Cuentos y Leyendas Del Oriente Boliviano

Embed Size (px)

Citation preview

BIBOSI EN MOTAC

BIBOSI EN MOTAC

Uno de los ms curiosos y pintorescos casos de simbiosis vegetal que se presentan en nuestra tierra es la del rbol llamado bibosi y la palmera motac. Tan estrechamente se enredan uno con otro y de tal modo viven unidos, que entre las gentes simples y de sencillo pensar se da como ejemplo vivo de enlace pasional. Una vieja copla del acervo popular lo expresa galanamente.El amor que me taladranecesita jetap;viviremos, si te cuadra,cual bibosi en motac.

Quienes saben ms acerca de ello sealan de que la palmera es el sustento y la base de la unin, pese a su condicin femenina, y el rbol es el que se arrima a ella en procura del mantenimiento y firmeza, no obstante su ser masculino. En siendo verdica la especie, y la observacin del conjunto da a pensar que lo es, habra en ello material suficiente para especulaciones de orden social y hasta moral si se quiere.Dando al sugestivo asunto otro cariz y tratando de explicarlo por el lado de lo potico-afectivo, el poeta don Plcido Molina Mostajo cant:

El membrudo bibosi que a la palmapor entero rodeacon tal solicitud, que al fin la ahoga:Celoso enamorado prefirieraantes que en otros brazos a su amada,entre los propios contemplarla muerta.

Es, precisamente, lo que dice la leyenda sobre la peregrina unin del rbol corpulento y la grcil palmera.Dizque por los tiempos de Maricastaa y del tatarabuelo Juan Fuerte, viva en cierto paraje de la campia un jayn de recia complexin y donosa estampa. Amaba el tal con la impetuosidad y la vehemencia de los veinte aos a una mocita de su mismo pago, con quien haba entrado en relaciones a partir de un jovial y placentero "acabo de molienda".La mocita era delgaducha y de poca alzada, pero bonita, eso s, y con ms dulzura que un jarro de miel.No tena el galn permiso de los padres de ella para hacer las visitas de "cortejo" formal, por no conceptuarle digno de la aceptacin. Pero los enamorados se vean fuera de casa, en cualquier vera de senderos o bajo el cobijo de las arboledas.Entre tanto los celosos padres haban elegido por su cuenta, como futuro yerno, a otro varn que reuna para serlo las condiciones necesarias. Un buen da de esos notificaron a la hija con la decisin inquebrantable y la inesperada novedad de que al da siguiente habran de marchar al pueblo vecino para los efectos de la boda.La ltima cita con el galn vino esa misma noche. No haba otra alternativa que darse el adis para siempre. El tom a ella en los brazos y apret y apret cuanto daban sus vigorosas fuerzas... "Antes que ver en otros brazos a la amada, entre los suyos contemplarla muerta".Referan en el campo los ancianos, y singularmente las ancianas, que el primer bibosi en motac apareci en el sitio mismo de la ltima cita de aquellos enamorados.

EL JICHI

Para explicar lo que es el jichi conviene ante todo tomar el sendero que conduce a los tiempos de hace aupas y entrar en la cuenta, para este caso parcial, de cmo vivan los antepasados de la estirpe terrcola, antiguos pobladores de la llanura. Gente de parvos menesteres y no mayores alcances, la comarca que les serva de morada no les era muy generosa, ni les brindaba fcilmente todos los bienes necesarios para su subsistencia.

Para hablar del principal de los elementos de vida, el agua no abundaba en la regin. En la estacin seca se reduca y se presentaban das en que era dificultoso conseguirla. As en los campos de Grigot, en la sierra de Chiquitos y en las dilatadas vegas circundantes de sta.

De ah que aquellos primitivos aborgenes pusieron delicada atencin en conservarla, considerndola como un don de los poderes divinos, y hayan supuesto la existencia de un ser sobrenatural encargado de su guarda. Este ser era el jichi.Es mito compartido por mojos, chans y chiquitos que este genius aquae paisano viva ms que todo en los depsitos naturales del lquido elemento. Para tenerle satisfecho y bien aquerenciado haba que rendirle culto y tributarle ciertas ofrendas.Los espaoles del reciente aposentamiento en la tierra recogieron la versin y consintieron en el mito, con poco o ningn reparo. Con mayor razn sus descendientes los criollos, tan consustanciados con la tierra madre como los propios aborgenes, y mxime si tienen en las venas algunas gotas de la sangre de stos.

Como todo ser mtico zoomorfo, el jichi no pertenece a ninguna de las clases y especies conocidas de animales terrestres o acuticos. Medio culebra y medio saurio, segn sostienen los que se precian de entendidos, tiene el cuerpo delgado y oblongo y chato, de apariencia gomosa y color hialino que le hace confundirse con las aguas en cuyo seno mora. Tiene una larga, estrecha y flexible cola que ayuda los giles movimientos y cortas y regordetas extremidades terminadas en uas unidas por membranas.

Como vive en el fondo de lagunas, charcos y madrejones, es muy rara la vez que se deja ver, y eso muy rpidamente y slo desde que baja el crepsculo.

No hay que hacer mal uso de las aguas, ni gastarlas en demasa, porque el jichi se resiente y puede desaparecer. Item ms: No se debe arrancar las plantas acuticas que crecen en su morada, de tarope para arriba, ni apartar los granculos de pochi que cubren su superficie. Cuando esto se ha hecho, pese a las prohibiciones tradicionales, el lquido empieza a mermar, y no para hasta agotarse. Ello significa que el jichi se ha marchado.

