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Diplomático o Gigoló

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Encuentro con personajes seductores, que se entremezclan como diplomaticos gigolos

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¿Diplomático o gigoló?A don Macedonio Uribe, buen abogado,

mejor amigo, "Señor de Texcoco" y señorsiempre.

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Al finalizar el capítulo anterior escribí que cuando terminó elJurado de Alfonso Francisco Nagore, se me acercó el abogado LuisCastro López, uno de mis contrarios, y, después de felicitarme porhaber logrado la absolución de mi cliente, me invitó a que fuéramosa un bar a tomar una copa, y fuimos.

Supongo que esto revivirá aquella cuestión que suscitaba insisten~temente la curiosidad. de todas las gentes aficionadas a asistir a losjuicios por Jurado. Muchas, muchísimas veces fui preguntado: "Peroseñor licenciado, ¿es verdad que ustedes, los abogados, después deque se dicen tantas y tantas cosas en los Jurados, se van luego muyamistosamente a tomar la copa juntos, sin guardarse rencor?"

Pues sí, así era. En el caso aquel, Castro López no se había te~nido de la lengua para llamarme "Tartarín de Tarascón", "globoinflado", "ignorante del Derecho" y ottas lindezas de ese jaez. Y sinembargo, parecía que solamente me había regalado-d- oído con di~tirambos y frases corteses. Y es que, en efecto, aquellos episodios dia~léeticos sólo eran producto de las reacciones del momento y del de..seo de hacer triunfar una causa, y hubiera sido cuento de no poderandar por las calles, o por lo menos por los ámbitos del edificio delos T ribunalés, si entre los abog2dos que se enfrentaban unos a otrosen algún juicio se incubaran odios "africanos" y homicidas.

Sin embargo, yo tuve la mala fortuna de encender en el ánimodel gran defensor don Querido Moheno un sentimiento de despreciohacia mi insignificancia, que creció y creció hasta convertirse enuna no disimulada antipatía y animadversión, y que más tarde setradujo en manifestaciones inexplicables dentro de la actividad pro..fesional de dos abogados caballeros.

Esto hizo que en las dos solas ocasiones en que nos enfrentamosante el Jurado Popular el ahogado chiapaneco y yo, la pelea fueseruda e implacable.

Don Querido Moheno había vuelto del destierro político allá porlos años veintidós o veintitrés, según tengo entendido, y como entre

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todos sus pecados políticos no se le cargaba el de haber sido un fun-cionario simoniaco, al volver al país tuvo que ganarse la vida. Así,abrió una oficina de abogado.

Nada voy a descubrir repitiendo que don Querido tenía un muybien sentado crédito de orador de combate, de muy fácil palabra,irónico, o mejor, sarcástico, sin piedad para su antagonista. Agregadoa todo eso un claro talento, una mejor memoria y en ella un archivoinagotable de cuentecillos, anécdotas e historietas rancheras o popu-lares, que contaba con gracia pero aplicada con dañada intención enel curso de una polémica.

Desde su primera aparición ante el Tribunal Popular, defendien-do a una mujer homicida, una señora Magdalena Jurado, don Que-,rido Moheno se movió en el juicio con aplomo y audacia, y la abso-lución que logró para la señora Jurado inició clamorosamente su cré-dito de defensor. Pero si bien don Querido estaba muy seguro desus facultades de polemista y de orador analítico, y francamente so-fista, no se engañaba respecto a sus capacidades meramente de ju-rista, y como en el transcurso de un Jurado se presentaban numero-sas ocasiones en que el orador no contaba y la actuación del abogadose hacía necesaria, el señor Moheno no se presentó en ocasión algu-na ante el Jurado Popular sin hacerse acompañar en la defensa por.un sólido jurista.

Ensúprimeraaparición yen la segunda de ellas, se hizo acom-'pañal' nada menos que por aquel gran abogado penalista que se lla-mó don Demetrio Sodi, cuya fama perdura hasta el presente. (Jranpsicólogo, el señor Mohenb supo escoger a su padrino en eStos dosprimeros casos de 'su ciclo de defensor, pues era don Demetrio Sodi, ,mi señor hermano mayor, un caballero de gran modestia, de corte-sana, urbanidad, de generoso concepto del compañerismo profesional,que, abdicando graciosamente en favor del señor Moheno y de)osprestigios de su personalidad, voluntariamente se colocó enundis-'.creto y hasta oscuro segundo término, no reclamando participación,'alguna en el triunfo, que por lo demás ,don Querido se reservóínte- ,'.gramente para su beneficio y crédito. " • , . ' , '. Innegable era que don Querido tenía grandes dotes de observador

y de psicólogo, y sabía hacer rápido enjuiciamiento de .la personali-dad de sus oponentes; desarrollaba, sobre ellos una técnica admira-ble para cbnducirlos por los caminos que a él le convenía que si-guieran; así era como al iniciai'se las audiencias de un juicio procu-raba seducir la voluntad del fiscal que tenía enfrente.' En los prime-ros incidentes, las escaramuzas de reconocimiento, "los rounds detanteo", don Querido estaba siempre dispuesto a reconocer gran va-limiento en su contrario: se dirigía a él zalamera y obsequiosamente,se fingía convencido y derrotado por las razones de su opositor, elfiscal; ciertamente, como un buen perdedor. Esta actitud servía para

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que los señores fiscales, que iban a sostener una acusación contra elafamado polemista, le perdieran el miedo y creyeran que no era tanfiero ese león como se decía. Y a un hombre tan cortés como se pre~sentaba el abogado chiapaneco, no se le podía oponer fino igual cor~tesanía.

Primero la absolución de Magdalena Jurado; algunos meses mástarde la de Alicia Olvera, también matadora del hombre con quiencompartía su vida; posteriormente la apoteós;ca de la niña Mariadel Pilar Moreno, "la virgen vengadora de su padre", la Juana deArco nacional, habían rodeado la cabeza prominente del señor Mo~heno de una triple aureola: la de defensor invencible, la de paladínde las mujeres homicidas e incomprendidas y la de tribuno excelso.

Ya había tenido don Querido, sin embargo, una experiencia amar~ga en el Jurado de Alicia Olvera. Los familiares del hombre asesi~nado se habían constituido en acusadores privados y habían nom,brado como representante legal a un joven abogado sin antecedentesen el mundillo de los tribunales penales. Este joven, ahora gran abo~gado penalista, no había sentido ni miedo ni respeto para don Que,riclo Moheno, y no una, sino muchas veces en el curso de aquel jui~cio, había puesto en ridículo al invencible. La actuación de este a~gado primerizo rebajó un poco, un bastante, el crédito de inexpugna~bilidad -del defensor Moheno, e hizo que se desprendieran algunaspiezas de la corona de su fama, con las que aquel joven comenzó afabricar -y la fabricó rápidamente-- la suya propia. Aquel abogadoera y es don Víctor Velázquez.

Pero don Querido Moheno se había constituido, había resultadoser "un grano en la nariz" para la Procuraduría de Justicia del Di~trito Federal. . _

Porque dqn Querido, sobre todas las cosas, aparte de ser abogadomediano, defensor triunfante, polemista de peligro, era un político,un .político enemigo del gobierno, reducido a la inactividad en .esa .disciplina, por su condición de ex desterrado readmitido al país porla tolerancia gubernamental; pero con una vocación, valiente porotra parte y que no podía dominar, y cada una de sus apariciones enla barra del Jurado Popular se significaba porque, al amparo de lainviolabilidad de la defensa de un reo, dentro del campo ilimitadode los derechos de defensor, endilgaba severas críticas a los funcio~nar'os del régimen, venenosas, pintorescas, cuidadosas, para no in,currir en ultrajes -a la autoridad; pero punzantes, hirientes y quecausaban insufrible escozor en la epidermis de autoridades y políticosen el candelero.

Por esta razón, en la Procuraduría se había creado, obsesionante,un anhelo: era necesario derrotar a Moheno.

y ahora vamos con el caso judicial:El día 25 de marro del año de 1925, la mujer Nydia Camargo

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Rubín, de Monterrey y de veintinueve años de edad, casada, depositóuna bala de una pistola escuadra, calibre 25, en el vientre de suamante, Alberto Márquez Briones, en el departamento en que am,bos convivían en una casa situada en la esquina de las calles deAbraham González y Milán, de la Colonia ]uárez de esta capital.Márquez Briones, hombre de construcción atlética, no pudo digerirsin embargo el proyectil y falleció en una ambulancia cuando se lellevaba al hospital de la Cruz Roja.

La tragedia repercutió sonoramente en el público de la ciudad,y especialmente en las clases adineradas y en el mundillo diplomáti,ca, porque Alberto Márquez Briones era cónsul general de la Repú,blica de Chile, hombre de bastante cultura, de agradable apariencia,simpático y hasta un poco '~león" con las damas.

Era un hombre bien conocido en sociedad. La amante no lo era,porque Márquez Briones la hacía mantenerse en la oscuridad, ya quehubiera sido un pesado lastre para sus movimientos•

La homicida dio una curiosa explicación de su acto: la vida allado de Márquez Briones era insoportable ya, pues el amante la ha'bía hecho una máquina que, como objeto inanimado, no necesitaradescanso. Trabajaba como una esclava para ayudar al amante a queconservara la posición social que tenía, ya que como el cónsul no con,taba con ingresos económicos suficientes para sostener el brillo de suvida; tenía ella que trabajar desde que Dios echaba su luz al mundopara desempeñar las más encontradas y disímbolas tareas. Despuésde atender todos los quehaceres de ama de casa, guisar personal,mente para el amante, mantener la casa albeando, porque a donAlberto lo ponía histérico tropezarse con una partícula de polvo SÜ'

bre algún mueble, trabajaba como recepcionista de un consultoriomédico japonés, en donde se vendían misteriosas panaceas, que lapropia Nydia Camargo Rubín tenía que elaborar en un laboratorioinstalado también en la casa, pues médico y botica no eran sino unade las empresas de Márquez Briones; se 'ocupaba luego en fabricarperfumes que Márquez Briones sabía vender como exóticas impor,taciones de la India o del Oriente entre sus altas y adineradas amis,tades, y finalmente en ampliar vinos que el cónsul importaba deChile y colocaba luego en venta en el mercado. Así, se podía aecirque la vida de Nydia Camargo Rubín era una vida placentera y deg,cansada.

Ella, ingrata mujer, no lo comprendía así. Con la pareja vivíandos chiquillas de seis y ocho años, hijas de ella, habidas en su ma,trimonio, y Márquez Briones las tóleraba, simplemente las toleraba.

Nydia se cansó; amaba intensamente al hermoso cónsul; no habíapara ella otro hombre ni en el presente ni el futuro; pero no podíamás y resolvió matarse y matar a sus dos hijas. Con esta resoluciónlas llevó la mañana del día de la tragedia al Bosque de Chapultepec,

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buscando un sitio donde sacrificar a las dos nenas y matarse ella conla pistolita que llevaba en su bolso. Ningún rincón del bosque legustó y volvió con sus hijas a la casa. No vio a Márques Briones enel transcurso del día, hasta eso de las siete de la noche, en que él,por teléfono, concertaba una cita social. Némesis implacable, sin de~cir una palabra, fue hacia donde estaba Márquez Briones y descargósobre él los proyectiles de la pistolita. El propio Briones mareó enel teléfono el número de la Cruz Roja, pidiendo una ambulanciaque viniera a recogerlo, y falleció cuando iba hacia el hospital desangre.El caso fue turnado al Juzgado Cuarto de Instrucción, del queestaba encargado el licenciado Angel Escalante y al que yo estabaadscrito como representante del Ministerio Público. y a Nydia Ca~margo Rubín la defendió, desde que se inició la instrucción de suproceso, el señor abogado Querido Moheno, con cuya intervenciónla notoriedad del asunto se completaba, pues en aquellos días eratanta ya la fama del señor Moheno como defensor de cuitadas viu~das por su gusto, que hubiera resultado un caso incompleto de pri~mera plana, si el señor Moheno no fuera el piloto del barco en quese embarcaba cualquier dama de mal carácter y de pronta y ejecu~tiva mano para resolver sus dificultades hogareñas.

Por lo demás, al correr de los días me llegaron ciertas noticias.respecto a que la Camargo Rubín había escogido como su defensoral licenciado Moheno desde muchos días antes de matar a su aman~te; aunque estas noticias no las pude confirmar sino hasta el desarr~110 del Jurado.

Desde sus primeros movimientos, el defensor comenzó a desarr~llar una tesis en el sentido de que Márquez Briones era un sujetoabominable, que había nacido solamente para atormentar Y explotara pobres mujeres que se enamoraban de sus atributos de. hombrehermoso; incapaz de sentir él la presencia de ningÚn sentimientonoble en su ser, frío, calculador, egoísta, que literalmente trituraba

, como un minotauro a las mujeres que escogía para sus víctimas, enlo físico, en lo moral y en la ilusión.

