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Título original: Mördar-Anders och hans vänner samt en och annan ovän)onas Jonasson, 2015

Traducción: Carlos del Valle Hernández

lustración de la cubierta: Peter ZeleiEditor digital: TitivillusPub base r1.2

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 Papá, esto te habría gustado. Por eso es para ti

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PRIMERA PARTE

Un negocio diferente

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Su vida pronto se llenaría de muertes y agresionemaleantes y rufianes, aunque de momento sol

oñaba despierto en la recepción del hotel mádeprimente de Suecia.Como siempre, el único nieto del tratante d

caballos Henrik Bergman culpaba de sus fracasoa su abuelo. En el sur de Suecia, el viejo habíido el mejor en su ramo, nunca vendía menos diete mil animales al año, todos de primer

calidad.A partir de 1955, los pérfidos campesino

empezaron a cambiar la sangre caliente poractores a un ritmo que el abuelo se negaba

comprender o aceptar. Las siete mil transaccionepronto se convirtieron en setecientas, que s

edujeron a setenta y acabaron en siete. La fortun

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multimillonaria de la familia se esfumó en unnube de gasoil.

En 1960, el padre del nieto aún no nacid

ntentó salvar lo que pudiera salvarse, visitando os campesinos de la región para predicar sobre lperversidad de la mecánica. Corrían rumorenquietantes. Como que el gasoil causaba cáncer se salpicaba a uno, algo que ocurría co

frecuencia. Pero entonces su padre añadió adiscurso que el gasoil podía provocar esterilidaen los hombres. No debió decirlo. Por una parte nera cierto y, por otra, sonaba demasiado bien a lo

campesinos cachondos, que, aunque disponían dpocos recursos, solían tener entre tres y ocho hijocada uno. Conseguir condones resultabembarazoso, algo que no ocurría con los Masse

Ferguson o los John Deere.El abuelo murió arruinado; más concretamente

coceado por el último animal que le quedaba. Shijo, desconsolado y sin caballos, tiró la toalla, s

apuntó a un curso de logística y al poco tiemp

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consiguió trabajo en Facit AB, una de lamultinacionales punteras en la producción dcalculadoras y máquinas de escribir. De es

manera consiguió que el futuro lo arrollara no unaino dos veces en su vida, pues de pronto aparecien el mercado la calculadora electrónica. Como sfuera una burla al producto estrella de Facit, lvariante japonesa, además, podía llevarse en ebolsillo interior de la chaqueta.

Las máquinas del grupo Facit nempequeñecieron —por lo menos no con luficiente rapidez—, pero sí la compañía, hast

quedar reducida a nada.El hijo del tratante de caballos fue despedido

Para soportar que la existencia lo hubierengañado por partida doble se dio a la bebida

Desempleado, amargado, siempre ebrio y siduchar, acabó perdiendo atractivo para su esposaveinte años más joven, pero esta lo aguantdurante un tiempo y luego durante un tiempo más…

Hasta que al final la joven y paciente mujer pens

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que el error de haberse casado con el hombrnadecuado podía corregirse.

 —Quiero el divorcio —anunció una mañan

mientras su esposo buscaba algo, paseándose poel apartamento en calzoncillos blancos coamparones.

 —¿Has visto mi botella de coñac? —preguntél.

 —No. Pero quiero el divorcio. —Ayer la dejé en la encimera, la habrá

cambiado de sitio. —No lo sé, es posible que la colocara en e

mueble bar después de limpiar, pero estontentando explicarte que quiero el divorcio.

 —¿En el mueble bar? Sí, debería habebuscado ahí. ¡Qué tonto soy! Entonces, ¿te irás d

casa? ¿Y te llevarás a ese que solo sabe cagarsencima?

Sí, ella se llevó el bebé. Un niño de cabello

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rigueños y ojos amables y azules. Más adelantlegaría a ser recepcionista.(La madre, por s

parte, había pensado hacer carrera como profesor

de idiomas, pero el bebé había llegado un cuartde hora antes del examen final).Entonces cogió sus maletas, viajó a Estocolm

con el pequeño y firmó los papeles del divorcioAl mismo tiempo, recuperó su nombre de solteraPersson, sin tener en cuenta las consecuencias parel chico, al que se había bautizado con el nombrde Per. No es que uno no pueda llamarse PePersson —o Jonas Jonasson—, el problema es qu

puede sonar algo repetitivo.En la capital la esperaba un trabajo com

vigilante de aparcamiento. La madre de PePersson paseaba calle arriba, calle abajo,

prácticamente todos los días recibía broncas poparte de los hombres que habían aparcado maobre todo de aquellos que se podían permitir la

multas correspondientes. El sueño de la enseñanza

ese de inculcar qué preposiciones alemanas rige

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el acusativo o el dativo a alumnos a los que egeneral, y con toda seguridad, la asignatura lemporta un bledo, se desvaneció por completo.

Pero tras media eternidad apareció uno daquellos mal «aparcadores» increpantes, que squedó cortado al descubrir, en plena discusiónque bajo el uniforme de vigilante de aparcamienthabía una mujer. Una cosa llevó a la otra acabaron cenando en un buen restaurante, donde lmulta fue rasgada en dos a la hora del café y lcopa. Cuando después de esta vino la segunda, emal «aparcador» se declaró a la madre de Pe

Persson.El pretendiente resultó ser un banquer

slandés que estaba a punto de regresar Reikiavik. Le prometió a su futura esposa riqueza

 verdes praderas si lo acompañaba. Y también ldio al hijo un abrazo de bienvenida, aunque coescaso entusiasmo. Sin embargo, el penosperíodo de vigilancia de aparcamientos habí

durado tanto que el futuro recepcionista acabab

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de alcanzar la mayoría de edad y podía decidir poí mismo. Confiaba en tener un porvenir má

prometedor en Suecia, y como nadie pued

comparar lo que sucedió después con lo qupodría haber ocurrido, resulta imposible saber sel muchacho iba muy descaminado en sus cálculos

A los dieciséis años, Per Persson ya compaginabus estudios de secundaria, por los que no sentí

especial interés, con un trabajo. Nunca le contó edetalle a su madre en qué consistía ese trabajo. Y

enía sus razones. —¿Adónde vas, cariño? —solía pregunta

ella. —A trabajar, mamá.

 —¿Tan tarde? —Sí, hay trabajo a todas horas. —Pero ¿qué es lo que haces en realidad? —Te lo he explicado mil veces. Soy asistent

en el sector del ocio. Se trata de facilita

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encuentros entre personas y cosas así. —¿Cómo que «asistente»? ¿Y cómo s

lama…?

 —Mamá, tengo prisa. Ya hablaremos máarde.Per Persson se escabulló una vez más.Queda claro que era reacio a explicar lo

detalles, como que su jefe tenía un local quofrecía sexo de pago en una casa de maderamarilla, grande y deteriorada, en Huddinge, al sude Estocolmo. O que el negocio se llamaba CluAmore. O que su trabajo consistía en ocuparse d

a logística, así como ejercer de relacionepúblicas y vigilante. Se trataba de que cada clientencontrara la habitación correcta, para disfrutar da clase de amor carnal correcta durante el laps

de tiempo correcto. El muchacho organizaba lagenda, cronometraba las visitas y escuchaba ravés de las puertas —y dejaba volar smaginación—. Si le parecía que algo iba ma

daba la voz de alarma.

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Por la misma época en que la madre emigró y Pefinalizó sus estudios, su jefe decidió cambiar d

negocio. El Club Amore se convirtió en la pensióSjöudden. A pesar de lo que su nombre indicabano se encontraba junto a un lago ni en un cabopero como dijo su dueño:

 —Este antro tiene que llamarse de algunmanera.

Catorce habitaciones. A doscientas veinticinccoronas la noche. Cuarto de baño y duch

compartidos. Sábanas y toallas limpias una vez a semana, solo en caso de que las usadaestuvieran lo bastante sucias.

Transformar la actividad de nido de amor ehotel de tercera categoría no era algo que epropietario desease en realidad. Habría ganadmucho más dinero manteniendo a los clientes en lcama y bien acompañados. Además, cuando lachicas tenían un hueco durante la jornada, él solí

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pasar un rato con alguna de ellas.La única ventaja de la pensión Sjöudde

consistía en que su actividad no era ilegal. E

expropietario del puticlub había pasado ochmeses en prisión y no quería repetir.A Per Persson, que había dado muestras d

alento para la logística, le ofrecieron el puesto decepcionista, y el trabajo no estaba mal del todaunque no se puede decir lo mismo del salario

Consistía en registrar las entradas y salidas de loclientes, asegurarse de que la gente pagara, controlar reservas y cancelaciones. También s

equería que fuera simpático, siempre y cuandeso no perjudicara el negocio.

Se trataba de una nueva actividad bajo unombre nuevo y el cometido de Per no solo er

diferente, sino que también le confería mayoesponsabilidad que su anterior puesto. Es

ocasionó que acudiera a su jefe para proponerlhumildemente un reajuste salarial.

 —¿Al alza o a la baja? —preguntó el hombre.

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El joven respondió que lo prefería al alza. Lconversación no seguía el rumbo que habíprevisto, pero ahora se encontraba allí y esper

poder conservar, por lo menos, lo que ya tenía.Y así fue. Sin embargo, el jefe se mostró mugeneroso y le hizo una propuesta:

 —Puedes mudarte al trastero de la recepciónasí no tendrás que pagar el alquiler deapartamento que te dejó tu madre.

Bien. Per Persson estuvo de acuerdo en que srataba de una manera de ahorrarse un dinero

Además, ya que le pagaban en negro, podrí

olicitar ayuda social y subsidio por desempleo.Así que el joven recepcionista se convirtió e

esclavo de su trabajo. Vivía y sobrevivía en secepción. Pasó un año, pasaron dos, pasaro

cinco, y, en general, al muchacho no le fue mejoque a su padre ni a su abuelo. Y por esa razón, estúltimo se llevó las culpas. El viejo se había hechmultimillonario varias veces. Ahora, la tercer

generación de su propia sangre se encontrab

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detrás de un mostrador y daba la bienvenida malolientes huéspedes que respondían al nombrde  Asesino  Anders o a motes igual d

desagradables.

Asesino Anders era uno de los huéspedes de largestancia de la pensión Sjöudden. En realidad slamaba Johan Andersson y había pasado toda s

vida adulta en la cárcel. Nunca había tenidfacilidad de palabra o expresión, pero aprendipronto que, pese a sus carencias, conseguía salirs

con la suya si le soltaba unos guantazos a quien smanifestara en su contra o pareciera estarlo. Y upar más si era necesario.

Con el tiempo, esa clase de conversacione

levó al joven Johan a frecuentar malas compañíaSu nuevo círculo de amistades le hizo mezclar sa conocida técnica de argumentación expeditiv

con el alcohol y las pastillas, y entonces todo s

fue al garete. El alcohol y las pastillas le costaro

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una condena de doce años antes de haber cumplidos veinte, cuando fue incapaz de explicar cómo s

hacha había acabado en la espalda del principa

distribuidor de anfetaminas de la región.Al cabo de ocho años lo soltaron, y celebró liberación con tanto entusiasmo que apenas le diiempo a que se le pasara la borrachera antes d

que le cayeran otros catorce años. En esa ocasióestuvo involucrada una escopeta. A quemarropa en plena cara del que había remplazado en sufunciones a la víctima del hacha. Fue una visiómuy desagradable para quienes tuvieron qu

impiarlo todo.Durante el juicio, Johan sostuvo que no habí

ido su intención disparar. O al menos, eso creíaApenas recordaba la secuencia de los hechos. Má

o menos como en la siguiente ocasión, cuanddegolló al tercer distribuidor de pastillas pohaberle echado en cara que estaba de mal humoEl inminente degollado tenía razón, aunque eso n

e valió de nada.

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Ahora, con cincuenta y seis años, Asesino Andere encontraba de nuevo en libertad. A diferenci

de las veces anteriores, no se trataba de upermiso temporal, sino de algo más permanentEsa era la idea. Lo único que tenía que hacer erevitar el alcohol. Y las pastillas. Y a todos y tod

o relacionado con el alcohol y las pastillas.En cambio, la cerveza no era tan peligrosa, po

o general lo alegraba. O medio alegraba. Por lmenos no lo hacía enloquecer.

Se presentó en la pensión Sjöudden creyendque el establecimiento aún ofrecía esa clase densaciones que uno echa de menos si ha estado a sombra una década o tres. Una vez que sepuso de la decepción inicial al saber que la

cosas habían cambiado, decidió hospedarse simás. Tenía que vivir en alguna parte y no ercuestión de pelearse por doscientas coronas, sobrodo teniendo en cuenta cómo solían acabar su

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peleas.Antes de recibir la llave de la habitación

Asesino Anders tuvo tiempo de contarle la histori

de su vida al joven recepcionista. Esta incluía snfancia, aun cuando Anders no creía que fuerelevante para lo que había acontecido más tarde

Los primeros años transcurrieron, sobre todo, coun padre que solo soportaba el trabajo si semborrachaba al acabar la jornada, y una madrque empezó a hacer lo mismo para podeoportarlo a él. Eso condujo a que el padre noportara a la madre, cosa que demostrab

propinándole frecuentes palizas, en particulacuando el niño estaba presente.

Tras escuchar el relato, el recepcionista no satrevió a hacer otra cosa que darle la bienvenida

estrecharle la mano, presentándose: —Per Persson. —Johan Andersson —contestó Asesino,

prometió intentar matar lo menos posible en e

futuro.

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A continuación, pidió al recepcionista que lnvitara a una cerveza. Tras diecisiete años si

probarla, no era de extrañar que tuviera l

garganta seca.Per no tenía intención de comenzar su relaciócon aquel tipo negándole una cerveza. Permientras se la servía, le preguntó al señoAndersson si sería tan amable de dejar el alcoho las pastillas fuera del establecimiento.

 —Sí, será lo mejor —respondió JohaAndersson—. Pero oye, llámame Asesino AnderTodo el mundo me llama así.

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Uno tenía que alegrarse de las pequeñas cosaComo que los meses pasaran sin que Asesin

Anders liquidara al recepcionista o a alguien eas inmediaciones de la pensión. O que el jefe lpermitiera a Per Persson cerrar la recepción lodomingos para disfrutar de unas horas ddescanso. Si el tiempo —a diferencia de todo ldemás— estaba de su lado, el recepcionista salía

o para divertirse, el dinero no le alcanzaba paranto, pero sentarse en un banco del parque

pensar aún era gratis.Así que allí estaba sentado —con cuatr

ándwiches de jamón y un botellín de zumo dframbuesa—, cuando inesperadamente ldirigieron la palabra:

 —¿Cómo estás, hijo mío?

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Era una mujer no mucho mayor que él. Se lveía sucia y agotada, y lucía un alzacuellos blancque brillaba alrededor de su pescuezo, a pesar d

estar manchado de hollín.A Per Persson nunca le había interesado leligión, pero una pastora era una pastora, y pens

que se merecía el mismo respeto que un asesinoun drogadicto o la escoria habitual con la que selacionaba en el trabajo. Quizá incluso un poc

más. —Gracias por preguntar —respondió—. H

enido momentos mejores. Bueno, pensándol

bien, no, no los he tenido. Se podría decir que mvida es un constante sufrimiento.

«¡Vaya! Me estoy abriendo demasiado», pensóLo mejor sería reconducir la conversación.

 —Pero no quisiera agobiarla con mi salud y mestado de ánimo. Con solo poder comer un pocoodo lo demás tiene solución —añadió, y dio

entender que la conversación había terminado, y s

concentró en abrir la fiambrera.

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Sin embargo, la pastora no advirtió lndirecta. Dijo que no la agobiaba y que l

ayudaría con lo poco que pudiera aportar si as

conseguía que su existencia fuera algo málevadera. Una oración personal era lo mínimo qupodía ofrecerle.

¿Una oración? Per Persson se preguntó qué lhacía pensar a aquella pastora andrajosa que esba a servirle de alguna ayuda. ¿Creía qu

empezaría a llover dinero del cielo? ¿O pan patatas? Aunque… ¿por qué no? Además, lesultaba difícil rechazar a alguien que sol

deseaba su bien. —Gracias, madre. Si cree que una oració

dirigida al cielo hará que mi vida sea málevadera, entonces no seré yo quien pong

objeciones.La mujer sonrió y se hizo un sitio en el banc

unto al recepcionista de descanso dominical. Ycomenzó su trabajo.

 —Señor, mira a tu hijo… Por cierto, ¿cómo t

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lamas? —Per —respondió Per Persson, y se pregunt

qué beneficio sacaría Dios de esa información.

 —Señor, mira a tu hijo Per, mira cómo sufre… —Bueno, sufrir, sufrir, lo que se dice sufrir…ampoco sufro tanto.

La pastora perdió el hilo. Entonces dijo quvolvería a empezar desde el principio y que loración resultaría más provechosa si no lnterrumpía demasiado.

Per Persson le pidió disculpas y prometidejarla rezar en paz.

 —Gracias —dijo ella, y tomó nuevo impuls—. Señor, mira cómo, aunque en realidad no sufreeste infeliz siente que su vida podría mejoraSeñor, dale seguridad, enséñale a amar al mundo

el mundo lo amará a él. Oh, Jesús, carga con tcruz junto a él, venga a nosotros tu reino y todo ldemás.

«¿Y todo lo demás?», pensó el recepcionista

pero se abstuvo de mencionarlo.

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 —Dios te bendiga, hijo mío, con la fuerza y epoder y… la fuerza. En el nombre del Padre, deHijo y del Espíritu Santo. Amén.

Per Persson no sabía cómo tenía que ser unoración personal, pero lo que acababa de oír lonaba a chapuza. Y estaba a punto de decirlo

cuando ella se le adelantó: —Veinte coronas, gracias.¿Veinte coronas? ¿Por aquello? —¿Tengo que pagar por la oración? —

preguntó.La mujer asintió. Las oraciones no consistía

olo en soltarlas. Exigían concentración devoción, requerían un esfuerzo, y una pastorambién tenía que vivir en el mundo mientras locara estar aquí y no en el cielo.

A Per Persson no le parecía que lo quacababa de oír exigiera devoción ni concentración  tampoco estaba seguro de que fuera el cielo l

que le esperaba a esa pastora cuando le llegase l

hora.

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 —¿Lo dejamos en diez coronas? —intentnegociar la mujer.

La pastora fue rebajando el precio, de poco

casi nada. Per Persson la observó con mádetenimiento y vio en ella otra… ¿cara? Algo…¿miserable? Entonces decidió que esa mujer ermás una hermana en la desgracia que unestafadora.

 —¿Quiere un sándwich? —le ofreció.El rostro de la pastora se iluminó. —¡Vaya, gracias, no estaría mal! ¡Dios t

bendiga!

Per Persson le dijo que, viéndolo coperspectiva histórica, todo indicaba que el Señoestaba ocupado con asuntos importantes, ningunde los cuales sería bendecirlo a él. Y que l

oración que acababa de llegarle allá arribprobablemente no cambiaría las cosas.

La mujer pareció dispuesta a replicar, pero éfue más rápido y le tendió la fiambrera.

 —Aquí tiene —dijo—. Dejemos que l

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comida silencie nuestras bocas. —«El Señor guía a los humildes por l

usticia, y adoctrina a los pobres en sus sendas»

Salmo veinticinco —citó la pastora, con la boclena de pan. —Que así sea —añadió Per Persson.

Era una auténtica pastora. Mientras se comía locuatro sándwiches de jamón del recepcionista, lcontó que había tenido una parroquia propia hastel domingo anterior, cuando, en mitad del sermón

el presidente del consejo eclesiástico lnterrumpió y le pidió que bajara del púlpitoecogiera sus cosas y se largara.

A Per Persson eso le pareció horrible. ¿N

había nada llamado «derechos laborales» en eeino de los cielos?

Sí, lo había, pero el presidente pensaba quenía razones para actuar así. Y, además, toda l

parroquia estaba de su lado. Incluida la propi

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pastora. Al menos dos miembros de lcongregación le arrojaron sus libros de salmomientras ella se escabullía.

 —Como comprenderás, hay una versión máarga. ¿Quieres escucharla? Has de saber que mvida no ha sido de color de rosa.

Per Persson recapacitó. ¿Deseaba saber de qucolor era aquella vida si no era rosa, o ya teníuficiente con la cantidad de miseria que é

cargaba a cuestas sin necesidad de añadir la della?

 —No creo que ser consciente de la oscurida

en la que viven otros mejore mi existencia —dij—. Aunque, a menos que se alargue mucho, si ldesea, puede hacerme un resumen de la cuestión.

¿Un resumen de la cuestión? El resumen er

que había pasado siete días vagando, de domingo domingo. Había dormido en sótanos y Dios sabdónde más, había comido lo que habíencontrado…

 —¿Como todos mis sándwiches de jamón? —

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apuntó Per Persson—. ¿Desea digerir mi úniccomida con mi último zumo de frambuesa?

La pastora no lo rechazó. Y tras apagar la sed

dijo: —En resumidas cuentas, no creo en Dios. Ymucho menos en Jesucristo. Fue mi padre el qume obligó a seguir sus pasos; no los de Jesucristoos de él. Para su gran decepción, nunca tuvo u

hijo, solo una hija. Aunque a mi padre también lobligó mi abuelo. Quizá ambos fueran enviadodel diablo, no es fácil saberlo. En todo caso, lcondición pastoral forma parte de la familia.

Eso de ser una víctima a la sombra del padre el abuelo fue algo por lo que Per Persson sintiuna inmediata simpatía, y dijo que si los hijopudieran librarse de cargar toda la mierd

acumulada para ellos por las generacioneanteriores, quizá el mundo sería un lugar mejodonde vivir.

La mujer se abstuvo de señalar la importanci

de las generaciones anteriores. En cambio, l

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preguntó si era lo que lo había llevado hasta aquebanco del parque.

A aquel banco del parque, sí. Y a una lúgubr

ecepción, donde vivía y trabajaba. Y a compartcervezas con Asesino Anders. —¿Asesino Anders? —preguntó ella. —Sí. Vive en la habitación número siete.Per Persson pensó que bien podría perder u

par de minutos con la pastora, ya que se habídignado a interesarse por él. Así que le habló deabuelo, que había dilapidado su fortuna. De spadre, que había tirado la toalla. De su madre, qu

e había liado con un banquero islandés y habíabandonado el país. De cómo él mismo habíacabado, con tan solo dieciséis años, en una casde putas. Y de cómo ahora trabajaba d

ecepcionista en la pensión en la que se habíconvertido la casa de putas.

 —Y cuando por fin tengo veinte minutos libre me siento en un banco a una distancia prudencia

de los mangantes y golfos con que suelo tratar e

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el trabajo, entonces aparece una pastora que ncree en Dios, que primero intenta estafarme epoco dinero que tengo y después me gorronea e

almuerzo. Esa es mi vida, a no ser que cuandvuelva, gracias a su oración, la vieja casa de putae haya transformado en el Grand Hotel.

La desastrada religiosa, con migas alrededode la boca, pareció avergonzarse. Dijo que no ereguro que la oración tuviera un efecto inmediato

pues había sido una chapuza y el destinatario nexistía. Ahora se arrepentía de haber querido seetribuida por un trabajo fraudulento, máxim

eniendo en cuenta la generosidad y loándwiches del recepcionista.

 —Anda, cuéntame más cosas de esa pensió—pidió luego—. ¿Por casualidad no tendrías un

habitación libre… a precio de amigo? —¿«Precio de amigo»? —repitió él—. ¿Desd

cuándo somos amigos usted y yo? —Bueno, todavía estamos a tiempo.

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A la pastora le asignaron la habitación 8, parecon pared con la de Asesino Anders. Pero

diferencia de este, a quien Per Persson nunca satrevía a pedirle que pagara, la nueva clientdebía abonar una semana por adelantado. Aprecio habitual.

 —¿Por adelantado? Pero si es todo lo que mqueda.

 —Pues más a mi favor, así el dinero no se irpor mal camino. Puedo rezar una oración parusted gratis, así quizá se arreglen las cosas —epuso el recepcionista.

En ese instante entró un hombre con chaquetde cuero, gafas de sol y barba de tres días. Parecía parodia de un gánster, lo que probablemente era

, sin saludar, preguntó por Johan Andersson.

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El recepcionista se irguió y respondió que npodía revelar quién vivía y quién no vivía en lpensión Sjöudden. Allí se respetaba a rajatabla l

privacidad de los clientes. —O contestas a mi pregunta o te corto lohuevos —espetó el de la chaqueta de cuero—¿Dónde está Asesino Anders?

 —Habitación siete —respondió Per Persson.El matón se alejó por el pasillo. La pastora l

iguió con la mirada y se preguntó si habría jaleo a vista. ¿Creía el recepcionista que ella podrí

hacer algo en su calidad de religiosa?

Per Persson no creía nada, pero ni siquieruvo tiempo de decirlo, pues en ese momentegresaba el de la chaqueta de cuero.

 —Anders está roque en su cama. Sé muy bie

cómo podrían ponerse las cosas, así que dmomento dejémoslo dormir. Guarda este sobre dáselo cuando se levante. De parte del Conde.

 —¿Eso es todo? —preguntó Per Persson.

 —Bueno, no. Dile que contiene cinco m

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coronas en lugar de diez mil, ya que solo ha hecha mitad del trabajo —aclaró el hombre, y s

marchó.

¿Cinco mil? Cinco que al parecer deberían habeido diez. Y ahora era cosa del recepcionist

explicarle al hombre más peligroso de Suecia qufaltaba dinero. A no ser que delegara la faena en lpastora, ya que acababa de ofrecer sus servicios.

 —Asesino Anders —dijo ella—. Así quexiste de verdad, no era una invención tuya.

 —Un alma perdida. Digamos que muy perdidaPara su sorpresa, ella respondió entonces qu

i el alma perdida se encontraba perdida a taextremo, no sería una inmoralidad que e

ecepcionista y ella tomaran prestado un billete dmil coronas para ponerse las botas en algún bueestaurante de los alrededores.

Per Persson se preguntó qué clase de pastor

era aquella que le salía con semejante propuesta

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pero reconoció que la idea resultaba atractivaAunque, por otra parte, había una razón por la cuaAsesino Anders era llamado así. O mejor dicho

res razones, si el recepcionista no recordaba maun hacha en una espalda, un escopetazo en una car una navaja en la garganta.

La cuestión sobre la conveniencia de coger dinera hurtadillas a un asesino se esfumó, pues easesino en cuestión se había despertado y saproximaba por el pasillo con el pelo revuelto.

 —Tengo sed —dijo—. Hoy debían pagarme urabajo, pero se han retrasado y no tengo ni par

una cerveza. Ni para comida. ¿Puedes prestarmdoscientas coronas de la caja?

Era una pregunta y al mismo tiempo no lo eraAsesino Anders contaba con tener ipso facto  dobilletes de cien en la mano.

Entonces la pastora dio un paso al frente.

 —Buenos días —saludó—. Mi nombre e

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ohanna Kjellander y antes tenía una parroquiaAhora soy una simple pastora.

 —Los curas son una mierda —dijo Asesin

Anders sin dirigirle la mirada.La retórica no era uno de sus puntos fuertes. Svolvió y siguió hablando con el recepcionista:

 —¿Me aflojas esos billetes o qué? —No coincido con usted en esa apreciación —

eplicó Johanna Kjellander—. Por supuesto que enuestro sector hay algún descarriado que otro; sir más lejos, yo misma. Pero ese es un tema de

que me agradaría debatir con usted, señor Ander

en otra ocasión. En cambio, ahora se trata de uobre con cinco mil coronas que un conde acab

de entregar al recepcionista. —¿Cinco mil? ¡Eran diez mil! ¿Qué has hech

con el resto del dinero, monja de mierda?Asesino, resacoso y recién levantado, mir

airado a Johanna Kjellander. Per Persson, que ndeseaba acabar con una pastora asesinada en s

ecepción, aclaró nervioso que el Conde habí

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dejado el recado de que las cinco mil coronas eraparte del pago, ya que solo se había hecho la mitadel trabajo. El recepcionista y la pastora era

imples mensajeros y esperaba que el señoAnders comprendiera que…Pero Johanna Kjellander tomó de nuevo l

palabra. Lo de «monja de mierda» le habíentado mal.

 —¡Debería avergonzarse! —exclamó con tantdeterminación que el aludido estuvo a punto dhacerlo. Y añadió que él sabía perfectamente quni al recepcionista ni a ella se les ocurrirí

mangarle dinero—. Sin embargo, en estomomentos no nos encontramos en una situaciómuy desahogada que digamos, no señor. Y ya qua conversación ha tomado estos derrotero

quisiera aprovechar la oportunidad parpreguntarle si podría prestarnos uno de esos cincbonitos billetes de mil durante un par de días. Omejor durante una semana.

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Per Persson se quedó pasmado. Primero, lpastora había pretendido sisar el dinero dAsesino Anders sin que este lo supiera. Despué

estuvo a punto de hacerlo enrojecer de vergüenzpor haberla acusado de querer timarlo. Y ahora sdedicaba a negociar un préstamo en toda regla¿Tenía algún instinto de supervivencia? ¿No s

daba cuenta de que los estaba exponiendo a amboa un peligro mortal? ¡Maldita mujer! Antes de quAsesino hiciera algo más definitivo, debería darluna colleja y tratar de enderezar lo que ell

acababa de torcer.Asesino Anders se había sentado en una sillaprobablemente desconcertado ante el hecho de qua pastora acabara de pedirle prestado lo quodavía no había conseguido robarle.

 —Por lo que he podido entender —terció eoven, esforzándose en utilizar un lenguaj

financiero—, el señor Anders cree que spatrimonio ha sido descapitalizado ilícitamente e

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cinco mil coronas, ¿correcto?Asesino Anders asintió, aunque sin entende

demasiado aquella palabrería.

 —Entonces debo reiterar y subrayar que ni yni la pastora más extravagante de Suecia, aqupresente, hemos cogido ese dinero. Pero si haalgo, lo que sea, que pueda hacer para facilitarlas cosas, no dude en decirlo, señor Anders.

«Si hay algo que pueda hacer…» es algo qucualquier persona que trabaja en el sectoervicios suele decir, aunque no tenga

necesariamente, ninguna intención de hacerlo. Per

Asesino Anders tomó sus palabras al pie de letra.

 —Pues gracias —dijo con voz cansada—Consigue las cinco mil coronas que me faltan

anda. Así no tendré que partirle las piernas nadie.

Per Persson no tenía ningunas ganas de buscar

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aquel «conde» que lo había amenazado con hacealgo tan desagradable a la parte más querida de scuerpo. El simple hecho de volver a ver a es

persona ya sería bastante malo, pero si ademáenía que reclamarle dinero… Así pues, estabmuy preocupado cuando oyó decir a la pastora:

 —¡Por supuesto! —¿Por supuesto? —repitió él, sobresaltado. —Muy bien —respondió Asesino Anders, qu

acababa de oír «por supuesto» dos veces seguidas —Sí, claro que le echaremos una mano a

eñor Anders —prosiguió la mujer—. Aquí, en l

pensión Sjöudden, estamos para servir a lohuéspedes. A cambio de una compensacióazonable, nos esforzamos en hacerles la vida málevadera a asesinos y criminales. El Señor n

hace distinciones entre las personas. O quizá lahaga, pero vayamos al grano: para empeza¿podríamos saber algo más sobre la clase d«trabajo» a la que se ha referido el Conde, y po

qué razón piensa que solo se ha realizado l

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mitad?En ese instante Per Persson deseó encontrars

en las antípodas. Acababa de oír a la pastora dec

«aquí en la pensión Sjöudden». Aún no se habíegistrado y ni siquiera había pagado, pero eso ne impedía entablar una negociación económic

con un asesino en nombre de la pensión.Decidió que la nueva clienta no le gustaba l

más mínimo. Pero tampoco se le ocurría nadmejor que quedarse donde estaba, pegado a lpared de la recepción, e intentar pasar tadesapercibido como fuera posible. Pensaba que

alguien que no despierta ningún sentimiento no enecesario matarlo.

Asesino Anders también estaba bastantdesconcertado. La pastora había dicho tantas cosa

en tan poco tiempo que no había logrado seguirldel todo (además, eso de que fuera pastorcomplicaba la situación mucho más).

Parecía que le estaba ofreciendo alguna form

de colaboración. Esas cosas solían acabar ma

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aunque escucharlas no hacía daño. No siempre ernecesario empezar dando guantazos a la gente; acontario, con relativa frecuencia era mejor deja

esa parte para el final.Así pues, Asesino les contó qué clase drabajo había realizado. No había matado a nadiei era eso lo que imaginaban.

 —Ya, es difícil asesinar a medias —apuntó lmujer.

Asesino Anders les contó que había decididdejar de matar, pues el precio que tendría qupagar si ocurría una vez más era muy alto

permanecer en la trena hasta cumplir los ochenta.Pero lo que sucedió fue que, nada más pone

os pies en la calle y encontrar un sitio dondvivir, empezaron a llegarle encargos. La mayorí

provenían de personas que, a cambio de unustancial suma de dinero, deseaban quitarse de e

medio a enemigos y conocidos, es decir, le pedíaque cometiera asesinatos, algo a lo que Asesin

Anders ya no se dedicaba y a lo que, en realidad

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nunca se había dedicado. En cierta manera, lacosas habían pasado porque tenían que pasar.

Aparte de las propuestas de asesinato, habí

algún que otro encargo de índole más razonablecomo el de marras. Se trataba de partirle lobrazos a un hombre que le había comprado ucoche al Conde, por lo demás, antiguo amigo dAsesino Anders. Esa misma noche, después dlevarse el vehículo, el hombre, en lugar de zanjaus deudas, perdió jugando al blackjack el diner

que tenía para pagarlas.La pastora no sabía qué era el blackjack, y

que no era algo a lo que en sus dos anterioreparroquias dedicaran el tiempo de asueto despuédel culto. En cambio, había una gran tradición dmikado, un juego de destreza bastante entretenido

Lo siguiente que la mujer quiso saber fueron lodetalles de la fallida compra del coche.

 —O sea, ¿se llevó el coche sin pagar?Asesino Anders le explicó cómo funcionaba e

aspecto legal en los ambientes menos legales d

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Estocolmo. En el caso que los ocupaba, se tratabde un Saab de nueve años, aunque la fórmula eriempre la misma: un par de días de crédito no er

nconveniente para el Conde. Los problemas solurgían si el dinero no estaba sobre la mescuando el plazo vencía. Y los problemas, eprincipio, eran para el deudor, no para el acreedo

 —¿En forma de un brazo partido? —Más bien dos. Si el coche hubiera sido má

nuevo, el encargo habría incluido también costilla cara.

 —O sea, tenía que romper dos brazos y acab

ompiendo uno. ¿No sabe contar o qué pasó? —Robé una bicicleta y fui a casa del dichos

estafador con un bate de béisbol en eportaequipajes. Cuando lo encontré, llevaba a un

ecién nacida en brazos y me pidió clemencia, como se diga. Y como en el fondo tengo buecorazón, mi madre siempre lo decía, ecompensación le partí un solo brazo por dos sitio

Pero primero le permití que dejara al bebé, par

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que este no se hiciera daño si al realizar mrabajo, él acababa en el suelo. Y eso fue lo qu

pasó, que acabó en el suelo. Se me da bien atiza

con el bate. Aunque, claro, podría haberle partidos dos brazos cuando estaba allí tiradogimoteando. No siempre pienso con la rapidez qume gustaría. Y si me cruzo con el alcohol y lapastillas, ni pienso. O luego no lo recuerdo.

La pastora se quedó prendada de un detalle deelato:

 —¿Su madre dijo eso? ¿Que en el fondo tienbuen corazón?

Per Persson se había preguntado lo mismopero seguía con su estrategia de fundirse con lpared de la recepción, en el más estricto silencio.

 —Sí, lo dijo —respondió Asesino Anders—

Fue antes de que le partiera los dientes, justdespués de que mi padre muriera borrachperdido. Luego ella no dijo mucho más, por lmenos nada entendible. Menuda vieja estúpida

Joder!

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La pastora tenía un par de propuestas sobrcómo solucionar los conflictos familiares sinecesidad de partirle los dientes a nadie, per

cada cosa a su tiempo. En aquel momento lo qudeseaba era recapitular la información del señoAnders, para ver si lo había entendido todcorrectamente.

Su último cliente había decidido aplicar unebaja del cincuenta por ciento alegando qu

Asesino Anders había roto el mismo brazo doveces en lugar de romper dos brazos una vez.

Asesino asintió. Es decir, si con el cincuent

por ciento se refería a la mitad del preciacordado.

Sí, se refería a eso. Y añadió que, al pareceel Conde en cuestión era de lo más puntilloso. N

obstante, la pastora y el recepcionista estabadispuestos a ayudar. Y como él no estabpreparado para abrir la boca, ella continuó:

 —Por una comisión del veinte por cient

buscamos al tal Conde y nos ocupamos de hacerl

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cambiar de opinión. ¿Qué le parece? Pero hay upequeño detalle. Nuestra colaboración no serealmente necesaria hasta la fase dos.

Asesino Anders intentó digerir aquello. Habímuchas palabras y una especie de porcentaje. Perantes de que pudiese preguntar qué era eso de l«fase dos», la mujer prosiguió.

La segunda fase implicaba que la actividaprofesional de Asesino Anders evolucionara baja dirección del recepcionista y una servidora. U

discreto trabajo de relaciones públicas parampliar la clientela, una lista de precios para n

perder el tiempo con aquellos que, en realidad, npodían permitírselo, y una clara política ética.

La pastora vio que el rostro del recepcioniste había vuelto tan blanco como la pequeña never

que había en la pared a su lado, y que Anderperdía el hilo. Decidió hacer un receso para quuno tomara aliento y al otro no se le ocurrierempezar a pegar en lugar de a comprender.

 —Por cierto, tengo que felicitar al seño

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Anders por su buen corazón —añadió—. ¡El bebalió ileso, sin ningún rasguño! El reino de lo

cielos es de los niños, tenemos testimonio de ell

en el evangelio de Mateo, versículo diecinueve. —¿Ah, sí? ¿Lo tenemos? —preguntó AsesinAnders, y olvidó que medio segundo antes habídecidido darle una paliza, por lo menos, aecepcionista mudo.

La religiosa asintió con devoción y se abstuvde mencionar que unos párrafos más abajo, en emismo evangelio, se decía que no se puede mataque hay que amar al prójimo como a uno mismo

—a propósito de los dientes rotos— honrar tanto a madre como al padre.

La incipiente rabia que había aflorado al rostro dAsesino Anders desapareció. Per Persson lo not, por fin, se atrevió a creer que había vid

después de la vida, es decir, que la pastora y é

obrevivirían a la conversación que mantenían co

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el huésped de la habitación 7. Así pues, no solvolvió a respirar, sino que también recuperó ehabla y participó en la conversación intentand

explicarle razonablemente al señor Anders qué erel veinte por ciento de algo.Asesino se disculpó diciendo que con e

iempo se había vuelto un hacha contando años ea cárcel, pero que de porcentajes no sabía gra

cosa, excepto que había unos cuarenta de eso en eaguardiente y a veces mucho más si se destilaba eótanos clandestinos. En algún antiguo inform

policial se mencionaba que engullía sus pastilla

con licores con el treinta y ocho por ciento dalcohol y aguardiente casero del setenta. Claro quno siempre se podía confiar en los informepoliciales, pero si en esa ocasión estaban en l

cierto, no era extraño que pasara lo que pasó, coun ciento ocho por ciento de alcohol en sangre yademás, pastillas.

Sintiéndose inspirada a causa del bue

ambiente que empezaba a reinar, la pastor

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prometió que la facturación de la actividad deeñor Anders pronto se duplicaría —¡com

mínimo!—, siempre y cuando ella misma y e

ecepcionista tuvieran las manos libres para actuacomo sus representantes a todos los efectos.Al mismo tiempo, Per cogió dos cervezas de l

nevera de recepción. Asesino Anders se bebió lprimera de un trago, empezó la segunda y decidique ya había entendido lo suficiente de lo quacababan de explicarle.

 —Pues en eso quedamos, joder.Y se acabó la cerveza en rápidos trago

eructó, pidió disculpas y, como gesto de buenvoluntad, les tendió dos de los cinco billetes dmil.

 —¡Veinte por ciento, pues! —aclaró.

Los otros tres se los guardó en la pechera de lcamisa e informó de que era hora de tomar ucombinado desayuno-almuerzo en un local qufrecuentaba a la vuelta de la esquina, y que por es

azón no tenía tiempo para seguir discutiend

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acerca del negocio. —¡Buena suerte con el Conde! —dijo desde l

puerta, y desapareció.

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Al susodicho Conde no se lo podía encontrar en elmanaque de Gotha. Ni en ninguna parte. Tení

una deuda con Hacienda de casi setecientas mcoronas por evasión fiscal. A pesar de que laautoridades se la recordaban mediante reiteradacartas que enviaban a su última direccióconocida, en Mabini Street, Manila, capital dFilipinas, nunca recibieron ningún pago. Ni nadaHacienda no podía saber que la dirección habíido elegida al azar, que las cartas de notificació

acababan en casa de un pescadero local que laabría y las utilizaba para envolver langostinoigre y pulpo.

Mientras tanto, el Conde vivía en Estocolmcon su novia, conocida como la Condesa, y era un

de los grandes distribuidores de diversas clases d

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estupefacientes. Además dirigía cinco negocios dvehículos de segunda mano, que figuraban nombre de ella, en el extrarradio sur de la capital

Llevaba en activo desde la época analógicacuando se podía montar y desmontar un coche couna llave inglesa y sin necesidad de tener unicenciatura en Ingeniería Informática.

Pero él había sabido adaptarse mejor qumuchos a la era digital, de ahí que su negocio shubiera multiplicado por cinco en apenas unoaños. A raíz de eso, surgió el antes mencionaddesacuerdo financiero entre el Conde y Hacienda

para divertimento y cierta irritación del laboriospescadero al otro lado del globo.

El Conde pertenecía a esa clase de personaque ven en los cambios una oportunidad en luga

de una amenaza. Tanto en Europa como en otrougares del mundo había coches cuya fabricaciólegaba a costar un millón de coronas, pero sol

cincuenta dólares robarlos, con ayuda de l

electrónica y unas instrucciones de cinco paso

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acadas de internet.Hacía tiempo que la especialidad del Cond

era localizar BMW X5 con matrícula sueca y deja

que su socio en Gdansk enviara a dos tipos buscarlos para llevarlos a Polonia, donde lepreparaban nuevos papeles para que el Condvolviera a importarlos a Suecia.

Eso le proporcionó un cuarto de millón netpor coche durante cierto período. Pero entonceBMW despertó e hizo instalar sistemas docalización en los nuevos modelos, así como eos ya usados que estuvieran en mejore

condiciones. No tuvieron en cuenta las reglas deair play  y no avisaron de ello a los ladrones d

coches, así que, un buen día, la policía apareció eun local de Ängelholm y se llevó tanto los coche

como a los polacos.Sin embargo, el conde se salvó. Y no fu

porque estuviera empadronado en casa de upescadero de Manila, sino porque los polaco

detenidos tenían demasiado apego a la vida com

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para cantar.Por cierto, el Conde había recibido ese apod

muchos años antes por su elegante manera d

amenazar a los clientes que no se comportabacomo debían. Era capaz de decir cosas como«Apreciaría de verdad que el señor Hanssoaldara sus diferencias pecuniarias conmigo ante

de veinticuatro horas. De ser así, le prometo ncortarlo en trocitos». Hansson, o como se llamarel interesado, siempre prefería pagar. Nadideseaba que lo trocearan, daba igual la cantidade trozos. Dos ya eran demasiados.

Con los años, el Conde —con ayuda de lCondesa— desarrolló una técnica más vulgar. Yesa fue la que le tocó presenciar al recepcionistaEl apodo, sin embargo, lo preservaba sin cambios

Así las cosas, Per Persson y Johanna Kjellandefueron en busca del mentado Conde par

eclamarle cinco mil coronas de parte de Asesin

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Anders. Si lo conseguían, el asesino de la 7 sconvertiría en una potencial fuente de ingresos. Sfracasaban… No, no podían fracasar.

La propuesta de la pastora sobre cómo encaraal Conde era hacerse los duros. La sumisión nfuncionaba en esos círculos, razonó.

Per protestó. Era un recepcionista con ciertalento para las hojas de cálculo y la organización

pero no para la violencia. Y si a pesar de todograra convertirse en un tipo duro, no deseab

exhibir esa faceta ante alguien consideradprecisamente el mejor en esos menesteres. Po

cierto, ¿qué clase de experiencia tenía la pastoren los círculos a los que se refería? ¿Cómo podíestar tan segura de que un abrazo o dos no surtiríamejor efecto?

¿Un abrazo? Hasta un niño pequeño podíadivinar que eso no arreglaría nada ante el Condeni siquiera pidiéndole perdón por existir.

 —Deja que yo me ocupe del sermón y todo ir

bien —dijo la religiosa al llegar a la oficin

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iempre abierta, domingos incluidos, del Conde—Y mientras tanto no abraces a nadie!

Él pensó que era el único de los dos que tení

un apéndice exterior pasible de ser amputado, pere resignó ante la valentía de la mujer. Actuabcomo si tuviera a Cristo a su lado, en vez de a uecepcionista. No obstante, no le había quedad

claro a qué se refería ella concretamente con lo dhacerse el duro, pero era demasiado tarde parpreguntar.

Cuando sonó la campanilla de la puerta, el Condalzó la vista desde su escritorio. Entraron dopersonas a las que reconoció, pero no ubicenseguida. Por lo menos no eran de Hacienda; l

dedujo por el alzacuellos que llevaba una de ellas —Buenos días de nuevo, señor Conde, m

nombre es Johanna Kjellander, pastora de lglesia de Suecia hasta hace muy poco. Inclus

uve una parroquia a mi cargo, pero eso podemo

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dejarlo para otra conversación. Este hombre quve a mi lado es mi amigo y colega desde hacaños…

Solo entonces Johanna se dio cuenta de que nabía cómo se llamaba el recepcionista. Se habíportado bien con ella en el banco del parquehabía sido algo tacaño al negociar el precio de lhabitación y bastante discreto en la tarea dconvencer a Anders, aunque lo suficientementosado como para acompañarla a entrevistarse coel conde que tenían delante. Seguro que le habídicho su nombre mientras ella intentaba sacarl

veinte coronas por nada, pero todo había sucedidan deprisa…

 —Mi amigo y colega desde hace años…naturalmente, también tiene un nombre, como todo

olemos tener… —Per Persson —dijo Per Persson. —Como iba diciendo —continuó la pastora—

estamos aquí en calidad de representantes de…

 —¿No os di cinco mil coronas hace unas hora

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en la pensión Sjöudden? ¿Sois vosotros?El Conde estaba seguro. No podía habe

muchas pastoras con el alzacuellos sucio en el su

de Estocolmo. En todo caso, no al mismo tiempo. —En efecto —confirmó ella—. Solo eracinco mil. Faltan otras cinco mil. Nuestro clienteel señor Anders, nos ha pedido que pasáramos ecogerlas. También manda decir que lo mejo

para todos es que así sea, pues la alternativa parel señor Conde, según nuestro representado, seríabandonar este mundo de una manera ciertamentdesagradable, y para el propio señor Ander

acabar encerrado veinte años adicionales a los yacumulados por razones similares. Como dice lBiblia: «El que persiste en la justicia alcanzará lvida; el que va en pos del mal, su propia muerte»

Proverbios once, diecinueve.

El Conde recapacitó. ¿Habían ido allí

amenazarlo? ¿Debía apretar aquel alzacuellos

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cortarle definitivamente el suministro de oxígeno a monja? Sin embargo, según lo que habí

explicado ella, si la estrangulaba convertiría a

diota útil de Anders en un idiota normal corriente. Luego, el Conde se vería obligado eliminarlo antes de que este lo eliminara a él, eso significaría a su vez que su rompehuesofavorito ya no volvería a estar disponible. Lo qudecía o dejaba de decir la Biblia sobre el asunte importaba un pimiento.

 —Mmm —masculló.La pastora mantuvo el diálogo vivo. N

deseaba que se produjera un bloqueo innecesarioPor esa razón, explicó el razonamiento de scliente al romper el mismo brazo dos veces y dejael otro en condiciones de uso. Había actuado d

acuerdo con los criterios éticos pactados con suagentes, es decir, ella misma y su amigo Peansson allí presente.

 —Per Persson —corrigió Per Persson.

Según esos criterios, debía evitarse qu

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cualquier niño corriera peligro durante el encargocosa que habría sucedido si Asesino Anders nhubiera actuado con tanto juicio en una situació

an delicada. —Como ordena el Señor en Crónicas doveinticinco, cuatro: «No morirán los padres poos hijos ni los hijos por los padres, sino que cad

uno morirá por su pecado» —le recordó.El Conde comentó que, por lo visto, se le dab

bien decir tonterías. Quedaba por explicar cómpensaba ella solucionar el asunto en cuestión, aber, que en ese mismo instante el objetiv

fallido se paseaba conduciendo el coche quemaldita fuera, aún no había pagado, con un brazescayolado y el otro no.

 —Ese es un asunto que hemos tratado co

detenimiento —respondió la pastora ante esnesperado contratiempo.

 —¿Y bien? —preguntó el Conde. —Bueno, proponemos lo siguiente —dijo ella

e improvisó—: de momento, usted le paga

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Asesino Anders las cinco mil coronas pendienteDentro de poco, teniendo en cuenta la clase dnegocio al que se dedica, usted necesitará su

ervicios otra vez. Entonces, si consideramos quel nuevo encargo es digno de nuestro pupilo, uponemos que así será, le aplicaremos la lista d

precios vigente y, al mismo tiempo, acabaremos erabajo a medio hacer, por supuesto asegurándono

de que no haya bebés cerca. Volveremos omperle los brazos al objetivo, o sea, el braz

que ya se le habrá curado y el qudesafortunadamente resultó ileso en la primer

actuación. Esto sin ningún coste adicional, desduego.

Resultaba algo extraño negociar esa clase dcosas con una religiosa y… lo que fuera s

acompañante, pero al Conde le pareció unpropuesta aceptable. Pagó las cinco mil coronaestrechó la mano de la pastora y del otro, prometió ponerse en contacto con ellos cuand

legara el momento de darle una lección a quie

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fuera por lo que fuese. —Y a este señor tengo que pedirle disculpa

por lo que dije de sus huevos —añadió com

despedida. —No se preocupe —contestó Per Persson. —Miembro roto por miembro roto… —se l

ocurrió decir a Johanna por inercia, pero se detuvantes de llegar al ojo por ojo y diente por dienteegún Éxodo veintiuno, veinticuatro.

 —¿Qué? —preguntó el Conde, creyendo quacababa de ser amenazado.

Y amenazar al Conde dos veces en e

ranscurso de unos minutos era, como mínimomortal de necesidad.

 —Nada —dijo Per Persson, cogiendo a lpastora del brazo—. Es que Johanna se h

quedado enganchada a la Biblia. Qué calor hacaquí. Vamos, querida, mira, aquí está la puerta.

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Durante el camino de regreso, ambos guardaroilencio. Cada uno recapacitó por su cuenta.

El recepcionista presintió que se avecinabaproblemas. Y dinero. Y más problemas. Y dinero.Estaba más que acostumbrado a los problema

eso no le preocupaba. Pero nunca había vistdinero en cantidades ingentes, salvo en lapesadillas que tenía sobre su abuelo. Sin embargoquiso plantear sus dudas a la pastora. ¿Dar palizaa la gente por dinero?

Johanna Kjellander pareció buscar una buenespuesta, pero solo se le ocurrió decir que e

hombre temeroso del Señor sabe qué camino ha delegir.

 —Salmo veinticinco —añadió sin convicción

El recepcionista contestó que aquella era un

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de las cosas más estúpidas que había oído propuso que empezara a utilizar la cabeza en lugade recitar como un papagayo citas de la Biblia

Sobre todo, teniendo en cuenta que ella no creía eDios ni en la Biblia. Además, según él, las doúltimas citas no habían sido acertadas.

Con la del Salmo veinticinco, ¿quería decque ellos eran enviados de Dios para, a través dAsesino Anders, guiar por el buen camino a lapersonas de dudosa moral? ¿Por qué, en ese casoel Señor había elegido para ello a una mujer quno creía en Él y a un recepcionista al que nunca s

e había ocurrido abrir una biblia?Johanna, sintiéndose algo humillada, respondi

que no era tan sencillo navegar por las aguaembravecidas de la existencia. Ella misma, desd

u nacimiento hasta hacía solo una semana, habíido esclava de una tradición familiar. Ahora tení

otro papel, la gestión administrativa de un matónaunque no sabía si esa era la manera correcta d

vengarse de un dios inexistente. Tendría que

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viéndolo sobre la marcha, y quizá lograragenciarse unas coronas durante la búsqueda. Eese contexto, quería aprovechar para darle la

gracias a Per Jansson, o Persson, por su ingeniosntervención cuando su piloto automático bíblichabía soltado, en el momento más inoportunoaquello de miembro por miembro delante deConde.

 —No tiene importancia —dijo eecepcionista, no sin cierto orgullo.

 No hizo ningún comentario sobre el resto dcosas que había dicho ella, aunque seguro qu

había similitudes en el sentir de ambos.

De vuelta en la pensión, Per le dio la llave de l

habitación 8 y dijo que ya discutirían el precio da misma en otro momento. Habían vivid

demasiadas emociones en un solo domingo y lapetecía retirarse temprano.

Ella le dio las gracias tan terrenalmente com

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pudo. —Gracias —dijo—. Gracias por este día

upongo. Buenas noches tenga usted, Per. Buena

noches.

La tarde siguiente al día que conoció a unpastora, después a un conde y a continuación sconvirtió en representante de un asesino al que yconocía muy bien, Per Persson se encontrabumbado en su colchón del trastero de lecepción, con la mirada fija en el techo.

Un brazo roto de vez en cuando no era nada deotro mundo, sobre todo si se trataba de personaque se lo merecían. Además, el hecho enriquecíanto al ejecutante como a sus socios.

La pastora era una de las personas más raracon las que había topado en su vida. Lo podíafirmar tras haber conocido a mucha gente extrañdurante los años que llevaba en la pensió

Sjöudden, aquel lugar dejado de la mano de Dios.

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Pero ella había puesto las cosas en marcha, de una manera económicamente provechosaunque bien es cierto que podría habers

esmerado más en aquella oración en el banco deparque si quería ganar veinte coronas).«Creo que seguiré tu estela un tiempo, Johann

Kjellander —se dijo—. Eso haré. Hueles a dineroY el dinero huele bien».

Apagó la lámpara sin pantalla que tenía juntal colchón y se durmió en apenas unos minutos.

Y descansó mejor que en mucho tiempo.

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En una empresa del ramo de las palizas hay máasuntos que tratar de los que uno imagina. E

principio, el reparto económico se estableció en eochenta por ciento para Asesino Anders y el veintpor ciento restante para la pastora y eecepcionista. Pero había que tener en cuenta lo

gastos operativos. Por ejemplo, Anders argumentque necesitaría ropa nueva cuando la que teníestuviera tan ensangrentada que ya no se pudierutilizar. Esta cuestión no resultó polémica. Perambién propuso que el coste de las cervezas qu

consumía antes de los trabajos se repartiera entros socios. Aducía que sobrio no se podía atiza

con saña a la gente.Sus representantes respondieron que con u

poco de práctica lo podría hacer estando sobrio, e

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problema era que nunca lo había intentado. Acontrario que Anders, defendían que debía reducel consumo de cervezas los días que tuvies

programada una paliza.Asesino Anders perdió la negociación de lcerveza. Sin embargo, consiguió que aceptaran quno era razonable que fuera a trabajar en transportpúblico, o en una bicicleta robada y con el bate dbéisbol en el portaequipajes. Se acordó pomayoría que la empresa correría con los gastos deaxi. El recepcionista negoció un precio fijo co

Torsten, un cliente habitual del Club Amore. La

chicas lo llamaban Torsten el Taxista, y por eso shabía acordado de él. Per buscó al viejcomprador de sexo y fue directo al grano:

 —¿Cuánto cobras por hacer de chófer privad

en Estocolmo un par de horas por la tarde, una dos veces a la semana?

