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EL PROBLEMA DEL ESTILO Georg Simmel Desde hace mucho tiempo se ha dicho que la existencia práctica del hom- bre se desenvuelve en la lucha entre la individualidad y lo colectivo, es decir, que en casi cada momento de nuestra existencia la obediencia a una ley que sea válida para todos —sea de naturaleza interna o externa— entra en conflicto con la determinación interior pura de nuestra existencia, con la individualidad personal que sólo obedece a su propio sentido de vida. Pero podría parecer una paradoja, que en las colisiones de las áreas políticas, económicas y morales no se manifestase sino una forma mucho más general de oposición, que no es menos apta para reducir la esencia del estilo artístico a su expresión fundamen- tal. Quiero comenzar con una experiencia sencilla del ámbito de la psicología del arte. Cuanto más profunda y única es la impresión que nos causa una obra de arte, menos suele ocuparnos la pregunta acerca de la cuestión del estilo de la obra. Al contemplar una de las innumerables y no muy gratificantes estatuas del siglo XVII se ofrece a nuestra conciencia, sobre todo, su carácter barroco, al ver los retratos neo-clásicos que se hicieron alrededor del año 1800, pensamos sobre todo en el estilo de esa época; y en los incontables cuadros, completa- mente indiferentes, de la actualidad ninguna cosa suscita nuestra atención salvo que muestran un estilo naturalista. Pero frente a una estatua de Miche- lángelo, ante un cuadro religioso de Rembrandt o delante de un retrato de Velázquez la cuestión del estilo se vuelve absolutamente irrelevante. La obra de 84/98 pp.319-326

El Problema del estilo

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G. SImmel

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  • EL PROBLEMA DEL ESTILO

    Georg Simmel

    Desde hace mucho tiempo se ha dicho que la existencia prctica del hom-bre se desenvuelve en la lucha entre la individualidad y lo colectivo, es decir,que en casi cada momento de nuestra existencia la obediencia a una ley que seavlida para todos sea de naturaleza interna o externa entra en conflictocon la determinacin interior pura de nuestra existencia, con la individualidadpersonal que slo obedece a su propio sentido de vida. Pero podra parecer unaparadoja, que en las colisiones de las reas polticas, econmicas y morales nose manifestase sino una forma mucho ms general de oposicin, que no esmenos apta para reducir la esencia del estilo artstico a su expresin fundamen-tal. Quiero comenzar con una experiencia sencilla del mbito de la psicologadel arte.

    Cuanto ms profunda y nica es la impresin que nos causa una obra dearte, menos suele ocuparnos la pregunta acerca de la cuestin del estilo de laobra. Al contemplar una de las innumerables y no muy gratificantes estatuasdel siglo XVII se ofrece a nuestra conciencia, sobre todo, su carcter barroco, alver los retratos neo-clsicos que se hicieron alrededor del ao 1800, pensamossobre todo en el estilo de esa poca; y en los incontables cuadros, completa-mente indiferentes, de la actualidad ninguna cosa suscita nuestra atencinsalvo que muestran un estilo naturalista. Pero frente a una estatua de Miche-lngelo, ante un cuadro religioso de Rembrandt o delante de un retrato deVelzquez la cuestin del estilo se vuelve absolutamente irrelevante. La obra de

