro quizás sea el auténtico recuerdo de una tregua en medio de una exuberancia tropical» {Las transformaciones del Hombre, Buenos Aires, 1960, pag. 46).

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(Fenómenos), Virgilio (Bucólicas) y Ovidio (Metamorfosis). Este último es el que fija el texto mitográfico como un topos que va a difundirse por las literaturas europeas a partir del Renacimiento. G. Atkinson, examina más de 500 obras de viaje publicadas en Francia antes del 1610 y constata que los geógrafos y exploradores repiten el lugar común del texto mitográfico de la EdO; el elemento más repetido "tout est commun á chacun" 6. El cartógrafo Judocus Hondius lo utiliza como concepto categorizador para su tipología de pueblos al distinguir los pueblos que viven bajo la autoridad de un líder y los que disfrutan de plena libertad "maintaining all things in common among them, in the manner of those who lived at the time of the golden age, which the poets mention" (apud Levin: 65). Puesto que el discurso de los exploradores no varía mucho, indiferentemente de que se trate de pue­blos de América, de África o de Asia, hay que asentir con el comentario de Levin de que no reflejan estos discursos 'una percepción muy desar­rollada de la diversidad étnica' 7.

La anomalía de que el oro, símbolo de la riqueza, figure como emblema de una edad que se caracteriza por la sencillez, la inocencia y el rechazo total del afán de lucro, ha hecho reflexionar a muchos pensadores, desde Sócrates a Marx.

1.2. El «beatas Ule»

La familia textual que se agrupa bajo el marbete clásico de «bea-tus ille» o del vernáculo de «vida retirada», ha sido objeto de nuestra atención desde años atrás. Entre otros aspectos, hemos reflexionado sobre la sintaxis y la semántica del modelo textual, y hemos avanzado una propuesta de tipología. ,4

Recapitulando nuestro análisis anterior, podemos retener que, debajo de las múltiples variaciones que nos ofrecen las realizaciones terminales de esta clase de texto, hay efectivamente un esquema subyacente común a todas ellas; que el núcleo invariante es a la vez semántico y sintáctico; que la función dominante en estos textos es, en el sentido buhleriano, la impresiva, es decir, estos textos como actos de habla se proponen denunciar y rechazar, en distintos grados, los valores degradados del espacio socio-histórico urbano, y proclamar como auténticos los valores del espacio armónico de la naturaleza.

Basándonos en el análisis de los planos de la expresión y del conte­nido del «beatus ille» horaciano y de un corpas representativo de reali-

Cf. Geoffroy Atkinson, Les Nouveau Horizons de la Renaissance Française, Paris, 1935, pâgs. 137-168 (apud H. Levin, ob. cit. pâg. 65).

7 "Whether this is a testimonial to the uniformity of mankind or to the universality of our davdream, it does not show a highly developed perception of ethnic diversity" (ob. cit., pàg. 65).

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zaciones del Siglo de Oro, así como de las propuestas de la crítica a este respecto, anticipábamos un inventario de rasgos que representan adecuadamente, a nuestro juicio, una matriz operacional del modelo subyacente en todas las realizaciones terminales. Podemos reducir a cinco los rasgos sintáctico-semánticos que constituyen dicha matriz y que, por consiguiente, deben estar presentes en todo texto que se agrupe bajo este rótulo: 1. La conciencia de una pérdida que remite al mito de los orígenes y la posibilidad de recuperar el bien perdido. 2. La oposición de dos espa­cios demarcados: la ciudad vs el campo; y de dos sujetos: el hombre per­vertido vs el hombre inocente. 3. El espacio conforme queda investido con los valores eufóricos, mientras que el espacio extraño queda despo­jado de todo valor o tildado de disfórico 8. 4. La articulación axiológica se realiza por el procedimiento de la metonimia: personaje feliz en el locus amoenus; personaje desdichado en el espacio inarmónico. 5. La macroestructura de estos textos está constituida por una cadena de seg­mentos conjuntivos y disjuntivos, que vienen en definitiva a poner de relieve el carácter polémico de la estructura actancial 9.