Respecto a las causas de irresponsabilidad legal de la procesada,desde el inicio de su trabajo el señor Moheno apuntó que la mujer,al cometer el homicidio había actuado en el ejercicio legítimo de underecho.

En lo que sí se manifestó muy activo el abogado chiapaneco, fueen ir trayendo a las hojas del proceso escrito un acopio dé testim~nios sobre la vida de Alberto Márquez Briones y sus aventuras amo~rosas, que todas ellas iban resultando como empresas de tipo comer~cial, pues Márquez Briones usaba a sus amantes cerno elementos deproducción, para su beneficio. Entiéndase, sin embargo, que no lasusaba para especular con sus gracias y cualidades físicas y su belleza,

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sino inexorablemente para hacerlas trabajar en empresas producti,vas, para su beneficio propio, no como asociadas, sino como maqui,naria . industrial, se podría decir; pero de ninguna manera en elterreno de que fuese un amante complaciente, sino práctico.

En puridad de verdad, si de tal guisa era el cónsul de Chile,incapaz de tener piedad para las mujeres, no puede decirse tampocoque el señor licenciado Moheno la tuviera para la reputación dealgunas que habían sido amantes explotadas por aquel hermoso ma-cho, pero que tenían soc:almente una posición respetable, pues elseñor defensor no tuvo la delicadeza de mantenerlas akada<; de laaveriguación, y para ir comprobando la personalidad del hombrea<;esinado, las hizo comparecer ante el juez instructor, para sujetarlasa interrogatorios crueles y lesivos de su reputac'ón. No obtuvo grandesinformaciones durante el período de instrucc:ón del proceso; pero detodas maneras creó la situación de que aquellas señoras, presentadasya como testigos de antecedentes, tuvieran la obligación de presen-tarse en su oportun:dad ante el Jurada, pues era allí, ante los juecespopulares, y sobre todo ante aquellas aglomerac:ones de público cu-rioso, donde don Querido .las quería tener para hacerlas una dócilmateria utilizable para sus planes de defensor.

En otro aspecto de su trabajo, el de sus relaciones con el señorjuez y con el Ministerio Público, el hábil don Querido se mostró uncortés y amable contrincante. Desde luego se concitó la simpatíadel juez, pues aun cuando el señor licenciado Escalante siempre fueun funcionario judicial muy accesible y su educac:ón de caballerolo hacía comportarse en todos los momentos con amabilidad paratodo el mundo, era también un funcionario de una administraciónpública surgida de la Revoluc:ón: y el señor licenciado Moheno eraun polít:co de antecedentesantirrevolucionarios, un desterrado polí-tico que había vuelto a su patria; pero que no había vuelto medrosoy que aprovechaba la tri~una del Jurado Popular para dar suelta acríticas contra el gobierno, lo que erizaba los cabellos de los fun-cionarios públicos.

Pero don Querido, cuando le venía en gana, sabía hacerse unpersonaje atractivo e interesante. Su charla estaba desprovista detoda actitud pretenciosa; tenía siempre a flor de labio el cuentecillogracioso, y sabía comentar los sucesos del día en forma pintore~ca, ysolamente con mucha perspicacia ~e podía encontrar en el fondo desu charla la intención aviesa, si comentaba alguna determinacióntomada por las autoridades sobre los actos rutinarios de gobierno.

Así, pues, no había ninguna causa que estorbara las plácidas re-laciones. extrajudiciales por supuesto, del juez Escalante y del de-fensor Moheno durante las numerosas entrevistas que tuvieron mien-tras el caso judicial se iba instruyendo.

A mí, don Querido me trataba, ya que era el agente del Minis-

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terio Público y su obligado oponente, concediéndome beligeranciade la misma consistencia que la suya propia; es Qecir, no tomabaconmigo aires de superioridad ni de maestro. Me hada algunas bro~mas amables y admitía con gracia aquellas con las que le correspon~día, cuando comentábamos los resultados de las diligencias que seiban practicando. No me consideraba como hombre del otro bandopolítico, pues por razón de ser hermano de don Demetrio, que sirvióen los más altos puestos de la administración porfirista, me teníacomo un miembro nato de la porción reaccionaria. 'Eso, naturalmen~te, sin marcarlo; pero como si en realidad fuera un valor entendidoentre él y yo. Por otra parte, en ese punto estaba en lo justo, puesyo nunca me incendié en los fuegos sagrados de la Revolución ..

Pero era demasiado hábil don Querido para no darse' cuenta deque, a pesar de todo el juego de sonrisas, de bromas, de pequeñospiquetes sobre la epidermis del espíritu que nos propinábamos congenerosidad mutua, entre los dos había una cuestión, que desdeluego él no consideraba peligrosa, pero sí tal vez molesta, y era la deque yo estaba formando mi reputación de abogado juradista; y quepara irla logrando tendría que disputarle palmo a palmo el terrenocuando nos enfrenüí.ramos ante el Jurado, pues evidentemente espe~raba de mí que para ir fabricando mi fama le tiraría algunos ham~brientos mordiscos a la suya; porque es una verdad evangélica aque~Ha de que no hay peor enemigo del que ya se hartó, que aquel quetiene hambre.

y con el objeto de no fatigar la atención de quien me lea, voya dejar para más tarde la relación de todas las pruebas que el señorMoheno fue acumulando durante el proceso, para lograr identificaral difunto don Alberto Márquez Briones como un ser abominable, ya su matadora Nydia Camargo Rubín como una abnegada mártir,paciente y sarita mujer. •

Fatalmente, en comprobación de que hay fenómenos rutinarios,ineludibles e irremediables, se tuvieron que ir arrancando las hojasdel calendario, y así se llegó el día veinticinco de septiembre del añode mil novecientos veintiséis, en el que Nydia Camargo Rubín, acu~sada por mí. como agente del Ministerio Público por el delito dehomicidio, compareció

ANTE EL JURADO POPULAR

El Tribunal estuvo presidido por el mismo juez que había llevadola instrucción, don Angel Escalante.

En la barm de la defensa apareció don Querido Moheno, osten~tan do aquella su figura, que si de primera impresión podía calificarsede estrambótica, se disolvía muy rápidamente en la de un sujeto

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pintoresco, inteligente y atractivo encerrado en unos ochenta kilosde carne, huesos y demás componentes del ser humano. Por la par~vedad de su estatura aquel peso lo hacía aparecer como un hombreexcesivamente gordo. Sus miembros eran cortos, tanto los brazoscomo los locomotores, Y al remate de su cuerpo, un tanto largo paraaquellos miembros, sobre un cuello muy corto, se asentaba una ca~beza redonda y prominente, ya he dicho que prominente tambiénen lo mental, coronada por una mata de cabellos naturalmente ri~zados y nunca dominados por la dictadura del peine; todo eso en,vuelto en una epidermis morena no clara. Era don Querido excesi,vamente cuidadoso en el vestir y prefería las telas de tonos muyclaros. Usaba siempre camisas impecables; Y su guardarropa debehaber estado muy bien provisto, pues no repetía sino con muchoespacio intermedio el uso de sus vestiduras. En toda ocasión quecompareció ante el Tribunal del Pueblo, acostumbró vestir distintostrajes durante las audiencias de la mañana y de la tarde, e irloscambiando así durante todo el tiempo que durara el juicio. Y todoaquello estaba sostenido sobre unos pies pequeñitos, que calzabacuidadosamente.

A su lado en este juicio, como su colaborador técnico, el quehabía de sacarlo de todos los aprietos legales que se presentaran, hizoacto de presencia el abogado tabasqueño don Francisco Santamaría.Pancho Santamaría, como le llamábamos todos sus amigos,era, y creoque no habrá cambiado su contextura con los años, un sujeto ner~vioso, muy inteligente, muy belicoso y buen abogado.

Hasta poco tiempo antes había sido juez de Instrucción, y por sumodo de ser, por las sutilezas de su espíritu, por su especial perspi~cacia y hasta ladinería, los periodistas le habían colgado el mote de"el juez lince", del que Santamaría se sentía satisfecho y tambiénobligado a justificarlo, pues ser un "lince" no es cualidad que pue~dan reclamar todos los seres humanos.

Representé en el juicio al Ministerio Público.Desde la remota República de Chile había venido una hermana

de Alberto Márquez Briones, acompañada de su señor esposo. Erauna pareja muy distinguida, de educación irreprocl\~ble, discreta yque guardó durante todo el juicio una actitud de circUnspeccióntanmaravillosa, que aún creo que su presencia en algunos momentos liíque contados, sirvió de freno al propio señor Moheno para mode,rarse en la violencia de sus ataques a la personalidad del muerto.No mucho freno ni mucha moderación, por supuesto. Aquel matri~monio que vino al país, donde por cierto establecieron después suresidencia y fundaron su hogar, un respetable hogar en el que añosmás tarde falleció la señora, no llegó al país, seguramente, muyampliamente provisto de recursos económicos. La familia MárquezBriones era en Chile una familia muy respetada, pero no rica. A su

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llegada se dirigieron a mí, pidiéndome consejo sobre la manera legalque estuviera a su alcance para que se hiciera justicia en la personade la matadora del cónsul; y les instruí sobre que la ley les autori,zaba a hacerse representar en el juicio corno parte civil, pero quenecesitaban la dirección de un abogado. Y corno de manera honestame dijeron que no tenían mucho dinero para pagar un abogado caro,les señalé a Luis Castro López, que se convino con ellos liberalmen,te. Así fue corno se integró la acusación privada que compareció anteel Jurado Popular.

Ahora voy a tener que decir algo con relación a mi intervencióncomo fiscal en este juicio. Ya he dicho que por ser el agente delMinisterio Público adscrito al Juzgado que inició y siguió el procesohasta llevarlo al Jurado, intervine en aquella causa criminal desdeque se inició. Por esa misma razón me tocaba representar a la socie,dad en la acusación ante el Jurado Popular. No quiero en este libroni contar mis glorias ni tampoco revestirme de una falsa modestia.Como agente del Ministerio Público había desarrollado una labormuy eficaz, y había llegado a alcanzar un porcentaje de condenacio,nes de reos que me habían dado crédito de ser uno de los agentesdel Ministerio Público más difíciles para los defensores. La verdadde las cosas es que mi jefe, el Procurador de Justicia, don EverardoGallardo, estaba muy satisfecho de mi desempeño, y no tenía em,pacho en manifestárrnelo así con frecuencia. Y es que acontecía quedon Everardo me sentía como una criatura suya, porque cuando medesignó como agente del Ministerio Público tomó un riesgo sobremí, pues he de confesar que en aquellos días tenía yo más repu,tación de hombre trasnochador, mujeriego y "bohemio" que dehombre de leyes. Reputación desde luego exagerada, pera no deltodo mentirosa, Jo cual ya era una buena causa para la zozobra delseñor procurador cuando me designó corno uno de ,sus ayudantes enla Fiscalía. Y al comprobar que había tenido buena mano al esco,gerrne de entre otros candidatos más ameritados, sentía un poquitode orgullo de ser el autor de aquella obra: un agente del MinisterioPúblico eficaz y digno de confianza•

.Pero a pesar de esto, cuando se acercaba la fecha en que NydiaCamargo Rubín debería comparecer ante el Jurado, por aquello deser el defensor don Querido Moh~no, y ser don Querido hasta en'tonces un invencible libertador de mujeres homicidas, y ser donQuerido un político enemigo del gobierno y aprovechar la tribunade defensor para enderezar sangrientas críticas contra la Adminis,tración Pública, y parecer que don Querido tenía un poder hipnóticosobre jueces y fiscales y lograba hacerlos un tanto dóciles, se habíacreado en aquellos jueces de extracción revolucionaria y en aquellaorganización de acusación pública una veÍ"dadera psicosis; hay quederrotar a Moheno; y corno el señor procurador estaba preocupado

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por el resultado del juicio de la Camargo Rubín, me hizo llamar asu oficina para decirme, usando de amables fórmulas y rodeos, queaun cuando estaba muy contento de mi labor como fiscal, como eljuicio que se avecinaba habría de atraer grandemente la atenciónpública, y sería muy molesto para la Procuraduría que don Queridolograra un nuevo fallo de absolución para una homicida claramenteresponsable, abr;gaba ciertos temores acerca de si no sería una tareademasiado agobiadora para un solo fiscal la de llevar el juicio, porlo que había pensado designar un agente especial para que meacompañara en el Jurado y nos dividiéramos la tarea, y naturalmenteque ese agente especial en que había pensado era el que se consi,deraba como el estrella de la Procuraduría.

Despojada la manifestación que me hada el señor Procurador deeufemismos, galanterías y frases amables, dichas para endulzarme unpoco el trago, en realidad lo que me comunicaba era su decisión deque as:stiera yo al juicio como un ségundo fiscal, posición honrosadesde luego, pero que daba al traste con mis ilusiones de comermecrudo al invencible señor Moheno.