 —Seis mil coronas por carrera —dijo Torsteel Taxista.

 —Te doy novecientas.

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 —De acuerdo. —Deberás mantener la boca cerrada sobre l

que oigas o veas.

 —He dicho que de acuerdo.

Los socios fijaron reuniones de seguimientmensuales. Reajustaron la lista de precios iniciaeniendo en cuenta lo que Asesino Anders contabobre las dificultades que encontraba al llevar

cabo distintas clases de encargos. Las tarifaambién variaban según las diferente

combinaciones posibles. Un brazo derecho partidcostaba, por ejemplo, quince mil coronas, lmismo que uno izquierdo. Pero ambos brazos nvalían treinta mil coronas, sino cuarenta mil. D

acuerdo con la gráfica descripción de Anders, sacababa de partir un brazo derecho con el bate, eipo yacía pataleando en el suelo, de forma quesultaba muy complicado acertarle en e

zquierdo. Sobre todo, teniendo en cuenta quié

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era el ejecutor del encargo, pues, desde siempreAsesino Anders había mostrado dificultad pardistinguir el lado derecho del izquierdo (y l

correcto de lo incorrecto).También eran muy puntillosos con las normaéticas. La primera, y más importante, era quningún niño podía correr peligro alguno, tantdirecta como indirectamente, por ejemploeniendo que presenciar cómo su madre o —sobrodo— su padre recibía una paliza.

La segunda regla era que, en la medida de lposible, las heridas ocasionadas debían sanar co

el tiempo, es decir, que quien pagaba lo suyo nuviera que cojear el resto de su vida. Esignificaba, por ejemplo, tomar la máxim

precaución a la hora de romper una rótula, pue

on muy difíciles de curar. Sin embargo, un dedcortado valía perfectamente. Dos también. Perres ya no.

Lo más común eran las roturas de brazos

piernas con la inestimable ayuda del bate d

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béisbol. Aunque a veces el cliente deseaba que lcara mostrara claramente quién había defraudada confianza depositada en él, y entonces, mediant

golpes con puños americanos, había que rompehuesos en la mandíbula, la nariz —el cigomático er posible—, incluso causar moratones y part

cejas (esto último solía acontecer por mernercia).

Per Persson y Johanna Kjellander tenían quconvencerse de que quienes recibían una tunda ravés de su mediación habían hecho méritos par

ello. Por eso cada cliente debía exponer al detall

us razones. El único rechazado hasta la fechhabía sido un tipo enganchado a la heroína, reciéalido de la cárcel, que en la terapi

psicodinámica de la institución había confesad

que la culpable de todo era su maestra del jardíde infancia, que ahora tenía noventa y dos añoAsesino Anders creyó que podía haber algo dcierto en ello, pero sus socios argumentaron qu

as pruebas no eran demasiado sólidas.

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El drogata se marchó de allí cariacontecidoPor suerte, la anciana murió dos días después duna neumonía y así se esfumó cualquie

posibilidad de venganza.

La distribución del trabajo era la siguiente: PePersson, que seguía tras el mostrador de lecepción, recibía los encargos, informaba de larifa y prometía una respuesta en un plazo d

veinticuatro horas. A continuación convocaba ohanna Kjellander y a Asesino Anders a un

eunión de dirección. Este último solo acudía dvez en cuando; sin embargo, para aprobar uencargo bastaba con un resultado de dos a cero ea votación.

Una vez abonado el importe al contado, eencargo se realizaba de acuerdo con el pedido y eun plazo siempre inferior a una semana, por lgeneral de dos días. Excepto cuando la derech

acababa siendo la izquierda y al revés, el client

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nunca tenía motivo de queja por la calidad deervicio.

 —El izquierdo es el brazo donde llevas e

eloj de pulsera —intentó instruir la pastora Anders. —¿Reloj de pulsera? —repitió él, que desd

u primer asesinato había aprendido a contar eiempo en años y décadas en lugar de en horas

minutos, costumbre que nunca abandonó. —O la mano con que sujetas el tenedor cuand

comes. —En el trullo solía comer con cuchara.

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Bien mirado, todo podría haber ido mejor en lpensión Sjöudden de no ser porque el negocio n

acababa de despegar. La reputación de lexcelencia de Asesino Anders no se propagabcon la suficiente rapidez en los ambienteapropiados.

El único miembro de la empresa al que no lmportaba trabajar apenas unas horas a la seman

era el susodicho. A él, que había probado todclase de drogas, no se lo podía acusar de ser uadicto al trabajo.

El recepcionista y la pastora discutían cofrecuencia cómo promocionar las habilidades dAsesino Anders. La conversación fluía de tamanera que, un viernes por la noche, ella propus

acabar la reunión con una botella de vino en e

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cuarto trastero (amueblado con una silla, uarmario y un colchón en el suelo). La idea eratrayente, pero Per Persson todavía recordab

demasiado bien su primer encuentro, en el que ellhabía intentado timarlo. Podía aceptar compartuna botella de vino, pero era mejor que la reunióprosiguiera donde estaban y que al acabar caduno se fuera por su lado.

La pastora se sintió desilusionada. Había algamargo y bello en el recepcionista. Nunca deberíhaberle puesto precio a aquella oración del bancdel parque. Ahora que ella, para su sorpresa

buscaba un poco de amor, ese episodio lperjudicaba. Pero compartieron la botella de vino quizá gracias a eso pudieron ponerse de acuerd

en que «la atención de los medios» era ciertament

un método peligroso pero eficaz para alcanzar sobjetivo. Decidieron que el brazo ejecutor tendríque conceder a un medio sueco adecuado unentrevista en la que se vislumbrase su extrañ

alento.

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El recepcionista leyó la prensa matutina y lvespertina, revistas semanales y otrapublicaciones, vio diferentes programas d

elevisión, escuchó la radio, y al final decidió quel resultado más rápido y contundente sconseguiría mediante una entrevista en uno de lodos periódicos vespertinos nacionales. Lelección final recayó en el Expressen, pues sonabmás veloz que el Aftonbladet .

Mientras tanto, la pastora le explicó el plan u pupilo y ensayó con él pacientemente para l

futura entrevista: lo atiborró de información sobr

qué mensajes debía transmitir, qué tenía que dec  qué no debía mencionar bajo ningun

circunstancia. Resumiendo y en pocas palabras, eel periódico debía aflorar que él:

1. Ofrecía sus servicios.2. Era peligroso.3. Estaba desquiciado. —Peligroso y desquiciado… Ningún problem

—confirmó Asesino Anders, aunque no parecí

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estar demasiado seguro. —Puedes hacerlo —lo animó ella.

Cuando estuvieron listos todos los preparativos, eecepcionista se puso en contacto con la redactorefe del periódico y le ofreció una entrevista e

exclusiva con Johan Andersson, el asesino en serimás conocido como Asesino Anders.

La redactora jefe no había oído hablar dningún asesino en serie con ese nombre, aunquenía buen olfato para reconocer un buen titula

«Asesino Anders» era uno. Pidió que le contaralgo más.

Bueno, explicó Per Persson, el caso era quohan Andersson había pasado la mayor parte d

u vida adulta entre rejas por varios asesinatoLlamarlo «asesino en serie» quizá fuera algexagerado, aunque él no se atrevía a conjeturacuántos cadáveres pesaban sobre sus hombro

además de los que le habían valido notable

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condenas a prisión.Ahora, esa máquina asesina se encontraba d

nuevo en libertad y hacía saber a través de s

amigo Per Persson que estaría encantado dconceder una entrevista al  Expressen  para contau transformación en hombre de bien. O no tan «d

bien». —¿O no tan «de bien»? —repitió la redactor

efe.

El periódico solo tardó unos minutos en consegu

a desastrosa historia de Johan Andersson. Hastentonces, en los medios no había aparecido ningúAsesino Anders, de ahí que el recepcionistestuviera dispuesto a ofrecer una somer

explicación acerca de que ese apodo había surgiddurante sus últimos años en prisión, aunque no funecesaria. En el Expressen razonaron diciendo qui se llamaba Asesino Anders, ese era su nombre

Maravilloso! El periódico tenía a su propi

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asesino en serie. Eso era mejor que cualquieasesinato veraniego.

Al día siguiente, un reportero y un fotógrafo seunieron con Asesino Anders y sus amigos de l

pensión Sjöudden en la recepción, un tantadecentada para el evento. La pareja se llevaparte al periodista y le explicó que ellos ndebían aparecer en el artículo, pues eso podríponer sus vidas en peligro. ¿Le quedaba eso claral periodista?

El joven reportero, visiblemente nerviosoeflexionó un momento. No era correcto que uno

extraños dictaran al periódico las condiciones dun reportaje, pero el protagonista de la entrevist

era Johan Andersson. Así que, de acuerdo, dejafuera a la fuente de la noticia era razonable. Siembargo, tampoco querían que se subieragrabaciones de audio ni imágenes a internet,

exigían que solo se sacaran fotografías. Es

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molestó aún más a los del periódico, pero eecepcionista insistió en que estaba en juego s

propia seguridad y la de la pastora, si bien co

argumentos poco claros. El periodista y efotógrafo murmuraron algo, aunque acabaron poaceptar.

Solventados esos prolegómenos, AsesinAnders contó con todo lujo de detalles cómo shabía cargado a algunas personas a lo largo de loaños. Aunque siguiendo la estrategia de suelaciones públicas, no mencionó la influencia de

alcohol y las pastillas, sí enumeró las cosas que l

hacían perder el control; las cosas que podíadesatar su violencia.

 —Odio las injusticias —le dijo al joven dexpressen, pues recordó que la pastora habí

mencionado algo al respecto. —Probablemente como casi todo el mundo —

comentó el periodista, que seguía nervioso—. ¿Aqué injusticias en particular se refiere?

Asesino Anders las había repasado con l

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pastora, pero en ese momento tenía la mente eblanco. Tal vez debería haber tomado una cervezmás en el desayuno para estar en forma. O quizá s

a había tomado.Lo primero tenía solución, mientras que legundo no parecía posible. Chasqueó los dedo

para que el recepcionista le trajera una cerveza da nevera. En menos de cinco segundos tenía unata abierta en la mano, e instantes después y

estaba vacía. —¿Por dónde íbamos? —preguntó

elamiéndose la espuma que le había quedad

obre el labio. —Hablábamos de las injusticias —dijo e

eportero, que nunca había visto a nadie acabarsan rápido una cerveza.

 —Ah, sí, de que yo las odio, ¿no? —Exacto… pero ¿a qué injusticias se refiere?A esas alturas, la pastora había aprendido qu

a sensatez de Asesino iba y venía a su antojo. E

aquel momento, lo más probable era que s

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hubiera ido de paseo sin previo aviso.Estaba en lo cierto. Asesino Anders no tenía n

dea de qué podía odiar. Además, la cerveza l

había sentado muy bien. En cambio, allí estaba, eproceso de amar al mundo entero, pero eso npodía decirlo. Solo podía improvisar:

 —Bueno, odio… la pobreza. Y laenfermedades horribles. Siempre afectan a lobuenos ciudadanos.

 —¿Ah, sí? —Sí, los buenos enferman de cáncer y esa

cosas. Los malos, nunca. Odio eso… Tambié

odio a los que explotan a la gente normal. —¿Piensa en alguien en concreto?¿En quién pensaba? ¿En qué pensaba? En qu

era exasperantemente difícil acordarse de lo qu

debía decir. Por ejemplo, acerca de una cosa taencilla como matar, ¿debía afirmar que ya n

volvería a matar, o era al contrario? —Ya no mato a nadie —se oyó decir—. O s

o hago. Que se anden con ojo aquellos que está

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en mi lista de odiados.«¿Lista de odiados? —se preguntó—. ¿Qu

ista de odiados? Ojalá este condenado reporter

acabe ya con sus preguntas…». —¿Lista de odiados? ¿Quiénes están en esista?

¡Maldita sea! La mente de Asesino Anders ibdespacio y deprisa al mismo tiempo. Tenía quordenar los pensamientos… ¿Qué debía decir continuación? Debía parecer… desquiciado peligroso. ¿Y qué más?

Si la pastora y el recepcionista no le rezaban

una fuerza superior para que Anders encontrara ecamino, solo era porque no creían estar en buenaelaciones con esa fuerza en concreto. Si

embargo, ambos esperaban. Esperaban que s

pupilo, de alguna manera, aterrizara con los pieen el suelo.

Por encima del hombro del reportero y a través d

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a ventana, Asesino Anders distinguió el rótulo dneón de Inmuebles Suecia sobre un edificio, aotro lado de la calle, a un centenar de metros d

distancia. Junto a la empresa inmobiliaria habíuna pequeña oficina del Handelsbanken. Desddonde estaba sentado apenas se podía ver, pero labía, pues ¿cuántas veces había estado allí, baja marquesina de la parada, fumando, esperando a

autobús que lo llevaría a cometer su siguientfechoría?

A falta de suficiente juicio propio, se dejnspirar por lo que veían sus ojos.

Inmobiliarias, bancos, marquesinas de autobúfumadores…

 Nunca había tenido escopeta ni revólver, perabía disparar a bocajarro.

 —¿Quiénes están en mi lista de odiados? —preguntó retóricamente. Luego bajó la voz y hablmás despacio—. ¿Está seguro de que quieraberlo?

El joven asintió con semblante grave.

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 —Pues no me gustan los de las inmobiliaria—dijo Asesino Anders—. Los banqueros. La gentque fuma. Los que cogen el tren a diario para ir

rabajar…Con eso metió todo lo que veía por la ventan algo más.

 —¿Los que cogen el tren a diario para ir rabajar? —se sorprendió el periodista.

 —Sí, ¿usted también lo hace? —No, quiero decir, ¿cómo puede odiar a lo

que cogen el tren para ir a trabajar?Asesino Anders consiguió representar el pape

de sí mismo y aprovechó lo que acababa de deciBajó la voz aún más y dijo muy despacio:

 —¿Es usted defensor de los que cogen el tren diario?

El reportero del Expressen se asustó. Asegurque no era defensor de los que viajaban en tren diario, que tanto él como su novia iban al trabajen bicicleta, y que, además, no había pensad

mucho en qué actitud debía adoptar ante los qu

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cogían el tren a diario para ir a trabajar. —Tampoco me gustan los ciclistas —añadió e

entrevistado—. Aunque los del tren son peores. Y

el personal hospitalario. Y los jardineros. —Habícogido carrerilla.Entonces la pastora pensó que más les valí

cortar, antes de que el reportero y el fotógrafo sdieran cuenta de que se estaba riendo de ellos, que no entendieran lo que decía, o un poco dambas cosas.

 —Bien, creo que tendrán que disculparnopero Asesino Anders, bueno, Johan, tiene qu

omarse su descanso del mediodía junto con unpastilla amarilla y otra naranja. Es importante quo haga para que todo vaya bien durante la tarde.

La entrevista no había salido como esperaban

pero con un poco de suerte quizá funcionara. Lpastora lamentó que no se hubiese hablado de lmás importante, lo que había hecho repetir veintveces a su pupilo. Es decir, el anuncio en sí de su

virtudes.

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Entonces ocurrió un milagro. ¡Se acordóCuando el fotógrafo ya estaba al volante del cochde la redacción y el reportero había metido un pi

para ocupar el asiento del pasajero, AsesinAnders anunció: —Si quiere que le parta la rótula a alguien, y

abe dónde encontrarme. No soy caro, pero seficaz.

El reportero abrió los ojos como platoagradeció la información, metió el otro pie en ecoche, se masajeó con la mano izquierda una dus rótulas sanas, cerró la puerta y le dijo a

fotógrafo: —Larguémonos de aquí.

* * *

El cartel que anunciaba el  Expressen  del díiguiente rezaba:

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¿El hombre más peligroso de Suecia?ASESINO ANDERS

Entrevista en exclusiva:

«QUIERO MATAR DE NUEVO

».

La cita no reproducía exactamente sudeclaraciones, pero cuando la gente no sabí

expresarse de forma que sus frases funcionaracomo titulares, el periódico no tenía más remedique interpretar lo que el entrevistado habíquerido decir, en lugar de lo que había dichiteralmente. A eso se lo llama «periodism

creativo». En cuatro páginas, los lectores pudieroenterarse de lo detestable que era Asesino Anderconocer la historia de todas sus atrocidades yobre todo, aquel rasgo psicopático que hacía qu

o despreciara todo, desde los agentenmobiliarios y el personal sanitario hasta los qu

cogen el tren a diario para ir a trabajar.

El odio que Asesino Anders siente por una gran

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 parte de la humanidad parece no tener límites.Al final, resulta que nadie, realmente nadie, estáa salvo. Los servicios de Asesino Anders estánen el mercado. Le ofreció al reportero del

 Expressen  romper una rótula, cualquiera deellas, a cambio de un precio razonable.

Además del artículo principal sobre eencuentro entre el valiente entrevistador y eusodicho asesino, el periódico completaba eeportaje con una entrevista a un psiquiatra. Est

dedicaba la mitad de su razonamiento a subrayaque solo podía opinar en términos generales y, l

otra mitad, a explicar que no se podía encerrar Asesino Anders, ya que desde una perspectivmédica no estaba documentado que fuera upeligro para sí mismo ni para terceros. Claro qu

había cometido crímenes, pero desde el punto dvista legal ya había pagado por ello. No valía solcon conjeturar las locuras que uno podría cometeen un hipotético futuro.

De la argumentación del psiquiatra, e

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periódico concluía que la sociedad tenía las manoatadas hasta que Asesino Anders volviera a actuaY lo más seguro era que solo fuera cuestión d

iempo.Para finalizar, se incluía una conmovedorcrónica de una de las firmas más conocidas deperiódico. Comenzaba así:

Soy madre. Todos los días voy a trabajar entren.Y tengo miedo.

Tras la atención dispensada por el  Expressen, lelovieron infinidad de solicitudes de entrevistas d

odos los rincones de Suecia, Escandinavia Europa. El recepcionista aceptó las de un puñadde periódicos internacionales —  Bild-ZeitungCorriere della Sera, The Telegraph, El Periódic

  Le Monde —, pero ninguna más. Las preguntas s

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hacían en inglés, español o francés y pasaban poel filtro de la pastora, experta en idiomas, que ne preocupaba por plasmar lo que decía Asesin

Anders, sino lo que debería haber dicho. No se lpodía dejar delante de una cámara de televisión nde un periodista que entendiera lo que salía de sboca. No volverían a tentar la suerte como habíahecho con el Expressen. Sin embargo, al dejar quos medios escandinavos reprodujeran las citas de

por ejemplo, Le Monde —expresadas por Asesin  tergiversadas y refinadas por la pastora—

estaban difundiendo las cosas que ellos pretendía

difundir. —Tienes talento para las relaciones pública

—le dijo Johanna Kjellander a Per Persson. —No habría sido posible sin tu

conocimientos de idiomas —reconoció él.

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Quien se había convertido en Asesino Anders parodo un país y medio continente se despertaba cad

mañana alrededor de las once. Se vestía, en casde que se hubiera desvestido al acostarse, ecorría el pasillo para ingerir el desayuno

compuesto de sándwiches de queso con cervezaen la recepción.

A continuación descansaba un rato, hasta que eso de las tres de la tarde empezaba a senthambre de verdad. Entonces se acercaba al bar debarrio para tomar una comida casera sueca regadcon más cerveza.

Esa era su rutina cuando tenía un día libre, ydesde que los medios fijaron su atención en él, esocurría cada vez con menor frecuencia. L

empresa que había fundado con el recepcionista

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a pastora iba mejor que nunca. Trabajaba lunemiércoles y viernes, pues no le apetecía hacerlmás. En realidad, no le apetecía hacer nada e

particular, ya que estaba harto de romper rótulaEso fue lo que se le había ocurrido soltar en lprensa, y la mayoría de sus clientes parecían tenean poca imaginación que no eran capaces de ped

otra cosa.Intentaba organizar los encargos par

ealizarlos justo después de la comida casera antes de haber consumido demasiada cervezancluyendo el trayecto en taxi de ida y vuelta, solí

acabar en una hora. Era importante mantener bajcontrol el nivel etílico. Si tomaba demasiadacervezas antes del trabajo, las cosas no salíabien. Unas pintas extra y corría el riesgo de sufr

consecuencias de lo más dramáticas. Sin embargonunca tan dramáticas como si hubiera añadidpastillas al menú. El mantra de aquel tipo dcincuenta y seis años era «nunca mezcles alcohol

pastillas». Podía vivir con la idea de pasars

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dieciocho meses en el talego, pero no dieciochaños.

Si el recepcionista y la pastora tenían que decirlalgo, el mejor momento era entre el desayuno, eso de las once, y el almuerzo, a las tres. A eshora, Asesino Anders se había recuperado de lesaca de la noche y la cogorza del nuevo día aú

era incipiente.Las reuniones podían tener lugar de form

espontánea, aunque también habían fijado un

emanal: los lunes a las once treinta en el pequeñvestíbulo de la pensión, donde habían colocaduna mesa y tres sillas. Anders acudía por lo menoa esa, siempre y cuando la noche anterior n

hubiese acabado en algún tugurio y no secuperara a tiempo.

La rutina de las reuniones era siempre lmisma. El recepcionista servía una cerveza

Asesino Anders y café para ellos. A continuación

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hablaban de los últimos encargos realizados, loque tenían pendientes, la expansión económica demás.

El único problema real a la hora de realizar erabajo era que el ejecutor, a pesar de los buenoconsejos que recibía, continuaba sin acertar con lderecha o la izquierda cuando se trataba de rompeuna pierna o un brazo. La pastora ponía nuevoejemplos, como que cuando se saluda se da lmano derecha. Sin embargo, Asesino respondíque no estaba acostumbrado a dar la mano. Parél, lo normal era alzarla en señal de brindis si e

ambiente era bueno, y si no lo era, ambas manoenían que trabajar al mismo tiempo.

Entonces, a la pastora se le ocurrió que podíapintarle una gran «I» en el puño izquierdo, y así y

no habría confusiones. Asesino asintió, pero pensque, para mayor seguridad, también podía pintarsuna «D» en el derecho.

Esa idea resultó tan brillante como estúpida

Pues lo que para él era «I» para el desdichado qu

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e encontraba frente a él era «D». Por tanto, lcosa no fue bien hasta que, por equivocaciónmarcaron el puño izquierdo de Asesino con un

«D» y viceversa.

El recepcionista constató con satisfacción que lclientela crecía y que las quejas casdesaparecieron después de que el puño izquierdo el derecho cambiaran de sitio, y que, ademáahora recibían encargos de Alemania, FranciaEspaña e Inglaterra. Sin embargo, de Italia no; al

al parecer se las arreglaban solos.La cuestión del día era si debían expandir s

actividad empresarial y, por consiguientencrementar la plantilla. Quizá Anders tuvier

algún buen candidato, alguien que pudiera partbrazos y piernas y supiera respetar los límiteEso, claro, si seguía en sus trece de negarse rabajar más de un par de horas tres días a l

emana.

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Asesino Anders notó cierto tono de crítica eese planteamiento y respondió que quizá nestuviera tan interesado en ganar dinero como su

ocios, que él también sabía apreciar lmportancia del tiempo libre. Era suficiente corabajar tres veces a la semana, y de ningun

manera aceptaría que un matón aficionado fuerpor ahí manchando su reputación en sus díaibres.

Y con respecto a todos esos países que habíanombrado, solo tenía una cosa que añadir: «¡Nhablar!».

Asesino Anders no era xenófobo, nada de esoél creía de verdad que todas las personas eraguales, pero le gustaba decir «hola» y «bueno

días» y charlar un poco con el desgraciado al qu

enía que zurrar; era lo mínimo que se podíesperar del prójimo. Y para eso ermprescindible hablar un mismo idioma.

 —Eso se llama respeto —explicó enfadado—

Aunque quizá vosotros no hayáis oído hablar d

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ello.El recepcionista no comentó nada sobre e

grado de respeto que implicaba el intercambio d

cortesías con el hombre al que unos segundodespués dejaría medio muerto. En cambio, en toncáustico le dijo que no cuidaba el capital de lempresa. La noche anterior, una  jukebox  habíalido volando por la ventana de un bar sol

porque emitía la música inapropiada. —Así que ¿cuánto nos ha costado t

provechoso tiempo libre? ¿Veinticinco mil¿Treinta mil? —preguntó, y sintió ciert

atisfacción al atreverse a ponerle los puntoobre las íes.

Asesino Anders murmuró que quizá treinta sacercara más a la realidad, y que eso ciertament

no era lo más provechoso que había hecho en svida.

 —Pero ¿qué clase de imbécil puede metedinero en una máquina para escuchar a Juli

glesias? —se justificó.

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Para Per Persson era una verdad objetiva que lvida lo había estafado. Puesto que no creía e

ninguna fuerza superior y puesto que su abuellevaba muchos años muerto, no tenía a nadie nnada en particular contra lo que dirigir sufrustraciones. Por eso, por la mañana tempranodetrás del mostrador de recepción, decidió que ldesagradaba el mundo entero, todo lo quepresentaba y todo lo que contenía, incluidas suiete mil millones de personas.

Y no encontró ninguna razón para excluir ohanna Kjellander, la pastora que había iniciadu relación intentando timarlo. Pero había algo ea desdicha de ella que le recordaba a la suya

Además, el mismo día que se conocieron había

enido ocasión de compartir el pan —bueno, lo

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cuatro sándwiches de él que ella engulló— convertirse en socios en el negocio de las palizas

Así pues, desde el día uno había habido un

afinidad implícita, aunque a él le costara mápercibirla que a ella. O quizá simplementnecesitaba más tiempo.

Cuando llevaban casi un año de actividad, eecepcionista y la pastora habían ganado cerca detecientas mil coronas, mientras que el ejecutoe había embolsado cuatro veces más. De vez e

cuando, los socios administradores iban a comer beber juntos a buenos restaurantes. Y aun asodavía les quedaba casi la mitad de las ganancia

que escondían con esmero en cajas de zapatos e

el cuarto de la recepción.La personalidad algo rígida de Per Persson s

complementaba con la temeridad y creatividad da pastora, y viceversa. A ella le gustaba l

hostilidad que él mostraba hacia la vida, s

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econocía en esa actitud. Y él, que nunca habíamado a nadie, ni siquiera a sí mismo, al final tuvque admitir que sobre la Madre Tierra había otr

persona que comprendía que no se podía contacon el resto de la humanidad.Después de pasar por la zona de Södermal

para celebrar el pago por adelantado del contratnúmero cien —por lo demás muy lucrativo: doblotura de brazos y piernas, varias costillas y car

—, regresaron a la pensión. El ambiente era tadistendido que Per se atrevió a preguntarle ecordaba que unos meses atrás ella le habí

propuesto acabar la velada en su habitación.La pastora lo recordaba, y también la negativ

del recepcionista. —¿Podrías volver a proponérmelo aquí

ahora? —preguntó él.Johanna Kjellander sonrió y preguntó a su ve

que si antes de hacerlo era posible obtener algunndicación preliminar de primera mano. A ningun

mujer le gustaba recibir dos negativas seguidas.

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 —No —dijo él. —¿No, qué? —preguntó ella. —Si vuelves a proponérmelo, no diré que n

—respondió Per Persson.

La reunión que tuvieron en aquel colchón las dopersonas más amargadas del país fue maravillosaTras acabar, la pastora pronunció por primera veuna corta y sincera homilía sobre la fe, lesperanza y el amor, mencionando que el apóstoPablo consideraba que el amor era lo más grand

que había. —Al parecer tenía las cosas muy claras —

comentó el recepcionista, aún aturdido acomprender que era posible sentir lo que habí

entido, fuera lo que fuese lo que había sentido. —No te creas —repuso Johanna Kjellander—

Pablo también dijo muchas tonterías. Entre otraque la mujer fue creada para el hombre, que deb

guardar silencio a no ser que le dirijan la palabr

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 que los hombres no pueden acostarse con otrohombres.

El recepcionista pasó por alto quién estab

creado para quién y dijo que solo recordaba unocasión, como mucho dos, en que la pastorhubiera hecho mejor cerrando el pico. Por lo quespectaba a quién podía acostarse con quién, él l

prefería a ella con diferencia antes que a su socimasculino, aunque no comprendía por qué Pablenía que opinar sobre eso.

 —Yo preferiría acostarme con un aparcabiciantes que con Asesino Anders —dijo ella—. En l

demás, estoy de acuerdo contigo.Cuando el recepcionista le preguntó qué decí

a Biblia sobre las relaciones sexuales entre unmujer y un aparcabicis, la pastora le recordó qu

a bicicleta no se había inventado en tiempos dPablo y por tanto tampoco los aparcabicis.

 Ninguno tuvo más que añadir sobre eso. Ecambio, iniciaron un nuevo encuentro despojad

de la amargura y el resentimiento que implicaba

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as cuestiones que acababan de tratar.

Las cosas fueron por buen camino durante uiempo. La pastora y el recepcionista compartíacon alegría y felicidad su desprecio contra emundo, incluida toda la población de la tierra. Yasí, la carga se tornó la mitad de pesada, ya qucada uno solo soportaba a tres mil millones medio de habitantes, en lugar de a siete mil. Má—no había que olvidarlo— un considerablnúmero de individuos que ya no existían. Entr

ellos el abuelo del recepcionista, el árbogenealógico de la pastora e —¡importantísimo!—Mateo, Marcos, Lucas, Juan y como se llamaraodos los que aparecían en el libro que habí

perseguido —y todavía perseguía— a JohannKjellander.

Durante el período en que los recién enamorado

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ganaron sus setecientas mil coronas, AsesinAnders había recibido según contrato dos comocho millones. Pero debido a que podía pasarse e

el bar toda la noche bebiendo, nunca tenía más dun par de miles de coronas ahorrados. Quemaba lque entraba al ritmo de una caldera de locomotoraSi en alguna ocasión llegaba a acumular lo que sdenomina «un montón de dinero», la estancia en ebar tendía a ser más animada, como el día quarrojó la jukebox por la ventana.

 —¿No podías haberte limitado desenchufarla? —le preguntó el dueño al dí

iguiente a su avergonzado parroquiano. —Sí —reconoció—. Hubiera sido un

alternativa razonable.

En el fondo, la mala vida de Anders beneficiaba us socios, pues mientras no hiciera como ellos —

es decir, llenar cajas de zapatos con dinero—

iempre necesitaría impartir justicia en nombre d

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quienes se podían permitir el lujo de impartusticia, como ellos mismos lo definían.

Lo que el recepcionista y la pastora no sabía

era que durante el último año Asesino Andervenía experimentando una creciente sensación dque la vida no tenía sentido. Eso era algo nuevpara él. Siempre había razonado con otros pomedio de los puños, pero no era fácil hablaconsigo mismo de esa manera. Por eso sefugiaba en el alcohol, cada vez a horas máempranas y con mayor ahínco.

Eso ayudaba. Pero requería repostar cada do

por tres. Y no mejoraba las cosas el hecho de quus socios empezaran a mostrarse radiantes d

felicidad. ¿Qué era tan jodidamente divertido¿Que solo era cuestión de tiempo que él volviera

donde pertenecía?Quizá lo mejor fuera acortar el sufrimiento

acelerar el proceso, matar al primer idiota felique encontrase y mudarse a la trena durante lo

próximos veinte, treinta años. Es decir, justo l

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que se había propuesto evitar. Una de las cosabuenas sería que la pastora y el recepcionisthabrían dejado de sonreír para cuando él salier

de nuevo. Los recién enamorados rara vez sigueenamorados dos décadas después.

Una mañana, en un inesperado y torpe intento pocomprender algo, Asesino se preguntó de qué ibodo. Por ejemplo, ¿qué había pasado en realida

cuando tuvo lugar el incidente de la jukebox?Claro que pudo haberle arrancado el cable

Entonces Julio Iglesias habría enmudecido y lofans del español habrían metido bulla. Cuatrhombres y cuatro mujeres alrededor de una mesaEn el mejor de los casos, habría bastado con darl

un tortazo al más escandaloso de los caballeros; eel peor, tendría que haber tumbado a los ocho. Coun poco de mala suerte, uno de ellos no se habríevantado nunca, y entonces a él le habrían caíd

unos veinte años a la sombra.

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Un camino más fácil habría sido dejar quaquellos ocho idiotas eligieran la música ququisieran. A no ser que se obstinaran con Juli

glesias.Coger la jukebox y arrojarla por la ventana, lque acabó la noche para él y para todos, fue unmanera de dejar claro que su yo destructivomaba el mando ante su yo superdestructivo

Funcionó. Le salió caro, pero —lo más important— hizo que se despertara en su propia cama y nen un calabozo en espera de un alojamiento mápermanente.

La  jukebox  le había salvado la vida. O émismo se la había salvado valiéndose de lmaldita  jukebox. ¿Significaba eso que el caminde regreso al trullo no era tan inevitable como s

mente había empezado a repetirle con tantnsistencia? A ver si al final resultaba que se podí

vivir sin violencia y sin jukeboxes volando por laventanas…

En ese caso, ¿dónde empezaba esa vida? ¿Y

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adónde conducía?Pensó. Y abrió la primera cerveza del día. Y

continuación, otra. Y olvidó lo que acababa d

pensar, pero le desapareció el nudo del estómagoY brindó por ello! «La cerveza es el agua de lvida. Y la tercera es casi siempre la que está máica. ¡Bravo!», pensó con regocijo.

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Entonces llegó el día en que la empresa recibiuna solicitud del Conde. En esa ocasión, la víctim

era un cliente que se había llevado un Lexus RX450h para probarlo el fin de semana y se lo habíaobado.

Al menos, eso dijo.En realidad le había dado tiempo a esconderl

en casa de su hermana, en Dalarna, y ella, en lugade pensar antes de actuar, se fotografió al volante colgó la imagen en Facebook. Dado que allí todoconocen a alguien que conoce a alguien quconoce a alguien, el Conde no tardó mucho eaber la verdad. El fraudulento cliente ni siquieruvo tiempo de comprender que había sid

descubierto antes de que le partieran la cara y l

ompieran los dientes. Debido a la antigüedad y e

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precio del coche —nuevo y caro—, también lmachacaron la rótula y la tibia.

Se trataba de un trabajo rutinario, pero segú

el acuerdo alcanzado diecinueve meses antes, eprecio incluía ocuparse de los dos brazos de aqueugador de blackjack que inicialmente había salid

bien parado a medias gracias a un bebé.Asesino Anders ejecutó ese trabajo pendient

con precisión (dos brazos eran siempre máfáciles que uno, pues no necesitaba acertar). Y ahhabría acabado el asunto de no ser porque recordaquello tan bonito que le había dicho la pastora e

u primer encuentro. Algo sobre lo bueno quhabía sido al evitar que la niñita saliera herida.

Y en aquella ocasión, Johanna Kjellandehabía hecho referencia a la Biblia. Mira que s

había más historias como esa en ese tocho…porque era gordo de cojones. Historias que lhicieran… ¿sentir bien? ¿Convertirse en otrpersona? Y es que de vez en cuando algo l

ondaba la cabeza, algo que hasta entonces habí

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ogrado ahogar con la bebida.Al día siguiente hablaría en serio con l

pastora, para que ella le contara más historia

Pero eso sería al día siguiente. Primero iría al baYa eran las cuatro y media de la tarde.¿O no?¿Y si se pasaba primero por la pensión

dejaba que la pastora le contara alguna que otrcosa sobre alguna que otra cosa? Luego beberíhasta que el omnipresente nudo de su estómago saflojara. No necesitaría decir gran cosa durante eermón de la pastora, tan solo escuchar. Y siempr

podría beber al mismo tiempo.

* * *

—Oye, pastora, necesito hablar contigo. —Ya. ¿Quieres que te preste dinero? —No.

 —¿Ya no queda cerveza en la nevera d

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ecepción? —No es eso; acabo de mirar. —Entonces ¿qué quieres?

 —Ya te he dicho que hablar. —¿Sobre qué? —Sobre cómo funciona lo de Dios y Jesús y l

Biblia y todo eso. —¿Qué? —se sorprendió.Quizá entonces debería haber presentido qu

e avecinaba una desgracia.

El primer simposio teológico entre la pastora y eexasesino comenzó después de que él reconocierhaber comprendido que ella sabía de casi todoos asuntos religiosos. Así pues, tal vez lo mejo

ería que empezara por el principio. —¿Por el principio? Bueno, se dice que a

principio Dios creó el cielo y la tierra y que esocurrió hace unos seis mil años, aunque ha

algunos que opinan que…

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 —No, joder, ese principio no. ¿Cómo empezpara ti?

En lugar de ponerse en guardia, la pastora s

orprendió gratamente. Desde hacía tiempo, eecepcionista y ella estaban de acuerdo eaborrecerlo todo y a todos, pero no cada uno pou lado sino juntos. No obstante, nunca habíantercambiado confidencias, al menos no e

profundidad. Cuando se presentaba la ocasión, socupaban más que nada de las cosas agradableque podían hacer juntos, no de lo desagradable us causas.

Al mismo tiempo —eso saltaba a la vista—Asesino Anders había estado cavilando por scuenta. Lo que implicaba una posible catástrofepues si empezaba a leer libros sobre poner la otr

mejilla y tal, cuando su tarea era la contrariaomper miembros, mandíbulas y narices lune

miércoles y viernes… bueno, ¿qué pasaríentonces con el negocio?

Cualquier observador externo supondría que l

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pastora lo habría comprendido a la primera. Y quhabría avisado al recepcionista. Pero en esmomento allí no había ningún observador externo

 la pastora no era más que un ser humano (y unntermediaria bastante dudosa entre Dios y lohombres). Cuando alguien deseaba escuchar lhistoria de su vida, aunque ese alguien fuera uasesino y un matón algo trastornado, ella lcomplacía. Así eran las cosas.

De modo que lo obsequió con la versióntegra de la historia de su vida, una que nadi

había escuchado antes. Sabía que Asesin

ofrecería la misma respuesta intelectual que unalmohada de Ikea, pero sintió cierta felicidad poel simple hecho de que alguien quisierescucharla.

 —Bueno, al principio mi padre creó enfierno en la tierra —comenzó.

Su padre, aunque declarado opositor a la labopastoral de las mujeres, la forzó a desempeñar es

profesión. Y se oponía a ello no porque la

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mujeres pastoras fueran en contra del deseo dDios, un asunto discutible, sino porque pensabque el lugar de la mujer estaba en la cocina y, d

vez en cuando y a petición del marido, también eel dormitorio.Pero ¿qué podía hacer Gustav Kjellander? L

condición clerical había pasado de padres a hijoen la familia Kjellander desde el siglo XVII. Nenía que ver con la fe o la llamada de las altura

Se trataba de continuar una tradición, de manteneuna posición. Por eso no sirvieron de nada loargumentos de la hija sobre sus dudas acerca de l

existencia de Dios. Según su padre, tenía que sepastora, o él se encargaría personalmente de que ediablo se la llevara.

Durante muchos años, Johanna se pregunt

cómo había sido posible que ella lo consintieraAún no sabía la respuesta, pero su padre la habíguardado en un puño desde que ella tenía uso dazón. Lo primero que recordaba de su infancia er

a amenaza de que mataría a su conejo. Si Johann

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no se iba a la cama a su hora, si no recogía sucosas, si no sacaba buenas notas… el conejmoriría por compasión, pues un conejo necesitab

un propietario responsable que diera bueejemplo, no alguien como ella.Y durante las comidas, a veces su padre s

estiraba despacio por encima de la mesa, le cogíel plato, se levantaba, iba hasta el cubo de lbasura y arrojaba su comida con plato incluidoPorque se había equivocado al decir algo. Al oalgo. Al responder. Porque había hecho algo maO había estado mal, simplemente.

De pronto, Johanna se preguntó cuántos platohabían acabado en la basura durante todoaquellos años. ¿Cincuenta?

Asesino Anders escuchaba concentrado, a l

espera de que en algún momento ella dijese algque valiera la pena. La historia sobre su padre erntrascendente; Asesino enseguida tuvo claro qu

el viejo se merecía una buena paliza y asunt

esuelto. Y si no era así, pues darle otro repasito.

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Al final, se vio obligado a decirlo para ponefin a los lamentos de la pastora. Después de uneternidad, aún no había pasado de s

decimoséptimo cumpleaños, cuando su padrescupió a su paso y dijo: «Oh Dios, cuánto odidebes de sentir hacia mí que me has dado esta hijaSin duda me has castigado, Señor». Su padre ncreía en Dios más que ella, pero sí en la idea datormentar a otros con la ayuda de Dios.

 —Oye, pastora, puedes darme la dirección du viejo y voy a allí con el bate y le enseño u

poco de modales. O, por lo que me cuenta

muchos modales. ¿Qué prefieres, el derecho o ezquierdo? Puedes elegir brazo o pierna.

 —Gracias por el ofrecimiento —dijo ella—pero llega demasiado tarde. Mi padre murió hac

casi dos años, el octavo domingo después deDomingo de Ramos. Cuando recibí la noticia, mdirigía al púlpito para hablar del perdón y de nuzgar al prójimo, pero mi sermón acabó siend

otra cosa. Allí estaba yo, dándole las gracias a

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diablo por haberse llevado a mi progenitor. Comupondrás, mis palabras no fueron bien recibidao lo recuerdo todo, pero al parecer lo llamé alg

elacionado con los órganos genitalemasculinos… —¿Capullo? —No hace falta entrar en detalles, pero m

nterrumpieron, me bajaron del púlpito y mmostraron la salida. Aunque, claro, yo ya sabídónde se encontraba.

Asesino Anders deseaba conocer la palabrque había utilizado, pero tuvo que conformarse co

aber que la elección de esa palabra por parte da pastora produjo una reacción adversa en dos das ovejas menos descarriadas de la congregación

que lanzaron sus libros de salmos a su paso.

 —Entonces tuvo que ser… —¡Vale! —exclamó ella, y prosiguió—: M

marché y anduve por ahí hasta el domingo de lSantísima Trinidad, que fue cuando me tropecé co

Per Persson, nuestro socio y amigo, en un banc

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del parque. Y luego te conocí a ti. Y una cosa lleva la otra y ahora estoy aquí, sentada contigo.

 —Sí, ya. ¿Podemos regresar a lo que dice l

Biblia sobre la vida, para que esta conversaciónos lleve a alguna parte? —Pero eras tú quien quería… tú querías que t

hablara sobre mí… —Sí, sí, pero no hacía falta que me contaras l

novela entera.

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La necesidad de Johanna Kjellander de compartcon alguien —¡con quien fuera!— los detalle

cruciales de su adolescencia, hizo que AsesinAnders maldijera haber acudido a ella, pues ahorendría que escuchar su historia hasta que acabara

Bueno, él no era la clase de persona que aguantestoicamente que le den la lata, pero, viendo quella sacaba una cerveza de la nevera, hizo dripas corazón.

 —Gracias —dijo. —Te he dicho que silencio.

A Johanna la maltrataron desde su primer día dexistencia y de todas las formas imaginable

excepto físicamente. Pesaba tres kilos tresciento

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cuarenta gramos cuando, por primera y última vezu padre la sostuvo en brazos. La alzó, la sujet

con más fuerza de la necesaria, acercó su rostro a

uyo y le gritó al oído: —¿Qué haces aquí? ¡No quiero tenerte! ¿Mhas oído? ¡No quiero tenerte!

 —¿Cómo puedes decir eso, Gustav? —salarmó la madre de la recién nacida, extenuada.

 —Lo que puedo o no puedo decir lo decido yo¿entiendes? No vuelvas a llevarme la contraria —eplicó Gustav Kjellander, y le devolvió el bebé.

La esposa obedeció. Durante los siguiente

dieciséis años, nunca contradijo a su marido. Ycuando no se aguantó más a sí misma, se metió eel lago.

Dos días después, el cuerpo de su espos

desaparecida salió a flote y Gustav encolerizóComo ya se ha dicho, nunca fue violento, perohanna vio reflejado en su rostro que podrí

haber matado a su esposa allí, en aquel mism

nstante, de no haber estado ya muerta.

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 —Tengo que ir a cagar —la interrumpiAsesino Anders—. ¿Queda mucho?

 —Ya te he dicho que no puedes abrir la boc

mientras hablo. Haz lo mismo con el trasero si enecesario, pero no irás a ninguna parte mientras yno haya terminado.

Él nunca la había visto tan decidida. Ademáno tenía tantas ganas de ir al baño, solo estababurrido. Suspiró y dejó que continuara.

Tres años después de la muerte de su madre, ohanna le llegó la hora de abandonar la cas

paterna para cursar los estudios superiores. A

ravés de cartas y llamadas de teléfono, su padre encargó de seguir dominándola, como siempr

había hecho.Una no se hace pastora en una tarde. Johann

acó muy buenas notas en Teología, ExégesiHermenéutica, Pedagogía de la Religión y demáasignaturas, para poder ser admitida al final deemestre en el Instituto Pastoral de la Iglesia d

Suecia, en Uppsala.

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Cuanto más se acercaba la hija a consumar edeseo de su padre, más frustrado se sentía esteohanna era y siempre sería una mujer. En e

fondo, no era digna de continuar la tradiciófamiliar. Gustav Kjellander se sentía atrapadentre la exigencia de no romper una tradiciócentenaria y la traición a los antepasados debido que Johanna era su hija y no su hijo. Scompadecía de sí mismo mientras odiaba a Dios a su hija a partes iguales, del mismo modo quabía que Dios —si es que existía— lo odiaba

él, y que su hija, de atreverse, habría hecho l

mismo.La única rebeldía de la que Johanna fue capa

apenas podía calificarse de tal. Dedicó todo sntelecto a despreciar a Dios, a no creer e

esucristo, a leer entre las líneas de todas lahistorias de la Biblia. Así, al menospreciar ldoctrina evangélica y protestante, menospreciaba u padre. Ocultándole a todo el mundo que era un

no creyente activa, finalmente pudo consagrars

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como pastora luterana de la Iglesia de Suecia uluvioso día de junio. No solo lluvioso, por cierto

También sopló el viento, cayó una tormenta

Cuatro grados en junio! Incluso puede quambién granizara.Johanna se rio por dentro. Si el tiempo qu

hizo el día de su ordenación fue la manera de Diode protestar por su opción laboral, ¿en esconsistía todo su poder?

Una vez que dejó de llover y granizar, preparu equipaje y regresó a Sörmland. Primero snstaló en una parroquia a tiro de piedra de la cas

de su padre, un destino que este le consiguióCuatro años después, según estaba planeado, shizo cargo de la parroquia de los Kjellander. Spadre se jubiló, y aunque pensaba seguir llevand

el negocio, le diagnosticaron un cáncer destómago y, mira por dónde, algo pudo con él. Lque Dios no consiguió en toda una vida —si es quo había intentado—, lo hizo el cáncer en tre

meses. De forma espontánea y directa, ella le dio

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u progenitor la bienvenida al infierno desde epúlpito. Y cuando, además, utilizó esa palabrelacionada con los genitales masculinos contra e

hombre que había representado a la congregaciódurante treinta y tres años, los ánimos sencendieron.

 —¿Puedes decirme de una vez si es «capulloo no? —se impacientó Asesino Anders.

La pastora lo observó con una mirada qudecía: «¿No tenías órdenes expresas de manteneel pico cerrado?».

Y así había acabado el experimento de l

congregación guiada por una pastora. El padrestaba muerto; la hija, libre. Y desempleadaDespués, como ya había dicho, había pasado unodías vagando por ahí, sucia y hambrienta.

Pero tras cuatro sándwiches de jamón y ubotellín de zumo de frambuesa, consiguió viviend  una nueva ocupación. Su trabajo comepresentante estuvo bien remunerado desde e

principio, y luego fue cada vez mejor, y de es

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hacía ya dos años. ¡Y además había encontrado eamor! En pocas palabras, se podía decir que lituación le resultaba bastante llevadera. De no se

porque el bruto que tenía de audiencia insistía eque hablaran de la Biblia… —La Biblia, sí —dijo él—. ¿Ya ha

loriqueado lo suficiente como para que podamor al grano?

La pastora se sintió ofendida por el desinteréque eso implicaba hacia la historia de su vida. Yambién porque, saltándose las reglas por ell

establecidas, aquel animal siguiese abriendo l

boca. —¿Quieres otra cerveza? —le preguntó. —¡Sí, gracias, por fin! —Pues no te la voy a dar.

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Uno de los argumentos centrales del ateísmactivo de la licenciada en Teología Johann

Kjellander era el hecho de que los cuatrevangelios habían sido escritos mucho después da muerte de Cristo. Si había un hombre que podí

caminar sobre las aguas, que sacaba comida de lnada, que curaba a los paralíticos, que traspasaba locura de los hombres a los cerdos y quncluso se levantó de entre los muertos después dlevar tres días cadáver… si había un hombre —

una mujer— así, ¿por qué pasaron una, dos o mágeneraciones antes de que a alguien se le ocurrierescribir sobre sus hazañas?

 —No tengo ni puta idea —reconoció Ander—. Pero ¿hacía caminar a los paralíticos

Cuéntame más cosas!

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La pastora se percató de que a su oyente lban más los milagros que las dudas, pero no sindió. Le explicó que dos de los cuatr

evangelistas tuvieron delante los escritos de uercero mientras escribían el suyo propio. Pero eúltimo, Juan, se inventó un montón de cosas unocien años después de que crucificaran a Jesús. Depente, se afirmaba que Él era el camino, l

verdad y la vida, que era la luz del mundo y el pade la existencia, y el resto de la historia ercontada a partir de estas afirmaciones.

 —El camino, la verdad y la vida —repiti

Asesino Anders con cierta espiritualidad en la vo—. ¡Y la luz del mundo!

La pastora prosiguió, insistiendo en qualgunas partes del evangelio de Juan no había

ido escritas por este. No fue hasta el siglo Icuando alguien encontró nuevos fragmentos, poejemplo, una famosa escena en la cual Jesús dicque aquel que esté libre de pecado tire la primer

piedra. La persona a la que se le ocurrió eso, fuer

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quien fuese, quería decir que no hay nadie libre dpecado, pues nadie llegó a tirar la primera piedraaunque la duda es qué pintaba esa historia en l

Biblia. —¡Siglo cuarto! ¿Lo entiendes? —señaló lpastora—. Eso es como si hoy yo me inventarodo lo que pasó en la Revolución Francesa, quié

dijo qué y quién no dijo qué, y escribiera un librcon mis invenciones ¡y todos los historiadores demundo lo leyeran, asintieran y estuvieran dacuerdo!

 —Sí —repuso Anders, escuchando solo lo qu

quería—. Jesús tenía razón. ¿Quién está en verdaibre de pecado?

 —No me refería a eso…Asesino se puso en pie interrumpiendo a l

pastora. El bar lo llamaba. —Nos vemos el miércoles a la misma hora

¿de acuerdo? —dijo él. —El miércoles no creo que…

 —Bien. Hasta luego.

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Los simposios entre el exasesino y la pastora sepitieron con frecuencia. Al principio, ella n

encontró motivos para informar del asunto aecepcionista, pero después no se lo dijprincipalmente porque no se atrevía. Intentabhacer todo lo que estaba en su mano para que loacontecimientos no evolucionaran en la direccióen la que, pese a sus esfuerzos, lo estabahaciendo. Asesino Anders daba muestras dnsatisfacción consigo mismo y quería que l

pastora y Dios lo guiaran para convertirse emejor persona. Si Johanna Kjellander objetaba quno tenía tiempo ni fuerzas para ello, la amenazabcon no trabajar o con darle unos guantazos.

 —No te pido demasiado, solo un poco par

empezar —le dijo Asesino un día, con un tact

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nusual tratándose de él—. Además, tú y yo somocolegas. Y la Biblia dice que…

 —Ya, ya —suspiró la pastora.

Ahora no le quedaba más remedio que pringaa Dios, y de esa manera conseguir que AsesinAnders no lo tuviera tan idealizado.

Tomando como referencia el Libro de Job, dijque el parecido más patente entre Asesino Ander Dios era que ambos mataban gente, pero que é

a diferencia de Dios, se compadecía de los niños. —En una ocasión, Dios mató a diez niños d

golpe para enseñarle al diablo que, a pesar d

ello, el padre de los niños seguía sin perder la fe. —¿Diez niños? ¿Y cómo se lo tomó su madre? —Si bien su labor principal en la vida er

callar y obedecer, parece que se sintió agraviada

Y mira, la entiendo. Pero tras cavilar un pocoDios le envió diez nuevos hijos al buen padre. Mmagino que fue la madre, enfadada, quien lo

parió, o quizá llegaron por correo. No hay nad

escrito sobre ese detalle.

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Asesino Anders guardó silencio unos segundo  buscó en su memoria un modelo explicativ

aplicable, aunque él no lo definió así en su cabeza

La pastora se dio cuenta de que lo habímpresionado, ¡había esperanza!El exasesino primero murmuró que al menos e

Señor le había dado diez nuevos hijos adesdichado… y eso no estaba mal, ¿verdad? A lque Johanna Kjellander respondió que quizá Diono era tan de fiar si no era capaz de ver que, a ojode sus padres, los niños no son intercambiablecomo las ruedas de un coche.

¿Ruedas de coche? ¿En la época de JobAsesino Anders no siguió por ahí y encontró unenda mejor para avanzar.

 —¿Qué expresión utilizaste el otro día cuand

e abronqué por emplear palabras difíciles?¡Uy, vaya! La pastora comprendió adónd

quería llegar. —No me acuerdo —mintió.

 —Sí, dijiste que los caminos del Señor son…

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ncrustables. —Inescrutables. Debería haber dich

«caprichosos», o «productos de una personalida

perturbada», lo siento… —Y dijiste que la sabiduría de Dios es infinite incomprensible para los humanos, ¿no?

 —Bueno, no, quiero decir, sí, quiero decir…Dije que la gente suele ocultarse detrás de esaexplicaciones cuando necesitan explicar lnexplicable. Por ejemplo, la capacidad de Dio

para distinguir entre diez niños y cuatro ruedas dcoche.

Anders continuó escuchando solo lo que queríescuchar. Y después argumentó:

 —Recuerdo eso que de pequeño me leía mmadre, ya sabes, esa vieja estúpida que no m

odía tanto antes de empaparse en aguardiente¿Cómo era eso?… «Jesusito de mi vida, eres niñcomo yo…».

 —¿Y? —preguntó la pastora.

 —¿Cómo que «y»? ¿No lo entiendes? Dio

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ama a los niños. Además, todos somos sus hijoEso lo leí ayer mientras estaba sentado en el váte…

Johanna Kjellander lo interrumpió en seco. Nnecesitaba escuchar el final de la frase. Sabía quél le había cogido un ejemplar del NuevTestamento que ella se había dejado sobre uaburete en el cuarto de baño del primer piso. Y

probablemente había dado con el evangelio duan. Así pues, no le quedaba más munición que l

cuestión teológica esencial, lograr que eexasesino se preguntase cómo el mundo era com

era siendo Dios tan bueno y todopoderoso.Esa contradicción se había discutido tant

como las otras, pero quizá Asesino Anders aún nhabía reflexionado al respecto, y entonces ell

endría una oportunidad de… Fue interrumpida emedio de esa reflexión por su pupilo, que se pusen pie y dijo lo que dijo.

