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FAUNA IBÉRICA / II Por el Dr. Rodríguez de la Fuente El NOBLE ARTE DEU CETRERÍA C UANDO el hombre de hoy, llevado por su amor a la naturaleza, por su pasión cinegética o por simple cu- riosidad, decide penetrar en el mundo fascinante de la Cetrería, encontrará una serie escalonada de sorpresas. En las páginas polvorientas de los viejos tratados hallará la primera: las reglas del arte le asombrarán por su sencillez y sutileza, llenándole de admiración ha- cia los pacientes e incógnitos cetreros que fueron capaces de arrancar a la naturaleza tan preciosos secretos. El día en que conozca a un auténtico maestro, cuando le vea dominar sus pá- jaros en vuelo, con una simple señal de su mano, cuando sorprenda el amor con que acaricia sus alas y la dulzura que se refleja en los profundos ojos de sus halcones, habrá descubierto algo no menos inesperado: la Cetrería, aureola- da de exotismo y de misterio para el profano, en esencia, no es más que la libre y voluntaria asociación, en mutuo beneficio, de dos cazadores; el más po- deroso cazador de la tierra, e! hombre, y el más acabado cazador del cielo, e! halcón. 18 FOTOGRAFÍAS EN En lo sucesivo, todas las experiencias y emociones que vaya atesorando el halconero a lo largo de muchas tempo- radas de caza, le demostrarán más y más que el halcón no es un esclavo. Es, quizá, el único animal a quien no se puede someter por la cadena o el látigo, es un comensal, un a.migo que comparte la venturosa existencia del cazador. Lle- gado a esta etapa, quien haya asimilado el verdadero espíritu de la Cetrería, no encontrará ninguna dificultad para ex- plicarse un enigma que los historiado- res y paleontólogos no han resuelto aún satisfactoriamente: el origen de la alian- za entre el hombre y el halcón. El primer testimonio histórico de la caza con aves de presa aparece en las ruinas de Korsabad, en Persia, y repre- senta a un hombre con un halcón sobre el puño. Esta figura fue tallada, segu- ramente, hacia el año 1400 antes de Jesucristo. Pero piensan los especialis- tas que no fue Persia la cuna de la Ce- trería, ni ésta la fecha de su aparición. La irradiación de 'la Cetrería hacia Oriente, penetrando en la China y el Japón en los primeros siglos de nuestra COLOR DE PAUL RICKEMBACK - DIBUJOS DE JOSÉ ANTONIO LALANDA Era; la expansión hacia el Sur, certifi- cada por el bajorrelieve de Korsabad; su posterior desplazamiento hacia Occi- dente —con las tribus germánicas—, circunscriben una región situada al oes- te de la cadena montañosa del Altai, entre los ríos Ural e Irtych, y a^l norte del mar de Aral, donde habitaban unas tribus de pastores nómadas, que los griegos introdujeron en la historia con el nombre de escitas. Piensan los inves- tigadores que estos hombres pudieron ser los primeros domadores de caba- llos, los inventores del pastoreo trashu- mante y, también, los primeros halco- neros del mundo. El formidable ciclo de la domesticación debió de ponerse en marcha en algún punto de Asia a mediados del Neolítico. Y aquí se acaba el hiétodo del inves- tigador para dar paso a la intuición del halconero. En las inmensas estepas asiá- ticas recorridas por los nómadas esci- tas, la caza no debía ser fácil. Todos los animales de llanura están dotados de una vista penetrante y vigilan incan- sablemente para descubrir al cazador antes de que les tenga al alcance de sus armas. Entre todos los habitantes del altiplanicie, quizá ei más difícil de sor- prender es la avutarda hubara, ave apre- ciadísima, por su carne, por los caza- dores asiáticos de todos los tiempos. No es difícil imaginar a las hordas de cazadores escitas tratando de poner a las avutardas a tiro de sus venablos. Pero difícilmente podrían conseguirlo. Toda la bandada levantaba el vuelo tan pronto como el viejo centinela daba el grito de alarma. Y las alas poderosas burlaban el esfuerzo de los cazadores. El más terrible enemigo de la avutar- da era el halcón Sacre que podía dar- les alcance en pleno cielo, desde cual- quier distancia. Contra el Sacre, las as- tutas aves ponían en práctica otra téc- nica de defensa. Tan pronto como le descubrían en el horizonte, se tendían en tierra e, inmovilizándose, desapare- cían a favor de su prodigioso mime- tismo. La rapaz hambrienta podía volar sobre la bandada sin descubrirla. LA PRIMERA CAPERUZA QUE LLEVO UN HALCÓN Pero algunas veces debieron coincidir en la caza los nómadas y el Sacre. El grupo de avutardas aplastado en el pe- dregal, siguiendo con mirada atónita los círculos que describía en el cielo su enemigo alado, se vio obligado a levan- tar el vuelo por la súbita aparición de un grupo de jinetes. El halcón cayó como un rayo, y una avutarda fue de- rribada en tierra a corta distancia de los cazadores. Los nómadas no dieron un paso más; habían observado que el Sacre saciaba su apetito con una terce- ra parte de la presa. Si esperaban sin asustarle, podían recoger tres o cuatro kilos de la preciada carne. Y así se fueron estrechando los lazos