Francamente sentí que se cometía una injusticia conmigo, y en sufuero interno el procurador sentía también que la estaba cometiendo.Dije a mi jefe que si consideraba que era arriesgado para el Mini$'terio Público que yo solo llevara la voz de la acusación, aun cuandoyo me creía capaz de hacerlo con éxito, le suplicaba que me retiraradel caso y no me obligara a ser un actor secundario en la función.Todavía trató mi jefe de consolarme un poco diciéndome que de nin,guna manera sería mi intervención de segundo orden, sino al contra,rio, de gran importancia, puesto que yo conocía perfectamente el pro'ceso por haber intervenido en él desde su inicio, y el agente especialtendría que depender en gran parte de mis ideas e informaciones.Pero insistí, vehemente, en que prefería desaparecer del caso, y deimproviso don Everardo, que era hombre decidido, como si fuera enesos momentos un nadador que estuviera vacilante de echarse alagua por terror de que estuviera demasiado fría, se arrojó de cabezaa la piscina diciéndome: "!Bien, Sodij irá usted solo al Jurado, y aver cómo nos val"

Tracé un plan para la acusación, el que sometía la aprobacióndel procurador, y formulé un pliego de conclusiones, que así se lla,roan en Derecho los puntos concretos de una tesis ya de acusación ode defensa, en el que tomé en cuenta toda circunstancia legal queencontré en el proceso favorable para la procesada, de tal maneraque iba a presentar ante el Jurado una acusación tan morigerada, tanhumana y modesta, que era de esperar que inclinaría a los jueces delpueblo a declarar culpable a la reo, a la que se tendría que imponeruna pena de muy corta prisión, dados los términos de la acusaciónpresentada por el Ministerio Público, al que representé en el juicio.

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Integrado el día del juicio el tribunal con la insaculación de once,nueve propietarios y dos suplentes, de entre los veinte o veintidós.jurados que acudieron al citatorio del juez, el licenciado don AngelEscalante mandó que compareciera la procesada para iniciar lasaudiencias. Entre dos guardias con sendas carabinas en las manos,tal como era ordenado por la ley, se presentó Nydia Camargo Ru~bín, vistiendo negras vestiduras para significar su amarga viudez.Yo no sé si era coincidencia o si e! señor licenciado Moheno habíaideado un atuendo reglamentario para las mujeres que él defendía;pero a todas las presentó ante e! Jurado vestidas de esta guisa, ycomo un periodista hizo observar graciosamente, parecía que todasse ponían de acuerdo para suprimir a sus hombres con pistolitas es~cuadra calibre 25, y vestir luego ante sus jueces de negras telas ybandas de crespón cayendo de! tocado para ocultarles el rostro

En esta ocasión, el señor juez Escalanteordenó inmediatamentedos cosas: que e! banquillo sin respaldo que usaban los reos fueracambiado por una silla menos incómoda, y que Nydia Camargo Ru~bín echara hacia atrás los velos con que disimulaba su rostro paraque los jurados le vieran la cara.

Iba ya el juez a iniciar el interrogatorio de la homicida, cuandooejó el señor Moheno su asiento en la barra de los defensores, y seapersonó en la tribuna para fundar una protesta. Eso de las protes~tas era una técn:ca necesaria para los defensores, pues si su contenidotenía fundamento legal y demostraba alguna violación del procedi~miento, podía ser usada más tarde para reclamar la nulidad del jui~cio si el resultado había sido adverso para la defensa. Pero en estaocasión la protesta del defensor Moheno era trivial y sin fundamento,pues se referJa a que el juez había hecho la última insaculación delos jurados cuando no estaban todavía presentes los treinta que enla diligencia de primera insaculación, verificada. el .día anterior, ha~bían sido designados por la suerte. .....: .

El juez Escalante, que en todas sus actuaciones era cortés 'V to]e~rante, hizo ver al defensor que había esperado un poco más de unahora para que se reunieran los jurados citados, y que cuando huboveinte, asistencia en realidad hasta excesiva, había procedido. a lasegunda insaculación, citando al efecto la disposic'ón legal en quese había apoyado. A pesar de tan justa explicación, don Queridoinsistió en su protesta, lo cual parecía ciertamente una ingenuidad.Entonces el señor juez, dirigiéndose a mí, como fiscal que era yo enel juic:o, me interpeló para saber si el Ministerio Público estaba con~forme con la forma en que se habia integrado e! jurado o no.

Nunca don Querido era parco de palabras en cualquier mon,entoen que ocupara la tribuna, de suerte que había pronunciado dos dis~cursos de alguna extensión en las dos veces en que habló para so~tener su protesta. Y por supuesto que no vaciló en sus exposiciones

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en hacer danzar en ellas a los romanos, a los godos y a los bárbaros,sin olvidar por supuesto a Moisés y a las Tablas de la Ley; todo enun batiburrillo sabrosamente dicho, pero que de ninguna maneratenía conexión con el caso, y ni parentesco lejano siquiera con lasdisposiciones de la ley. Lo dicho, aquella protesta tan vehemente~mente sostenida, parecía una ingenuidad del famoso defensor. Perodon Querido no era por cierto ningún ingenuo; y todo aquello lle~vaba una mañosa intención: la de provocar al Ministerio Público,para que dijera su opinión; e ir conociendo la calidad de oponenteque tenía enfrente.

Hablé, pues, para objetar la petición del señor Moheno, y comollevaba la intención de demostrar desde el primer momento que ibadispuesto a dar pelea sin manifestar temor al adversario, hablé unoscinco minutos, para hacer un poco de burla cortés a la exposiciónhecha por el señor defensor, manifestando al juez que el fiscal noencontraba que se hubiera violado ni un momento la ley para laintegración del jurado, por lo que la protesta no debía ser admitidapor fútil e inconsistente

y he aquí por qué digo arriba que don Querido no era tipo in~genuo y que no había perdido el tiempo para sostener algo insoste~nible, pues colijo que su intención era precisamente la de dar opor~tunidad al fiscal a que apareciera en la tribuna, para irlo conociendoy domesticando, pues el señor Moheno por tercera vez usó la pala~bra; pero ésta para retirar la protesta que había formulado, puesexpresó que las argumentaciones del Ministerio Público, olvidandovoluntariamente que eran las mismas que ya había hecho el señorjuez, lo habían convencido totalmente de que no tenía razón; peroaprovechó esta primerísima ocasión para dirigirme un raudal deelogiososconceptos, diciendo que no había sido sorpresa alguna paraél enterarse de mi capacidad como abogado y de mis dotes de orador,lo cual, tratándose de unSodi, era natural, pues "de casta le vieneal galgo ser rabilargo", y mi casta era la misma de don DemetrioSodi, el gran jurisconsulto que lo honraba C011 su amistad. En resu~men, todo el incidente tan largo, no había tenido otra intención queengolosinarme con su amabilidad para que no le diera yo muchaguerra.

Es que el famoso defensor comenzaba a usar de su técnica, de"como juega el gato maula, con el mísero ratón ••. "

Olvidó el abogado chiapaneco que los ratones, desde que han idoa los cines a ver esas películas de caricaturas animadas, les han per~dido el respeto y el temor a los gatos.

Por fin inició el juez Escalante el interrogatorio de la procesada.Era don Angel hombre de gran disciplina mental, maestro del sis~tema, y sus interrogatorios iban todos enderezados, sin prisas, a unobjetivo determinado. Era enérgico, pero amable, con los procesados,

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y les permitía dar cuanta explicación les venía en gana sobre los he~chos de los que iba interrogando, para oponer después las objecionesque estimaba convenientes contra esas explicaciones de los interr~gados.

Hizo decir a Nydia Camargo Rubín ante sus jueces toda la his~toria de sus amores con Alberto Márquez Briones, desde que éste laconoció y comenzó a enamorarla hasta que ella aceptó las relacionesy terminó por irse a vivir al lado del hombre, llevando con ella asus dos hijitas; la vida en común se había desarrollado a través decerca de tres años, y pasados los primeros tiempos de lo que podríallamarse la luna de miel, Márquez Briones comenzó a hacerla traba~jar sin descanso para procurarse dinero. Así fue relatando Nydia queal enterarse Márquez Briones de que en un viaje que ella habíahecho a Barcelona, en donde permaneció algunos meses, había apren~dido fórmulas para hacer artículos de tocador y de perfumería, seentusiasmó, y desde luego instalaron en el domicilio común un pe~queño laboratorio para manipular "todos esOsmenjurjes, que real~mente eran muy buenos" --dijo Nydia ante el Jurado Popular, enuna manifestación de su vanidad de productora-o Márquez Briones,que tenía visión mer,cantil, mandó fabricar atractivos envases paraperfumes V pomadas, V puesto que él se movía en un círculo degente elegante, comenzó a vender entre sus damas amigas aquellosexóticos y maravillosos perfumes y unturas a precios muy elevados;pero también los fue colocando en los comercios de perfumería ba~rata, sólo que con otroS nombres y en otros envases, ya que tambiénlas muchachas pobres tenían derecho a adquirir aquellas maravi1lo~sas esencias. La actividad era retributiva, pero en exclusivo beneficiode Márquez Briones.

También habló Nydia que desde su juventud había ido formandouna colección de monedas raras, que valían algunos miles de pesos,y que al mostrarla a su amante, éste se entusiasmó tantO'con aquellacolección, que considerando peligroso conservarla en casa, la habíallevado a depositarla en una caja de seguridad en el Banco, segúnle dijo; pero que ella no volvió a ver su colección de raras monedas,pues Alberto no tenía tiempo para llevarla al Banco V, por 10 menos,dejársela ver. No podía asegurarlo; pero creía que todas sus monedashabían rodado hacia otros propietarios bajo el impulso que les dioMárquez Briones. .'

Respecto al día del homicidio, Nydia repitió 10 que ya había di~cho en sus primeras declaraciones, esto es, que siéndole imposibleseguir soportando la vida al lado de su amante, pues ella no era paraél sino un instrumento de explotación, decidió suicidarse; pero quela preocupaba muchísimo dejar a sus hijas huérfanas, siendo de tancorta edad como eran, por lo que, considerando que esta vida hu~mana es miserable y angustiosa, pensó que las niñas, tan monas, tan

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lindas, tan inteligentes y tan buenas, como unos verdaderos angeli~tos que eran, estarían mejor en el cielo que en este mísero mundo,por lo cual decidió matarlas también esa mañana en que decidió po~ner fin a todos sus sufrimientos. Para ello fue a buscar en el Bosquede Chapultepec un sitio a propósito para escenario de tan tremendoholocausto.

Al fin, le había faltado valor, había comprendido que sus niñastodavía no sabían de la vida, y que la suya podía ser en el futuromenos amarga que la de su madre; prescindió de su macabra idea yrcgre,ó a su casa; pero su resolución de acabar con aquella situaciónseguía siendo firme y si ella había de continuar viviendo, lo naturalera que Márquez Br;ones muriera.

No tuvo ese día incidentes más enojosos que los de rutina, yhasta las siete de la noche, cuando vio a Márquez Briones vestidoirreprochablemente de etiqueta, para asistir a una cena. de diplomá~ticos, tan orgulloso de sí mismo, tan. seguro de que era un hombretriunfador en la vida, que hablaba por teléfono con alguien en un .diálogo tan suelto como de hombre de gran mundo, consideró quehabía llegado el momento de hacer justicia.

El juez Escalante fue haciendo observaciones a todos los puntosde su declaración; pero conservándose dentro de la ecuanimidad yequidad del juzgador, iba sin embargo arrinconando a la procesadaen ciertos momentos de su declaración hasta hacer que no encon~trara razones que oponer a las objeciones de su señoría.

Después de una hora y media de interrogatorio del señor juez,me concedió la palabra para que yo a mi vez hiciera preguntas a lamujer que se juzgaba. Como era un tema obligado, volvimos Nydiay yo, a través de mi interrogatorio, a recorrer el mismo camino pordonde. la había llevado el señor juez; pero yo introduje en mispre#guntas una nueva etapa de la vida de Nydia, que no había sido to~cada por el juez. .

Siempre consideré muy cruel tener que obligar a los procesadosa confesar todas las acciones de su vida, aun aquellas que cronoló#gicamente eran muy lejanas al hecho que se juzgaba. Pero por cruelque resultara ese sistema, dado que el Jurado era un tribunal deconciencia, y que para juzgar en conciencia de los delitos que se 50#metían a su consideración era nece:;ario que conocieran las causas yconcurrentes en la formación de la personalidad de un procesado,para que pudieran formarse un concepto claro de los hechos queprovocaron un crimen, se tenía que recurrir a ese doloroso mediode obligar a los reos a que fueran poniendo ante los ojos del Juradolos episodios más salientes de su vida, anteriores al delito.

