Cuentos Policiacos y de Misterio

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    Seleccin y notasElkin Obregn S.

    CUENTOS POLICIALESY DE MISTERIO

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    Primera edicin6.000 ejemplaresMedelln, julio del 2007

    Edita:CONFIAR Cooperativa FinancieraCalle 52 N 49-40 Tel. 5718484 [email protected]

    ISBN volumen: 958-33-9822-5ISBN obra completa: 958-4702-7

    Ilustracin cartula:Alexnder Bermdez Echeverri

    Diseo e Impresin:Pregn Ltda.

    Este libro no tiene valor comercialy es de distribucin gratuita

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    ndice

    El club de los martes ...............................7Agatha Christie

    Un negocio con diamantes .....................31

    R. L. StevensEl visitante nocturnode mister wong ....43W. E. Dan Ross

    Hombre y nio ........................................55Michael J. Carroll

    El cerco .....................................................71P. Montblanc

    Crimen sin pista ......................................77Ellery Queen

    Una coartada perfecta.............................89Jacques Champagne

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    El seor Truefitt, detective .....................101Milward Kennedy

    El pasado muerto ....................................113Al Nussbaum

    Eplogo:

    Turno para el lector......................................129

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    Los relatos policiales tienen en su contra la curio-

    sidad que despiertan, la imposibilidad de abandonar-los una vez comenzados; lo que hace que las minoraspensantes (por calificarlas de alguna manera), que si-guen aferradas al extrao esnobismo del aburrimiento,que confunden con la seriedad, se disculpen en pblico

    de leer lo que a escondidas les gusta.

    Jean Cocteau, prlogo a Petite histoire du roman policier,de Fereydoun Hoveyda.

    No olvidemos tampoco las preguntas del len de Eso-po al zorro, cuando dice: Por qu no viniste a presentar-me tus respetos?, y la contestacin de ste: Seor, encon-

    tr las huellas de muchos animales penetrando en vues-tro palacio, pero como ninguna indicaba su salida, preferquedarme al aire libre. No es sta acaso una prefigura-

    cin del detective moderno...?

    Fereydoun Hoveyda, Historia de la novela policiaca.

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    El club de los martesAgatha Christie

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    AGATHA CHRISTIE (1891-1976). Escritora

    inglesa, nombre definitivo en la literatura po-licial. Clebres creaciones suyas son HrculesPoirot, detective belga, y Jane Marple, ancianasolterona provinciana. Su primer libro, que lalanz de inmediato a la fama, fue El misterio-so caso de Styles. Otros ttulos: El asesinato de

    Rogelio Akroyd, El crimen del Orient Express,Diez negritos, El enigmtico mster Quinn, Na-vidades trgicas, Intriga en Bagdad, y un largu-simo etctera.

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    El relato que aqu se incluye marca laaparicin literaria de miss Marple.

    Misterios insolubles.Raymond West, lanzando una bocanada

    de humo, repiti las palabras con una espe-cie de placer deliberado.

    Misterios insolubles.Y mir satisfecho a su alrededor. La habi-tacin era amplia, con vigas oscuras cruzan-do el techo y buenos muebles. De ah la mi-rada aprobadora de Raymond West. Era es-critor y le gustaban los ambientes inspirado-

    res y perfectos. La casa de su ta Jane siemprele haba parecido el marco adecuado para supersonalidad, y mir ms all de la chimeneadonde ella se sentaba en el enorme silln delabuelo. Miss Marple vesta un traje de bro-

    cado negro de cuerpo muy ajustado, con unpechero de encaje blanco de Manila forman-

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    do cascada. Llevaba puestos mitones tam-bin de encaje, y un gorrito de puntilla ne-gra recoga sus sedosos cabellos blancos. Es-taba tejiendo... Algo blanco y suave, y susojos azul claro, amables y benevolentes, con-templaron con placer a su sobrino e invita-

    dos. Primero descansaron en el propio Ray-mond, tan satisfecho de s mismo, luego enJoyce Lemprire, la artista de espesos cabe-llos negros y extraos ojos verdosos, y en sirHenry Clithering, el gran hombre de mun-do. Haba otras dos personas ms en la ha-

    bitacin: el doctor Pender, anciano clrigo dela parroquia, y mster Petherick, abogado, unhombrecillo enjuto que usaba lentes, aunquemiraba por encima y no a travs de sus cris-tales. Miss Marple dedic un momento de

    atencin a cada una de estas personas y lue-go volvi a su labor con una dulce sonrisa enlos labios.

    Mster Petherick lanz la tosecilla secaque siempre anticipaba a sus comentarios.

    Qu has dicho, Raymond? Miste-

    rios insolubles? Ah!... Y a qu viene eso?A nada replic Joyce Lemprire. A

    Raymond le agrada el sonido de esas palabrasy por eso las pronuncia en voz alta.

    Raymond West le dirigi una mirada de

    reproche que la hizo echar la cabeza haciaatrs soltando una carcajada.

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    Es un embustero, verdad, Miss Mar-ple? pregunt. Estoy segura de que us-ted lo sabe.

    Miss Marple sonri amablemente, peronada dijo.

    La vida misma es un misterio insolu-

    ble sentenci el clrigo en tono grave.Raymond se irgui en su silla para arro-jar su cigarrillo al fuego con un ademn im-pulsivo.

    No es eso lo que he querido decir. No

    hablaba de filosofa dijo. Pensaba slo enmeros hechos prosaicos y sencillos, cosas quehan sucedido y que nadie ha sabido explicar-se nunca.

    S a qu te refieres, querido repusoMiss Marple. Por ejemplo, mistress Carru-

    thers tuvo una experiencia muy extraa ayeren la maana. Compr medio kilo de cama-rones en la tienda de Elliot. Luego fue a unpar de tiendas ms y cuando lleg a su casadescubri que no tena los camarones. Volvi

    a los dos establecimientos que visitara, perolos camarones haban desaparecido por com-pleto. A m eso me parece muy curioso.

    Una historia bien extraa dijo sirHenry en tono grave.

    Claro que existen toda clase de posi-bles explicaciones replic Miss Marple,

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    con las mejillas rosadas por la excitacin.Por ejemplo, cualquiera pudo...

    Mi querida ta la interrumpi Ray-mond West con cierto regocijo. No me re-fiero a esa clase de incidentes pueblerinos.Pensaba en crmenes y desapariciones... esa

    clase de cosas de las que podra hablarnos sirHenry, si quisiera.Pero yo nunca hablo de mi trabajo

    repuso sir Henry con modestia. No, nun-ca hablo de mi trabajo.

    Sir Henry Clithering haba sido ltima-

    mente comisario de Scotland Yard.Supongo que habr muchos crmenes

    y otros delitos que la polica nunca logra es-clarecer dijo Joyce Lemprire.

    Creo que es un hecho admitido afir-

    m mster Petherick.Me pregunto qu cerebro es el mejorpara desentraar un misterio dijo Ray-mond West. Siempre he credo que la poli-ca o el detective deben tropezar con su faltade imaginacin.

    sa es la opinin de los profanos re-plic sir Henry en tono seco.

    En realidad necesitan ayuda dijo Jo-yce con una sonrisa. Para psicologa e ima-ginacin acuda al escritor...

    Y dedic una irnica inclinacin de cabe-za a Raymond, que permaneci serio.

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    El arte de escribir proporciona la per-cepcin del interior de la naturaleza humanaagreg en tono grave. Y tal vez el escri-tor ve motivos que pasara por alto una per-sona vulgar.

    S, querido intervino miss Marple

    , que tus libros son muy inteligentes. Pero,t crees que la gente es en realidad tan des-agradable como t la pintas?

    Mi querida ta repuso Raymond entono amable, conserva tus creencias, y nopermita el Cielo que yo las destroce en nin-

    gn sentido.Quiero decir continu miss Marple,

    frunciendo un poco el ceo al contar los pun-tos de su labor, que a m muchas personasno me parecen ni buenas ni malas, sino sen-

    cillamente tontas.Mster Petherick volvi a lanzar su tose-cilla seca.

    No te parece, Raymond pregun-t, que das demasiada importancia a laimaginacin? La imaginacin es algo muy

    peligroso y los abogados lo sabemos dema-siado bien. Ser capaz de examinar las prue-bas con imparcialidad, y considerar los he-chos slo como factores... me parece el nicomtodo lgico de llegar a la verdad. Y debo

    aadir que por experiencia s que es el nicoque da resultado.

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    Bah! exclam Joyce, echando haciaatrs sus cabellos negros. Apuesto a quepodra ganarles a todos en este juego. No soyslo mujer... y digan lo que digan, las mujeresposeemos una intuicin que le ha sido nega-da a los hombres... sino adems artista. Veo

    cosas que ustedes no ven. Y tambin comoartista he tropezado con toda clase de perso-nas. Conozco la vida como no es posible quela haya conocido miss Marple.

    No s, querida replic miss Mar-ple. Algunas veces, en los pueblos ocurren

    cosas muy dolorosas y terribles.Puedo hablar? pregunt el doctor

    Pender con una sonrisa. No se me ocultaque hoy da est de moda desacreditar al cle-ro, pero omos cosas que nos hacen conocer

    un lado del carcter humano que es un librocerrado para el mundo exterior.Bueno dijo Joyce. Me parece que

    formamos una bonita reunin representati-va. Qu les parece si formsemos un club?Qu da es hoy? Martes? Le llamaremos el

    Club de los Martes. Nos reuniremos cada se-mana y cada uno de nosotros por turno de-ber exponer un problema... algn misterioque conozca personalmente y del que, des-de luego, sepa la solucin. Veamos, cuntos

    somos? Uno, dos, tres, cuatro, cinco. En rea-lidad tendramos que ser seis.

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    Te has olvidado de m, querida dijomiss Marple con una sonrisa radiante.

    Joyce qued ligeramente sorprendida,pero se rehizo a toda prisa.

    Sera magnfico, miss Marple dijo.No cre que le gustara participar en esto.

    Creo que ser muy interesante re-plic miss Marple, especialmente estandopresentes tantos caballeros inteligentes. Metemo que yo no soy muy lista, pero el habervivido todos estos aos en Saint Mary Meadme ha hecho comprender el interior de la na-

    turaleza humana.Estoy seguro de que su cooperacin se-

    r muy valiosa dijo sir Henry con toda cor-tesa.

    Quin empezar?

    Supongo que no existe la menor dudaen cuanto a eso replic el doctor Pender,ya que tenemos la gran fortuna de contar en-tre nosotros a un hombre tan distinguido co-mo sir Henry...

    El aludido guard silencio unos instan-

    tes, y al fin, con un suspiro y cruzando laspiernas, comenz:

    Me resulta un poco difcil ceirme altema que ustedes desean, pero creo conocerun ejemplo que llena las condiciones requeri-

    das. Es posible que hayan ledo algn comen-tario acerca de este caso en los peridicos del

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    ao pasado. Entonces se dej a un lado co-mo misterio insoluble; pero, como suele su-ceder, la solucin lleg a mis manos no hacemuchos das. Los hechos son muy sencillos.Tres personas se reunieron para cenar, entreotras cosas, langosta en conserva. Poco des-

    pus, las tres se sintieron indispuestas y sellam apresuradamente a un mdico. Dos deellas se restablecieron y la tercera falleci.

