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100 NOVIEMBRE 15 - DICIEMBRE 15 / NOVEMBER 15 - DECEMBER 15 2012

Entrevista Ivan Vallejo

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Entrevista Ivan Vallejo

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Page 1: Entrevista Ivan Vallejo

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Entrevista: Carla Bonilla_Fotos: Jaime Pavón__Maquillaje: Karen Villamar

Es un jueves, mientras espero que Iván llegue,

repaso una y otra vez las preguntas que le haré. Son

tantas historias protagonizadas por el andinista, el

conferencista, el fotógrafo, el escritor y el amigo.

Vallejo llega y me cuenta un poco de sus próximos

proyectos. Prefiero volver hacia atrás y empezar

la historia cronológicamente. Le pregunto sobre

su infancia, su familia y su inmenso amor por la

montaña. Me cuenta entonces de su niñez en Ambato

y de su vida de barrio. Recuerda que, en vacaciones,

al abrir sus ojos, solo pensaba en reunirse con sus

amigos para ir a nadar en la piscina de La Merced,

jugar en el camal o robar capulíes y duraznos en Ficoa.

Su familia es su madre. De padres divorciados

y con pocos recursos económicos. No duda en

destacar que siempre le hizo falta la figura de

su papá, aunque tenía a su abuelo paterno que

interpretaba muy bien ese papel. Cuando su padre

lo visitaba esperaba que las horas se alargaran,

con él paseaba y se divertía, con él vio sus primeras

películas en blanco y negro: Cantinflas y Tarzán.

Su primera ilusión fue ser torero. Iván sostiene que

el amor por la aventura y la adrenalina viene de su

código genético. Aprendiendo a morir, un filme que

narra la historia de Manuel Benítez, El Cordovez,

fue su revelación. No pudo contenerse ante la

adrenalina mezclada con elegancia, el traje de luces

y toda la liturgia que implica el toreo, teniendo en

cuenta que eso llevaba de la mano a la muerte.

¿Y tus primeros amores?

El primer flechazo lo sentí con la montaña a los

nueve o diez años. Desde el barrio Bellavista,

en Ambato, miré hacia el Oriente y le vi al

Tungurahua completamente despejado. Me

cautivó la imagen imponente del volcán nevado y

con su cráter mirando hacia la ciudad. Ahí tuve el

primer enganche amoroso...

En primer curso de colegio hice mi primer álbum

de fotos de montañas con recortes de revistas

y periódicos. Al poco tiempo, Hugo Álvarez y

Jorgito Bayas me llevaron a las montañas los

fines de semana. El viernes ya me revoloteaban

las mariposas amarillas en el estómago porque

me iban a enseñar cómo escalar, cómo hacer los

nudos, cómo dormir en la carpa. Era una espera

con ansias como cuando quieres ver a tu pareja.

Entras a la universidad a estudiar Ingeniería Química. ¿Por qué?

¡Qué equivocación! ¡Qué horror! El contexto es

que vengo de un hogar de escasos recursos

económicos, con una madre extremadamente

luchadora, que se rompía la espalda para que

mi hermanita y yo estudiemos la escuela y el

colegio. El sueño de mi mami era que su hijo

tenga una profesión rentable y, hace 35 ó 40

años atrás, las únicas profesiones así eran las

de médico, abogado o ingeniero. Mi madre, en

buen plan, me vendió el cuento de que tenía que

ser ingeniero; así que me fui a la Politécnica, y

escogí la ingeniería que me pareció más light :

la química. Al octavo semestre me doy cuenta

que la arruiné y tengo que llevar, por dentro, el

velorio de una tremenda equivocación.

El increíble Iván Vallejo nos regala una de sus entrevistas más sentidas. Nos cuenta cómo nació su pasión por la montaña, cómo le ha golpeado la vida por perseguir sus sueños y cuán ilimitada ha sido su recompensa.

