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Epigrafía latina (2012)

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Breve libro que sirve como introducción teórica a la Epigrafía latina

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ÍNDICE

Introducción……………………………………………………………………………...3

Parte I: ¿Qué es la Epigrafía?...............................................................................5

Capítulo I: La Epigrafía, ciencia auxiliar de la Historia Antigua…………….7

Capítulo II: Corpora epigráficos y su actualización………………………...11

Capítulo III: Clasificación de las inscripciones romanas de acuerdo a su

forma…………………………………………………………………………………………….15

Capítulo IV: Clasificación de las inscripciones romanas de acuerdo a su

contenido……………………………………………………………………………………….19

Capítulo V: ¿Cómo se estudia una inscripción romana?..........................25

Parte II: ¿Qué necesito saber?............................................................................33

Capítulo VI: El alfabeto latino…………………………………………………35

Capítulo VII: El nombre romano y sus elementos………………………….39

Capítulo VIII: La titulatura imperial…………………………………………...49

Capítulo IX: El cursus honorum………………………………………………53

Capítulo X: Sistema ponderal y medidas en Roma………………………..57

Capítulo XI: Cronología en Roma……………………………………………61

Apéndice………………………………………………………………………………..65

Bibliografía……………………………………………………………………………...67

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INTRODUCCIÓN

Todos sabemos que la Epigrafía es una de las fuentes primordiales para

conocer la Historia Antigua, junto a la Numismática, la Arqueología y las fuentes

literarias. Un historiador o arqueólogo que se dedique a estudiar el mundo antiguo en

general (Grecia y Roma en particular) debe tener un profundo conocimiento de la

Epigrafía de esos lugares. La Epigrafía es una fuente inagotable de información, ya que

nos informa sobre los cultos, las relaciones sociales (así tenemos inscripciones

dedicadas por libertos a sus antiguos amos), las relaciones de parentesco (como

inscripciones funerarias de un hijo a su padre fallecido), los límites de territorios..., que

tal vez no hubiéramos conocido de otro modo.

Lo que me ha llevado a escribir este cuadernillo es el hecho de que, si bien

existen muchos y muy buenos manuales sobre trascripción de textos epigráficos, no los

hay, al menos en español, que expliquen de manera clara, concisa, sencilla, y sobre

todo, breve, los fundamentos teóricos en los que se basa esta ciencia. Todos los

estudiantes tienen extensas bibliografías en las que se mencionan libros que explican

estas cuestiones de manera muy exhaustiva. Son obras excelentes, pero tienen un

enorme inconveniente: son libros caros y que no siempre están al alcance del bolsillo

del estudiante, sobre todo cuando éste debe además comprar un manual de

trascripción. Es un enorme desembolso que no vale la pena cuando la asignatura es,

en el mejor de los casos, una asignatura cuatrimestral que rara vez tiene continuidad

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en los cursos superiores, salvo para quien desee continuar dedicándose al estudio de

la Antigüedad.

Por eso me he decidido a escribir esta obra, ya que considero que es necesario

un libro asequible y que aclare de manera ordenada todos los conceptos que el

profesor explica, a veces atropelladamente, en el aula. De este modo, ésta es una obra

meramente utilitaria, que sólo quiere introducir al alumno en estos conceptos, pero que

de ninguna manera trata de sustituir ni al profesor ni a ninguno de los magníficos libros

con los que se puede profundizar en el conocimiento de la Epigrafía, y que se

mencionan en la Bibliografía que se halla al final de este volumen.

He dividido este librito en dos partes. En la primera hablo de qué es la Epigrafía

y de cómo se lleva a cabo el estudio de un documento epigráfico. En la segunda,

explico brevemente una serie de conceptos que es necesario conocer para emprender

el estudio de una inscripción. A través de las páginas que componen esas dos partes,

el alumno podrá adquirir con facilidad los conocimientos básicos necesarios para iniciar

el estudio de una inscripción romana.

Espero que mi trabajo resulte de utilidad a los estudiantes.

Pablo Folgueira Lombardero

Gijón, diciembre de 2011

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Parte I: ¿Qué es la Epigrafía?

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CAPÍTULO I

LA EPIGRAFÍA, CIENCIA AUXILIAR DE LA HISTORIA ANTIGUA

Como sabemos, la Epigrafía es la ciencia que estudia las inscripciones, pero no

hay una definición clara de lo que es. Podríamos definirla como la ciencia que estudia

la documentación antigua de carácter no literario y que se halla grabada sobre

materiales duros o perdurables, principalmente piedra y bronce. Es por eso por lo que

estudia las inscripciones, textos que no conocemos por medio de manuscritos y papiros

(aunque a veces los papiros también se graben), sino por medio de, principalmente,

piedras. También tenemos textos sobre objetos (instrumenta) hechos de bronce,

cerámica, marfil...

De este modo, la Epigrafía nos sirve para estudiar leyes municipales, diplomas

militares, marcas de alfareros... No constituye, pues, una ciencia de las cosas mudas,

sino que nos da referencias precisas y claras, siempre que se sepa llevar a cabo una

interpretación, una traducción y un comentario que sean correctos.

Las inscripciones están escritas en lenguas muertas, normalmente en griego y

latín. Como en esta obra nos estamos refiriendo a la Epigrafía latina, es necesario que

el alumno tenga un conocimiento mínimo de la lengua latina. Una persona que no sepa

latín puede perfectamente aprobar la asignatura, pero difícilmente podrá dedicarse a la

trascripción e interpretación de inscripciones de manera solvente. Por ello, considero

que un alumno que no tenga conocimientos de latín debería intentar conocer algo de

esta lengua, aunque sean unos mínimos rudimentos. De hecho, muchos autores dirán

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que es muy necesario conocer bien la lengua en la una inscripción está escrita, así

como la escritura utilizada, es decir, la Paleografía.

La Epigrafía como fuente histórica no siempre se usa, o, si se usa, es de forma

ocasional, usándola sólo para grandes inscripciones monumentales. En algunos casos

se ha hecho lo contrario, es decir, usarla como fuente exclusiva. Lo ideal es usarla en

relación con otras fuentes.

Últimamente se reconoce a la Epigrafía como una fuente de primer orden, sobre

todo en las provincias del Imperio romano. Pero si la usamos de manera exclusiva,

corremos el riesgo de esperar de ella más de lo que puede darnos.

Podemos decir que son muy pocas las civilizaciones antiguas en las que la

grabación sobre materiales duros no tuvo relevancia, pero también que es algo

distintivo de la civilización grecorromana, por lo que en estos casos las inscripciones

merecen un tratamiento especial. Por eso es muy importante la Epigrafía para conocer

la cultura de Grecia y Roma. Si quisiéramos dar un número exacto de inscripciones

conservadas cometeríamos un grave error, porque hay muchas, y una gran cantidad de

ellas no están en los grandes corpora. Podemos decir que se conservan más de

quinientas mil inscripciones latinas, pero ese número continuará incrementándose con

los nuevos hallazgos.

En el estudio de las inscripciones debemos tener en cuenta que en ciertos

lugares coexisten dos lenguas, como en el Conventus Asturum, donde conviven una

lengua fuerte (el latín) con la lengua indígena, pero sólo aparecen inscripciones en la

primera lengua. En algunos momentos vamos a ver textos escritos en varias lenguas,

como la Piedra Roseta, y que en Hispania vemos en las zonas celtibérica e ibérica. Eso

mismo se ve en la Italia primitiva, como en la llamada copa de Néstor.

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Una limitación que tiene esta disciplina es el hecho de que sólo unas parcelas

pueden estudiarse con ella, porque si bien las inscripciones nos dan algunos datos

sociales, militares o jurídicos, nos dan pocos datos económicos. Esto es porque en su

origen ya daba una información parcial, porque se dirigía a lectores de una época

concreta, que sabían a qué se refería esa inscripción.

Además, dada la gran cantidad de publicaciones, nunca estaremos seguros de

haber agotado un tema mediante la Epigrafía. Los esfuerzos para recopilar todas las

inscripciones pueden ser coyunturales y de gran envergadura, o permanentes, pero es

muy probable que siempre sean insuficientes. Otra limitación de la Epigrafía es la

inmensa área geográfica sobre la que se localizan las inscripciones, estando las

inscripciones latinas desde el Océano Atlántico hasta el Golfo Pérsico.

Lo ideal es manejar las inscripciones en bloque, para así poder elegir un área y

un término de estudio, buscando una cuestión que sea fácil de resolver por medio de

las inscripciones. Además, es muy difícil encontrar algún tema que no se toque, aunque

sea tangencialmente, en las inscripciones.

Las inscripciones latinas son muy importantes, pero no son ni tan complejas en

su contenido ni tan abundantes como las griegas, aunque las abreviaturas hacen que

su interpretación pueda ser mucho más complicada que la de las inscripciones griegas.

Se remontan a la Época Monárquica, y nos sirven también para ver la evolución de la

lengua latina y de las magistraturas del Estado Romano.

En definitiva, la Epigrafía es la mejor garantía de que nuestro conocimiento de la

Historia Antigua no va a quedarse estancado.

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CAPÍTULO II

CORPORA EPIGRÁFICOS Y SU ACTUALIZACIÓN

La publicación de las inscripciones es muy importante para su conocimiento,

pero también es algo muy problemático, ya que no siempre están publicadas en

grandes corpora, como el C. I. L., sino en revistas de carácter regional. A diferencia de

los textos literarios, cada día aparecen más inscripciones, normalmente por azar, de

modo que hay que poner addendas a cada edición de la publicación, en ocasiones

incluso interpretando de nuevo. Pero no siempre aparecen en la misma revista.