Y entonces la catástrofe fue un hecho.

 —No pienso zumbar a más gente. Ni bebe

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más alcohol. De ahora en adelante, pongo mi viden manos de Jesús. Quiero que me pagues múltimo trabajo, el que hice ayer; le daré el dinero

a Cruz Roja. Luego, cada uno seguirá su caminocomo suele decirse. —Pero… no puedes hacer eso… No puedes… —¿No puedo? He dicho que no pienso sacud

a nadie más. Aunque a Jesús no le importaría hiciera un par de excepciones contigo y con tecepcionista.

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Se hizo de noche y se hizo de día sin que lpastora hubiera pegado ojo. Cuando el sol empez

a filtrarse por las rendijas de la persianacomprendió que no tenía otra elección qudespertar al recepcionista y confesar: ella, poerror, había hecho que Asesino Anders conociera Cristo, y Cristo, a su vez, había hecho que AsesinAnders dejara tanto el alcohol como el vapuleo dgente a cambio de dinero.

Con efecto inmediato.Las únicas personas a las que estaría dispuest

a zurrar eran, desde ese momento, ellos dos. Si naceptaban su ultimátum.

 —¿Su ultimátum? —repitió el recepcionistaodavía medio dormido.

 —Al parecer le debemos treinta y dos m

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coronas, las quiere para donarlas a la Cruz Rojao creo que haya nada más.

El recepcionista se sentó. Sintió ganas de odia

a alguien, pero no supo a quién. Su abuelo, lpastora, Asesino Anders y Cristo eran locandidatos que tenía más a mano.

Mejor levantarse, desayunar, sentarse en smaldita recepción y pensar la forma lógica dencontrar una salida.

Su lucrativa empresa había dejado de tener ubrazo ejecutor, y por tanto ya podían despedirse dfuturos ingresos. La revancha contra su abuelo s

ba a quedar en nada, a no ser que Asesino Andercambiara de opinión. Para conseguirlo había quapartarlo de Dios, Jesucristo y la Biblia, ese tríque había ejercido tan mala influencia sobre él,

levarlo de nuevo a la senda del alcohol, los bare el desmadre.

Per Persson logró transmitirle eso a JohannKjellander justo antes de que apareciera e

exasesino, por lo menos dos horas antes de l

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habitual. —La paz del Señor esté con vosotros —dijo

en lugar de pedir la cerveza y el sándwic

habituales. No podía resultar fácil pasar de alcohólico abstemio de un día para otro. El recepcionistpresintió que aquel animal libraba una batallnterior, aunque Jesucristo todavía llevaba laiendas. Eso le dio ocasión de urdir un plan tamprovisado como insidioso. Los planemprovisados e insidiosos eran especialidad de l

pastora, y eso hizo que Per se sintiera aún má

orgulloso cuando, al cabo de un rato, el resultadcolmó todas sus expectativas.

 —Te sirvo el sándwich de queso, ¿eh? Pero lcerveza no sé… Los discípulos de Jesús toman l

eucaristía, no cerveza.Asesino Anders entendió lo del sándwich

aunque no el resto. Nunca había visto una iglesipor dentro y, por suerte, no tenía ni idea de qu

eches era la eucaristía.

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 —Mmm, media botella será suficiente, todavíes por la mañana —añadió Per Persson como parí, y le sirvió un poco de vino tinto junto a

ándwich envasado. —Pero yo ya no bebo alcohol… —Lo sé, solo la eucaristía y nada más. L

angre de Cristo. ¿Le quito el plástico al cuerpo dCristo?

 —¿Qué dices de Cristo? —preguntó eflamante abstemio.

La pastora comprendió qué se proponía socio y amante y acudió en su auxilio.

 —Aún no hemos llegado a ese punto enuestros estudios bíblicos —dijo—. Pero AsesinAnders se toma la fe muy en serio y no piensdescuidar la ingesta del cuerpo y la sangre d

Cristo. Algo que, lamentablemente, se da cada vecon mayor frecuencia en nuestra sociedaecularizada.

Anders ignoraba qué demonios era un

ociedad secularizada, ni comprendía la conexió

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entre Cristo y un tinto peleón, aunque le parecidiscernir que en nombre de Cristo debíacompañar el sándwich con media botella de vino

Fantástico, pues algo así era justo lo que su cuerpe pedía a gritos. Lo de dejar la cerveza de ladquizá había sido una decisión precipitada.

 —Bueno, nadie es perfecto —contestó—, menos todavía los nuevos creyentes. Ahora quigo a Jesús no tengo elección, lo sé. Él y yo no

encontramos anoche, y eso significa que voy comedia botella de retraso, ¿verdad?

Pues eso. Un pequeño triunfo en medio de tod

el desastre. Ahora Asesino Anders creía que quieeguía de verdad a Jesucristo tenía que comenzaa mañana con la eucaristía, después celebrar otr

al mediodía, antes de pasar a una buena eucaristí

vespertina, a tiempo de precipitarse a la eucaristínocturna, que comenzaba alrededor de las nueveLas treinta dos mil coronas que pensaba donar a lCruz Roja se las quedó para invertirlas en l

angre de Cristo.

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 No obstante, seguía negándose a trabajaTenían cuatro encargos en lista de espera, todoecibidos antes de que Anders y Jesucristo s

ropezaran. Desde entonces, el recepcionista habíespondido con cierta vaguedad las solicitudes dclientes potenciales. Decía: «Tenemos la agendlena» o «Nos han surgido problemas logísticos»

Pero no podían seguir así mucho más tiempo¿Había llegado la hora de abandonar el barcoTenían bastante dinero en las cajas de zapatos, npara el idiota del asesino que se negaba a trabajaino para él y su enamorada pastora.

Sí, su enamorada pastora estaba de acuerdoada indicaba una mejora, es decir u

empeoramiento en la fe de Anders. Por tanto, nveía ninguna razón para seguir vinculados a él. Po

o que a ella respectaba, el exasesino y el Hijo dDios ya podían seguir su camino juntos y, a seposible, caerse por el primer acantilado que sencontraran.

También podía olvidarse de la pensió

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Sjöudden, dijo ella. No obstante, se habíacostumbrado mucho a la compañía de Peansson. Habían sido, como si dijéramos, ello

dos contra el mundo y por eso estaba dispuesta compartir con él tanto las cajas de zapatos como lvida hasta la eternidad, si él estaba de acuerdo.

Había algo especial en aquella mujer quegual que él mismo, no comprendía del todo en qu

consistía la lucha por la existencia, aunque esa erprecisamente la razón de que ambos combatierabien juntos; y por precaución lo hacían controdos y contra todo en general. Por ende, Pe

Persson también deseaba continuar por el caminque habían trazado en común, siempre y cuando lpastora se aprendiera de una vez su nombre.

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En las cajas de zapatos ocultas en el cuarto de lecepción quedaban cerca de seiscientas m

coronas. Ese era su capital inicial conjunto.A eso les habría gustado añadir las cien mcoronas correspondientes al pago de trabajos nealizados, pero al final se verían obligados

devolverlas, ya que la relación entre Anders esucristo parecía ir viento en popa y si

nubarrones a la vista.Tener que devolver treinta mil, más treinta mi

más cuarenta mil coronas a tres gánsteres eudogánsteres de Estocolmo no era algo qu

entusiasmase al recepcionista. Por una parteporque significaban cien mil coronas brutas menoen la caja, y por la otra, porque los clientes había

contado con obtener un resultado a cambio d

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dinero, no con recuperar su dinero sin intereseEn general, el talante de la clientela no ercomplaciente, ni condescendiente, ni comprensivo

El recepcionista y la pastora corrían el riesgo dufrir algún que otro contratiempo cuando leexplicaran a sus clientes que Asesino Anders ya ndaba palizas a la gente.

 —Quizá lo mejor sería enviarles el dinero pocorreo junto con una nota explicativa, y luegdesaparecer de aquí —propuso Per Persson—

adie sabe nuestros nombres y no dejaríamomuchas pistas, ni siquiera nosotros mismos no

encontraríamos si necesitáramos buscarnos.La pastora escuchó en silencio el parecer de s

amado. Él sabía que ella necesitaba tiempo parpensar, pero, en cualquier caso, se trataba de qu

ban a irritar, de una manera u otra, a tres tipopeligrosos. Así que continuó:

 —Ya que los tres se van a enfadar de todaformas, también podríamos quedarnos la pasta

Tenemos muchas posibilidades de seguir siend

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nvisibles para su radar. Yo siempre he cobrado enegro y, por lo que sé, no estoy empadronado eninguna parte. Por lo que a ti respecta, no anoté t

nombre en el registro antes de que pasaras dclienta de la pensión a empresaria y socia. Ecambio, todo el mundo conoce al huésped de lhabitación siete, y él se quedará aquí. Quizá lesulte divertido explicarles a los tres clientes qu

Cristo ha vetado su actividad y que sus anterioreocios se han mudado sin dejar ninguna dirección

Y que, además, con las prisas se han llevado sdinero.

La pastora seguía sin decir nada. —¿Es mala idea? —preguntó el recepcionistaElla negó amablemente con la cabeza. —No. No está mal pensado. Creo que es un

buena idea, aunque urdida un poco a la defensivaYa que vamos a engañar a una clase de personas as que no se engaña excepto si uno está loco, ¿po

qué no hacerlo a lo grande? Todo lo que pueda

aguantar y un poco más. Cien mil coronas está

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bien, aunque coincidirás conmigo en que… poejemplo… estarían mejor diez millones, ¿no?

Johanna Kjellander esbozó una sonrisa a l

Mona Lisa y Per Persson sonrió confundidoHabían pasado algo más de dos años desde quella se acercara a él en aquel banco con lntención de timarle veinte coronas con un

oración de pega. Eso los llevó a ser primerenemigos, después socios, luego amigos finalmente amantes. Y ahora partirían juntos. Ese gustaba. Le gustaba mucho. Pero ¿y todo l

demás (el abuelo, papá, mamá, los millones y lo

gánsteres)?Diez millones eran cien veces más que cie

mil.¿El riesgo se incrementaría de maner

proporcional? ¿Y qué había pensado ella quharían con el dinero, aparte de, si todo salía bienhacer el amor en la opulencia en lugar de en lpobreza?

Pero no tuvo tiempo de preguntarlo, pue

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Asesino Anders apareció tarareando por epasillo.

 —El Señor esté con vosotros —saludó con un

voz tan suave que irritó al recepcionista.En ese mismo instante, este último sacó lcuenta que había preparado para vengarse poodo.

 —Justo hoy hace dos años y treinta y seiemanas que el señor Andersson no abona s

alojamiento —anunció—. Doscientas veinticinccoronas por noche arrojan un total de doscientaveinte mil coronas, contando por lo bajo.

En los viejos y buenos tiempos, quien shubiera atrevido a pedirle de esa forma a AsesinAnders el pago de la habitación habría corrido eiesgo de llevarse una buena paliza.

 —Por favor, amable recepcionista —repuso edeudor—, uno no puede servir a Dios y a Mamóal mismo tiempo.

 —Ya, entonces empezaré por Mamón —

espondió el acreedor—, y ya veremos si tenemo

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iempo para el otro. —Muy bien —apuntó la pastora. —¿No sería mejor que comenzaras dándom

un sándwich? Recuerda que has de amar aprójimo como a ti mismo y que yo todavía no hprobado bocado. O, como decimos los verdaderocreyentes, todavía no he probado el cuerpo dCristo.

Johanna Kjellander también se sentía bastantrritada con el exasesino, y ella conocía la Biblia

 —«Bienaventurados los que ahora padecéihambre», Lucas seis, veintiuno —citó.

 —¡Vaya! —exclamó el recepcionista—Entonces no seré yo quien perjudique lespiritualidad del señor Andersson. No darle uándwich es lo mínimo que puedo hacer por usted

¿Hay algo más que no deba hacer? De lo contrarioe deseo un buen día.

Asesino Anders refunfuñó, aunque comprendique no tendría nada que llevarse a la boca hast

que fuera al bar. Puesto que estaba hambriento, s

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marchó presuroso mientras murmuraba que eSeñor conocía todas nuestras acciones y que lpastora y el recepcionista deberían pensar e

omar partido, ahora que aún estaban a tiempo.

Así que ambos se quedaron de nuevo solos. Ellexplicó su plan.

 —Bueno, en lugar de reconocer que ese pirade ha vuelto religioso, difundiremos el mensaj

opuesto: Asesino Anders es ahora más cruel qununca, ya no respeta ningún límite. Durante u

iempo, aceptamos la máxima cantidad de encargoposibles: asesinatos, roturas de extremidadeextracciones de ojos, cualquier cosa, siempre quea cara. Y luego nos largamos.

 —Quieres decir… ¿desaparecer? ¿Sin sacaningún ojo?

 —Ni uno, ¡ni siquiera la retina! Porqunosotros no hacemos eso. Y porque no tenemos

nadie que pueda hacerlo en nuestro lugar…

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El recepcionista calculó. ¿Durante cuántiempo podrían recibir encargos sin llegar ealizarlos? ¿Dos, tres semanas? Quizá alguna má

con la excusa de que Asesino Anders estabenfermo y que lamentaban el retraso. Cuatremanas como mucho. Si se atrevían a movers

agresivamente, podrían conseguir seis o sietasesinatos y el doble de mutilaciones y palizahabituales.

 —Tú dices diez millones —pensó en voz altera él quien se ocupaba de los números y lanegociaciones—. Yo estimo que serán casi doce.

Por una parte, diez o doce millones de coronapor la otra, los bajos fondos de Estocolm

montando en cólera asesina.Por una parte, ellos desaparecerían sin deja

astro, nadie sabía quiénes eran ni cómo slamaban; por la otra, los gánsteres nunca dejaría

de buscarlos.

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 —Bueno, ¿qué te parece? —preguntó dpronto Johanna Kjellander.

El recepcionista guardó silencio unos segundo

más. A continuación, imitó la sonrisa estilo MonLisa de la pastora y dijo que la única manera quenían de saber si deberían o no haber hecho l

que iban a hacer era justamente haciéndolo. —Entonces, ¿seguimos adelante? —pregunt

a pastora. —Adelante. Y que Dios nos proteja. —¡¿Cómo?! —Solo bromeaba.

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Catorce coma cuatro millones de coronas despuéel recepcionista y la pastora prepararon su

flamantes y grandes maletas, una amarilla y otroja, para su planeada y definitiva partida esmisma mañana.

El mercado había recibido de forma mupositiva las nuevas y violentas ofertas de lempresa. Ambos se sorprendieron ante la cantidade personas dispuestas a pagar para eliminar este o aquel conocido. El último había sido uhombre de constitución enclenque, quien, apenaunos días antes, les contó que su vecino habíconstruido un gallinero a cuatro coma dos metrode la linde de su parcela, en lugar de respetar locuatro coma cinco estipulados. Y cuando él l

lamó la atención, el vecino se comportó de form

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arrogante y le hizo muecas a su mujer. Eenclenque era demasiado enclenque para tomarsa justicia por su mano, y si alguien lo hacía en s

ugar en forma de paliza, el vecino volvería visitar al enclenque tan pronto como se recuperaraPor esa razón necesitaba quitárselo de en medipara siempre.

 —¿Por culpa del gallinero? —quiso confirmael recepcionista—. ¿Por qué no va al ayuntamienta quejarse? Las normas son las normas.

 —Bueno, lo cierto es que la tela metálica degallinero no se considera una valla, así que e

parte lo asiste la ley. —¿Y por esa razón tiene que morir? —Le hizo muecas a mi esposa —le recordó e

enclenque.

La pastora se dio cuenta de que eecepcionista se olvidaba de que el arrogant

constructor del gallinero no llegaría a perder lvida, y que el encargo se resolvería en que e

enclenque seguramente también quedaría con un

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economía igual de enclenque. Así que interrumpia conversación y cambió de tema.

 —¿Cómo se ha enterado de la existencia d

Asesino Anders y su empresa de servicios? —Leí algunos artículos en la prensa y loalmacené en la memoria, porque no es la primervez que se comporta de esa manera, me refiero avecino. Cuando más tarde el asunto se volviurgente, solo tuve que preguntar en… bueno… eos bajos fondos.

La historia parecía razonable. La pastora lnformó de que su exigencia de justicia costarí

ochocientas mil coronas.El enclenque asintió satisfecho. Eran lo

ahorros de toda su vida, pero valía la pena. —Les daré el dinero el miércoles. ¿Va bie

así?

Perfecto. Su marcha estaba planeada para es

mismo jueves. Lo único que sabían sobre su futur

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en común era que lo tenían financiado, qucomenzaría justo ese día, al cabo de nada, y que nncluía a ningún asesino redimido.

 —¿Os vais a alguna parte? —preguntó AsesinAnders mientras se dirigía a llenarse el estómagcon el cuerpo y, sobre todo, la sangre de Cristo.

Últimamente solía encaminarse al centro de lciudad. Cambiaba de bar tanto como fuernecesario, pues en los cercanos a la pensión ya nquedaba nadie a quien transmitirle la Palabra siecibir improperios. En los barrios de lo

alrededores, la gente se había enterado de que e

exasesino se había vuelto inofensivo, con lo cuae atrevían a mandarlo a tomar viento fresc

cuando insistía en leerles las Sagradas Escrituradurante la retransmisión del partido entre e

Arsenal y el Manchester United.Las maletas podían verse desde el mostrado

de recepción a través de la puerta, aunque pouerte no así los montones de dinero con que la

lenarían.

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 —¿Necesitas algo? —preguntó eecepcionista, que no creía tener obligación dnformar al socio desleal.

Además, apenas quedaban unas horas para quno volvieran a verle el pelo. —No, nada. Partid en paz —dijo Anders.

Aquel día decidió probar en uno de los bares dSödermalm. Allí sin duda corría la cerveza audales, pero estaba seguro de que también habrí

vino tinto.

Se sentó en el Soldaten Svejk, en Östgötagata  pidió dos copas de cabernet sauvignon. L

camarera se las trajo en una bandeja y colocó undelante del cliente, que se la bebió de un trag

mientras ella pensaba dónde colocar la otraEntonces el cliente cambió la copa uno por la copdos y encargó las copas tres y cuatro.

 —Ya que la señorita está aquí —añadió.

La sangre de Cristo se mezcló con la d

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Asesino Anders y le transmitió una tranquilidad do más cristiana. Echó un vistazo por todo el loca se encontró con la mirada de un desconocido…

Un momento, había algo familiar en él. Debía dener unos cuarenta años y estaba bebiendo unarra de cerveza. Sí, era uno de los tipos con lo

que había coincidido la última vez que habíestado en el talego; los dos asistieron a la mismerapia de grupo… ¿No era aquel que nunc

paraba de hablar? Gustavsson u Olofsson o algparecido…

 —¡Asesino Anders! Me alegro de verte —dij

Gustavsson u Olofsson. —¡Igualmente, igualmente! Gustavsson

¿verdad? —Olofsson. ¿Puedo sentarme?

Claro que podía, no importaba cuál fuera snombre, pues Asesino Anders enseguida ldentificó como un objetivo al que convertir.

 —Ahora voy con Jesús —comenzó com

iempre.

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La reacción no fue la esperada. Olofssoempezó a reírse, y al ver que el otro permanecíerio, su risa se intensificó.

 —¡Sí, hombre! —exclamó al fin, bebió urago de cerveza y de repente se puso serio.Asesino Anders estaba a punto de pregunta

qué era tan gracioso, cuando Olofsson bajó la vo dijo:

 —Sé que vas a liquidar a Oxen. —¿Qué? —Tranquilo, no me iré de la lengua. Fue m

hermano quien encargó el trabajo. ¡Que Oxen s

vaya al otro barrio es la bomba, tío! Menudcabronazo. ¿Te acuerdas de lo que le hizo a mhermana?

Oxen era el gánster más estúpido de todos lo

gánsteres. Entraba y salía del trullo una y otra vezu envergadura era tal que se creía con derecho

propinarle una tunda a cualquiera qudesobedeciera sus órdenes. En una ocasión

iguiendo esa lógica, se había propasado con s

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chica. Ella, a su vez, no era la mejor sierva dDios; trabajaba en atención domiciliaria y sdedicaba a copiar las llaves de los apartamento

de los ancianos para dárselas a sus hermanos. Acontinuación, ellos esperaban un tiempprudencial, luego hacían una visita al domicilio ecuestión y arramblaban con todo lo de valor. Si loancianos estaban en casa, aprovechaban pardarles un susto de muerte.

Pero Oxen pensó que era él quien debíquedarse con las llaves, así que le propinó unpaliza brutal a su novia y luego a uno de su

hermanos. El otro se encontraba sentado en espreciso momento frente a Asesino Anders en ubar de Estocolmo, demostrándole sagradecimiento.

 —¿Cómo que liquidar a Oxen? Yo no voy iquidar a nadie. Ya te he dicho que camino coesús.

 —¿Con quién?

 —Con Jesús, joder. Me he redimido.

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Olofsson lo miró. —¿Y qué pasa con las ochocientas mil corona

de mi hermano? Ya te las ha pagado.

Asesino Anders le pidió que se calmara. Aqueque camina junto a Jesús no mata por la espalda u prójimo, por más contrato que haya de po

medio. Así pues, Olofsson tendría que buscar suochocientas mil coronas en otra parte.

¿En un lugar distinto del bolsillo donde siduda habían acabado? Olofsson no era un cobardeSe puso en pie y dio un paso hacia el cerdo qupretendía estafarle casi un millón de coronas a s

hermano. Además, el desgraciado estaba bebiendvino en lugar de cerveza.

Un segundo después, Olofsson yacía noqueaden el suelo. No importaba lo redimido qu

estuviera, Asesino Anders era incapaz de poner lotra mejilla. Ni siquiera la primera. En cambioparó el ataque de Olofsson con la derecha (¿o fucon la izquierda?) y lo tumbó con un derechaz

directo (quizá fue un izquierdazo). Eso de poner l

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otra mejilla ya lo practicaría en el futuro.La camarera se acercó con la tercera y l

cuarta copa de vino, vio a Olofsson y preguntó qu

había pasado. Asesino Anders le explicó que samigo había bebido demasiado, pero que secuperaría enseguida, y que antes de perder e

conocimiento había prometido que pagaría lcuenta. Entonces vació de un trago una de lacopas que la camarera tenía en la bandeja y dijque su amigo seguro que se bebería la otra cuanddespertara. A continuación, pasó por encima dOlofsson, dio las gracias y se marchó de allí.

Se dirigió hacia una pensión al sur dEstocolmo, donde en ese momento se llenabaunas maletas, una roja y otra amarilla, sin dudpara viajar ese mismo día.

 —¿Con cuánto dinero? —murmuró Anderpara sí.

Era lento pensando, a veces demasiado y quizun poco más. Y nadie podía decir que poseía e

don de la palabra.

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Pero no era tonto.

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Una hora más y la pastora y el recepcionista nhabrían vuelto a ver al ingenuo exasesino. Per

este se había encontrado a la persona equivocaden el bar y había sacado la conclusión correctaPor eso estaba ahora en medio del cuarto trasterounto a las maletas amarilla y roja. Abrió una d

ellas: repleta de billetes. —Vaya. —Fue todo lo que dijo. —Catorce coma cuatro millones —comentó e

ecepcionista, resignado.La pastora intentó salvar tanto el pellejo com

a situación. —Cuatro coma ocho millones son tuyos, claro

Te los puedes gastar en la Cruz Roja, en eEjército de Salvación o en lo que quieras. L

mportante para nosotros es que no te quedes co

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as manos vacías. Una tercera parte es tuya. ¡Poupuesto!

 —¿Para mí? —Fue todo lo que su cerebr

pudo asimilar en ese momento.Antes, cuando no tenía que pensar tanto, todhabría resultado más sencillo. Habría:

Reventado a la pastora y al recepcionista.Cogido las maletas con el dinero.Desaparecido de allí.Ahora hallaba más dicha en dar que en recibi

era más fácil para un camello pasar por el ojo duna aguja que para un rico entrar en el reino de lo

cielos. Y además no hay que desear nada ni nadie.

Aunque… no. Todo tenía sus límites. Y oyque Jesús le hablaba. «Deshazte de estos do

fariseos que se han aprovechado de ti. Coge edinero y empieza desde cero en algún lugar».

Esas fueron las palabras de Jesús, y AsesinAnders se las comunicó a sus exsocios.

Entonces el recepcionista comenzó

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desesperarse de verdad, sintió que pronto llegaríel momento de ponerse de rodillas para suplicapor su vida. La pastora, en cambio, solo sentí

curiosidad. —¿De verdad te ha hablado Jesucristo? Vayaa mí nunca me dirigió ni una palabra durante todomis años como emisaria del cielo en la tierra.

 —¿No crees que quizá fue porque eres unfarsante? —replicó Asesino Anders.

 —Sí, tal vez. Si sobrevivo a los siguienteminutos, intentaré hablar con Él. Solo una preguntantes de que empieces a deshacerte de nosotros…

 —¿Sí? —Según Jesucristo, ¿qué tienes que hace

uego? —Ya te lo he dicho: coger el dinero

argarme. —Sí, claro. Pero quiero decir ¿y después

Eres conocido en casi todo el país, lo sabe¿verdad? Te reconocerán en cualquier sitio. Y

ienes prácticamente a todos los criminales

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eudocriminales de la capital detrás de ti. ¿Le hacontado eso a Jesusito?

Asesino Anders guardó silencio. Y lueg

guardó silencio un rato más.La pastora supuso que buscaba establececontacto de nuevo y de momento no recibíespuesta. Entonces le dijo que no debía tomársel

como algo personal, quizá el Hijo de Dios estabmuy ocupado. Tenía tantas cosas que hacer: llenade peces las redes de pesca, resucitar a los hijode las viudas, hacer que los ciegos vieranexpulsar a los demonios de los hombres privado

del habla… Si Asesino Anders no la creíaencontraría pruebas de ello en Lucas 5 y Mateo 9.

El recepcionista se removió incómodo. ¿Erese el momento adecuado para provocar a aquell

bestia?Sin embargo, Asesino Anders no captó l

provocación, todo lo contrario: ¡ella tenía razónesús debía de estar muy ocupado. Aquello tendrí

que resolverlo él mismo. O pedirle consejo

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alguien. Por ejemplo, a la maldita pastora. —¿Se te ocurre algo? —refunfuñó. —¿Me lo preguntas a mí o a Cristo? —dij

ella.El recepcionista le lanzó una mirada ceñuda«¡Ahora no te pases!».

 —¡Te lo pregunto a ti, maldita sea! —exclamAsesino Anders.

Diez minutos después, la pastora le sonsacó lo quhabía sucedido en el Soldaten Svejk, cuando e

valiente asesino tumbó al amenazador hermanOlofsson —primero paró el golpe con la izquierd  luego le lanzó un derechazo mortal—, y l

conclusión que el exasesino había sacado de

diálogo previo. Es decir, que ella y eecepcionista estaban a punto de traicionar a socio.

 —Exsocio —precisó el recepcionista—. Tod

e torció cuando te negaste a cumplir tu

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obligaciones laborales. —Pero ¡es que encontré a Jesús! ¿Es tan difíc

de entender? ¿Y por eso queréis dejarme con e

culo al aire?La pastora intervino y evitó una discusión para que no había tiempo. Estaba de acuerdo con l

descripción de los hechos trazada por eexasesino, si bien ella habría utilizado otrapalabras. Ahora tenían que mirar hacia delante actuar con rapidez, pues era imposible sabecuándo el conocido que Asesino Anders se habíencontrado en el bar habría logrado levantarse de

uelo, recoger su ira y marcharse. Lo más segurera que hubiera ido directo a ver a su hermanpara contarle un par de cosas.

 —Hace un momento me has preguntado s

eníamos pensado largarnos —añadió—. Lespuesta es «¡sí!».

Lo mejor sería que se marcharan juntos. Elloe ocuparían de proteger a su exsocio para que n

fuera descubierto, con todo lo que eso podí

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ignificar. El dinero de las maletas lo compartiríafraternalmente; serían unos cinco millones pocabeza si añadían el dinero ahorrado de forma má

honrada por el recepcionista y la pastora (nmucho más honrada, aunque sí algo más). No sabían con certeza adónde dirigirse, per

el día anterior el recepcionista había ido a ver aConde, el viejo conocido de Asesino Anders, parcomprarle una pequeña autocaravana donde habríitio para los tres durante un tiempo, aunque e

principio estaba diseñada para dos personas. —¿Autocaravana? —repitió Anders—

¿Cuánto pagaste por ella? —No mucho.Per Persson se había llevado el vehículo co

a promesa de que, a más tardar el vierne

iguiente, Asesino Anders pasaría a pagarlo y, amismo tiempo, le explicaría al Conde los detallede la ejecución del doble asesinato contratado.

 —¿Doble asesinato contratado?

 —Contratado, pagado y no ejecutado. Se trat

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de uno de los principales competidores del Conden el negocio automovilístico, y de un camello dpastillas que le hace competencia desleal a l

Condesa. Les gustaría trabajar en solitario. Ypensaron que valía la pena pagar uno coma seimillones para conseguirlo.

 —Uno coma seis… ¿que están en la maletamarilla?

 —Sí, o en la roja. —¿Y los competidores del Conde y l

Condesa van a seguir vivitos y coleando? —Sí, a no ser que Cristo decida que vuelvas a

rabajo, pero no tenemos ninguna razón parpensar que así será. No obstante, también lehemos robado ese vehículo. Por tanto, corremos eiesgo de que el Conde y la Condesa pronto s

conviertan en nuestros clientes más insatisfechounto con el buen número ya existente de clientensatisfechos. Debemos irnos ahora mismo

emprender el viaje hacia un destino desconocido.

En ese momento no era sencillo llamarse Joha

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Andersson. Y tampoco facilitaba las cosas qufuera conocido como Asesino Anders alguien quacababa de redimirse. Además, sus únicos amigo

en el mundo parecían ahora sus peores enemigos o invitaban a compartir una autocaravana solpara que él no los matara.

Jesús seguía guardando silencio como el murde las lamentaciones mientras la pastora y eecepcionista parloteaban. Y, por lo visto, elloenían la única solución posible.

 —Puedo ofrecerte media botella de la sangrde Cristo para el camino —lo tentó e

ecepcionista.Asesino Anders tomó una decisión. —De acuerdo. Aunque en un día como este

mejor una entera. Venga, nos largamos.

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Olofsson, el presidiario reincidente noqueado poun colega recién redimido en un bar d

Södermalm, despertó en apenas unos minutos. Scomportó de manera insolente con el personal da ambulancia que acababa de llegar, maldijo a l

pobre camarera cuando esta le reclamó el pago da cuenta, lanzó la copa de Cabernet Sauvigno

contra la pared y se marchó de allí tambaleándoseEn menos de media hora llegó a casa de shermano Olofsson (en los círculos de presidiarioeincidentes es habitual prescindir de los nombre

de pila). Cuando el hermano pequeño le explicó lituación al mayor, Olofsson y Olofsson s

dirigieron de inmediato a la pensión Sjöuddepara hacer justicia.

El lugar parecía abandonado. En la recepció

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había un par de clientes desconcertados qupreguntaban por el recepcionista, pues no tenían llave de su habitación. Un tercer cliente deseab

egistrarse desde hacía unos diez minutos. Este lecontó a Olofsson y Olofsson que había pulsadvarias veces el timbre sin ningún éxito, y slamaba a la pensión con su móvil, sonaba eeléfono que había sobre el mostrador, ese de ahí.

 —¿Ustedes también han reservado habitación—preguntó el hombre.

 —No —respondió Olofsson. —No —confirmó Olofsson.

Y entonces salieron de allí, se dirigieron acoche en busca de un bidón de gasolina, rodearoel edificio hasta llegar a la parte trasera y lprendieron fuego.

En señal de advertencia.Sin especificar cuál.Eso ocurría con facilidad cuando los do

hermanos se juntaban. Olofsson era casi ta

emperamental como Olofsson.

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Una hora más tarde, el jefe de bomberos dHuddinge decidió que no valía la pena ped

efuerzos. El edificio estaba en llamas y no spodía salvar, pero no soplaba viento y, por ldemás, reinaban unas condiciones atmosféricas tafavorables que ningún edificio circundante corrí

peligro. Solo quedaba esperar que la pensión sconsumiera por completo. De momento no podíaestar seguros del todo, pero según los testigos nhabía quedado nadie atrapado en su interio

Respecto a la causa del siniestro, dodesconocidos habían pegado fuego al edificioDesde el punto de vista jurídico se trataba de uncendio intencionado.

Desde el punto de vista periodístico, ya qunadie había resultado herido, la noticia no deberíhaber despertado mayor interés. Sin embargo, eel  Expressen, un avispado redactor que estaba dguardia recordó dónde había tenido lugar l

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entrevista con Asesino Anders. Ya habían pasaddos o tres años desde entonces, pero aquel asesinhabía vivido allí. ¿Seguiría viviendo en aquell

pensión? Tras un rápido y buen trabajo, tuvo listel titular del día siguiente.

Guerra en los bajos fondos:ASESINO ANDERS

huye de los incendiarios

Le dedicaron dos dobles páginas, que incluía

una exhaustiva repetición de lo peligroso que sconsideraba a Asesino Anders, completada coespeculaciones sobre la probable causa dencendio intencionado. Y ya que Asesino no habí

muerto carbonizado, debía de encontrarse por ahfuera —¡huyendo!—, buscando un nuevo lugadonde ocultarse. ¿Quizá justo cerca de ti?

Una nación asustada compra periódicovespertinos.

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* * *

Que se hubiera quemado la pensión Sjöudden hastos cimientos de esa manera era, según eecepcionista, que iba al volante, sumament

positivo desde dos puntos de vista, y directamentnegativo desde uno. La pastora y Asesino Ander

e pidieron que se explicara.Bueno, en primer lugar, el dueño de la pensión

el viejo y tacaño rey del porno local, se quedabin su principal fuente de ingresos, y ¡eso er

bueno! Si el recepcionista no recordaba mal, edueño pensó que no era nada viril asegurar eedificio por varios miles de coronas al año. Asque no tenía seguro contra incendios, y eso l

volvía todo aún más divertido. —¿Nada viril? —se extrañó JohannKjellander.

 —La diferencia entre lo viril y la estupidez

veces es muy sutil.

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 —¿Qué piensas tú del caso que nos ocupa?El recepcionista respondió con sinceridad

egún se habían desarrollado los hechos, l

estupidez había ganado la partida después de qua virilidad la hubiera liderado durante muchiempo.

La pastora se abstuvo de profundizar en ambacualidades masculinas y le pidió que continuarcon el tema sobre lo bueno y lo malo.

De acuerdo, también era bueno que todas lahuellas dactilares, los posibles objetos personaleolvidados y cualquier otra cosa que pudier

dentificar al recepcionista y la pastora shubieran incinerado. Ahora, ambos eran todavímás desconocidos que antes.

Más o menos como Asesino Anders, pero a

evés. Los periódicos, con el  Expressen  a lcabeza, difundieron a los cuatro vientos la historiobre el peligroso criminal, abonándola co

fotografías suyas. Así pues, el exasesino no podí

bajar de la autocaravana, salvo que se echara un

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manta sobre la cabeza. Y no podía bajar con unmanta sobre la cabeza porque eso llamaría latención. En pocas palabras: Asesino Anders n

podía bajar de la autocaravana.

* * *

Al día siguiente, los periódicos estaban de nuevepletos de información sobre el hombre de má

candente actualidad en Suecia. Las historias de sufechorías habían corrido tanto que algunomalhechores de poca monta llamaron a sucontactos periodísticos para ganarse un billete dmil facilitando alguna pista.

 —Sí, ya sabes, el cabrón ese hizo que lpagaran por adelantado unos trabajillos y despuée piró con la pasta sin haberlos ejecutado. Diner

fácil, ja, ja, ja. ¿Cuánto tiempo crees que puedquedarle de vida ahora?

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Sería exagerado llamarlo «vagabundeo», aunque eviaje hacia el sur en la autocaravana discurría si

ningún tipo de planificación. La idea principal eralejarse de Estocolmo. Otra, mantenerse todo eiempo en movimiento. Después de dos díalegaron a Växjö, en Småland, y se dirigieron a

centro de la ciudad en busca de unhamburguesería donde almorzar temprano.

En los kioscos y las puertas de las tiendas sveían los carteles que anunciaban los periódicocuyos titulares alertaban de que el peligroso eguramente desesperado asesino podrí

encontrarse por los alrededores. El delincuentque había inspirado una tirada de cien mil carteleexpuestos a lo largo y ancho del país se dirigía si

duda a alguna parte, como por ejemplo a Växjö.

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La pastora y el recepcionista no habíavislumbrado una imagen completa de su futuro ecomún. No obstante, ninguna imagen parcia

ncluía una pequeña autocaravana en la quconvivir con un psicópata temperamental, reciéedimido y alcohólico, perseguido por una gra

parte de los criminales del país.Växjö estaba repleto de carteles y portadas co

grandes fotografías de Asesino Anders con miradceñuda, lo que provocó que la pastora murmurarque, al parecer, tendría que pasar un tiempo antede que su amado y ella pudiesen abrazarse a solas

 —Bah —dijo Anders—, abrazaos si queréia me taparé los oídos.

 —Y los ojos —añadió la pastora. —¿Los ojos también? Pero entonces n

podré…En ese momento, la autocaravana pasó junto

algo que distrajo al exasesino. Ordenó aecepcionista que diera media vuelta, pues s

rataba de…

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 —¿Un restaurante? —preguntó el conductor. —No, a la mierda con eso. ¡Da la vuelta! O d

una vuelta a la manzana. ¡Arreando!

El recepcionista se encogió de hombros obedeció. Enseguida, el exasesino comprobó lque creía haber visto: un local de la Cruz RojaEran las diez y cuarto de la mañana y AsesinAnders se encontraba de un humor afectuosoademás de sentirse alentado por la románticconversación que acababan de mantener.

 —Cinco millones son míos, ¿verdad? Pueahora uno de vosotros entrará allí y les entregar

quinientas mil coronas en nombre de Jesús. —¿Estás loco? —saltó la pastora, aunque y

conocía la respuesta. —¿Que el rico done al pobre significa que est

oco? ¿Eso es lo que dice una pastora titulada? Tmisma, en la pensión, hace un par de días dijistque si yo así lo quería, mi dinero podía ir a parar a Cruz Roja o al Ejército de Salvación.

La pastora respondió que en ese moment

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estaba intentando sobrevivir a una situación y quahora se trataba de sobrevivir a otra. Y loesultados podían ser diferentes. Ella y e

ecepcionista tenían que preservar su anonimato. —Comprenderás que yo no pueda entrar ahí decir «Hola, aquí os dejo un poco de calderilla»Quizá hay cámaras de videovigilancia, o alguiepodría sacarme una foto con su móvil, o llamar a poli. Te enumeraré otras razones si me das unoegundos…

La pastora no pudo enumerar nada máAsesino Anders abrió la maleta amarilla, cogi

dos gruesos fajos de billetes, cerró la maletaabrió la puerta de la autocaravana y se apeó.

 —Ahora vuelvo —dijo por toda explicación.Entró en el local a grandes zancadas. A

ecepcionista y la pastora les pareció percibir ualboroto a través del escaparate, pero no resultabfácil distinguirlo con claridad… ¿Había alguieque levantaba los brazos? Después, llegó hasta l

calle el ruido de algo que se rompía en pedazos…

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Medio minuto más tarde volvió a abrirse lpuerta; Asesino Anders salió, pero nadie lacompañaba. Demostrando una agilida

orprendente para su edad, saltó al interior devehículo, cerró la puerta y le sugirió aecepcionista que se marcharan, a poder ser, con l

mayor rapidez posible.

Per Persson blasfemó en algunos momentos, eotros giró a la izquierda, luego a la derechavolvió a torcer a la izquierda, pasó una rotonda

otra rotonda más —así es Växjö— y giró legunda a la derecha después de haber pasado un

cuarta o quinta rotonda. Durante un rato continuodo recto hasta salir de la ciudad, luego giró a l

zquierda por un camino forestal, dobló a lzquierda de nuevo y una vez más torció a lzquierda.

Se detuvo en un claro de lo que parecía u

emoto bosque de Småland. A juzgar por lo qu

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había observado por el retrovisor durante erayecto, nadie los había seguido. A pesar de todo

estaba enfadado.

 —¡Mierda! ¿Queréis que votemos del uno adiez lo estúpido que ha sido hacer eso? —¿Cuánto dinero había en los fajos? —

preguntó la pastora. —No lo sé —respondió Asesino Anders—

pero seguro que Jesús escogió por mí la sumcorrecta.

 —¿Jesús? —repitió el recepcionista, aúenfadado—. Si puede transformar el agua en vino

ambién podría hacer que apareciera dinero sinuestra ayuda. Dile de mi parte que…

 —Vale, vale —terció la pastora—, parece quodo ha salido bien. Pero estoy de acuerdo en qu

el exasesino en parte más paleto del mundo podríhaber actuado de otra forma. Cuéntame ahora quha pasado dentro del local.

 —¿En parte? —inquirió Asesino Anders.

 No le gustaba no entender, pero no prest

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demasiada atención a lo que había dicho la pastor  se centró en la novedad que representaba e

hecho de que Jesús hubiera transformado agua e

vino. Se preguntó si en algún momento él llegarían lejos con su propia fe.

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Tras el incidente en el local de la Cruz Rojaecorrieron la margen izquierda del Helgasjön

continuaron su viaje al sur sin acercarse de nueva la ciudad. Tomaron un almuerzo temprano, quconsistió en perritos calientes de gasolinera copuré de patata de sobre. Después reinó lranquilidad hasta que llegaron a las afueras d

Hässleholm, en el norte de Escandia. Una vez allAsesino Anders dijo que tenía que visitar licorería estatal Systembolaget, ya que comenzab

a escasear el vino que lo mantenía unido a JesúHasta ese momento habían fracasado sus intentode convertir en algo potable una botella de agumineral que había encontrado. «A Dios rogando con el mazo dando», ¿no era eso lo que decían?

A la pastora, que iba al volante, no le gustó e

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anuncio del exasesino. Habría preferido alejarsde la debacle de Växjö antes de desafiar un nuevcentro urbano, pero hizo lo que le pedía, pues

había algo peor que un Asesino Anders, era uAsesino Anders sobrio.El recepcionista tampoco protestó, por razone

más o menos similares.Dijeron a Anders que se ocultara en la part

rasera de la autocaravana —donde, no tenían muclaro por qué, se había sentado hacía un rato hablaba con una botella de agua— mientraecorrían el corto trayecto hasta el centr

comercial en el que se encontraba la susodichSystembolaget. El trayecto resultó realmente cortopues la pastora tuvo la suerte de encontrar el mejoaparcamiento: justo delante de la entrada.

 —Vuelvo enseguida —dijo el recepcionista—Y tú no te bajes del coche! Por cierto, ¿qué vin

quieres? —Cualquiera vale, siempre y cuando sea tint

  potente. Ni Jesús ni yo somos tiquismiquis co

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eso. No nos gusta gastarnos más dinero de lcuenta en la eucaristía, es mejor pensar eaquellos que…

 —Vale, vale —lo cortó Per Persson, y se fue.

o hacía muchas semanas, Asesino Anders habíaprendido de la pastora que los caminos del Señoon inescrutables, pero en ese momento comprob

a través de los visillos de una ventanilla laterarasera lo maravillosamente cierto que era eso

¿Quién se encontraba a unos cinco metros de allí

ada menos que una mujer del Ejército dSalvación, estratégicamente situada delante de lconcurrida Systembolaget. Allí andaba con shucha en la mano, consiguiendo unas coronas aqu

 allá.La pastora seguía sentada al volante, pensand

en sus cosas y ajena al peligro inminente. AsesinAnders cogió con sigilo más o menos la mism

cantidad de dinero que la vez anterior, la metió e

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una bolsa de plástico de la gasolinera, entreabria puerta de la autocaravana, despacio para que l

pastora no se diera cuenta, e hizo señas con la

manos hasta que la mujer del Ejército dSalvación lo vio, por suerte sin reconocer ahombre más peligroso del país. Así que dio lopasos necesarios para acercarse al vehículo, acomprender que el hombre del lenguaje de signoe dirigía a ella.

Cuando la tuvo a su lado, Anders susurró ravés de la puerta entreabierta, agradeciéndole servicio al Señor. Y le tendió la bolsa de plástic

epleta de dinero.Le dio la impresión de que la mujer estab

exhausta y muy ajada. Seguro que le vendrían bieunas palabras de consuelo.

 —Descansa en paz —le dijo con amabilidadaunque en voz demasiado alta, antes de cerrar lpuerta.

«¿Descansa en paz?». A la pastora apenas l

dio tiempo a darse la vuelta, sorprenderse de l

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que veía, volver a sorprenderse ante la imagen da anciana del Ejército de Salvación retrocediend

a trompicones tras descubrir lo que le había

egalado, y sorprenderse una vez más cuando lpobrecilla chocó contra el recepcionista, qulegaba con dos bolsas llenas de botellas vin

eucarístico en las manos.Las botellas se salvaron. El recepcionista l

pidió disculpas a la mujer. ¿Qué había pasado¿Se encontraba bien la señora?

Entonces oyó la voz de la pastora desde lventanilla de la autocaravana.

 —Pasa de la vieja y sube inmediatamentEste idiota lo ha vuelto a hacer!

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A quinientos kilómetros exactos al nordeste dHässleholm, un empresario del secto

automovilístico conversaba con su novia. Ambo—como la mayor parte de la nación— habíaeído la historia del peligroso asesino que habí

estafado a los bajos fondos.El vendedor de coches y su novia pertenecía

al grupo de los estafados. Y se adscribían aubgrupo de los menos dispuestos a perdonar. Po

un lado, porque el rencor formaba parte de snaturaleza y, por otro, porque a todo el dinerperdido, ellos tenían que añadir una autocaravanbirlada.

 —¿Qué te parece si lo cortamos en trocitoempezando por abajo y siguiendo hacia arriba? —

propuso él, conocido como «el Conde» en lo

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círculos criminales. —¿Te refieres a desollarlo despacito mientra

está vivo? —preguntó su Condesa.

 —Más o menos. —Me parece bien. Siempre y cuando puedparticipar yo también.

 —Por supuesto, querida —asintió el Conde—Solo tenemos que encontrarlo.

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SEGUNDA PARTE

Un segundo negociodiferente

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Después de lo acaecido con la Cruz Roja y con lvieja del Ejército de Salvación, la pastora giró e

dirección norte. Tras Växjö y Hässleholm, Malmesultaría el destino lógico para quien los siguieraPor esa razón, avanzaban en dirección contraria.

Asesino Anders roncaba tumbado sobre uncolchoneta colocada encima de las maletas en lparte trasera, cuando la pastora entró en un área ddescanso junto a un lago, en algún lugar de loalrededores de Halland y Västergötland. Sdetuvo, apagó el motor y señaló hacia unbarbacoa de ladrillo que había junto al agua.

 —Reunión —dijo lo bastante bajo para ndespertar a Anders.

El recepcionista asintió. Ambos se acercaro

hasta el agua, se sentaron en sendas piedras qu

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había junto a la barbacoa y sintieron que podríahaber pasado allí un buen rato, de no encontrarsen aquel desastre de situación.

 —Declaro abierta la reunión —dijo la pastoren voz baja. —Y yo la declaro válida con el quórum actua

—susurró el recepcionista—. Lamento que nodos hayan oído la convocatoria. ¿Qué tenemos e

el orden del día? —Un solo punto: cómo deshacernos de es

animal durmiente conservando al mismo tiempo epellejo. Y, a ser posible, conseguir que nuestr

dinero siga siendo eso, nuestro. No el dinero dAsesino Anders. Ni el de las misiones estatale

i el de Save the Children. Ni el de quien o lo quea que en adelante se cruce en nuestro camino.

La primera propuesta que recibió apoyuficiente fue recurrir a los servicios de un sicari

para eliminar al suyo propio. El problema era quen los círculos donde se podía encontrar a alguie

así había demasiadas personas que recientement

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habían sido engañadas por ellos en nombre dAsesino Anders.

 No; hacer que un asesino asesinara a

exasesino era demasiado peligroso. Ademáozaba la inmoralidad. A la pastora se le ocurriuna solución más sencilla: ¿qué pasaría si sargaran en cuanto Asesino Anders abandonara e

vehículo para aligerarse de vientre tras un árbol? —Bueno —dijo el recepcionista—, lo qu

ocurriría entonces sería que… nos habríamodeshecho de él.

 —Y que nos quedaríamos con todo el diner

—añadió la pastora.¡No era tan complicado! Ya podían haberl

pensado antes, junto a la tienda de la Cruz Roja dVäxjö. «¡Ahora vuelvo!», había dicho el interfect

antes de apearse de la autocaravana. La pastora el recepcionista habían tenido medio minuto largpara recapacitar, sacar las conclusiones oportuna largarse de allí.

«¡Medio minuto largo!», comprendieron die

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horas después.

La reunión finalizó. La decisión unánimementacordada fue no precipitarse: mantenersranquilos durante tres días, recabar todo l

publicado en la prensa sobre los acontecimientode Växjö y Hässleholm, recoger datos sobre cómAsesino Anders había conseguido asustar a todo epaís, comprobar si las identidades de ellos doeguían en el anonimato y si los estaba

persiguiendo.

Y a continuación, actuar de acuerdo con lnformación obtenida. Y no desviarse del clar

objetivo de separarse, tanto ellos como lamaletas, de aquel animal que seguía roncando en l

parte trasera del vehículo.El área de descanso era un buen sitio par

permanecer aparcados sin ser vistos desde lcarretera. Podían comprar provisiones en un

gasolinera que había a dos kilómetros de distancia

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El recepcionista se ofreció a ir y volver a pimientras la pastora vigilaba a Asesino Anders, coa misión principal de impedirle salir disparad

hacia el bosque para darle un millón o dos aprimer excursionista que se encontrara por loenderos circundantes.

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En principio, las dos donaciones de dinero eVäxjö y Hässleholm fueron consideradas acto

delictivos. Y la policía las catalogó como dmáxima prioridad, ya que fueron llevadas a cabpor quien se decía que era el hombre mápeligroso de Suecia.

Se confiscaron cuatrocientas setenta mcoronas a la Cruz Roja de Växjö y quinientaesenta mil coronas al Ejército de Salvación d

Hässleholm. Los departamentos de policía de esados ciudades del sur de Suecia cooperaban entrí.

El local de Växjö era una tienda en la qugente donaba cosas, otros las compraban y eexcedente se enviaba a alguno de los rincones má

miserables de la tierra. El día de autos, cuando s

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abrió la puerta y, con una mirada amenazante, econocido en todo el país como Asesino Anderentró, en el local había dos empleadas y el mism

número de clientes. Que su mirada fueramenazante lo pensó por lo menos uno de los doclientes, una mujer, que chilló y corrió a refugiarsras una estantería llena de objetos de porcelana

Las dos empleadas levantaron los brazondicando que deseaban conservar la vida

mientras que el otro cliente, el teniente jubiladHenriksson del Regimiento Kronoberg, octavcompañía, se armaba con un cepillo de cuarenta

nueve coronas.Asesino Anders comenzó diciendo «La paz de

Señor sea en esta tienda», pese a que su aparicióocasionó el efecto contrario. A continuación, dej

un grueso fajo de billetes delante de las empleadaque seguían con los brazos en alto y dijo qudeseaba que utilizaran los brazos, y sobre todo sucuatro manos, para aceptar y guardar aquel diner

como una donación hecha en nombre de Jesú

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Para finalizar, deseó a todos un buen día y se fuan rápido como había llegado. Es posible que ea puerta, al salir, dijera «hosanna», pero la

empleadas no se pusieron de acuerdo en eso; unde ellas estaba segura de que se había tratado mábien de un estornudo.

A continuación, se metió en una furgonetblanca o de algún color semejante, pero eso sole pareció verlo a una empleada. El resto de lo

presentes tenía la mirada puesta en la mujer que sencontraba bajo un montón de porcelana rotaHabía salido arrastrándose de debajo de l

estantería mientras rogaba «No me mate, no mmate…» al hombre que a esas alturas ya no estaben el local.

Los acontecimientos de Växjö se sucediero

con tal rapidez que nadie pudo confirmar lpresencia de una autocaravana. Sin embargo, lacuatro personas presentes en la tiendeconocieron a Asesino Anders. El tenient

Henriksson aseguraba a quien quisiera oírlo que é

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habría atacado al agresor de haber sido necesario que lo más seguro era que este se hubiera dad

cuenta de ello, y que por esa razón se habí

argado y había dejado todo el dinero allí.La otra clienta, la superviviente de lestantería de porcelana, no pudo ser interrogadpor la policía ni por la prensa. En su opiniónhabía sobrevivido a una tentativa de asesinato poparte del asesino en serie más famoso de Suecia, ahora se encontraba en el hospital, todavíemblando. «¡Atrapad al monstruo!», logró decirl

al reportero del Smålandsposten  que consigui

colarse en su habitación, antes de que la enfermerefe lo echara de buenas maneras.

A las empleadas de los brazos levantados, trauna conversación inicial con la policía, la

nformaron de que no podían hacer declaraciones os medios ni a nadie más. La orden procedía de l

oficina central de la Cruz Roja de Estocolmo. Loque quisieran saber qué habían experimentado la

dos trabajadoras, debían ponerse en contacto co

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a responsable de prensa, que en esos momentos sencontraba a cuatrocientos setenta kilómetros ddistancia. A su vez, la responsable de prensa, qu

estaba instruida para no decir nada que pudierperjudicar la marca Cruz Roja —y eso era lo quprecisamente haría cualquier conexión con ehombre llamado Asesino Anders—, prefirió ndeclarar nada. Ese «nada» podía sonar más menos así:

Pregunta: «¿Qué le han contado las empleadaobre su encuentro con Asesino Anders? ¿La

amenazó? ¿Pasaron miedo?».

Respuesta: «En situaciones como esta, siemprnos centramos en las miles de personas de todo emundo que necesitan y reciben ayuda humanitaride la Cruz Roja».

En el caso de la anciana del Ejército de Salvaciónas declaraciones de los testigos fueron varias

más detalladas. El cruce de caminos d

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Hässleholm siempre ha sido conocido por lo fácque resulta salir de allí. Por esa razón lociudadanos, los políticos y los periodistas s

nvolucraron algo más de la cuenta en loasombrosos acontecimientos sucedidos delante decentro comercial.

Los testigos que se encontraban en la acerunto a la Systembolaget se mostraron dispuestos er entrevistados por los medios e interrogado

por la policía. Una bloguera publicó una entradapuntando que quizá ella había evitado unmasacre al doblar la esquina y conseguir asustar

os malhechores en el último momento. Cuando funterrogada por la policía, resultó que lo único qu

podía afirmar con seguridad era que AsesinAnders y sus secuaces se habían marchado en u

Volvo rojo.El mejor testigo resultó ser un fanático de la

autocaravanas que se encontraba junto a la mujedel Ejército de Salvación. Podía apostar la vida

que iba una mujer al volante y que la autocaravan

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era una Elnagh Duke 310 de 2008. De la mujer avolante lo único que pudo decir fue que esmodelo incluía airbag en el asiento del conducto

A pesar de lo mucho que insistieron el hambrienteportero del periódico local y el agente dpolicía algo cansado que lo interrogó, solacaron en claro que la conductora era «comuelen ser las mujeres» y que las llantas, po

alguna razón, no eran las originales.El alcalde tomó la iniciativa de abrir un centr

de crisis en el ayuntamiento, en el que daba lbienvenida a todos aquellos que se sintiera

perjudicados, directa o indirectamente, por loestragos causados por Asesino Anders en emunicipio. El alcalde pidió la colaboración de domédicos, una enfermera y un psicólogo de s

círculo de conocidos. Al no presentarse ningúciudadano al centro recién inaugurado, intuyó udescalabro político, cogió su coche y fue en buscde la anciana del Ejército de Salvación. L

oldado se encontraba en su casa preparando pur

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de nabos y no deseaba ir a ninguna parte, perfinalmente accedió porque quiso ser consideradaaunque si realmente hubiera considerado l

ituación, no hubiera accedido a salir de sus casa.Así pues, los medios pudieron hablar decentro de crisis instalado a iniciativa del alcaldede la conmocionada soldado del Ejército dSalvación, que recibía ayuda para recuperar unvida tan normal como fuera posible, y del alcaldeque se acogía a la confidencialidad respecto a lodatos sobre el número de ciudadanos afectadoque habían requerido atención y apoyo.

