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La violencia y la no-violencia
¡Cuánta violencia!… ¡Qué guay!
Diego y Tomás se están peleando; por ahora gana Diego, ha inmovilizado a
Tomás por detrás y lo está sujetando con la rodilla. A Tomás le cuesta respirar.
Pero, de repente, haciendo acopio de todas sus fuerzas, Tomás se recupera,
sorprende a Diego, que cae hacia un costado, luego al suelo, y Tomás lo agarra
con las piernas y le bloquea la cabeza con el codo. Diego se queda quieto: ha
perdido.
¡Cuánta violencia!... ¡Qué guay! A Tomás y a su padre les encanta pelearse, y cuanto
mayor se hace Tomás, más divertido resulta. Diego ya no pierde a propósito, se pelea de
verdad, a fondo. Tomás no finge, realmente quiere ganar a su padre. Aunque a veces se hacen
daño, les encanta.
Cuando estamos con gente a la que queremos y que nos quiere, en la que tenemos
confianza, pueden gustarnos los juegos violentos. Solo son juegos.
Campeón del mundo, medalla de oro
Los hombres han inventado deportes que los países, las regiones, las ciudades y los
pueblos pueden utilizar para luchar los unos contra los otros. Organizan campeonatos, copas
del mundo, y por supuesto, Juegos Olímpicos. Es como si estas competiciones fuesen inventos
para sustituir a las batallas, como si estuviesen ahí para que las personas puedan pelearse
siguiendo unas reglas, con árbitros que controlan la violencia. Luchar con balones, pesas,
raquetas, en estadios, campos, plazas... siempre será mucho mejor que luchar en los campos
de batalla con tanques, fusiles y bombas...
Los Juegos Olímpicos de las cartas de amor
Sin embargo, muchos de estos deportes siguen siendo violentos, provocan sufrimiento.
Los deportistas se lesionan y a veces arriesgan sus propias vidas.
Un jugador de rugby tiene dos dientes rotos, porque ha perdido su protector
dental en una jugada y le han dado un golpe en toda la mandíbula. Otros tres
jugadores del equipo tienen sangre en la cara. El boxeador está tendido en el
suelo, no se mueve, el árbitro anuncia el final del combate: el jugador está K.O.
Las personas no han inventado los Juegos Olímpicos para concursar por el ramo de
flores más bonito, ni por la carta de amor más dulce, ni por el jardín mejor cuidado. Los
grandes encuentros deportivos suelen imitar la violencia.
“La Juventus contra el Liverpool: 39 muertos, 6OO heridos. ¿En qué batalla?
¿En qué guerra? En Historia nunca me han ensenado eso.”
No nos referimos a una guerra. Nos referimos a un partido de fútbol entre el club de una
ciudad italiana y el de una ciudad inglesa, un partido que tuvo lugar en Bélgica. Los aficionados
de la Juventus se pelearon contra los del Liverpool. El resultado fueron 39 muertos y 600
heridos. El estadio de fútbol se convirtió en un auténtico campo de batalla. Los espectadores
se comportaron como soldados y el partido se transformó en su propia guerra. El partido ya no
imitaba una batalla, sino que era una batalla en la que la violencia del juego se convirtió en
violencia de verdad. A veces, al organizar espectáculos violentos jugamos con fuego.
Siempre tenemos algo de miedo
Al volver de una fiesta por la noche, Noemí aparca el coche en el sótano
tercero del aparcamiento. Antes de apagar los faros, comprueba que lleva el bolso
cerrado y mira a su alrededor. Siempre tiene algo de miedo cuando llega tarde.
Es el primer partido de fútbol importante al que va Pablo. La muchedumbre
le impresiona, hay gente que está gritando cerca de él. Pablo aprieta la mano de
su padre, está un poco inquieto.
Se ha anulado la excursión con clase: esta tarde hay una gran manifestación
contra el gobierno y la maestra ha preferido elegir otro día para salir.