LA CALLE BRAVA

Esto es del siglo pasado, segn lo acreditan viejos de buena memoria, que aman y conservan la tradicin pueblea.La calle en cuestin gozaba de siniestra fama por los desrdenes, turbulencias y reyertas que en ella se sucedan. Aparte de estar montadas all algunas pulperas donde se despachaba pisco Cinti y resacao paisano, a todas las horas del da y no pocas de la noche, prjimos de allende la sierra haban instalado de su parte bodegones al modo andino, en los que se expenda el vino rubio de maz mascado, vulgo "chicha colla".Con tales elementos en disponibilidad, los devotos de San Bebercio y los gimnastas del codo estaban all a sus anchas y como peces en el agua y loros en el maizal. Tenan all para escoger entre lo corto que ola a can y lo largo que ola a chamusquina. Y no haba preferencia por ninguno, pues con slo cruzar la calle o ir de una puerta a la otra estaba hecho el menjurje entre pecho y espalda.As las cosas, el estado de nimo de quien discurra por all, aunque de ordinario fuera apacible y sereno, con lo largamente consumido, no poda menos de tornarse quisquilloso y camorrista y con el fsforo pronto a encendrsele y arder en los puos. Por cualquier disgusto o "malentendido" se armaba el zafarrancho, y all era la de dar y recibir mojicones, puntapis, torniquetes y hasta botellazos, jonazos y tal cual pualada.La polica era impotente para poner freno a los desmanes. Si algn "sereno" pretenda imponer el orden, los contendientes, dejando momentneamente la gresca, mostraban al guardin del orden pblico lo pblico de la calle y lo quebradizo del orden, y el msero tena que desandar lo andado e irse con su pito a lugar ms seguro. Y cuando un "ronda" (oficial de gendarmera) llegaba con gente armada y haca lo que era menester, llevando a los bochincheros a "dormir su aguardiente" en la "cuadrada", ms tardaba en cargar con stos que los otros en armar una nueva batalla.En eso lleg un seor con nombramiento de comisario de la "polica de seguridad". Era un sujeto rollizo, fornido, y con pinta de guapo. Apenas enterado de lo que pasaba en la dichosa calle, sacudi los hombros, atuz el bigote y sentenci severamente:-Esas son pavadas!. Lo que pasa es que los tipos de la tal calle no se han encontrado an con la horma de sus zapatos... Ya se las vern conmigo... Me basto yo solo para ponerlos en vereda y darles a saber con quin cas Caahueca.Llegada la noche, meti el revlver en la revolvera, introdujo un laque a lo sesgo del cinturn y sali de la comisara con rumbo directo a la calle de la siniestra fama.Al da siguiente sus colegas de la guardia fueron a buscarle, para saber de la aventura. Le encontraron ponindose unos fomentos de salmuera sobre la frente y las sienes. Tena la cara hecha un mapamundi de magulladuras, moretones, chinchones, peladuras, araos y picotazos. Los ojos eran como dos carbones apagados entre hoyos de ceniza y los prpados yacan semi-atirantados como tamboras de camba.No esper a que le preguntasen nada. Apretando parches y arrimando fomentos, murmur por lo bajo:-Brava haba sido la calle, che!. Brava, brava...As qued aqulla bautizada como "La Calle Brava"...

EL CARRETN DE LA OTRA VIDAMucho se ha escrito acerca de este adminculo fantasmal y paisano, dando rienda suelta a la imaginacin y apelando a las mejores galas literarias. Poco o nada es, pues, lo que queda por decir de l, como no sea repetir lo ya dicho por otros con belleza y donosura, stas difciles de imitar por quien no posee los dones necesarios. Salvo que se quiera volver a la tradicin pura, tal cual la refieren o, ms propiamente, la referan las gentes del pueblo, y es lo que pretende quien teje en este telar de antiguallas.En las noches cerradas y sobre todo en las de "Sur y Chilchi", se dejaba or de pronto en lo soledoso de la campia un agudo chirriar de ejes y un fuerte restallar de ltigo, que hacan crispar los nervios de las buenas gentes y entrar en natural espanto. Mayores eran la turbacin y el temor cuando tales ruidos eran percibidos en campo raso y el cuitado descabezaba un sueo en la pascana, junto a su jato carretero y sus bueyes. Rechino y trallazo se escuchaban entonces con ms fuerza y como si el ente y el artefacto que los producan caminasen por cerca y estuvieran a punto de pasar por delante de la pascana.Alguna vez se alcanzaron a percibir las voces del lgubre carretero que instaba a las yuntas, y era su tono gangoso, aflautado, hipante, como no es capaz de modular ninguna garganta humana.Si al rasgar el cielo un relmpago el campo se iluminaba sbitamente y el cuitado viajero tena tiempo y valor para echar un vistazo, la figura del carretn fantasma se escorzaba apenas, como hecha con lneas ondulantes imprecisas.Aunque visin campera por excelencia, no falt vez en que se mostr en la propia ciudad, bien que a la parte de afuera y precisamente en la calle -entonces apartado y desierto callejn- que pasa por delante del cementerio. Ms de un trasnochador y parrandero acert a columbrarlo, cuando entre crujidos y estridores discurra con direccin al Lazareto.Pero cierta noche de perros en que las sombras se apelmazaban y aullaba el viento, un prjimo dio de manos a boca con la aparicin. Sala de una casa vecina, despus de haber corrido en ellas largas horas de diversin copiosamente regada. Los vapores etlicos que le ocupaban la azotea le haban puesto en la condicin de bravo entre los bravos y capaz de enfrentarse con cualquier peligro.Al ver el carretn deslizarse sobre el arenoso suelo de la calle se lanz hacia l, resuelto a saber cmo era. Lo supo al instante, de una sola ojeada. Pero de carretn ay!, slo tena la traza. Las estacas estaban constituidas por tibias y perons de esqueleto y en lugar de teleras asomaban costillas descarnadas. Del carretero slo se vea la cara, si tal puede llamarse a una horrenda calavera, dentro de cuyas cuencas vacas algo brillaba y centelleaba como las brasas de un horno.Ante la contemplacin de semejantes horrideces, el hombre sinti que la tranca se le iba de un salto. Y no pudiendo ms con lo que tena por delante, ech a correr despavorido. Y gracias a Dios que lleg con bien a casa.

