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CAPITULO 1
Enfoques comparativos y política social
Allan Cochrane
1111----¿Por qué comparar?¿Por qué comparar?¿Por qué comparar?¿Por qué comparar?
Este libro tiene dos propósitos. El primero es mostrar el valor de la comparación entre
naciones en el análisis de la política social. Si bien reconocemos sus dificultades, nos
proponemos demostrar no sólo que el análisis comparativo es posible, sino también
que puede ser útil al resaltar alternativas al orden existente, el cual con frecuencia se
da por sentado. Esto nos lleva directamente al segundo objetivo: desarrollar un
conocimiento más completo de los sistemas de bienestar en un conjunto de países,
para ver si se pueden identificar tendencias internacionales y para usar las
experiencias ajenas en las cuestiones nacionales (británicas).
Cada vez se acepta más que sólo es posible una cabal comprensión de los desarrollos
ocurridos en un país en particular si se los contextualiza dentro de la experiencia de
otros países y que los desarrollos en cualquier país no pueden explicarse sin ponerlos
en el contexto de cambios más amplios. (Global). Sin embargo, se corre el riesgo de
que esta nueva ortodoxia lleve a adoptar demasiado fácilmente un enfoque
comparativo sin tener en claro el porqué o qué cuestiones pueden ser esclarecidas
mediante la comparación. El estudio comparativo sólo tiene valor si ayuda a
comprender tendencias supranacionales y a poner de relieve aquello que es específico
de un país en particular.
Existen esencialmente dos aspectos del enfoque comparativo tal como se lo desarrolla
en este libro. El primero es el estrictamente comparativo, que identifica y explora las
similitudes y diferencias entre los países y sus experiencias en un contexto global más
amplio.
2222---- Definir los Estados de bienestarDefinir los Estados de bienestarDefinir los Estados de bienestarDefinir los Estados de bienestar
¿Qué significa “Estado de bienestar?
Simpatizamos con el argumento de Mishra (1990), quien sostiene que un compromiso
con el pleno empleo necesita verse como un componente central de los estados
benefactores de mediados del siglo XX. Después de todo, uno de los medios más
efectivos para reducir la pobreza (si este es uno de los objetivos del bienestar) es
asegurar que el acceso al empleo remunerado sea fácilmente disponible.
Sin embargo, finalmente excluimos el compromiso hacia el pleno empleo como una
característica definitoria de un estado benefactor, fundamentalmente porque el
movimiento generalizado fue alejarse de políticas de pleno empleo. Existe también un
problema más importante al poner el foco en el pleno empleo, debido a que tiene un
inherente sesgo de género. La mayoría de las definiciones de “pleno empleo” por lo
general dejan a las mujeres en trabajos de baja remuneración y a tiempo parcial en el
supuesto de que la mayoría se casará y que las necesidades de bienestar de las
mujeres casadas serán satisfechas por sus maridos, los sostenes del hogar
(Chamberlayne, 1991/2)
Otra definición por la cual sentimos simpatía es la que elige Dominelli, el cuál sugiere
que el “estado de bienestar comprende…aquellas relaciones públicas y domésticas
que tienen por objetivo principal el bienestar de la gente” (1991). Sin embargo, se nos
hace difícil usarla en la práctica.
Como resultado, elegimos una definición más bien limitada como punto de partida.
Nos ocuparemos principal (aunque no solamente) de aquellas áreas generalmente
asociadas con un uso relativamente estrecho del término “Estado de bienestar”, a
saber, el rol del Estado en la seguridad social y en los servicios sociales. Por lo tanto,
mientras reconocemos la importancia potencial de las políticas del mercado laboral,
planeamos comenzar mirando, más modestamente, las áreas que se consideran más
ampliamente relacionadas con el bienestar social.
En un enfoque comparativo la ventaja que encontramos es que usan datos agregados
existentes y disponibles internacionalmente (como el de las naciones unidas y la
organización para las Cooperación Económica y el Desarrollo) lo que nos posibilitan
identificar tendencias generales lo cual nos lleva a delinear conclusiones también
generales. Pero la limitación que produce es que siguen dejándonos una brecha muy
grande en las mismas.