Aunque el texto sobre la Edad de Oro y el «beatus ille», represen­tan dos actos de habla diferentes, «expresivo» aquél, e «impresivo» éste, es manifiesto que habría que calificar de "dura" la conexión entre ambas clases de textos. Hay efectivamente variadas e íntimas relacio­nes entre ambos. La matriz de rasgos que acabamos de presentar para el «beatus ille» puede aplicarse con leves retoques al otro tipo textual; además vemos que, incrustada en el núcleo inmanente del «beatus ille», puede detectarse la presencia de un topos que consiste justa­mente en la evocación nostálgica del mito de los orígenes. Se trata de una presencia "sinecdóquica", pues en general se hace una evocación fugaz de un elemento del topos. De esto nos ofrece una buena ilustra­ción el prototipo horaciano, que dedica a este rasgo un cuaternario yámbico: «ut prisca gens mortal ium» l 0 . En este sentido podemos afir­mar que el mito de la Edad de Oro es un componente de nuestros tex­tos. Por otra parte, hay también una relación genética entre el mito y los textos del «beatus ille» en cuanto que éstos presuponen aquél, ya que, en realidad, nuestros poemas desarrollan programas encami­nados a recuperar la felicidad de los orígenes.

* Cfr. A. Greimas, En torno al sentido (trad. esp. de Du sens, París, Seuil, 1970), Madrid, Fragua, 1973, pág. 210.

9 Esta enumeración es de índole pragmática y es, por supuesto, susceptible de una mavor elaboración. El carácter de zigzag o de técnica yuxtapositiva de violentos contrastes que atribuye D. Alonso y otros críticos a la «Vida retirada» de Fray Luis de León, es justa­mente la polarización que se manifiesta en investiduras contradictorias del sujeto y del antisujeto (véase Dámaso Alonso, Poesía española, Madrid, 1966, pág. 157).

1 0 Los gramáticos del siglo II Acrón y Porf lr ión explican ya este verso como evoca­ción de la EdO: «Antiquitatem significa!, cuius áurea saecula credita sunt, quod praeter ciuitatum munitiones omnes in agris uiuebant» (cf. Acronis el Porphirionis commentarii in Q. Horatium Flaccum, ed. F. Havtal, Amsterdam: Verlag P. Schippers, 1966, pág. 447).

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2. Cervantes y Góngora:

En principio hay un paralelo externo entre el peregrino de Soleda­des y D. Quijote, que no ha pasado desapercibido a la crítica y que plantea razonablemente la posibilidad de que haya habido influencia del uno en el otro; como estrictamente contemporáneos, es decir, como beneficiarios de una herencia literaria común, es posible que se hayan producido convergencias no buscadas; en cualquier caso no es nuestra intención entrar en este problema y ni siquiera es importante para nuestro propósito.

La recitación del «beatus ille» por el peregrino de Soledades, y el canto a la EdO por parte de D. Quijote, que se produce ante la escena idílica de un grupo de cabreros en medio de los montes, tienen proba­blemente carácter de cita: el personaje extrae de su memoria de hom­bre cultivado una referencia cultural consabida, como si quisiera indi­car que de personajes como los que contempla dijo el poeta... La presencia del «yo» recitador en el espacio armónico es puramente casual y, por tanto, ajena al acto enunciador. No hay, por tanto un auténtico «beatus ille» en el sentido de hacerse partícipe, esto es, no está investido del carácter de acto de habla que tiene en la boca del «yo » que deja oír su voz en el poema luisiano; en efecto Vida retirada transfiere una experiencia íntima poética, que queda a mil leguas de esta recitación ocasional del texto poét ico" .

Beverly aproxima a ambos personajes y los define «por una oscila­ción y un estado de exilio perpetuos»; para él, «su presencia en las soledades evidencia una mezcla de altivez aristocrática y la posición marginal de los que Lukács denominaba los personajes desamparados de la novela burguesa: Lazarillo, Vidriera, don Quijote» 1 2 . El propio D. Quijote al dar a conocer su profesión de caballero en el episodio de Marcela, nos dice « Y así me voy por estas soledades y despobla­dos...» (I, 13, 118), palabras que cuadrarían perfectamente en boca del peregrino. Efectivamente, D. Quijote y el peregrino en su caminar a la deriva se encuentran con cabreros, pastores y labradores; en estos encuentros reciben la incitación para evocar la Edad de Oro o para recitar los «beatus ille» de turno. Ambos personajes son acogidos con simpatía y calor humano por un grupo de cabreros y reaccionan con­movidos con sendas tiradas de elogio, que constituyen en principio rea­lizaciones de nuestro modelo textual. En el peregrino de Góngora, después de este encuentro en la montaña se hace el descenso al valle, en que se producen otros encuentros con pastores y cazadores y, final-

1 1 Sobre la exigencia de que la voz que se hace oír en el poema corresponde al que consideramos como sujeto, puede verse nuestro artículo "Los poemas a la vida retirada: sintaxis, semántica, ideología", Critica semiológica de textos literarios hispánicos, vol. II, ed. Miguel A. Garrido, Madrid, CS.I.C, 1986, 81-93.