EL GUAJOJEn lo prieto de la selva y cuando la noche ha cerrado del todo, suele orse de repente un sonido de larga como ondulante inflexin, agudo, vibrante, estremecedor. Se dira un llanto, o ms bien un gemido prolongado, que eleva el tono y la intensidad y se va apagando lentamente como se apaga la vibracin de una cuerda.

Orle empavorece y sobrecoge el nimo, predisponindole al ondular de lgubres pensamientos y al discurrir de ideas taciturnas. Se dice que han habido personas que quedaron con la razn en mengua y punto menos que extraviadas.Se sabe que quien emite ese canto es un ave solitaria a la que nombran de guajoj por supuestos motivos de onomatopeya. Son pocos los que la han visto, y esos pocos no aciertan a dar razones de cmo es y en donde anida. Refieren, eso s, la leyenda que corre acerca de ella y data de tiempo antaones.

Erase que se era una joven india bella como graciosa, hija del cacique de cierta tribu que moraba en un claro de la selva. Amaba y era amada de un mozo de la misma tribu, apuesto y valiente, pero acaso ms tierno de corazn de lo que cumple a un guerrero.

Al enterarse de aquellos amores el viejo cacique, que era a la vez consumado hechicero, no hallando al mozo merecedor de su hija, resolvi acabar con el romance del modo ms fcil y expedito. Llam al amante y valido de sus artes mgicas le condujo a la espesura, en donde le dio alevosa muerte.

Tras de experimentar la prolongada ausencia del amado, la indiecita cay en las sospechas y fue en su bsqueda selva adentro. Al volver a casa con la dolorosa evidencia, increp al padre entre sollozo y sollozo, amenazndole con dar aviso a la gente del crimen cometido.

El viejo hechicero la transform al instante en ave nocturna, para que nadie supiera lo ocurrido. Pero la voz de la infortunada pas a la garganta del ave, y a travs de sta sigui en el inacabable lamento por la muerte del amado.

Tal es lo que referan los comarcanos sobre el origen del guajoj y su flbil canto de las noches selvticas.CAMBAS PATAZASEl doctor S. ha sido uno de los hombres que ms tiempo ha durado en la cartelera de los pinganillos y los guapos de esta tierra. Favorecido por la naturaleza en lo atinente a buena estampa, ingenio agudo y talento, gan fama de profesional competente y poltico recto, calidad esta ltima no poco rara en los desmaados tiempos que corren. Fue, adems, individuo de buen trato, cumplidos modales y porte galano, amn de elegante y atildado en el vestir. Un bastn de reluciente barniz y empuadura de plata era el infaltable complemento de su indumentaria y adminculo que tanto poda servirle de apoyo como, casus necessitatis, de arma defensiva y ofensiva.

Tras de haber meritado largamente al servicio del pas y de la sociedad, ocurrisele cierta vez probar la fortuna del aura popular presentndose como candidato a una de las diputaciones por la capital y provincias contiguas. Corran los aos iniciales del segundo tercio del siglo y las modalidades del "candidateo" eran an las mismas de los tiempos de Montes y Saavedra, los hijos mimados de la democracia boliviana.A juzgar por la nutrida concurrencia que acompaaba al doctor S. en las bien comidas y bien bebidas diligencias del perodo preelectoral, su triunfo en los comicios habra de ser "contundente". Lo decan sus colegas de conduccin partidaria y lo pregonaban a los cuatro vientos los animosos como bulliciosos adherentes y propagandistas de su candidatura.

As lleg el esperado da de las elecciones. Con las primeras horas de la maana los adherentes y los amigos del doctor S. empezaron a llegar a casa de ste, dispuestos a todo, segn decan en tono al parecer convincente. Conforme iban llegando servaseles humeante caf en las grandes vasijas metlicas llamadas canecos. Las tales iban acompaadas de varias clases de horneao del da, cuando no de apetitosas porciones de masaco.

En medio de un grupo de partidarios que le aclamaban y vitoreaban a pulmn lleno, el dichoso doctor sali de casa con direccin a la plaza de armas, en donde haban de ejercitar el mayesttico derecho del sufragio. Iba risueo y pechierguido, dentro de un traje de color claro que entonaba con la alacridad de la maana, y llevaba pendiente del antebrazo el reluciente bastn de la empuadura de plata.

Las elecciones se efectuaron dentro de un marco de orden y tranquilidad, sin que se presentase ninguna alteracin del "orden pblico". El doctor S. recorra una y otra de las mesas receptoras de sufragios, entre las aclamaciones de quienes le rodeaban y las de otros ciudadanos que espontneamente iban incorporndose en el cortejo.A juzgarse por tales demostraciones, la victoria del doctor S. haba de darse por incuestionable. Empezaron a lloverle los augurios favorables y luego las frases ya francamente congratulatorias. El doctor S. sonrea jubiloso.

