Descompresión (Ebriga Black)

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  • 8/17/2019 Descompresión (Ebriga Black)

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    Descompresión(Ebrig a Black)

    La escena podía volverse sobre sí misma cuantas veces se viera forzada a

    hacerlo. Permitía repetir el mismo proceso de inverso o reverso, sin cuajar en lafisonomía total de los hechos, ahondar entre parecidas gesticulaciones

    resultantes, sin aguardar la invitación para reciprocidades.

    Lucrecia descansaba sobre la

    hierba húmeda. Se había quitado las

    medias escolares y las había ubicado

    dentro de los calurosos zapatos

    varoniles que por regla, le obligaban a

    vestir en el colegio secundario al cual

    asistía. Varias horas de sometimiento

    involuntario a la enseñanza la habían

    extenuado: Educación Cívica, Religión

    y otras materias curriculares, poco

    aptas para una vida futura exitosa,

    habían consumido vorazmente el

    descanso anodino del último breve fin

    de semana.

     A la salida, decidió detenerse en el

    parque cercano a la escuela. Ella

    sentía que el libre contacto con lanaturaleza más prosaica cooperaría

    con su afán de desligarse, un instante, de aquella realidad obligatoria a la cual

    debía concurrir periódicamente.

     Amaba el pasto húmedo; la sensación electrificante que se le encarnaba al

    confrontar distintas temperaturas, la de su piel y la de la hierba. La segunda

    parte del día, en esa zona, la sensación térmica descendía algunos grados, lo

    que pacificaba aún más su estadía entre aquel vergel.

    Bajo la rienda suelta para la imaginación, recordaba a su amiga Cinthia.

    Siempre la había admirado, la voluntad acérrima de una chica de su mismaedad, muy diferente al resto del rebaño. Tan segura en sus ideales, como en

    las decisiones arriesgadas que emprendía.

    Veneraba, además, su sinceridad. Cuando a Cinthia algo le disgustaba lo

    escupía, sin adornos moralizados; esto, hacía que pocas veces oyera alguna

    queja de su interlocutor, pues ella misma era la encargada de limpiarse los

    caminos, para transitarlos emancipada de los pareceres sociales. Apasionada,

    portadora vigorosa de firmes ideales personales, que, comúnmente,

    concretaba.

     Algunos meses habían transcurrido desde el último encuentro. Las

    vacaciones le sonaban distantes en el tiempo, o, tal vez, el agotamiento que

    sentía, extendía aquella época de reposo autodirigido, hasta perderla entre los

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    embates de los cronometrados horarios estudiantiles actuales. Debería

    llamarla, pensó.

    Mientras Lucrecia realizaba aquella travesía mental, el sol comenzaba a

    ceder su lugar a la conciencia conocida del atardecer.

    Cuando se disponía a calzarse de nuevo, en posición horizontal, observó

    unos pantalones de sarga gris que se estacionaron cercanos a ella. No

    alcanzaba a develar la cara de quien portaba tal vestimenta.

    Iba a incorporarse, cuando la extraña compañía se agachó a su lado.

    Lucrecia decidió, entonces, permanecer tendida en el suelo.

    Una mano tibia le acarició la cara, mientras ayudaba la cercanía a

    incorporarla hasta dejarla sentada. Lucrecia permitió el arrumaco, cuando los

    dedos desataron la trenza que llevaba y se adherían a la independencia del

    cabello sobre sus hombros. No dijo nada cuando los mismos se posaron sobre

    la nuca y friccionaron en sentido ascendente la piel, mientras al unísono, unos

    labios frescos se posaban sobre su boca, relamiéndola en todos los sentidoshorarios que ambas lenguas abarcaban.

     Así permaneció extasiada, permitiendo la intrusión que desabotonaba su

    camisa escolar y la escondía detrás suyo, para dejarla vestida nada más que

    con el sostén claro que llevaba puesto.

    Continuaba concediendo, cuando a la vez, aquellas mismas manos la

    desprendían de su falda a cuadrillé colegial, para repetir el mismo

    procedimiento con la pieza interior inferior.

    La expectación no cedía en el pensamiento de Lucrecia, menos aún cuando

    los brazos que la habían estado manipulando la recostaron nuevamente sobreel pasto.

    Sintió el rocío sobre las hierbas en la espalda. La primera reacción en su

    cuerpo fue la erección consabida ante las divergentes temperaturas

    enfrentadas.

    Otra vez, la tensión corporal fue el efecto más contundente ante la corriente

    que la recorría. Quizás no se diese por enterada de que los mismos labios que

    la besaban hacía pocos instantes, ahora indagaban sus pezones, produciendo

    la contracción que endurecía, y tornaba a su piel crispada; o, acaso,

    descendieran, cortejando a algunos dedos, que le dibujaban el contorno del

    ombligo hasta delimitar, firmemente, la franja anterior al pubis.

    Pero, en tal trance, le resultaba difícil diferenciar cuál de todas las

    sensaciones le era mejor conocida.

    Le gustaba sentir sus labios apisonados bajo otra boca. ¿Sería un beso el

    culpable de llevarla hasta el mayor éxtasis? ¿Tan sólo un beso? Tal vez no le

    importara, aunque distinguía una probabilidad bastante coincidente a una

    afirmación.

    El anterior era un deleite personal, que no le restaba alcance efectivo al

    hecho de sentir sobre sí otro cuerpo. Podía palpar cada centímetro de piel

    impropia, erosionarla del mismo modo, para que ambas alcanzaran similartemperatura. A su vez, acomodarse en la posición más acertada para inducir la

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    misma intensidad que ella padecía, mientras jugueteaba, con las yemas, por

    entre la complejidad absoluta del ser sin rostro que ahora la estremecía. Lo

    hizo.

    Los senos se endurecían por la exaltación del bombeo sanguíneo. Una

    piedra coronaba cada cima, aunque con el sabor exquisitamente dulce de los

    duraznos en almíbar. La piel del vientre se tensaba, por cada recorrida

    sobrecutánea, y llegaba hasta extremar el roce con el dolor, cuando los dedos

    descendían hasta la vagina.

    La acuosidad viscosa no tardó en fluir. Los labios inferiores inflamados

    parecían esperar aquel calmante impetuoso que los descomprimiera. Y la

    lengua, presta, suministró el esperado remedio.

    Bebía a sorbos dúctiles cada cristalino arrebato. Endurecía a su paso el

    diamante femenino. Del obstinado aplacamiento, el clítoris sucumbía y se

    convertía en mineral compactado por decantación de la solidificación ejercida.

    Dos quejidos frenéticos se sumaban a los consecutivos gemidos y seperdían en lo profundo de la noche.

    Transcurrida media hora de recompostura corporal, Lucrecia se vistió y

    entrelazó sus dedos a la mano que se extendía para levantarla.

    Caminó hasta la luz que emanaba un farol mortecino en medio de la plaza.

    Se detuvo. A un costado admiró nítidamente a su acompañante. Le besó

    furtivamente ambas mejillas y concluyó con un roce dócil sobre el mentón

    enfrentado.

     Adoraba observar fijamente la cara de Cinthia después de haber hecho el

    amor.

    © Amor.alidad, Segunda entrega; Ebriga Black; Argentina; 2008; pág. 6,7.