El corpus epigráfico de mayor importancia en lo que se refiere a la Epigrafía

latina es el Corpus Inscriptionum Latinarum (C. I. L.)1, ejemplo de la Epigrafía

decimonónica y positivista. Fue impulsado por Mommsen a partir de 1853, y su primera

edición vio la luz después de la I Guerra Mundial, de la mano de la Academia de las

Artes y las Ciencias de Berlín. Esta primera edición estaba formada por diecisiete

volúmenes y trece suplementos. Este corpus se caracteriza por su gran tamaño y por el

hecho de que está escrito en latín. En Hispania, el trabajo de recopilación lo inició en el

siglo XIX Emil Hübner. La actualización se llevó a cabo en la revista Ephemerides

Epigraphicas (E. E.).

Actualmente se intenta, aunque de manera muy lenta, sistematizar y reunir todas

las inscripciones publicadas después de la edición del C. I. L. Esta tarea está siendo

1 http://www2.uah.es/imagines_cilii/# (consulta realizada en diciembre de 2011).

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llevada a cabo por dos equipos de investigadores, el llamado equipo alemán y el

llamado equipo hispano-francés.

El equipo alemán está dirigido por Géza Alföldi y Armin U. Stylow, y toma como

referencia principal el C. I. L., recopilando sus inscripciones y las aparecidas después

en el C. I. L.2. El C. I. L.2 se define en 1981, cuando se un equipo formado por

investigadores españoles de la Universidad Complutense de Madrid y por

investigadores del Instituto Arqueológico Alemán elaboran un fichero de textos

epigráficos que se almacena en el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid. Este

fichero se duplica en 1986, y se lleva una copia a Alemania. En España, el fichero se

puede consultar en el Centro de Documentación de Historia Antigua de Madrid, que

publica la revista Hispania Epigraphica (H. Ep.)2.

El planteamiento del C. I. L.2 es más o menos el mismo que el de su predecesor,

pero reúne los textos no sólo por provincias, sino también por partes (pars) de esas

provincias, para obtener una referencia geográfica más precisa. No obstante, presenta

varias novedades con respecto al C. I. L.:

- Amplía la recogida de información desde el punto de vista cronológico,

incluyendo textos de todo el siglo VIII d. C.

- En el C. I. L. las letras minúsculas se usaban sólo para restituir, pero en el C. I.

L.2 se usan en toda la trascripción.

- En el C. I. L los criterios de datación eran sólo paleográficos, pero ahora se

usan criterios más amplios.

- El C. I. L. usaba como mucho dibujos, pero el C. I. L.2 presenta microfichas de

todas las inscripciones y fotos de las más importantes.

2 http://eda-bea.es/ (consulta realizada en diciembre de 2011).

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El equipo hispano-francés también es conocido como grupo P. E. T. R. A. E.3,

por ser éstas las siglas del nombre en francés del programa informático que utilizan.

Este programa se llama Programme d’Enregistrement et Tratement Automatique de

l’Épigraphie, es decir, Programa de Registro y Tratamiento Automático de la Epigrafía.

Es un programa diseñado por el francés Alain Bresson que se caracteriza por ser de

cuatro dimensiones y para Mac Intosh. La Universidad de Oviedo es una de las que

participa en este proyecto.

La idea del grupo P. E. T. R. A. E. es crear una base de datos con los textos

epigráficos, usando la informática para diferenciarse del equipo alemán. Cada texto

epigráfico se registra en la base de datos mediante una entrada numérica, llamada

número P. E. T. R. A. E., que indica la localización geográfica de la inscripción, usando

las divisiones administrativas antiguas siempre que sea posible; en caso contrario, se

usan las modernas.

Cuando se ha introducido la entrada numérica, se introducen los datos en dos

fichas, la ficha soporte y la ficha texto. En la ficha soporte se introducen los datos

relativos a la localización y contexto arqueológico de la inscripción, su lugar de

conservación, su tipología, su material, su estado de conservación... En la ficha texto

se introducen, en una primera subficha, el texto, los datos relativos a la medida de las

letras y los espacios, y la datación justificada. En una segunda subficha, se introduce la

bibliografía que existe sobre esa inscripción y las diferentes variantes de lectura que

hay, es decir, el aparato crítico.

Hasta ahora se han publicado tan sólo tres volúmenes de la serie P. E. T. R. A.

E. Hispaniarum, publicados a la vez en Santander y Burdeos. Estos volúmenes

recogen textos de Teruel (1994), Cantabria (1998) y Ávila (2005), respectivamente.

3 http://a.bresson.free.fr/English/Petrae.htm (consulta realizada en diciembre de 2011)

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Como anexo podemos decir que el Grupo P. E. T. R. A. E. también estudia las

inscripciones griegas de la Península Ibérica.

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CAPÍTULO III

CLASIFICACIÓN DE LAS INSCRIPCIONES ROMANAS DE ACUERDO A SU

FORMA

A la hora de llevar a cabo el estudio de una inscripción vamos a necesitar

realizar un comentario de la misma, y para ellos es necesario conocer, entre otras

cosas, cómo se clasifican las inscripciones dependiendo de la forma que tengan. De

este modo, las inscripciones pueden ser:

A. ESTELAS

Las estelas tienen forma alargada, y estaban destinadas para ser hincadas en el

suelo. Muchas eran funerarias. En este caso, tenemos que fijarnos en la disposición de

los elementos, como su remate o frontón, de modo que puede haberlas oicomorfas

(con forma de casa, que son tardías) o de togado bajo hornacina, o con frontones

triangulares, rectangulares o circulares. No obstante, también había varios tipos más de

estelas, como las estelas discoideas.

B. ARAS

Las aras son soportes que reproducen los elementos de un templo, con

columnas (con basa, fuste y capitel), con arquitrabes, frisos,... Suelen tener un hoyo en

la parte superior para las ofrendas. Suelen acoger inscripciones funerarias o votivas.

C. PEDESTALES

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Los bloques o pedestales son de carácter monumental, y tenían una estatua

colocada encima. También podían tener un carácter votivo.

D. PLACAS

Las placas eran bloques de menos de veinte centímetros de espesor, y serían

equivalentes a las que cubren los nichos actuales.

E. CUPAE

Las cupae eran los antecedentes de los sarcófagos, sobre los que también se

pondrán textos epigráficos. Es decir, que tanto aquéllas como éstos acogían

inscripciones de carácter funerario.

F. CIPOS

Los cipos eran pequeños monumentos erigidos normalmente con fines

conmemorativos y funerarios; tenían forma de pilastras o de fragmentos de columna.

También recibían el nombre de cipos una especie de aras que no tenían la cabecera

trabajada.

G. MILIARIOS

Los miliarios eran columnas de forma cilíndrica, o, en ocasiones, oval o de

paralelepípedo, que se colocaba al borde de las calzadas romanas para indicar las

distancias. En ellos se incluían inscripciones con el nombre las ciudades de origen y

destino o la distancia a Roma.

*************

Además, también había placas de bronce llamadas téseras (ver más adelante),

con contenido jurídico, o legal, y también textos grabados sobre soportes cilíndricos, los

miliarios. En los objetos (normalmente cerámicos) o instrumenta se inscribían también

textos, como veremos en próximos capítulos. También había grafitos sobre los muros,

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como en Pompeya, e inscripciones rupestres, que estaban sobre rocas que no se

podían desplazar.

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CAPÍTULO IV

CLASIFICACIÓN DE LAS INSCRIPCIONES ROMANAS DE ACUERDO A SU

CONTENIDO

Los textos epigráficos pueden clasificarse tipológicamente atendiendo a su

contenido. De este modo, tenemos inscripciones funerarias, votivas, honoríficas,

monumentales, jurídicas, miliarios, tituli picti y términos augustales. En algunas pueden

combinarse dos tipos.

A. INSCRIPCIONES FUNERARIAS

Las inscripciones funerarias son inscripciones dedicadas por alguien a un

individuo fallecido. Son las más completas, y en ellas vemos invocaciones a los dioses

manes, el nombre del difunto, su edad y el nombre de la persona (o personas) que

dedican la inscripción, con la abreviatura F C (Faciendum Curavit ó Faciendum

Curaverunt, dependiendo de si el dedicante es uno o varios). En ellas aparece también

la fórmula H S E (Hic Situs Est) o la fórmula S T T L (Sic Tibi Terra Levis).

B. INSCRIPCIONES VOTIVAS

Las inscripciones votivas son aquellas dedicadas a dioses. Tienen un esquema

común: Primero va el nombre de la divinidad a la que se dedica en dativo, en ocasiones

seguido de la abreviatura S (Sacrum). Después va el nombre del dedicante, el motivo

de la dedicatoria, y la fórmula V S L M (Votum Solvit Libens Merito ó Votum Solverunt

Libentes Merito, dependiendo del número de dedicantes).

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C. INSCRIPCIONES HONORÍFICAS

Las inscripciones honoríficas se dedicaban a una persona que ha tenido algún

cargo. Nos dicen qué cargos ha tenido, qué obras de evergetismo ha llevado a cabo y

su cursus honorum. Nos dicen también por qué se le erige ese monumento epigráfico.

Indican el nombre del dedicante y de dónde han salido los fondos para erigirlo. Al final

puede venir expresada la intervención de las autoridades, con la abreviatura D D, que

significa Decreto Decurionum, que indica que fue una iniciativa municipal pagada por

esa ciudad, en cuyo caso puede aparecer también P P (Pecunia Publica). Pero los

fondos pueden salir del bolsillo del propio homenajeado, y así puede aparecer H C I R,

que significa Honore Contentus Impensam Remisit, es decir, que lo pagó porque

estaba alegre por recibir tal honor.