1 2 Cf. Luis de Góngora, Soledades, ed. J. Beverly, Madrid: 1980, pág. 32.

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mente, en el fondo del valle llegan a la aldea de labradores donde se prepara la ceremonia y el banquete nupcial. El episodio de las bodas de labradores de Soledades tienen un vivo eco en las bodas de Cama-cho: ambos protagonistas son guiados en su caminar hacia el lugar de las bodas; en ambas ceremonias se multiplican los signos de opulencia, innumerables invitados, gran aparato para el espectáculo festivo, amplísima superficie entoldada de ramajes que no dejan penetrar los rayos del sol 1 3 , un variado programa de música y danza y en el menú la cornucopia avasalladora a que Lope y otros dramaturgos tenían habituados a sus espectadores, presentándoles un derroche excesivo en los banquetes de aldea. La vista de la desposada en el Quijote hace a Sancho prorrumpir en un elogio visceral de Quiteria, grotesco, cierta­mente, pero con enternecedores ribetes poéticos. D. Quijote, como el caminante de Soledades, acepta la belleza excepcional de la campesina, pero la coloca "en su lugar" frente a Dulcinea, rebajando la demasía de Sancho:

«Rióse D. Quijote de las rústicas alabanzas de Sancho Panza; parecióle que fuera de su señora Dulcinea del Toboso, no había visto mujer más hermosa jamás» (D. Quijote, II, 21, pág. 688).

El narrador de Soledades nos cuenta una reacción semejante por parte del peregrino ante la novia labradora:

Digna la juzga esposa/ de un Héroe, si no Augusto, esclarecido,/ el joven, al instante arrebatado/ a la que, naufragante y desterrado,/ le condenó a su olvido... y en la sombra no más de la azucena,/ que del clavel procura acompañada/ imitar en la bella labradora/ el templado color de la que adora/... (I, 732-46).

Otras concordancias menos relevantes se dan también en los sendos paseos en barcas de ambos personajes, en el encuentro con una partida de caza de cetrería y la visión del palacio/castillo, común a ambas obras (cf. D. Quijote, II, 29 y 30; y Soledades, II, 677 y ss.) 1 4 .

3. El discurso sobre la Edad de Oro

Maravall advierte que el mito de la Edad de Oro está presente en el prehumanismo español del siglo XV casi exclusivamente como una

1 «el tal Camacho es liberal y hásele antojado de enramar y cubrir todo el prado por arriba, de tal suerte que el sol se ha de ver en trabajo si quiere entrar a visitar las yerbas verdes de que está cubierto el suelo. Tiene asimesmo malheridas danzas así de espadas como de cascabel... de zapateadores no digo nada...» (D. Quijote, II, 19, pág. 672); compárese con Soledades, I, 711-21.

1 4 Para no alargar nuestra exposición y para concentrarnos en Cervantes, remitimos al lector a nuestro trabajo: "Transformaciones de un modelo textual: el «Beatus ille» en las «Sole­dades» de Góngora.", Actas del III Congreso Internacional de la AISO (de próxima aparición).

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pieza de imitación retórica. Por otra parte, nombres como los de Gue­vara, Torquemada, Mariana y la floración de novelas pastoriles man­tienen el mito en primera actualidad en el siglo XVI. En realidad, en este siglo recobra nueva fuerza y se convierte en un modelo de identifi­cación de los orígenes de la humanidad. Como acertadamente observa Levin, en el Renacimiento, el mito es desplazado de la esfera del tiempo a la esfera geográfica". Podemos sin duda decir que de un signo del discurso literario se convierte en un signo asociado a un refe­rente del mundo real. La actualización del mito va a comenzar con la llegada de Colón al Nuevo Mundo, va a ir afirmándose irresistible­mente en la conciencia colectiva a través de los relatos de la explora­ción y conquista, y va a encontrar una poderosa exposición "mediá­tica" en el famoso debate Las Casas-Sepúlveda sobre la legitimidad jurídica y ética de la conquista. Evidentemente, el mito tiene el camino despejado para instalarse en las páginas del Quijote y asegurarse ese espacio de enorme resonancia que le otorga el famoso discurso de la Edad de Oro. En un libro importante sobre Ronsard de Elizabeth Arm­strong se desliza una pregunta ingenua a propósito de este discurso, que pronuncia precisamente D. Quijote al recoger un puñado de bel­lota: "¿Se habría producido esta asociación de ideas en el Quijote si Ronsard no se hubiera anticipado en la generación anterior?" 1 6 . Por suerte, don Miguel lo tuvo mucho más fácil de lo que la profesora Arm­strong suponía 1 7. Para facilitar el cotejo de nuestro análisis, lo repro­ducimos aquí.

— Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de « tuyo» y «mío » . Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robu­stas encinas que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia sabrosas y transpa­rentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solicitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquier mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcorno­ques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas sobre rústicas estacas sustenta­das, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella sin ser forzada ofrecía por todas las partes de su fértil y espacioso seno lo que

1 5 «the myth was trasposed from a chronological to a geographical sphere» (Levin: XV) .

1 6 «Would even he have been able to produce this particular association of ideas, had Ronsard not pionered it a generation before? (cf. Elizabeth Armstrong, Ronsard and the Age of Gold, Cambridge, 1968, apud Levin: XXI I ) .

1 7 Maravall ha resumido la larga lista de autores españoles que trataron el topos en todos sus aspectos, los cuales quedaban un poco más a la mano de Cervantes que Ronsard. (véase ob. cit., págs. 169-71).

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pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra; y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas de verdes lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van ahora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había que juzgar ni quien fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por donde quiera solas y señoras, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento las menoscaben, y su perdición nacía de su gusto y propia voluntad. Y ahora en estos nuestros detestables siglos no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud se les entra la amorosa pestilencia, y les hace dar con todo su recogimiento al traste. (Don Quijote, I, cap. XI ) .

El discurso quijotesco de la edad de oro se inscribe en la tradición literaria europea y conserva las grandes líneas del texto mitográfico original, pero es sometido a una profunda transformación. El carácter de afirmación o constatación de algo que fue en el «illo tempore» del mito y que nunca más será, es reinstalado en el «hic et nunc» y se va a convertir en la razón histórica de la orden de la caballería. Cer­vantes manipula el modelo textual del mito como hace una y otra vez con otros géneros recibidos de la tradición literaria: juega al contraste del espacio imaginario de la obra de ficción con el espacio socio-histórico evocado. Los cabreros y las bellotas, que pertenecen al mundo de lo cotidiano, funcionan como una sinécdoque del mundo de la Edad de Oro 1 8 . En cuanto al contenido del discurso, comprobamos que no se respeta el inventario de elementos recogidos en los textos mitográficos de la antigüedad sino que se introducen elementos extra­ños al mito, sacados del programa narrativo caballeresco, los cuales se van a constituir en la razón de ser del sueño de D. Quijote 1 9. De un cotejo del texto ovidiano, que es la codificación por antonomasia del mito, con el discurso quijotesco, hemos comprobado que de diecio­cho elementos de la descripción ovidiana aparecen claramente recogi-

El principio de la semántica moderna, según el cual al evocar un signo de un campo semántico dado, se evoca con él todo el campo en el que se inscribe, está ya antici­pado en Cervantes; en efecto, dicho principio está ya formulado en D. Quijote: «Toda esta arenga — que se pudiera muy bien excusar — dijo nuestro caballero, porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada.... (I, 11, 106).

1 9 Maravall, que afirma lúcidamente que «el Quijote es la novela-utopía del gobierno caballeresco-pastoril en que un sector de la opinión española, contra el curso natural de las cosas, se empeñaba en mantenerse encerrada», señala que Cervantes retoma el texto ovidiano (ob. cit., pág. 209).

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dos sólo tres, que hemos marcado en cursiva. Las largas y redundantes tiradas sobre las costumbres amorosas y los vestidos de las zagalejas marcan un distanciamiento radical del viejo mito: Hesiodo excluye de la EdO a las mujeres; el propio Ovidio no dice una sola palabra sobre el amor, respetando la tradición hesiódica 2 0. La presuposición de un mundo degradado («estos nuestros detestables siglos») es ciertamente la razón de ser de la caballería andante, como afirma D. Quijote hacién­dose eco de lo que proclamaban todos los libros de caballería, pero no nos consta que la conexión de la orden con la Edad de Oro haya sido for­mulada con anterioridad a D. Quijote 2 1.

