3
P eronismo José Pablo Feinmann Filosofía política de una obstinación argentina Suplemento especial de P ágina I 12 La violencia ocupa el centro de la escena 114

eronismo - Página/12 · derechos y es en sus páginas donde se continúa la obra maes- tra de las letras argentinas ( Nota: Ver: Allison Williams Bun- kley, Vida de Sarmiento , Eudeba,

  • Upload
    others

  • View
    2

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: eronismo - Página/12 · derechos y es en sus páginas donde se continúa la obra maes- tra de las letras argentinas ( Nota: Ver: Allison Williams Bun- kley, Vida de Sarmiento , Eudeba,

PeronismoJosé Pablo Feinmann

Filosofía política de una obstinación argentina

Suplemento especial de

PáginaI12

La violencia ocupa el centro de la escena

114

Page 2: eronismo - Página/12 · derechos y es en sus páginas donde se continúa la obra maes- tra de las letras argentinas ( Nota: Ver: Allison Williams Bun- kley, Vida de Sarmiento , Eudeba,

EL “DECANO DE LA PRENSA CHILENA”Y EL GOLPE DE PINOCHET

Se le dijo el pinochetazo. Ese general que se sacaesa fotografía de frente, la jeta alzada, los bigo-tes y los anteojos negros, es la perfecta imagendel carnicero latinoamericano. Bombardean elPalacio La Moneda. Matan a Salvador Allende

y salen a “cazar zurdos”. Luego, para interrogarlos, para tor-turarlos, los amontonan en el Estadio Nacional. El climaprevio había sido laboriosamente trabajado. Huelgas pagadaspor los empresarios, desabastecimiento, devaluación de lamoneda, el constante deterioro que los grandes diarios de laderecha chilena (no hay en Chile, hoy, un diario de izquier-da) ejercen sobre el gobierno por medio de una prédica obse-siva que no trastrueca la verdad sino que la inventa, que, sinmás, si hay que mentir, miente, y una población de clasemedia y alta que sale enfurecida a cacerolear. Analicemos–porque es de gran utilidad hacerlo– el papel jugado por ElMercurio, diario al que llaman el decano de la prensa chilena.(Nota: La noche del cacerolazo contra De la Rúa, lo llamé ami gran amigo Salvador Sammaritano –que no sólo era ungran cinéfilo, sino también un gran musicólogo: un amigoideal para mí, compañero de charlas interminables desdeEisenstein a Gershwin, desde Truffaut a John Ford, desdeChopin hasta Shostakovich– y lo invité a salir a acompañar ala gente que se iba para la Plaza de Mayo. El Negro se negó.Y dijo: “Mirá, pibe, yo, a las cacerolas les tengo alergia. Lascacerolas lo voltearon a Allende. Son reaccionarias”. Tal vezle dije que esa noche estaban cumpliendo otra función por-que recuerdo escucharle decir: “No tienen otra función. Lasinventaron las conchetas chilenas y siempre van a estar al ser-vicio de la derecha”. Era sabio el Negro. No sé dónde estaráahora. Pero seguro que si le ofrecieron el arpa no pidió reem-plazarla por la cacerola.) Nos basamos en un notable docu-mental de Ignacio Torres y Fernando Villagrán, El diario deAgustín. Los miembros de la familia Edwards, que han esta-do sucesivamente al mando del diario, se han dado todos elnombre de “Agustín”. El Mercurio influyó poderosamente enel desarrollo de la vida chilena. También ocupa un lugar des-tacado en la cultura argentina. El 2 de mayo de 1845 apare-cen en El Progreso de Chile las primeras entregas del Facundosarmientino. Tres meses después El Mercurio adquiere losderechos y es en sus páginas donde se continúa la obra maes-tra de las letras argentinas (Nota: Ver: Allison Williams Bun-kley, Vida de Sarmiento, Eudeba, Buenos Aires, 1966, pp.179/180). Es el diario del poder. El diario de las clases altas.El diario de los terratenientes y de los grandes hombres denegocios. Durante la Guerra Fría, por consiguiente, fue eldiario del occidentalismo cristiano. En otro documental–que ya mencioné– y que lleva por nombre Los juicios de Kis-singer se analiza la omnipresencia del secretario de Estado deLyndon Johnson, Richard Nixon y Gerald Ford en todos lospasos que tuvo que dar Estados Unidos por su política deSeguridad Nacional. Uno de los más importantes fue deses-tabilizar al gobierno de Salvador Allende, elegido en eleccio-nes democráticas, que, explícitamente, quería emprender “lavía pacífica y democrática al socialismo”. El general Alexan-der Haig (a quien tal vez algunos recuerden por su interven-ción en el affaire “Malvinas” en Argentina) aparece detrás deun enorme, lujoso escritorio y dice: “¿Y qué querían quehiciéramos con Allende? Tirarlo, claro. ¿Otro gobierno mar-xista en América latina? ¡No!”. Dice “¡No!” extendiendo lasmanos en un gesto que se juega entre el hartazgo y la agre-sión. En inglés dice el vulgar, populachero y contundente:“Come on!”. El elegido para la tarea de limpiar a Allende esHenry Kissinger, especialista en estas cuestiones. AgustínEdwards viaja a Washington y se entrevista con Nixon y Kis-singer para poner todos los medios de El Mercurio a disposi-ción de los planes de Estados Unidos que, en ese momento,ya tiene a Chile invadido por agentes de la CIA y el FBI. Detodos modos, dice, tirar a Allende requerirá un gran esfuer-zo, conque solicita una ayuda monetaria extra para que ElMercurio pueda cumplir con su tarea fehacientemente. Nixony Kissinger le dan dos millones de dólares. (¿Seguirán pasandoestas cosas?) En el documental de Torres y Villagrán se lo vea Edwards junto a los dos titanes del Imperio en amena char-la. ¿Para qué se sacarán esas fotos? ¿De qué creerán que pien-sa uno que hablan? Pero sucede que están convencidos. En laGuerra Fría el terreno de combate era la periferia. NiEE.UU. ni la URSS tuvieron enfrentamientos directos.Lucharon en zonas adyacentes. En las cuales el enemigo se“infiltraba”. Si los soviéticos entraban con sus tanques enPraga era porque esa “primavera” era el preludio de una fatalpenetración capitalista. En Hungría, idéntico. Para los norte-americanos, Allende era, sin más, el marxismo. Para el MIRchileno, el principal movimiento guerrillero, Allende era unreformista, un tibio, alguien casi más dañino que un reaccio-nario. (Semejaban la torpeza, la falta de matices políticos delas que aquí, en Argentina, hizo gala el ERP.) Pinochet nohizo diferencias entre unos y otros. Los masacró por igual.Antes del golpe, en nuestro país, Carlos Ulanovsky entrevis-

