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;.ri:-:C-:">:<::x::;;:v::K;tí:<<<.>:-;<-K.;:K-:<-::::;v:::v:;¥K<<::.-:^:<««<(.:%<•:<-»:. Una muy antigua estampa del puerto de Santa Cruz. Fondeado detrás del Muelle Sur, una «mamaria de cruceta» y, a su abrigo y a la derecha, la estampa blanca del cañonero «Ardent», de la Marina francesa, uno de los últimos vapores de ruedas que por aquí recaló. A LLÁ por 1883, la ciudad tenía surcos de tierra luciente entre El Tos- cal, Ventoso y Tahodio. Más allá, Valleseco y La Jurada, playa en la que se amarró —hi- zo ahora un siglo— el cable tele- gráfico submarino que unió a Tenerife, a las islas con Cádiz. Santa Cruz de Tenerife, ciu- dad marinera por tradición y vocación plena, guarda en los anales de su puerto nombres y más nombres de cableros —«Neptun», «John A. Mackay», «Castillo Olmedo», «Ampere», «Monarch», «Alert», etc.— que, al correr de un centenar de años, han tenido a su cargo el mantenimiento y reparación de los cables que amarraron y amarran en las costas de la ciudad. Los cableros son barcos de líneas precisas y preciosas, barcos con un sello especialísi- mo de construcción y estampa marinera. Moliendo espumas, rompiendo olas al ritmo cansi- no de sus alternativas triples, fueron barcos —son barcos— que trillaron con monótona constancia los mares y, unas veces dejaban ir por la popa la nueva línea y, en otras, con pa- ciencia trataban de localizar la averiada para, una vez a su bordo, proceder a la oportuna y siempre urgente reparación. Hoy, la evocación de dos barcos, los «Dacia» e «Interna- tional» que, hace un siglo, con sus estelas escribieron historias —muy buena historia— en las aguas de Santa Cruz. Era cuando los barcos anda- ban a vapor, devorando carbón por sus hornos y devolvían a las nubes negros y airosos pe- nachos que quedaban tendidos sobre la estela. Era cuando la ciudad —nacida al filo de la ola, al calor y color del Atlántico— miraba de frente a la mar, co- mo siempre y como ahora, pues bien comprende que cuanto fue, es y será, le ha llegado, lle- ga y llegará, por la lámina azul del infinito. Santa Cruz de Tenerife es ciudad que siempre ha querido ser —ser no es sino querer ser— y, de ahí, esa su marcha hacia adelante, por el buen y recto camino del progreso y, tam- bién, el bien hacer de sus hom- bres. Cierto es también que no puede tener esperanzas quien no tenga recuerdos y, por ello —por buen ganados recuerdos- Santa Cruz tiene y tendrá siem- pre metas, ilusiones que se al- canzan con ejemplar constan- cia y luego forman los hitos que señalan la marcha, el progreso de la ciudad, de toda la isla de Tenerife. Nuestra vieja y muy querida ciudad de Santa Cruz tiene an- tigüedad salada y portuaria, antigüedad llena de gracia y donaire. Es por ello que en su historia se encuentren nombres y más nombres ligados a su Santa Cruz de ayer y de hoy El «Dacia» y el cable telegráfico de Cádiz a nuestra ciudad puerto, verdadera puerta de la isla toda. Entre tales nombres, los de los cableros antes citados pero, desde luego, ante todos —y en lugar muy destacado— el. del «Dacia», el que, con el «In- ternational», hace un siglo ten- dió el cable histórico por su sig- nificación para las islas todas. La historia del cable subma- rino comenzó en 1882 y, el 6 de diciembre del año siguiente, fue oficialmente inaugurado. Con tal motivo, las fiestas en Santa Cruz duraron tres días y, como bien dice don Alejandro Cioranescu en su «Historia de Santa Cruz», el entusiasmo era tan grande «que se llega a du- dar si se celebraba el nuevo e importante servicio conseguido o la victoria política que se ha- bía obtenido». En la zona costera de Santa Cruz de Tenerife, el cable ama- rraba en la playa de La Jurada —donde había una conexión pa- ra Las Palmas y desde Bueña- vista otra a Santa Cruz de la Palma— y las oficinas y central telegráfica se encontraban en la calle de la Cruz Verde. Con las primeras luces del 1 de noviembre de 1883, el puer- to de Santa Cruz era un regalo azul pintado de barcos. Frente al Castillo de San Pedro, las go- letas