Noemí, Pablo y la maestra están inquietos. Sin embargo, no ocurre nada. Es más, la
mayoría de las veces no ocurre nada: hace años que Noemí vuelve a casa sin problemas, el
padre de Pablo ha ido a decenas de partidos de fútbol sin ningún contratiempo, la mayoría de
las manifestaciones se desarrollan con tranquilidad. Pero todos vivimos momentos de
inquietud o de miedo: en medio de la muchedumbre, al
caminar solos en la oscuridad, al cruzamos con alguien que
nos parece raro. Tenemos miedo de que, súbitamente, surja la
violencia. Los animales que viven en libertad no se ponen de
repente a destruir los árboles, a atacar y a matar con violencia.
Los que conocen bien a los animales saben cuándo atacan y
cuándo no, hasta dónde se pueden acercar a ellos sin peligro,
de qué manera, en qué época del año, etc.: pueden prever sus
reacciones agresivas. Sin embargo, es imposible hacer este
tipo de previsiones con los humanos: la violencia espontánea
es un comportamiento humano. Esa es la razón por la que
tenemos cierto miedo a la violencia, siempre encendida como una pequeña lámpara.
¡Ha empezado él!
La maestra de infantil entrega una hoja a cada niño. En todas ha dibujado
un círculo con un compás. “Repasad el círculo con las pinturas, sin saliros.
Empezad con el azul marino, luego con el turquesa y acabáis con el azul celeste”,
les explica la maestra.
Irene coge su pintura azul marino y mira el círculo.
“¿Dónde está el principio?”, pregunta la niña.
¡No hay principio! Ni Irene ni la maestra podrán encontrarlo. En un círculo es imposible
saber dónde está el principio y el final.
Dos alumnos se están pegando. Hay puñetazos y
patadas por todas partes. Llega el maestro.
Ya sabemos qué va a ocurrir: “¡Ha empezado él!”, y
luego: “¡Mentira, ha sido él!”. Nos imaginamos el diálogo: —
Sí, pero es porque él me ha insultado. –Me ha llamado gordo.
–Porque me ha quitado mis chucherías. –Pero, ¿desde
cuándo las chucherías son suyas? Yo también tenía. –
Mentira. –Con él no se puede hablar. Siempre me pega. –Pero
si ha sido él quien me ha empujado contra la pared. –Pues que no me hubiese mirado así. –
Claro, me ha insultado..., etc.
Y le damos vueltas y vueltas y podríamos seguir así durante días años, siglos. Nunca
encontraremos el principio ni el fin: estamos atrapados en un círculo, el círculo de la violencia.
El profesor, igual que Irene, no encontrará el principio. De nada sirve decir: “Empecemos por el
principio.” Las discusiones siempre giran en círculos... y la violencia continúa.
Una mirada rara
En los torrentes, suele haber torbellinos de agua. El agua gira sobre sí misma, muy
rápidamente, y es muy peligroso. De lejos, parece que es una corriente pequeña, fácil de
cruzar. Pero si nos metemos, no podemos volver a salir: nos vemos aspirados hacia el fondo, y
nos hundimos, ni siquiera el mejor de los nadadores puede salvarse. La única forma para no
hundirse es mantenerse lejos del torbellino.
Una mirada rara que provocó una sonrisa burlona, una mirado burlona que
engendra un insulto, un insulto que da lugar a un empujón, un empujón que
provoca una bofetada, una bofetada que origina un puñetazo, un puñetazo que
conlleva dos cabezazos, dos cabezazos que hacen que salpa una navaja de la
cazadora...
En el círculo de la violencia, estamos como dentro de un torbellino: aspirados,
arrastrados, incapaces de salir. La única forma para no ser arrastrados es no entrar en el
torbellino. Por eso, tan pronto como detectamos el más mínimo indicio de violencia, hay que
negarse a entrar en ella.
Una alerta anti-violencia
“Hemos logrado apagar el fuego antes de que fuera demasiado tarde.
Alguien nos ha avisado inmediatamente: ha sido un reflejo que ha salvado muchas
vidas.”
