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EL ESPAÑOL DE AMÉRICA - publicacions.ub.es · UNIVERSITAT DE BARCELONA. Dades catalogràfiques Torres Torres, Antonio El Español de América. – (Textos docents ; 230) Referències

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EL ESPAÑOLDE AMÉRICA

Antonio Torres Torres

Publicacions i Edicions

UNIVERSITAT DE BARCELONA

U

B

TEXTOS DOCENTS

230

Departament de Filologia Espanyola

UNIVERSITAT DE BARCELONA. Dades catalogràfiques

Torres Torres, AntonioEl Español de América. – (Textos docents ; 230)

Referències bibliogràfiquesISBN 84-475-2931-2

I. Universitat de Barcelona. Departament de Filologia Hispànica II. Títol III. Col·lecció: Textos docents (Universitat de Barcelona) ; 2301. Castellà 2. Història de la llengua 3. Dialectologia 4. Amèrica Llatina

© PUBLICACIONS I EDICIONS DE LA UNIVERSITAT DE BARCELONA, 2005Adolf Florensa, s/n; 08028 Barcelona; Tel. 934 035 442; Fax 934 035 446;[email protected]; www.publicacions.ub.es

Dipòsit legal: B-27642-2005

ISBN: 84-475-2931-2

Impressió: Gráficas Rey, S.L.

Imprès a Espanya / Printed in Spain

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INTRODUCCIÓN

Las asignaturas Introducción al español de Hispanoamérica, El español de América y El español en Estados Unidos en el plan de estudios de la Facultad de Filología

En el curso 1996-1997 se empezó a impartir en la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona la asignatura El español de América, optativa de primer ciclo de la licenciatura en Filología Hispánica, con algo más de cien alumnos inscritos, muchos de ellos procedentes de convenios con universidades extranjeras. Desde el curso 1997-1998 se contaba con dos grupos, uno de mañana y otro de tarde. En el año académico de 2000-2001 se introduce la asignatura optativa de primer ciclo El español en Estados Unidos, antes uno de los temas de El español de América, que, a su vez, a partir del curso 2001-2002, se desgaja en dos asignaturas obligatorias para los alumnos de Filología Hispánica: Introducción al español de Hispanoamérica (primer ciclo, seis créditos) y El español de América(segundo ciclo, seis créditos).

Desde hace al menos treinta años, y en sucesivos planes de estudios (1969, 1974, 1981 y 1994), el Departamento de Filología Hispánica incluye, en su currículum, cursos de literatura hispanoamericana. En la actualidad, la Sección de Literatura ofrece como asignaturas obligatorias de segundo ciclo Literatura hispanoamericana I y Literatura hispanoamericana II y, como optativas, Fundamentos de la literatura hispanoamericana, Poesía y prosa hispanoamericana contemporánea (primer ciclo), y Narrativa hispanoamericana del siglo XX (segundo ciclo). Aunque hasta el curso 1996-1997 no se implantó en la Sección de Lengua una asignatura sobre las variedades del español en los países americanos, se había creado previamente un clima favorable a la docencia y a la investigación en el terreno del español de América. Por una parte, la profesora Emma Martinell ha dictado los cursos de doctorado Crónicas de Indias y La incorporación de indigenismos americanos a lo largo de varios años académicos. Por otro lado, la Sección ha acogido a becarios Intercampus procedentes de Iberoamérica en varias ediciones del Programa, desde 1995. Algunos profesores de la Sección han disfrutado de la posibilidad de conocer Hispanoamérica a través del mismo Programa. Y, finalmente, se han organizado diversas conferencias que han fomentado el interés por esta realidad.

A partir del curso 1996-1997, y paralelamente a las clases, se han dictado cursos de doctorado como el de Lexicografía hispanoamericana, a cargo de la profesora Emília Anglada, y se han preparado varias jornadas americanistas, en colaboración con el Institut Català de Cooperació Iberoamericana,pensadas para ampliar la visión sobre el continente americano en nuestros estudiantes.

Una de las características fundamentales de la asignatura es que, desde sus inicios, ha contado con un alumnado enormemente heterogéneo. Son mayoría los estudiantes de Filología Hispánica, pero se matriculan en gran número los del departamento de Filología Inglesa y Alemana, y no faltan los del resto de departamentos de Filología, especialmente Catalana y Románica, y aun los de otras Facultades, como Derecho. Asimismo, como ya hemos señalado, entre un quince y un veinte por ciento del total de los inscritos procede del extranjero, principalmente de Estados Unidos, pero también de Francia, Italia,

INTRODUCCIÓNII

Alemania, Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, Suecia, Finlandia, Rusia, e Hispanoamérica. Esta circunstancia hace que los niveles de formación lingüística de los estudiantes sean muy dispares, y resulte conveniente que adquieran los conocimientos que proporcionan las materias de historia de la lengua, gramática y fonética del español.

El español en Estados Unidos es un curso pensado especialmente para quienes manifiesten un interés especial por el español americano y quieran aproximarse a la realidad sociolingüística, cultural y artística de los grupos latinos en Norteamérica. En atención a la magnitud del temario, y el particular atractivo y la relevancia cada vez mayor de nuestra lengua en Estados Unidos, se ha considerado útil y conveniente convertir ese apartado en un bloque autónomo.

La asignatura Bases instrumentales para el estudio del español gira en torno a una serie de destrezas de gran utilidad para el estudiante de Filología Hispánica. Por otro lado, los cursos de literatura hispanoamericana, así como los de Dialectología Española y Cuestiones del español como L2, optativos (los dos últimos) de segundo ciclo, tienen valor complementario.

Programa de las asignaturas Introducción al español de Hispanoamérica, El español de América y El español en Estados Unidos

Durante demasiado tiempo, las variedades del español americano han figurado en diccionarios, manuales y planes de estudio como un apéndice del español europeo. El peso de la historia ha sido excesivo, y no se ha tenido conciencia, en grado suficiente, de que los hispanohablantes del viejo mundo no constituyen ya sino una minoría en el conjunto de usuarios de esta lengua, una provincia del idioma, como diría Antonio Muñoz Molina.

Por ello, y a la vez que se apela continuamente a la unidad del español y a su imparable expansión, se hace obligado conocer la historia y el presente de lo que, de forma tan generalmente imprecisa, se denomina “español de América”. En relación con asignaturas de diacronía y de sincronía que se citaban en el punto anterior, abordaremos el proceso de trasplante del español al Nuevo Mundo, su difícil zonificación dialectal, sus características más notorias y las instituciones que se dedican a su estudio. La materia se estructura en cinco bloques temáticos.

Será necesario presentar los numerosos aportes en relación con temas como el concepto de americanismo, la función de las Academias de la Lengua Española, el conocido problema del andalucismo del español americano o la koiné inicial en el Nuevo Mundo. Y se mostrarán los rasgos más característicos y estudiados de las variedades americanas en la actualidad. Conocer el español mexicano, cubano, puertorriqueño o dominicano, ayudará a dibujar el mapa lingüístico de los Estados Unidos, de las comunidades de latinos que están en contacto con el inglés y producen un nuevo mestizaje cultural, tan vivo y tan artísticamente creativo. Entre Angloamérica e Hispanoamérica, por otra parte, el border es, cada vez más, frontera, espacio de transgresión, ósmosis, cruce, frontier, no barrera infranqueable.

El presente texto-guía ofrece al estudiante los materiales necesarios para el seguimiento de las asignaturas sobre español en América. Los tres primeros capítulos corresponden a la Introducción al español de Hispanoamérica, el cuarto —y parte del primero y del tercero—, a El español de América, y el último —de considerable extensión— a la optativa El español en Estados Unidos. Se ha querido reunir en el texto, bajo el esquema del temario de las tres materias, una serie de informaciones que se encuentran muy dispersas en la bibliografía, y que muestran el hilo conductor de las clases, a la vez que permiten el posterior trabajo pausado e individual del alumno. La asistencia a clase resulta altamente aconsejable, dada la concentración de un temario vastísimo en pocos meses; las clases permitirán asimismo al estudiante establecer la ligazón entre los contenidos de cada punto del texto-guía, y entre los distintos puntos y temas, y contextualizar materiales que aparecen sin mayores comentarios. Como se trata de un texto-guía ajustado al programa particular de las asignaturas a las que se destina, se aparta

INTRODUCCIÓN III

enormemente de los manuales que se pueden encontrar en el mercado, y se ciñe al desarrollo diario de unos temas. Se incluyen más comentarios en los terrenos de mayor complejidad conceptual, mientras que al abordar el léxico, por ejemplo, se adopta un enfoque más esquemático. En todos los capítulos se suministran referencias bibliográficas precisas, así como direcciones de páginas web relacionadas sobre todo con el español estadounidense, y en un bloque final se aglutinan otros trabajos complementarios que sirvan de proyección de las asignaturas.