tó al célebre animador televisivo Nicolás Mancera. Quien–un poco inesperadamente– dice que Allende no puedegobernar por los problemas que le traen los grupos armadosdel marxismo. Esa gente del MIR que no le da sosiego. Ula-novsky, muy sereno, le dice que no comparte esa opinión:“Los que le impiden gobernar a Allende son los grupos dederecha, los sectores empresarios y los grandes diarios ligadosal capital internacional”.

Torres y Villagrán, las autoras del documental, son unasjovencitas laboriosas, bonitas y con cara de ángeles que hacenreportajes a personajes siniestros. Entre ellos, el director de ElMercurio durante la dictadura de Pinochet. Le preguntan: “¿Austed le pareció bien que luego del golpe Pinochet cerraratodos los diarios menos El Mercurio?” El ex director respon-de: “Pues sí. A cualquiera le gusta que le eliminen la compe-tencia”. El tipo es –sin posibilidad de duda– un tarado com-pleto. Porque además responde sonriente, eufórico y hastaintenta ser seductor con las niñas. De modo que en lugar dedecir “no fue un gesto democrático”, cualquier mentira quelo cubra de los tiempos actuales, el zapallo habla como sitodavía estuviera Pinochet y dice semejante (sincera) barbari-dad: que Pinochet le eliminó la competencia.

La “eliminación” de Pinochet no era la del mercado (oacaso sea la “eliminación extrema” a que el mercado puede ape-lar) sino la simple y pura eliminación física de los empleadosy dueños de esos diarios. Al director de El Mercurio le habíavenido bien: menos competencia. Al final, como las niñassiguen insistiendo con preguntas relativas a los derechoshumanos, el hombre se ofende, se levanta y se va. “Yo tam-bién tengo mi orgullo”, deja esa frase. Su salida no es muyairosa porque se da con el micrófono que un sonidista man-tenía sobre su cabeza.

Luego aparece un tipo gordo y absolutamente inexpresivo.Fue jefe de la policía secreta chilena y amigo de los dueñosde El Mercurio. Declara: “Para nosotros, matar comunistasera una necesidad biológica. Necesitábamos matarlos parapoder gobernar. Matamos muchos. Pero para mí nos queda-mos cortos”. Se ven imágenes de Pinochet y AgustínEdwards por todos lados. En cenas, inauguraciones, desfiles.El Mercurio gobierna. De pronto, se lo ve a Pinochet. ElMonstruo habla. Dice: “La democracia es el caldo de cultivoal comunismo. Y este gobierno repudia al comunismo”.Frase tristemente célebre para nuestros oídos. Hoy, proba-blemente, algún Kissinger ya susurre en los oídos de Obama:“La democracia es el caldo de cultivo al populismo. Y noso-tros repudiamos al populismo”.