Introduje en el interrogatorio, la etapa de la vida conyugal deNydia Camargo Rubín. Y así se fue enterando el Jurado de que Ny-dia Camargo, cuando era sólo una muchacha de dieciséis años de

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edad, por haber tenido un disgustillo con el novio de quien dijo haberestado locamente enamorada, rompió sus relaciones con éste. Y de.que cerca de su casa estaba un taller grande de carrocería, del queera propietario un caballero español que en aquel entonces tendríaunos sesenta años de edad; como ella, por intuición de mujer, sabíaque al anciano le gustaba mucho, le coqueteó un poco hasta an:marloa que se le declarara; y cómo ella respondió afirmativa a su reque,rimiento, y el hombre, por su edad, porque se sentía solo en la viday porque consideraba que haber trabajado durante años y años paraformar un capital le daban derecho a buscarse una esposa joven, bÜ'nita y buena -porque él determinó para 'sí mismo que Nyd:a erabuena- fue a ver a los padres de la muchacha y rápidamente searregló una boda entre la chiquilla y el viejo.

A todo me contestaba Nydia prestamente y con cortesía, corres,pondiendo a la que yo usaba para preguntarla; pero ofreciendo ex,plicaciones y excusas en todos los casos en que mis preguntas sereferían a hechos que podían perjudicarla; y así admitió que, efec,tivamente, se había casado con un hombre que le llevaba muchosaños de edad, impulsada por el enojo que había tenido con sunovio; que el señor con quien se había unido no era un hombreacabado por la edad, sino al contrario, todavía muy fuerte y llenode vigor; que como esposa le había sido fiel y le había dado dosl-.ijas; pero que no llegó a haber cabal entend:miento entre los dos,porque él era un hombre bueno, pero rudo e jnculto; ella, en cam':bio, ten:.'l afición por la lectura, la música, el teatro y otras demos,traciones de cultura, lo cual fastidiaba a su marido y provocabadisgustos; que por eso había logrado convencerlo de que la mandaraa pasar una temporada en España, la cual se prolongó, y a su vueltaresolvieron separarse definitivamente quedándose ella con las niñas.

. Añadió que el marido subvenía a las necesidades de las menores,pero no suficientemente, pues había tenido serio quebranto en sus"'negocios; pero que la causa de la separación no había sido otra quela imposibilidad- de entenderse; que sí, que su marido también pro,vocaba reyertas porque suponía historias que provocaban sU'> celos;pero como no había razón alguna para que los tuviera, pues la con,ducta de ella era intachable, se aferraba él para dar fundamento asus celos al curioso argumento de que era imposible que una mujer -joven como ella se pudiera conformar con un viejo como él. Admi,tió con naturalidad que una de las razones que la habían movido. acasarse con aquel señor era la de que éste tenía una posición econó,mica desahogada; pero rechazó que una de las razones para la sepa,ración fuera la de que los negocios del esposo habían ido tan malque de hombre rico que había sido se tornó en un viejo pobre.

En estos menesteres pasó la audiencia de la mañana y a eso delas dos el juez Escalante la suspendió para reanudarla por la tarde.

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Inútil es decir que el señuelo de ser una mujer la que iba a serjuzgada, que el muerto había sido un hombre muy conocido en laalta sociedad, y que además tenía fama de haber sido un belloejemplar masculino, y quizás, sobre todas estas causas, porque eldefensor era el señor Moheno, desde el primer día de las audiencias,y así durante todas ellas, se agolpó en el recinto de la sala del Ju#rada un público numerosísimo en el que abundaban señoras cuyosnombres ocupaban cotidianamente las columnas de las páginas deeventos sociales de los diarios metropolitanos.

Al abrirse la audiencia por la tarde, el juez concedió la palabraal representante de la acusación privada para que interrogara a laprocesada; pero inmediatamente, como si un felino hubiera saltadode un árbol del bosque, apareció en la tribuna la figura nerviosa dePancho Santamaría, que acompañaba a don Querido en esta de#fensa, para oponerse a que la parte civil fuera admitida en el juicio.Para fundar su oposición adujo que no estaba comprobado que laseñora que se presentaba como hermana de Márquez Briones lo fue#ra, pues los documentos que había exhibido para comprobarlo noeran suficientes. De paso, Santamaría, que tenía la frase viva y pi#cante, dedicó algunas saetas envenenadas al licenciado Castro López,que ya he dicho llevaba la representación de los acusadores particu#lares. Entre Santarnaría y Castro López había una fuerte amistad yPancho, el ex juez, tenía el carácter alborotador de la gente de lacosta, de suerte que dirigiéndose a Castro López le dijo: "Lo sientopor ti, hermano Luis; pero no hay razón para que estés aquí, demanera que no vas a poder ganarte tus quintos para los tequilitas".

El juez declaró que la parte civil había sido admitida conformea la ley y precisamente por haber demostrado el parentesco de laseñora que había venido desde la República de Chile con el cónsulsacrificado. Corno la resolución judicial que admitió a la parte civilhabía sido dictada desde cuatro o cinco semanas ántes del Jurado.y se había notificado oportunamente al defensor 'señor Moheno, yéste no hizo valer recurso alguno contra el auto relativo, éste erafirme y estaba fuera de discusión. Sostuvo su acuerdo de que inte#rrogara el representante de la parte civil.

Aquellos alfilerazos de Pancho Santamaría eran más de lo que,necesitaba Castro López para enardecerse, de manera que cuandopudo hacer uso de la palabra, antes de hacer hlgunas preguntas' a laprocesada, se dirigió a Santamaría para decirle: "No te des a la pena,Pancho, amigo mío, pensando que no podré invitarte esos tequilitasque tantas veces te pagué, desde que tú y yo éramos estudiantesbrujas; sólo que ahora yo torno, porque' puedo pagarlo, coñac; auncuando tú hayas permanecido en el tequilita porque eres un juezcesante, y no creo que tu patrón Moheno vaya a pagarte mucho por#que le vengas a cargar el violín." El juez Escalante agitó la campa#

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127nilla para imponer el orden, y previno a los dos abogados, parte civily defensor, que se abstuvieran de dirigirse invectivas.

y luego Castro López dijo, dirigiéndose al juez: "La acusaClOnprivada no va a interrogar a esta mujer, porque ya los interrogatoriosde su señoría y del Ministerio Público la han puesto en el sitio quele corresponde: el de una abominable criminal." Nuevo campanillazodel juez, multa de cincuenta pesos a Luis Castro López por haberinjuriado a la procesada, recordándole el juez que por disposiciónde la ley, mientras no se le declarara culpable por el Jurado, tenía asu favor la presunción de ser inocente del delito del que se laacusaba.

Pasado este episodio, un poco de tipo arrabalero como fue, elseñor juez concedió la palabra al defensor Moheno para que inte~rrogara a la acusada. El solo anuncio del trámite provocó en el nu~meroso público un movimiento de satisfacción, porque descontabade antemano todo el interés que iba a tomar la audiencia con elinterrogatorio del señor defensor. No quedó defraudado, porque donQuerido, dentro de aquel su estilo personal, desarrolló uno de susmagníficos interrogatorios. Era sin duda el mejor interrogador deaquellos días de entre los abogados que trabajaban ante el JuradoPopular.

En las cuatro horas que se tomó para interrogar a la procesadafue reviviendo toda la historia de ésta. Inició sus preguntas con lodel matrimonio de Nydia con aquel señor español que le triplicabala edad. Y ya fuera porque don Querido, en entrevistas previas consú cliente, le hubiera dado instrucciones sobre la forma en. que ha~bría de contestar, entrevistas que no tienen nada de vituperables einstrucciones que tampoco pueden ser criticables, o porque la inteli~gencia de la Camargo Rubín le dictara respuestas muy afortunadas,lo cierto es que a través de su interrogatorio el señor Moheno fuereduciendo en gran escala la impresión que sobre el Jurado hubierapodido causar mi interrogatorio de fiscal, relacionado con aquellaboda hecha por despecho tonto de una muchacha enemistada conel novio, con un hombre sesentañero que no tenía otro encanto queel de ser adinerado.

No sé si el señor Moheno se había procurado mayor informaciónde la' que me había allegado como fiscal, o si su fértil y mañosaimaginación, tal vez mejor esto que lo anterio]:",le había hecho in~ventar que la más poderosa de las razones que llevaron a Nydia aaquel estrafalario matrimonio era la de prestar ayuda económica asu familia que estaba en condiciones económicas angustiosas, conlo que vino a resultar ante el Jurado que aquella muchacha sacrificósu juventud entregándosela a un viejo en un acto heroico de amorfilial, y no por despecho ni por ambición.

Después pasó Moheno a la cuestión de la historia de la procesada

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con Márquez Briones, y la hizo decir que lo había conocido en unacasa de huéspedes donde ella se alojaba tras de haberse separadodefinitivamente del marido; que la propietaria de esa casa de hués--pedes, cuyo nombre ahora omito por las naturales razones de nocausarle daño, era amante de Márquez Briones, que ocupaba enaquel hostal el mejor de los departamentos y que se hacía servircomo un rey, al precio que los reyes acostumbran pagarl pues lapo bre señora propietaria del establecimiento estaba perdidamenteenamorada del hermoso cónsul. Naturalmente que la procesada,guiada por la docta mano de su defensor, declaró que aun cuandoella conoció a Márquez Briones en la casa de huéspedes y se sintiódesde luego atraída hacia él, porque realmente era un hombre muyinteresante, pasaron muchas semanas antes de que ella admitieralos galanteos de Alberto, y gue cuando por fin se decidió a escu-charlos, se inició entre los dos un noviazgo romántico y platónico,a tal grado que la más recatada donéella no hubiera podido hacerlomás puro. Pero que como el amor se había arraigado hondamente ensu corazón, y como por no haber logrado obtener el divorcio de suesposo no podía satisfacer las urgentes demandas de Márquez Brio-nes para que fuera su esposa, accedió a hacer .vida marital con él, yla hizo durante los dos años que le quedaban a Márquez Brionespara andar dando guerra por este pícaro mundo.

Con gran habilidad, con innegable gracejo, intercalando en suinterrogatorio divertidos cuentecitos o anécdotas que más o menospudieran estar acomodados a la situación, y dejando escapar, alparecer, involuntarios comentarios para subrayar alguna respuestaobtenida de la procesada, comentarios que hacían extender la manodel señor juez hacia la campanilla con que imponía el orden, puesel defensor no debía comentar las respuestas de la reo sino hasta losdebates, pero sin dar tiempo Moheno al señor juez para que alcan-zara la campanilla admonitoria pues inmediatamente se excusabadonosa y humildemente por aquel comentario que se le había esca-pado como "pájaro que vuela hacia el ciclo azul de la verdad".

En su tarea, el señor Moheno hizo describir a Nydia todos losmomentos amargos de su ayuntamiento con Márquez Briones, todaslas abnegaciones que la mujer hubo de tener en servicio de aquel"chulo" enfundado en la casaca de su uniforme de funcionario con-sular; todas las renunciaciones de su instinto y de su espíritu demujer de cultos, altos anhelos, para encerrarse en un cuartucho endonde fabricaba perfumes y pomadas, y también la hizo contar a losjurados, de aquel consultorio japonés en donde Márquez Briones,personificando a un misterioso doctor Osaki, vendía panaceas a cré-dulos enfermos que venían en busca de alivio al consultorio, que dejaponés no tenía sino los dos o tres calendarios en que aparecíanunas geishas tocando el laúd y sirviendo tazas de té.

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Ineludiblemente, don Querido, que tenía una prodigiosa memo-ria y no se olvidaba de olvidar lo que pudiera causar daño a sucliente, cuando su interrogatorio llegó al punto mismo del trágicodía en que Nydia sacrificó a Márquez Briones, perdió de una maneraabsoluta el recuerdo de que la procesada había concebido el horri-ble pensamiento de matar a sus dos hijas y que con tal objeto lashabía llevado al Bosque de Chapultepec, cosa que provocaba aver-sión para la mujer, aun cuando no hubiera llegado a realizar sucruel intento. Eso no lo tocó Moheno. Y respecto al momento precisoen que Nydia disparó la pistola sobre su víctima, la hizo decir, porprimera vez en toda la causa, que Márquez Briones, que como serecordará estaba en aquellos momentos sosteniendo una conversacióntelefónica, al ver que ella se aproximaba a él, cubrió con la manola bocina del aparato telefónico, para decirle: "No me vengas amolestar, hija ... " ,

Esta injuria fue la gota de agua que ya no pudo contener el vasode su corazón tan herido, y lo que hizo que Nydia recordara que enel bolso de mano que era para ella costumbre traer siempre, aun den-tro de la casa, en todo momento, puesto que allí llevaba el dineroque entraba por los negocios del día, mientras Márquez Briones nose lo quitaba para irlo a depositar en el Banco, llevaba también esanoche la pistola escuadra calibre veinticinco con la que había pen-'sacio por la mañana matarse ella y matar a sus hijas para acabar conla amargura de su propia vida, y mecánicamente, sin quererlo, sinpensarlo, sin desearlo, había sacado el arma y había matado al hom-bre que ella adoraba y que seguía adorando ahora, y que adoraríasiempre, a pesar de que había sido su verdugo.