Al final del cuatrimestre se realizará una prueba escrita de tres horas de duración en la que los alumnos deberán desarrollar varias preguntas de tipo teórico y práctico, y para cuya evaluación se tendrán en cuenta los conocimientos adquiridos, así como el correcto uso del español. Además, se brinda la posibilidad de exponer en clase un trabajo, individual o en grupo, sobre algún punto del programa. Esto resulta claramente enriquecedor para todos, sobre todo por esa variedad de procedencias, y de intereses y métodos de trabajo, que se da cita en el aula.

Agradezco los esfuerzos, el empuje y los ánimos de la Dra. Emma Martinell Gifre, que tanto empeño y trabajo ha puesto al servicio del español americano, así como el estímulo y consejo de la Dra. Coloma Lleal, la Dra. Emília Anglada, el Dr. José Enrique Gargallo, y los demás compañeros de la Sección de Lengua Española. Agradezco a Leticia Martín su constante ayuda en cuestiones informáticas. Agradezco la presencia continua, año tras año, de los alumnos que miran más allá del Atlántico desde las aulas de la Universidad de Barcelona, y que comparten conmigo tan largos paseos por tierras y gentes y variedades lingüísticas tan vivas, tan fascinantes, del hemisferio americano.

Bibliografía fundamental

ALEZA IZQUIERDO, M. y J.M. ENGUITA UTRILLA (2002): El español de América: aproximación sincrónica, Valencia, Tirant lo Blanch.

ALVAR, M. (director) (1996): Manual de dialectología hispánica. El español de América, Barcelona, Ariel [recensión de Antonio Torres en Estudis Romànics, vol. XXII, Barcelona, Institut d’Estudis Catalans, 2000, págs. 233-242].

FONTANELLA DE WEINBERG, M. B. (1993): El español de América, Madrid, Mapfre.

FRAGO GRACIA, J. A. y M. FRANCO FIGUEROA (2001): El español de América, Cádiz, Servicio de Publicaciones de la Universidad.

GRANDA, G. de (1994): Español de América, español de África y hablas criollas hispánicas, Madrid, Gredos.

HERNÁNDEZ ALONSO, C. (coord.) (1992): Historia y presente del español de América, Valladolid, Junta de Castilla y León, Pabecal.

LIPSKI, J. (1994): El español de América, Madrid, Cátedra, 1996.

LÓPEZ MORALES, H. (1998): La aventura del español en América, Madrid, Espasa Calpe.

MARTINELL, E. (1988): Aspectos lingüísticos del descubrimiento y de la conquista, Madrid, CSIC.

MORENO DE ALBA, J. G. (1988): El español en América, México, FCE, 1993.

INTRODUCCIÓNIV

QUESADA PACHECO, M.Á. (2000): El español de América, Cartago, Editorial Tecnológica de Costa Rica.

RAMÍREZ, A. G. (1992): El español de los Estados Unidos. El lenguaje de los hispanos, Madrid, Mapfre.

Red Temática MEDAMÉRICA. Centros de Estudios sobre América Latina:http://www.ub.es/medame/ins.htm

Red Temática MEDAMÉRICA. Índices, directorios y compilaciones sobre América Latina:http://www.ub.es/medame/inddir.htm

Latin American & Caribbean Studies Program. International Institute, University of Michigan: 1. Links to other Latin American Studies web sites; 2. Links to Latin American Newspapers and News Sources; 3. Dictionary sites; 4. Web Resources for and by U-M Latin Americanists: http://www.umich.edu/~iinet/lacs/links.html

Antonio Torres Universidad de Barcelona

ÍNDICE

CAPÍTULO I 1. El “español de América” en el diasistema o complejo dialectal español ................................... 3

1.1. Objetivos .................................................................................................................................... 3 1.2. Temario ...................................................................................................................................... 3

1.2.1. ¿Qué es el español americano?............................................................................................ 3 1.2.2. ¿Español de América o español en América?...................................................................... 51.2.3. Consideraciones teóricas en torno al americanismo. Implicaciones prácticas: diccionarios del español de América ................................................................................... 61.2.4. Diacronía y sincronía del español de América. La unidad de la lengua ............................. 121.2.5. La lingüística en Hispanoamérica. La Asociación de Academias de la Lengua ................. 17

Bibliografía.......................................................................................................................................... 18

CAPÍTULO II 1. La configuración lingüística de Hispanoamérica ....................................................................... 21

1.1. Objetivos ................................................................................................................................... 21 1.2. Temario ..................................................................................................................................... 22

1.2.1. La base lingüística del español llevado a América ............................................................. 22 1.2.2. Identificación regional de los primeros pobladores hispánicos. El problema del andalucismo americano: teoría monogenética y posición poligenética ....................... 23 1.2.3. Procedencia social de los primeros descubridores y colonizadores. Estructuración de un orden nuevo ............................................................................................................... 23 1.2.4. El proceso de nivelación: hipótesis de una koiné generalizada ......................................... 24 1.2.5. La influencia de las lenguas indígenas. Mestizaje lingüístico. Adaptación del español a la nueva realidad y adopción de indoamericanismos ......................................... 25 1.2.6. El elemento africano ........................................................................................................... 32 1.2.7. Evolución de las principales características del español americano ................................. 32

1.3. Material de apoyo ...................................................................................................................... 32 Bibliografía ......................................................................................................................................... 38

CAPÍTULO III 1. Establecimiento de zonas dialectales en el español americano .................................................. 43

1.1. Objetivos ................................................................................................................................... 43 1.2. Temario ..................................................................................................................................... 43

1.2.1. Primeras propuestas de delimitación .................................................................................. 431.2.2. Criterios más utilizados para establecer fronteras dialectales ........................................... 441.2.3. Intentos más relevantes de zonificación: P. Henríquez Ureña, Á. Rosenblat, J. P. Rona, P. Cahuzac, J.J. Montes Giraldo ..................................................................... 451.2.4. Atlas lingüísticos y monografías dialectales en Hispanoamérica ....................................... 46

1.3. Material de apoyo ...................................................................................................................... 47 Bibliografía ......................................................................................................................................... 66

ÍNDICE 2

CAPÍTULO IV 1. Los diferentes niveles de análisis del español americano ........................................................... 69

1.1. Objetivos ................................................................................................................................... 69 1.2. Temario ..................................................................................................................................... 69

1.2.1. Fonética y fonología ............................................................................................................ 691.2.2. Morfosintaxis ...................................................................................................................... 711.2.3. Léxico .................................................................................................................................. 76

1.3. Material de apoyo ...................................................................................................................... 78 Bibliografía ......................................................................................................................................... 84

CAPÍTULO V 1. El español en los Estados Unidos de América ............................................................................. 87

1.1. Objetivos ................................................................................................................................... 87 1.2. Temario ..................................................................................................................................... 87

1.2.1. Introducción. Español de los Estados Unidos y español en los Estados Unidos ................ 871.2.2. Presencia histórica del español en los Estados Unidos ...................................................... 90 1.2.3. Lengua y literatura chicanas. Formas expresivas de los mexicanoestadounidenses........... 911.2.4. Principales subgrupos latinos en los Estados Unidos. Convergencia, interferencia y cambio de código entre el español y el inglés. Bilingüismo, diglosia y actitudes lingüísticas ............................................................................................................................. 931.2.5. El vigor y la “legitimidad” del spanglish: defensores y detractores ................................... 102

1.3. Material de apoyo ...................................................................................................................... 105 Bibliografía ......................................................................................................................................... 113

BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA ....................................................................................... 117

CAPÍTULO I

1. EL “ESPAÑOL DE AMÉRICA” EN EL DIASISTEMA O COMPLEJO DIALECTAL ESPAÑOL

1.1. Objetivos

Este primer tema se concibe como una introducción al objeto de estudio de la asignatura: el “español de América”. Antes de analizar la historia, las variedades, los rasgos lingüísticos de nuestra lengua en el Nuevo Mundo y las instituciones que se ocupan de ella, resulta necesario preguntarse por la realidad lingüística y extralingüística del complejo recurrentemente denominado “español de América”. Discutiremos la adecuación o inadecuación del concepto, las posibles alternativas a él, el encuadre de este conjunto de modalidades en el objeto más amplio de la lengua española, el surgimiento, desarrollo, afianzamiento teórico y actualidad del término americanismo y las concepciones rectoras de los múltiples y variados diccionarios que quieren reflejar el léxico hispanoamericano, para finalizar con la presentación de uno de los ejes más debatidos en la historiografía lingüística hispánica: la incertidumbre sobre el mantenimiento de la unidad del español.

1.2. Temario

1.2.1. ¿Qué es el español americano?

Intentar definir español de América supone acercarse a un aspecto de abarcadura mayor, cual es la propia definición de América. Como afirma Jacques Lafaye (1964), Los conquistadores, México-España-Argentina-Colombia, Siglo Veintiuno Editores, 1987 [6ª edición en español; la 1ª: 1970], pág. 29, “el nombre de América designa un conjunto complejo que comprende todos los tipos de climas, desde los más tórridos, situados sobre el ecuador, hasta los más fríos, vecinos al círculo polar. La flora y la fauna americanas conocen también una gran variedad, debida no sólo a las diferencias de latitud, sino a suelos de naturaleza muy distinta, al régimen de corrientes de agua, a los vientos, a la altura. La población autóctona presenta profundas diferencias, pero, a pesar de ello, sería uno de los mayores factores de unidad. Puede concluirse que la noción de América, o la de Nuevo Mundo, se basa esencialmente en la historia de este continente”.