Fauna Iberica 02.El noble arte de la cetreria.Blanco y Negro.08.04.1967

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No es difícil imaginar a las hordas de cazadores escitas tratando de poner a las avutardas a tiro de sus venablos. Pero difícilmente podrían conseguirlo. Toda la bandada levantaba el vuelo tan pronto como el viejo centinela daba el grito de alarma. Y las alas poderosas burlaban el esfuerzo de los cazadores. FAUNA IBÉRICA / II Por el Dr. Rodríguez de la Fuente COLOR DE PAUL RICKEMBACK - DIBUJOS DE JOSÉ ANTONIO LALANDA FOTOGRAFÍAS EN 18

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FAUNA IBÉRICA / II

Por el Dr. Rodríguez de la Fuente

El NOBLE ARTE D E U

CETRERÍA CUANDO el hombre de hoy, llevado

por su amor a la naturaleza, por su pasión cinegética o por s imple cu­r ios idad, decide penetrar en el mundo fascinante de la Cetrería, encontrará una serie escalonada de sorpresas. En las páginas polvor ientas de los viejos tratados hallará la p r imera : las reglas del arte le asombrarán por su sencillez y sutileza, l lenándole de admirac ión ha­cia los pacientes e incógnitos cetreros que fueron capaces de arrancar a la naturaleza tan preciosos secretos. El día en que conozca a un autént ico maestro, cuando le vea dominar sus pá­jaros en vuelo, con una simple señal de su mano, cuando sorprenda el amor con que acaricia sus alas y la dulzura que se ref leja en los pro fundos ojos de sus halcones, habrá descubier to algo no menos inesperado: la Cetrería, aureola­da de exot ismo y de mis ter io para el p ro fano, en esencia, no es más que la l ibre y vo luntar ia asociación, en mu tuo benef ic io, de dos cazadores; el más po­deroso cazador de la t ie r ra , e! hombre , y el más acabado cazador del cielo, e! halcón.

1 8 FOTOGRAFÍAS EN

En lo sucesivo, todas las experiencias y emociones que vaya atesorando el halconero a lo largo de muchas tempo­radas de caza, le demostrarán más y más que el halcón no es un esclavo. Es, quizá, el único animal a quien no se puede someter por la cadena o el látigo, es un comensal, un a.migo que compar te la venturosa existencia del cazador. Lle­gado a esta etapa, quien haya asimi lado el verdadero espír i tu de la Cetrería, no encontrará ninguna d i f i cu l tad para ex­pl icarse un enigma que los histor iado­res y paleontólogos no han resuelto aún sat is factor iamente: el origen de la al ian­za entre el hombre y el halcón.

El p r imer tes t imonio h is tór ico de la caza con aves de presa aparece en las ruinas de Korsabad, en Persia, y repre­senta a un hombre con un halcón sobre el puño. Esta f igura fue tallada, segu­ramente, hacia el año 1400 antes de Jesucristo. Pero piensan los especialis­tas que no fue Persia la cuna de la Ce­t rer ía , ni ésta la fecha de su apar ic ión.