Los bomberos saben que cuanto antes se dé la alerta, más posibilidades tienen de
apagar el fuego antes de que este lo destroce todo.
Si nuestra alerta anti-violencia se dispara con la más mínima chispa de violencia,
estamos siempre en guardia: preparados para apagarla antes de que se propague.
Hay que ser sensible a todas las pequeñas chispas de violencia, para, deprisa, muy
deprisa, impedir que nazca la violencia.
Hay que ser sensible al más mínimo indicio de violencia, igual que somos sensibles a la
mínima sonrisa cuando estamos enamorados, al mínimo ruido cuando aguzamos el oído, al
mínimo soplo de aire cuando hace mucho calor. Hay que ser sensible a los pequeños instantes
de la vida en los que la violencia se cuela suavemente para poder deprisa, muy deprisa,
negarse a que nos arrastre consigo. De lo contrario, una vez que ha llegado la violencia, ya es
demasiado tarde.
¿Cubo de agua o manguera?
La dueña del piso no está contenta.
—Pero, ¿estáis locos? Mi casa parece una piscina —grita la señora—. ¿A
quién se le ocurre utilizar mangueras para apagar un principio de fuego? Con un
cubo de agua habría bastado, incluso con un trapo húmedo.
—Puede que sí —responde el bombero, que tiene ganas de echarle a la
señora el trapo húmedo en la cabeza para que se calle—. Pero no quería
arriesgarme.
Puede que hubiese bastado con un cubo de agua, pero al utilizar las
mangueras desaparece el “puede”, así no se propagaría el fuego:
ningún riesgo.
Ocurre lo mismo cuando ha empezado a girar el
círculo de la violencia: hay que utilizar medidas
drásticas para acabar con él, incluso aunque
estas medidas parezcan exageradas. Cuando
surge la violencia, no hay que dejarle ninguna
posibilidad de que crezca: ningún riesgo.
Si volvéis a pelearos en las tribunas, os pondrán una multa.
Medidas suaves, grandes riesgos.
Si volvéis a pelearos en las tribunas, no podréis entrar en ningún estadio de fútbol del
mundo durante diez años.
Medidas drásticas, menos riesgos.
A menudo, mostrarse débil con la violencia provoca una violencia mayor: la debilidad es
como un soplo de aire sobre la violencia y hace que se agrande, como cuando soplamos sobre
el fuego para que prenda. Mostrarse fuerte ante la violencia no implica ser violento. Mostrarse
fuerte prueba que somos capaces de domar la violencia, de romper el círculo: dejamos claro
que estamos decididos a acabar con la violencia.
Siempre hay razones…
Ha estado castigada tres horas.
Viven seis personas en un apartamento minúsculo.
Ha dormido mal esta noche.
Le han robado su Ferrari.
Ha sacado malas notas.
Se ha pasado el día metido en los atascos.
El profesor lo ha puesto en ridículo delante de toda la clase.
Le han robado.
Nunca ha estado de vacaciones.
…
Todas estas cosas pueden producir reacciones violentas, es fácil de entender. Siempre
hay razones para crear violencia, y siempre las habrá. Es fácil escribir una lista de razones
muchísimo más larga: la injusticia, la envidia, la maldad, la desgracia, la pobreza, la violencia de
los demás... Todos los días tenemos razones para ponernos furiosos, para sentir rabia.
Ayer el padre de Carlos volvió a casa muy furioso. Su jefe lo había
despedido. Pasó por el bar y se bebió varios vasos de vino. Carlos le pidió que le
firmase las notas. Cuando su padre vio que había suspendido Matemáticas, le dio
una bofetada. Carlos se fue a su cuarto a llorar, porque su padre nunca le había
pegado antes.
Razones de la bofetada: el padre ha perdido su trabajo, los vasos de vino y el suspenso
de Matemáticas.