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  • arte nos cautiva de lleno con la totalidad unitaria que presenta ante nuestrosojos. Si adems se corresponde con el estilo de una determinada poca, es unapregunta, que al menos al observador interesado en los aspectos estticosni se le plantea. Slo donde un cierto sentimiento de ajenidad en la percepcinno nos permite captar en la obra de arte su individualidad especfica, dejndo-nos percibir solamente lo tpico y lo general en ella tal como nos sucede fre-cuentemente p. ej. con el arte oriental slo ah se mantiene viva y especial-mente activa la cuestin del estilo, an tratndose de grandes obras. Porque lodecisivo es esto: El estilo es siempre aquella manifestacin formal, que en lamedida que sostiene o ayuda a sostener la impresin de la obra de arte niegasu naturaleza y su valor individuales, su significado singular. Gracias al estilo sesomete la particularidad de una obra singular a una ley formal general quetambin es aplicable a otras obras de arte, se la despoja, por decirlo as, de suabsoluta autonoma, ya que comparte con otras su naturaleza o una parte de suconfiguracin y con ello hace referencia a una raz comn, que est ms all dela obra individual, en contraste con las obras, que han surgido por entero de simismas, o sea de la unidad absoluta y misteriosa de su personalidad artstica yde su genuina singularidad. Y as como la estilizacin de la obra contiene eltrasunto de una generalidad, de una ley para la contemplacin y el sentimien-to, que rige ms all de la especfica individualidad del artista, lo mismo cabedecir desde el punto de vista del objeto de la obra de arte. Una rosa estilizadadebe representar, frente a la realidad individual de una rosa, lo general de todaslas rosas, el tipo rosa. Los diferentes artistas intentarn alcanzar esto a travs decreaciones muy diferentes del mismo modo que para diferentes filsofosaquello, que se les ofrece como lo comn de todas las realidades resulta ser algoabsolutamente diferente e incluso contrario. Por esta razn, esta estilizacinconducira en un artista hind, en un artista gtico a expresiones demasiadoheterogneas. Slo que el sentido de cada una de esas expresiones no es la rosaindividual, sino hacer perceptible la ley de la gnesis de la rosa, es decir, la razde su forma, que acta de elemento general unificador en la diversidad de susformas.

    Pero aqu parece inevitable hacer una objecin. Hablamos del estilo deBotticelli o de Michelangelo, de Goethe o de Beethoven. La justificacin parahacerlo as es sta: que estos grandes artistas se han creado una forma de expre-sin propia, que tiene su origen en su genialidad enteramente individual y quenosotros percibimos como lo general de todas y cada una de sus obras indivi-duales. Despus, el estilo de un maestro individual puede ser adoptado porotros, convirtindose as en la propiedad de muchas personalidades artsticas.En esos otros expresa aqul su imposicin como estilo, como algo que est porencima o que acompaa a la expresin de la personalidad, por lo que podemosdecir con todo derecho: estos tienen el estilo de Michelangelo, como se tieneuna propiedad, que no se ha generado a partir de nosotros mismos, sino que seha recibido de fuera y, por as decirlo, se ha incorporado slo posteriormente alentorno de nuestro ego. En cambio, el propio Michelangelo es ese estilo, ste

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  • es idntico con el propio ser de Michelangelo, y por lo tanto es lo general quese expresa en todas las creaciones artsticas de Michelangelo y les da color, peronicamente es as porque l es la fuerza-raz de esas obras y nicamente deesas. En consecuencia, se puede distinguir de manera lgica, por as decirlo,pero no objetiva, de lo que es propio de la obra individual como tal. En estecaso se puede decir con toda la razn, que el estilo es el hombre. Con ms cla-ridad aun en el sentido de que el hombre es el estilo, mientras que en los casosdel estilo que procede del exterior, que se comparte con otros y con la poca,tiene a lo sumo el significado de que ste seala dnde se sita el lmite de laoriginalidad del individuo.

