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El Colca, refugio de tradición

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Crónica de viaje del valle del Colca, en Arequipa.

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Amigos, familia, comida, clima. Son una de las razones por las cuales siempre vuelvo a Arequipa. En especial por el clima y sol radiante. Debo admitir que soy poco citadina y que Lima y su cielo gris no son precisamente lo que más añoro. Esta vez viajé a la Ciudad Blanca aprovechando sus fiestas y me escapé unos días al Colca. Había visitado Arequipa varias veces, pero nunca su famoso cañón. A muchos limeños nos pasa lo mismo. Así que esta vez no me lo podía perder. Texto y

fotos. Margite Torres Postigo

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sta crónica trata sobre un maravilloso lugar, escondido entre cerros y pueblos pintorescos. Sobre su gente, sus tradiciones y sobretodo sobre sus paisajes. Quedé sorprendida por lo que vi: ¡vaya profundidad del cañón! y qué grato fue

encontrarme cara a cara con la tradición local reflejada en la mayoría de mujeres que aún visten aquellas faldas, chalecos y gorros, tan coloridos, que portaban sus antepasados en épocas coloniales.

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Partí al día siguiente, muy temprano por la mañana. El frío era intenso, pero la adrenalina e ilusión que me dan el viajar y conocer un lugar nuevo, lo combatieron. La carretera está en perfecto estado. No tardó mucho en llevarme a la Reserva Nacional Salinas - Aguada Blanca, un escenario privilegiado, adornado por bosques de piedra, como el de Sumbay, montañas cubiertas de nieve y pampas, como la de Toccra y Cañahuas, donde se protegen especies amenazadas como la vicuña. En el camino me detuve en el punto más alto, a 4,910 m.s.n.m., en el mirador de los volcanes, donde las cumbres del Ampato y el Socabaya se imponían apacibles de lejos. Nada, ni la altura, ni el frío, impidieron que hiciera un alto en este lugar para hacer unas fotos, dejar mi apacheta (un montículo de piedras que funciona como ofrenda), y deleitarme con lo que me regalaba la naturaleza en ese momento.

Fueron suficientes tres horas y media para llegar al pueblo de Chivay, a 3.650 m.s.n.m., el mejor abastecido y poblado del Valle, a los pies del nevado Mismi, el origen más lejano del río Amazonas. Pasé casi todo el día ahí, a parte de la sopa de quinua que me tomé, lo mejor fue sentarme en su Plaza Mayor a contemplar a las mujeres más ancianas, finamente vestidas con sus trajes tradicionales solearse en las esquinas y escaleras de la Iglesia. Paseé por el mercado local, me detuvo la variedad de maíces que encontré y el tiempo me ganó, pero les recomiendo los baños termales de La Calera.

Por la tarde me di una vuelta por lo el pueblo de Yanque, a solo 10 kilómetros de Chivay, el cual -según mi modesta opinión- es uno de los más bellos del Valle. Su iglesia está hecha de sillar, toda blanca. Es muy hermosa, y se impone desde las afueras: es lo primero que uno divisa a lo lejos. Aproveché la tarde soleada y cálida para pasear por la plaza y conversar con unas señoras que vendían chicha. La verdad es que estaba muy intrigada por su vestimenta. Me encantan los bordados tan

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finos y sus colores. Muy amables ellas, me permitieron compartir unas horas de charla y hasta me invitaron a la celebración de la limpieza del canal unas cuadras más abajo. Lamentablemente no pude ir, pero seguimos conversando y averigüé algo que me intrigaba: por qué las mujeres portaban diferentes sombreros. La explicación es muy simple y habla de cómo nuestros pueblos aún son capaces de conservar tradiciones tan milenarias a lo largo del tiempo. Eso es lo que los hacen verdaderamente atractivos y especiales estos lugares.

El hombre pobló este valle hace más de 6 mil años, hacia el año 200 d.C. Para ese entonces los Tiahuanaco – Huari poblaron la zona y la población aumentó considerablemente expandiéndose y construyendo andenes y varias obras hidráulicas, algunas que aún permanecen. Con el declinar de este tiempo, hacia 1,100 d.C., dos etnias tomaron el control del valle hasta la llegada de los incas: los collaguas, provenientes del Altiplano y los cabana, quechuas, provenientes de los

Andes centrales. Las mujeres que vi en la plaza de Yanque portaban sombreros distintos de estos dos grupos. Las mujeres cabanas llevan un sombrero finamente bordado con una flor hecha de tela, a diferencia de las collaguas que no portan ninguna flor y sus sombreros se distinguen por sus bordados y colores igual que el de su falda y chaleco.