SEGUNDO LUGARPremios Mantilla Ortega Categoría: Entrevista. “Iván Vallejo: El hombre más alto del mundo” Por: Carla Bonilla

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¿Y sin embargo ejerciste tu profesión?

Los cuatro años que me desenvolví

como ingeniero químico fueron muy

dolorosos. Cada vez que abría los

ojos para ir a la fábrica a trabajar,

sufría porque no me gustaba y me

costaba tanto. Pero la vida, en su

generosidad, dio unos giros y renuncié

a la Ingeniería Química. Regresé

a la Politécnica a dar clases de

Matemáticas, Introducción al Cálculo,

Cálculo Diferencial, puros números, y,

entonces, me di cuenta de que lo mío

era comunicarme con las personas,

llegar a los estudiantes.

El andinismo te regaló muchas alegrías, pero también te privó de muchas de ellas. ¿Fue el andinismo una de las razones para terminar tu matrimonio? ¿Qué te ha quitado?

Me divorcié hace más de 15 años y

no por las montañas. Eso me hubiera

dolido mucho, ese hubiera sido

un precio demasiado alto para mi

proyecto. Lorena me conoció como

montañista, nunca se complicó,

aunque tampoco se acostumbró. Nos

casamos muy jóvenes y eso nos pasó

factura.

Cuando estuve metido en el proyecto

de los 14x8000 es cuando sentí el peso

de lo que significa estar fuera del país

tanto tiempo. Mi hija tuvo dos episodios

de salud en los que fue llevada a sala

de operaciones, y por la ley de Murphy,

no estuve en esos momentos. Eso

fue doloroso. No me quedó más que

llamarle por teléfono y decirle que

estaría con ella, pero por dentro sabía

que eso no calificaba mucho. Hoy

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estoy seguro de que si a mi hija no le gustan las montañas es porque

cuando me necesitó yo estaba escalando. Le doy toda la razón.

En las presentaciones que haces de cada viaje, muestras un dibujo tuyo en la cima del Everest. ¿Cuándo lo hiciste, qué significado tuvo en ese momento y cuál es el que tiene ahora?

El día que descubrí el dibujo fue inolvidable. Tenía 36 años y el dibujo

lo había hecho a los 12, durante 24 años la hoja se perdió. En 1996,

de regreso de mi primera expedición al Himalaya preparándome para

el Everest, fui a Ambato, a la primera casa que construyó mi mamá.

Acabamos de almorzar locro de papas con aguacate y mi mamá me

dijo que, entre los tereques que encontraron al mudarse, había una

caja de cartón con cosas mías del colegio. Fui a la habitación: cuando

abrí la caja, encontré fotos en blanco y negro de mis compañeros y

unas amigas de ese entonces, algún poema que le escribí a quien fue

mi esposa y descubrí esta hoja de papel donde estaba el dibujo que

me representaba en la cima del Everest.

Me quedé de una sola pieza, se me puso la piel de gallina, se me

humedecieron los ojos y en ese momento tuve la certeza que

la escalada al Everest era una realidad. El tema del dibujo es

extraordinario, en 24 años, mi mami se había cambiado a cuatro casas

y en cuatro cambios no se perdió esa hoja de papel. Eso está muy

lejos de ser una coincidencia, ese dibujo tiene una carga de energía

extraordinaria. Incluso las barbas que tengo hasta ahora me las dejé

por el dibujo. Es maravilloso contar esta historia porque te muestra el

poder de soñar.

Uno de los recuerdos latentes que tengo de Iván, es de una noche en

mi casa cuando él le contaba a mi padre que la expedición al Everest

no sería posible porque no había logrado conseguir el dinero suficiente.

Su dolor y su frustración eran evidentes. Cuando le pregunto sobre este

episodio se sorprende, se alegra y me cuenta cómo se dieron las cosas.