Incluso para la referencia al territorio de proyección neolatina, en el uso popular a menudo se intercambian las denominaciones Hispanoamérica, Iberoamérica y Latinoamérica. Humberto López Morales (La aventura del español en América, págs. 141-142) las delimita del siguiente modo:

“’Hispanoamérica’ es el término adecuado para referirse al conjunto de países americanos que hablan español; se trata de una comunidad político-lingüística en la que nuestra lengua posee rango nacional y oficial (aunque unas pocas constituciones no lo especifiquen expresamente). Algunas de estas

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naciones, además del español, poseen otra lengua oficial, pero son minoría: el guaraní en Paraguay y el inglés en Puerto Rico”;

“También la palabra ‘Iberoamérica’ está semánticamente bien delimitada; hace referencia a los países de aquel continente que hablan lenguas ibero-románicas. Aquí, dejando aparte el español, solo se da el caso del portugués, de manera que se habla de Iberoamérica cuando se quiere incluir a Brasil”;

“’Latinoamérica’, en cambio, palabra inventada por los franceses hace ya varias décadas, tiene un contenido semántico algo confuso. Se supone que vaya dirigida a las naciones de América que hablan una lengua neolatina, francés incluido, naturalmente. Pero si sobre el mapa lingüístico del continente se hace una revisión del término, además de Iberoamérica, nos encontraríamos obligados a incluir al Canadá francófono, a la Guayana francesa, a Haití y a las islas antillanas que también hablan esa lengua. No se sabe bien qué utilidad pueda tener un término tan pintoresco como este. Porque la realidad es que no hace, ni puede hacer, alusión al conjunto de todos los países situados al sur de los Estados Unidos, ya que algunos de ellos, más ciertos ‘territorios’, hablan lenguas con orígenes ajenos al latín: holandés, inglés y una serie de criollos”.

En el terreno lingüístico, han sido muchas las propuestas de definición de español americano a lo largo del siglo XX. Frecuentemente, sin embargo, no reparamos en algo esencial, y es que la lengua, los dialectos, son constructos teóricos, son agrupaciones con diferentes grados de abstracción, pero que recogen distintas variedades cuya concreción real se encuentra únicamente en los idiolectos, en las variedades individuales. Disciplinas como la dialectología y la sociolingüística nos han enseñado que la lengua es variación. Como apunta Juan Antonio Frago (“Dialectología e historia de la lengua”, en Manuel Alvar (director), Manual de dialectología hispánica. El español de España, pág. 22), “convenga o no a ciertos planteamientos teóricos, la unidad se da junto a la diversidad y la abstracción lingüística en modo alguno ha de ignorar que la lengua es bastante más compleja y menos homogénea de lo que a primera vista parece, y a partir de esta constatación no es extraño un concepto como el de archisistema, o como el de diasistema, y otros semejantes que últimamente han ido formulándose”. Ya alertaba Vicente García de Diego en 1950 (“El castellano como complejo dialectal y sus dialectos internos”) de que “en todo estudio del castellano habrá que tener muy en cuenta su condición de complejo dialectal” (pág. 107), pues “hasta dentro del rincón donde el castellano nació hay que rendirse a la evidencia de su falta de uniformidad (pág. 108).

Esta variación lingüística del español (como de todas las lenguas), de la que se lamentaba García de Diego, ha llevado a los diversos especialistas a establecer bloques, desde distintos postulados y con resultados dispares; no obstante, con el común denominador del recurso a hechos de historia externa de la lengua para aplicarlos a su sistema interno. José Pedro Rona ha explicado, apoyándose en los principios de la dialectología estructural, y como acabamos de mencionar, que la lengua española es un diasistema constituido por el andaluz, el castellano, el mexicano, el chileno, el andino, el judeoespañol, etc.; pero el mexicano, el chileno, el andino, etc., no constituyen una unidad intermedia, “el llamado ‘español americano’ que, a su vez, junto con el ‘español no americano’ daría el diasistema hispánico” (“¿Qué es un americanismo?”, pág. 148). Para Rona no es científicamente demostrable la existencia de un “español americano”, y solo podemos hablar de él “al referirnos al hecho de que en América se usa el español. Pero éste no es un hecho interno de la lengua, sino [...] de [...] la historia externa de la lengua. No es, por lo tanto, una caracterización lingüística propiamente dicha” (ibídem, pág. 147).

Insiste el lingüista uruguayo en su enfoque cuando establece la frontera entre las varias nociones, completamente diferentes, que recubre la palabra “norma”. Cabe distinguir entre una “norma asintótica o preceptiva”, una “norma” en el sentido estructural de Eugenio Coseriu, y una tercera acepción de este concepto, que denomina “norma sociolingüística”, y que es la que explota el autor en su exposición (“Normas locales, regionales, nacionales y universales en la América española”, págs. 311-312). De acuerdo con lo dicho, tenemos en español una norma local, y por encima encontramos la norma culta regional (la que corresponde a una región menor que un país), como por ejemplo el noroeste argentino, o

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una región dividida entre varios países, como la región bonaerense y el sur del Uruguay. El grado siguiente es la norma culta nacional. Por encima de la norma culta nacional colocamos inmediatamente la norma culta diasistemática, es decir, la académica, sin intercalar un nivel intermedio de norma culta regional entendida como correspondiente a regiones grandes que abarcan más de un país, por ejemplo, la región andina o la región mesoamericana. En conclusión, “esta clase de norma de grandes regiones no existe, pues, aunque desde el punto de vista puramente dialectológico pueda delimitarse mediante isoglosas, desde el punto de vista socio-dialectológico simplemente no actúa. Existen, por lo tanto, solamente las normas cultas locales, regionales, nacionales y la diasistemática o pan-hispánica” (ibídem,pág. 320).

1.2.2. ¿Español de América o español en América?

Después de lo expuesto en el apartado anterior, ¿podemos seguir hablando de español americano?¿A qué nos referiremos con este sintagma? Lo cierto es que, por tradición, por comodidad e, incluso, por fines didácticos, la discusión terminológica actual gira en torno, únicamente, a dos posibilidades: hablar de “español de América” o de “español en América”. Son estas las opciones de dos de los más insignes hispanoamericanistas, autores de sendos manuales sobre la materia: la argentina Mª Beatriz Fontanella de Weinberg y el mexicano José G. Moreno de Alba. Si recordamos las palabras con las que iniciábamos este capítulo, referentes a la dificultad para definir América y a la unidad que da a ese territorio la historia, podremos aceptar el razonamiento análogo que presenta Fontanella en la introducción a su obra, una vez asumida la imposibilidad de hablar legítimamente de que el español americano constituya una entidad dialectal que se oponga en bloque al español europeo: “La conclusión es que entendemos por español americano una entidad que se puede definir geográfica e históricamente. Es decir, es el conjunto de variedades dialectales del español habladas en América, que comparten una historia común, por tratarse de una lengua trasplantada a partir del proceso de conquista y colonización del territorio americano. Esto no implica desconocer el carácter complejo y variado de este proceso y sus repercusiones lingüísticas, dado que debemos diferenciar las regiones de poblamiento temprano (las Antillas, Panamá y México, por ejemplo) de otras de poblamiento más tardío (Río de la Plata en general y Uruguay, en particular); las regiones de poblamiento directo a partir de España, de las de expansión americana; los distintos tipos de relación con la metrópoli, etc.” (Mª Beatriz Fontanella de Weinberg, El español de América, pág. 15).

Sin embargo, también parece adecuada la sencilla solución que adopta José G. Moreno de Alba, la artimaña sintáctica de un cambio de preposición: “se habla normalmente del español de América. Tal vez si se permuta el de por en quede menos comprometida la posición” (El español en América, pág. 13). Y esto por el hecho, repetimos, de que, en palabras también de este filólogo, que entroncan con los razonamientos antes referidos de Rona, entre otros, “lingüísticamente hablando, no hay una entidad americana que pueda oponerse, como un todo, a otra entidad (el español europeo)” (ibídem, pág. 14).