    Desde este motivo fundamental: que el estilo es un principio de generali-dad que se mezcla con el principio de individualidad, que lo desplaza o que losuplanta, se desarrollan los diferentes aspectos del estilo como una realidad psi-colgica y artstica. Ah es donde se refleja especialmente la diferencia de prin-cipio entre las artes aplicadas y las Bellas Artes. La esencia del objeto de lasartes aplicadas es que se da muchas veces. Su propagacin es la expresin cuan-titativa de su utilidad, pues siempre sirve a un objetivo que muchas personastienen. Por el contrario la naturaleza de las Bellas Artes es su singularidad: unaobra de arte y su copia son totalmente diferentes de un modelo y su ejecucin,diferentes de las telas o de las joyas producidas segn un patrn. El hecho deque innumerables telas, joyas, sillas y encuadernaciones, lmparas y vasos sefabriquen con arreglo a sus respectivos modelos constituye el smbolo de quecada uno de esos objetos tiene su ley fuera de si mismo, es slo el ejemplo for-tuito de una generalidad. El sentido de su forma es el estilo y no la unicidad, atravs de la cual se manifiesta, precisamente en ese objeto nico, un alma en loque tiene de singular*. Esto no quiere ser una descalificacin del arte aplicado,como tampoco se puede establecer entre el principio de individualidad y elprincipio de generalidad un orden de precedencia. Constituyen ms bien lospolos de las posibilidades de la creatividad humana y de los cuales ningunopuede prescindir del otro sino que solamente en cooperacin con el otro, aun-que en una infinidad de combinaciones, cada uno de estos principios puededeterminar la vida se trate de la vida interior o de la exterior, de la activa ode la ociosa en cada uno de sus puntos. Y veremos las necesidades vitales,que slo los objetos estilizados, y no los objetos singulares del arte, puedensatisfacer.

    Pero de la misma manera que frente al concepto de la creacin artsticasingular, se hizo antes la objecin de que tambin los grandes artistas tienen unestilo o sea el suyo, que es ciertamente una ley y por lo tanto un estilo, perouna ley individual as queremos hacer tambin aqu la objecin correspon-

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    * Por eso el material tiene tambin un significdo tan grande para el estilo: el cuerpo huma-no, p. ej. requiere una representacin distinta si se realiza en porcelana o en bronce, en madera oen mrmol. Porque el material es realmente el elemento general que se ofrece para realizar sobrel una cantidad arbitraria de formas especficas, y eso las determina como su requisito previogeneral.

  • diente: tambin vemos, especialmente en la actualidad, cmo los objetos delarte aplicado son diseados de manera individual, por personalidades destaca-das y con un cach inconfundible, frecuentemente vemos el objeto en un soloejemplar, puede ser que haya sido creado para un solo usuario. Sin embargo,no cabe convertir en contraargumento, un contexto muy peculiar al que slovamos a referirnos de modo difuso. Al decir de ciertas cosas, que son nicas, yde otras, que son una pieza entre muchas, queremos expresar muchas veces, yen este caso concreto es as con seguridad, un significado simblico. Nos refe-rimos con ello a una cierta cualidad, que caracteriza a ese objeto y que da a suexistencia el significado de singularidad o de repetitividad, sin que su fortuitodestino exterior manifieste el carcter cuantitativo de su naturaleza. Todoshemos tenido la experiencia, de calificar de banal una frase que escuchamos,sin poder decir si la hemos escuchado muchas veces o hasta es posible que seaesa la primera vez. La frase internamente, en su contenido, cualitativamente, esmoneda gastada aunque se la haya manejado ltimamente. Es banal porquemerece ser banal. Y por el contrario, tenemos la impresin de que ciertas obraso ciertas personas son nicas incluso cuando las combinaciones fortuitas dela existencia produzcan otra o muchas ms cosas o personalidades exactamenteiguales a aquellas. Esto no afecta a ninguna de ellas en su legitimidad de sersingulares, sino ms bien esta determinacin numrica es slo la expresin deuna nobleza cualitativa de su naturaleza cuyo sentimiento vital es la incompa-rabilidad, incluso cuando ve a su lado a sus iguales. Y lo mismo sucede con lassingularidades del arte aplicado: porque su esencia es el estilo, porque en ellassigue siendo tangible la substancia artstica general, de la que se ha formado suconfiguracin especfica, su significado es ser reproducidas, estn interiormenteconstituidas para la multiplicidad, aun cuando el precio, el capricho o la exclu-sividad celosa permitan que casualmente ellas se hagan realidad una sola vez.