El antecedente es que en el 99 viene el congelamiento de cuentas

bancarias en el país, me quedé sin auspiciantes porque todo su dinero

está en los bancos. La tarde que me dicen que no hay dinero me lancé

de bruces a la cama a llorar, totalmente hundido, golpeadísimo porque

se me venía a la mente, principalmente, los sacrificios económicos en

los que se vieron involucrados mis hijos y, además, no tenía de dónde

sacar los USD 18000 que me faltaban para la expedición. Me iba a

quedar después de casi cuatro años de esfuerzos.

Tres semanas antes, guié a tres argentinos al Cotopaxi; uno de ellos,

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“Cuando llegué al Everest, lloré y lloré, pero en inglés porque no había ningún otro latino. Me abracé con una montañista alemana y lo primero que dije fue ‘I get it!’, aunque tenía ganas de decirlo en español”.

Los apoyos eran mínimos pero no me

podía dar por vencido y decidí que,

si hasta el día anterior al que había

reservado mi vuelo, no encontraba

el apoyo, ahí si bajaría los brazos.

Llegó ese día, fui a radio Visión e hice

público el anuncio de que no me podía

ir al Everest, porque me faltaban USD

10000. Salí de la radio y afuera me

esperaba Hernán Villalba, capitán de la

marina retirado. Había oído mi anuncio

en la radio y me dijo que no es justo que

no me fuera. Entonces, me pidió que le

un médico cirujano súper entusiasta,

que cuando le conté que iba a subir

al Everest me regaló El Alquimista de

Paulo Coelho. Me desperté al otro día

de quedarme sin lo pactado por los

auspiciantes, el país estaba bloqueado,

fueron dos días que no pude salir

de casa y entonces me leí el libro

completo. Esta lectura me sirvió para

identificar que todo lo que había pasado

hasta ahí, era el indicador perfecto de

que el proyecto del Everest saldría.

Acabé de leer El Alquimista y me dije

-ni el Presidente de la República tiene

el derecho de boicotearme mi proyecto;

y si es de ponerles las manos a los

empresarios, lo hago.

Así que tomé mi bicicleta, porque

no podía salir en carro, y me fui a

Grünenthal, que en ese entonces

vendía unas pastillas, no recuerdo el

nombre, servían para dar energía al

cuerpo. La secretaria me dió cita con

el gerente, al verle lo único que hice

fue garantizarle que cuando esté en la

cima del Everest me tomaré una foto

con las pastillas en cuestión. Después

de un tiempo, él me contó que cuando

conversó con sus compañeros de

comité, le dijeron: –este tipo está loco,

el país está en quiebra y no pierde la

esperanza para pedir ayuda e irse al

Everest, por esa locura tenemos que

apoyarle- y, efectivamente, lo hicieron.

acompañe a hacer una gestión y acepté.

Para esto yo estaba en licra porque

mi plan era ir a correr en el parque

Metropolitano para sacarme esa pena.

Me llevó por la Av. Amazonas y se

parqueó en el Lloyds Bank. Entró,

saludó con la secretaria y pidió hablar

con el gerente. Efectivamente, lo

atendió, nos presentó y le dijo que

necesitaba retirar USD 10 000 en

efectivo, que me iba a prestar para que

me vaya al Everest. No tenía idea de lo

que pasaba. No tenía en qué caerme

muerto, ganaba en la Politécnica el

equivalente a USD 500 mensuales y no

le podía pagar, porque, además, tenía

las deudas de las otras expediciones.

Finalmente, me entregó los USD

10000 en efectivo en una funda de

papel periódico para irme al Everest.

Ese fue un ángel de la guarda, porque

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no firmé ni una letra ni nada. Si me rodaba en el Everest no

había ningún documento. Le pregunté a Hernancito que por

qué hacía eso. Me había escuchado pelear este proyecto

durante 4 años con tanta pasión y dedicación que no era

justo que se perdiera eso. Esa es una historia hermosa.

¿Y ya le pagaste?

Sí. Le pagué dentro de un año porque cuando regresé del Everest

se me ocurrió la idea de dar charlas, y le pagué de a poco.