Recientemente, José Joaquín Montes Giraldo (“Español de América-español en América”, Lexis,Vol. XX, Nos. 1-2, 1996, págs. 475-485) ha vuelto sobre el tema y se ha reafirmado en el uso de la expresión “español de América”. En una cita de una conferencia dictada por él mismo en 1986 expone de entrada sus argumentos: “Cuando hablamos de ‘español de América’ no es raro que alguien corrija ‘español en América’. ¿Por qué esto, qué envuelve el cambio de preposición? Evidentemente, el deposesivo da a la expresión el sentido de algo propio de América mientras que el en con su carácter esencialmente locativo solo conlleva la presencia en un lugar dado sin que indique ningún vínculo de dependencia u origen con el lugar. Pero como el español de América no es un simple trasplante de algo ajeno sino entidad que ha crecido con las savias del Nuevo Continente decimos y diremos ‘español deAmérica’ para relievar su decidida originalidad americana” (pág. 475). Comenta que en las obras que tratan de las particularidades del habla española en América se da una cierta preferencia por el uso con de (cf. pág. 477), excepción hecha de José G. Moreno de Alba, como acabamos de ver; discrepa de la tesis de Rona, que hemos expuesto, y espiga algunos americanismos correspondientes a los diferentes niveles lingüísticos (pronunciaciones del tipo pior, pasiar; uso de se los y se las cuando el pronombre se

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tiene un referente plural; términos como corte ‘tribunal de justicia’), aparte de mencionar las normas sociales de uso, donde, según él, se dan las diferencias más notables del español americano con el de España (cf. págs. 478-479). Concluye que “la unidad relativamente mayor del habla americana respecto a la española se ha sostenido y se sigue sosteniendo en la actualidad” (pág. 483), que existen razones de fondo en el uso de los sintagmas “español de América”, “español en América”, como “el considerar al español americano como propiedad legítima de América igual que el español europeo lo es de España o el creer (en forma implícita o explícita) que el español se da en América como entidad ajena a la vida americana, prestada y no propia” (págs. 482-483) y, en todo caso, que el uso de “español en América” podría reservarse para casos en que nos refiramos a fenómenos históricos y a su desarrollo en América (cf. pág. 483).

1.2.3. Consideraciones teóricas en torno al americanismo. Implicaciones prácticas: diccionarios del español de América

Cuando pensamos en americanismo no debemos asociar el término únicamente al léxico, pues son todos los niveles de la lengua los implicados. Podemos hablar de americanismos gráficos, fónicos y prosódicos: variantes gráficas, fónicas o prosódicas propias del español de América, de palabras que se escriben, pronuncian o acentúan allá de modo diverso al nuestro (cf. E. Bajo Pérez, “Algunas notas sobre los tipos de americanismos y su destino en el español general”, en La lengua española y su expansión en la época del Tratado de Tordesillas, Valladolid, Sociedad V Centenario, 1995, pág. 198). En segundo lugar, distinguimos los americanismos morfosintácticos (como veremos en el capítulo 4, destacan como exclusivos —aunque no generales— del habla hispanoamericana actual el voseo y el uso peculiar de la preposición hasta con valor temporal restrictivo). Y, en tercer lugar, nos referiremos a los americanismosléxicos. Antes de tratar con algo más de detalle este último apartado, se debe tener en cuenta, en una perspectiva global del español americano, que el léxico de origen español “en el caso del vocabulario básico es, en términos generales, común entre los diferentes países americanos e incluso con el español peninsular. En cambio, gran parte del resto del léxico coloquial, especialmente el más directamente vinculado a las diferentes costumbres y formas de vida locales, presenta una fuerte personalidad regional, tal como puede observarse, por ejemplo, en el vocabulario de la alimentación, de los cultivos agrícolas, de la ganadería, etc. Como es de esperar, en las variedades más estandarizadas hay también un mayor predominio de un vocabulario general, mientras que en las hablas rurales o urbanas subestándar se nota un mayor peso de regionalismos o distintas formas de carácter peculiar, lo que es particularmente notorio en el léxico de carácter jergal, como el caló y el pachuco del suroeste norteamericano, la coa chilena, la coba boliviana y el lunfardo rioplatense” (Mª B. Fontanella de Weinberg, El español de América, págs. 166-167).

No será hasta mediados del siglo XX cuando se plantee la discusión teórica en torno al alcance del concepto de americanismo léxico, siglos después de que se empezasen a elaborar trabajos lexicográficos. Esa vertiente teórica no siempre se ha separado convenientemente de la aplicación práctica, que interesa a la dialectología y, sobre todo, está ligada a la lexicografía.

Señaló M. Ferreccio Podesta (El Diccionario Académico de Americanismos. Pautas para un examen integral del Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, Santiago de Chile, 1978, pág. 2) que el origen de americanismo “está en el artículo publicado el 9 de mayo de 1781 en Pennsylvania Journal and Weekly Advertiser, de Philadelphia, por John Witherspoon (“The word Americanism which I have coined for the purpose i.e., terms, and phrases... of American and not of English growth, is exactly similar in its formation and significance to the word Scotticism”), desde donde se difundió luego a tratados y glosarios angloamericanos” (citado en M. Alvar Ezquerra, “La recepción de americanismos en los diccionarios generales de la lengua”, en Actas del I Congreso Internacional sobre el Español de América (San Juan de Puerto Rico, octubre de 1982), Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, 1987, págs. 209-217 [recogido en Lexicografía descriptiva, Barcelona, Biblograf, 1993, pág. 350, nota nº 44]).

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Dentro de nuestro ámbito cultural, fue Eduardo Chao (Diccionario enciclopédico de la lengua española, ordenado por Eduardo Chao, 2 vols., Madrid, 1853-1855) el primero que definió americanismo, término calificado como neologismo: ‘propiedad, uso, costumbre, lenguaje peculiar de los Americanos’ (cf. M. Alvar Ezquerra, ibídem, pág. 350). D. E. Marty Caballero, en su Diccionario de la lengua castellana, 2 vols., Madrid, 1864, proporciona una definición muy similar. El Diccionarioacadémico no registra la voz americanismo hasta su duodécima edición, de 1884, donde se define como ‘vocablo o giro propio y privativo de los americanos que hablan la lengua española’. La de 2001 incluye dos acepciones que tienen que ver con la lengua: 5. Vocablo, giro, rasgo fonético, gramatical o semántico que pertenece a alguna lengua indígena de América o proviene de ella. 6. Vocablo, giro, rasgo fonético, gramatical o semántico peculiar o procedente del español hablado en algún país de América.

En cuanto a los primeros vocabularios o diccionarios de americanismos (finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX), cabe constatar que, a excepción del Diccionario de voces americanas de Manuel José de Ayala, no utilizaban el término americanismo sino la expresión voces provinciales o equivalente (Vocabulario de las voces provinciales de América, de Alcedo; Diccionario provincial de la Isla de Cuba, Peñalver, 1795; Diccionario provincial de voces cubanas, Pichardo, 1836). Enlaza con Ayala la Colección de voces americanas de Manuel Ricardo Trelles (1854) en cuanto al término del que tratamos, y en 1871 aparece el primer –ismo: el Diccionario de peruanismos de Juan de Arona. Le siguen el Diccionario de chilenismos (1875), de Zorobabel Rodríguez, y el Vocabulario rioplatense razonado de Daniel Granada, publicado en 1890.

A través de un proceso pausado, los diferentes autores de obras lexicográficas que recogen la realidad de América irán estableciendo grupos en ese complejo léxico. Lisandro Segovia, autor de un Diccionario de argentinismos, neologismos y barbarismos (1911), separa en la Introducción “las voces en tres grandes grupos, bajo los rubros de castellanismos y neologismos, americanismos y argentinismos propiamente dichos”, y denomina americanismos “a las voces que se usan generalmente en Hispano-América y no me consta que sean usadas en la Península, y también a muchas voces de origen americano” (citado en H. Pottier-Navarro, “El concepto de americanismo léxico”, RFE, LXXII, 1992, pág. 302). Aunque no se trate de un auténtico diccionario, el libro de Miguel de Toro y Gisbert titulado Americanismos (París, 1911) introduce este término en el título mismo y refiere algunas de las particularidades del léxico en el Nuevo Mundo.

Nuevamente con la inclusión de la voz provincialismo publicó Augusto Malaret en 1916 su Diccionario de provincialismos de Puerto Rico; y en 1925 el Diccionario de americanismos, seguido del Lexicón de fauna y flora (1942-1952). Este lexicógrafo selecciona vocablos indígenas y españoles propios de América, pero excluye las voces que no son producto original del Nuevo Mundo (vulgarismos, andalucismos, arcaísmos, etc.). Otra figura clave en el desarrollo de la lexicografía hispanoamericana moderna, Francisco J. Santamaría, autor del Diccionario general de americanismos(1942), ofrece en la introducción su personal punto de vista, que remite otra vez al carácter exclusivamente americano de los hechos de lengua que este término engloba. Otros diccionarios de americanismos presentan también clasificaciones en voces indígenas, voces romances derivadas o con acepciones diferentes, arcaísmos, regionalismos y marinerismos, vocablos extranjeros, etc., pero la imprecisión y la mezcla se han convertido en el problema principal en relación con los criterios de selección de entradas. Como resume J. Gútemberg Bohórquez, Concepto de ‘americanismo’ en la historia del español. Punto de vista lexicológico y lexicográfico, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1984, pág. 134, “los resultados no resuelven todavía válidamente la aplicación del concepto de ‘americanismo’ en la lexicografía práctica del español americano, sobre todo para un diccionario lingüístico de americanismos de uso actual”.