    Ah! dijo Raymond en tono aprobador.Como digo, los hechos fueron muy

    sencillos. Su muerte fue atribuida a envene-

    namiento producido por la ptomana, se ex-tendi el certificado correspondiente y se en-terr a la vctima. Mas las cosas no pararonah.

    Miss Marple hizo un gesto de asenti-

    miento.Supongo que surgiran las habladu-ras, como suele ocurrir dijo.

    Y ahora debo describirles a los actoresde este pequeo drama. Llamar al marido yla esposa, mster y mistress Jones, y a la se-

    orita de compaa de la esposa, miss Clark.Mster Jones era viajante de una casa de pro-ductos qumicos. Un hombre atractivo, aun-que ordinario, vivaz, de unos cincuenta aos.Su esposa era una mujer bastante vulgar, de

    unos cuarenta y cinco aos, y miss Clark, unamujer de setenta, robusta y alegre, de rostro

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    rubicundo y resplandeciente. De ninguno deellos podemos decir que resultara muy inte-resante. Ahora bien: las complicaciones co-menzaron de modo muy curioso. Mster Jo-nes haba pasado la noche anterior en un ho-telito de Birmingham y dio la casualidad de

    que aquel da haban cambiado el secante,que, por tanto, estaba nuevo; y la camarera,que al parecer no tena cosa mejor que hacer,se entretuvo en colocarlo ante un espejo des-pus que mster Jones escribiera una carta.Pocos das ms tarde, al aparecer en los peri-

    dicos la noticia de la muerte de mistress Jo-nes de resultas de haber ingerido langosta enmalas condiciones, la doncella hizo partci-pes a sus compaeros de trabajo de lo que ha-ba averiguado por medio del papel secante,

    en el cual ley estas palabras: Depende ente-ramente de mi esposa..., cuando haya muer-to yo heredar... cientos de miles....

    Recordarn ustedes que no hace muchotiempo hubo un caso en que la esposa fue en-venenada por su marido. No se necesit mu-

    cho ms para exaltar la imaginacin de la ca-marera del hotel. Mster Jones haba planea-do deshacerse de su esposa para heredar cien-tos de miles de libras! Por casualidad, una delas doncellas tena unos parientes en la pe-

    quea poblacin donde residan los Jones.Les escribi pidiendo informes y ellos con-

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    testaron que mster Jones, al parecer, se ha-ba mostrado muy atento con la hija del m-dico de la localidad, que era una hermosa jo-ven de treinta y tres aos, y empez a sur-gir el escndalo. Se solicit una revisin delcaso, y en Scotland Yard se recibieron nume-

    rosas cartas annimas acusando a mster Jo-nes de haber envenenado a su esposa. Deboconfesar que ni por un momento sospecha-mos que se tratase de algo ms que de las ha-bladuras y chismorreos del pueblo. Sin em-bargo, para tranquilizar la opinin pblica,

    se concedi la orden de exhumacin del ca-dver. Fue uno de esos casos de supersticinpopular basado en nada slido y que luegoresulta justificada. La diligencia dio como re-sultado el hallazgo de arsnico suficiente pa-ra dejar bien claro que la difunta seora ha-ba muerto envenenada por esta droga. YScotland Yard, junto con las autoridades lo-cales, tuvo que probar cmo le haba sido ad-ministrada y por quin.

    Ah! exclam Joyce. Me gusta. Es-

    to es verdadera materia prima.Naturalmente, las sospechas recayeronen el marido. l se beneficiaba con la muer-te de su esposa. No con los cientos de milesque romnticamente imaginaba la doncella

    del hotel, pero s con la fuerte suma de ochomil libras. l no tena dinero propio aparte de

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    lo que ganaba, y era un hombre de costum-bres un tanto extravagantes y que gustabade frecuentar el trato de mujeres. Investiga-mos con toda la delicadeza posible sus rela-ciones con la hija del mdico, pero aunque alparecer hubo una buena amistad entre ellos

    en cierto tiempo, haban roto bruscamenteunos dos meses antes, y desde entonces no sevolvi a verles juntos. El propio mdico, unanciano de tipo ntegro y nada sospechoso,qued aturdido por el resultado de la autop-

    sia. Le haban llamado a eso de medianochepara atender a los tres intoxicados. En el ac-to comprendi la gravedad de mistress Jonesy envi a buscar a un dispensario unas pldo-ras de opio para calmar sus dolores. No obs-tante, a pesar de sus esfuerzos, falleci, pe-

    ro ni por un momento pudo sospechar quese tratara de algo anormal. Estaba convenci-do de que su muerte fue debida a una fuerteintoxicacin. La cena de aquella noche habaconsistido bsicamente en langosta en con-

    serva y ensalada, y pan y queso. Por desgra-cia no quedaron restos de langosta... la co-mieron toda y tiraron la lata. Interrog a lacamarera, Gladys Linch, que estaba llorosa ymuy agitada y a cada momento se apartabade la cuestin, pero declar que la lata no es-taba dilatada y que la langosta le haba pare-

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    cido en magnficas condiciones. Estos fueronlos hechos en los que debamos basarnos. SiJones haba administrado arsnico a su espo-sa, parece evidente que no pudo hacerlo conlos alimentos que tomaron en la cena, pues-to que las tres personas comieron lo mismo.

    Y tambin... otro punto... el propio Jones ha-ba regresado de Birmingham en el precisomomento en que la cena era servida, de mo-do que no tuvo oportunidad de alterar de an-temano ninguno de los alimentos.

    Y qu me dice de la seorita de com-paa de la esposa? pregunt Joyce. Dela mujer robusta y de rostro alegre.

    Sir Henry asinti:No nos olvidamos de miss Clark, se lo

    aseguro. Pero nos parecieron dudosos los mo-

    tivos que pudiera haber tenido para cometerel crimen. Mistress Jones no le dej nada enabsoluto, y como resultado de su muerte tu-vo que buscarse otra colocacin.

    Eso parece eliminarla replic Joyce.Uno de mis inspectores pronto descu-

    bri un dato muy significativo prosiguisir Henry. Aquella noche, despus de ce-nar, mster Jones baj a la cocina y pidi untazn de harina de maz diciendo que su es-posa no se encontraba bien. Esper en la co-

    cina hasta que Gladys Linch lo hubo prepa-rado y luego l mismo fue a llevarlo a la ha-

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    bitacin de su esposa. Esto, admito, pareciser el cierre del caso.

    El abogado asinti.Motivo dijo, uniendo las puntas de

    sus dedos. Oportunidad... y como viajan-te de una casa de productos qumicos, pudo

    conseguir el veneno fcilmente.Y era un hombre de moral dbil agreg el clrigo.

    Raymond West miraba fijamente a sirHenry.

    Debe de haber una falsedad en alguna

    parte dijo. Por qu no le detuvieron?Sir Henry sonri sin ganas.sa es la porcin desgraciada de este

    asunto. Hasta aqu todo haba ido sobre rue-das, pero luego tropezamos con dificultades.

    Jones no fue detenido, porque al interrogar amiss Clark nos dijo que el tazn de harina demaz no se lo tom mistress Jones, sino ella.S, parece ser que fue a la habitacin de mis-tress Jones como tena por costumbre: la en-contr sentada en la cama y a su lado estaba

    el tazn de harina de maz. No me encuen-tro nada bien, Milly le dijo. Me est bienempleado por comer langosta de noche. Lehe pedido a Albert que me trajera un taznde harina de maz, pero ahora no me veo con

    nimos para tomarlo. Es una lstima co-ment miss Clark, est muy bien hecho,

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    sin grumos. Gladys es realmente una buenacocinera. Hoy da hay muy pocas chicas quesepan preparar la harina de maz como es de-bido. Si quiere puedo tomrmelo yo, tengoapetito. Cre que continuabas con tus ton-teras, le dijo mistress Jones. Debo explicar

    aclar sir Henry, que miss Clark, alar-mada por su constante aumento de peso, es-taba siguiendo lo que vulgarmente se conocepor dieta. No te conviene, Milly, de veras le dijo mistress Jones. Si Dios te ha hechorobusta, tienes que serlo. Tmate esa harina

    de maz, que te sentar de primera. Y actoseguido miss Clark acab con el tazn de ha-rina. De modo que ya ven ustedes, as se vinoabajo nuestra acusacin contra el marido. Lepedimos una explicacin de las palabras que

    aparecieron en el papel secante y nos la dioen seguida. La carta, explic, era la respues-ta a una que le escribiera su hermano desdeAustralia pidindole dinero. Y l le contestdiciendo que dependa enteramente de su es-posa, y que hasta que ella muriera no podra

    disponer de su dinero. Lamentaba su impo-sibilidad de ayudarle de momento, pero ha-cindole observar que en el mundo existencientos de miles de personas que pasan losmismos apuros.

    Y por eso la solucin del caso se vinoabajo dijo el doctor Pender.

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    Y por eso la solucin del caso se vinoabajo repiti sir Henry en tono grave.No podamos correr el riesgo de detener a Jo-nes sin tener en qu apoyarnos.

    Hubo un silencio, y al cabo dijo Joyce:Eso es todo, no es cierto?

    As qued el caso durante todo el aopasado. La verdadera solucin est ahora enmanos de Scotland Yard, y probablementedentro de dos o tres das podrn leerla en losperidicos.

    La verdadera solucin exclam Jo-yce pensativa. Quisiera saber... Pensemostodos por espacio de cinco minutos y luegohablaremos.

    Raymond West hizo un gesto de asen-timiento al tiempo que consultaba su reloj.

    Cuando hubieron transcurrido los cinco mi-nutos mir al doctor Pender.

    Quiere usted ser el primero en ha-blar? le pregunt.

    El anciano movi la cabeza.

    Confieso dijo que estoy comple-tamente despistado. No puedo dejar de pen-sar que de alguna manera el esposo tiene queser la parte culpable, mas no me es posibleimaginar cmo lo hizo; slo sugerir que de-

    bi de administrar el veneno por algn me-dio que an no ha sido descubierto, aunque

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    en este caso no comprendo cmo no se haaveriguado todava.

    Joyce?La seorita de compaa de la esposa!

    contest Joyce, decidida. Desde luego!Qu motivos pudo tener? El que fuese vie-

    ja y gorda no quiere decir que no estuvieraenamorada de Jones. Poda odiar a la esposapor cualquier otra razn. Piensen lo que re-presenta ser un acompaante... teniendo quemostrarse amable, estar de acuerdo siemprey someterse en todo. Un da, no pudiendo

    resistirlo ms, se decide a matarla. Probable-mente puso el arsnico en el tazn de harinade maz y toda esa historia de que lo comiella sera mentira.

    Mster Petherick?