La i r rad iac ión de 'la Cetrería hacia Or iente , penetrando en la China y el Japón en los pr imeros siglos de nuestra

COLOR DE PAUL RICKEMBACK - DIBUJOS DE JOSÉ ANTONIO LALANDA

Era; la expansión hacia el Sur, cer t i f i ­cada por el ba jor re l ieve de Korsabad; su poster ior desplazamiento hacia Occi­dente — c o n las t r ibus germánicas—, c i rcunscr iben una región situada al oes­te de la cadena montañosa del A l t a i , ent re los ríos Ural e I r t ych , y a l no r te del mar de A ra l , donde habi taban unas t r ibus de pastores nómadas, que los griegos i n t rodu je ron en la h is tor ia con el nombre de escitas. Piensan los inves­tigadores que estos hombres pud ieron ser los pr imeros domadores de caba­llos, los inventores del pastoreo t rashu­mante y, también, los pr imeros halco­neros del mundo . El fo rm idab le c ic lo de la domest icación debió de ponerse en marcha en algún punto de Asia a mediados del Neol í t ico.

Y aquí se acaba el h iétodo del inves­t igador para dar paso a la in tu ic ión del halconero. En las inmensas estepas asiá­ticas recorr idas por los nómadas esci­tas, la caza no debía ser fác i l . Todos los animales de llanura están dotados de una vista penetrante y v ig i lan incan­sablemente para descubr i r al cazador antes de que les tenga al alcance de sus armas. Entre todos los habitantes del a l t ip lanic ie, quizá ei más d i f íc i l de sor­prender es la avutarda hubara, ave apre-ciadísima, por su carne, por los caza­dores asiáticos de todos los t iempos.

No es d i f íc i l imaginar a las hordas de cazadores escitas t ra tando de poner a las avutardas a t i ro de sus venablos. Pero d i f íc i lmente podrían conseguir lo. Toda la bandada levantaba el vuelo tan p ron to como el v ie jo centinela daba el g r i to de a larma. Y las alas poderosas bur laban el esfuerzo de los cazadores.

El más te r r ib le enemigo de la avutar­da era el halcón Sacre que podía dar­les alcance en pleno cielo, desde cual­quier distancia. Contra el Sacre, las as­tutas aves ponían en práct ica o t ra téc­nica de defensa. Tan p ron to como le descubrían en el hor izonte, se tendían en t ierra e, inmovi l izándose, desapare­cían a favor de su prodig ioso mime­t ismo. La rapaz hambr ienta podía volar sobre la bandada sin descubr i r la .

LA PRIMERA CAPERUZA QUE LLEVO UN HALCÓN

Pero algunas veces debieron co inc id i r en la caza los nómadas y el Sacre. El grupo de avutardas aplastado en el pe­dregal , siguiendo con mirada atónita los círculos que describía en el cielo su enemigo alado, se vio obl igado a levan­tar el vuelo por la súbita apar ic ión de un grupo de j inetes. El halcón cayó como un rayo, y una avutarda fue de­rr ibada en t ierra a corta distancia de los cazadores. Los nómadas no d ieron un paso más; habían observado que el Sacre saciaba su apet i to con una terce­ra parte de la presa. Si esperaban sin asustarle, podían recoger tres o cuat ro k i los de la preciada carne.

Y así se fueron estrechando los lazos

El por tador de halcones. I7fi7. Pintura del casliUo de U Fasancrlc (Alemania!.

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LoK Alíele IJzLüjcs úp halcones, dvBcrilUS i'n IOH ttatüdorí medii valL-Ti áe Cptn*ría.

I l a k ú n NFblL Halcón Baharí- I lakón Atranrque-

Halcones Gerifaltes, en sus variedades blanca y ^ H .

Halcón Bami. Halcón Tagarate Italrón Sacre.

Estrechamiento de lazos entre hombre y halcón

entre los hombres y los halcones. Los Sacres sobrevolar ían cada mañana la marcha de los cazadores y de los re­baños, en espera de que éstos fueran levantando las aves escondidas entre la hierba. Y los hombres respetarían siem­pre las reglas del juego: p r imero , que coma el halcón, así podremos aprove­charnos de sus restos. Un paso más fue la captura de un pol luelo de halcón que se hab i tuó a v i v i r en las «haimas» y aprendió a cazar sobrevolando a los hombres, como sus hermanos salvajes. Con la di ferencia de que él no se iba de la avutarda der r ibada. Se le podía recoger sobre ella y, sin perm,it ir le sa­ciar el hambre, se le lanzaba sobre una nueva presa. Para l lamarle después de un vuelo fal l ido, se agitaba un ave muer ta , atada al ext remo de un cordel ,

para que el Sacre no pudiera llevársela. Este reclamo se conv i r t ió más tarde en el señuelo.