Con las figuras de Ambrosio Rabanales y José Pedro Rona se inician a mitad del siglo XX los intentos por definir desde un plano teórico el concepto de americanismo. Rabanales (Introducción al estudio del español de Chile. Anexo nº I del Boletín de Filología. Universidad de Chile, 1953) pasa revista a todos los criterios y acepta como único válido el de origen. Al comentar esta postura, José Pedro

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Rona (“¿Qué es un americanismo?”, en El Simposio de México, enero de 1968. Actas, informes y comunicaciones, México, UNAM, 1969, pág. 136) añade que no es menos valedero en la definición de regionalismo el de la difusión geográfica, lo cual no supone modificar los hechos sino abordar un mismo hecho desde dos perspectivas. Sin embargo, ya vimos antes que, de acuerdo con el planteamiento lingüístico-estructural del lingüista uruguayo, la pregunta de qué es un americanismo no tiene respuesta. Este razonamiento choca con la práctica lexicográfica, pues “con base en tales reflexiones es casi imposible describir por medio de la lexicografía aplicada hechos lingüísticos del español americano” (J. Gútemberg Bohórquez, Concepto de ‘americanismo’..., pág. 98). Por ello, la elaboración de diccionarios del español de América se realiza a partir de un criterio externo, “entendiendo por español americano, mejicano, argentino, etc. no un sistema lingüístico sintópico, sino la suma de los elementos que se pueden observar en los usos lingüísticos reales dentro de los límites geográficos o políticos de Hispanoamérica, Méjico, Argentina, etc.” (R. Werner, “¿Qué es un diccionario de americanismos?”, en G. Wotjak y K. Zimmermann (eds.), Unidad y variación léxicas del español de América, Frankfurt am Main, Vervuert; Madrid, Iberoamericana, 1994, pág. 14). Werner, a pesar de que, frente a lo que dice Rona, afirma que “el español americano existe” (pág. 11), justifica el modo de obrar del lexicógrafo que no parte de sistemas lingüísticamente establecidos, sino de bloques definidos en términos extralingüísticos (pág. 12): “¿Pero, es que un diccionario realmente sólo puede o debe ser una descripción del léxico de un sistema, diasistema o subsistema en el sentido de la lingüística estructural? Creo que una obra lexicográfica puede muy bien cumplir una tarea práctica, y esto sin que se le pueda negar rigor científico, si la selección de los elementos léxicos cuyo uso se explica no está determinada por la pertenencia a una unidad que se define en términos extralingüísticos, p. ej. geográficos, políticos o socioculturales”.

En su planteamiento sobre el americanismo señalaba José Joaquín Montes (Dialectología y geografía lingüística, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1970) que los principales criterios de definición han sido el de origen y el de contrastividad y que, aparte, según la fuente de donde proceden los americanismos por origen, estos se pueden clasificar en indigenismos o de desarrollo interno. En la misma línea se manifiesta Jesús Gútemberg, quien distingue tres criterios: el de origen, el de conceptos típicos de América y el de uso. En general, en la elaboración de diccionarios de uso contrastivo se ha utilizado este criterio simultáneamente al de origen.

Huguette Pottier-Navarro (“El concepto de americanismo léxico”) intenta una clasificación basada en criterios externos e internos. Siguiendo los primeros, considera dos parámetros, uno referido al origen (indígena, español, extranjero) y otro a la extensión en el espacio y el tiempo, cuya combinación proporciona los ejemplos concretos. En lo que corresponde al origen español entrarían las lexías creadas por analogía, como piña (tropical) o plátano, los arcaísmos, como recordar (‘despertar’) o liviano(‘ligero’), y las lexías españolas que han adquirido otro valor semántico en América, como vereda(‘acera’) o saco (‘chaqueta’) y las que se consideran generalmente como “marinerismos”. Siguiendo los criterios internos distingue entre americanismos formales (donde se incluyen, por ejemplo, préstamos y calcos léxicos y, por otra parte, las derivaciones) y americanismos semánticos (vocablos españoles empleados por analogía, con toda espontaneidad frente a realidades nuevas, como piña o plátano, y también voces españolas con un significado modificado, es decir, con cambio semántico, como plata(‘dinero’) o vereda, así como todos los “marinerismos” y los llamados “arcaísmos”.

Podemos constatar, a partir de lo visto hasta este punto, que a la hora de abordar el concepto de americanismo (léxico) caben dos criterios esenciales: el histórico-etimológico, que se refiere al origen, y el sincrónico, referido al uso actual, que puede ser contrastivo (un término es utilizado en toda Hispanoamérica o una parte de ella y no en España) o no contrastivo (voces empleadas en el Nuevo Mundo, independientemente de que se usen o no en Europa). Son dos enfoques no excluyentes entre sí, y su combinación nos permite establecer cuatro tipos básicos de americanismos léxicos:

Voces patrimoniales: son palabras que tienen el mismo significante en España, pero han alterado el significado en América (“americanismos semánticos”); son también los términos creados en América

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por derivación, composición o acortamiento sobre bases españolas; y, en tercer lugar, incluimos en este grupo los “regionalismos” (occidentalismos, andalucismos, canarismos, etc.), el importante grupo de los “marinerismos” y los llamados “arcaísmos”.

Indoamericanismos o indigenismos americanos: son los préstamos tomados por el español de las lenguas amerindias. La difusión, como veremos, varía mucho de unas lenguas a otras. A menudo se ha utilizado, de modo sesgado a nuestro entender, el concepto de americanismo para referirse únicamente a los indigenismos provenientes de América, de acuerdo, así, con el criterio histórico-etimológico antes apuntado.

Afroamericanismos o afronegrismos, cuyo peso específico fluctúa de un territorio a otro por razones varias, pero que están presentes sobre todo en la región caribeña, aunque en los últimos tiempos experimentan índices notables de mortandad.

Extranjerismos: participan los anglicismos (carro ‘coche’, elevador ‘ascensor’, computadora‘ordenador’, etc.), los galicismos (comuna ‘ayuntamiento’, fuete ‘látigo’, etc.), los italianismos, en especial en la zona del Río de la Plata, los lusismos, y los germanismos, principalmente.

Tras este enfoque general cabría hacer dos precisiones finales. La primera es que, si seguimos hablando de americanismo, se plantea, como ha notado Juan M. Lope Blanch (“Americanismo frente a españolismo lingüísticos”, NRFH, XLIII, núm. 2, 1995, págs. 433-440), la conveniencia de admisión por parte de la Real Academia —que reconoce el concepto lingüístico de americanismo, así como los de mejicanismo, colombianismo, etc.— del concepto de españolismo con el sentido paralelo y contrastado al de americanismo. La segunda se circunscribe a la selección de entradas para elaborar los diccionarios de americanismos. Consideramos acertada la adopción del criterio de uso contrastivo en relación con el español peninsular por parte de Haensch y Werner en la elaboración de diccionarios de americanismos de uso actual, y el rechazo del criterio de origen americano. Ahora bien, como reconocen ellos mismos, aun con la distinción entre americanismo de origen y americanismo de uso no queda clara la extensión geográfica que cabe atribuir al americanismo; volvemos así al escollo teórico planteado convincentemente por José Pedro Rona. Para resolverlo, deciden cerrar una etapa larga y compleja cuando concluyen que “la experiencia lexicográfica [...] nos ha demostrado que más vale prescindir de todos los –ismos e indicar tan sólo la extensión geográfica mediante marcas como América, Centroamérica, Colombia, Tolima, etc.” (G. Haensch, “El término ‘americanismo’ en la práctica lexicográfica”, en Memoria del Noveno Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española(San José de Costa Rica, 8-15 octubre 1989), Academia Costarricense de la Lengua correspondiente de la Real Española, 1990, pág. 198).

Diccionarios generales del español de Hispanoamérica

A. MALARET, Diccionario de americanismos, Mayagüez, 1925 [3ª ed. Buenos Aires, 1946]. F. J. SANTAMARÍA, Diccionario general de americanismos, México D. F., Pedro Robredo, 3 vols.,

1942 [Buenos Aires, 1966]. A. NEVES, Diccionario de americanismos, Buenos Aires, 1973 [2ª ed. 1975]. M. A. ARIAS DE LA CRUZ, Diccionario temático. Americanismos, León, Everest, 1980. Americanismos. Diccionario ilustrado Sopena (sin autor), Barcelona, 1982. B. STEEL, Diccionario de americanismos. ABC of Latin American Spanish, Madrid, 1990. M. A. MORÍNIGO, Diccionario del español de América, 1993 [2ª ed. Madrid, Anaya&Mario Muchnik,

1996].

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Diccionarios de los países y territorios hispanoamericanos

Argentina

D. ABAD DE SANTILLÁN, Diccionario de argentinismos de ayer y de hoy, Buenos Aires, 1976. T. GARZÓN, Diccionario argentino, Barcelona, 1910. G. HAENSCH / R. WERNER (directores); C. CHUCHUY (coordinador): Diccionario del español de

Argentina. Español de Argentina – Español de España, Madrid, Gredos, 2000. L. SEGOVIA, Argentinismos. Neologismos y barbarismos [...], Buenos Aires, 1911.

Río de la Plata

D. GRANADA, Vocabulario rioplatense razonado, Montevideo, 1899. J. C. GUARNIERI, Diccionario del lenguaje rioplatense, Montevideo, 1970 y 1979.