La dificultad puede surgir por los problemas que resultan de los datos a comparar. No
siempre resulta claro si los datos son estrictamente comparables, ya que distintos
países pueden usar definiciones levemente distintas, lo que nos puede complicar en la
evaluación de la comparación. Este tipo de problema podría encararse a través de un
análisis cuidadoso de los datos fácilmente disponibles. Más importante aún, sin
embargo, como admite Castles, los datos sólo cubren ciertas áreas, y no todas
aquellas que interesan para la comparación de los Estados de bienestar. Castles lo
explica así:
El impulso inicial del análisis comparativo de políticas tuvo una fuerte tendencia a
ocuparse de temas para los cuales había una amplia disponibilidad de datos
comparativos y cuantitativos, en particular el gasto público y los resultados
macroeconómicos. Se ocupó mucho menos de asuntos cualitativos o de introducirse
en áreas en las cuales los gobiernos no parecían ser capaces de proveer datos
estandarizados. En otras palabras, el dominio apropiado del análisis comparativo se
contextualizó en términos de las funciones del Estado moderno definidas oficialmente,
no tanto por el valor que los científicos sociales le atribuyeran a dicho análisis, sino
más bien porque los gobiernos mismos se encontraban profundamente implicados en
aquellos aspectos de la política económica interna y consideraban útil reunir
información sobre dichos temas. Hasta tiempos bastante recientes, resulta justo decir
que el análisis comparativo de políticas siguió el camino cómodo de hacer lo que
resultaba más sencillo en función de la información recolectada por otros. (Castles,
1989)
Pese a estos inconvenientes, el método a resultado muy productivo, y posibilitó el
desarrollo de útiles tipologías como marco para explorar casos particulares. Esping-
Andersen (1990) utiliza el método comparativo para identificar lo que el denomina 3
tipos de regímenes de capitalismo de bienestar: CONSERVADOR- LIBERAL Y
SOCIALDEMÓCRATA
Los regímenes de bienestar conservadores enfatizan los modos en que el Estado de
bienestar es usado para mantener (e incluso fortalecer) las ya existentes diferencias
de clase y estatus, fomentando así la estabilidad social y política y la fidelidad al
Estado. Estos regímenes de bienestar suelen dominar en aquellos países con partidos
católicos fuertes, partidos de izquierda débiles, y donde ha habido una historia de
absolutismo y autoritarismo. Tienden a ser muy influidos por la Iglesia, también suelen
inclinarse por mantener las formas de la familia tradicional, y el Estado sólo interviene
cuando parece que la familia no puede resolver los problemas de sus miembros.
Esping- Andersen sugiere que Austria, Francia, Alemania e Italia pueden verse como
regímenes de este tipo.
Los regímenes de bienestar liberales se caracterizan principalmente por un énfasis en
el seguro social basado en el mercado y el uso de la “comprobación de medios” en la
distribución de beneficios. Los beneficios se limitan y estigmatizan, porque el modelo
asume que niveles de beneficio más altos reducirán el incentivo a trabajar. Se
fomentan esquemas privados para quienes desean superar el mínimo, y en algunos
casos pueden ser subsidiados activamente. Dichos regímenes son, por tanto,
altamente diferenciados y estratificados, con “una mezcla de una relativa igualdad de
pobreza entre los receptores del bienestar que brinda el Estado, un bienestar
diferenciado por el mercado entre la mayoría, y un dualismo político entre ambos”
(Esping- Andersen, 1990). Se consideran ejemplos de este modelo los Estados
Unidos, Canadá y Australia.
El régimen socialdemócrata se caracteriza por principios de universalidad e igualdad.
