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1 Alberto Salcedo Ramos 2003. CSC.1.430

EL TESTAMENTO DEL VIEJO MILE

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EL TESTAMENTO DEL VIEJO MILE Sencillo: Si Emiliano Zuleta no fuera envidioso y arrogante, jamás habría llegado a ser un gran juglar. “Compositores mejores que yo•, dice, “hay muchos. ¡Pero el que compuso la gota fría fui yo!” Mujeres, parrandas, picardías y nostalgias redondean este testamento del viejo Mile, al filo de sus 90 años recién cumplidos.

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Alberto Salcedo Ramos2003. CSC.1.430

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Sencillo: si Emiliano Zuleta no fuera envidioso y arrogante, jamás habría llegado a ser un gran juglar. “Compositores mejores que yo·, dice, “hay muchos. ¡Pero elque compuso

La gota fría fui yo!” Mujeres, parrandas, picardías y nostalgias redondean este testamento del viejo, al filo de sus 90 años recién cumplidos.

A los 86 años Emiliano Zuleta Baquero conoció el aburrimiento. Ocurrió en septiembre de 1998, cuando sus problemas cardíacos lo forzaron a marcharse del pueblo de Urumita para la ciudad de Valledupar. La mudanza fue ordenada por sus cardiólogos, con el argumento de que en Valledupar era más fácil controlarle la salud. Antes de venirse para acá, dice Zuleta, había sentido el dolor y la tristeza, jamás el tedio.-- Uno se aguanta el dolor y tarde o temprano lo supera – advierte -- pero esto de ahora es lo peor. Yo creo que es mejor morirse que estar aburrido.

Desde su taburete de cuero, el compositor Alberto Murgas, que me acompaña, guiña un ojo. Cuando veníamos por el camino, me había contado que el hastío de Zuleta en Valledupar se debe a que se siente reprimido por sus hijos mayores, que viven aquí y no le permiten ni oler un trago de whisky. En cambio en Urumita, lejos de esa supervisión exasperante, bebía todos los fines de semana.

Desde cuando a Zuleta le instalaron el marcapasos, sus amigos sólo lo visitan de lunes a viernes. Los fines de semana se le pierden, porque saben que él los invitará a tomar unas copas y no quieren pasar por la pena de decirle que no a un hombre que merece respeto. Complacerlo implica el peligro de matarlo, y nadie está dispuesto a echarse encima la cruz de ese muerto. De repente, Ana Olivella, la compañera de Zuleta, llega al patio, con una bandeja que contiene tres pocillos de café tinto y un tarro de azúcar. Le sirve primero a los visitantes y después se dirige a su marido:-- El suyo no lo endulcé, viejo Mile.Ana Olivella es una mujer tímida que responde con frases estrictas a lo que se le pregunta. Si no se le pregunta nada, puede permanecer callada durante horas. A veces, cuando sus ojos se tropiezan con los del visitante, esboza

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una sonrisa que evidentemente le cuesta trabajo. Y en seguida desaparece de la escena de la misma manera en que ha aparecido: caminando con sigilo, casi en puntillas, como queriendo volverse leve para que sus pisadas no llamen la atención. Cuando la mujer se marcha, Zuleta dice que si por lo menos tuviéramos una botella de whisky, la conversación sería agradable. Hago como si no hubiera entendido la insinuación. En este instante, el maestro no tiene aspecto de víctima. La simple evocación del licor, pareciera emborracharlo de alegría.

A mí el ron me gusta tanto -- dice, con los ojos encendidos -- que nunca locombino con comida, para no dañarlo. Vea: uno come y en seguida se le quitan las ganas de beber. Queda uno pasmado. Mejor aguanto hambre y así estoy en pie hasta que se termina la parranda. En una región en la que los hombres se comparan con gallos de riña o con ceibas que resisten tempestades, mantenerse despierto aunque se beban galones de whisky, esuna exhibición de virilidad.

De allí que Zuleta se jacte de que todavía puede amanecer tomando trago.--Todo el mundo se ha empeñado en que esté quieto -- señala, esta vez con la misma expresión aburrida del principio -- y por eso me he vuelto dormilón. Lo que me vence es el sueño. El trago no me hace ni cosquillas.

Luego agrega, con seriedad teatral, que el primer trago de ron que se tomó no fue por gusto sino por necesidad. Tendría tal vez 10 años cuando una vecina lo vio comiendo barro. Enterada del incidente, Sara Baquero, la madre de Emiliano, dijo que ahora entendía porqué a su hijo se le soplaba la barriga con tanta frecuencia. La vecina le indicó a la vieja Sara que para quitarle la mala costumbre al muchacho, debía darle ron con quina.-- Lo más maluco que yo he probado en mi vida -- señala el maestro -- fue ese primer trago. Me dieron ganas de trasbocar. Claro que a la semana de estar en el tratamiento, le agarré el gusto al remedio, y hasta me parecía más sabroso cuando me lo tomaba sin quina. Dios debe tener en su santa gloria a esa vecina que le dio el sabio consejo a mamá. ¡El ron me salvó del barro! Convencido tal vez de que la risotada que ha generado su chanza es señal de buen clima, Zuleta me manda por fin el sablazo que venía preparando: -- Si está pensando en comprar algo, que sea whisky, oyó. El cuerpo de uno se vuelve pretencioso en la vejez. Antes yo me tomaba el primer ron barato que me ofrecieran, pero el médico me ha dicho que ya no puedo hacer eso.

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Sólo puedo tomar whisky, y no muy puro que digamos, sino con mucho hielo y bastante agua. Beto Murgas, que había estado callado, me salva la vida:--

Déjese de eso, viejo Mile. Yo lo complací hace poco, exponiéndome a un problema con sus hijos. Acuérdese del incidente de Barranquilla. El incidente al que se refiere Murgas, estuvo a punto de acabar con la vida de Zuleta. Emocionado por los aplausos que el público le prodigaba en una presentación pública, bebió whisky a pico de botella y cantó en un tono mucho más alto de lo que su voz le permite. Cuando las piernas empezaron a aflojársele, él pareció ser la única persona entre las miles que ocupaban el Paseo de Bolívar, que no se dio cuenta de que se estaba cayendo. Mientras caía al piso lentamente, seguía entonando la gota fría, como si apenas estuviera durmiéndose con el arrullo de su propio canto. Despertó dos días después, en la camilla de un hospital.

-- Desde hace más de 30 años -- dice Zuleta -- vengo oyendo que el ron me hace daño, que me va a matar, que como siga así no voy a festejar la próxima navidad, y vamos a ver que ya estoy llegando a los 90 años. Yo he hecho quedar mal a los médicos. Un hombre que ha sido trabajador como yo, no está para que lo manden sino para mandar. A mí el cuerpo siempre me ha pedido que le dé ron, música y mujer. Y a un cuerpo que ha sido tan servicial y voluntarioso, yo no podría negarle lo que me pide.