Al día siguiente, por enésima vez, Igor empieza a meterse con Carlos por la
chica que le gusta: “Y qué, ¿todavía no le has dicho nada?”. Normalmente, Carlos
se suele reír con esas cosas, así que, claro, Igor no se esperaba el puñetazo que le
da Carlos en medio de la nariz. Resultado: nariz rota.
Razones del puñetazo: la rabia que la bofetada de su padre le ha provocado a Carlos.
La violencia siempre tiene sus razones, siempre podemos encontrar causas a la violencia
... nunca son buenas
Está lloviendo y está todo mojado, así que la causa de que esté todo mojado
es la lluvia La relación está clara. Iñaki se da un golpe tremendo contra una puerta
y je rompe la nariz.
El golpe contra la puerta es la causa de la nariz rota, la relación entre una
cosa y otra está clara.
Pero cuando decimos “despido + demasiado vino + suspenso en mates”
igual a razón de la bofetada, nos damos cuenta de que hay un problema: está
claro que no hay ninguna relación entre una cosa y la otra.
Sin embargo, si dijésemos que “despido” es la causa de “sin dinero” o que “demasiado
vino” es la causa de “dificultad para andar derecho”, entonces veríamos la relación entre una
cosa y otra.
Cuando decimos que Carlos le ha roto la nariz a su amigo porque su padre le
ha dado una bofetada, volvemos a tener un gran problema. Nos damos cuenta de
que no hay ninguna relación, ninguna lógica, ningún sentido entre una cosa y otra.
En cambio, si dijésemos que la “bofetada del padre” es la causa de que Carlos tenga
“dolor en la cara”, entonces sí que veríamos la relación. Las razones de la violencia nunca son
buenas, nunca son lógicas, nunca hay una auténtica razón para la violencia. Parece que las hay,
pero las razones que damos son excusas, pretextos, que sirven para hacemos creer que la
violencia tiene derecho a existir. Pensar que la violencia tiene razones significa pensar que la
violencia tiene derecho a existir, significa creer que la violencia es un lenguaje, una forma para
comunicarse.
No hablamos el mismo idioma
“¡Te prohíbo ser violento! Ven aquí, que
voy a hacer que se te pasen las ganas de
pelearte.”
Y le da una bofetada.
Su bofetada significa que entiende la violencia,
que él también la utiliza, es decir, que la acepta.
Responder a la violencia con violencia significa que
nos parecemos al que nos agrede, que aceptamos su
violencia puesto que nosotros también la utilizamos.
—Bitte, können Sie mir helfen?
—¿Pero qué dice? ¡No entiendo nada!
La conversación se para, porque no se entienden, no hablan el mismo idioma. Si
respondemos a la violencia con la no-violencia, le estamos diciendo al que es violento que no
hablamos el mismo idioma que él. Le estamos diciendo que no entendemos su idioma, que no
entendemos el idioma de la violencia, que no sirve de nada hablarnos así.
No hay recetas milagrosas
“Pero, ¿qué hago si me pegan en el recreo?”
Además, el agresor puede seguir pegándonos, puede perseguirnos, volver a pegarnos
otro día... La no-violencia no es una receta milagrosa, y todo depende de lo que estamos
buscando. Si queremos recibir los menos golpes posibles, no responder es una buena táctica.
Por lo general, funciona bien: cuando alguien está buscando pelea, si no la encuentra, deja de
buscarla. La violencia necesita violencia para seguir existiendo. Pero si no funciona, a veces hay
que mostrar una fuerza muy superior para romper el círculo de violencia. Esta fuerza tiene que
ser realmente superior para que solo haya que hacer uso de ella una sola vez y así el agresor
no volverá. La violencia retrocede ante una fuerza muy superior a ella.
Algunas personas siguen recibiendo golpes y se convierten en lo que se llama cabeza de
turco. En ese caso la violencia está siempre alimentada: el cabeza de turco también acaba
siendo responsable de la violencia porque no rompe el círculo. Necesita de una fuerza mayor:
la de la maestra, la del maestro, la de la directora o el director, la de los padres, la de la policía,
la de un juez.