Eran las ocho de la noche cuando don Querido dio fin a su in- ,terrogatorio, haciendo que el enorme público que había en la sala letributara una ruidosa ovación, mientras la mayoría de las mujeresque formaban ese público emotivo lloraba amargamente.

El juez suspendió la audiencia, acordando que sería reanudada 'alas nueve de la mañana siguiente. ' -

Los diarios de esa mañana habían dado cuenta en sus reseñas delos incidentes de las audiencias en el primer día del juicio, y vacia-ban despilfarradamente cataratas de elogios para el señor lvtoheno,con lo que si el público era numerosísimo el día anterior, esta ma-ñana se había duplicado, y, naturahilente, no pudo entrar siquieraen su totalidad al salón de jurados; pero dos o tres centenares depersonas se instalaron en el patio del edificio, conformándose conoír palabras sueltas, o las explosiones del entusiasmo o de la desapro-bación del público que congestionaba el r<,cinto, cuyas puertas teníanque permanecer abiertas porque el calor dentro de -la sala era inso-portable.

Se inició la segunda audiencia con el examen de una mUCh:lC~l:,

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.que prestaba sus servicios como doméstica, para todo lo que se ofre-ciera, en la casa de la pareja. Esto quiere decir que aquella joven,que era una muchacha de muy agraciada presencia, de viva imagi-nación y de carácter notoriamente bravío, desempeñaba al serviciode los señores Márquez Briones, pues para ella los señores estabancasados, toda clase de tareas: limpiar la casa, hacer las recámaras,acompañar a la señora al mercado a hacer la compra del día; ayu-darla en la cocina, ser también su ayudante en el laboratorio donde~e preparaban los perfumes y en donde se ampliaban los vinos chi-lenos que el señor cónsul metía de contrabando al país; recibir a losenfermos que venían al consultorio del doctor Osaki; servir mástarde la cena; ver que las niñas se acostaran Y cualquiera otra cosillaque pudiera ofrecerse, era todo lo que aquella muchacha tenía quehacer en aquel su empleo, que alguna persona exigente podrá con-siderar acaso como una verdadera prebenda.

Pero la muchachilla estaba tan encariñada con su patrona, laseñora Nydia, que se consideraba feliz de estar a su servicio, y porcuanto hace al "señor", le profesaba un sincero odio porque eramuy malo con la señora.

El señor defensor Moheno había presentado durante la instruc-ción de la causa a esta muchacha para que atestiguara sobre todoslos ininterrumpidos malos tratos que Nydia recibía .del cónsul; y sudeclaración, aun dentro de la frialdad del acta en el proceso escrito,tenía toda la vivacidad de la verdad del testimonio.

Cuando compareció la muchachita ante el Jurado, no se mostrócohibida ni impresionada por la aparatosidad teatral del recinto, sinoque, haciendo punto omiso de la presencia de tantas y tantas perso-nas que allí estaban reunidas, tan pronto como entró a la plataformadonde se instalaba el Jurado, bajó los dos o tres escalones que lleva-. ban hacia el lugar donde se sentaban los reos, y se llegó a saludar asu patrona: "¿Cómo ha estado, señora Nydia? ¿No le ha dolido surodilla? Le tengo muy bien cuidados sus periquitos". Y así •••

El juez bondadosamente, la dejó hacer unos minutos y luego lallamó a declarar y, previas las formalidades de protestada para quese condujera con verdad, la interrogó, y la muchacha refrendó loque ya había declarado Nydia sobre los malos tratos que tenía quesufrirle a Márquez Briones, y aquella muchacha le contestaba al juezcon desparpajo: "No tiene usted una idea, señor juez, de cómo latrataba el señor a la pobre doña Nydia. No le agradecía nada de loque hacía; y la pobre señora echando siempre "los bofes" para te-nerlo contento. No, el señor no le pegaba a la señora; ésta no sehubiera dejado, porque también tenía su carácter; pero quién sabesi hubiera sido mejor que le pegara y no que le estuviera diciendosiempre esas malas razones que le decía".

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y el señor juez, sintiéndose satiSfecho,me pasó a la testigo parnque yo la interrogara como fiscal del proceso. .

Fue a causa del interrogatorio de esta muchachita por lo que seoriginó un molestísimo incidente entre el señor defensor Moheno yyo, incidente que para mí no tenía importancia mayor que los mu~ehos en que en mis funciones de fiscal me había visto envuelto; peroque por la agresividad y grosería del señor Moheno, y créaseme querefiero con estricto apego a la verdad lo sucedido, rebasó bastantelos niveles de los episodios agudos en que se metían defensores yfiscales en el transcurso de un juicio por palabras más o menos hi~rientes de unos y otros. Pero para el señor Moheno fue razón b~tante para dedicarme un rencor que tuvo muchas manifestacionesen el desarrollo posterior de nuestras actividades profesionales, por~que tuve la fortuna, en aquella ocasión, de reducir a sus términosinimportantes la declaración de aquella testigo, en la que el señorMoheno tenía puestas todas sus esperanzas para demostrar que lamatadora del cónsul tenía indiscutible razón para matarlo. Referirécómo fue el incidente:

La muchacha aquella, que sin duda había oído decir que el Mi~nisterio Público era quien quería hundir a su patrona, o hasta quizásprevenida por los defensores de que tuviera mucho cuidado al con~testarme,obededendo a su naturaleza peleona, se me'enfrentó deCi~dida, y antes de que le hiciera la primera pregunta, me lanzó un .saludo desafiante: "A sus órdenes señor Ministerio, pregúnteme lo .que quiera, no crea que le voy a decir ninguna mentira." . .

La jovencita aquella era simpática y bonitilla,' y su desparpajo yla devoción que tenía para su ama había causado una magníficaimpresión, de suerte que sus palabras, que eran una espeCiede reto, <

fueron recib}d~con risas~~~~~tes.::j. : z~ _'<"~ ,'.'; <

. , COmence.a.mte.rrogarla•....•..,... ;...:' ."> "., .," ...' .•... ,.': -Dígame María ..-.,lé. daré :éSté:nombre ,.~ora~ usted ha .ha; {l::blado.de' que el señor' MárQuez.Briones dfrigía frec~entemerite pa~r:' :,labras injuriosas a la señora Nydia; pera.no nos ha dicho .cuáles eranesas' palabras injuriosas. lP?r,quéno nos las ~ce para que las.se~pamos?, ...:.:.::...,',;...... .',í," •..•:;-::, ...' ... ' '.;: .:...•,. --. '. : ..

Respuestá:.:,',,:¡., . ,:!:.:' .'c;-':,:',;;:. "'" ." ',',:;.. '-y lpor que no se las he de decir, señor Ministerio? lA poco

va a creer que tengo miedo! Le gritaba que era una floja, y una f~ .. donga, y una puerca •••. ' ", . .': Pregunta::' .

,.....Efectivamente,era injusto que Márquez Briones llamara así a .la señora, porque dice usted que ella se mataba tratando de tenerlocontento; pero si ésas eran todas las injurias que le dirigía, no meparece que sean tan graves como para que su patrona lo condenaraa muerte, lno le parece así? .

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Respuesta:-Es que también le decía otras cosas; pero se las decía en in-

glés, porque mucho hablaban ellos en inglés. 'Yo, el fiscal: lEntiende usted el inglés?La testigo: No, señor Ministerio; pero aun cuando uno no sepa

otro idioma, siempre se da cuenta de cuándo se están diciendo gro-serías. Y yo, bien queme daba cuenta por lo que gritaba el señor.

Yo: No creo que esté usted diciendo una tontería. Voy a decirleque aun cuando usted piense que yo estoy aquí solamente para per~judicar a su patrona, la función del Ministerio Público es la de ave~riguar la verdad, y por eso vamos a procurar entre usted y yo que elJurado se dé cuenta de que no viene a decir mentiras. Vamos, pues,entre los dos, a hacer una prueba de cómo sí es posible entender,por el gesto o por el tono de voz, cuando en un idioma que no cono-cemos se pronuncian palabras injuriosas entre dos personas quehablan en ese idioma; ¿quiere que hagamos esa prueba?

La muchacha: ¿Como cuál prueba? ', Yo: Voy a decirle a usted algunas palabras en inglés, y usted meva a decir 'si en ellas digo alguna palabra injuriosa dirigida a usted;pero quiero advertirle que' esto es sólo una especie de comedia, por~que yo no' tengo ningún motivo para injuriarla, y además es usteduna muchacha que me parece muy simpática, con unos ojos muybonitos, que quiere mucho a su patrona; en fin, que no tengo mo~tivo alguno para dirigirle palabras q\.Je la molesten.

Verdad es que la forItÍa del interrogatorio que estaba yo llevandono era la más ortodoxa para la seriedad de un funcionario público;pero hay que tomar en cuenta que mi adversario en la defensa desa~trollaba una técnica muy peculiar para interrogar a los testigos, ,y yono hacía otra <:osaque acomodarme en .lo .posible a ese sistema. En

;'.dpúblico/se'había despertado una curiosidad notoria por la -fOrma'"'en'qué iba yo presentando mis'preguntas..Dije todavía 'a la tñucha~cha teStigo algunas:'palabras 'para"preparar.su ánimo en~elsentido

, de:'fIue le iba yo a decir?en.inglésalgunacosa injuriosa;péro que.. sólo' 10 iba a hacer 'para darle ,ocasión de que el jurado se diera, i cuenta d,e que sí era posible que ella hubiera comprendido aquellas,'.,'~injurias del cónsul para la procesada dichas en inglés, de suerte que ,

le pregunté: '\'/. - ". ',' • . , ". ;\,-'-lQuénicf contestaría usted, :si en estos momentos, ante todasestas numerosas personas que nos están escuchando le dijera, sinque usted me haya dado motivo para injuriarla, estas palabras eninglés: "What is the matter with you?"

Recalqué con énfasis la palabra matter y la muchacha, al oirla,se encrespó jarifa. En este instante Pancho SantamaTÍa, de la de~'fensa, que comprendió mi intención, le gritó desde su asiento: "Nole conteste, María". Pero buena era la muchacha aquella para que~

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darse con lo que ella s~puso q~e era un~ecuerdoparala' autora 'de sus días; y sin hacer caso al señor licenciado, o tal vez sin oírlo,me dijo desafiante: "Pues le diría a usted, señor Ministerio, ¡QUE,LA SUYA!"

La carcajada que estalló en la sala y la que varios de los juradostambién soltaron fue ruidosa, y la muchacha se quedó desconcer~tada, y más desconcertada todavía cuando le dije, afablemente: "Veausted, María, cómo es fácil engañarse cuando trata uno de inter~pretar palabras dichas en un idioma que no conoce. Pensó ustedque yo me refería a la señora su madrecita, en las palabras que ledirigí: pero matter no es madre; y mi pregunta sólo quería decir:¿cómo le ha ido a usted últimamente?'~

La chica no sabía ya dónde poner los ojos, pues se sentía en ri~dículo, y yo la despedí diciéndole que no tuviera pena y que espe~raba que quedáramos como buenos amigos, y acto seguido el juezpuso a la atribulada muchacha a disposición de la defensa para quela interrogara.

Pero si la escena había parecido graciosa a la concurrencia, a donQuerido no le había hecho la menor gracia, primeramente porquese sentía batido cón su propia escuela; y luego porque a aquella te~tigo la consideraba de oro y se la había yo cambiado por unas cuan#tas moneditas de cobre. Se levantó de' su asiento rabiosamente y ensus pequeños ojos brillaba una mirada homicida enfocada hacia mí ,y dijo con la. voz descompuesta: "El señor agente del MinisterioPúblico viene esta mañana muy chistoso, como si desde muy tem#prano hubiera estado aspirando los gases hilarantes". Y en seguida,golpeó con el puño cerrado sobre la tabla superior de la tribuna mar#, 'cando cinco .golpes espaciados" una especie de mensaje que sonando, las bocinas de sus coches se mandaban en aquella época los choferesde' alquiler", cuando reñían de- coche a; coche por algún accidente _.de tránsito.,,:,:;:; ::;<E:: ': gc::-/!<'~~;i,¡,,:,",:: '.: ~;, " ' " :": ".', ~'Estasseñaies' telégráficás,';podíamos decir, 'tenían UIlli'iÍ1tef(,re:: ,taciónque" todo mundo conocía .~ntonces, y toda 'esa part,edel" '_mundo que¡estaba'en la \sala entendió la, dara injuria que me lan:"~"zaba el señor Mohena,como e~resión de su enojo. Se produjo grao''expectación, ésperando mi reacción; y mi reacción, fue inmediata 'y ,de la misma calidad de decencia que la agresión del señor defensorMoheno. Desde mi asiento~ en voz perfectamente audible y fría lelancé: u¿Evocando' el espíritu de su señora madre, señor Moheno?"