En una t r i bu desconocida apareció un día la costumbre de cubr i r la cabeza del halcón con una caperuza de cuero para que, al estar pr ivado tempora lmente de la v ista, no se debatiera en di rección a las aves que surcaban el cielo, hasta el momento adecuado.

Y en estos elementos se ha basado la Cetrería de todos los t iempos. Un halcón amansado que captura las piezas levantadas por el hombre ; un pedazo de carne y de plumas sujeto al ex t remo de un cordel para recoger al pá ja ro ; una caperuza para mantener le inmóv i l cuan­do no se desea emplear le en la caza.

He cazado avutardas hubaras en Ara­bia con la misma técnica con que pu-, d ie ron hacerlo los nómadas escitas. Es más, la sencillez y f i jeza de la Cetrería árabe me ha llevado a pensar que, a la vez que en Asia Central y, quizá, en otros lugares del mundo , la Cetrería na­ció de una manera espontánea, también, en los desiertos de Arabia. En algunas regiones de la península arábica, los ni­ños beduinos corren ba lo los co:'tados donde anidan ios halcones, emi t iendo un gr i to pe.::;;iiar: «¡Hoo-hoo! ¡Hoo-hoo! ¡Hoo-hoo!» En cuanto los halcones les oyen, planean sobre ellos, porque saben que los niños levantarán pájaros fáciles

de capturar . Para mí , este juego in fant i l encierra toda la mecánica del or igen de la Cetrería, que, como puede observarse, no tiene nada de mister ioso.

UN DEPORTE DE REYES EN LA EUROPA FEUDAL

En la Edad Media, la Cetrería in t ro­ducida en Europa por los conquistado­res árabes, a través de España, y por los cruzados, desde Tierra Santa, alcan­zó un esplendor in igualado. Dejó de ser un ingenioso y práct ico sistema cinegé­t ico, creado para capturar aves y peque­ños mamíferos en las estepas, convir­tiéndose en un comple j ís imo deporte pract icado de manera exclusiva y ex­haustiva por los reyes y magnates de toda la Europa feuda l .

Los halconeros profesionales llegaron a const i tu i r una verdadera casta, cuyos secretos se t ransmi t ían de padres a hi­jos y pasaban de unos países a o t ros, al servicio de las más ricas cortes. Estos mercenarios, al satisfacer la pasión de­por t iva de sus señores, d is f ru taban de pr iv i legios inusitados para quien no fue­ra noble y, de hecho, muchos de ellos llegaron a alcanzar t í tu los nobi l ia r ios . En el seno de una profesión tan esti­mada surgieron verdaderos genios de la Cetrería que pusieron en práct ica técni-

En los albores de la Cetrería, el halconero lanza su Sacre en persecución de una avoitarda. El «saluqui» corre en su ayuda.

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Alcotán. Ciavi l iü ' Esmerc ján.

cas sorprendentes para la caza. Fueron capaces tíe enseñar a un halcón lan l igero c o m o un torzue lo Bahan", que pesa apenas medio Wilo^ a cazar la g ru ­lla, ascendiendo hasta lo a l io del cíelo, para separar una de estas grandes aves — d e unos diez k i los de peso— del res­to de la bandada, rrayéndola a t ierra^ su­jeta por la cabeza, donde ffegaba a re­matar la «sin ayuda de acorredor ni de can».