Otra alusión fugaz al mito sale de la boca de nuestro caballero al suspenderse por su derrota el ensueño caballeresco, proyectando como alternativa el ensueño pastoril: «Daránnos con abundantísima mano de su dulcísimo fruto las encinas, asiento los troncos de los durísimos alcornoques...» (II, 67) 2 2 .

4. Variaciones sobre el tema del «beatus Ule»:

1. El encuentro de caballeros y pastores en la Galatea es un buen anticipo del que tendrá D. Quijote con cabreros y pastores. El texto representa en superficie un verdadero «beatus ille», pero no se cum­plen los requisitos de legitimidad para el acto de habla que constituye este modelo textual. No estamos ante el sujeto luisiano, «que huye del mundanal ruido» para refugiarse en el «almo reposo». Se trata de unos viajeros casuales, un grupo de caballeros y damas «que de camino venían, y fatigados del cansancio y convidados del ameno y fresco lugar, les pareció bien dejar el camino... y pasar allí las calurosas horas de la siesta» y allí se encuentran con un grupo de pastores (Gala-tea, II, pág. 31) 2 3 . La admiración de los pastores por parte de nue-

Sobre la trasmisión escrita del papel de la mujer en la EdO, véase Levin, ob. cit., págs. 24-25.

2 1 Véanse las finas observaciones que hace M. Moner, subrayando que es la dimen­sión igualitaria la que pone en conexión la EdO y la caballería andante (cf. Michel Moner, «Histoires drôles autour d'une table. Don Quichotte et Sancho à la place d'honneur», Tigre, 7 (1993), págs. 108-9). Hay que observar, sin embargo, que la ausencia de estamentos socia­les no está explicitada en los antiguos textos mitográficos; el primero, que nos conste, que hace alusión a esta ausencia de señores y criados es A. de Guevara: «por el solo pecado entró la servidumbre en el mundo, porque si no oviese pecadores, de creer es que no oviera señores ni siervos» (cf. Relox de príncipes, I, cap. 31).

2~ Clemencín desaprueba el epíteto "dulcísimo": « N o merecen este epíteto las bello­tas, que lejos de ser dulcísimas no son ni aun dulces» (cf. II, 97, n. 14); es muy posible que estas palabras remitan a otro texto mitográfico virgiliano: «et durae quercus sudabunt roscida mella» (Virg. Bue, IV, 30; o al ovidiano: «flauaque de viridi stillabant ilice mella» Ov., Met. I, 112): en la edad antigua se creía que la miel era una especie de rocío que que­daba depositado sobre las hojas de los árboles, de donde lo recogían las abejas; en la EdO, este rocío era tan puro y abundante que no era necesario el trabajo de las abejas (cf. Ovide, Les Métamorphoses, ed. G. Lafaye, Paris, Les Belles Lettres, 1961, t. I, pág. 11).

2 3 Citaremos por la edición de Juan B. Avalle-Arce, Madrid, Clás. Cast. 1968.

ACTAS II - ASOC. CERVANTISTAS. Félix CARRASCO. Cervantes y Góngora: labradores, cabreros y...

stros caminantes cortesanos está sin duda propiciada por el encanto del locus amoenus, pero es una experiencia efímera e intrascendente.

«Quando me paro a considerar, agradables pastores, la ventaja que haze al corte­sano y sobervio trato el pastoral y humilde vuestro, no puedo dexar de tener lástima de mí mesmo, y a vosotros vna honesta embidia. — ¿Por qué dizes esso, amigo Darintho? — dixo el otro cavallero. — Dígolo, señor — replicó esotro —, porque veo con quanta curiosidad vos y yo, y los que siguen el trato nuestro, procu­ramos adornar las personas, sustentar los cuerpos y augmentar las haziendas, y quán poco viene a luzirnos, pues la púrpura, el oro, el brocado que sobre nuestro cuerpo hechamos, como los rostros entán marchitos de los mal degiridos manjares, comidos a desoras, y tan costosos como mal gastados, ninguna cosa nos adornan, ni pulen, ni son parte para que más bien parezcamos a los ojos de quien nos mira, todo lo qual puedes ver differente en los que siguen el rústico exercicio del campo, haziendo experiencia en los que tienes delante, los quales podría ser, y aun es assí, que se huuiessen sustentado y sustentan de manjares simples y en todo contrarios de la vana compostura de los nuestros; y con todo esso, mira el moreno de sus rostros, que promete más entera salud que la blancura quebrada de los nuestros, y quán bien les está a sus robustos y sueltos miembros vn pellico de blanca lana, vna caperuca parda y vnas antiparas de qualquier color que sean, y con esto a los ojos de sus pastoras deuen de parecer más hermosos que los vizarros cortesanos a los de las retiradas damas. ¿Qué te diría, pues, si quisiese, de la sencillez de su vida, de la llaneza de su condición y de la honestidad de sus amores? No te digo más sino que conmigo puede tanto lo que de la vida pastoral conozco, que de buena gana trocaría la mía con ella». (Calatea, II, 33-34)