    Las cosas son diferentes si se trata de objetos tiles diseados artsticamen-te que, de hecho, rechazan con su forma ese significado del estilo y que preten-den tener o tienen tambin realmente el efecto de una obra individual de arte.Contra esa tendencia del arte aplicado quiero formular mi ms enrgica pro-testa. Sus objetos estn destinados a ser integrados en la vida, a servir a unobjetivo que les viene dado desde fuera. De esta suerte se encuentran en unatotal contradiccin con la obra de arte, la cual est soberanamente encerradaen s misma, cada una constituye un mundo propio, un objeto de s misma,simbolizando con ese marco, que rechaza cualquier participacin al servicio delos movimientos de una vida prctica, que se encuentra fuera de ella. Una sillaexiste para sentarse en ella, una copa para ofrecerla llena de vino y sostenerlaen la mano; si ambos con su forma crean la sensacin de que son de una natu-raleza artstica que se basta a s misma, que obedece nicamente a su propia leyy que expresa totalmente por s misma la autonoma del alma, entonces se creael conflicto ms enconado. Estar sentado en una obra de arte, utilizar una obrade arte para las necesidades de la vida prctica eso es como canibalismo, esla degradacin del seor que se convierte en esclavo y , por cierto, no de un

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  • seor que lo sea por un capricho fortuito del destino, sino de un seor, que loes por una dinmica interna, por la ley de su naturaleza. Los tericos, que pro-claman al unsono que la pieza de arte aplicado debera ser una obra de arte, yque su principio mximo es su utilidad, parecen no percibir la contradiccin:que lo til es un medio o sea que tiene su objetivo en el exterior pero queuna obra de arte nunca es un medio, es una obra cerrada en si misma, quecontrariamente a las tiles nunca extrae su derecho a existir de algo que nosea ella misma. El principio de que, a ser posible, cada objeto de uso sea unaobra de arte singular como el Moiss de Michelangelo o el Jan Six de Rem-brandt, es quizs el malentendido que caricaturiza mejor el individualismomoderno. Quiere otorgar a las cosas que existen para servir a los dems o aotros fines la forma de las cosas cuyo sentido est en el orgullo del ser-para-s-mismo; quiere conferir a las cosas que se usan y se consumen, que se mueven yque se hacen circular la forma de aquellas, que como una isla afortunadasobreviven inmviles a toda tormenta de la vida prctica; en fin, quiere dar alas cosas que por su destino de utilidad prctica estn encaminadas a lo quehay de general y de compartido con muchos, dentro de nosotros, la forma delas cosas que son nicas, porque una personalidad individual ha expresado suunicidad en ellas, y por ello gravitan en el punto de unicidad dentro de noso-tros, en ese punto en el que cualquier persona est sola consigo misma.

    Y aqu finalmente se encuentra la razn por la que estos condicionamien-tos del arte aplicado no significan una especie de degradacin. En vez delcarcter de la individualidad, el arte aplicado debe tener el carcter del estilo,de la amplia generalidad con lo que naturalmente no nos referimos a unageneralidad absoluta, de ser asequible a cualquier persona vulgar o a cualquiergusto y con ello representa dentro de la esfera esttica un principio de vidadiferente al del arte verdadero, pero no por ello inferior. Esa diferencia no debehacernos pensar que el trabajo individual de su creador no pueda mostrar elmismo refinamiento y grandeza, la misma profundidad y fuerza creativa que elpintor o el escultor. La sensacin de seguridad y serenidad que nos causa elobjeto estilizado tiene su origen en el hecho de que el estilo se dirige tambinen el observador a las capas que estn ms all de lo puramente individual, alas categoras emocionales que sirven en nuestro interior a las leyes generalesde la vida. Frente al objeto caracterizado por el estilo, la vida desciende desdelos puntos sensibles especficos de la individualidad, a los que apela con tantafrecuencia la obra de arte, a los niveles ms plcidos, en los que uno ya no sesiente solo y en los que as al menos se pueden interpretar estos procesosinconscientes la legalidad supra-individual de la estructura objetiva quetenemos ante nosotros encuentra su contrapartida en el sentimiento de quenosotros reaccionamos tambin con lo que hay de supraindividual, de legali-dad general, dentro de nosotros, liberndonos as de nuestra absoluta autorres-ponsabilidad, de funambular sobre la estrechez de la mera individualidad.