    El abogado uni las yemas de sus dedoscon aire profesional.Apenas tengo nada que decir. Basn-

    dome en los hechos no sabra qu opinar.Pero tiene que hacerlo, mster Pethe-

    rick dijo la joven. No puede reservarse

    su opinin. Tiene que participar en el juego.Considerando los hechos dijo ms-

    ter Petherick, no hay nada que decir. Enmi opinin particular, y habiendo visto de-masiados casos de esta clase, creo que el es-

    poso es culpable. La nica explicacin es quemiss Clark le encubri por alguna razn de-

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    liberada. Pudo haber algn arreglo econmi-co entre ellos. Es posible que l viera que ibaa resultar sospechoso, y ella, viendo ante sun futuro lleno de pobreza, tal vez se avinoa contar la historia de haberse tomado la ha-rina de maz, a cambio de una suma impor-

    tante. Si este es el caso, desde luego es de loms irregular.No estoy de acuerdo con ninguno de

    ustedes dijo Raymond. Han olvidado unfactor muy importante en este caso: la hija

    del mdico.Voy a darles mi visin del asunto. La lan-gosta estaba en malas condiciones, de ah lossntomas de envenenamiento. Se avisa al doc-tor, que encuentra a mistress Jones, que hacomido ms langosta que los dems, presa de

    grandes dolores, y manda a buscar opio comonos dijo. no va l en persona, sino que envaa buscarla. Quin entrega los comprimidosal mensajero? Sin duda alguna su hija. Estenamorada de Jones y en aquel momento se

    alzan todos los malos instintos de su natu-raleza, hacindole comprender que tiene ensus manos el medio de conseguir su libertad.Los comprimidos que enva contienen ars-nico blanco. Esta es mi solucin.

    Y ahora dganos la suya, sir Henry exclam Joyce con ansiedad.

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    Un momento dijo sir Henry. To-dava no ha hablado miss Marple.

    Miss Marple mova la cabeza tristemente.Vaya, vaya dijo. Se me ha escapa-

    do otro punto. Estaba tan interesada escu-chando la historia... Un caso triste, s, muy

    triste. Me recuerda al viejo mster Hargravesque viva en el Mount. Su esposa nunca tu-vo la menor sospecha hasta que al morir dejtodo su dinero a una mujer con la que habaestado viviendo, de la que tena cinco hijos y

    que en un tiempo haba sido su doncella. Erauna chica agradable, deca siempre mistressHargraves, de la que poda confiar que dabala vuelta a los colchones cada da... exceptolos viernes, por supuesto. Y ah tienen al vie-jo Hargraves, que puso una casa a esa mujer

    en la poblacin vecina y continu siendo sa-cristn y pasando la bandeja cada domingo.

    Mi querida ta Jane dijo Raymondcon cierta impaciencia. Qu tiene que verel desaparecido Hargraves con este caso?

    Esta historia me lo record enseguidadijo miss Marple. Los hechos son tan pa-recidos, no es cierto? Supongo que la pobrechica ha confesado ya y por eso sabe usted lasolucin, sir Henry.

    Qu chica? pregunt Raymond.Mi querida ta, de qu ests hablando?

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    De esa pobre chica Gladys Linch, porsupuesto... La que se puso tan nerviosa cuan-do habl con el doctor... Y bien poda estar-lo la pobrecilla. Espero que ahorquen al mal-vado Jones por haber convertido en asesinaa esa pobre muchacha. Supongo que a ella

    tambin la ahorcarn, pobrecilla.Creo, miss Marple, que sufre usted unligero error... comenz a decir mster Pe-therick.

    Pero miss Marple, moviendo la cabeza conobstinacin, mir de hito en hito a sir Henry.

    Estoy en lo cierto, no? Lo veo muyclaro. Los cientos de miles... la crema aroma-tizada... Quiero decir que no puede pasarsepor alto.

    Qu es eso de la crema y de los cien-

    tos de miles? exclam Raymond.Su ta volvise hacia l.Las cocineras casi siempre ponen cien-

    tos de miles en la crema, querido le dijo. Son esos azucarillos rosa y blancos. Desdeluego, cuando o que haban tomado crema

    para cenar y que el marido se haba referidoen una carta a cientos de miles, relacion am-bas cosas. Ah es donde estaba el arsnico, enlos cientos de miles. Se lo entreg a la mucha-cha y le dijo que lo pusiera en la crema.

    Pero eso es imposible! replic Joycevivamente. Todos la tomaron.

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    Oh, no! dijo miss Marple. Re-cuerde que la seorita de compaa de mis-tress Jones estaba haciendo rgimen paraadelgazar, y en esos casos nunca se come cre-ma; Y supongo que Jones se limitara a sepa-rar los cientos de miles de su parte, ponin-

    dolos a un lado de su plato. Fue una idea in-teligente, aunque malvada.Los ojos de todos estaban fijos en sir

    Henry.Es curioso dijo despacio, pero da

    la casualidad de que miss Marple ha halla-

    do la solucin. Jones haba seducido a Gla-dys Linch, como se dice vulgarmente, y ellaestaba desesperada. l deseaba librarse desu esposa y prometi a Gladys casarse conella cuando su mujer muriese. Le entreg los

    cientos de miles envenenados, con instruc-ciones para su uso. Gladys Linch falleci haceuna semana. Su hijo muri al nacer y Jonesla haba abandonado por otra mujer. Cuan-do agonizaba confes la verdad.

    Hubo unos momentos de silencio, y lue-

    go dijo Raymond:Bien, ta Jane; t has ganado. No com-

    prendo cmo has adivinado la verdad. Nun-ca hubiera pensado que la cocinera pudieratener nada que ver con el caso.

    No, querido replic miss Marple;pero t no conoces la vida tanto como yo.

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    Un hombre del tipo de Jones... rudo y jovial.Tan pronto como supe que haba una chicabonita en la casa me convenc de que no ladejara en paz. Todo eso son cosas muy peno-sas y no muy agradables... No puedes imagi-narte el golpe que fue para mistress Hargra-

    ves y la sorpresa que caus en el pueblo.DeAgatha Christie. Obras escogidas.

    Tomo IV. Coleccin El lince astuto. Aguilar,Madrid. Traduccin de C. Peraire del Molino.

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    Un negocio con diamantesR. L. Stevens

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    R. L. Stevens. Seudnimo del neoyorquinoEdward D. Hoch (1930). Aunque ha publicado

    varias novelas detectivescas, su mayor aportea ese gnero est en el relato corto, que Hoch-Stevens maneja con indudable maestra. Algu-nos ttulos: Night people and other stories, Thegreat american novel, Five rings in Reno, De-duction.

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    La idea se la dio a Pete Hopkins una chi-ca que arrojaba una moneda de un penique

    en la fuente de la plaza. Estaba siempre a lapesca de ideas para conseguir dinero, y cadavez resultaba ms difcil encontrar una. Perocuando levant la vista desde la fuente haciala ventana abierta de la Bolsa de Cambio de

    Diamantes, pens que por fin haba encon-trado una buena.Se encamin hacia la cabina telefnica

    del otro lado de la plaza, y llam a JohnnyStoop. Johnny era el petimetre ms eleganteque Pete conoca, un verdadero modelo que

    poda entrar en una tienda y hacer que losempleados chocaran unos contra otros paraatenderlo. Ms an, no tena antecedentesall, en el este. Y era dudoso que los policaspudieran relacionarlo con la larga lista de de-

    litos que haba cometido diez aos antes enCalifornia.

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    Johnny? Habla Pete. Me alegro de ha-berte encontrado.

    Siempre estoy en casa durante el da,Pete, viejo. En rigor, acabo de levantarme.

    Tengo un trabajo para nosotros, John-ny, si te interesa.

    De qu clase?Nos encontraremos en el bar Bir-chbark, y hablaremos de eso.

    Cundo?Dentro de una hora?Johnny Stoop gru.

    Digamos dos. Tengo que darme unaducha y desayunar.

    Est bien, dos. Hasta luego.El bar Birchbark era un lugar tranqui-

    lo por la tarde... perfecto para el tipo de re-

    unin que Pete necesitaba. Ocup un com-partimiento cerca de la parte trasera y pidiuna cerveza. Johnny lleg con slo diez mi-nutos de retraso, y entr en el lugar comosi lo inspeccionara para un robo, o para unachica que quisiera levantar. Al cabo eligi, ca-

    si a desgana, el compartimiento de Pete.De qu se trata?El hombre del bar hablaba por telfono,

    le gritaba a alguien acerca de una entrega, yel resto del lugar se hallaba desierto. Pete co-

    menz su explicacin.La Bolsa de Cambio de Diamantes.

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    Creo que podemos arrancarles un rpidopuado de piedras. Puede llegar a cincuen-ta mil.

    Johnny Stoop gru, con evidente inters.Cmo lo hacemos?Lo haces t. Yo espero afuera.

    Magnfico! Y la polica me pesca a m!La polica no pesca a nadie. Entras contranquilidad y pides ver una bandeja de dia-mantes. Ya sabes dnde est el lugar, en elcuarto piso. Ve al medioda, cuando siemprehay algunos clientes. Yo provocar un albo-

    roto en el vestbulo, t tomas un puado depiedras.

    Y qu hago... me las trago, como so-lan hacerlo los chicos de los gitanos?

    Nada tan grosero. De cualquier mane-

    ra, los policas conocen esa treta. Los arrojaspor la ventana.Un cuerno!Hablo en serio, Johnny.Ni siquiera mantienen las ventanas abier-

    tas. Tienen aire acondicionado, no es as?

    Hoy vi abierta la ventana. Ya conocestodo ese asunto de ahorro de energa... apa-gar los acondicionadores de aire y abrir lasventanas. Bueno, ellos cumplen con el pedi-do. Tal vez piensan que a cuatro pisos de al-

    tura nadie se meter por all. Pero algo puedesalir: los diamantes.

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    Parece una locura, Pete.Escucha, arrojas los diamantes por la

    ventana desde el mostrador. Debe de estar aunos tres metros de distancia haca un rpi-do esbozo a lpiz de la oficina, mientras habla-ba. Ves, la ventana est detrs del mostrador,

    y t enfrente de ella. Jams sospecharn quelos tiras por la ventana, porque ni te acercasa ella. Te registran, te interrogan, pero tienenque dejarte ir. Hay otras personas en el edificio,otros sospechosos. Y nadie te vio tomarlos.

    De manera que los diamantes salenpor la ventana. Pero t no ests afuera pararecibirlos. Ests en el vestbulo, provocandoun alboroto. Y qu ocurre con las piedras?

    sa es la parte inteligente. Debajo dela ventana, cuatro pisos ms abajo, est la

    fuente de la plaza. Es bastante grande, demodo que los diamantes tienen que caer enella. Caen en la fuente, y se encuentran alltan seguros como en la bveda de un banco,hasta que decidamos recuperarlos. Nadie losve caer en el agua, porque la fuente funciona.

    Y nadie los ve en el agua, porque son trans-parentes. Son como vidrios.

    S convino Johnny. A menos que elsol...

    El sol no llega al fondo del estanque.

    Puedes mirarlos directamente y no verlos...salvo que sepas que estn all. Y nosotros lo

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    sabremos, y volveremos a buscarlos maanapor la noche, o a la noche siguiente.

    Johnny asenta.Cuenta conmigo. Cundo lo hacemos?Pete sonri y levant su jarro de cerveza.Maana.