La verdad —el hecho de que la soldado nestuviera conmocionada pero sí hambrienta—nunca llegó a conocimiento del público.

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El tercer día las cosas empezaron a cambiaPrimero la policía notificó que se daba po

concluida la investigación criminal sobre JohaAndersson. Si bien era cierto que el donante dcasi un millón de coronas era un conocidcriminal, resultaba que ya había pagado por sucrímenes y no tenía deudas pendientes coHacienda. Además, nadie reclamó el dinero y lobilletes no se pudieron relacionar con delitocometidos con anterioridad. La Cruz Roja y eEjército de Salvación recuperaron lacuatrocientas setenta mil coronas y las quinientaesenta mil coronas recibidas respectivament

como donativo. No es ilegal que un asesino dondinero a diestro y siniestro.

Si bien algunos testigos declararon que Joha

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Andersson se había comportado de maneramenazadora, o por lo menos que tenía una miradamenazadora, en contra de esas afirmacione

estaba la obstinada convicción de la anciana deEjército de Salvación, que afirmó que AsesinAnders tenía unos ojos bonitos y que su pechdebía de albergar un corazón de oro. Y de ningunmanera consideraba una amenaza su despedid«Descansa en paz».

El responsable de la investigación murmurpara sí que eso era lo mejor que la mujer podíhacer, y cerró el caso.

 —Descansa tú también en paz —le dijo aexpediente, antes de colocarlo en la estantería dos casos cerrados en el sótano de la comisaría.

Durante esos mismos tres días, alguien habícreado un grupo de apoyo en Facebook con enombre de Asesino Anders. Un día después tení

doce miembros. Dos días después, sesenta y nuev

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mil. Y antes de la hora del almuerzo del tercer díuperaba el millón.

La gente debió de enterarse de lo que estab

pasando al mismo tiempo que los tabloidexpressen y Aftonbladet . A saber:Un asesino había encontrado a Cristo y, com

consecuencia de ello, había estafado a los bajofondos para repartir el dinero entre lonecesitados. Como Robin Hood pero mejor, esopinaba todo un país (menos un conde, uncondesa y algunas personas más de los bajofondos de Estocolmo y alrededores). ¡Un milagr

de Dios! Eso pensaron tantas personas religiosade diferentes creencias que se creó una páginparalela en Facebook de carácter bíblico.

 —Creo que ese hombre, cuyo apodo es ta

horrible, muestra coraje, fuerza y generosidadEspero que en sus futuras acciones se acuerdambién de los niños desprotegidos —se le ocurri

decir a su majestad la reina durante l

etransmisión televisiva de una gala.

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—No me lo puedo creer —dijo el recepcionistcuando la pastora le contó que, de forma indirecta

a reina le había pedido a Asesino Anders quenviara medio millón de coronas a Save thChildren o a su World Childhood Foundation.

 —Vaya, vaya… —le dijo Asesino Anders

ohanna Kjellander—. Hasta la realeza habla dmí. Los caminos del Señor son ines… ¿cómo era?

 —… crutables. Subid, que nos vamos. —¿Adónde? —dijo el recepcionista.

 —No lo sé —respondió la pastora.«Quizá seamos bienvenidos en palacio —pensó Asesino Anders—. Seguro que tienemuchas habitaciones vacías».

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La pastora entró en una nueva y bastante desiertárea de servicio a las afueras de Borås par

discutir el inminente y necesario cambio dvehículo. Sin embargo, allí se les presentó la graoportunidad para, de una vez por todas, deshacersde la parte indeseable del equipaje.

Apenas hubo detenido la autocaravanaAsesino Anders abrió la puerta y se apeó.

 —Aaah —dijo, estirando los brazos—. ¡Quganas de darme un paseo por la naturaleza dDios!

Sí, eso deseaba hacer. Jesús dio su aprobacióal instante, pero también le informó de que hacífresco y que lo mejor sería que cogiera una botellde algo reconfortante. Por ejemplo, una botella d

pinot noir.

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 —Estaré fuera una media hora, dependiendde si encuentro setas calabaza, Boletus edulis, poel camino. Os aviso por si queréis tener un rato de

ñaca-ñaca —dijo, guardándose la botella en ebolsillo trasero del pantalón y alejándose de allí.

Cuando estuvo fuera de su vista y ya no podíoírlos, la pastora le preguntó al recepcionista:

 —¿Quién le ha enseñado el nombre de la setcalabaza en latín?

 —Yo no, acabo de enterarme. Pero ¿quién n

e ha enseñado que en abril no se encuentran?Johanna Kjellander guardó silencio. A

continuación dijo: —No lo sé. Ya no sé nada.

La idea era que, a la primera oportunidad, ellos el dinero se separarían permanentemente de l

persona que en ese momento caminaba por ah

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buscando setas que se encontraba, por lo menos, cinco meses de distancia.

Pero ahora una especie de desalient

embargaba el diálogo entre la pastora y eecepcionista. O de resignación. Eso, mezcladcon un suave aroma a…

¿A qué?¿Posibilidades?¿Debían largarse ya mismo, cuando todo habí

cambiado tanto en tan poco tiempo? En apenas upar de días, Asesino Anders había pasado de seel hombre más rechazado al más deseado d

Suecia.Eso requería un nuevo análisis de la situación

De repente viajaban con alguien que tenía unnotoriedad semejante a la de Elvis Presley.

 —Pero Elvis está muerto —observó eecepcionista.

 —Pues todo resultaría más sencillo si AsesinAnders le estuviera haciendo compañía. A se

posible junto con gran parte de la humanidad, per

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ahora las cosas son como son.El peligro de seguir al lado de Asesino Ander

era evidente. Pero lo mismo sucedía con la

oportunidades. Si a alguien le gustaba mucho edinero, no abandonaba al nuevo Elvis en la cunetmás cercana.

 —Esperemos al que vaga por el bosque uego dirijámonos a Borås para comprar un

autocaravana más grande y distinta de esta —propuso el recepcionista.

La pastora estuvo de acuerdo. La logística era especialidad de Per Persson, no la suya, per

entonces cambió de opinión. —O empecemos por hacer lo que ha sugerido —¿Quién? —El buscador de setas.

 —¿Te refieres al ñaca-ñaca?Sí, a eso se refería.

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Entraron del brazo en la principal, probablemente única, tienda de autocaravanas d

Borås. Delante del vendedor se llamaro«querida» y «cariño» y causaron una gratmpresión. Eso mientras, a dos manzanas d

distancia, Asesino Anders permanecía escondiden el vehículo que ya había cumplido su funciónSin setas, pero con una biblia y una botella deucaristía como compañía.

Tanto la pastora como el recepcionista squedaron prendados de una Hobby 770 Sphinx. Yno solo por la chambre séparée.

El precio, seiscientas sesenta mil coronas, nera problema. O mejor dicho, sí lo era.

 —¿Al contado? —preguntó el vendedor,

pareció receloso.

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Era en esa clase de situaciones cuando lpastora daba lo mejor de sí.

Comenzó por aflojarse la bufanda que hast

entonces le había ocultado el alzacuellos, y luegpreguntó qué tenía de malo pagar al contadoApenas un día antes, la policía había devuelto lque ese tal Asesino Anders —«¡Dios lbendiga!»— había donado a la Cruz Roja y aEjército de Salvación.

Por supuesto, el vendedor estaba al corrientde la noticia más importante del país y, travacilar, admitió que la pastora tenía razón. Per

¿seiscientas sesenta mil coronas a toca teja?Si la cantidad le resultaba excesivamente alta

eguro que podrían acordar una menor. En escaso, la diferencia iría a parar a la activida

nternacional de la Iglesia de Suecia. —Que, por lo demás, nunca ha tenid

problemas con el pago en metálico. Pero si ndesea vendernos un vehículo para la lucha contr

el hambre, buscaremos otro sitio donde comprarlo

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La pastora hizo un gesto de despedida con lcabeza, cogió a su recepcionista del brazo y dimedia vuelta.

Diez minutos después habían terminado coodo el papeleo. La pastora y el recepcionistocuparon sus sitios en la nueva autocaravana alieron de allí. Entonces, él por fin pud

preguntar: —¿La lucha contra el hambre? —He tenido que improvisar. Por cierto

empiezo a tener hambre. ¿Qué te parece uMcAuto?

* * *

Todos —¡y eran muchos!— los que deseabaconocer a Asesino Anders, el nuevo ídolnacional, prestaban atención cada vez que pasabuna autocaravana. Los oteadores más expertos s

hacían preguntas como: ¿Era una Elnagh Duke 31

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de 2008 la que acababan de ver? Y, en ese caso¿qué llantas llevaba? ¿Eran las originales o no?

El trío de fugados pensaba deshacerse de eso

oteadores abandonando el vehículo birlado aConde, y ese era el siguiente punto de su agenda.Pero para los alegres aficionados, un

autocaravana era una autocaravana. A pesar decambio de vehículo, la pastora, el recepcionista el héroe del pueblo estarían siempre expuestos as miradas de la ciudadanía. ¿Se distinguía

Asesino Anders en el asiento delantero? ¿Era unmujer —que según un testigo se parecía al resto d

as mujeres— la que conducía?La solución no podía ser solo deshacerse de l

autocaravana del Conde, sino también hacerlo duna forma solemne. Y, para no levantar sospecha

a una distancia prudencial de Borås.

* * *

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Después de pasar por la hamburguesería, y de unvisita sin problemas a la Systembolaget local otra a una gasolinera donde el personal y lo

vehículos pudieron repostar, el viaje continuó edirección norte. El plan del día siguiente estabaprobado y decidido.

Desde el saludo de la reina, Asesino Anderhabía estado dando la lata sobre donar medimillón de coronas más en nombre de Jesús. ¡Estvez para los niños! Al final, la pastora y eecepcionista dieron su brazo a torcer. No por lo

niños, sino para desviar el foco de atenció

cuando se deshicieran del vehículo del Conde. Yeso sería a la entrada de la oficina central de Savhe Children, en Sundbyberg, al norte d

Estocolmo.

Después de repasarlo varias veces, Anderdijo que comprendía el plan. Tres repasos máarde, la pastora y el recepcionista empezaron

creérselo. Quedaba hacer el viaje hasta allí.

Per Persson conducía el vehículo viejo,

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ohanna Kjellander el nuevo con Asesino Anderescondido detrás de las cortinillas, en compañíde su biblia.

A mitad de camino hicieron un alto para pasaa noche. Asesino Anders durmió el sueño de loustos en uno de los vehículos. La pastora y eecepcionista pronto lo imitaron en el otro, aunqu

primero… bueno, tenían que ponerse al día ecuestión de mimos y carantoñas cuando se lepresentaba la oportunidad, ¿no?

Había que reconocer que Asesino Anders sesforzaba, pues pasaba horas hojeando la biblia ecopilando citas, en particular sobre ejemplos d

generosidad. Se sentía tan bien cuando hacía un

donación… Y ahora sentía lo mismo con lgratitud que recibía a través de los periódicos as redes sociales.

La noche dio paso al día, era hora de poners

en marcha hacia Sundbyberg. La pastora regresó

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a autocaravana donde estaba Asesino Anders constató que este ya se había levantado y tenía lnariz pegada al Segundo Libro de Moisés (Éxodo

 —Buenos días, mini Jesús. No te habráolvidado del plan, ¿verdad? —Hace solo unas semanas, te habrías llevad

un par de sopapos por decir eso. No, no lo holvidado. Pero me gustaría escribir una carta Save the Children.

 —Pues hazlo, apenas nos quedan un par dhoras para llegar. Lo que estás leyendo tiene milede años de antigüedad y no cambiará.

La pastora se dio cuenta de que se habírritado sin razón. Provocar al recién redimido nervía de nada. Era solo que… las cosas nendrían que haber salido así… Aquella bestia n

debería formar parte de su vida ni de la deecepcionista. Ellos dos solos no tendrían en e

cogote las miradas de toda Suecia y parte deextranjero.

Pero por el momento las cosas iban como iban

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Y era bueno saber amoldarse a las situacionenuevas. Había una fuerza especial en la noticia deasesino convertido en superestrella y la person

más admirada de Escandinavia. Una fuerza qupodía conducir a algo bueno, es decir, dinero, efavor de la pequeña guerra de la pastora y eecepcionista contra la humanidad. O, mejor dicho

de la lucha por la supervivencia.Pero en toda guerra —hasta la que se librab

contra la existencia como tal— se necesitaoldados. Y los soldados rinden mejor si está

contentos.

 —Perdona —le dijo a Asesino Anders, que yestaba escribiendo la carta.

 —¿Perdón por qué? —preguntó sin levantar lvista.

 —Por ser tan quisquillosa. —¿Lo eres? Ya he acabado la carta. ¿Quiere

que te la lea?

 Hola, Save the Children. En nombre de

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 Jesús quiero donar quinientas mil coronas para que no sea necesario volver a salvaros.¡Aleluya! Libro Segundo de Moisés 21, 2.

Saludos de Asesino Anders,

 P. D.: Ahora voy a coger mi Volvo rojo yme marcharé.

La pastora le arrebató la biblia, busc

Éxodo 21, 2 y se preguntó qué quería decir con«Si adquieres un esclavo hebreo, te servirá poeis años, al séptimo quedará libre sin paga

nada».

Asesino Anders dijo que le había gustado lo dquedar libre gratis. ¿No le parecía a la pastora quhabía algo generoso en ello?

 —¿Tras seis años de esclavitud?

 —Sí. —No.

La carta era más que estúpida, pero Johann

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Kjellander no tenía ganas de pelearse. Y lo deVolvo, aclaró Asesino Anders, era para que lgente dejara de buscarlo en una autocaravana.

La pastora dijo que lo entendía.

* * *

Y llegaron a su destino. La pastora aparcó emedio de la acera, justo delante de la entrada dSave the Children, en Landsvägen 39, SundbybergEn el asiento delantero había un paquetetiquetado de la siguiente manera: «Para Save thChildren». Contenía la carta del donante cuatrocientas ochenta mil coronas (pues antehabía contado mal).

La pastora y el recepcionista fueron esperarlo a la vuelta de la esquina, en lautocaravana nueva, que bajo ningún conceptpodía ser relacionada con Anders. Este entró po

a puerta, se metió en el ascensor y, una vez en l

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planta a la que iba, una mujer que no lo reconocia la primera le dio una amable bienvenida.

 —La paz de Dios sea contigo —dijo él—. M

lamo Asesino Anders, aunque ya no mato a nadi no se me ocurre hacer ninguna tontería, al menono aposta. En cambio, dono dinero en nombre desús para las buenas causas. Me parece que Savhe Children es una buena causa. Deseo dona

medio millón… Bueno, donaré más, pero ahorolo será medio millón, que no es moco de pavo

Disculpe el lenguaje, pero uno aprende tantapalabras malsonantes cuando está entre rejas…

¿Por dónde iba? Sí, el dinero está en un paquetdentro de mi autocaravana, que está aparcada aqufuera… Bueno, no es mi autocaravana, epropietario se llama Conde, no, no se llama as

pero lo llaman así. Luego se la pueden devolvepero primero cojan el dinero. Bueno, eso es todoahora le deseo un bendito día en nombre desús… ¡Hosanna!

Con el «¡Hosanna!» final, sonrió devotamente

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dio media vuelta y volvió al ascensor, todo ellmientras la mujer de recepción seguía sin habla.

Una vez en la calle, el exasesino dobló l

esquina, y había desaparecido por completcuando una hora y media más tarde el perro de loartificieros de la policía indicó que el paquete quhabía en el interior de la autocaravana blancaparcada delante de Save the Children ernofensivo y se podía abrir.

Mientras el chucho se ocupaba de lo suyo, lpolicía había tratado con tacto a la aturdidecepcionista, para conseguir que les contara qu

había dicho Asesino Anders aparte d«¡Hosanna!».

* * *

«¡Asesino Anders ataca de nuevo!», rezaba uno dos muchos titulares, sin que por esa razón nadi

malinterpretara el contexto. Todos estaban a

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corriente, todos sabían que había un asesino suelt  que ese asesino repartía dinero entre lo

necesitados en lugar de matarlos.

Un nuevo éxito de marketing con solo unpequeña mancha estética, pues Save the Childreno recibió las quinientas mil coronas prometidaino solo cuatrocientas ochenta mil. Bueno, dodas maneras quedaron contentos.

El delicado trato que la policía dispensó a lecepcionista dio buenos resultados. Después d

unas horas, esta consiguió relatar casi todo lo quAsesino Anders le había dicho. Eso incluía l

parte relativa a la autocaravana, que pertenecía un conde que no era conde. Esa informacióambién acabó en los periódicos y condujo no sol

a la devolución del vehículo —pertenecí

formalmente a una de las tiendas de automoción da Condesa—, sino también a que un avezad

funcionario de Hacienda pudiera reabrir un caspendiente: dar con el Conde y comunicarle un

deuda fiscal que a esas alturas ascendía a u

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millón seiscientas cuatro mil coronas.

—Hablamos de desollarlo despacito de abajarriba, ¿verdad? —recordó el Conde. —Sí —dijo la Condesa—. Muy lentamente.

* * *

Dadas las circunstancias, la pastora disfrutó de loacontecimientos. Mientras ella, el recepcionista el nuevo Elvis proseguían su viaje en un vehículnuevo, todos los seguidores del héroe buscaban uVolvo rojo. Además, una bloguera de Hässlehole volvió loca por completo y se puso a grita

frente a la comisaría «¡Un Volvo rojo! ¡Yo dije quera un Volvo rojo!», hasta que la ahuyentaron coa ayuda de un perro fiero.

A partir de entonces, como había dicho l

pastora, podían seguir por dos caminos. Uno y

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había sido debatido: conseguir apartar aexasesino de ellos y las maletas, y esfumarse. Esería la alternativa más tranquila. El otro tení

como objetivo recoger los frutos de la enormpopularidad de Asesino. Y, en este caso, JohannKjellander había pensado cómo actuar.

 —¿Fundar una Iglesia? ¿En nombre de AsesinAnders? —preguntó el recepcionista—. ¿Lglesia de Asesino Anders?

 —Sí. Igual borramos lo de «asesino»… Podrídar lugar a interpretaciones erróneas.

 —¿Por qué fundar una Iglesia? Creía que t

vida y la mía se basaban en aborrecer al máximodo lo que sea posible aborrecer, incluidos Diou Hijo y todo eso.

La pastora murmuró que es difícil odiar lo qu

no existe, pero que, aparte de eso, el recepcionistenía toda la razón.

 —Pero esto es una actividad empresarial —explicó—. Quizá hayas oído hablar de la palabr

«colecta», ¿no? Elvis ha vuelto. Y le encanta dona

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dinero. ¿Quién no querría actuar como Elvis? —¿Yo? —¿Quién más?

 —¿Tú? —¿Quién más? —No muchos más —reconoció e

ecepcionista.

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Fundar una Iglesia no consiste solo en comprar uocal y abrir las puertas. Al menos no en Suecia

En un país que lleva más de doscientos años siguerras, han tenido tiempo de sobra para regular lmayor parte de las actividades de naturalezpacífica.

Por poner un ejemplo, existen normas muclaras para aquellos que hayan experimentado unaparición celestial y deseen trasmitírselo a otroo hagan de una forma organizada.

La pastora sabía que las solicitudes parfundar una congregación religiosa se tramitabaante la Cámara Estatal de Servicios FinancieroLegales y Administrativos. Ya que ella misma, eecepcionista y el futuro líder religioso no tenía

otra dirección que la autocaravana, decidiero

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visitar la susodicha oficina, sita en Birgearlsgatan, en el centro de Estocolmo.

La pastora saludó con la cabeza y dijo qu

había visto la luz, por lo que deseaba fundar unnueva comunidad religiosa.A lo largo de sus dieciocho años de oficio e

el mismo puesto, el funcionario de la Cámara, uhombre de avanzada edad, había tramitado muchaolicitudes de gente que decía haber visto la luz

pero nunca antes había recibido la visita de uolicitante en persona.

 —Bien —dijo—. Solo tiene que rellenar lo

mpresos correctamente. ¿A qué dirección hay quenviar la documentación?

 —¿Enviar? —repitió Johanna Kjellander—«Heme aquí entre vosotros», dice el Señor en e

Levítico.Daba la casualidad de que el funcionario er

organista de la Iglesia de Suecia y tenía buenmemoria. Por eso estuvo a punto de responder qu

el libro del Pentateuco advierte que quien no sig

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os preceptos del Señor sufrirá miedo, enfermeda muchas cosas más. Ceguera, si no recordaba ma

Sin embargo, el Señor no había ordenado qu

hubiera que enviar por correo los impresocorrespondientes, y ahora que por primera veenía delante un destinatario en cuerpo y alma, bie

podría entregarle los papeles en persona. Mientrael funcionario recapacitaba, la pastora —siempran presta— cambió de táctica.

 —Por cierto, he olvidado presentarme —dij—. Me llamo Johanna Kjellander y antes dirigíuna parroquia. En mi ministerio se suponía qu

debía ejercer en la comunidad de puente entre lerrenal y lo celestial, aunque siempre fu

consciente de mi incompetencia. En cambio, ahorhe encontrado el puente en cuestión. ¡De verdad!

El funcionario no se dejó impresionar. Aunque estaba estrenando con una solicitud en directo

durante sus años de trabajo se había enfrentado ituaciones de lo más variopintas, como cuando u

grupo quiso registrar la creencia de que la fuent

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de la bondad se encontraba en un molino de viental noroeste de Värmland. Los dos últimomiembros de la congregación murieron congelado

allí arriba durante el invierno, sin que lacualidades del molino les sirvieran de ayuda.Lo bueno de los congelados —antes de qu

muriesen de frío, claro— era que tenían unaeglas, una junta directiva y un claro objetivo eas reuniones dominicales de oración y meditació

que organizaban los domingos a las quince cercero en el exterior del molino. Por tanto, no hubningún motivo para rechazar la petición de es

comunidad. Meditar cada domingo a entre 12 y 1C bajo cero y un metro y medio de nieve era un

acción suficientemente religiosa.El funcionario decidió que el reglamento l

permitía no solo entregar al solicitante loformularios que ya había cogido, sino, aparte deso, mostrarse algo más servicial.

Así que le indicó a la expastora todo lo qu

debía rellenar, formuló todas las pregunta

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pertinentes y se encargó de obtener las respuestacorrectas. Por lo que respectaba al nombre de lcongregación, el funcionario le informó de lo

equisitos. Debía diferenciar la actividad de lcongregación de las demás y no podía ir contra labuenas costumbres ni el orden público.

 —Teniendo todo esto en cuenta, ¿cómo pienslamar a su congregación?

 —Iglesia de Anders. En aras de nuestro lídeespiritual.

 —Bien. Aparte de su nombre, Anders, ¿cuál eu apellido? —preguntó el funcionario, distraído.

 —No se llama Anders, sino Johan. JohaAndersson.

El hombre levantó la mirada de suformularios. Leía todos los días los periódico

vespertinos cuando regresaba a casa del trabajo, eso hizo que preguntara de forma espontáneaunque poco profesional):

 —¿Asesino Anders?

 —Así lo han llamado en algunos contextos. E

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hijo amado tiene muchos nombres.El funcionario carraspeó, se disculpó po

haber sido tan indiscreto, asintió y dijo que esa er

una observación muy cierta, la del hijo amado al… A continuación, le informó de que fundar lglesia de Anders tenía un coste de quinienta

coronas y que prefería que el ingreso se realizarpor transferencia bancaria.

La pastora puso un billete de quinientos en unmano del funcionario, de la otra cogió los papeleecién sellados, agradeció los servicios prestado se dirigió al coche que la estaba esperando.

 —¡Pastor Anders! —dijo al entrar—ecesitas ropa nueva.

 —Y una iglesia —observó el recepcionista. —Pero primero un poco de eucaristía, ¿no? —

dijo el flamante pastor.

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Había muchas cosas que organizar y había quhacerlo en el menor tiempo posible.

A la pastora le tocó en suerte elaborar umensaje espiritual potente y eficaz y preparar apastor Anders. Le pareció una labor complicada así se lo comunicó al recepcionista. Al principioeste no le vio la dificultad; al fin y al cabo, pocmportaba lo que dijera un superfamoso, ¿no? Sol

necesitaban que sonara un poco religioso, y así ecomo sonaba el exasesino cada vez que abría epico. Si Elvis quiere donar dinero, todos querráactuar como Elvis, ¿no era esa la ecuación?

Sí, era cierto que la idea consistía en que lapalabras de Asesino Anders llenaran de nuevo lamaletas amarilla y roja, y a ser posible dos má

in importar su color. Y para eso era necesario n

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olo un estúpido sermón semanal, sino también undea religiosa recurrente que diera el pego. Poanto, tenía que ser algo más elaborada que u

pastor repitiendo «hosanna» desde el púlpito agachándose para tomar un trago de vino. Ademáel proyecto no debía depender únicamente de unpersona.

 —¿Qué quieres decir? ¿Ya anticipas unglesia de Anders sin Anders?

 —Más o menos. —¿Por obra y gracia del Conde y la Condesa? —Ajá. Y también una veintena de gánsteres d

distinto pelaje. No sabemos si pasarán treminutos o tres meses antes de que alguno de elloe lo cargue. Pero cuando eso ocurra, nuestr

héroe dejará de predicar.

 —¿Y entonces…? —Entonces la Iglesia deberá segu

funcionando, para recordar con amor a sfundador. Cuando el pastor Anders ya no esté entr

nosotros, tendrá que sustituirlo una voz alternativ

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bien preparada. Alguien que, junto a todo eebaño, se aflija y eche de menos al pastorágicamente desaparecido. Y continúe recaudand

dinero en su memoria. —O sea, tú misma, ¿verdad? —aventuró eecepcionista, empezando a comprender.

Lo más problemático para la pastora era la clasde mensaje espiritual que se vería obligada heredar el día que el pastor Anders dejara la viderrenal para continuar su viaje hacia arriba

hacia abajo. Para Johanna Kjellander era muy durpensar que en algún momento debería regresar apúlpito y, de un modo extraño, retomar la tradiciópastoral de los Kjellander. Cualquier cosa er

preferible a esa.El recepcionista sabía que no debí

nmiscuirse en detalles tales como «el aspecteligioso» que debería tener la Iglesia qu

acababan de fundar. También comprendía e

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dilema de la pastora, pero se sintió obligado ecordarle, por una parte, que al parecer Crist

caminaba junto a Asesino Anders y, por otra, qu

quizá no conseguirían colocar a cualquiera a sado.Johanna Kjellander también habí

comprendido que Cristo, a pesar del contextgeneral, tenía que estar presente en el mensajespiritual. Lo mismo valía para la eucaristía, edecir, la tasa de alcohol que fluía por las venas deíder religioso.

El recepcionista le dio un abrazo de consuelo

e dijo que seguro que ella encontraría eequilibrio adecuado. ¿Quizá con Jesús pero sin loevangelios?

 —Mmmm… —musitó Johanna Kjellande

pensativa—. «Quien pide recibe, quien buschalla», Mateo siete, ocho.

Lo primero que aparecía en la lista de asunto

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pendientes del recepcionista era la seguridapersonal. La inquietud de la pastora hizo que lepasara una vez más. La verdad era que iba

camino de exponer no solo la vida de AsesinAnders, sino también la suya propia ante aquellocuyo máximo deseo era verlos muertos.

Cargarse al pastor de la Iglesia de Andermientras predicaba la paz, la armonía y el amopodría resultar bastante sencillo. Eso ya lo habímencionado la pastora, y sería un problema desdel punto de vista financiero. Pero según lo habíaplanificado, ellos dos tendrían que salir también

a luz sin ninguna garantía de supervivencia. Si lomataban a los tres, no sería exagerado afirmar qua idea comercial habría dejado de ser rentable. Y

para evitar que los acontecimientos siguieran es

umbo no bastaría con enviar una postal d«disculpas» al Conde, la Condesa y el resto destafados.

 —Imagino que estás pensando en u

guardaespaldas —dijo la pastora.

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 —Antes pensaba en un guardaespaldas. Ahorpienso en una guardia de corps.

La pastora lo elogió por ello y le deseó suert

en la misión de proporcionarles una larga preferentemente feliz existencia. Por cierto, leguridad también podría dispensarse a Asesin

Anders, al menos mientras su presencia tuvierelevancia económica.

 —Bien, pero ahora tendrás que disculparmeDebo inventar una religión con  Jesús y, a seposible, sin Dios —dijo ella, y esbozó una sonrisantes de darle un beso en la mejilla.

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Guardaespaldas, un local adecuado, una cuentbancaria, un contrato de teléfono, una dirección d

correo electrónico… El recepcionista tenía unacuantas cosas en las que pensar. Además, en spapel como director de marketing tendría quutilizar Facebook, Instagram y Twitter.

Hasta el momento, Facebook no era lherramienta favorita del recepcionista. Si bieenía una cuenta propia, solo contaba con un amig esta era su madre, que vivía en Islandia y hacíiempo que había dejado de responder a su

mensajes.Lo que el hijo no sabía era que se habí

mudado y había acabado en una cabaña junto amayor glaciar de Europa, el Vatnajökull. Eso fu

después de que su marido banquero se metiera e

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un buen lío en Reikiavik. A causa de eso, srasladó al fin del mundo junto a su esposa, quodavía le resultaba lo bastante atractiva (salv

por las malas pulgas que gastaba siempre). Emarido afirmaba que esa era la mejor opción hastque se calmaran las cosas en Reikiavik y Londre  un poco en todas partes. Se trataba de un

cuestión relacionada con los plazos dprescripción, pero la situación mejoraría al cabde tres años.

 —¿Tres años? —dijo la madre deecepcionista.

 —Sí, o cinco. Las leyes son algo confusas aespecto.

La madre del recepcionista se preguntó quhabía hecho con su vida. «He acabado en un

cabaña junto a un glaciar, en una isla donde nadientiende lo que digo, si es que consigo encontrar alguien con quien hablar. ¡Dios mío! ¿Por qué mhaces esto?».

 No está claro si fue Dios quien respondió

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pero a la pregunta de la desesperada mujer liguió un ruido fuerte y seco. Un terremoto. Just

debajo del glaciar.

 —Creo que el Bárðarbunga se estdespertando —dijo el marido. —¿Bardar qué? —preguntó su esposa, si

estar segura de querer saberlo. —El volcán. Se encuentra a cuatrociento

metros bajo el hielo. Lleva dormido cien añodebe de sentirse bien descansado…

Como en aquella cabaña no había conexión nternet, el hijo no mantenía contacto con su únic

amiga de Facebook y, por lo tanto, tenía unexperiencia limitada sobre cómo funcionaba es

de compartir y todo lo demás. Pero prontdescubrió que poseía talento para ello:

Iglesia de Anders

Más dicha hay en dar que en recibir 

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Un buen mensaje, si se le permitía opinaobre su propio ingenio. Tendrían qu

acompañarlo con una fotografía de Asesin

Anders a contraluz, con la Biblia y un iPad en lmano. —¿Qué voy a hacer yo con un ordenador? —

protestó el asesino reconvertido en pastor cuande tomó la fotografía.

 —No es un ordenador, es un iPad; sirve parcambiar lo viejo por lo nuevo. Nuestro mensaje epara todos.

 —¿Y cuál es?

 —«Es mejor dar que recibir». —Muy cierto, muy cierto —asintió Asesin

Anders. —Mmm, en fin —dijo el recepcionista.

En cuanto la pastora tuvo listo el mensaje religiosque predicarían, el recepcionista pudo dar lo

últimos retoques al conjunto. Seguía sin gustarle e

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botón de «Me gusta», pues ofrecía a la gente loportunidad de mostrar su conformidad con algin tomarse la molestia de enviar un billete de cie

coronas. O por lo menos de veinte.El local era otra fuente de preocupación. Eecepcionista buscó hangares, establos, almacene cualquier sitio posible, antes de darse cuenta d

que seguía un camino equivocado.Lo único que tenían que hacer era comprar un

glesia.

En Suecia, hubo un tiempo en el cual la Iglesiestatal evangélico-luterana era todopoderosaEstaba prohibido creer en otra corriente, estabprohibido no creer en nada y estaba prohibid

pensar en el Dios verdadero de forma incorrectaEn el siglo XVIII, la Iglesia se encontraba en todu apogeo, pero sufría el desafío de algún que otr

pietista, que, inspirándose en horribles idea

extranjeras, creía que debería haber más devoció

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en el aspecto religioso, algo más patente que limple mentalidad cuadrada de los luteranos.

¿Devoción? Para erradicar esa corriente, l

glesia estatal se encargó de arrestar y condenar aquellos que creían en lo que debían, pero de malmanera.

La mayoría se arrepintió y se libró sidemasiados perjuicios, pues fueron desterradoPero alguno que otro se negó a renegar. El máozudo se llamaba Thomas Leopold. En lugar d

ponerse firmes, rezó una oración por el juez en lala del tribunal y enfadó a este de tal forma qu

fue condenado a siete años en el castillo de BohusComo después de eso el pietista seguía si

arrepentirse, le sumaron cinco años más en epenal de Kalmar y después otro período de igua

duración en Danviken.Se podría pensar que, tras diecisiete año

Leopold se habría ablandado. Pues no.Entonces tuvieron que resignarse. Lo enviaro

de vuelta a Bohus, lo encerraron en la celda dond

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había comenzado su peregrinación carcelaria iraron la llave.

Tuvieron que pasar veintisiete irritantes año

antes de que a Thomas Leopold, por fin, se locurriera morirse. Tenía entonces setenta y sietaños. Una triste historia que, sin embargomostraba la determinación de la Iglesia estataueca. Ley y orden, y misa los domingos.

Tras el duro siglo XVIII, llegó el XIX, bastantmás laxo. Se permitió la existencia pública dalgunas iglesias evangelistas que hasta entoncehabían subsistido de manera clandestina. Y

después llegó un desastre tras otro: la ley de 195obre libertad religiosa y, medio siglo después, leparación de Iglesia y Estado.

Por consiguiente, hubo un tiempo en el que uno spodía pasar cuarenta y tres años encerrado por ncreer de la forma correcta. Apenas dosciento

cincuenta años después, cada mes había cinco m

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uecos que abandonaban la Iglesia de Suecia siiquiera pagar el importe de una multa d

aparcamiento como merecido castigo. Esto

podían ir donde quisieran, o a ninguna partestaba permitido por la ley. Los que permanecíaen la Iglesia y acudían a la misa dominical no lhacían por temor al Señor, sino porque añorabaos viejos tiempos. Pero la mayoría simplement

no acudía a la iglesia.Las parroquias se juntaban unas con otras

medida que menguaban sus rebaños. Lconsecuencia final de que el siglo XVIII se hubies

convertido en el siglo XX  fue que el orgulloseino de Suecia quedó salpicado de iglesias vacía  deterioradas que necesitaban grandes sumas d

dinero para ser restauradas y conservadas en bue

estado.Grandes sumas de dinero era algo que sin dud

enía la Iglesia de Suecia. Su capital total rondabos siete billones de coronas, pero el benefici

anual era de un ridículo tres por ciento, ya qu

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hacía tiempo que había abandonado —si bien egañadientes— las inversiones en tabaco

petróleo, alcohol, aviones de guerra y carros d

combate. Una parte de ese tres por ciento seinvertía en la propia actividad, pero que llovierobre el pastor no significaba que salpicara a

campanero. O traducido libremente: laparroquias, en general, tenían una economía mupoco saneada.

Si alguien acudía a una de ellas y ofrecía tremillones de coronas contantes y sonantes en unbolsa de plástico, para quedarse con un edifici

medio abandonado que solo costaba dinero, segurque era escuchado.

 —¿Tres millones? —repitió el pastoGranlund.

Comprendió al instante la cantidad de cosabonitas que podría hacer con ese dinero en lglesia principal de la parroquia, que tambié

empezaba a deteriorarse.

Si bien era cierto que el precio rondaba lo

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cuatro coma nueve millones, el edificio llevaba eventa más de dos años sin que hubiera aparecidningún interesado.

 —¿Me ha dicho que es para la Iglesia dAnders? —preguntó el pastor Granlund. —Sí, en honor a nuestro benemérito líde

espiritual, el pastor Johan Andersson. Una vidasombrosa la suya. Un verdadero milagro deSeñor —contestó el recepcionista, y pensó que si pesar de todo Dios existía, lo fulminaría con uayo.

 —Sí, la he seguido en los periódicos —dijo e

pastor.Pensó que sería beneficioso que otr

comunidad cristiana comprara el lugar. Se tratabde un edificio consagrado y de esa manera podrí

eguir siéndolo.El pastor Granlund tenía plenos poderes en l

parroquia para negociar y decidió aceptar los tremillones. El edificio era de un tamañ

considerable. Había tenido su época de esplendo

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hacía casi cien años, se encontraba justo al lado da E-18 y tenía un cementerio con lápida

desperdigadas, todas con más de cincuenta años d

antigüedad. El pastor pensó en las tumbas y en luerte de no haber enterrado allí a nadie desdhacía mucho tiempo. Disfrutar del último reposunto a una de las autopistas con más tráfico d

Suecia… ¿Qué clase de reposo era ese?Sin embargo, mencionó el asunto de las tumba

al potencial comprador. —¿Piensan respetar las tumbas? —preguntó

consciente de que no había impedimentos legale

para hacer lo contrario. —Por supuesto —respondió el recepcionist

—. No abriremos ni una, solo aplanaremos upoco el terreno y lo asfaltaremos.

 —¿Asfaltar? —Para hacer un aparcamiento. ¿Qué, no

decidimos o no? Un negocio rápido: venimos eunes y el dinero se lo entrego en mano en cuant

me dé un recibo.

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El pastor se arrepintió de haber preguntadobre las tumbas. Hizo como si no hubiera oído lespuesta y le tendió la mano.

 —De acuerdo. Señor Persson, acaba dadquirir una iglesia. —¡Qué bien! —exclamó Per Persson—

¿Quiere el pastor unirse a nuestra doctrina? Esepresentaría algo muy positivo para nosotro

Puede disponer de una plaza de aparcamientgratuita si lo desea.

El pastor Granlund tuvo la sensación de questaba trayendo la desgracia al edificio qu

acababa de vender. Tanto la parroquia como énecesitaban los tres millones, pero tampoco erobligatorio adular al comprador.

 —Váyase ahora, Persson, antes de que m

arrepienta.

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Aún quedaba el asunto de los guardaespaldas.A pesar de que el recepcionista había pasad

oda su vida adulta rodeado de criminales malvivientes, se sentía un inútil a la hora de buscacontactos en los bajos fondos. Porque sin duda erallí donde encontraría su guardia de corps. Gentdispuesta a actuar si aparecían el Conde, lCondesa y sus compinches. Sin preguntar primer sin intentar reconducir la situación.

Si había alguien que había pasado una buenemporada a la sombra, ese era el pastor Ander

El recepcionista le pidió que pensara, y él penscon todas sus fuerzas, pero era demasiademprano para su cerebro y no consiguió daolución al engorro de los guardaespaldas. Si

embargo, hizo un interesante comentario sobre su

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muchos compañeros de desgracias en el talego quenían un pasado como porteros de discoteca.

 —Muy bien —dijo el recepcionista—

¿Recuerdas el nombre de alguno? —Sí… Holmlund… —contestó el pastoAnders—. Y Alce…

 —¿Alce? —Sí, lo llaman Alce, pero su nombr

verdadero es otro. —Ya. ¿Podemos llamar a Alce? —No, está en el talego. Le queda mucho

Asesinato.

 —¿Y Holmlund? —Alce se lo cargó.

El recepcionista se esforzó por conservar el buealante y lo logró. Entonces el pastor Ander

mencionó varios gimnasios de Estocolmfrecuentados por la combinación portero

expresidiario. A continuación, el recepcionist

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elefoneó a Torsten el Taxista  (para no tener qumover la autocaravana) y fueron de gimnasio egimnasio en busca de gorilas.

 Ni en el primer gimnasio ni en el segundencontró lo que buscaba. No se trataba dacercarse a alguien y preguntarle si había vigiladuna puerta o había estado enchironado. En eercero comenzó a desesperar. Allí, a diferencia d

en los anteriores, había alguno que otro con pintde portero, y que bien podría haber estadcongelándose a la puerta de una discoteca. Perclaro, no era posible saber cuál había estad

encarcelado por hechos sumamente violentos y quién no le temblarían las piernas en una situaciócomplicada.

Torsten el Taxista  lo había seguido al interio

del tercer gimnasio sin que nadie se lo pidiera, yque era condenadamente aburrido quedarse en ecoche esperando. Mientras conducía, se habíhecho una idea aproximada de la problemática

en ese momento le fue de utilidad. Se dirigió a

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muchacho de recepción, se presentó como Torsteel Taxista y dijo:

 —¿Con cuál de tus clientes aquí presentes n

deberíamos pelearnos?El joven se lo quedó mirando. —¿Torsten el Taxista? —dijo, en lugar d

esponder a la pregunta. —Sí, ese soy yo. Repito: ¿con quién n

deberíamos pelearnos? —¿Buscan pelea? —preguntó el joven. —¡No, al contrario! Por eso quiero saber

quién no hay que molestar para que las cosas n

acaben mal.Parecía que el joven deseaba alejarse tanto d

a conversación como del lugar. No sabía qudecir o hacer, pero al fin señaló a un hombre alto

atuado que se ejercitaba en un aparato dmusculación de brazos al otro extremo de la sala.

 —Lo llaman Jerry Cuchillos, no sé por qué nquiero saberlo, pero el resto de clientes le tien

miedo.

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 —¡Perfecto! —exclamó el recepcionista—erry Cuchillos, ¿verdad? ¡Buen nombre!

Le dio las gracias al joven y le hizo una seña

a Torsten el Taxista  para indicarle que hasta emomento se había comportado bien, pero quahora debía quedarse en la entrada. Aquello eralgo que Per Persson y Jerry Cuchillos tenían quratar a solas.

El recepcionista esperó hasta que Jerry Cuchillohizo una pausa en su trabajo de bíceps.

 —Tú eres Jerry Cuchillos, ¿verdad? —lnterpeló entonces.

Jerry Cuchillos lo miró con actitud expectanteaunque no parecía molesto.

 —Ahora mismo soy Jerry sin cuchillos —contestó—, pero, según lo que quieras, puedelegar a pasarlo mal.

 —¡Perfecto! Me llamo Per Persson

epresento a un caballero llamado Asesin

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Anders. ¿Te suena de algo ese nombre?A Jerry Cuchillos le costó aparentar mal humo

  desinterés, pues la conversación habí

comenzado de una forma peculiar y emocionante¿Adónde lo conduciría? —Sé que Asesino Anders encontró

esucristo… y al mismo tiempo se hizo muchoenemigos —comentó.

 —Espero que tú no seas uno de ellos —repusel recepcionista.

 No, Jerry Cuchillos no tenía nada contrAsesino Anders. Nunca se habían visto y tampoc

habían compartido prisión, pero había otros quprobablemente iban tras él. No solo el Conde y lpirada de su parienta.

Sí, justamente se trataba de eso. Asesin

Anders había comenzado una nueva carrera compredicador de su propia Iglesia, lo cual requeríciertas inversiones y sería un fastidio que depente tuviera que reunirse con su Creador ante

de lo previsto. Esa era la razón por la que Pe

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Persson molestaba al señor Jerry con cuchillos in ellos. En pocas palabras: ¿podría encargars

de mantener con vida a Asesino Anders durante e

mayor tiempo posible? Y ya puestos, tambiépodría hacer lo mismo con Per Persson y unpastora llamada Johanna Kjellander.

 —Una mujer maravillosa, por cierto —añadióJerry Cuchillos tomó nota de que la relació

entre Persson y Anders era de carácter comercial e pareció saludable. Él trabajaba como portero e

un lugar poco interesante de la ciudad y no lmportaría cambiar por algo mejor. Se present

como alguien valiente que podía mirar al Conde a quienquiera a los ojos sin parpadear. ¿Qucondiciones ofrecía Persson?

Per Persson no había pensado la cuestión tan

fondo… Había buscado con cierta desesperacióuna entrada al inframundo donde deambulaban loguardaespaldas. Y ahora, en parte gracias Torsten el Taxista, se encontraba delante de Jerr

Cuchillos, del que apenas sabía que tenía u

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vocabulario pasable y facilidad de palabra, y quedemostrando un temple impresionante, parecíestar deseando proteger a Asesino Anders de

Conde, la Condesa y la chusma que hiciera falta. No había tiempo que perder. Sin consultar a squerida pastora, decidió que Jerry Cuchillos era ehombre que buscaban.

 —Te ofrezco un puesto como jefe del equipde seguridad que tú mismo te encargarás de forma  tener listo tan pronto como sea posible. La

personas a las que contrates ganarán un bueueldo, tú cobrarás el doble. Si aceptas, solo no

queda saber cuándo puedes empezar. —Ahora mismo me resulta imposible —dij

erry Cuchillos—. Primero tengo que ducharme.

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Tenían el permiso para fundar la congregación, unglesia —faltaba terminar de asfaltar el cementeri

—, un pastor titular y una pastora de reservaenían una incipiente guardia de corps y tambiéuna evidente amenaza, encarnada principalmenten el Conde y la Condesa.

 No obstante, la pastora sentía ciertnsatisfacción, pues aún no había encontrado u

mensaje espiritual claro y que los diferenciara. Lhabría gustado alejarse un poco, o mucho, de ldoctrina evangélica. Mezclar el cuerpo de Cristcon sangre fresca de otro ser. De Mahoma, poejemplo. La pastora lo conocía bien. En realidae llamaba Al Amin, «el Fiel». Y lo llamaba

Mustafá, «el Elegido». Resultaba más divertid

centrarse en un profeta de Dios que en la idea d

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que Dios hubiese dejado embarazada a Marímientras el pobre José no podía más que quedarsmirando.

Pero Jesucristo y Mahoma, uno a cada lado dAsesino Anders… no, no funcionaría. Tampoco lharía otra de las ideas de la pastora, que mezclaba Dios y su Hijo con la cienciología. Esta utilizabmétodos de rehabilitación espiritual con los que spodía ganar dinero. «Por mil coronas liberamous pensamientos. Por cinco mil, pensamos por ti»

O algo por el estilo.El único problema era que los cienciólogo

apostaban fuerte por los extraterrestres y otraarezas. Aunque Jesucristo, en cierto sentidoambién podía ser visto como un ser extraño, srataba de dos doctrinas difíciles de ensambla

Quizá lo más complicado fuera la edad de lTierra: seis mil años según la Biblia, por lo menocuatro trillones de años según los cienciólogoAun encontrándose a mitad de camino, habría qu

alargar el árbol genealógico bíblico en casi do

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rillones de años, ¿y quién iba a tener tiempo pareso?

En realidad, lo había sabido desde e

principio: estaba atada a la Biblia que AsesinAnders abrazaba y cuidaba con tanto afecto. Yque la Iglesia de Anders era, en primer, segundo ercer lugar, un proyecto comercial, la pastora opt

por hacer de tripas corazón. El cristianismo seguíbastante extendido en Suecia. El paso no sería mugrande para los que desearan cambiar a la Igleside Anders.

Tendrían que afianzar su originalida

aprovechando que contaban con una superestrellen el púlpito —mientras pudieran mantenerlo covida— y con las pepitas de oro que la pastorcribaba de la Biblia, siempre y cuando el pasto

as utilizara correctamente.El pasaje favorito de Johanna Kjellander era e

que se inventó Mateo sobre el buen samaritano. Lparecía impactante el pasaje de los Hechos de lo

Apóstoles «Hay más dicha en dar…», etcétera

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que además contaba con la pequeña ironía de queras la muerte de Mateo, la Iglesia romana l

convirtió en santo y desde entonces ejerce d

patrón protector de los recaudadores de impuesto los empleados de aduanas.En los Proverbios también había bastant

donde elegir. Que a los tacaños las cosas les iríamal y que, en cambio, los que donasen su dinero apastor Anders florecerían como las hojas de loárboles, y otras perlas por el estilo. El pastoAnders no aparecía mencionado expresamentepero eso era fácil de subsanar. Lo peor era que e

ibro de los Proverbios estaba en el AntiguTestamento. Así que necesitaría utilizar toda lBiblia en su propuesta.

La pastora por fin acabó de elaborar el programaLa Iglesia de Anders sería un baluarte de lgenerosidad, con Cristo como rehén y Dios Padr

como amenaza subyacente para los más tacaños d

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a congregación.Según los cálculos del recepcionista, un cinc

por ciento de los ingresos irían a parar a Asesin

Anders, otro cinco por ciento a loguardaespaldas, otro cinco por ciento a los gastocorrientes y otro cinco por ciento a imprevistoPara la pastora y el recepcionista solo quedaría eochenta por ciento, aunque debían darse por bieecompensados. Si caían en las garras de l

avaricia, la cosa podría acabar mal. Además, eporcentaje del iluminado pastor se liberaría tapronto como le metieran una bala entre los ojos.

Y, como decían las Escrituras de manerconsoladora: «El alma liberal será engordada».

* * *

A medida que pasaban las semanas disminuía latención hacia el hombre más interesante d

Suecia y quizá de Europa. Al principio recaudaro

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más de ciento cincuenta mil coronas al día a travéde Facebook, que se ingresaron en una cuentcorriente abierta a toda prisa. Pero al poco tiemp

esa suma se redujo a la mitad y unos días despuévolvió a reducirse a la mitad. La gente olvidabcon una rapidez malditamente pasmosa.

Antes incluso de que todas las piezas hubieraencajado, la cantidad de donaciones al exasesinglorificado rozaba casi el cero. Eso hizo que eecepcionista, responsable del presupuesto, sintiera inquieto. Además, todavía quedaban doc

días para la inauguración. ¿Y si no asistía nadie,

i la pastora y él mismo tenían que poner suúltimos ahorros en la colecta mientras Asesinpredicaba a saber qué…?

Johanna Kjellander estaba más tranquila

Sonrió a su recepcionista, dijo que la fe podímover montañas allí y en la Biblia y que no ercuestión de perderla en ese momento. Ella iba dedicar una semana a enseñarle al pastor l

écnica de la predicación. Estaría bien que

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entretanto, el recepcionista se encargara de querry Cuchillos y sus reclutas practicaran suutinas, para que el trabajo de la pastora no cayer

de repente en saco roto.Por cierto, Jerry Cuchillos había puestalgunos reparos. No le gustaba que la iglesia nuviera una vía de escape para utilizarla en caso d

que atacaran al pastor mientras estaba en epúlpito. Cualquier ladrón sabía que eranecesarias por lo menos dos vías de escape paralir airoso ante visitas inesperadas. Eso era ldóneo para un ladrón, claro. O, como en ese caso

para un pastor. —En pocas palabras, Jerry propone que u

operario haga un agujero en la pared de lacristía. Le dije que primero discutiría el asunt

contigo, ya que… bueno, se trata de una habitacióagrada en un edificio sagrado y no sabía cómo…

 —Un agujero sagrado en la pared está bien —dijo la pastora—. Sacristía con salida d

emergencia, los bomberos nos adorarían si l

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upieran.

* * *

La pastora machacó sin tregua a Asesino Anderdurante seis días seguidos.

 —Creo que ya está preparado —dijo eéptimo día—. O sea, tan preparado como puedestarlo…

 —Y la guardia de corps también —anunció eecepcionista—. Jerry Cuchillos ha reunido a u

grupo magnífico. Apenas me atrevo a entrar en lglesia sin antes identificarme.

Y añadió que le preocupaba que su generosasesino fuera camino de caer en el olvido justcuando ellos lo tenían todo a punto.

 —Podemos hacer algo para remediarlo —dija pastora, y volvió a esbozar su sonrisa de Mon

Lisa.

Tenía una idea.

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Bueno, no. Tenía dos ideas.Sin saber de qué se trataba, el recepcionista l

devolvió la sonrisa. A esas alturas depositaba tod

u confianza en su capacidad creativa. Ecomparación con ella, se sentía como una hoja dExcel.

 —Tú eres mucho más que eso, querido —dija pastora con mayor convicción de la que creíener en ese momento.

Al oírlo, el recepcionista se sintió tanspirado que, sin pensarlo siquiera, le propuso u

ñaca-ñaca exprés.

 —¿Dónde? —preguntó ella, receptiva.¡Pues claro! No podían vivir toda la vida co

Asesino Anders en una autocaravana. Aún teníaque solucionar el asunto de la vivienda. No sol

para el exasesino, sino también para la genthonrada.

 —¿Detrás del órgano? —propuso él.

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Resultó inesperadamente fácil conseguir quAsesino Anders comprendiera qué tenía que dec

a los periodistas y por qué. Por tanto, cabíesperar que dijese lo que debía, más algunaonterías, claro, y es que no se le pueden ped

peras al olmo. Cada vez que se metiera en algúembrollo serio, Johanna Kjellander, la pastorayudante, haría las correcciones oportunas.

El  Expressen  envió al mismo reportero y amismo fotógrafo que hacía dos años y medio. Eesta ocasión, ninguno de ellos se mostró tanervioso como entonces.

Llegaron apenas dos horas después de que leofrecieran una entrevista en exclusiva con easesino que había encontrado a Jesucristo y qu

ahora deseaba fundar una Iglesia.

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Durante la entrevista, Asesino Anders sexplayó sobre que la dicha estaba en dar y no eecibir, aunque admitió que había sido él y nadi

más quien había estafado a parte de los bajofondos. Y que había sucedido de la forma casi máhorrible.

 —¿Casi más horrible? —repitió el reportero.Sí, en varias ocasiones los maleantes había

firmado contratos de asesinato que pagaron poanticipado. Lo único que podía haber sido máhorrible que eso habría sido cometer loasesinatos. Pero nunca se llevaron a cabo, po

upuesto. En cambio, el dinero destinado a ese fie repartió entre personas necesitadas, sin que e

asesino que había dejado de asesinar se quedarun solo céntimo (excepto por unos insignificante

ngresos en forma de vino eucarístico y… sí, vineucarístico). Por cierto, ¡pronto habría nuevadonaciones!

El reportero preguntó el nombre de quienes l

habían encargado asesinar a alguien. Eso l

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permitió al pastor acordarse de decir que ndeseaba revelarlo, pues él rezaba cada noche poellos y les daba la bienvenida a su Iglesia recié

fundada, donde prometía presentarles a Jesucristoque a su vez los acogería en su seno. —¡Aleluya! ¡Hosanna! ¡Sí, ja, ja! —añadió e

pastor Anders, y alzó los brazos al cielo.Johanna Kjellander le dio un codazo en la zon

umbar. No era momento de desvariar, les quedabaún un asunto primordial. Asesino Anders parecíhaber olvidado de cuál se trataba. Ella se lo tuvque recordar.

 —Además, loado vicario, usted ha tomadmedidas —apuntó.