El caso de El Mercurio es paradigmático. Es el del perio-dismo al servicio de los grandes poderes políticos y financie-ros del país, que están entreverados con la diplomacia norte-americana. Si Kissinger hizo seguir los bombardeos en Viet-nam luego de Johnson, si arrasó con Camboya sin declarar laguerra, si en Timor, por considerarlo un enclave peligroso,arrojó impunemente sus bombas, si en Chile derrocó a Sal-vador Allende y si vino a la Argentina a supervisar el golpede Videla, se me permitirá creer que, acaso no él porque estámuy viejo o ya decididamente viejo, sino un junior, un discí-pulo aventajado o los organismos que siempre se han dedica-do a estas tareas, estén muy interesados en los procesospopulistas de América latina. Venezuela en primer lugar,donde la prensa tiene un papel de excepcional agresividad.Bolivia, donde un golpe acaba de fracasar por causa de la pri-mera cumbre autónoma de presidentes latinoamericanos.Una cumbre no convocada por la OEA, que funciona comoórgano supervisor de Estados Unidos. Y Argentina, donde lapresión mediática sobre el Gobierno es más que visible, másque evidente y hasta más que grosera. El Mercurio está entrenosotros. ¿Qué intereses defiende? Los de siempre. Los geo-políticos ante todo. O sea, la alineación franca, directa conEstados Unidos. Y luego los de las grandes finanzas y los delos grandes terratenientes. Allende no tenía frente a sí unaoposición política importante. Lo tenía a El Mercurio. Al quese sumaba una intervención activa de Nixon, Kissinger yAlexander Haig (que hoy tienen sus adecuados reemplazan-tes, siempre muy atentos). Allende tenía también otro ene-migo poderoso. El Mercurio le levantó a las conchetas chile-nas, que son terribles, bravísimas. Les dio la orden de cacero-lear. La cacerola la inventaron los chilenos para echar al“comunista” Allende. Y lo tenía en contra al que llamaba su“amigo”, un hombre que “respeta el orden institucional”: lafiera de Pinochet. El inventor del golpe cruel, inhumano, delos centros clandestinos, de la tortura sistemática.

El Mercurio nunca se arrepintió de nada. Muchos periodis-tas chilenos del pinochetismo pidieron disculpas, se sincera-ron, declararon no conocer el verdadero horror. Se les puedecreer o no. Sin duda no se les debe creer. Un periodista tieneel deber de estar informado. Pero, al menos, pidieron per-dón. El Mercurio sigue impávido. Había que barrer al comu-nismo y eso se hizo. No hay más que hablar. No sería acon-sejable creer que la historia de El Mercurio se reduce al casochileno. Si nos miramos en ese espejo veremos nuestra cara.Con otros matices, sí. Pero con demasiadas semejanzas.

ALLENDE: “EL GENERAL PINOCHET ES MI AMIGO”

Hemos establecido que no es desaconsejable acudir a laficción para buscar perspectivas inusuales en nuestros análi-sis. La ficción tiene el poder de liberarnos de las ataduras delo comprobable. Ese mandato que se le impone al ensayista:todo lo que digas deberá ser probado por una cita a pie depágina. Esa cita explicitará tu fuente. Esa fuente dará valideza tu escritura. Nadie dudará de ti si lo aplastas con mil citas.Acaso logres impresionarlo tanto que desatienda que no lehas entregado una sola idea.

Sin embargo, creo que el escritor de ficciones suele docu-mentarse más que el historiador. Al menos, en una primeraetapa. Recuerdo una conversación con Andrés Rivera.Hablábamos de su poderosa novela La revolución es un sueñoeterno. Se sabe: la novela gira en torno de Juan José Castelli yla Revolución de Mayo. Rivera me decía: “Durante un largotiempo no hice más que leer. Documentarme. Mi escritorioestaba siempre cubierto de libros. Un día, tiré al demoniotodos los libros y empecé a escribir”. Ese día se sintió libre.Sus lecturas estaban en él pero ahora era necesario crear, salirde las citas, inventar lo verosímil, lo imposible posible. Lo

que no fue pero debió ser o pudo haber sido y nos entregaun mayor conocimiento, desde las palabras, desde la imagi-nación, desde el riesgo.

En mi novela Carter en New York, Joe Carter le cuenta aun amigo moribundo ciertas modalidades de su oficio.Antes, lo ha observado bien y advierte que el pobre tiene unmiedo excesivo, absurdo. Piensa: “Dan pena los moribundos.Son como esos muñecos pequeños con que juegan los niños.Todo va bien, te diviertes, el muñeco va de un lado haciaotro, pareciera un pícaro, un vivaracho incontenible. Mas, depronto, se le acaba la cuerda. Sus movimientos expresan unalastimosa lentitud, una torpeza imperdonable, choca contrala pata de una silla, se queda ahí como un idiota, como sibuscara vencer lo invencible, que es, para él, la pata de esasilla. Mas no parece advertirlo. Te das cuenta: está murien-do. En un minuto o dos su cuerda llega a su fin y él cae sindignidad, sin gloria, como un pequeño muñeco de lata, unjuguete barato, una mentira. No estaba vivo, sólo le habíandado cuerda” (JPF, Carter en New York, Planeta, BuenosAires, 2009, pp. 103/104. Aclaro que el lenguaje de Joe Car-ter es el de las traducciones de las novelas pulp que leí en miinfancia. Se supone que él habla y narra en inglés. Decidírecrear ese lenguaje. Salió algo inesperado para mí y unaescritura nueva que consiguió seducirme. No sé si a todos.