Violencia fría, violencia caliente
Los padres de Marta están divorciados,
pero además no se hablan. Marta ya no se
acuerda del motivo, y cree que es problema de
ellos y que ella no tiene nada que ver. Pero lo no
soporta es que su padre se pase el día criticando
a su madre y que su madre hable mal de su
padre. “Es horrible, cuando estoy con mi padre
no puedo decir que mi madre es buena; y cuando
estoy con mi madre, no puedo decir que quiero a
mi padre. Son muy raros, de verdad”, le dice
Marta a su mejor amiga.
Marta no es una niña maltratada, no padece ninguna violencia física. Padece otra
violencia, una violencia moral. Marta tiene una herida interior porque sus padres han olvidado
respetar sus sentimientos. Esa falta de respeto es violenta. Sus padres siembran en ella una
rabia que acabará saliendo de mil formas posibles. La violencia moral destruye el interior de
las personas porque es una violencia fría. Llena a la gente de fuerzas negativas, fuerzas que
atacan el interior, que hacen que veamos la vida como algo negro, que nos impiden sentirnos
bien, nos ponen tristes y nos sentimos desgraciados sin saber muy bien por qué. Estas fuerzas
también se parecen a bombas de efectos retardados, que se suman unas a otras y que suelen
acabar explotando en violencia física, violencia caliente. Cuando surgen explosiones de
violencia física, como acciones terroristas, manifestaciones violentas, matanzas, nos
preguntamos de dónde han salido. Estas explosiones a menudo proceden de una violencia que
no hemos visto, una violencia fría, como la injusticia, la pobreza, la humillación, el racismo, la
imposibilidad de recibir atención médica, de tener suficiente para comer...
La no-violencia comodona
Hoy hay una manifestación contra el racismo, contra el maltrato de mujeres
y contra el trabajo infantil. Silvia pasa a buscar a Mónica, pero esta decide no ir:
“Es que en esas manifestaciones hay pelea y yo estoy contra la violencia, yo soy
no-violenta”. Mónica se pone sus gafas de nadar y piensa que ha hecho bien
construyendo otra piscina dentro de la casa, poder nadar en tu propia casa en
invierno está muy bien.
Ser no-violento es muy sencillo cuando no se es víctima del racismo, cuando no se es
una mujer maltratada, cuando tus hijos no deben trabajar en una fábrica con solo 8 años...
Es fácil ser no-violento cuando no se tiene ningún motivo para ser violento. Mónica
tiene derecho a no manifestarse, eso no significa que esté a favor de las injusticias. Pero
tampoco puede decir que es no-violenta.
Sabrá si de verdad es no-violenta cuando sufra violencia personalmente. Por el
momento, Mónica es no-agredida, no no-violenta. Alguien no-violento es alguien agredido por
la injusticia, la violencia, y que decide no utilizar el arma de la violencia para luchar contra ello.
Es alguien que decide renunciar a la violencia, aunque siga siendo víctima de la injusticia,
incluso con riesgo de su propia vida. Ser no-violento no significa pasearse por el campo
procurando no pisar las flores, ni criticar las imágenes de violencia en la televisión, sentado
tranquilamente en el sofá.
Las palmeras de chocolate rancias
Todos los días, al salir del cole, Beatriz se compra una palmera de chocolate,
y todos días le ocurre lo mismo: la señora de la panadería le vende las palmeras de
la semana anterior, así que están rancias. Lo que peor le sienta a Beatriz es que ve
cómo la señora le vende las palmeras frescas a los adultos. Ya se lo ha dicho a la
panadera, pero la única respuesta que le ha dado es que si no está contenta, se
puede ir a comprar las palmeras a otro sitio. “Voy a lanzarle bombas fétidas, así
los clientes saldrán asustados y perderá dinero, y si sigue haciendo lo mismo, me
llevaré a mis amigos y le romperemos el escaparate”, piensa Beatriz.