Vino la tarde y con ella el cierre de las votaciones y comienzos de los escrutinios. Los animosos partidarios del candidato S. se distribuyeron entre las diferentes mesas para verificar el recuento de los votos. El doctor dio en recorrerlas todas con el fin de enterarse ms y mejor de cmo iban las cosas. Una hora ms tarde el edificio de sus aspiraciones y apetencias caa malamente en tierra a la voz del ciudadano secretario que lea las cifras computadas.

Las sumas de los votos emitidos para l estaban lejos de ser las que haba supuesto en el arranque de su entusiasmo. Muchos, acaso la mayora de aquellos a quienes crea de su parte, no le haban dado su voto. Al caer en esta ingrata evidencia no pudo menos de pensar en los ciudadanos de modesta condicin que desde las primeras horas del da haban tomado su casa por lugar de cita y comedero y bebedero.

Acordarse de ello y encaminarse hacia all fue cuestin de segundos. Y conviene decir que en la sbita marcha no hubo de contar con el numeroso y animoso squito con que cont al emprender la tempranera marcha. La expectativa, maridada con el resquemor, le llevaron a casa en un triquitraque. Acababa all de servirse la merienda, y circulaban a manteniente el guiso de arroz paisano con grandes lonchas de carne de res y acompaamiento de yuca recin cocida. Los agasajados eran gente de modesta traza, en buena parte descalza, pero apetente, eso s, y al parecer dispuesta no slo a consumir lo recibido, sino tambin a pedir repeticin.

El doctor S. vio el pentagrulico cuadro con insana delectacin. La cantidad de ciudadanos en ejercicio que all movan las descalzas extremidades en procura de hartazgo, doblaban en nmero a la de los votos emitidos en su favor. No haba necesidad de mayor probacin para el convencimiento de que tras de votar en contra de l y a favor de su adversario, los descarados estaban en la casa como si nada, para redondear el festn del da.

La clera estall en los adentros del perdidoso candidato y sali a manifestrsele convulsamente en boca, manos y pies.

-Conque, comiendo mi comida eh?- increp en alta voz para ser bien odo por los desvergonzados comensales.

Los aludidos pararon en seco, algunos de ellos masticando an a dos carrillos.

-Afuera, cambas patazas!- encim mostrndoles la puerta, mientras el bastn haca molinetes en el aire.La regalona ciudadana vio por conveniente escurrirse en masa, dando un rodeo en la salida para no dar de manos a boca con el indignado dueo de casa. Pero ste haba pasado instantneamente del dicho al hecho y esgrima el bastn por alto y por bajo. Cuando sobre alguno caa contundentemente, el hombre renovaba la imprecacin arrastrando las slabas, como para hacerla tanto o ms dura y significativa que el golpe:-Afuera, cambas patazas!...

DONDE EL DIABLO PERDI EL PONCHO.Don Lorenzo Cullar, prominente vecino de Warnes (lase Ubarnes, a la usanza de la poca), era una especie de caja de caudales en lo que respecta a dichos y dicharachos. Los largaba por montones, cualquiera fuese el tema de conversacin y cualquiera su interlocutor, como quien distribuye bienes de fortuna, de los que quiere hacer merced en prueba de munificencia. Cuando vena "al pueblo", y los peridicos de ese entonces no dejaban de saludarle en la columna del Social, visitaba entre los primeros a quien era su amigo y patrocinante de litigios judiciales: el entonces joven y ya prestigioso jurista Rubn Terrazas.Cierto da cupo a quien esto escribe, nio a la sazn, la suerte de escuchar el dilogo que sostenan el viejo hacendado y el joven letrado. Hablaban al parecer de alguien ofrecido como testigo en el pleito sobre unas tierras que don Lorenzo sostena con cierto vecino suyo.-Oh! -musit el fidalgo urbanense-. A ste no va a poder citrselo dentro del trmino de ley, porque vive lejos, muy lejos... Donde el diablo perdi el poncho.El culto pero curioso letrado apunt seguidamente, entre burln y serio:

-Le he odo varias veces expedirse con ese dicho. Puede Ud. indicarme, don Lorenzo, dnde queda ese lugar?.-Por all, por all... Yo mismo no s exactamente adnde. En todo caso a muy larga distancia de aqu, y en un paraje que slo conoce poca gente.-Si no conoce bien el lugar, estoy seguro de que conoce la historia. Es ocasin de que me la cuente.-Con el mayor gusto, mi doctorcito. Aqu va la historia, tal como me la cont taita, y a ste el suyo y as sucesivamente.

Hace aupas viva en su establecimiento un seor de los que en clase de caeros y en condicin de solterones cambian cada noche de colchn y muelen a dos y hasta a tres pailas. Dems est decir que ningn colchn era el de su cama propia y ninguna paila le haba sido dada con bendicin y latines de cura.

Viva, pues, en pecado mortal y sin intencin alguna de apartarse de ste. Con decir que no iba al pueblo sino a la muerte de un obispo, est dicho que no oa misa y con expresar que se pasaba las noches zangaloteando, queda expresado que no ocupaba su tiempo en rezos. Al saberle as, la gente murmuraba de l que era candidato seguro al infierno.Cierto da le cay a casa un forastero en calidad de alojado. Era un tipo joven y buen mozo, y desde que lleg hasta que se puso en camino de irse, no afloj el poncho que llevaba puesto: Un poncho colla a franjas, grueso y tieso, que le cubra desde el cuello hasta los morocos. Con el achaque de que su mula estaba despiada, se qued durante das en el "establecimiento".