Pero sí a mi talentosa editora, la novelista Paula Pérez Alon-so, a quien dedico esta nueva intromisión de nuestro perso-naje –porque también le pertenece a Paula: por su entusias-mo, por su apoyo y su alegría de lectura– en mi filosofíapolítica del peronismo, que transita, en estos momentos, porla tragedia de Chile). El amigo que ya se muere le pregunta aCarter cómo sabe tanto de la muerte. Carter le dice que lamuerte es su profesión. Que se ocupa de eso. Que es undetective privado como muchos, pero sobre todo un asesino,algo que no le desagrada. Dinero, gana a carradas. Lo llamandel FBI. O de la CIA. Mató a uno que otro demócrata (oseguramente a más, a muchos más) que les hacía el juego alos rojos. Conoce mucho de contrainsurgencia, y no le quedaotra salida sino practicarla, le guste o no. Porque el problema–ahora– es el Islam. Pero a los 24 años conoció al senadorrepublicano Alexander Higgins. (Nota: Se trata, claro, deAlexander Haig.) El hombre era un genio. Uno de los gran-des cerebros que –allá por 1973– liquidó al gobierno socia-lista de Salvador Allende. Y que –no hacía mucho, entre untrago y otro– le había confesado ciertas cosas. “Sabes, Carter,Allende tenía la beatitud de un arcángel. Mas, ¿qué podíahacer yo? Sólo reconocerlo, pero no evitar mi trabajo por

sentimentalismos peligrosos, que te mienten o te ciegan. Laúltima vez que estreché su mano, poco antes del golpe queacabó con su vida, abandonaba yo la República de Chile,todo estaba ya hecho. Acerqué mi cara a la suya y en vozmuy baja pero audible para él y para mí, le dije: ‘Es usted unhombre puro. Comunista o no. Cuando le caiga encima elcaos que le hemos preparado recuerde estas palabras de unode sus enemigos. Es usted un hombre bueno, equivocadopero honesto y valiente. Estrecho su mano con orgullo, doc-tor Allende. Y es la última vez que lo hago’. Me miró a travésde esos anteojos doctorales, de académico, de hombre culto.Dijo: ‘¿Por qué si tanto me respeta está al lado de quienesbuscan mi destrucción?’. ‘Doctor, es muy simple: otra Cuba,en América latina, no. No podemos permitir eso’. ‘¿Y quié-nes son ustedes para permitir o no lo que un pueblo ha elegi-do democráticamente?’ ‘Los Estados Unidos de América. Yustedes nuestro patio trasero. No queremos más problemaspor aquí. Trate de salvarse. Huya.’ ‘Nunca. Usted no me res-petaría si yo huyera. Me respeta porque sabe que lucharéhasta el fin.’ ‘Lo sé. Lo que nunca sabré es por qué lucharáhasta morir por una causa tan infame.’ Allende me clavó susojos. Diablos, cuando miraba feo podías temblar si no erasduro, si te escaseaban los cojones. Dijo: ‘Lo que nunca sabrées cómo usted dice respetarme y es un mercenario al servicio

de un Imperio de asesinos’. ‘Doctor, no nacimos para enten-dernos. Estamos a punto de dejar de respetarnos. Y si mequedo uno o dos minutos más junto a usted acabaré porhacer el trabajo que en breve harán sus verdugos.’ ‘Parececonocerlos.’ ‘Los hemos entrenado nosotros, doctor.’‘¿Quién es el principal cabecilla?’ ‘¿No lo sabe? ¿Ni eso sabe?’No dijo palabra. Todo estaba tan irrefutablemente tramadoque no me importó darle el nombre del general que le había-mos destinado como verdugo. ‘Pinochet’. ‘¿El general Pino-chet?’, se asombró. Y, muy seguro, dijo: ‘El general Pinochetes mi amigo’. ‘Doctor Allende, parto de Chile con una duda:si es usted increíblemente bueno o increíblemente tonto.’‘Pues yo lo despido con una certeza: usted es un perro, unaescoria humana que insulta la esencia del hombre.’ ‘Lamentodesilusionarlo, doctor: pero a esa esencia, de nosotros dos, laencarno yo más que usted. Le dejo una enseñanza antes deirme: usted, como comunista, cree que esa esencia es buena ybastará que ella triunfe para que los hombres sean libres.Nosotros creemos que es mala. Que es egoísta y sólo el dine-ro le importa. Por eso los matamos y los seguiremos matan-do y les ganaremos todas las guerras. Piénselo.’ Miré mireloj. Dije: ‘Aún le quedan 7 horas y 37 minutos para hacer-

lo’. Subí a mi avión y partí” (Carter en New York, ed. cit. pp.105/106/107).

LOS EXILIADOS CHILENOS Al día siguiente, el golpe sumía a Chile en la hoguera.