    Al da siguiente, Johnny Stoop entren las oficinas del cuarto piso de la Bolsa deCambio de Diamantes, exactamente a las 12y 15. El guardia uniformado que se encontra-ba siempre junto a la puerta le dedic apenasuna mirada rpida. Pete lo contempl tododesde el rumoroso vestbulo de afuera, y lovio todo con claridad a travs de las gruesaspuertas de vidrio que iban desde el suelo has-ta el cielo raso.

    En cuanto vio que el empleado sacaba

    una bandeja de diamantes para Johnny, mira travs de la oficina, hacia la ventana. Se ha-llaba abierta a medias, como el da anterior.Se encamin hacia la puerta, toc el grue-so picaporte de vidrio, y se derrumb haciaadentro, en apariencia desvanecido. El guar-

    dia del otro lado de la puerta lo oy caer y sa-li para prestarle ayuda.

    Qu le ocurre, seor? Est bien?Yo... no puedo... respirar...Levant la cabeza y pidi un vaso de

    agua. Uno de los empleados ya haba dado lavuelta al mostrador, para ver qu ocurra.

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    Pete se sent y bebi el agua, en perfecta re-presentacin teatral.

    Creo que me desvanec.Deje que le traiga una silla dijo un em-

    pleado.No, me parece que ser mejor que me

    vaya a casa se limpi el traje y les agrade-ci. Volver cuando me sienta mejor. Nose haba atrevido a mirar a Johnny, y espera-ba que los diamantes hubiesen pasado por laventana, como se haba planeado.

    Baj en el ascensor y cruz la plaza has-

    ta la fuente. Siempre haba una multitud entorno de ella, al medioda: secretarias que lle-vaban su almuerzo en bolsas de papel de es-traza, jvenes que conversaban con ellas. Semezcl con ellos, sin ser advertido, y se abri

    paso hasta el borde del estanque. Pero eragrande, y a travs de las aguas onduladas nopudo estar seguro de ver nada, salvo las mo-nedas sembradas en el fondo. Bien, de cual-quier manera no esperaba ver los diamantes,de modo que no se desilusion.

    Esper una hora, y luego decidi que lapolica deba estar interrogando an a John-ny. Lo mejor que poda hacer era ir a su de-partamento y esperar un llamado.

    ste lleg dos horas ms tarde.

    Fue difcil dijo Johnny. Al cabo medejaron ir. Pero es posible que todava me sigan.

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    Lo hiciste?Es claro que lo hice! Por qu crees que

    me retuvieron? Se estn enloqueciendo. Peroahora no puedo hablar. Encontrmonos en elBirchbark, dentro de una hora. Me asegurarde que no me siguen.

    Pete ocup el mismo compartimiento de latrasera del Birchbark, y pidi su cerveza habi-tual. Cuando Johnny lleg, lleg sonriente.

    Creo que lo logramos, Pete. Malditosea si no lo logramos!

    Qu les dijiste?

    Que no vi nada. Es claro, ped una ban-deja de piedras, pero cuando surgi el alboro-to en el vestbulo, fui a ver qu ocurra, juntocon todos los dems. Haba cuatro clientes, yen realidad no pudieron decidirse por ningu-

    no de nosotros. Pero nos registraron a todos,e inclusive nos llevaron al centro, para regis-trarnos con rayos X, para estar seguros deque no habamos tragado las piedras.

    Me preguntaba por qu tardabas tanto.Tuve suerte de que me dejasen salir tan

    pronto. Un par de los otros se comportaronen forma ms sospechosa que yo, y eso fueuna suerte. Uno de ellos tena inclusive ante-cedentes de arresto por robo de un coche lodijo con modales superiores. Los estpidos

    de los policas consideran que cualquiera querobe un coche puede robar diamantes.

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    Espero que no me hayan observadocon demasiada atencin. Soy yo quien pro-voc el tumulto, y tienen que llegar a la con-clusin de que estoy metido en el asunto.

    No te preocupes. Recogeremos los dia-mantes esta noche. Y saldremos de la ciudad

    por un tiempo.Cuntas piedras haba? inquiri

    Pete, expectante.Cinco. Y todas ellas una belleza.Los peridicos vespertinos lo confirma-

    ron. Calcularon el valor de los cinco diaman-tes en 65.000 dlares. Y la polica no tenapista alguna.

    Volvieron a la plaza a eso de la mediano-che, pero a Pete no le gust mucho.

    Puede que estn a la pesca le dijo aJohnny. Esperemos una noche, por si lospolicas siguen merodeando por aqu. Cuer-nos, las piedras estn seguras en su lugar.

    A la noche siguiente, cuando la noticiaya haba desaparecido de los peridicos, rem-

    plazada por el robo de un banco, volvieronotra vez a la plaza. Entonces esperaron has-ta las tres de la maana, hora en que inclu-sive los parroquianos tardos de los bares re-gresaban a sus casas. Johnny llevaba una lin-

    terna, y Pete usaba botas altas. Ya haba con-siderado la posibilidad de no hallar uno o dos

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    de los diamantes, pero aun as se llevaran unbuen botn.

    Por la noche, la fuente no funcionaba, yla serenidad del agua facilit la bsqueda. Pe-te vade por entre las aguas someras, y casien seguida encontr dos de las gemas. Le lle-

    v otros diez minutos encontrar la tercera, yya estaba a punto de irse.Vaymonos con lo que tenemos, Jo-

    hnny.La linterna se balance.No, no. Sigue mirando. Encuentra por

    lo menos una ms.De pronto quedaron envueltos en el res-

    plandor de una linterna, y una voz grit:Qudense ah! Somos agentes de la

    polica!

    Maldicin! Johnny dej caer la lin-terna y se dispuso a correr, pero dos de los po-licas ya haban descendido de su patrullero.Uno de ellos extrajo la pistola, y Johnny sedetuvo en seco. Pete sali del estanque y le-

    vant las manos.Nos pesc, agente dijo.Ya lo creo que los pescamos gru

    el polica de la pistola. Las monedas de esafuente se destinan todos los meses a obras

    de caridad. Y cualquiera que las robe tieneque ser un individuo muy mezquino. Espe-

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    ro que el juez les d a los dos noventa das deprisin. Y ahora pnganse contra el coche,mientras los registramos!

    De Cuentos y relatos policiales. Prlogo y seleccinde Enrique Congrains Martin. Editorial Forja,

    Bogot, 1989. Sin crdito de traduccin.

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    El visitante nocturno

    de mister wongW. E. Dan Ross

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    W. E. DAN ROSS(1912-1995). Escritor cana-diense, autor de una vasta produccin de relatos

    de diversos gneros. Ms de 300 de ellos, todosde tema policial, fueron incorporados al fondoeditorial de la Boston University. Varias de sushistorias han sido llevadas al cine, la radio y latelevisin.

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    Neil Munroe segua la carretera que con-duca a casa de Mei Wong, el anticuario.

    Mientras caminaba, lament haber ha-blado del anciano a aquel desconocido.

    Solo en la oscuridad de aquel suburbiodesierto, se daba cuenta de cun interesantehaba sido aquella conversacin con el desco-

    nocido, vecino suyo de habitacin en el hotelEmpire, de Bombay.Haba escuchado cada palabra con aten-

    cin demasiado intensa.Despus de echar una ojeada por los alre-

    dedores, Munroe se detuvo ante una casa en-

    cantadora, escondida entre palmeras y flores.No vio a nadie cuando, a buen paso, atra-

    ves el jardn hasta la escalinata.Casi tena la impresin de entrar en su casa.Conoca, palmo a palmo, aquella vivienda.

    Seis aos antes, la nostalgia del mar le hi-zo volver a los barcos cuando trabajaba para

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    la Compaa Mei Wong, de Bombay. Arte yCuriosidades.

    Entonces tena veinticinco aos, y, ade-ms, el alcohol no haba logrado todava cam-biarle.

    Ahora estaba junto a una ventana en som-

    bras, y el silencio de la noche haca que pare-ciese ms ruidosa su agitada respiracin.Qu cosa ms caprichosa, despus de to-

    do, encontrarse all a punto de robar a MeiWong!

    Haba tomado esta decisin algunas ho-

    ras antes, cuando por estar demasiado bo-rracho fue borrado del escalafn del S. S.Karib.

    Cambi el barco y los muelles por la ciu-dad, con su ruido, su calor agobiante, sus ve-

    hculos bamboleantes y sus mendigos cojos yandrajosos Cuando, al fin, se encontr en lacalma relativa del hotel Empire, se puso a bus-car inmediatamente alguna cara conocida.

    Estar despedido y sin trabajo no era situa-cin envidiable en un puerto como Bombay.

    Haba entablado conversacin con aquel des-conocido y dicho tambin a su interlocutorque se hallaba colocado en la Compaa deArte y Curiosidades de Mei Wong, Bombay.

    Con Mei Wong? Hombre inteligen-

    te y bondadoso! haba exclamado el desco-nocido, bastante impresionado.

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    S, vale cualquier cosa replic Neil.Y de pie, en medio de la muchedumbre

    que colmaba el saln, su mente haba dadoun salto atrs, recordando un episodio quese le haba quedado grabado cuando traba-jaba con el viejo. Mei Wong habale llamado

    un da a su casa del suburbio para que reco-giese unos documentos y dinero para haceruna transaccin aduanera. Mientras espera-ba en el saloncito, Mei Wong entr en su des-pacho... dejando ligeramente entreabierta la

    puerta.El viejo anticuario se haba dirigido direc-tamente a un armarito, situado en un rincnde la estancia, y, una vez abierto, haba cogi-do, de sobre un estante, un jarrn de la dinas-ta Chu, trabajado en forma de bho.

    Munroe haba visto varias veces ese ob-jeto horrible... y, sin embargo, extraamen-te fascinador... en el despacho de Mei Wong.

    Por la puerta vio a Mei Wong levantar lacabeza del bho y extraer de l un gran fajo

    de billetes. Los cont y devolvi el resto a suescondrijo. Volvi a colocar el bho en el ar-marito y, regresando junto a Neil, le dio susinstrucciones.

    El recuerdo de este incidente haba da-

    do una idea al marino. Decidi robar al viejoaquella noche.

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    Ahora empujaba con precaucin los pos-tigos de una ventana y la abra suavemente.

    Antes de saltar al interior, toc el bolsi-llo donde haba metido el revlver. Pudieraser que tuviera que servirse de l.

    La casa se hallaba en sombras, pero eso

    no le preocup. Conoca casi a la perfeccinel camino a seguir. Atraves la cocina sin rui-do; luego, el pasillo. Tena que pasar por de-lante del dormitorio para alcanzar la puer-ta de al lado, que era la del despacho. Y el es-condite del viejo se hallaba en el armarito de

    ese despacho.Cautelosamente sigui la pared del pasi-

    llo. Cuando se acercaba al dormitorio de MeiWong tuvo la impresin de haber odo un li-gero ruido. Percibi entonces un dbil rayo

    de luz que se filtraba por una ranura de lapuerta.Acercndose en medio de la oscuridad

    ms completa, mir por el ojo de la cerra-dura.

    Qued paralizado por unos instantes.

    Mei Wong estaba sentado en una gran si-lla, junto a su cama, vestido completamentede blanco, como tena por costumbre, perono pareca sospechar en absoluto la presenciade Neil. No se mova. Tena los ojos cerrados.