    Esta es la razn por la que las cosas que nos rodean en el fondo o en la basede nuestra vida cotidiana deben estar estilizadas. Efectivamente, en sus aposen-

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  • tos el hombre es lo principal, el punto central, que para que surja una sensa-cin global orgnica y armoniosa debe descansar sobre capas ms amplias,menos individuales y ms subordinadas y de las que debe destacarse. La obrade arte, que cuelga de la pared en un marco o que descansa en su pedestal oque se encuentra sobre el escritorio, muestra con esta delimitacin espacial,que al contrario de la mesa y del vaso, la lmpara y la alfombra no partici-pa en la vida inmediata, que no puede prestar a la personalidad el servicio deuna cosa secundaria necesaria. El principio de la tranquilidad, que debe estaren la base del entorno domstico del hombre nos ha conducido con una preci-sin prctica maravillosa hacia una estilizacin de ese entorno: de todos losobjetos de uso, los muebles son sin duda los que muestran de forma ms con-secuente ese carcter de un estilo definido. Donde ms se percibe esto es enel comedor, que por motivos fisiolgicos debe facilitar la relajacin, el descen-so desde las tensiones y tormentas de cada da hasta un estado ms amplio decomodidad compartida con otros. Sin tener consciencia de este motivo, la ten-dencia esttica ha querido desde siempre tener estilizado de manera especialel comedor, y el movimiento estilizador que se inici en la dcada de los seten-ta en Alemania se abord primero en el comedor.

    Pero as como, en cierto modo, el principio del estilo como el de la unici-dad de la forma han mostrado siempre alguna mezcla y conciliacin con sucontrario respectivo, del mismo modo alguna instancia superior propicia tam-bin la exclusin mutua entre el equipamiento de la vivienda y la creacinartstico-individual ms la exigencia de la estilizacin de aquella. Extraamentepara el hombre moderno esta exigencia de estilo rige propiamente slopara los distintos objetos de su entorno, pero no para el entorno como conjun-to. La vivienda, tal y como la arregla cada uno segn sus gustos y sus necesida-des, puede tener ese toque personal e inconfundible originado por la singulari-dad de ese individuo. Pero ese toque sera insoportable, si cada objeto concretorevelase la misma individualidad. Esto puede parecer a primera vista una para-doja, pero suponiendo que sea cierto, nos explicara en un principio por qulas habitaciones que estn diseadas estrictamente en un determinado estilohistrico, al habitarlas nos causan una sensacin de incomodidad, de extraezay de frialdad, mientras que las habitaciones que se componen de fragmentos dediferentes pero no menos estrictos estilos, con arreglo un gusto individual que,por lo dems, ha de ser muy definido y homogneo, nos causan la sensacin decomodidad y calor. Un entorno con cosas que son en su totalidad de un soloestilo histrico, se convierten en una unidad cerrada en s misma que, pordecirlo as, expulsa al individuo que vive en su interior; el individuo noencuentra un hueco en donde poder verter o integrar su vida personal, tanajena a ese estilo antiguo. Pero, curiosamente, esto cambia totalmente en cuan-to el individuo compone a su gusto el entorno a base de objetos de diferentesestilos; de esa manera se les da un nuevo centro, el cual no est situado en nin-guno de los objetos, pero que stos revelan mediante la forma especfica en laque han sido colocados: una unidad subjetiva, el hecho, perceptible en ellos

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  • ahora, de haber sido vividos por un alma personal y de haber sido asimilados ala misma. Ese es el estmulo especfico por el que configuramos nuestros espa-cios con objetos de tiempos pasados, cada uno de los cuales es portador de laplcida tranquilidad del estilo, o sea de legalidad formal supraindividual, capazde generar un nuevo conjunto, cuya sntesis y forma general tiene, no obstan-te, una naturaleza absolutamente individual y est adaptada a una personalidadespecficamente ajustada.