Allende, acorralado, ya con los carabineros sobre él, se suici-da. El Estadio Nacional se llena de torturadores y víctimas.Cientos de chilenos se refugian en la Argentina. ¿Qué suertecorrieron? Llegan al país cuando aún falta un mes para quePerón asuma la presidencia. Pero –para Perón– asumir erauna formalidad lujosa, estridente. El era el líder, el conduc-tor. De modo que las medidas que se toman con los refugia-dos chilenos sería absurdo achacárselas al “gobierno de Lasti-ri”, que era una pura ficción, un simple movimiento defichas en el desplazamiento de Cámpora y –muy especial-mente– del camporismo, ese gobierno de “zurdos”. Con elTío y con un ministro del Interior como Righi a los pobreschilenos les habría sido todo más fácil, más “latinoamerica-nista”. En fin, para decirlo claro: más humanitario. Pero –enseptiembre de 1973– en Argentina ya gobernaban los amigosde Pinochet. Los que también estaban dispuestos a frenar alcomunismo a cualquier costo.

Llega a Ezeiza un grupo de 112 chilenos y pide asilo.Escribe Sergio Bufano: “Inmediatamente fueron rodeados

por la policía y se les impidió salir del hotel, quedando encalidad de detenidos. Los refugiados recurrieron en primerlugar al presidente Lastiri y ante la falta de respuesta solicita-ron a Perón mediante una carta –en su calidad de presidenteelecto– que les concediera asilo. El silencio fue la única res-puesta de Perón.

“Los detenidos solicitaron entonces a la Justicia que seexpidiera y el juez Miguel Inchausti hizo lugar a un recursode amparo y ordenó su inmediata libertad, pero el gobiernojusticialista no acató la orden judicial y dio plazo de 24 horasa los chilenos para que se fueran del país” (Sergio Bufano,“Perón y la Triple A”, revista Lucha Armada, Nº 3, p. 25.Cursivas mías). Los chilenos no lo habrán podido creer. ¿Noera Perón un líder latinoamericano de las causas populares?¿No había dicho Perón –cuando murió el Che– “murió elmejor de los nuestros”? Sigue Bufano: “Peor situación fue lade 374 chilenos que se refugiaron en la Embajada argentinaen Santiago. Hacinados y con el salvoconducto de la dicta-dura listo para viajar a la Argentina, no fueron autorizados ahacerlo por el gobierno, a pesar de las denuncias realizadaspor diputados y diplomáticos argentinos.

“El 1º de noviembre el diario italiano Domenica dell’Corriere publicó una entrevista a Perón, ya Presidente, parainterrogarlo sobre si otorgaría asilo político a los refugiadoschilenos. ‘Por supuesto –respondió–, (obraremos) de acuer-do con el derecho internacional. Pero también es cierto queserán confinados en Misiones, en el norte y en medio de laselva’ (Bufano, ob. cit., p. 25). Sí, era el mismo Perón que el24 de octubre de 1967 envía al Movimiento Peronista unacarta sensible, adolorida, sobre la muerte de Ernesto Guevaraen la Escuelita de la Higuera, Bolivia. El mismo que habíaescrito: “Con profundo dolor he recibido la noticia de unairreparable pérdida para la causa de los pueblos que luchanpor su liberación, Quienes hemos abrazado este ideal, nossentimos hermanados con (...) todos los que con valentía ydecisión enfrentan la voracidad insaciable del imperialismo,que con la complicidad de las oligarquías apátridas apuntala-das por militares títeres del pentágono mantienen a los pue-blos oprimidos” (Baschetti, Documentos de la ResistenciaPeronista, 1955-1970, ed. cit., p. 510). El mismo que habíacalificado a Guevara como “la figura joven más extraordina-ria que ha dado la revolución en Latinoamérica (...) Sumuerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros,quizás el mejor” (Baschetti, Ibid., p. 510). Pero no vamos ausar este texto sólo para exhibir el cambio espectacular entreel Perón de la lucha desde el exilio con el que retorna algobierno en 1973. ¿Hay –incluso en este texto de 1967sobre el Che– algo que prenuncie al Perón del ‘73? Cómono: lo hay. Refiriéndose siempre al comandante Guevara:“No faltarán quienes pretendan empalidecer su figura (...) Yame han llegado noticias de que el Partido Comunista Argen-tino, solapadamente, está en campaña de desprestigio. Nonos debe sorprender ya que siempre se ha caracterizado pormarchar a contramano del proceso histórico nacional. Siem-pre ha estado en contra de los movimientos nacionales ypopulares. De eso podemos dar fe los peronistas (...) Lasrevoluciones socialistas se tienen que realizar: que cada unohaga la suya, no importa el sello que ella tenga” (Baschetti,ob. cit., p. 511). Se trata de un texto riquísimo. Primero:Murió “el mejor de nosotros”. Habrá que ver quiénes somosnosotros. Segundo: Han surgido ya quienes quieren “empali-decer su figura”. Tercero: Son los comunistas. Su característi-ca: marchan a contramano del proceso histórico nacional.Cuarto: Siempre los comunistas han estado contra el pero-nismo. Porque siempre han estado en contra de los movi-mientos nacionales y populares. Quinto: Hay que realizar lasrevoluciones socialistas. Sexto: Cada uno tiene que hacer lasuya. Que tendrá, inevitablemente, un sello propio. Noimporta cuál sea.