Tiende a fomentar la igualdad entre las clases, basada en altos estándares, más que
los mínimos que se respaldan en otros lugares. Para alcanzar esto, los servicios y
beneficios deben proveerse a un nivel que resulte aceptable (y atractivo) para la clase
media, y los miembros de la clase obrera deben tener acceso a los mismos derechos.
Según Esping- Andersen, “Este modelo desplaza al mercado y, consecuentemente,
construye una solidaridad esencialmente universal a favor del Estado benefactor.
Todos reciben beneficios; todos son dependientes; y presumiblemente todos se
sentirán obligados a pagar” (1990). El pleno empleo es un elemento central en este
régimen, porque proporciona ingresos y además porque posibilita pagar los costos del
bienestar. Los países escandinavos constituyen el mejor ejemplo de este tipo de
régimen.
Esping- Andersen aclara que ninguno de los regímenes que identifica puede hallarse
en estado puro. En cambio, cada Estado de bienestar tendrá elementos de los tres, y
algunos Estados pueden mostrar características distintas que no están contempladas
en los tipos que el identificó. El Reino Unido proporciona un buen ejemplo de sistema
que no podría encajar, aunque no perfectamente, en cualquiera de los tres tipos de
régimen, aunque Esping- Andersen (1990) sugiere que se encuentra más cerca del
modelo liberal.
3333---- Incluir a los excluidosIncluir a los excluidosIncluir a los excluidosIncluir a los excluidos
Las principales áreas de política que Esping- Andersen explora son los gastos en
seguridad social y pensión, y las políticas de mercado de trabajo. Y son también las
áreas para las que es más probable encontrar disponibles datos internacionalmente
comparativos en un formato razonablemente estandarizado.
Las ausencias más llamativas de estos enfoques estadísticos – y, verdaderamente
(salvo en digresiones) de los regímenes de Esping- Andersen – son relativas al
género. Y, sin embargo, resulta claro que los planes de bienestar en diferentes países
están basados en suposiciones clave sobre la distinta posición de hombres y mujeres
en el mercado laboral. Uno de los problemas del enfoque de Esping- Andersen es que
tiende a subestimar esto. Pese a que, tal como dijimos anteriormente, hace notar
varias diferencias importantes entre los modos en que los regímenes tratan a las
familias, y las mujeres dentro de ellas, no profundiza estos temas en su análisis más
detallado de las estadísticas. Con mayor frecuencia, la discusión gira entorno a
categorías que aparentemente carecen de género, y se focalizan en el grado en que
los diferentes regímenes permiten una mayor o menor “desmercantilización” del
trabajo, es decir, “el grado en que los individuos, o las familias, pueden sostener un
estándar de vida socialmente aceptable independiente de la intervención del mercado”
(i.e. sin trabajo remunerado) (Esping – Andersen. 1990). Por supuesto, esto no toma
en cuenta el grado en que las mujeres ya operan en una esfera doméstica
“desmercantilizada” y el grado en que su participación en esa esfera constituye una
base necesaria para la “mercantilización” del trabajo.
Al igual que el género, la “raza” es otro de los factores ausentes de gran parte de los
trabajos comparativos, sin embargo, un elemento crucial en la mayoría de los Estados
de bienestar es que se desarrollan en gran medida en respuesta a las cambiantes
comprensiones e interpretaciones de “raza”, y que a su vez ayudaron a modelar y
remodelar el modo en que se entienden las divisiones raciales en las sociedades de
las que forman parte. Los Estados de bienestar de Europa Occidental se crearon en
parte como un medio de definir el estatus de sus residentes y de sus ciudadanos, en
agudo contraste con los extraños a los cuales se les limitaría el acceso. La ciudadanía
de bienestar fue un modo de incluir a algunas personas, al tiempo que se excluía a
otras. Como en el caso del género, la división racial del trabajo dentro del sistema de
bienestar también sirvió para reforzar y reproducir divisiones fundamentales. Como
una proporción elevada de los trabajos de apoyo y servicio dentro de los Estados de
bienestar de Europa Occidental es ocupada por negros, y se trata generalmente de
trabajos de baja remuneración, se profundiza su posición en el nivel más bajo del
sistema social, en lo que Fiona Williams denominó “un capitalismo racial y
patriarcalmente estructurado” (1990).