D. INSCRIPCIONES MONUMENTALES

En general, las inscripciones monumentales se hallan, como su nombre indica,

en monumentos públicos, aunque también pueden encontrarse en las calles. Nos

informan de las circunstancias de la construcción (o reconstrucción) del monumento en

que se encuentran, indicando en qué fecha se llevó a cabo, qué personas se ligan a

ella, y, en ocasiones, a qué divinidad se consagra.

E. INSCRIPCIONES JURÍDICAS

Las inscripciones jurídicas son aquellas que tienen un contenido legal. Dentro de

este grupo se encuentran los bronces jurídicos que se reparten en el Norte de África y

las Penínsulas Ibérica e Itálica. Los hallazgos que están en Hispania se concentran

principalmente dentro de la Baetica, que era la provincia más romanizada. Estos

bronces eran copias de documentos oficiales hechas para exponer esos documentos

públicamente, sobre todo en el foro de la ciudad en cuestión, y podía mandar hacerlos

el Senado de Roma, el gobernador de la provincia o el Senado local, dependiendo de

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la institución de la que emanara ese documento. Dentro de los bronces jurídicos, se

distinguen diferentes tipos:

- Leyes municipales y coloniales, otorgadas por el Senado de Roma a ciudades

con estatuto privilegiado (colonia o municipio). En ellas se explica el funcionamiento de

los procesos electorales y el aparato político en general de la ciudad. La mayoría son

de las épocas de César, Augusto y los emperadores Flavios, que son las épocas de

mayor municipalización.

- Senatusconsulta, que son las opiniones del Senado acerca ciertas cuestiones

concretas, ya que no se podían tomar decisiones sin contar con él. Aún así, no son

leyes.

- Diplomas militares, en virtud de los cuales se otorgaba la ciudadanía a un

individuo que hubiera servido durante al menos veinticinco años en las tropas auxiliares

(auxilia). Junto a la ciudadanía recibía el derecho de matrimonio legal (ius connubii)

para sí mismo y para sus hijos. Ésta era una buena forma de extender la ciudadanía

romana por las provincias.

- Disposiciones imperiales, que son las decisiones puntuales que el Emperador

tomaba sobre temas concretos. Pueden ser de muy variados tipos.

- Tablas (tabullae) y téseras (tesserae) de hospitalidad (hospitium) o patronazgo

(patronatus): Antes de explicar qué eran, vamos a ver en qué consistían la hospitalidad

y el patronazgo. La organización de los pueblos indígenas era gentilicia, es decir,

basada en lazos de sangre, de parentesco. Pero Roma introduce otras nuevas

relaciones, basadas en el patronazgo y la hospitalidad. El patronazgo era una relación

entre dos partes, en relación de dependencia del cliente con respecto del patrono. La

hospitalidad era una relación entre dos partes, pero de igualdad. Esta diferencia se va

difuminando con el correr de los siglos, y así la hospitalidad va implicando una relación

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de dependencia. Esta relación puede tener un carácter público, si una de las dos partes

es una colonia, un municipio, una civitas o un castellum. Pero puede tener un carácter

privado, si se establece entre particulares, incluyendo en este caso los pactos entre

gentilitates. Hasta hace poco se decía que la hospitalidad ya era conocida por los

pueblos prerromanos de la Península Ibérica, pero hoy sabemos que no era así,

porque estas tablas y téseras se encuentran sobre todo en las zonas más

romanizadas, mientras que el Noroeste y en Lusitania se han hallado muy pocas, lo

que probaría que en esas zonas no era conocida.

Pues bien, estas relaciones generan dos documentos. Por un lado está la tabla

(tabulla), que es el documento original que se expone en el lugar de una de las dos

partes implicadas, y que al hacerse para ser expuesta tenía una factura más cuidada.

Por otro lado está la tésera (tessera) es la copia que se envía a la otra parte. En ningún

caso se han conservado las dos.

Hasta ahora, los bronces se han estudiado sólo cualitativamente, pero en fechas

recientes se ha comenzado a intentar un estudio cuantitativo desde algunas

Universidades andaluzas.

F. MILIARIOS

Los miliarios (ver más atrás) son epígrafes con forma de columna sobre los que

hay una inscripción que dice la distancia entre dos puntos de la misma vía, expresada

en millas. Además, dicen qué Emperador gobernaba cuando se construyó o restauró la

vía.

G. TITULI PICTI

Los tituli picti son marcas de propiedad o procedencia que aparecen en objetos

de uso cotidiano (instrumenta), e indican el nombre del propietario del taller (officina)

donde se elaboró ese objeto. Aparecen en vasijas y otras piezas de vajilla, en lingotes

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de metal... pero las más interesantes son las marcas que aparecen en las ánforas,

porque, como veremos más adelante, también indican quién ha manipulado el envase y

producido el contenido.

H. TÉRMINOS AUGUSTALES

Los términos augustales son hitos que señalan límites territoriales, sobre todo

entre los territorios (prata) de dos ciudades o comunidades. Pero también pueden

indicar el límite entre el territorio de una comunidad y el territorio a disposición de una

legión. Por ejemplo, en Hispania son muy importantes los términos augustales que

aparecieron en Cantabria entre los territorios de Iuliobriga y los de la Legio IV

Macedonica, cuya presencia allí conocemos precisamente gracias a esos términos

augustales.

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CAPÍTULO V

¿CÓMO SE ESTUDIA UNA INSCRIPCIÓN ROMANA?

MÉTODO DE ESTUDIO EPIGRÁFICO. DATACIÓN DE LAS INSCRIPCIONES.

TRANSCRIPCIÓN FORMAL Y SIGNOS DIACRÍTICOS

A. MÉTODO DE ESTUDIO EPIGRÁFICO

En un epígrafe se distinguen varios elementos que son:

- El soporte donde se graba.

- El texto grabado, que es la propia inscripción.

- El campo epigráfico, que es el lugar del soporte en el cual se graba la

inscripción.

La unión de inscripción y soporte es el epígrafe.

Lo primero que tenemos que hacer para estudiar una inscripción es hacernos

con una buena fotografía del epígrafe. Sobre esa fotografía debemos definir la

morfología, la tipología y el material de la inscripción. Debemos conocer el lugar del

hallazgo y, sobre todo, el contexto arqueológico en que se encuentra.

La segunda fase del estudio de una inscripción consiste en medir el ancho, alto y

grosor de la inscripción. Además, hay que medir la altura de las letras y de los espacios

interlineales.

En el caso de las inscripciones que están hechas sobre bronce tenemos que

analizar la composición del bronce, y para ello tenemos dos procedimientos. Uno de

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ellos es la fluorescencia de rayos X, y el otro es la absorción atómica. El primero

consiste en pasar la plancha de metal por rayos X. El segundo, más profundo aunque

más destructivo, consiste en bombardear los átomos. En la Península Ibérica, los

bronces son ternarios, o sea que contienen cobre, estaño y plomo, para hacer que la

aleación líquida tenga más fluidez, por lo que es más maleable y se facilita así la fusión

de la plancha, aunque se produce así un soporte más débil. Eso quiere decir que, tal

vez, las planchas se reciclaban. Una vez analizada la composición, hay que medir el

grosor de las planchas, que en la Península Ibérica está entre los 0,5 y los 9

centímetros de grosor. Después hay que medir la disposición de las planchas y lo

habitual es que haya una sola, aunque en ocasiones se pueden unir más formando

dípticos o trípticos, fundiendo un lado de la plancha y uniendo a martillazos.

En tercer lugar, tenemos que proponer una lectura y una traducción, para lo cual

estamos condicionado por la conservación del epígrafe. En la lectura hay que numerar

la quinta línea. En esa lectura y trascripción hay que conocer los signos diacríticos, de

los que luego hablaremos. Necesitamos conocer también todas las lecturas anteriores,

consultando los corpora, sobre todo el C. I. L.

Luego es necesario hacer un comentario paleográfico, estudiando la ordinatio,

es decir, la distribución del texto a lo largo y ancho del campo epigráfico, la

presentación, por si hay un interés por la presentación del texto (con márgenes y

separaciones iguales, por ejemplo), y hay que estudiar el tipo de letra, con estilos,

puntos de separación y la existencia de nexos. El tipo de letra también nos sirve para

datar, como veremos. En el caso de las inscripciones sobre bronce, primero solemos

tener un titulus en letra grande, y después aparece el texto, bien seguido o en

columnas.

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B. DATACIÓN DE LAS INSCRIPCIONES

La datación es lo más difícil del estudio de las lápidas. Lo que hay que hacer es,

evidentemente, asignar una fecha o una época a esa inscripción, porque un dato sin

fecha nos vale de muy poco como fuente histórica. Por eso, si queremos hacer un

trabajo histórico basado en el estudio de un documento epigráfico, debemos intentar

fechar con el menor error posible.

En un estudio epigráfico, después de la datación, debemos hacer un comentario

histórico, en el que clasifiquemos la inscripción y enunciemos una serie de

conclusiones sobre ella.

Por el estudio de obras clásicas sobre el tema, como las de Cagnat o Thylander,

vemos que no hay criterios generales de datación para todo el Imperio, porque

depende de la mayor o menor romanización de cada zona, del desigual desarrollo

económico de cada zona, o de las influencias regionales, lo que hace que ésta sea una

de las cuestiones de mayor complejidad en el estudio de la Epigrafía latina. Por

ejemplo, en el siglo I después de Cristo, vemos que las inscripciones del Noroeste de la

Península Ibérica son diferentes de las zonas más romanizadas, al margen de que

había una idiosincrasia distinta en esas zonas, por lo que esas inscripciones son

diferentes. Por eso hay que estudiar las de una zona concreta, de modo que cuanto

más pequeña sea una zona, con más exactitud se puede fechar. A veces se puede

incluso localizar los talleres concretos de los lapicidas, y se puede saber en qué

momentos estaban en funcionamiento.