Las cacerías se t rans ío rmaron en autént icos desfi les ar ís iocrá i icos , donds los más ricos caballeros hacían osíenra-c ión de poseer los halcones m á i exót i ­cos, procedentes de los hielos de Islan-dia V de los desiertos de China, Los apa­rejos de los pájaros eran verdaderas joyas : to^ cascabeles de piara y o r o — a b o r d o n y p r ima , para que hicieran buena melodía»-—: las caperuzas, erri-penachadas. erraban adornadas con per­las V br i l lantes, los guanteleres repuja­dos mos t raban las armas del halco­nero y el nombre del ha lcón. Esre sun­tuoso depor te ^e ej i íendjó rápidamenre por todo el mundo conocido. Los kanes de Mongo l ia , los emperadores de la China y del Japón, los mahara jás de la Ind ia , los ja res de Rusia v l ° * monar-cas de Europa inrercambiaban como preciados regalos sus mejores pájaros, y eran rnuchos los embajadores que lle­vaban como presente un d i m l n u f o Es­mere jón o un b lanco Ger i fa l te .

Ciertos relatos h is fór icos ponen bien de manífiesTo la valía de los halcones. Cuando el sultán BeyacBlo capturó a la f lo r de la caballería francesa en la bata^ Ha de Nicópol is , no admi t i ó más rescate

por sus egregios pr is ioneros que doce Geri fa l tes blancos. El monarca francés Fel ipe AugustOj que capi taneaba la ter­cera cruzada, llevó a campaña sus me­jores halcones, a pesar de la pont i f ic ia p roh ib ic ión En el s i t io de Tolemaida, su Ger i fa l te favo r i t o desobedeció al halco­nero, vo lando hacia el in fer ior del ba^ luarte enemigo. Un halconero Islámico cap tu ró el halcón, Y el Monarca f ran­cés hubo de pagar tal suma para su rescate que, al decir de las crónicas, hubiera bastado y aún sobrado para red im i r a 500 cr ist ianos pr is ioneros .

En España, el gran San Francisco de Bor ja enalre-dó ta Cetrería, cuando, para mor t i f i ca rse , se cubría los Ojos en el momenro supremo en que el halcón Iba a acuchi l lar en la garza, ^o f rec iendo tan grande sacr i f ic io al Señor»

Pero e5ie mundo fabuloso era muy f rñg i l ; a l imen iado por la desmedida pa­sión que la nobleza sentía por la caza, sustentado en la sólida estructura feu­da l , se desmoronó tan p ron to como la revoluc ión francesa y las guerras napo­leónicas conmov ieron a la sociedad europea y d ieron al t raste con el feuda­l ismo Los grandes establecimientos de­dicados a la Cetrería comenzaron a ce­r ra r sus puertas en el siglo X V l l l , Las corles fueron supr im iendo los cargos honor í f icos y despidieron a los halcone­ros profesionales. Todo un ar le milena­r io , cuyas más puras suti lezas se t rans­mi t ían por t rad ic ión ora l , desapareció con los ú l t imos halconeros de eslErpe.

El o lv ido del noble arte fue tan abso­lu to que cuando los erud i tos y calado­res del siglo X I X comenzaron a releer

los t ratados clasicoSn como el «L ibro de la cazai^^ del pr inc ipe don Juan Manue l , o e l « L i b r o d e las aves de caza», del cancil ler Pero López de Ayala, se mos­t ra ron incapaces de reconocer las espe­cies de halcones que estos nobles escri­tores describían en sus l ibros. Durante años, le llegó a pensar que eran varie­dades de especies comunes, debidas a la cau t iv idad . Hoy, la Cetrería ha resurgido de una manera deport iva en el mundo entero. Los halcones medievales han sido perfectamente ¡deníiffcados con nuestras especies salvajes Y, por p r i ­mera ve? en la h is tor ia de la Cetrería española, se ha reunido en la sene de fotografías en to lo r que i lus t ran í'ste repor ta je un ret rato de iodos y cada uno de los usiete p lumajes o l inajes de fa l tones^, con que el pr ínc ipe don Juan Manuel inicia su t ratado de Cetrería. El halcón Neblí, el halcón Baharí, el halcón Sacre, al halcón Ger i fa l te, el halcón Bor­ní , el halcón Alfaneque y el halcón Ta­garote

LOS LINAJES O PLUMAJES DE LOS HALCONES MEDIEVALES

Los halconeros medievales tuv ieron la opor tun idad de reuni r mayor número de hakones que el más a fo r tunado or­n i tó logo moderno. Ello les p e r m i t i ó es­tud iar per fectamente las d is t in tas ca­racterísticas de eslaí. aves, hasta d is t in ­guir con certeza unas subespeclet de o t ras , con tanto r igor como pueda ha­cerlo ^1 más meticuloso ta ionomis ta . Costó t raba io ir idenTlficando los l inajes

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I l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l l

Todo el mundo andan y cruzan con sus vuelos

medievales con las subespecies o razas ercasiliflda? hoy *n las frsles de los l i ­bros de ornfiología, Pero ya no nos cebe ninguna duda respecto a fa e^aciirud de la clasificación antigua, qu* pasamos a describir.