    Lo que empuja con fuerza al hombre moderno hacia el estilo es la exonera-cin y el revestimiento de lo personal, que es en lo que consiste la naturalezadel estilo. El subjetivismo y la individualidad se han agudizado hasta llegar alpunto de quebrarse, y en las formas estilizadas, desde las del comportamientohasta las de la decoracin de la vivienda, se produce una suavizacin y unatemperamiento de esa personalidad aguda hacia lo general y su legalidad.Parece como si el yo ya no pudiera sostenerse a s mismo o al menos ya no sequisiera mostrar, por lo que se envuelve en un atuendo general, ms tpico, enuna palabra, estilizado. Existe un pudor muy delicado en el hecho de colocarentre la personalidad subjetiva y su entorno humano y racional una forma yuna ley supra-individual; la expresin estilizada, el estilo de vida, el gustotodos ellos son barreras y distanciamientos en los que el subjetivismo exage-rado del tiempo encuentra un contrapeso y una cobertura. La tendencia delhombre moderno a rodearse de antigedades o sea de objetos en los que elestilo, el carcter de sus pocas, el ambiente general que se cierne alrededor deellos es lo esencial no constituye un mero esnobismo, sino que obedece a lanecesidad profunda de dar a la vida individual, demasiado agitada, un comple-mento de tranquila amplitud y de regularidad tpica. pocas pasadas, que slotenan un nico y evidente estilo, tenan una posicin muy diferente ante estaspreguntas difciles de la vida. Donde existe nicamente un estilo, cada expre-sin individual brota orgnicamente de l, sta no tiene que buscarse primerosu raz, lo general y lo personal coinciden sin conflictos en su actividad . Loque envidiamos en la antigua Grecia y en algunas pocas de la Edad Media essu unicidad; su falta de problemtica se basa en no cuestionar la base generalde la vida, o sea, el estilo que conformaba su relacin con cada produccin deuna forma ms sencilla y menos contradictoria de lo que es hoy para nosotros,que disponemos en todas las reas de un gran nmero de estilos, con lo que laactividad individual, el comportamiento, el gusto se encuentra, por decirlo as,en una relacin opcional con el fundamento amplio, con la ley general, pero almismo tiempo la necesita. Esa es la razn por la que los productos antiguosparecen tener frecuentemente mucho ms estilo que los actuales. Porque afir-mamos que una actividad o su producto no tienen estilo, cuando parecenhaber surgido nicamente de un sentimiento aislado, temporal y puntual, sinfundamentarse en un sentimiento ms general, en una norma que est porencima de lo fortuito. Esta necesidad, este fundamento puede ser tambin loque yo denominaba el estilo personal. En personalidades creativas la obranica fluye de una profundidad unitaria de su propia naturaleza, que encuen-

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  • tra en ella la estabilidad, la fundamentacin, lo que transciende el ahora y elaqu, lo mismo que le pasa al artista menor con el estilo que recibe desde fuera.Aqu lo individual es el caso de una ley individual; quien no sea lo suficientefuerte para ello, debe someterse a una ley general, si no lo hace, su obra notendr estilo cosa que, como ahora se comprender con facilidad, slo puedesuceder en pocas de mltiples estilos.

    Finalmente, el estilo es el intento esttico de solucionar el gran problemade la vida: cmo una obra nica o un comportamiento nico, que constituyeuna totalidad, cerrada en s misma, puede pertenecer al mismo tiempo a unatotalidad superior, a un contexto unificador ms amplio. La diferencia entre elestilo individual de lo muy grande y el estilo general de lo ms pequeo seexpresa en la norma prctica: y si no encuentras en ti un absoluto, nete a unabsoluto como parte servidora del mismo. Esto se expresa en el lenguaje delarte, que admite que hasta la obra ms nfima tiene un rayo de soberana yunicidad, que en el mundo prctico solo brilla sobre lo ms grande.

    Traduccin del alemn: Jos ALMARAZ

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