Momentos de estupor en toda la sala. El señor juez Escalante noencontró qué actitud tomar. Los jurados dirigían su vista hacia mí,hacia Moheno, esperando lo que iba a seguir. El público estaba es~tupefacto y estático. Don Querido permanecía de pie en su tribuna,silencioso, quizás pensando que una palabra suya podría hacermesalir de mi sitio para ir a atacarlo de obra. Pasaron uno o dos minu~

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tos. El señor Moheno hizo un esfuerzo por dominarse: y dirigiéndosea la citada testigo, que se sentía probablemente culpable de todoaquello, le dijo: "Váyase a descansar muchacha; la defensa está con-vencida de que los jurados la han entendido a usted. ¡Vaya ustedcon Dios, hija mía!" Y fue él a sentarse a su silla desafiándome conla mirada de sus ojitos chiquitines y rabiosos, diciéndome con loslabios palabras que no sonaban, pero de fácil deletreo para mis ojos.La cosa pasó.

y continuó la audiencia de la mañana con el testimonio dealgunas personas que habían declarado en el proceso, sobre la per-sonalidad de Alberto Márquez Briones al que, como testigos pre-sentados por el defensor y para beneficio de la procesada, fuerondescribiendo al cónsul cómo ese sujeto que capitalizaba sUs dotespersonales de hombre hermoso para explotar a las mujeres a las quehacía sus amantes. Claro es que, por mi parte, Y por la parte delacusador particular, los interrogatorioS que hacíamos a estos testigosiban encaminados a quitar fuerza a sus dichos.

En esta labor un tanto cansina transcurrió el resto de la audien-cia de la mañana y toda la de la tarde de este segundo día deljuicio, pues el señor defensor Moheno había tomado cuidado depr~ ~sentar durante el proceso el mayor número de testimonios para acr~ditar sus cargos en contra del muerto y presentarlo como un sujetoabominable, que no tenía derecho a vivir. _. . .

El tercer día del juicio la cosa volvió a animarse; pero esta vezno fue el señor licenciado Moheno, sino su "banderillero de confianzaen esta corrida", el licenciado Santamaría, el que dio la nota aguda.

Algunas veces parecía que el señor Moheno confiaba demasiadoen su habilidad de defensor, y. abusaba de su capacidad, pues searriesgaba con pruebas peligrosag;'seguramente ésperarido que. bajola manipulación que él haría de ellas lÍlsvolvería inocuas. Tal mehabí~ Parecido, desde la instruccióndel'próc:eso,: aquella peticióninsistente del señor Moheno para hacer ,declarar al cónsul de la.Re'-pública Chilena que había sustituido a Alberto Márquez Briones.'

.Ese caballero chileno no había asistido~a -dos o tres emplazamientosque le había hecho el juez instructor deL proceSo para que se pre-sentara al Juzgado, pero la insistenCia de los defensores se había hechotan pertinaz que habían llegado hasta pedir al juez que hiciera pre-sentar por medio de la policía. al t:enuente cónsul, alegando, conrazón legal, que los funcionarios consulares no están favorecidospor el fuero diplomático y que están sujetos como cualquier habi-tante de la República a atender los llamados de un juez. El licenciadoEscalante, que era el juez instructor, con toda ponderación hizo quela Secretaría de Relaciones Exteriores, extraoficialmente, por supues-to, convenciera al cónsul de que compareciera en su oficina. Loquería el licenciado Moheno como testigo, no del delito, pues de eso

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¿Diplomático o gigoló? 135nada podía saber el funcionario consular chileno, que ni siquieraestaba en este país cuando el homicidio ocurrió, sino gara que infor-mara sobre antecedentes de la vida de Márqu~z Briones antes devenir al país. Claro que don Querido era suficientemente inteligentepara no interrogar demasiado al nuevo cónsul en el Jurado de Ins-trucción sobre estos datos, máxime cuando aquel interrogado declarócarecer de información sobre ellos; pero el hacerlo ir al Juzgado du-rante la instrucción llevaba la intención de que quedara el cónsulobligado a comparecer más tarde ante el Jurado, y era entoncescuando el señor Moheno trataría de exprimir la memoria del fun-cionario consular, para hacerlo recordar que en Valparaíso ya teníaAlberto Márquez Briones. amplio crédito como explotador de mu-jeres. .

Tuvo, pues, este representante comercial de la República deChile que .hacer acto de presencia ante el Tribunal Popular y sufriólos interrogatorios de costumbre por parte del juez y del fiscal; peroéstos fueron breves, ya que no les interesaba el testimonio del cónsul.En cambio, los defensores suponían tal vez que aquel señor iba arendirles beneficio sumo y darles informaciones que perfeccionaranel boceto de villanería que estaban haciendo de Márqu~z Briones. Yfue' el licenciado Santamaría el encargado de hacer el interrogatorio,y el señor Manuel Novoa Torres, que era el nombre del funcionarioconsular, contestó que conocía a Alberto Márquez Briones desde queambos eran niños, pues habían concurrido a la misma escuela enSantiago de Chile; que lo había considerado siempre como muy in-teligente y que era todavía muy joven cuando editó una obra que leprodujo cien mil pesos chilenos; que sabía que se había dedicado a laventa de vinos de los que. produce la República de que' ambos eranoriginarios; que llegó a hacerse dueño de importantes. viñedos; y fuecon el objeto de hacer propaganda a sus propios vinos por lo quehizo viajes a países diversos de América, con un nombramiento decónsul honorario de Chile, que se le iba refrendando por la Canci-llería de su país para irlo acreditando en diversas capitales quev~sitaba. Por tanto, no era un cónsul de carrera y no cobraba hono-rarios por esa comisión, siendo él, el declarante, el que ocupab::¡ elpuesto de cónsul general de Chile en México desde antes que' Már-quez Briones fuera muerto.

Santamaría le preguntó si sabía que Alberto explotaba a las mu-.jeres con quienes vivía, haciéndolo así en México primero con ladueña de la casa de huéspedes'en donde él vivía, y luego con laprocesada Camargo Rubín. Como Pancho Santamaría tenía la vozaguda, era nervioso y rápido para hablar y accionaba con las mano~en forma muy animada, el cónsul que estaba declarand,~, le su~li("óque usara para interrogarlo de un tono más comedido, pue, suponíaque todos allí eran personas decentes, y n(' le r:1rclÍa la f('lfma en

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que Santamaría lo cuestionaba. Pancho le gritó un poco más fuerte,diciéndole que no necesitaba recibir lecciones de urbanidad de na-die y que, en todo caso, si su entonación parecía disgustante al señorcónsul, debía éste comprender que lo irritaba la sola idea de tenerque hablar de aquel pillo que había sido Márquez Briones.

El testigo protestó con energía porque se daba el calificativo depillo a un hombre muerto que en su concepto era un caballero yhabía tenido cierta representación oficial de su gobierno. Santamaríacalificó de muy poco escrupulosa la elección que Chile hacía (le susrepresentantes consulares, si todos eran de la calidad de MárquezBriones, pues en México la Ley Consular obliga a los cónsules allevar una vida y conducta honestas y respetables. El testigo se pusolívido del coraje que le produjo oir a Santamaría y le contestó enforma muy enérgica, diciéndole que el Cuerpo Consular de la Re-pública de Chile era tan respetable como el de cualquier país, y queMárquez Briones era un caballero ante cuya memoria debía descu-brirse el señor Santamaría, si era un hombre de buena cuna. Seenfureció Santamaría; se enfureció más el cónsul que declaraba,hasta que el juez Escalante ordenó que el defensor callara; y dandoapologéticas excusas al testigo, le indicó que su presencia ya no eranecesaria. El señor cónsul y testigo en la ocasión se retiró lanZandouna mirada harto colérica a Santa maría.

Los periodistas al día siguiente iniciaron sus crónicas del Juradolanzando la noticia de que en las primeras horas de ese dfa, el si-guiente al incidente, Santamaría y el cónsul chileno se habían batidoen duelo; y como casualmente el licenciado Santamaría se presentóen la Sala de Jurados con un retardo de ms.s de una hora, durantela cual el señor Moheno estuvo atendiendo solo la defensa,_corrieronrumores de que estaba gravemente herido, rumores que cambiaronde viento cuando se presentó Santamaría sonriente y alegre, dicién-dose entonces que el que estaba agonizante en la sala del hospitalera el señor cónsul Novoa Torres, que en realidad gozaba de cabalsalud como Santamaría, pues no había habido tal duelo.

Fueron desfilando después en la audiencia, que era ya la delcuarto día del Jurado, numerosos testigos, en su mayoría de origenextranjero, que habían sido huéspedes de aquel establecimiento enque se decía que Márquez Briones era hotelero consorte, y que, portanto, 10 habían conocido a él, a la dueña de la casa de huéspedesy a Nydia CamargoRubín; unos dijeron que Márquez Briones eraun caballero completo, y otros que era un truhán; que Nydia erauna mujer respetable que había tenido la desgracia de enamorarsede In tipo como aquel don Alberto, y los otros que la procesada erauna mujer casquivana y que sabía muy bien a dónde se metÍa alhacerlo con Márquez Briones. Cada uno de aquellos señores testi-gos, que fueron diez o doce y que tenían que contestar, cada uno,

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a varios interrogatorios del juez y los abogados que intervenían enel juicio, llenaron las horas de aquel día y del siguiente. El públicono se aburría, sin embargo, y los jurados no perdían interés en lahistoria, porque casi todos aquellos testigos resultaron pintorescos ycada cual traía algún elemento nuevo para interesar al audit0ri<).

Tal fue, por ejemplo, un sujeto de nombre y origen francés, quese presentó como conde arruinado de la vieja nobleza gala y quedijo haber sido el caballerizo mayor del presidente don Porfirio Diaz,habiendo tenido a su cargo las cocheras y las caballerizas de donPorfirio hasta que abandonó el país; y en su pintoresca manera dedecir el español usando de los más distorsionados galicismos, colocóuna conferencia sobre la historia del carruaje.

Otro de los testigos que tuvo gran éxito fue un japonés que sir~vió como portero del famoso consultorio del doctor Osaki, que Már~quez Briones y Nydia Camargo explotaban en la casa en que vivían.Aquel japonés pretendía no entender ni hablar el castellano y re~clamaba un intérprete, repitiendo la palabra translator, hasta queoyó que Luis Castro López decía en voz alta, refiriéndose a él: "V:l~Hente cara de pillo tiene este hijo del Mikado", pues en esos mo~mentos el japonés adquirió de súbito el conocimiento de la lenguacastellana, y dirigiéndose a Castro López le dijo: "El pillo será usted,señor, hijo de Pancho Villa".

Pero aún tenía que vivirse en aquel juicio un momento de in~tenso dramatismo .. Este fue cuando se presentó a declarar el anciano.esposo de la procesada Nydia Ca margo Rubín. Aquel señor, que.tenía entonces más de setenta años, y que seguramente en su ju-ventud y en su madurez había sido un hombre fuerte y enérgico, eraahora, ante el Jurado, un lastimoso ejemplar de hombre. Tambiénhabía sido obligado a declarar en el proceso, o mejor dicho, traído aél, por exigencias del defensor señor Moheno; y aun cuando el juezinstructor lo había advertido de que la ley lo autorizaba para 110declarar en contra de la procesada que era su esposa, en aquellaocasión lo hizo y rindió amplia información de cómo se había hecho.su matrimonio, cómo se había desarrollado la vida conyugal, V des~cribió a Nydia como una esposa que no había sabido ser digna; queno había tenido más preocupación que gastarle el dinero, que lohabía obligado a enviarla una larga temporada a España; que habíaregresado al país cuando él ya no la pudo sostener en Europa,pues_sus negocios no eran favorables, y que ella sólo volvió para exigirleel divorcio, exigencia a la que él no se doblegó, ya que por su m()raly religión no admitía el divorcio, habiendo sido después aband0nadopor Nydia, que se llevó con ella a las dos hijas del matrimonio, a lasque él había seguido sosteniendo con grandes esfuerzos. Todo estohabía declarado aquel señor ante el juez instructor y tendría querepetirlo ahora ante el Jurado para que el señor Moheno hiciera

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pedazos sus declaraciones y lo pintara como el primer verdugo deaquella infortunada mujer que se juzgaba, pues que había compradolas primicias de su feminidad, su juventud, aniquilando sus ilusionesy arruinándole la vida, fingiéndole que se había quedado pobre por~que era un tacaño, hasta que la infeliz había tenido que alejarse deél para vivir un poco la vida. No, no le había otorgado el divorciosino por crueldad, para no liberarla, para tenerla siempre encade~nada a su vejez libidinosa. Esto era lo que tal vez iba a hacer elseñor defensor famoso con aquel pobre viejo.