Beatriz tiene una idea para resolver el conflicto: utilizar la violencia para que la panadera
cambie de actitud. Es un combate sencillo, rápido, fácil de llevar a cabo.
Beatriz le cuenta su plan a Roberto.
A él también le tima la panadera. Roberto se lo cuenta a Javi. Javi a Anita y
a María, que se lo cuentan a Virginia y a Juan Carlos. Este último se lo dice a Alicia,
Alba, Toño y Claudia. A todos les pasa lo mismo, todos piensan que la panadera
los trata como si no valiesen nada.
—Vamos a boicotear la panadería —propone Roberto.
—¿Qué es eso de boicotear?
—Pues que ya no vamos a comprar allí.
—Pero solo somos once, así que le da igual.
—No le dará igual si todos nuestros amigos hacen lo mismo. Les diremos
que no compren más palmeras en esa tienda. Ya verás, será un problema, tendrá
que cambiar.
Roberto no quiere utilizar la violencia, tiene otra idea: utilizar la fuerza moral, elegir la
no-violencia para que la panadera cambie de actitud.
Es una lucha complicada, larga, difícil. Tendrán que esforzarse y les causará más
molestias porque tendrán que organizarse, no comer palmeras de chocolate o andar diez
minutos para ir a otra panadería, perder tiempo para convencer a los demás.
La no-violencia requiere mucha imaginación, inteligencia, paciencia y perseverancia.
La escalada
Todo el colegio está de acuerdo: nadie compra palmeras de chocolate.
Pero no funciona. Siguiente plan: dejar de comprar bollitos, pasteles y
chucherías. Pero nada cambia. Todos los niños les piden a sus padres que dejen de
comprar allí el pan.
Si la panadera sigue en sus trece, hablarán con todos los habitantes del
barrio para convencerles de que tienen que cambiar de panadería, pegarán
carteles si es necesario.
La escalada de la no-violencia ha empezado. La cumbre es el objetivo que queremos
alcanzar. En este caso, es que la pastelera atienda bien a los niños. Para conseguirlo, hay que
escalar y ser capaz de esforzarse cada vez más. Al pasar por niveles cada vez más difíciles, le
decimos a nuestro adversario que no estamos de broma, porque nadie se esfuerza tanto solo
por capricho.
La táctica de la no-violencia nunca es fácil. Hay que creer en ella firmemente, pero
demuestra que realmente queremos alcanzar la cima, el objetivo, que nuestra lucha es justa y
que merece la pena. La no-violencia puede asustar: ver a miles de personas manifestándose en
silencio, en una calma total, resulta muy impresionante. Podemos sentir su voluntad, su
fuerza, mediante la fuerza que demuestran al ser capaces de controlarse. Su fuerza es mucho
mayor que la de los que se limitan a romperlo todo.
Un programa muy cargado
¿Quién ha tenido un solo día sin ningún problema, ningún desacuerdo con alguien?
En un mismo día pueden ocurrir muchas cosas: el compañero de pupitre
coge todo el sitio y no nos deja escribir; pensamos que el profe es injusto; nuestro
hermano mayor no nos ayuda a secar los platos, una amiga se mete con nosotros
a nuestras espaldas; los padres no nos dejan ir al cine; un señor se cuela en la fila,
y si por fin los padres nos dejan ir al cine, el vendedor de palomitas sólo nos llena
la bolsa hasta la mitad; y, por último, por poco nos pilla un coche.
¿Un programa muy cargado? ¡Bueno, no es para tanto! Ese día no tiene nada de
extraordinario. Como no vivimos solos, sino en familia, en grupo, en sociedad, nuestra vida
diaria está llena de problemillas, de posibles conflictos, pequeños, medianos y grandes. Frente
a estos conflictos podemos reaccionar con violencia o no. Es cuando surgen estos conflictos
cuando nos preguntamos acerca de la violencia y de la no-violencia, no cuando todo va bien.