LA INFINITA COMPLEJIDAD DE LA TRAMA HISTORICA

Perón olvida que para Ernesto Guevara y Fidel Castro ySalvador Allende no existen las revoluciones socialistas. Existela revolución socialista. Que si bien adopta algunas particu-laridades de los países en que se realiza tiene elementosinsoslayables, fundamentales. Sin ellas, esas revoluciones noson socialistas. Perón, como militar nacionalista, no aceptaeste componente universal. Exalta, como todo nacionalista,lo particular, lo distintivo de una nación. Olvida –al decirque Guevara es uno de los suyos– que para el Che la revolu-ción socialista era esencialmente una. Su modelo en Américalatina era Cuba y ese modelo podía y debía realizarse en losrestantes pueblos. Para el Che habría sido inaceptable y peli-groso admitir que cada pueblo tenía que hacer “su” revolu-ción socialista. Tampoco Marx habría aceptado eso. Es unjuego dialéctico entre el universal socialista y el particularnacional y popular. Además, el rechazo al comunismo impli-ca –en 1967– un rechazo a la política exterior de la Revolu-ción Cubana, ya que Castro mantiene excelentes relacionescon la URSS. Que, es cierto, el Che rechaza. Pero no por

II III

Page 3: eronismo - Página/12 · derechos y es en sus páginas donde se continúa la obra maes- tra de las letras argentinas ( Nota: Ver: Allison Williams Bun- kley, Vida de Sarmiento , Eudeba,

anticomunista sino porque le pide a la URSSque sea más comunista. Lo que en el Che esun rechazo a la burocracia soviética, perojamás al comunismo, en Perón es un rechazoal comunismo. “Enemigo del peronismo”. Pordecirlo así: el peronismo es la nación. Elcomunismo no. El comunismo es la sinarquía.El peronismo no es internacionalista. No hayun socialismo. Para Marx, Castro, el Che yAllende el socialismo es uno. Allende introdu-ce la novedad del socialismo “democrático ypacífico”. Elimina la etapa de la dictadura delproletariado (que Marx considera su más gran-de aporte a la historia de las ideas, gravísimoerror de su parte). Pero –como sea– para todosellos el socialismo es la toma del poder por laclase obrera, la expropiación de las clasesdominantes, la reforma agraria y el reemplazodel sistema de producción capitalista. ParaPerón, la revolución nacional y popular seagota en la lucha antiimperialista. Pero siem-pre marcará que hay dos imperialismos: elyanki y el soviético. Esto le permitirá ser unlíder popular anticomunista. Podríamos con-cluir –simplificando pero acaso aclarando–que durante su primer gobierno, sobre todomientras Evita está a su lado, es el líder popu-lar el que actúa, el que hace toda la formidableobra social que siempre la historia le reconoce-rá. Pero en el tercer gobierno –1973/1974–aflora con inusitada furia el líder anticomunis-ta. Lo que no deja de tener su explicación.Perón perdió el control de sí mismo en sulucha contra la juventud peronista. Esa pérdi-da de control determinó que –ante un rivalque se definía como socialista y ejercía la luchaarmada– surgiera lo peor de sí: el milico, elhombre de orden, el nacionalista, el anticomu-nista beligerante. Y será –como no habríapodido ser de otro modo– este anticomunistabeligerante el que llevará la violencia al centrode la escena. Volveremos sobre esto. Hacemosaquí una totalización primaria, una totaliza-ción en curso.

Quisiera aclarar que lo que acaba de leersejuega a favor de la figura de Perón, de la posi-ble –siempre difícil– comprensión de su figurahistórica. Porque lo primero que surge cuandose compara su actitud con los comunistas chi-lenos que llegan exiliados a nuestro país y sucarta sobre el Comandante Guevara de 1967es una encendida indignación. Y más de unoestará creyendo que hemos buscado eso. Todolo contrario. Perón mentía mucho menos delo que suele creerse. Tenía la habilidad demanejarse con un encuadre filosófico-políticoamplio, como tantas veces lo dijo. Pero siem-pre aparece lo que él es: un militar, un defen-sor del orden (de ese orden que todo militarestá creado para respetar: la disciplina en todassus formas), un nacionalista, un agente delbienestar del pueblo, de sus organizacionessindicales y un profundo, convencido antico-munista. Porque Perón no quiere “reempla-zar” el sistema de producción capitalista. Noquiere “tomar el poder”. El “poder” es el Esta-do. Y si en el Estado está él, en el Estado estáel pueblo. El pueblo no tiene que “tomar” elpoder. Eso lleva al triunfo de los burócratas yal Estado colectivista, ateo, que anula al indi-viduo. El Estado peronista le da al obrero loque éste necesita. El Estado peronista es él, esPerón. Es en esa forma que el pueblo tiene elpoder. Lo tiene si lo tiene Perón. PorquePerón es el pueblo, el primer trabajador. Latarea del pueblo será siempre defender aPerón. Los límites de esa defensa también losfijará Perón. Y son los siguientes: el pueblodeberá defender a Perón exactamente hasta esepunto en que el sistema –al cual Perón tam-bién y hasta en mayor medida representa–corra el riesgo de quebrarse. Sobre todo si eseriesgo proviene de un desborde de las masas.Ya que si las masas –por su energía y su poten-cia en defender a Perón– se encuentran a laspuertas de ir más allá de Perón, aquí el líderlas frenará. Jamás correrá este riesgo. Este estambién el más profundo motivo de su huidaen 1955. Nada le aseguraba al líder nacional-popular que si se decidía por el combate nocorriera el riesgo de –al no tener más remedio