    Pareca dormido. Munroe respir con ms fa-cilidad y sac el revlver del bolsillo.

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    Despus se dirigi al despacho.Se detuvo en la habitacin en sombras.

    Luego la atraves con rapidez, y se aprestabaa abrir el armarito cuando oy ruido de pa-sos a su espalda.

    Dio media vuelta bruscamente mientras

    el despacho se iluminaba. Deslumbrado poresta repentina iluminacin, se encontr caraa cara con Mei Wong.

    Los rasgos profundos del anciano orien-tal no mostraban sorpresa.

    Es usted un visitante muy tardo di-

    jo, con voz suave.Munroe, una vez repuesto, apunt conel revlver al pecho del anciano.

    Es la mejor hora para lo que vengo abuscar.

    Comprendo continu Mei Wong,

    mirndole con ojos escrutadores. Lamen-to que nos volvamos a encontrar en seme-jante circunstancia. Siempre tuve predilec-cin por usted.

    Neil senta que las palabras del viejo le lle-naban de vergenza. No quera orlas ms.

    Deje de hablar intilmente. Qudeseen donde est y no le har ningn dao.

    Sin hacer caso de este consejo, Mei Wongdio un paso al frente.

    Si su intencin es abrir ese armarito

    para robarme, le prevengo que tendr quematarme a m primero.

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    El marino qued aturdido.Saba que sera necesario tratar con Mei

    Wong, pero jams hubiera imaginado un ul-timtum tan preciso.

    No haga tonteras dijo, con tono deadvertencia. Todo lo que quiero es dinero.

    Lo necesito con urgencia. Y no tengo inten-cin de marcharme con las manos vacas. Es-pero que comprenda usted bien lo que quie-ro decir.

    Actuando como si no hubiera compren-dido la advertencia, Mei Wong avanz dere-cho hasta colocarse entre Munroe y el arma-rito.

    Ahora bien, mi intencin es impedir-le que se acerque a este armarito, aunque seacon peligro de mi vida. Y usted, joven, debe-

    ra comprenderlo as.Si quiere usted que emplee medios vio-lentos... replic Munroe con voz tajante,alzando el revlver.

    Mei Wong elev las cejas en seal de in-credulidad.

    Sera capaz de matar, pues, a un an-ciano desarmado, por una suma ridcula?...No se da cuenta de lo que eso le costara?

    El marino mir intensamente al rostrorudo del viejo y comprendi que quedaba

    an en l suficiente defensa para hacer aquelgesto imposible.

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    Sin embargo, hubiera sido fcil matar alanticuario y abandonar el escenario del cri-men. Pero el viejo estaba all, frente a l, y ensu cara slo haba impreso un enorme inte-rs hacia su interlocutor.

    Munroe record su antiguo valor y su

    bondad de otras veces.Y, entonces, baj el revlver, lleno de ma-lestar por la locura que le haba empujado ca-si a matar a su antiguo bienhechor.

    En un momento has adquirido un si-glo de razn le dijo entonces Mei Wong,tranquilo.

    En ese instante, una voz desconocida sedej or detrs de Munroe.

    Qu pasa aqu?El marino gir bruscamente y vio enton-

    ces al hombre, con el cual haba estado ha-blando en el hotel Empire, apuntndole conuna pistola.

    El desconocido se dirigi a Mei Wong.He seguido a este borracho desde el

    hotel hasta aqu. Hablaba mucho de usted y

    eso me hizo entrar en sospechas. Quiz us-ted se acuerde de m: soy el inspector Jeddah,de la Polica de Bombay.

    Mei Wong frunci el ceo.Ha venido usted como consecuen-

    cia de mi llamada telefnica a la Polica, ha-ce unos minutos?

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    El inspector neg con la cabeza.No. Ya le he dicho que he seguido a es-

    te muchacho. Le vi forzar la ventana y entraren la casa.

    Mei Wong sonri, indulgente.Temo que se equivoque usted, seor. Es-

    te joven es empleado mo.Sin embargo, tiene una forma rara de en-trar en su casa. Y qu me dice usted de esto?

    El inspector avanz un paso y le quit aMunroe el revlver de la mano.

    El anciano pareca vacilar mientras el

    marino le miraba, lleno de pnico. Munroese haba quedado, de repente, sin fuerzas.

    Pues si... empez a decir Mei Wong.Pero le interrumpi el ruido de un coche

    que se acercaba a la casa.

    Creo que, esta vez, es la Polica.Algunos instantes despus, Mei Wongabra, a dos oficiales con turbantes, la puertade entrada a la casa.

    Cuando los conduca hacia el despacho, lesdijo:

    He odo un ruido sospechoso inmediata-mente despus de haberles llamado. Sean muyprudentes al abrir el armarito.

    Los dos hombres se acercaron con pre-caucin a la puerta del armarito y uno de

    ellos la abri de un tirn. Los dos, al mismotiempo, dieron un paso atrs: en la sombra

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    se estiraba una enorme cobra. Su fea cabe-za se balanceaba de un lado a otro, avanzan-do, presta a matar de una mordedura. Losdos policas hicieron fuego. Tiraron dos ve-ces ms an hasta que la gigantesca serpientequed inmvil en el suelo, enroscada en una

    ltima convulsin.Munroe estaba clavado en el suelo, mu-do de horror. Se daba cuenta de la muerteatroz de que le haba salvado Mei Wong.

    El viejo lanz, entonces, un suspiro dealivio.

    Esta serpiente estuvo a punto de mor-derme cuando entreabr el armarito hace al-gunos minutos. Un hombre de mi posicinsiempre se gana enemigos. He sido atacadoya, en varias ocasiones, por un individuo me-

    dio loco: por esta razn mister Munroe se ha-llaba a mi lado con un revlver.Cuando el inspector y los dos policas se

    hubieron retirado, Mei Wong cerr la puertacon cuidado y se volvi a Munroe.

    Escuche: a m no me gusta mentir a

    la Polica dijo. Pero usted podr subsa-nar esa mentira viniendo a trabajar de nue-vo conmigo.

    El marino movi la cabeza.Debi usted dejar que esa cobra termi-

    nara conmigo. Hubiera sido mejor. No merez-co que me d usted una nueva oportunidad.

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    Al contrario, joven Munroe dijo MeiWong, sonriendo. Precisamente me gusta-ra darle una nueva oportunidad. Despusde todo, hay que haber sido tentado para co-nocer la virtud!

    DeAntologa del cuento policiaco. Editorial Aguilar,Madrid. Coleccin El Lince Astuto, 1967.Traduccin de Salvador Bordoy Luque.

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    Hombre y nioMichael J. Carroll

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    Falta resea autor

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    No hay advertencia. Ninguna. Me veodetenido ante una luz roja. La puerta del la-

    do del pasajero se abre, y entra alguien. Tie-ne una pistola en la mano.

    No se mueva, oiga. No se mueva uncentmetro, o est muerto.

    Me congelo.

    Eh, Wayne dice otra voz. Estapuerta est cerrada.El hombre del asiento delantero se vuel-

    ve con cuidado, y me apunta con los ojos yla pistola.

    Qudese tranquilo, eso es todo, amigo.

    No hago nada. El botn de la puerta tra-sera chasquea cuando lo levanta. Miro concuidado en el espejito retrovisor. La puerta deatrs se abre y alguien pone una maleta en elasiento trasero.

    Eh dice la voz de atrs, aqu hayun chico.

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    Asiento Delantero vuelve la cabeza decostado, mira con rapidez hacia atrs, luegoa m, con demasiada velocidad para que yopueda hacer algo.

    Entra dice. No te va a morder.El otro penetra y cierra la portezuela.

    Se encuentra sentado junto a sta, y apenaspuedo verlo en el espejo. Tambin l lleva unarma.

    La luz est verde, amigo dice Asien-to Delantero . Vamos.

    Derecho?

    Derecho Asiento Trasero re. S,vamos derecho. Oyes eso, Wayne? Vamosderecho. Oyes eso?

    Lo oigo, lo oigo. Clmate un poco,eh?

    Mantengo la vista en el camino.Eh, amigo dice Asiento Trasero,qu le pasa al chico? Est enfermo, o al-go?

    Est enfermo.De qu ests hablando? pregunta

    Asiento Delantero.Este chico, est echado aqu como si

    estuviese muerto, o algo.Est bajo medicacin explico.Lo lleva a un mdico? pregunta

    Asiento Delantero.Lo llevaba.

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    S, es cierto, lo llevaba. Pero ya no.Mire...Cierre la boca, amigo, o su chico no lle-

    gar a ninguna parte.Miro de costado. Asiento Delantero no se

    ha movido. El arma sigue en su mano.

    Mire el camino dice.Miro el camino.Siga los letreros hasta la Ruta Tres.Qu edad tiene su chico? pregunta

    Asiento Trasero.Seis.

    Cmo se llama usted, amigo? pregun-ta Asiento Delantero.

    Hanson respondo. Tim Hanson.Muy bien, seor Hanson, me alegro de

    conocerlo. Yo soy Wayne, y se del asiento tra-

    sero es Clark. Wayne y Clark, seor Hanson.Somos un equipo.No contesto.Tal vez oy hablar de nosotros?No.Eh, Clark. Fjate. No oy hablar de noso-

    tros. Est seguro de eso, amigo? Wayne y Clark.Seguro que no oy hablar de nosotros?

    S.Oye, sa es buena. Oste eso, Clark?S.

    Quiere saber por qu sa es buena,amigo?

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    Wayne dice Asiento Trasero. Su vozparece contener una nota de advertencia.

    Tranquilo, no sudes, hombre.Estoy tranquilo. Por qu no dejas de

    parlotear?Oiga, Hanson, la radio funciona?

    Asiento Delantero es un charlatn compul-sivo.No respondo. De cualquier manera

    la manosea, usando la mano derecha. Miroen el espejito. Asiento Trasero tiene una pis-tola en la mano. Me vigila con cuidado.

    Hacia dnde? pregunto.Eh?Ya estamos casi en la Ruta Tres. Ha-

    cia dnde? Norte o sur? Aminoro la mar-cha del coche?

    Hacia el norte ordena Asiento De-lantero. Luego tome la segunda salida.Desde ah siga los carteles hasta FletchersPond.

    Eh, Hanson dice Asiento Trasero,su chico ronca. Eso significa algo?

    S re Asiento Delantero, significaque est durmiendo.

    Es el remedio respondo.Cmo se llama su chico? pregunta

    Asiento Delantero.

    Robert.Robert. Lo llama as? O Bobby?

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    Bobby.Le digo, Hanson, que creo que est

    bien que Bobby duerma. Quiero decir que es-to podra asustarlo un poco, no es cierto, dar-le una sacudida o algo por el estilo, eh?

    Imagino que s.

    Usted imagina. Sabe, Hanson, creoque se est tomando esto con demasiada cal-ma. No estar planeando algo, verdad?

    No.Eso es muy inteligente de su parte,

    Hanson, si lo dice en serio. Quiero creerlo.

    De veras que quiero. Es decir, podra conven-cerlo de lo inteligente que es, pero prefiero noperder tiempo. Entiende?