De todos modos, sí hay una serie de criterios con validez más o menos general.

Esos criterios pueden ser internos, es decir, de la inscripción, o externos, de su

estructura. Pero siempre es arriesgado usar criterios generales.

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Dentro de los criterios internos (o históricos), podemos usar las titulaciones

imperiales, sobre todo la tribunicia potestad, que se renovaba anualmente. Si el

Emperador aparece como “DIVUS”, es después de su muerte. Se puede fechar

también por los cónsules, que cambiaban cada año y que suelen aparecer

(normalmente en ablativo absoluto) en inscripciones públicas. Otro criterio puede ser la

mención de un hecho fechado por otro documento mediante la comparación. Gracias a

la mención de un nombre conocido podemos saber no una fecha exacta, pero sí unas

fechas entre las cuales pudo haberse grabado esa inscripción. Otro dato que nos

puede ayudar a conocer una fecha es la concesión a un asentamiento de un estatus

concreto, como el de colonia o municipio; además, la existencia de ciertos cargos,

como los duoviri, nos hablan del proceso de municipalización, de modo que, salvo

casos excepcionales, sería después de la concesión del Ius Latii por parte de

Vespasiano. Si aparece la expresión “AUGUSTI LIBERTUS” (liberto imperial) o

“CAESARI SERVUS” (siervo o esclavo del César), los praenomina y los nomina nos

pueden dar una fecha aproximada, ya que corresponden al emperador reinante. Si

aparece la mención de un personaje al que conocemos por otros medios, podemos dar

también una fecha aproximada. Si aparece el término “AUGUSTORUM”, sabemos que

hay una corregencia, y la primera se inicia en el 161, con Lucio Vero y Marco Aurelio,

aunque en época de Nerón ya se había utilizado esta expresión para referirse a él y a

la Emperatriz.

Los criterios externos (o epigráficos) también son varios, pero hay que usarlos

con cuidado, apoyándolos en otros, porque en esta cuestión tampoco hay una regla

general.

De este modo, las inscripciones más antiguas suelen ser más breves, aunque

las hay breves en todas las épocas. Además, eso también podía depender de la

Page 34: Epigrafía latina (2012)

29

disponibilidad económica del dedicante. En general, una inscripción es más antigua

cuanto más sencilla es, y es más reciente si en ella proliferan las abreviaturas. Se

puede datar usando la expresión de la edad, ya que en el siglo I se usa el genitivo

“ANNORUM”, y después se dice cuántos años vivió el fallecido, usando “VIXIT” (“vivió”)

o “QUO VIXIT” (“que vivió”), a veces poniendo incluso los meses, los días, y, a veces,

las horas. Si aparece “PLUS MINUSQUE” (“más o menos”, normalmente abreviado

como P M), la inscripción es bajoimperial, no anterior al siglo III.

Son también criterios externos los criterios paleográficos, diferenciándose aquí

las inscripciones monumentales y oficiales de las particulares. En las monumentales se

usa la escritura capital cuadrada o la cursiva, siendo las del siglo I las más cuidadas.

En las particulares funerarias, a veces puede haber diferencia incluso en las que

aparecen en la misma necrópolis y que son contemporáneas. Sobre todo depende del

lapicida, ya que una mala caligrafía no siempre implica una fecha tardía. En general, la

capital cuadrada es de época Julio-Claudia, mientras que en época de Trajano se

“pone de moda” un efecto de claroscuro o sombreado.

Un tercer criterio externo puede ser la aparición del término “DIIS MANIBUS

SACRUM”, muchas veces abreviado como D M S, y que se empieza a usar a partir de

finales del siglo I, aunque escrito completo. La abreviatura, dependiendo de la zona, se

da entre el año 90 y el año 110. En época bajoimperial aparece “D(iis) M(anibus)

M(onumentum)”, y la expresión “D(iis) M(anibus) ET M(emoria)”, que se relaciona

muchas veces con el ritual de ultratumba cristiano.

En las inscripciones honoríficas el uso de la expresión “IN HONORE + genitivo”

es habitual hasta finales del siglo I, cuando se impone la grabación en dativo. También

corresponde a finales del siglo I el uso de epitafios en nominativo, aunque después se

impone también el uso del dativo. El uso del superlativo “-ISSIMUS” aparece a partir de

Page 35: Epigrafía latina (2012)

30

momentos avanzados del siglo II. La proliferación de cognomina nos indica también

fechas tardías, así como clase social. Por el contrario, si no se menciona ninguno, la

fecha es antigua. Si no hay praenomina, la inscripción se realizó a partir del siglo II. Si

sabemos que el nombre que se menciona corresponde a un ciudadano, pero no

aparece la tribu, la datación es tardía, después del año 212, que es el momento en el

cual Caracalla concede la ciudadanía a todos los libres del Imperio. Si el nomen

aparece abreviado, la datación es tardía.

Podemos usar para datar también la forma de los puntos de separación, que

pueden ser puntos a media altura, cuadraditos, que son más antiguos, o las llamadas

hederae distinguentes, que tenían forma de hoja de hiedra y que se usaron desde

época de Augusto y hasta momentos muy tardíos en inscripciones monumentales.

La forma en la que aparecen los números ayuda también a datar. Así, debemos

recordar que época altoimperial el número 4 se expresa, en las inscripciones

monumentales, como IIII y el 9 como VIIII, y que si aparecen como IV y IX

respectivamente son posteriores. Pero en el Alto Imperio, en inscripciones vulgares, sí

aparecen expresados como IV y IX.

Las líneas horizontales que enmarcan los renglones son tardías, salvo en ciertos

monumentos concretos. Los elementos decorativos o lingüísticos también nos sirven

para obtener cronologías relativas, sabiendo en qué momentos se usan.

Hay también criterios particulares de cada región, como el uso de la era consular

o hispánica, propia del Norte de la Península Ibérica (zona de cántabros y vascones).

Este sistema inicia su cuenta 38 años antes del sistema vulgar. Primero se pensó que

estaría en relación con la pacificación total de la Península, aunque sabemos que no es

así. Aparece en lápidas funerarias de los siglos III y IV, y en el IV y el V se extiende a

las regiones limítrofes.

Page 36: Epigrafía latina (2012)

31

Como hemos visto, en un examen fiable, la paleografía y otros criterios externos

pueden resultar dudosos si se usan aisladamente en inscripciones vulgares, de modo

que hay que usarlos con precaución y apoyándolos en otros.

C. TRANSCRIPCIÓN FORMAL Y SIGNOS DIACRÍTICOS

Vamos a comentar ahora, de manera muy breve, los diferentes signos diacríticos

usados en la trascripción de textos epigráficos, siguiendo el sistema de Leiden:

Para reconstruir abreviaturas y siglas se usa el paréntesis; también se usa para

indicar una forma vulgar normalizada ( ). Si la abreviatura no puede resolverse se usan

tres guiones entre paréntesis (---).

Para reconstruir las letras que se han perdido por rotura o borrado, el editor se

sirve de corchetes [ ].

En ocasiones, el lapicida puede cometer errores y olvidarse de grabar ciertas

letras, que se restituyen entre estos signos < >.

Cuando faltan letras y se sabe cuántas son, se indica poniendo entre corchetes

tantos puntos como letras faltan: [. . . . .]. En ocasiones, tres puntos indican que faltan,

al menos, tres letras.

Cuando la extensión de la laguna es indeterminada y por ello no sabemos

cuántas letras faltan, debemos indicarlo cambiando los puntos por guiones: [- - - - -].

Cuando se ponen guiones seguidos de un corchete de cierre, quiere decir que

es posible que falte la primera línea: - - - - -]. Cuando se pone lo contrario, se quiere

indicar que es posible que falte la última línea: [- - - - -. Cuando sólo aparecen los

guiones, es porque se cree que faltan ambas: - - - - , aunque también puede querer

decir que falta un número indeterminado de líneas.

Cuando entre los corchetes aparece sólo un guión, suele querer decir que falta

un praenomen [-].

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32

Cuando hay una serie de letras borradas, pero que se aprecian, se escriben

entre corchetes dobles [[ ]].

Cuando una letra está mal conservada o su lectura es dudosa, se indica

poniéndole un punto debajo.

La línea inclinada se usa para separar las líneas del texto cuando éste se

restituye de manera continua: /. Cuando esa línea aparece repetida y entre corchetes,

indica damnatio memoriae: [/ / / / / / /].

Cuando se transcribe un nexo, se indica mediante el subrayado de las letras que

lo forman: MATER. En ocasiones puede indicarse mediante un arco que une las dos

letras que forman el nexo.

Cuando en el texto hay restos de letras no identificadas, se indica mediante una

cruz: +.

Cuando en la inscripción aparecen letras que deben ser omitidas, éstas se indican

mediante llaves: {A}.

Un punto o hedera es un punto de separación o de interpunción.

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33

Parte II: ¿Qué necesito saber?

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35

CAPÍTULO VI

EL ALFABETO LATINO

Como ya señalamos en la Introducción, para leer e interpretar correctamente

una inscripción latina es muy necesario conocer el latín. Pero también es necesario

conocer el alfabeto utilizado y su evolución, lo que nos servirá no sólo para leer la

inscripción, sino también para datarla (cfr. supra), ya que la morfología de las letras

varía a lo largo del tiempo. Esto nos permite dar una fecha aproximada para la

inscripción cuando no hay otra forma mejor de datar. Pero cuando debemos datar una

inscripción usando la forma de las letras no debemos olvidar que ésta puede variar

dependiendo de la dureza del material sobre el que se graba y de la habilidad del

lapicida.