que convocar a las masas– ser superado porellas. Un militar de orden no desata una gue-rra civil que puede terminar con un levanta-miento insurreccional incontrolable.

La ficción a partir de la que trabajó la mili-tancia juvenil y que Perón alimentó (sin dejarjamás de traslucir su verdadera cara, conmayor o menor grado de veladuras) fue que ellíder nacionalista y popular de los lejanos años‘50 había evolucionado (como el mundo todo:¿o no se marchaba necesariamente en esadirección?) hacia el socialismo. Sin embargo,ya hemos señalado que en el film de Solanas yGetino, el viejo general repite esencialmentrelos conceptos de Conducción Política. Inclusoen las definiciones que da de las nuevas formasdoctrinarias que entrega a los jóvenes: socialis-mo nacional, trasvasamiento y actualizacióndoctrinaria. De las tres consignas la más men-tirosa es la de la actualiación doctrinaria, deaquí que sea la primera y central que Perónbaja en el discurso del 21 de junio. En cuantoal socialismo nacional, resulta claro qué deci-dió hacer en 1973: eliminó el socialismo y man-tuvo lo nacional. Lo nacional se opone a lointernacional. Lo internacional es el marxis-mo. Llegó la hora de destruirlo en nombre dela Nación. Esta sola y hasta sutil variaciónconceptual transformó a la juventud maravi-llosa en la juventud cuestionada, infiltrada,apátrida, imberbe, mercenaria y marxista a laque decidió arrojarle el tenebroso lumpenajeasesino de la Triple A.

Sin embargo, la cuestión es más compleja.Es tan compleja que quiero aclarar que lo queyo expongo no es ni pretendo que sea la verdad.Que no creo que se pueda establecer nuncauna verdad sobre estos hechos. Que –por otraparte– establecer una verdad sería cosificarlos.Hay que dejarlos vivir. El que pretenda tener laverdad se quedará ahí para siempre: cosificadoen ella. (Algunos lo necesitan: creer en una ver-dad es un anclaje seguro. Las personas necesi-tan anclajes. Necesitan valores firmes. Creen-cias. Toda creencia es un lago en el alma. Unlugar quieto, calmo. Una certeza a la que afe-rrarse. Una identidad. Nadie quiere revisar suidentidad. Si están cómodos con lo que sonquerrán seguir siendo eso para siempre. Porejemplo, peronistas. Aunque ya no sepan quées ser peronistas. O les quede apenas una vagaidea. No importa. Es mejor que nada. “Nojodan con Perón”.) Ya estudiaremos el juegode verdades que se dio en el año 1973. Fueronmuchas. Decir cuál fue la verdad de todas lasverdades será imposible. Suele ocurrir que porcada cosa que uno afirma aparece alguien conun documento desde el que pretende negarla.O uno encuentra en otro autor otra posiciónque –a menudo– está correctamente funda-mentada. O encuentra que está usando mate-riales que también utiliza –distorsionándolos–uno de esos periodistas que pretenden ser his-toriadores y tienen la profundidad de análisisde una pileta Pelopincho. Que Sergio Bufano–que escribe con dolor cosas que habría prefe-rido no escribir– es utilizado por Gambini paraapoyar el mismo asunto de la lesa humanidadque se busca instrumentar desde OperaciónTraviata, tal como vimos. Entonces, ¿qué hayque hacer? ¿Decirle a Bufano que se calle por-que “le hace el juego al enemigo”? Eso, a cadarato, me lo dicen a mí. Pero la cuestión, másallá del “enemigo”, es la honestidad, decir loque uno cree y decirlo con todos los funda-mentos, con todas las fuentes que se puedanmanejar. Y también con la experiencia y lahondura y la penetración laboriosa para elestudio filosófico-político de procesos de altacomplejidad. Por más que se me muestre lacorrespondencia entre Perón y el general lega-lista de Allende –Carlos Prats– no creo quePerón haya estimado a don Salvador. De locontrario, los exiliados chilenos no habríansido tratados como perros. O Perón no sehubiera encontrado con Pinochet. No me que-dan dudas que el anticomunismo le jugó fuerteen sus decisiones. Por otra parte, si bien escri-bí: “Perón perdió el control de sí mismo en sulucha contra la juventud peronista. Esa pérdidade control determinó que –ante un rival que se