y balandras del cabotaje y la pesca compartían el fondeo con las negras y panzudas ga- barras del carbón. Eran tiem- pos de poco muelle y muchos barcos y, aproada al tiempo reinante, la fragata «Victoria» —de matrícula tinerfeña y en- tonces al mando del capitán Marrero— que, con carga de madera, había llegado de Saint John el 8 de septiembre. La «Victoria» —de 510 toneladas y construida en la playa de los Melones— estaban tripuladas por catorce hombres, de capi- tán a paje, y se le consideraba como uno de los mayores y me- jores veleros de construcción tinerfeña. El siguiente día 4, una vez finalizó las operaciones de carga fue despachada por don Juan Cumella para La Ha- bana y otros puertos de la Cuba entonces española. Cerca de la fragata «Victo- ria», el bricbarca «Amalia» —de 347 toneladas y tripulado por 13 hombres al mando del capi- tán don Juan González— que, desde el 27 de septiembre, es- taba fondeado en aguas de Santa Cruz. En ocho singladu- ras había cruzado desde Cádiz y, tras cargar, el 9 de noviem- bre se hizo a la vela con rumbo a La Habana. En aguas de Santa Cruz re- saltaban dos estampas marine- ras gallardas y llenas de gra- cia. Una era la de la fragata «Concepción», de la Marina de Guerra, española, que al man- do del comandante Reguera había dado fondo el 16 de octu- bre procedente de Cádiz. Tripu- lada por 397 hombres y artilla- da con veinte cañones, la «Con- cepción» —que el 27 de noviem- bre zarpó rumbo a Cádiz— esta- ba fondeada cerca de la corbe- ta «Ceres» que, también de la Armada Española, al mando del comandante Barroso había llegado a Santa Cruz el 2 de oc- tubre. La «Ceres», artillada con dos cañones, estaba tripulada por 84 hombres y, por enton- ces, se encontraba de apostade- ro en aguas de nuestra ciudad. Fondeado a la gira, el vapor inglés «Timsah» —chimenea de mucha guinda y aparejo de go- leta en sus dos palos— descar- gaba en las gabarras abarloa- das a banda y banda el carbón gales que abarrotaba sus bode- gas. Este vapor, de 914 tonela- das y al mando del capitán Wil- son, había dado fondo el 28 de octubre y, una vez finalizó la descarga en las gabarras de Hamilton y Compañía, arran- chó a son de mar y, el día 4, co- menzó a virar el ancla. Ya con ella a pique, dio avante y, mientras la hélice batía y batía la mar, la proa —obediente al timón— cayó y apuntó a Punta de Anaga, por donde ya se divi- saba un negro y espeso pena- cho de humo. Cantó la campana de la ata- laya situada en el castillo de San Cristóbal y, casi al mismo tiempo, por la driza subió la se- ñal que indicaba «vapor de arriba». Ya cerca, y en el «avante poca» de las entradas, éste arrumbó al fondeadero asignado por el práctico y, con férreo estrépito de cadenas que escapaban por los escobenes, dio fondo, Poco a poco, el re- cién llegado se aproó al tiempo reinante al tiempo que las ga- barras y aljibes llegaban a sus costados. Se trataba del vapor francés «Porteña» —de la Char- geurs Reunís, barcos aquí co- nocidos por los de «las cinco es- trellas»— que, al mando del ca- pitán Le Guen, llegaba de El Havre en seis singladuras y, una vez finalizó las operaciones de carboneo y refresco de la aguada, fue despachado por Hardisson Hermanos para Río de Janeiro, Montevideo y Bue- nos Aires. Poco después, de nuevo can- el bronce de la atalaya y, por la driza del palo, subió la señal que indicaba que dos vapores venían «de enfrente». Efectiva- mente, se trataba de los tan es- perados «Dacia» e «Internacio- nal» que, desde Cádiz, venían con el tan esperado cable para su amarre en La Jurada. El cablero «Dacia» —de 1.473 toneladas— venía al mando del capitán Bayward y su tripula- ción la componían 101 hom- bres entre marinos propiamen- te dichos, maquinistas y espe- cialistas en cables y su tendido. El «International», de 1.004 to- neladas y 83 tripulantes, esta- ba al mando del capitán W.A. Findall. Ambos arbolaban ban- dera inglesa y estaban matricu- , lados en Londres. Los dos cableros llevaron a cabo las operaciones de amarre en La Jurada y, luego, hicieron varias salidas —la primera