Nada hace pensar aquí que el recitador esté dispuesto a renunciar a su condición de cortesano para seguir por la «escondida senda». Su hipotético deseo se queda en eso.

2. El caballero del verde gabán pronuncia en su presentación a D. Quijote un «beatus i 11 e» entreverado de elementos discursivos del ideal del caballero cristiano:

«Yo... soy un hidalgo natural de un lugar donde iremos a comer hoy, si Dios fuere servido. Soy más que medianamente rico... paso la vida con mi mujer y con mis hijos, y con mis amigos.; mis ejercicios son la caza y la pesca; pero no mantengo ni halcón ni galgo sino algún perdigón manso, o algún hurón atrevido. Tengo seis docenas de libros... Alguna vez como con mis vecinos y amigos, y muchas veces los convido; son mis convites limpios y aseados, y no nada escasos; ni gusto de murmurar ni consiento que delante de mí se murmure... oigo misa cada día, reparto de mis bienes con los pobres...» (D, Quijote, II, 16, pág. 647).

Más adelante el narrador confirma la veracidad de este autorre­trato con motivo de la invitación y estancia de D. Quijote en su casa:

2 4 Avalle-Arce comenta finamente el pasaje desde otra perspectiva: «La vieja oposi­ción entre corte y aldea se remoza aquí, pues no hay una condenación categórica de nin­guno de los dos términos.. . Esta clave de su labor creadora se da ya en la Galatea aunque con la vacilación de los primeros pasos. Así, pues, el cortesano puede ser, a veces, superior alpastor, al menos en apariencia, o bien es un cortesano real el que dará la palma al pastor en este discurso-' (Avalle-Arce, ob. cit., pág. 244-45).

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«Fuéronse a comer, y la comida fue tal como don Diego había dicho en el camino que la solía dar a sus invitados: limpia, abundante y sabrosa; pero de lo que más se contentó D. Quijote fue del maravilloso silencio que en toda la casa había, que semejaba un monasterio de cartujos» (D. Quijote, II, 18, pág. 666).

Elementos todos del repertorio del epodo horaciano salvo las mar­cas de anclaje en la realidad sociohistórica: situación media holgada, afición a la caza, vida familiar ordenada, tranquilidad, buena comida, prácticas cristianas, etc. En realidad una síntesis de Horacio y de Gue­vara.

3. D. Quijote se apodera del molde sintáctico del «beatus i 11 e» y mete solapadamente elementos del universo caballeresco-señorial, mezcladas con vivencias de Alonso Quijano, que marcamos en cursiva:

— ¡Oh tú, bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra, pues sin tener invidia ni ser invidiado, duermes con sosegado espíritu, ni te persiguen encan­tadores, ni sobresaltan encantamientos! Duerme, digo otra vez, y lo diré otras ciento, sin que te tengan en continua vigilia celos de tu dama, ni te desvelen pensa­mientos de pagar deudas que debas, ni de lo que has de hacer para comer otro día tú y tu pequeña y angustiada familia. Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se estienden a más que a pensar tu jumento; que el de tu persona sobre mis hombros le tienes puesto; con­trapeso y carga que puso la naturaleza y la costumbre a los señores. Duerme el criado, y está velando el señor, pensando cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes. La congoja de ver que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con el conveniente rocío no aflige al criado, sino al señor, que ha de sustentar en la esterilidad y hambre al que le sirvió en la fertilidad y abundancia» (Don Quijote, II, 20, pág. 678).