definía como socialista y ejercía la lucha arma-da– surgiera lo peor de sí: el milico, el hombrede orden, el nacionalista, el anticomunista beli-gerante. Y será –como no habría podido ser deotro modo– este anticomunista beligerante elque llevará la violencia al centro de la escena”.Este párrafo tiene un error: La violencia yaestaba en el centro de la escena. Perón vuelve aafirmarla en ese lugar cuando hace redactar elDocumento Reservado. Pero este temible docu-mento surge a raíz de un hecho intolerable.Para Perón y para el país: el asesinato de Rucci.Pocos acontecimientos han perjudicado tanto ala política y la civilidad en la Argentina. No séquién mató a Rucci. Sé que los Montonerosasumieron ese crimen. Eso lo sabemos todos.Si lo asumieron, fueron ellos. Así lo interpretóPerón. Impulsa entonces el Documento Reserva-do. Tenemos –necesariamente– que ponernosen su lugar. Si bien pierde el control ante lajuventud peronista –es decir, ante los Monto-neros, porque sabe que es esta organización laque maneja los hilos y tiene las armas– no esmenos cierto que la Tendencia hizo todo loposible para que lo perdiera, para que ya notuviera más paciencia. La conducción de Mon-toneros –y Perón lo sabía muy bien–, antesque hacer política, deliraba y, si había asesina-do a Rucci, no tenía nada en la cabeza, de polí-tica entendía menos y estaba contra el país.¡Más del 62% de los votos! En algunas provin-cias se llega al 70%. ¿Quiénes suponían quehabían elegido a Perón? ¿Los gorilas o “el pue-blo peronista”? Señores, no hablen más del“pueblo peronista” si actúan en contra de loque elige. Nunca se ha visto un dislate mayor:una Orga armada que dice representar a unpueblo y hace lo contrario de lo que ese pue-blo, claramente, en elecciones libres, elige.Perón dijo: “Me cortaron las piernas”. Dijomás, dijo algo más íntimo, se le podrá creer ono, pero fueron las palabras que salieron de suboca: “Perdí a un hijo”. Claro: perdió al hijoque necesitaba para gobernar. El asesinato deRucci (¡a sólo dos días del pronunciamientopopular!) arruinó la posibilidad de un país enpaz, democracia y desarrollo económico. Por-que –alguien fundamental a quien aún nomencionamos– estaba con Perón y con Ruccien la conducción del país: José Ber Gelbard.¡Un judío comunista! ¿Cómo? ¿Perón no eranazi? Pone a un judío en el Ministerio de Eco-nomía. ¿Cómo? ¿Perón no era anticomunista?Pone a un comunista de excelentes relacionescon la Unión Soviética. Sin el asesinato de Ruccitodo habría sido distinto. Me atrevo a decir estopor algo tan sensato como esencial: Perónhabría vivido más. ¿Cuánto tiempo de vida lequitó un golpe como ése? No hay perdón paralos asesinos de Rucci. Se asesinó la esperanzade miles de personas. Toda la militancia pero-nista estaba satisfecha con el triunfo electoral.El trabajo de masas no se hace en medio de lasbalas y los cadáveres. Y los militantes querían eltrabajo de masas y no los fierros. El Pacto Socialno era malo. La Ley de Contrato de Trabajo queimpulsaba Rucci en respaldo de Perón... léanlahoy. Es revolucionaria. Lo digo como lo deci-mos con los amigos durante los tiempos quehan corrido, a la luz de los acontecimientos.Rucci era Lenin al lado de lo que Ubaldini y laCGT de los ‘90 aceptaron de Menem. Enton-ces, ¿cómo no iba a perder Perón el control? ElPacto Social –la trinidad Perón, Gelbard,Rucci– habría frenado a López Rega. ¿Enton-ces? Aun si no fueron los Montoneros los mata-rifes del líder de la CGT, ¿cómo se les ocurreasumir algo así? ¿Qué tenían en la cabeza? Vayauno a saber. Esa muerte no les convenía enabsoluto. De aquí que me incline por otrasposibilidades en tanto reales, objetivas. Siempresospecho de López Rega y de la larga mano dela CIA. Pero, de todas las posibilidades, unasola se realizó. La de la organización armadaque gritó enseguida: “Fuimos nosotros”. Tam-bién podrían haber dicho: “Nosotros hicimosfuego contra el 62% del país”. Bravo, eso sí quees representar a las masas.

Colaboración especial:Virginia Feinmann - Germán Ferrari

IV Domingo 24 de enero de 2010

PROXIMO DOMINGO

El tiempo no, la sangre