EL HALCÓN NEBLL GE^T1L PEREGRINO

Los halcones Neblíes, considerados por el cancitfer Pero López de Ayala como principes de la^ aves de caza, co­rresponden a las subespecles nórdicas del halcón peregrino^ Ya en la Edad Media recibían ef nombre de peregrinos V don Pero López de Ayala nos legó, en bella prosa, el origen de osEa denomi­nación; «Hámanlos peregrinos por com­paración de los peregrinos o romeros que andan por todas las tierras v por iodo e¡ mundOn que asi son lo^ halco­nes genTiles o neblíes o peregrinos, que lodo el mundo andan y alfaviesan con su volar, partiendo de la tierra donde nacrerona,

V ésta es la principal v i r tud y gloria de los Neblíes. Su capacidad para volar de un modo incansable, para hacer un viaie anual de ida y vuelta desde la Tundra ártica hasta las llanuras def Áfr i ­ca Central. Los halcones peregrinas nór­dicos anidan muy cerca da las colonias de palmípedas que constituyen sus pre­sas, en todo el cimurón de llanuras que se extienden al sur del circulo polar ártico. Llegado el mp5 de septiembre emigran tras de las escuadras de patos, hacía eí Sur. Los halconeros los captu­ran con redes u otros mecanismos du­rante esta época, por lo que reciben en Cetrería el calíficaiivo de halconea pa­sajeros. Son pájaros de gran lalla. pe­sando entre un kilo y un kilo trecientos gramos Son vállenles, recios, acomeíe-doras, nerviosos e intranquilos en el puno, delicados para la nutr ic ión, in­comparables para la caza de allaneria El halconero que llegue a poseer parecido tesoro debe cuidarlo mucho, pues no existe un ave que le aventaje para Ea ca;a de patos, sisones, alcaravanes, per-dices y codornices. El halcón Neblí es, sin duda, el más rápido da todas las aves nobles en el picado. Bien se me rece el atributo que le dieron los cetre­ros medievales' la gloria de sus s'as

EL HALCÓN BAHARÍ, OE RAZA MEDITERRÁNEA

M¿^ pequeño que el Nebü, sobre todo mds corlo, más compacto de esíruciura, el Baharí pertenece a las raías medite­rráneas del halcón peregrino. Anida en los cantiles marítimos, en las cortadu­ras fluviales, en cualquier roca que do­mine un buen terri torio de cara Se de­cía en la Edad Media que los mejores Baharies eran los de España, y los hal­coneros modernos no^ han comunicado muchas veces que están de acuerdo con el aserto de sus colegas medievales.

Los Baharles suelen capturarse en los nidoSr cuando todavía son pollualos in­capaces de emprender el vuelo Enton­ces se les da el nombre de halcones niegos. S¡ se quiere capturar un adul­to, deben rendársele trampas en la roca donde duerme. Estos Baharies son más fuertes y rápidos que los niegos y reci-

ben el sobrenombro de halconea zeha-renos.

La vir tud más marcada de ios Baha­rles es la bravura. Fueran los pájaros más codiciados para la ca;a de grandes presas, como grullas, garias o avutar­das. Pero este desmedido valor ha po djdo comprobarse que no es una esen­cia específica del Baharí, Se trata sim­plemente del resultado de !a inexperien­cia. Casi todos ios Baharíes son captu-

t rados muy ¡óvenes en los nidos, antes de que aprendan en la vida salvaje lo peligroso que resulta atacar a las aves de gran talla. Al enfrentarles con garbas o con grullas convenientemente inmovi-fiiadas o disn^inuidas, el halconero pue­de enseñarles paulatinamente las técni­cas de combate qua le dirán la victoria. Un Baharí, convenientemente domado para esla caza, acometerá sin tregua al más fuerte barbón de avutarda, hasta darle muerte o morir en la batalla. Quien

K-itP Arnbnrln mi'cÜi-viil tlrmui-^tra que lik C<"tn*fíJi ni> i-sUlm rrftlcla mn r l amor.