 —¿Ah, sí? —preguntó Asesino Anderbajando los brazos—. ¡Sí, lo he hecho! H

dispuesto que la lista de nombres de quieneencargaron asesinatos y palizas se hagautomáticamente pública, junto con las pruebacorrespondientes. De ese modo, si me atropellan

i recibo un disparo fortuito en la frente, si m

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encuentran ahorcado a causa de un posibluicidio o si fallezco de forma repentina d

cualquier otro modo…

 —El sumo pastor se refiere a que si algún dífallece, el Señor no lo quiera, el mundo sabrquiénes le encargaron esos asesinatos y… quiéneeran las víctimas señaladas.

 —¡Por supuesto! En el reino de los cielos nenemos secretos.

La pastora pensó que su pupilo se había expresad

de una manera tan ridícula que casi sonaba bien. Yel reportero de  Expressen  seguía interesado en lhistoria.

 —Entonces, ¿teme que los bajos fondos l

estén buscando? —Oh, no, en mi interior siento que todos ello

van camino de abrazar la cruz. ¡Hay suficientamor de Jesucristo para todos, nos alcanza

odos! Pero si el diablo todavía repta en el interio

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Pues el Conde y la Condesa seguían máenfadados de lo que cabría imaginar.

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—Qué astuto es ese desgraciado —murmuró lCondesa, tirando el Expressen al suelo.

 —No; lo conozco desde hace casi cuarentaños —dijo el Conde—. Si hay algo que no es, eastuto. Alguien piensa por él.

 —¿La pastora? —Ajá. Johanna Kjellander, según el periódico

Y su compañero, el ladrón de coches, Per Janssoni no recuerdo mal. Le tendría que haber cortados huevos. Aunque todavía estoy a tiempo.

El Conde y la Condesa tenían más autoridaque nadie en los bajos fondos de la graEstocolmo. Para que una iniciativa colectiva fuereguida por los más importantes malhechores de l

capital, esta debía partir de la pareja de Condes. Y

eso era justo lo que iban a hacer.

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* * *

La primera asamblea general de criminales dSuecia tuvo lugar en el único concesionario dcoches medio vacío de los Condes, el de HaningeEl aforo estaba casi completo.

Justo allí habían vivido una semana de venta

mejor que buena. Cualquier coche accidentado mportado de manera ilegal podía volver a parece

nuevo otra vez con un poco de habilidad y astuciaEl Conde y la Condesa no creían tener ningun

obligación de informar al comprador sobre lo que había pasado al vehículo en realidad y cómenía sus entrañas. Y, al fin y al cabo, los coche

no podían hablar, solo lo hacían en alguna

películas.Diez modelos ilegales habían abandonado lienda durante los últimos días a un precio algnferior a uno nuevo. El airbag de ninguno de ello

funcionaba correctamente, pero eso no importaba

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pues deseaban señalar que estaban un poco poencima del resto.

El Conde estaba enfadado, y la Condesa

enfadadísima. Fue ella quien abrió la reunión. —Creo que la cuestión no es si AsesinAnders debe morir o no, sino de qué manera debhacerlo. El Conde y yo tenemos algunas ideas.

La mayoría de los diecisiete hombres semovieron inquietos en sus asientos. Todos tenía

presente que los encargos se harían públicos si easesino que se negaba a asesinar era tratado come merecía.

Uno de los diecisiete caballeros se atrevió ugerir algo al respecto (dicho sea de paso, habí

pagado una buena suma para deshacerse de loCondes). Pidió la palabra y dijo que liquidar

Asesino Anders podría llevar a un verdadero bañde sangre en la capital, y que lo mejor sería quodos pudieran seguir con sus negocios si

necesidad de pelearse entre ellos.

El Conde objetó que en su mundo no habí

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espacio para el chantaje. Lo que no dijo fue que lCondesa y él habían conseguido enviar al otrbarrio a los dos competidores por cuy

eliminación Asesino Anders y sus colegas habíacobrado una buena suma y se habían llevado unautocaravana, a pesar de que no habían realizadel encargo.

Pero entonces otro de los diecisiete hombree atrevió a apoyar al primero. Este no tení

dinero para matar a los Condes, por lo que shabía conformado con contratar la muerte de lCondesa, a la que consideraba más nociva

mpredecible. Él también tenía sus razones pardesearle una larga vida a Asesino Anders.

Un tercero había pagado para que le dieran unbuena paliza a un primo del Conde y eso ya er

bastante delicado. Y unos cuantos habíaolicitado encargos de distinta naturaleza contr

ocho de los allí presentes. Si había alguien quuviera las manos más o menos limpias en es

asunto, solo se debía a que no había reunid

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venganza y casi arruinado se había suicidaddespués de que su pareja lo dejara para irse con evecino, que seguía vivito y coleando y la habí

levado a las islas Canarias; aquellas sospechosamuecas habían sido en realidad un flirteavanzado.

Resultado final: Asesino Anders seguiría covida, según la moción aprobada por diecisiete dos diecinueve estafadores estafados que asistiero

a la primera asamblea general del crimen. Segúos dos restantes, tenía que morir, a ser posiblunto a Johanna Kjellander y Per Jansson, ¿o er

Persson?

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Dos días antes de la solemne apertura de la Igleside Anders llegó la hora de realizar la segunda ide

de la pastora, es decir, una donación de alcancnacional. Torsten el Taxista  iba al volante, y lpastora, el recepcionista y el sumo pastor Anderentados detrás. Las rodillas de este últimostenían un paquete bien envuelto que contení

quinientas mil coronas y un mensaje personal parel destinatario.

Aún no había empezado la temporada turísticapero la explanada delante del Palacio Real dEstocolmo nunca está desierta del todo. Alpermanece un soldado del cuerpo de guardiaclavado ininterrumpidamente en su sitio desd523 (no el mismo hombre, claro, y es de supone

que cuando el palacio ardió, a comienzos de 1700

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os guardias descansaron y no volvieron al sitihasta cincuenta años después).

Torsten el Taxista  era un conductor creativo

Salió de Slottsbacken, continuó subiendo por loadoquines y rodó despacio hasta el soldado dguardia, ataviado con su bonito uniforme de gala con la reluciente bayoneta calada en el fusil.

Asesino Anders descendió del vehículo con epaquete en la mano.

 —Buenos días —dijo con amabilidad—, soAsesino Anders y estoy aquí para entregarle coorgullo medio millón de coronas a su majestad l

eina y a su World… Child… lo que sea…Foundation. Se me ha olvidado el nombrcompleto, pero no creas, lo he repetido durantodo el trayecto en coche hasta aquí… Bueno, n

mporta. En pocas palabras… —¡Entrega el paquete de una puñetera vez! —

e gritó el recepcionista desde el coche.Pero era más fácil decirlo que hacerlo. E

oldado no podía aceptar paquetes sospechoso

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uficiente, retener temporalmente a la o lapersonas que se acerquen de forma indebida aelemento protegido…

 —Bueno, pues intenta retenerme a moldadito de plomo —espetó Asesino Anderenfadado.

Entretanto, el asustado guardia continuaba cou letanía:

 —… si la persona contraviene algunprohibición establecida por el reglamento, sniega, al ser requerida, a aclarar los datos que coazón puedan considerarse inciertos, se niega

ometerse a un registro corporal o…En ese momento Asesino Anders apartó de u

empujón al necio soldado y dejó el paquete para leina en la garita.

 —Encárgate de que esto llegue a manos de smajestad, capullo —le dijo al joven, que se habícaído de culo—. Puedes registrar el paquete sienes que hacerlo, pero ni se te ocurra tocar e

dinero. ¡Te lo advierto!

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Y regresó junto a la pastora, el recepcionista Torsten el Taxista, que consiguió desapareceentre el tráfico de Skeppsbron segundos antes d

que aparecieran por el lado opuesto los refuerzodel soldado, que seguía sentado en el suelo.

* * *

Primero se dijo que Asesino Anders había atacadel palacio, pero solo hasta el momento en que leina convocó una rueda de prensa para agradece

el maravilloso —y escaneado y registrado—egalo de cuatrocientas mil novecientas cuatr

coronas para los niños necesitados de la WorlChildhood Foundation.

 —¿Cuándo vas a aprender a contar hastquinientos? —le dijo el recepcionista a AsesinAnders, pero este prefirió aparentar enfado eugar de responder a la pregunta.

La publicidad fue excepcional gracias a un

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A Jerry Cuchillos le costó bastante conseguir quus gorilas comprendieran que no tenían qu

parecerse al club de moteros más peligroso dSuecia, con chaquetas de cuero, puños americano fusiles de asalto soviéticos modelo AK-47, qu

costaban treinta y cinco mil coronas la unidad si scompraban al vendedor de armas más cutre depaís.

Por el contrario, lo que tenían que llevar erachaquetas y pantalones chinos, algo que la mayoríde ellos no había vestido desde la graduación quninguno había tenido. En todo caso, el subfusdebía ir escondido bajo un ligero abrigo y lagranadas de fabricación americana, guardadas coesmero en los bolsillos de la chaqueta.

 —Nuestra misión consiste en elimina

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cualquier elemento hostil —explicó JerrCuchillos—. Nada de asustar a los honradoasistentes a la iglesia.

La inversión más cara fue un detector dmetales para la entrada. Con ese chisme, JerrCuchillos podía asegurarse de que nadintrodujera armas. La pastora y el recepcionist

pensaron que, con el tiempo, el detector y lvideovigilancia secreta podrían identificar quiénelevaban solo monedas para la colecta y quiéne

billetes. Malgastar espacio en la iglesia con gentque deseaba su salvación sin estar dispuesta

pagar el precio justo por ello no formaba parte dus objetivos.

El patio de la iglesia se convirtió eaparcamiento para quinientos coches. Bajo e

asfalto yacía un desconocido número de muertoenterrados desde finales del siglo XIX hasta 1950

adie pidió a esas almas su opinión sobre easfaltado y ellas tampoco se manifestaron a

especto.

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Si el aparcamiento se llenaba, esepresentaría unos mil visitantes, mientras que l

exigua iglesia solo tenía capacidad par

ochocientas personas. Por esa razón, eecepcionista instaló una gran pantalla en eexterior, con un equipo de sonido de tal calidad precio que comprarlo le causó dolor de vientre. Lpantalla llegó la misma mañana del sermónaugural. La instalación se pagó al contado. De l

anterior fortuna apenas quedaban unos restos eambas maletas.

 —No te agobies —lo tranquilizó la pastora—

Recuerda que la fe mueve montañas tanto dentrcomo fuera de la Biblia.

 —¿Fuera?Por supuesto. Durante sus estudios d

Teología, la pastora había profundizado en teoríaalternativas al Génesis, donde Dios creó el cielo a tierra en pocos días. Otra verdad en la que s

podía creer era Pangea, el supercontinente que s

dividió dando lugar a los continentes de hoy e

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día, con sus montañas, valles y tal. Si había gentque se tomaba eso en serio, ¿quién era ella paruzgarla?

El recepcionista se relajó al ver lo tranquilque estaba su enamorada. Y así, optó podedicarse a llenar de nuevo de dinero las maletaoja y amarilla hasta los topes. Si la fe de l

pastora podía mover una montaña o dos al mismiempo, ella misma podía decidir cómo hacerlo.

 —Entonces, para esta ocasión elijo la Bibli—añadió ella—. Solo por una cuestión de tiempoDios se tomó una semana, mientras que Pangea s

fue separando durante mil millones de años, y yno aguantaré tanto con Asesino Anders, lautocaravana y todo lo demás.

 —¿Y todo lo demás? ¿Ni siquiera conmigo?

 —¿Mil millones de años? Sí, quizá, sí.

* * *

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Apenas quedaban unas horas para el sermónaugural. Jerry Cuchillos se encontraba en un

pequeña colina, en la esquina noroeste del terren

de la iglesia, barriendo el paisaje con la mirada dzquierda a derecha y viceversa. Todo parecía ecalma.

Pero ¿qué era aquello, a lo lejos, en el senderde grava? ¡Un viejo con un rastrillo! ¿Unamenaza? Al parecer, estaba haciendo lo que suelhacer cualquier persona con un rastrillo.

Rastrillar.¿Tenía intención de rastrillar todo el camin

hasta la entrada de la iglesia? —Ha surgido un imprevisto en el sendero d

grava, a lo lejos —informó a su personal a travédel equipo de comunicación, que tampoco habí

alido gratis. —¿Me lo cargo? —preguntó uno de lo

francotiradores del campanario. —No, idiota —dijo Jerry Cuchillos—. Iré

ver quién es.

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El viejo seguía rastrillando y Jerry empuñaba scuchillo favorito, que llevaba en el bolsill

derecho de la chaqueta. Se presentó como jefe deguridad de la Iglesia de Anders y le preguntó a

hombre quién era y qué hacía allí. —Estoy rastrillando el sendero —explicó e

viejo. —Sí, eso parece. Pero ¿quién te lo ha pedido? —¿Pedir? Llevo rastrillando este sender

antes del culto desde hace treinta años, una vez

a semana, menos los dos últimos años, cuandoras la impía decisión de cerrar esta morada deSeñor, solo lo he hecho de vez en cuando.

 —Maldita sea —dijo Jerry Cuchillos, pese que llevaba varios días concienciándose para nblasfemar en su nuevo trabajo—. Me llamo Jerr—añadió, y soltó el cuchillo para darle la mano aviejo.

 —Börje Ekman. Sacristán Börje Ekman.

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El sacristán Börje Ekman no creía en la buena o lmala suerte. No creía en nada más que en s

mismo, en Dios, su Hijo, el orden y las buenamaneras. Un espectador cualquiera, no demasiadeligioso, diría que su inminente encuentro co

Asesino Anders era pura mala suerte.El hombre, con razones para desear u

desarrollo de los acontecimientos distinto al quendría lugar, había trabajado hasta el día anterio

en el Ministerio de Trabajo. Cuarenta años en emismo puesto, aun cuando durante ese período diempo el puesto había cambiado de nombre en u

par de ocasiones. Encargarse de lo que ahora era Iglesia de Anders constituía una ocupació

voluntaria, con la intención de quedar bien delant

de san Pedro el día del Juicio Final.

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Durante las tres últimas décadas, Ekman, cadvez más desilusionado, había dejado pasar eiempo sin hacer nada de provecho en e

ministerio. Las cosas habían sido distintas durantus primeros años, cuando trabajaba por el sueldoEn realidad, no solo por eso. Se había enfrentaddirectamente a la actitud abusiva y prepotente queinaba en aquel entonces, por lo menos en una das oficinas que dependía de su ministerio. Börj

Ekman había descubierto que los funcionarios deServicio Público de Empleo, regularmente aunqude manera irregular, abandonaban sus despacho

para vagar sin rumbo por la ciudad en busca dpuestos de trabajo que ofertar. Se decía que salíapara «encontrarse con empresarios», par«entablar relaciones», para «crear confianza».

Según el joven Ekman, se trataba de uncostumbre perniciosa. Bastaba con pensar en ealto riesgo de que los funcionarios optaran pofrecuentar bares donde darse a la libación d

icores sin que nadie tuviera la posibilidad d

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controlarlos.Alcohol. En horas de trabajo. Vade retro!Según la visión ideal que él tenía del Servici

Público de Empleo, se trataba de una estructura taperfecta que, bien gestionada, el desempleo depaís podría controlarse al detalle: edad, sexoprofesión, demografía, nivel de estudios, cashasta llegar al caso individual. Para conseguirloera importante hacer bien las cosas desde la baseSe requería una organización clara, una estructurerárquica sin tensiones ni conflictos internos. E

esa tesitura, la ocupación se generaría a partir d

a acción planificada y concertada en los centrodel Servicio Público de Empleo, cuya plantilldebía estar formada por empleados modélicos. Desa manera, a la larga todo conduciría a pode

predecir completamente los resultados. Con solpensarlo, Börje Ekman se henchía de satisfacción

Pero mientras los funcionarios del servicianduvieran por ahí buscando cubrir vacantes d

empleo sería imposible controlar los resultado

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En una ocasión, un funcionario de Täby trabó tantamistad con un empresario que consiguiconvencerlo para que implantara dos turnos en s

negocio. Eso creó de golpe ochenta puestos drabajo en el municipio, una pesadilla parcualquier analista del mercado laboraSencillamente, no había una columna donde incluos resultados que podían alcanzarse entre u

empresario y un funcionario del Servicio Públicde Empleo en la sauna, después de una partida dgolf (que el funcionario en cuestión se dejabganar sin pensárselo mucho, aunque a veces es

equería fallar dos golpes en el hoyo dieciocho).Börje Ekman no era tan tonto como para n

comprender que ochenta puestos de trabajo eraochenta puestos de trabajo, sin importar cómo s

hubieran creado. Pero siempre había que adoptauna perspectiva más amplia, pues lo que efuncionario en cuestión había hecho, además dugar al golf en horas de trabajo, era desatender l

administración. A causa de un solo funcionario, l

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estadística cuatrimestral resultó incompleta desvirtuó la de todo el norte de Estocolmo. Efuncionario, además, se negó a actualizar y dar e

visto bueno a los ochenta expedientes de loantiguos desempleados. —Eso es una estupidez —le dijo a Börj

Ekman—. No puedo pasarme semanas ordenandpapeles de gente que ya ha conseguido trabajo.

Y a continuación colgó el auricular y smarchó al campo de golf a jugarse siete nuevopuestos de trabajo en una empresa de fontanería ventilación.

Sin embargo, eso fue lo último que hizo antede que lo despidieran por absentismo y otracausas que Börje Ekman se vio obligado a inventapara cubrirse las espaldas. En cierta manera fu

una pena, el hombre era un as consiguiendpuestos de trabajo. Y lo hizo hasta el final, puecomo tuvo que irse, dejó una vacante en la oficindel Servicio Público de Empleo de Täby. Börj

Ekman movió los hilos necesarios para asegurars

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de que el sustituto tuviera una perspectivdiferente de sus obligaciones laborales. Ante todoestructura y estadística para que los político

pudieran ver con claridad la situación del mercadaboral. Con alguien como el recién despedido scorría un riesgo cercano al cien por cien de que epronóstico trimestral no coincidiera con lealidad. Los pronósticos erróneos constituían uugoso alimento para la oposición política, poanto, eran lo peor que podía hacer un funcionarindependiente en un ministerio.

Está claro que un pronóstico no pued

coincidir siempre con la realidad. Por ende, haque adaptar la realidad al pronóstico. Para BörjEkman esta era una verdad válida para cualquiecontexto, excepto para el tiempo atmosférico. E

Señor dirigía ese asunto con mano todavía máférrea, para desesperación de quienes elaborabaos pronósticos en el Servicio Meteorológico dorrköping. ¿Que los meteorólogos anunciaban so

para el día siguiente? Dios decidía mandar lluvia

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Ekman se estremecía solo de pensar en trabajar eun sitio así, aunque le gustaba la idea de manteneínea directa con el Señor, con el apoyo de toda

as estaciones meteorológicas y satélites. Esharía que la predicción meteorológica alcanzarcotas nunca vistas.

Traducido libremente, lo importante era enivel de previsibilidad, no el resultado. Traducidaún más libremente, todos los ciudadanos, desdun estricto punto de vista climatológico, deberíamudarse por obligación a la zona situada al nortde Gotemburgo. Entonces se sabría cuánto

meteorólogos serían necesarios, es decir: ningunoSolo hacía falta pronosticar lluvia para el díiguiente y se tendría un acierto anual de entr

doscientos y doscientos cincuenta días de lo

rescientos sesenta y cinco. Si a eso se añadía lelación de Börje Ekman con Dios, la precisió

ascendería alrededor del ochenta o noventa pociento, dependiendo de la disponibilidad de

Señor en cada momento.

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Para el Ministerio de Trabajo, la lógica de BörjEkman significaba que nada debía suceder de u

rimestre a otro. Cada vez que a pesar de todocurría algo, una serie de analistas del ministerienían que volver a recalcular los datos desd

cero. Esa era sin duda una cosa que favorecía l

ocupación en ese departamento, pero al mismiempo podía irritar a los políticos y hasta hace

que perdieran las elecciones. Y si había algo quun funcionario aprendía después de tantos años e

el puesto, era que ningún despacho o escritorio erel más pequeño y el más alejado: siempre habíotro aún más pequeño y aún más alejado del centrde los acontecimientos.

Börje Ekman representaba un claro ejemplo desta afirmación. En cuarenta años había lograddar los suficientes pasos en falso como para quelegado el momento de su jubilación, hubiera sidrasladado por primera vez, trasladado po

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egunda vez, trasladado por tercera vez yfinalmente, olvidado por sus colegas y superioreBörje no se preocupó de recordarles su existencia

En cambio, comenzó a contar pacientemente lodías que faltaban para su sesenta y cinccumpleaños. Llegado el día, la mandamás deministerio, o sea, la ministra, le dedicó unabreves palabras de agradecimiento por haber sidun colaborador extraordinario, aunque primero saseguró de saber cómo se llamaba y qué tareahabía desempeñado en concreto.

Börje Ekman abandonó por última vez s

despacho, no mayor que una despensa, siamargura ni rencor. Varias décadas después dhaber sido arrinconado a causa de su rigurosvisión de la estadística y el control, constató que

paradójicamente, el Servicio Público de Emplehabía empezado a adoptarla poco a poco, en lugade limitarse a una confusa intermediación ad hocPero la labor de no procurar puestos de trabajo si

on ni son se llevaba a cabo con poco entusiasmo

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Los malditos políticos se inmiscuían tanto comos ciudadanos, igualmente malditos en genera

Cada cuatro años se celebraban eleccione

democráticas, ante las que los partidos prometíaeducir el paro de una, dos o tres maneradistintas. Y así, ganara quien ganase, provocabuna nueva confusión en el ministerio. Sería ideaque los votantes dejaran de cambiar de partidodo el tiempo. Porque, actualmente, tras cad

elección, los funcionarios tenían que aplicar unnueva política de empleo condenada al fracaso eugar de seguir con la anterior, ya fracasada.

Así pues, durante todos esos años en despachocada vez más reducidos y lejanos, e

extraordinario funcionario habría tenido una vidbastante inútil, de no ser porque él mismo spreocupó de realizarse de otra manera. Se olviddel desempleo y lo dejó todo en manos del Seño

para hacer carrera en los asuntos celestiales.

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Con ese objetivo, creó una estructureclesiástica en la parroquia de la que formabparte, hasta que, poco a poco, llegó a controla

odos los aspectos.La vida religiosa hizo francamente feliz Börje Ekman. Llegó a pensar que sería todavímás feliz cuando se jubilara, pues podría dedicaodo su tiempo a ser el pastor no oficial de l

congregación. Todas las ovejas lo escuchaban obedecían, incluido el carnero jefe del púlpito.

Hasta la catástrofe. La iglesia se cerró y lcongregación entera —o sea, dieciocho de su

diecinueve miembros activos— se fue a la iglesivecina. En lugar de trasladarse comdecimonoveno y último feligrés, Börje Ekman squedó para cuidar de su antigua iglesia y mantene

el sendero de grava libre de malas hierbaGranlund, el pastor de la iglesia vecina, no ermás que un presuntuoso (es decir, alguien que ndejaba que Börje Ekman hiciera y deshiciera a s

antojo).

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Hacía unas semanas que habían vendido lexcongregación del exsacristán, con iglesiacementerio y todo lo demás incluido, al exasesin

 nuevo creyente del que hablaba todo el país. Nesultaba agradable tener que informar a unpersona así, quizá incluso debilitara la posicióque Börje tenía prevista para sí mismo en la puertcelestial. Pero aquella era su iglesia y el exasesinpronto lo entendería (a diferencia de Granlundque no comprendía nada). El mejor sacristán dSuecia había regresado, aunque nadie se habíenterado todavía.

Börje Ekman ya se había pasado por allí parastrillar el sendero un par de veces antes de l

apertura, pero hasta el día de la inauguración no lhabían detectado. Así que aquel tipo se llamaberry… ¿Jefe de seguridad? ¿Para qué?

Mientras rastrillaba, Börje había repasado co

una sonrisa el último período de trabajo en s

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despacho-despensa oficial, cuando creía que pofin podría dedicarse a su antigua parroquia ornada completa. Hasta que solo faltaban tre

días, dos días, uno… un agradecimiento sin tarta…Y ahora, en el primer día después de su último díhabía llegado el momento de la reapertura de samada iglesia.

 No se había dado a conocer a propósito. Habípensado esperar hasta después del sermónaugural. Acercarse como una agradable sorpres

a la dirección de la comunidad, seguramentdesorientada y con todo por aprender.

Eran esa clase de pensamientos los que lproducían aquella sonrisa que en un futuro no muejano se le quedaría congelada.

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La segunda mayor asamblea general de criminalede Suecia tuvo lugar en el sótano de uno de lo

bares preferidos por la clientela antes mencionadaDiecisiete hombres, ningún conde ni ninguncondesa. El orden del día: los Condes debíadesaparecer antes de que pudieran tocarle un pela Asesino Anders. El asunto se decidió con uesultado contundente: diecisiete a cero.

Pero ¿quién o quiénes lo harían y cómo slevaría a cabo? Lo discutieron mientras bebíaas cervezas que les suministraban desde el pis

de arriba.Aquellos maleantes tenían un líder oficioso: e

primero de los que se había atrevido a contradeca la Condesa en la anterior asamblea genera

Después de beberse dos jarras de cerveza, el líde

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ecordó lo que todos ya sabían, es decir: qufueron Olofsson y Olofsson quienes quemaron lpensión Sjöudden.

 —¿Y eso qué tiene que ver con el asunto? —preguntó Olofsson. —Eso me gustaría saber —dijo su hermano.Bueno, razonó el líder, si no hubieran quemad

a pensión, todavía podrían encontrar a AsesinAnders allí y entonces solo habrían tenido quesconderlo del Conde y la Condesa.

Olofsson protestó y dijo que hasta el momentAsesino Anders se había escondido muy bien si

ayuda de nadie, y que todo el revuelo con loCondes no había empezado con la desaparición dAsesino, sino más bien por haber dejado de ser umatón. Había resucitado junto a Jesucristo y lo

periódicos le habían dedicado toda su atención, entonces había dicho eso tan desafortunado sobro que pasaría si le ocurriera algo.

 —De no ser por eso, sería improbable que lo

diecisiete aquí reunidos quisiéramos ir a l

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pensión para charlar y tomar un café con escretino y pedirle de buenas maneras que se mudarpor su propia seguridad a una cabaña perdida en e

bosque —dijo Olofsson. —¿No os parece? —inquirió su hermano.El razonamiento había sido demasiad

enrevesado para que el resto pudiera seguirlo niquiera hasta la mitad. Así pues, con un resultad

de quince a dos, se encargó a los hermanoOlofsson que liquidaran al Conde y la Condesantes de que estos pudiesen apagar al que habríque haber apagado desde un principio, pero qu

ahora era mejor mantener bien encendido.Los reunidos en aquel sótano no tenían po

costumbre ponerse de acuerdo con facilidad en leferente al dinero; no lo llevaban en la sangre

Por eso resultó sorprendente la rapidez con quos quince que no iban a salir al campo de batall

acordaron la recompensa de los ejecutoredesignados: cuatrocientas mil coronas po

aristócrata, y un millón si conseguían eliminarlo

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al mismo tiempo.Olofsson y Olofsson parecían poc

convencidos, pero un millón era un millón, justo l

que necesitaban para restablecer su situaciófinanciera. Quince irritados maleantes de primercategoría los observaban airadamente esperandu confirmación.

Los hermanos tenían que aceptar…O aceptar.

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Ya solo faltaba una hora para el debut de AsesinAnders en el púlpito. La pastora repasó por últim

vez la estrategia. Estaba segura de cómo saldríodo. Él parecía medio preparado y se mostrabeflexivo, pero su otra mitad estaba apenas má

dotada que un mazo de croquet. Resultabmposible predecir cuál de las dos mitade

predominaría allá arriba.La iglesia estaba a punto de llenarse. Fuera s

agolpaba una nutrida muchedumbre delante de lgran pantalla y había un flujo continuo de nuevovisitantes. Dos francotiradores con miraelescópicas estaban apostados en el campanario

un guardia en cada posible entrada a la iglesia. Aúnico gorila algo presentable lo colocaron, pese

us protestas, vestido con traje negro junto al arc

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detector de metales de la entrada principal. Habíasistido a un curso rápido de buenas manerampartido por la pastora (debido a problemas d

iempo fue un curso rápido de lo más rápido). —¿Por qué tienen un control de seguridad a lentrada de una iglesia? —preguntó un asistente quen realidad no deseaba estar allí, pero al que sesposa había arrastrado sin miramientos.

 —Por razones de seguridad, estimadcaballero —respondió el hombre trajeado.

 —¿Por razones de seguridad? —repitió el otrcon impertinencia.

Johanna Kjellander había decidido que loasistentes no deberían saber la verdad, es decique tanto el pastor como ellos mismos estabaamenazados.

 —Exacto, por razones de seguridad, estimadcaballero —dijo de nuevo el gorila trajeado.

 —¿La seguridad de quién y por qué? —sempeñó el hombre.

 —¿Podemos entrar de una vez, Tage? —

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ntervino su mujer, algo irritada. —Hágale caso a su señora —respondió e

guardia trajeado.

Se moría de ganas de tumbar al mumpertinente con su puño derecho, que apretabcon fuerza en el bolsillo de la chaqueta. Solo teníque acordarse de soltar primero la granada dmano.

 —Pero Greta, hay algo raro en todo esto —nsistió Tage, al que en ese preciso momento l

habría gustado estar viendo por televisión la finade hockey sobre hielo.

La cola se iba alargando detrás del viejmpertinente y el hombre trajeado ya no aguantabeguir comportándose como un hombre trajeado.

 —Oye, si no entiendes las palabras «po

azones de seguridad», ¿cómo vas entender eermón del pastor? Si no te gusta la salvación qu

ofrecemos, vete con tu puto Volvo a tu puta casa púdrete en tu puto sofá de Ikea.

Por suerte, la pastora pasaba por allí en es

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nstante. —Disculpe que me entrometa… —intervin

—. Soy Johanna Kjellander, pastora ayudante de

principal mensajero de Dios aquí en la tierra. Nhagáis caso a este guardia. Pertenece al grupo dprincipiantes del pastor Anders y apenas hlegado más allá del Génesis.

 —¿Y? —dijo el impertinente. —Bueno, en el Génesis no se habla mucho d

cómo hay que comportarse, solo se menciona quno se puede comer la fruta prohibida, aunque Adá  Eva lo hicieron, incitados por una serpient

parlante. Tal vez resulte un poco extraño, pero eSeñor puede disponerlo casi todo a su antojo.

 —¿Una serpiente parlante? —repitió ehombre, ahora más confuso que impertinente,

que, a diferencia de su mujer, nunca había abierta Biblia.

 —Sí, hablaba y oía, y menuda bronca quecibió de Dios. Esa es la razón de que se hay

arrastrado por el polvo hasta nuestros días. L

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erpiente, claro, no l. —¿Qué quiere decir? ¿Adónde quiere llegar

—preguntó el hombre, cada vez meno

mpertinente y más desconcertado.Pues en primer lugar quería llegar descolocar al impertinente, así que de momentodo iba bien. A continuación añadió en voz baj

que la fuerza de las palabras del pastor Anders nconocían límites. Que el propio Cristo pudieraparecerse durante el sermón quizá fuerdemasiado pedir, pero si ocurriera sería horriblque alguien se abalanzara sobre Él y lo azotara

También podría enviar a alguno de sus apóstolequizá no a Judas Iscariote, pero había once mádonde elegir. En pocas palabras, nadie podía estaeguro de las fuerzas que podría desencadenar e

pastor a partir de ese mismo día. De ahí lamedidas de seguridad.

 —Pero, por supuesto, no es obligatoriconocer al pastor, ni conocer a Jesús ni a su

apóstoles. Todo lo que ocurra dentro de uno

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momentos aparecerá mañana en la prensa, así quno os preocupéis, podréis leerlo. ¿Deseáis que oacompañe a la salida?

 No, el eximpertinente ya no deseaba irse y, poupuesto, su mujer tampoco. Esta lo sujetó cofuerza del brazo y dijo:

 —Vamos, Tage, antes de que nos quedemos siitio.

Tage se dejó guiar, pero tuvo la suficientpresencia de ánimo como para, al pasar junto adesagradable guardia de seguridad, señalar que eealidad su mujer y él conducían un Opel Cors

desde hacía casi dos años.

Lo que debía hacer Asesino Anders era hablar d

generosidad, generosidad y generosidad. Luegdecir algo sobre Jesús y después más generosidadOtros temas podían ser aquello de que hay mádicha en dar que en recibir y que el cielo esperab

a todos los que vaciaran sus carteras en la colecta

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aunque tampoco se excluiría a quienes apenas lentreabrieran (según el principio de «no hay ayudpequeña»).

 —Y no te pases con tus «aleluya», «hosanna» otras cosas que no entiendas del todo —le advirtia pastora.

Pero ahora que se acercaba el momentoAsesino Anders estaba nervioso. Si de prontdebía tener cuidado con las cosas que no entendídel todo, no podría hablar mucho.

Y entonces preguntó si una alternativa para umomento crítico podría ser recitar nombres d

etas en latín, pues sonaría de lo más religiospara aquellos que no estuvieran muy puestos. Y lejemplificó:

 — Cantharellus cibarius, Agaricus arvensis

Tuber magnatum… En el nombre del Padre y deHijo y del Espíritu Santo, amén.

 —¿Qué dice? —preguntó el recepcionista, quacababa de entrar en la habitación.

 —No estoy segura, pero creo que h

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mplorado al rebozuelo, al champiñón probablemente a la trufa —respondió JohannKjellander, y se volvió de nuevo hacia el pasto

para prohibirle que se le ocurriera probar esaetas y advertirle que se mantuviera bien lejos da falsa oronja, se llamara como se llamase eatín.

 —  Amanita muscaria  —le dio tiempo nformar a Asesino Anders, antes de que lnterrumpieran.

La pastora aseguró que no era el momento dperder la confianza (al mismo tiempo que pensab

que la falsa oronja sonaba mejor en latín que u«hosanna» fuera de lugar).

 —Recuerda que eres un héroe nacional, queres el nuevo Elvis —dijo mientras llenaba e

cáliz que había encontrado el día anterior en uarmario del siglo XVIII  y que seguramente valímás en el mercado que toda la iglesia y scontenido.

Por cierto, en el mismo armario había una caj

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con obleas, probablemente con sabor a polvoohanna Kjellander le ofreció a Asesino Anders e

cuerpo de Cristo como complemento, pero e

pastor, que estaba a punto de vaciar el cáliz que lhabían entregado, prefirió doble ración de sangreHabía escondido una bolsa de bollos de canela eel púlpito, por si de pronto necesitaba el cuerpdurante el sermón.

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Al hacer su entrada, el pastor Anders fue recibidcon una impresionante manifestación de júbilo

aplausos.Él saludó a la derecha, a la izquierda y afrente. A continuación, volvió a saludar con ambamanos hasta que la gente se tranquilizó un poco.

 —¡Aleluya! —Fue lo primero que dijo.El júbilo se desató de nuevo. —¡Hosanna! —agregó, y la pastora, entr

bastidores, susurró al oído del recepcionista quno faltaba mucho para que mencionara la falsoronja.

Pero Asesino Anders continuó por otroderroteros.

 —¡Generosidad, generosidad, generosidad! —

exclamó.

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pastora y el recepcionista, no parecía necesarioAsesino Anders era tratado como… Sí, comElvis.

En ese momento vieron que sacaba un papel e lo colocaba delante. Había recopilado algunacosas de extraordinario valor durante sus estudiobíblicos en la autocaravana.

 —Yo digo, como Pablo le escribió una vez Timoteo: «No bebas solo agua, sino también upoco de vino para el estómago».

El recepcionista se llevó la mano a la frenteLa pastora se sobresaltó. ¿Qué otras cosas tení

ese chiflado anotadas en ese papel?El júbilo se mezcló con risas y sonrisa

comprensivas, todo parecía transcurrir en uambiente relajado.

La pastora y el recepcionista se encontrabaras unas cortinas, a la izquierda del púlpito, desd

donde podían observar al público sin ser vistoLos jóvenes del instituto Mälargymnasiet s

apresuraban entre los bancos y casi todos lo

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asistentes colaboraban con algunas monedas, per¿acaso no parecía que…?

 —¿Me lo estoy imaginando —le dijo e

ecepcionista a su pastora— o los que están mácontentos son los que más dan?Ella miró a la multitud mientras Asesin

Anders proseguía, con ayuda de sus propiaanotaciones:

 —Incluso el profeta Habakuk veía el vino eus predicciones. Por cierto, una terminación, kuk

muy adecuada, pues como dicen las Escrituras«Bebe tú también y tu prepucio será descubierto

Prueba el cáliz que el Señor te ofrece».La cita estaba sacada de contexto, pero anim

aún más el ambiente. Y la pastora pudo comprobaque el recepcionista tenía razón. Los cepillos n

daban abasto, algunos alumnos se paseaban cocubos, y en uno de ellos incluso habían depositaduna cartera!

Johanna Kjellander no solía blasfemar. L

había aprendido de su padre pastor, que sol

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utilizaba palabras malsonantes en contadaocasiones, siempre dirigidas a su hija. Excepto lodomingos, horas antes de la misa. El pastor s

despertaba, se sentaba en la cama, metía los pieen las zapatillas que su mujer siempre colocabexactamente en el mismo sitio, tomaba conciencide que era domingo y resumía la jornada antes dque empezara con un: «¡Sí, maldita sea!».

Por eso fue sorprendente que la pastora dijero que dijo al ver meter en el cepillo y cubo

billetes de quinientas coronas y carteraConsideró sencillamente que aquello era «un put

milagro». En su defensa, cabría alegar que lo dijan bajito que solo ella lo oyó.

Aparte de esto, Asesino Anders completó loestantes veinte minutos de su sermón si

ncidencias destacables. Le dio las gracias a Jesúpor permitir que un miserable asesino renacieraSaludó a su amiga la reina y agradeció todo eapoyo recibido. Y leyó otro par de citas de s

papel, esta vez de un género más relevante que la

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anteriores: —Porque de tal manera amó Dios al mundo

que dio a su Hijo unigénito para que todo aque

que cree en Él no se pierda, sino que tenga videterna.Y repitió entre sonoros aplausos que cas

mpedían entender lo que decía: —Generosidad, generosidad, generosidad

Aleluya, hosanna y amén!Con ese «amén» mal colocado vario

asistentes creyeron que el pastor había acabado —a decir verdad, ni él mismo sabía si había acabad

o no—, por lo que se levantaron de los bancos y sacercaron a él. Enseguida les siguieron otrorescientos. Si uno es Elvis, es Elvis.

Después vinieron dos horas y media de firm

de autógrafos y gente que deseaba sacarse un selficon el pastor Anders. Mientras, la pastora y eecepcionista entregaron a cada uno de lo

alumnos de instituto un billete de cien coronas d

a colecta y se pusieron a contar lo recaudado.

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En una esquina al fondo de la iglesia había uhombre que por una vez no sujetaba un rastrilleste habría sido detectado en el control d

eguridad). —Gracias, Señor, por encargarme poner ordeen este caos —dijo Börje Ekman.

El Señor no respondió.

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La inauguración les había reportado cuatrocientaveinticinco mil coronas, tras descontar el salari

pagado a los jóvenes del MälargymnasieVeintiuna mil doscientas cincuenta fueron parpagar a los vigilantes, y otras tantas para AsesinAnders, la caja de gastos corrientes y la de finebenéficos. Las trescientas cuarenta mil restantes sguardaron en la maleta amarilla de la pastora y eecepcionista en el armario del siglo XVIII  de lacristía. La roja todavía no era necesaria (la

maletas no eran la caja fuerte más segura demundo, pero el recepcionista insistió en que todoos fondos se juntaran allí y que, en caso de crisia vía de escape estuviera a menos de medi

minuto).

Le dieron una botella extra de tinto a Asesin

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Anders para pasar la tarde, en reconocimiento derabajo bien hecho, y con la promesa de que n

necesitarían más de veinte semanas para pode

donar el siguiente medio millón al destinatarideseado. —Maravilloso —dijo el pastor—. Pero m

gustaría meterme algo en el estómago, ¿puedeprestarme quinientas coronas para comer?

El recepcionista comprendió que se habíaolvidado de comunicar al exasesino que tenía ualario, y ya que no preguntó por él, podían deja

el asunto como estaba, es decir, en el olvido.

 —Por supuesto —dijo—. ¡Bah, te las regaloPero no las gastes de golpe, ¿eh? Y llévate a JerrCuchillos si vas a alguna parte.

A diferencia de Asesino Anders, Jerr

Cuchillos sabía contar. Veintiuna mil doscientacincuenta coronas no eran un salario suficientpara él y sus empleados.

 —Entonces doblémoslo —zanjó e

ecepcionista.

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Los vigilantes recibieron lo que el pastor nhabía entendido que debía percibir, y de ese modno hubo ningún desequilibrio presupuestario.

Pero antes de que Anders se fuera con JerrCuchillos, alguien entró en la iglesia.

 —Qué tarde tan maravillosa al servicio deSeñor —ironizó el hombre que cargaba con ecometido celestial de arreglar las cosas.

 —¿Y tú quién eres? —preguntó la pastora. —Me llamo Börje Ekman, sacristán de l

parroquia desde hace treinta años. O treinta y unoO veintinueve, dependiendo de cómo se cuente. Lglesia estuvo un tiempo en barbecho.

 —¿Sacristán? —repitió el recepcionista.

«Problemas a la vista», pensó JohannKjellander.

 —Sí, joder… Me olvidé de comentarlo —dijerry Cuchillos, que, con las prisas, se olvid

ambién de cuidar el lenguaje.

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 —Bienvenido a casa —saludó AsesinAnders, que en apenas unos minutos había sidelogiado dos veces, y eso le proporcionó un

ensación de bienaventuranza.Le dio un abrazo a Börje Ekman y se dirigió a salida.

 —Vamos, Jerry. Tengo sed. Hambre, quierdecir.

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Börje Ekman no tuvo tiempo de esgrimir ningunde los catorce puntos que había anotado sobre e

oficio de la tarde. La pastora y el recepcionista lacompañaron amablemente a la salida con lpromesa de que ya hablarían más adelante. Éespondió que, aparte de algunos detalles dmportancia relacionados con el mensaje, el ton

del sermón, la duración del oficio y alguna quotra cosa más, no había mucho que decir. Él sabícómo crear un servicio parroquial perfecto, y yhabía entablado contacto con algunos de loasistentes.

 —Por cierto, ¿cuánto hemos recaudado hoy? —Todavía no lo hemos contado, pero segur

que más de cinco mil coronas —respondió e

ecepcionista, y esperó no haber tirado demasiad

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por lo bajo. —Vaya —dijo Börje—. ¡Récord de l

parroquia! Imaginen lo que podríamos consegu

una vez que redefina y pula la organización, econtenido y un poco el resto. Apuesto a que algúdía romperemos la barrera de las diez mil corona

«Problemas, problemas y más problemas»pensó Johanna Kjellander.

Con un «Volveré el lunes para rastrillar el senderoquizá nos veamos», Börje Ekman abandonó por fi

a sala. —Vaya, un eterno inconformista —coment

Per Persson.La pastora estuvo de acuerdo, pero despedir

alguien a quien nunca habían contratado podríesperar hasta la semana siguiente. Ahora teníaque celebrarlo, con una cena de siete platos pernoctando en un hotel. Sobre todo para discut

el desarrollo del asunto a partir de la

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experiencias de esa tarde.

* * *

usto después de brindar con un Anwilkudafricano del 2005, la pastora expuso su nuev

dea. —Eucaristía —dijo. —¡Qué pereza! —¡No, al contrario! No se refería a la eucaristía que mantení

activo a Asesino Anders, tampoco a la eucaristíen el sentido tradicional de la palabra, sino en eentido libre de la Iglesia de Anders.

 —Desarróllalo un poco más —pidió eecepcionista.

A continuación bebió otro sorbo del vinudafricano por el que pronto pagarían algo má

de dos mil coronas, siempre que no pidieran otr

botella.

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Bueno, habían descubierto la proporcióncuanto más alegres parecían los asistentes, mayoera su generosidad. Asesino Anders ponía de bue

humor a la gente —bueno, menos a ellos dos probablemente al maldito sacristán— y, por lanto, la volvía más generosa. Con el vino lo

feligreses se ponen más contentos, ergo, ¡svuelven todavía más generosos! Simplematemáticas.

La conclusión de la pastora era que si durantel servicio conseguían que cada asistente soplara entre un vaso y media botella

dependiendo de las ganas y la masa corporal, lecaudación de los sábados se podría duplicar. N

de cinco a diez mil coronas, como había apuntadel viejo del rastrillo, sino de medio millón a u

millón entero. —¿Eucaristía sin límite para todos? —

preguntó el recepcionista. —Creo que lo mejor sería no llamarl

«eucaristía», por lo menos internamente

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«Estimulación financiera» suena mejor. —¿Y qué pasa con la autorización para serv

alcohol?

 —No creo que haga falta. En este maravillospaís repleto de prohibiciones y reglas, uno puedabrir una botella como quiera mientras esté entras paredes de una iglesia. Pero para estar seguro

del todo, el lunes mismo me informaré del asuntoSalud, querido. Buen vino este. Demasiado buenpara nuestra iglesia.

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El lunes siguiente, a las 9.01 horas, la pastorlamó desde la sacristía a la autoridad regiona

encargada de conceder los permisos para la ventde alcohol y tabaco. Se presentó como la pastorasistente de una nueva comunidad religiosa, que spreguntaba si era necesario algún permiso especiapara servir vino eucarístico durante la misa.

 No, la informó el riguroso representante de lautoridad. La eucaristía se podía suministraibremente.

Ante eso, la pastora preguntó —para no dejacabos sueltos— si, en tal caso, había algún límitobre cuánto vino podía ingerir cada feligrés ante

de que las autoridades tuvieran algo que objetar.El riguroso representante se mostró aún má

duro, porque presintió que había algo inadecuad

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en la pregunta, así que eligió completar lespuesta formal con una reflexión personal.

 —Si bien es cierto que la autorida

competente no menciona detalles sobre la cantidade vino eucarístico que se puede ingerir, eprincipio, el espíritu de la ley no es que loasistentes a un oficio religioso se emborrachen. Eese caso, se podría pensar que el mensajeligioso no llegará muy lejos.

La pastora podría haber dicho que, en el casque los ocupaba, no estaría mal que el mensaje sperdiera por el camino, o por lo menos parte de é

pero se apresuró a dar la gracias y colgar.

—¡Luz verde! —le dijo al recepcionista.

Y se volvió hacia Jerry Cuchillos, que en esmomento se encontraba en la sacristía.

 —Necesito novecientos litros de vino tintpara el sábado. ¿Puedes encargarte?

 —Por supuesto —respondió Jerry, que tení

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contactos de sobra—. Doscientas cajas de cincitros de merlot moldavo, a cien coronas la unidad

¿Va bien? No sabe demasiado…

«Mal» iba a decir, pero no le dio tiempo, puefue interrumpido. —¿Graduación alcohólica? —preguntó l

pastora. —Suficiente. —Entonces de acuerdo. Bueno, no, mejo

compra cuatrocientas cajas, habrá más sábadoademás del próximo.

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Börje Ekman rastrillaba su sendero de grava. Erealmente suyo, de nadie más. Asesino Ander

pasó por su lado acompañado de Jerry Cuchilloque iba en silencio. El pastor alabó la calidad deastrillado y a cambio recibió bonitas palabraobre su sermón inaugural.

 —No se le puede reprochar nada —mintiBörje Ekman, sonriendo.

La mentira piadosa formaba parte de su plade tres fases. La fase A incluía tres pasos:

1. Opinar sobre el contenido del sermón.2. Explicarle al pastor su punto de vista, y po

último…3. Escribir él mismo los sermones del doming

al como había hecho en el pasado.

Ya tendría tiempo de cambiar la decisión qu

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había tomado la nueva Iglesia de celebrar la misdel domingo los sábados por la tarde temprano. Lharía durante la fase B o la C, dependiendo de la

dificultades que encontrara para manejar al pastoa la pastora ayudante y al otro.Jerry Cuchillos, el perpetuo acompañante d

Asesino Anders, tuvo la suficiente sensatez parcontarles a Johanna Kjellander y a Per Persson lncipiente relación entre el predicador y e

autoproclamado sacristán. —Problemas, problemas y más problemas —

dijo ella.

El recepcionista asintió. Que Börje Ekman sdenominara «sacristán» sin que nadie le hubierencomendado tal labor era un pequeño problemen sí mismo. Pero parecía estar casado con l

glesia y su entorno, y regresaría sin importar lejos que lo echaran Jerry Cuchillos y suabuesos. Regresaría y descubriría lo que se l

había escapado la primera vez, es decir, el import

eal de la recaudación. Además, corrían el riesg

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de que ese hombre trastornara la ya bastantrastornada cabeza del pastor y lo desbaratasodo.

 —La próxima vez que Anders y tú oencontréis con Börje Ekman, intenta conducir aperturbado en la dirección opuesta —aconsejó eecepcionista.

 —¿A cuál de los dos? ¿A Anders o al deastrillo?

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La inauguración había salido mejor de lo qucabía esperar, dadas las condiciones en que s

desarrolló. Por su parte, la prensa estuvo present  les proporcionó publicidad gratuita en forma dartículos sobre el éxito del pastor Anders, ademáde abrir la veda a todo tipo de especulacioneobre quién sería el destinatario del próxim

medio millón de coronas del recién redimido altruista exasesino. Aunque a ningún reportero lmpresionó el sermón, nadie pudo criticar l

entrega del pastor y su parroquia.Un par de días más tarde, los periódico

volvieron a comentar el asunto. Según una fuentanónima, el café gratuito del próximo sábado iba er sustituido por vino. Se informó de que l

eucaristía era una parte importante de la liturgi

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andersiana. La misa se celebraría cada sábado as diecisiete cero cero durante todo el año, segúnformaba la prensa. Cuando la Nochebuen

cayera en sábado, el vino eucarístico habituaería sustituido por vino caliente aromatizado; poo demás, no habría cambios.

 —Gracias, Señor, por el teléfono de denunciaanónimas —dijo el recepcionista al leer el anuncigratuito en los tabloides de tirada nacional.

 —¿En qué parte de la Biblia te basas paruponer que Dios ha sido el creador del teléfon

de denuncias anónimas? —preguntó la pastora.

* * *

Y llegó un nuevo sábado. La gente volvió a acuda la iglesia, pero en esta ocasión en menor númeroLa pastora y el recepcionista se lo esperabanmuchos ya habían conseguido un autógrafo o u

elfie  y no sentían necesidad de pagar por l

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mismo una vez más. De todos modos, hubdoscientos asistentes que no encontraron sitidentro de la iglesia.

El fin de semana anterior había termos de cafcada veinte asientos. Ahora, en cambio, había unen cada uno y, en el suelo, cada cinco metros, uncaja de vino moldavo.

 Nadie se atrevió a tocar el vino hasta que epastor hizo su entrada, lo que ocurrió a ladiecisiete cero cero.

De pie, en la misma esquina alejada de lparroquia de la vez anterior, estaba Börje Ekman

otalmente confuso.

—Aleluya y hosanna —comenzó el pastor Ander

  fue al grano por razones personales—: Amigomíos, Jesús cargó con todos los pecados de lhumanidad. ¡Comencemos brindando por ello!

Anders rellenó su cáliz de la vinajera mientra

e producían movimientos nerviosos en las hilera

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de bancos. Pocas cosas hay tan embarazosas combrindar sin tener nada con qué hacerlo.

A pesar de las ganas del pastor de beberse d

un trago de lo que sostenía en la mano, esperhasta que pareció que suficientes personas de lcongregación estaban preparadas.

 —¡A la salud de Jesús! —brindó al fin, vació el contenido de golpe.

Más de setecientas personas de las ochocientaque había en la iglesia siguieron su ejemplo. Yolo eso fue más de lo podían aguantar cincuent

de ellas.

Tras un inoportuno «¡Qué bien me hentado!», el pastor comenzó su sermó

explicando que él era un sencillo servidor deSeñor, que hasta entonces no había comprendid

que el camino al Reino de los Cielos pasaba por langre y el cuerpo de Jesús. Pero había visto luz. Y por eso estaba en condiciones de revelar a congregación el origen de la eucaristía. Dejand

os detalles de lado, lo que sucedió fue que Jesú

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uvo hambre antes de que lo crucificaran e invitó us camaradas a ponerse las botas por última vez

Recientes investigaciones, dirigidas por el propi

pastor Anders, apuntaban a que tanto Él como suapóstoles ingirieron mucho más vino de lo quhasta el momento se creía. Después llegó lcrucifixión, por lo que existía el riesgo de quepara colmo, Jesús tuviera resaca mientraagonizaba allí, en el Gólgota. Eso podría explicau angustioso «Dios mío, Dios mío, ¿por qué m

has abandonado?».

¿Ponerse las botas? ¿Un Jesucristo resacoso en lcruz? ¿Había oído bien Börje Ekman?

El pastor Anders sacó un nuevo papel co

anotaciones y por eso pudo relacionar coelegancia esas últimas ideas con una cita deEvangelio de Marcos, 15, 34. A continuación, hizuna inesperada digresión sobre la maldición de l

esaca, antes de regresar a Cristo en la cruz, pue

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el pastor creía que lo más significativo que Jesúhabía dicho antes de partir hacia la eternidad habíido: «Tengo sed». (Juan 19, 28).

Esto en cuanto a la sangre de Cristo. Por lo quespectaba a su cuerpo… No, antes debían volvea brindar en nombre del Señor.

 No pasó mucho tiempo hasta que casi toda lcongregación estuvo achispada. Al pastor le diiempo a hacer tres brindis en honor de snterpretación de la eucaristía antes de pasar aiguiente punto del orden del día.

 —Se dice que compartieron pan y vino, per

atención: pan ácimo con vino tinto, ¿es esa lmanera que tenemos de honrar dignamente aSeñor y a su Hijo?

Se oyeron unos débiles «no» desde diferente

direcciones. —¡No os oigo! —dijo Asesino Anders alzand

a voz—. ¿Es así como debemos honrarlos? —¡No! —gritaron unos cuantos más.

 —¡No os oigo! —insistió el exasesino.

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 —¡Nooo! —exclamó entonces toda la iglesia medio aparcamiento.

 —¡Ahora sí os oigo! Y vuestra palabra es m

ey.Tras una señal, los alumnos deMälargymnasiet comenzaron su trabajo. Cada unlevaba en una mano un cubo para llenarlo d

billetes o, en el peor de los casos, con monedaEn la otra mano sujetaban una bandeja codiferentes tipos de galletas, uvas, mantequilla queso. Las bandejas pasaban de asistente easistente y cuando alguna estaba a punto d

agotarse, los futuros bachilleres la rellenaban amomento.

El pastor recibió su propio plato. —  Prästost , el queso del cura —coment

atisfecho entre bocado y bocado.