Mas si aquel hombre había tenido arrestos para ir ante el juezinstructor y vaciar en su declaración toda la amargura de su vida,y tal vez el rencor que sentía hacia Nydia, cuando compareció anteel Jurado Popular el valor o el rencor lo abandonaron y a la primerapregunta que el señor juez le dirigió contestó llorando: "No puedo,señor juez, no puedo; no quiero decir, una palabra en contra de estamujer, que es la madre de mis hijas." Fue una escena agobiadora laque hubimos de presenciar. El anciano, llorando sin disimulo; losjurados, emocionadísimos; el público dando señales de descontento,temeroso de que se hiciera declarar a aquel hombre contra su v~luntad.

Naturalmente que el juez Escalante le dijo que la ley lo autorí~zaba a no prestar declaración, indicándole que podía retirarse. Perose paró inmediatamente don Querido Moheno para pedir que sehiciera declarar al testigo, pues de no hacerlo quedarían vivas todaslas imputaciones que había hecho en contra de su esposa al declararante el juez instructor, imputaciones que el fiscal haría valer porqueeran piezas de autos que hacían prueba, diciendo que las lágrimasde aquel hombre no eran sino una burda farsa preparada por losacusadores; y aquel hombre en la vida real no tenía ese aspecto deruina humana con que se exhibía allí, pues él lo había visto variasveces y su apariencia fue, siempre la de un anciano vigoroso, fuertey sano, al grado de que él, Moheno, no quisiera tener que vérselasen una riña a puñetazos contra este s~r débil y vacilante que seexhibía ahora ante los jueces del pueblo.

El juez negó su autorización definitivamente para que se obligaraa aquel señor a declarar. Moheno y Santamaría no se daban porvencidos y querían que se le forzara. Ni Castro López como acusadorprivado, ni yo como fiscal intervinimos en la discusión, no obstanteque se nos hacía cargo de ser los preparadores de aquella comedia,según decía la defensa. Fue la propia Nydia Camargo Rubín la quepuso fin ala escena, levantándose de su "banquillo" de procesadapara pedir al juez, y a sus defensores: "¡Por piedad, señores, dejena este pobre hombre' que se vaya!" Aquel anciano le agradeció elapoyo, dirigiéndole una larga mirada de amor, de agradecimiento-¿o de odio?-, y salió de la plataforma con pasos inseguros.

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¿Diplomático o gigoló? 139Eran casi las once de la noche de aquel cuarto día del juicio,

un sábado, cuando el juez Escalante suspendió la audiencia, anun,ciando que por cuanto la ley ordenaba que las. audiencias en unJurado no podrían interrumpirse por un período mayor de veinti.cuatro horas, señalaba la continuación del juicio para la siguientemañana, a las ocho, para los debates, ya que iniciados éstos el juiciono podría suspenderse hasta que el Jurado pronunciara su veredicto,recomendando a jurados y abogados contendientes que se presenta,ran en la Sala de Audiencias con toda puntualidad a las ocho deldomingo treinta de septiembre, en que se daría fin al juicio.

Bien, no precisamente a las ocho, porque ése de la puntualidadno es defecto muy mexicano; pero sí a eso de las nueve ya estábamosinstalados en nuestros respectivos sitios el señor juez, los señores ju,rados, los defensores, los componentes de la parte civil y yo el fiscal.

No había sido empresa fácil llegar hasta nuestroS lugares. Porprimera providencia, al acercamos, cada uno por su parte, a lapuerta del edificio donde estaban situados los Tribunales, tuvimosque abrimos paso por entre una muchedumbre que se agolpabaante las puertas cerradas del edificio tratando de entrar a él. Al lle,gar a la puerta y tocar en sus maderas para que nos diera paso,tuvimos que ir dando nuestros nombres, y entonces, en cada caso,se entreabría la puerta, sostenida desde adentro por el conserje yalgunos ayudantes, solamente lo preciso para poder escurrirse haciael interior, y esto a don Querido Moheno, que era voluminoso, ypara mí que le andaba cerca también en corpulencia, nos obligó acontraemos como acordeones. Pero si en la calle había unas quinien,tas personas deseando entrar, el interior del edificio en donde estabael patio a donde daban las puertas de la Sala de Jurados estabainvadido por una multitud tan nutrida que fue cosa de ir lograndoatravesarla a fuerza de súplicas, empellones y empujones de algunosque creían ayudamos en la perforación de aquella. masa, más quenada con la intención de escurrirse detrás por el canalito que seabría para irnos dando paso. Se imaginará, pues, cómo estaba repletala Sala misma del Tribunal. Los cuatro o seis policías que habían .sido comisionados para mantener el orden habían optado por nooponerse a lo imposible, y se habían colado por su cuenta a detentaralgunos sitios en el interior de la Sala, porque, al fin, ellos pensaríanque también estaban interesados en el caso y tenían tanto derechocomo cualquiera para enterarse de su resultado.

Finalmente, el juez Escalante abrió la audiencia y me concedióla palabra como fiscal para que fundara mi acusación. Nydia habíasido llevada ya desde la Cárcel de Mujeres, que estaba en el mismo.edificio, y aparecía serenamente sentada entre sus dos impresionan.tes gendarmes de la Montada.

Aquel momento era cumbre para mí. No diré, porque sería in-

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sincero, que me sentía con tanta certeza de mis posibilidades quetuviera por muy seguro que después de mi requisitoria la procesadasería irremisiblemente condenada, porque detrás de mí vendría aoirse la palabra de don Querido, y don Querido era un hombrepeligroso. Pero tampoco que me sintiera temeroso y mucho menosde antemano vencido. Durante el juicio, siendo mi propio crítico, nosentía haber sido en forma alguna un contendiente pusilánime, ytampoco en esos momentos iba yo a ser un acusador anémico.

Comencé a hablar para fundar la acusación del Ministerio PÚ-blico en el momento preciso en que sonaban las diez horas de aque-lla hermosa mañana del domingo, ante toda áquella muchedumbre,en la que centenares de hermosas mujeres, vestidas de día de fiesta,habían olvidado el camino de los templos para oír misa, y habíanpreferido las apreturas y ahogos de la Sala de Jurados, incómoda ymaloliente. Todas esas gentes esperaban lo que habría yo de decir;lo esperaban con curiosidad y probáblemente concediéndome unacaritativa simpatía, por mi esfuerzo inútil en una pelea que todostenían por dispareja.

Comencé saludando a los componentes de las dos barras, la acu-sación privada que se sentaba a mi lado en la tribuna derecha delos miembros del Jurado y a los abogados de la defensa que estabanfrente a mí, dispuestos a abatirme; pero, así por lo menos lo perci-bí, no muy seguros de su propia victoria. .

Refrescando mi memoria en los periódicos de la época, trataréde reconstruir lo más saliente de mi requisitoria:

"Estamos -dije- en los últimos momentos de esta función ju-dicial. Durante dnco días han desfilado ante nosotros los episodiosmás impresionantes, como si se tratara de un drama maravillosa-ment{\ escrito para el teatro; pero mejor escrito aún, porque lo haescrito la vida misma. En un desfile cada vez más interesante hanvenido ante el Jurado testigos, pintorescos algunos, interesados otros,serenos los menos, a respaldar los puntos de vista, que ahora vamoslos abogados a poner a la consideración de los jueces populares, paraapuntalar los criterios de la defensa y de la acusación; pero todosesos testigos no han venido a darnos sino datos aislados, elementosdispersos, para establecer cómo se originó la incubación, en la mentey en el ánimo de la acusada, de su resolución .jnexorable de privarde la vida a Alberto Márquez Briones.

"En estos cinco días la natural emoción, las reacciones nerviosasy biliares de los señores abogados de aquella barra de la defensa ylas nuestras propias,. se han manifestado en estas pequeñas agresio-nes dialécticas, en las que quizás se nos han escapado palabras quecontenían nuestro estado de ánimo del momento; y éste es aquel enque debemos todos recordar, que si algunas veces el celo por cum-plir nuestras respectivas tareas inspiró palabras desagradables y hasta

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Ihirientes, debemos todos recogerlas para dar un remate sereno y cor~tés a la contienda judicial, para lograr libertad de conciencia paralos señores jueces del pueblo de México, en los momentos en quehan de pronunciar su veredicto sobre el acto de la acusada que latrajo a este juicio. Al señor licenciado don Querido Moheno, a donFrancisco Santamaría de aquella barra, y a don Luis Castro López,representante de la acusación privada en ésta, los saludo y los invitoa una discusión caballerosa, para honor de la justicia de México.

"En cuanto a usted, señora Nydia Camargo Rubín, a la quevengo a acusar del delito de homicidio, y a la que la ley me mandatener como inocente mientras no sea juzgada y condenada, voy aofrecerle también mis excusas. No sé si sabrá usted que antigua~mente, cuando el verdugo estaba ya en. los momentos próximos acercenar de un tajo de su hacha la cabeza del reo infortunado, cum~plía un rito macabro de tipo religioso: se arrodillaba ante el conde~nado y le pedia su perdón porque iba a tener que degollarlo por elmandato de la ley. Yo no voy a arrodillarme ante usted, señoraCamargo Rubín, porque ni vivimos a la usanza de los viejos tíempos,ni soy tampoco el verdugo que va a separar la cabeza de sus hori1~bros; pero sí, en cumplimiento de ese honroso mandato de la socie~dad, que me hace su representante en estos momentos y me ordenaque yo reclame de sus jueces un veredicto de condena, voy a tenerque analizar su delito con energía y realismo, porque debo lograrque usted sea éondenada. Por tanto, toda proporción guardada,concédame su perdón de cristiana por lo que voy a decir en contrade su deseo de libertad, y de impunidad."

Este exordio fue recibido con agrado por el público y noté ciertomovimiento indefinible, pero interpretable, de aprobación. Y mesentí que no pisaba un terreno tan pantanoso.

y entrando ya de lleno a la acusación, comencé a exponer antelos jueces toda la historia de aquella procesada, tomándola desdela época en que, siendo una jovencita, contrajo matrimonio. Todala requisitoria, en su parte preliminar, la dediqué a ir haciendo undibujo de la acusada con todos sus perfiles de mujer capaz de distor~sionar todos los valores morales que hubiera habido en su contex~tura espiritual, para lograr los objetivos que ella se fijaba en la vida.Tal como el de haber contraido aquel matrimonio con un viejopara demostrarle al novio de su juventud que a ella no le importabala ruptura de las relaciones de noviazgo; haber llegado a aquel casa~miento no sólo para satisfacer su amor propio herido, sino porqueel marido tenía una fortuna de la cual ella iba a disfrutar los divi~dendos, poniéndolos al servicio de una vida cómoda y regalona;cómo se había fastidiado de la compañía de aquel marido muchomayor que ella, al que había dejado solo para irse durante larguísimatemporada a Europa; cómo al regresar, porque el marido ya no podía

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mandarle dinero para su permanencia en el viejo mundo, lo habíadejado abandonado, pidiéndole que le concediera el divorcio, y cómopor fin, al no obtener la disolución legal de su matrimonio, habíaresuelto añadir a su propio nombre la etiqueta de viuda de aquelmarido vivo y como tal se movía en sociedad y firmaba todas lasveces que tenía que firmar algún documento.

Hablé también de su maternidad, por supuesto; una maternidadegoísta que se reflejaba en no entregar las dos hijas del matrimonioal marido que se las pedía para internarlas en un buen colegio,obs.-tinándose en conservarlas a su lado, no obstante que ya iban siendounas mujercitas que iban entendiendo la vida, y llevándolas a vivira la misma casa donde ella vivía con su amante, con lo cual erantestigosde toda esa vida en que se sucedían los momentos de locuraamorosa y las riñas en que ambos se decían obscenas injurias. Hiceuna reconstrucción, extraída de las declaraciones de la propia pro-cesada y de los testigos, del inicio y desenvolvimiento de la historiaamorosa de la pareja, en la que ella, para satisfacer su propio deseosensual, no tuvo empacho en amargar la vida de aquella otra mu,jer, tan enamorada como ella estuvo después, la dueña de la casa dehuéspedes, que fue su antecesora inmediata en gozar de las cariciasy en sufrir los malos tratos de Márquez Briones.Y llegué al momentodel drama; lo expuse tal como se había desarrollado; lo presentécomo el acto frío y vengativo de una mujer de fuertes pasiones, sinrespeto para la vida ajena, como lo demostraba aquella su intenciónde asesinar a sus dos hijas en el Bosque de Chapultepec la mañanadel día en que por la noche mató fríamente a Alberto, en los mo,mentos en que éste no podía esperar la muerte de manos de lamujer que decía que lo amaba, solamente movida para la ejecuciónde su designiobrutal, por una palabra de él que ella-ya había oído,muchas veces: "Déjame en paz, lárgate a donde te dé la gana"•.