Los latinos tomaron su alfabeto de los etruscos, que a su vez lo habían tomado

de los griegos. Esto hace que sean un caso particular dentro de la Italia primitiva,

porque todos los demás pueblos indoeuropeos de ese lugar registraban sus lenguas

mediante alfabetos que derivaban del toscano.

Un dato interesante sería la fecha en la que los romanos comienzan a usar un

alfabeto derivado del etrusco. Si bien no conocemos esa fecha, sí sabemos que la

inscripción latina más antigua conocida es una fíbula de oro del Preneste, que está

datada hacia el año 600 antes de Cristo. Bloch, basándose en los tempranos contactos

entre ambos pueblos habla de la primera mitad del siglo VII antes de Cristo como fecha

probable para la adopción de este alfabeto.

Page 41: Epigrafía latina (2012)

36

El alfabeto en un primer momento tuvo que adaptarse a la fonética del latín, ya

que los etruscos no diferenciaban las sonoras de las sordas, pero los romanos sí.

En principio, el alfabeto romano tenía veinte letras, que pasaron a ser veintiuna

al aparecer el uso de la G. Cuando a finales del período republicano se incorporaron la

Y y la Z para transcribir las letras griegas épsilon y zeta, quedando el alfabeto

completo, de manera que se mantendrá sin cambios durante todo el Imperio. Los

intentos del emperador Claudio de introducir grafías nuevas no durarán más allá del

final de su reinado.

En general, para las inscripciones se usaba la llamada escritura capital, que era

mayúscula. Eso quiere decir que la totalidad de sus formas alfabéticas se inscribían en

un sistema de dos líneas paralelas. Aún así, antes del siglo I antes de Cristo las

inscripciones muestran un alfabeto muy arcaico. A veces las letras aparecen

desproporcionadas o deformadas; eso se debía a que en origen la escritura era

cursiva. Ese rasgo irá desapareciendo con el tiempo, de manera que a principios del

Imperio asistimos al triunfo de la escritura capital.

El Imperio fue la época en la que se erigieron mayor número de inscripciones,

sobre todo monumentales. Antes, el uso de la Epigrafía era más restringido. Además,

los lapicidas de la época imperial solían ser muy hábiles y meticulosos. Por eso,

tenemos una gran cantidad de inscripciones de calidad.

En el caso de los textos legislativos, actas públicas o privadas sobre bronce, la

escritura varía, y en ese caso hablamos de una escritura actuaria, más estrecha. Había

también una escritura rápida, simplificada y cursiva, que conocemos por los grafitos de

Pompeya y también por las tablillas de cera halladas en la casa del banquero Lucio

Cecilio Iucundo, y que es muy difícil de descifrar, precisamente por su carácter cursivo.

Page 42: Epigrafía latina (2012)

37

La escritura uncial era habitual en papiros y pergaminos, aunque desde finales del siglo

III después de Cristo se hace habitual en inscripciones africanas.

A la hora de interpretar una inscripción debemos conocer también la unión de

letras, es decir, las ligaduras o nexos, que se hacían para ahorrar espacio. En la

escritura cursiva pueden ser muy difíciles de descifrar; en cambio, en la escritura

monumental, que era más rígida y menos dada a la fantasía, eran más fáciles de

interpretar. Lo habitual era que se unieran dos letras, siendo la unión de tres bastante

más rara y la de más casi inexistente.

Como ya se comentó anteriormente (cfr. supra), las palabras suelen separarse

mediante interpunciones de diversas formas, que a veces tenían un marcado carácter

decorativo.

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39

CAPÍTULO VII

EL NOMBRE ROMANO Y SUS ELEMENTOS

MANERA DE TRANSMITIRLO

Como es bien sabido, los ciudadanos romanos tenían los tria nomina, es

decir, su nombre estaba compuesto de tres partes, el praenomen, el nomen y

el cognomen. En época republicana aparece sólo uno, que va junto a otro en

genitivo, que corresponde al padre o al marido (pero sin que se especifique si

es el padre o el marido). En cambio, en época imperial sólo los esclavos y los

indígenas aparecen nombrados con un único nombre. En general, repito, todos

los romanos libres tenían tria nomina, y a veces, desde el siglo II y durante el

Bajo Imperio, pueden aparecer varios cognomina. Al nombre se añade el

nombre del padre para indicar filiación, y, en el caso de los ciudadanos, se

añade la tribu en la que estaba inscrito, de modo que en una inscripción en la

que aparezcan todos los elementos del nombre se verán el praenomen, el

nomen, la filiación, la tribu y, por último, el cognomen. Eventualmente, puede

aparecer también la patria u origo, o incluso el domicilio. El orden es el que se

fija en la Lex Iulia Municipalis. Los duumviri quinquenales, encargados de hacer

el censo, indicaban el praenomen, nomen, filiación, tribu y cognomen de todos

los ciudadanos. Después irían la patria y el domicilio, si en la inscripción

aparecen.

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40

El praenomen es el nombre individual, en oposición al nomen, que era el

de la gens. Lo recibían todos los niños al noveno día de su nacimiento. Las

mujeres no suelen llevarlo en la época imperial, aunque antes lo llevaban a

veces. En ocasiones, a partir del siglo II, algunos nomina se usaron como

praenomina, como Aelius, Aurelius, Aemilius, o Flavius, entre otros.

El praenomen sirve para diferenciar a los hijos, normalmente en relación

al orden de nacimiento, y así tenemos a Primus (abreviado como PRI),

Secundus (que no se abrevia), Tertius (TER), Quartus (QUART), Quintus,

Sextus,... El número de praenomina era muy abundante, pero persiste el uso

de dieciséis ó diecisiete, que, como eran muy conocidos, se abreviaban. Los

más habituales eran:

Aulus (abreviado como A).

Appius (abreviado como AP).

Caius / Gaius (C / G).

Cnaeus / Gnaeus (CN / GN).

Decimus (D).

Lucius (L).

Marcus (M).

Manius (M’).

Publius (P).

Quintus (Q).

Servius (SER).

Sextus (SEX).

Spurius (S / SP).

Titus (T).

Tiberius (TI / TIB).

Vibius (V).

El nomen o nomen gentilicium es, como se ve, el nombre gentilicio, la

denominación común de todos los miembros de la gens, incluidos los clientes y

los libertos. Son abundantes, y suelen acabar en “-ius”, es decir, suelen estar

en dativo. Los más frecuentes eran de las grandes familias patricias e

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41

imperiales, extendidos por todo el mundo romano por clientes, libertos,

peregrini y soldados. Los gentilicios se inscriben con todas las letras, y sólo se

tiende a abreviarlos a partir del siglo III después de Cristo. Excepcionalmente,

algunos cognomina, como Rufus, podían funcionar también como nomina.

El cognomen es de uso más frecuente que la tribu. Suele referirse a

singularidades corporales (Barbatus, Caesar...). Es decir, que esencialmente es

algo personal. Sirven para distinguir las diversas ramas de una misma gens, y,

en segundo lugar, para distinguir las diferentes subdivisiones dentro de una

misma rama. A veces, sobre todo en la República, se recibían un cognomen ex

virtute por haber llevado a cabo un hecho importante (Cnaeus Cornelius Scipio

Hispanus, por ejemplo). En ciertos tratados, se habla de estos cognomina ex

virtute como agnomen, aunque es más habitual hablar de doble cognomen.

Una persona puede usar también un tipo de cognomen (o de supernomen)

llamado signum, que suele indicar que pertenece a un collegium funeraticium,

de modo que sería lo que Mommsen y Schulze llamaban un nomen

sodaliciario.

Es decir, que puede haber más de un cognomen (como ya hemos

señalado), y desde fines del siglo II se multiplica su número, sobre todo entre

los miembros de la clase senatorial, para indicar con qué familias se estaba

emparentado. Hablamos en este caso de polinomina.

La misión de la filiación es atestiguar que un individuo es libre, y va

después del gentilicio. Es un praenomen en genitivo seguido de “FILIUS” (o

sea, que es el nombre del padre), palabra que suele venir abreviada. En las

zonas marginales del Imperio, cuando el nombre del padre es indígena, en

ocasiones no aparece “FILIUS”, porque se sobreentiende. Cuando viene

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42

indicado por el nombre de la madre, quiere decir que el hijo no ha nacido de

una unión legítima. En este caso, a veces se usaba una filiación ficticia, con

“SP(urii) F(ilius)”.

El reparto en tribus lo llevó a cabo en el año 513 antes de Cristo Servio

Tulio, quedando los ciudadanos repartidos en 35 tribus (cuatro urbanas y

treinta y una rústicas). Cada tribu era una unidad de voto para aprobar una ley

o elegir a un magistrado. Todo el que alcanzaba la ciudadanía era inscrito en

una. En época imperial ya no significa nada, y sólo diferencia a los ciudadanos

de los que no lo eran, es decir, sólo tenía un valor administrativo. No obstante,

a partir del año 212 deja de tener sentido, porque Caracalla concede la

ciudadanía a todos los habitantes libres del Imperio. En época de Diocleciano

deja de ponerse. Suele aparecer abreviada, y si aparece completa está en

ablativo. Siempre va después de la filiación. Las tribus eran las siguientes:

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43

Aemilia (abreviada como

AEM).

Aniensis (ANI).

Arnensis (ARN).

Camilia (CAM).

Claudia (CLA).

Clustumina (CLU).

Collina (COL).

Cornelia (COR).

Esquilina (ESQ).

Fabia (FAB).

Falerna (FAL).

Galeria (GAL).

Horatia (HOR).