Poco tard en ganarse la voluntad del dueo y, lo que es ms, su confianza. Al fin consigui aquello tras de lo cual haba venido: Llevarse al dueo de casa por camino largo y con pretexto de venderle una estancia que dijo tener all a la distancia. Partieron los dos bien montados, el uno con su cmoda chaqueta viajera y el otro embutido en su poncho.Nadie sabe de qu trataron en el camino, ni qu hizo el uno con respecto al otro. Nada propio de cristianos debi de ser, si se juzgan las cosas por las que despus sobrevino. El hecho es que seguan tirando para adelante, cada vez por ms lejos de los trechos conocidos.

Entre tanto una de las prjimas que el campesino tena en casa y mola con l en la molienda, entr en serios temores acerca de l. Desde un comienzo el emponchao no le haba cado en gracia, y con esta prevencin empez a abrigar recelos en su contra. Tales recelos se hicieron mayores con la inesperada partida de ambos. Y tanto, que al da siguiente determin ir en su alcance.

Guapa, valiente y prctica en monturas y viajes, como era, ensill un caballo y sali al trote largo tras de los caminantes. Sin aflojar el trote, sino para echarle al galope, le fue suficiente ese da con su noche para lograr el arriesgado intento.

Era ya da claro cuando dio con ellos, en momentos en que se dispona para proseguir la marcha. Colocndose frente a los dos se dirigi a su conjunto, gritndole como angustiada:

-Ni un paso ms, o te perds pa siempre!.

El del poncho se apresur a replicar, entre calmoso y ofendido:

-Quin sos vos para impedir a ste que vaya conmigo?.

La mujer alz entonces el grito:

-Te conozco a vos: Sos el mismo Mandinga!.

Al decir esto haca la seal de la cruz, enrgica y no muy devotamente que se diga. El sujeto empez a recular protegindose los ojos con la mano y el antebrazo.

La mujer lleg a mayores efectividades. Esgrimiendo el talero que tena en la mano empez a descargar sobre seguro una lluvia de latigazos. No necesit de mucho para lograr su objetivo. El diablo, pues se trataba de ste, vivito y coleando, emprendi la fuga. Y con tanta precipitacin hubo de proceder, que dej prendido el poncho en una rama.Fue as de cmo una mujer pudo ms que el diablo, quitndole su presa y hacindole perder el poncho. De all viene el dicho, aunque no se mencione el hecho de haber sido una mujer la autora. Mejor as, para que la dignidad del hombre no sea tenida a menos.Al decir este ltimo, al tuno de don Lorenzo le floreca una sonrisa picaresca tras de los bigotazos rebeldes.EL FAROL DE LA OTRA VIDA

Desde que alguien lo vio por primera vez, y esto fue hacia el primer tercio del extinto siglo, hasta que todos consintieron en que haba dejado de hacerse ver, all entre la primera y la segunda dcadas del siglo pronto a extinguirse, el llamado "Farol de la otra Vida" fue materia de testimonios a cual ms fehaciente y objeto de comentarios a cual ms conmovedor.Se trataba de un farol como cualquier otro de los que en aquella poca se utilizaban para caminar de noche por estas calles de Dios privadas de toda lumbre, como no fuese la de luna en su fase benfica. Pero no llevado por manos de cristiano en actual existencia, a juzgar por la forma como discurra y el profundo silencio que reinaba a su paso.Cuando la ltima campanada del reloj de la catedral haba anunciado la media noche, el farol fantasma, o lo que sea, empezaba a hacerse ver en esta o aquellas calles de la ciudad dormida. Era del tamao corriente, y dejaba advertir a travs de sus vidrios una parpadeante llamita de vela que bien pudo ser de sebo o bien se cera. Se deslizaba por debajo de los corredores, a la altura y en disposicin de si fuese llevado por cualquier persona, pero como si sta anduviese muy paso a paso, con suma dificultad y detenindose aqu y all por instantes.No tena trayecto definido, pues unas veces era visto en una calle y otras en calle distinta. No obstante, quienes lograron mejor expectacin, aseguraban que sala de los trasfondos de la Capilla (huerta de la casa parroquial de Jess Nazareno), iba por ac o por all y ya cerca del amanecer volva all, si es que no se esfumaba repentinamente en algn rincn.

A diferencia de otras apariciones de ms all de la tumba, ni traa consigo rumor alguno, ni suscitaba que se produjesen en su derredor. Ningn aullido de perros se dejaba or y asimismo ningn gaido de lechuza.Que espantaba y empavoreca, no es necesario decirlo. Algunos al columbrarlo de lejos y de repente, echaban a correr sin freno. Se contaban entre stos los juerguistas, los mal inclinados y los trasnochadores con propsitos vedados. Otros aguardaban a que se aproximase un poco, entre ellos algn valentn y algn curioso de los que no faltan. Pero an stos concluan por esquivarla, hacindose cruces, y echar la carrera.Corra la voz de que los buenos, los justos y los de conciencia limpia podan muy bien encontrarlo, sin que nada malo les ocurriese. Pero nadie de los tenidos por tales se anim a hacer la prueba, seguramente porque algo de sus adentros les adverta que no eran de los llamados.Dizque una vez cierta beata con fama de virtuosa, que madrugaba ms de la cuenta para ir a misa, advirti de improviso que el farol discurra a corta distancia de ella. Se detuvo ah mismo aterrorizada y respetuosa, diose a balbucear un padre nuestro por las almas del purgatorio y cerr los ojos. Cuando los volvi a abrir, el farol haba desaparecido.Tiempo despus desapareci del todo y, por lo visto, definitivamente.