Después de vivir varias semanas solo de la sangr

de Cristo con alguna que otra hamburguesa o boll

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de canela, Asesino Anders tuvo a bien leer algmás sobre la eucaristía de verdad (un pocovamos, no mucho). Además, Johanna Kjellander l

animó, pues pensaba que si de la boca de aquepastor solo salían tonterías semana tras semana, lconsecuencia sería un pastor que no conseguiríque los feligreses donaran suficiente dinero paracercarse al Reino de los Cielos. Y eso sería taentable como una empresa de matones que n

puede ofrecer palizas.Pero había otras maneras, aparte de l

eucaristía, de estimular las cogorzas que se cogía

dentro y fuera de la morada del Señor. En estocasión, la pastora había controlado previamentel papel de Asesino Anders y había añadido algúapunte que podría influir en el ambiente y, po

anto, en la generosidad.Por consiguiente, el pastor pudo relatar qu

oé fue el primero en plantar una viña, y comesultado también fue el primero en pillar una

curdas de órdago. Acabó tendido desnudo e

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medio de su tienda, todo según el Génesis 9, 2pero se espabiló y durante la resaca le echó uneprimenda a uno de sus hijos y a continuació

vivió trescientos cincuenta años, que se sumaron os seiscientos que ya tenía. —Ahora levantemos nuestras copas una últim

vez —finalizó el pastor Anders—. Bebamos langre de Cristo. El vino le proporcionó a Noé unarga vida de novecientos cincuenta años; sin e

vino llevaría muerto mucho tiempo.El recepcionista pensó que Noé ya llevab

muerto tiempo de sobra, pero el pastor parecí

alirse con la suya en casi todo. —¡Salud! ¡Seréis todos bienvenidos e

próximo sábado! —concluyó Asesino Anders, vació la vinajera sin utilizar el cáliz.

El recepcionista chasqueó los dedos para quos alumnos dieran una vuelta recaudatoria más, l

que proporcionó otros miles de coronas a lo yecogido. Por desgracia, una señora mayor con un

boa de piel alrededor del cuello tuvo el mal gust

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de vomitar en uno de los cubos.

Mientras la gente salía tambaleándose de lglesia, pedos de bienaventuranza y vino, lpastora y el recepcionista hicieron balance de larde. Un rapidísimo cálculo apuntaba a qu

habían superado el millón de coronas; la inversióen vino moldavo y aperitivos había reportado mubuenos beneficios.

* * *

Las maletas con el dinero ya estaban guardadacuando Börje Ekman, el sacristán, entró en lacristía, desde donde se controlaba toda l

actividad. Tenía las mejillas encendidas y nparecía contento.

 —¡En primer lugar…! —comenzó.

 —En primer lugar, deberías aprender a saluda

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como una persona educada —soltó eecepcionista.

 —Vaya, hola, Börje —dijo el despistad

exasesino—. ¿Qué te ha parecido el sermón desta tarde? ¿Igual de bueno que el de la semanpasada?

Börje Ekman perdió el hilo, pero tomó nuevmpulso.

 —Buenas tardes a todos —saludó—. Tengo upar de cosas que decir. En primer lugar, el exteriode la iglesia está sumido en un caos. Han chocadpor lo menos cuatro coches, la gente arrastra lo

pies por el sendero de grava y el lunes me costarel doble de esfuerzo rastrillarlo…

 —Entonces, quizá lo mejor sea asfaltarlo, ashará juego con el aparcamiento —contestó e

ecepcionista, que tenía ganas de pelea.¿Asfaltar el sendero de grava? Para Ekma

decir eso era como blasfemar en la iglesiaMientras intentaba recuperarse de lo que acabab

de oír, el pastor insistió, más beodo de lo que s

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cuerpo necesitaba: —Oye, di de una vez qué te ha parecido e

odido sermón.

En opinión de Börje Ekman, eso sí que erblasfemar en la iglesia. —¿Qué está pasando aquí? —preguntó, y baj

a vista hacia el único cubo que aún no habíavaciado ni escondido junto a las cercanas maletaEra el del vómito vertido sobre varios miles dcoronas—. ¿Por el sermón me preguntas? ¡Querrádecir «borrachera colectiva»!

 —Hablando de eso… ¿Te apetece un trago

Con tan poco no te garantizo que llegues a lonovecientos cincuenta años, pero por lo menoacabarás con ese humor de perros.

 —¡Un borracho! —repitió Börje Ekman—. ¡E

a casa de Dios! ¡No tenéis vergüenza!En ese punto, la pastora ya no aguantó más. Er

el maldito señor Ekman quien no tenía vergüenzaEllos se esforzaban y luchaban por conseguir una

miserables coronas para los pobres del mundo

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mientras que Ekman se quejaba de su sendero dgrava. Por cierto, ¿cuánto dinero había aportado a colecta?

El autodesignado sacristán no había donado nuna sola corona y eso lo preocupó durante unoegundos, tras los cuales se rehízo.

 —Tergiversáis la palabra de Dioransformáis el culto y la misa en un circo

Vosotros, vosotros… ¿Cuánto dinero habéiconseguido en total? ¿Y dónde está?

 —Eso a ti no te importa —se enfadó eecepcionista—. Lo fundamental es que hasta l

última corona vaya a parar a los necesitados.Respecto al tema de «los necesitados»…

desde hacía una semana, la pastora y eecepcionista habían cambiado la autocaravan

por la suite Riddarholm del hotel Hilton, y eso nalía gratis.

Pero en lugar de contárselo al sacristánohanna Kjellander sugirió que «el señor Jerry» l

mostrara el camino de salida, por si no l

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encontraba él mismo. También sugirió, con un tonmás suave, que volvieran a verse cuando estuvierun poco más calmado. ¿Qué le parecía, po

ejemplo, el lunes siguiente?Pensó que con eso quitaría hierro al asunto, siarriesgarse a que el sacristán acudiera corriendo a policía o a otro sitio igual de desagradable.

 —La encontraré yo solo —dijo Ekman—. Pervolveré el lunes a rastrillar y barrer los cristalede los coches que han chocado. Seguro que tendrque limpiar más de un vómito ahí fuera. Y epróximo sábado exijo un comportamiento mu

diferente al de hoy, ¿entendido? Nos reuniremopara tratar el asunto a las catorce horas.

 —Catorce treinta —precisó la pastora, solporque no quería que fuera Börje Ekman quie

uviese la última palabra.

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Una de las pocas personas que no probó ni gota dalcohol durante el sermón del segundo sábado fu

una señora de mediana edad. Llevaba una pelucubia y unas gafas de sol, innecesarias dentro de lglesia. Estaba sentada en la fila decimoctava

depositó veinte coronas en el cubo cada vez que lpasaron, a pesar de lo mucho que le dolía hacerloTenía que aguantarlo. Se encontraba allí pareconocer el terreno.

Entre los asistentes nadie sabía su nombre. Adecir verdad, tampoco había muchos que lupieran fuera de allí. En los círculos qu

frecuentaba la llamaban sencilla y llanamente «lCondesa».

Sentados siete filas más atrás, dos hombre

vaciaban una de las cajas de vino moldavo. A

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diferencia de la mujer, no contribuyeron a lcolecta ni con una corona. Si alguno de suvecinos tenía algo que opinar al respecto, l

amenazaban con propinarle un guantazo.Los hombres se encontraban allí por la mismazón que la Condesa. Uno de ellos se llamab

Olofsson. El otro también. Y por mucho qudesearan cortar en pedacitos al pastor, su misióno era otra que analizar las oportunidades quenía de sobrevivir en su púlpito. Asesino Ander

no podía morir. Sobre todo, no antes de que lhicieran el Conde y la Condesa.

Lo primero con lo que Olofsson y Olofsson soparon en la entrada fue un detector de metale

Eso los obligó a dar otra vuelta al lugar parocultar entre unos arbustos dos revólveres que má

arde no lograron encontrar, pues estaban comcubas.

Mientras tuvieron la mente lúcida, también ledio tiempo a apreciar las considerables medida

de seguridad que se habían tomado. Olofsson fu

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el primero en descubrir a los dos francotiradoredel campanario. Le pidió a su hermano qucomprobara discretamente su descubrimiento

Olofsson lo hizo.Por la noche, los hermanos informaron a lootros quince miembros del grupo que habíadecidido por unanimidad quitar de en medio aConde y la Condesa. Como los informadoreestaban borrachos, la reunión fue algo accidentadapero consiguieron que Olofsson y Olofssoconfirmaran que, por el momento, Asesino Anderparecía razonablemente bien protegido. Quie

quisiera llegar hasta él, necesitaría una buendosis de inteligencia y determinación.

Por desgracia, inteligencia y determinación eracualidades que no les faltaban al Conde y lCondesa. Esta última notificó a su noble consortque, por fortuna, no sería tan sencillo entrar en l

glesia y volarle la cabeza a Asesino Anders, y

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que la vigilancia era muy buena. Con «por fortunae refería a que, si hubiera sido de otro modo, e

matón no sufriría todo lo que se merecía.

Por consiguiente, los sábados no eran el mejodía para actuar. Pero, Asesino Anders tambiéexistía los otros seis días de la semana, y entonceal parecer, solo lo acompañaba un guardaespaldas

 —¿Solo uno? —preguntó el Condorprendido, y sonrió—. ¿Quieres decir que co

un único disparo hecho a distancia se quedaríolo, con un guardia descabezado y caído a su

pies?

 —Más o menos. También he visto ufrancotirador en el campanario, aunque no creque se pase la semana entera allí sentado.

 —¿Algo más?

 —Debemos contar con que haya más hombreepartidos por los alrededores de la iglesia. Estiene cuatro entradas; una de ellas recié

construida. Me imagino que las cuatro estará

vigiladas.

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 —¿Cinco, seis vigilantes, más uno que nunce separa de Anders?

 —Ajá. De momento no me atrevo a ser má

precisa. —Entonces, propongo que sigas con la pelucpuesta y te des una vueltecita por el lugar para vei nuestro objetivo se atreve a asomar la nari

fuera de la iglesia. En cuanto sepamos algo máobre sus movimientos, me cargo primero a s

guardaespaldas a ciento cincuenta metros ddistancia si hace falta, y la siguiente bala se lmeto en la barriga a ese cretino. Ya sé que n

endrá ni de lejos el sufrimiento que se mereceDesangrarse lentamente con los intestinos hechopapilla no es tan horrible como sería deseablepero teniendo en cuenta las circunstancias, no est

mal del todo.La Condesa asintió con aire decepcionado

Bueno, tendría que resignarse. Por otra parte«intestinos hechos papilla» sonaba bonito. E

Conde era el Conde, pensó, sintiendo una extrañ

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calidez interior.

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Fue en Olofsson y Olofsson en quienes recayó eencargo de dar pasaporte a la pareja condal. Lo

otros quince se ocuparon de reunir el dinerprometido a los circunstanciales sicarios. Siembargo, hasta que se realizara el trabajo, emporte se podía ver pero no tocar.

Por tanto, no faltaba dinero en aquella impíalianza entre criminales. Sin embargo, no ibaobrados de ideas. El cabecilla andaba igual d

dubitativo que los hermanos Olofsson. Perentonces, el maleante número nueve del grupecordó que apenas unas noches antes habí

desvalijado el almacén central de Teknikmagasineen Järfälla, por segunda vez, para más detalles.

Allí se vendía todo el material electrónic

maginable, pero solo había tenido que cortar u

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cable amarillo y otro verde en el cuadro eléctricpara acabar con el sistema de seguridad de lempresa. En casa del herrero, cuchillo de palo.

En el local encontraron más de quinientacámaras de videovigilancia, todas bieempaquetadas y colocadas sobre un palé. Locacos solo tuvieron que llevarlas hasta lfurgoneta, sin que ninguno de ellos quedaregistrado en ninguna grabación.

Asimismo, el número nueve había conseguidmás de doscientas básculas de baño —pequeñdecepción—, una gran cantidad de teléfono

móviles —¡acierto total!—, varios equipos dGPS, cuarenta prismáticos y aproximadamente edoble de máquinas expendedoras de chicles, quen la penumbra del almacén parecía

amplificadores de sonido. —Si alguien necesita una máquina de chicle

que me lo diga. Nadie contestó. El número nueve pas

entonces a los GPS.

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 —Podríamos instalar uno en el coche de loCondes. Así podremos ver en nuestro móvil podónde van. Es algo que les vendrá bien a su

verdugos. —¿Y en quién habías pensado para instalar esalgo en el coche de los Condes? —preguntOlofsson, y en el acto se maldijo por ser taestúpido.

 —¿En ti y en tu hermano, por ejemplo? —dijel jefe de los criminales—. Debemos ser fieles nuestro acuerdo y a este dinero que de momentolo podéis mirar.

 —Ni siquiera sabemos qué clase de cochconducen —se resistió Olofsson.

 —Un Audi Q7 blanco —dijo el bienformado número nueve—. Por la noche l

aparcan delante de su casa. Justo al lado de otrexactamente igual. Cada uno tiene el suyo. Eso estbien, así podréis acercaros los dos y colocar uGPS en cada coche. ¿Necesitáis también l

dirección? ¿Y un GPS para que os muestre e

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camino?El número nueve había sido probablemente e

mejor de la clase y estaba al mismo nivel que e

cabecilla. Olofsson y Olofsson no tenían nada quobjetar. Y eso los asustó. Enfrentarse al Conde y lCondesa de la manera que habían decidido podíer tan terrible como enfrentarse a su Creador. O

al enemigo de Este.Aunque… un millón de coronas seguía siend

un millón de coronas.

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El Conde tenía un arsenal imponente. Nuncobaba armas, pero a lo largo de los años habí

comprado alguna que otra. Y había practicadbastante en la casa de campo con la que lCondesa le había dado la lata diez años antes. Laprácticas de tiro fueron divertidas y provechosa

unca se sabía cuándo podía estallar una guerra eel negocio de la venta de automóviles.

El arma más extraña de su colección, ironíadel destino, procedía del armero de un genuinconde del norte de la capital. Se trataba de unescopeta de dos cañones, calibre 9,3 x 62provista de mira telescópica. Una escopeta ddoble cañón resultaba de gran ayuda si uno sencontraba cara a cara con un elefante, pero eso n

olía ocurrir en los alrededores de Estocolmo. Y

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i llegara a suceder, la mira telescópica no seríde mucha utilidad, a no ser que el conde al que sa robó estuviera casi ciego, pensó el falso conde

Pues bien, ahora iba a dar uso al armaPrimero, un pequeño paseo de ida y vuelta por ecampo para practicar un poco. El plan era cargaun cañón con una bala expansiva y el otro con unperforante. Eso posibilitaría dos disparos casi eel mismo segundo.

La primera bala, la expansiva, se alojaría entros ojos del guardaespaldas. Le destrozaría l

cabeza. A continuación, tras una rápida correcció

de unos milímetros en la mira telescópica, enviaríel siguiente proyectil al ombligo de AsesinAnders. La bala perforante le atravesaría el cuerp  saldría por el otro lado, ocasionándole u

estropicio irreparable. Sin embargo, Anders no sría de inmediato al otro barrio, primero sentirí

un dolor terrible, combinado con una buena doside angustia ante la muerte. Acabaría perdiendo e

entido y desangrándose. Demasiado rápido, s

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Un millón ciento veinticuatro mil trescientacoronas. Más el contenido del cubo vomitado

aunque de este la pastora y el recepcionista nuncupieron la cantidad exacta que contenía. Tras unnspección ocular tapándose la nariz, eepresentante de los alumnos del Mälargymnasientuyó que el cubo contenía más dinero del que l

habría correspondido al grupo, y lo eligió en lugade las prometidas cien coronas por persona.

 —Bien —dijo la pastora—. Coge el cubo vete.

 —Nos vemos el sábado —respondió ealumno, que agarró el cubo y se marchó.

Johanna Kjellander abrió la recién instaladdoble puerta de la sacristía para ventilar. (Jerr

Cuchillos se había tomado tan en serio lo d

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nstalar una vía de escape adicional para tiempode guerra que en tiempos de paz la gran entrada spodía utilizar como recepción de mercancías). N

deseaba exponerse a sí misma, al recepcionista al pastor a los peligros del exterior, pero en estocasión consideró que el riesgo era mínimo. Habíun guardia en la puerta y Jerry Cuchillos sencontraba en la habitación, como siempre, pegada Asesino Anders. Además, un terreno abiertcubierto de césped, de unos cien metros dongitud, los separaba de la autopista, y al otrado había un bosquecillo desde donde s

necesitaría un francotirador con mira telescópicpara alcanzar, como mucho, a uno de ellos.

* * *

La reunión de seguimiento del domingo comenzcon la situación financiera, sencillamente porque

por lo visto, Asesino Anders aún no se habí

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despertado. Si no, ese punto no se habría tratado.En esa ocasión, habían conseguido recauda

alrededor de seiscientas veinticinco corona

brutas por asistente, algo menos de seiscientacoronas netas. —Creo que hemos encontrado un bue

equilibrio entre la tasa de alcoholemia y lgenerosidad —dijo la pastora, satisfecha.

En ese momento, el exasesino entrropezando. Había oído el último comentario de l

pastora y propuso que, por seguridad, colocaraentre los bancos unos cubos para vomitar. As

podrían prolongar la euforia de la eucaristía y lgenerosidad un poco más.

A la pastora y al recepcionista la idea no lepareció adecuada. Los cubos entre los banco

podrían perjudicar la espiritualidad del lugar. Smirara como se mirase, no había nada celestial eun cubo para vomitar, por muy borracho qupudiera estar Noé en su cabaña.

 —Y desnudo —añadió Asesino Anders, sol

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por ensañarse un poco con el lamentable estado eque Noé se encontraba.

Y desapareció de nuevo. Lo esperaban el bar

un merecido descanso, ya que no se había gastadas quinientas coronas el sábado por la nocheAdemás, las reuniones de seguimiento eran muaburridas. Y las asambleas en general. De no seporque quería proponerles la idea de los cubopara vomitar, ya estaría sentado ante su primevaso de vino.

La pastora y el recepcionista se las arreglaban mubien sin la presencia de Asesino Anders, fuercual fuese el orden del día. Cuando volvieron quedarse solos, empezaron a tratar el caso de

diabólico sacristán que se había convertido en unamenaza para el negocio. La conversación del díiguiente sería crucial. Según Johanna Kjellande

había dos maneras posibles de solucionar e

asunto: o darle un susto de muerte, de lo que s

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podría ocupar Jerry Cuchillos, o invitarlo a subir bordo…

 —¿Con «invitarlo a subir a bordo» te refiere

a sobornarlo? —preguntó el recepcionista. —Sí, algo por el estilo. Alabamos su buerabajo con el rastrillo y le ofrecemos veinte m

coronas a la semana para que siga haciéndolo asde bien.

 —¿Y si no acepta?La pastora suspiró. —Pues entonces tendremos que invitar al jef

de seguridad a que participe en la reunión. Co

cuchillos y todo.

La pastora y el recepcionista contaban co

fundados motivos para preocuparse por lo qupudiera hacer el sacristán. Börje Ekman tenía emente informar al arzobispo de lo que estabucediendo en su parroquia, pero se trataba de un

mujer y, además, extranjera. Sin duda era alemana

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os alemanes sabían comportarse, aunque tambiéolían entregarse a excesos con el alcohol. Si

embargo, no lo hacían en nombre de la Iglesia,

esa era una diferencia muy importante. Nobstante, seguía siendo una extranjera. Y mujeAdemás, la Iglesia de Anders no dependía dearzobispado.

Sin embargo, tenía que hacer algo. ¿Llamar a policía? ¿O a Hacienda? Sí, una llamad

anónima para informar sobre irregularidadefinancieras era una buena idea, sin duda.

Bueno, pronto sería lunes, rastrillaría y lueg

e reuniría con la pastora atea y su tropa. Si eso nfuncionaba, el siguiente paso sería HaciendaPondría en marcha un plan B. Pero primero teníque inventárselo.

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Mientras la pastora y el recepcionista pasabaambién la tarde del domingo enfrascados e

esolver el caso Ekman, Asesino Anders hizo unnueva entrada, esta vez se lo veía de un humoadiante. Había ido al centro. En Stureplan habí

encontrado, pared con pared, un bar y una piscinaque juntos constituyeron un bálsamo para scuerpo y su alma.

 —Hola a todos. Veo caras largas por aquí.Estaba recién duchado y afeitado y llevaba un

camisa nueva de manga corta. Tenía los brazoepletos de tatuajes, incluidos un cuchillo, un

calavera y dos serpientes reptantes. La pastorpensó que tendría que acordarse de no dejarlpredicar nunca sin chaqueta.

 —Bueno, he dicho que veo caras largas —

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nsistió Asesino Anders—. Deberíamos repasar eermón del próximo sábado, ¿no? Tengo algunadeas.

 —Estamos pensando y estaría bien que no nonterrumpieras —replicó el recepcionista. —Bah, siempre pensando. ¿Qué tal si de ve

en cuando disfrutáramos un poco de la vida? En eSalmo treinta y siete se dice: «Los afligidoposeerán la tierra y gozarán de gran paz».

La pastora pensó que era increíble lo muchque aquel idiota parecía hojear el dichoso libroPero no lo dijo. En cambio, lo miró de arrib

abajo. —Y según Levítico diecinueve, no debe

afeitarte ni tatuarte los brazos, así que cierra epico un rato, haz el favor.

 —Bien dicho. —El recepcionista sonrimientras Asesino Anders se retiraba cabizbajoecién afeitado, con sus calaveras, serpienteeptantes y todo lo demás.

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Al final, el domingo se convirtió en lunes sin quhubieran encontrado ninguna solución aceptable acaso Ekman, es decir, aparte de la variante «o est

o lo otro» que ya habían discutido: o el malditacristán se subía al carro por las buenas, o Jerr

Cuchillos lo obligaría a subir por las malas. Ojala reunión de las catorce treinta llegara a bue

puerto; ahora no necesitaban más problemas.

* * *

El lunes por la mañana, el esmerado sacristácomenzó su labor antes de las nueve. Había muchque hacer. Primero el sendero de grava, claro. A

continuación, fregar algunas zonas deaparcamiento y barrer los restos de los cocheaccidentados como resultado del más que probablécord sueco de conducción bajo los efectos de

alcohol, alcanzado dos días antes. Ya que l

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policía de Estocolmo daba prioridad a locontroles de alcoholemia durante las horadiurnas, en las que todo el mundo iba sobrio —

ncluidos los propios agentes—, nadie tuvo qupagar las consecuencias.A eso de las once, Börje Ekman hizo una paus

corta, se sentó en uno de los bancos del sendero da iglesia y sacó un sándwich de salchicha y u

botellín de leche. Miró distraídamente a salrededor y suspiró por enésima vez al reparar ealgo entre los rosales, aquellas plantas que comérito ocultaban la vista del aparcamiento a l

zquierda de la iglesia. ¿No había límite a cuántpodían ensuciar aquellos borrachos?

Pero ¿qué era aquello en realidad? Börje dejel sándwich y la leche a un lado y se acercó par

mirar.¿Un… revólver? ¿ Dos revólveres?La cabeza le dio vueltas. ¿Acaso se gestab

allí algún embrollo criminal?

Y entonces recordó la respuesta a su pregunt

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obre cuánto habían recolectado. ¿Cinco milDios mío, qué ingenuo había sido! ¡Por es

atiborraban de alcohol a los asistentes! Para qu

hicieran donativos sin cesar en los cubos, y si sdaba el caso, cubrirlos con una vomitona bajo lcual se podía adivinar más dinero que todos longresos declarados la semana anterior.

Un exasesino, una pastora que al parecer ncreía en Dios y un… bueno, lo que fuera. Dijlamarse Per Persson; seguro que era un nombrnventado. ¿Quién más había? El jefe de seguridad

el hombre que nunca se separaba del pastor. E

una ocasión la pastora lo había llamado… ¡JerrCuchillos!

«No piensan en Dios, no piensan en los niñohambrientos, solo piensan en ellos mismos», s

dijo Börje, quien, básicamente, había hecho esmismo durante toda su vida.

Y justo en ese preciso instante, después dpasar una vida entera a Su servicio, el Señor l

habló por primera vez: «Eres tú, Börje, y nadi

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más, quien puede salvar esta Mi morada. Tú ereel único que ha visto las tropelías que se cometeen ella, tú eres el único que comprende. Eres t

quien debe hacer lo que hay que hacer. HazloBörje. ¡Hazlo!». —Sí, Señor —respondió Börje Ekman—

Dime solo qué tengo que hacer. Dímelo y lo haréGuíame bien, Señor.

Pero con Dios sucedía como con su Hijo, solhablaba cuando tenía tiempo y ganas. Nespondió a su súbdito, ni entonces ni después. L

cierto es que el Altísimo nunca más volvió

dirigirse a Börje Ekman mientras este vivió.

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El sacristán canceló la reunión prevista para lados y media alegando migraña y diciendo que,

pesar de todo, no había tanta prisa en arreglar lque aún tuviera arreglo. Johanna Kjellandeecibió la noticia sorprendida de que ya n

ardieran las zarzas, pero tenía otras cosas en laque pensar. Se contentó con que aquello que habíestado a punto de convertirse en «o esto o lo otropudiera acabar en algo intermedio.

¡Ay, qué engañada estaba!El sacristán solo quería tiempo para pone

orden en sus pensamientos. Regresó en bicicleta u apartamento de una habitación con cocin

americana. —Sodoma y Gomorra —masculló para s

mismo.

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Lugares bíblicos donde el pecado habíeinado pavorosamente, pero solo hasta que e

Señor cortó por lo sano.

 —Sodoma, Gomorra y la Iglesia de Anders —precisó.¿Tenían las cosas que ir a peor antes d

arreglarse?Ese había sido precisamente el análisis de

presidente Nixon sobre la situación en Vietnam, uasunto que acabó yendo a peor antes de empeoraodavía más. Al final, Nixon tuvo que irse a s

casa, por Vietnam y por otras razones.

La historia tiene la mala costumbre depetirse. Un plan comenzaba a perfilarse en l

mente del sacristán. La llamada a Hacienda teníque basarse en una estrategia sólida. Primero peo

uego mejor (esa era la idea).¿El resultado final? Primero peor, luego peo

odavía y después… Börje Ekman también tuvque irse a su casa.

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* * *

En su minucioso reconocimiento del terreno, lCondesa estaba en cuclillas en la colina arboladcon vistas a la recién construida puerta doble, qude vez en cuando se abría y se cerraba. Sencontraba a menos de ciento veinte metros d

distancia, pero al otro lado de la autopista. Ermiércoles, día en que tenía lugar la entrega devino. Una furgoneta había dado marcha atrás y, coas puertas de la iglesia completamente abierta

descargaban cajas y más cajas. Un vigilantarmado con un fusil de asalto mal disimuladestaba plantado entre el vehículo y la puerta.

La Condesa logró distinguir algunas persona

en el interior. Debían de ser Johanna Kjellander Per… ¿Jansson? Y junto a ellos se hallabaAsesino Anders y su maldito guardaespaldas.

Gracias a los prismáticos pudo constatar qu

no conocía al vigilante; se trataba de alguien ajen

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a su círculo de amistades. Su nombre no importabmucho. Si el Conde y ella sentían curiosidadiempre podrían buscar su tumba y ver qué poní

en la lápida.Lo más importante era que, de haber estadpreparados en ese momento, podrían haberscargado tanto a Asesino Anders como a sguardaespaldas. El problema era el vigilante coel fusil de asalto. En el peor escenario, estcorrería hacia ellos después de que disparasen, entonces sería crucial poder recargar enseguida. Au favor tenían la autopista que separaba la iglesi

de la arboleda.Con ese pensamiento positivo dio po

finalizado ese día su reconocimiento. No habíprisa, lo importante era hacerlo bien.

La Condesa regresó a su Audi y abandonó el lugar —Deja que se vaya —dijo Olofsson—. Segur

que vuelve a casa para informar al maldito Conde

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 —Mmm —respondió Olofsson—. Lo mejoerá que nosotros también vayamos a la arboleda

veamos qué espiaba.

* * *

Una vez más reinaba el buen ambiente entre lodirectivos de la Iglesia de Anders. La nueventrega de vino había finalizado, al igual que la dgalletas, uvas y prästost .

 —Repartiremos los mismos aperitivos —dija pastora—, ya que tuvieron tanto éxito. Pero lemana que viene a lo mejor hacemos uno

cambios. No podemos quedarnos estancados. —¿Hamburguesas y patatas fritas? —propus

Asesino Anders. —U otra cosa —respondió la pastora,

añadió que tenían que preparar el sermón.Pero el exasesino no había terminado d

comentar sus ideas. El vino podía resultarles alg

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áspero a algunos. Recordó que cuando era uquinceañero, su mejor amigo —muerto a causa das drogas, una estupidez— y él mezclaban el tint

con Coca-Cola para conseguir un brebaje potableCuando más tarde aprendieron a añadirle aspirinael combinado resultó aún más divertido.

 —Suena bien —dijo la pastora—Revisaremos el aperitivo más adelante endremos en cuenta tus puntos de vista. ¿Podemo

concentrarnos ahora en el sermón?

En la Biblia abundan las alabanzas al vino comun regalo de Dios. Johanna Kjellander anotó ideade memoria, como que el vino hace feliz a lgente, igual que el aceite da brillo a su rostro y e

pan le proporciona fuerza (extraído de los Salmos… Y añadió una cita algo menos exacta deEclesiastés: la vida sin una buena curda ocasionaes un sinsentido, un enorme sinsentido.

 —¿Seguro que pone «curda»? —pregunt

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Asesino Anders. —No, pero ahora no vamos a ponerno

iquismiquis con la terminología —respondió l

pastora mientras escribía las predicciones queegún Isaías, afirmaban que el último día scelebraría un banquete de suculentos manjareegados con vinos generosos, y carnes grasas iernas con vinos más ligeros.

 —Ya lo decía yo… —dijo Asesino Anders—Comida grasienta. Hamburguesas y patatas fritaPodemos saltarnos la Coca-Cola y la aspirina.

 —¿Hacemos una pausa? —propuso la pastora

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A partir del tercer sábado, pareció que las cosaempezaban a rodar. Por segunda seman

consecutiva, el servicio religioso reportó cerca dnovecientas mil coronas netas para los donecesitados. La pantalla gigante ya no hacía faltapero los bancos de la iglesia seguían tan llenocomo alcoholizados sus ocupantes.

El sacristán Ekman había regresado a la casdel Señor tras unos días de ausencia, aunque simitaba a deambular cabizbajo y de momento n

había solicitado una nueva reunión con la pastora el recepcionista. Era una bomba de relojería, perhabía tantas cosas en las que pensar… En el mejode los casos, sentarse con él los llevaría a teneque sobornarlo —y eso equivaldría a paz

ranquilidad—, y, en el peor, aceleraría u

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problema que parecía en estado de reposo. —Propongo que de momento no l

mportunemos —dijo el recepcionista—. Mientra

él no nos importune a nosotros.La pastora estuvo de acuerdo, aunque presentíque las cosas iban demasiado bien en todos loaspectos. Después de una vida entera llena dfracasos, es fácil desconfiar cuando sucede lcontrario.

Por ejemplo, no tuvieron ningún percance coos bajos fondos, probablemente frustrados. A

parecer, había surtido efecto la amenaza d

Asesino Anders de hacer pública la lista dencargos no realizados en caso de que édesapareciera.

La entrega del vino y los aperitivos, que tení

ugar cada miércoles a las trece horas, también ibobre ruedas. El recepcionista sabía que ese tip

de rutinas eran idóneas para un eventual sicariopero confiaba en Jerry Cuchillos y sus gorilas. Po

cierto, uno de estos había sido despedido po

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dejación de funciones tras ser pillado in fraganoncando en el campanario, abrazado a un tetrabri

vacío de vino moldavo.

Debido a la rápida actuación de Jerry, easunto reforzó la confianza en lugar de lcontrario. Ahora el grupo tenía un hombre menopero el Cuchillos seguía entrevistando candidato contaba con tener el equipo cerrado antes de u

mes.Aparte del casi millón de coronas qu

ecaudaban en efectivo semanalmente, el excelentrabajo del recepcionista en las redes sociales le

eportó doscientos mil más, que enviaron a lcuenta bancaria de la congregación. Tanto dinerequería mucho trabajo administrativo.

En Suecia se parte de la idea de que todo

aquellos que tienen más de diez mil coronas emetálico son criminales, defraudadores dHacienda o ambas cosas a la vez. Por esa razóexisten limitaciones a la cantidad de dinero que s

puede ingresar o sacar de una cuenta propia si

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necesidad de solicitarlo humildemente con variodías de antelación.

Pero, como decíamos, todo iba sobre rueda

El recepcionista había conocido y deslumbrado una banquera, que era también una de lafeligresas más entregadas y sedientas de la Igleside Anders. En consecuencia, podía encargarlransacciones diarias y sacar un buen fajo d

billetes sin que ella alertara a los inspectores dHacienda sobre un posible blanqueo de dinero. Lbanquera sabía que el capital se utilizaba en lobra del Señor (además de para pagar s

borrachera de fin de semana). Dejar el dinero en lcuenta no era una alternativa para el recepcionistaLa vía de escape con las maletas llenas debía estaa menos de medio minuto en caso de emergencia,

e tardaba alrededor de medio año en sacacientos de miles de coronas de un banco sueco.

 —Ahora que la fortuna está de nuestro lado emejor no ser demasiado avariciosos —reflexion

el recepcionista—. ¿Dejamos que ese tarug

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eparta otro medio millón? —Sí, buena idea —reflexionó también l

pastora—. Pero en esta ocasión el dinero l

contamos nosotros.

* * *

Asesino Anders se alegró mucho al saber que, epocas semanas, la congregación ya habíecaudado cuatrocientas ochenta mil coronas

podría donar quinientas mil una vez más, ya que lpastora, generosa como era, había decidido poneas veinte mil coronas restantes de su propi

bolsillo. —En el Reino de los Cielos tendrás un lugar

a derecha del Señor —le dijo Asesino Anders.Johanna Kjellander pasó de comentar la

pocas probabilidades que había de que aquellocurriera. Además, como decían los Salmo

David ya se sentaba allí, se supone que sobre la

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odillas de Cristo, que, según el evangelio dMarcos, se había apoderado de ese mismo sitio.

El pastor empezó a pensar a quién podría regalael dinero. ¿Quizá a una asociación sin ánimo ducro? Pero entonces recordó algo que había oíd

por casualidad. —¿Qué es todo eso de los bosques tropicales

«Salvar los bosques» suena bien. Además, Diomismo creó los bosques. O mejor aún, ¿por qué nbuscamos uno de esos lugares donde lluev

poquísimo?A la pastora ya no la sorprendían las cosas qu

e le ocurrían a Asesino Anders, aunque todavía lcostaba digerir lo de su conocimiento de las setas

 —Yo había pensado que quizá podríamoalvar a más niños enfermos y hambrientos —dij

ella.El exasesino no era un tipo necesitado d

prestigio. Por lo que a él respectaba, daba igual e

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bosque tropical o los niños hambrientos, lo quealmente le importaba era dar en nombre d

Cristo. Pero se permitió reflexionar sobre l

combinación «bosque tropical-niñohambrientos». Sonaba muy especial. Aunque¿podrían encontrar algo así en Suecia?

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El alicaído sacristán en realidad no estaba nadalicaído. Solo esperaba el momento oportuno

Mientras, caminaba a hurtadillas por la iglesia os alrededores en busca de pruebas quconfirmaran su tesis de que no todo iba bien. Si eque había algo que lo fuera.

Pasó una semana, pasaron tres. En su momentoBörje Ekman había visto con sus propios ojos máo menos cuántos miles de coronas había en aquecubo vomitado; solo debía multiplicarlos por enúmero de cubos para imaginar la sustanciosuma total.

A esas alturas, la falsa pastora y el otrendrían cuatro o cinco millones escondidos e

alguna parte. ¡Por lo menos!

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* * *

El último medio millón no fue a parar a ningúbosque, ni siquiera tropical. En su lugar, JohannKjellander propuso que, junto a un par dperiódicos, una radio y un canal de televisiónfueran al hospital infantil Astrid Lindgren para qu

el pastor entregara una mochila con quinientas mcoronas, acompañada del mensaje «Jesús vive», os niños gravemente enfermos; para colaborar, ea medida de lo posible, a que ellos pudiera

eguir con vida.El director del nosocomio, asimismo doctor e

medicina y especialista en pediatría, no estaba eel hospital en el momento de los hechos, per

enseguida emitió un comunicado de prensa paragradecer a la Iglesia de Anders y a su pastor jefa «enorme generosidad mostrada hacia los niños us padres, los cuales atraviesan momentos mu

difíciles».

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Börje Ekman vaciló un segundo en sconvicción de que tras la generosidad de Anderolo había avaricia y cinismo. Pero una ve

pasado ese segundo, vio las cosas con claridameridiana.Probablemente el pastor no tuviera mayore

fallos —aparte de ser un asesino y tener ciertaimitaciones—, eran más bien las personas que lodeaban en la sombra quienes movían los hilo

es decir, la pastora y ese que se llamaba casi iguadel derecho que del revés.

El sacristán justiciero estaba sentado en s

estudio, pensando que ese último medio millón lhabría sido de gran provecho. El principaervidor del Señor necesitaba una base pecuniari

para poder realizar el trabajo siguiendo Su

deseos. Esa era la razón, por ejemplo, de qudurante todos esos años hubiera cogido su diezmde la colecta sin informar de ello a lcongregación. Era un acuerdo entre el sacristán

el Altísimo y no le importaba a nadie más.

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La Condesa se había ocupado de todos lopreliminares, ahora era el turno del Conde. Este s

debatía ante la disyuntiva de cómo actuar. Por unparte, armarse hasta los dientes para afrontar esistir cualquier eventualidad; por la otra, nlevar demasiado peso, por si, una vez finalizad

el trabajo, necesitaba escabullirse tan rápido comAquiles el de los pies ligeros.

Esta segunda opción era la más probableSegún la Condesa, la doble puerta lateral de lglesia se había abierto a las trece horas en punt

cada miércoles, durante las cinco semanas en quhabía vigilado el lugar. Las últimas veces, eguardia de la entrada había sido sustituido por esque nunca se encontraba a menos de medio metr

de Asesino Anders; parecía que contaban con u

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efectivo menos y, últimamente, la distancia entrAnders y su guardaespaldas había aumentado demana en semana.

Y eso facilitaba las cosas tanto como lacomplicaba.Esos miércoles, durante la recepción de l

mercancía se había visto a Asesino Anders al otrado de la puerta, junto a Johanna Kjellander y Pe

Algo. No era descabellado suponer que las cosarían igual ese día, el día de la Operación Muchas

gracias-y-adiós.El plan consistía en cargarse primero

Asesino Anders con la bala perforante y, continuación, tener preparada la expansiva por sel guardaespaldas comenzaba a avanzar haciellos. En resumen, de perforante a expansiva e

ugar de al revés, vamos.Sin embargo, no podían estar seguros de pode

despachar al guardaespaldas con ese segunddisparo. En primer lugar, debido al riesgo de qu

el hombre fuera medianamente espabilado y, e

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ese caso, no se quedara allí parado después deprimer tiro, esperando que también lo finiquitaraa él. En segundo lugar, porque las circunstancia

habían hecho que ya no se tratara de desplazar lmirilla unos milímetros, es decir, unas décimas degundo, sino mucho más que eso si los objetivo

no estaban situados hombro con hombro.Por tanto, necesitaban una solución alternativ

, una vez acordada, resultó bastante obvia. Elloestarían apostados en la arboleda de la colina, poencima de quien fuera lo bastante tonto como parcontraatacar. Una de las granadas de fragmentació

del Conde lanzada en el momento oportuno tendríun cien por cien de probabilidades de conseguque el enemigo titubeara.

 —Una granada de fragmentación… —repiti

a Condesa, embelesada, y saboreó el pensamientde lo que aquel proyectil podría ocasionar acuerpo del guardaespaldas.

El Conde sonrió afectuoso. Su Condesa er

ealmente la mejor.

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* * *

A la una menos diez llegó el momento de preparaa recepción del suministro semanal de sangre d

Cristo y demás parafernalia. La pastora y eecepcionista se dirigieron a la sacristía, que s

había convertido en almacén, despensa, despacho

centro de recepción de mercancías, etcétera. Ale encontraron al sacristán husmeando en la

maletas amarilla y roja, repletas de millones. —¿Qué diablos haces aquí en lugar de estar e

el infierno? —le espetó el recepcionista, taorprendido como enfadado.

 —El infierno, eso es —contestó el sacristácon tensa calma—. Ahí es donde iréis a para

vosotros. Asesinos, estafadores, malversadores…¿Qué más? No encuentro palabras… —Pero sí has encontrado nuestras maleta

maldito parásito! —replicó la pastora, y cerr

ambas bolsas—. ¿Con qué derecho espías nuestr

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contabilidad? —¿Contabilidad? Ja. Pues sabed que h

omado mis medidas. Muy pronto dejaréis d

umar dinero en nombre del Señor. ¡Vaya, vayaVaya, vaya! ¡Vaya, vaya!A la pastora le dio tiempo a pensar que s

rataba de un parásito inusualmente lacónico, s«¡Vaya, vaya!» era la única forma en que podídescribir el estado de las cosas. Pero no pudcontraatacar con algo más agudo, porque entonceapareció Anders.

 —Hola, Börje, hacía tiempo que no te veía

¿Qué tal te va todo? —preguntó, tan incapaz comiempre de captar la situación.

Unos minutos antes, Börje Ekman, rastrillo emano, y con la tarea casi terminada dacondicionar el sendero de grava, tuvo unluminación.

¡Las maletas!

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¡Claro! Ahí era donde guardaban el excedentde sus maquiavélicos tejemanejes. Tanto en la rojcomo en la amarilla. Debía hacerse con esa

pruebas antes de llamar a la policía, a la oficindel gobierno, a Hacienda, al Defensor deMenor… A todos lo que desearan, debieran quisieran escuchar.

 No estaba muy claro cómo iba a reaccionar eDefensor del Menor, pero el sentir de Börje erque todos, absolutamente todos, debían enterarseLa prensa, la Agencia de Consumo, el pastoGranlund, la Federación Sueca de Fútbol…

Sin embargo, cualquiera que se sintiermpelido a informar tanto al Defensor del Meno

como a la Federación Sueca de Fútbol acerca dactos de criminalidad eclesiástica daría pie a qu

e sospechara de su sano juicio. Ese era el caso dBörje Ekman. Para él, era una cuestión que todo emundo debía conocer. Y si además actuaba con luficiente rapidez, le daría tiempo a coger de la

dos maletas el diezmo que legítimamente l

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pertenecía.Quizá hubiera sido preferible optar por l

prudencia, teniendo en cuenta lo que se avecinaba

Pero fuera como fuese, él y su rastrillo sencontraban en la sacristía donde se guardaban lamaletas, ajeno a la hora que era y a dónde sencontraban los criminales y dónde se encontraríaal cabo de un momento.

De ahí que lo pillaran con las manos en lmasa y se viera rodeado de malvivientes, incluidel que no se separaba del pastor, el que tenía aquenombre tan acorde con sus funciones.

El saludo bobalicón de Asesino Anderconfirmó a Börje que no era más que un idiota úten aquella conspiración diabólica.

 —¿No te das cuenta de que se aprovechan d

i? —le dijo mientras avanzaba hacia él, rastrillen mano.

 —¿Quiénes? ¿Qué dices? —repuso el pastocon gesto ingenuo.

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En ese preciso instante sonó un claxon dos veceal otro lado de la doble puerta. Había llegado euministro semanal de estímulos financieros.

Jerry Cuchillos hizo un rápido cálculo concluyó que aquel payaso que se había acercada Anders era menos peligroso que lo que podríencontrarse fuera. Se dirigió a la puerta y les dij

a la pastora y al pastor, con la mirada fija en BörjEkman:

 —Echadle un ojo al alborotador del rastrillo o me ocupo del trabajo de fuera.

El meticuloso jefe de seguridad comenzó ponspeccionar al conductor, que era el mismo de lemana anterior y de las precedentes. A

continuación, verificó el contenido del vehículantes de ponerse en actitud de alerta, con lespalda pegada al muro y barriendo con la miradde izquierda a derecha y viceversa. La pastora y eecepcionista tendrían que descargar las cajas d

vino y demás vituallas.

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El Conde estaba tumbado junto a la Condesa en larboleda, a ciento veinte o ciento treinta metros d

distancia. Con la mira telescópica y su punterínfalible resultaría sencillo eliminar primero aguardaespaldas, siguiendo el plan original. Pero eas actuales circunstancias corrían el riesgo de qu

Asesino Anders, ahora perfectamente visibleuviera tiempo de moverse antes del segund

disparo y así lograr sobrevivir. Por mucho que aConde le apeteciera cargarse al guardaespaldacomo bono extra, Anders era su objetivo principa

De ahí el cambio de planes. El Conde colocó erry Cuchillos en el segundo lugar de la lista d

bajas y se concentró en la Víctima PrincipaJohanna Kjellander y Per Jansson tampoco tenía

mucho futuro, claro, pero ya les llegaría su hora, lcapacidad de fuego de un conde no era ilimitada).

Mientras la pastora y el recepcionistacababan de descargar y mientras aquel cuy

ntención era asesinar enfocaba la mirilla en e

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pastor Anders, se inició una disputa entre el pasto Börje Ekman.

 —¡Te están engañando! ¡Se guardan todo e

dinero para ellos! ¿No te das cuenta? ¿O es questás ciego?Pero Asesino Anders recordaba el recient

éxito de la donación al hospital infantil AstriLindgren.

 —Por favor, querido Börje —dijo—, ¿haestado rastrillando demasiado tiempo al sol o que pasa? ¿Acaso no sabes que la Iglesia ya hepartido otro medio millón, incluso antes d

conseguir reunirlo del todo? La pastora contribuycon sus últimos ahorros para que pudiéramohacer nuestra primera donación como Iglesia enombre de Jesús, aunque las finanzas no l

permitían.El sacristán volvió a tomar carrerilla. L

pastora y el recepcionista le dejaban haceiempre y cuando Asesino Anders manejara e

asunto como era debido…

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 —¿Cómo se puede ser tan tonto? ¿Sabecuánto dinero consigues cada sábado?

Asesino Anders se mosqueó con los término

de la pregunta. En parte porque no sabía quesponder y en parte porque intuía una veladcrítica a su inteligencia. Por eso le soltó a BörjEkman:

 —Tú ocúpate de tu rastrillo, que yo me ocupde recaudar dinero para las personas necesitadas.

Eso enfureció al sacristán justiciero. —Eres un ingenuo y un mamarracho. —N

conocía palabras peores—. Tú sigue así. Al fina

acabarás rastrillando el sendero —añadió y, en uarrebato de cólera, le puso el rastrillo en la man—. Yo ya he tomado mis medidas. Solo te digo uncosa: ¡Sodoma y Gomorra!

Y entonces esbozó una sonrisa duperioridad, justo antes de que la situació

empeorara para él.De forma permanente.

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El Conde, escondido en la arboleda, observabpor la mira telescópica. Trayectoria de tirodespejada. El disparo alcanzaría al maldit

asesino justo debajo del pecho y lo traspasaría. —Nos vemos en el infierno —dijo, y apretó e

gatillo.

La potente detonación hizo que Jerry Cuchillopasara de observador a actor. Se arrojó al sueloe arrastró hacia la doble puerta y se aseguró d

cerrarla, quedando él mismo en la parte de fuer—no era un cobarde—, bajo la precariprotección de la furgoneta, que estaba en su sitihabitual. ¿De dónde procedía el disparo?

El guardaespaldas había actuado rápido comel rayo, pero el Conde alcanzó a ver que la misióestaba cumplida, pues Asesino Anders se habíambaleado hacia atrás. El guardaespaldas estab

oculto tras el vehículo, fuera del campo visual de

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Conde. Por eso le dijo a la Condesa que lo mejoería largarse de allí. No importaba u

guardaespaldas más o menos, siempre que n

epresentara una amenaza, y aquel solo lo sería seguían escondidos entre los arbustos de la colina No obstante, para que el guardaespalda

permaneciera donde estaba y no intentara hacersel héroe, el Conde disparó también la balexpansiva, sin otra intención que darle a lventanilla de la furgoneta. El conductor sencontraba acurrucado entre el acelerador, el fren  el embrague, y salió ileso por apenas uno

milímetros.

Börje Ekman, como ya se ha dicho, no creía en l

buena ni en la mala suerte. Creía primero en smismo y su propia excelencia; después, en Dios, en último lugar, en el orden.

Pero, desde un punto de vista objetivo, podí

considerarse mala suerte que Asesino Anders y s

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pandilla se hubieran establecido justo en sglesia. Y que le entregara el rastrillo a Anders e

el momento del disparo. Y aún más que este l

ostuviera de tal manera que la bala perforantchocara con la parte metálica de la herramienta, eugar del ombligo de su destinatario original,

atravesara su cuerpo.Así pues, el rastrillo salió disparado y golpe

el rostro de Asesino Anders, que se cayó de culo comenzó a sangrar por la nariz.

 —¡Ay, mierda! —exclamó allí sentado.Börje Ekman no dijo nada. Nadie suele habla

cuando le acaban de meter un bala perforanteaunque rebotada, por el ojo izquierdo hasta enterior del cerebro. El exsacristán era más ex qu

nunca. Cayó hecho un ovillo al suelo. Bien muerto

 —¡Estoy sangrando! —gimoteó Andermientras se levantaba despacio del suelo.

 —El sacristán también —dijo la pastora—pero a diferencia de ti, él no se queja. Con todo m

espeto, tu hemorragia nasal es el menor d

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nuestros problemas.Johanna Kjellander miró al hombre tendido e

el suelo. La sangre manaba por la cuenca que ante

había contenido un ojo y se deslizaba cara abajo. —«El pago del pecado es la muerte», Carta os Romanos seis, veintitrés —dijo, sin reflexiona

por qué entonces, de ser así, ella seguía con vida.

* * *

Mientras el Conde sacaba su granada dfragmentación del bolsillo como última medida deguridad antes de retirarse, Olofsson y Olofssolegaron por fin al lugar de los hechos. Se había

equivocado de salida en una rotonda y perdierode vista el Audi blanco, a pesar del equipelectrónico que les servía de ayuda. Al subir hacia colina oyeron dos disparos.

Se encontraban a veinte metros del Conde y l

Condesa, que estaban a cuatro patas entre uno

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alos pero grandes arbustos de euphorbias. EConde sujetaba lo que sin duda era una escopetde dos cañones. Al ver a Olofsson y Olofsson, lo

miró con sorpresa y algo de desesperación. Lohermanos comprendieron que ya había disparadodas sus balas y no había recargado el arma. N

había tenido tiempo. —Acaba con ellos —le dijo Olofsson a s

hermano—. Empieza por el Conde.Pero Olofsson nunca había matado a nadie

hacerlo no es tarea sencilla, ni siquiera para umaleante.

 —¿Desde cuándo soy tu lacayo? Hazlo tmismo si eres tan listo —respondió Olofsson—Por cierto, empieza por la Condesa, ella es la peode los dos.

Mientras tanto, el Conde toqueteaba coorpeza la granada de mano, se la enseñó a lo

hermanos, le quitó el seguro y la dejó caer entras euphorbias, todo al mismo tiempo.

 —¿Qué haces, idiota? —preguntó la Condesa

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Fueron sus últimas palabras.El Conde, por su parte, ya había dejado d

hablar.

Los hermanos Olofsson, sin embargoconsiguieron protegerse tras una roca y salierolesos de la metralla que destrozó a la nobl

pareja, además de los arbustos circundantes.

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erry Cuchillos se incorporó con cautela de lposición que ocupaba detrás de la furgoneta. Ya n

necesitaba preguntarse de dónde procedía eataque, pues tras los disparos se produjo unexplosión en la colina, al otro lado de la autopista

Del daño causado en la sacristía ya socuparía más tarde. Lo primero era acercarse a larboleda para eliminar el foco de insurgencia qupudiera quedar.

Pero como Jerry tuvo que moverse en uamplio zigzag para no ofrecer un blanco fácicuando llegó a la colina ya se oían las sirenas da policía. No quedaba claro lo que había ocurrid

allí en realidad, pero diversos restos corporalendicaban que los responsables del atentado, un

mujer y un hombre, habían volado en pedazos ta

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pequeños que ni siquiera se podía estar seguro dcuántos eran, de no ser porque el azar habídejado tres pies con zapatos en una fila ordenad

en medio de todo el desastre. Jerry calculó unalla 44 o 45 para los dos primeros, y una 36 parel tercero, un zapato de tacón. A no ser que lvíctima tuviera tres piernas, fuera hermafrodita calzara dos tallas diferentes, se trataba de uhombre y una mujer.

¿Cabía la posibilidad de que fueran el Conde a Condesa? Sin duda era lo más probable. Per

¿quién o quiénes les habían dado pasaporte d

manera tan drástica? ¿Tanta suerte tenían? ¿Podríer que de los principales líderes criminales qu

deseaban ver muerto al pastor Anders solquedaran tres pies que no irían a ninguna parte? A

diferencia de los de Jerry Cuchillos, que abandonel lugar antes de que llegara la policía.

En el camino de vuelta a la iglesia, Jerry ibumiando esa hipótesis, aunque apenas se atrevía

creerla. ¿Realmente quienes querían eliminar

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quienes querían cargarse al pastor Anders habíahecho saltar por los aires al Conde y la Condesa¿Tan afortunados eran?

Un instante después cayó en la cuenta de que lexplosión había sido posterior a los disparos. Eegundo tiro había impactado en la furgoneta, per

¿y el primero? En Asesino Anders, había quuponer.

Eso significaba que la amenaza contra epastor era muy seria.

Y también que estaba muerto.

Unos minutos más tarde, Jerry Cuchillos pudcomprobar que el objetivo en cuya proteccióhabía fracasado había tenido más suerte de la qu

era posible imaginar. —Nuestra situación ahora es jodidament

delicada —informó a la pastora, al recepcionista al exasesino con hemorragia nasal—. Está

levando a cabo una investigación criminal

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ciento cincuenta metros de aquí, hay un cadáver nuestros pies y tendremos a la policía llamando a puerta tan pronto como sumen uno más uno.

 —Dos —dijo Asesino Anders, con un trozo dpapel de cocina en una de sus narinas.Jerry Cuchillos pensó si sería posible meter a

acristán en una maleta, pero para eso habría querrarle el cuerpo por la mitad y no tenían tiempo

Además de que ciertamente no sería una tareagradable.

El recepcionista dijo que la bala parecía estaalojada en alguna parte de la cabeza de quien un

vez fuera Börje Ekman, y por tanto estaba biedonde estaba, seguramente cerca de la regiódonde a Ekman le faltaba un tornillo.

La pastora estaba irritada porque el sacristá

había dejado una mancha en el suelo antes de salida de escena. Pero bueno, el charco de sangre podía limpiar. Se ofreció como voluntaria y,

continuación, dispuso que Jerry metiera el cadáve

en la furgoneta y se llevara de allí tanto una cos

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como la otra. Aunque el de la furgoneta tendríalgo que contarle a la policía respecto a sventanilla destrozada.

Así pues, debían ponerse en marcha. Y eshicieron. Jerry Cuchillos se sentó al volantdespués de convencer al conductor, aún escondiden el suelo, de que se moviera un poco hacia lderecha para que él pudiera alcanzar los pedales conducir. En su nueva posición, el aterrorizadconductor encontró fragmentos de la baldisparada, es decir, la única prueba de que loiros habían tenido como objetivo la iglesia.

El vino, las uvas, el queso y las galletas yestaban descargados, así que allí detrás había sitide sobra para un sacristán muerto. Y si hubierhecho falta, incluso habrían podido hacerl

compañía un par de monaguillos.

Al principio, a la policía no le quedó claro que l

explosión de la granada que se había cobrado do

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vidas entre los arbustos de euphorbias estuvierelacionada con el edificio religioso situado a

otro lado de la autopista. Pasaron varias hora

hasta que un comisario relacionó los hechos con lglesia de Anders. Y la consecuente visita policiano se realizó hasta la mañana siguiente.

Los recibió la pastora, dijo que había leído eel periódico el terrible suceso, al parecer a un tirde piedra de allí. Que el día anterior habían oíduna fuerte explosión mientras descargaban unamercancías, pero que justo después oyeron lairenas de la policía y eso los tranquilizó.