Pero, naturalmente, no olvidé hacer saber al JUrado que el Mi,nis~erioPúblico, al presentar los términos de su acusación, lo habíahecho considerando todas las causas sentimentales y anímicas, lasreacciones humanas de la mujer maltratada e incomprendida por elhombre que amaba, que era la procesada.

Tomé en cuenta, cuando formulé mi acusación, la injusta e in,noble y desagradecida conducta del cónsul de Chile, el hermOso

, macho, que vendía a precio alto y costoso el disfrute temporal desus atractivos personales a las mujeres que se rendían a sus encan,tos de varón; pero también puse de relieve que la procesada cola,boraba principalmente en todas esas empresas de mistificación depanaceas maravillosas traídas del Japón, de perfumes exóticos im,portados de la India y de la China lejana, que la propia procesadafabricaba en el laboratorio de la casa donde estaba el nido de sus:1morcs.

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En concreto, presenté el caso como el de una mujer que habíallegado hasta el crimen inspirada por la pasión; p<:;rocuya razón ha~bía sido obnubilada por una teoría constante de vejaciones, d~ insul~tos y de desprecios de un hombre que le había robado la mente yla voluntad, y se había posesionado de todo el caudal amoroso quehubiera en su ser, hasta el grado de privarla del amor instintivo dela maternidad.

"Es por eso, señora Camargo Rubín, por lo que al reclamar parausted un castigo, me he apartado de considerar que en el homicidioque usted perpetró en la persona de Márquez Briones concurrieronlas circunstancias que califican el delito de homicidio como el má~ximo. Desdeñé la calificativa de premeditación, no obstante queusted declaró que desde por la mañana se había apoderado de su.ánimo el intento homicida; que usted conservó todo el día el armadentro de su bolsa de mano, porque no consideré que usted hubieraestado deliberando consigo misma sobre la idea de asesinar a suamante, pues esa deliberación la considera la ley como la de un es~píritu frío que calcula todos sus movimientos; y usted no era unespíritu frío y calculador. Deseché la alevosía, porque aun cuandousted mató a Márquez Briones en el momento en que aquél no p~día esperar la agresión de usted, ésta debía ser tenida por Albertocomo latente y que podía realizarse en todos los momentos, y ademássu acto lo determinó una frase que no era nueva, aquella con quela echaba a .usted de la casa; pero que fue la determinante inmediatadel acto. realizado. Todo esto hace que su homicidio deba ser con~siderado como aquel de forma simple, que la ley ha creado, castigadocon mesura, y si a eso. se agregan las circunstancias atenuantes queyo he hecho valer en su favor, por considerar que existen en ver~dad, estoy pidiendo para usted la condena a una pena de prisión,'por un tiempo exiguo. Usted, señora Camargo Rubín, puede salir dela Sala de este Tribunal, como una mujer libre, absuelta por elJurado. Usted ocupará durante un día o dos las páginas de los p~riódicos m un lugar secundario, pues el principal será dedicado alelogie del notable defensor que usted se ha procurado. Y ustedvolverá a traer a sus hijitas a su lado y podrá decirles, para que lagraben en su mente y en su alma, una lección magnífica, gigantesca,inconmensurable, para que no la olviden y a su tiempo la aprove~chen: .Heme aquí, hijas mías, venid a mi lado y bajo mi protec_ciónque yo os prometo que no volveré a pensar en mataros, a menosque me encuentre otro hombre que me haga imposible la vida; venida mí y tomad mi ejemplo, y cuando sintáis que vuestra' vida es inso~portable por la maldad de un hombre, matadlo sin piedad, olvidandovuestra fe cristiana, vuestra ternura de mujeres, vuestra abnegaciónfemenina". Esa es la magnífica lección que podéis ofrecer a vuestrashijas; y yo, fiscal humilde que todavía cree en que la pena aflictiva

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tintos episodios de la vida de la procesada, que habían sido expues--tos durante el juicio, usando de los más fuertes cuando se trató deenaltecer la figura de la mujer enamorada hasta la insania, entregadahasta el delirio, abnegada, infatigable en el sacrificio, sin otra reH,gión que el dios que ella había erigido en su alma y que no era sinoel hombre amado.

Si no con lógica sí con argumentos impresionantes, sobre todopara un público que se le había entregado de antemano, don Que-rido halló explicaciones y disculpas para todos los actos de la pro-cesada, comenzando por glorificarla por aquel su matrimonio cuandoera una muchacha de dieciséis años, que no era cierto, dijo, quehubiera sido provocado por el acto de despecho de una novia ofen,dida, sino el sacrificio heroico de los ánhelos e ilusiones de unavirgen, para socorrer a la penuria de sus propios padres. Nydia nohabía sido una esposa enamorada, pero no había sido una esposaesquiva, puesto que dos veces había llevado en su seno los seresque engendró aquel su marido viejo, sin delicadezas, sin refinamien,tos para tratar a una mujer; hombre que había conservado su vigorfísico a pesar de su edad, precisamente porque la obsesión de acu,mular dinero en su vida le había quitado tiempo para dejar de sercasto; marido que tenía la religión de la avaricia que se extendíahasta la reserva de sus fuerzas biológicas. Así había traído Nydiaal mundo a aquellas dos hijas suyas.

Era mentira que Nydia le gastara al esposo sus dineros, porqueél los defendía con alma y vida. A España la mandó para obligarlaa que viviera con las cortas cantidades que él le mandaba, obligadaa permanecer en la casa de los familiares del esposo, en una barriadade Barcelona~Si Nydia hizo allí estudios sobre la manufactura deartículos de belleza, era precisamente por la necesidad de procurarseun medio. para aumentar la parvedad de los dineros que el esposole daba. Era falso también que los negocios del marido se hubieranderrumbado, pues decirlo había sido un pretexto de aquel viejopara obligar a la esposa joven a aceptar una existencia misérrima.

Pero donde los tonos del discurso subieron hasta el cenit, fuecuando el señor Moheno hizo el retrato de Márquez Briones, y lopintó como a un sujeto abyecto, miserable, vil, incapaz del menoracto de honorabilidad y de nobleza. Lo fue comparando con todoslos máximos tipos literarios en el arte de la explotación de las mu,jeres, colocándolo en un sitio de más abyección que todos los Des--Grieux, los Casanova, los Lotarios. Hermoso como un Apolo, capi,talizaba sus atributos para rendir el corazón de las mujeres enlo-quecidas y hacerlas abrir los bolsillos en su beneficio.

Aquel hombre, dijo don Querido, era un hombre sin Dios, sinley y sin patria, porque él, el señor Moheno, sentía profunda admi,

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jurídica salida tan audazmente de los labios de Moheno era de talmagnitud. que las paredes de la sala del Tribunal. que tantas mol1&'truosidades habrian oido. crujieron resignadas y soportaron unanueva cuarteadura.y para que los jurados no tuvieran tiempo de darse cuenta de

aquella monstruosa interpretación de! derecho legítimo de matar aun semejante, no en defensa de la propia vida ni del honor, sinosimplemente como puerta de escape de una situación sentimentalinfortunada, los embarcó en la nave de su dialéctica y enderezó elrumbo hacia e! refugio del maternal regazo de nuestra patria mexi~cana, nuestra patria tierra de promisión y libertad en la que no pue-den tener cabida los verdugos de! corazón de nuestra mujeres, nues.-tras dulces, abnegadas mujeres, que si son capaces de engendrar yamamantar héroes, lo son también de erguirse valientes y admirablescuando ven e! caso de reivindicar su dignidad ultrajada, porque esla dignidad .:le todas las mujeres de México. Por eso, a la procesada,se le debía no compasión, sino admiración, por haber castigado lavillanía del extranjero sin ley, sin Dios, sin conciencia, que hablapuesto su indigna planta en e! solar mexicano, en e! que brotan lostroncos majestuosos de la hombría de sus hijos; pero también lasflores delicadas del amor abnegado y de la dignidad de sus mujeres;y, parafraseando a Díaz Mirón, dijo que si los hombres habían na.•cido como el león para el combate. las dulces mujeres mexicanas.como la paloma. habían nacido para el nido; y demagógica peromaravillosamente sin duda, terminó su discurso de defensa glosandolas estrofas del Himno Nacional. que aún sonaban en nuestros oídos.dijo, en aquellos días tan inmediatos al de recordación de la inde-pendencia de la patria.y se retiró de la tribuna don Querido Moheno victorioso, sudo-

roso también, abanicándose desesperadamente con aquel abanico depalma que nunca dejaba de su mano. y fue a sentarse a su sitio.donde abriendo su eterna, compañera en los juicios, una botellatermos de gran tamaño. se, confortó con un vaso del líquido queaquella contenía y que él aseguró siempre que no era sino cafétabasqueño bien cargado, pero sin piquete. Nunca se supo que invitarauna gota de su contenido a ninguno de sus amigos.

Pero el público estaba enloquecido; aplaudía estrepitosamente,lanzaba gritos de entusiasmo reclamando la absolución de la pro-cesada. Entre los vivas a Moheno. se mezclaban los vivas al Jurado.como si éste ya hubiera dictado su veredicto.y ,la palabra constante, repetida isócronarpente. seguida por

todo el público a un ritmo regular: "tAbsolucióJi1tAbsoluciónl tAb-solución!" Como las "porras" en un partido de futbo!.

El juez Escalante agitaba desesperadamente la campanilla paraimponer el orden. ID"Itilesfuerzo. Amenazaba con hacer desalojar la

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148 El Jurado resuelve•

sala. Vana amenaza que nadie oía. Tanto más cuanto que el citadojuez no tenía a sus órdenes fuerza pública para hacerlo cumplir.

Después de esto, la cosa se desarrolló a gran prisa. Traté. de vol~ver a hacer uso de la palabra para destruir los conceptos de la de~fensa; pero el público no dejó que mi voz se oyera, callándome afuerza de siseos y de aplausos burlones. Desistí de mi intento. CastroLópez corrió la misma suerte que yo.

y hasta Pancho Santamaría, que por el hecho de haber el fiscalpronunciado una réplica (ésa que no pude decir) tuvo derecho comodefensor para hacer una segunda parte del discurso y recoger suporcentaje de la ovación de don Querido, tampoco pudo interesar alpúblico que estaba impaciente en grado sumo por oir que Nydia Ca~margo Rubín había sido absuelta.

Los jurados entraron a deliberar y antes de Qna hora volvieroncon su veredicto: Nydia Camargo Rubín había dado muerte a Al~berto Márquez Briones en el ejercicio de un derecho legítimo.

En cumplimiento de la ley pedí al juez que pusiera a la mujeren libertad.

A la mañana siguiente tuve que ir a presentarme ante mi jefe,el señor procurador don Everardo Gallardo, para darle cuenta de mifracaso. Cuando llegué a la puerta de su oficina privada, el ujier meinformó de que el jefe estaba con un visitante, pero que había dadoórdenes para que yo entrara tan pronto como llegase. 10 hice ycuando vi al visitante traté de retirarme; pero don Everardo en tonoamable y bromista me dijo: "Pase abogado, ya sé que viene ustedcon las velas rotas". Y me dedicó una afectuosa sonrisa y en seguidame preguntó si conocía a la persona que estaba con él.

Sí lo conocía y mucho; éramos bien amigos, porque a ambos nosgustaba, perdóneseme la confesión, ambular por los foros de los tea~tros de género ligero y visitar a las segundas tiples, también ligeras,en sus camerinos. Eramos pues camaradas, trasnochadores y... ysolteros. ,

Aquel señor era oficial del Ejército y nada menos que uno de losayudantes del señor Presidente de la República y en aquel entoncesostentaba el grado de capitán, llegando más tarde hasta divisionariodel Ejército mexicano. Pero aquel día no era más que un joven Y

. simpático oficialito, con el que tenía alegre amistad.Pues bien, me dijo el Procurador: el señor capitán es portador

de un mensaje de felicitación para usted del Presidente de la Re~pública por la paliza que le dio usted a Moheno.

Contesté: El señor Presidente es un bromista implacable.y el capitán, Eduardo Hernández Cházaro: "Sí, hermano, a mi

general le hizo mucha gracia enterarse de que hiciste que el panzónése sacara la lengua •• .!"

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¿Diplomático o gigoló? 149y yo: "Sí, él sacó la lengua, pero fue para comerse el pastel". Y

como el capitán ayudante tenía órdenes de invitarme a tomar unacopa, extendimos la invitación al señor Procurador y nos fuimos to-dos a hacer honor a la felicitación que generosamente me habíaenviado el señor Presidente de la República por mi gloriosa derrota.

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