el día 4 para regresar el 6— para el tendido de los enlaces con Las Palmas y Santa Cruz de La Palma. Este último enlace —desde Buenavista del Norte— se inició con la salida del día 6 y, cuatro días más tarde, los dos cableros regresaron a San- ta Cruz de Tenerife. El día 16, el «Dacia», con el «International» en su estela, arrumba a Santa Cruz de La Palma, desde donde el primero regresa a esta ciudad el 23 y, dos días más tarde, lo hace su compañero de tareas. Ya en puerto, carbonean, hacen la aguada y, el 27, levan y ponen proa a Cádiz. El 15 de diciembre, los «Da- cia» e «International» vuelven a Santa Cruz de Tenerife y, tres días más tarde, el primero zar- pa para llevar a cabo operacio- nes de mantenimiento del cable submarino. El 26, él «Interna- cional» vira el ancla y, ya en franquía, arrumba a Londres; el 29 de febrero de 1884, nueva escala del «Dacia» —que venía procedente de Arrecife de Lan- zarote— y que, el 18 de marzo, lleva a cabo inspección del ca- ble para, dos días después, re- gresar a Santa Cruz, desde donde el 23 se hace a la mar rumbo a Londres. El «Dacia» fue un cablero con buena historia, barco que ha dejado su nombre en un banco del Atlántico y, por su relación con las comunicaciones por ca- ble, su estampa marinera ha quedado plasmada en un sello de Jamaica emitido en 1970 con motivo del —como hemos celebrado en Santa Cruz— cen- tenario del tendido del primer cable telegráfico a dicha isla. El «Dacia» era un vapor de casco de hierro, de 75 metros de eslora, que para la Norwood and Company había sido bota- do, en 1867, en los astilleros de la J. Laing, de Sunderland. En tres palos podía largar buena cantidad de trapo en velas re- dondas y cangrejas y, entre los mayor y mesaría, se alzaba una chimenea de mucha guinda y en caída. Tres años más tarde, el «Da- cia» fue adquirido por la em- presa India-Rubber Gutta-Per- cha and Telegraph Works, em- presa que por entonces tenía su central el Silvertown, Londres. Entre 1869 y año siguiente, Sir Charles Bright y su hermano Edward formaron dos compa- ñías —la West India and Pana- má y la Cuba Submarina Tele- graph— para unir las principa- les islas de las Antillanas con La Habana entonces española y, desde allí, a los Estados Uni- dos, país ya conectado a Euro- pa a través del cable del Atlán- tico. Era necesario un buen cable- ro para llevar a cabo el tendido y, desde luego, el «Dacia» fue el seleccionado. Fue preciso au- mentar la eslora en 12 metros y, con nuevo equipo para el tendido de cables y maquinas auxiliares, era por entonces la última palabra de la técnica es- pecializada en su difícil tarea. En 1870 comenzó el tendido del cable que, de cuatro tipos diferentes, tenía 4.000 millas de extensión y, en total, pesaba unas 10.000 toneladas. Fue embarcado el cable por el «Da- cia», el vapor «Suffolk» y tres fragatas especialmente fleta- das para ello. Tras esta etapa de vida ma- rinera, el «Dacia» continuó sus actividades en la mar, si bien ya superado por nuevas unida- des especializadas y, en di- ciembre de 1915 —cuando a la altura de Funchal intentaba re- cuperar el cable alemán con América del Sur— fue torpedea- do y hundido por un submarino de la Marina germana. Así terminó la vida marinera del cablero que, hace un siglo, conectó a Santa Cruz de Tene- rife con Cádiz. Han pasado los años y las décadas y, como siempre, Santa Cruz de Teneri- fe, la ciudad con muy buenos recuerdos, tiene ilusiones y es- peranzas. Tiene una evocación para el «Dacia», el barco de la vida sencilla, buena y silencio- sa.— Juan A. Padrón Albornoz. EXCMO. CABILDO INSULAR DE TENERIFE ACTO DE APERTURA DE LA NUEVA INSTALACIÓN DE LA SALA DE ANTROPOLOGÍA DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE TENERIFE (DONACIÓN DEL DR. DON JUAN BETHENCÜURT RIMERO) Presentación a cargo de Don LUIS DIE- GO CUSCOY, Director del expresado Museo. Intervención del Iltmo. Sr. Don JOSÉ SE- GURA CLAVELL, Presidente del Excmo. Cabil- do Insular de Tenerife. Martes, día 13 de diciembre de 1983, 20 horas. Palacio Insular, 2 a Planta. Asistencia libre.