    Entiendo.Nos acercamos a la salida, Hanson. No

    pase de largo. Se est portando muy bien. Co-mo dije, me alegro de que entienda.Tomo la salida poco a poco. Mis ojos se

    desvan hacia el espejito lateral. No hay po-licas cerca. Slo unos pocos coches en el ca-mino.

    Tmeselo con calma, Hanson. Tieneun buen coche. Ahora no querr que quededestrozado, no es as?

    Mira hacia el asiento trasero, sus ojos re-corren el interior, pero en realidad mantie-

    ne la vista clavada en m. Yo no puedo hacernada.

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    Usted conserva el coche muy limpiocontina Asiento Delantero. Me gustanlos coches limpios, con los asientos limpios ytodo. No querra ensuciarlo para nada.

    Ya le dije respondoque no inten-tar nada.

    Ya lo s, Hanson, y, como le inform,quiero creerle. Pero resulta difcil. Tengo unamala sensacin acerca de usted. Mira dema-siado en torno, y eso me pone nervioso. Ten-go la sensacin de que en realidad no me to-

    ma en serio. Djeme que le diga algo que talvez mejore nuestro entendimiento. Acabo dematar a un hombre.

    Wayne! exclama Asiento Trasero.Cllate! Qu demonios importa lo

    que diga, eh?

    Asiento Trasero se reclina contra el res-paldo, pero parece apretar el arma con unpoco ms de fuerza. Contino conduciendo,mis manos resbalan sobre el volante.

    Acabo de matar a un hombre, Hanson,

    y sabe por qu? Se me puso en el camino.En verdad es una razn un tanto estpida,pero no me gusta la gente que se me pone enel camino.

    Entramos en un camino de tierra, estre-

    cho y flanqueado de rboles, con muchos po-zos profundos. Tengo ajustado el cinturn

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    de seguridad. Miro en el espejo. Los ojos deAsiento Trasero estn clavados en m.

    Aunque choque contra un rbol di-ce Asiento Trasero, uno de nosotros lo li-quidar.

    Conduzco con ms lentitud.

    Tiene razn, Hanson dice AsientoDelantero. Ahora bien, yo slo mat a unhombre. Hasta ahora. Pero Clark tiene unaverdadera lista. Pero no usa pistola. Mustra-le, Clark.

    Eso puede esperar.

    Clark, viejo, quiero que este hombre seconvenza. Quiero que sea un verdadero cre-yente. Ahora bien, ah est ese simptico ypequeo Bobby en el asiento trasero, y yotengo el dedo en el disparador, de modo que

    no intentar nada. Mustrale.Miro por el espejito retrovisor. AsientoTrasero sostiene ante el rostro un cuchillolargo, parecido a un estilete, y sus ojos danla impresin de mirar a travs de l. Vuelvola mirada hacia la carretera. El coche avanza

    traqueteando.He descubierto, Hanson dice Asien-

    to Delantero, que la gente puede vivir mu-cho tiempo mientras la hieren; inclusive unchico. Estos chicos tienen mucha fuerza...

    por la juventud y todo eso, sabe. Supongoque se debe a la vida sana y a toda esa buena

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    sangre joven y rica, eh?Trato de decir algo, pero no puedo.Oiga, Hanson, quiere que Clark le ha-

    ga una demostracin gratuita?Por amor de Dios, dejen al chico en paz!

    Hablo con rapidez, y las palabras se borro-

    nean. Ni siquiera sabe lo que ocurre.Eso est mejor, Hanson. Durante un ra-to me preocup. No pareca lo bastante pre-ocupado por ese chico suyo.

    Djelo en paz, nada ms.Bien, Hanson, estoy seguro de que lo

    dejar en paz, pero en realidad eso est en susmanos. Pero no me preocupa. Mientras ustedest preocupado, Hanson, yo no lo estar.

    Mis manos aferran el volante. Siento lahumedad que se acumula debajo de mis bra-

    zos y me corre por la espalda.El camino es malo, el traqueteo me sacu-de el cuerpo.

    Un poco ms lento, Hanson, no tene-mos prisa dice Asiento Delantero.

    Saco el pie del acelerador.

    Asiento Delantero sigue hablando.No tenemos ninguna prisa. Dispone-

    mos de todo el tiempo del mundo. Sabe, Han-son, dicen que el tiempo es dinero. Bueno,como dije, tenemos todo el tiempo del mun-

    do. No puedo dejar de preguntar:

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    Cunto consiguieron?De modo que lo sabe, eh? respon-

    de Asiento Delantero.Cmo puede dejar de saberlo decla-

    ra Asiento Trasero, si t parloteas todo eltiempo.

    Fue nada ms que un banco peque-o dice Asiento Delantero, pero hoy esviernes. Sabe qu ocurre los viernes?

    Qu? inquiero.Este banco es parte de un centro co-

    mercial. Y todos los viernes por la tarde todas

    las tiendas envan su dinero al banco.Y eso es lo que tienen en la maleta?

    pregunto.Bromea? Hombre, sin nos hubira-

    mos llevado todo, llenara el coche, todas co-

    sitas pequeas y los cheques... una enormecantidad de cheques. No, tenemos los bille-tes grandes... de diez para arriba, todo lo quela gente cambi en las tiendas. Por lo menostreinta mil.

    No es mucho, verdad? digo.

    De pronto Asiento Delantero se mues-tra furioso.Qu demonios significa eso? Se in-

    clina hacia m, bajando el arma. Mi pie se po-ne en tensin. Lo muevo hacia el freno.

    Cllate, Wayne. Ahora! Hay una re-pentina nota de autoridad en la voz de Asien-

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    to Trasero. La sorpresa me hace saltar. Asien-to Delantero se echa hacia atrs, y su armavuelve a apuntarme.

    Pincha al chico, Clark dice.No! grito.Pnchalo!

    Tranquilzate, Wayne, no hizo nada.Pero estaba por hacerlo.Lo siento respondo. No quise ha-

    cer nada.No bromee, amigo, intent algo. Trat

    de distraerme. No es verdad?No la voz se me quiebra.Pedazo de mentiroso hijo de...Wayne! Termnala.Est bien, la terminar. Pero ya me

    oy, amigo, quiero que se quede callado. Y

    quiero decir callado. Entiende?Conduzco en silencio.Una mirada rpida al espejo me muestra

    que Asiento Trasero tiene la pistola en la ma-no, apuntada con cuidado.

    Tengo que decir algo.

    Diga, qu piensan hacerle al chico?Le dije que se calle dice Asiento De-

    lantero.Pasa un minuto.Al chico no le pasar nada responde

    Asiento Delantero. No les pasar nada a nin-guno de los dos, si no me traen problemas.

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    No me importa lo que me hagan a m.Pero dejen al chico en paz.

    Aminore la marcha, amigo diceAsiento Delantero. Estamos llegando allugar en que doblamos.

    Un camino ms estrecho an dobla a la

    derecha. Conduzco el coche por el camino,con lentitud. Los dos me vigilan con aten-cin.

    Dejen al chico aqu digo. Alguienlo encontrar.

    Amigo, est loco. Su chico no est en-

    fermo? Cuernos, amigo, nadie lo encontraraqu. Vea, tranquilcese. Est preocupndosedemasiado por su chico. Podra intentar al-go estpido, y eso no les hara ningn bien aninguno de los dos.

    La senda termina delante de una cabaa.Detengo el coche. Asiento Trasero sale.Asiento Delantero me apunta con la pistola.Permanezco inmvil. Asiento Trasero lleva lamaleta a la cabaa.

    Sale. Asiento Trasero abre mi portezuela

    con cautela. Me apunta con el arma.Bueno Wayne, sal por tu lado!Asiento Delantero sale.Afuera dice, apuntndome a travs

    del asiento. Con mucha lentitud.

    Desciendo.Asiento Delantero da la vuelta al coche.

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    Los dos me apuntan con las pistolas.Ahora? pregunta Asiento Trasero.No responde Asiento Delantero.Por qu no? Nadie oir nada aqu.Quin sabe? Es ms seguro adentro.Por favor digo. Me tiembla la voz.

    Dejen al chico en paz. Por favor. No le ha-gan dao.Saque a su chico afuera, Hanson di-

    ce Asiento Trasero.Por favor!Ahora, Hanson.Me vuelvo y abro la portezuela trasera.

    Me inclino y tomo al chiquillo dormido, pe-queo para sus seis aos. Mi mano derecha sehunde debajo de las mantas, buscando algo.

    Me incorporo con lentitud, sosteniendo al

    chico, la mano derecha debajo de las mantas.Nada de tretas, ahora, Hanson, o suchico es el primero que la recibe.

    Entre en la cabaa, Hanson diceAsiento Trasero, moviendo el arma en esadireccin.

    Su primer momento de descuido.Le disparo a Asiento Delantero en el pecho,

    y luego saco el arma de abajo de las mantas.Asiento Trasero vuelve su pistola hacia m,

    pero est fuera de equilibrio cuando dispara.

    Le meto una bala en el corazn.Quieto! Asiento Delantero est en

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    el suelo, la pistola apuntada hacia m, la otramano sobre su pecho. No mueva esa arma,o el chico est muerto.

    No dispare respondo. Vuelvo la pis-tola hacia l. Est dolorido y en una posicinincmoda. Le hago otro disparo.

    Me aseguro de que los dos estn muer-tos, y luego reviso al chico. Est bien; vuelvoa depositarlo en el coche, con suavidad.

    Me tiemblan las manos.Arrastro los cadveres hasta la caba-

    a. Saco la maleta conmigo y la pongo en el

    asiento trasero, con el chico.Ms tarde estoy en una cabina telefni-ca, discando un nmero. Miro hacia el coche,estacionado cerca de la cabina. El chico sigueinconsciente. Atiende una mujer.

    Seora Walters? pregunto. Hayalgo muy importante que deseo decirle, asque escuche con cuidado. Tengo a su hijo,Jimmy. Si quiere recuperarlo, vivo, tendrque...

    Y le digo a cunto montar la suma del

    rescate.

    De Cuentos y relatos policiales. Editorial Forja,Bogot, 1989. Traduccin de Enrique Congrains

    Martn.

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    El cercoP. Montblanc

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    P. MONTBLANC. Seudnimo del escritor yperiodista francs Jean Aubresille (1952). Ha

    publicado numerosos relatos policiales en diver-sas revistas especializadas en ese gnero. Mu-chos de ellos han aparecido luego en varios li-bros, que llevan el ttulo genrico de La propor-tion dore. Actualmente es jefe de redaccin deuna agencia de noticias parisina.

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    El caso dijo el hombre gordo a sucompaeraest prcticamente resuelto.

    Fueron muy ingeniosos, s, pero nosotros tu-vimos suerte. El placer del descubrimiento.

    Apur con calma un sorbo de su coac.La muchacha lo imit, bebiendo a su vez untrago de su copa de vino; un claret tinto Bur-

    deos de excelente cosecha, que el hombre ha-ba pedido para ella.Ambos miraron por un instante hacia

    afuera. A travs de los ventanales del restau-rante, la ciudad nocturna resplandeca abajo,lejana y tentadora. En la pequea ensenada

    los veleros eran apenas oscuras siluetas, se-miadivinadas en el bullicio de la noche.