Comprobamos que, aunque se respeta el cuadro básico del modelo, se introducen subrepticiamente mercaderías extrañas de otros univer­sos semánticos: los encantadores, los celos de la dama, las relaciones señoriales, las escaseces del hidalgo lugareño, etc., que poco tienen que ver con las reglas sintácticas ni con la semántica del modelo.

4. Cervantes utiliza también el modelo echando mano de un sujeto de la enunciación femenino, que sin ser una novedad cervantina, es ciertamente inusual en la tradición literaria. Efectivamente, Marcela, en su formidable discurso en defensa de su proyecto femenino de vida, incluye una realización abreviada de nuestro modelo:

« Y o nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desenga­ñado con las palabras... y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto... Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme; ni quiero

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ni aborrezco a nadie. No engaño a ése, ni solicito aquél; ni burlo con uno, ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas monta­ñas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera» (Don Quijote, I, 14, pág. 131).

Mutatis mutandis, parece que oímos a uno de esos labradores ejemplares de la plenitud lopesca, afirmando su arraigo indestructible al terruño2^.

5. Hay también otros pasajes cervantinos en que podemos detectar la presencia del «beatus ille», pero invertido de arriba abajo. Como ejemplo vamos a recordar la conversación con el ama, cuando ésta trata de disuadir al caballero de hacer su tercera salida y lo incita a ser de «uno de los que a pie quedo sirviesen a su rey y señor estándose en la corte». La respuesta de D. Quijote no se hace esperar:

«Mira, amiga — respondió don Quijote —: no todos los caballeros pueden ser corte­sanos, ni todos los cortesanos pueden ni deben ser caballeros andantes: de todos ha de haber en el mundo; y aunque todos seamos caballeros, va mucha diferencia de los unos a los otros; porque los cortesanos, sin salir de sus aposentos ni de los umbrales de la corte, se pasean por todo el mundo, mirando un mapa, sin costarles blanca, ni padecer calor ni frío, hambre ni sed; pero nosotros, los caballeros andan­tes verdaderos, al sol, al frío, al aire, a las inclemencias del cielo, de noche y de día, a pie y a caballo, medimos toda la tierra con nuestros mismos pies; y no sola­mente conocemos los enemigos pintados, sino en su mismo ser, y en todo trance y en toda ocasión los acometemos, sin mirar en niñerías, ni en las leyes de los desa­fíos...» (Don Quijote, II, 6, pág. 131-32).

La oposición al caballero cortesano es algo que D. Quijote lleva dentro; ya lo había expuesto claro hablando con otros viajeros en el episodio de Grisóstomo:

«La profesión de mi ejercicio no consiente ni permite que yo ande de otra manera. El buen paso [la vida tranquila], el regalo y el reposo, allá se inventaron para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas solo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes... « Y así me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me depare...» (I, 13, 118)» (Don Quijote, I, 13, págs. 117 y 118).

Quedan aquí efectivamente tratocados los programas narrativos del sujeto y el antisujeto: "el buen paso" ['la vida tranquila'], "el regalo" y "el reposo" quedan asociados al cortesano, mientras que "la inquie­tud", los peligros, el caminar incesante, las inclemencias, etc. es la suerte que espera a los que se van por "las soledades y despoblados".

s Véase sobre este aspecto nuestro artículo «Beatus i l le» y la comedia clásica de labradores", en Actas del X Congreso Internacional de la A.I.H., Barcelona, 1992, tomo I, págs. 827-839; especialmente 838-39.

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6. En La Gitanilla, al hacer el gitano viejo entrega ritual de Pre­ciosa a Andrés, pronuncia un bello canto a la vida gitanil, en el que queda insertado un «beatus ille» de factura casi impecable.

Somos señores, de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los ríos: los montes nos ofrecen leña de balde; los árboles frutas; las viñas, uvas; las huertas, hortaliza... sombra las peñas; aire fresco las quiebras, y casa las cuevas. Para nosotros las inclemencias del tiempo son oreos, refrigerio las nieves, baños la lluvia, músicas los truenos... el cuero curtido de nuestros cuer­pos nos sirve de arnés impenetrable que nos defiende... No nos fatiga el temor de perder la honra, ni nos desvela la ambición de acrecentarla, ni sustentamos bandos, ni madrugamos a dar memoriales, ni a acompañar magnates, ni a solicitar favores. Por dorados techos y suntuosos palacios estimamos estas barracas y movibles ran­chos; por cuadros y países de Flandes los que nos da la naturaleza en esos levanta­dos riscos y nevadas peñas, tendidos prados y espesos bosques, que a cada paso a los ojos se nos muestran... vemos cómo arrincona y barre la aurora las estrellas del cielo, y cómo ella sale con su compañera el alba, alegrando el aire, enfriando el agua y humedeciendo la tierra... 2 6.