 —Entonces supimos que las fuerzas del ordevenían de camino para arreglar lo que se pudieraResulta muy satisfactorio constatar que el cuerpde policía siempre está alerta. ¿Podemo

nvitarlos a una taza de café parroquial? Supongque no tendrán tiempo de echar una partidita dmikado, ¿verdad?

Unas diez horas antes, Jerry Cuchillos habí

anzado al mar Báltico un enorme saco con ochent

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kilos de sacristán y quince de piedras. Acontinuación, prendió fuego a la furgoneta en uendero de grava apartado, con la ayuda d

cuarenta litros de gasolina. Por precaución, llevó todo a cabo en la provincia de Västmanlandpara que una posible investigación policiafinalizara en un distrito distinto al correspondienta la inexplicable explosión al norte de Estocolmo

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El exsacristán, que ahora se encontraba dieciocho metros de profundidad en el ma

Báltico, se manifestaría al grupo en una últimocasión, varios días después de su muerte. —Sodoma y Gomorra —había repetido una

otra vez Börje Ekman el martes anterior mientrapermanecía sentado en su apartamento de unhabitación y las gachas de avena borboteaban en lcocina.

Le dio un mordisco al trozo de crujientknäckebröd  que se había untado con mantequilla decidió qué paso dar para empezar.

 —¿Tengo razón o no, Señor? —preguntó, perolo recibió silencio por respuesta.

Entonces cambió de táctica.

 —¡Si estoy equivocado, dilo, Señor! Sabe

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que no me aparto de Tu lado.El Señor continuó guardando silencio. —Gracias, Señor —dijo Börje Ekman por l

confirmación que necesitaba.

Así que el miércoles por la mañana, eexautodesignado sacristán de la Iglesia de Andercogió su bicicleta y se dirigió a la Systembolagepara hablar con los hombres y mujeres sentados eos bancos de sus alrededores. Algunos presentía

que esa cadena de tiendas de licores, controlada

por el Estado, no les permitiría la entrada ese díapero sin embargo pululaban por allí. Otros estabaaún lo bastante sobrios como para albergaesperanzas de ser admitidos en cuanto dieran la

diez de la mañana, hora en que abrían sus puertas.La Systembolaget tiene la complicada funció

de, por un lado, vender al pueblo sueco tantabebidas alcohólicas como sea posible, a fin d

maximizar la cantidad de coronas recaudadas e

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mpuestos para la nación, y por otro, predicar amismo pueblo que, en nombre de la sobriedad, ndebería beber un alcohol que ha pagado tan caro.

Para hacer ver que asume su parte desponsabilidad, busca razones para negarle lentrada cada día a diez, y a veces veinte, clientepotenciales, y se los selecciona entre aquellos qumás necesitan la bebida.

En beneficio de esa clientela frustrada, BörjEkman pedaleó en su bicicleta de un lado a otrdifundiendo la buena nueva de que el sábadhabría vino gratuito en la Iglesia de Ander

ituada al norte de la ciudad. La generosidad deTodopoderoso no conocía límites: todo gratis, lmportante era llegar a tiempo e incluso ofrecía

cosas de comer. No, no era obligatorio comer, er

optativo. No, a nadie se le negaba la entradaaquello estaba organizado por el Señor, no por lSystembolaget.

Börje Ekman sabía que los alumnos de

Mälargymnasiet empezaban a trabajar a las trec

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horas. Treinta minutos después debían de estar ycolocadas las cajas de vino.

 —Lo mejor sería llegar un poco antes de la

dos —explicaba el sacristán, y se marchaba en sbicicleta.Mientras pedaleaba con el frío viento de cara

esbozaba una sonrisa y proseguía hacia liguiente Systembolaget. Y la siguiente. Y liguiente. Horas antes de su propia muerte.

* * *

El sábado, mientras Börje Ekman reposaba en efondo del mar Báltico, pasadas las once de lmañana, los ejemplares humanos más miserables os que había agitado esa misma mañana ya s

encontraban instalados en los bancos de la iglesiaTres horas después, la parroquia estaba

ebosar. Veinte minutos más tarde, todos lo

asistentes estaban repletos de la sangre de Cristo

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A diferencia de las cajas de vino moldavo, claro.Los alumnos de instituto tenían instruccione

de cambiar enseguida cada caja vacía por otr

nueva. Los organizadores pensaban que esos casoerían puntuales, hacia el final del sermón, pernunca imaginaron que todas las cajas tendrían queponerse antes de que el pastor Anders se hubier

vestido siquiera.La primera pelea tuvo lugar a las cuatro

media. Todo empezó con una discusión sobrquién tenía el derecho a la propiedad de ciertcaja de vino y terminó con que nadie recordaba y

por qué se peleaban, pues siempre había más vinoMás o menos al mismo tiempo llegaron lo

feligreses habituales, que estaban acostumbrados encontrar sitio en la iglesia. Llevaban los bolsillo

epletos de dinero, pero tuvieron que dar medivuelta y regresar a sus casas.

A las cinco menos veinte, la pastora se enterde lo que estaba pasando. Los alumnos de institut

habían hecho una primera colecta con sus cubos

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ecaudaron veintidós coronas suecas y un marcalemán de 1982. Eso daba una media daproximadamente 2,7 öre —la moneda suec

menos valiosa— por asistente al oficio. El marcalemán quizá valiera lo mismo, aunque para eshabría que fundirlo.

A las cinco menos diez, el representante de loalumnos informó de que se había acabado lación de vino semanal. ¿Significaba eso qu

debían continuar con la ración de la siguientemana o pasar a las bandejas de comida?

 Ninguna de las dos cosas.

Eso significaba que se suspendía el sermón da tarde y que Jerry Cuchillos y sus hombres tenía

que desalojar la iglesia antes de que empezaran laauténticas peleas de borrachos.

 —Creo que ya es un poco tarde para eso —comentó Jerry mientras observaba a lcongregación a través de los visillos.

Los presentes estaban sentados y de pie encim

de los bancos, alguno se había echado a dormir

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al menos había cuatro grupos enzarzados epeleas. Nuevas riñas con empujones, insultos burlas estallaban por doquier. Una mujer andrajos

 un hombre con aspecto más descuidado si cabíe habían tumbado bajo un fresco que representabal Niño Jesús en el pesebre y parecían quereecrear lo que, según la Biblia, no había ocurrid

cuando la Virgen María se quedó embarazada.Por lo visto, alguien había llamado a la policí

—nadie sospechó de Börje Ekman—, pues soyeron sirenas en el exterior. El detector dmetales pitaba por cada policía que entraba, lo qu

a su vez puso nerviosos a los dos perros policíaEl ladrido de uno en una iglesia suena como toduna perrera. Los ladridos de dos conducen al caos

Antes de dispersar al personal, se detuvo

cuarenta y seis personas por borrachera o poesistencia a la autoridad; en algunos casos, po

ambas cosas. Dos fueron retenidos pocomportamiento indecoroso.

Además, la pastora responsable, Johann

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Kjellander, fue citada a declarar en calidad de…bueno, eso no estaba claro del todo.

Según la Ley de Orden Público, artículo IIpárrafo octavo, un municipio puede promulganuevas ordenanzas, distintas de las ya vigentecon el fin de mantener el orden público.

Después de los artículos publicados en lprensa, el municipio afectado acordó «lprohibición de consumir bebidas alcohólicas eos locales privados y religiosos de la Iglesia d

Anders, ya que el propósito de tal consumicióparece contrario al recogido en el reglamento»Que la misma Iglesia estuviera vagamentelacionada con el doble asesinato de do

eputados criminales ocurrido dos días antes nobstaculizó la resolución del ayuntamiento.

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Tras desarrollar una actividad económica basaden propinar palizas a gente no demasiado inocent

en el mejor de los casos, la pastora y eecepcionista habían emprendido la prometedorarea de estafar dinero a aquellos cuyos billetero

estaban repletos de fe, esperanza, amor generosidad, y para mayor seguridad se rellenabde vino su sistema circulatorio.

De no haber sido por la muerte de un conde una condesa —y la última medida tomada en vidpor un egocéntrico exsacristán—, la actividapodría haber continuado. Pero resultó que uno npodía fiarse de los periódicos como transmisorede publicidad gratuita.

Los periodistas arguyeron turbias conexione

entre el brutal asesinato de dos lumbreras de lo

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bajos fondos y la Iglesia de Anders, ubicada aotro lado de la autopista. Alguno insinuó incluso lposibilidad de que Asesino Anders hubiera vuelt

a las andadas y estuviera detrás de esos hechos. Sdaba por supuesto que el Conde y la Condesa sencontraban entre aquellos a los que el exasesinhabía estafado unos meses atrás.

 —Malditos periodistas. —Así resumió PePersson la nueva situación.

Johanna Kjellander estuvo de acuerdo. Todhabría resultado más sencillo si el malditestamento mediático no hubiera hecho su trabajo.

Como si los artículos no fueran suficientelegó la precipitada resolución local que prohibí

a la Iglesia de Anders usar la enología como fuentde toda bondad (a diferencia de lo que habí

ocurrido con el molino de viento del noroeste dVärmland). Todo ello hizo que la pastora y eecepcionista se vieran ante una situació

delicada.

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Y así, en pocas semanas pasaron de teneochocientos asistentes a la iglesia —mádoscientos en el aparcamiento—, a siete.

Siete asistentes.De los que obtuvieron apenas un billete d

cien coronas.En total.

Ese billete tenía que sustentar a la pastora, aecepcionista, a los guardaespaldas y a uno

alumnos de instituto. Incluso Asesino Andercomprendió que la economía no iba bien. Per

dijo que la fuerza de su mensaje religioso seguíntacta y que la pastora y el recepcionista debíaener paciencia.

 —Sabemos que el sufrimiento generperseverancia; la perseverancia, firmeza, y lfirmeza, esperanza —los instruyó.

 —¿Qué has dicho? —preguntó eecepcionista.

 —Carta a los Romanos, cinco —contestó l

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pastora de forma automática y sorprendida amismo tiempo.

Sin ser consciente de la impresión qu

provocaba en quienes lo rodeaban, el pastoAnders contó que había sentido pena por la muertde Börje Ekman, pero que lo había superado eapenas medio minuto, que fue lo que tardó ecomprender que la alternativa habría sido que émismo hubiera recibido un agujero de entrada ea barriga y otro de salida en la zona lumba

Teniendo eso en cuenta, estuvo de acuerdo con lpastora en que la hemorragia nasal que habí

padecido era insignificante.Además, la susodicha hemorragia se habí

detenido apenas un cuarto de hora después, y ahorel pastor estaba, a pesar del sonoro fracaso de

ábado anterior, dispuesto a proseguir con sactividad ecuménica en nombre de Jesucristo. Dijque no importaba que no se pudiera servir vino os asistentes, siempre que él, a escondida

pudiera seguir reconfortándose con una jarra.

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Los siete asistentes pronto serían catorce. Yantes de que se dieran cuenta, serían mcuatrocientos de nuevo. Hablar de «sonor

fracaso» era una exageración. —Llamar a lo sucedido «sonoro fracasoconsiderando que tuvo que venir la policía con loperros no es ninguna exageración, sino todo lcontrario —objetó el recepcionista.

 —Bueno, pues llámalo «fracaso monumentali quieres. Pero la fe mueve montañas —replic

Asesino Anders, y se remitió al Levítico.

—¿Este desgraciado se ha aprendido la Biblia dmemoria? —soltó el recepcionista tan prontcomo el exasesino abandonó la habitación.

 —Qué va —resopló la pastora—. Hemohablado muchas veces sobre que la fe muevmontañas, tanto en el marco de la Biblia como eotros contextos, pero no se menciona en e

Levítico. Ahí sacrifican animales y poco más.

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El recepcionista no podía imaginar que eadelante la fe de Asesino Anders moviera otrcosa que problemas. La pastora le dio la razón.

La Iglesia de Anders estaba hundida. Solquedaba desmantelarla de la mejor manerposible, y sin que el pastor se diera cuenta.

 —Lo cierto es que ya había pensado que todba demasiado bien para ser verdad y perdurar e

el tiempo —comentó Johanna Kjellander.El recepcionista recapacitó un momento

espondió: —Seguramente lo hiciste a la vez que y

pensaba: «Por fin las cosas han cambiado, despuéde tantos años». Prometo no volver a hacerloquerida.

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La pastora y el recepcionista tenían seis comnueve millones de coronas —recién contadas—

metidas en una maleta amarilla. También teníauna maleta roja vacía, donde cabrían fácilmentus objetos personales.

También tenían a un pastor que, debido diferentes circunstancias, había perdido cualquievalor comercial para ellos, y por esa razón debíaeparase de él. En cierto sentido se podría dec

que se encontraban en una situación similar a ldel capítulo dieciséis de esta historia. En aquellocasión se trataba de cerrar una pensión desaparecer con dos maletas llenas de dinero. Yademás, abandonar a Asesino Anders. Ahora habíque finiquitar una Iglesia y abandonar al mism

asesino. Aunque las circunstancias eran alg

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mejores que la vez anterior.Realmente no sabían cómo actuar, pero podía

ecapacitar con tranquilidad, pues el pastor n

comprendía la gravedad de la situación. —Siete asistentes el sábado —dijo eecepcionista—. Supongo que la semana que vienerán cuatro o cinco.

 —Lo que más voy a echar de menos son laalabanzas bíblicas al vino —comentó la pastor—. Ni siquiera nos ha dado tiempo a llegar a mfavorita.

 —¿Tu favorita?

 —«Estoy como un hombre ebrio, como uhombre al que domina el vino, por causa deSeñor, por causa de Sus santas palabras».

 —¡Uy, vaya! ¿Quién dijo eso?

 —Jeremías. Le daba a la bebida. Suena bien¿verdad? Dios habla y encima incita a sus oyentea pillar una buena cogorza.

Lo dijo en tono irrespetuoso. Eso llevó a

ecepcionista a pensar que su pastora necesitab

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un par de siglos más para perdonar al Señor popermitir que una tradición familiar la situarcontra su voluntad como Su servidora. Con sol

esforzarse un poquito, Dios podría haber hechque la suspendieran en el seminario, manipulandigeramente las respuestas de sus perfecto

exámenes semestrales. Otra alternativa, si lanterior solución resultaba demasiado complicadahabría sido encargarse de que nunca fueraceptada en el último semestre del institutpastoral. Sin este, Johanna Kjellander no se habríitulado y no habría importado la cantidad d

platos que su padre, el pastor, hubiera tirado a lbasura cegado por la cólera.

Aunque se podía dar la vuelta a esa tortillacomo a todo lo demás. En ese caso, el padre quiz

habría empezado a lanzarle los platos a su hija, entonces se podría interpretar como que Dios lalvó la vida complaciendo los deseos de s

progenitor. Pero cabía preguntarse hasta qué punto

en ese instante, el Señor se arrepentía de ello.

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El recepcionista hacía tiempo que habíaceptado sus limitaciones en lo relativo a laeflexiones teológicas. Se sentía más a gusto co

os datos objetivos, como los seis coma nuevmillones de coronas, los dos gánsteres volados poos aires, el desafortunado sacristá

afortunadamente abatido, y en tiempos anterioreodos aquellos brazos, piernas y alguna que otr

cara rotos. Lo que la pastora y él mismo deberíadesear, pensó, era que el Reino de los Cielos eealidad no existiera. Porque en caso contrario

ambos estaban en un aprieto.

—¡Hola y buenos días! —Asesino Anders entró ea sacristía de un humor que rozaba la memez—

Se me han ocurrido un par de comienzos sin haceeferencia al alcohol para el sermón del sábado

me gustaría ensayarlos con la pastora, ahora quas cosas están como están. Pero ¡primero voy

mear!

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Se fue igual de rápido que había llegadodesapareciendo por la puerta doble que JerrCuchillos había instalado como vía de escap

adicional. Haría sus necesidades en medio de lnaturaleza divina. Ni la pastora ni el recepcionista tuviero

iempo de comentar la aparición y desapariciódel pastor antes de que sonara otra voz, en estocasión desde el umbral de la sacristía.

 —Buenos días —dijo un hombrecillo trajead—. Me llamo Olof Klarinder. Soy inspector dHacienda y me gustaría revisar su contabilidad, s

no les importa.En lenguaje tributario eso significa que e

nspector piensa revisar la contabilidandependientemente de que al posible defraudado

e importe o no.El recepcionista y la pastora miraron a

hombrecillo trajeado. Ninguno de ellos supo qudecir, pero ella, como siempre, fue la más rápid

en reaccionar.

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 —Faltaría más —dijo—. Pero el señoKlarinder llega de manera un tanto inesperada. Epastor Anders hoy no está aquí y nosotros sol

omos sus humildes servidores. ¿Le importarívolver mañana a las nueve, de forma que yo puedavisar al pastor para que esté presente? Junto coodos sus libros contables, claro. ¿Qué le parece?

La mujer del alzacuellos lo dijo con autorida al mismo tiempo con una voz tan inocente que

Olof Klarinder se le pasó por la cabeza que quizen aquella parroquia no se cometíarregularidades fiscales. Las denuncias anónima

enían ese inconveniente: con demasiadfrecuencia se basaban más en el rencor que en lealidad. Y que hubiera archivadores con libro

contables que revisar también era una buena seña

ada podía satisfacer más a Olof Klarinder quhojear un libro contable.

 —Bueno, el propósito de esta clase de visitaes que sean inesperadas —dijo—. Sin embargo, n

es intención de la agencia mostrarse demasiad

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estricta. Bien, a las diez en punto, mañana. Esperque el pastor y la persona encargada de lcontabilidad estén aquí con sus… ¿ha dich

«libros contables»?En cuanto el funcionario Klarinder se hubmarchado por donde había venido, AsesinAnders apareció tambaleándose por el otro ladomanipulando torpemente la cremallera de spantalón.

 —¡Qué caras tenéis! —dijo—. ¿Ha pasadalgo?

 —No —respondió la pastora, lacónica—

ada en absoluto. ¿Cómo ha ido la meada?

* * *

Era la hora de la reunión con el únicguardaespaldas que conservaba su puesto, edecir, Jerry Cuchillos. Y sin el pastor.

Con un simple día de aviso, Jerry habí

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anulado las entregas de vino moldavo sin apenacoste. Tenía contactos y a la pastora se le ocurride repente una idea.

La idea en cuestión no era más decente qucualquier otra de las que se le habían ocurrido a largo de los últimos años, en realidad durante todu vida adulta, dependiendo de cómo se mirara

Pero era una idea. —Rohypnol —le dijo a Jerry Cuchillos—. O

algo por el estilo. ¿Cuánto tiempo necesitaríapara conseguirlo?

 —¿Corre prisa?

 —Sí, puede decirse que sí. —¿De qué va esto? —quiso saber e

ecepcionista, que debido a las prisas no habíido debidamente informado.

 —El Rohypnol ya no se vende en Suecia, memo que tardaré un tiempo.

 —¿Cuánto? —apremió la pastora. —¿De qué va esto? —insistió el recepcionista

 —Tres horas —contestó Jerry Cuchillos—

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Dos y media si tengo suerte con el tráfico. —¿Me vas a contar de qué va esto?

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ohanna Kjellander explicó el plan a Per Persson este, tras dudar un poco, lo bendijo, por decirl

de algún modo.Así pues, a las cuatro y media de la tardecuando el pastor Anders estaba de lo más felizambos le dijeron que ya era hora de que él sencargara en serio de la dirección de la parroquiaEso significaba, entre otras cosas, que desde esmomento toda la propiedad y la responsabilidapor la misma debían ponerse a su nombre, y nhabía razón alguna para esperar. Y añadieron quel pastor distribuiría las futuras donaciones a sgusto. La pastora y el recepcionista darían un pasatrás, aunque seguirían a su lado como apoymoral.

Asesino Anders se emocionó. No solo l

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daban quinientas coronas semanales para gastar u antojo —menos al final, cuando la colect

apenas alcanzaba las tres cifras—, sino que ahor

estaban dispuestos a cederle todo el tinglado a él. —Muchas gracias, queridos amigos —dijo—Reconozco que me equivoqué con vosotros aprincipio, pero si no antes, ahora comprendo quen el fondo sois buenos. ¡Aleluya y hosanna!

A continuación, firmó todos los papelenecesarios, sin tener ni idea de lo que ponía eellos.

Una vez acabado el papeleo, la pastor

propuso que fuera el propio pastor quien dirigiera reunión con un representante jurídico de l

autoridad que pasaría a realizar un controutinario. Ella suponía que solo había que decir la

cosas como eran y todo iría bien. —¿Cuánto dinero hay en la caja d

donaciones? —preguntó Asesino Anders. —Treinta y dos coronas —contestó e

ecepcionista.

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* * *

La mañana siguiente se reunirían a las nueve en lacristía. La pastora y el recepcionista l

propusieron al exasesino desayunar juntos, y nono habría grandes novedades. El vino matutinería el mismo sacramento de siempre, no podía

ustituirlo por café solo porque esperaran unvisita. Sin embargo, la pastora le prometió quendrían pan recién horneado.

Asesino Anders lo comprendió. Es decir: n

comprendió la palabra «sacramento», aunque sque no peligraba la tradición eucarística.

 —Nos vemos mañana temprano —dijo—¿Puedo llevarme una caja moldava? Tendré much

cuidado. Es que esta tarde vienen un par de amigoa reunirse conmigo en la autocaravana para hablade unos estudios bíblicos. Me imagino queguiréis viviendo en el sótano de tu tía —añadi

mirando al recepcionista, que había negociado u

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ebaja sustancial de la suite Riddarholm deHilton.

 —Sí, sin ningún gasto, Dios la bendiga —

contestó el recepcionista, que nunca había teniduna tía—. Llévate una caja para tus amigos. O doPero te quiero aquí a las nueve en punto; despiert sobrio. O algo por el estilo.

Esbozó una sonrisa siguiendo el plan y recibiuna inesperada sonrisa de vuelta.

A la mañana siguiente, Asesino Anders n

apareció a las nueve en la sacristía. Ni a las nuev  cuarto. Pero justo antes de las nueve y medi

entró tambaleándose. —Disculpad mi tardanza —dijo—. La visita a

baño de la mañana me ha llevado más de la cuent —¿La visita al baño de la mañana? —repiti

a pastora—. La autocaravana está a setenta metrode aquí y no le funciona el baño desde hace un

emana.

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 —Ya lo sé —dijo Asesino Anders—. ¿A ques horrible?

Bueno, en ese momento no había tiempo qu

perder. Le sirvieron un vaso de agua lleno de vinmezclado en secreto con una buena dosis dvodka. Y tras ese, otro más. Añadieron treándwiches de queso con Rohypnol bie

machacado en la mantequilla. Un miligramo poándwich debería ser suficiente. Aunque nmportaba si se pasaban un poco.

El pastor, que había repetido durante año«nunca más alcohol y pastillas», dijo que el vin

e resultaba especialmente sabroso ese día, quizel Señor deseaba prepararlo de manera óptimpara el encuentro con el representante de lautoridad.

 —Aunque lo peor que podría pasar es quexija el veinte por ciento de las treinta y docoronas en concepto de impuestos, ¿no?

 No dijo nada de los sándwiches. Se limitó

pedir otro, que Johanna Kjellander untó con u

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miligramo más de lo que químicamente sdenomina C16H12FN3O3.

La pastora y el recepcionista salieron a hacer uencargo a las diez menos cinco, no sin anteentregarle al exasesino tres archivadores quhabían rellenado con unos cómics para quuvieran cierto peso. (Uno usa lo que tiene a mano  lo que tenían a mano en esa ocasión era u

montón de cómics que, por alguna razón, sencontraban en el armario de la sacristía. Esa er

oda la documentación de que disponían, aparte da relativa al reciente cambio de propietario). L

dijeron al asesino redimido que si necesitabayuda los llamara. A continuación, salieron de al

al tiempo que apagaban sus teléfonos móviles. —Por lo que sé, esa mezcla de alcohol

pastillas debería tumbar a un caballo —le dijo eecepcionista a su pastora cuando se encontraban

una distancia prudencial de la iglesia.

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 —Sí, aunque nosotros más bien nos laenemos con un burro. Un burro acostumbrado as mezclas letales. Me da que el encuentro entr

el burro y ese buitre acabará siendo una tristhistoria.

El inspector de la Agencia Tributaria se presental pastor Anders, que le estrechó la mano justcuando empezaba a sentirse raro. Había algarrogante en la forma de estrechar la mano daquel hombre. Y además dijo «¡Encantado!».

¿Encantado de qué? ¿Y a qué venía escorbata? ¿Acaso se las daba de  gentlemanAdemás, el encorbatado comenzó a hacerlpreguntas sobre cajas registradoras, módulos d

control, modelos de formularios, registrocontables y otras cosas que el pastor no entendióY también era feo.

 —¿Qué coño te pasa? —le espetó cuando alg

comenzaba a hervir en su interior.

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 —¿Qué me pasa? —repitió Olof Klarinder upoco inquieto—. Nada en particular, soy ufuncionario que intenta hacer su trabajo. Un

conciencia tributaria compartida es uno de lopilares de un estado democrático. ¿No le parece?Lo único en que el pastor podía estar d

acuerdo mientras se producía su metamorfosinterior era que la Agencia Tributaria podí

quedarse con el veinte por ciento de los activootales, cifrados en treinta y dos coronas. No sabí

cuánto era exactamente el veinte por ciento, perno podría tratarse de más de cincuenta corona

¿verdad?Olof Klarinder notó que algo iba mal y fu

ncapaz de resistir la tentación de abrir el primer  el segundo de los tres archivadores de l

contabilidad.

Afortunadamente para él, sobrevivió a la paliz

que le propinó el pastor, que se transformó d

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nuevo en asesino cuando el funcionario manifestciertos reparos sobre los diecisiete ejemplares d

l hombre enmascarado de 1979-1980, ya que e

modo alguno incluían los datos tributarios de lactividad parroquial que el representante de lAgencia Tributaria le requería. Y todavía recibiuna buena propina cuando Asesino Anders intentfacilitarle la contabilidad requerida dándole eercer archivador.

Más tarde, el pastor no recordaría nada de lucedido, pero reconoció su culpa por experienci  fue condenado según el capítulo III, párraf

éptimo del Código Penal, a dieciséis meses dprivación de libertad. Además, le endosaron nuevmeses más según el artículo 4 de la Ley TributariaVeinticinco meses en total, la menor condena qu

había recibido nunca, constató satisfecho. Lacosas iban realmente por buen camino.

usto después del juicio, le permitieron hablar co

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a pastora y el recepcionista un momento. Lepidió disculpas, no podía entender qué cables se lhabían cruzado. La pastora le dio un fuerte abraz

 dijo que no se sintiera demasiado culpable. —Iremos a visitarte —añadió, y esbozó unonrisa.

 —¿Lo haremos? —preguntó el recepcionistras haberse despedido del flamante presidiario.

 —Ni hablar —contestó la pastora.

* * *

Después de invitar a cenar a Jerry Cuchillos eeñal de agradecimiento, solo quedaban la pastora

el recepcionista, su suite en el Hilton y una maletamarilla con cerca de siete millones de coronaincluidas las que retiraban con asiduidad de l

cuenta bancaria). La iglesia y la autocaravanfiguraban ya a nombre de Asesino Anders y había

ido confiscadas por la oficina de Olof Klarinde

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Mientras, este se recuperaba de diversas fracturaen el hospital Karolinska. No se aburridemasiado, ya que se llevó dos de los tre

archivadores de la contabilidad de la Iglesia dAnders.  El hombre enmascarado  siempre habíido, en secreto, uno de sus cómics favoritos.

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TERCERA PARTE

Un tercer negocio diferente

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El recepcionista daba vueltas insomne bajo eedredón de plumas, junto a su pastora. Pensaba e

u situación. La de ellos. En la suya propia. Pensen el desgraciado de su abuelo, que habídilapidado la fortuna familiar e indirectamentpermitido que su nieto acabara como chico-paraodo en un burdel.

Y ahora la pastora y él tenían una buencantidad de millones en la maleta amarilla. Eracasi tan ricos como antaño lo había sido el abueloVivían en la suite de un hotel de lujo y disfrutabaconsumiendo paté francés y champán. En partporque estaban buenos, pero sobre todo porque énsistía en que todo lo que comieran y bebiera

fuera caro.

Per Persson había conseguido su revanch

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financiera, pero lo embargaba una extrañensación de… algo. O de falta de… algo.

Si el fracaso financiero del abuelo, hacía ahor

casi cincuenta años, por fin había sido reparado¿por qué la satisfacción no era total? ¿O por lmenos relevante?

¿Tenía mala conciencia por haberse escapadde Asesino Anders junto a la pastora y por queste acabara en el lugar al que pertenecía?

 No. Entonces, ¿qué le pasaba?Además, por lo general, el hombre y la besti

eciben lo que se merecen. Excepto quizá aque

exsacristán, que comprendió demasiadas cosaantes de pasar a estar más muerto de lo que lituación requería. Una desgraciada circunstancia

por supuesto. Sin embargo, no dejaba de ser u

hecho secundario.

Quizá sea un buen momento para hacer una brev

digresión en defensa del recepcionista. Tachar d

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«hecho secundario» un homicidio llevado a cabcomo consecuencia de un intento fallido dasesinato podría considerarse poco adecuado

Pero quien tenga en cuenta la herencia genética dPer Persson podrá encontrar, si no una disculpapor lo menos una explicación.

Había heredado el talante moral de su padreel borracho que abandonó a su hijo de dos añopara abrazarse a la botella, y de su abuelo, eratante de caballos que administraba a sus potroa cantidad adecuada de arsénico desde que nacía

para que se acostumbraran al veneno y estuviera

en perfecto estado no solo el día de la venta, sinambién los días, semanas y meses siguientes.

Quien vendía un animal en el mercado deábado y el domingo recibía quejas debido a l

nminente muerte de la bestia, perdía su reputacióde forma automática. Pero los caballos del abuelde Per pasaban la noche sobre sus cuatro patas por la mañana seguían teniendo la mirad

despierta. No morían hasta unos meses después,

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causa de problemas crónicos de estómago, cáncede pulmón, fallos renales o hepáticos y causadiversas que difícilmente se podían relacionar co

el cada vez más rico y respetado tratante. Debido que controlaba el negocio a la perfección, la piede sus caballos jamás adquiría un tono verdosantes de la muerte, síntoma propio de unobredosis de arsénico mal administrada hora

antes de la transacción.Los caballos no son verdes por naturaleza (

diferencia de la propia naturaleza y algunomodelos de tractores). Los caballos de tiro n

deberían morir antes de empezar a trabajar. Ecampesino que el sábado por la tarde compraba uaborioso animal de tiro y a continuación cogía un

borrachera de fin de semana para celebrar e

negocio, se despertaba a la mañana siguiente codolor de cabeza, no como el caballo reciécomprado, que no se despertaba en absoluto. Ecampesino tenía entonces el doble de razones par

altarse la misa dominical e ir horca en mano e

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busca del vendedor, que a esas alturas ya sencontraba a tres parroquias de allí.

El abuelo Persson era demasiado listo par

hacer esa chapuza, aunque se volvió demasiadonto como para entender que la irrupción de loractores en el mercado era mucho más peligros

de lo que podía ser un pinchazo de horca en eculo.

Ya que la manzana no cayó demasiado lejodel árbol genealógico familiar, se puedecomprender los pensamientos del recepcionista aespecto. ¿Cuál era la diferencia, desde un punt

de vista moral, entre un caballo hábilmentenvenenado y un exsacristán afortunadamentfenecido?

Cuando Per Persson hubo dado suficientes vueltaa estas ideas y a sí mismo, sintió que necesitaba layuda de quien dormía a su lado.

 —Cariño, ¿estás despierta?

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 No obtuvo respuesta. —¿Cariño?La pastora se movió. No mucho, un poco.

 —No, no estoy despierta. ¿Qué ocurre?Uf, el recepcionista se arrepintió. Involucrarlen sus reflexiones nocturnas… Menuda estupidez.

 —Perdona que te haya despertado. Vuelve dormirte y ya hablaremos por la mañana.

Pero ella recolocó la almohada y se sentó en lcama.

 —Dime qué ocurre, o me pasaré el resto de lnoche leyéndote en voz alta la Biblia de Gedeón.

El recepcionista sabía que se trataba de unamenaza sin fundamento, pues precisamentdurante la primera noche ella misma había tiradpor la ventana el ejemplar de la Biblia de Gedeó

que cría telarañas en casi todos los hoteles dSuecia. Aunque sabía que tenía que hablar, nenía ni idea de qué decir ni cómo plantearlo.

 —Bueno, cariño… —lo intentó—. Todo no

ha ido bastante bien, ¿no te parece?

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 —¿Te refieres a que los que se han interpuesten nuestro camino ahora están muertos, más qumuertos o encerrados, mientras nosotro

disfrutamos de champán y caviar?Bueno, no se refería exactamente a eso, o poo menos no formulado de esa forma tan directa

Per dijo que habían conseguido limpiar lanjusticias históricas de la vida con bastante éxito

Habían cambiado el fracaso económico de spropio abuelo por una suite de lujo, paté francés burbujas. Y tenían dinero gracias a que, uniendfuerzas, ambos habían violentado la Biblia que l

había sido impuesta a ella por su padre y suantepasados.

 —Me refiero a que tal vez hayamos alcanzadnuestra meta. Y que sería… irritante si ella, l

poetisa esa como se llame, la que escribió que lque vale la pena es el camino… si tuviera…

 —¿Camino? —repitió la somnolienta pastoraque empezaba a comprender que la conversació

no acabaría hasta al cabo de un buen rato.

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 —Sí, el camino. Si nuestra meta final era luite de un hotel de lujo con una biblia de Gedeóirada por la ventana, ¿por qué no sentimos que l

vida es de color de rosa? ¿O tú sí lo sientes? —¿Sentir qué? —El color de rosa. —¿Qué? —La vida. —¿Qué hora es? —La una y diez —dijo el recepcionista.

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¿La vida era de color de rosa?Una cosa sí estaba clara: si lo fuera, se tratarí

de una novedad en la de Johanna Kjellander. Hastel momento, la vida principalmente le habíomado el pelo.

Lo había heredado de su padre. Y este deuyo. Y este de su padre. De forma colectiva, ello

habían decidido que ella fuera un «él», y que es«él» sería pastora.

Al principio las cosas no salieron como ellodeseaban, y durante toda su infancia Johannestuvo oyendo que era culpa suya no haber tenidagallas para ser un hombre.

Pero acabó siendo pastora. Y si pensaba eello en lugar de dormirse, quizá no se trataba d

que no creyera, sino de que el principio de n

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hacerlo era más fuerte. La Biblia se podía leedesde muchos puntos de vista. La pastora eligios suyos y de esa manera confirmó su acritu

hacia su padre, su abuelo, su bisabuelo y así hasta época de Gustavo III (que por cierto se parecíen muchas cosas al exsacristán, excepto en que aey le pegaron un tiro en la espalda en lugar de e

el ojo). —Entonces, ¿crees algo de lo que pone en es

ibro? —preguntó el recepcionista. —Ahora no saquemos las cosas de quicio

Maldita sea, Noé no llegó a tener noveciento

años. —Novecientos cincuenta. —Eso tampoco. Recuerda que me acabo d

despertar.

 —No estoy seguro de haberte oído blasfemaantes.

 —Pues lo he hecho. Sobre todo a partir de luna de la madrugada.

Ambos sonrieron. No por haber visto l

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onrisa del otro en la oscuridad, sino porquuvieron la certeza de que el otro también sonreía.

El recepcionista prosiguió, reconociendo qu

a pregunta que acababa de formular podía resultacómica, pero aun así, hasta el momento la pastorhabía evitado responder.

Johanna Kjellander bostezó y a su veeconoció que ello se debía a que había olvidada pregunta.

 —Pero puedes formularla de nuevo. Al fin y acabo, el sueño se ha echado a perder.

Ah, sí, se trataba del destino y del significad

de todo. ¿Si se sentían tan bien como deberían? ¿Sa vida era de color de rosa?

La pastora guardó silencio un momento y decidiomarse la conversación en serio. De buena gane comía el paté francés en el Hilton junto a secepcionista. Eso era mucho mejor que ponerse

oltar patrañas desde el púlpito una vez a l

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emana ante un rebaño de borregos.Pero Per Persson tenía razón en que los días s

parecían unos a otros y no estaba claro si debía

quedarse en la suite hasta que se acabara el dineroAdemás, allí se les acabaría pronto, ¿no? —Si nos controlamos con el paté y e

champán, el contenido de la maleta nos durará treaños, tres años y medio —informó eecepcionista, por si había calculado mal.

 —¿Y luego? —Esa es la cuestión.

La pastora había relacionado el cortejo de PePersson con uno de los poemas más famosos dSuecia, que comenzaba así: « El día de la sacieda

nunca es óptimo. El mejor día es el de la sed ».Lo que hizo que ella meditara sobre l

existencia no fue el poema en sí, sino el hecho dque la poetisa se suicidara dos años después d

haberlo escrito. Probablemente ese no fuera e

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ignificado de la vida.Cuando Johanna Kjellander pensaba en la

cosas que había disfrutado de verdad desde qu

había conocido al recepcionista —aparte de lvida en común con sus correspondientes momentode calidad sobre un colchón, en una autocaravanadetrás de un órgano o lo que tuvieran a mano—estas se reducían a las ocasiones en que habíaepartido dinero a diestro y siniestro. La batahol

en el local de la Cruz Roja en Växjö quizá no fuero mejor, pero ver retroceder tambaleándose a un

vieja del Ejército de Salvación frente a un

Systembolaget en Hässleholm aún la hacía reír. Oaparcar la autocaravana encima de la aceradelante de las oficinas centrales de Save thChildren. O la bronca de Asesino Anders con e

oldadito de plomo, que no quería coger eospechoso paquete que le tendía para la reina…

El recepcionista asintió, pero también se notpreocupado. ¿La pastora quería decir que debería

donar el contenido de la maleta amarilla a otro

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más necesitados que ellos mismos? ¿Era ese ecamino…?

 —¡Y un cuerno! —exclamó ella y se sentó aú

más tiesa en la cama. —Has vuelto a blasfemar. —¡Pues no digas tantas gilipolleces!

Finalmente, se pusieron de acuerdo en que, durantun rato, la vida había sido de color de rosa, ya qudaban con una mano sin que se viera que cogían edoble con la otra. Había más dicha en recibir qu

en dar, pero dar también tenía su punto.El recepcionista intentó resumir el futuro. —Imagínate que el significado de nuestra

vidas fuera alegrar a otros siempre que tengamo

motivos financieros para alegrarnos nosotromismos un poco más. Como el proyecto de lglesia, pero sin Dios, Jesús ni francotiradores e

el campanario.

 —Ni Noé.

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 —¿Qué? —Sin Dios, Jesús, Noé ni francotiradores en e

campanario. A Noé no lo soporto.

El recepcionista prometió pensar en una nuevecuación para resolver el tema de la bondad coos necesitados sin que nadie tuviera que saber qu

ellos mismos se consideraban precisamente lomás necesitados. Y la ecuación —cualquiera quesa fuera— excluiría por completo al dichoso No su arca.

 —¿Te importa si me duermo mientras tperfeccionas los detalles? —preguntó la pastora, e preparó para oír el «no» que se merecía.

El recepcionista pensó que aquella mujer er

una digna interlocutora aun estando medidormida. Y que podría seguir así un rato más. Ecaso era que se le había ocurrido una microideobre el tema del significado de la vida. Y le dij

que por supuesto podía dormirse de nuevo, a n

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er que reconociera el hecho de que él, de prontoentía una repentina necesidad de su prójimo.

Y Per Persson se acercó más a quie

encarnaba su repentina necesidad. —Es casi la una y media —dijo unomnolienta Johanna Kjellander.

Y se deslizó a su encuentro.

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Por tercera vez en Suecia, la tercera mayoasamblea general de criminales tuvo lugar en e

mismo sótano que la segunda. En esta ocasión scomponía de quince asistentes, pues en enterregno el largo brazo de la ley había caídobre dos de ellos cuando intentaron roba

demasiado drogados, un vehículo blindado dransporte de dinero. En realidad se trataba de l

furgoneta de una panificadora.Aun cuando el botín solo fueron diez paquete

de pan de molde de la marca Eskelunds Hembage—uno de los ladrones tenía hambre—, utilizaroarmas de fuego y la sentencia se ceñiría a lohechos. El nombre de la panificadora apareció eodos los periódicos, dándole así publicida

gratuita, de ahí que su propietario enviara do

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bonitas macetas de geranios a la prisión dondestaban encerrados los dos atracadores en esperde juicio. El personal de la prisión sospechó qu

e trataba de un intento de introducir drogaclandestinamente, pues nunca antes había ocurridque a unos internos les enviaran flores comagradecimiento por un delito chapucero. Por esazón, decidieron cortar los geranios en pedacito

para asegurarse de que podían entregárselos siiesgo a sus destinatarios, lo que al final nucedió, ya que el estropicio fue tan grande que n

merecía la pena.

Para los que estuvieron presentes en la asambleae informó de que el Conde y la Condesa había

ucumbido tras un encarnizado enfrentamiento coos valientes hermanos Olofsson, que s

abstuvieron de entrar en detalles sobre sactuación.

«Secreto profesional», alegó Olofsso

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mientras su hermano asentía con la cabeza.Además, Asesino Anders estaba encerrado,

u extravagante proyecto eclesiástico, clausurado

Para los quince asambleístas quedabpendiente la cuestión de qué hacer con los sociode Asesino Anders, pues, aplicando un mínimo dentido común, debían de atesorar varios millone

Si Asesino estaba a buen recaudo en la cárcel ypor tanto, seguía con vida, no debería entrañaningún peligro mantener una conversación ndemasiado amistosa con los socios para solventaa entrega de esos fondos, sobre cuyo posterio

eparto había quince opiniones diferentes. No obstante, un tal Oxen argumentó que lo

ocios deberían seguir el mismo camino que loCondes y que, por ejemplo, deberían obligarlos

ragarse una granada de mano. Los hermanoOlofsson bien podrían encargarse de ello, ahorque tenían experiencia.

Después de una encendida discusió

acordaron, catorce a uno, que era imposibl

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ragarse una granada, por mucho que un tercero tobligara —aparte del riesgo que entrañaba para lntegridad física de dicho tercero—, y que si lo

dos socios volaban por los aires, eso podríprovocar que Asesino Anders revelara lo que ndebía revelar.

Por tanto, de momento se descartaron nuevoasesinatos. Seguía habiendo un amplio consenspara impedir que salieran a la luz los datoelacionados con quién había encargado qué

Asesino Anders. Aunque el Conde y la Condesahora habitaban en el infierno —seguro que todo

ellos seguirían ese camino—, todavía quedaba unbuena cantidad de revelaciones sobre quiédeseaba tocarle un pelo a quién. No obstante, seríun desprestigio intolerable para el sector dejar qu

a pastora y el otro se fueran de rositas después do que habían hecho.

Con un resultado de trece a dos, la asambleaprobó que Olofsson y Olofsson se ocuparan d

buscarlos. Los hermanos consiguieron un

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etribución de cincuenta mil coronas tras muchloriquear, y es que no podía ser mayor, ya que ne trataba de liquidar a nadie.

* * *

Los pobres hermanos Olofsson no tenían idea dpor dónde empezar a buscar a la pastora y al otroComenzaron por pasar unos días junto a la iglesia después unos días más. Pero la única diferenci

entre un día y otro era que en el sendero de gravde la entrada iban creciendo matojos. Por ldemás, no se percibía ninguna actividad eabsoluto.

Tras una semana escasa, a uno de los hermanoe le ocurrió probar a tirar del picaporte de l

puerta a la que conducía el sendero de grava parcomprobar si estaba cerrada con llave. No lestaba.

La nave de la iglesia aún parecía un campo d

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batalla; los de la Agencia Tributaria no habíapriorizado la limpieza del inmueble incautado.

 No hallaron pista alguna sobre el paradero d

a pastora y el otro. Sin embargo, en la sacristíencontraron casi mil litros de vino en tetrabrikque bien valía la pena probar. No sabía mal, pero único que consiguieron fue endulzar un poco s

desagradable existencia.Por lo demás, en un armario encontraron un

pila de cómics. A juzgar por la fecha, llevaban alreinta años o más.

 —¿Cómics en una iglesia? —se asombr

Olofsson.Su hermano no respondió. Se limitó a sentars

a leer Agente secreto X-9.Olofsson continuó rebuscando en la papeler

que había junto al único escritorio de la sacristíaVertió el contenido en el suelo y examinó lodiversos trozos de papel. Todos parecían igualees decir, recibos de pagos al contado de estancia

en el hotel Hilton, sito en la zona de Slussen, e

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Estocolmo. Primero una noche, luego otra noche, otra… ¿Esos cerdos habían estado viviendo en eHilton con el dinero de los Olofsson y del resto

inguna tarjeta de crédito. Siempre estancias duna noche. Siempre preparados para escapar. —¡Me cago en la leche, ven aquí! —llam

Olofsson, que había sacado la conclusión mánteligente de su vida.

 —Un momento —dijo Olofsson, que iba por lmitad de una aventura de Modesty Blaise.

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La pastora y, más aún, el recepcionista seguíabuscando la razón de la existencia misma. Sei

días después estaban más de acuerdo que nunca eque esta no se encontraba en la suite Riddarholdel Hilton.

Fue al decidirse a buscar un sitio donde vivcuando se dieron cuenta de lo caro que era. Upiso de tres habitaciones en el centro dEstocolmo les costaría casi toda la maleta, ¿dónde estaba la gracia de una nueva vida scomenzaban arruinándose? Y ponerse en la cola da Oficina Municipal de Alquileres para consegu

un contrato decente era un despropósito, a menoque uno pensara vivir novecientos cincuenta añopero de momento eso solo lo había conseguido un

persona.

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inguno de los dos tenía idea de cómo funcionabel negocio inmobiliario. Per Persson había pasadoda su vida adulta viviendo en el trastero de unecepción y en una autocaravana. Johann

Kjellander no conocía mucho más que la casparroquial de su padre, el pasillo del edificio d

estudiantes de Uppsala y de nuevo la casparroquial de su padre (nada más ser ordenadpastora, tuvo que viajar cada día entre shabitación de niña y su puesto de trabajo, ubicad

a veinte kilómetros de distancia; su padre no lpermitía mayor libertad que esa).

Ahora tenían experiencia y decidieron questaban demasiado encantados con el contenido d

a maleta amarilla como para invertirlo todo euna vivienda.

La alternativa económica más sensata qu

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encontraron fue una cabaña de pescador en unsla del mar Báltico. Habían descubierto Gotlan

en internet y les atrajo tanto el precio —casi grati

— como la ubicación —a algo más de cien millanáuticas— con respecto a los criminales dEstocolmo que aún no habían volado por los aires

Había razones para que el precio fuera tabajo. No se podía vivir permanentemente en lcabaña, no se podían aislar las paredes ni eejado y no se podía instalar un cuarto de baño.

 —La falta de aislamiento puede ser llevaderiempre que tengamos la estufa encendida todo e

día. Pero sentarse ya sabes dónde en uventisquero a varios grados bajo cero no mparece muy agradable.

 —Creo que lo mejor es comprarla y encende

a estufa según las ordenanzas urbanísticas. Acontinuación, basándonos en nuestrdesconocimiento de las mismas, podemos aislaas paredes y construir un cuarto de baño.

 —¿Y si nos pillan?

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Después de todos los años que había pasaden las garras de su padre, la personalidad dohanna Kjellander aún conservaba alguna

cicatrices de las heridas autoritarias. —¿Si nos pillan? ¿Quién va a pillarnos? ¿Enspector regional de cuartos de baño de Gotland

¿Ese o esa que va de puerta en puertcomprobando si la gente caga donde tiene qucagar?

Además de las reglas mencionadas, apenas spodía salir de la cabaña, según dijo el propietarioque les mencionó por teléfono la protección de la

playas, la protección del agua, la protección de loanimales, la protección medioambiental y upuñado de otras protecciones que la pastora no fucapaz de asimilar.

Por fin, el vendedor llegó al meollo de lcuestión: no estaba dispuesto a vender su tesorcultural medioambiental a cualquier persona, pere quedaría tranquilo si una servidora del Seño

deseaba mantener el legado.

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 —Está bien —dijo la pastora—. Envíeme lopapeles cuanto antes. Me encanta eso del legado.

El vendedor prefería que se encontraran e

persona, pues así podrían sellar el acuerdo couna buena sopa de algas, pero cuando lo oyó eecepcionista, que estaba escuchando, pensó qua era demasiado y cogió el auricular. Se present

como ayudante de la pastora Kjellander, dijo quambos estaban participando en una conferenciecuménica en el hotel Hilton de Estocolmo, y qudos días después tenían que viajar a Sierra Leonpara apoyar un proyecto humanitario contra l

epra, y que por esa razón era mejor que evendedor firmara los documentos y los enviara ahotel mencionado. Luego los recibiría firmados vuelta de correo.

 —Vaya —dijo el aficionado a la sopa dalgas, y accedió a hacerlo como le pedían.

Tras colgar, la pastora comentó que la lepra yno existía como tal; además, dicha enfermedad s

curaba con antibióticos, no con la imposición d

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manos de una expastora. —Aunque no has estado nada mal —lo elogi

—. ¿De dónde has sacado eso de Sierra Leona?

 —No lo sé. Pero si allí no hay lepra, segurque hay cualquier otra cosa.

Era hora de hacer la maleta. En singular. Debido aprecio del Hilton, la cantidad de dinero habídecrecido lo suficiente como para que sus escasoefectos personales tuvieran cabida junto a lomillones restantes.

La pareja y la maleta amarilla hicieron echeck out   una última vez. La maleta roja podíquedarse vacía en la habitación. Tenían lntención de dar un corto paseo hasta la estació

central y continuar en autobús hasta Nynäshamndonde se cogía el transbordador a Gotland.

Pero la intención quedó en eso, en merntención.

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Olofsson y Olofsson habían tenido suerte cuandun tiempo atrás se encontraron con el Conde y l

Condesa. Y ese día, mientras esperaban a lentrada del hotel, también. El tiempo total despera en el coche junto al Hilton no superó lodiez minutos.

 —¡Mierda! —exclamó Olofsson mientras shermano seguía ensimismado en un cómic—. ¡Alestán!

 —¿Qué? —preguntó Olofsson, despistado. —¡Allí! Con una maleta amarilla. ¡Abandona

el hotel, se dirigen a alguna parte! —Claro, a nuestro sótano —masculló el otr

Olofsson, y lanzó el cómic al asiento trasero—Síguelos y yo los atraparé en cuanto tenga ocasión

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Esta se presentó en la plaza Södermalmstorgapenas cincuenta metros más adelante. Olofssoaltó del coche y los obligó a subir al asientrasero, con la ayuda de un revólver más grand

que el que había perdido bajo los efectos dealcohol en la iglesia de Anders (pensó que cuantmás grande fuera, más difícil resultaría perderl

de nuevo). Con un Smith & Wesson 500 de dokilos y medio apuntándolos, ni la pastora ni eecepcionista dudaron en seguir el consejo qu

acababan de recibir de aquel desconocido.

Quedaba la maleta. Olofsson sopesó dejarla ea calle, pero finalmente decidió lanzarla sobre la

piernas de los secuestrados. Podría contenealguna pista útil en caso de que los retenido

fueran lo bastante tontos como para no reveladónde ocultaban el dinero.

* * *

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La pastora, el recepcionista y la maleta amarillestaban colocados en hilera en un sótano, lugar deunión de los bajos fondos de Estocolmo, en un

de los bares menos proclives a pagar impuestos da capital. Para sorpresa de la pastora, ninguno dos quince hombres que había allí prestab

atención a la maleta. —Bienvenidos —dijo el que parecía e

cabecilla—. Tranquilos, que saldréis de aquí. Euna bolsa para cadáveres o de otra manera.

Y añadió que la pastora y el otro le debían agrupo por lo menos trece millones de coronas.

 —Bueno, eso depende de cómo se cuente —osó decir la pastora—. Trece millones suena mucho dinero así de entrada.

 —¿De entrada? —repitió el cabecilla.

 —Per Persson —intervino el recepcionistapues no quería que lo siguieran llamando «eotro».

 —Me importa una mierda cómo te llames —

espetó el cabecilla, y se volvió de nuevo hacia l

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pastora—. ¿Qué es eso de «de entrada» «depende de cómo se cuente»?

La propia pastora no estaba segura de cuándo

cómo había empezado todo y cómo deberían poanto calcular el importe, pero su anzuelo no habípinchado en hueso. Ahora era crucial ndespistarse. En esos casos, lo importante erhablar primero y pensar después.

 —Bueno, echando un cálculo rápido, diemillones serían más que suficientes.

Al punto se maldijo por haber soltado una cifrmuy por encima de lo que tenían para comprar s

ibertad.El cabecilla respondió con una pregunta: —Y si, por casualidad, estuviéramo

conformes con el rápido cálculo de la pastora

¿dónde encontraríamos esos diez millones?A Per Persson no se le daba bien improvisa

en situaciones tensas, así que mientras buscabalgo que decir que pudiera volver las tornas a s

favor, Johanna Kjellander prosiguió:

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una inmoralidad por vuestra parte coger el dinerde Asesino Anders por no haberos matado ninguno.

El recepcionista seguía a duras penas loazonamientos de la pastora. El resto del públicno se acercaba ni de lejos. La mayoría se habíperdido al oír la palabra «inmoralidad».

 —Además, me parece que debería aplicarsuna rebaja más, teniendo en cuenta cuál fue eesultado final por lo que respecta al Conde y l

Condesa. Si no se hubieran tumbado entre unoarbustos para apuntar a quien recibió dinero par

matarlos, nunca habrían muerto. ¿Verdad?El murmullo prosiguió. —¿Adónde quieres llegar? —se enfadó e

cabecilla.

 —A que tenemos una maleta roja —dijo lpastora, y puso la mano sobre la amarilla quhabía a su lado.

 —¿Una maleta roja?

 —Con seis millones de coronas. Nuestro

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activos totales. He pensado que seguramente dode vosotros, como se confirmó hace un tiempo, quizá alguno más, piense que existe una vid

después de esta, y que eso no significnecesariamente que en el futuro vaya a encontrarsde nuevo con el Conde y la Condesa. Seis millonede coronas serían compensación suficiente por nener que eliminar a una pastora, ¿no?

 —Y a un Per Persson —añadió eecepcionista.

 —Y a un Per Persson, claro —añadió lpastora.

El cabecilla repitió que no estaba interesaden el nombre de Per Persson mientras se producíun nuevo murmullo entre los asistentes. JohannKjellander intentó interpretar el tono; al parece

había división de opiniones. Así que prosiguió: —La maleta está escondida a buen recaudo

Solo yo sé dónde, y estaría encantada de revelaroas coordenadas de ese dónde, pero solo baj

ortura. Y, de nuevo, ¿torturar a una pastora e

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ealmente la mejor manera de aplacar al SeñorAdemás, no creo que Asesino Anders hayperdido la capacidad de hablar por esta

encerrado…Esa amenaza velada le puso la piel de gallina más de uno.

 —Mi propuesta es la siguiente: yo y este dquien no queréis saber el nombre os entregamoeis millones de coronas a cambio de que, po

vuestro honor criminal, prometáis dejarnos viven paz.

 —O tres millones —intervino el recepcionista

que aun en aquellas circunstancias se sentíbastante angustiado ante la idea de volver a sepobre—. Entonces quizá todos alcancemos el cielel día que nos llegue la hora.

 No tenía arreglo, Per Persson no le había caídbien al cabecilla.