    A decir verdad prosigui el hombregordo, an no sabemos cmo sustrajeronel uranio. Unos pocos gramos, entiendes?

    Pero valen una fortuna, y seran letales enmanos enemigas. No obstante, y para fortu-

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    na nuestra, traicionaron a un miembro de lapandilla, y ste los delat. As que...

    Alguien llam desde una mesa cercana:Garon...La voz del gordo se hizo inaudible...................................................................

    .................................................................una moneda falsa, y ocultaron el uranio den-tro de ella. El sopln asegura que la falsificacin esperfecta. Bien fcil les hubiera sido hacerla llegara su destino. Pero no hemos perdido el tiempo, ynuestros............................................................

    ............... no lo saben, pero los tenemos cer-cados. Y el cerco es cada vez ms estrecho. Sa-bemos que su hombre de confianza opera jus-tamente en esta zona. A l y a sus compinchesles esperan al menos diez aos entre rejas.

    sta es una zona de restaurantes, no es

    eso? dijo la mujer, con marcado acento ex-tranjero. Era muy joven, y su cabello rubio bri-llaba como un soleil dor.

    S respondi el gordo. Restauran-tes, discotecas, boites de lujo. Ser cuestin dedas echarle mano.

    Termin su coac, y pidi la cuenta. Ladiosa fortuna hizo que pagara en dinero con-tante.

    Al recibir el vuelto, retir los dos billetes ydej en la bandeja unas cuantas monedas.

    Para usted dijo. Y gracias.No puedo aceptarlas, seor me apre-

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    sur a decir. La propina est incluida en elservicio.

    El gordo se encogi de hombros, y guar-d el resto del vuelto en su bolsillo. Despusse retir, dando el brazo a su bella acompa-ante. Unos segundos despus alcanc a or

    el ronroneo del auto que se alejaba. Abajo, lasluces del puerto relucan como gemas celesti-nas. El placer del descubrimiento.

    Tardar algn tiempo en descubrir, si lle-ga a hacerlo, que una de esas monedas estrellena de uranio. Y, suponiendo que al fin lodescubra, ya no podr saber dnde la obtuvo.S, el cerco estaba ya demasiado estrecho. Ydiez aos a la sombra no es mi mejor proyec-to de futuro. Mirando bien las cosas, el tra-bajo de mesero en un buen restaurante no es

    tan malo. Sobre todo por las propinas.

    DeLa proportion dore, II. Le livre de poche,Pars. 1992. Traduccin para este libro de Sonia

    Camargo R.

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    Crimen sin pistaEllery Queen

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    ELLERY QUEEN. Seudnimo de los escritoresnorteamericanos Frederick Dannay (1905-1982)

    y Manfred B. Lee (1905-1971). Creadores de unpersonaje, llamado tambin Ellery Queen, pro-tagonista de relatos considerados clsicos den-tro del gnero detectivesco. Entre sus obras pue-den mencionarse El misterio del sombrero ro-mano, El misterio de la naranja china, El cuatrode corazones, Las aventuras de Ellery Queen,etc.

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    Generalmente, un crimen es algo des-agradable, pero Ellery es un epicreo en es-

    tas materias y afirma que algunos de sus ca-sos poseen cierto regusto. Entre estas peli-grosas delicadezas incluye El caso de las tresviudas.

    Dos de las viudas eran hermanas: Penlo-

    pe, para quien el dinero no significaba nada,y Lyra, para quien lo era todo. Por tanto, lasdos necesitaban grandes sumas. Todava j-venes haban enterrado a sus buenos maridosy volvieron a la casa de su padre, en MurrayHill, con gran satisfaccin, segn sospechaba

    todo el mundo, ya que el viejo Teodoro Hoodestaba bien provisto con la moneda de la re-pblica y siempre haba sido indulgente consus hijas. Sin embargo, poco despus del re-greso de stas, Teodoro Hood se cas por se-

    gunda vez con una seora como una catedraly de gran carcter. Alarmadas, las dos herma-

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    nas le declararon la guerra, a la que se uni sumadrastra de buen gusto. El viejo Teodoro,cogido entre dos fuegos, slo ansiaba paz, yal fin la encontr en la muerte, dejando la ca-sa habitada exclusivamente por viudas.

    Una tarde, no mucho despus de la muer-

    te de su padre, un criado avis a la gordita Pe-nlope y al delgada Lyra que fuesen a la sa-la, donde las esperaba el seor Strake, aboga-do de la familia.

    La frase ms insignificante del seorStrake era como la sentencia de un juez, y

    esa tarde, cuando dijo: Quieren sentarse,seoras?, su tono era tan siniestro como elde una amenaza. Las damas intercambiaronmiradas y rehusaron.

    Poco despus, las grandes puertas de es-

    tilo victoriano se abrieron y entr, con pa-so dbil, Sara Hood, apoyada en el brazo deldoctor Benedict, el mdico de la familia.

    La seora Hood mir a sus hijastras conuna especie de alegra y movi un poco la ca-beza. Despus dijo:

    El seor Benedict y el seor Strake ha-blarn primero, luego lo har yo.

    La semana pasada empez diciendoel doctor, su madrastra fue a mi consultapara el reconocimiento que le hago dos ve-

    ces al ao; como de costumbre, le hice unexamen completo y, considerando su edad, la

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    encontr extraordinariamente bien. Sin em-bargo, al da siguiente volvi porque no seencontraba bien, por primera vez, dicho seade paso, en ocho aos. Cre al principio quese trataba de una infeccin intestinal, perola seora Hood hizo un diagnstico bien di-

    ferente. Yo no le poda creer, pero ella insis-ti en que le hiciese ciertas pruebas. Lo hicey comprob que tena razn. Haba sido en-venenada.

    Las regordetas mejillas de Penlope sepusieron ligeramente rosas, y las delgadas de

    Lyra plidas.Estoy seguro continu el doctor, di-

    rigindose a un punto precisamente entre lasdos hermanasque comprendern por qules debo advertir que de ahora en adelante re-

    conocer a su madrastra todos los das.Seor Strake indic la anciana seo-ra Hood.

    Por voluntad de su padre dijo el le-trado bruscamente, tambin dirigindoseal punto equidistante, cada una de uste-

    des recibe una pequea cantidad de las ren-tas de la herencia. Mientras viva su madras-tra la mayora es para ella, pero a su muerteustedes heredarn, a partes iguales, casi dosmillones de dlares. En otras palabras, uste-

    des dos son las nicas personas en el mundoque se beneficiaran con la muerte de su ma-

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    drastra. Como ya he dicho a la seora Hoody al doctor Benedict, si este horrible asuntose vuelve a repetir, aunque slo sea una vez,avisar a la polica.

    Llmela ahora! grit Penlope.Lyra no dijo nada.

    Podra hacerlo, Penny contest sumadrastra con una lnguida sonrisa, pe-ro las dos sois muy inteligentes y quiz nose resolviese nada. Mi mejor proteccin seraecharos de esta casa, pero desgraciadamen-te el testamento de vuestro padre me impi-

    de hacerlo. Oh! Ya s que estis impacientespor libraros de m. Tenis gustos suntuososque no pueden ser satisfechos con mi senci-lla manera de vivir. A las dos os gustara vol-veros a casar, y con el dinero podrais com-

    prar nuevos maridos.La anciana se inclin un poco hacia de-lante y continu:

    Pero tengo malas noticias que daros.Mi madre muri a los 99 aos y mi padre alos 103. El doctor Benedict dice que yo to-

    dava puedo vivir otros treinta aos y tengoverdadera intencin de que as sea.

    Con dificultad, se puso en pie y todavasonriendo dijo:

    Adems, tomar ciertas precauciones

    para asegurarme de ello.Despus abandon la habitacin.

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    Exactamente una semana ms tarde,Ellery estaba sentado al lado de la gran camade caoba de la seora Hood, bajo la ansiosamirada del doctor y del seor Strake.

    Haba vuelto a ser envenenada. Afortuna-damente, el doctor haba acudido a tiempo.

    Ellery se inclin sobre la cama de la ancia-na, que ms pareca de yeso que de carne.Esas precauciones que tom, seora...Le digo murmur ellaque fue im-

    posible.Sin embargo dijo Ellery con deci-

    sin, ocurri. As que resumamos. Ustedpuso barras en las ventanas de su dormito-rio, una nueva cerradura en la puerta y du-rante todo el tiempo llevaba usted su nicallave. Usted misma compr su propia comi-da, la cocin en esta habitacin y la comi

    aqu, sola. Est claro, entonces, que su co-mida no pudo ser envenenada antes, duran-te o despus de su preparacin. Adems, us-ted me dijo que haba comprado platos nue-vos, que los haba guardado aqu y que slousted los haba utilizado. Por tanto, el vene-no no pudo haber sido puesto en los utensi-lios de cocina, vajilla, cristalera o cubiertosusados en sus comidas. Cmo fue entoncesadministrado?

    se es el problema dijo el doctor.

    Y un problema, seor Queen mur-mur el abogado, que me pareci, y al doc-

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    tor Benedict tambin, que era ms de su in-cumbencia que de la polica.

    Bien, mis mtodos son siempre senci-llos contest Ellery, como ustedes po-drn ver. Seora, voy a hacerle muchas pre-guntas. Me da permiso, doctor?

    ste tom el pulso a la anciana seoray asinti. Ellery empez el interrogatorio,al que ella contestaba en susurros, pero congran firmeza. Haba comprado un nuevo ce-pillo y pasta dentfrica. Sus dientes eran to-dava propios. Tena cierta aversin a los me-

    dicamentos y no haba tomado droga algu-na o paliativo de ninguna clase. nicamentehaba bebido agua. No fumaba, ni coma dul-ces, no masticaba chicles ni usaba cosmti-cos... Ellery continu, hizo todas las pregun-

    tas que se le ocurrieron y despus se esforzen encontrar otras.Finalmente, dio las gracias a la seora

    Hood, golpe su mano cariosamente y sa-li de la habitacin, seguido del seor Strakey el doctor Benedict.

    Cul es su diagnstico, seor Queen?pregunt este ltimo.

    Su veredicto dijo el letrado impa-cientemente.

    Caballeros repuso Ellery, al elimi-

    nar tambin el agua que bebi, cuando exa-min las caeras y grifos de su habitacin

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    y comprob que no haban sido tocados, heagotado la ltima posibilidad.

    A pesar de eso el veneno ha sido admi-nistrado por va oral interrumpi el doc-tor. se es mi diagnstico, y adems he te-nido cuidado de obtener corroboracin m-

    dica.Si es as, doctor dijo Ellery, slohay una explicacin.

    Cul?Que la seora Hood se est envene-

    nando a s misma. Yo en su lugar llamara a

    un psiquiatra. Buenos das!Diez das despus Ellery se encontrabaotra vez en la habitacin de Sara Hood. Laanciana estaba muerta. Haba sucumbido aun tercer ataque de envenenamiento.

    Cuando recibi la noticia, Ellery habadicho, sin dudarlo, a su padre, el inspectorQueen: Es suicidio.