EL DACIA Y EL CABLE TELEGRAFICO DE CADIZ A NUESTRA CIUDAD

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Artículo de Juan Antonio Padrón Albornoz, periódico El Día, sección "Santa Cruz de ayer y hoy", 1983/12/11

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Page 1: EL DACIA Y EL CABLE TELEGRAFICO DE CADIZ A NUESTRA CIUDAD

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Una muy antigua estampa del puerto de Santa Cruz. Fondeado detrás del Muelle Sur, una «mamaria de cruceta» y, a su abrigo y a la derecha, la estampa blanca del cañonero «Ardent», de la Marinafrancesa, uno de los últimos vapores de ruedas que por aquí recaló.

A LLÁ por 1883, la ciudadtenía surcos de tierraluciente entre El Tos-

cal, Ventoso y Tahodio. Másallá, Valleseco y La Jurada,playa en la que se amarró —hi-zo ahora un siglo— el cable tele-gráfico submarino que unió aTenerife, a las islas con Cádiz.

Santa Cruz de Tenerife, ciu-dad marinera por tradición yvocación plena, guarda en losanales de su puerto nombres ymás nombres de cableros—«Neptun», «John A. Mackay»,«Castillo Olmedo», «Ampere»,«Monarch», «Alert», etc.— que,al correr de un centenar deaños, han tenido a su cargo elmantenimiento y reparación delos cables que amarraron yamarran en las costas de laciudad.

Los cableros son barcos delíneas precisas y preciosas,barcos con un sello especialísi-mo de construcción y estampamarinera. Moliendo espumas,rompiendo olas al ritmo cansi-no de sus alternativas triples,fueron barcos —son barcos—que trillaron con monótonaconstancia los mares y, unasveces dejaban ir por la popa lanueva línea y, en otras, con pa-ciencia trataban de localizar laaveriada para, una vez a subordo, proceder a la oportuna ysiempre urgente reparación.

Hoy, la evocación de dosbarcos, los «Dacia» e «Interna-tional» que, hace un siglo, consus estelas escribieron historias—muy buena historia— en lasaguas de Santa Cruz.