Uruguay

G. HAENSCH / R. WERNER (directores), Nuevo Diccionario de Uruguayismos, coord. por Ursula Kühl de Mones, Bogotá, 1993.

Bolivia

J. MUÑOZ REYES / I. MUÑOZ REYES, Diccionario de bolivianismos y semántica boliviana, La Paz, 1982.

N. FERNÁNDEZ NARANJO / D. GÓMEZ DE FERNÁNDEZ, Diccionario de bolivianismos, La Paz, 1964 [2ª ed. La Paz, 1967; 3ª ed. (sólo el primer autor) La Paz, 1975; 4ª ed. La Paz, 1980].

Chile

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1918.M. SUBERCASEAUX, Diccionario de chilenismos, Santiago de Chile, 1986.

Perú

J. ÁLVAREZ VITA, Diccionario de peruanismos, Lima, 1990. J. de ARONA (seudónimo de Pedro Paz Soldán y Knánne), Diccionario de peruanismos. Ensayo

filológico, Lima, 1883 [otras eds., París, 1938, y Lima, 1975]. E. FOLEY GAMBETTA, Léxico del Perú. Diccionario de peruanismos, replana criolla, jerga del

hampa, regionalismos y provincialismos del Perú, Lima, 1983-84 (sólo hasta la letra CH). M. HILDEBRANDT, Peruanismos, Lima, 1969.

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P. F. CEVALLOS, Breve catálogo de errores en orden a la lengua y al lenguaje castellanos, 5ª ed. Ambato, 1880; 6ª ed. Quito, 1904; nueva ed. Ambato, 1985.

M. JARAMILLO DE LUBENSKY, Diccionario de ecuatorianismos en la literatura, Quito, 1992.

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Colombia

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Bogotá, 1953; 3ª ed. Medellín, 1962]. R. URIBE, Diccionario abreviado de galicismos, provincialismos y correcciones del lenguaje, Medellín,

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Venezuela

L. ALVARADO, Glosario del bajo español en Venezuela, Caracas, 1929. M. J. TEJERA (coord.), Diccionario de venezolanismos, 1ª ed. (un tomo) 1983; 2ª ed. (3 tomos) Caracas,

1993.R. NÚÑEZ / F. J. PÉREZ, Diccionario del habla actual de Venezuela. Venezolanismos, voces

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Centroamérica

S. SALAZAR GARCÍA, Vicios y correcciones del idioma español, Sonsonate, 1907, 2ª ed.: Diccionario de provincialismos y barbarismos centroamericanos [...], San Salvador, 1910.

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B. ISAZA CALDERÓN, Panameñismos, 1ª ed. en Boletín de la Academia Panameña de la Lengua; 2ª ed. Bogotá, 1964; 3ª ed. Panamá, 1986.

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C. GAGINI, Diccionario de barbarismos y provincialismos de Costa Rica, San José, 1892, 2ª ed.: Diccionario de costarriqueñismos, San José, 1919 [3ª ed. San José, 1975].

Nicaragua

M. CASTRILLO GÁMEZ, Vocabulario de voces nicaragüenses y artículos históricos, Managua, 1937 [2ª ed. 1966]

M. C. VAN DER GULDEN, Vocabulario nicaragüense, Managua, UCA, 1995.

Guatemala

J. L. ARRIOLA, Pequeño diccionario de voces guatemaltecas, ordenadas etimológicamente, Guatemala, 1941 [2ª ed. 1954].

A. BATRES JAUREGUI, Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala. Estudio filológico,Guatemala, 1892.

El Salvador

P. GEOFFREY RIVAS, El español que hablamos en El Salvador, San Salvador, 1969 [2ª ed. 1976; 3ª ed. 1979; 4ª ed. 1978; 5ª ed. 1982].

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Honduras

A. MEMBREÑO, Hondureñismos. Vocabulario de los provincialismos de Honduras, Tegucigalpa, 1895 [2ª ed. 1897; 3ª ed. México, 1912; nueva ed. Tegucigalpa, 1982].

México

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L. F. LARA (director), Diccionario básico del español de México, México D. F., El Colegio de México, 1986.

L. F. LARA, Diccionario fundamental del español de México, México D. F., 1982. F. RAMOS DUARTE, Diccionario de mejicanismos [...], México, 1895 [2ª ed. México, 1948]. F. J. SANTAMARÍA, Novísimo Icazbalceta. Diccionario completo de mejicanismos, México, 1954;

nueva ed., Diccionario de mejicanismos, México, 1959, 1974 y 1978.

República Dominicana

C. E. DEIVE, Diccionario de dominicanismos, Santo Domingo, 1977. E. RODRÍGUEZ DEMORIZI, Del Vocabulario Dominicano, Santo Domingo, 1983.

Cuba

G. HAENSCH / R. WERNER (directores); G. CÁRDENAS, A. M. TRISTÁ y R. WERNER (coordinadores): Diccionario del español de Cuba. Español de Cuba – Español de España, Madrid, Gredos, 2000.

J. M. MACÍAS, Diccionario cubano, etimológico, crítico, razonado y comprensivo, Veracruz, 1885 [reimpresión Coatepec, 1888].

F. ORTIZ, Un catauro de cubanismos (primero en la Revista Bimestre Cubana), Nuevo catauro de cubanismos, La Habana, 1974 [reimpresión 1985].

E. PICHARDO, Diccionario provincial de voces cubanas, Matanzas, 1836 [2ª ed. La Habana, 1862; 3ª ed. 1875; nueva ed. 1953, 1976].

E. RODRÍGUEZ HERRERA, Léxico Mayor de Cuba, 2 vols., La Habana, 1958-59. SANTIESTEBAN, El habla popular cubana de hoy [...], La Habana, 1982 [2ª ed. 1985].

Puerto Rico

A. MALARET, Diccionario de provincialismos de Puerto Rico, San Juan, 1917, Vocabulario de Puerto Rico, 1937 [reimpresión Nueva York, 1967].

R. del ROSARIO, Vocabulario puertorriqueño, Sharon, 1965 [2ª ed. 1967; 3ª ed. Río Piedras, 1980].

1.2.4. Diacronía y sincronía del español de América. La unidad de la lengua

1. Ramón Menéndez Pidal, “La unidad del idioma”, en Mis páginas preferidas. Estudios lingüísticos e históricos, Madrid, Gredos, 1957, págs. 46-83:

“La separación que media entre el español culto común, representante de la unidad, y el español popular de las varias regiones, representante de la diversidad, no puede simbolizarse en la creciente divergencia, cuya diferencia llegue a ser tanta que el español literario quede ininteligible para el pueblo, sino que debe figurarse por dos líneas ondulantes que caminan a la par en la misma dirección y cuyos altibajos tienden frecuentemente a la convergencia y se tocan muchas veces, sin llegar nunca a confundirse. El habla literaria es siempre la meta a que aspira el lenguaje popular, y, viceversa, la lengua

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popular es siempre fuente en que la lengua literaria gusta refrescarse. Para que esta atracción recíproca cese, para que las dos líneas tiendan a una prolongada separación, disminuyendo sus puntos de tangencia, para que el español literario llegase a quedar ininteligible al pueblo, para que entonces el habla popular dejase crecer libremente sus desviaciones y sintiese la necesidad de erigirse en lengua literaria [...], se necesita algo que no es la ley fatal; se necesitaría, según frecuentemente se repite, que sucediese algo extraordinario como lo que trajo la disolución del latín, cuando éste cesó de ser comprendido por el pueblo y hubo que elevar a la condición de lenguas escritas el habla popular de españoles, franceses, italianos...” (pág. 58).

“Ha habido, pues, algo muy extraordinario, que no es comparable, ni de lejos, a lo que sucede en América, como Cuervo comparaba. Ha habido, nótese bien, una cesación en la producción literaria, una muerte en la literatura antigua seguida de una solución de continuidad, un prolongado vacío en el culto del latín literario; faltó durante dos siglos la norma cohesora del latín escrito, cosa que no tiene en cuenta Cuervo. Ahora bien, cuando estas dos condiciones se repitan, cuando la intercomunicación de las Repúblicas americanas llegue a hacerse tan difícil que para los negocios importantes se practique con intervalos de un año, cuando en ellas la producción literaria enmudezca por espacio de un siglo o más, entonces podremos entristecernos sobre una suerte de la lengua, semejante a la del latín, y pensar como Cuervo que la hora trágica de la fragmentación del idioma sobreviene inevitable. Cabe en lo posible que la Humanidad caiga otra vez en la barbarie, que pierda la universalidad de su ciencia y de su comercio, que el aeroplano se olvide y la locomoción se reduzca al asno. Pero estamos tan lejos de esto, que no es sensato el pensar en ello más que en el enfriamiento del sol y el apocamiento de la vitalidad en la especie humana. Pero si el cataclismo sobreviniese, si el idioma se descompusiese en muchos embriones de idiomas futuros, advertía Bello (como para contrariar la vanidad pseudopatriótica de un idioma no nacional a secas, sino nacional de ésta o de la otra república), que dado ese cataclismo, entonces en Chile o en la Argentina o en el Perú no surgiría un único idioma nuevo sino varios, como varios surgieron en cada provincia, en España, Francia e Italia, “oponiendo estorbos a la difusión de las luces, a la administración del Estado, a la unidad nacional”. Y después, podemos añadir, cada una de esas lenguas embrionarias tendría que emprender la tarea de elevarse a la categoría de lengua escrita, encontrando su propio Alfonso X que normalizase un uso literario, su propio Cervantes que sublimase la nueva creación lingüística, etc., tarea, como se ve, nada breve ni fácil.