Limitar los daños, limitar el sufrimiento
Lo que está claro es que la violencia nunca es una solución a los conflictos. Lo único que
se consigue es crear círculos de violencia que nos arrastran, círculos muy difíciles de romper.
Incluso si parece que el conflicto se para, solo está dormido, algún día resurgirá.
La no-violencia no siempre es la solución, puede hacer que los conflictos se alarguen
mucho, también provoca daños, daños para el no-violento, para los que están de su parte, a
veces incluso para todo su pueblo. La no-violencia no siempre funciona. En realidad, cuando se
instala el conflicto, no hay buenas soluciones. Solo hay soluciones menos malas que las otras.
Son esas las que hay que intentar encontrar, las que limitarán los daños, las que causarán el
menor sufrimiento posible.
Marcos, desactivador e conflictos
—¿Hay pan?
—No, no queda.
—¿Qué? ¡Se te ha olvidado comprar el pan!
—Sí, es que tenía prisa.
—Pues haberte organizado mejor.
—¡No te metas donde no te llaman!
—¡Me meto donde me da la gana!
Ya está liada, ¡Pum! ¡Pam! Pelea de palabras, pelea de gestos.
Volvamos a empezar:
—¿Hay pan?
—No, no queda.
—¿Qué? ¡Se te ha olvidado comprar el pan!
Marcos percibe el tono agresivo de Lidia.
“¡Uy, uy, uy!, hay que desminar el terreno”, piensa.
—Sí, lo siento, bajo a comprarlo ahora mismo.
Marcos no se deja llevar, rechaza el conflicto. Lo
logra, primero porque lo nota llegar y luego porque
tiene la fuerza para no ponerse nervioso. Prefiere ir
corriendo a comprar pan, aunque podría haber hecho
otras cosas: bromear con Lidia, convencerla para que le
cuente qué es lo que le molesta realmente, cerrarle la
boca con un beso, cambiar de conversación... Muchas
cosas.
Marcos no es ni un violento ni un no-violento. Es
anticonflicto. Para él, lo importante es que no surja.
Seguro que Lidia le dice que es un cielo y que puede
comer sin pan...
Ayudo contra el conflicto
No construir casas cerca de ríos que pueden desbordarse es mejor que
intentar salvar a sus habitantes y reparar los daños de la inundación. No tirar una
cerilla en un pajar siempre será mejor que intentar apagar un incendio. No fumar
siempre será más inteligente que gastarse millones en buscar el mejor tratamiento
contra el cáncer...
Estamos de acuerdo: hacer todo lo posible para evitar los problemas es más inteligente
que buscar las soluciones para reparar los daños.
Cuando aparece el conflicto, sabemos que habrá daños. Entonces lo que de verdad
debemos plantearnos es cómo impedir que surja el conflicto cuando lo vemos venir, cómo
resolverlo cuando antes de que crezca y de que envenene la vida de todo el mundo.
“¿Oiga, Ayuda contra la Violencia? Deprisa, se están peleando dos bandas
rivales, es horrible, hay sangre, ¡ya no sabemos qué hacer!”
O bien, un mes antes:
“¿Oiga, Ayuda contra el Conflicto? Se han formado dos bandas, están
buscando pelea, está claro. Ha empezado a haber tensión y puede haber un
problema grave si no hacemos nada para impedirlo.”
Está claro cuál es la llamada más útil, qué llamada nos va a permitir encontrar una
auténtica solución.
Atentos, inteligentes, valientes...
Evitar los conflictos no significa que en el mundo solo deba haber gente blanda,
cobarde, que se esconde o huye en cuanto hay un desacuerdo.
Al contrario.
Significa un mundo en el que la gente esté preocupada por lo que ocurre a su alrededor,
gente atenta para detectar los lugares o los conflictos que están empezando a surgir. Gente
capaz de utilizar su inteligencia, su voluntad, su coraje y su perseverancia para resolver los
problemas antes de que se transformen en conflictos.
Brigitte Labbé, Michel Puech La violencia y la no-violencia
Madrid: SM, 2004 adaptado