Era cuando los barcos anda-ban a vapor, devorando carbónpor sus hornos y devolvían alas nubes negros y airosos pe-nachos que quedaban tendidossobre la estela. Era cuando laciudad —nacida al filo de la ola,al calor y color del Atlántico—miraba de frente a la mar, co-mo siempre y como ahora, puesbien comprende que cuantofue, es y será, le ha llegado, lle-ga y llegará, por la lámina azuldel infinito.

Santa Cruz de Tenerife esciudad que siempre ha queridoser —ser no es sino querer ser—y, de ahí, esa su marcha haciaadelante, por el buen y rectocamino del progreso y, tam-bién, el bien hacer de sus hom-bres. Cierto es también que nopuede tener esperanzas quienno tenga recuerdos y, por ello—por buen ganados recuerdos-Santa Cruz tiene y tendrá siem-pre metas, ilusiones que se al-canzan con ejemplar constan-cia y luego forman los hitos queseñalan la marcha, el progresode la ciudad, de toda la isla deTenerife.

Nuestra vieja y muy queridaciudad de Santa Cruz tiene an-tigüedad salada y portuaria,antigüedad llena de gracia ydonaire. Es por ello que en suhistoria se encuentren nombresy más nombres ligados a su

Santa Cruz de ayer y de hoy

El «Dacia» y el cable telegráfico deCádiz a nuestra ciudad

puerto, verdadera puerta de laisla toda. Entre tales nombres,los de los cableros antes citadospero, desde luego, ante todos—y en lugar muy destacado— el.del «Dacia», el que, con el «In-ternational», hace un siglo ten-dió el cable histórico por su sig-nificación para las islas todas.

La historia del cable subma-rino comenzó en 1882 y, el 6 dediciembre del año siguiente,fue oficialmente inaugurado.Con tal motivo, las fiestas enSanta Cruz duraron tres días y,como bien dice don AlejandroCioranescu en su «Historia deSanta Cruz», el entusiasmo eratan grande «que se llega a du-dar si se celebraba el nuevo eimportante servicio conseguidoo la victoria política que se ha-bía obtenido».

En la zona costera de SantaCruz de Tenerife, el cable ama-rraba en la playa de La Jurada—donde había una conexión pa-ra Las Palmas y desde Bueña-vista otra a Santa Cruz de laPalma— y las oficinas y centraltelegráfica se encontraban enla calle de la Cruz Verde.

Con las primeras luces del 1de noviembre de 1883, el puer-to de Santa Cruz era un regaloazul pintado de barcos. Frenteal Castillo de San Pedro, las go-letas y balandras del cabotaje yla pesca compartían el fondeocon las negras y panzudas ga-barras del carbón. Eran tiem-pos de poco muelle y muchosbarcos y, aproada al tiemporeinante, la fragata «Victoria»—de matrícula tinerfeña y en-tonces al mando del capitánMarrero— que, con carga demadera, había llegado de SaintJohn el 8 de septiembre. La«Victoria» —de 510 toneladas yconstruida en la playa de losMelones— estaban tripuladaspor catorce hombres, de capi-tán a paje, y se le considerabacomo uno de los mayores y me-jores veleros de construccióntinerfeña. El siguiente día 4,una vez finalizó las operacionesde carga fue despachada pordon Juan Cumella para La Ha-bana y otros puertos de la Cubaentonces española.

Cerca de la fragata «Victo-ria», el bricbarca «Amalia» —de347 toneladas y tripulado por13 hombres al mando del capi-tán don Juan González— que,desde el 27 de septiembre, es-taba fondeado en aguas deSanta Cruz. En ocho singladu-ras había cruzado desde Cádizy, tras cargar, el 9 de noviem-

bre se hizo a la vela con rumboa La Habana.