 —A ver si te enteras: no solo me importa unmierda cómo te llamas, sino que tampoco m

nteresa saber dónde acabarás después de que t

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haya rajado del ombligo a la barbilla —espetó.Parecía dispuesto a proseguir con má

amenazas, cuando Johanna Kjellander l

nterrumpió: —Seis millones, como he dicho —zanjó, puehabía tenido tiempo de calcular que no saldrían dallí por menos.

Más murmullos. Finalmente, los maleantes spusieron de acuerdo en que seis millones era upago aceptable por no matar a la maldita pastora a ese que insistía en decir que tenía un nombreSeguro que habría sido más fácil acabar con ello

pero un asesinato era siempre un asesinato y lpolicía era siempre la policía. Además de lacomplicaciones que pudieran causar AsesinAnders y su bocaza.

 —De acuerdo —refunfuñó el cabecilla—. Noconducís a la maleta roja de los seis millones, locontamos aquí en el sótano y si la suma ecorrecta, os vais y adiós muy buenas, porque ya n

existiréis para nosotros.

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 —Pero ¿existiremos por nuestra parte? —Eecepcionista necesitaba que se lo aclarasen.

 —Si os queréis tirar desde el puent

Västerbron es cosa vuestra, pero no estaréis enuestra lista negra. Siempre que nos entreguéis lmaleta roja y contenga seis millones de coronaclaro.

La pastora bajó un poco la mirada y dijo que eSeñor era comprensivo con las mentiras piadosas

 —¿A qué te refieres? —Bueno, la maleta roja… en realidad e

amarilla.

 —¿Es en la que estás apoyada? —Entrega rápida, ¿no? —La pastora sonrió—

¿Os importa si antes de irnos, mi amigo aqupresente y yo nos llevamos un par de cepillos d

dientes, un poco de ropa interior y alguna que otrcosa que hay entre el dinero?

Abrió la maleta para mostrar toda smagnificencia interior, antes de que al cabecilla

us subordinados se les pudiera ocurrir algun

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mala idea.

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bolsillo del pantalón y ahora el número dontentaba demostrarlo.

Pero el maleante número cuatro no era de lo

que se dejan poner la mano encima, sobre todo tacerca de su aparato reproductor, y menos si habíotros hombres observando. Así que, con el fin dpreservar su reputación, le propinó un buepuñetazo al número dos. Este cayó al suelo yafortunadamente, perdió el conocimiento agolpearse la cabeza contra el hormigón; si no, todhabría saltado por los aires en ese momento, eugar de cuatro minutos después.

El cabecilla consiguió imponer un poco dorden. Se trataba de repartir seis millones entrquince personas, posiblemente catorcedependiendo de si el que yacía en el suel

espabilaba o no.Pero ¿cómo se dividían seis millones entr

quince? Eso ya era demasiado para muchos dellos. Además, se alzaron voces pidiendo que

os hermanos Olofsson se les dedujera el diner

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que ya habían recibido, y alegando que su partdebería contarse como una —no dos—, pues slamaban igual. Entonces, el más irascible de lo

hermanos se volvió aún más irascible de lhabitual. Tan irascible que se le ocurrió decirle amaleante número siete —conocido como Oxen—que lamentaba que Asesino Anders no lo hubierdegollado según contrato.

 —¿Ah, sí? ¡Cabrón! —exclamó Oxen—Querías matarme!

Y entonces sacó un cuchillo para hacerle Olofsson lo mismo que Olofsson había querid

que Asesino Anders le hiciera a él.Eso ocasionó que el otro Olofsson, asustado

ealizara una maniobra de distracción. Lo únicque se le ocurrió ante tanto revuelo fue disparar

bocajarro contra la maleta del dinero con senorme Smith & Wesson 500. No es de extrañaque el disparo de uno de los revólveres mápotentes del mundo, uno que podría derribar a u

buey si fuera necesario, provocara que alguno

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billetes comenzaran a arder.La ocurrencia tuvo el efecto deseado, en e

entido de que Oxen y los demás —con excepció

del que seguía en el suelo— perdieron la audiciódurante unos segundos a causa del estruendo cambiaron el foco de atención. Todos los pies qucupieron pisotearon al mismo tiempo los billetede quinientas coronas chamuscados. El fuegestaba a punto de extinguirse cuando al maleantnúmero ocho se le ocurrió sacrificar una botella daguardiente casero de noventa grados parapagarlo del todo.

Tanto Olofsson como Olofsson, por razones dupervivencia, abandonaron el sótano unoegundos antes de que todo empezara a arder d

verdad. El resto pronto hizo lo mismo (menos e

maleante número dos, que seguía en el suelo y ahmurió, si no lo había hecho ya al golpearse contrel hormigón). El alcohol de noventa grados niene —ni nunca ha tenido— capacidad par

ofocar un fuego.

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La noche siguiente, cuatro hombres visitaron ehogar de Olofsson y Olofsson. No llamaron aimbre, ni siquiera a la puerta. Prefirieron abrirs

paso a hachazos, dejando la puerta reducida astillas. Pero por mucho que buscaron nencontraron ni a Olofsson ni a su hermano. Solhallaron un hámster aterrorizado llamado Clark  ehonor de un antiguo y conocido atracador dbancos. Olofsson había obligado a su hermano abandonar a Clark  en el apartamento al que nuncmás podrían regresar. Inmediatamente después da debacle en el sótano de aquel bar, cogieron u

ren a Malmö, seiscientos kilómetros al sur de lchusma criminal más enfadada del mundo.

Malmö era una ciudad bonita, y ostentaba unde las tasas de criminalidad más altas de Suecia

Un par de crímenes más a la semana no se notaríaen las estadísticas, razonó Olofsson mientras shermano llevaba a cabo el primer robo, en ungasolinera. Primero cogió el dinero de la caja

cuatro tabletas de chocolate, y luego obligó a

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encargado a entregarles las llaves de su coche.

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Solo había una cosa que el recepcionista nograba comprender: que hubiera exactamente sei

millones en la maleta. ¿No debería haber, por lmenos, seiscientas mil coronas más?Sí, pero la pastora había cogido un poco d

calderilla mientras hacía la maleta. Los cepillode dientes, la ropa interior y demás habrían cabidde todas formas, pero le pareció innecesario teneque abrir la maleta cada vez que había que pagaun billete de autobús.

 —O una diminuta cabaña en Gotland —sugiriel recepcionista.

 —Por ejemplo.Después de todo, la vida podría haberlo

ratado peor, ya que tras pagar la cabaña todaví

es quedaban seiscientas cuarenta y seis m

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coronas. Y casi seiscientas mil cuando la hubieroamueblado y arreglado, contraviniendo un númerndefinido de ordenanzas, cuyo ejempla

comenzaron quemando según habían planeado. Poprecaución, tampoco preguntaron si podíaeliminar con lejía una irritante colonia de avispaprotegidas.

 —Medio millón de coronas debería servpara ennoblecer a cualquiera.

El recepcionista estuvo totalmente de acuerdcon la afirmación de su pastora y, mientras volvía poner el tapón a la botella de lejía, le record

que nadie debería recibir un céntimo más de lo quel otro pudiera retornar de inmediato.

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La ciudad medieval de Visby y sus tiendas spreparaban para la llegada de la Navidad. La tas

de interés estaba al cero coma cero por ciento, lcual animaba a la gente a pedir prestado un dinerque no tenía para que las ventas navideñapudieran batir, también ese año, todos los récordComo consecuencia de ello, la población egeneral podía conservar su trabajo, lo quignificaba que tenían medios para pagar lo

créditos recién firmados. La economía es unciencia aparte.

El recepcionista había pasado varios mesepensando en cómo poner en práctica el principide que hay más dicha en recibir que en dar (y qual mismo tiempo pareciera lo contrario). Hasta e

momento no había llegado más allá de la

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diferentes formas de donaciones. Dar una monedera fácil. Y divertido. Y una estupidez clamorosaalvo que se consiguiera, por lo menos, el mism

etorno.Otrora, uno de los métodos había funcionadmediante la combinación de un generoso exasesinpor un lado y, por otro, una buena cantidad dcubos para la colecta. Pero ya no contaban con uexasesino, ni con cubos, ni con congregación. Lúnico que quizá podrían recuperar eran los cubopero ¿con qué fin?

Durante un paseo por Hästgatsbacken, l

pastora y el recepcionista se encontraron a ueñor vestido de rojo, con una barba blanca d

pega; seguramente lo habían contratado locomerciantes de la zona. Se paseaba calle arriba

calle abajo deseándole «Feliz Navidad» a quieveía, y repartiendo galletas de jengibre entre loniños. Tanto mayores como pequeños se alegrabaal ver al hombre de rojo con sus galletas. Quiz

eso hiciera que la gente comprara más en la

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iendas de los alrededores, aunque eso estaba pover.

La pastora dijo que tal vez todo habría sid

diferente si le hubiera inculcado a Asesino Andera idea de la existencia de Papá Noel en lugar desús.

El recepcionista sonrió ante la imagen dAsesino Anders invocando desde el púlpito aomnipotente Papá Noel, con vino caliente galletas de jengibre para la congregación, nada dvino moldavo y queso.

 — Glögg   de alta graduación —dijo la pastor

—. Los detalles son importantes.Su recepcionista tuvo una razón más par

eguir sonriendo antes de ponerse serio. Eealidad, la diferencia entre Dios y Papá Noel n

era demasiado grande. —¿Estás pensando en la inexistencia de ambo

o en la barba? —preguntó la pastora. —En ninguna de las dos cosas. Ambos tiene

fama de bondadosos, ¿no es así? Tal vez aqu

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engamos una idea embrionaria.Llamar «bondadoso» a Dios delante de l

pastora no era algo de lo que se saliera indemne

Ella argumentó que podría encontrar un centenade ejemplos que demostraban que el Señor, segúodas las historias de la Biblia, padecía algún tip

de trastorno. No sabía si Papá Noel estaba mejor no, pero dedicarse principalmente a entrar y salpor las chimeneas tampoco parecía un hábitpropio de alguien que estuviera en su sano juicio.

El recepcionista contraatacó risueñoeñalando que ellos mismos no eran los mejore

hijos de Papá Noel ni de Dios. Una rápidestimación dejó claro que habían incumplido coegularidad nueve de los Diez Mandamientos. E

único incólume había sido el referente al adulterio

 —Hablando de eso —dijo la pastora—, ¿poqué no nos casamos, ya que vivimos juntos? Seríuna boda civil, por supuesto, y tú comprarías loanillos.

El recepcionista aceptó de inmediato

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prometió anillos de oro, pero por lo quespectaba a los Mandamientos, deseaba hace

algunos ajustes. Ellos no habían asesinado a nadi

con sus propias manos.Eso era cierto, por consiguiente, no iban uno nueve sino dos a ocho contra los Mandamientoque tampoco era un resultado para celebrar poodo lo alto.

Per Persson no respondió, no era necesarioAunque, ya que hablaban de los Mandamientos…¿cómo iba eso? ¿Se podía desear a la futuresposa? ¿Y al montón de billetes de quinienta

coronas que tenían en común?La pastora dijo que era una cuestión d

nterpretación, pero añadió que también estabdeseando dejar atrás la Biblia de una vez po

odas. Las Puertas del Cielo no existían, y aunquasí fuera, no valdría la pena ponerse a la colaPensar en que Dios le leería la cartilla en eumbral de su reino era algo que la pastora n

oportaba. En cambio, deseaba saber si Papá Noe

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e había convertido en la opción principal deecepcionista respecto al tema de la generosidaecuperable con creces.

Per Persson respondió con sinceridad que aúno tenía ninguna alternativa, a no ser que la pastor—al igual que él mismo— estuviera dispuesta olvidarse de la recaudación y gastarse todo lo quenían.

 —Y no tengo ninguna razón para creerlo. —Correcto —dijo ella—. ¿Qué haríamo

uego, cuando se acabara el dinero? —¿Casarnos?

 —Eso ya lo hemos decidido. Y no nos haricos.

 —No digas eso. Está la paga por familinumerosa. Con seis o siete niños, quizá tendríamo

de sobra. —Idiota. —La pastora sonrió, y en ese instant

vio una joyería—. Ven, entremos y prometámonos

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El invierno dio paso a la primavera, la primaverdio paso al verano. Por fin dejarían de pecar, po

o menos en un aspecto. Había llegado el momentde que se convirtieran en marido y mujer.La única representante oficial que hallaro

para que condujera la ceremonia fue lgobernadora de Gotland, que aceptó casarlos en lcabaña junto al mar.

 —¿Viven aquí? —preguntó para empezar ellenar el papeleo.

 —No estamos locos —respondió la pastora. —Entonces, ¿dónde viven? —En otro sitio —dijo el recepcionista—

¿Puede darse prisa?La joven pareja deseaba una modalidad d

ceremonia que durara unos cuarenta y cinc

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egundos, mientras que la oficiante prefería la dreinta minutos. Desplazarse desde tan lejos paroltar solo un «¿Tomas a…?» a cada contrayente y

acto seguido, marcharse por donde había venido lesultaba demasiado insulso. Además, pensabpronunciar un breve discurso de su propia cosechobre el tema de cuidarnos a nosotros mismoanto como a la frágil naturaleza de Gotland.

Cuando, en medio del parloteo telefónico, eecepcionista tuvo claro que la intervención de l

gobernadora sería totalmente gratuita, durara lque durase la ceremonia, estuvo de acuerdo e

que, si era necesario, mezclara el amor con ldiversidad biológica. Luego, le agradeció satención, colgó y se encargó de ocultar todas labotellas de lejía para evitar que la oficiante de l

boda pudiera ponerse de mal humor. Y, parasegurarse aún más, el día siguiente compró dieambientadores de pino y los colocó entre las algapara que la naturaleza de la gobernadora oliera

o que no olía, es decir, a vida.

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* * *

Tenían las alianzas y el certificado de soltería eegla y la gobernadora se congratuló por ello.

 —Pero ¿dónde están los testigos? —¿Los testigos? —repitió el recepcionista. —¡Maldita sea! —exclamó la pastora, qu

había casado a suficientes parejas en su vida compara saber que se había olvidado de algo—. Umomento —añadió, y salió disparada hacia unpareja de ancianos que vio a poca distancia d

allí, en el paseo marítimo.Mientras la gobernadora reflexionaba acerc

de que estaba a punto de oficiar una boda civil couna novia pastora que blasfemaba, esta solicitab

colaboración a los ancianos, que eran turistaaponeses y no entendían ni jota de sueco, ingléalemán, francés o cualquier otro idioma quuviera cierta lógica. En cambio, se dieron cuent

de que la pastora deseaba que la siguieran, y com

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obedientes japoneses que eran, lo hicieron. —¿Son ustedes los testigos de la pareja? —

preguntó la gobernadora a los japoneses, que s

quedaron mirando a la mujer que había dicho algque no comprendieron. —Decid «hai» —les pidió la pastora (esa er

a única palabra que sabía en japonés). — —dijo uno de los testigos, y no s

atrevió a añadir nada más. — —se limitó a decir su esposa, por l

misma razón. —Nos conocemos hace mucho tiempo —

comentó la pastora.

Hizo falta alguna gestión adicional y ciert

creatividad por parte de la gobernadora pardeclarar el matrimonio válido. Pero ella era de lclase de personas que prefieren resolver loproblemas en lugar de crearlos. Y así, al cabo d

un rato, los novios pudieron recibir los papele

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que confirmaban que a partir de entonces los doeran uno.

* * *

El verano pasó, el otoño llegó.

La pastora estaba embarazada de cuatro mese —¡La primera asignación por hijo ya está ecamino! —exclamó el recepcionista al enterars—. Cuatro o cinco más y esto puede convertirse eun buen negocio. Con el suficiente intervalo diempo, la misma ropa puede servirles a todo

Primero hereda el segundo, luego hereda eercero, después el cuarto y…

 —¿Podemos comenzar por llevar a buepuerto al primero, por favor? —rogó la pastora—Luego tendremos el segundo. Y el resto, pero poorden.

Y con eso, zanjó el tema. Llevaban una vid

ranquila en la cabaña de diecinueve metro

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cuadrados, buhardilla incluida, en la quegalmente no tenían derecho a vivir. Sus gasto

eran mínimos. Los noodles y el agua del grifo n

eran tan exquisitos como el paté francés o echampán de épocas pasadas, pero ahora se teníael uno al otro y vistas al mar. Además, con layuda de la lejía, hacía tiempo que no solo shabían librado de las avispas protegidas, sinambién de las hormigas, las avispas  sphecodesos crisídidos, los mutílidos, los taquínidos y l

mayoría de aquellos bichos que debían garantizaa diversidad biológica.

De los millones de la maleta no quedaba niquiera la maleta. Así que, ¿cómo iban los plane

del recepcionista de dar y recibir? Vistas lacircunstancias, la pastora tenía sus dudas. ¿Recib

 recibir, teniendo en cuenta la coyuntura actual, nería un mejor punto de partida?

El recepcionista reconoció que las cosas ibaentas. Tenía a Papá Noel constantemente en l

cabeza, pero no se le ocurría cómo sacarl

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partido.La pastora, que empezaba a estar aburrida d

que la vida no le ofreciera mucho más que un

barriga creciente y otro invierno en Gotlandpropuso que podrían airearse con un viaje acontinente.

 —¿Qué se nos ha perdido allí? —preguntó eecepcionista—. Lo más probable es que no

encontremos con algún rufián al que no lcaigamos bien. O con dos.

La pastora no estaba segura. Pero podríadistraerse en establecimientos donde les constar

que no se dejaban caer los maleantes. Por ejemploa Biblioteca Real, el Museo Marítimo…

Ella misma comprendió lo aburrido quonaba.

 —O podemos intentar hacer algo buenoiempre que no cueste dinero —prosiguió—. Si n

nos sentimos satisfechos con eso, a lo mejor es questamos yendo por mal camino. Podría ser un

pieza importante en tu eterno puzle de futuro.

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 —«Nuestro» puzle de futuro, si me lo permite—precisó el recepcionista—. ¿Algo bueno¿Ayudar a las viejas a cruzar la calle?

 —¿Por qué no? O pasar a saludar al asesinecolector de setas al que conseguimos mandar dvuelta a la cárcel. Si no recuerdo mal, eso fue algque con las prisas le prometí.

 —Pero ¿no era mentira? —inquirió eecepcionista.

 —Ya. Pero en alguna parte he leído «nevantarás falso testimonio ni mentirás». —S

pastora sonrió.

Una fugaz visita a Asesino Anders haría que emarcador quedara tres a siete en el partido contros Mandamientos que nunca ganarían. Aunquiempre se podrían falsear las cifras.

El recepcionista miró incrédulo a la pastoraque reconoció que la idea de reencontrarse con ehombre del que habían conseguido deshacerspodía estar relacionada con su desorden hormona

Había leído sobre mujeres embarazadas que s

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alimentaban solo de atún en aceite o comían veintnaranjas al día, o masticaban tiza, así que lo suyno era tan malo.

De momento, sus vidas eran tan sosegadas como lactividad de las algas arrojadas a la orilla. Niquiera había avispas con las que irritarse

¿Podría, quizá, un corto viaje en ferry, seguido duna visita aún más corta a la cárcel, marcar ldiferencia? A un coste insignificante, claro.

El recepcionista comprendió que sí, que s

rataba de algo del embarazo. Al parecer, squerida pastora echaba de menos al exasesino y as avispas. Y él debía asumir su responsabilida

como futuro padre. Ir corriendo a comprar una caj

de naranjas seguro que no valdría la pena. —Propongo que viajemos a comienzos de l

emana que viene —dijo entonces—. Si tú tocupas de llamar al servicio penitenciario

comprobar el horario de visitas, yo reservo lo

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billetes del barco.Johanna Kjellander asintió satisfecha, mientra

que Per Persson conseguía mantener la compostur

a duras penas. Su destino no podía seeencontrarse con Asesino Anders. Pero si sesposa tenía desarreglos hormonales, pues loenía. Además, ni la Biblioteca Real ni el Muse

Marítimo le resultaban más atractivos. —En la prosperidad y en la adversidad —

murmuró—; esto encaja más bien en la lista de ladversidad.

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—¡Queridos amigos! La paz del Señor esté covosotros. ¡Aleluya y hosanna! —los salud

Asesino Anders en la sala de visitas de la prisiónApenas lo reconocieron. Se lo veía sano fuerte, y tenía casi todo el rostro cubierto dpelambrera. Esto último lo explicó recordando qua pastora le había dicho en una ocasión que, segú

el Antiguo Testamento, el hombre no debíafeitarse. No recordaba las palabras con exactitu  no las había encontrado, a pesar de haberla

buscado en el Libro, pero confiaba en su queridamiga.

 —Levítico diecinueve —dijo la pastoraemocionada—. «No comeréis carne con sangre npracticaréis la adivinación ni la magia. No o

aparéis la cabeza ni los lados de vuestra barba

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o os haréis incisiones en vuestra carne por umuerto, ni imprimiréis en ella figura alguna. YoYavé».

 —Eso era —dijo el expastor, y se rascó lbarba—. Es difícil solucionar lo de los tatuajepero eso ya lo hemos discutido Jesús y yo y estaclarado.

Asesino Anders se encontraba como pez en eagua. Daba clases sobre la Biblia tres veces a lemana y había medio abducido a cuatr

discípulos y a otros tantos indecisos. Las cosaolo se habían desmadrado una vez, cuando intent

ntroducir la oración a la hora de comer, a raíz do cual un cocinero condenado a cadena perpetuuvo un arrebato de cólera y provocó una pele

monumental. Cuando todo explotó, el interno qu

e encontraba más cerca de él en la cola de lcomida era un extranjero bajito conocido comBocazas, pues nunca decía nada (sobre todporque no tenía nada que decir en otra lengua qu

no fuera la suya, que nadie más entendía). E

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cocinero clavó una botella rota en el cuello dBocazas, cuya última palabra en vida fue «¡Ay!»en sueco.

 —Al de la botella le metieron otra perpetupor eso. Y lo degradaron a lavar platos.Asesino Anders pensaba que una o do

cadenas perpetuas daban lo mismo (aunque lavaplatos dos vidas enteras seguidas quizá fuera udestino peor que la muerte). En cambio, estabansioso por contarles que durante el tiempo qulevaba encerrado se había deshabituado de l

eucaristía, sin que por ello el contacto con Jesú

hubiera empeorado. La pastora y el recepcionistno debían tomárselo a mal, pero durante suestudios bíblicos, Asesino Anders habídescubierto que ambos debieron de malinterpreta

alguna que otra cosa con respecto a eso. Uno nnecesita beberse un par de botellas al día parhablar con Jesús. Si querían, les podía explicacon más detalle el asunto.

 —No, gracias —dijo la pastora—. Creo que

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grandes rasgos tengo las cosas claras.Bueno, siempre podrían retomarlo en otr

ocasión. En pocas palabras, el cocinero que ahor

olo podía lavar platos cada día hasta que smuriera dos veces servía solo leche y zumo darándano, siguiendo el reglamento penitenciarioDebido a que ningún preso se colocaba con leche o el zumo de arándanos, introducían d

contrabando grandes cantidades de eso quAsesino Anders no probaba desde hacía años nunca más pensaba volver a tomar.

 —¿Como qué? —preguntó la pastora.

 —Rohypnol y esas mierdas. Nada menloquecía más que el Rohypnol con un poco dalcohol. Doy gracias al Señor de que eso sea agupasada.

El único nubarrón en su cielo, por lo demáímpido y azul, era que Instituciones Penitenciaria

había comprobado que era un preso ejemplar habían hecho planes, a sus espaldas, para dejarl

alir antes de tiempo.

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 —¿Antes de tiempo? —repitió eecepcionista.

 —Dentro de dos meses. Si llega. ¿Qué será d

mis estudios bíblicos? ¿Y de mí? Estoy que nduermo de angustia. —Pero eso es maravilloso —dijo e

ecepcionista, con un tono que sorprendió a lpastora—. Deja que vengamos a buscarte el día du liberación. Creo que tengo un trabajo para ti —

añadió, dejando doblemente sorprendida a lpastora.

 —¡El Señor esté con vosotros! —exclam

Asesino Anders.Johanna Kjellander no dijo nada. Habí

perdido el habla.

* * *

Durante aquella visita, Per Persson descubrió l

que la pastora no entendió a la primera. Asesin

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Sanders se había tomado muy en serio eLevítico 19, 27-28 y se había transformado en uncopia perfecta del mismísimo Papá Noel. Sol

había que cuidar un poco su cabello encrespado ponerle unas gafas más del estilo del anciano. Lbarba era natural y canosa, como tenía que ser.

El recepcionista tomó eso como una señade… algo… y al segundo siguiente se le aparecia idea de Papá Noel, como si una instanciuperior estuviera involucrada en ello. Si

embargo, no cabía duda de que ninguna instanciuperior, sin importar lo superior que fuera

evantaría un dedo para ayudarlo a él o a spastora.

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Tan pronto como volvieron a estar solos, eecepcionista le explicó a la pastora la revelació

que había tenido en la sala de visitas de la prisiónUna vez en casa, se pusieron a hojear viejoejemplares del periódico Gotlands Allehanda enseguida encontraron ejemplos de que la idepodría ser rentable. Había un artículo sobre uubilado que no podía seguir viviendo en s

apartamento de alquiler porque las paredeestaban llenas de chinches. El arrendador snegaba a considerar las chinches como problemuyo y el jubilado no tenía dónde vivir, aunque s

veía obligado a seguir pagando el alquiler.«Solo tengo la pensión», se lamentaba a

periódico el desdichado anciano, cuyo nombr

apareció publicado y no pudo más que sentir pen

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de sí mismo.Pero su terrible situación no interesó mucho n

al recepcionista ni a la pastora. Estaba demasiad

arrugado y encorvado para tener valor comerciaAsí que él y sus chinches debían apañárselaolos. No obstante, Per Persson valoró durante uegundo llamar al viejo y hablarle de la lejía, pue

parecía acabar con todo.El hecho de que el hombre lloriquease en e

periódico local y que solo un par de númerodespués otro pobre diablo hiciera lo mismo en scompetidor, el Gotlands Tidningar , proporcionó

a pastora y al recepcionista la confirmación qunecesitaban.

El número de historias de ese tipo en lodiarios del país debía de ser casi infinito. Au

cuando hubieran descartado a los viejos cochinches, a los millonarios con babosas en eardín y a las ratas tiroteadas y lanzadas a un cub

de basura por quinceañeros emocionalment

perturbados, lo más probable es que quedaran cas

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el mismo número de casos infinitos.El recepcionista cogió una de las dos tablet

que había comprado un año antes con dinero de l

colecta y se puso en marcha.

* * *

—¿Cómo va todo? —preguntó la pastora mientrae pasaba la mano por la barriga y miraba a s

marido con la nariz pegada al iPad y con un blode notas al lado.

 —Bien, gracias —dijo él, y le contó quacababa de suscribirse a la edición digital dvarios diarios suecos—. El Ljusdalsposten cuestnoventa coronas al mes.

«De acuerdo, ¿por qué no?», pensó la pastoraAunque Ljusdal fuera una buena zona, ahí tambiépodía haber personas de las que compadecerse. Yentonces cometió el error —pues la respuesta cas

no tuvo fin— de preguntarle cuáles eran los otro

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periódicos digitales a los que tenía acceso. —Vamos a ver… —dijo el recepcionista—

Sí, aquí los tengo anotados: el Östersunds-Posten

el Dala-Demokraten, el Gefle Dagblad , el Upsalya Tidning , el  Nerikes Allehanda,  eSydsvenskan, el Svenska Dagbla…

 —Suficientes, ¿no? —Si queremos estar bien documentado

necesitamos información veraz de todos loincones del país. Por este lado del papel teng

unos cuantos más y por el otro la misma cantidadSerán unos cincuenta periódicos en total. Y no h

alido gratis, aunque en algún que otro caso haprovechado la oferta para probarlo un tiempoPor cierto, el que se lleva la palma es el Bleking

äns Tidning . Una corona por un período d

prueba de un mes. —Casi podríamos permitirnos dos. Es un

pena que ponga lo mismo en ambos.El recepcionista sonrió y sacó una hoja d

Excel. A largo plazo, el presupuesto de la

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uscripciones rondaría las ciento veinte mcoronas al año, pero con los descuentos, lauscripciones por períodos cortos y las ofertas d

prueba, podían permitirse esa inversión iniciaEso auguraba un buen final, tanto para el donantcomo —y sobre todo— para el tomador. Dado qua generosidad de la gente, en general, era mayo

que la suya, un resultado positivo estabgarantizado. Quizá no llegara de golpe, pero sí eun futuro lo suficientemente cercano como parestar tranquilos.

 —Estoy de acuerdo contigo en todo, querid

—dijo la pastora.Ella pensaba que la mayor amenaza para s

éxito era el mismísimo Papá Noel: AsesinAnders era y sería siempre una bomba d

elojería. Pero si por alguna razón todo tenía qurse al garete, que se fuera. La idea deecepcionista era demasiado atractiva para n

hacer una prueba a gran escala.

 —Así pues, el mañana traerá su fatiga; a cad

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día le basta su aflicción. Mateo seis, treinta cuatro —añadió la pastora.

 —¿Citas la Biblia voluntariamente? —

preguntó el recepcionista. —Sí, quién lo diría.

Entre la humanidad suele haber un poco de todoPor ejemplo, hay tacaños, ensimismadoenvidiosos, incultos, simples y temerosos. Perambién gente buena, juiciosa, agradablendulgente, atenta y generosa. Todos los rasgos n

ienen cabida en todas las almas, eso lo sabían lpastora y el recepcionista por experiencia propiaLa tesis del filósofo Immanuel Kant, que decía qucada persona llevaba un imperativo moral en s

nterior, probablemente tuviera una base biefundada debido a que nunca se le presentó loportunidad de conocer a la pastora ni aecepcionista.

La nueva idea de recibir y, por supuesto, da

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que tenía su vago origen en un Papá Noel de pegen el centro de Visby repartiendo galletas dengibre a los niños, ahora estaba ensamblada

pulida y lista.

El recepcionista primero nombró una comisióndirigida y gestionada por él mismo. Necesitabecabar información sobre la situación de

mercado y la competencia.Había que tener bastantes cosas en cuenta

Resultó, por ejemplo, que el correo sueco recibí

cada año más de cien mil cartas para Papá Noedirigidas a «Papá Noel, 17300, TomtebodaSuecia». El representante de correos le informorgulloso por teléfono que todos aquellos qu

escribían recibían respuesta y un pequeño regalo.El recepcionista agradeció la información

colgó y murmuró que el valor de ese «regaloprobablemente fuera inferior al valor del sello de

emitente. Ese caso equivalía a una bondad mu

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imitada combinada con la máxima capacidafinanciera, y arrojaría una rentabilidad tambiéimitada. No estaba tan mal pensado, aunque e

esultado era insuficiente. Incluidos los costeburocráticos, era probable que, en el mejor de locasos, dicho resultado fuera cero. Y la única cifrque a la pastora y a él les disgustaba más que ecero era cualquiera que comenzara con el signo dmenos.

Además de la oficina de correos, en Dalarnhabía un Tomteland. Ya que el recepcionistprofundizaba en lo que le interesaba, averiguó qu

a oferta de Tomteland consistía en visitar uparque temático en el que quienes pagaban lentrada comían y bebían por unos cientos dcoronas, se alojaban allí por otros miles más

obtenían el privilegio de entregarle una carta epersona a un Papá Noel falso que luego lautilizaba para encender la chimenea por la noche.

Esa tampoco era una mala idea, pero s

nclinaba claramente hacia el recibir más que a

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dar. ¡En ese asunto el equilibrio era importante!Al parecer, en Rovaniemi, Finlandia, viví

otro Papá Noel de mentira. La idea era similar a l

de Dalarna, con los mismos fallos y errores.Por cierto, los daneses afirmaban que Papoel vivía en Groenlandia; los americanos, que e

el Polo Norte; los turcos, que en Turquía; lousos, que en Rusia. De todos ellos, lo

americanos eran los únicos que realizaban unactividad puramente comercial con su Papá NoePor una parte, este parecía preferir la Coca-Colantes que cualquier otra bebida y, por otra, cad

año por Navidad estrenaban como mínimo unpelícula en la que Papá Noel primero metía la pathasta el fondo para después hacer felices a todoos niños del mundo. O por lo menos a uno d

ellos. De mentira. A doce dólares cada entrada dcine.

Luego también estaba el primo de Papá NoeSinterklaas, o san Nicolás. Según descubrió e

ecepcionista, al principio era el santo protecto

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de los ladrones, y eso resultaba gracioso, pero ne podía contar con él, pues entregaba los regalo

a los niños el 6 de diciembre.

 —Aunque todo depende de lo globales ququeramos ser —apuntó la pastora. —Cada vez un país —respondió e

ecepcionista—. Piensa en Alemania, con dieveces más habitantes que Suecia. Eso requerirídiez Papá Noeles como Asesino Anders, todocapaces de decir por lo menos « FrohWeihnachten!» sin equivocarse.

Dos palabras extranjeras. Eran dos más de la

que Asesino Anders podría manejar, eso lo sabíaanto la pastora como el recepcionista (siempre

cuando no se tratara de nombres de setas en latín)El peligro era que «hosanna» se pronunciab

gual en sueco que en alemán.

* * *

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La competencia con un Papá Noel que diera dverdad sin primero pedir era más bien inexistenteLa rentabilidad del negocio dependería de cuánta

historias lastimeras fueran capaces de encontrar eos periódicos. Sobre todo les atraían laelacionadas con madres solteras, niños enfermo

o animales de compañía abandonados. Viejoborrachos con chinches no enterneceríauficientes corazones, como tampoco las rata

malheridas y maltratadas en cubos de basura. Poo que respectaba a los multimillonarios co

babosas en sus jardines, la tradición sueca s

nclinaba a pensar que los millonarios lo teníabien merecido.

Lo realmente genial de la idea de eleghistorias aparecidas en los periódicos locales er

que el destinatario en cuestión ya había habladcon la prensa una vez y, por tanto, estarídispuesto a hacerlo de nuevo tras un inesperadencuentro con el generoso viejecito de la Navidad

A su vez, eso generaría tráfico en la página d

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nternet en la que se podía contactar con Papoel, el que tenía una barba de la que se podí

irar de verdad.

Y si Dios era lo bastante bueno, estuvo a puntde decir el recepcionista, eso debería dar lugar una donación o dos. O a cien. ¿O por qué no a mil

Lo único que quedaba por hacer antes de poneen marcha el plan era que InstitucionePenitenciarias cumpliera su idea, a un tiempo loc maravillosa, de soltar a Asesino Anders.

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El origen del Proyecto Papá Noel se basaba en quo único que podía ser más divertido que dar er

ecibir. Quien consiguiera ambas cosas deberíaegún el punto de vista de la pastora y eecepcionista, tener todos los requisitos para viv

una vida larga y feliz. No entraba en sus cálculoque tanto ellos como su bebé nonatanguidecieran de hambre. Ni siquiera Asesin

Anders se merecía un destino así.Teniendo eso en mente, el recepcionista habí

creado un perfil de Facebook llamado «Everdadero Papá Noel reparte alegría todo el año»

La página estaba repleta de mensajes de amode diferente calado (ninguno de carácteeligioso). En el poco espacio que quedó e

blanco, se informaba de que cada uno era libre d

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abrir su corazón —es decir, su cartera— parayudar a Papá Noel a desarrollar su actividad. Ese podía hacer a través de transferencia bancaria

arjeta de crédito, giro postal, móvil y un par dmedios más. En todos los casos, el dinero acababen una cuenta del Handelsbanken en Visby. Lcuenta pertenecía a la empresa sueca AuténticPapá Noel, S. A., que a su vez tenía como únicpropietaria una anónima fundación suiza. Eobjetivo era que resultara imposible saber quiéera la madre de la criatura. La marca «AsesinAnders» estaba del todo devaluada. Sin embargo

el susodicho Papá Noel seguía manteniéndose a laltura de Nelson Mandela, la Madre Teresa y esdel que no se debe pronunciar el nombre en vano.

El concepto era muy parecido al de la págin

de internet de Asesino Anders para donar dineroQue, por cierto, ahora estaba repleta d

comentarios de personas que pedían el reembolsde su donación).

Por precaución, el recepcionista tambié

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compró el Calendario tributario, las veintitréediciones para toda Suecia, por doscientas setent una coronas cada uno. Salió por más de seis m

doscientas coronas, pero valía la pena. Con espublicación estatal sueca tendrían acceso a lonombres, las direcciones y la renta general, agual que el impuesto del patrimonio, de todas la

personas empadronadas en el país. Así funcionabSuecia. Nada era secreto. Menos la identidad dPapá Noel. No estaría bien enviar dinero a alguieque daba lástima en el periódico y que luegesultara que tenía un sueldo anual de dos millone

de coronas y una casa de madera amarilla de fin diglo en Djursholm, con doce habitaciones

cocina. Tuviera o no babosas.Sin embargo, la primera visita que realiz

Papá Noel fue a una joven mujer, con undirección que anunciaba a los cuatro vientos que trataba de un apartamento. Tras investigar más

fondo, supieron que era un piso de alquiler y qu

a renta tributada era de noventa y nueve m

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coronas al año.

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Maria Johansson, de treinta y ocho años de edadesidía en un pequeño apartamento de do

habitaciones en Ystad, el punto más meridional dSuecia, junto a Gisela, su hija de cinco añoHacía casi uno que el padre ya no vivía en casaMaria estaba en paro y, según el Ystads Allehandaalguien había lanzado una piedra contra la ventande su dormitorio. La cosa se complicó con eeguro, ya que la compañía no tenía duda de que eanzador de la piedra había sido el padre d

Gisela un sábado por la noche. La prueba consistíbásicamente en la confesión de este; durante enterrogatorio policial, él mismo reconoció qu

después de acudir a un restaurante se dirigió casa de su antigua pareja, le gritó y la acusó de se

una furcia cuando ella se negó a abrirle la puert

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para mantener relaciones sexuales con ella sipagar. Remató la visita haciendo añicos la ventande autos.

El problema, según el criterio de laseguradora, era que el padre de Gisela seguíempadronado en esa dirección. Quien rompe cosaa propósito en su propia casa no puede esperaninguna compensación de la compañía. Por esazón, Maria y Gisela se verían obligadas

celebrar las Navidades con una tabla dconglomerado en la ventana del dormitorio; lúnica alternativa era utilizar los últimos ahorro

de Maria para comprar un cristal nuevo y cancelaa Navidad de Gisela. Y como por esas fechaambién en el extremo sur de Suecia hacía un frí

que pelaba, Gisela tendría que quedarse si

egalos ni abeto.

Así estaban las cosas cuando llamaron a la puert

de Maria y su hija. Mamá Maria abrió co

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cuidado, podría ser…Pero no. Era Papá Noel. El auténtico Pap

oel, al parecer. Este hizo una reverencia y l

entregó a Gisela una muñeca interactiva, ¡con lque podría hablar! La muñeca recibió el nombrde  Nanne  y se convirtió en la posesión mápreciada de la niña. Y eso a pesar de que  Nannestaba programada de forma un tanto chapucera.

 —Te quiero, Nanne —decía Gisela. —No lo sé, no sé leer la hora —respondí

anne.Junto con la muñeca, Papá Noel le ofreció u

obre con veinte mil coronas a la madre de GiselaY entonces dijo «¡Feliz Navidad!», pues eso es lque dice Papá Noel. Después se le ocurrió añad«¡Hosanna!», contraviniendo las instruccione

ecibidas.Desapareció tan deprisa como llegó en un tax

cuyo chófer era conocido como Torsten el TaxistaEn el asiento trasero había dos tomtenisses

aunque ninguno de ese par de ayudantes de Pap

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oel iba vestido como tal y uno estabembarazado de ocho meses.

Así pues, el Proyecto Papá Noel comenzó eYstad. La siguiente parada fue Sjöbo. Y continuación vinieron Hörby, Höö, Hässleholm, así, localidad tras localidad, avanzaron edirección norte. Repartieron regalos por valor dentre treinta y treinta y cinco mil coronas, cada dídurante cuatro semanas seguidas. Unas vecedaban dinero; otras, regalos de Navidad, y otra

ambas cosas.

Las madres solteras eran las que más éxito tenían

 desde luego los niños refugiados huérfanos, y seran niñas aún mejor; cuanto más jóvenes, mayoera el potencial financiero. Los enfermos y lodiscapacitados también funcionaban, y si era

niños y encima eran monos, premio seguro.

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A propósito, Papá Noel ya había estado eHässleholm en una vida anterior. Torsten eTaxista condujo hasta una dirección concreta, Pap

oel subió la escalera y llamó a la puerta de unvieja del Ejército de Salvación a la que en unocasión había entregado dinero.

La mujer salió, recibió un grueso sobre qucontenía cien mil coronas, lo abrió, lo miró y dijo

 —Dios te bendiga. Pero ¿no nos hemos vistantes?

Entonces Papá Noel regresó pitando al taxi desapareció antes de que la vieja tuviera tiemp

de decir: «¿Le apetece un poco de puré dnabos?».

Según el presupuesto, los gastos del primer meondarían las quinientas mil coronas que le

quedaban. A ese ritmo, tanto la actividad como edinero se acabarían a finales de febrero… a no se

que hubiera retorno.

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Pero durante el período comprendido entre e20 de diciembre y el 20 de enero, los gastootales no superaron las cuatrocientas sesenta m

coronas, a pesar de la extraordinaria donacióealizada en Hässleholm y del trabajo continudurante las cuatro primeras semanas.

El plan estaba pensado para que, desde esmomento, cada mes condujeran tres semanas poas carreteras de Suecia y la cuarta la dedicaran

descansar en su casa de Gotland. Siempre que —como ya se ha dicho— la empresa no quebrara. Eese caso, solo les quedaría procrear con la mayo

egularidad posible. —¡Vamos mejor de lo previsto! —exclamó l

pastora, y se puso tan contenta que rompió agua—. ¡Ay! ¡Aaay! Tenemos que ir al hospital.

 —Espera, todavía no he acabado de contarte…—contestó el recepcionista.

 —¡Hosanna! —profirió Papá Noel. —Voy a buscar el coche —dijo Torsten e

Taxista.

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* * *

Fue una niña que pesó dos kilos novecientoochenta gramos.

 —Mira —le dijo el recepcionista a su agotadpastora—. ¡Ya tenemos en casa la primerasignación! ¿Cuándo crees que estarás lista para l

producción del segundo? —Hoy no, gracias —respondió ella mientra

a comadrona le cosía lo que necesitaba que lcosieran.

Unas horas más tarde, mientras la pequeña dormíaaciada y satisfecha, sobre la barriga de su madre

esta tuvo fuerzas para preguntar al recepcionistqué era lo no le había terminado de contar cuandfueron interrumpidos por otra cosa.

¡Anda! El recepcionista también se habí

olvidado del asunto cuando su mujer había rot

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aguas, pero ahora podía seguir. —Te estaba contando que los gastos no ha

uperado las cuatrocientas mil seiscientas corona

 que eso está bien. Pero además hay que tener ecuenta lo que hemos recaudado a través dnternet.

 —¡No me digas! —exclamó la mamá pastor—. ¿De cuánto se trata?

 —¿En el primer mes? —Con el primer mes me basta. —¿Más o menos? —Más o menos me basta.

 —Bueno, quizá no lo recuerde bien del todono me dio tiempo a escribir el total exacto, y quizhaya podido entrar alguna corona más mientradábamos a luz a nuestra niña. Teniendo en cuent

odos esos «quizá»… —¿Puedes ir al grano? —le espetó la pastor

mientras pensaba que sin duda había sido ellquien había dado a luz a la hija de ambos.

 —Sí, claro, disculpa. Teniendo en cuenta todo

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os «quizá», diría que disponemoaproximadamente de dos millones trescientacuarenta y cinco mil setecientas noventa coronas.

En ese momento, la pastora habría vuelto omper aguas si biológicamente hubiera sidposible.

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Cuantas más visitas alcanzaba a hacer Papá Noeen un día, cuanta más alegría repartía a s

alrededor, mejor marchaba el negocio. Recibían diario miles de pequeñas donaciones provenientede Suecia y del mundo entero. Las madres dfamilias monoparentales lloraban de alegría, laniñas bonitas hacían lo mismo, los cachorros dperro gimoteaban de agradecimiento. Los diarioe hacían eco, los semanarios dedicaban doble

páginas, la radio y la televisión seguían el casoPapá Noel regaló verdadera felicidad durante lafiestas, pero también cuando el invierno dejó pasa la primavera y cuando la primavera hizo lmismo con el verano. Parecía no tener fin.

En Tomtelanden, Mora y Rovaniemi tuviero

que replantear la idea. Ya no era suficiente co

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ener a un viejo con barba postiza que asentícomprensivo mientras la pequeña Lisa pedía spropio poni. El Papá Noel disfrazado tenía do

opciones: o bien le daba lo que deseaba —entonces el negocio dejaría de ser rentable—, endría que explicarle de la forma más pedagógic

posible que lo único que podía ofrecerle era upequeño paquete de LEGO, en cooperación coThe Lego Group, Billund, Dinamarca. Ni hablar dun poni, ni siquiera de un hámster. El costimitado del regalo —que, además, no satisfizo a pequeña Lisa— se compensaba con el aument

del precio de las entradas.

Algunos periodistas de investigación intentaro

descubrir quién era en realidad Papá Noel, cuántalcanzaban a recaudar en donaciones y dónde laecibía. Pero nadie llegaba más allá de

Handelsbanken de Visby, donde no veían motivo

para informar sobre cuál era, según la legislació

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vigente en el reino de Suecia, el importransferido a una fundación anónima en Suiza. Y

debido a que cada donante contribuía con un

cantidad mínima —gracias al elevado número ddonantes consiguieron todos esos millones—ningún periodista pudo echar por tierra la genuinbondad del Papá Noel anónimo.

En alguna que otra ocasión, alguien habíconseguido sacarle una fotografía a ese Papá Noepero estaba tan oculto bajo su larga barba y demáaccesorios, que nadie lo relacionó con eexasesino, ni con el expastor de la Iglesia d

Anders. Torsten el Taxista, por si las moscahabía robado un par de matrículas nuevas eEstocolmo cuando fue allí para un encargoAdemás, con una pizca de pintura habí

ransformado una F en una E, así que ahora su taxpertenecía en primer lugar a nadie, y en segundugar a un electricista de Hässelby.

Eso sí, circulaban rumores y la gente hacía su

cábalas. ¿Podría ser el rey quien salía a repart

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felicidad entre su pueblo? La reina era conocidpor su atención a los niños y los más necesitadoEsa idea tomó fuerza en las discusione

especulativas que tenían lugar en la red hasta quun día su majestad cazó un venado con cuernas dcuatro puntas en un bosque de Sörmland en emomento en que Papá Noel colmaba de felicidaen Härnösand a una huérfana refugiada de docaños.

La pastora, el recepcionista, Papá Noel y Torste

el Taxista se repartían solidariamente el ocho pociento de superávit, lo que hacía que todos ellovivieran cómodamente y se sintieran bien eaquella isla del mar Báltico que se habí

convertido en su hogar. El resto se reinvertía eaquel bondadoso dar. Además, el recepcionistrabajaba en el plan inicial de la pastora d

extender la actividad a Alemania. Los alemane

enían dinero y corazón. También jugaban bien a

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fútbol. Y eran tantos que casi resultaba imposiblcalcular cuánto ganaría el Proyecto Papá Noel allEl único problema era que había que encontrar

diez Papá Noeles alemanes, comprender qudecían y hacerles entender qué tenían que deciAparte de asegurarse de que no pronunciarían unpalabra sobre la actividad que iban a llevar cabo.

* * *

Entonces sucedió eso de que los caminos deSeñor… y tal. Pues por aquel entonces, la madrdel recepcionista —la que casi fue profesora dalemán— se cansó de la iracundia de su marido de los volcanes de Islandia.

Durante una de las escasas visitas quealizaban a la civilización para aprovisionarseelefoneó a la policía y les contó dónde s

encontraba su malversador marido, y de es

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manera se deshizo de él.Su siguiente paso fue ponerse en contacto co

u hijo a través de Facebook, y a lo tonto, acab

eniendo su propia cabaña de pescador en Gotlandno lejos del hijo y su familia, además de un puestcomo responsable del desarrollo logístico para enminente lanzamiento en Alemania. Esto, mientra

un tribunal islandés condenaba a su marido a seiaños y cuatro meses de privación de libertad ehabilitación moral de carácter financiero.

Por su parte, Asesino Anders conoció a una taStina, con la que pronto se fue a vivir. Ella senamoró de él cuando el expastor le desveló cóme llamaba la seta coliflor en latín (antes d

convertirse en un asesino, había comprado un librcon la intención de aprender a transformar laetas en algo mágico, con efectos similares a la

drogas. Tras la duodécima lectura se habí

aprendido el nombre de todos los ejemplares, per

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eguía sin saber cómo hacerlas más divertidas do que eran en realidad).

Fracasaron juntos en la búsqueda de la truf

negra — Tuber melanosporum — con la ayuda du propio, aunque algo imprevisible, cerddomesticado. Cambiaron de actividad y obtuvieroel mismo éxito plantando espárragos (entre otracosas, porque el cerdo era un bribón hozando en ehuerto).

La capacidad intelectual de Stina ermoderadamente sencilla y nunca llegó comprender qué hacía su querido Johan cuando s

ba al continente, donde permanecía tres semanaeguidas. Lo importante era que regresaba a cas

cuando debía y cada vez traía más dinero en eobre de la paga. Y, además, cada cuatro domingo

podían acudir juntos a la iglesia y darle gracias aSeñor por todo, excepto por las trufas y loespárragos.

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Torsten el Taxista  se dedicaba a conducir el tax

por la isla cuando no ejercía de chófer privado dPapá Noel. No lo hacía porque necesitara edinero, sino porque le gustaba conducir. Solrabajaba como taxista entre las doce y la

dieciséis horas, de lunes a jueves, durante lcuarta semana. El resto del tiempo lo pasaba en ebar o durmiendo. Tenía una habitaciópermanentemente alquilada en un apartahotel decentro de Visby, a una distancia prudencial de lo

posibles locales donde apagar la sed.

La pastora y el recepcionista eligieron segu

viviendo juntos con su hija en la sencilla cabañunto al mar, y la abuela paterna hacía de cangur

cuando era necesario.Ya no necesitaban tener cuatro o cinco niño

para mantenerse con la exigua asignación por hijo

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Aunque si se lo propusieran todavía les quedabitio para uno o dos más. Por puro amor. Eso nignificaba que, entretanto, el mundo hubier

dejado de disgustarles, pero podrían tolerarlocomo soltó el recepcionista una noche aacostarse.

 —¿Tolerarlo? —preguntó la pastora—. ¿Poqué?

Bah, solo había sido una ocurrencia. Sin dude debía a que cada vez la lista de excepcione

comenzaba a ser más larga. El bebé, claro. Y quizAsesino Anders. Era bastante bueno en realidad

ástima que fuera tan rematadamente tonto. Yaquella mujer, como se llamara, la gobernadorque los había casado a pesar de que debió ddarse cuenta de que los testigos no sabían qu

demonios estaban testificando.La pastora asintió. Se podían añadir una o do

personas más a la lista. La abuela del bebé, lnueva novia del exasesino, y si no Torsten e

Taxista, al menos su taxi.

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 —Por cierto, hoy he visto una avispevoloteando sobre las algas. La lejía se herminado. O compramos más o añadimos la

avispas a la lista de Asesino, la gobernadora y eesto. —Pues hagámoslo. Incluyamos las avispa

Serán unas cuantas, pero siempre hay lugar para uamigo. ¿Lo dejamos ahí de momento y seguimodisgustados con el resto?

De acuerdo, era un compromiso satisfactorio. —Aunque esta noche no; siento que esto

demasiado cansada para disgustarme. Ha sido u

día muy largo. Bueno pero largo. Buenas nochemi querido exrecepcionista —dijo la expastora, e durmió.

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Epílogo

Hacía una noche agradable y la pastora sencontraba al pie de la cabaña familiar. Miraba e

mar, que parecía un espejo pulido.A lo lejos se deslizaba en silencio eransbordador de Oskarshamn. Un poco más allá

un solitario ostrero picoteaba entre las algas que emar había arrastrado hasta la orilla. Para sorpresa, el pájaro encontró un bicho que llevars

a la boca, algo que no sucedía desde hacía muchiempo.

Por lo demás, todo estaba en calma mientras eol se ponía lentamente y cambiaba del dorado a

anaranjado.Entonces el silencio se rompió.«No eres una mala persona, Johanna. Quier

que lo sepas. Nadie es malo del todo».

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¿Había alguien ahí? No. La voz venía de su interior. —¿Quién está hablando? —preguntó, si

embargo.«Tú sabes quién soy y tú sabes que nuestrPadre siempre está dispuesto a perdonar».

La pastora se sorprendió. ¿Era Él? Pensar eu existencia le daba vértigo. Y resultab

escandaloso. Si ahora existiera contra todpronóstico, ¿no podía haberlo dicho antes, deteneel terror de su padre Kjellander cuando aún estaba tiempo?

 —Mi padre no perdonó nada y yo no tengntención de perdonarlo. Y no me vengas con es

mandanga de «Al que te abofetea en una mejillaofrécele la otra».

«¿Por qué no?», preguntó Jesucristo. —Porque no fuiste Tú, ni Mateo, a quien se o

ocurrió decirlo. La gente, durante siglos, ha puestcosas en Tu boca sin informarse primero.

«Espera un poco —dijo Jesucristo, todo l

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enfadado que podía estar siendo quien era—. Ecierto que la gente ha dicho de todo en Mi nombrepero qué sabes tú sobre lo que…».

 No le dio tiempo a decir nada más, pues eecepcionista había salido de la cabaña con lpequeña Hosanna en brazos.

El instante mágico desapareció. —¿Estás hablando sola? —preguntó e

ecepcionista, sorprendido.La pastora respondió quedándose en silencio

Luego permaneció callada un rato más. Yfinalmente dijo:

 —Sí. Eso creo. Aunque quién diablos sabe.

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Agradecimientos

Deseo darle las gracias a toda la familia de leditorial Piratförlaget, con Sofia, la editora,

Anna, la redactora, a la cabeza. En esta ocasióquiero agradecerle especialmente a Anna sfantástica ayuda durante la última fase.

Gracias también a mis tíos Hans y Rixonporque siempre estáis ahí con vuestras palabras comentarios de ánimo sobre la primera versión da novela. También a mis hermanos, Lars y Stefan

de Laxå, que me han servido de inspiración y mhan dado confianza en momentos importantes.

Ya que estoy en ello, le recuerdo a mi agenteCarina Brandt, lo magnífica que es comprofesional y amiga. Y hablando de amigos…

Todo el mundo debería tener cerca un Ander

Abenius, un Patrik Brissman y una Mari

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Magnusson. Todos vosotros hacéis mi vida descritor más sencilla.

Asimismo, me gustaría dar las gracias

Médicos Sin Fronteras, pues marcáis la diferencien un tiempo en el que más personas que nuncienen problemas en nuestro mundo. Vosotros o

preocupáis por ellos, no todos lo hacen.Entre todos los que no tienen cabida en est

página de agradecimientos, quisiera nombraespecialmente a Dios. Seguro que se merece magradecimiento, pues lo he tomado prestado parmi relato, pero al mismo tiempo creo que deberí

rabajar más a fondo para que sus más ardienteeguidores no se lo tomen a Él tan en serio. Asodos podremos portarnos mejor con el prójimo ener más razones para reír y no llorar.

¿Es eso pedir demasiado? Se ruegconfirmación.

JONAS JONASSO

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