Lemonia (LEM).

Maecia (MAEC).

Menenia (MEN).

Oufentina (OUF).

Palatina (PAL).

Papiria (PAP).

Pollia (POL).

Pomptina (POM).

Publilia (PUB).

Pupinia (PUP).

Quirina (QUIR; en ocasiones

puede aparecer como CYR).

Romilia (ROM).

Sabatina (SAB).

Scaptia (SCAP).

Sergia (SER).

Stellatina (STEL).

Succusana / Suburana (SUC

/ SUB).

Teretina (TER).

Tromentina (TRO).

Velina (VEL).

Voltinia (VOL).

Voturia / Veturia (VOT / VET).

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45

Las tribus Collina, Esquilina, Palatina y Succusana o Suburana eran las tribus

urbanas.

La patria u origo se expresa después del cognomen, e indica el lugar del cual se

es ciudadano, por ejemplo “SEGOBRIGENSIS”. Cuando se expresa el nombre del que

es de ese lugar, va en dativo, y a veces aparece también la palabra “CIVIS”

(“ciudadano”). En ocasiones se usa la palabra “NATIONE” para expresar la ciudad o el

territorio. El lugar de residencia, que puede coincidir o no con el lugar de procedencia,

viene expresado con la palabra “DOMO”, seguida del nombre de la ciudad en ablativo o

genitivo.

Una vez que hemos visto los elementos que forman el nombre romano,

hablemos ahora de la transmisión de ese nombre. En el caso de los hijos legítimos, el

nomen era el mismo de su padre. Con el praenomen no hay reglas, aunque hemos

visto que en ocasiones se ponían praenomina que se referían al orden de nacimiento.

Habitualmente, el hijo mayor heredaba el praenomen de su padre. En cada familia

había una serie de praenomina hereditarios. El cognomen no tiene normas fijas, pero sí

una serie de principios: a principios de la época imperial lo habitual es que el hijo mayor

heredara el cognomen de su padre, que el segundo tomara como cognomen el nomen

(o en su defecto el cognomen) de su madre, y que el tercero tomara como cognomen el

mismo que su padre, pero con alguna variación.

En el caso de los hijos ilegítimos, el nomen era el mismo de su madre, y no

indicaban la filiación, porque no tenían padre legal. A veces aparece una filiación

imaginaria para disimular su nacimiento, que suele ser la fórmula “SP F” (“Spuri Filius”,

hijo natural). Los hijos adoptivos pasan a formar parte de gens del adoptante, de modo

que dejaban sus antiguos nombres para tomar los de éste. En la época republicana era

normal que tuvieran un cognomen tomado de sus antiguos nombres, pero acabado en

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“-anus”, como en el caso del hijo adoptivo de César, Augusto, que era Caius Iulius

Caesar Octavianus, porque era hijo natural de Caius Iulius Octavius.

En el caso de los peregrinos (peregrini), o extranjeros que después reciben el

derecho de ciudadanía, el praenomen y el nomen eran los mismos de aquél que les

concedía la ciudadanía, lo cual explica, por ejemplo, que Iulius fuera un nomen muy

habitual en la Galia, y su antiguo nombre pasaba a ser su cognomen. Al menos desde

la época de Claudio los extranjeros naturalizados pasaban a tomar como gentilicio el

mismo del Emperador gobernante. Los centros de población elevados al rango de

ciudades de derecho romano o latino tenían como cognomen el mismo del Emperador,

y sus habitantes eran inscritos a misma tribu a la que pertenecía éste.

Los esclavos normalmente sólo tenían un nombre, al que sigue el nombre de su

dueño en genitivo, para indicar propiedad. En ocasiones, para indicar la propiedad de

manera expresa, aparece la abreviatura “S”, que significa “servus”, pero en muchos

casos se sobreentiende. A veces pueden aparecer dos nombres, y en este caso el

segundo deriva del nombre del amo al que pertenecía antes, y acaba en “-anus”.

Los libertos, en época imperial, pueden tener dos ó tres nombres. De su amo

tomaban el praenomen y el nomen (o sólo uno de ellos), mientras que su cognomen

era su nombre de esclavo. Si son libertos del Emperador, en la inscripción aparece

expresado mediante la abreviatura “AUG LIB” ó “CAES LIB” (“Augusti Libertus” ó

“Caesari Libertus”). Pero los libertos pueden ser de muy variados tipos. Si son libertos

de un hombre, toman el praenomen y el nomen de este hombre, es decir, de su

patrono. Si lo son de una mujer toman su nomen y el praenomen del padre de ella, y en

las inscripciones aparece una “C” invertida seguida de “L”, que significa “Gaiae

Libertus”. Si eran libertos de una ciudad o colonia, su praenomen es “Publicius”, que

deriva de “publicus”, y su nomen venía, o bien de los cognomina del municipio o

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colonia, o bien del gentilicio de ese lugar. Si eran libertos de una asociación (de un

colegio), su nomen derivaba de la profesión de los de los miembros de ese colegio. Los

cognomina de origen griego son muy comunes.

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CAPÍTULO VIII

LA TITULATURA IMPERIAL

Vamos a hablar en este capítulo no sólo del nombre y los títulos del Emperador,

sino también de los de los demás miembros de la familia de ese Emperador. Podemos

empezar diciendo que el nombre del Emperador vivo aparece en inscripciones

monumentales y honoríficas, y está formado por el praenomen, el nomen, la filiación y

uno o varios cognomina. Además, hasta el siglo III, aparecen sus títulos.

Todos los Emperadores, salvo Tiberio, Calígula y Claudio, tomaron como

praenomen el de Imperator. Desde Antonino Pío no es raro que aparezca en la

inscripción IMPERATOR seguido del nombre del Emperador. Las demás veces que

aparece esa palabra es debido a las salutaciones imperiales que tiene, como veremos

El nomen solía ser el cognomen de la gens Julia. A partir de Adriano, se usaba

este nomen en los Emperadores y en los que estaban destinados oficialmente a

sustituirlos, aunque en éstos últimos “IMPERATOR” aparece después de los

cognomina.

Después va la filiación, y por último los cognomina, que eran los nombres

personales del Emperador antes de subir al trono. Luego aparece el título de Augusto,

tomado como cognomen por todos, y que indica que su persona es sagrada. Desde

Cómmodo, ese título aparece precedido por “PIUS FELIX”, y desde Caracalla por

“PIUS FELIX INVICTUS”, normalmente abreviados. Éstos eran apelativos genéricos y

laudatorios.

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50

Posteriormente, aparecen los sobrenombres honoríficos obtenidos tras sus

expediciones victoriosas, sacados del nombre de los pueblos vencidos

(“GERMANICUS”, por ejemplo). A continuación, aparece el título religioso, porque

César y Augusto fueron sumos pontífices (pontifex maximus). Esa dignidad se aplicó a

todos sus sucesores, pero si dos comparten el poder, sólo uno de ellos la tiene.

Vienen luego los títulos políticos, siendo Augusto el primero en tomar la potestad

tribunicia, y este título fue concedido a todos sus sucesores, siendo un título perpetuo y

anual, por lo que sirve para datar las inscripciones. Con Trajano hay un reajuste de la

potestad tribunicia (Tribunicia Potestate), de modo que su primera data del 27 de

Octubre del año 97, momento en el que es asociado al trono; la segunda se inicia el 18

de Septiembre del año 98, y a partir del 10 de Diciembre del 98 se inicia la tercera. Este

reajuste se aplica a los Emperadores siguientes, y la primera siempre se inicia el día en

que es proclamado Emperador. Desde Adriano, la segunda se inicia el 10 de Diciembre

del mismo año de proclamación. La potestad tribunicia indica que el Emperador tenía

los poderes de los tribunos de la plebe (auxilium e intercessio), y también indica que su

persona era inviolable.

Después viene el término “IMPERATOR”. Este término seguido de una cifra

indica el número de salutaciones imperiales (acclamationes imperatoriae) que ha

recibido del Senado por sus victorias reales o ficticias (muchas veces son victorias de

sus generales). Siempre aparece como mínimo con el número II, porque la primera

salutación la recibe al subir al trono.

Posteriormente aparece el consulado, para el que, además podían ser

nombrados tantas veces como quisieran. Como éste era un título anual, también nos

sirve para datar, de modo que combinando unos cargos con otros, podemos conocer

incluso el día en que se erigió la inscripción. Otro título honorífico es el de Padre de la

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Patria (Pater Patriae), que lo tenían todos los Emperadores, excepto Tiberio, Otón

Vitelio y Galba. Desde Domiciano, aparece después del consulado. El título de Padre

de la Patria (Pater Patriae) le fue concedido a Augusto y después lo llevaron sus

sucesores; tiene una enorme carga expresiva.

En el caso de la familia imperial, el título de César (Caesar) es un título que

Adriano introduce al adoptar a Lucio Aelio Vero para designarlo su sucesor. Antes, ese

título era sólo para la familia de César y Augusto. Después se aplicó al heredero en

oposición al reinante, que aparece en las inscripciones como “Augusto”. Cuando

Diocleciano introduce el régimen de la Tetrarquía tenemos dos Augustos y dos

Césares. Después aparece el título de Príncipe de la Juventud (Princeps Iuventutis),

que en principio se aplicaba a los hijos adoptivos de Augusto.

El término “AUGUSTA” se aplicaba a las princesas de la familia imperial, pero no

era sólo para las esposas de los Emperadores, sino, en ocasiones, también para sus

hijas y madres.