El andinismo es un deporte que poca recompensa monetaria

entrega. Cuando le pregunté de qué vivía, su rostro cambió,

parece que la angustia volvió a consumirlo por un momento.

Me contó que del 96 al 99 vivió comiéndose la camisa y que

en el 97 una historia le resquebrajó, y fue cuando se cuestionó

si seguir con el proyecto del Everest o no. No pudo ocultar las

lágrimas en sus ojos, oí como tragaba saliva y me contó que

su hijo Andy lo llamó un día a la Politécnica y le dijo:

• Pa te llamo por una cosa• Sí hijito• Se volvieron a romper los lentes

Para por un momento el relato y suspira.• Hijito, dile al señor de la Santa Prisca que por favor te los suelde• Ya fui pa, y ya no hay donde más soldar.

“Esa fue dura. No podía comprar un marco de lentes, tuve que

llamar, pedir que me presten plata y aumentar una deuda más

a todas las que tenía”.

En esos años, Vallejo trabajó en todo lo que pudo. Fue profesor

de Matemáticas en la Politécnica, profesor de fotografía en el

Instituto Metropolitano, guía de montaña, fotógrafo de bautizos,

primeras comuniones, matrimonios y cuando podía ubicarse

era también DJ. Hoy vive de dar sus conferencias, le tocó un

trayecto muy duro pero asegura que valió la pena porque

representó su formación de carácter y personalidad.

Los entrenamientos no te preparan para lo que en verdad se vive en la montaña. Has sido rescatado en helicóptero, renunciado a subir a la cima por mal tiempo, perdido amigos en la montaña…

Remitámonos al año 88, cuando tenía 28 años. Tuve un

accidente muy grave en el Chimborazo, me caí 40 metros,

estuve sepultado, golpeado y ahogándome porque estaba

cubierto de hielo y nieve. Ahí si pensé que se me había

acabado el tiempo en este partido. Me rescataron después

de cuatro horas y muchos años más tarde entendí que no

fue mi hora, porque tenía que hacer más, primero por mí

mismo, luego por mi familia y luego por mi país. Ese evento

me removió mucho. Solo, clavado en el hielo, ahogándome,

sintiéndome totalmente indefenso y el resultado fue que

prometí que nunca más iba a volver a escalar. La angustia

me duró seis meses, y me di cuenta por el relato de un

amigo que también sufrió un accidente, que mi caída fue

obra de la gravedad y no fue con dedicatoria.

Finalmente, al séptimo mes volví a la montaña, con temor

eso sí, pero abrí nuevamente sus puertas y heme aquí, 23

años más tarde. Los accidentes, que suceden más o menos

continuamente, hacen que te curtas con cada evento, sin

que eso signifique que me sean indiferentes. El año pasado,

por ejemplo, rescatamos a una pareja que conocimos

en el campo base. A ella la rescatamos fallecida porque

la avalancha la enterró y a su novio con vida. Lloramos

con él: resulta que bajando de la cima, Peter, el joven que

rescatamos, le iba a pedir, a su novia Anita, matrimonio,

llevó el anillo en su bolsillo y ella murió en la avalancha.

Qué dolor, hubo dos muertos, uno rescatado y otro

desaparecido, y es parte de esto. Eso es durísimo. Pero hay

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que pasar saliva y seguir, obviamente, si la montaña te

dice no va más no va más. Nadie muere en la víspera.

Dentro de los 14x8000 hay dos montañas que marcaron la

vida de Iván, en los dos casos porque fueron el resultado

de esfuerzos y sacrificios: el Everest y el Kangchenjunga.

Esta última, de 8586 m, le exigió muchísimo; logró llegar a

su cumbre en el quinto intento, después de dos intentos en

2002, llegando a 8000 m y tuvo que bajar por mal tiempo.