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El halcón español tiene fama de bravo

contemple uno de estos lances podrá sentirse orgul loso del pequeño halcón español, que fue famoso en todo el mundo por su bravo corazón.

EL HALCÓN GERIFALTE, MAS NOBLE Y VIGOROSO

El más grande, el más vigoroso, el más bello y el más noble de todos los halcones, es el Ger i fa l te ár t ico. Pocos halconeros tienen lá ventura de poseer una de estas joyas aladasiporque anidan en t ierras ár t icas, en lugares donde es d i f íc i l capturar los y su salud resulta muy quebrantada al ac l imatar los en tie­rras más cál idas. Los Geri fa l tes, de muy variadas razas y l ibreas, pueden llegar a ser blancos como una blanca paloma. Los más grandes ejemplares alcanzan los dos ki los de peso, justamente el do­ble que un halcón Neblí. Los halcone­ros modernos que han manejado estos pájaros a f i rman que en un cl ima ade­cuado la rapidez y potencia de su vuelo son increíbles. Pueden ascender casi en ver t i ca l , como un « je t» , en palabras tex­tuales del gran.ha lconero inglés, exper­to en Ger i fa l tes, Ronald Stevens, alcan­zando a cualquier ave, por muy alta que cruce en el cielo. En la Edad Media se organizaron costosas expediciones para capturar estas rapaces. La corte danesa surt ía de Geri fal tes a los reyes de Fran­cia y de España. En Flandes existía un f loreciente comercio dedicado a la im­por tac ión y expor tac ión de halcones ár­t icos. Pese a que morían p ron to , mu­chos eran enviados a los sultanes de Jerusalén y Babi lon ia, como atestigua el Canciller en anecdótico pasaje de su obra : «Yo vi en París —escr ibe don Pe­r o — un mercader genovés que decía que m o r a b a ' y tenía su casa y mercaderías en Damasco, que es del d icho Sultán de Babi lonia, y tenía eii París entonces hombres de Alemania que llevaban Ge­r i fa l tes para el Su l tán : estaban los que yo vi en cuat ro que ellos l laman cajas, y nosotros decimos acá varas, ochenta Geri fal tes que eran todos roqueses, y decíame que le habían mandado ya ot ros tantos y, cuando allá llegaban, que tan­to le daban y pagaban por el que mo­ría en camino como por el que llegaba v ivo . Y haría esto para que los merca­deres no dejasen de llevarle halcones, porque desde Noruega y la Al ta Alema­nia, de donde los t ra ían, a Damasco

hay muy largo camino por t ier ra y por mar .»

Bien codiciada debió de ser Ja belleza de los Geri fal tes para que se real izaran tan penosos viajes solamente para lle­var su presencia y apostura hasta las cortes más exót icas. No en vano su vir­tud más apreciada fue la armónica pro­porc ión de su cuerpo y m iembros .

EL HALCÓN SACRE V I N O DEL DESIERTO

Or ig inar io de los desiertos y estepas asiáticas, el Sacre es, sin duda, el más p r i m i t i v o y rúst ico de todos ios halco­nes. Su p luma je no t iene la belleza del Ger i fa l te , su vuelo carece de la rajoidez y la elegancia del peregr ino, pero les supera a todos en resistencia f ís ica, en agi l idad, en capacidad para desenvolver­se y sal ir v ic to r ioso , tanto en el cielo como en la t ie r ra . Es el único halcón perfectamente capacitado para matar aves o mamíferos. Y su intel igencia su­pera ampl iamente a la del resto de las rapaces.

En Arabia he v is to Sacres de diversas razas, los más preciados son los llama­dos Sacres blancos, porque, con la edad, llegan a ser casi tan claros como Geri fal tes. Los emires del desierto no cambiar ían sus Sacres por ningún hal­cón del mundo . Y en aquel c l ima n in­guna rapaz sería capaz de matar quince avutardas hubaras en un día, como hizo un Sacre del emi r Abdul lah Bin Abdul Aziz.