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53

CAPÍTULO IX

EL CURSUS HONORUM

El cursus honorum lo componen los títulos, cargos y honores desprendidos del

desempeño de una carrera, sea ésta senatorial, ecuestre o decurional (municipal). En

el cursus honorum había escalas, niveles y cuadros en los que de forma más o menos

rígida se ingresaba y se avanzaba. La carrera de cada persona aparece en las

inscripciones honoríficas y a veces en las funerarias, bien en orden directo (con los

cargos ordenados de mayor a menor importancia), o bien en orden inverso. Por eso la

Epigrafía es imprescindible para conocer a las personas y sus curricula. Pero no

debemos olvidar que la mayoría de los datos que tenemos son de la época altoimperial.

Había una cierta permeabilidad dentro de los cargos, de modo que un miembro

del ordo decurionalis podía llegar a ser caballero y un caballero podía llegar a ser

senador. Esto es así porque la sociedad romana, en su origen timocrática, fue

evolucionando, produciéndose una estratificación en función del patrimonio. El

montante de este patrimonio varió a lo largo de los siglos, de modo que el cursus no

siempre fue demasiado rígido.

A. LA CARRERA SENATORIAL

El miembro del ordo senatorial (vir clarissimus) comenzaba a los dieciocho años

a desempeñar las funciones preliminares que le llevarían a las más altas cotas de

influencia, como el vigintivirato o el tribunado de una legión. Después tenía una serie de

opciones que dependían de su edad, de su experiencia y de la jerarquía, que podían

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ser funciones administrativas, como el proconsulado (gobierno de una provincia), la

prefectura urbana (para los ex cónsules), o la prefectura del erario militar. También

podían ser funciones militares, como ser legado de una legión o gobernador militar de

una provincia; o podían ser funciones religiosas, que se desempeñaban por cuestiones

de prestigio (el formar parte del colegio de los augures, por ejemplo). Además,

debemos recordar que ciertos cargos sacerdotales sólo iban a parar a sacerdotes o a

sus familias (como el formar parte de las vestales en el caso de las mujeres, por

ejemplo).

Pero lo más importante de la carrera senatorial era el acceso a las

magistraturas, y la primera sería la de cuestor (quaestor), la de tribuno de la plebe

(tribunus plebis), cargo que no podía desempeñar un patricio, o la de edil (aedil); para

desempeñarla era necesario tener al menos veinticinco años. La pretura (praetura) era

la segunda magistratura a la que se podía acceder, siendo la más importante la urbana;

era necesario tener al menos treinta años. La magistratura suprema era el consulado,

para la que era necesario tener al menos treinta y tres años. Al ser el consulado la

magistratura más importante, suele ser la primera que aparece en el epígrafe. En la

Península Ibérica hay muy pocos curricula senatoriales. Como curiosidad, podemos

decir que Cicerón alcanzó todos los cargos a la edad mínima permitida.

B. LA CARRERA ECUESTRE

El caballero (vir egregius), con un patrimonio de no menos de 400.000

sestercios, también tenía una carrera estructurada. Durante tres años servía en las alas

y cohortes, y podía llegar a ser prefecto o tribuno de la legión. La experiencia que

obtenía era la base para obtener los cargos administrativos de su clase social. Estos

cargos eran las procuradurías jerarquizadas por su vencimiento anual y las prefecturas

administrativas o militares. La más importante era la prefectura del pretorio, que le

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colocaba cerca del Emperador. También podía acceder a cargos religiosos, como el de

arúspice o el de preparador de las Lupercaliae.

C. LA CARRERA MUNICIPAL

El ordo decurionalis estaba formado por los ciudadanos que habían tenido

alguna magistratura de la ciudad, y regulaba la vida ciudadana. Se conservan los

curricula de gente que tenía una serie de funciones subalternas. En este caso no había

normas generales. Los cargos municipales eran la edilidad, la cuestura y el duumvirato.

En este sentido, entre estos curricula inferiores, el cargo más ambicionado era el de

flamen del culto imperial en esa ciudad. Se podía llegar al cargo de praefectum fabrum

(prefecto de los artesanos), que daba acceso al ordo superior. También se podía llegar

al cargo de sevir augustalis, sacerdocio inferior desempeñado por libertos.

D. LOS APPARITORES

Existía también un cargo, el de apparitor, que era el ayudante de los

magistrados de Roma o de las provincias cuando actuaban de gobernadores. También

recibían ese nombre los miembros del personal subalterno de colonias y municipios.

Los apparitores eran de varios tipos:

Scribae: Secretarios que se encargaban de la contabilidad. Eran el escalón

superior de los apparitores.

Viatores: Serían algo así como agentes judiciales, al servicio de las principales

magistraturas y sacerdocios.

Lictores: Tienen la función simbólica de representar el imperium del magistrado

al que servían. Le precedían portando las fasces, y eran doce en el caso de los

cónsules y seis en el caso de los pretores. Si precedían a los sacerdotes, eran lictores

curiatii.

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Praecones: Serían los que ocupaban el puesto más bajo, y serían algo así como

pregoneros.

Aunque éstos eran los apparitores más importantes, había otros tipos más, de

menor importancia.

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57

CAPÍTULO X

SISTEMA PONDERAL Y MEDIDAS EN ROMA

Es importante conocer la moneda romana, porque la numismática tiene una gran

importancia para el conocimiento del mundo antiguo (de hecho, normalmente la

Epigrafía y la Numismática se suelen impartir como una única asignatura). Asimismo,

conocer los pesos y medidas de los romanos puede ayudarnos a comprender algunas

inscripciones concretas, pero nunca está de más que los tengamos claros.

A. EL SISTEMA MONETARIO ROMANO

La unidad monetaria era el as, que equivalía a 13,165 gramos de bronce. Estaba

formado por doce onzas (unciae). Veinticuatro ases hacían una libra. Los múltiplos del

as eran el decussis (diez ases), el tripondius (tres ases) y el dupondius (dos ases). Sus

submúltiplos eran el semis (medio as), el triens (un tercio de as), el quadrans (un cuarto

de as), la onza o uncia (la doceava parte del as), la semuncia (veinticuatroava parte del

as o media onza) y la quartuncia (un cuarto de onza). Doce onzas equivalían a 288

escrúpulos (scripuli), moneda muy usada en la vida diaria, sobre todo en la época

anterior a la implantación del sistema ponderal mixto, es decir, cuando se usó el

sistema duodecimal.

También se usaban los denarios, que equivalían a cuatro gramos de plata (que

valían diez ases), los quinarios, que valían cinco libras o cinco ases, y los sestercios,

que valían dos libras y media o dos ases y medio (cuatro sestercios equivalían a un

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denario). El talento era una moneda de cuenta, ya que su elevado valor (27,3

kilogramos de plata) hacía que, en la vida diaria no se usara nunca; era de origen

griego, y en ese sistema equivalía a 60000 dracmas.

Se usaba también el áureo, que pesaba 7 u 8 gramos de oro y que lo introdujo

Julio César. Equivalía a veinticinco denarios o cien sestercios. Como vemos, se usaba

un sistema mixto, que combinaba monedas de oro, plata y bronce.

B. LAS MEDIDAS DE PESO Y CAPACIDAD

Las medidas de peso no eran muy usadas por los romanos, que preferían medir

la capacidad. En muchos casos se usaban las mismas medidas del sistema monetario

para medir peso, como veremos. La base de medida de peso era la libra o as, que

equivalía a 327,45 gramos. Otras medidas eran el deunx, que era 11/12 de libra, y que

pesaba 300,08 gramos; el dextans, que equivalía a 10/12 de libra y pesaba 272,80

gramos; el dodrans, que equivalía a 9/12 de libra y pesaba 245,52 gramos; el bes, que

equivalía a 8/12 de libra y pesaba 218,24 gramos; el septunx, que equivalía a 7/12 de

libra y pesaba 190,96 gramos; el semis, que era aproximadamente media libra, o sea,

pesaba 163,60; el quincunx equivalía a 5/12 de libra, y pesaba 136,40 gramos; el triens

pesaba la tercera parte de la libra, o sea, más o menos 109,12 gramos; el quadrans era

la cuarta parte de la libra, y pesaba más o menos 81,84 gramos; el sextans era la sexta

parte de la libra, es decir, aproximadamente 54,56 gramos; la uncia (onza) era la

doceava parte de la libra, y pesaba unos 27,28 gramos; más o menos la mitad que ésta

pesaba la semuncia, que pesaba 13,64 gramos. El sicilicus equivalía a 1/48 de libra, y

pesaba 6,822 gramos. La sextula equivalía a 1/72 libras y pesaba 4,542 gramos. El

scriptulum equivalía a 1/288 libras y pesaba 1,137 gramos.

En lo que se refiere a las medidas de capacidad, en general, la base era el

sextarius, que equivalía a 0,547 litros. Sus submúltiplos eran la hemina, que valía la

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mitad y equivalía a 0,2736 litros; el quartarius, que era la cuarta parte del sextarius y

equivalía a 0,1368 litros; el acetabulum, que era la octava parte del sextarius, y

equivalía a 0,0684 litros; y el cyathus, la doceava parte del sextarius y que equivalía a

0,0456 litros.

Para medir líquidos se usaba el congius, que equivalía a 6 sextarii y a 3,283

litros; la urna equivalía 24 sextarii y a 13,13 litros; el quadrantal o amphora equivalía a

48 sextarii y a 26,26 litros; y el culleus, que equivalía a 960 sextarii y a 525,20 litros.

Para medir sólidos, se usaba el semodius, que equivalía a 8 sextarii y a 4,377

litros; el modius itálico equivalía a 16 sextarii y a 8,754 litros; y el modius castrense

equivalía a 32 sextarii y a 17,51 litros.