EL TAMBO DEL TIGRILLOEl trmino tambo no equivale en el boscoso oriente a posada o alojamiento, como en el montaoso occidente, sino a conjunto de modestas viviendas, lo que los argentinos dicen "conventillo", pero ms pobre an y de pergeo ms humilde.

El tambo era un hacinamiento en lnea de casas de tabique -"cuartero"- las ms de las veces reducidas y con un patio comn en sus interiores. En cada habitacin viva una familia, o dos o ms, con la estrechez y la incomodidad a que los pobres tenemos que habituarnos mal que nos pese. Felizmente los tiempos han cambiado, y de los tambos que eran muchos hasta hace cuarto de siglo, slo se conservan los nombres en la tradicin: Tambo Cosmini, Tambo Encaramao, Tambo Hondo, Tambo "Linpio" (as estaba escrito bajo el alero de su frontis), etc., etc.

Existe hasta ahora, bien que ya con otra catadura, el llamado "Tambo del Tigrillo", al final de la calle Charcas, entre el primero y el segundo anillo de circunvalacin de la modernizada ciudad.

Porqu el nombre aquel de "Tigrillo"?. Ah va la respuesta.A mediados del pasado siglo ocupaba un cuarto de este tambo una mujer de pueblo, viuda y con algunos cros que el difunto le haba dejado, pero frescachona, donosa y apetitosa todava. No faltaban solicitantes de sus favores y sus gracias, pero ella los resista dando muestras de firmeza y de saber sentarse bien, como para no caer de espaldas. Y para mayor seguridad acudi a los auxilios y confortativos de la santa religin. Oa misa los ms de los das, no se perda novena ni quinario en su parroquia de San Andrs y hasta hizo buenas migas con el piadoso e inofensivo sacristn.

La parroquia, de su parte, le brind afecto y confianza, y en prenda de esta ltima iba y vena el sacristn con encargos parroquiales. Dos o tres veces por semana, entradita ya la noche, llegaba el sacristn al cuartucho de la viuda, por el lado de atrs, es decir por el patio, y saludaba a voz en cuello, de modo que los del tambo pudieran oirle.

-Buenas noches nos d Dios, misia Panchita. Aqu le traigo las cosas de la iglesia pa que las lave, como es su devota costumbre.-Pase don Este... Y veamos la lista.Entraba el sacristn con el atadijo de los lienzos sagrados por lavar, y como stos seguramente eran muchos, ah se detena para hacer la cuenta menuda, sin que los dems moradores del tambo supieran hasta qu hora.Vino en eso la poca de calores. Los del tambo, en su mayora, sacaban las esteras al patio para descansar con algn frescor, y lo propio haca la viuda, salvo que ms lejos, casi al fondo del canchn y junto a la frondosa arboleda en que ste conclua. No falt un osado que pretendi acercarse a turbar el sueo de la viuda. Se aproximaba ya a sta cuando oy el gruido de un animal felino, y tuvo que echar para atrs ms que de prisa. Igual pas con algn otro que se atrevi a lo mismo. Lleg de este modo a la suposicin de que la viuda tena por ah cerca, para su guarda y defensa, un cachorro de tigre u otro felino semejante.Peor la hubo uno del vecindario que no haciendo caso del gruido, avanz ms y se dispuso a perpetrar el asalto. A ste le cay de pronto, desde un cupes que haba all mismo, el propio felino que grua. Pudo el atacado zafarse al instante, ms no sin sacar unos araos y alguna dentellada.

Al da siguiente todo fue comentar en el tambo el peregrino suceso. Alguien ms avisado observ que no poda haber animal de esa naturaleza en un canchn que todos conocan. De la duda a la sospecha y de sta a preparar la pesquisa, todo fue uno.A eso de la media noche subsecuente el grupo de pesquisantes se desliz dentro de la arboleda, con toda la sutileza y precauciones que el caso requera. El de la primera duda y autor del plan, que comandaba la partida, acercse al cupes y trs de hurgar sus ramas con un palo puntiagudo, grit triunfalmente:

-Aqu est el tigrillo. Vengan a verlo!.El tal se haba dejado caer del rbol y estaba ya en manos del anunciante. Era nada menos que el sacristn de San Andrs, que as velaba el sueo de la viuda, quiz con fines ni muy piadosos, ni muy desinteresados.

Desde ese da en adelante la alejada casa de vecindarios fue conocida por todo el mundo como "El Tambo del Tigrillo".LAS SIETES CALLES