Luego, en 2006, dos intentos más, uno llegando a 7200

m y otro a 8356 m, en ambos casos tuvo que abortar por

las tormentas. En algún momento, pensó en regresar,

devolver el dinero a sus auspiciantes y renunciar. Sin

embargo, al otro día de abortar el cuarto intento, subió

Cuando fallezca -ojalá sea cuando tenga 85 ó 90 años-, les pido desde ya a mis hijos y a mis nietos que la mitad de mis cenizas las esparzan en la cima del Cotopaxi, y el resto, pues que pongan donde ellos quieran.

nuevamente y logró la cima. Es cuando más lloró y

recuerda esta espectacular montaña con total gratitud. Del

Ecuador, quiere infinitamente al Cotopaxi, a la que ve todos

los días desde su departamento. El Coto es una montaña

muy querida porque ha entrenado ahí y es como su otra

oficina. “Es una montaña muy noble para escalarla, está

bellamente localizada, es linda”, me dice.

Hoy Iván Vallejo lidera el proyecto Somos Ecuador. ¿Esa es parte de la herencia que dejarás al país?

Absolutamente. Los seres humanos pasamos, lo que

perdura es el legado que puedas dejar a los demás.

Indiscutiblemente aprendí mucho en los 14x8000 y hoy

estoy pasando la posta. Estoy tan contento y me siento

realizado porque puedo compartir con estos muchachos

parte de lo que he aprendido en los Himalayas; y de

ellos también estoy aprendiendo, porque son unos

excelentes escaladores a pesar de su corta edad, todos

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son buenísimos y aprendo tanto.

Estoy devolviéndole a la vida lo que ella me ha dado. Hoy,

gracias a la empresa privada, le devuelvo al país esto: estos

chicos que se quedan con el compromiso de transmitir

este oficio tan bonito de subir montañas. Con eso cierro el

círculo. La parte final será después de 10 ó 12 años cuando

baje el ritmo de escalar y viajar. Me pondré una escuela de

montañismo, no para crear montañistas, sino para enseñar

valores con pretexto de la montaña. Ahí se completará todo.

Tú has llegado a lo más alto, más cerca del cielo que cualquier otro, ¿qué se siente estar tan cerca de Dios?

En el 99 tuve dos momentos extraordinarios. Cuando

subí al Everest me quedé una hora en su cima y en un

momento me di cuenta de que estaba completamente solo,

y entonces subí a un montículo que hay en la cima, de unos

60 centímetros de altura y volví a llorar, porque mi suerte

era que, en ese momento, con mis 1,64 m de estatura fui

el hombre más alto del mundo. Fue hermoso, el día era

espectacular, llegué a estar sin guantes, con el cielo azul,

el Tíbet a un lado y el Nepal al otro, qué regalazo. Alcé la

mirada, recé y pensé: -Dios, hoy siento que estoy un chance

más cerca de vos.

Y luego, el 26 de mayo de 2006, cuando llegué a la cima del

Kangchenjunga, eran las cinco de la tarde, ese momento

intuí y después me cercioré, a esa hora no había nadie ni

en el Everest y ni tampoco en el K2, la segunda montaña

más alta del mundo. Me abracé con mi gran amigo, Joao

García, llenos de gratitud porque ese momento éramos los

hombres más altos del mundo. Creo que las oraciones que

he hecho en esas cumbres son las más sentidas porque

estaba con la piel descubierta, con el corazón en la mano,

porque sientes que sí hay una ayuda divina para eso, y

luego, el escenario es hermosísimo, ahí si no te queda duda

del regalo divino.

Carla Bonilla Periodista y escritora.

Carla Bonilla Escobar (Quito, 1982), actualmente trabaja como free lance para publicaciones nacionales e internacionales. Inició su carrera periodística hace 10 años en Diario Hoy como reportera económica. Fue Coordinadora de las revistas Asia Intelligence y Executive Connection, de Microsoft. Amante de la lectura, el periodismo, la comunicación, el fútbol y la política.

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