A pesar de los elementos cómico-burlescos y del aire lúdico en que se envuelve la enunciación, estamos ante una realización muy próxima a las de Garcilaso y Fray Luis.

7. Para no alargar el muestreo, veamos un ejemplo del Persiles, donde, como era de esperar, está también presente nuestro modelo tex­tual. El recitador es Soldino que desciende por unas gradas desde den­tro de la cueva, seguido del grupo de damas y caballeros; al llegar al último escalón

se descubrió el cielo luciente y claro, y se vieron unos amenos y tendidos prados... y... Soldino les dijo: ... yo levanté aquella ermita con mis brazos y, con mi continuo trabajo... hice mío este valle, cuyas aguas y cuyos frutos con prodigalidad me sustentan, aquí huyendo de la guerra hallé la paz; la hambre que en ese mundo de allá arriba ... tenía, hallo aquí a la hartura; aquí en lugar de los príncipes y monarcas que mandan en el mundo, a quien yo servía, he hallado a estos árboles mudos... aquí no suenan en mis oídos el desdén de lo emperadores, el enfado de sus ministros; aquí no veo dama que me desdeñe, ni criado que mal me sirva; aquí soy yo señor de mí mismo; aquí tengo mi alma en mi palma, y aquí por vía recta encamino mis pensamientos al cielo... (cf. Persiles, I I I , cap. 18).

Creo que es ésta la realización que más se acerca al modelo canó­nico. Estamos ante alguien que ha huido del espacio inarmónico y ha renunciado para siempre a la vida cortesana para abrazarse «con la dulce soledad». Prácticamente, encontramos cada uno de los rasgos de la matriz propuesta.

Cf. La Gitanilla, ed. F. Rodríguez Marín, Clás. Cast., Madrid, 1975, págs. 68-70.

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5. Consideraciones finales

5.1. Hemos comprobado que ni Cervantes ni Góngora respetan las reglas discursivas del "beatus ille". En el modelo legado por la tradi­ción literaria, los dos espacios implicados se organizan en sistemas de valores opuestos; en realidad los únicos valores auténticos son los vin­culados a la "vida retirada"; los otros son antivalores; entre estos dos universos no se permite la menor concesión: el que huye de la ciudad no puede evocar con nostalgia su pasado ni trasladar al nuevo espacio sus hábitos de valorar la realidad. Pues bien, Cervantes y Góngora, o mejor dicho, la instancia enunciadora del Quijote y de Soledades no tiene inconveniente en pasar de un sistema a otro.

5.2. El viaje del sujeto de los cantos a la vida retirada no es de ida y vuelta, sino que realiza una trayectoria inequívoca y sin retorno del espacio inarmónico al armónico. D. Quijote y el peregrino, por el contrario, andan a la deriva, y en ningún momento del relato pierden su esencial condición de ausente, y así lo corroboran los nombres con que lo designa la enunciación: andante, errante peregrino, etc.;. En efecto, en ningún momento cruza por sus mentes la idea de instalarse en el espacio armónico, ni dejan de ser unos intrusos en él. Por tanto, ni nuestro caballero ni el peregrino son el sujeto de los cantos a la aldea.

5.3. No es que pongamos en entredicho la competencia de nuestros autores para manejar los distintos paradigmas discursivos; los cono­cían posiblemente mejor que nadie y así lo demostraron más de una vez. Las transgresiones de las reglas obedecen, por tanto, a una actitud deliberada de la instancia de la enunciación, que optó en Soledades y el Quijote por desarticular el modelo que le estaba sirviendo de pauta.

5.4. Notemos como originalidad cervantina la trasformación del discurso de la Edad de Oro, de un texto de constatación nostálgica de la felicidad de la primera edad, que responde a la función expresiva de la lengua, en un texto de función impresiva, que va a servir de ver­dadero objeto de la búsqueda en el programa narrativo de D. Quijote. Notemos además que, incluso después de la dolorosa derrota que con­dena al caballero a renunciar a su quehacer caballeresco, reemerge de nuevo su sueño de reinstalar la Edad de Oro desde el programa pastoril.

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