Aqu va el origen de la denominacin.Desde los tiempos del rey hasta bien entrada la repblica, eran siete, bien contadas. La sptima arrancaba precisamente de donde es hoy el "mercadito de oro" e iba hacia el sudoeste, casi paralelamente a la prolongacin de Isabel la Catlica. Pero un buen da de esos, hace ya un siglo, el propietario de los terrenos situados a uno y otro lado de la sptima tom la heroica decisin de cerrar la calle, o ms bien dicho callejn, que no era ms por entonces, para consolidar su propiedad y hacer que sta, en vez de dos, partidas a lo sesgo, fuera solamente una e indivisible. Se trataba de un seor con bastante dinero en los bolsillos, muchas vinculaciones en la sociedad crucea de la poca y muy bien ubicado en la poltica, como que era nada menos que gobiernista de los ms decididos.Sabida la noticia de que aquel seor haba cerrado la calle en su provecho, sin importarle una pitajaya ni un guapom los derechos y necesidades del vecindario, el presidente municipal -no haba por entonces alcalde- se vio obligado a tomar las medidas del caso. Pero como era tambin gobiernista y muy amigo del cerrador de calles, vio por conveniente no hacer las cosas en persona. Mand a su intendente que fuera al lugar, observara lo hecho y finalmente resolviera lo que corresponda en justicia.Dizque el tal intendente era hombre de poca sal en la mollera y, a ms de eso, timorato y siempre dispuesto a dar la razn a quien gritase ms fuerte. Lleg al sitio del estropicio y como para cerciorarse legalmente de lo ocurrido, para luego dar fe pblica, empez a contar solemnemente, llevando el ndice en direccin de cada una de las calles: Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis... Nada ms que seis.Lleg en eso el propietario, y con la irona por delante y la firme decisin por detrs, espet al intendente:-Seis no ms, no...? Tuve un maestro de escuela, all en La Enconada, que me ense, entre otras cosas, la siguiente: Que las cinco vocales son cuatro: a, e, i, o. No u porque sta es de los cucus y los sumurucucus... Te paso la leccin a vos: Las siete calles son seis. Contlas bien y andate a tu despacho. Y no volvs a meterte en camisa de once varas.Dizque el intendente volvi con la leccin aprendida, a ms no poder. Y la pas a su vez al pueblo, como quien le ensea una verdad incontrastable: Las Siete Calles no son ms que seis...LA VIUDITA

En otros pases de la Amrica espaola y en el nuestro, aparte del Oriente, se dice simplemente "La Viuda", as en forma simple y sin afijos ni sufijos que aadan o quiten magnitud, calidad y aprecio del sujeto, o, para decirlo ms adecuadamente, la sujeta. Ac decimos "La Viudita", no ciertamente con la intencin de empequeecerla o rebajarla, sino como expresin de que, pese a todo, nos cae simptica y, por tal razn, nos place nombrarla en diminutivo.

Para explicar lo que es, o ms bien dicho lo que fue, pues hace tiempo dej de mostrarse, conviene manifestar que no era, ac entre nosotros, el ente horrorizante, pavoroso y fatal de otras partes. Temido, s, pero slo de parte masculina, y entre sta nicamente de cierta y determinada casta: La de los tunantes de mala fe (porque los hay de buena) y los que andan a la caza de deleites femeninos sin reparo de conciencia.

Dizque apareca por ac y all, siempre sola, a paso ligero y sutil y no antes de media noche. Vesta de negro riguroso, faldas largas a la moda antigua, pero talle ajustado en el busto, como para que resaltasen las prominencias pectorales. Llevaba en la cabeza un mantn cuyo embozo le cubra la frente y aquello que podan ser orejas y carrillos.

Nadie le vio jams la cara. Cuando encontraba con varn de los comprendidos en su campo de accin, y el tal no resista a sus tcitos encantos, ella aceptaba que la acompaase y aun le permita ciertas liberalidades tctiles. Pero si el apetente le buscaba el rostro en la oscuridad, se opona al intento con rpidos movimientos de cabeza o extendiendo los pliegues del mantn.

Hubiera o no convenio de ir adelante, era ella y no l quien sealaba el rumbo, con slo dar direccin a los pasos. La despaciosa marcha conclua invariablemente en las afueras de lo entonces poblado, y haba parajes por los que, al parecer, tena predileccin: Las soledades del Tao, el islero de la pampa del Lazareto, La Poza de las Antas y la cerrazn de las riberas del Ro Nuevo.

Llevado all el pecador y presunto conquistador, la viudita se revelaba en su verdadera esencia y actuaba segn sus miras. Nada de horrores, desde luego, y nada de atrocidades fantasmales. Simplemente que el quidam, en estado de alucinacin, creyendo ser introducido en edenes o en acogedoras estancias, lo era en rincones precisamente contrarios, empujado por la Viudita que seguidamente desapareca sin dejar rastro.

Cuando ya en las vecindades del da el malaventurado recuperaba el conocimiento, ah estaba la punzante, pringosa e ignominiosa realidad. Lo que haba visto como suntuosa sala no era sino envedijada ramazn llena de espinas, si es que no matorral de pica-picas con frisas y cenefas de garabats. Si sobre mullidos colchones y bajo sedeos cobertores haba credo acostarse, se encontraba tirado en un barrial y entre aguas no por cierto perfumadas.

Ah, condenada Viudita!.

Menos mal que aparte de la burla oprobiosa (pero aleccionadora) ningn otro dao le haba inferido.

EL AGUA

Es una sustancia abitica la ms importante de la tierra y uno de los ms principales constituyentes del medio en que vivimos y de la materia viva. En estado liquido aproximadamente un gran porcentaje de la superficie terrestre esta cubierta por agua que se distribuye por cuencas saladas y dulces, las primeras forman los ocanos y mares; lago y lagunas, etc.; como gas constituyente La humedad atmosfrica y en forma slida la nieve o el hielo.

El agua constituye lo que llamamos hidrosfera y no tiene limites precisos con la Atmsfera y la litosfera porque se compenetran entre ella.

En definitiva, el agua es el principal fundamento de la vida vegetal y animal y por tanto, es el medio ideal para la vida, es por eso que las diversas formas de vida prosperan all donde hay agua.