Pero ningún síntoma de tan penosa regresión se vislumbra en el horizonte. En vez de observar señales de mayor aislamiento entre los pueblos hispanohablantes y menor cultivo de la lengua literaria, vemos todo lo contrario. En lugar de aquel helado silencio de muerte que se produce entre los siglos VI y VIII, hallamos el nutrido coro de los países hispanoamericanos, en que la actividad literaria crece siempre exuberante; en lugar de la parálisis absoluta de comunicaciones que nos sorprende en el siglo VI, hallamos extraordinarios progresos que aceleran increíblemente el intercambio entre las regiones más alejadas del mundo; así que los pueblos en que se fraccionó el Imperio español se comunican hoy entre sí mucho más que cuando formaban un solo Estado. Los influjos del trato social y de la vida literaria van de España a América y de América a España cada vez con mayor intensidad y frecuencia. Y, en resumen, así como no cabe hablar de ley natural o de la evolución fatal que traiga la muerte del idioma como de todo organismo viviente, tampoco cabe hablar de una ley histórica que traiga la fragmentación, en vista de lo que con el latín sucedió, puesto que las condiciones de aquella época, cuando se cumplían los nueve siglos de vida literaria del latín, nada parecido encuentran en los tiempos modernos cuando precisamente hace también nueve siglos que el español tiene vida literaria; las circunstancias de ahora son no sólo del todo diferentes, sino completamente opuestas a las que reseñamos para el comienzo de la Edad Media” (págs. 62-64).

“La lengua está en variedad continua y en permanencia esencial. Cada hablante moldea los materiales que en su memoria ha depositado la tradición, los transforma ajustándolos al estímulo expresivo que le mueve a hablar, los vivifica dándoles una existencia singular que nunca tuvieron antes ni volverán a tener después jamás; pero a pesar de eso, la lengua permanece en su identidad esencial, pues el individuo crea su habla en continuo ajuste y contraste con la comprensión del oyente y con el uso

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general de los demás hablantes. De un modo algo semejante, la escritura, forma gráfica del lenguaje, aparece personalizada en cada individuo, aunque a la vez reviste formas fijas y comunes a todos, pues ha de ser legible para todos” (pág. 65).

“El artista encuentra en las peculiaridades del habla local una fuerza expresiva que le parece insustituible, y lo es, en verdad; pero ese encanto sólo es perceptible completamente para los lectores criados en el mismo ambiente local. Para la universalidad de los lectores el lenguaje local es válido sólo como una nota de exotismo; pero en vez de dar colorido al cuadro recibe su valor expresivo del cuadro mismo, así que más que ayuda, constituye un embarazo para la lectura grata. Emplear en abundancia el habla local es dar al lector el fruto dentro de una cáscara que cuesta trabajo mondar; es poner una limitación al arte, al no desenvolverlo en todos los momentos dentro de los recursos de la plena universalidad” (pág. 74).

“Más complicaciones que la relación de esas dos modalidades (literaria o común, y popular o local), encierra la variedad existente en la misma lengua común” (pág. 75).

“El español peninsular es entre las grandes lenguas romances la más unitaria; la lengua hablada en la Península, salvo en Asturias y en el Alto Aragón, no muestra verdaderas variedades dialectales, comparables a la multitud de ellas que se observan en el territorio del francés o del italiano; es también una de las lenguas más estables, que menos cambios ha sufrido desde el siglo XIII acá. Por su parte, el español americano es hablado mucho más uniformemente aún que el peninsular; lo mismo que el inglés americano, tampoco muestra diferencias que puedan llamarse dialectos; la colonización creó una cultura bastante igual en la inmensa extensión que hay desde Méjico hasta Chile y la Argentina” (pág. 80).

2. Vicente García de Diego, “Los malos y buenos conceptos de la unidad del castellano. La unidad suficiente del castellano”, en Presente y futuro de la lengua española, t. II, Madrid, Ofines, 1963, págs. 5-16:

“El observador discreto descubre, en coincidencia con casi todos, la comprensión mutua de los hablantes y proclama la unidad, sin hallar contradictorio el que observe algún modo distinto del habla de sus hijos o de sus criados y de él mismo en la intimidad. Es este profano de la técnica lingüística el que declara la verdadera unidad de una lengua, esto es, la unidad suficiente, que es como la unidad ha de ser entendida.

Sin una comprensión tan amplia como los profanos, muchos filólogos admiten solo la unidad de la lengua culta; y esta unidad algunos la conciben como absoluta, como si no sintiesen que dentro bullen elementos extraños, como si no supiesen que en una lengua se depositan acarreos cuantiosos” (pág. 6).

“[...] dentro de una unidad suficiente del castellano ha de ser considerada la distinta función y contenido de la lengua culta normativa y de la discrepante. Cada una de ellas tiene su valor y cada una en su esfera merecen atención y estudio” (págs. 6-7).

“La unidad del castellano americano es también suficiente como lo es la unidad peninsular, y aun puede decirse que en lo que afecta al mismo castellano tiene su unidad más fundamentos que la de España” (pág. 9).

“Las diferencias del castellano actual de América con el peninsular, con un fin diferenciador o con un riguroso fin científico, pueden señalarse, pero el hecho vital y filológico es que son el mismo idioma” (pág. 10).

“Entre España y América la discrepancia mayor no está en la lengua culta, sino en la distinta apreciación de la popular, en que allí se admiten sus voces y aquí en general se eliminan en los diccionarios y en la literatura” (pág. 11).

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“Hoy sabemos las causas múltiples por las que una lengua se derrumba, y sabemos que la causa esencial es el derrumbamiento de su estructura.

El castellano pudo absorber una masa del vocabulario árabe y un buen caudal de galicismos sin novedad alguna, porque surgía montado sobre una estructura perfecta, en que todo lo subordinado encajaba [...]. El español [...] tiene medios de derivación abundante para nuevas formas, tiene recursos para castellanizar cuanto el mundo inventor discurra, y tiene tal flexibilidad de acepciones, que cuanto no sea inefable puede ser representado, desde lo metafísico hasta lo trivial, desde la mística más elevada hasta la más sutil intención de la afectividad o del humor” (pág. 12).

“Para la perduración indefinida del castellano en España nada había que hacer, ni nada había que añadir a lo que ahora se hace para su mayor expansión peninsular ni tampoco para su mayor unidad formal. Seguir así, que es la buena fórmula de la buena salud, es la única recomendación aplicable a la salud magnífica del castellano de España. El castellano hoy escala las brañas asturianas y visita los rincones inexplorados de toda la nación y no hay que animar a nadie a que lo implante mejor [...]. El castellano de España será cada vez más uno, aunque en unos puntos perdure el seseo, y en otros el yeísmo, en unos el acento suave y en otros el brioso” (pág. 13).

“La profecía del castellano americano no tiene las mismas bases que las del castellano peninsular, porque España es una y América es múltiple.

Las fronteras de cada Estado son una aduana que intercepta la libre circulación de la unidad lingüística. Hasta las fronteras de las provincias que señalaron los romanos en España y hasta las de los obispados antiguos nos descubren diferencias de evolución en las hablas, y los límites políticos de los países americanos son comparables a ellas.

En el grado en que las aduanas americanas se endurezcan o se mitiguen se endurecerán o no las actuales diferencias del castellano americano.

Acentuar la diferenciación de las hablas hispanoamericanas sería uno de los medios más poderosos de desunión, que tantas causas esenciales o episódicas fomentan, como las diferencias de población, de cultura, de ideales y de intereses. La disyuntiva entre la grandeza de una comunidad o la disgregación espiritual de pueblos en recelo que a las naciones americanas se ofrece tendrá como factor no desdeñable la aproximación o el alejamiento de su idioma.

Sobre la posible fragmentación del castellano por convertirse en lenguas distintas las actuales hablas de América hay dos visiones opuestas, aunque no de igual fuerza argumental.

Por ser el ejemplo más notable el de la desmembración lingüística del latín, se ha invocado siempre éste en todos los casos de temor de una disgregación lingüística. Si el Imperio más potente de la historia en su acción cultural y lingüística pudo sufrir la fragmentación definitiva de su idioma, podría correr suerte análoga la lengua aceptada en países que lograron su independencia total. Si la Romania en territorios estables y reducidos llegó a una Babel práctica de lenguas, ineptas para el trato común, se piensa que un estado semejante puede llegar para las extensas naciones de América, en rápida evolución y crecimiento.