4444----Modelos y estructuraModelos y estructuraModelos y estructuraModelos y estructura
El trabajo comparativo basado en estadísticas agregadas es un útil punto de partida,
tanto por las cuestiones que plantea como por las condiciones que ofrece. Pero las
brechas (lo que no se explica) son tan importantes como lo que sí se explica. Para
continuar, se hace necesario volver a estudios más detallados de países individuales o
grupos de países, con dos propósitos: ir a mayor profundidad que las estadísticas
oficiales y explorar el contenido de las políticas de bienestar,; y completar algunos de
los vacios, para comprender por qué algunos Estados de bienestar en particular no
encajan en alguno de los tres tipos. Si partimos de creer que hay diferencias
sustanciales entre dos países y las estadísticas disponibles sugieren que los
resultados de sus sistemas de bienestar son similares en algunos aspectos
particulares, entonces podría resultar provechoso buscar el porqué. Y viceversa,
cuando se esperan similitudes y aparecen diferencias, puede que se requiera hacer
algunas preguntas.
En orden a enfatizar la importancia de lo antedicho, comenzamos con una extensa
investigación del desarrollo del Estado de bienestar británico desde 1945.
Manifestamos usar al caso británico como caso de estudio de un Estado de bienestar
para que nos ayude a entender sus características distintivas y las que comparte con
otros Estados de bienestar. Buscamos explorar e identificar lo que fue históricamente
específico de Gran Bretaña dentro de un conjunto más amplio de regulaciones
internacionales ( de construcción y reestructuración del Estado de bienestar). Nuestro
punto de partida es el estado de situación internacional al que se arribó tras la
Segunda Guerra Mundial. Sus bases, por supuesto, se hallan en períodos anteriores,
pero 1945 sentó efectivamente las reglas básicas para las siguientes tres décadas,
confirmando tendencias que ya eran evidentes. Debería quedar claro que los Estados
de bienestar europeos se desarrollaron en el contexto de la dominancia económica y
política de los Estados Unidos y la amenaza percibida de conflicto con la Unión
Soviética.
Con respecto a la experiencia británica, como sostiene Esping –Andersen es una
mezcla bastante incomoda de universalismo y mercado, aunque la evaluación de
dicho autor parece subestimar sustancialmente la importancia del universalismo en el
caso británico.
5555---- ¿Convergencia o diferencia?¿Convergencia o diferencia?¿Convergencia o diferencia?¿Convergencia o diferencia?
Un tema que subyace a muchos estudios comparativos es el grado en que las políticas
de bienestar se están volviendo más o menos similares. Un argumento sostenido con
firmeza es que el modelo liberal influido por los Estados Unidos se está volviendo
dominante en los Estados de Bienestar. Para nosotros, todavía parece existir un alto
grado de confusión y falta de certeza en el campo del bienestar y se hace difícil
identificar soluciones o direcciones futuras claras.
Sin embargo, tal vez resulte posible sacar conclusiones algo más definitivas acerca de
otras características permanentes de los Estados de Bienestar que son más
ampliamente compartidas. En sus diversas versiones, todos ellos tienen supuestos
acerca de los roles a desempeñar por la mujer y los cuidadores informales (que con
frecuencia son también mujeres). También se hace más evidente que el bienestar sólo
está disponible para quienes son reconocidos como ciudadanos. Grupos diferentes
poseen derechos diferentes y diferente acceso a los mismos. De manera paradójica,
con frecuencia son aquellos ocupados en los niveles más bajos del sistema de
bienestar quienes resultan más explícitamente excluidos de sus beneficios.
Es posible vislumbrar una versión residual de todos los regímenes de bienestar,
incluso si no siempre más adecuado reconocer que la complejidad de la combinación
entre tipos de régimen tiene posibilidad de incrementarse.