El Sacre fue seguramente el p r imer halcón adiestrado por el hombre y tie­ne también el mér i to de haber derr iba­do las presas de mayor tamaño. En Persia fueron adiestrados para dar caza a las gacelas y a los onagros, asnos sal­vajes de más de 300 k i logramos de peso. Natura lmente , esta hazaña solamente podían realizarla con la colaboración de los rápidos lebreles Saluquis. Pero, en tan desproporcionadas -luchas, se pone bien de mani f iesto la fuerza de la presa de este pá jaro , por lo que en la Edad Media se enal tec ieron, sobre todo, sus garras.

EL HALCÓN BORNÍ, DE VISTA DE LINCE

M u y parecido al Sacre en estructura y costumbres, de p lumaje más l lamativo y menor talla, el Borní es un halcón predesért ico, que habita en Europa Or ien ta l , y se ident i f ica con las razas más norteñas del halcón lañar lo. Sus características no ofrecen ninguna par­t icu lar idad notable, salvo su salud a toda prueba. En estado salvaje caza la­gartos, ratones y hasta insectos. Estas capacidades digestivas le permi ten so­por ta r las más pobres dietas, en caut i ­v idad , por lo que, en la Edad Media, se decía que eran halcones muy apro­piados para los escuderos. Sin embargo.

están dotados de una vista muy pene­t rante, siendo ut i l izados como atalayas, es decir , se les llevaba sin caperuza, para que descubr ieran una presa leja­na, sobre Ja que, después, se lanzaba un Neblí o un Ger i fa l te. De un halcón do­tado de buena vista se decía que tenía o jo de Borní .

EL HALCÓN ALFANEQUE O DE PICO MUY FUERTE

A las razas afr icanas del halcón lana-r i o , los halconeros medievales las englo­baban en el l inaje de los Al faneques, halcones muy parecidos en todo a los Borníes, de los que son pr imos herma­nos, y, como ellos, rúst icos, buenos ata­layas y comedores. Tanto que pasaron a la fama por ia fuerza de su pico.

EL HALCÓN TAGAROTE, RÁPIDO Y AGILÍSIMO

En el norte de Áfr ica habita una sub-especie del halcón peregr ino que se dis­t ingue por su talla reducida, su vuelo rápido y agi l ís imo, su acomet iv idad, su color armónico y encendido y, también , por su salud del icada. Se l lamaron Ta­garotes porque a f i rmaban los halcone­ros afr icanos que se capturaban en las rocas de Tagaros. Todo buen equipo de Cetrería medieval tenía algunos Tagaro­tes, más que por su ef icacia, por su belleza, por su delicada gallardía. Eran pájaros muy apropiados para las da­mas y solían descansar, enjoyados, so­bre el guante escarlata de una princesa.

He v is to cazar en Cetrería a varios Tagarotes; vuelan muy al tos, atacan en picado con presteza, pero carecen de la velocidad de caída del Nebl í , por lo que muchas perdices escapan vivas, aun des­pués de la cuchi l lada. Quizá el único defecto de estos halcones sea su peque­ña talla, pues dada su fac i l idad para g i rar en pleno vuelo, volverse sobre sí mis­mos y alcanzar pájaros tan rápidos co­mo las tór to las no hay halcón que les supere en agi l idad y belleza del r i zo .

Todos los halcones descritos son muy parecidos en su est ruc tura anatómica / en sus costumbres, caracterizándose por la fac i l idad para cazar en el cielo, en persecuciones prolongadas que, a veces, se pierden entre las nubes. Esta facul ­tad ha otorgado s iempre a los halco­nes la máxima categoría entre las ra­paces uti l izadas en Cetrería y les ha val ido el t í tu lo de aves de alto vuelo. No obstante, cada l inaje t iene, como he­mos v isto, su especial v i r t u d , plasmada en el famoso d icho medieval : «Afas de Nebl í , corazón de Baharí , cuerpo de Ger i fa l te , o j o de Borní , p ico de Al fa-neque y riza de Tagarote.»

LOS PEOUEÑOS HALCCfNES: DOS RAZAS EN MINIATURA

Semejantes en todo a sus grandes pa­rientes, hay dos razas de halcones oue

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