El latín no se derrumbó propiamente por el derrumbamiento del imperio, sino que venía derrumbándose por su intrínseca dificultad. Como hoy los estudiantes aprenden a declinar con sudores, así el pueblo de la misma Roma aprendía malamente sus cinco declinaciones y los seis casos de cada una. Los soldados de Pompeya apenas sabían ya declinar. Como hoy desfallecen los que estudian latín al aprender los doscientos temas distintos de la conjugación, la masa romana y la expedicionaria los confundían y las expediciones españolas no pasaron en general de aprender amavi, temivi y legivi,eliminando las de los letrados.

Con esto y con exagerar desde Augusto el timbre de las vocales, pronunciando los mismos romanos secco y mosca, en vez de siccus y musca, y con una sintaxis ya simplificada, el latín de las provincias y el romano había llegado al asentarse en España a casos frecuentes más próximos al castellano actual que al latín de Virgilio.

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Las lenguas de flexión, como el latín, por la esencial insuficiencia de toda declinación empiezan a auxiliarse de preposiciones en los casos complejos, y, cuando las preposiciones hacen innecesaria la flexión, el sistema perece.

La separación local del latín dio fácil ocasión a la separación formal e iniciación de las lenguas románicas, porque el latín que llegaba al pueblo de las provincias había roto ya con el latín, ya que al deshacer sus moldes era un idioma nuevo y balbuciente. Este idioma niño, sin mentor ni guía en cada región, tenía que crecer a su aire en una libertad absoluta.

El latín de los oradores y los poetas tenía sólo escuelas de letrados, y el otro latín de las masas analfabetas no se enseñaba en ninguna escuela y vivía y crecía mostrenco, a su libre albedrío.

Las escuelas que las provincias romanas fundaban para enseñar latín, eran para otra cosa, para preparar a clérigos y letrados, y no podían hacer que el latín campesino y legionario lo cambiasen por el latín de las declinaciones y de los pretéritos y supinos.

Más propio, por consiguiente, que invocar el antecedente de la escisión románica sería el conjeturar sobre la suerte del inglés americano o de casos semejantes donde el idioma exportado haya llegado a ser la lengua nacional, no donde al cesar el dominio político perdure un idioma que compita con el importado o llegue a dominarlo. Descartado el peligro de un idioma oficial indígena o de una nueva dominación extraña, los peligros de una disgregación tópica son remotos o imprevisibles para América.

No cabe pensar en una amplia perspectiva de siglos que el castellano se desplace o se escinda, diferenciándose el argentino del colombiano como se diferencia el francés del italiano, cuando la historia a la vista no anuncia disgregaciones, sino concentraciones, hasta de los países de hablas extrañas, por sola la comunidad de sus intereses.

No sólo no es previsible que el habla rústica de América suplante a la oficial y literaria, sino al contrario: las señales son de que el habla culta vaya reduciendo a la rural. En esto, como en todo, la ciudad vencerá al campo [...].

Aunque no fueran precisos esfuerzos para mantener y mejorar la unidad del castellano, no cabe duda de que los esfuerzos que se pueden hacer la asegurarían más y de que el ideal sería una generosa aproximación mayor.

En los países más afectados de invasión léxica por las invenciones industriales, las modas o los deportes, la eliminación de los barbarismos es socialmente costosa por el prestigio mítico de la cultura externa, pero lingüísticamente es sencilla para los elementos defensores del idioma, porque le sobran medios al nuestro para traducir los extranjerismos o para castellanizarlos.

Con relación a España no es de creer que las barreras morales de la separación puedan aumentarse. Si las razones pasadas no fueran más que el efecto natural de todas las emancipaciones familiares violentas y pleiteadas, el período de recelo tiene su duración normal y el instinto familiar encierra al fin en el olvido las diferencias y abre sus puertas al afecto sincero [...].

La unidad pues del castellano hispanoamericano existe, pero puede ser aún mejorada; su estado actual es ya suficiente para las relaciones que reclaman la identidad del idioma [...]. Si puede admitirse la unidad del castellano de España, puede ser admitida la unidad del castellano hispanoamericano. Si el castellano de España sirve para toda la vida práctica y espiritual de los españoles, el castellano de las repúblicas americanas hace posible una comunicación intelectual y vital entre ellas y con España [...].

[...] el justo concepto de unidad de un idioma [...] no es la identidad soñada, jamás cumplida en idioma alguno, sino la uniformidad suficiente con la que el castellano es el idioma propio de los pueblos americanos y de España en la vida y en la literatura” (págs. 13-16).

3. Se repite a menudo que el español es la menos diversificada de las grandes lenguas de cultura (cf. Ángel López García, “La unidad del español: historia y actualidad de un problema”, en M. Seco y G. Salvador (coord.), La lengua española, hoy, Madrid, Fundación Juan March, 1995, pág. 77), a pesar de su temprana extensión por el mundo si lo comparamos con el inglés o el francés: “A mediados del siglo XVI, la penetración de los españoles en el continente americano había alcanzado casi todos sus objetivos, mientras que la de los demás europeos, con la salvedad de los portugueses, no había comenzado aún; a mediados de la centuria siguiente, los virreinatos de Nueva España, Nueva Granada y el Perú eran organizaciones político-administrativas perfectamente trabadas y con un[a] sociedad jerarquizada, en

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tanto los establecimientos ingleses de Virginia y Nueva Inglaterra, o los franceses del Canadá, no dejaban de ser modestas factorías comerciales autónomas, y más conectadas con la metrópoli que entre ellas mismas. Algo parecido cabe decir de las primitivas colonias portuguesas de la costa atlántica brasileña, pese a su mayor antigüedad” (ibídem, págs. 77-78). El profesor López considera que esta situación obedece a dos causas, medieval la primera —el español como koiné peninsular: “el español primitivo nunca caminó hacia la unidad, nació bastante más uniforme que los demás romances, es decir, desde la unidad, y no hacia ella”, pág. 81— y moderna la segunda —el español como lengua igualitaria del mestizaje en Hispanoamérica: allá “el español fue adoptado como símbolo de los hispanos después de la independencia de las naciones americanas, y fue adoptado por todos, pero especialmente por los otros, por los indígenas y particularmente por los negros, mulatos y zambos que carecían de la posibilidad de rastrear sus vínculos nacionales con facilidad”, pág. 84—. En esencia, Ángel López, aun reconociendo los peligros que se ciernen sobre la unidad de la lengua, estima que “lo verdaderamente peligroso para el español sería perder su condición de koiné” (pág. 85).

1.2.5. La lingüística en Hispanoamérica. La Asociación de Academias de la Lengua

Las veintidós Academias de la Lengua Española fueron galardonadas en septiembre de 2000 con el premio Príncipe de Asturias de la Concordia, en reconocimiento, según el acta del fallo, de la “continuada y tenaz tarea que desarrollan de forma conjunta a favor de la lengua española como vehículo de entendimiento y de concordia entre los pueblos, salvaguardando y engrandeciendo así un valioso patrimonio universal” (El País, 7 de septiembre de 2000, pág. 34). El año anterior el Instituto Caro y Cuervo de Colombia había recibido el premio de Comunicación y Humanidades.

Principales hitos en la historia de las Academias de la Lengua Española

En 1713 se funda la Real Academia Española. La primera academia hispanoamericana de la lengua nace en 1871. Las guerras de independencia (1810-1824) no modifican la postura de la Academia, que acepta a destacadas figuras de Hispanoamérica como miembros regulares y honorarios y, más tarde, asociados.

Débiles antecedentes en la idea de crear Academias Americanas surgieron en Buenos Aires (1823), en Santafé de Bogotá y en México, pero fracasaron.

Finalmente, nació la Academia Colombiana de la Lengua (1871), a la que siguieron las de Ecuador, México, El Salvador, Venezuela, Chile, Perú y Guatemala. La mayoría de estas Academias, sin embargo, cesó en su actividad, hasta que en la segunda década del siglo XX fueron reorganizadas y se fundaron otras.

En 1951, el presidente de México, Miguel Alemán, convoca en su país una reunión de Academias, a raíz de la cual nace la Asociación de Academias de la Lengua Española, que celebra reuniones periódicas.

Ámbitos en que cooperan las Academias

—En lexicografía, con la intención de que el Diccionario de la Real Academia Española incorpore voces de América de forma sistemática y ordenada. La edición de 1992 incluye 13.758 americanismos, esto es, el 12% del total de 83.018 artículos. Debe ser constante la revisión de ese caudal, que lleva a supresiones, enmiendas y adiciones, con un criterio que atiende cada vez más a la frecuencia de uso que a las autoridades.

—La gramática académica no puede olvidar los usos americanos. Y en 1999 se presentó la nueva versión de la Ortografía académica, consensuada por las Academias de la Lengua Española.

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—Por otra parte, las Academias americanas han llevado a cabo trabajos de edición de textos, de crítica literaria y de historiografía literaria y cultural, y se han confeccionado diversos diccionarios de regionalismos.

(Información tomada de Humberto López Morales, “Las Academias americanas”, en M. Seco y G. Salvador (coord.), La lengua española, hoy, Madrid, Fundación Juan March, 1995, págs. 281-290; y de Humberto López Morales, La aventura del español en América, págs. 110-125.)

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