Con esta satisfacción me despedí de Yanque en dirección a Cabanoconde, donde me esperaba mi alojamiento. Este pueblo es uno de los más alejados del valle, a 65 kilómetros de Chivay, por una carretera no asfaltada y 15 minutos del famoso mirador la Cruz del Cóndor, que visitaría un día después.

De regreso vi caer la tarde, pasé los pueblitos de Achoma y Maca, que marcan el inicio del Cañón, el cuarto más profundo del planeta, de 3,200 metros -más profundo que el famoso cañón del Colorado en EE.UU.- y, con este, el sol entre los abismos, el río Colca, acantilados, montañas plagadas de andenes, fruto de

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legado agrícola de estas fértiles tierras, lagunas y vida por doquier. Desde aquí el volcán Sabancaya y el nevado Hualca Hualca me dan la bienvenida, augurándome unos días intensos, de aire limpio, naturaleza y, de todo aquello que solo te da recorrer un país como el Perú. Descúbralo usted mismo.

Mi segundo día en el Colca comienza en Cabanaconde, antiguo territorio de la etnia Cabana. Después de un desayuno con queso y huevos frescos, 100% local, partí rumbo a la Cruz del Cóndor. El mejor lugar para admirar al famoso cóndor andino. Al llegar nunca pensé que vería tantos. Fue impresionante ver a estas aves, que de lejos aparentan ser pequeñas, y que por segundos te hacen olvidar que son las más grandes del mundo y que pueden llegar a medir hasta 3 metros. Otra vez sentí esa sensación indescriptible: ser sobrepasada por la naturaleza y quedar sin palabras. Ese día los cóndores estuvieron a la altura del público presente: turistas de todo el mundo, que observaban atónitos su vuelo, entre las enormes paredes del Cañón, - que en ese lugar llegan a medir hasta 1200 metros de profundidad-, que hacía olvidar que son una especie en peligro de extinción. No me imagino el Colca sin la presencia de su huésped milenario. ¿Usted?

Continúo mi recorrido. A la margen derecha del Valle, los pueblos de Madrigal, Coporaque, Lari e Ichupampa, se divisan diminutos, pero gigantes a la vez. Se puede llegar a ellos desde un camino afirmado que parte de Chivay. Si se queda más días en el Valle recomiendo visitarlos. Vale la pena conocer sus bellas iglesias, que reflejan la intensa tradición religiosa que todavía persiste en estos lugares, como fruto de la colonización y evangelización española.

De camino me detengo en algunos poblados, muy apacibles, adornados por pequeñas iglesias coloniales de estilo barroco mestizo y renacentista, cargadas de toda la identidad andina: llenas de imágenes de santos, altares de piedra, pinturas murales, cuadros coloniales, retablos de pan de oro. Vacas, ovejas, toros, burros y perros, se cruzan en el camino, deteniendo mi recorrido. Sin embargo, verlos junto a los pastores, forman una estampa genuina de estos lugares. Nada sería lo mismo sin esos minutos en lo que uno se ve obligado a parar para dejarlos pasar.

Llegué nuevamente a Chivay para almorzar y pasar una tarde tranquila y soleada, lejos de aquella rutina de la que siempre es bueno descansar. Sin duda, este refugio de naturaleza y paisaje, rodeado de volcanes, nevados y culturas vivas, está hecho para todos aquellos que buscan y gustan de la naturaleza y la aventura, como el trekking, canotaje, escalada o ciclismo. Es un escenario dotado de bondades que vale la pena visitar.

Al día siguiente mi recorrido por el Colca llegaba a su fin. Pero Arequipa aún me aguardaba. Llego justo para las celebraciones de su 472 aniversario. La alegría continúa, pero esta vez en la ciudad. Dejé atrás los caminos de polvo y los andenes del Colca, pero en mi memoria quedará grabado por siempre el recuerdo de mi visita a uno de los lugares más añorados desde mi infancia. A mi regreso pasé nuevamente por las pampas de la Reserva Nacional Salinas - Aguada Blanca. Esta vez me deleitaron la cantidad de vicuñas y guanacos, animales tan difíciles de ver por ser especies amenazadas, pastoreando libres en los parajes desolados de la puna. Verlos me dejó un mejor recuerdo.

Qué espera, planee sus vacaciones, vaya a Arequipa, visite el Colca, tómese muchas fotos, relájese, distraiga la vista, despeje la mente, olvídese de los problemas. Cómase un adobo con pan de tres puntas en el desayuno, contemple el Misti o tómese un queso helado. Vaya con la familia, amigos. Simplemente viaje.