    Pero no lo era, pues a pesar de la minucio-sa investigacin realizada por expertos poli-cas, utilizando todos los recursos de la cien-

    cia criminolgica, no se pudo encontrar nin-gn resto de veneno, ni recipiente que lo hu-biese contenido u otra posible pista, en lahabitacin o el bao de la seora Hood. Inca-paz de creerlo, el mismo Ellery volvi a regis-

    trar todo, y su sonrisa desapareci al no en-contrar nada que contradijera el anterior tes-

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    timonio de la anciana o los resultados de losperitos policacos. Atorment a los sirvientese interrog implacablemente a Penlope, queno dejaba de llorar, y a Lyra, que refunfua-ba constantemente, pero no descubri nada.Finalmente, se fue.

    Era la clase de problema que la mente deEllery, contra todas las protestas de su cuer-po, no poda abandonar. Durante cuarentay seis horas estuvo pensando en ello, sin co-mer, ni dormir, paseando incesantemente porel pasillo del departamento de los Queen.

    A las cuarenta y siete horas, el inspec-tor Queen lo cogi de un brazo y lo oblig aacostarse.

    Creo dijo el inspectorque ya vanms de cien paseos. Qu te atormenta, hi-jo mo?

    Todo gru Ellery, y se someti a lasaspirinas, una bolsa de hielo y un gran fileteasado con mantequilla que le dio su padre.

    Cuando estaba comiendo el filete, gritcomo un loco y corri al telfono.

    Seor Strake? Aqu, Ellery Queen.Renase conmigo inmediatamente en la ca-sa de Hood... s, avise al doctor Benedict... s,ya descubr cmo fue envenenada la seo-ra Hood.

    Y cuando estuvieron reunidos en el gransaln de los Hood, Ellery mir fijamente a la

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    gordita Penlope y a la delgada Lyra, y luegopregunt amenazadoramente:

    Quin de ustedes pretende casarsecon el doctor Benedict?

    E inmediatamente aadi:Oh, s, tiene que ser esto! Slo Penlo-

    pe y Lyra se benefician con la muerte de sumadrastra; sin embargo, la nica persona quepudo fsicamente haber cometido el crimenes el doctor Benedict... Quiere saber cmo,doctor? pregunt Ellery cortsmente.De un modo muy simple. La seora Hood

    experiment su primer ataque de envenena-miento al da siguiente de su reconocimientomdico, por usted, doctor. Despus de esto,usted anunci que la reconocera todos losdas. Hay un preliminar clsico a todo exa-

    men mdico de un paciente. Estoy seguro,doctor Benedict dijo Ellery con una sonri-sa, de que usted introduca el veneno en laboca de la seora Hood con el mismo term-metro que le tomaba la temperatura!

    DeAntologa de cuentos policiales. Seleccin deJavier Lasso de la Vega. Editorial Labor, 1967.

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    Una coartada perfectaJacques Champagne

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    JACQUES CHAMPAGNE (1922-?). Norte-americano. Estudi Derecho y Filosofa y Le-

    tras. Durante un tiempo, a partir de los 22 aos,ejerci el cargo de comisario de polica. Oficioque le aport sin duda valiosas experiencias pa-ra sus relatos policiales, muchos de ellos escri-tos en clave de humor negro.

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    Seores, me he enterado, en mi celda, deque organizan ustedes un concurso de no-

    velas policacas. Como todava dispongo detres das antes de mi ejecucin, creo que mihistoria personal y verdica puede interesar-les. Ciertamente no soy escritor de oficio, ysi en cuanto a la forma habr mucho que re-

    procharme, en cambio, en cuanto al fondo,garantizo la exactitud. Los nombres tam-bin son verdaderos, pero eso no tiene mu-cha importancia, sobre todo para m, pues-to que dentro de tres veces veinticuatro ho-ras me sentar en la silla en la que no se pue-

    de uno sentar ms que una vez. Sin embargo,quiero que se sepa despus de mi muerte, c-mo he cometido un crimen con una coarta-da perfecta, eliminando de este modo todoslos peligros que esta accin puede traer con-

    sigo. Naturalmente, s que mi calidad, pordecirlo as, de condenado a muerte puede ha-

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    cer creer que se trata de una broma por par-te ma. Pero puedo afirmarles que no hay na-da de eso; por lo dems, no es sta la hora niel sitio de bromear.

    Me llamo Pete Blackbass. Sin que quierajactarme de ello, he tenido cierta fama, entre

    los aos treinta y cuarenta, cuando an Chi-cago no era la ciudad de ahora, es decir, unaciudad aburguesada y mecanizada, en la quelos artesanos honrados estn fuera de su si-tio. Se me tena entonces por ser uno de losmejores pistoleros de la regin de los Lagos.

    Nunca he pertenecido a una banda determi-nada; podra decirse que he trabajado en cier-to modo a destajo, y puedo estar orgullosode haber tenido entre mis clientes episdicosa grandes tan conocidos como Capone, Stir-

    ling, Howards, Diamond Jim y Milano. Mellamaban One Shot, ya que nunca he tenidoque apretar dos veces el gatillo para presen-tar un trabajo del que, los que se acuerdan,admiran todava el refinamiento y la perfec-cin. Luego, paulatinamente, la metralleta y

    la bomba, manejadas por jvenes advenedi-zos, han desperdigado la materia prima; lapolica por su parte, con las G, ha ahuyen-tado a la clientela y, como muchos comer-ciantes, he notado que los negocios marcha-

    ban cada vez peor y que el marasmo invada,poco a poco, el conjunto de mis actividades.

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    Antes de albergarme en los locales del Es-tado, viva en un hotel meubl de tipo me-dio, en Strawford Street. No es ciertamen-te un piso del estilo de lo que he tenido enotros tiempos; pero, para el precio razona-ble que pago a fuerza de ingenirmelas de un

    modo o de otro, puede pasar, y, por lo me-nos, es cien veces mejor que esto. Por lo de-ms, en esta ltima temporada, a pesar deponer en juego todos los recursos, esto se vaponiendo duro y como ms a menudo perroscalientes que pollo con gelatina. Empiezo a

    ver asomar el da en que tendr que abando-nar este ltimo refugio potable para descen-der un grado ms en la escala social. Ahoraque la cosa ya no tiene importancia, puedoincluso confesar que, prcticamente, estoy a

    la cuarta pregunta.De mi pasado esplendor slo me quedaun traje, aunque impecable, como siempreme han gustado; dos camisas, un poco deshi-lachadas, de popelina de seda; un viejo y fielLger; Cecilia, una amiguita ms joven que

    fiel, de la que no me hubiera preocupado ha-ce un lustro, y, por ltimo, una ficha en Was-hington, que ha venido a hacer casi imposi-ble para m toda operacin importante. Noobstante, antes de esta vez, que me parece

    definitiva, nunca he sido condenado. Mi tra-bajo era muy cuidadoso, y los abogados te-

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    nan mucha ms talla que hoy, y saban pro-ducir en el momento oportuno los testimo-nios irrefutables de la presunta inocencia desus clientes.

    Un sbado, me encuentro con Erle Bax-ter. Cuando suba hacia el centro buscando

    algn primo que me sacase del apuro, trope-c de repente con este amigo de los buenostiempos. Parece encontrarse en pleno augey me siento contento de haber podido con-servar un aspecto digno, con mi nico tra-je. Despus de las congratulaciones de cos-

    tumbre y de los recuerdos de la antigua po-ca, me invita a comer con l. Acepto sin du-darlo, una comida viene siempre bien cuandono se sabe si uno va a cenar. Conozco bien aBaxter y s que rara vez es generoso sin mo-

    tivo, por lo que me da en la nariz que puedeproporcionarme dinero y un collar de perlasartificiales para Cecilia.

    En el transcurso de una comida sobria,pero nutritiva, me explica que trabaja denuevo en el sector con algunos amigos, sin

    precisar cules, y que se ocupa, sobre todo, dela importacin de cigarrillos mejicanos pro-cedentes del Canad.

    A propsito me pregunta, cono-ces t a Lou Bastiano?

    Naturalmente que conozco a Bastiano,uno de los ms grandes traficantes de ma-

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    rihuana del sector. Vive en una casita de labarriada ms elegante, l solo, sin hacerseacompaar siquiera por un guardia de corpscomo en su gran poca.

    Un poco respondo. Entonces,trabajas t tambin en el tea?

    No tiene importancia . Baxter ha si-do siempre discreto. Contina, soador:Es un tipo muy chic. Slo que, en su

    negocio, no toma bastantes precauciones.Tengo miedo de que cualquier da le ocurraalgn accidente. Me dara mucha pena.

    Me mira risueo guiando un ojo, y lue-go aade, cambiando de tono:

    Dime, Pete, parece que no ests muybien de perras en este momento. Quieresque te preste quinientos dlares? Ya me los

    devolvers cuando puedas.Tengo la impresin de sentirme trasla-dado a los buenos viejos tiempos. Una ho-ra ms tarde, nos despedimos como buenosamigos despus de haber discutido varias co-sas. En la situacin en que estoy, por quinien-

    tos green bucks merece la pena intentar mu-chas locuras, sobre todo teniendo guardadaslas espaldas. Estoy completamente decididoa que el pobre Lou Bastiano sea vctima deun accidente.

    Al volver tranquilamente a pie, estudioel asunto y pongo las cosas en su punto. Hay

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    que vivir en la poca presente y eliminar lospeligros al mximum. Empiezo por remitir-me cuatrocientos noventa dlares a lista decorreos. Es intil llevar de pronto mucho di-nero encima. En el drugstore ms cercanoa nuestra casa compro una botella bastan-

    te grande de chianti. Es un vino de sabor es-pecial y de color oscuro que me gusta bas-tante. Compro tambin uno de esos tarrosde polvos contra el insomnio, siempre puedeser til, y vuelvo a casa sin olvidar el collar deperlas artificiales y un surtido de cosas bue-

    nas para comer o para beber.Por una vez, Cecilia me acoge con ale-

    gra. Eso me complace, pues ella constituyeuna parte de mi coartada, y casi llego a sen-tirme otra vez enamorado. Quiere que nos

    sentemos en seguida a la mesa, el collar mepermite hacerla esperar hasta las nueve. Ha-cemos entonces una verdadera cena de recincasados; Cecilia charlando, riendo, y yo ex-plicndole que seguramente voy a encontrarun asunto interesante que nos permitir vol-

    ver a vivir bien.Con la ayuda de una botella de viejo whis-

    ky, ya la tengo casi borracha cuando destapola botella, envuelta en paja, de chianti. Hellenado nuestros dos vasos, cuando un ade-

    mn torpe no s si mo o de ella vierte unosobre mi pantaln. Es una catstrofe. Mi ni-

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    co pantaln... y ni la sal ni el agua que apli-ca Cecilia sern capaces de borrar la horriblemancha violeta.

    Bah! digo. Voy a mandarlo conel sereno a la tintorera de al lado. En todala noche tendrn tiempo de arreglrmelo, y

    podr disponer de l maana por la maana.Ahora, a dormir.Como estaba previsto, Cecilia no es ca-

    paz de irse a la cama por sus propios medios,y mi traje de escocs, despus de quitarmelos pantalones, le produce tanta risa que ni

    siquiera se acuerda de proponrmelo. Enton-ces la hago beber