C. LAS MEDIDAS DE LONGITUD Y SUPERFICIE

En lo que se refiere a medidas de longitud, la base era el pie (pes), que equivalía

a 29,57 centímetros. El pie se dividía en base a un sistema duodecimal, dando lugar a

medidas muy detalladas. Así, tenemos el medio pie (semipes), la cuarta parte del pie,

llamada quadrans, la doceava parte, llamada uncia, la veinticuatroava parte, llamada

semuncia, y el sicilicus, que equivalía a 1/48 pies.

Pero había otras medidas de longitud, también importantes, que tomaban el pie

como base. El dedo (digitus) equivalía a 1/16 pies, es decir, a 1,848 centímetros. El

palmo (palmus) equivalía a la cuarta parte del pie, es decir, 7,392 centímetros. El

palmipes era 1,25 pies, es decir, 36,96 centímetros. El codo (cubitus), también llamado

ulna era igual a un pie y medio, o sea, que equivalía a 44,355 centímetros. El paso

(gradus) era igual a dos pies y medio, es decir, 73,925 centímetros. El passus era un

paso doble, es decir cinco pies, o sea, 1,478 metros. El decempeda o pertica eran diez

pies, es decir, 2,957 metros. El surco (actus) era igual a 120 pies, o sea, que equivalía

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a 35,48 metros. Mil pasos (mille passus) o una milla eran 5000 pies, o sea, 1478,5

metros.

Para medidas agrarias, la base eran la pertica y el actus vorsus, que equivalía a

12 perticae o 120 pies. El actus vorsus quadratum era la mitad del iugerum, que era

una medida de superficie de la que hablaremos a continuación.

En lo referente a medidas de superficie, tenemos el pie cuadrado (pes

quadratum), que equivalía a 0,0874 metros cuadrados. El decempeda quadrata o

scripulum equivalía a cien de éstos, es decir, 8,74 metros cuadrados. El actus

quadratus era un cuadrado de un actus de lado, y dos de éstos hacían un iugerum, que

tenía doscientos pies de largo por ciento veinte de ancho, y era lo que araba una yunta

de bueyes en un día, es decir, más o menos un cuarto de hectárea; equivalía a 28800

pedes quadrata, es decir, a 25,182 áreas. El heredium equivalía a dos iugera, es decir,

equivalía a 50,364 áreas. La centuria era un cuadrado de veinte actus de lado, y

veinticinco centurias hacían un saltus.

La clima equivalía a 3600 pedes quadrata, es decir, a 314,64 metros cuadrados.

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CAPÍTULO XI

CRONOLOGÍA EN ROMA

La datación es, como ya hemos señalado, uno de los pasos más complejos a la

hora de estudiar un texto epigráfico. Por suerte, en ocasiones el texto incluye una

referencia cronológica absoluta, y por ello, a la hora de fechas los documentos

epigráficos es necesario conocer la cronología que manejaba el pueblo al que

pertenecía el autor de la inscripción, en nuestro caso, el romano. Si no conocemos esa

cronología y los cómputos que a ella correspondían, no seremos capaces de fechar

correctamente.

Los romanos contaban los años a partir de la fundación de la ciudad de Roma

(ab Urbe condita), que tradicionalmente se sitúa en el año 753 antes de Cristo,

expresando la fecha a veces con la abreviatura U C. por eso hay que restar la fecha

dada de 754, porque además contaban el año de llegada y el de partida. Si queremos

convertir una fecha cristiana al cómputo romano, tenemos que sumarle 753. A la hora

de poner años de edad, solían redondear hacia los múltiplos de cinco.

Los meses en Roma eran Ianuarius, Februarius, Martius, Aprilis, Maius, Iunus,

Quintilis (que después pasaría a llamarse “Iulius”, en honor a Julio César), Sextilis (que

se llamaría después “Augustus”, en honor a Augusto), September, October, November

y December. Hasta el año 153 antes de Cristo, el año empezaba el 15 de Marzo, por

eso los meses a partir de nuestro Julio (Quintilis) tienen nombres de ordinales, que

posteriormente se conservaron. Para ellos, los meses tenían los mismos días que para

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nosotros. El año que Febrero (Februarius) tenía veintinueve días, el día veinticinco se

expresaba con la fórmula “ANTE DIEM (que a veces se abreviaba como A D) BIS

SEXTUM KALENDAS MARTIAS”.

El mes se dividía en tres partes desiguales, cuyos límites eran las kalendas, día

que identificaban con la luna nueva, las nonas, que identificaban con la luna creciente,

y los idus, que identificaban con la luna llena. Las kalendas siembre eran el día uno.

Las nonas solían ser el día cinco, pero en Marzo, Mayo, Julio y Octubre eran el día

siete. Los idus solían ser el día trece, pero en esos mismos meses eran el día quince.

El día anterior a cada uno de estos días de referencia era el pridie, y el posterior era el

postridie.

Los días intermedios se indicaban contando los días que faltan hasta la fecha

tope siguiente, poniendo el nombre de esa fecha tope en el mismo caso que el nombre

del mes. Por eso, por ejemplo, el día cinco de Marzo sería III (ante) NON(as)

MARTIAS.

La semana empezaba en sábado, y los días eran el dies Saturni (sábado), dies

Sole (domingo), dies Lunae (lunes), dies Marti (martes), dies Mercurii (miércoles), dies

Iovis (jueves) y dies Venis (viernes)

El día jurídicamente lo contaban hasta la medianoche. Como contaban de sol a

sol y tenía doce horas, las horas tenían una duración variable, aunque

aproximadamente sería desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde. El día

tenía mañana (mane), las dos primeras horas; hacia el mediodía (ad meridien), de la

tercera hasta el final de la sexta; hasta la décima incluida era de meridie; el atardecer

(suprema) correspondía con las horas undécima y decimosegunda; la puesta de sol era

vespera. La hora prima, es decir, hacia las seis de la mañana correspondía a la aurora,

la hora secunda, eran las siete, etcétera. Estas horas solían agruparse en grupos de

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tres horas, es decir, hora prima (el amanecer, hacia las seis de la mañana), la hora

tertia (media mañana, hacia las nueve), la hora sexta (el mediodía), la hora nona (a

media tarde, hacia las tres de la tarde), la hora vespera (el atardecer, hacia las seis de

la tarde) y, para finalizar, completorium (después del ocaso, las nueve de la noche, que

ya corresponde a una hora nocturna).

La noche se dividía en cuatro partes, desde el punto de vista militar. Esas

cuatro partes eran iguales, y se llamaban vigiliae, que eran los turnos de guardia; por

tanto, también tenían una duración variable.

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APÉNDICE:

Resumen de los pasos para el estudio de una inscripción

Ahora que ya sabemos cómo debe transcribirse una inscripción, vamos a

resumir los pasos que hay que dar para editarla. Es necesario elaborar una ficha, que

contendrá estos datos:

En los aspectos externos se hablará de lo siguiente:

- Lugar y fecha del hallazgo, con los nombres antiguos y actuales. Contexto

arqueológico.

- Lugar de conservación y número de inventario.

- Bibliografía referida a la inscripción.

- Documentación gráfica disponible.

En los aspectos internos, debemos comentar los siguientes aspectos:

- Descripción de la inscripción, hablando de su tipología, su material, y sus

medidas.

- Transcripción del texto.

- Aparato crítico.

- Comentario paleográfico.

- Transcripción del texto, integrando las partes perdidas y resolviendo las

abreviaturas. Datación.

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BIBLIOGRAFÍA

Esta Bibliografía no es más que una pequeña selección de obras relativas a

Epigrafía que el alumno puede usar para profundizar en el estudio de esta disciplina, si

es ése su deseo. Esta selección de libros y artículos no pretende en absoluto ser

definitiva, y es sólo una pequeña muestra de lo mucho que hay publicado sobre

Epigrafía. En el caso de que a los alumnos muy interesados en esta ciencia les parezca

escasa, siempre pueden recurrir a su profesor, para que éste les facilite más títulos.

ALFÖLDY, Géza: “La cultura epigráfica de la Hispania romana: inscripciones,

auto-representación y orden social”, en Hispania. El legado de Roma, Zaragoza, pp.

235-251.

BLOCH, Raymond: L’Epigraphie latine, París, 1964.

CAGNAT, R.: Cours d’epigraphie latine, París, 1914 (edición anastática de

Roma, 1964).

CALABI LIMENTANI, Ida: Epigrafia latina, Milán, 1967.

CRAWFORD, Michael (ed.): Fuentes para el estudio de la Historia Antigua,

Madrid, 1986.

D’ENCARNAÇAO, J.: Introduçao ao estudo da epigrafia latina, Coimbra, 1987.

DENTZER, J. M. et allii: Épigraphie hispanique. Problèmes de méthode et

d’edition, París, 1984.

GORDON, A. E.: An illustred introduction to Latin Epigraphy, Berkeley, 1983.

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IGLESIAS GIL, José Manuel y SANTOS YANGUAS, Juan: Vademécum para la

Epigrafía y Numismática Latinas, Santander, 2002.

LÓPEZ BARJA, Pedro: Epigrafía Latina. Las inscripciones romanas desde los

orígenes al siglo III, Santiago de Compostela, 1994.

MARINUCCI, Gloria: Introduzione all’epigrafia latina, Roma, 1981.

ROLDÁN HERVÁS, José María: Repertorio de epigrafía y numismática latinas,

Salamanca, 1969.

SUSINI, G.: Il lapicida romano, Roma, 1966.

SUSINI, G.: Epigrafia romana, Roma 1982.

THYLANDER, H.: Étude sur l’épigraphie latine, Lund, 1952.

VERARD: Guide del epigraphiste, París, 1986.

VIRGILIO, B.: Epigrafia e storiografia. Studi di Storia Antica, I, Pisa, 1988.

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