En aguas de Santa Cruz re-saltaban dos estampas marine-ras gallardas y llenas de gra-cia. Una era la de la fragata«Concepción», de la Marina deGuerra, española, que al man-do del comandante Reguerahabía dado fondo el 16 de octu-bre procedente de Cádiz. Tripu-lada por 397 hombres y artilla-da con veinte cañones, la «Con-cepción» —que el 27 de noviem-bre zarpó rumbo a Cádiz— esta-ba fondeada cerca de la corbe-ta «Ceres» que, también de laArmada Española, al mandodel comandante Barroso habíallegado a Santa Cruz el 2 de oc-tubre. La «Ceres», artillada condos cañones, estaba tripuladapor 84 hombres y, por enton-ces, se encontraba de apostade-ro en aguas de nuestra ciudad.

Fondeado a la gira, el vaporinglés «Timsah» —chimenea demucha guinda y aparejo de go-leta en sus dos palos— descar-gaba en las gabarras abarloa-das a banda y banda el carbóngales que abarrotaba sus bode-gas. Este vapor, de 914 tonela-das y al mando del capitán Wil-son, había dado fondo el 28 deoctubre y, una vez finalizó ladescarga en las gabarras deHamilton y Compañía, arran-chó a son de mar y, el día 4, co-menzó a virar el ancla. Ya conella a pique, dio avante y,mientras la hélice batía y batíala mar, la proa —obediente altimón— cayó y apuntó a Puntade Anaga, por donde ya se divi-saba un negro y espeso pena-cho de humo.

Cantó la campana de la ata-laya situada en el castillo deSan Cristóbal y, casi al mismotiempo, por la driza subió la se-ñal que indicaba «vapor dearriba». Ya cerca, y en el«avante poca» de las entradas,éste arrumbó al fondeaderoasignado por el práctico y, conférreo estrépito de cadenas queescapaban por los escobenes,dio fondo, Poco a poco, el re-cién llegado se aproó al tiemporeinante al tiempo que las ga-barras y aljibes llegaban a suscostados. Se trataba del vaporfrancés «Porteña» —de la Char-geurs Reunís, barcos aquí co-nocidos por los de «las cinco es-trellas»— que, al mando del ca-pitán Le Guen, llegaba de ElHavre en seis singladuras y,una vez finalizó las operacionesde carboneo y refresco de laaguada, fue despachado por

Hardisson Hermanos para Ríode Janeiro, Montevideo y Bue-nos Aires.

Poco después, de nuevo can-tó el bronce de la atalaya y, porla driza del palo, subió la señalque indicaba que dos vaporesvenían «de enfrente». Efectiva-mente, se trataba de los tan es-perados «Dacia» e «Internacio-nal» que, desde Cádiz, veníancon el tan esperado cable parasu amarre en La Jurada.

El cablero «Dacia» —de 1.473toneladas— venía al mando delcapitán Bayward y su tripula-ción la componían 101 hom-bres entre marinos propiamen-te dichos, maquinistas y espe-cialistas en cables y su tendido.El «International», de 1.004 to-neladas y 83 tripulantes, esta-ba al mando del capitán W.A.Findall. Ambos arbolaban ban-dera inglesa y estaban matricu-

, lados en Londres.Los dos cableros llevaron a

cabo las operaciones de amarreen La Jurada y, luego, hicieronvarias salidas —la primera eldía 4 para regresar el 6— parael tendido de los enlaces conLas Palmas y Santa Cruz de LaPalma. Este último enlace—desde Buenavista del Norte—se inició con la salida del día 6y, cuatro días más tarde, losdos cableros regresaron a San-ta Cruz de Tenerife.

El día 16, el «Dacia», con el«International» en su estela,arrumba a Santa Cruz de LaPalma, desde donde el primeroregresa a esta ciudad el 23 y,dos días más tarde, lo hace sucompañero de tareas. Ya enpuerto, carbonean, hacen laaguada y, el 27, levan y ponenproa a Cádiz.