DEBEMOS CUIDAR EL AGUAEl que sale de los caos es el agua de los ros purificada mediante un tratamiento que la convierte en potable. Se utiliza para beber cocinar los alimentos y para lavar. No debemos desperdiciarla o que se derrame por los caos abiertos o en mal estado. Cuando el agua esta sucia pueden contener microbios que producen enfermedades intestinales y trastornos en el organismo. Cuando se arroja basura, desechos de la fabrica y desperdicios a las aguas que van al mar existen peligro de matar a los peces y otros seres que viven all. En este caso decimos que el agua esta contaminada. La escasez del agua en algunas regiones ha determinado un avance en las tcnicas de conversin de agua saladas en agua potable, proceso que tiene un alto costo contaminacin del agua por basura y desperdicio.

CLASES:Aguas de ros, lagos, lagunas, riachuelos.Por lo general son incoloras y sin sabor. En tiempo de lluvias estas aguas se enturbian y contaminan por efectos de la erosin.

Estas aguas se emplean para el riego de los cultivos y vegetacin.

Algunos ros y lagos se utilizan para la navegacin.

Agua potable. sin olor, ni color algunas veces de sabor agradable.

No contiene grmenes ni bacterias patgenas, por lo que se le usa para el consumo humano.

Se obtiene por tratamiento especial de las aguas del ro.

Aguas Medicinales y termalesTienen temperaturas elevadas y diversidad de sales disueltas, son de sabor y olor caractersticos. Son curativas.

Existe otras aguas con gran cantidad y diversidad de sales minerales, esta agua proviene del subsuelo y afloran a la superficie en los manantiales y lagunas, no son calientes. En nuestro pas son famosos los baos de Yura y Jess, y hay muchas ms.

Agua Destilada. Se obtiene por destilacin de las aguas naturales.

Por no contener sales minerales, es impropia para beberla.

Se la reconoce porque no deja residuos al evaporarse.

Se le usa en la medicina y el estudio.

Agua pesada Se considera como txica pero en realidad es inerte.

Tiene gran importancia en las plantas de energa atmica.

Su frmula es D2O.

IMPORTANCIA: Es un elemento mayoritario de todos los seres vivos (78%) indispensable en el desarrollo de la vida y el consumo humano y es un excelente disolvente, es una fuente de energa hidroelctrica.

Es un medio de transporte (NAVEGACIN).

Erosiona las rosas descartando La corteza terrestre.

Contiene sales disueltas que es aprovechable para las plantas.

Las cadas de agua y el movimiento del mar son aprovechadas como energa.

El mundo del agua

La mayor parte del planeta Tierra est cubierta de agua; casi toda se encuentra en ocanos salados y profundos.

Pero tambin existe una gran cantidad de agua dulce: en el aire, en el suelo, en los ros, lagos y arroyos.

Sin toda esta agua, la Tierra sera un desierto. Todas las plantas y todos los animales, incluyendo a las personas, moriran si les faltara el agua. El ciclo del aguaEl agua est en continuo movimiento. El sol calienta el agua del mar; eso hace que el agua se evapore y se eleve en el aire. A esto se le llama evaporacin. Al elevarse, el vapor de agua se enfra y se convierte en gotas de agua. Estas gotas caen en forma de lluvia sobre la tierra y se deslizan por las montaas, riachuelos y ros, regresando de nuevo al mar.

La humedad

El aire que respiramos no est completamente seco; aunque no lo podamos ver, siempre existe vapor de agua. Si el aire caliente, lleno de vapor de agua, se enfra, el vapor de agua sobrante se convierte en lquido formando pequeas gotas. Esto se llama condensacin Por las maanas podemos descubrir a veces sobre la hierba, gotitas de agua llamadas roco. Esto sucede por la noche cuando el aire se enfra al contacto con el suelo, y el agua se condensa sobre la hierba. Tambin puedes ver gotitas de agua en algunas ventanas. stas se forman cuando el aire caliente de una habitacin con calefaccin, se encuentra con el cristal fro de la ventana.

La lluvia

Las nubes contienen millones de gotitas de agua o cristalitos de hielo. stas son como polvo. Si las nubes se enfran, las gotitas aumentan de tamao y comienzan a caer. A esto es a lo que llamamos lluvia.

La ebullicinCuando se calienta el agua por encima de 100 grados, se transforma en un gas, que llamamos vapor. Pero no se puede ver porque es transparente.

El agua hierve a una temperatura de 100 grados, que se llama punto de ebullicin. En una olla a presin, el agua llega a una temperatura de 120 grados antes de hervir y as la comida se cuece ms rpidamente.

LA PROFUNDIDAD Cuanto ms profundo te sumerjas bajo el agua, ms presin debers soportar. En el ocano, 10 kilmetros de profundidad suponen una presin de ms de unatonelada (1.000 Kg.) por centmetro cuadrado. Algunos animales pueden vivir all sin ser aplastados porque sus cuerpos contienen lquidos y slidos que no pueden ser comprimidos. Es decir, que no pueden reducir ms su tamao. Pero si llevaras estos animales a la superficie, se hincharan, porque los gases disueltos en sus cuerpos formaran burbujas.

Subir y bajar

Los buzos y los submarinos ascienden en el mar al hacerse ms ligeros. Por el contrario, para sumergirse, se hacen ms pesados. Los peces suben y bajan usando una bolsa especial llena de aire que llevan dentro de su cuerpo: la vejiga natatoria. Cuando est llena de aire permite que el pez flote. El peso del agua

El cuerpo humano no puede sobrevivir bajo el agua sin un equipo especial que leproteja de la presin. Los buzos llevan trajes muy gruesos que, adems, les suministran aire. Las inmersiones a mucha profundidad tendrn que ser en submarinos, que estn construidos con un metal muy resistentes y dotados de ventanas de cristal muy grueso que puede soportar la enorme presin.