El 15 de diciembre, los «Da-cia» e «International» vuelven aSanta Cruz de Tenerife y, tresdías más tarde, el primero zar-pa para llevar a cabo operacio-nes de mantenimiento del cablesubmarino. El 26, él «Interna-cional» vira el ancla y, ya enfranquía, arrumba a Londres;el 29 de febrero de 1884, nuevaescala del «Dacia» —que veníaprocedente de Arrecife de Lan-zarote— y que, el 18 de marzo,lleva a cabo inspección del ca-ble para, dos días después, re-gresar a Santa Cruz, desdedonde el 23 se hace a la marrumbo a Londres.

El «Dacia» fue un cablero conbuena historia, barco que hadejado su nombre en un bancodel Atlántico y, por su relacióncon las comunicaciones por ca-

ble, su estampa marinera haquedado plasmada en un sellode Jamaica emitido en 1970con motivo del —como hemoscelebrado en Santa Cruz— cen-tenario del tendido del primercable telegráfico a dicha isla.

El «Dacia» era un vapor decasco de hierro, de 75 metrosde eslora, que para la Norwoodand Company había sido bota-do, en 1867, en los astilleros dela J. Laing, de Sunderland. Entres palos podía largar buenacantidad de trapo en velas re-dondas y cangrejas y, entre losmayor y mesaría, se alzaba unachimenea de mucha guinda yen caída.

Tres años más tarde, el «Da-cia» fue adquirido por la em-presa India-Rubber Gutta-Per-cha and Telegraph Works, em-presa que por entonces tenía sucentral el Silvertown, Londres.Entre 1869 y año siguiente, SirCharles Bright y su hermanoEdward formaron dos compa-ñías —la West India and Pana-má y la Cuba Submarina Tele-graph— para unir las principa-les islas de las Antillanas conLa Habana entonces española

y, desde allí, a los Estados Uni-dos, país ya conectado a Euro-pa a través del cable del Atlán-tico.

Era necesario un buen cable-ro para llevar a cabo el tendidoy, desde luego, el «Dacia» fue elseleccionado. Fue preciso au-mentar la eslora en 12 metrosy, con nuevo equipo para eltendido de cables y maquinasauxiliares, era por entonces laúltima palabra de la técnica es-pecializada en su difícil tarea.

En 1870 comenzó el tendidodel cable que, de cuatro tiposdiferentes, tenía 4.000 millasde extensión y, en total, pesabaunas 10.000 toneladas. Fueembarcado el cable por el «Da-cia», el vapor «Suffolk» y tresfragatas especialmente fleta-das para ello.

Tras esta etapa de vida ma-rinera, el «Dacia» continuó susactividades en la mar, si bienya superado por nuevas unida-des especializadas y, en di-ciembre de 1915 —cuando a laaltura de Funchal intentaba re-cuperar el cable alemán conAmérica del Sur— fue torpedea-do y hundido por un submarinode la Marina germana.

Así terminó la vida marineradel cablero que, hace un siglo,conectó a Santa Cruz de Tene-rife con Cádiz. Han pasado losaños y las décadas y, comosiempre, Santa Cruz de Teneri-fe, la ciudad con muy buenosrecuerdos, tiene ilusiones y es-peranzas. Tiene una evocaciónpara el «Dacia», el barco de lavida sencilla, buena y silencio-sa.— Juan A. Padrón Albornoz.

EXCMO. CABILDOINSULAR DE

TENERIFEACTO DE APERTURA DE LA NUEVA INSTALACIÓN

DE LA SALA DE ANTROPOLOGÍA DEL MUSEOARQUEOLÓGICO DE TENERIFE (DONACIÓN DEL

DR. DON JUAN BETHENCÜURT RIMERO)

Presentación a cargo de Don LUIS DIE-GO CUSCOY, Director del expresado Museo.

Intervención del Iltmo. Sr. Don JOSÉ SE-GURA CLAVELL, Presidente del Excmo. Cabil-do Insular de Tenerife.

Martes, día 13 de diciembre de 1983, 20horas.

Palacio Insular, 2a Planta.Asistencia libre.